Experimentarlo Todo, Quedarse Con Lo Mejor - Carlos Cabarrús

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Experimentarlo todo y quedarse con lo mejor

-El discernimiento como camino creyente-

Carlos Rafael Cabarrús S,J.

Introducción
Lo complejo del tema
La Revista Frontera, me ha pedido escribir un artículo sobre “el discernimiento
como camino creyente”, que sería el que abre brecha para una serie de estudios sobre el
discernimiento y sus implicaciones 1. Esta es una presentación que pretende abrir esta
problemática en un marco interdisciplinar. Yo trataré de hacerlo, compartiendo contigo
pero suponiendo que te has escuchado internamente y que tienes alguna pericia en
captarte por dentro. Es decir, que el requisito para que no te aburra este artículo es que
te hayas animado a meterte en tu interioridad. Que te hayas aventurado, por otra parte, a
estar a solas, al desnudo frente al Dios que Jesús nos ha mostrado. Que sabes, sobre
todo, que ese Dios de Jesús puede hablarte al corazón, y te habla también y
primordialmente, desde la historia de dolor y resurrección que vive la humanidad. Más
aún, que cuando te habla es para darte fuerza para que colaboremos en que acaezca su
Reinado.

Discernimiento es una antigua palabra pero que trae problemas porque se vuelve
algo complejo y complicado a la hora de ponerlo en práctica. Fíjate que cuando uno oye
el verbo “discernir” a lo que tiende uno a referirse es a los procesos de cernir la harina,
de cernir la arena… Es decir, a pasar por un colador un material para que se queden ahí
las partes no valiosas de algo que sí se aprecia y de las cuales te puedes aprovechar.
Parece, entonces como que lo bueno, bueno, es lo que toca fondo… El discernimiento
supone entonces, algo como un “aparato” un instrumento, que separa, y que se queda
ahí lo que no vale, y lo mejor, en cambio, toca fondo. Sólo con esto se aprovecha lo
mejor.

La metáfora es fácil de comprenderla, pero cuando se aplica a realidades, sobre


todo de la interioridad, la cosa se lía. Cómo saber, en primer lugar, definir bien muchas
veces simplemente “lo que me pasa”. Vivo envuelto en un montón de pensamientos, de

1
Una de mis objeciones para aceptar escribir este artículo, además del poco tiempo que tenía, fue el
hecho de que creo que ya he escrito todo lo que sabía sobre el tema y que no creía que podría dar nada
nuevo. A la dirección de la revista no le pareció suficiente mi reparo. Dejo a quien lo lea, la libertad para
decidir si, a pesar de todo lo que le suene conocido, le ha servido para algo. Eso espero.
imágenes, de frases, de ideas, de recuerdos que no sé ordenar, ni sé por qué vienen, y
mucho menos ponderar si es bueno todo eso y – sobre todo- si sirve para algo. Pero esos
diálogos internos ahí están; ahí se quedan. ¿No te sucede a ti esto de tener cancioncitas,
palabras o frases que no te dejan en paz? ¿No has sentido ataques de celos, de envidias,
de rabias que no sabes ni qué hacer con ellas? ¿No has tenido, por el contrario,
momentos de paz y de gozo, que luego no sabes sacarles el jugo, y gozarte en ellos?
Esos diálogos internos atormentan y cansan. Esas voces positivas o sensaciones
agradables me pueden desestabilizar, porque no tengo costumbre de abrazarlas; o más
aún, no las permito porque “no toca” sentirse bien; porque los “deberías” nos hacen la
vida imposible. Somos muchas veces un rollo. Por eso una solución para acallarlos es
colocarme los audífonos y escuchar música o ruido que mientras más me absorba por el
ritmo o por las palabras, más me aleja de realidades interiores que no me gustan; que me
dominan, por decirlo así. Pero también muchas veces acallo desafíos y retos que retozan
en el corazón… Es que hemos ido perdiendo los posibles espacios de interioridad que sí
se me presentan en muchas ocasiones: al caminar por la calle al conducir el auto, al
estar simplemente esperando algo. Ahí se estaba ofreciendo todo lo interno –quizás mal
trabajado, y por eso atormenta- para poder ser elaborado y sanado… Sin embargo,
ahora quedo absorto en el ritmo y la música estridente o sutil, pero que me permite
evadirme de la verdad desnuda que no sé manejar; de mi más íntima verdad que no se
qué hacer con ella. Y eso es sólo saber qué me pasa… ponerle nombre. Yo supongo
que tú has sentido todo esto y podemos seguir adelante, ¿verdad?

Luego, un paso más, es poder darse cuenta de dónde viene eso que me anda
pasando en el interior, cuáles son los orígenes o las causalidades de esto que me
acontece. Ya sólo con ese ejercicio se gana mucha paz; se le ponen nombre a las cosas,
pero se encuentran las relaciones, las procedencias de todo ese material interno. Sucede,
además, que cosas que parecen buenas, que me provocan hasta gusto, al final me dejan
vacío, sin fuerza, sin aliento. ¡Mira por dónde! Entonces nos topamos con el problema
de que ¡no todo lo que me parece bueno, lo es! Me voy dando cuenta que hay cosas,
además que siendo buenas y saludables no me producen gozo al principio, pero sí al
final. ¡Esto sí que es un enredo! Detente un momento para recordarte de alguno de
estos enredos personales…

¡Y no te digo nada de cuando lo que toca es tomar decisiones! Las puramente


personales son difíciles de realizarlas, pero ahí quizás sólo está en juego mi propia vida.
Lo más duro es cuando tengo que tomar opciones que implican la vida de otras
personas o instituciones. Allí las voces internas suben de volumen y pueden
atormentarte más. Lo que pasa es que para poder hablar de discernimiento todo esto de
lo que te estoy hablando; todo eso que no está muy claro, se vuelve un obstáculo. Y no
te digo nada si además como es la perspectiva de este trabajo, te tengo que dar algunas
pistas para lo que sería, entonces, un discernimiento como camino creyente. Pero
vamos por partes.

Ante estas situaciones uno tiene tradicionalmente una serie de instrumentales


que podrían ayudar: las reglas, las normas, las disposiciones, las diversas formas de
moral… Pero muchas veces sentimos como que todo eso que está a nuestro alcance no
nos sirve, no va por ahí. Entonces se suele evocar una palabrita – medio mágica- que
también es complicada: la conciencia.

2
Capítulo primero
“La voz de la conciencia” quicio del discernimiento humano

Fíjate que lo primero que tenemos que hacer para hablar de la conciencia es un
poco “de- construir” el concepto, como se suele decir ahora. Se había identificado
mucho la palabra conciencia con las normas, con las leyes, con los llamados principios.
Se ha gastado la palabra por su mal uso. Entonces a veces alguien puede decir que tiene
que hacer tal o cual cosa porque “en conciencia” no lo puede realizar de otra manera. Y
allí se presta la palabrita para muchas ambigüedades, cuando menos. Y aquí es donde
conocernos a fondo ayuda mucho. La dificultad reside en que no sólo somos luz; sino
que hay mucho en mí, en ti, de sombras y oscuridades. Nuestro corazón tiene dos caras.
Ya con eso el asunto no es fácil. Hay una parte nuestra –lo sombrío y tenebroso- que
tiene que ver con nuestros traumas y heridas. Pero hay otra que está en relación a todo el
conjunto de potencialidades que cada quien tiene también en su corazón.

La parte vulnerada lo que te provoca son desánimos, a sentirse como en


abandono, con angustias, con ansiedad, como deprimida, sin impulsos. Y cuando todas
estas manifestaciones se presentan, se instalan, y se imponen, no es fácil escaparse de
ellas. Y quizás tú las quieres acallar. Quieres tapar tus vacíos internos. Todo ello es el
peso que produce en ti la herida, que proviene de las experiencias tempranas. Ya desde
el seno materno pueden comenzar a gestarse esos dolores, esos estímulos negativos y
también positivos que marcan nuestra existencia. Y es que lo que más golpea el corazón
infantil es que se le niegue su necesidad fundamental de que se le ame con amor
incondicional, es decir, no condicionado a ningún “si”…

Ese derecho puede ser aplastado de varias formas. Que no se acepte el embarazo
de la madre; cuando no están a gusto con el sexo de quien nace… cuando no se apuesta
por esa personita que está ya dando sus primeros pasos porque se le cortan las alas ante
cualquier iniciativa. Cuando se vive en zozobra; cuando no recibe la niña o el niño el
tacto adecuado; más aún, cuando se erotizan las caricias. Todavía peor cuando se
reciben castigo y golpes corporales. También se rompe el corazón y se hiere al
experimentar las peleas entre de los padres, las preferencias por los otros hermanos…

Tú podrías ir haciendo un recuento de cuántas cosas de estas señaladas, te


resuenan en tu interior. Pero lo más curioso es que aunque queremos acallar todas esas
realidades; se nos salen y quienes nos rodean se dan cuenta. Para alguien que tiene un
ojo avizor le es fácil captar los fenómenos que son los síntomas de tu herida. Lo que da
indicios de tu parte golpeada son: Tus compulsiones, las reacciones desproporcionadas,
el sentimiento de culpa malsana, la baja estima personal, las voces negativas que nos
repetimos; los “deberías” que nos atormentan, la postura corporal y en general un patrón
negativo de conducta. Pero no olvides que lo que genera todo esto es el trauma de no
haber sido una persona amada de manera incondicional. La experiencia del amor
condicionado provoca miedos de diversa índole que es lo que se quiere acallar por
medio de acciones inconscientes mecánicas: las compulsiones. Pero como te lo explico
en seguida, todo lo que compulsivamente evito, implacablemente se vuelve mi trampa y
ahí es donde sucumbo.

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1. Los miedos y compulsiones

Las compulsiones son actos repetitivos con lo que se intenta escapar de los
miedos. Las típicas expresiones compulsivas se desprenden de diversos miedos que
tuvieron que ver con la manera como se infringió la herida. Se vuelve, entonces, uno
perfeccionista para evitar ser condenado, aunque al final se para recibiendo de todas
maneras una condena porque es desesperante alguien extremadamente perfeccionista y
exigente al grado máximo. Otra compulsión consiste en ser extremadamente servicial,
para alejar el temor de no ser querido, querida, lo que provoca finalmente el rechazo de
las personas. La búsqueda del éxito y de la imagen desmedida –como actitud
compulsiva- pretende espantar el temor al fracaso; pero la imagen y los logros se
derrumban finalmente. Mostrarse compulsivamente como alguien súper especial, que
agota en sí mismo la especie, nace del temor a no ser comprendido a cabalidad, que
precisamente por eso nadie finalmente lo entiende. Otro género de compulsión es la de
acaparar conocimientos; de coleccionar cosas de manera incontrolable, para quitar los
temores de un vacío insaciable, pero finalmente se hunde en el vacío interno. Muchas
veces se da la compulsión de apegarse a la ley, al grupo, a la norma, a lo que está
ordenado, por temor al relego y abandono, y ese apego excesivo tiende a provocar un
rechazo y un tipo de “ex comunión”. Otra compulsión es buscar denodadamente lo
fácil, lo inmediato; el placer, para alejar el sufrimiento y el dolor, pero finalmente
sobreviene algo que, por su fuerza, rompe la bomba de cristal del bienestar. La
compulsión del poder, del dominio, es algo que, en el fondo, esconde siempre el miedo
a la debilidad, a mostrar el corazón y lo sensible. Finalmente, con todo, hay algo que
hace agua y se viene abajo la fortaleza aparente. Para otras personas la compulsión es la
de pretender lograr la concordia y la paz a toda costa para evitar el miedo al conflicto;
sin embargo, este no tomar soluciones y enfrentar los problemas genera situaciones así
mismo conflictivas.

Los ídolos que emanan de las compulsiones

Lo nocivo de las compulsiones es que desestabilizan personalmente y


desesperan a quienes están cerca. Y esto no se queda aquí. A nivel espiritual son las
compulsiones las que distorsionan fundamentalmente la imagen de Dios. ¡Y eso sí que
tiene mucho que ver con el tema que nos ocupa! Las compulsiones se proyectan y se
generan así los fetiches de Dios. Muchas veces no adoramos al Dios que Jesús nos fue
mostrando contra viento y marea, sino a imágenes distorsionadas, a dioses con
minúscula que siempre nos sangran, nos atormentan y ahogan.

El dios perfeccionista que sólo premia a quien muestra perfección; un dios que
exige siempre sacrificios y “sangre” – un poco a la manera del librito del Kempis, en
alguna de sus partes- El dios que se le pretende comprar por acciones y logros, con
quien se establece una relación mercantil: te doy tanto y me debes esto… Un dios
intimista y subjetivo que se construye a la medida de la propia “exclusividad” y sin
ninguna repercusión histórica. Dios –con minúscula- a quien se le pretende manipular
con conocimientos o fórmulas esotéricas –muy a tono con muchas presentaciones
“nueva era”-. Un dios que es únicamente juez por antonomasia cuyo principal campo
de supervisión es lo sexual. Un dios ídolo que sólo se expresa en placer y hedonismo. El

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ídolo del “todopoderoso única y exclusivamente”, que justifica el poder. El fetiche de la
Paz, sí, pero enajenante.

Muy vinculado a esta imagen falsa de Dios, está el fenómeno de la culpa


malsana, diferente a la experiencia de hacerse cargo de los actos. Por ella nos volvemos
incapaces de darnos el propio perdón y esto trae como consecuencia la dificultad para
comprender la gratuidad del amor humano, y ya en el plano espiritual, experimentar la
misericordia de Dios.

Como ves el camino hacia la posibilidad de creer necesita de muchas limpiezas


interiores y del mismo concepto de Dios…Todo lo que vamos tratando apunta a la
importancia no sólo de conocer nuestra parte golpeada, sino sobre todo a trabajarla,
drenando todo lo que las heridas te han dejado. Lo que tienes que vomitar –casi
realmente- es el dolor, la cólera y la culpa que te han dejado los maltratos –físicos y
morales- que recibiste. Una vez que lo has podido hacer, vas a experimentar un
descanso, una descarga que te va a dar la posibilidad de vivirte de otra manera; de que
tu cuerpo esté modificándose para tu propio bien. Y en ese momento, viene el que te
puedas ya ver y considerar de otro estilo; de una forma positiva.

2. La fuerza de la positividad y la energía

Te decía que nuestro corazón tiene dos caras. Todavía no te he hablado de la


positiva. Lo positivo tuyo lo puedes hacer presente de muchas maneras. Fíjate que son
en primer lugar, cualidades o fuerzas. Tendrás, seguro, muchas, lo importante de las
cualidades de las que te estoy hablando es que sean aquellas que las sientes, y no sólo
las sabes. Es decir que se te hacen incuestionables, por decirlo así, pero no “por decreto”
sino porque las experimentas y te hacen ir haciendo la vida. Para ello te puede ayudar
hacer una lista de las cosas que haces todos los días y traducir esas acciones en las
cualidades que suponen. También te puede ser útil ver la historia de tus victorias. Para
ello es importante recordar desde la infancia, acciones que fueron quizás ahora
insignificantes pero que en ese momento, para ti, fueron logros que te hicieron ser quien
eres. Si esos logros además redundaron no sólo en tu propio beneficio, sino que tuvieron
un fruto para otras personas, todavía son de más peso y trascendencia. Detrás de todas
esas victorias se encuentran cualidades incuestionables que son muy tuyas, que te
caracterizan. Otro camino para dejarte alumbrar por lo positivo es que te recuerdes de
momentos de grandes desafíos, de grandes pruebas. Analiza lo que en esos casos te sacó
del problema. Gózate de las energías propias que te han hecho vivir.

Las sombras

Las sombras son cualidades que tienes dormidas, y entonces las llevas como en
una embarcación como peso muerto. Las sombras son también cualidades que no sabes
armonizar e integrar y por esa razón, vives siempre como desgarrándote e inquieto. Las
sombras, son también provocadas por tus cualidades cualidades. Tus mejores
cualidades no sólo no integran otras sino que las obscurecen te empalagas por las más
fuertes y descuidas quizás otras de menor dimensión; también tienden a obscurecer a
otras personas, de ahí que tus buenas energías y fuerzas te provocan estática, cuando
menos, en el medio que te rodea.

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Pero no debes confundir las sombras con tu parte golpeada. Tienes que vomitar,
decíamos, tus heridas, sobre todo el dolor, la cólera y la culpa que ahí se originó. En
cambio las sombras tienes que descubrirlas, en primer lugar para luego integrarlas;
tragártelas, como si dijéramos.

Hay varios tipos de sombras. Están todas aquellas que las tienes por el mismo
hecho de ser persona. Tú, si eres joven, envejecerás. Si ya estás adulto, ves la muerte
como algo que te produce cierta ansiedad. Las enfermedades es algo que producen
cuando menos malestar… A esto le llamo yo sombras metafísicas. No tienen nada que
ver con tu parte golpeada, pero si no trabajas ambas cosas por separado, se te juntan y te
provocan además de momentos difíciles, una confusión.

Por otro lado están todas las sombras que tienen que ver con tu cuerpo. Aceptar
tu tamaño, tu condición física, la falta de belleza física… eso es molesto y complicado.
Máxime si lo unes a tus heridas. Pero acá lo que toca, como en la anterior es digerir las
cosas y sacarles algún provecho. Esta es la táctica con las sombras.

Estarían también las sombras que tiene que ver con la condición social,
económica. Las sombras que provienen por el hecho de pertenecer a minorías raciales,
étnicas, religiosas… Está sobre todo la sombra con la que puedes vivir tu ser mujer, en
un mundo regido por el machismo. Así también la sombra de tu orientación sexual que
quizás es de las cosas que menos digieren las sociedades sobre todo menos
desarrolladas. Con todo ello, lo que se debe hacer es reconocerlas, ver la ventaja que
pueden ofrecerte y sacarle partido.

Muchas veces al haber integrado estas partes, se convierten en parte de tu pozo,


engrosan ese cúmulo de energías. Porque en la metáfora que suelo usar, nuestras fuerzas
y cualidades forman un pozo donde, como en la metáfora, hay aguas más ensuciadas, y
por otra parte, aguas más limpias, hasta toparte, al fondo, con lo que alimenta a todo ese
pozo que es tu manantial.

2.1 El manantial

Justamente detrás de esas fuerzas positivas, como algo de donde ellas emanan,
está la fuente, el manantial. Ese manantial está formado por unas cuantas cualidades
pero que te identifican ineludiblemente – por ejemplo, si no te las dicen, las echas en
falta- ; está constituido por todo lo que te ha hecho vivir, todo lo que te defiende. El
manantial lo forman las fuerzas internas que, desde tu infancia, te han ayudado a ir
teniendo pequeños-grandes logros que son la causa de todo lo que ahora tienes de
hermosura interna, de amabilidad, de deseos de ser cada vez más integrado e íntegro.

A ese pequeño haz de cualidades, a ese puñado de energías juntas, es a lo que


llamo el “manantial”. Tienes, sin duda, otras fuerzas y dimensiones positivas, pero en
los momentos más duros se te pueden obscurecer, y por tanto, no te sacan del
atolladero; no te rescatan. De las pujanzas del pozo, puedes aprovecharte en un
momento tranquilo pero no en las emergencias y en los casos de desastres, ruinas o
cataclismos, humanos o sociales. A ese conjunto más grande y general de cualidades lo
denomino el “pozo”. Por eso escribí un libro para irte trabajando en todas esas

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cualidades, y para limpiar y restañar tu herida, que se llama “Crecer bebiendo del propio
pozo”.

El manantial alimenta ese pozo. El manantial es una riqueza increíble.


Encontrarlo es básico para aprender a vivir en plenitud; desde tus energías vitales.
Ahora bien, para lo que nos ocupa del discernimiento, es precisamente en este manantial
donde encontramos unos regalos que son de suma importancia. El manantial ofrece tres
gracias especiales. En primer lugar la propia identidad. La segunda gracia es la
conciencia; la última es el Agua Viva, que es Dios.

El regalo de la identidad

El manantial es lo que me dice más profunda y genuinamente quién soy y lo que


soy. Por eso hay que hacer el trabajo de su búsqueda, porque al encontrar ese ojo de
agua, descubro la identidad más honda, la que me define y me hace diferente de las
demás personas. Imaginemos que lo que a mí me ha sacado y retornado a la vida o a la
paz, en los momentos más difíciles, sean cuatro cosas. Por ejemplo, el deseo de vivir, el
amor a ciertas personas concretas, el deseo de defender el nombre de Dios y el ponerme
siempre en sus manos de misericordia. Esas cuatro cosas -otros manantiales podrían
estar formados por dos o por cinco, pero siempre son pocas, en la metáfora que estamos
empleando- me presentan frente a otras personas, me generan identidad, me hacen
saber defender lo que verdaderamente es vital para mi.

Ahora bien, pero esa identidad, si la examino más, si ahondo en ella misma, me
revela otra serie de cualidades que le podemos llamar “atributos” –para distinguirlas de
las meras cualidades-, que todo lo que tiene vida los posee; que no sólo los tengo yo,
sino los tienen todos los seres vivientes y máxime los seres humanos. Todo lo que es,
decía antes la filosofía, por el mismo hecho de ser, es digno de ser amado y capaz de
amar. Entonces al escudriñar mi manantial se me regala también algo que no es sólo
mío, sino algo que siendo muy mío me identifica con lo que tiene vida: digno de que me
quieran, y capaz de querer. Esto era el “bonum” en latín. Esto me fortifica la identidad,
pero me abre a una identidad con mis semejantes y seres vivientes. Es decir esta
búsqueda tiene como terminal de la ruta, el principio de solidaridad.

Por la solidaridad nos podemos sentir que lo que le pasa a mi semejante es a mí


–finalmente- a quien también me pasa. Este ser un cuerpo sólido en la raza humana,
sólidos con la naturaleza es algo que actualmente se puede apreciar gracias a la crisis
medioambiental y fomentar el valor de la solidaridad. El destino de la humanidad
pende del destino de la tierra. Las acciones de los humanos arriesgan o rescatan la tierra
como lugar común o la hunden perdiéndonos todos y todas.

Al seguir buscando más en el manantial, puedo encontrar con otro atributo: por
el mismo hecho de ser, tengo capacidad de estar integrado, de no estar “hecho trizas” –
el “unum”-. En mi mismo cuerpo puedo ver cómo el organismo está preparado para
restituirse –por ejemplo con las heridas de la piel donde rápidamente brota la costra
para restaurar la epidermis rota- . En los mismos metales, está también el principio de
resiliencia. Es decir que aquí está la posibilidad de la vivir la exigencia de trabajarte, de
no claudicar; y de invitar a otras personas a hacer lo mismo. Aquí también está la fuerza

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para unir nuestros corazones y brazos y convertir este des- orden del mundo en una “eu-
topía”, es decir, en un bello lugar, en una humanidad humanizada.

Por el mismo hecho de ser viviente tengo un llamado a la honestidad –el verum-
de la escolástica. Lo curioso es que pudiera ser que no me sienta en la superficie,
suficientemente una persona honesta; con todo, hay en mí la posibilidad –las fuerzas
necesarias- para serlo. Esa honestidad básica de todo lo humano, la experimento cuando
en un camino de curvas quiero rebasar a un vehículo grande, y acelero y adelanto,
cuando el conductor del camión de carga me hace la señal de que rebase; lo hago
confiando en la honestidad básica de la humanidad. Finalmente estos tres atributos que
me identifican con la humanidad y en su orden con otros seres vivos, si los veo juntos,
es lo que me da la belleza profunda –el pulcrum-.

Mis cualidades- manantial me proporcionan mi profunda identidad; pero ahí


encuentro también otras fuerzas que me hermanan con mis semejantes, con los animales
y aun con el universo entero. Yo soy yo, pero sólo lo soy si me siento hermano y
hermana de las demás personas, y en íntima vinculación con la naturaleza. Es decir, la
identidad comprendida de esta manera nos enlaza y nos enrumba a una auto- identidad
ecológica, de raíz.

La riqueza de la conciencia: ser sensor del corazón

Las cualidades- manantial, comienzan a darme elementos de discernimiento


meramente humano, porque se vuelven el criterio primario –sobre todo lo que me da
identidad más honda- para saber si algo que tengo que elegir o tomar, me da vida o me
trae muerte. Precisamente porque conozco mi identidad ya estoy en capacidad de
discernir a nivel humano. Este fenómeno tiene una semblanza auditiva; es la voz de mi
ser –es la música de mi manantial-, que siempre está creciendo, desarrollándose. Esta
voz es lo que profundamente identificamos como la conciencia. La conciencia, por tanto
es la voz de mi ser- en crecimiento, que me hace poder discernir la vida, para optar por
ella, y erradicar la muerte. Vida y muerte que no sólo es la propia sino también la de
mis semejantes y la de la Tierra.

En ese sentido la conciencia es una voz orientadora de la acción humana. No es


lo mismo que las normas, las leyes, los principios. Es el sonido del agua del manantial.
Resuena de una manera cuando algo ayuda; se vuelve estridente cuando de lo que se
trata es de muerte. Una metáfora que me gusta mucho es la que utilizan los mayas
cakchiqueles de Guatemala, al nombrar la conciencia como “bastón del corazón”. La
conciencia es entonces como un sensor que ayuda a caminar en oscuridad. Es una
prolongación del corazón que discrimina los caminos, pone en alerta o alienta a la calma
y la tranquilidad. La conciencia es el pivote del discernimiento humano.

Ahora bien, esta conciencia es un sensor pero que esta ciego. Es como navegar
entre nubes oscuras, con un piloto automático. Se necesita afinar este detector para que
el camino sea más confiable y seguro. Es decir, a la conciencia –sensor del corazón, o
voz del manantial- hay que trabajarla.

Un primer trabajo es dejar que ésta emerja. No darla por supuesto ni mucho
menos. No es evidente por tanto, que alguien posea la conciencia. Aquí radicaría el

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trabajo pedagógico más serio, más pertinente de un valor agregado a lo que
comúnmente se hace en las instituciones educativas. El surgimiento de la conciencia es
por tanto, no algo automático sino fruto de una labor delicada, acuciosa, de limpieza de
todo las consecuencias de una herida no sanada, y del hecho de haber encontrado el ojo
de agua, por el cual se está dispuesto a venderlo todo, como en la parábola de la Perla en
el Evangelio.

La conciencia se vuelve en el valor- eje, en el emblema del ser humano. Por la


conciencia, la racionalidad se vierte sobre sí misma; no sólo comprende otras cosas sino
se comprende en lo más íntimo, y descubre su verdad. En el lenguaje moral se considera
a la conciencia como algo inalienable, que no se puede ni cambiar, ni alterar, ni ceder.

Un segundo trabajo es la formación de esta conciencia. La conciencia se forma


a base de experiencias sobre los valores más generales. El tema de los valores es algo de
lo que se discute mucho en la actualidad. Si, por ejemplo es que se puede hablar de
algunos valores que sean universales, o más bien lo que uno descubre son los intereses
que existen en postular unos u otros valores. Lo que sí está claro es que con la sola
conciencia el individuo está bastante desprovisto; requiere de nortes. Esto como
requiere más explicación y pertinencia al tema que nos ocupa, le damos un tratamiento
más particular.

3. Hacia una definición operativa del valor

Sin querer entrar en una discusión de corte más filosófico axiológico, lo que te
ofrezco es partir de una definición “operativa” que nos ayude a entendernos en la tarea
de “formarnos” en estos valores. Tomando del mundo económico entendemos por valor
algo que le ponemos precio; que nos parece, a nivel intelectual, que nos suena; que nos
atrae y gusta, a nivel de la sensibilidad. Este sería el rasgo inicial de algo que tomemos
como valor.

Un segundo rasgo de este concepto operativo, es que estamos proponiendo


entender como valor, lo que ayuda al propio crecimiento, a ser más tú; que te nutre,
alimenta y fortalece tu profunda identidad. De ahí lo importante de comenzar por lo del
manantial y los regalos que éste nos ofrece… La contraparte de ello, es que lo que
destruye tu ser psicológico, tu salud, tu vida –aunque te agrade- no lo estamos
considerando como valor.

Muy ligado a esto, está el tercer rasgo de que si algo es valor no vale sólo para ti,
para mí, sino para todos nuestros semejantes y para la misma vida de la tierra. De
nuevo estamos aludiendo al regalo de la identidad del que ya te hable; de esa identidad
con nuestra mismísima realidad pero también con la de todo viviente y de la naturaleza.
La actual situación climática, el deterioro causado por el sistema imperante que se rige
únicamente por la productividad, sin tener en cuenta las necesidades y el estado de los
recursos de la tierra, nos puede concitar a que tengamos que tener en cuenta nuestra
responsabilidad como seres humanos. A que entiendas que lo que te guste y te atrae no
puede ir en contra de las consecuencias de lo que estás procurando. Esto nos lleva a
señalar el aspecto colectivo del valor. Sólo lo es, si toma en cuenta el bienestar del
género humano y de la tierra.

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Un cuarto rasgo es que para hablar de valor, suponemos que es algo que no se
queda en una frase, en un eslogan, sino que ya ha entrado a formar parte de tu
interioridad, de tu inconsciente. Es una cosa que ya pertenece, por decirlo así, a tu
“disco duro”. Pero para que situaciones humanas entren así en lo más profundo tuyo
tiene que lograrse de dos maneras. Por una parte por medio de experiencias
significativas –de lo cual te hablaré más tarde- y por otra, lo logrado en esas
experiencias, debe llevar a una serie de acciones, de actos, que poco a poco generan
hábitos y actitudes…. Así se va introduciendo en el inconsciente y seguro que podrás,
en tus sueños, encontrar sus rastros.

Todo ello para llegar, en un quinto rasgo, a lo más dirimente de lo que


entendemos por valor. El valor es algo por lo que estarías en la disposición de arriesgar
cosas importantes, y esto, bueno, ¡hasta la misma vida!, y también no siendo tan
dramáticos, estar en la disponibilidad de renunciar a bienes legítimos en beneficio de
ese valor.

El sexto elemento es tener claro que sólo es valor si se actúa. Si nunca has
realizado algo de lo que tú llamas tus valores, es evidente que no los vives. Si te fijas
bien, la fundamentación de los valores está en los Derechos de la Humanidad, pero la
presentación que te propongo está desde la perspectiva de los deberes nuestros para
con la humanidad, en primer lugar, y desde ahí la conquista de los derechos. Desde los
valores se deben, por tanto hacer traducciones hacia las diversas éticas y hacia el
compromiso para hacer la tierra morada de habitantes en dignidad, justicia, tolerancia y
solidaridad.

3.1. Cómo hacer atractivos los valores

Todavía no te he expuesto de qué valores estamos hablando. Pero te puedes


imaginar que no te van a ser tan a simple vista llamativos y “seductores”. No son
propiamente material que llenara nuestras pantallas televisivas ni de muchos sitios de
Internet. Como podrás intuir dentro de ellos estará algo que tenga que ver con la
dignidad de la vida; con el cuidado de la tierra. En ese sentido, el respeto hacia las
demás personas, la justicia y la solidaridad, deberán ser ejes... Por ahí van.

De allí que la clave para formar en valores es vincularlos a ciertas dimensiones


que puedes detectar y encontrar en la manera de ser de las personas. Son ciertos
dinamismos que han acompañado los procesos humanos de todos los tiempos y desde el
mismo comienzo de lo que llamamos civilización.

En todos los ámbitos, lo más típico de quienes somos personas es que


procuramos la felicidad. Muchas veces, a toda costa. Pegado a esta búsqueda, está el
deseo de ser amada, amado, y de amar. Por otra parte, desde muy temprano en la
prehistoria, en las personas humanas se ha encontrado la capacidad de conocer, como
algo específico. Muy ligada a ella, se dio la habilidad para transformar. De alguna
manera el impulso que llevaba al conocimiento y a la transformación ha sido siempre
un impulso a buscar, a comprender, a querer solucionar los problemas. El último
dinamismo sería el que en el ser humano existe la necesidad de hacerse preguntas
fundamentales: todo lo que tiene que ver con el sentido de la existencia, del dolor, de la
muerte; de la misma vida. Para los que tenemos un caminar creyente, la pregunta de

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Dios quizás no es la más difícil sino la justificación de Dios en un mundo sufriente y
desigual…

La habilidad de quien acompaña personas, sobre todo en la juventud, reside en


ayudar a que se vivan eso que llamamos los valores, ligándolos a esas dimensiones
vitales: encontrar la felicidad, encontrar el amor, conocer, transformar y buscar siempre;
todo ello frente a la pregunta sobre el sentido de las cosas y de la persona misma. Como
ya te dije, para formar en esos valores es preciso tener experiencias que te impliquen y
te toquen, pero para que peguen en tu corazón es necesario que se amarren a esos
impulsos de toda persona humana.

3.2. La importancia de las experiencias significativas vividas con método.

Los valores no son algo que se aprende en un aula. Hay espacios que
tradicionalmente estaban considerados como “cuna” de valores. La familia, por mucho
tiempo, fungía como eso. Cada vez es menor el papel, debido a muchos factores, entre
otros, a la falta de presencia de los padres en el día- día, de los hijos e hijas. Espacio
muy determinante en la formación es el papel de los amigos y amigas en la juventud.
Para bien o para mal, influyen de manera fuerte. Ahora bien, si se trata de valores, las
instituciones religiosas, o educativas en general, podrían aportar espacios inspiradores
para esos valores. Déjame que ya te enuncie, por lo menos, lo que nos parecen los
valores más universales, humanos y de trascendencia: La dignidad de la persona y de la
tierra, la tolerancia, la justicia y la solidaridad.

Lo curioso es que para formarse en esos valores, la mayoría de las veces se tiene
que hacer experimentando lo que produce el contra- valor. Así pues, la dignidad de la
persona humana, se capta mejor en las condiciones infra- humanas a que sometemos a
más de la mitad de la población de la tierra; la dignidad de la tierra se comprenderá con
los daños que se le están causando precisamente por no respetar sus procesos. La falta
de tolerancia, es decir, el racismo, el etno- centrismo, el sexismo, el machismo y los
fanatismos políticos y religiosos con todo lo que implican y a lo que llevan, puede ser
un “lugar” para experimentar el valor de la tolerancia, como ingrediente fundamental de
la convivencia humana. Esto es muy parecido con lo que puede ocurrir con la justicia.
Viviendo situaciones de injusticia se puede apreciar lo que sería vivir en un ambiente
justo.

Quizás es la solidaridad, el único valor que puede aprenderse desde lo positivo,


es decir, saboreando la belleza y el regalo que recibes cuando eres persona solidaria…

Esas experiencias axiológicas, no se miden necesariamente por el tiempo, sino


por la densidad de esas experiencias. Para lograr esa densidad, tienen que ofrecerse con
una metodología muy concreta. Un primer momento sería algún tipo de inducción a lo
que se va a vivir; brindando todos los datos para que pueda comprenderse a cabalidad lo
que se va a experimentar. También es capital poder ofrecer un marco interpretativo
previo de todos los elementos. No descuidar dimensiones a cuestionarse y a explicar lo
que se quiere experimentar. Por ejemplo, nunca descuidar los aspectos subjetivos de
quienes están viviendo los espacios que se van a experimentar.

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Además, considerar cómo todo en la vida humana es estructura. Por eso sólo si
se capta esa estructura se puede incidir en ello. No hay que olvidar, sin embargo, que las
estructuras sociales son fluidas y no estáticas. Dentro del análisis es muy importante que
quienes vayan a hacer la experiencia se percaten con que ideología van y qué
ideologías se encuentran. En ese sentido no puede desdeñarse el que capten todo desde
la perspectiva femenina y ecológica. Dado que estamos en un contexto donde para ti lo
cristiano es significativo, no sería despreciable ver la fuerza que tiene el aspecto de la fe
en las personas que viven las experiencias. Estos aspectos se tienen que cubrir, pero
también haciendo lo mismo con quienes están en el proceso de vivir las experiencias.
Todo ello para generar a la corta o a la larga una acción que si es humana, por
definición debería ser una acción transformadora.

Un segundo momento es la experiencia misma. Debe de acompañarse con algún


sistema de monitoreo, donde esos datos, análisis previos, y cuestionamientos, se vayan
realizando, criticando, añadiendo… Donde constantemente también se estén cotejando
todas las vivencias interiores. Aquí vinculándolas con las cuatro dimensiones humanas
de las que te hable no hace mucho.

El tercer momento es el de la evaluación- síntesis. Es el momento de hacer una


repetición en clave de reconsideración de dónde se fue encontrando más consolación
humana en la experiencia; porque eso hay que potenciarlo. Como también dónde se
dieron mayores desolaciones que son la otra cara de las resistencias y los desafíos. Al
terminar se debe hacer una honda reflexión y síntesis que no puede prescindir de la
sistematización en clave de los valores. Con esa síntesis intelectual, subjetiva y de fe,
se puede hacer una presentación donde quien ha hecho la experiencia, se adueñe y
defienda lo que ha conocido.

Fíjate la necesidad imperativa de poder contar, por tanto, con ese tipo de
experiencias para poder formar con los valores más universales, para poder, entonces
hablar, en cristiano de hacer un camino creyente…

3.3. Formación en un clima de anti- valores, ahí está el reto.

Lo que nunca puedes olvidar es que todo lo que hemos dicho, es justo lo
contrario de lo que “el mundo este”, como diría el evangelista Juan, nos propone. Las
dimensiones o anclas humanas se tergiversan y se adulteran por el consumismo, el
erotismo y el individualismo. El poder de este des- orden establecido reside
precisamente en presentarlo desde la felicidad descartable y “Express”, desde la
atracción por los componentes descomprometidos del amor humano, centrándose en el
placer y el erotismo vinculado al individualismo y la fantasía. Desde la violencia como
clima natural. Se vive en un ambiente de la impunidad, del delito en todas sus formas.
Hay constantemente, como tú bien lo sabes, un conjunto de imaginarios sociales y
culturales que fomentan los antivalores.

Vivir desde los valores es algo que lógicamente no se puede imaginar que se
haga de manera masiva y en totalidad. Lo que sí es que en la medida en que más
personas nos acerquemos a vivir los postulados de los valores, como valor –según los
rasgos que te expuse- el mundo podría ser un poco más viable. Son precisamente esos
valores los que pueden iluminar, inspirar e institucionalizar –por decirlo de alguna

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manera- formas de convivencia humanas elementales, con su cuerpo de normativos y
legislaciones que los hagan viable, y con sanciones claras y educativas. Todo ello para ir
cambiando las culturas imperantes (injusticias, erotismo, consumismo, violencia,
individualismo, destrucción de la tierra) en culturas de respeto a los derechos humanos
y de la tierra, en culturas inclusivas, cultura de paz y dialogo, cultura de honestidad de
responsabilidad ciudadana, y de solidaridad y ecología.

Ahora bien, los valores se forman en base a experiencias que provoquen esos
valores universales. Sin embargo, la formación no queda ahí. Con ellos debe irse
bajando como en cascada a los valores más específicos, los de la propia nación, los de
la identidad étnica o racial, los de las diversas cosmovisiones religiosas; los de la
familia. Por ejemplo, es necesario generar una conciencia ciudadana; donde se incluya
la perspectiva de nación en un mundo que tira hacia la globalización no saludable. Los
valores deben iluminar no sólo las legislaciones de una convivencia humana sino
también todos los factores que creen identidad en los diversos estamentos.

3.4. Los énfasis de los valores de los que estamos hablando

Te decía que el primero de los valores lo presentamos doble: La persona es el


valor, y la tierra es el necesario valor para que se de la vida.. La dignidad da la vida se
expresa en lo inalienable del ser humano, por una parte y en su condición de libertad,
como emblema. La apuesta por el restablecimiento y cuidado de la bio- diversidad es
insoslayable.

El segundo es la Tolerancia, cuya fuerza etimológica reside precisamente en la


capacidad de retomar lo del otro que es diferente pero que lo transformo en riqueza
personal y social, es la base de todo. La metáfora de la tierra que necesita de la bio-
diversidad para que no se pierdan las especies de la flora y de la fauna -con el papel que
cada uno de ellas tiene para que haya vida- es algo que sirve de telón de fondo
explicativo.

El tercer valor es la justicia. La preocupación del bien de todas las personas; la


defensa de no “cada quien lo suyo”, únicamente, sino también y principalmente que
cada quien pueda tener de acuerdo a sus necesidades. Esto va a suponer, obviamente,
un Estado de derecho, leyes, y el fomento de aspectos vitales en la convivencia como la
honestidad, el pago de impuestos, entre otras cosas.

El cuarto valor es la solidaridad, que nos recuerda que somos todas y todos –tú
y yo- partes de un solo y gran cuerpo compacto. Algunos miembros muchas veces
están padeciendo de sufrimientos y dolores inhumanos. Allí el llamado a la salvación de
quien está en desventaja, es recordarte también que en quien está en esas situaciones te
encuentras también tú; me encuentro yo. Que lo que le pasa a mis hermanas y hermanos
en el mundo es como si me estuviera pasando a mí. Pero eso sólo se puede catar cuando
has llegado a expresar esa solidaridad con un gesto de tu cuerpo que tiene dos
momentos: vas a entregar algo, pero ahí te comienzas a entregar, tus brazos van
abriéndose. Todo ello para que se de el segundo momento de la solidaridad. Cuando
te animas a abrazar al herido en las cunetas de la historia, éste te devuelve el abrazo
apretado, con lágrimas de dolor y de agradecimiento, que te cautiva y regresas con
mucha más riqueza de la que creíste que dabas.

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Ahora bien, estos valores están presentados a partir de los “deberes” que
tenemos y eso constituye los “derechos” de los demás. Estos valores deben traducirse
en principios éticos en los diversos campos. De aquí debe surgir una ética política,
económica, social, sexual. Todos estos códigos éticos deben estar apoyados, tal y
como presentamos los valores, surgidos desde la fuerza del manantial, desde la
identidad más personal, pero también en estrecha relación con las demás personas y la
naturaleza. Estas fuerzas deben llevar finalmente todos ellos, a un compromiso político
para hacer más viable la humanidad y la tierra, donde la solidaridad deba reinar por
excelencia.

3.5. La dificultad de reconocer los valores más universales: su ideologización

En el mundo actual, sobre todo en las naciones con poder sobre los destinos de
las realidades globales de pobreza, se suele escuchar argumentos sobre la casi
imposibilidad de hablar de valores universales. Todo está en discusión, en este sentido.
Por otra parte, en los foros internacionales –no sin muchas luchas, discusiones y
relativizaciones- sí se postulan ciertos principios generales por los que nos debemos
regir las personas humanas en las relaciones entre nosotras y nosotros y con la
naturaleza.

Todo lo que vamos diciendo sobre la fuerza de los valores, no lo podemos hacer
con ingenuidad; como si hablar de valores fuera evidente en sí mismo. Pensadores
serios ponen en tela de juicio la posibilidad de valores universales. Paradójicamente al
mismo tiempo, en la actualidad, ha comenzando un auge de la necesidad de valores,
ante “la crisis de los valores antiguos”. Recuerda, sin embargo que toda época ha
puesto en cuestión los valores antiguos intentando postular unos nuevos que
justificaran a los detentadores del poder. Y es que tienes que darte cuenta que con
supuestos valores se ha justificado cualquier cosa, hasta las situaciones más aberrantes:
se han bendecido guerras de conquista, se han mandado a la hoguera a los disidentes
sean estos por razones de fe o de supuesta lealtad a las naciones.

En nuestros días, lo habrás visto, los debates de las campañas electorales en


todos los países, sacan a relucir la mentada crisis de los valores. Los ataques entre los
contendientes tienen mucho que ver con comportamientos morales –sobre todo en lo
sexual o religioso; en ámbitos privados- con una moral puritana y farisea muchas veces.
La moralización de la vida pública es algo cada vez más llamativa… Es decir, nos
movemos en este tema entre una falta de las dimensiones básicas para sobrevivir como
humanos –que es lo que constituye para nosotros la base del valor- , y un interés, por
otra parte, de esgrimir una gama y una lista de un sin número de supuestos valores que
suelen ser muy conservadores: patria, orden, autoridad, seguridad. En el fondo son
bastiones del des- orden del mundo. Aun el mismo concepto de familia suele postularse
como lo primero y básico, pero muchas veces detrás hay intereses en mantener
situaciones de poder, donde el machismo no puede dejarse a un lado.

Hay que poner siempre en tela de juicio lo que está detrás de ciertos catálogos
de “valores”, por tanto. Es decir que formar en valores se hace en un clima de anti-
valores y con conjunto de falsos valores que tienen detrás el ansia de detentar un poder
en cualquier ámbito.

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La presentación de estos valores que yo te propongo nacen de un extractar las
diversas generaciones de derechos humanos, que tenderían en principio a establecer una
convivencia más humana entre las personas y con la tierra. Es decir, de los derechos
fundamentales de la humanidad extraemos lo que sería un valor. Derechos, que
además, como se sabe, costaron muchas luchas para ser aceptados precisamente por la
defensa no de “valores” sino de los intereses de los diversos países representados en los
foros mundiales.

De ahí que postulemos básicamente cuatro y toda otra serie de valores más
específicos, la invitamos a ser colocada dentro de esos cuatro valores básicos. Hay que
tener cuidado de la proliferación de supuestos valores. Muchas veces se contraponen. La
presentación compendiada que te ofrezco, quiere estar cimentada en los Derechos
Universales, y las especificaciones más concretas de esos cuatro fundamentales,
pueden ser asumidas en ellos. No podemos olvidar que frente a cada derecho, surge un
deber.

Sin embargo, la intención de hacer la presentación en clave de valores en vez


de derechos, es que, con las dimensiones que te he presentado de lo constitutivo de un
valor, se pueden asimilar mejor a la vida personal y colectiva de la humanidad.

Los valores tal y como te los presento están redactados en clave de “deberes” y
no tanto en clave de derechos. Los deberes bien vividos generaran la posibilidad de
derechos para quienes siempre han quedado en la exclusión. Es un recurso que creo
válido aunque pudiera parecer que puede ser torcido y que finalmente se cae en la
trampa de elevar a valor lo que “nos interesa” –y el nosotros tendría que ver con el
poder y el dinero- De ahí la necesidad de un discernimiento humano y político continuo,
en torno a ellos.

Formar en valores, en el fondo es intentar que la vida de los salmones fuera la


gran metáfora para por lo menos núcleos significativos de la humanidad. El salmón
nace en manantiales pequeños, y comienza su vida recorriendo kilómetros en los mares
y océanos. Cuando quieren, con todo, engendrar y procrear, nadan de vuelta – a veces
hasta cinco mil kilómetros- remontan los ríos, riachuelos hasta llegar a su manantial de
origen. Allí engendran y en esa tarea mueren. Formar en valores es pensar que algunos
de nosotros, -sobre todo los que somos cristianos y cristianas estemos dispuestos a
nadar en contra corriente para ser fieles a lo que nos da identidad profunda. Es una
buena imagen del caminar creyente, que como verás necesita del discernimiento para
encontrar lo que da vida, viviendo en fidelidad al propio ser, a las personas, y a los
designios que Dios tiene para todas y todos; para que cuidemos de nuestra casa común
y la hagamos morada digna para futuras generaciones.

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3.6. ¿Qué tiene que ver todo esto con el discernimiento?

Creo que resumiendo lo dicho diríamos que para discernir humanamente es


necesario tener una conciencia formada, donde elegimos con el telón de fondo de los
cuatro valores fundamentales. En este proceso es importante –si es que se quiere llamar
discernimiento- que haya personas y realidades que confronten lo que me parece que
debo realizar o debemos llevar a cabo, como grupo. En síntesis esto sería el
discernimiento humano, que tiene que ser un hábito, y una actitud. Es decir, que se va
logrando por repetición de actos hasta que se graba en el inconsciente.

Esta forma de discernir desde el manantial, nos acostumbra a elegir –que eso es
discernir- desde la vida, para dar vida. En eso se sintetiza el discernimiento humano.
Claro está que por tanto, sólo lo que me haga engrandecer y defender la dignidad de la
persona y de la tierra; lo que me haga tener tolerancia para con otros modos de ser y
pensar, lo que me haga procurar que se satisfagan las necesidades de las personas en
más penurias económicas y sociales, dándole a cada quien según sus carencias; todo lo
que promueva la solidaridad en definitiva, es lo bueno. Esta actitud me hace que yo
pondere y cate las realidades; probando y examinándolo todo, pero quedándonos con lo
mejor. Eso mejor, como te he repetido muchas veces, es lo que potencia la vida, la vida
común, la vida de la tierra.

Nuestro propósito, sin embargo, es entrar en el discernimiento cristiano, que en


primer lugar supone una habilidad en el discernimiento humano. Con la conciencia –
fruto del manantial- y estos cuatro valores –en donde puedes ir enlazando otros de la
misma clase y sabor (como honestidad con justicia, austeridad, limpieza y orden con lo
ecológico, respeto a su cuerpo con la dignidad humana, la capacidad de dialogar, con
tolerancia etc.) se te está dando la posibilidad de aprender a discernir situaciones
meramente humanas.

El mismo hecho de ir discerniendo te puede facilitar otro camino hacia la


apropiación de los valores, y a que aprendas a vivir de acuerdo a lo más íntimo tuyo,
que también es mío, que es nuestro, para hacer el gran trabajo de humanizar la
humanidad, fruto de ese discernimiento básico.

Lo que sí debes comprender es que para que establezcas un proceso cristiano


firme, con el eje del discernimiento, no lo puedes hacer si olvidas que el discernimiento
en clave del Espíritu presupone una persona que sigue a Jesús a partir de su propio
crecimiento humano. Al final del proceso de desarrollo humano experimentas, como te
lo dije al comienzo, el manantial, y en él por una parte el regalo de la conciencia, y el
Agua Viva que es Dios mismo en tu intimidad. Si se continúa el proceso a nivel de la
conciencia se llega a vivir una experiencia de compromiso, en la línea de los valores
humanos, pero sobre todo en asumir la tarea de humanizar la humanidad.

En esa experiencia, con todo, podrás cosechar fundamentalmente dos cosas,


además de la propia de trabajar por construir un mundo más solidario. En primer lugar
que estando codo con codo con las personas pobres y sus luchas, en ese ambiente tus
propias heridas se terminan de curar, porque reciben un toque de realismo. Sí tú has
podido sufrir mucho, pero no se puede comparar el dolor tuyo –con muchos apoyos y
medios- a los de personas que además de sufrir hambres, desamparos, injusticias tienen

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que lidiar con sus problemas subjetivos; pero es que además estando ahí en sus hogares
y sus batallas, ellos con su cariño solidario te lo ofrecen y entonces, se vuelven el Siervo
de Yahve, en cuyas heridas somos sanadas y sanados. Esto te lleva a tu parte humana,
la limpia más, la nutre y la sana.

Pero, por otro lado, si estás con el corazón alerta, sabiendo que Dios está en lo
más hondo tuyo, pero que sobre todo está en quienes sufren, puedes encaminar tu
oración para pedirle con humildad al Señor, verlo en el rostro de quienes han sido
machacados por la injusticia. En algún momento el Señor te mostrará ahí su cara y te
sonreirá con la sonrisa de los pobres; y te bendecirá con su mano. Entonces la
experiencia política se convertirá en experiencia mística.

Pero si, en tu proceso optas por profundizar al Agua Viva, además de conocerlo,
de dialogar con El, de escucharlo; además de irlo encontrando en los caminos con
diversos rostros y gestos, al final del proceso recibirías dos cosas también, primero
sentirte plenamente amada, amado con amor incondicional –que es lo que cambia de
raíz tus problemas, acalla tus ansias y te hace libre- con lo cual también tu proceso
humano se complementa, pero también, que ese don del amor incondicional debe
provocar una postura agradecida y colaborar en la construcción del Reinado de Dios, es
decir, enseñarte a hacer política con los que no tienen el poder; desde el sin poder.

Como ves, cada elemento de este tríptico (el proceso humano, el espiritual y el
del compromiso) se suponen, se intercambian, se enriquecen y se remandan uno al otro.
Por eso prácticamente podemos comenzar donde estamos y de ahí y recorriendo estas
partes del tríptico que forman un solo conjunto.

En estas páginas anteriores te había dicho que el manantial te daba tres regalos;
la identidad profunda (que me hace yo en lo más hondo pero me descubre en relación
intrínseca con todo ser viviente), por otra parte, la conciencia que me lleva a vivir la
solidaridad en plenitud y conocimiento, pero el tercero de los regalos sólo te lo he
insinuado: recibir al Agua Viva que es Dios en lo más íntimo de nuestra identidad. Pero
este es propiamente entrar ya en el capítulo siguiente. El Agua viva puede, con todo
ensuciarse, volverse turbia, o confundirse. De ahí, que para la vida espiritual el
discernimiento es su joya más lucida y el norte más preciso.

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Capítulo segundo
El discernimiento cristiano

Con todo lo anteriormente dicho ya tenemos bastantes cosas para comprender


mejor lo que será el discernimiento pero ya no sólo humano, sino fieles a la fuerza
espiritual. En el discernimiento humano el vértice y eje es la conciencia formada,
cotejando lo que hay que cribar, con los valores humanos. Pero esto supone tener este
discernimiento como un hábito que me ayuda a vivir mejor mi existencia, la tuya, la de
todos, con lucidez y compromiso.

1. Valores humanos y valores cristianos

Como preludio para pasar a lo cristiano, te diría, que en primer lugar debías
retomar los valores humanos y ver cuánto y cómo se potencializan y enriquecen desde
la gracia cristiana. Propiamente hablando no habría cómo asemejar los valores
humanos y cristianos por la sencilla razón de que lo cristiano implica ya la gracia de
Dios para vivir su invitación, mientras que en los valores humanos sí que pones de tu
parte y luchas por vivirlos en virtud de experiencias pertinentes. En cristiano esos
valores son más bien desafíos que Dios nos propone para vivir con más “gracia”, con
más sabor, con más ritmo, lo meramente humano.

Déjame explicártelo un poquito jugando con cada valor. El valor primero


humano es la dignidad de la persona y de la tierra. Esto se relaciona, pero llevado al
máximo, con el desafío de ser hijas e hijos de Dios. Lo cual, en principio eleva la
supuesta dignidad humana. Pero en cristiano la “elevación” –contrario al pensamiento
nuestro- es para servir mejor y no para enaltecerse. Ser hijos e hijas de Dios, supone,
sobre todo, que tienes que tratar a todos como tus verdaderas hermanas y hermanos,
por igual, con los mismos derechos y deberes. No hay hijas legítimas e hijos bastardos
acá; Este desafío te hace ver a la tierra no con la tentación de la “nueva era” de afirmar
que la tierra es Dios, sino en la profunda visión mística cristiana que en todas las cosas
encuentra al Señor y máxime en la belleza de la Creación. Todo es su reflejo y ahí
podemos encontrarlo de manera resplandeciente.

A la tolerancia –como valor humano- lo cristiano la desafía ofreciéndote el que


tengas la misericordia de padre- madre como la tiene Dios. Esto nos hace pasar de
considerar a quien tengo al lado, como hermana y hermano; a verlos como si yo fuera la
madre de ellas y ellos. ¡Esto cambia radicalmente el modo de las relaciones! Pero sobre
todo, el desafío me invita a que vea principal y radicalmente a Dios desde su
misericordia, como el Dios “enteramente” bueno.

Si la justicia atendía en su mejor momento a cada quien según sus necesidades,


el desafío del Reinado de Dios, te coloca en un dinamismo que no se percibe desde un
solo ángulo, sino desde la complejidad y la interrelación: dignidad, libertad justicia,
equidad, ecología, bio- diversidad natural y cultural, solidaridad, en definitiva. Todo
ello, desde el supuesto que el reinado es para toda la humanidad y que por eso tenemos
que colaborar con entusiasmo y pasión, pero que sobre todo es deseo y proyecto “de”
Dios. Comienza acá en la tierra -no es algo de ultratumba- y terminará misteriosamente
en el seno de Dios trinidad y Santa Familia.

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El valor humano de la solidaridad reunía muchas cosas de los tres primeros. En
el desafío cristiano, la solidaridad pasa desde ver en el otro a mi hermano, y ahí verme
a mi mismo, a la realidad -gratuita y no obtenida con esfuerzos nuestros- de ver en
quien sufre al mismo Señor sufriendo en la humanidad. En el ámbito puramente
humano en la solidaridad se “calaba” a la persona. En lo espiritual, la solidaridad, es el
único criterio que examina el Señor y con el cual nos juzga. Es criterio para recibir la
salvación.

Los valores humanos vividos desde los desafíos de Jesús y con su gracia, son un
magnífico camino para captar el movimiento de Dios. En el discernimiento espiritual
habrá que cambiar algunos registros importantes. La conciencia ya no es el quicio,
serán las mociones de Dios, que interpelan a mi conciencia. En lo humano tenemos los
anti- valores como el lugar donde se tiene que dar la lucha. En cristiano, serán también
el clima del antivalor, pero que no está afuera de nosotros, en las pantallas o en la
televisión, sino dentro de ti misma, dentro de ti mismo.

2. Las primeras batallas espirituales

Una vez aclarado esto, lo primero por hacer –y en el campo espiritual- es librar
dos batallas que son fuertes. La primera, derribar los fetiches y los ídolos que tendemos
a crear y los percibimos en nuestros imaginarios culturales. Y muy ligado a esto, la
erradicación de la culpa malsana.

2.1 Derribar el fetiche para que se instale el Dios de Jesús

Déjame explicarte un poco esto. El primer obstáculo en la vida espiritual es la


confusión que se da porque has heredado falsas imágenes de Dios. Estas falsas
imágenes están enraizadas en tu propia estructura psicológica, pero también, te decía en
el ambiente social y religioso. La primera y gran lucha de Jesús fue defender el rostro
de su Padre, frente a las adulteraciones que había recibido en la cultura judía. Por eso
una tarea muy importante es tener claro dónde están tus fetiches, para luego minar su
fuerza y extirparlos.

Y esto de los fetiches tiene mucho que ver con todo nuestro entramado psíquico
negativo, especialmente con nuestra parte golpeada, nuestras heridas que nos provocan
miedos fundamentales, que luego al querer ser acallados, de manera inconscientes se
crean los ídolos. Relee si quieres lo que te puse al comienzo sobre el origen de tus
heridas, tus miedos, y tus compulsiones y cómo todo eso te provocó una imagen
distorsionada de Dios.

Estos fetiches se gestan en la propia experiencia humana golpeada, pero además,


toman fuerza por movimientos o instituciones religiosas, sociales y políticas que
enarbolan la causa de esos ídolos. La imagen de un dios perfeccionista es impulsada
por movimientos religiosos actuales que tienen mucho poder; la imagen de un dios que
demanda muchos sacrificios y sangre, en definitiva, lo ha sustentado sobre todo en
algunas regiones de influencia celtíbera, la llamada religiosidad popular. La imagen
mercantilista de dios –siempre en minúscula- la ha provocado por ejemplo un mal
entendimiento de las indulgencias. Las imágenes intimistas y a- históricas de dios, se
ven provocadas muchas veces por el fenómeno de las sectas que desvinculan a la

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persona de todo compromiso por cambiar el rostro a la tierra y a la humanidad. La
imagen de un ídolo al que se le puede controlar por medio de esoterismos de antaño y
de ahora, se ve presente en muchas prácticas de la nueva era. La imagen de un dios
minúsculo pero juez absolutamente todopoderoso – y sobre todo como veremos en lo
sexual- lo ha provocado hasta la saciedad las morales sexuales católicas. Por otra parte,
la imagen de un dios abuelo facilitón, pueden emanar de movimientos donde sólo se
aplaude y festeja que ya estamos en posesión de la gloria y no queda sino alabar. La
imagen –tal vez la más adulterada del rostro de Dios- es su vinculación malévola con
el poder haciendo de éste la forma privilegiada de expresar su esencia. Y de esto
tenemos todos los templos del mundo que lo simbolizan como toda las liturgias
cargadas de representaciones de enaltecimientos y símbolos de dominio. La imagen
mentirosa de un dios que aprueba el orden perverso de este mundo y de la falsa paz, está
impregnada en todo género de alianzas entre iglesia y poder donde por principio las
iglesias debieran mantener el orden establecido.

Cuando una persona está siendo introducida a la vida espiritual, muchas veces
está cargando con esos fetiches ante quienes se inclina, se hinca y se rinde. Trabajando
la herida los fetiches pierden, hemos dicho, su fuerza. Pero se necesita socavarlos desde
otro punto.

2.2. Liberarse de la culpa malsana

Al hablar de las heridas tenemos un componente aún muy serio. No sólo me ha


quedado el golpe mismo, y los miedos y compulsiones, sino que de todo eso nefasto que
me pasó, yo me echo la culpa. Ahora te explico más. Cuando tú eras niña o niño, tus
padres –o figuras parentales- lo eran todo para ti. Si ellos te rechazaban o no te
querían, el silogismo oculto que los niños hacen es que si siendo sus padres buenos, si
es que me han dado algún sufrimiento debe ser porque yo soy el culpable. Máxime
cuando puedes recordar alguna frase o palabras que llenan perfectamente con el
supuesto ese: “no te pareces a tus hermanos”, eres morenita; eres el gordito… que va a
tener mucho que ver con tu herida. Este recuerdo grabado en tu cuerpo se actualiza
fundamentalmente de dos maneras. Una es cuando tu hieres por donde te han herido –
por ejemplo si te traicionaron, tú sueles traicionar, sobre todo a quienes están más
cercanos- porque eso te recuerda la escena del crimen. O también, cuando haces algo
en el presente que provoca que se te haga lo que te pasó de niña. Digamos que a ti te
abandonaron de tierna edad, y luego en una excursión por descuido te quedas
comprando algo y el grupo se marcha… Eso te cuesta mucho perdonártelo. Ahí se hace
presente entonces la culpa malsana.

Pero por qué la denomino malsana; ¿es que hay otra que sí es sana? Pues sí. La
sana, tiene un dinamismo muy positivo: reconoces el mal que has hecho, lo objetivas y
luego te arrepientes y quieres reparar el mal infringido. Eso humaniza. Por el contrario,
la culpa malsana tiene una dinámica tremendamente narcisista pero en negativo. Te
crees una persona mala de raíz, alguien imperdonable. Entonces te quedas atorada en
un remordimiento, que tiene mucho de morderse, de no perdonarse y quedarse en
hundimiento vital.

Ahora bien, si esta culpa malsana está muy viva –porque no has trabajado tu
parte humana y tienes muchas reacciones desproporcionadas, se junta perversamente

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con las falsas imágenes de Dios, generando ahí un binomio fatídico: Yo que no me
perdono y me torturo, y un dios que me castiga, me juzga, quiere que sufra. Ya te
podrás imaginar cómo se comunican fuerza ambos fenómenos y cómo es esto el gran
obstáculo para comenzar una vida espiritual sana.

Pero lo que es todavía peor, sobre todo en personas maduras y más, es que a la
culpa malsana se le agrega una culpa sexual que se enraíza en el corazón nuestro para
desvirtuar la bondad de Dios. Siempre volviendo a la infancia, tanto el niño como la
niña tienen relaciones cercanas y con experiencias sexuales gratificantes con el
progenitor del sexo opuesto. Esto es lo que en la escuela freudiana clásica se denomina
el complejo de Edipo. Sin entrar en muchas especulaciones sobre esta teoría, tenemos
la experiencia verificada muchas veces, de que en la edad temprana se experimentan
ciertas sensaciones genitales que los niños empiezan por sí mismos a considerar por lo
menos como inapropiadas –porque vemos que no lo aprueban los padres, o personas
mayores- o frustrantes porque, aunque por ejemplo, el varoncito se sienta dueño de la
madre, a la hora de la hora es expulsado de la habitación de los padres, pese a su
malestar…

A todo ello debe añadirse los discursos moralizantes sobre el cuerpo, las
exploraciones genitales lógicas pero mal vistas, -con frecuencia pero sobre todo
anteriormente- por los adultos y adultas. Todo ello además se refuerza en la escuela, en
la iglesia, particularmente. Es decir, que si hay contenidos religiosos en la formación de
las personitas en crecimiento, se va gestando paulatinamente una imagen de un dios –
perverso- que de manera obsesiva se fija únicamente en el comportamiento genital,
donde –se decía- que en lo referente a la genitalidad todo era de materia grave.

Todo esto corrobora con creces lo que hemos venido repitiendo, que mientras no
se haga un trabajo de depuración de los golpes emocionales y sus consecuencias en la
vida adulta, es, por lo menos, peligroso adentrarse en la vida espiritual; máxime intentar
entrar en un discernimiento cristiano. Es que terminamos adorando ídolos,
martirizándonos, sintiendo que dios -¡con minúscula, claro!- no nos perdona, o por lo
menos que no siento que me perdona. O, si no, que no nos quiere como a las demás
personas. Es decir, que gesto una espiritualidad que rinde culto al fetiche o fetiches,
impulsado por la culpa malsana.

2.3. El trabajo que se requiere

Para poder trabajar tanto la culpa malsana como los fetiches de Dios, lo que debe
hacerse en primer lugar es drenar la herida expulsando el dolor, la rabia y la culpa. Eso
hará que la herida comience a sanar y pierdan su peso los miedos, las compulsiones, los
fetiches y la culpa malsana.

Además, con todo, habrá que abrirse a nivel intelectual a una imagen de Dios
tal como nos la legara Jesús, un Jesús cuyos rasgos por otra parte, estén en consonancia
con la exégesis actual. Hay muchos libros que te pueden ayudar a toparte con el Jesús
Histórico y luego de ello a saltar al Cristo de la fe. Al recomponer intelectualmente la
figura de Jesucristo –Jesús el Mesías- va a darse gracias a lo que El predicó y vivió, una

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renovada imagen de ese Dios por quien Jesús denodadamente luchó; por ese Dios y su
Proyecto del Reino.

Con ese drenaje y con un acopio saludable de material cristológico se debe ir


teniendo experiencias de oración al modo como Jesús nos enseñó. Es decir se parte
necesariamente de momentos explícitos de oración. Se necesita un cierto entrenamiento
si quieres acceder al discernimiento.

2.4. El camino de la oración de Jesús

No toda oración es la más típica de Jesús, ni toda oración tampoco tiene igual
relevancia si es que estamos hablando del discernimiento como camino creyente. Hay
varias formas de oración, personal, comunitaria, litúrgica. Para este camino hacia el
discernimiento creemos que la oración que nos ayuda es la personal con las mismas
características que tuvo la oración en la experiencia de Jesús, como aparece en el
evangelio.

Un primer rasgo es que la oración de Jesús era a solas, larga, en clima de


desierto. Se pasaba la noche en oración. La razón para que tú y yo tengamos que hacer
un tiempo de oración que sobrepase una media hora es que de ordinario tenemos a la
“loca de casa” que decía Sta. Teresa, desatada. Máxime ahora que nos mantenemos
escuchando todo género de músicas y aparatos de sonido. Hay que saber acallar las
voces externas y sobre todo las internas. Para eso sí que ayudan los métodos orientales
que nos invitan a respirar profundo con el abdomen, que nos enseñan técnicas de
concentración y relajamiento. Pero eso sí, sólo para eso; y hasta ahí. Y lo típico suyo es
que se estaba a solas con su Padre.

¿Por qué razones? Porque como veremos ya en el campo de la oración, en lo


que toca a lo espiritual como personas no podemos nada. Así lo dijo paladinamente
Jesús: sin mí no pueden hacer nada. Y hasta para pronunciar el nombre de Jesús
tenemos necesidad del impulso de la Rúah, de la Espíritu. De manera que la
experiencia básica de la oración cristiana es que en los tiempos de oración sucede lo
que Dios quiere. Es El quien me orienta, me lleva, me enfatiza, me insinúa… Mi
papel es de dejarme llevar por su Espíritu y defenderme también de los engaños del
Mentiroso y padre de la mentira, del engañador, del espíritu del mal.

Otro rasgo de la oración de Jesús es que era fundamentalmente de petición. Más


aún, cuando los discípulos –que ya se sentían grupo, y en ese tiempo cada grupo tenía
su forma de orar- le pidieron que les enseñara a orar, Jesús les regaló el Padrenuestro
que es una oración sencilla pero montada sobre peticiones básicas y trascendentes. Lo
que se pide gira en torno al Reinado de Dios y su advenimiento. Habla sobre cosas que
son sencillas pero fundamentales, como la comida. Tiene un Dios misericordioso en el
horizonte que evita que caigamos en el mal y la tentación. Es decir, es una oración de
petición pero muy realista. Tremendamente conciente de en qué mundo nos movemos.
Entonces, preguntarás tal vez tú, ¿y la oración de alabanza? Quizás la alabanza más
profunda es reconocer que no podemos nada y que pedir lo que a El le gusta es la
alabanza más pulida. De ahí que la petición sea lo más fundamental. Luego te explico
cómo profundizar más en esto. Me lo recuerdas, si no.

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Otro rasgo de la oración de Jesús es que El no se explica sin el fenómeno de la
encarnación. A Dios sólo lo encontramos a través del cuerpo de Jesús y con nuestro
cuerpo. La oración es algo, por tanto, que no sólo la debo hacer con mi pensamiento o a
lo más con la boca y cantando, sino que con todas las partes de este compañero de
camino que es el propio cuerpo; no somos ángeles ni ideas abstractas sino carne. Jesús
se hizo cuerpo con toda sus debilidades y enfermedades y además cargó con ese cuerpo
–Sarx, en griego- toda nuestra dolida humanidad. Sólo a través de ese cuerpo de la
humanidad, sólo gracias a nuestro propio cuerpo; sólo, finalmente porque El se hizo
cuerpo y está en los cuerpos de todos pero sobre todo de quienes sufren, es que es
posible la comunicación con Dios.

La experiencia orante de Jesús tiene en el evangelio varios pasajes. Hay unos


que son paradigmáticos: la oración larguísima en el desierto, donde aprendió a solas –
como después lo haría Ignacio- a discernir. La oración en el momento de angustia,
como en el Huerto –donde insistía con la frase que no tenga que pasar por esto, pero que
se haga lo que tú quieras. Por último y la más desgarradora de las oraciones, la oración
de súplica desesperada en la cruz: Padre por qué me has abandonado, y con el resto de
las siete palabras de la cruz. Es esta manera típica suya la que debe servirnos de
criterio para discernir, en primer lugar, el tipo de oración adecuada para estar en su
seguimiento.

2.5. Cultivo de las tres fuentes del camino creyente

Además de haber limpiado el fetiche, de haberse librado de la culpa malsana, y


de tener una experiencia de oración a la manera de Jesús, si quieres aprender a discernir
como camino creyente, tienes que tener muy claro los lugares privilegiados del
encuentro con El. Sin lugar a dudas, desde la misma experiencia del manantial, donde
además de la propia identidad, de la conciencia te puedes encontrar con el Agua Viva
que es Dios en tu yo profundo, en cristiano, no se sube a encontrarse con Dios en las
alturas, sino que se baja a los infiernos de este mundo para encontrarse con el hijo de
Dios en el sufrimiento de las personas humanas.

El discernimiento como camino creyente supone ese lugar privilegiado de


toparse con Jesús entre la gente pobre y desamparada, en quien anda sin medios para
vestirse, en quien padece hambre o cualquier necesidad. Muchas veces creemos que se
encuentra al Señor en la oración si necesidad de haberlo buscado en la realidad. Es este
para mí el fallo principal en la vida de oración, y un camino creyente robusto.

De allí que el sello distintivo e imborrable de un tipo de vida espiritual a la


manera de Jesús deba ser el proceso experiencial de encontrarse como personas libres
sanas y deseosas de vivir, habiendo curado sus heridas y viviendo desde la plenitud –
momento psicológico básico- con lo más íntimo de la propia intimidad y descubrir dos
posibilidades. Esto ya te lo señalé, pero déjame que lo refresquemos.

Por una parte dejarse llevar por la conciencia emergida y formada para, en
definitiva, ejercer la solidaridad –momento histórico y político- y, por otro lado, el ser
llevado por la fuerza de Dios y toparse con un Dios Madre- Padre que te va a demostrar
un amor incondicional que curará finalmente todas tus heridas y tus dolores. Pero un
Dios que te comunica la invitación de colaborar con la Trinidad a redimir este mundo

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y hacerlo pasar de inhumano a humano; de tierra desertificada y arrasada a casa y vergel
común –momento espiritual discernido-.

Y, en esta actividad volver a encontrar material para continuar el proceso de


sanación íntima en contacto con el dolor de la humanidad donde está el Siervo de
Yahvé. Esta es la revelación más desafiante de Dios y el regalo más grande que te
generará la pasión más fuerte para dejarte cambiar y ayudar a cambiar el mundo, puesto
que en sus llagas somos sanadas y sanados.

Con este sello queda claro que a Jesús lo encontramos en nuestro ser más hondo
–porque ya estamos con El, desde el bautismo- pero que también lo encuentro en la
acción histórica de humanizar la humanidad, como el cordero degollado pero de pie, en
cuyas llagas encuentro la salud. Obviamente lo encuentro en la oración como presencia
suya que hace que nuestro corazón arda, se apasione, y quiera seguirlo definitivamente.

Por tanto si no tenemos algo de experiencia no sólo en la oración, sino también


en la acción histórica, como también en la propia intimidad, no tenemos el caudal
humano necesario para emprender el camino creyente. Tenemos, entonces, que ir
haciendo como un entramado de experiencias psicológicas liberadoras, de acciones
transformadoras, y de presencia de Jesús en el corazón, para realmente tener los
elementos necesarios para la iniciación de este camino creyente.

2.6. El discernimiento, como camino creyente

Con todos estos supuestos básicos ya estamos, por fin, en condiciones de


aprender a discernir desde la fuerza de la Espíritu. Ahora bien, tienes que limpiar,
quizás la idea de lo que es el discernimiento. Seguramente muchas personas van a decir
que discernir es captar la voluntad de Dios en cada momento de la vida. Es como saber
de memoria el número telefónico del móvil de Dios para preguntarle en cada momento
qué hacer.

Yo creo que discernir no es eso. Tampoco es suponer que lo encuentro –


indiscriminadamente, es decir, sin discernimiento- en la obediencia. Discernir me gusta
decir a mí –no se qué te parezca- es como una danza con Dios. Yo titulé un libro mío
así: la Danza de los íntimos deseos. En el discernimiento no voy a encontrar
únicamente lo que Dios quiere de mí, sino primeramente aclararme con lo que de
verdad deseo y con eso así ya definido, poder danzar con los deseos de Dios. Creo que
esta imagen es tal vez más atractiva que el imperativo cuasi kantiano de hacer lo que
Dios quiere porque ya me lo ha revelado así y no queda más remedio.

Pero de nuevo captar mis íntimos deseos y no mis compulsiones, mis “deberías”,
mis órdenes internas… En los íntimos deseos puedo encontrar cualidades de mi
manantial. Ignacio de Loyola nos legó un aprecio muy grande por los deseos porque
los encontró como una fuerza increíble. En los deseos encuentro como un resorte hacia
lo que creo que no podría alcanzar y sin embargo me siento impulsado. Comparándolos
con el pánico, en esa sensación tengo mucho miedo pero además el pánico me
inmoviliza. En el deseo siento atracción y me lanza a obtener el objeto de mis deseos.
Por eso discernir, digo yo, es un baile entre mis deseos –atracciones profundas y
fuerzas internas- con los deseos de Dios – con lo que le gusta y por lo que se la juega-.

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Ahora bien, este descubrir deseos tiene mucho que ver con experiencias
comparativas. Ignacio en su lecho de convaleciente comenzó así su discernimiento;
más aún; diseñó de toda una metodología espiritual. Unos pensamientos suscitaban en
él deseos por una dama de mucha alcurnia. Después de un tiempo en ellos le venía un
vacío interno. Comparando la alegría profunda con la que quedaba con los deseos de
imitar a los santos amigos de Dios en el servicio suyo, descubría lo que verdaderamente
quería. De ahí, entenderás, por qué razones intitulé este articulo como “experimentarlo
todo y quedarse con lo mejor” -glosando un poco a la frase paulina-. ¿Crees que vas
amarrando ya un poco todo de lo que hemos hablado?

2.7. Los actores de este camino

De ordinario se entiende que el discernimiento es buscar la voluntad de Dios,


descuidando un poco encontrar mis hondos deseos para que engranen en los deseos del
Señor. Pero quizás lo que en la práctica es más común es que descuidemos el elemento
de la acción del mal del mundo. De ahí que toque desmenuzar lo mejor y sucintamente
posible esto de los tres actores.

2.6.1. La Trinidad como actor

Aquí parece que te estuviera complicando el asunto. Te hablé de tres actores y


ahora resulta que uno de ellos se nos despliega en tres. Pero Dios no es un ente
solitario, el Dios que nos ha mostrado Jesús es una comunidad, es una unidad perfecta
en la perfecta diversidad. Esto sólo se puede aceptar por fe. Con la cabeza no nos da
para comprenderlo. Ni intentes comprender cómo puede ser esto. Sin embargo, si has
tenido la experiencia de buscar en tu interior al Dios ahí presente, eso que decía
Agustín, como lo más profundo de nuestra intimidad, quizás podrías encontrar un
camino para hablar de que sí, tú, has experimentado de que Dios es trinitario porque
hay huellas de esa Trinidad en tu propio ser. Si somos criaturas hechas a imagen de
Dios y si por la fe hemos oído que Dios es trinidad, tenemos que haber saboreado ya en
nuestro ser profundo los rasgos de cada una de las personas. Nos habrá dejado huella.
En nosotros habrá, por tanto, algo de Dios como Padre, algo de Dios como Madre; algo
de Dios como hermano y compañero. Con esta sugerencia yo te insinúo que veas en tus
mismas fuerzas, en tus mismas cualidades qué y cómo reflejas cada una de las tres
personas de la Trinidad. Pero antes voy a darte algunos rasgos para que cotejes con lo
tuyo.

La Rúah, la Espiritu- Madre y su fuerza engendradora de vida

En la revelación y el primer testamento hay muchas insinuaciones de la Rúah,


pero no es sino hasta en el segundo testamento cuando Jesús nos la va revelando con
más precisión. Antes que nada es sumamente importante que comprendamos que en las
lenguas semíticas Rúah es una palabra con género femenino. Es decir que cuando Jesús
pronuncia esa palabra se refiere a esa persona de la Trinidad pero en femenino, como
madre. Como que el camino en que se ha develado el ser de Dios ha sido contra-
natura, por así decirlo. En todos los restos arqueológicos neolíticos en Europa, como
también en América, la vinculación con la experiencia de Dios fue siempre como madre
engendradora, protectora. El testimonio de la Biblia, por el contrario, dado que está

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escrito en un contexto predominantemente patriarcal y machista, está concebido desde
la experiencia de Dios como Padre fundamentalmente.

Jesús rompió mucho de las falsas imágenes de su Dios; nos fue dando poco a
poco, por decirlo así, el secreto de que Dios es Padre pero sobre todo madre –que dijera
Juan Pablo I- hasta que en la cruz nos la entregó claramente, con su último suspiro –
rúah- , frente a María la madre ahora también de Juan y luego madre de la naciente
iglesia. De ahí la estrecha relación entre la Rúah y María.

Pero no sólo la palabra denota un ser femenino, sino también mucho de su


simbología: ave que empolla la creación en la presentación del Génesis, agua, sangre,
entrañas y riñones maternales, que aparecen tantas veces en la descripción del ser único
como Yahvé padre… No podía darse más en ese momento. No fue sino después de que
Jesús partiera, que ha comenzado más diáfanamente el tiempo de la Espíritu.

Lo interesante es conocer sus rasgos para encontrarla como resonancia en


nuestro interior. La primera acción de la Espíritu es precisamente recobrar la belleza
ordenada –el Cosmos- del Caos primigenio después de la primera gran explosión…
Esa belleza que genera la creación, la cuida, y la hace bella es una actividad netamente
femenina. Lo que ahora llamaríamos la preocupación ecológica. Y esa preocupación en
la práctica está ligada en la mayoría de los casos a las mujeres quienes parecen tener
más sensibilidad para ello.

Otro rasgo muy importante en la Biblia es la Profecía. Ahí esa Espíritu toma
hombres -y también mujeres- y los posee para llenarlos de ella y así denunciar la
ruptura de la Alianza y para anunciar cómo debe ser su cumplimiento. También la
Sabiduría en el fondo es aprender a saborear los gustos del Padre, que han quedado
plasmados en textos emblemáticos de Isaías, de Amos, por ejemplo.

Ya en el segundo Testamento la Espíritu colabora en el momento de engendrar a


Jesús, luego en la escena del Bautismo es donde de manera escénica se muestra la
Trinidad: la Espíritu posándose sobre Jesús para darle su identidad, y la voz del Padre
que lo declara el bienamado Hijo. Luego la Espíritu conforta por medio del ángel a
Jesús en el momento de la tentación. Nuevamente lo conforta en el huerto de los olivos.
Pero es en la cruz donde hay la manifestación mayor de la Espíritu. Es allí donde Jesús
la Entrega y la relaciona estrechamente con María -el Icono excelso de la Espíritu-…

La resurrección de ese hijo muy amado, masacrado por los injustos y por un
sistema invasor, es obra de la Espíritu como lo señala Pablo. Por último en Pentecostés
es la revelación total, es la ausencia de miedo en donde está en forma de llamas de
fuego, en identificación con María y generando la Iglesia.

Alguien que entre en este camino creyente del discernimiento debe encontrar
cómo ya en su interior hay algo parecido a estos rasgos. Su huella debe estar ahí. Quizás
algún rasgo es más notorio en algunas personas, en otras, otros… pero ahí está ya su
impronta. Quien, por otra parte, quiera ponerse en su onda, debe por lo menos “desear
desear” como invita Ignacio a ese tipo de acciones.

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El Padre misericordioso

Así como de la Espíritu hay todos esos rasgos, también del Padre enteramente
bueno, hay ya muchos signos en el Primer Testamento pero sobre todo en lo que de El
nos reveló Jesús. Lo interesante es que esos rasgos socavan de raíz a los fetiches y los
ídolos. Porque Jesús nos vino a liberar de todo lo que nos ata precisamente con una
imagen nueva pero genuina de lo que El experimentaba en el íntimo contacto con el
Abba. Y fíjate la palabra que escoge. No se refiere a los circunloquios típicos judíos
para hablar de Dios sino le llama de una manera tierna y muy cercana, por lo cual
escandalizaba a sus contemporáneos.

Jesús frente a los fetiches perfeccionistas y condenadores, nos muestra un Abbá


que nos ama con una alegre misericordia. Ahí el ejemplo más detonante es el hijo
pródigo, en donde desde un altozano acerca con su vista la llegada del hijo, a quien no
le reprocha nada sino lo trata con más dignidad y detalles que al hermano mayor. Eso
escandaliza, porque lo que quiere dejar claro la parábola es que lo que es más
representativo de Dios es la gozosa compasión.

Frente al fetiche que se complace en los sacrificios, en la sangre, en lo que


cuesta; el Dios que Jesús nos va mostrando es el del amor incondicional. Te quiere por
lo que eres, no por lo que haces. Más aún, el escándalo –así lo manifiesta Pablo- es que
nos ha querido cuando hemos sido más pecadores.

Frente a un fetiche a quien se le compra; el Dios de Jesús es el del amor


gratuito. Se nos da y da sin esperar nada nuestro. Esto no quiere decir que entonces no
hay nada que hacer; hay muchos desafíos pero nada de nuestras acciones lo compra,
porque es gratuito su amor. Lo que hagamos es sólo una muestra de que de tanto bien
recibido solo nos queda hacer otro tanto.

Frente al fetiche intimista y a-histórico, el Dios que Jesús nos mostró está
siempre ligado a su proyecto: su reinado, que es algo que debe acontecer y comenzar en
la tierra y culminar en su seno en un futuro que no nos pertenece. Frente a un fetiche
muy a la usanza de la Nueva Era, en donde priva el esoterismo, ocultismo y
manipulación de Dios, el Dios que Jesús defiende a capa y espada sólo pone un
requisito: reconocer la pobreza nuestra –máxime cuando se es pobre en la realidad- y
reconocer nuestra condición de personas pecadoras.

De cara a un deformación de la imagen de su Abba, como solamente juez


implacable y sobre todo en lo sexual genital, el Dios que Jesús nos regala es alguien que
apuesta totalmente por nuestra libertad, que no la constriñe; más aún, es lo que más
respeta.

El ídolo del hedonismo y de lo fácil y descomprometido, se quiebra cuando


Jesús nos explica que si el grano de trigo no muere y cae en la tierra no es fecundo; es
decir, que la muerte con sentido lleva a la resurrección.

Frente a una imagen desvirtuada y malévola de amalgamar a Dios con el poder,


a quien nos revela Jesús es a su Abba que primero pone vida en esta Tierra tan pequeña
en comparación con el universo, y que ahí opta por darnos a su Hijo para que se encarne
como uno de tantos; todavía más, dentro de la escala de los pobres de la tierra.

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El fetiche que santifica y consagra el status quo, se quiebra con el Dios que Jesús
nos muestra como alguien que apuesta por generar esperanza que es la más activa de
las fuerzas cristianas, aunque no lo reconocemos así con frecuencia.

Aquí también es importante que reconozcas, si es que te has trabajado


internamente, que ese Dios ya habita por la fe en nuestros corazones. Fíjate que imagen
es la que más te cura, te salva más, te potencia y es para ti la noticia más buena que te
pueden dar. Ese rasgo es para ti.

Jesús como el hijo y el amigo entrañable.

Quizás lo que atrae más de Jesús el papel que le da a la misericordia y cómo la


hace vida en si mismo; es tremendamente tierno. Fíjate cómo es con los niños, con los
enfermos. ¿No te gozas con la sencillez y hondura de muchas de sus metáforas?
También gusta su honestidad frente a la vida y a las situaciones. No se deja sobornar
por nada. Es capaz de cantarle las verdades a los poderosos. Se calla cuando lo
presionan para hablar, y cuando se expresa deja a los oyentes siempre desafiados.
¿Dónde te desafía más Jesús?

Jesús es realmente un hombre libre frente a las mismas ataduras de su cultura,


bendice, o maldice, cuando lo cree oportuno. Me encanta que no se casa con nada. Lo
que más me sorprende es cómo también me escandaliza. Mientras Jesús te escandalice
en algo, es signo de que te estás topando con él realmente, porque no se deja manipular
nunca. De Jesús seguro que te agradará la delicadeza con las mujeres a quienes da de
ordinario un trato totalmente diferente a lo que regían las normas religiosas y sociales.

Creo que te llamará mucho la atención el trato a las personas pecadoras. Quien
es pobre y se reconoce persona pecadora encuentra en Jesús el compañero y el amigo
fiel; un defensor. Allí encuentro un consuelo enorme.

Lo que se le nota a Jesús es un amor muy tierno con su Padre y con su proyecto
y a eso le es totalmente fiel, a pesar de todo. También es misterioso cómo nos va
presentando a su Espíritu Madre poco a poco hasta dejárnosla como madre también
nuestra. En eso se nota una ternura especial; como cuando nos la entregó –en realidad y
en símbolo- en la cruz.

De Jesús impresiona que articule muy bien rasgos contradictorios que en él se


armonizan aunque en los momentos precisos alguno de ellos toma prioridad. Me
impacta que Jesús deja ciertos legados y memoriales que juzga importantes, y dice que
nos recordemos de eso y que hagamos otro tanto, como en la última cena: esto tiene que
ver con el compartir. El compartía todo lo que tenía. Nos dejó una cena entrañable en
donde nos enseñó a partirnos y partir lo que tenemos para darnos vida de una manera
tremendamente seria: Se hace comida para nosotras y nosotros, nos quiere dar de
beber su sangre.

Quizás no acabamos de entender que su sugerencia es que nos demos para nutrir
a nuestros semejantes sobre todo a quien más lo necesita. Además nos dijo que nos
recordemos de satisfacer las necesidades de nuestros semejantes y hacer con ellos las

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tareas aparentemente más indignas. Me impacta esto de Jesús. Y esta cena es quizás
casi el único rito que distinguió a los cristianos desde el comienzo cuando, según su
ejemplo, hacían esto en las casas.

De Jesús a mi me impresiona su capacidad de seducir personas; de leer el


corazón de todos y hablarle a cada quien a su manera. Lo que me llama la atención son
sus pretensiones tan radicales: invita a seguirlo y a continuar con su proyecto. No es
común encontrar líderes que simplemente te digan: sígueme. Nos seduce con su cuerpo
y postura personal pero una seducción ligada a lo del Reinado. No deja que separemos
una cosa de la otra.

Me impresiona de Jesús cómo tiene una libertad frente a los bienes de este
mundo y cómo invita a hacer otro tanto. Cómo capta la malicia de las cosas y de las
situaciones concretas, sobre todo del dinamismo fatídico del poder y de la idolización
del dinero. Pero también es capaz de usar su propia fuerza pero para hacer el bien y
para forjarlo no de una manera paternalista sino pidiendo la cooperación de cada quien
para crecer sanarse y dedicarse al Proyecto. Por eso aunque tiene una enorme
capacidad sanadora, renuncia a ese poder cuando esta capacidad ya no cumple su
cometido. Allí cambia de estrategia y se dedica a realizar pequeños núcleos, redes, que
fuesen como semillas de ese proyecto. Su pequeña manada que tanto quería. Me encanta
de Jesús que nos provoca esperanza, le agradezco a Jesús esa fuerza que ha traspasado
los siglos; sigue retando, llamando y encantando a la gente. Te llama también y te
encanta a ti, ¿verdad?

¿No te sale como a Pablo, aquellas frases como de que ¿quién nos apartará del
amor de Cristo? Es que nada nos priva de él; ni las persecuciones, las incomprensiones,
las dificultades… De todo eso dice Pablo “archi vencemos” –hiper nikomenos-. Y
luego aquella postura desafiante que nos provoca su fuerza y su palabra, de manera que
podemos retar al mundo perverso diciéndole: dónde está mundo tu victoria, dónde está
muerte tu poder.

Y luego el hecho de que nos envía a todas partes para poder comunicar la fuerza
de la Trinidad, consagrando a todo ser viviente en el nombre del Padre, de la Santa
Espíritu y del Hijo. Lo cual implica principalmente sus rasgos y no tanto el colocar los
membretes, sino transformar las personas y transformar la tierra, ¡volviéndola
comunidad por excelencia!. Por eso el clamor es que nos envíe de verdad la Santa
Espíritu para que se renueve la cara del mundo.

2.6.3. La acción del mal espíritu

En la mentalidad moderna el mal espíritu no existe. Si cuesta creer en la


existencia de Dios…. Cuánto más en esto. Pero es justo ahí donde él toma más fuerza;
ese que en el Segundo Testamento lo llaman Padre de la mentira. Algunas personas
dicen que “no creen “en el mal espíritu. ¡Pues por supuesto! Creer sólo se puede en
Dios, y a Dios sí que se le puede creer. El problema con el mal espíritu no es de creer o
no en él; es simplemente de observar y ponderar su peso “real”. Para comenzar te doy
una definición operativa de ese mal. Sería el excedente de maldad que existe en el
mundo y que no es explicable por la suma de la capacidad de mal de los seres
humanos. Es algo que tiene, sobre todo, el poder de seducción, y está fuera de nosotras

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y nosotros, pero desde nuestro interior podemos hacer pactos con él y se introduce en
las personas, las sociedades y en el mundo. ¿Qué te parece?

Tú me dirás entonces ¿sería como el dios del mal? En una visión filosófica de
inspiración cristiana no podemos admitir ese planteamiento que lo elevaría a un
principio ontológico, es decir, explicativo de lo que es, de la realidad. De ninguna
manera. Con todo, sí es posible percatarnos de que existe. Si tomamos en serio esa
primera definición operativa, de que es el excedente de maldad, podemos verificarlo en
la historia pasada, en la más reciente; en lo que acontece en la actualidad. Por ejemplo,
en la segunda guerra mundial, el odio antisemita cobró millones de víctimas. Esa
batalla por extirpar a todo un pueblo no tiene su explicación en las mentes locas de los
dirigentes nazis, ni juntando a Hitler, Himmler y el mismo von Papen (que era católico);
ni siquiera por su sumatoria. Un holocausto es algo que excede nuestra capacidad de
hacer daño. Entonces, para que me entiendas, llamamos “mal espíritu” a esto que genera
perversidad en el mundo y maldad, y que no se puede explicar sólo por los pactos entre
la capacidad de daño humana.

En el segundo testamento el hecho es que se habla de ese mal espíritu. Ahora


bien, hay palabras que parecen referirse a lo mismo y no lo son. Cuando en la Biblia se
dice Satanás y diablo, sí se refiere a ese mal espíritu. Mientras tanto, si se habla de
“demonios” se está haciendo alusión a una causa, cuyo origen se ignora, a la que se le
atribuye la producción de males físicos y mentales. Es, de algún modo, equiparable a
cuando ahora decimos que algo tiene un “virus”. Jesús lucho contra los virus de su
época, pero también trabó enconada batalla contra este mal mismo.

A veces quisiéramos identificar ese mal espíritu con la injusticia, como tal, y
quizás así sería más comprensible. El mal espíritu, sin embargo, puede producir
fenómenos de injusticia pero va más allá de eso. El caso de las guerras intestinas, la
droga y todo lo que supone: gentes que se vuelven adictas, que se matan así; personas
que se organizan para lucrar de ello, y es algo imparable. Lo mismo sucede con la
pornografía infantil, por ejemplo, que pese a todos los filtros que se colocan en Internet,
sigue creciendo en proporción geométrica. Eso es el mal de mundo, pero un mal que
de alguna manera tiene una explicación.

Este mal nos acecha desde fuera, pero aprovechándose de nuestras debilidades.
Ese mal tiene su sitial en muchos programas televisivos donde el erotismo, el sexo, la
violencia y la maldad campean y hasta pretenden justificarse. También todo eso puede
provenir de las páginas de Internet. Nunca como ahora el mal tiene tanto poder en la
comunicación y la distribución instantánea de cualquier cosa perversa, aunque
disfrazada.

Hay otro Mal –si quieres con mayúscula-, con todo, que es lo que ciertamente
no se explica: como el sufrimiento de los niños, como los accidentes y tragedias, como
los desastres naturales, como la muerte de una madre joven, como tantas cosas en la
vida cotidiana que quienes lo sufren dicen un “por qué me trata Dios así; por qué lo
permite”. Estos fenómenos no tiene que ver con aquel mal del mundo del párrafo
anterior; eso tiene que ver con un factor que ciertamente no lo entendemos
absolutamente. No ha habido nadie que lo entienda, que lo explique y que pueda dar
respuestas. El dilema de los primeros filósofos griegos y que luego retoma Kant sigue
siendo la aporía más grande: Si Dios es bueno, entonces no es poderoso. Y si es

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poderoso, por tanto no es bueno. No hay teodicea que pueda con esto. Ni siquiera la
misma salida kantiana de que ese Dios poderoso mostraría entonces su bondad en un
cielo incomparablemente bello y lleno de felicidad, algo que recuerda el supuesto
diálogo del niño que muere con su madre desconsolada… Pero decir este tipo de salidas
frente a una persona que está en ese dilema incomprensible; suena a insulto, cuando
menos.

Dos personajes en la Biblia han desafiado a todo género de Mal. Uno es Job,
quien aunque no entendía las calamidades que le sobrevenían; no renegaba de Dios,
sino se mantenía lúcido con su famosa frase “Dios me lo dio Dios me lo quitó, bendito
sea su nombre”. Dios, con todo, tuvo una pedagogía muy personalizada cuándo ante las
preguntas exigentes de Job, le contestara el Señor: ¿dónde estabas tú, cuando yo hacía el
mundo”… Con lo cual el llamado era a percatarse de que radicalmente no entendemos
a Dios. Por otra parte, en lo que respecta al poder, el único poder del que tenemos
claro que Dios lo tiene, es el poder de dar la vida y de resucitarla.

El otro ejemplo de actitud frente al mal que absolutamente no se entiende, es el


del mismo Jesús quien lucha contra lo que denominamos virus, contra el mal
enmascarado, pero también tomando una postura de confianza ciega frente a lo
absolutamente inexplicable del mal. Esto lo vivenció en su doble grito: Por qué me has
abandonado, que concluye en la frase lapidaria suya: “en tus manos encomiendo mi
vida”. Allí se resume esa noble actitud frente a lo que no podemos comprender, abierto,
fiel, confiando, frente al misterio de Dios.

Lo único que sabemos por la fe es que el mal no es mayor que el bien; que Jesús
con su muerte y resurrección ha vencido al mundo y al mal. El mal, por tanto, no es la
última palabra. Hay esperanza, por tanto.

Pero fíjate que el mal de alguna manera explicable, no con mayúscula (como la
pornografía, los genocidios, etc.,) te seduce de dos maneras. Una es la descarada, la que
te muestra el mal tal cual pero que con todo, te atrae; te seduce. La película el Abogado
del Diablo lo pinta en la casi totalidad de su duración. La otra, postura es enmascarada.
No se presenta bajo la especie de su maldad, sino lo contrario; vestida de Ángel de Luz.
Allí el diablo lo comienza a trabajar por la vanagloria. La vanidad, había dicho antes, es
lo que más le gusta… Aquí es donde se vuelve más peligroso, y lo muestra la misma
película en sus últimos cinco minutos.

Las dos maneras tienen que ver con cosas de nuestro proceso psicológico.
Cuando nos ataca de modo descarado, significa que las heridas están en carne viva y ahí
está la parte más débil casi provocando e invitando al ataque. Por el contrario, cuando
ya te pudiste haber trabajado y curado, en parte, las seducciones no son evidentes sino
revestidas y se aprovechan de nuestras compulsiones “bautizadas” y de nuestras
reacciones desproporcionadas pero ya “santificadas”.

A este agente del mal, se le vence fundamentalmente conociendo su forma de


actuación y luego, no perdiendo la paciencia, haciendo justo lo contrario a lo que te
seduce y manifestándolo a alguien que te acompaña. Al vencer una ofensiva suya –
una treta- eso se convierte ahí mismo en una moción, es decir algo que brota de la
acción del Buen Espíritu, que dice Ignacio.

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2.6.4. Conceptos claves en el discernimiento

Ya te he aclarado varias cosas sobre este discernimiento. Pero discernir es un


método que tiene sus claves, sus conceptos y sus procesos. Los conceptos neurálgicos
de este método son: Moción, es decir todo género de invitaciones, impulsos, caminos,
que me llevan a lo de Dios. Llamo “treta” justo a todo lo contrario: toda clase de
impulsos, invitaciones, toboganes, que te llevarían al reino del mal espíritu.

Por otra parte, estaría lo que llama Ignacio la “consolación”, que es un conjunto
de estados psicológico espirituales, que implica a nivel del conocimiento: entender,
comprender, hacer sentido; en el nivel visual, tendría que ver con luz, apertura,
amplitud. En clave auditiva, sería todo lo que genere armonía, palabras de aliento,
resonancia, música interna… En lo que respecta al corazón: alegría, paz, consuelo,
lágrimas de emoción, suavidad.

Desolación, por, al contrario, sería justamente lo opuesto. En cuando al conocimiento:


cerrazón, incomprensión, turbación. En cuanto a lo visual: obscuridad, tinieblas. En
cuanto a lo auditivo: estridencias, ruidos, palabras disonantes. Concerniente al corazón,
tristeza, desánimo, angustia, hastío.

Lo que debe de quedarte claro –y fíjate que se confunde esto mucho- es que no
es lo mismo moción que consolación; ni treta que desolación. Pueden estar juntas pero
son fenómenos diferentes. El primer binomio tiene que ver con una invitación. El
segundo tiene relación a un estado anímico. Así por ejemplo, puede haber una
invitación del Señor -moción- que se te de en una forma desolatoria, como el caso del
llamado que hiciera Jesús al joven rico: era un convite del mismísimo Señor, pero
implicaba dejar todos los bienes… A esta situación yo la llamo “desafío”, para señalar
una moción con características de desolación. Por el contrario, puede haber una treta –
mal espíritu- disfrazada so capa de bien, como todo lo que le insinuaba el Tentador a
Jesús en el desierto. A esta situación yo la denomino: Quimera, es decir una treta, pero
con rasgos de consolación.

Muchas veces, con todo, sí que van unidas la consolación con la moción. Quizás
el caso excelso sea el cántico del Magníficat de María, donde es una invitación a lo de
Dios pero “saltando de gozo”. Y con frecuencia ocurre que una treta esté también
vehiculada por una desolación. Un caso notable eran los discípulos de Emaús, que se
apartan de los otros, desolados… El caso extremo fue el suicidio de Judas quien
movido por el espíritu del mal, en la desesperación que estaba, se ahorca.

El problema, entonces es que no es fácil de distinguirse la moción de la treta


porque pueden estar revestidas o de consolaciones o de desolaciones. ¿Ves la
complejidad? ¿Cómo saber entonces dónde están los impulsos de Dios y dónde los del
espíritu del mal? Precisamente para esto es el discernimiento. Al comienzo de este
artículo también te indicaba el cúmulo de dificultades para no confundir cosas mías que
vienen de mi propia psicología; parecían buenas, como las compulsiones, pero que en el
fondo eran producto de mis heridas. Por otra lado, hay cualidades que están muchas
veces obscurecidas –las sombras- y funcionan como peso muerto, pero si las saco a luz
son fuerzas… El discernimiento cristiano supone todo lo anterior, ¿lo ves ahora? Sólo
así se hace el camino creyente.

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Ahora bien, también tienes que fijarte si lo que está pasándote no es
simplemente algo que pueda ser atendido con mero discernimiento humano… Muchas
veces metemos “lo de Dios” en donde no cabe; o no es preciso. Un primer criterio en el
discernimiento espiritual, es no meter en lo “espiritual”, cosas que pueden ser cribadas
desde lo meramente humano. Para eso ya explicábamos cómo teníamos la conciencia
contrastada con esos valores humanos básicos, que orientaban mi quehacer.

2.6.5. Las reglas de oro del discernimiento creyente

Para poder distinguir algo que te esté sucediendo internamente – y que sí entra
en el ámbito espiritual, porque de alguna manera lo sientes así-, tienes que poder
responder a dos preguntas fundamentalmente: ¿Qué es lo que estoy sintiendo?, ¿Qué me
pasa?, y la segunda –más crucial- ¿a qué me lleva esto que siento?

Sobre lo que me está pasando, sólo ser capaz de hacerlo ya es un gran paso;
puedo aclararme muchísimo. Para poder captar lo que me acontece, lo facilita mucho
alguna técnica en que acallo el ruido externo y me concentro en lo que me sucede, lo
que me habita. Pero ojo, muchas veces te van a estar pasando variedad de pensamientos,
de sensaciones; unas de paz por ejemplo, otras de ansiedad. Este primer paso, da lugar
a que te aclares contigo misma, contigo mismo. Para esto puede ser oportuno
simplemente, con los ojos cerrados, enunciar –tal vez te sirva irlo escribiendo- la
variedad de cosas y situaciones que acontece en tu interior. Es como si describieras la
habitación en que te encuentras. Y luego ser capaz, entonces, de darle nombre a cada
cosa. Pero no puedes discernir todo al mismo tiempo. Tiene que haber un pensamiento o
una sensación como que se impone más y pide ser trabajada. Acógela. Ahora sí vas a
ser capaz de decir qué te está pasando….

Es importante en esto del “qué me pasa”, que me de cuenta que en la vida


espiritual las cosas tienen un proceso. Es decir, que sin duda ha habido otros elementos
en el pasado –lejano o cercano, sobre todo- que tal vez habían estado de otra manera. El
discernimiento más que una fotografía es una película. Hay que fijarse muy bien en el
presente pero también en el pasado, para de ahí barruntar qué puede ser lo que va a
suceder en el porvenir. Es también seguir la técnica de los escenarios. En esto Ignacio
es muy fino. Cuando estoy en consolación –nos dice- recordarme de cuando he estado
en desolación; y cuando me sienta desolado pensar en la consolación que vendrá…

El segundo paso metodológico – y decíamos que era el más importante- es el


derrotero: ¿a dónde me lleva esto que pienso o siento? ¿A qué escenarios me desplaza?
Una vez que me aclaro cuáles son las terminales posibles, entro a cotejarlos con lo
siguiente: si me lleva al reinado de Dio, pues, entonces es insinuación suya. Si me aleja,
me distrae o no es su reinado el horizonte, entonces, simplemente, no es de Dios, es
obra del espíritu del mal. Así mismo, con la imagen del Dios de Jesús. Si me acerca a
lo que Jesús me ha revelado de su Padre, es de Dios; y lo contrario.

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2.6.6. Entonces lo crucial es captar a fondo el reinado de Dios

En todo esto lo básico es comprender la hondura y la complejidad del proyecto


de Jesús que el denominó siempre como el “reinado de Dios” Algo de ello lo
puntualizamos al comienzo, pero déjame recordártelo.

El reinado de Dios es un término técnico, es decir, significa lo que quiere decir,


pero expresado de manera simbólica. En pocas palabras es el proyecto que Dios Madre-
Padre ha concebido para que la humanidad viva y que implica lo que ahora llamaríamos
valores humanos fundamentales. Ese reinado es para nostras y nosotros, en una tierra
que es casa nuestra. En ese proyecto es donde tenemos que colaborar, Dios, sobre todo,
apuesta por ello; se la juega. De hecho envía a Jesús para que siguiéndolo colaboremos
con su sueño. Es un proyecto que debe empezar acá en la historia y culminar en el
corazón de Dios; porque no es de ultratumba. Es, por otro lado, algo de lo que se tuvo
una experiencia histórica. Su pueblo la vivió en un periodo de más o menos doscientos
años, en el tiempo de los Jueces, según relata la Biblia. Este concepto entraña la
igualdad de las personas, resaltando su dignidad. Es un movimiento que –ahora lo
entendemos así- implica también el respeto a la naturaleza.

El reinado de Dios se entiende mejor, presentando lo que hay que modificar. Lo


que hay que cambiar es la dominación, la explotación –de las personas y de la
naturaleza- y todo género de violencia. El reinado supone un nuevo tipo de relaciones
como hermanos y hermanas, con estructuras democráticas, ecológica, incluyentes.

Frente a ese proyecto que es el ideal o la “eutopía” -es decir un espacio, bueno,
saludable, bello, para la convivencia humana- se cuenta con una estrategia que es muy
diferente a las estrategias políticas que podríamos imaginar. No se conquista con la
violencia, no se conquista con las imposiciones… Se realiza al modo de Jesús.

La estrategia de Jesús

La estrategia para el reinado que Jesús comienza es sencilla pero de difícil


práctica. De algún modo implica una salida, un éxodo, saliéndose del sistema
imperante, para organizarse de otra manera, desde “el sin poder” he dicho en el título
de otro libro mío reciente. La estrategia de Jesús es algo que fue depurándola en el
transcurso corto de su vida pública. Al comienzo usa su fuerza, su energía, su poder de
hacer milagros: curaciones, multiplicación de la comida. Pero en seguida cierra ese
modo y se concentra en estructurar y formar pequeños núcleos, generando, diríamos
ahora, micro tejidos sociales, uno de personas sin tierra, discípulos itinerantes, que
crearon un grupo cohesionado que tenía una identidad y que a esa identidad ayudó que
tuvieron una peculiar manera de orar. Y otro tejido social con personas que tenían
alguna posibilidad, que acogían a estos otros y esta acogida los caracterizaba. Es decir
había una identidad y un proyecto. En todo esto la palabra clave fue siempre compartir.
Los que más tenían compartían con los que no tenían nada. Este compartir de bienes, en
el fondo era la gran parábola, la metáfora, del aprender a compartir la vida por las
demás personas, especialmente quienes eran pobres y se experimentaban pecadores.

La estrategia de Jesús, en el fondo lo que pretendía era una sociedad más


humana, más saludable, porque su manera ofrecía soluciones internas de las personas:

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liberación de la culpabilidad, enfermedad, marginación, y de algún modo soluciones
más colectivas, que tenían en la confianza absoluta en Dios su gran bastión.

La gran estrategia de Jesús era su propia personalidad, su manera de vivir con el


cuerpo las realidades y la convivencia humana. Jesús es fruto de la resistencia
campesina, es fruto de la resistencia y del papel de la mujer judía, quien tenía una
manera muy rica de vivir la fidelidad a ese sueño de Dios. Recordemos las palabras de
María en el Magníficat que seguro fue el código pedagógico donde fue formado Jesús.

De algún modo en esta estrategia de Jesús, además de esa manera suya


enteramente libre y solidaria que seducía y generaba confianza, había la reminiscencia
del éxito que había tenido la Ley, no entendida a la manera farisea sino desde el criterio
básico de la solidaridad y no especialmente en el culto. Y es que la ley tenía unas
pretensiones sociológicas muy claras: de alguna manera establecía medidas
estructurales para la desaparición de la pobreza: por ejemplo el perdón de las deudas
cada siete años, la prohibición de la usura, el descanso de la tierra, el acoger a la viuda y
al forastero. Como lo señalan muchos especialistas, el único impuesto establecido era
una especie de seguridad social para las personas menesterosas (Lev. 25, 8-13). La
fuerza de guardar el sábado no era algo cultual sino de repercusión social y política. El
descanso sabático devuelve a todos al igualitarismo simbólico. Es una pausa regular
contra la actividad que produce desigualdad en los otros días de la semana, dice
Crossan.

2.6.7. Otras dimensiones complementarias a las reglas básicas

Entendida las reglas básicas: poder dar cuenta de lo que me pasa y de a dónde
me lleva, habiendo comprendido mejor lo que significa con más carne el proyecto del
reinado de Dios, puedes imaginar por qué con esta regla elemental nos podemos ayudar
en lo básico de la metodología. Lo dirimente en el discernimiento es, como ves,
analizar lo del derrotero; tener claro a dónde me lleva lo que me pasa, los pensamientos
que me circundan, los deseos que me brotan. En el apartado anterior te expliqué un
poco más pormenorizado lo del reinado como terminal de las mociones.

Pero quiero también recordarte de nuevo que otro modo de ver esta terminal,
este “a dónde me lleva lo que vivo”, es cotejarlo con la imagen del Dios que Jesús nos
mostró. Si me lleva a la alegre misericordia, si me lleva al amor incondicional, si me
lleva a la gratuidad, si me lleva a comprender que las exigencias para su reinado es ser
pobre o experimentarse como persona pecadora que se arrepiente; si me lleva a la
libertad, a entender que la muerte trae vida; si me lleva a comprender al Dios que se
“en- tierra” y se encarna; si me lleva finalmente a la esperanza, ahí está
inequívocamente la presencia del Dios que Jesús luchó para que la captáramos.

Las ocasiones de los movimientos espirituales

Aunque el discernimiento tiene mucho que ver con los datos de mi psicología,
también lo tienen con las circunstancias en que lo que ahora vivo ha ocurrido. El cuándo
me pasa, las ocasiones en que suele sucederme, es también relevante. Esto es un poco

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como en la medicina homeopática que se interesa de los tiempos, de los lugares y de las
partes en donde sucede de lo que padezco.

Aquí es interesante recuperar unas toponimias de la Biblia que creo que te


vendrían bien para mejor entender todo esto. Llamo por ejemplo, “Jerusalén” a todos
los lugares, circunstancias o relaciones que sistemáticamente llevan a Dios… Casi de
modo mecánico. Por el contrario, designo como “babilonia” a todos los lugares,
circunstancias o relaciones que mecánicamente llevan a lo del mal espíritu.

Y todavía te pongo dos lugares más: Llamo “Nazaret” a algo que no siendo
malo, como que ya no toca vivirlo… Para Jesús, su estadía en Nazaret por buena que
hubiera sido, no le tocó vivirla más, y se marcha. Hay cosas en la vida que ya no
presentan desafíos y entonces es fácil entrar en situaciones que provoquen desánimos,
insatisfacción o búsqueda de consuelos donde no deberían estar. Llamo, por el
contrario, “betanias” a esos espacios físicos, o relaciones que hacen descansar y
nutren. Jesús las cultivaba en casa de Lázaro y sus hermanas, El se relajaba y comía y
se nutria con otro tipo de amistades.

La relación con la estructura psicológica

No sólo es primordial en todo discernimiento, percatase de lo que te habita. Y de


las ocasiones o lugares en que se ha suscitado la experiencia espiritual. Es de capital
importancia, sin embargo, relacionarlo con tu estructura psíquica. Las tretas del mal se
montan sobre tu herida, agrandándola, desproporcionándola. Las mociones de Dios, lo
que hacen a tu herida es restañarla con bálsamos inimaginables –con el ingrediente
insustituible del amor incondicional- . Pero las tretas con capa de bien -las quimeras- se
aprovechan de tus compulsiones y de lo que se llaman fervores indiscretos. Déjame que
te explique un poquito más esto.

Los fervores son cualidades muy fuertes en ti, que te dan mucha identidad, pero
que el espíritu malo te las envanece –lo que más le gusta al Abogado del Diablo es la
vanidad, recuérdate- y así engreído, te encumbra y así enaltecido te conviertes en juez
de las demás personas sobre eso que tú tienes como cualidad, y otras personas no lo
poseen necesariamente. De esa manera ya está logrado el objetivo del mal; vacunas a
quien te rodea sobre eso que sí es cualidad en tí y vale la pena, pero como nace de un
fervor no discernido, lo que provoca es la repulsa a lo que haces pero sobre todo a lo
que dices. El final de la historia es que en vez de que el “fervor” caliente, cobije,
ayude; cuando es indiscreto –es decir, no discernido- lo que provoca es que te consume,
te quema y te funde. El espíritu malo cooptó tu cualidad tornándola un fervor indiscreto.
Si vives en comunidad o en un grupo de trabajo, lo que hace el mal espíritu es provocar
fervores indiscretos en las cualidades de los integrantes, minando así, lo que podría ser
una excelente plataforma de acción, volviéndola en algo donde se carcomen
internamente.

La reacción ante las mociones y tretas

Tanto las mociones como las tretas son impulsos, invitaciones. Ante ellas caben
fundamentalmente dos tipos de respuesta. O bien hacer alianzas con las mociones, o
pactos con las tretas. O si no, rechazos a mociones o tretas. Ya te puse el ejemplo del

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joven rico frente a la invitación de Jesús. Es decir, puedes desaprovechar las
invitaciones. Ya hablamos también de las tentaciones que pasó Jesús y cómo no pactó
con ellas sino las rechazo definitivamente.

Si es que lo que disciernes es de Dios, lo importante es que la invitación tenga


efecto, Las mociones son para generar una historia que haga posible el reinado de Dios;
que defienda el rostro suyo. Para eso nos las da el Señor. Para hacer realidad que
debemos colaborar en su proyecto con nuestras peculiaridades y riquezas; con sus
insinuaciones; para realizar obras aún mayores que las que el mismo Jesús hiciera.
Respecto a las tretas, por el contrario, hay que luchar a toda costa para que no se
realicen, para que no hagan historia.

La necesaria confrontación

Algo de lo que no te había hablado es que no hay discernimiento sin


confrontación. Pero ahora sí que no lo olvides. El cotejamiento es condición de
posibilidad de un buen proceso de discernimiento. ¿Y esto por qué? Sencillamente
porque el objetivo de Dios es fomentar en ti humanidad plena para que colabores al
advenimiento del reinado. Por tanto, alguien externo a ti debe confrontarte, debe
aconsejarte, debe iluminarte para verificar si lo que vas haciendo –en tu vida particular
o en tus planes y proyectos- de verdad tiene visos de crear un poquito “territorios
liberados” de ese reinado. O por el contrario, si todo lo que vas haciendo no te está
ayudando a ser persona en plenitud, más humana, ni tampoco colabora a liberar
territorios a favor del proyecto de Dios. ¿Te queda claro? No hay discernimiento sin
confrontación. Y mientras mas repercusión tenga lo que estás haciendo más
cotejamiento se requiere.

Ahora bien, aquí hablamos de confrontación, pero ¿quién es la persona apta


para cotejar? Decididamente que no es necesariamente ni un sacerdote, ni un hombre;
más bien, lo que define el perfil de un acompañante, es en primer lugar, que tenga un
entrenamiento en toda esta metodología del discernimiento –que la haya experimentado
primero ella en carne propia y de manera técnica- .

Pero hay muchas veces cosas que se están discerniendo que tienen que ver no
sólo con la vida personal sino también con el futuro de una obra, con el aceptar o no un
proyecto; con la repercusión política y social de algún movimiento. En este caso,
además de alguien que me acompañe en el proceso personal, se requiere de alguien con
“densidad eclesial”, es decir, que represente al grupo, familia o institución donde yo
me muevo. La razón de esto: que con una visión más amplia juzgue si el núcleo eclesial
donde me muevo lo ve con buenos ojos, si parece viable y justo lo que pretendo hacer.
Para ponerte un ejemplo. Si un día el esposo va y le dice a su esposa que siente un
llamado a ir a servir en una ONG por tiempo indefinido –abandonando prácticamente a
la familia- a otro país lejano y que siente que Dios lo llama, es la esposa la primera que
tiene la densidad eclesial para contrastarlo y llevarlo a la realidad.

El ejemplo del extractor de jugos

Todos estos elementos que te he dado para discernir: que experimentas, la


vinculación psicológica, el derrotero, tu reacción y el cotejamiento, son lo esencial del

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método del discernimiento. Son como las aristas de un extractor de jugos. Para obtener
el jugo de una naranja te basta con dos puntos de apoyo en tu mano. Eso sería quedarte
únicamente con lo que te denominé “las reglas básicas del discernimiento” (qué
experimento y a dónde me lleva). Ahora bien, si quieres extraer todo el jugo tienes que
añadirle las aristas restantes. ¿Me expliqué?

2.6.8. La perla del discernimiento: la consigna

Voy a compartirte ahora lo que para mí ha resultado la joya del discernimiento y


es algo que desde hace muchos años lo denominé la “consigna”. El nombre,
definitivamente es lo de menos; descubrir lo que eso implica sí que es importante.
Ahora te lo explico. Gracias al discernimiento yo puedo ir encontrando de hecho, cómo
los deseos siempre claros de Dios, se van articulando con mis íntimos deseos, que
nunca terminan por desvelarse totalmente. Eso era lo que yo te anuncié al comienzo
diciendo que discernir era un baile de los íntimos deseos, los tuyos y los de Dios. Pero
en esa danza, después de tanto estar entrelazados, la pareja se conoce y conoce el modo
de bailar. No sé si por machismo, pero la costumbre hasta ahora es que los pasos los
lleva el hombre, cosa que en la vida humana puede intercambiarse obviamente… Por
el contrario, en la vida espiritual, donde nadie puede hacer nada sin El, como dijo
Jesús, quien nos lleva es Dios; nosotros sólo ponemos nuestra manera de ser. Y Dios,
deja que emerjan nuestros anhelos más entrañables, los acaricia y los lleva a que se
plenifiquen. Es que en esos anhelos, Dios ha puesto mucho de sí; ya está en ellos
también, pero haciéndonos sentir que somos libres, a la vez. Esto es algo complicado de
explicarlo; pero no cuando ya lo has vivido.

Pues bien, es en ese dejarse llevar por el modo como Dios me conduce, donde
estriba la profunda sabiduría de una espiritualidad robusta. Lo que toca, en definitiva es
adoptar la “pasiva actividad”. Pones algo de tu parte, pero “la parte grande” la ofrece
Dios. Esto evoca aquella frase que pueda ser que conozcas, atribuida a la manera de ser
de Ignacio de Loyola y a sus orientaciones; hacerlo todo como si todo depende de ti,
sabiendo que en definitiva depende de Dios… Cuando captas esto, de algún modo, has
comprendido ya la estrategia única en la vida espiritual: lo que toca es soltar, dejarse,
arriesgarse a lo que no terminas de comprender. Algo de ese modo de Ignacio lo
describe su compañero Jerónimo Nadal, cuando nos relata que:

“Ignacio seguía al Espíritu; no se le adelantaba.


De ese modo era conducido con suavidad a donde no sabía…
Poco a poco se le abría el camino y lo iba recorriendo,
Sabiamente ignorante,
Puesto sencillamente su corazón en Cristo”

Con esta estrategia, lo que toca, por tanto, es conocer prácticamente el modo
como Dios te ha venido trayendo toda tu vida. Pero quizás tú haz experimentado
como si Dios te ha cambiado mucho los rumbos… Fíjate que aunque cambien los
rumbos o las tareas –por esenciales que te parezcan-; el modo como Dios te lleva, es
algo de alguna manera permanente. En la nomenclatura que tenemos, es algo que
pertenece a tus características primeras; a tu “manantial”.

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Entonces definiríamos la consigna como la formulación, de la manera que más
se adapta a tu estilo – en una frase, en una imagen, en un movimiento, en una postura de
cuerpo- del modo como Dios siempre te ha venido llevando, y donde lo que
sencillamente te toca es dejarte conducir.

La consigna – que como te digo pudiera tener otro nombre- es algo dado por
Dios; tú no la escoges; más aún, tal vez sientas una cierta violencia –porque te desafía a
derribar las resistencias a crecer, a vivir en libertad y plenitud-. Es algo que, con todo,
es una invitación. Tú la puedes rechazar, pero si la sigues, por arduo que te parezca el
camino, después, encuentras plenitud, libertad, experimentas amor; deseos de cambiar el
mundo y humanizarlo.

La consigna es el estilo como Dios te ha captado y sabe que puedes crecer. Por
eso es algo personalizado. Quizás sólo las personas que te conocen bien y a fondo, vean
lo atinado y lo bien que ese movimiento que provoca tu consigna te hace en tu proceso
porque te libera, te provoca humanidad y solidaridad.

Tu consigna te revela además una postura corporal que está basada en la nueva
forma de vivir tu cuerpo si es que ya lo has sanado, habiendo curado así tu corazón. Es
una manera nueva de estarte contigo, con las personas, con el mundo, y por supuesto,
con Dios.

Se convierte también la consigna en tu oración básica. Es lo que pides cuando no


sabes ni qué demandar; ni qué hacer en un momento de hastío, de enfriamiento
espiritual; de desánimo.

Ahora bien, esto se te puede dar, gracias al monitoreo que vas logrando en tu
vida espiritual en la vida ordinaria, o en un clima de Ejercicios Espirituales. Muchas
veces si estás pidiendo concretamente conocer “ese modo”, se te concede de golpe, con
una fuerza que quizás, como dice Ignacio, no dudas ni puedes dudar. Es una honda
persuasión.

Obviamente que tú tienes que pasar esa experiencia nueva y reveladora por el
“extractor de jugo” del que ya hablamos. Ver qué y cómo sientes en tu corazón; en qué
ocasión te vino así de fuerte, o te suele venir. Relacionarla con tu estructura psíquica,
para ver si lo que provoca en ti esa vivencia (pensamiento, sensaciones, imágenes) te
agranda tu parte golpeada o si, por el contrario, como si la sanara, y te ensañe a vivir en
plenitud. Esto junto con el “derrotero”, con la escena final: si eso que estás juzgando
como tu consigna –y lo quieres aún confirmar- te lleva indefectiblemente al
movimiento del reinado de Dios, entonces eso es de Dios. Lo contrario proviene del mal
espíritu. Si te conduce a la imagen del Dios que te revela Jesús, es evidente que es suyo;
y no lo diametralmente opuesto: donde toman fuerza los fetiches. No puedes olvidar
cómo tiendes a responder o estás respondiendo a esa invitación, si con deseos de aliarte
a ella o por el contrario. El momento de cotejar es muy importante porque te ayuda a no
perderte. Aquí el papel de quien te acompañe es de gran valor.

En la consigna, además, te vas a dar cuenta, convergen todas las mociones de tu


vida; adquieren más brillo y se hacen más claras. Esto te ayuda también a confirmar si
es tu consigna. Por el contrario, las tretas del mal, encuentran en ella su antídoto.

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Porque aunque el enemigo se presente con sus dos típicas tácticas: descarado o
enmascarado, a ambas posturas suyas, la consigna las erradica.

Y si examinas tu corazón al ir conviviendo con esa consigna, ves que encaja


perfectamente con tu manantial –con tus hondos deseos- y eso te hace bailar mejor la
vida del reinado suyo. Te humaniza, te hace vivir en plenitud. Por otra parte, con esa
invitación que es la moción, se van dando pasos, colaboras en ese acercar su reinado.

De esta manera se simplifica el análisis que supone el discernimiento. Como la


consigna es la moción por excelencia que te ha sucedido, lo que te acerque a la
consigna es de Dios; lo que te aleje es del espíritu de este mundo. Tienes ahí de una
manera compacta tu discernimiento.

2.6.9. El toque ignaciano en toda esta espiritualidad

No sé si te has dado cuenta de que sin querer ni pretenderlo, algunas veces te he


hecho alusiones explícitas al modelo ignaciano de discernimiento, otras veces va su
manera subrepticiamente... En otro de los números de esta revista, verás la presentación
más estricta de este modelo. También podrás contar con el enfoque de la escuela
carmelitana que brinda aportes innegables al discernimiento. A mí se me ha pedido
hacer una presentación más general, que abra el camino de las personas creyentes, pero
siendo jesuita, no la puedo dejar de hacer –por general que esto sea- desde la óptica
ignaciana.

Por esta razón, no puedo brindarte ciertas líneas que tienen que ver con la
metodología de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola. Tú te habrás dada
cuenta, que en definitiva he estado haciendo énfasis en que el proceso espiritual precisa
de un crecimiento personal donde se superen las partes oscuras del corazón y se aprenda
a vivir en libertad y disponibilidad. La práctica primera de Ignacio en esto fue muy
exigente. Al mismo Francisco Javier le hizo esperar casi dos años antes de ofrecerle la
experiencia de los Ejercicios. Esta preparación es necesaria. En el modo como te
planteo el discernimiento te he dicho que es básico. Más aún, es que si no se hace este
trabajo previo es casi llevarte a que te compliques más la vida, ya que se pueden
confundir mucho las cosas si no te sabes ubicar en la diferencia de los procesos
humanos psicológicos de los espirituales; pero también en la incidencia e interrelación
de ambos.

2.6.10. Ejercicios Espirituales como la cuna de todo esto.

Dentro de la orientación ignaciana del discernimiento, lo básico es haber tenido


la experiencia de los EE. Sin haberlos vivido, es hablar de conceptos que no
corresponden a realidades vivenciales. Ignacio construyó a partir de su propia
experiencia la metodología de los Ejercicios. Los Ejercicios son un engranaje
metodológico muy logrado. Una metodología muestra su genialidad precisamente
porque una temática te lleva a otra que se suele vivir adelantadamente. De ahí que te
invite enfáticamente a que si no los has hecho, los hagas, para vivir este método de
camino creyente plenamente.

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Los EE comienzan con el llamado Principio y Fundamento donde quien los
hace pone sobre la mesa toda la vida que trae; sus luces y sombras. En el fondo es un
llamado a expresar quién soy y qué pretendo. Esto para compararlo con lo que también
Dios piensa sobre la humanidad, sobre la historia, sobre mí. Es un momento de mucha
aclaración mutua. Es precisamente aquí en donde haberse trabajado a nivel psicológico
es de vital importancia. El sueño personal, por así decirlo, se coteja con el sueño de
Dios. La tónica que se crea es de una vivencia positiva. El código psicológico
empleado por Ignacio es provocar la libertad de toda atadura –y eso genera alegría
profunda- y disponibilidad, a la que él llama indiferencia. El código de compromiso, va
a consistir en ganar la libertad, precisamente en los bienes materiales como también en
otras áreas de nuestras sombras: que me de lo mismo riqueza que pobreza, salud que
enfermedad, vida larga que corta… Sólo deseando y eligiendo lo que más conduzca al
designio para el que fuimos creadas y creados…

El tiempo de enfrentar el pecado viene a darle realismo a los sueños y deseos,


tanto de Dios como los propios. El pecado es en el fondo, traicionar los anhelos
personales profundos –no los superficiales y efímeros- que están en relación a los
deseos de Dios que se concretan en que humanicemos la humanidad. De ahí que el
pecado por excelencia sea la injusticia. La etapa del pecado, con todo, en los EE no es
para quedarse en un narcisismo negativo sintiéndome el peor pecador del mundo, sino
considerar cómo arrepentirse del pecado es quedar habilitado para recibir la tarea más
delicada de todas: cuidar de los débiles y de las personas frágiles.

Los códigos que utiliza acá, en el fondo, a nivel psicológico es aprovechar la


culpa sana para preparar la responsabilidad de los actos y el deseo de reparar. El código
de compromiso, es vincular la interpretación de lo que es pecado, la enriquecemos
ahora más retomando la óptica patrística, de la doctrina social de la Iglesia y de Juan
Pablo II donde el pecado por antonomasia es la injusticia y la insolidaridad.

Una vez preparado el corazón, habilitada así la persona, Ignacio comienza con la
contemplación del Reino que trabajó con un lujo enorme de detalles. Ahí lo que quiere
es que quien hace ejercicios experimente –oiga- el llamado de Jesús, En nuestra
presentación proponemos a Jesús como crucificado en la historia, pidiéndonos ser
socorrido. En la diversidad de respuestas al llamado, lo que se fomenta es el deseo de
ofrecerse a grandes tareas de gran importancia y trascendencia. Para esto se provoca la
santa emulación –como tecla psicológica- en comparación a otras personas que quizás
se dejan afectar más por el llamado para realizarlo en la historia. El código de
compromiso es presentarme el proyecto del Reino con todas las implicaciones que
tiene: del compartir del vivir en austeridad, del comenzar a sentir las amenazas por
proponer un proyecto a todas luces contra el des- orden del mundo.

Al terminar esta contemplación del Reino, quien hace los ejercicios es invitado a
hacer su oblación en donde Ignacio hace que intervenga la racionalidad, los deseos y la
voluntad: quiero, deseo y es mi determinación deliberada… Como si se diera todavía la
posibilidad de creer que soy yo quien me lanzo… En seguida, acompañar el proceso de
la vida de Jesús para que su persona y su proyecto lleguen a convertirse en pasión
nuestra. Ignacio hace que pasemos por todos los momentos más importantes en la vida
de Jesús desde la Encarnación hasta la última cena básicamente. El código psicológico
que va a tocar todo esta temática es la del enamorarse de Jesús y su proyecto, desde la

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sensibilidad de las contemplaciones a las que se da más importancia que a las
meditaciones. Por esa razón la petición continua en esto que pudiera durar unos doce
días es pedir conocimiento interno de Jesús para más amarle y seguirle. El código de
compromiso es notar la radicalidad de Jesús en su nacimiento, en sus predilectos, en sus
palabras y denuncias. Pero después de pocos días, de haber comenzado este camino, se
detiene este proceso de aprender a nacer y crecer con Jesús. Vienen tres momentos muy
importantes.

El primero se debate en torno a dos banderas: las del Mal y las de Jesús y su
reinado. Se desglosa lo que significa cada una de esas banderas y luego, justo cuando
quien hace ejercicios estaría dispuesto a ofrecerse y colocarse en la bandera de Jesús, lo
que se ayuda a comprender es que lo único que puede cada quien hacer es “pedir que el
Señor nos coloque bajo su bandera”. Con esto se termina todo voluntarismo y semi-
pelagianismo de pretender que en lo espiritual podemos hacer algo. Aquí se trabaja la
racionalidad para percatarse que debe haber claridad en todo: en los vectores que nos
tironean y cuál debe ser lo que realmente podemos hacer: la pasiva actividad. El código
de compromiso aquí es que nos demos cuenta de que no es posible tener terceras
posiciones en su seguimiento que es radical y tiene como escaleras donde la pobreza, la
renuncia y al poder de este mundo es básico.

El segundo período está dedicado a trabajar la voluntad. Se puede querer, de


muchas maneras: no haciendo realmente nada; haciendo como si se hace; o bien,
poniendo todo de su parte… Esta es la celebre consideración de los tres binarios - tres
tipos de personas- El primer tipo de persona es quien dice que quiere renunciar a un
dinero mal habido – es de notar el ejemplo que pone- pero lo deja todo hasta el
momento de la muerte. El segundo, lo quiere dejar, pero más bien propone, devolver
quizás algo de los intereses producidos por el dinero mal habido. El tercero sí lo
regresa todo. Nuevamente la petición acá, no es voluntarismo sino un pedir ser puesto
en el medio que más conduzca. En nuestra presentación, es aquí el tiempo en que se
trabaja lo de la consigna. El código de compromiso acá, está precisamente en el ejemplo
que propone Ignacio: un dinero mal habido, que hay que dejarlo. Muchas de nuestras
riquezas están empecatadas tan sólo por la proporción que existe entre los que tenemos
todo y quienes no tienen ni para subsistir.

El tercer momento es el que trabaja la sensibilidad y los deseos. Es un espacio


que provoca pasión y allí estalla en su máximo esplendor. Es la consideración sobre
tipos de “humildad” que bien entendido por los primeros compañeros, como también
con el significado que le da Sta. Teresa- humildad es amistad. Hay varios niveles de
amistad. Uno es quien quiere, quien ama, pero guardando una fidelidad solamente en las
cosas gruesas, no en las más delicadas. Otra es la amistad donde el cariño se expresa en
lo grande pero también en los detalles de amor. La más perfecta –señala Ignacio- es la
que se mueve por la locura del amor, donde por principio, se quiere estar cerca de la
persona amada, sobre todo cuando de quien se trata es del mismo Jesús sufriendo en la
tierra. Allí pareciera que toma el mando el voluntarismo. Elijo -dice el texto- más
pobreza con Cristo pobre, que riqueza, más oprobios con Cristo lleno de ellos, que
buena fama… ser tenido por loco… No es, con todo, la voluntad la que está
interviniendo, sino la pasión. Ya para estas alturas la seducción que Jesús está
ejerciendo con su persona y su causa, provoca este tipo de comportamiento. El código
psicológico es la seducción. El código de compromiso es que la pasión no me lleva a la

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vida regalada en un amor rosa, sino a acompañar a la persona amada que está en toda
persona que sufre.

La tercera parte de los Ejercicios está dedicada a la pasión y muerte de Jesús. La


pasión Ignacio la propone con una matriz: fijarse en cada pasaje del evangelio viendo
cómo padece Jesús en la humanidad, cómo todo eso es a causa de nuestros pecados;
cómo contribuyo a esa pasión. Nos hace fijarnos en cómo se “esconde la divinidad”.
Esta parte es la más realista de todas, porque se vive lo que está aconteciendo en nuestra
historia cada día. Ahí nos sugiere pedir sentir su dolor, su quebranto. El código
psicológico acá consiste en experimentar el dolor y lo injusticia, como único modo de
poder captar la urgencia de algo diferente, como sucede con los valores. Vivir la
masacre, vivir la injusticia, sobre todo en la persona amada, suscita un deseo de que
todo ese mundo cambie; luchar por algo diferente donde reine la justicia y la equidad.
Acá el código psicológico y el código de compromiso van a una.

La cuarta parte de los EE es la resurrección. Aquí es experimentar a Jesús en las


experiencias de sus amigas y amigos, y pedir sentir la alegría interna, de ver cómo ahora
Jesús trae el oficio de consolador, animando y sobre todo, comunicándonos esperanza.
El código psicológico que fomenta es la búsqueda de sentido y de felicidad que está en
todos los corazones humanos. El de compromiso, es sentir que finalmente lo que nos
está proponiendo, y todo lo que debemos hacer por ponerle humanismo a nuestra tierra
tiene sentido y esperanza de lograrse.

El final de los Ejercicios, es la llamada contemplación para alcanzar amor.


Donde revisando todo lo vivido en la propia vida, en la naturaleza, en las experiencias
mismas de los EE caemos en la cuenta de que se me ha dado tanto, para provocar que
de tanto amor sólo nos resta dar de nosotras y nosotros y compartir. Aquí también se
unifican los códigos. El amor –código psicológico básico- provoca no aislamiento sino
compartir con todos. El código psicológico del agradecimiento –que quizás es el que
exige más finura- se traduce también en dar y darnos

2.6.11. Los rasgos de esta espiritualidad

Quizás en la exposición de este discernimiento como camino creyente, no


habíamos hablado mucho de cómo este método necesitaba de todo un proceso
metodológico que son precisamente los Ejercicios. Sólo al haber tenido esa experiencia
se podría decir que se ha captado la fuerza y riqueza del discernimiento para poderlo
aplicar en la vida corriente, en múltiples ocasiones; como ejercicio de decisiones
personales, como talante de vida, como discernimiento comunitario...

Una metodología y una manera de orar

Con una experiencia de ese tipo, acompañada, y con los métodos de oración
como la contemplación y la meditación, y la evaluación, se tiene al final lógicamente
una espiritualidad con unos rasgos muy bien delimitados. El modo de orar que implica
el discernimiento exige de un modo también de oración que no es que excluya otras,
sino que se concentra en un modelo que exige tiempo de silencio, recuperación de lo
obtenido y concatenación de la temática, al hilo de lo aprendido en los EE. No

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podemos olvidar que el discernimiento es el método que precisa de una metodología
que son las experiencias de EE y del compromiso histórico.

Pasión por Jesús y su proyecto

Precisamente esto es lo que se pretende en los Ejercicios. Quien tiene este tipo
de metodología, y quien aprende a discernir se va percatando de que el derrotero, el
criterio de todo lo que es de Dios lleva necesariamente a la construcción del Reinado,
como meta, como ilusión y pasión, como evaluación finalmente de todo. Pero en este
discernimiento y en su cuna –los Ejercicios- es pasión por la persona de Jesús y de su
proyecto; nunca aislados. Esa pasión por la misión nos lleva a no sólo querer hacer
cosas buenas, sino ir a donde haya más necesidad, atender obras en donde se dirime el
nombre de Dios; en donde su gloria está en peligro, porque hay sufrimiento de las
personas y para que haya gloria de Dios, tienen que tener vida digna las personas –
glosando a Ireneo-.

Espiritualidad de núcleos de convocatoria; de iglesias, de Iglesia

El proceso de los EE se hace de manera individual, pero desde la segunda


semana, el llamado que hace Jesús lo hace a mujeres y hombres que se le adhieren. No
es de manera individual el seguimiento. El llamado es personalizado pero para pasar a
formar parte del resto de apóstoles, de discípulas y discípulos, del círculo de quienes
colaboraban con El. Ignacio propone, ya casi al final de los EE, unas reglas para sentir
en la Iglesia. Es decir, el discernimiento y su matriz los EE, no provoca islas –muy a
gusto de nuestro tiempo, genera núcleos, colectividades con identidad; desde una iglesia
santa y pecadora a la vez.

Una espiritualidad de paradojas

Quien aprende a discernir en Ejercicios, va adquiriendo una vida espiritual que


es en muchos aspectos paradójica. Eso de la pasiva actividad, no se si te das cuenta de
lo paradójico que suena. Eso de hacerlo todo como si depende de mí sabiendo que en
definitiva depende de Dios, si no es una contradicción, ciertamente es una paradoja.

En la contemplación de la encarnación Ignacio hace una construcción muy


interesante, como materia de oración. En un primer momento nos hace que
contemplemos a la Trinidad que mira a una humanidad sufriendo, en guerra, muriendo,
naciendo… que la lleva a una resolución: redimir el género humano. Pero en el
segundo punto de la contemplación nos coloca en una contracción absoluta llevándonos
a la escena de María en Nazaret, en un lugar de mala fama, en una habitación chica para
ser testigos del sí de María, que cambió el mundo… Es decir que primero estamos en
una vista hiper- panorámica, y luego en una tremendamente pequeña y particular, pero
con repercusiones globales. Esto en la práctica, supone tener que ocuparnos de la
problemática mundial, sin descuidar el día a día, con sus peculiaridades y aparente
nimiedades.

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Epílogo
El discernimiento como camino creyente
Con todo lo que te he compartido quizás puedas comprender por qué decimos
que el discernimiento es camino para la fe; o camino para expresarla. La fe nuestra
primero que nada es un don; podemos pedir que se aumente pero no podemos
conquistarla. Es un proceso de combinar esfuerzos humanos, que te permitan después
soltar confiar y dejarte llevar en lo espiritual. La fe cristiana supone el ejercicio -eso sí-
de una fe en las personas, de confianza, de modelos de por qué creer. Claro está que
precisamente porque la fe es un regalo, puede suceder que aunque la vida no te haya
dejado resquicios para creer en nada ni en nadie, puedes recibir la gracia de creer que
Jesús es consuelo, compañero, salvador que te invita a participar del proyecto más
importante de la historia; su reinado.

La fe cristiana es típicamente una fe con obras, es decir, que quien cree debe
actuar de manera congruente. Y estas obras son obras de justicia, de misericordia, de
solidaridad. Tenemos muchos textos que nos orientan por este lado. Lo que casi nunca
ponemos atención es que a veces lo que se nos regala es la fe; pero a muchas personas
lo que se les regala es el poder ir haciendo las obras de Dios –aunque no lo conozcan-
En definitiva ambas cosas se implican, y a la larga el ir haciendo las mismas obras de
Dios es lo que salva.

La gran paradoja es que a veces no tenemos fe, pero tenemos una capacidad
inmensa de hacer el bien; de dar la vida por otras personas y no conocemos al verdadero
Dios, ni la imagen real de Jesús. Por la mala transmisión que a veces hacemos las
instituciones eclesiásticas, la vida religiosa… Pero hay unas obras que sin querer ya son
actos de justicia y misericordia, al modo de Jesús, y esto es lo que finalmente importa.
Esto va en la tónica del Juicio de las Naciones de Mateo. Se dio de comer, se vistió a
quien andaba sin ropa; se visitó a quien estaba doliente… Y allí estaba Jesús y nunca lo
supieron: sus obras eran ya, sino motivadas, sí sustentadas por su influjo misterioso; por
la acción de la Rúah, de la Santa Espíritu que sopla por donde quiere.

Comprendiendo un poquito más el discernimiento como importante camino


creyente, podemos apreciar cómo el método nos invita a que vayamos experimentando
en la vida muchas cosas, ponderándolas, comparándolas, para irnos quedando con lo
mejor. Lo mejor, creo que te lo he repetido innumerables veces es que tengamos vida,
que haya vida, que la tierra sea portadora de vida. Por tanto te invito a que comiences a
utilizar este método. Te ayudará a experimentar con libertad las cosas, a experimentar
las bondades y maldades de las situaciones internas e históricas, de los bienes de este
mundo y de sus contrarios, pero con el criterio humano de que te quedes con lo que es
mejor – y tú ya sabes la clave- cuál es. Con el criterio cristiano –que también creo que
te has quedado con su clave- de crear mujeres y hombres nuevos para una tierra nueva
semilla del reino.

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