Filosofia Exposicion Temas

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UNIVERSIDAD

CATOLICA DE
SANTA MARIA
Ingeniería de Minas
ASIGNATURA: Filosofía
Monografía (Filosofía política y corrupción)

Integrantes:
Calderón Samata, Bruno Daniel
Coaquira Tintaya, Jharol
Medina Mamani, Angel
Huamani Pauccar, Branny
Jara Gómez, Kevin Arnold
Salas Vera Fabian
ÍNDICE

Introducción......................................................................................................3

Filosofía política.................................................................................................4

Origen..............................................................................................................4

Filosofía política, positivismo e historicismo..................................................6

Positivismo...................................................................................................6

Historicismo.................................................................................................8

Reflexión de asuntos políticos......................................................................11

Corrupción.......................................................................................................14

Origen...........................................................................................................14

Corrupción en el Perú...................................................................................16

Por un Perú democrático y sin corrupción................................................17

Corrupción en el mundo...............................................................................17

Conclusiones....................................................................................................19

Referencias......................................................................................................20
Introducción
La tarea de la Filosofía Política es reflexionar de manera racional, sistemática y crítica
sobre los fenómenos relativos a lo político. A diferencia de la ciencia política, no trata con
hechos y datos empíricos, sino con las cuestiones normativas y las preguntas radicales que
surgen a partir de las diversas realidades políticas. Su campo es más la libre especulación
que la detallada descripción. Aun así, no es posible reflexionar seriamente sobre nada sin
rigor, atención al contexto y metodología. Pero, para empezar, ¿qué es la política? La cual
desarrollaremos más adelante.
Son numerosos los temas que han dominado en el panorama de la Filosofía Política, y en
algunos casos se entremezclan con las preguntas de fondo que se ha planteado la
humanidad, como por ejemplo sobre los valores de la libertad, la igualdad, las virtudes de
los distintos regímenes políticos o el ideal de la justicia. En un momento como el actual en
el que la democracia está siendo objeto de fervientes críticas y defensas, en el curso se
encontrará una contribución a las distintas teorías sobre el valor, el sentido y el futuro de las
democracias liberales.
Además, puesto que la filosofía política intenta explicar, fundamentar o buscar los criterios
sobre el ejercicio del poder, será inevitable familiarizar al alumno con las técnicas y
rudimentos de la disciplina filosófica, así como con los debates que suscita continuamente
la política en el espacio público.
A su vez trataremos otro de los temas importantes que está íntimamente relacionado con la
política la Corrupción que en estos momentos está prevaleciendo en el ser humano
llevándolo por un mal camino donde la moral esta por los suelos, responderemos preguntas
como ¿es un mal necesario?, ¿Dónde se originó? ¿Cómo nos afecta? Debido a que vivimos
en un paiz con más índice de corrupción.
Filosofía política

Origen:

La filosofía política es una tradición especial de discurso, es una actividad compleja y


variada, más fácil de comprender si se analizan las diversas formas en que los grandes
pensadores la han practicado. Además de haber contribuido al acervo principal de las ideas
políticas, la mayoría de los filósofos han proporcionado al teórico y al científico muchos de
sus métodos de análisis y criterios de evaluación.

En este sentido, Sheldon Wolin afirma que "históricamente, la diferencia fundamental entre
filosofía y filosofía política ha radicado en un problema de especialización y no de método
o temperamento. En virtud de esta alianza, los teóricos políticos han adoptado como propia
la búsqueda básica de conocimiento sistemático que lleva a cabo el filósofo".

Si reflexionamos sobre el objeto de la filosofía política, aún en el más superficial examen


de las obras maestras de la literatura política, nos revelará la continua reaparición de temas
problemáticos, tales como las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados, la índole
de la autoridad, los problemas planteados por el conflicto social, la jerarquía de ciertos fines
o propósitos como objetivos de la acción política, y el carácter del conocimiento político.
Al procurar dar respuestas a estas cuestiones, los filósofos han contribuido a gestar una
concepción de la filosofía política como forma permanente de discurso acerca de lo que es
político.

Ahora bien, Sheldon Wolin afirma que el proceso de definir el ámbito de lo político no ha
diferido mucho del que han tenido lugar en otros campos de la indagación, que en
importante medida son producto de una definición y en el caso del campo de la política
puede ser considerado como un ámbito, cuyos límites han sido establecidos a lo largo de
siglos de discusión política. Por tanto, se puede afirmar que

el campo de la política es y ha sido, en un sentido decisivo y radical, un producto de la


creación humana. Ni la designación de ciertas actividades y ordenamientos como políticos,
ni nuestra manera característica de pensar en ellos, ni los conceptos con que comunicamos
nuestras observaciones y reacciones, se hayan inscritos en la naturaleza de las cosas, sino
que son el legado de la actividad histórica de los filósofos políticos.

Para entender lo que es la filosofía política, señala Alain Renaut, es importante evitar dos
escollos, que propuso claramente Leo Strauss: el primero, consistiría en no ver en la
filosofía política una rama "regional" de la filosofía, que simplemente tuviera la vocación
particular de traspasar a un dominio particular los resultados (o incluso "principios")
llevados a cabo por la filosofía general.

Esta concepción tiene el inconveniente importante de hacer olvidar la situación muy


particular de la filosofía política, para quien el problema de su propia competencia se
establece de manera aguda: la política es un mundo en el cual se intercambian argumentos
que ponen en forma conceptos competitivos del bien, pero donde las decisiones se toman
bajo pesadas coacciones temporales, allí donde la filosofía pretende siempre poco o mucho
sobre una racionalidad superior al situarse desde un punto de vista universal y en tanto que
intemporal. Por ello, por un lado, hay un estilo propio de los filósofos políticos que no es
reducible al de otros filósofos (Maquiavelo, Montesquieu o Tocqueville son más
importantes que Descartes o Husserl), y que el conflicto siempre es posible entre el filósofo
y la ciudad, como se sabe, desde, al menos, el proceso de Sócrates.

El segundo error simétrico consistiría en no ver en la filosofía sino una apuesta coherente
de "ideas políticas" preexistentes en la ciudad, olvidando la vocación "arquitectónica" de la
filosofía, que no parece verdaderamente como tal, sino hasta que se sitúa directa o
indirectamente el problema de la verdad total. En este sentido, cualesquiera que sean sus
méritos, muchos de los filósofos contemporáneos entre los más prestigiosos como
Habermas, Rawls o Dworkin, evitan bastante mal estos escollos, según Renaut,

porque tienen una concepción de la filosofía política a la vez más estrechamente


"normativa" (es lo que los conduce a veces a reducir la filosofía política a una simple
aplicación de una racionalidad ética o jurídica general) y muy inmediatamente de acuerdo
con las tendencias actuales de la democracia.

Teniendo en cuenta estas advertencias, Renaut propone un concepto un poco más


descriptivo que especulativo de la filosofía política, "que busque un tanto pensar lo que es,
más que determinar lo que debe ser y que se esforzara en pasar por la simple puesta en
forma del sentido común contemporáneo". Esta posición le parece, en principio, sugerida
por la tradición misma, pues él no ve ninguna razón por la cual "los filósofos políticos
contemporáneos sean menos cuidadosos al describir la experiencia política usual de lo que
fueron Aristóteles, Hobbes o Hume, ni por que sean más respetuosos de las creencias de sus
contemporáneos de lo que fueron Platón o Maquiavelo". Ello supone, por añadidura, poder
apoyarse en uno de los hechos más importantes que caracterizan a la modernidad: las
categorías en las cuales los "modernos" piensan su experiencia política, siendo ellos
mismos sujetos de la filosofía moderna, cuya discusión puede contribuir, a partir de este
hecho, a la elucidación de nuestra condición.

Otros autores parten del siguiente razonamiento para definir a la filosofía política, sugieren
iniciar explicando la naturaleza y fundamento de la filosofía y la definen como "un tipo
particular de 'práctica discursiva' caracterizada por la unión de un método y un objeto
determinados"; es decir, "una forma de discurso sofisticada e institucionalizada que, en
cuanto al método, se vale de un único recurso fundamental: la argumentación pública,
crítica y abierta". Por lo tanto, la filosofía no es un saber de hechos, sino como lo muestra la
historia del pensamiento, una suerte de interrumpido diálogo argumentativo, un continuo
intercambio de razones y críticas. Debido a que es filosofía y no ciencia de la política, la
filosofía política enfrenta precisamente esta clase de problemas: cuestiones normativas,
cuando intenta construir buenos argumentos para dar respuesta a los dilemas que nos
plantea nuestra convivencia, a las disensiones y a los conflictos que en ella surgen
cotidianamente.

Filosiofia política representantes:


La filosofía política es la rama de la filosofia que estudia cómo debería ser la relación entre
las personas y la sociedad, e incluye cuestiones fundamentales acerca del gobierno,
la política, las leyes, la libertad, la igualdad, la justicia, la propiedad, los derechos, el poder
político, la aplicación de un código legal por una autoridad, qué hace a un gobierno
legítimo, qué derechos y libertades debe proteger y por qué, qué forma debe adoptar y por
qué, qué obligaciones tienen los ciudadanos para con un gobierno legítimo (si acaso
alguna), y cuándo lo pueden derrocar legítimamente (si alguna vez). Mientras la ciencia
política investiga cómo fueron, son y serán los fenómenos políticos, la filosofía política se
encarga de teorizar cómo deberían ser dichos fenómenos.
En un sentido vernacular, el término «filosofía política» a menudo refiere a una perspectiva
general, o a una ética, creencia o actitud específica, sobre la política que no necesariamente
debe pertenecer a la disciplina técnica de la filosofía. Charles Blattberg, que define la
política como «responder a los conflictos con el diálogo», sugiere que las filosofías
políticas ofrecen consideraciones filosóficas de ese diálogo.
La filosofía política tiene un campo de estudio amplio y se conecta fácilmente con otras
ramas y su disciplinas de la filosofía, como la filosofía del derecho y la filosofía de la
economía.1 Se relaciona fuertemente con la ética en que las preguntas acerca de qué tipo de
instituciones políticas son adecuadas para un grupo depende de qué forma de vida se
considere adecuada para ese grupo o para los miembros de ese grupo. Las mejores
instituciones serán aquellas que promuevan esa forma de vida.
En el plano metafísico, la principal controversia divisora de aguas es acerca de si la entidad
fundamental sobre la cual deben recaer los derechos y las obligaciones es el individuo, o el
grupo. El individualismo considera que la entidad fundamental es el individuo, y por lo
tanto promueven el individualismo metodológico.1 El comunitarismo enfatiza que el
individuo es parte de un grupo, y por lo tanto da prioridad al grupo como entidad
fundamental y como unidad de análisis.
Los fundamentos de la filosofía política han variado a través de la historia. Para
los griegos la ciudad era el centro y fin de toda actividad política. En la Edad Media toda
actividad política se centraba en las relaciones que debe mantener el ser humano con el
orden dado por Dios. A partir del Renacimiento la política adopta un enfoque
básicamente antropocéntrico. En el mundo moderno y contemporáneo surgen y conviven
muchos modelos, que van desde los totalitarismos hasta los sistemas democráticos
participativos (entre los cuales existen muchas variantes).
Algunos filósofos políticos influyentes fueron: en el Reino Unido, Thomas Hobbes, John
Locke, John Stuart Mill, Jeremy Bentham y James Mill; en Francia, Montesquieu, Jean-
Jacques Rousseau y Voltaire; en Italia, Cesare Beccaria, Giambattista Vico y Giuseppe
Mazzini; y en Alemania, Karl Marx y Friedrich Engels.

Filosofía política, positivismo e historicismo


Positivismo
El positivismo fue una de las más importantes corrientes filosóficas difundidas en Europa a
fines del siglo XIX e inicios del XX. Obtuvo protagonismo en el denominado "debate
epistemológico" -sostenido entonces entre los representantes de las ciencias naturales y los
de las ciencias del espíritu o ciencias humanas- al pretender imponerles a éstas últimas el
modelo de ciencia y el criterio de verdad propio de las primeras, de marcado carácter
empírico- formal.
Sostenía pues, entre otras cosas, que el único auténtico conocimiento o saber es el científico
y obtuvo sus fundamentos del modelo empírico-formal heredero de la racionalidad
moderna. Es decir, de los aportes de la visión de mundo de Galileo y de la Ciencia Nueva y
del racionalismo cartesiano.
Sus principales postulados se pueden resumir en:
1- Todos los saberes, todas las disciplinas debían confluir, en cuanto a organización,
en una sola ciencia: la física.
2- Todos los saberes, todas las ciencias debían trabajar operativamente con un
método único de investigación.
3- La realidad, lo real, "lo positivo", eran los objetos que aparecían ante el sujeto
cognoscente. La ciencia debía trabajar descubriendo la estructura causal de dichos
fenómenos y debía elaborar cadenas de enunciados formalizados que constituyeran
leyes y teorías lo más simples posibles, para dar cuenta de los procesos acontecidos
en el mundo de la naturaleza.
4- El conocimiento científico era objetivo, de acuerdo con el modelo epistemológico
de marcado carácter empírico-matemático. Es decir, se valorizó y se incentivó la
confianza en la capacidad del hombre para conocer lo real, a través del desarrollo de
la ciencia, con prescindencia de la presencia de cualquier tipo de componente
subjetivo que pudiera intervenir en dicho proceso.
5- Se preconizó la idea de que el desarrollo y culminación de la ciencia positiva era
concomitante al progreso político, cultural y económico de la sociedad.
6- Se prefiguró una comprensión mecanicista y funcionalista de las organizaciones y
fenómenos sociales, de acuerdo al modelo epistemológico propio de las ciencias
naturales. De ahí el hecho de que la ciencia más importante fuera la sociología,
entendida como una ciencia física social.

Por otra parte, la ética y la política positivista, también herederas del pensamiento de la
Ilustración, tendieron a manifestar, en su doble tendencia conservadora y liberal, una
especial preocupación por la institución de la ley, la educación, la historiografía y el
derecho, entendidos como los principales promotores del progreso de los pueblos en vistas
a la consecución de la felicidad del género humano en el estado positivo.
Historicismo
Aunque tanto autores como Johann Gottfried von Herder (1744-1803) o Georg Wilhelm
Friedrich Hegel (1770-1831) pueden considerarse en cierto modo dentro de la corriente
historicista, no es hasta mediados del siglo XIX cuando ciertos pensadores reaccionan
contra el ideal positivista de la ciencia con el objeto de sustituir los modelos científicos de
conocimiento por otros de tipo histórico. Además de Dilthey, podemos destacar al mismo
Marx, cuya formulación del materialismo histórico se asienta sobre los conceptos de
conciencia y transformación históricas.
La distinción entre naturaleza y cultura, las diferencias entre las ciencias naturales y las
ciencias histórico-sociales y sus relaciones, el papel de los valores en las acciones humanas
o el análisis crítico de los productos de la cultura (costumbres, valores, mitos, etc.) son
algunas de las aportaciones fundamentales del historicismo a la historia del pensamiento. El
historicismo también ha contribuido a la revisión crítica del concepto de realidad histórica
con derivadas muy importantes en la política, la sociología o la antropología. De igual
forma, la pregunta de si el historicismo conlleva necesariamente un relativismo o es la
única forma de evitarlo, nos sitúa en un territorio epistemológico de gran importancia.
En este sentido, en el siglo XX, pensadores como el filósofo de la ciencia Karl Popper han
entendido el historicismo como una corriente que propugna la existencia de «leyes
históricas» que determinan el fin de los acontecimientos políticos y sociales.
Strauss cuestiona que el análisis de los asuntos políticos se encuentre dividido en
compartimientos que se especializan en un ámbito de la realidad, sin visión de totalidad
sobre el objeto de estudio. Peor todavía, Strauss deplora que la filosofía política sea
considerada ajena a la ciencia moderna, en particular a la ciencia de corte positivista.
Entre las razones que Strauss identifica para explicar el desprestigio de la filosofía política
se encuentran la preponderancia de la distinción entre hechos y valores en el planteamiento
científico apuntalado por el positivismo, y la consolidación del historicismo y su crítica a la
filosofía como disciplina de conocimiento. Pareciera que Strauss reconociera cierta
importancia al positivismo, en particular cuando toma en consideración la formulación que
hiciera Comte y su aspiración por superar la anarquía intelectual en el mundo de las
ciencias. Sin embargo, el desarrollo posterior que sigue el positivismo de la mano del
utilitarismo, el neokantismo y el evolucionismo disipan esa aspiración (Strauss, 1970:22).

Para Strauss, la ciencia social positivista es avalorativa y éticamente neutra. En el análisis


de Strauss, las ciencias sociales positivistas se mantienen imparciales ante el conflicto que
se presenta entre el bien y el mal, independientemente de las nociones del bien y del mal
que se ponen en juego. El campo de las investigaciones y discusiones de la ciencia
moderna, a decir de Strauss, sólo puede funcionar a partir de una liberación de los juicios
morales, de una abstracción absoluta: “La ceguera moral es indispensable para el análisis
científico”. Para Strauss el riesgo que conlleva esta actitud es el conformismo, la rutina y la
instauración del nihilismo: la contemplación de la realidad sin intención de intervenir en
ella, un estado de indiferencia hacia logros concretos en la realidad.
En el fondo, el reclamo por considerar a los intelectuales como parte de una realidad
concreta es lo que ha hecho que se vuelque las miradas hacia las condiciones éticas y los
compromisos morales hacia la sociedad: los intelectuales no pueden negar que ellos
mismos son parte de la sociedad y son en esencia ciudadanos, más aún, ciudadanos con
cualidades diferentes a todos los demás, lo que los coloca en situación de aportar visiones
sobre el mundo que puedan ayudar a mejorar su situación, algo que es todavía más
pertinente en contextos democráticos.

¿Cuáles son las premisas del positivismo y del historicismo y cuáles los argumentos
que opone la filosofía política que formula Strauss a las posturas positivistas?
Es imposible el estudio de los fenómenos sociales, sobre todo de los fenómenos sociales
más importantes, sin que este estudio lleve consigo juicios de valor. Para Strauss es difícil
no atribuir valoraciones a los hechos del mundo, algo que se hace evidente inclusive en los
propios análisis científicos, por ejemplo, cuando se clasifican los regímenes políticos en
“demócratas” o “autoritarios” seguramente se está haciendo una valoración de lo que es
rechazado en contraste con la idea de democracia. Es decir, los conceptos mismos
introducen una normatividad en el análisis.
La exclusión de los juicios de valor se basa en la presunción de que la razón humana es
esencialmente incapaz de resolver los conflictos entre valores distintos o entre sistemas de
valores diferentes. Strauss no comparte la tesis de la insolubilidad de los conflictos de
valores. Esta posición remite a considerar que rechaza la inconmensurabilidad de los
valores y que en consecuencia es posible introducir juicios orientados a la solución
mediante categorías universales. Esa solución pasa por la instauración de un orden mundial
sostenido sobre valores igualmente universales orientados a generar bienestar a todos los
hombres en un contexto definido por una sociedad global de naciones (Tarcov y Pangle,
1993:852). En particular, ésta sería su apuesta por la democracia occidental concebida a
partir de las reflexiones clásicas.

La creencia de que el conocimiento científico (entendido por tal el conocimiento a que


aspira la ciencia moderna) es la forma suprema de conocimiento humano lleva consigo el
desprecio de todo el conocimiento precientífico. Para Strauss, el conocimiento parte
inevitablemente de ciertas ideas de lo que son las cosas y eso obliga a un planteamiento
dialéctico que viabilice la comprensión del contexto que hace posible esas ideas y de los
objetos de la realidad. De hecho, la filosofía política tiene como punto de partida esas ideas
previas sobre lo político que luego se preocupa en superar hasta alcanzar un conocimiento
certero. El positivismo se convierte necesariamente en historicismo. La aspiración por
comprender las diferentes culturas desde el punto de vista de los esquemas conceptuales del
mundo occidental introduce el análisis histórico cuyo énfasis consolida la tendencia
historicista en el análisis de lo político al relativizar los conocimientos de las diferentes
disciplinas.
El historicismo se diferencia del positivismo en que: (a) abandona la distinción entre
hechos y valores; se admite que cada modo de comprender implica unas valoraciones
específicas; (b) niega toda exclusividad a la ciencia moderna en la interpretación del
mundo; hay muchas visiones para hacerlo; (c) rechaza la consideración del proceso
histórico como algo eminentemente racional; (d) niega el valor a la teoría evolucionista
aduciendo que la evolución del hombre, partiendo de un ser no hombre, hace ininteligible
su condición humana.
En definitiva, el historicismo descarta cualquier planteamiento que tenga como tema central
la idea de la sociedad ideal o del mejor régimen. Esto es con- secuencia lógica del
relativismo que introduce en la consideración del devenir de la humanidad.
El historicismo rechaza el planteamiento del tema de la buena sociedad, o sea, de la
sociedad ideal, como consecuencia del carácter esencialmente histórico de la sociedad y del
pensamiento humano: no es radicalmente necesario hacer brotar el tema de la buena
sociedad; ese tema no se plantea al hombre; su simple posibilidad es el resultado de una
misteriosa concesión del destino (Strauss, 1970:34).
Para Strauss el positivismo deviene en historicismo y así se constituye en el enemigo que
debe enfrentar la filosofía política, y la forma de llevar a cabo esta labor es revisando los
postulados de la filosofía política clásica y los derroteros que siguió la filosofía política
contemporánea para llegar a una perspectiva de lo que la filosofía política puede hacer en
los momentos cruciales de la humanidad.

El historicismo relativiza el pensamiento al pretender atarlo a un contexto sociohistórico


particular. Concluye que ninguna interpretación es verdadera fuera de ese contexto. El
historicismo del siglo XX exige que cada generación reinterprete su pasado desde su propia
experiencia y teniendo en cuenta su propio futuro.
Para Strauss, el reto de la filosofía política es enfrentar al historicismo, puesto que dicho
pensamiento introduce un relativismo temporal contextual de la reflexión política,
atándola a situaciones específicas, cuando la filosofía política, a decir de Strauss, se orienta
por formular visiones que trascienden las particularidades temporales. El reto de la filosofía
política, en la lógica de los planteamientos de Strauss, es definir criterios que sirvan de
soporte para instaurar referentes normativos para la convivencia social en un mundo que
cada vez se aleja más de una razón única para pensar su existencia. La apuesta de Strauss
implica el rescate de la racionalidad clásica precisamente en un contexto donde la razón
moderna encuentra dificultades para definir referentes objetivos y normativos para la con-
vivencia social (Garzón-Vallejo, 2009:300).
Reflexión de asuntos políticos
La reflexión sobre la política es un fenómeno de difícil descripción. Quizás, lo anterior, se
deba a la ambigüedad del mismo objeto de estudio o al carácter multívoco, polisémico y
variable de un concepto que se ha tratado desde disciplinas distintas y desde antes de que se
hablara de ciencia política. La ciencia de la política ha compartido objeto de estudio con la
filosofía, la historia de las ideas, la sociología o el derecho.
Así, la política, como objeto de reflexión, se nos presenta como un término controvertido, a
pesar de su familiaridad1 y uso cotidiano, lo cual no implica que quienes lo utilicen lo
entiendan del mismo modo. Política, resulta, entonces, en un término multívoco, dotado de
sentidos diferentes según el ámbito y el momento en que se emplea (Vallès, 2002), que nos
supone más de un interrogante: ¿qué se entiende por política? Cuando hablamos de política,
¿de qué hablamos?
No obstante, la existencia de definiciones clásicas. que responden al interrogante,
aparentemente simple, planteado, resulta cuando menos necesario responder a éste a partir
de la diferenciación entre lo que es la política y lo que es el pensamiento sobre la política,
que en términos de Roiz (1982: p. 13) sería la existencia o no de conciencia política. La
distinción propuesta resulta pertinente si se estima, primero que la política es un fenómeno
universal en el que la persona humana desarrolla actividades y establece relaciones que
hacen que la política sea un término familiar, que responde a diferenciados sentidos y
ámbitos de aplicación; y, luego, que la política está ligada a la misma condición humana y
por lo tanto puede considerarse como una construcción mental.
Las reflexiones sobre los asuntos políticos álgidos para el hombre toman como referente
inicial la filosofía política clásica, entendida como una búsqueda permanente de la verdad
sobre el mejor orden social y de ahí elevar al hombre hacia un nivel mejor de su vida. Es un
pensamiento que integra la dimensión normativa y procura superar las ideas vagas por un
conocimiento certero acerca de los objetos políticos; de ahí que considere las ideas clásicas
del civismo, la virtud y la libertad.
Sin embargo, dos temas derivados de su planteamiento impulsan a nuevas reflexiones. El
primero se refiere al modelo político defendido por Strauss. Si bien las dudas iniciales
acerca de cuál es el mejor orden social y político se disipan al identificarlo con la
democracia occidental, siembra la duda sobre la posibilidad de una visión unitaria del
mundo que pudiera conducir a cierto sesgo para comprender los problemas políticos
contemporáneos al defender una única concepción del bien. Esto se hace más problemático
si consideramos la diversidad de formas y contenidos que adquieren las democracias
contemporáneas.
Un ejemplo de la dificultad por definir una idea del bien y su realización en las
instituciones empíricas puede apreciarse en las obras de John Rawls, quien en su Teoría de
la justicia formula un planteamiento con aspiraciones de erigirse en la solución racional al
problema de elección pública para definir una “sociedad bien ordenada” y luego el giro que
da en Liberalismo político, donde (a) renuncia a la aspiración de que la Teoría de la justicia
se convierta en la solución definitiva del proceso de decisión racional, y (b) considera que
la aspiración por una “sociedad bien ordenada” está alejada de la realidad y es utópica
(Rawls, 1979; 1995).
El Liberalismo político, admite Rawls que la diversidad de criterios acerca de la vida buena
es una consecuencia lógica del ejercicio libre de la razón. Siguiendo las reflexiones de Iván
Garzón-Vallejo, la crisis de la razón en el ámbito político se sintetiza en “el escepticismo
ante la posibilidad de descubrir desde la política un horizonte de bien común que sea válido
para todos” (2009:301).
La aspiración por consolidar un orden social universal se enfrenta al historicismo y con ello
viene de la mano su cuestionamiento al relativismo político renuente a admitir la crítica a
ciertos regímenes que rechazan el modelo político definido por las libertades individuales.
Esto se traduce en la inquietud por plantearse las condiciones de posibilidad de
universalización de principios de justicia o de premisas políticas que aspiran a definir una
idea única del bien igualmente válidas para los hombres en cualquiera de sus contextos
socio históricos. Precisamente, en la segunda mitad del siglo pasado aparecerá una
formulación que atienda a la preocupación por definir concepciones del bien acordes con
visiones democráticas y liberales con pretensiones de universalidad: nos referimos a la obra
de John Rawls y a las formulaciones utilitarias que se le contraponen, el neo utilitarismo de
John Hasaní. En ambas propuestas se procura definir lineamientos para guiar la reflexión
moral (Ralws) y racional (Harsanyi) de las personas y a partir de ahí obtener decisiones
públicas óptimas para la sociedad. Sin ánimos de profundizar en esos planteamientos, lo
que importa es destacar que la razón moderna, y con ello quizás la filosofía política misma,
aún tiene mucho que decir para pensar los asuntos que atañen al orden sociopolítico de los
hombres (Pérez Schael, 1999).
El segundo problema en los planteamientos de Strauss es su rechazo a la distinción entre
hechos y valores para fundar una visión explicativa del mundo. Ciertamente, la formulación
científica moderna se levanta sobre esa distinción, pero la reflexión parte por considerar lo
que puede observarse y no lo que ha de observarse a partir de premisas planteadas como
absolutas. Un ejemplo de esto lo tenemos en la formulación fundacional de la sociología
con autores como E. Durkheim (1986) y M. Weber (2001; 1971). Ambos autores reconocen
la importancia de los valores para el hombre y la sociedad, pero igualmente reconocen la
interferencia que los valores pueden ejercer en la comprensión de la realidad.
El énfasis en diferenciar la filosofía política de la perspectiva científica de la política refleja
cierta resistencia por la evolución conceptual y el cambio de perspectivas de análisis. Esto
no deja de ser problemático hoy día, puesto que las diversas teorías para observar la
realidad social se han multiplicado y eso obliga a plantear el papel que pueda jugar la
filosofía política en la actualidad. Al respecto pueden considerarse las observaciones de
Niklass Luhmann sobre la necesaria cooperación entre sociología y filosofía para abordar el
problema de la moral y la ética en los tiempos contemporáneos, así como su rechazo a una
inspiración en la filosofía clásica para acometer tal tarea (1998:201).
Es innegable que los hechos de la realidad connotan cierta valoración, pero quedarnos con
esas “prenociones” interfiere en la posibilidad de comprender el mundo más allá de
nuestras propias convicciones políticas. Antes bien, si en algo la ciencia y la filosofía
pueden ayudar al hombre a tomar decisiones útiles es mostrando al mundo tal como es y no
como quisiéramos que fuese. A fin de cuentas, esto último es una apuesta nuevamente por
la razón moderna.
Así, la política, como objeto de reflexión, se nos presenta como un término controvertido, a
pesar de su familiaridad1 y uso cotidiano, lo cual no implica que quienes lo utilicen lo
entiendan del mismo modo. Política, resulta, entonces, en un término multívoco, dotado de
sentidos diferentes según el ámbito y el momento en que se emplea (Vallès, 2002), que nos
supone más de un interrogante: ¿qué se entiende por política? Cuando hablamos de política,
¿de qué hablamos?
Según Sartori (1984), para los clásicos, en particular Aristóteles, el animal político era el
equivalente al animal social, es decir, que el hombre se definía por vivir asociado, de forma
colectiva o en comunidad, por lo que la política era algo consustancial a la misma
naturaleza humana. Lo anterior, llevó a Sartori a señalar que no es Aristóteles el
descubridor de la política -en tanto conciencia o reflexión política- sino que sería
Maquiavelo, ya que es quien realmente autonomiza la política y la equipara al pensamiento
y a la reflexión sobre la misma3.
De acuerdo con esta distinción, se ha establecido una diferencia entre el pensamiento
político clásico y el pensamiento político moderno. Aristóteles identificaba a la política con
el ejercicio del poder, sus modos de adquisición y utilización, su concentración y
distribución, su origen y la legitimidad de su ejercicio. Esta definición en cuanto a poder, se
enmarcaría en una de las corrientes a que se hizo referencia a pie de página. Las
inquietudes en el pensamiento político clásico oscilaron entre la identificación de quién
tiene el poder, cómo se ejerce y en el enjuiciamiento de su ejercicio. Por su parte, los
análisis se centraron en una diversidad de asuntos: quiénes deben detentar el poder, qué
medios son los adecuados para su obtención y mantenimiento, cuáles son los principios
legitimadores para su ejercicio.
Corrupción
Origen
Según un reciente barómetro del CIS, casi nueve de cada diez encuestados creen que es una
práctica “bastante” o “muy extendida”. El 24% considera a los políticos como “uno de los
grandes males de España”. Pero lo que pocos imaginan es que es un mal antiguo. Tan
antiguo como el ser humano. ¿Y si la corrupción formara parte de nuestra naturaleza?
La corrupta antigüedad ¿Cuál fue el primer caso documentado de corrupción? Difícil
saberlo. Algunos historiadores se remontan hasta el reinado de Ramsés IX, 1100 a.C., en
Egipto. Un tal Peser, antiguo funcionario del faraón, denunció en un documento los
negocios sucios de otro funcionario que se había asociado con una banda de profanadores
de tumbas, que, como diríamos hoy... ¡hacían los egipcios! Los griegos tampoco tenían un
comportamiento ejemplar. En el año 324 a.C. Demóstenes, acusado de haberse apoderado
de las sumas depositadas en la Acrópolis por el tesorero de Alejandro, fue condenado y
obligado a huir. Y Pericle, conocido como el Incorruptible, fue acusado de haber
especulado sobre los trabajos de construcción del Partenón.
Pero la corrupción existía ya mucho antes de estos episodios. De hecho, en la época del
mundo clásico, las prácticas que hoy consideramos ilegales eran moneda corriente. “En la
antigüedad, engrasar las ruedas era una costumbre tan difundida como hoy y considerada en
algún caso incluso lícita”, escribe Carlo Alberto Brioschi, autor de Breve historia de la
corrupción (Taurus). “Por ejemplo, en la antigua Mesopotamia, en el año 1500 a.C.,
establecer un trato económico con un poderoso no era distinto de otras transacciones
sociales y comerciales y era una vía reconocida para establecer relaciones pacíficas”, señala
Brioschi.
En Roma, el potente caminaba seguido por una nube de clientes: cuanto más larga era su
corte, más se le admiraba como personaje. Esta exhibición tenía un nombre: adesectatio. A
cambio, el gobernante protegía a sus clientes, con ayudas económicas, intervenciones en
sede política, etcétera. Y los clientes, a su vez, actuaban como escolta armada. También
había acuerdos entre candidatos para repartirse los votos (coitiones) y para encontrar un
empleo solía recurrirse a la commendatio, que era el apoyo para conseguir un trabajo, lo
que hoy equivaldría al enchufe.
Con todo, la corrupción pública estaba mal vista. Sabino Perea Yébenes, profesor en la
Universidad de Murcia, ha publicado un libro titulado La corrupción en el mundo romano,
editado por el académico Gonzalo Bravo (Signifer). En su obra, se desprende que los altos
cargos estaban muy vigilados: “Los romanos tenían un concepto de la política diferente: lo
más importante era el honor. Para llegar a la cumbre, el candidato tenía que tener currículo:
haber ocupado cargos, tener una educación y proceder de una buena familia. Pero, además,
tenía que tener patrimonio ya que había de presentar una fianza a principio del mandato. Y
cuando finalizaba, se hacían las cuentas. Si te habías enriquecido, tenías que devolverlo
todo”, explica Yébenes. “En caso de corrupción, había dos penas muy severas: una era el
exilio; la otra era el suicidio. Esta última, de alguna manera, era más recomendable porque
por lo menos te permitía mantener el honor”, indica. Yébenes explica que en la antigua
Roma había una doble moral: se diferenciaba claramente la esfera pública de la privada.
Desviar los recursos públicos era una práctica reprobable, pero en los negocios particulares
se hacía la vista gorda.

La crónica de la época fue testigo de varios escándalos. Cicerón reconocía que: “Quienes
compran la elección a un cargo se afanan por desempeñar ese cargo de manera que pueda
colmar el vacío de su patrimonio”. El caso más célebre es el de Verre, gobernador en
Sicilia. Se le imputaron extorsiones, vejaciones e intimidaciones, con daños estimados, para
la época, en 40 millones de sestercios. Catón, el censor, sufrió hasta 44 procesos por
corrupción. El general Escipión hizo quemar pruebas que acusaban a su hermano Lucio
sobre una estafa perpetrada a daños del imperio: fue condenado al destierro. Bertolt Brecht,
en su obra sobre Julio César escribe: “La ropa de sus gobernadores estaba llena de
bolsillos”. En Roma se llevaron a cabo irregularidades que recuerdan mucho a las de hoy:
por ejemplo, el teatro de Nicea, en Bitinia, costó diez millones de sestercios, pero tenía
grietas y su reparación suponía más gastos, con lo que Plinio sugirió que era más
conveniente destruirlo.
Los pecados de la edad media la llegada de la religión católica impuso un cambio de moral
importante robar pasó a ser un pecado, pero al mismo tiempo con la confesión era posible
hacer tabla rasa, lo que desencadenó una larga serie de abusos. “El cristianismo, predicando
el espíritu de sacrificio y la renuncia a toda vanidad, introduce en su lugar la pereza, la
miseria, la negligencia; en pocas palabras, la destrucción de las artes”, escribió Diderot en
su Enciclopedia (por cierto, no hay que olvidar que, según la Biblia, la corrupción era una
práctica tan extendida al punto que, como todos sabemos, Judas Iscariote vendió a los
romanos a su maestro Jesús por treinta monedas de plata.
El papado de los Borja merecería un capítulo aparte. Pocas personas a lo largo de la historia
fueron capaces de concentrar tanta amoralidad. Pero en esa época la corrupción parecía un
mal menor. Como escribió aquellos años Maquiavelo, “que el príncipe no se preocupe de
incurrir en la infamia de estos vicios, sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado”.
Cuando Cristóbal Colón se lanza a la conquista de América, no puede hacer otra cosa que
exclamar: “El oro, cual cosa maravillosa, quien quiera que lo posea es dueño de conseguir
todo lo que desee. Con él, hasta las ánimas pueden subir al cielo”.
La corrupción “es un fenómeno inextirpable porque respeta de forma rigurosa la ley de la
reciprocidad. Según la lógica del intercambio, a cada favor corresponde un regalo interesado.
Nadie puede impedir al partido en el poder que se cree una clientela de grandes electores que
le ayuden en la gestión de los aparatos estatales y que disfruten de estos privilegios. Es algo
natural y fisiológico”. Para Julián Santamaría, presidente de Noxa Consulting y catedrático de
Ciencia Política en la Universidad Complutense de Madrid, “el electorado haría bien en
entender que la corrupción es una lacra de todos los tiempos, que se refiere a la naturaleza
humana. Se da en todos los países y en todas las épocas. En la actualidad es más frecuente en
los países en vías de desarrollo, donde se combina una elevada burocracia, salarios bajos de
los funcionarios y sistemas políticos autoritarios. Es cuando se da la situación esperpéntica:
países emergentes, de escaso recursos y con una población que aspira a tener una forma de
vida más elevada”.
Según el ranking de la consultora Transparency International, existen países con poca
corrupción, en particular los escandinavos. Esto se debería a la influencia de la ética
luterana, que no prevé la confesión de los pecados para lograr la absolución. Y también a
que estas sociedades, de corte socialdemócrata, son relativamente homogéneas. Sus
ciudadanos se sienten iguales y no toleran que alguien saque ventajas de forma ilegal.
Asimismo, por su alto nivel de contratación colectiva, que hace que los trabajadores se
sientan protegidos y no duden en denunciar prácticas ilegales. Pero, lamentablemente, se
trata de una excepción. Como dijo Tomás Moro: “Si el honor fuese rentable, todos serían
honorables”.

Corrupción en el Perú
Contexto Histórico Reciente La corrupción en el Perú tiene una larga data histórica. Su
origen se remonta a los albores del régimen colonial, en el siglo XVI. Sus formas, bien
documentadas, incluyeron las ganancias irregulares, indebidas e ilegales conseguidas por
los más altos representantes de la corona española al momento de distribuir los cargos
oficiales de la administración virreinal. Con los cargos comprados, los administradores
coloniales cometían abusos y exprimían la capacidad productiva de la población indígena
dedicada a la minería, de paso sobornando a supervisores encargados de velar por el
cumplimiento de los protocolos que reglamentaban la explotación de las minas. Otra forma
de corrupción común en esa época fue el contrabando de bienes extranjeros que privaron al
erario público de mayores ingresos. Los beneficiados eran comerciantes privados que
paulatinamente incrementaron su poder financiero y su acceso a los órganos del estado. Se
configuró de este modo un nexo público-privado que privilegió el favoritismo político y
económico, consecuentemente excluyente del bien común, y capaz de hacer valer sus
intereses por encima del sistema legal. Este modo de gobernar y hacer negocios continuó
durante los gobiernos republicanos a lo largo de los siglos XIX y XX. La literatura
económica sobre la corrupción hace hincapié en la excesiva intervención estatal en la
economía, particularmente en los mercados privados, para explicar las causas que la
originan. Resulta de interés entonces contrastar niveles de corrupción en períodos históricos
donde tal intervención se hizo presente con otros donde los mercados privados operaron
libremente. El propósito de esta comparación no es restar validez al enfoque economicista
sino resaltar la complejidad del problema de la corrupción. Cierto, la excesiva intervención
del estado en la economía, acompañada de un absurdo cuan disfuncional sistema legal, es
definitivamente una causa importante de la corrupción. Pero también lo son las condiciones
particulares de un país. Entre otros, se pueden citar su herencia histórica; la homogeneidad
o heterogeneidad étnica y cultural; los rasgos distintivos de su carácter social; la calidad
ética de su liderazgo; el compromiso del sector privado empresarial con la ética y la
responsabilidad social; el nivel de eficiencia y reputación de su aparato burocrático; la
calidad institucional de los órganos de regulación, vigilancia y justicia; la efectividad del
diálogo público-privado y la facilidad para sellar acuerdos que se hacen valer; la
preeminencia de valores éticos en la sociedad en su conjunto; y, por último, la presencia o
ausencia de contrapesos a los poderes políticos y económicos en la sociedad civil. Una
marcada presencia solamente de solamente algunos de estos factores, lamentablemente,
puede ser suficiente para contrarrestar los efectos positivos sobre la lucha contra la
corrupción que una retirada de la intervención estatal en los mercados privados se esperaría
que generen.
A continuación, entonces se exponen las características de dos gobiernos que encarnaron
regímenes político-económicos diametralmente opuestos: el de la presidencia de Alan
García Pérez en 1985 – 1990, que siguió las pautas de un intervencionismo estatal a
ultranza para desarrollar el país a través de la política industrial de sustitución de
importaciones. Y el gobierno de Alberto Fujimori en 1990 – 2000 que decretó la apertura
comercial y la liberalización de los mercados privados, políticas que fueron aplicadas por
los gobiernos democráticos que le siguieron en el presente siglo.
Por un Perú democrático y sin corrupción
La muerte del ex presidente Alan García ha causado consternación social en el país ante su
sorpresiva y violenta decisión de quitarse la vida, frente a la eminente detención preliminar
que iban a realizar en su domicilio un fiscal y miembros de la policía. Ante este lamentable
hecho, sectores políticos interesados, secundados por algunos medios de comunicación han
desatado una campaña agresiva que pretende responsabilizar a la Fiscalía y a la prensa
independiente por esta tragedia. De ese modo, se pretende paralizar e incluso desmontar los
avances en la lucha contra la corrupción que viene liderando el Equipo Especial Lava Jato,
integrado por valerosos fiscales.
Es inaceptable y oportunista pretender descalificar el trabajo de los fiscales acusándolos de
judicializar la política, como si fueran los responsables de que gran parte de la clase política
esté contaminada por la corrupción. La Fiscalía y el Equipo Especial Lava Jato requieren
nuestro más amplio respaldo para conocer toda la verdad de modo que se inicien los
correspondientes procesos penales a la brevedad, y sancionar a los responsables de los
hechos de corrupción del caso Lava Jato. Rechazamos cualquier intento de promover un
pacto de impunidad que sería perjudicial para la renovación de la democracia que el país
necesita.
Frente a estos sucesos, se requiere el compromiso de la ciudadanía en general y
principalmente del Congreso de la República en la lucha contra la corrupción. A la
ciudadanía le corresponde informarse y estar vigilante, y al Congreso de la República,
aprobar las normas faltantes de la reforma judicial, así como las presentadas para la reforma
política. Solo de esta manera podremos atacar las causas de fondo de la corrupción en
nuestro país y que la lucha contra este flagelo tenga un impacto duradero.
Corrupción en el mundo
Desgraciadamente, muchos países en el mundo conviven día a día con la corrupción de sus
dirigentes políticos, una corrupción que para nada favorece al país y que solo lastra el
crecimiento de sus economías. En la última década, ya sea por el avance tecnológico o por
la presión que ejercen los medios de comunicación, se han destapado muchísimos casos de
corrupción, dejando en entredicho el que existan representantes políticos que no lo hagan.
Obviamente, la corrupción es algo que ha existido a lo largo de la historia, con lo que no es
nada nuevo. Aunque, como decíamos anteriormente, la presión y el fortalecimiento que han
experimentado los medios de comunicación, junto con la situación de tensiones políticas
entre gobernantes y oposición, han llevado a que destapar este tipo de casos sea la mejor
arma de batalla en las campañas políticas.
Aunque en determinados países destapar casos de corrupción por parte del Gobierno
suponga un caso cotidiano del día a día, no deberíamos obviarlo, pues la corrupción solo es
un lastre para las economías de estos países, así como para el atractivo, tanto inversor como
turístico.
Según los últimos datos del Secretariado de Transparencia Internacional, la institución
encargada de combatir la corrupción mundial, así como de realizar los diversos estudios
relacionados con la corrupción en el mundo, muestra cómo, pese a los continuos esfuerzos,
los países avanzan muy lentamente y reducen ínfimamente sus casos de corrupción.
Además, Según el Secretariado, los países que más tienden a atacar y luchar en contra de
las ONGs y determinadas instituciones que buscan la ayuda humanitaria en el mundo, a su
vez, son los países con mayores índices de corrupción en el mundo.
Para calcular los índices de corrupción, el Secretariado de Transparencia califica a los
países en una escala del 1 al 100 en función de la transparencia de la gestión pública del
país, siendo 1 un país sin transparencia en la gestión, y 100, un país con mucha
transparencia. Al finalizar el estudio, se ha podido observar cómo más de dos tercios (2/3)
de los países del mundo presentan una calificación inferior a 50, situando la media mundial
en 43.

Esto es bastante preocupante, pues nos muestra un mundo donde la corrupción se presenta
en muchos países. Esto puede representar un riesgo mundial, ya que esta situación, de no
revertirse, podría normalizarse y crear un mundo corrupto, el cual pudiese lastrar el
crecimiento económico mundial que, según las últimas estimaciones del FMI, se situaría en
el 3,9%.
Además, según el Secretariado, la corrupción mantiene una relación muy directa con la
libertad de actuación que tienen las organizaciones cívicas para actuar e influir en las
políticas públicas, pues los países donde se presenta mayor índice de corrupción, también
son los mismo que menor campo de actuación facilitan a estas organizaciones, así como a
la prensa.

Conclusiones
a) El segundo reto está relacionado con los problemas que se derivan de la
considerable diversidad cultural de la sociedad moderna; es decir, el filósofo
político del pasado solía partir de la hipótesis de una sociedad culturalmente
homogénea.
b) No obstante, lo anterior, se puede afirmar que el desarrollo que ha tenido la filosofía
política es posible que no haya sido del todo positivo en la ciencia política, pues en
ambos campos la investigación, la especialización y la fragmentación, van en
aumento.
c) Debemos de preocuparnos porque la filosofía política continúe contribuyendo a
explicar la complejidad política del mundo actual. Una de las tareas que tenemos
que evitar es que el malestar existente entre los profesionales de la ciencia política.
d) Es importante señalar que la filosofía política debe seguir progresando, debe estar
dispuesta a enfrentar nuevos retos y revisar sus instrumentos teóricos.
e) Dada la complejidad del fenómeno de la corrupción, creemos que la mejor forma de
abordar una eventual salida es a través de una mirada interdisciplinaria. Esto
implica, desde una reflexión profunda en la lógica intrínseca del fenómeno, hasta la
consideración sobre sus consecuencias más prácticas.
f) La corrupción surge con mayor probabilidad, en realidades que están
experimentando algún tipo de cambio, transición o crisis. Esto puede ser tanto un
Estado que desde un gobierno autoritario pasa a uno democrático, o una economía
planificada que intenta transformase en una de tipo capitalista, o una institución que
se nacionaliza o privatiza, o un área de la administración pública que transforma su
escalafón, o una agencia gubernamental que cambia su legislación.
Referencias
ARNOLETTO, E. (15 de enero de 2010). Edición gratuita en línea. Disponible. Obtenido de Edición
gratuita en línea. Disponible: www.eumed.net/libros/2007b/300

TARCOV, N. y. (1993). “Epílogo: Leo Strauss y la historia de la filosofía política. Historia de la


filosofía política, pp. 851-881.

WEBER, M. (. ( (1971). ). Sobre la teoría de las ciencias sociales. Madrid: Editorial Península. .

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