Notas Del Libro Siendo Nada Soy Todo
Notas Del Libro Siendo Nada Soy Todo
Notas Del Libro Siendo Nada Soy Todo
En esta tercera vía, que trasciende tanto los monismos como los dualismos, se
afirma que materia y espíritu son sólo dos abstracciones procedentes del lenguaje, y que lo real es
siempre la no dualidad de ambos, una inefable unidad-en-la-diversidad. (Díez Faixat, José. Siendo
nada soy todo. P. 19)
La nueva ciencia afirma que la luz carece de masa y que, por tanto, no forma parte del mundo
relativo y material. Se considera, de hecho, a la luz como absoluta. Está más allá del espacio y del
tiempo, pues el intervalo espaciotemporal entre la emisión de un rayo luminoso y su absorción es
siempre cero. La luz recorre, así, distancias inexistentes en tiempos instantáneos. Se puede decir,
ciertamente, que la luz tan sólo existe en el momento sin duración que es ahora. La conciencia, del
mismo modo, tampoco tiene masa ni forma parte del universo material, también está más allá del
espacio y del tiempo –de hecho, los contiene-, y existe exclusivamente en el instante presente.
Ambas, la luz y la conciencia, en su eterno ahora, abrazan la totalidad del espectro de los universos
exterior e interior, respectivamente. Bien podrían ser, por tanto, tan sólo los aspectos polares –
objetivo y subjetivo- de una misma y única realidad no dual e inefable en perpetua y fecunda
apertura creadora. (Díez Faixat, José. Siendo nada soy todo. P. 22)
En el mundo relativo todo es un continuo nacer y morir de las existencias. Pero afirmar que todas las
cosas están en flujo permanente no significa, en absoluto, negar la estabilidad de lo que no es una
“cosa”. Pues si bien todas las formas del universo están surgiendo y disolviéndose de instante en
instante, en un sentido más amplio, nada cambia jamás, ya que la suma de las energías es siempre
la misma. Nociones como aparecer y desaparecer pueden aplicarse a las olas individuales, pero el
agua del océano está libre de tales distinciones. Como la potencialidad absoluta, que ni existe ni
deja de existir. La destrucción, en última instancia, es sólo apariencia. Sólo hay cambio de formas y
evolución de cualidades. Nada se crea ni se pierde. Nada permanece ni se aniquila. Todo se
transforma. La manifestación de la energía y la conciencia se modifica. La existencia en sí es
inatrapable. (Díez Faixat, José. Siendo nada soy todo. P. 22)
“El ser está en la nada en la modalidad de nada, y la nada está en el ser en la forma de ser. La
nada es ser y el ser es nada”.
Frase de un cabalista medieval.
Cada ahora del tiempo no es, de hecho, sino una manifestación finita
del presente atemporal de la infinita plenitud del vacío.
José Díez Faixat
Según cierto punto de vista, nada es, porque todo se encuentra en cambio permanente, y desde otra
perspectiva, todo es, porque el mismo ser constituye la identidad última de todas las cosas. Existe
una unidad inseparable de lo eterno y lo contingente. Evolucionamos y, sin embargo, somos
inmutables. Ser y devenir son ciertos y ambos la misma cosa. Hay cambio e intercambio dentro de
un todo constante. La meta es el camino. Y el camino la meta. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo.
P. 38)
José Díez F.
“¿Dónde está el mundo de lo no nacido y que no muere? Está justo aquí, en el mundo del
nacimiento y de la muerte”. Alcanzar el nirvana no equivale a cruzar a otra orilla, sino a descubrir la
realidad que carece de orillas. O, lo que es lo mismo, la otra orilla ha sido esta misma desde
siempre. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 41)
Cada
ahora del tiempo es una manifestación fugaz de la única e inmutable eternidad. . (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 44)
Según se afirma en la filosofía advaita: “La dualidad que consiste en un sujeto que conoce y un
objeto conocido no es más que una producción de la mente”. El conocimiento dualista, que parte de
esta dicotomía ilusoria entre el conocedor y lo conocido, sólo es capaz de acceder a unas verdades
relativas que, si bien manifiestan en alguna medida la realidad incognoscible del origen, de igual
modo la ocultan con esas artificiosas fragmentaciones sucesivas que crean dos mundos donde sólo
hay uno. Porque la realidad última, en definitiva, no es ni sujeto ni objeto, ni tampoco una relación
entre ambos, sino la unidad o la identidad que subyace y trasciende tanto a uno como a otro. El gran
hallazgo de las místicas no duales es, precisamente, esta vivencia no relativa en la que el sujeto y el
objeto, el contemplador y lo contemplado, se trascienden y unifican. (Díez Faixat. Siendo nada soy
todo. P. 48)
El yo y lo otro, el individuo y el mundo, constituyen los polos aparentes de una misma y única
realidad no dual. Si no fuera por el observador, el universo fenoménico no existiría, y,
recíprocamente, si no fuera por el universo, no sería posible tampoco el observador. No hay objeto si
no es con respecto a un sujeto que lo percibe, y no hay sujeto si no es en relación a un entorno
objetivo que le permite reconocerse. El organismo y el entorno se crean mutuamente y, por tanto,
son constitutivos el uno del otro. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 49)
Nuestra sensación habitual de ser individuos separados y “metidos dentro de un saco de piel” es una
alucinación. Tenemos una percepción falsa y engañosa de nosotros mismos como seres encerrados
en un
cuerpo y una mente, aislados y enfrentados a un mundo exterior, ajeno y extraño. Sufrimos la
pretenciosa
ilusión de ser personas autónomas, dueñas y controladoras de nuestras propias acciones, aunque
nos
movamos mecánicamente bajo el dictado de los apegos y los miedos. Nos encontramos
hipnotizados por
la idea errónea de ser individuos segregados y permanentes, y pasamos la vida defendiendo esos
fantasmagóricos personajes, al precio de una perpetua ansiedad y crispación. No nos damos cuenta
que
aferrarnos al presunto ego duradero es abrazarnos a la muerte, porque él es, precisamente, el
mayor
obstáculo para el descubrimiento de la vida eterna de nuestro verdadero Sí mismo. La máscara
individual
es lo que nos impide ver nuestro auténtico rostro divino. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 54)
En la tradición
advaita, o no dualista, se realiza una triple y paradójica afirmación: el Ser absoluto es real, el
universo es
ilusorio, el Ser absoluto es el universo. Con ello se trata de sugerir que los fenómenos son reales
cuando
se los experimenta como formas fugaces del eterno Sí mismo, pero ilusorios si se los comprende
como
entidades separadas del Yo infinito. Lo que se niega, pues, es que el mundo sea real en sí mismo,
pero no
que el mundo sea real como expresión del único Yo inmutable. Es decir, lo ilusorio no es el universo
en sí,
sino nuestra percepción dual del universo como realidad objetiva y ajena al Sí mismo. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 54, 55)
Cuando no
existe quien sufre, el sufrimiento carece de importancia. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)
Todo lo que haga el ego para liberarse del sufrimiento existencial está por completo condenado al
fracaso,
porque el propio ego es, precisamente, el origen de ese sufrimiento. Cuando el ser humano,
agobiado por
los dolores y los conflictos, pretende huir de ellos o combatirlos frontalmente reforzando su coraza
egoica,
sólo consigue acentuar la causa de sus sufrimientos, que no es otra que su identificación con ese
presunto
yo separado y autónomo. Si en verdad existe una liberación de la aflicción, no puede consistir más
que en
la eliminación del concepto de yo individual como entidad aislada del resto de la manifestación
fenoménica. Porque no hay más esclavitud que la que proviene de nuestra creencia de ser entes
finitos y
libres, enfrentados a un universo ajeno. No es la persona la que debe ser liberada, sino que es de la
persona de quien uno debe liberarse. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)
Nadie
que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria. Identificados con algo limitado, estamos
condicionados por un universo ajeno, pero trascendiendo la sensación de identidad separada,
comprenderemos que somos, y siempre hemos sido, resplandecientemente libres e infinitos,
manifestándonos a cada instante, espontáneamente, en y como la totalidad del mundo. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 58)
Todos los místicos cristianos coinciden en que, para alcanzar la vida divina, es indispensable
despojarse
del yo, del mí, de lo mío, y llegar a la renuncia absoluta de la existencia separada. “Nada te arroja al
abismo infernal tanto como esa palabra detestada (¡toma buena nota de ello!): mío y tuyo” (14).
“¿Dónde
está mi morada? Allí donde no hay tú y yo” (15). “Todo pecado, toda muerte, toda condenación y
todo
infierno no son sino el reino del yo” (16). Y, por el contrario, “alguien está en el paraíso todas y
cuantas
veces está despojado de sí mismo” (17). Por eso, “todos los que quieran volver a Dios, han de
desertar de
sí mismos” (18). “Cuanto más puedas expulsarte y huir de ti mismo, tanto más se ha de derramar
Dios en
ti con su Divinidad” (19). “Si sales de ti completamente, Dios se te dará en plenitud, porque en la
medida
en que tú sales, Él entra” (20). “Entrando Él, que es la vida, es necesaria mi muerte” (21). Para vivir
hay
que morir. “El reino de los cielos sólo es para los que están completamente muertos” (22). (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 62)
Se dice en los Salmos: “Vaciaros y sabréis que Yo soy Dios”. Nuestro verdadero Sí mismo es Dios.
“El
centro del alma es Dios” (77). Él es el único Yo que existe. “Nadie puede decir el pronombre Yo, en
sentido
propio, sino el Padre” (78). “Yo soy el que soy”, o “Yo soy el que estoy siendo” (79), es el nombre de
Dios,
el exclusivo y verdadero Yo de todo, eternamente presente en todos. “Tú -el ser humano- eres lo que
no
es. Yo -Dios- soy el que soy” (80). Dios está, pues, más cerca del alma que se halla ella con
respecto a sí
misma. “En mi ser esencial, Yo, por naturaleza, soy Dios” (81). Él es el centro único de todos los
seres. “El
punto inmóvil del mundo giratorio” (82). Quien se conoce a sí mismo conoce a Dios, ya que ambos
son
una y la misma cosa. “Mi yo es Dios: no me conozco otra identidad que Dios” (83). Él es la vida de
nuestras vidas. “¡Vedlo! Soy Dios. ¡Vedlo! Estoy en todas las cosas. ¡Vedlo! Hago todas las cosas”
(84).
“Señor, regocijaos conmigo, me he hecho Dios” (85). (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 64)
Nuestra naturaleza última nunca entra en el mundo del tiempo y, por consiguiente, es eternamente
no
nacida. Esta es la suprema verdad: nada ni nadie ha nacido jamás. Y lo que no nace, tampoco
muere. Por
eso, se puede decir que el Sí mismo no nacido, o nacido solamente en apariencia, es absolutamente
inmortal. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 73)
Mientras haya identificación con el ego habrá temor, pero cuando uno
ya no se identifique con nada, el juego del nacimiento y de la muerte carecerá por completo de
negatividad. Al disiparse la creencia en el yo separado, se comprenderá, diáfanamente, que tras la
rueda
del nacer y el morir, no hay “alguien” que nazca o muera. Que las nubes van y vienen, pero el cielo
permanece inalterable. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 74)
Alcanzar la
inmortalidad es, simplemente, comprender el engaño del tiempo y descubrir la evidencia del
presente eterno. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 75)
La realidad última no es el “ahora que pasa” del universo temporal, sino el “ahora que permanece”
de la
vacuidad sin tiempo. Cuando se dice, pues, que lo único que existe es el ahora, no se habla tanto de
esos
momentos fugaces con los que nos identificamos –que continuamente están desvaneciéndose y
transformándose en pasado- sino del presente atemporal que contiene la totalidad del tiempo, pues
es la
inmutable matriz plena y vacía de la que brotan y en donde se extinguen todos los instantes
temporales.
Por eso, el sabio iluminado, que vive en ese ahora que permanece, puede decir aquello de “antes de
que
Abraham fuera (en pasado), yo soy (en presente)”. Porque el presente pleno del que hablamos
incluye en
sí mismo tanto el pasado como el futuro, ya que es la fuente única de todos y cada uno de sus
transitorios
reflejos. Es, por tanto, anterior a cualquier tiempo pretérito, y, también, posterior a cualquier tiempo
venidero. Es, en fin, simultáneo e idéntico a todos los instantes de nuestra vida. Ya. Y siempre. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 77)
Como decía un antiguo sabio budista: “Si a quien busca se le busca y no puede ser hallado, con ello
se alcanza el objetivo de la búsqueda, y también el término de la búsqueda misma”.
La búsqueda del yo separado se resuelve, finalmente, con la evidencia de que tal ente
independiente no
existe, ni nunca ha existido. Todos los esfuerzos que se realizan para encontrarlo, fracasan
totalmente,
una y otra vez. Buceando, incluso, hasta la misma fuente de la propia conciencia, no aparece por
ningún
lado el menor rastro de algún experimentador al margen de las experiencias. La presunta entidad
egoica
que inició el proceso de búsqueda, cuando se llega al final del camino, se ha esfumado por
completo. En su fondo no hay nadie. Radicalmente nadie. Sólo una pura y diáfana conciencia sin
centro. Pero ese nadie,
o ese no alguien, es precisamente la clave que desvela la respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?
Ese nadie final es la abertura definitiva hacia la vivencia plena e inconfundible del autoluminoso Sí
mismo infinito y eterno. La inefable realidad no dual que, en verdad, nunca hemos abandonado.
(Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 88-87)
LA TERAPIA NO DUAL:
No hace
falta más que observar y dejar ir. En palabras de un místico medieval: “Presta atención a ti mismo, y
allí
donde te encuentres a ti, allí renuncia a ti”. Pues, según un sabio de nuestro tiempo: “Sólo en la
comprensión de lo que es, se da la liberación de lo que es”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P.
90)
El ego, por mucho que lo intente, es absolutamente incapaz de descubrir su identidad real, porque él
mismo es, precisamente, el gesto de resistencia que impide ese descubrimiento. Toda su vida gira
en
torno a la pretensión de protegerse y de levantar fronteras a su alrededor, y eso es, en sí mismo, el
sufrimiento. No es posible, por tanto, liberar al ego de la tensión, el engaño y el desasosiego, porque
él
mismo es tensión, engaño y desasosiego. De modo que, como se afirma en el budismo, para poner
fin al
sufrimiento, es preciso abandonar el yo, ya que ambos nacen y mueren al mismo tiempo. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 92)
En el fundamento no
dual no existe esa ilusoria escisión entre el experimentador, la experiencia y lo experimentado, sino
que
todo es una simple y gozosa autoevidencia en la que el sujeto y el objeto permanecen
indiferenciados.
Desde esta luminosa vacuidad se comprende, de modo irrefutable, que la verdadera naturaleza de
todo y
de todos es, ha sido y será, eternamente, esa inefable y omnipresente vivencia no dual. De esta
forma,
una vez trascendidos en el mundo relativo todos los niveles de identificación posibles, incluida la
perspectiva del espectador desimplicado, surge la diáfana certeza de que los polos antagonistas de
energía y conciencia son intrínsecamente idénticos, y, por consiguiente, todo el proceso evolutivo
que se
despliega entre ambos, no es sino un juego de reflejos fugaces de, en y para el único Sí mismo.
(Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 97)
No hay dos mundos, uno interior y otro exterior, sino una sola realidad inefable, que se manifiesta
objetivamente fuera de nosotros y subjetivamente dentro, pero que trasciende por completo
cualquier
distinción entre objetos y sujetos. La plenitud originaria no se encuentra de forma exclusiva ni en el
interior
ni en el exterior, ni pertenece al ámbito subjetivo ni al objetivo, sino que constituye y abarca ambos
aspectos polares. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 97)
La realidad última no es, en definitiva, ni el yo que conoce ni la cosa conocida, sino la indivisible
unidad de
ambos en la radiante autoevidencia de cada instante. En el conocimiento no dual, ya no hay sujetos
que
ven ni objetos vistos, sino tan sólo la visión del Sí mismo por el Sí mismo, a través de sus
innumerables
reflejos fenoménicos. Todo conocimiento se fundamenta, en última instancia, en la identidad entre el
conocedor y lo conocido. El verdadero yo no conoce el universo desde fuera, sino que lo conoce
porque él
mismo y el universo no son dos. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 98)
Los términos todo y nada sólo tienen sentido en relación con un “algo”, pero cuando ese algo se
desvela
como ilusorio, el todo y la nada se comprenden como una misma y única realidad no dual. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 99)
Nuestro único problema, nuestro único pecado, consiste en creer que somos alguien, o algo, porque
en el
mismo momento en que nos identificamos con una cosa determinada, automáticamente dejamos de
ser
todo lo demás. “Ser esto” implica, inexorablemente, “no ser aquello”. Y así comienza el inagotable
juego de
las dualidades, las fronteras, los miedos y los conflictos. La única solución está en trascender
nuestra
identidad separada y, al descubrirnos como nada, ser uno con todo y con todos. Porque sólo cuando
no
somos nada en particular, somos realmente todo. Al no ser absolutamente nada, no tenemos nada
que
nos limite, y, de esta forma, toda la existencia se revela como nuestro propio ser. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 99)
Sólo el que ha renunciado a sí mismo posee todas las cosas, sólo el que
se ha vaciado plenamente puede llenarse de todo, sólo el que está completamente desnudo puede
vestirse con todas las formas del mundo. Por eso, cuando uno ya no es nada, absolutamente nada,
descubre que nada le falta, que no ha perdido nada y lo ha ganado todo, porque al hacerse
transparente
se ha llenado por completo de luz. Al renunciar a todo, todo le ha sido dado. “Quien todo da, todo
tiene”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 100)
En la vivencia integral se contempla, sin sombra de duda, la vacuidad en el mundo de todos los días,
lo
divino en cada gesto cotidiano, el más allá en todos los aquí y ahora del universo fenoménico. No se
trata
de ningún cambio de estado, sino del reconocimiento de la verdadera naturaleza de cualquier estado
presente. Lo uno y lo múltiple, la eternidad y el tiempo, el ser y el devenir, lo inmanifestado y lo
manifestado, la plenitud vacía y la existencia concreta, no son, ni han sido nunca, sino dos aspectos
de
una única realidad omniabarcante y no dual. La iluminación integral desvela diáfanamente esta
verdad de
forma natural, sin ningún tipo de trance o éxtasis, pues el estado último y atemporal, aunque es
“anterior” a
todo, no difiere lo más mínimo de nuestro estado ordinario de cada momento. Este estado definitivo
no es,
en absoluto, un estado particular o un estado entre otros estados, sino un estado que incluye a todos
los
demás y que es plenamente compatible con todos ellos. Es, de hecho, la condición y la verdadera
naturaleza de todos los estados, y no hay nada, absolutamente nada, aparte de él. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 102)
El sabio despierto, a pesar de estar en el mundo relativo de las formas finitas, no pertenece a este
mundo,
pues es plenamente consciente de la identidad absoluta y no dual de todo y de todos. Observa con
claridad el juego aparente de las dualidades, pero permanece siempre en la comprensión integral del
fundamento único, en el que se trascienden por completo todas las diferenciaciones. Por eso, no se
identifica con ningún organismo en particular, sino con la plenitud vacía, que incluye todos los
organismos
y todos los mundos. Y, en este sentido, puede decir, indistintamente, que no está en ninguna parte y
es
atemporal, o que existe en todas partes y siempre. Aunque hable, está en silencio, aunque se
mueva,
permanece en quietud, aunque actúe como un ser individual, es pura vacuidad radiante y sin límites.
Los
que le contemplan, quizás piensen en él como una forma humana, o como un ente particular dentro
de esa
forma, pero el sabio es plenamente consciente de ser el infinito Sí mismo, que trasciende
radicalmente los
conceptos de dentro y fuera, o de sujeto y objeto, y que no está limitado por ninguna forma
determinada, ni
siquiera por el conjunto de su manifestación universal. Por tanto, estrictamente hablando, no existen
individuos iluminados, porque como individuos separados son tan ilusorios como el resto de los
seres del mundo. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 104)
QUÉ ES LA REALIZACIÓN:
La realización no es sino la absoluta comprensión de la inexistencia de cualquier entidad particular.
Es
caer en la cuenta de que en todo el flujo fenoménico no hay, ni ha habido jamás, un yo individual
independiente. No puede haber, pues, una “persona” realizada, porque la realización es,
precisamente, el
descubrimiento del carácter ilusorio de la noción de persona. De modo que, cuando tiene lugar el
despertar definitivo, ya no hay ahí alguien que piense: “Soy un ser liberado”. En el momento de la
liberación uno, en verdad, no se libera de nada, por la sencilla razón de que nadie, iluminado o no,
ha
estado jamás esclavizado. Con el despertar nada desaparece, nada cambia, nada muere, sino,
solamente,
se trascienden las interpretaciones ilusorias acerca de la realidad. El sabio, así, no resulta ser nada
especial, ni tiene característica alguna que permita distinguirlo del ser humano común. A través de la
realización no se consigue algo determinado, ni se alcanza una meta lejana, ni se logra ninguna
cualidad
excepcional, sino, simplemente, se toma conciencia de lo que realmente se ha sido desde siempre.
Por
eso, en las tradiciones místicas, se considera el estado iluminado como el estado natural del ser
humano,
como nuestra verdadera identidad en cada momento, eterna y sin tiempo. Realizarse es, por tanto,
sencillamente, darse cuenta de lo que uno es ahora mismo, no llegar a ser otra cosa, ni adquirir
nada
nuevo. De ahí que el objetivo de cualquier práctica espiritual consista en la eliminación de la
ignorancia
fundamental y en el cese de todas las identificaciones, no en el “logro” de la realización, porque la
realización ya está presente desde siempre. Es nuestra verdadera naturaleza, aquí y ahora. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 104)
la iluminación no
consiste en cambiar de estado, sino en reconocer la verdadera naturaleza de nuestro estado
presente. Se
trata, simplemente, de caer en la cuenta del carácter ilusorio del círculo del tiempo, de descubrir que
la
plenitud atemporal ha sido la única realidad en cada punto del camino, desde el origen. Aunque
resulte
sorprendente, la liberación final está lograda desde siempre. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P.
106)
La realidad integral, que es la identidad última de todo y de todos, funciona por sí sola desde
siempre, sin
apoyarse en nada exterior a sí misma. No hay, ni nunca ha habido, ningún yo separado que actuara
de
forma autónoma, por su cuenta, al margen del flujo de lo total. Jamás ha existido un ego
independiente
capaz de resistirse o de fomentar el curso natural de las cosas. Tanto si lo sabemos como si no, la
totalidad no dual ha fluido libremente, sin obstrucción alguna, desde el propio origen. La vida entera
está
emergiendo por sí misma, de instante en instante, sin sujeto productor ni objeto producido, sin
alguien que
la ejecute ni nadie que la sufra, sin dualidad alguna entre medios y fin. (Díez Faixat. Siendo nada soy
todo. P. 108)