Intimidad de La Moral

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INTIMIDAD DE LA MORAL

Y EXTERIORIDAD DEL DERECHO

Esta contraposición la conservamos en términos relativos.


Se infiere que si la norma jurídica enlaza dos o más personas y la norma
moral alcanza su plenitud en el individuo aislado, el campo propio de la
moral ha de ser diverso al del derecho.
Corresponde a la norma moral el ámbito de las intenciones, el trasfondo en
que anida el móvil de la acción, el por qué de la decisión de obrar; en una
palabra, la conciencia del individuo. Por el contrario, se reconoce a la norma
jurídica, por su sentido social, el plano exterior de la conducta, la parte
externa de los actos, es decir, el comportamiento extrínseco en cuanto toca o
afecta a alguien.
No es que se pretenda dividir las acciones del hombre en interiores y
exteriores. Todo acto humano tiene esas dos caras. Aun las conductas
preponderantemente internas, como el pensar, siempre se manifiestan
exteriormente en actitudes especiales; por ejemplo, la del que piensa. Por
otro lado, los actos externos, en cuanto conscientes, provienen de una
resolución interna. De esto resulta que un mismo acto es pasible de ambas
calificaciones, jurídica y moral al mismo tiempo.
Aquí es pertinente remarcar que la regulación moral de la conducta,
originalmente ligada a la entraña misma de nuestra determinación
conciencial, trasciende apremiado su realización exterior. No queda
satisfecha con que se quiera el bien. Exige la consumación de todos los actos
que están dentro de nuestra posibilidad para que la intención se externe en
obra efectiva, cuyos efectos, generalmente, alcanzan a otras personas: la
caridad.
La ley y la jurisprudencia de los tribunales prohíben el abuso del derecho
que consiste en el ejercicio de un derecho, sin utilidad para su titular y en
perjuicio de otro. Los casos clásicos corresponden al derecho de propiedad
ejercido sin ningún provecho para sí y con intención nociva o vejatoria para
otro: construcción de falsa chimenea sobre el techo para molestar a! vecino;
cerco de un fundo con pared elevadísima y pintada de negro para injuriar al
colindante; erección de postes altísimos con puntas de hierro en un terreno
contiguo al aeropuerto, de manera que amenacen a los dirigibles al aterrizar
y al elevarse, y solamente con la finalidad de forzar la adquisición del predio
como medio para erradicar el peligro. En la descalificación jurídica de estos
casos se contempló la actitud del agente[6]que, sin beneficio propio y
cuidando de no ultrapasar formalmente su derecho, trató de dañar o
perturbar a otras personas. Sin esa mala intención, los tres propietarios serían
irreprochables.
En el derecho penal, la gradación "homicida", "asesino" y "homicida
culposo" (por negligencia) no estriba en el resultado, que en los tres casos es
la muerte de un hombre, sino en el diferente designio íntimo del inculpado.
Por el grado de su culpabilidad, al primero se le aplica privación de libertad
de cinco a diez años; al segundo, treinta años; y al tercero, reclusión de seis
meses a tres años[7].
A estas argumentaciones que destacan la faz interna del derecho, Recaséns
responde que cuando la norma jurídica "toma en cuenta las intenciones, lo
hace sólo en cuanto éstas han podido exteriorizarse" porque siendo ellas
insondables, únicamente se puede juzgarlas "partiendo de los indicios
externos del comportamiento, pues otra cosa no es posible, ya que a ningún
humano le es dado transmigrar al alma del prójimo para ver directamente lo
que en ella ocurre"[8]. Por ejemplo, para sostener que hay abuso del derecho
ha de ser evidente el ánimo de perjudicar.
El penalista José María Rodríguez Devesa también se pronuncia por la
limitación del derecho para ahondar en la conciencia: "La ley, a través de las
impurezas procesales, no puede abordar el misterio profundo que encierra
todo acto humano, sino aquellas partes más visibles y externas."[9]
En el mismo empeño de reafirmar la exterioridad del derecho, Gustavo
Radbruch anota que la "conducta interna emerge sólo en el círculo del
derecho, en cuanto de ella cabe esperar una acción externa"[10]. Es por su
repercusión social, por sus posibles consecuencias para las demás personas,
que se trata de descubrir la actitud íntima, la índole de la acción del hombre.
A las réplicas en pro de la exterioridad del derecho se agrega otra inspirada
en Kant. El derecho exige que la conducta del obligado coincida
objetivamente con lo dispuesto por su precepto, a veces sin atender al
sentimiento adverso que quizá veló la intención de su autor: la norma
jurídica manda que el deudor pague; con que efectivamente cancele el
crédito, su mandato está cumplido, quedando fuera de consideración la
gratitud o el móvil avieso con que lo hizo. Esta concepción se extiende a
cantidad de acciones jurídicas para las cuales el motivo conciencial de
quienes las realizan no tiene importancia especial; sin embargo no puede
generalizarse. Hemos citado varias normas jurídicas que toman en cuenta de
modo decisivo el ánimo con que actuó el sujeto.
Estas indagaciones referidas al ámbito de la conducta en que afincan las
normas jurídicas y morales, evidencian que el derecho enfoca la fase externa
del acto humano, cuando trasciende de su autor, se delata a la percepción
ajena y de alguna manera atañe a otra persona.
En cambio, los sucesos internos como pensamientos, ideaciones,
intenciones, deseos y decisiones mientras se mantengan recluidos en la
conciencia y sin manifestación externa, no son ni pueden ser regulados ni
considerados por el derecho; su apreciación corresponde exclusivamente a la
moral.
Con Radbruch concluimos que la exterioridad del derecho y la interioridad
de la moral constituyen tendencias propias de cada una de esas regulaciones
y que, por tanto, no establecen un límite rígido e infranqueable.

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