Buena Fe - Iñigo de La Maza
Buena Fe - Iñigo de La Maza
Buena Fe - Iñigo de La Maza
Artículos de doctrina
A PROPÓSITO DEL DOLO POR OMISIÓN
Y EL DEBER PRECONTRACTUAL
DE INFORMAR
Iñigo de la Maza Gazmuri*
R. Demogue
RESUMEN
ABSTRACT
Artículos de Doctrina
The ignorance during the formation of a contract is harmful for the one
that receive it and, agregativamente, for the society as a whole. A persistent
myopia has determined to consider, in soothes legal, this problem like
one of consent vices. The will protection is one of the criteria that must
be considered for the allocation of the risk for defective information, but,
of course not the unique one. It is possible - and useful to distinguish the
criteria that are used according to if they consider or not them incentives
for the production and use of information.
INTRODUCCIÓN
1
Me he detenido, aunque brevemente, sobre esta idea en Iñigo DE LA MAZA GAZMURI,
“Justicia contractual, contratos por adhesión electrónicos y buena fe”, mi ponencia para
las Jornadas de Derecho Civil del año 2006.
Artículos de doctrina
la de la sociedad en su conjunto. Al examinar la primera es fácil advertir
que las partes suelen poseer intereses antagónicos en una negociación,
que esto es parte de las reglas del juego en una sociedad donde los bienes
se distribuyen, en general, a través de mecanismos de mercado, y que es
algo que el diseño de las reglas jurídicas debe tener presente. A propósito
de lo anterior distingo entre lealtad en un sentido fuerte y en un sentido
débil, optando por el segundo. Al examinar las cosas desde el punto de
vista social me ocupa caracterizar la información como bien económico
y derivar de allí algunas consecuencias.
La segunda parte de este trabajo explora el tratamiento del dolo por
omisión en los Principios de Derecho de Contratos Europeos. Y esto por
dos razones: la primera porque aspiran a constituir el “núcleo común” del
Derecho europeo de contratos y es más o menos evidente la influencia
que tiene el Derecho europeo sobre el nacional; la segunda, es que en los
Principios resulta absolutamente evidente cómo puede utilizarse la buena
fe para articular variables morales y económicas.
2
El uso del término ‘obligación’ precisa algún comentario. En sentido técnico una
obligación es la contracara de un derecho subjetivo. En este sentido no habría obligación
de informar en sede precontractual cuando su fuente fuera la buena fe, al igual que en sede
extracontractual no existe una “obligación” de no dañar a otros, sino que, cosa distinta,
una obligación de indemnizar cuando se ha dañado. Para decirlo en otros términos, se
trataría de un caso en el que sólo existe responsabilidad, no deuda, pues antes del ilícito
no hay relación jurídica entre las partes. Sobre esto puede consultarse Luis DÍEZ PICAZO y
Antonio GULLÓN BALLESTEROS, Sistema de Derecho Civil, 6ª ed., Madrid, Tecnos, 1989, vol.
II, p. 127 y ss. Utilizo, sin embargo, la expresión porque es la forma en que generalmente
se le denomina, como puede verse de la bibliografía de este trabajo.
3
Véase Muriel FABRE-MAGNAN, De l´Obligation d´Information dans les Contrats, Paris,
LGDG, 1992, p. 1.
4
Véase, por ejemplo, Avelino LEÓN HURTADO, La voluntad y la capacidad en los actos
jurídicos, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, 1979, pp. 205 y 206 y Arturo ALESSANDRI
RODRÍGUEZ, Manuel SOMARRIVA UNDURRAGA y Antonio VODANOVIC, Derecho Civil. Parte
preliminar y general, Santiago, Ediar Conosur, 1991 p. 226.
5
Véase Luis ROJO AJURIA, El dolo en los contratos, Madrid, Civitas, 1994, pp. 255-256.
Este autor señala que la forma de configurarlo será a través del silencio circunstanciado o
a través de la configuración de una obligación de informar. A mí me interesa únicamente
la segunda.
6
El problema, como es bien sabido, consiste en determinar si el dolo precisa o no de
animus nocendi (sobre esto puede consultarse Cristián BANFI DEL RÍO, La asimilación de la culpa
grave al dolo en la responsabilidad contractual, Santiago, LexisNexis, 2002, pp. 167-172.
7
En el caso europeo, incluyendo los países del Common Law, o característico del dolo
no es la intención de dañar, sino la de engañar (véase Hugh BEALE et al., Contract Law,
Ius Commune Casebooks on the Common Law of Europe, Oxford, Hart Publishing, 2002, p.
237 y ss.
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caso el comprador ha silenciado la autoría del cuadro con la intención de
engañar a A acerca del valor de la pintura, un elemento determinante de
su voluntad de venderlo a ese precio. Lo relevante es saber si su silencio
era o no lícito. No existe una norma expresa que le imponga el deber
de suministrar esa información, ni las partes convinieron una obligación
de informar. ¿Significa eso que su silencio es lícito?8. La respuesta a esta
pregunta pasa por determinar si es que existía un deber de informar que
se incumplió dolosamente. Si no existía, simplemente no la puede haber
incumplido, dolosamente o de cualquier otra manera.
¿Cuál sería entonces la fuente de este deber? Antonio Manuel Mora-
les Moreno9, Luis Rojo Ajuria10 y de José Ramón de Verda y Beamonte11
sostienen que se trataría de la buena fe. En igual sentido se ha señalado,
comentando los Principios de Derecho Contractual Europeo, que el dolo
por reticencia existirá cuando la buena fe lo imponga12. Significaría entonces
que la respuesta frente a la pregunta acerca de si debo informar pasa por la
buena fe13. Pero, la buena fe no responde la pregunta, sólo la reformula.
8
Como es evidente este es un caso que se puede analizar en clave de dolo o en clave
de error. A mí sólo me interesa desde el dolo.
9
Antonio Manuel MORALES MORENO, en Manuel ALBALADEJO y Silvia DIEZ ALABART
(dir.), Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, Madrid, Editorial Revista de
Derecho Privado, 1978, tomo XVII, vol. 1º - B, p. 387.
10
ROJO AJURIA (n. 5), p. 254, citando a MORALES y ALBALADEJO
11
José Ramón DE VERDA Y BEAMONTE, “El dolo in contrahendo”, en Revista de Derecho
Patrimonial, Nº 16, Navarra, 2006, p. 44, sosteniendo que siendo compartida la opinión
de que los deberes precontractuales de informar no son absolutos: “La cuestión radica,
entonces, en averiguar cuándo la reticencia del destinatario es contraria a la buena fe, y
cuando no”
12
Luis DÍEZ PICAZO, Encarna ROCA I TRÍAS y Antonio Manuel MORALES MORENO, Los
principios europeos de derecho de contratos. Madrid, Civitas, 2002, p. 230
13
Desde luego esto no tiene nada de novedoso, como ha apuntado Antonio M. Morales
Moreno, a propósito de su comentario del artículo 1269 del Código Civil español, desde el
Derecho Romano el dolo se considera como una conducta contraria a la buena fe (véase
MORALES MORENO (n. 9), p. 382.
14
El caso del Common Law es distinto, como se ha sugerido para el caso estadounidense,
allí no se reconoce un deber de negociar de buena fe (véase Allan FARNSWORTH, “The
Concept of Good Faith in American Law”, en CENTRO DI STUDI E RICHERCHE DI DIRITTO
COMPARATO E ESTRANIERO, Saggi, Conference e Seminari 10, disponible en http://w3.uniroma1.
it/idc/centro/publications/10farnsworth.pdf (12 de agosto 2006). Lo mismo puede decirse
para el caso inglés (véase Roy GOODE, “The concept of Good Faith in English Law”, in
CENTRO DI STUDI E RICHERCHE DI DIRITTO COMPARATO E ESTRANIERO, Saggi, Conference e
Seminari 10, disponible en http://w3.uniroma1.it/idc/centro/publications/02goode.pdf
(12 de agosto de 2006)
15
María Paz GARCÍA RUBIO, La responsabilidad precontractual, Madrid, Tecnos, 1991,
p. 43 y ss.
16
BEALE et alii (n. 6), p. 243 y ss.
17
Véase Mariano ALONSO PÉREZ, “La responsabilidad precontractual”, en Revista Crítica
de Derecho Inmobiliario, Nº 485, Madrid, 1971, p. 889 y GARCÍA RUBIO (n. 15), p. 43.
18
Rodolfo SACCO, citado en Carlos CUADRADO PÉREZ, Oferta, aceptación y conclusión del
contrato, Bolonia, Publicaciones del Real Colegio de España, 2003, p. 41
19
Véase Luis DÍEZ PICAZO, Fundamentos de derecho civil patrimonial, Madrid, Tecnos,
1996, vol. I, p. 50. En el mismo sentido Emilio BETTI, Teoría general de las obligaciones,
Madrid, Revista de Derecho Privado, 1969, p. 69.
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la voluntad en el campo contractual decanta en la libertad de contrata-
ción21 y que ésta última, a su turno, precisa una correcta formación del
consentimiento, la imposición de un deber de informar constituiría una
especie de medida preventiva para proteger la correcta formación del
consentimiento22.
Así las cosas, si la buena fe supone colaboración y lealtad y la infor-
mación es necesaria para la correcta formación del contrato, Pérez García
parecería no andar desencaminado cuando sugiere agregarle un párrafo
segundo al artículo 1258 del Código Civil español23 del siguiente tenor:
Pero mi impresión es que comete un error. No hay razón para que la buena
fe obligue siempre –o, incluso, generalmente– a entregar una información
exacta y completa. Demostraré esto más adelante a través de una mirada a
los criterios que se ocupan para determinar cuándo el silencio es legítimo,
pero ahora me interesa detenerme a reconsiderar la buena fe.
49
20
Sobre esta conexión puede consultarse Christian LARROUMET, Droit Civil, Paris,
Economica, 1986, tome III: “Les obligations”, pp. 312-313 y 315-316 y Jacques GHESTIN,
Traité de Droit Civil. La formation du contrat, Paris, L.G.D.J, 1993, p. 585.
21
Véase DIEZ PICAZO (n. 19), p. 128.
22
Véase François TERRE et alii, Droit Civil: Les Obligations, 6ª ed., Paris, Dalloz, 1996
y Mustapha MEKKI, L’intérêt générale et le contrat, Paris, L.G.D.J., 2004, p. 781.
23
Cuyo texto actual dispone: “Los contratos se perfeccionan por el mero consen-
timiento, y desde entonces obligan, no solo al cumplimiento de lo expresamente pactado,
sino también a todas las consecuencias que, según la naturaleza, sean conformes a la
buena fe, al uso y a la ley”.
24
Pedro Antonio PÉREZ GARCÍA, La información en la contratación privada En torno al
deber de informar en la ley general para la defensa de los consumidores y usuarios, Madrid, Instituto
Nacional del Consumo, 1990, p. 359. En el mismo sentido, aunque más severo Gabriel
García Cantero ha señalado que: “parece razonable pensar que dicho subprincipio (de
información) ha de informar no solo la específica legislación protectora de consumidores
y usuarios, sino la doctrina general del contrato... Cabe establecer que, en toda relación
contractual, las partes intervinientes tienen la obligación recíproca de informarse sobre
cuantos puntos sean precisos a fin de lograr un consentimiento libre y reflexivo. Este
deber contractual de informar lleva consigo el deber previo de informarse para así poder
informar” (según aparece citado en Carlos MARTÍNEZ DE AGUIRRE, “Trascendencia del
principio de protección a los consumidores en el derecho de obligaciones” en Anuario de
Derecho Civil, vol. 1, Madrid, 1994, p. 31 y ss., p. 82). Conviene advertir aquí que Gabriel
García Cantero alude al deber de informarse no como un límite a la obligación de informar,
que es como generalmente se le considera, sino, por decirlo así, como un complemento
que agrava la obligación de informar.
tes la tutela de sus propios intereses frente a las malas artes de otros.
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La intervención del derecho objetivo tiene un carácter limitado,
como se ha visto casi excepcional... En este dualismo de principios
(ética ideal-egoísmo) el derecho deja a cada parte de hacer el uso
que quiera de las coyunturas favorables. El fundamento de tal
norma se encuentra, como para el derecho de guerra en el hecho de
que tales astucias son toleradas al adversario; pero donde la normal
precaución de la otra parte es insuficiente para preverlas, como en
el derecho a la guerra es la traición, así en el contrato es el dolo, no sólo
éticamente, sino también jurídicamente reprobado”28.
28
Según aparece citado en ROJO AJURIA (n. 5), p. 265. 51
29
Algo que, dicho de paso, ya había advertido santo TOMÁS DE AQUINO en la Summa
Teológica a propósito de la questio 96 “Del poder de la ley humana”: “Ahora bien, la ley
humana está hecha para la masa, en la que la mayor parte son hombres imperfectos en la
virtud. Y por eso la ley no prohíbe todos aquellos vicios de los que se abstienen los virtuosos,
sino sólo los más graves, aquellos de los que puede abstenerse la mayoría y que, sobre todo,
hacen daño a los demás, sin cuya prohibición la sociedad humana no podría subsistir, tales
como el homicidio, el robo y cosas semejantes”. Una formulación más tardía del mismo
principio se encuentra en un comentario de W. Keeton a la decisión de uno de los casos
más famosos sobre obligación de informar Laidlaw v. Organ. Los hechos, presentados
sucintamente son los siguientes: Henry Organ, un comerciante comisionista de New Orleans
negoció con Francis Girault de Laidlaw & Co. –otro comisionista– la compra de ciento once
sacos de tabaco. Durante las primeras horas del día 19 de febrero de 1815, Henry Organ tuvo
noticias acerca de la firma del tratado de Ghent, que ponía fin a la Guerra de 1812. Obtuvo
la noticia de Mr. Shepard, quien tenía interés económico en su transacción con Laidlaw y
cuyo hermano fue una de las tres personas que se enteraron de la noticia a través de sus
contactos con la flota británica. Durante esa mañana, y antes de que la noticia se hiciera
pública, Henry Organ se comunicó con Francis Girault para perfeccionar el negocio sobre
el tabaco, quien le preguntó si existían noticias que repercutieran sobre un alza en el precio
del tabaco. Al parecer Henry Organ se mantuvo en silencio y el contrato se perfeccionó. Una
vez que las noticias sobre la firma del tratado se hicieron públicas el precio del tabaco subió
entre un 30% y un 50%. El comentario de W. Keeton es éste: “Si esos hecho se presentan a
una persona normal como una pregunta abstracta, probablemente dirá que la conducta del
comprador no fue ética; pero, por otra parte, si se le diera a esa persona la oportunidad que
tuvo el comprador ...haría exactamente la misma cosa”. Citado según John D. CALAMARI y
Joseph M. PERILLO, Contracts, 3ª ed., Minnesota, West Publishing, 1987, p. 367.
Libertad y responsabilidad
Según he advertido más arriba, el deber de informar se relaciona directa-
mente con la correcta formación del consentimiento. Lo anterior porque
sólo tiene sentido hablar de un deber de informar si uno de los negociantes
30
BETTI (n. 19), p. 86.
31
Thomas WILHELMSSON and Christian TWIGG FLESNER, “Precontractual information
duties in the acquis communautaire”, in European Review of Contract Law, vol. 2, Berlín,
2006, p. 460.
ignora algo que el otro sabe y que resulta determinante para una correcta
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formación del consentimiento.
A su turno, el consentimiento es relevante, al menos para una teoría
liberal del contrato, porque permite vincular la obligatoriedad del con-
trato a la idea de autonomía de la voluntad o autonomía privada según
se prefiera, es decir, “el reconocimiento de un poder de autogobierno de
los propios fines e intereses o un poder de autorreglamentación de las
propias situaciones y relaciones jurídicas”32, y dicha autonomía sería “el
fundamento más hondo” de la idea de contrato y de la obligatoriedad del
contrato33. Desde luego, ésta es una idea discutible34, pero lo es en el sentido
que propone Patrick Atiyah, es decir, se trata de una idea que no permite
comprender totalmente la fisonomía de derecho de contratos35, sin embar-
go, en mi opinión, se trata de una idea sin la cual no es posible entender
actualmente el contrato. Como sea, es una idea que merece ser tenida en
cuenta y eso es lo que me propongo hacer, aunque brevemente.
La idea de una voluntad vinculante no puede ser configurada única-
mente a partir de la libertad. Dichas las cosas de otra manera, para que la
voluntad declarada sea vinculante no es imprescindible que lo declarado
coincida con lo deseado por el agente. Existen casos en que se produce una
discrepancia no voluntaria entre lo declarado y lo querido y aún así se toma
la voluntad como vinculante, es lo que sucede, al interior del Código Civil, 53
por ejemplo, en el caso del error inexcusable, el dolo bueno o en el del
temor reverencial. Para comprender esto es útil advertir que la regulación
de los vicios del consentimiento pone en juego dos elementos, por una parte
la exigencia de voluntad que se sustenta en la idea que la manifestación de
voluntad sólo vincula en la medida que quien la emite entiende y, por otra,
la responsabilidad de quien emite su declaración por la voluntad manifes-
tada. El uso de la expresión responsabilidad que hago aquí no es el común
en Derecho Civil, sino en el sentido del “Principio de responsabilidad” de
Herbert L.A. Hart36. Es decir, una parte sería responsable –en el sentido que
32
DÍEZ PICAZO (n. 19), p. 127.
33
Ibid.
34
Sobre esto puede consultarse la crítica de Patrick ATIYAH a Charles FRIED en Patrick
ATIYAH, Essays on Contracts, Oxford, Oxford Clarendon Press. 1986.
35
Ibid.
36
Véase Herbert L.A. HART, “Legal Responsability and Excuses”, en Punishment and
Responsability: Essays in the Philosophy of Law, Oxford, Clarendon Press, 1968. Tomo esta
idea de BIGWOOD (n. 26), p. 115. No obstante que se trate de un uso poco frecuente de la
expresión responsabilidad, en el caso español, el Tribunal Supremo, se ha referido a él como
“principio de responsabilidad negocial”, aunque, aparentemente no desde la lógica de la
imputación de consecuencias como sanción a la negligencia, sino como protección de la
confianza del otro contratante. Lo anterior se desprende de que en la mirada del Tribunal
Supremo, a propósito del error, la máxima vigilantibus et non errantibus iura sucurrunt” se
La perspectiva social
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La información como bien económico
En cuanto bien económico, la información presenta tres características:
(1) se trata de un bien de experiencia (experience good),
(2) costoso de producir y barato de reproducir (returns to scale) y
(3) se trata de un bien público39.
Lo primero significa que se trata de un bien que es necesario conocer para
asignarle valor y al conocerlo, por su naturaleza, se adquiere. Lo segundo
es que, por regla general, acumular o producir información posee costos,
sin embargo, una vez que la información se comunica, su reproducción
posee costos notablemente inferiores, Lo tercero es que se trata de un
bien que presenta dos características: no rivalidad en el consumo y, en
ocasiones, imposibilidad de excluir a otros de su consumo.
Es posible ilustrar estas características a través de un ejemplo: el caso
Fragonard. Los hechos son los siguientes en una subasta pública se adjudica
por cincuenta y cinco mil francos un cuadro que, en opinión del vendedor
y de algunos expertos pertenecía a la Escuela de Jean Honoré, pero no
había sido pintado por Fragonard. Tras un largo trabajo de restauración
el adquirente descubre que el cuadro había sido pintado por este pintor, y
luego lo vende al Museo del Louvre por cinco millones ciento cincuenta
mil francos40. 55
En primer lugar –respecto al carácter de bien experiencia– sólo se
puede saber si uno estaría dispuesto a pagar por una información como ésta
una vez que se la conoce. Pero entonces ya es demasiado tarde, porque,
como ha sugerido B. Rudden: “el solo examen de la información conduce
a su transferencia”41. Por lo mismo, hubiera bastado que el comprador
revelara sus sospechas sobre la procedencia del cuadro para que esto se
reflejara en el precio de la venta. Respecto a la segunda característica,
determinar la procedencia del cuadro posee –así fue en este caso- costos
importantes para el comprador. Pero una vez que descubre la información,
reproducirla prácticamente carece de costos42. Finalmente –en lo referente
39
Véase Hal R. VARIAN, “Markets for Information Goods”, disponible en http://www.
ischool.berkeley.edu/~hal/Papers/japan/japan.html#SECTION0004000000000000000
0. (12 de septiembre de 2006).
40
Tomo la descripción de B. RUDDEN, “Le juste et l’inefficace. Por un non-devoir de
renseignements”, en RTDC, 1985, pp. 91-103.
41
RUDDEN (n. 40), p. 95.
42
Esto es asumiendo que lo único que debe reproducirse son los documentos en los que ha
quedado constancia de la autenticidad del cuadro. Las cosas cambian si lo que debe hacerse es
someter al cuadro a nuevos exámenes. En el caso de Fragonard es interesante la analogía con
un DVD que contiene una película. La película probablemente costó millones de dólares, el
DVD tal vez costó menos de un dólar. Para reproducir la película sólo es necesario utilizar un
La producción de información
(vicios privados y virtudes públicas)
Asumiendo las peculiaridades de la información en cuanto bien económico
la pregunta que sigue es, ¿cómo incentivar la producción de información?43.
Las respuestas, desde luego, son múltiples, la propiedad intelectual y la
propiedad industrial es una de ellas. Como se sabe, en estos casos la pro-
tección consiste, generalmente, en asignar un monopolio temporal a un
determinado titular sobre el uso de cierta información a través de dispositivos
como el derecho de autor o la patente. Pero estos dispositivos no resultan
útiles en el caso de la negociación de un contrato. En primer lugar, porque
la información las más de las veces no sería patentable o susceptible de ser
protegida como derecho de autor y, en segundo, pues en ambos casos, es
necesario revelar la información. Lo que hacen las patentes y el derecho de
autor no es proteger el secreto, sino disciplinar la forma en que se distribuye
la información. En el caso de las negociaciones de un contrato de lo que se
trata, en cambio, es de mantener oculta la información, por lo mismo, el
56 expediente debe ser uno que proteja el secreto de la información44.
La idea, entonces, es la siguiente, en la medida que se permita a las
personas mantener en secreto su información, tendrán incentivos para
invertir en producir información y esto último es socialmente útil45: vicios
equipo y otro DVD: la producción cuesta varios millones de dólares, la reproducción menos
de un dólar. A otra escala, en el caso de Fragonard sucede lo mismo, producir la información
que comprueba la autenticidad probablemente costó varios miles de francos, reproducirla –si
es que constaba en documentos– sólo el costo de las copias de esos documentos.
43
Y esto, desde luego, supone otra asunción, a saber, que un objetivo al interior de
una sociedad debe ser fomentar la producción de información. Pero ésta es una asunción
que en la “sociedad de la información” no debería ser discutida. Una discusión distinta,
que yo no desarrollo acá, es: cuál información es socialmente valiosa. Sobre eso puede
consultarse, por ejemplo, Jules R. COLEMAN, Risk and Wrongs, New York, Oxford University
Press, 1992, pp. 148-154 y Robert COOTER y Thomas ULEN, Derecho y Economía, México
D.F., Fondo de Cultura Económico, 1998, pp. 350-351.
44
Aquí utilizo la expresión secreto en el sentido que le asigna SCHEPELLE, es decir como
“una pieza de información que es intencionalmente ocultada por uno o más actores sociales
a uno o más actores sociales (Kim Lane SCHEPELLE, Legal Secrets: Equality snd Efficiency in
the Common Law, Chicago, The University of Chicago Press, 1988, p. 12).
45
Sobre estos puede consultarse Anthony T. KRONMAN, “Mistake, Disclosure and
the Law of Contract”, in The Journal of Legal Studies, vol. 7, Nº 1, Chicago, 1978, pp. 1-34;
también puede consultarse Steven SHAVELL, “Acquisition and Disclosure of Information
Prior to Sale”, in Rand Journal of Economics, vol. 25, 1994; y, para una perspectiva menos
económica, James GORDLEY, “Mistake in Contract Formation, in American Journal
privados virtudes públicas. Explicar mejor esta idea precisa ver las cosas
Artículos de doctrina
desde otro punto de vista, conectándola con la perspectiva individual de
los negociantes.
La información puede ser considerada desde un doble punto de
vista en las decisiones de las personas46. Por una parte, la información es
una condición de una elección. Las elecciones de las personas suelen ir
precedidas por una cierta acumulación de informaciones que será más
o menos importante según la relevancia de la decisión. Por otra parte, la
información es un objeto de elección. Esto es, las personas pueden elegir
cuánta información acumularán antes de tomar una decisión47. Así, por
ejemplo, las personas suelen investigar más cuando van a comprar una
casa o un automóvil y menos cuando compran un sándwich o una caja
de corchetes. La pregunta que enfrenta, entonces, una persona cuando
negocia un contrato es cuánta información acumular y la respuesta, siem-
pre que se comporte racionalmente, es debe acumular mientras el costo
de hacerlo sea inferior a las ganancias esperadas por dicha acumulación.
Pues bien, como resulta evidente la imposición de una obligación de
informar o la licitud del secreto puede repercutir directamente sobre las
ganancias. Si puedo mantener la información en secreto las posibilidades
de enriquecerme a través de ésta aumentan, si, en cambio, estoy obligado
a revelarla, disminuyen. El secreto favorece la producción de información, 57
la obligación de revelarla, la desincentiva.
Ahora bien, el deber de informar no sólo produce desincentivos sobre
una de las partes sino sobre ambas. A unos porque no podrán enriquecer-
se con la información, a otros porque se comportarán negligentemente,
esperando que sea su contraparte quien invierta en la producción de
información para luego revelárselas48.
4. Anudando
He comenzando estas páginas a través del problema del dolo por omisión
para sugerir que al considerarlo es necesario detenerse sobre el deber de
Comparative Law, vol 52, 433, 451, Michigan, 2004, quien pese a estar a favor de la
imposición de una obligación de informar (duty to disclose) está de acuerdo en hacer una
excepción en el caso de que una de las partes haya gastado dinero o haya hecho un
esfuerzo para conseguir la información.
46
En esto sigo a SCHEPPELE (n. 44), 25.
47
Un trabajo seminal y, a estas alturas clásico, sobre el tema es George J. STIGLER,
“The Economics of Information”, in Journal of Political Economy, vol. 69, Nº 3, Chicago,
1961, pp. 213-225, donde se examina la relación entre la dispersión de precios y los costos
de adquirir información.
48
Sobre esto puede consultarse KRONMAN (n. 45), p. 16.
Artículos de doctrina
sentido débil como esta aproximación económica a la información han
contribuido a configurar la fisonomía del deber de informar en el dere-
cho continental europeo. Éste es un objetivo desmesurado, pero, en esta
ocasión, lo abordo modestamente, a través de una mirada a las reglas de
derecho de contratos contenidas en los PECL.
El problema que interesa tratar aquí: la relación entre dolo por omisión
y deber de informar ha sido tratado a propósito de la validez de los con-
tratos, específicamente en el artículo 4:107, a propósito del dolo51, en los
siguientes términos52:
49
Véase BEALE et al. (n. 7), pp. 27-55.
50
Véase Larry DI MATTEO, “Contract Talk: Reviewing the Historical and Practical
Significance of the Principles of European Contract Law”, in Harvard International Law
Journal, vol. 43, Nº 2, Cambridge, 2002, pp. 569-582 (véase, p. 575).
51
Aquí omito el problema de las semejanzas entre el dolo por omisión y el error
conocido por el otro contratante, que en los PECL es tratado a propósito de la disciplina
del error en el artículo 4:103 (a) (ii). Sobre esto puede consultarse Antonio Manuel MORALES
MORENO, “Los vicios de la voluntad en los principios del derecho europeo de contratos”,
en Santiago ESPIAU ESPIAU y Antoni VAQUER ALOY, Bases de un derecho contractual europeo,
Barcelona, Editorial Tirant lo Blanch, 2003.
52
Teniendo en cuenta que no existe una traducción “oficial” de los PECL al castellano
utilizo en todo este trabajo la de DÍEZ PICAZO, ROCA TRÍAS y MORALES MORENO (n. 12),
p. 43.
53
BEALE et al. (n. 7), p. 151.
54
Op. cit. p. 148.
Artículos de doctrina
circunstancias que deben tomarse en cuenta para determinar si la buena
fe y la lealtad exigen revelar una información. Conviene ir examinando
separadamente las cuatro hipótesis que, como señala el artículo que las
contiene, no agotan el catálogo de circunstancias a que el intérprete debe
prestar atención. Sin embargo, del hecho que hayan sido ésas precisamente
las circunstancias identificadas a título ejemplar parece desprenderse que
los redactores de los Principios consideran que, al menos ésas, deberían
ser tomadas en cuenta.
2. Las letras
2.1. La letra a)
La regla admite en principio dos lecturas. La primera de ellas enfatiza
la posición del destinatario de la información; la segunda, en cambio, se
centra en quien ya dispone de la información. Según la primera, la regla
referiría a aquellos destinatarios de información que poseen conocimientos
técnicos en la materia y, en este caso, funcionaría como una limitación a
la obligación de informar en la medida que no sería necesario entregarles
información precisamente porque poseen especial pericia en la materia55.
Sin embargo, si se acepta esta lectura no se entendería la diferencia entre 61
esta letra y la letra c). Lo anterior porque la razón en virtud de la cual no
debería entregársele algún tipo de información a quien posee conocimien-
tos técnicos en la materia es que podría procurarse la información por sí
mismo, pero como se recuerda, éste es precisamente el criterio que utiliza
la letra c). De allí, entonces, que sea necesario acudir a la siguiente lectura,
y para eso resultará útil dar una mirada al comentario F que acompaña
al artículo 4: 107 en lo pertinente a esta materia:
El deber de informar forma parte del concepto general de la buena
fe, pero no siempre se puede exigir que una parte señale hechos que sabe
que la otra ignora. Por ejemplo, a los profesionales se les exige a menudo
que, conforme a la buena fe, informen de todo aquello que se refiera a lo
bienes o a los servicios que vayan a suministrar con arreglo al contrato;
en cambio, no siempre será así para la parte no profesional56.
La segunda lectura, como ya he advertido, se centra en quien posee
la información y distingue según se trate de un profesional o no, estable-
ciendo un deber más intenso para el primero. Esta lectura hace sentido en
la medida que captura una diferencia esencial en el tratamiento del deber
55
Esto es lo que parecen sostener DÍEZ PICAZO, ROCA TRÍAS y MORALES MORENO (n.
12), p. 231.
56
BEALE et al. (n. 7), p. 363.
62
57
Véase GHESTIN (n. 20), pp. 53-55 y 635-641 y Patrice JOURDAIN, “Le devoir de ‘se’
renseigner”, in Chronique, XXV, Dalloz, Sirey, Paris, 1983, p. 139
58
Así, por ejemplo, en el caso francés, Jacques Ghestin refiriéndose a la evolución
en el derecho positivo de la obligación precontractual de información se ha referido a la
“multiplicación de las obligaciones precontractuales de información impuestas por a ley (n.
20), p. 585, las leyes que cita disciplinan el crédito al consumo, la relación entre bancos y
sus clientes en caso de apertura de cuenta corriente, y una garantía y servicio postventa, es
decir relaciones que suelen involucrar a proveedores y consumidores. En el caso español
Esther Gómez Calle identifica mayoritariamente la LGDCU como fuente de obligaciones de
información (véase Esther GÓMEZ CALLE, Los deberes precontractuales de información, Madrid,
La Ley, 1994, pp. 83-86. Finalmente, algunos comentaristas que en el caso del derecho
europeo el área en que por excelencia (core area) de la imposición de deberes de informar
son las relaciones de consumo. Véase WILHELMSSON y TWIGG FLESNER (n. 31), p. 456.
59
Sobre esto puede consultarse Klaus Jochen ALBIEZ DOHRMANN, “Un nuevo Derecho
de obligaciones. La Reforma 2002 del BGB”, en Anuario de Derecho Civil, vol. 55, Nº 3,
Madrid, 2002, pp. 1.133-1.227. Para una crítica de la lógica del Derecho del Consumo al
Derecho de Contratos véase Jesús ALFARO ÁGUILA-REAL, Nota crítica a “Protección de los
consumidores y derecho de contratos”, en Anuario de Derecho Civil, vol. 47, Nº 2, Madrid,
1994, pp. 305-324.
60
Aceptar lo anterior no significa desconocer el hecho que el derecho de consumo ha
obligado a tomar conciencia acerca del problema de la desigualdad entre los contratantes y
que esto resulte útil para el derecho civil (sobre esto puede consultarse Jean CALAY-AULOY,
J “L’influence du droit de la consommation sur le droit civil des contrats”, in RTDC, Paris,
1994, p. 239 y ss. Sin embargo, significa aceptar que el diseño del Código Civil, a diferencia
de la ley Nº 19.496 sobre protección a los consumidores, está pensado como si las partes
fueran iguales y que aquella parte que desee alegar una desigualdad deberá acreditarlo.
de las relaciones disciplinadas por el Código Civil sea la misma de las leyes
Artículos de doctrina
de protección al consumidor61.
2.2. La letra b)
La regla contenida en esta letra obliga al intérprete a considerar los cos-
tos de la obtención de la información. El comentario F que acompaña
a esta letra sostiene que: “En particular no hay porque informar... sobre
aquellos otros aspectos que la parte ‘informada’ haya adquirido después
de esforzarse mucho para obtenerlos”62. Este comentario reconduce al
comentario Es, a propósito del artículo 4.103 de los Principios que, por
su importancia, conviene transcribir en lo que es pertinente aquí:
“...existen situaciones en las que cabe admitir que una parte se apro-
veche del desconocimiento o de la ignorancia de la otra... [una de
esas situaciones es] cuando una parte ha hecho un esfuerzo consi-
derable para obtener una información que no posee la otra parte. Si
la parte no tuviera derecho para utilizar esa información obtenida
gracias a su esfuerzo, no se verá motivada para conseguir dicha in-
formación en primer lugar y ambas partes se verá perjudicadas”63.
61
Véase Reiner SCHULZE, “Precontractual Duties and Conclusion of Contract in
European Law”, in European Review of Private Law, vol. 13, Nº 6, 2005, pp. 841-866,
(véase p. 847).
62
BEALE et al. (n. 7), p. 363.
63
Op. cit., p. 329.
64
Véase, por ejemplo, DE VERDA Y BEAMONTE (n. 11), p. 44; GÓMEZ CALLE (n. 58),
pp. 12 y 18.
65
Sobre esto puede consultarse BIGWOOD (n. 26).
66
DE VERDA Y BEAMONTE (n. 11), p. 46.
67
Véase (n. 44).
68
Véase, por ejemplo, COLEMAN (n. 43), pp. 148-154, Randy BARNETT, “Rational
Bargaining Theory and Contract: Default Rules Hypothetical Consent, the Duty to Disclose,
and Fraud”, in Harvard Journal of Law & Public Policy, vol. 15, Massachusetts, 1992, p. 783,
y FABRE-MAGNAN (n. 3), pp. 73-95.
69
KRONMAN (n. 44), p. 13.
70
Op. cit. (n. 44), p. 14.
2.3. La letra c)
Artículos de doctrina
La regla fijada por esta letra determina uno de los límites más comunes al
deber de informar: el deber de informarse71. La justificación de esta regla
puede ser múltiple. Por una parte, así como repugna a la buena fe que
bajo ciertas condiciones una parte abuse de la información que posee en
las negociaciones de un contrato, igualmente debería repelerle el hecho
de que la otra no manifieste ni la más mínima diligencia en recopilar la
información que precisa para la correcta formación de su voluntad. Por
otra parte, como ha sugerido Anthony Kronman, la ventaja de una regla
como ésta en términos de incentivos llega a las dos partes, en la medida
que un “derecho de propiedad” como el propuesto por el autor:
2.4. La letra d)
El cuarto factor es la aparente importancia de la información para las
partes. En general, este factor funciona como una limitación de aquello
que debe ser informado por una de las partes que, generalmente, funciona
a través de la imposición de un deber de informar a la otra. Como ha
sugerido Muriel Fabre-Magnan
grano. Se pregunta entonces Marco T. Cicerón si el comerciante debe reportar este hecho
a sus posibles compradores o, en cambio, silenciarlo y vender su grano al mayor precio
posible, véase De Officiis, traducción de Walter Miller, Cambridge, Harvard University
Press, 1913, pp. 53-56).
75
BEALE et al. (n. 7), p. 363.
76
SCHEPELLE (n. 44), p. 121.
77
Véase FABRE-MAGNAN (n. 3) p. 188
del otro contratante78; para que eso suceda, en el caso del dolo por omi-
Artículos de doctrina
sión, el silencio debe recaer sobre información que posea la relevancia
suficiente como para capturar la voluntad de la otra parte y esto es sólo
posible si la persona que omite la información sabe que ésta era relevante
para el otro.
Si se acepta lo anterior resulta evidente el sentido en que este cuarto
factor constituye una limitación a aquello que debe informarse: sólo lo que
era importante para la otra parte. Ahora bien, al momento de considerar
qué es lo que era importante para la otra parte se advierte en qué sentido
existe aquí un deber de informar. La pregunta que conviene formular es,
¿cómo puede saber una de las partes que cierta información es relevante
para la otra? La respuesta más obvia es que aquella parte para quien la
información es relevante lo informe a la otra79 y de allí, entonces, la exis-
tencia de un deber de informar.
Lo anterior no obsta, sin embargo, a que existan otras ocasiones en
que, aun, sin esta información, aparezca en forma notoria la importancia
de cierta información. Un par de ejemplos contribuirán a explicar esto.
En el primero de ellos una persona se aproxima a otra con la intención
de comprar un inmueble que la última destinaba a su habitación. Una vez
celebrado el contrato, el comprador alega que existen ciertas restricciones
municipales para instalar un restaurante allí –que es la razón por la que 67
compró la casa– y que el vendedor lo sabía, pues el mismo había intentado
hacer lo mismo obteniendo por respuesta la negativa de la municipalidad.
Desde luego, la información era relevante, pero, asumiendo que el com-
prador no le comunicó su intención, su relevancia era desconocida para
el vendedor, de allí que, aun cuando conociera la información no existe
obligación de transmitirla.
En el segundo de ellos, una persona ofrece a la venta un valioso
cuadro que ha estado por generaciones en su familia por un precio ínfi-
mo, donde resulta evidente que ignora el valor del cuadro. Un experto
en arte le ofrece comprarlo por dicho precio. Sin pronunciarse sobre
la deseabilidad de imponer una obligación de informar en este caso, lo
que sí resulta obvio es que la información acerca del valor del cuadro es
extremadamente relevante para el vendedor, aun cuando no haya dicho
nada al respecto.
Un último comentario a esta letra. Es interesante advertir que la
obligación de informar no sólo está limitada por la de informarse –en el
sentido de que una parte no puede alegar ignorancia de aquello que de-
bió haber conocido– sino que, además, está limitada por un cierto deber
78
MORALES MORENO (n. 9), p. 383.
79
Véase FABRE-MAGNAN (n. 3), p. 188.
***
CONCLUSIÓN
El dolo por omisión es, en verdad, una excusa para introducir un tema
mucho más amplio y poco explorado en la dogmática civil chilena: la
relación entre la ignorancia y el secreto, por una parte, y el contrato, por
otra.
Lo que me ha interesado sugerir en estas páginas es lo siguiente:
aceptada la existencia del dolo por omisión resulta necesario cuestionar-
80
Paula GILIKER, “Regulating Contracting Behaviour: The Duty to Disclose in English
and French Law”, in European Review of Private Law vol. 13, Nº 5, 2005, pp. 621-640,
(véase p. 640).
Artículos de doctrina
a la contraparte. La primera cuestión es de dónde surge esa obligación.
Asumiendo que la buena fe es la fuente, no se responde nada, sólo se re-
formula la pregunta, porque entonces es necesario preguntarse, ¿qué es
lo que obliga a informar la buena fe?
Responder a esa pregunta precisa detenerse sobre qué sea la buena
fe, y al hacerlo uno de los riesgos que se corre –al menos en mi opinión–
es caer en idealizaciones que se alejan peligrosamente de la facticidad
de las negociaciones de un contrato, y en el caso de la obligación de
informar específicamente, resultan totalmente desaprensivas respecto de
los incentivos para producir información. Una alternativa más fructífera,
consiste en intentar cuadrar las exigencias de la buena fe con la natura-
leza adversarial de las negociaciones de un contrato, por una parte, y la
creación de incentivos para producir información, por la otra. Eso es lo
que he tratado de hacer aquí.
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