Notas Del Libro Siendo Nada Soy Todo

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 17

NOTAS DEL LIBRO “SIENDO NADA SOY TODO DE JOSÉ DÍEZ FAIXAT

Lo no dual es simultáneamente estático y dinámico, eterno y temporal, manifestado e inmanifestado,


trascendente e inmanente, pues estos términos no son sino meras representaciones mentales
relativas
acerca de lo inefable. Lo no dual está más allá de cualquier tipo de distinción, y, con todo, es el uno
y los
muchos, el ser y los devenires, el silencio y los sonidos, el infinito y los innumerables finitos del
mundo.
Nada existe fuera de Eso, pues sus contrarios son, en verdad, tan sólo aspectos de sí mismo. Puede
ser
infinitamente todas las cosas, porque no es ninguna en particular, y, por tanto, es ilimitadamente
libre para
manifestarse en cualquier forma, sin sufrir el efecto restrictivo de sus propias creaciones. Como el
agua del
océano jugando eternamente en sus olas fugaces. (Díez Faixat, José. Siendo nada soy todo. P. 18)

En esta tercera vía, que trasciende tanto los monismos como los dualismos, se
afirma que materia y espíritu son sólo dos abstracciones procedentes del lenguaje, y que lo real es
siempre la no dualidad de ambos, una inefable unidad-en-la-diversidad. (Díez Faixat, José. Siendo
nada soy todo. P. 19)

La nueva ciencia afirma que la luz carece de masa y que, por tanto, no forma parte del mundo
relativo y material. Se considera, de hecho, a la luz como absoluta. Está más allá del espacio y del
tiempo, pues el intervalo espaciotemporal entre la emisión de un rayo luminoso y su absorción es
siempre cero. La luz recorre, así, distancias inexistentes en tiempos instantáneos. Se puede decir,
ciertamente, que la luz tan sólo existe en el momento sin duración que es ahora. La conciencia, del
mismo modo, tampoco tiene masa ni forma parte del universo material, también está más allá del
espacio y del tiempo –de hecho, los contiene-, y existe exclusivamente en el instante presente.
Ambas, la luz y la conciencia, en su eterno ahora, abrazan la totalidad del espectro de los universos
exterior e interior, respectivamente. Bien podrían ser, por tanto, tan sólo los aspectos polares –
objetivo y subjetivo- de una misma y única realidad no dual e inefable en perpetua y fecunda
apertura creadora. (Díez Faixat, José. Siendo nada soy todo. P. 22)

En el mundo relativo todo es un continuo nacer y morir de las existencias. Pero afirmar que todas las
cosas están en flujo permanente no significa, en absoluto, negar la estabilidad de lo que no es una
“cosa”. Pues si bien todas las formas del universo están surgiendo y disolviéndose de instante en
instante, en un sentido más amplio, nada cambia jamás, ya que la suma de las energías es siempre
la misma. Nociones como aparecer y desaparecer pueden aplicarse a las olas individuales, pero el
agua del océano está libre de tales distinciones. Como la potencialidad absoluta, que ni existe ni
deja de existir. La destrucción, en última instancia, es sólo apariencia. Sólo hay cambio de formas y
evolución de cualidades. Nada se crea ni se pierde. Nada permanece ni se aniquila. Todo se
transforma. La manifestación de la energía y la conciencia se modifica. La existencia en sí es
inatrapable. (Díez Faixat, José. Siendo nada soy todo. P. 22)

Ser uno con todas las cosas es


idéntico a no ser algo en particular.
Díez Faixat

(VER TODO DESDE P. 30-34, DE DÍEZ FAIXAT)

Porque el verdadero despertar no consiste sino en contemplar lo infinito en lo finito y lo finito


en lo infinito, trascendiendo, así, tanto el vacío como las formas.
Díez faixat, p. 34

“El ser está en la nada en la modalidad de nada, y la nada está en el ser en la forma de ser. La
nada es ser y el ser es nada”.
Frase de un cabalista medieval.

Cada ahora del tiempo no es, de hecho, sino una manifestación finita
del presente atemporal de la infinita plenitud del vacío.
José Díez Faixat

No hay un creador separado de su creación. O, si se prefiere, el creador y su creación no son dos.


José Díez Faixat

La unidad es la base. La unidad constituye la multiplicidad. Pero la multiplicidad no constituye la


unidad. El
agua puede formar olas o estar en calma, pero las olas, por contra, necesitan del agua para surgir.
En
cualquier caso, ambos aspectos son reales. El uno con una realidad absoluta, eterna e inclusiva, y
los
muchos con una realidad relativa, fugaz y dependiente. La diversidad sólo puede entenderse como
falsa
cuando se la considera divorciada de la unidad fundamental que la constituye. (Díez Faixat. Siendo
nada soy todo. P. 37)

Desde la conciencia indiferenciada se vive la unidad. Desde la conciencia diferenciada se percibe la


multiplicidad. La conciencia integral, finalmente, reconoce la unidad en la multiplicidad, es decir,
descubre la sorprendente identidad única de la diversidad infinita. Abarcando simultáneamente el
uno de la conciencia profunda y los muchos de la conciencia superficial, la armonización entre
ambas perspectivas se produce espontánea e imperceptiblemente. Se comprende entonces, con
toda evidencia, la radical no dualidad de la vacuidad plena y el mundo fenoménico. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 38)

Según cierto punto de vista, nada es, porque todo se encuentra en cambio permanente, y desde otra
perspectiva, todo es, porque el mismo ser constituye la identidad última de todas las cosas. Existe
una unidad inseparable de lo eterno y lo contingente. Evolucionamos y, sin embargo, somos
inmutables. Ser y devenir son ciertos y ambos la misma cosa. Hay cambio e intercambio dentro de
un todo constante. La meta es el camino. Y el camino la meta. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo.
P. 38)

SOBRE LO QUE ES LA ILUMINACIÓN Y LA REALCIÓN MUNDO DUAL Y


MUNDO NO DUAL:
La vivencia fundamental y unánime de las místicas no duales es este hallazgo de la vacuidad en y
como
todas las formas del universo. El mundo temporal de la realidad manifestada y el mundo atemporal
de la
realidad inmanifestada son uno y el mismo mundo. No es que haya una relación íntima entre ambos,
sino
que los dos son sólo uno. Las olas no se relacionan con el agua; las olas son agua. El “otro” mundo
es
“este” mundo vivenciado de la manera adecuada. Con la iluminación se descubre, así, que nuestra
plenitud central es absolutamente distinta y absolutamente idéntica a sus limitadas manifestaciones.
Que
lo ordinario y lo extraordinario, lo natural y lo sobrenatural, son exactamente lo mismo. Que el mundo
de la
perfección no es nada diferente de nuestro trabajar y descansar, llorar y reír, nacer y morir. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 40)

La verdadera naturaleza no es ni existencia ni no existencia, sino las dos a la vez.

José Díez F.

“¿Dónde está el mundo de lo no nacido y que no muere? Está justo aquí, en el mundo del
nacimiento y de la muerte”. Alcanzar el nirvana no equivale a cruzar a otra orilla, sino a descubrir la
realidad que carece de orillas. O, lo que es lo mismo, la otra orilla ha sido esta misma desde
siempre. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 41)

Cada
ahora del tiempo es una manifestación fugaz de la única e inmutable eternidad. . (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 44)

Según se afirma en la filosofía advaita: “La dualidad que consiste en un sujeto que conoce y un
objeto conocido no es más que una producción de la mente”. El conocimiento dualista, que parte de
esta dicotomía ilusoria entre el conocedor y lo conocido, sólo es capaz de acceder a unas verdades
relativas que, si bien manifiestan en alguna medida la realidad incognoscible del origen, de igual
modo la ocultan con esas artificiosas fragmentaciones sucesivas que crean dos mundos donde sólo
hay uno. Porque la realidad última, en definitiva, no es ni sujeto ni objeto, ni tampoco una relación
entre ambos, sino la unidad o la identidad que subyace y trasciende tanto a uno como a otro. El gran
hallazgo de las místicas no duales es, precisamente, esta vivencia no relativa en la que el sujeto y el
objeto, el contemplador y lo contemplado, se trascienden y unifican. (Díez Faixat. Siendo nada soy
todo. P. 48)

El yo y lo otro, el individuo y el mundo, constituyen los polos aparentes de una misma y única
realidad no dual. Si no fuera por el observador, el universo fenoménico no existiría, y,
recíprocamente, si no fuera por el universo, no sería posible tampoco el observador. No hay objeto si
no es con respecto a un sujeto que lo percibe, y no hay sujeto si no es en relación a un entorno
objetivo que le permite reconocerse. El organismo y el entorno se crean mutuamente y, por tanto,
son constitutivos el uno del otro. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 49)

Mientras estemos identificados con un individuo particular, nos


parecerá que el universo y lo trascendente son realidades ajenas, pero cuando descubramos el
carácter ilusorio de esa supuesta identidad separada, todo se comprenderá como una eterna y
gozosa danza sin fronteras de y en nuestra lúcida vacuidad infinita. (Díez Faixat. Siendo nada soy
todo. P. 52)

Nuestra sensación habitual de ser individuos separados y “metidos dentro de un saco de piel” es una
alucinación. Tenemos una percepción falsa y engañosa de nosotros mismos como seres encerrados
en un
cuerpo y una mente, aislados y enfrentados a un mundo exterior, ajeno y extraño. Sufrimos la
pretenciosa
ilusión de ser personas autónomas, dueñas y controladoras de nuestras propias acciones, aunque
nos
movamos mecánicamente bajo el dictado de los apegos y los miedos. Nos encontramos
hipnotizados por
la idea errónea de ser individuos segregados y permanentes, y pasamos la vida defendiendo esos
fantasmagóricos personajes, al precio de una perpetua ansiedad y crispación. No nos damos cuenta
que
aferrarnos al presunto ego duradero es abrazarnos a la muerte, porque él es, precisamente, el
mayor
obstáculo para el descubrimiento de la vida eterna de nuestro verdadero Sí mismo. La máscara
individual
es lo que nos impide ver nuestro auténtico rostro divino. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 54)

En la tradición
advaita, o no dualista, se realiza una triple y paradójica afirmación: el Ser absoluto es real, el
universo es
ilusorio, el Ser absoluto es el universo. Con ello se trata de sugerir que los fenómenos son reales
cuando
se los experimenta como formas fugaces del eterno Sí mismo, pero ilusorios si se los comprende
como
entidades separadas del Yo infinito. Lo que se niega, pues, es que el mundo sea real en sí mismo,
pero no
que el mundo sea real como expresión del único Yo inmutable. Es decir, lo ilusorio no es el universo
en sí,
sino nuestra percepción dual del universo como realidad objetiva y ajena al Sí mismo. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 54, 55)

La iluminación, el “despertar”, tiene lugar, precisamente, en ese


instante sin tiempo en el que surge la completa certidumbre, la diáfana evidencia, de que somos el
soñador de la totalidad del mundo de las formas, y de que siempre lo hemos sido, aunque no
aparentáramos darnos cuenta de ello. Pero, ciertamente, aquí y ahora, ya somos Eso. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 55)

Sólo desde la limitación se puede temer a la


muerte. Desde el punto de vista del océano, la destrucción de las olas no resulta dolorosa. Desde la
perspectiva de la plenitud vacía, toda la danza del mundo de las formas fugaces es un gozo eterno.
(Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)

Cuando no
existe quien sufre, el sufrimiento carece de importancia. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)

Todo lo que haga el ego para liberarse del sufrimiento existencial está por completo condenado al
fracaso,
porque el propio ego es, precisamente, el origen de ese sufrimiento. Cuando el ser humano,
agobiado por
los dolores y los conflictos, pretende huir de ellos o combatirlos frontalmente reforzando su coraza
egoica,
sólo consigue acentuar la causa de sus sufrimientos, que no es otra que su identificación con ese
presunto
yo separado y autónomo. Si en verdad existe una liberación de la aflicción, no puede consistir más
que en
la eliminación del concepto de yo individual como entidad aislada del resto de la manifestación
fenoménica. Porque no hay más esclavitud que la que proviene de nuestra creencia de ser entes
finitos y
libres, enfrentados a un universo ajeno. No es la persona la que debe ser liberada, sino que es de la
persona de quien uno debe liberarse. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)

Tras la iluminación, el flujo de la vida continúa desbordándose espontáneamente, momento a


momento,
pero ya no hay ahí nadie que pretenda enfrentarse al proceso desde fuera. No se trata, en ningún
modo,
de que el yo fenoménico se resigne ante los dictados del destino, o que se someta a las fuerzas de
la
naturaleza, sino que, simplemente, no existe en absoluto tal entidad separada que pueda sufrir el
destino
ni resignarse ante la gran corriente del universo. La simple idea de aceptación o sometimiento
presupondría una división entre el individuo y el proceso del mundo, que es por completo ilusoria.
Nuestro
verdadero Sí mismo es, desde siempre, la totalidad de ese proceso, o, más exactamente, la plenitud
vacía
que constituye y comprende, de instante en instante, toda su manifestación universal, en la que los
innumerables organismos individuales no son más que fugaces perspectivas particulares. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)

Ésta es la liberación verdadera: descubrir que nuestra sensación de


identidad separada es una mera ficción, saber que nuestro pretencioso yo independiente es por
completo ilusorio. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 58)

Nadie
que crea ser alguien puede descubrir esa libertad originaria. Identificados con algo limitado, estamos
condicionados por un universo ajeno, pero trascendiendo la sensación de identidad separada,
comprenderemos que somos, y siempre hemos sido, resplandecientemente libres e infinitos,
manifestándonos a cada instante, espontáneamente, en y como la totalidad del mundo. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 58)

Todos los místicos cristianos coinciden en que, para alcanzar la vida divina, es indispensable
despojarse
del yo, del mí, de lo mío, y llegar a la renuncia absoluta de la existencia separada. “Nada te arroja al
abismo infernal tanto como esa palabra detestada (¡toma buena nota de ello!): mío y tuyo” (14).
“¿Dónde
está mi morada? Allí donde no hay tú y yo” (15). “Todo pecado, toda muerte, toda condenación y
todo
infierno no son sino el reino del yo” (16). Y, por el contrario, “alguien está en el paraíso todas y
cuantas
veces está despojado de sí mismo” (17). Por eso, “todos los que quieran volver a Dios, han de
desertar de
sí mismos” (18). “Cuanto más puedas expulsarte y huir de ti mismo, tanto más se ha de derramar
Dios en
ti con su Divinidad” (19). “Si sales de ti completamente, Dios se te dará en plenitud, porque en la
medida
en que tú sales, Él entra” (20). “Entrando Él, que es la vida, es necesaria mi muerte” (21). Para vivir
hay
que morir. “El reino de los cielos sólo es para los que están completamente muertos” (22). (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 62)

Se dice en los Salmos: “Vaciaros y sabréis que Yo soy Dios”. Nuestro verdadero Sí mismo es Dios.
“El
centro del alma es Dios” (77). Él es el único Yo que existe. “Nadie puede decir el pronombre Yo, en
sentido
propio, sino el Padre” (78). “Yo soy el que soy”, o “Yo soy el que estoy siendo” (79), es el nombre de
Dios,
el exclusivo y verdadero Yo de todo, eternamente presente en todos. “Tú -el ser humano- eres lo que
no
es. Yo -Dios- soy el que soy” (80). Dios está, pues, más cerca del alma que se halla ella con
respecto a sí
misma. “En mi ser esencial, Yo, por naturaleza, soy Dios” (81). Él es el centro único de todos los
seres. “El
punto inmóvil del mundo giratorio” (82). Quien se conoce a sí mismo conoce a Dios, ya que ambos
son
una y la misma cosa. “Mi yo es Dios: no me conozco otra identidad que Dios” (83). Él es la vida de
nuestras vidas. “¡Vedlo! Soy Dios. ¡Vedlo! Estoy en todas las cosas. ¡Vedlo! Hago todas las cosas”
(84).
“Señor, regocijaos conmigo, me he hecho Dios” (85). (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 64)

Nuestra naturaleza última nunca entra en el mundo del tiempo y, por consiguiente, es eternamente
no
nacida. Esta es la suprema verdad: nada ni nadie ha nacido jamás. Y lo que no nace, tampoco
muere. Por
eso, se puede decir que el Sí mismo no nacido, o nacido solamente en apariencia, es absolutamente
inmortal. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 73)

Mientras haya identificación con el ego habrá temor, pero cuando uno
ya no se identifique con nada, el juego del nacimiento y de la muerte carecerá por completo de
negatividad. Al disiparse la creencia en el yo separado, se comprenderá, diáfanamente, que tras la
rueda
del nacer y el morir, no hay “alguien” que nazca o muera. Que las nubes van y vienen, pero el cielo
permanece inalterable. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 74)

La verdadera inmortalidad no es, pues, la permanencia interminable


del yo fenoménico, sino, al contrario, la comprensión de su completa e instantánea fugacidad. No
tiene que
ver, por tanto, con la eliminación de la muerte para alcanzar una supervivencia eterna, sino con la
trascendencia del nacimiento y de la muerte y el descubrimiento de la atemporalidad de su fuente
común.
Inmortalidad no es, en ningún caso, sinónimo de continuidad. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P.
74)

Alcanzar la
inmortalidad es, simplemente, comprender el engaño del tiempo y descubrir la evidencia del
presente eterno. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 75)

En la profundidad de nosotros mismos podemos llegar a vivenciar directamente, aquí y ahora, el


estado
atemporal, no nacido e inmortal, que descubriremos diáfanamente a la hora de la muerte. En ese
momento, todas las estructuras superficiales se desmoronarán y la sensación de identidad separada
desaparecerá por completo. Disueltas, así, las formas finitas del mundo relativo que nos distraían y
con las
76
que nos identificábamos, aparecerá radiante la lúcida luminosidad del Sí mismo, la “clara luz del
vacío” de
la que se habla en el budismo tibetano. No será una situación novedosa ni extraña, sino que, al
contrario,
será simplemente caer en la cuenta de la diáfana y gozosa autoevidencia de ser, siempre presente,
que,
incomprensiblemente, nos había pasado desapercibida al estar absorbidos por su desbordante juego
de
reflejos fenoménicos. Por eso, lo importante no es especular sobre lo que sucederá en la próxima
vida, si
es que la hay, sino investigar en el aquí y el ahora cuál es nuestra verdadera naturaleza.
Descubriremos,
así, que el cielo no es un ámbito lejano en un futuro remoto, sino la vivencia plena del inmutable
presente
eterno, que despliega su riqueza infinita en la danza creadora de la vida y de la muerte. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 75-76)

La realidad última no es el “ahora que pasa” del universo temporal, sino el “ahora que permanece”
de la
vacuidad sin tiempo. Cuando se dice, pues, que lo único que existe es el ahora, no se habla tanto de
esos
momentos fugaces con los que nos identificamos –que continuamente están desvaneciéndose y
transformándose en pasado- sino del presente atemporal que contiene la totalidad del tiempo, pues
es la
inmutable matriz plena y vacía de la que brotan y en donde se extinguen todos los instantes
temporales.
Por eso, el sabio iluminado, que vive en ese ahora que permanece, puede decir aquello de “antes de
que
Abraham fuera (en pasado), yo soy (en presente)”. Porque el presente pleno del que hablamos
incluye en
sí mismo tanto el pasado como el futuro, ya que es la fuente única de todos y cada uno de sus
transitorios
reflejos. Es, por tanto, anterior a cualquier tiempo pretérito, y, también, posterior a cualquier tiempo
venidero. Es, en fin, simultáneo e idéntico a todos los instantes de nuestra vida. Ya. Y siempre. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 77)

Esta pretensión del ego de librarse a sí mismo de sí mismo es profundamente autocontradictoria. No


es
posible superar la alucinación de ser un ego a través de estrategias del propio ego. Toda tentativa
del yo
ilusorio por trascenderse, presupone precisamente esa ilusión que constituye el problema mismo. Es
decir,
admite de entrada la realidad de su propia existencia y, de este modo, lo único que logra es reforzar
y
perpetuar el engaño que pretende destruir. Cualquier operación llevada a cabo por esa ficticia
entidad
separada con la que nos identificamos, sólo consigue, así, fortalecer su propia fantasía, y, con ello,
alejarse de la comprensión de su verdadera naturaleza. El ego, por tanto, jamás puede alcanzar su
propósito, porque las premisas de las que parte son radicalmente absurdas. Ninguna actividad que
implique un movimiento centrado en el yo separado es capaz de desvelar la realidad última no dual.
El
esfuerzo personal puede modificar la conducta del individuo, pero, en ningún caso, provocar su
propia
trascendencia. Ninguna maniobra fenoménica es capaz de propiciar la caída del velo separador del
ego,
por la sencilla razón de que ese velo es una pura ilusión. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 79)

Ni el sabio logra la iluminación, ni ningún ser viviente la pierde jamás.


José Díez Faixat

Cuando el individuo desciende hasta lo más profundo de su propia intimidad, descubre,


sorprendentemente, que su naturaleza última es la fuente misma de toda la realidad, la lúcida
apertura de la que surgen, en la que se manifiestan y a la que retornan, de instante en instante,
todos los mundos. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 83)

Como decía un antiguo sabio budista: “Si a quien busca se le busca y no puede ser hallado, con ello
se alcanza el objetivo de la búsqueda, y también el término de la búsqueda misma”.

La búsqueda del yo separado se resuelve, finalmente, con la evidencia de que tal ente
independiente no
existe, ni nunca ha existido. Todos los esfuerzos que se realizan para encontrarlo, fracasan
totalmente,
una y otra vez. Buceando, incluso, hasta la misma fuente de la propia conciencia, no aparece por
ningún
lado el menor rastro de algún experimentador al margen de las experiencias. La presunta entidad
egoica
que inició el proceso de búsqueda, cuando se llega al final del camino, se ha esfumado por
completo. En su fondo no hay nadie. Radicalmente nadie. Sólo una pura y diáfana conciencia sin
centro. Pero ese nadie,
o ese no alguien, es precisamente la clave que desvela la respuesta a la pregunta ¿quién soy yo?
Ese nadie final es la abertura definitiva hacia la vivencia plena e inconfundible del autoluminoso Sí
mismo infinito y eterno. La inefable realidad no dual que, en verdad, nunca hemos abandonado.
(Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 88-87)

No se trata de esforzarnos para llegar


a ser el Sí mismo -porque, de hecho, ya lo somos desde siempre-, sino de buscar concienzuda e
insistentemente a esa entidad autónoma que creemos ser, y, de este modo, comprobar, de forma
vivencial
e irrefutable, su completa inexistencia. El proceso, en resumen, es algo así: aunque somos el todo,
imaginamos ser una parte, pero al buscarla y no encontrarla, sólo entonces, caemos en la cuenta de
nuestra verdadera identidad sin fronteras. Lo paradójico de este camino está en que para llegar a
descubrir esa totalidad que somos, se nos invita a diferenciarnos y a desapegarnos progresivamente
de
todo. Sólo a través de este rodeo podemos llegar a comprender, finalmente, la completa nadidad de
nuestra existencia separada. Y cuando el yo aislado, que nos margina del resto del universo, se
descubre
como nada, surge espontáneamente la evidencia de nuestra eterna identidad plena. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 87)

El camino del desapego no consiste en la


inacción, sino en el cese de la identificación con las actividades. Se trata de estar desapegado en la
acción, no de la acción. La clave está en no sentirse a sí mismo como el agente de las obras, sino
como
su ecuánime espectador. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 89)

La atención sin intención es, pues, un


estado simultáneamente activo y pasivo. Es activo, en el sentido de que exige una extrema y
permanente
vigilancia a todo lo que sucede. Pero también es pasivo, en cuanto que no pretende hacer nada,
absolutamente nada, fuera del puro ver y dejar ser. La comprensión sólo puede llegar cuando la
mente ha
cesado por completo en su esfuerzo, cuando ya no se enreda en el juego de los opuestos y los
conflictos,
cuando no opone resistencia a nada de lo que surge, ni lo reprime ni lo apoya, sino que lo acoge
todo,
plenamente, en un silencioso abrazo sin fronteras. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 90)

LA TERAPIA NO DUAL:
No hace
falta más que observar y dejar ir. En palabras de un místico medieval: “Presta atención a ti mismo, y
allí
donde te encuentres a ti, allí renuncia a ti”. Pues, según un sabio de nuestro tiempo: “Sólo en la
comprensión de lo que es, se da la liberación de lo que es”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P.
90)

La meditación, por el contrario, es completamente afocal y omniabarcante, no excluye


nada, no se propone nada, no se opone a nada y el ego no tiene nada que hacer ahí. La meditación
no es
una actividad, sino que es un estado de ser, y, por tanto, no es algo que se pueda practicar o
cultivar. No
es un acto de la voluntad, sino que acontece por sí sola. El ego no puede meditar, porque la esencia
misma de la meditación es, precisamente, la ausencia del meditador. Sólo cuando el meditador
desaparece, sólo cuando la mente está en completo silencio y sosiego, puede surgir la radiante
autoevidencia del Sí mismo. La meditación es, así, el camino y la meta. (Díez Faixat. Siendo nada
soy todo. P. 91)

El ego, por mucho que lo intente, es absolutamente incapaz de descubrir su identidad real, porque él
mismo es, precisamente, el gesto de resistencia que impide ese descubrimiento. Toda su vida gira
en
torno a la pretensión de protegerse y de levantar fronteras a su alrededor, y eso es, en sí mismo, el
sufrimiento. No es posible, por tanto, liberar al ego de la tensión, el engaño y el desasosiego, porque
él
mismo es tensión, engaño y desasosiego. De modo que, como se afirma en el budismo, para poner
fin al
sufrimiento, es preciso abandonar el yo, ya que ambos nacen y mueren al mismo tiempo. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 92)

El ojo que ve no es ninguna de las cosas vistas, ni siquiera cuando se


mira a un espejo, ya que entonces sólo contempla su reflejo, no a sí mismo.
Díez Faixat

En el fundamento no
dual no existe esa ilusoria escisión entre el experimentador, la experiencia y lo experimentado, sino
que
todo es una simple y gozosa autoevidencia en la que el sujeto y el objeto permanecen
indiferenciados.
Desde esta luminosa vacuidad se comprende, de modo irrefutable, que la verdadera naturaleza de
todo y
de todos es, ha sido y será, eternamente, esa inefable y omnipresente vivencia no dual. De esta
forma,
una vez trascendidos en el mundo relativo todos los niveles de identificación posibles, incluida la
perspectiva del espectador desimplicado, surge la diáfana certeza de que los polos antagonistas de
energía y conciencia son intrínsecamente idénticos, y, por consiguiente, todo el proceso evolutivo
que se
despliega entre ambos, no es sino un juego de reflejos fugaces de, en y para el único Sí mismo.
(Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 97)

No hay dos mundos, uno interior y otro exterior, sino una sola realidad inefable, que se manifiesta
objetivamente fuera de nosotros y subjetivamente dentro, pero que trasciende por completo
cualquier
distinción entre objetos y sujetos. La plenitud originaria no se encuentra de forma exclusiva ni en el
interior
ni en el exterior, ni pertenece al ámbito subjetivo ni al objetivo, sino que constituye y abarca ambos
aspectos polares. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 97)

La realidad última no es, en definitiva, ni el yo que conoce ni la cosa conocida, sino la indivisible
unidad de
ambos en la radiante autoevidencia de cada instante. En el conocimiento no dual, ya no hay sujetos
que
ven ni objetos vistos, sino tan sólo la visión del Sí mismo por el Sí mismo, a través de sus
innumerables
reflejos fenoménicos. Todo conocimiento se fundamenta, en última instancia, en la identidad entre el
conocedor y lo conocido. El verdadero yo no conoce el universo desde fuera, sino que lo conoce
porque él
mismo y el universo no son dos. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 98)

Los términos todo y nada sólo tienen sentido en relación con un “algo”, pero cuando ese algo se
desvela
como ilusorio, el todo y la nada se comprenden como una misma y única realidad no dual. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 99)

Nuestro único problema, nuestro único pecado, consiste en creer que somos alguien, o algo, porque
en el
mismo momento en que nos identificamos con una cosa determinada, automáticamente dejamos de
ser
todo lo demás. “Ser esto” implica, inexorablemente, “no ser aquello”. Y así comienza el inagotable
juego de
las dualidades, las fronteras, los miedos y los conflictos. La única solución está en trascender
nuestra
identidad separada y, al descubrirnos como nada, ser uno con todo y con todos. Porque sólo cuando
no
somos nada en particular, somos realmente todo. Al no ser absolutamente nada, no tenemos nada
que
nos limite, y, de esta forma, toda la existencia se revela como nuestro propio ser. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 99)

Sólo el que ha renunciado a sí mismo posee todas las cosas, sólo el que
se ha vaciado plenamente puede llenarse de todo, sólo el que está completamente desnudo puede
vestirse con todas las formas del mundo. Por eso, cuando uno ya no es nada, absolutamente nada,
descubre que nada le falta, que no ha perdido nada y lo ha ganado todo, porque al hacerse
transparente
se ha llenado por completo de luz. Al renunciar a todo, todo le ha sido dado. “Quien todo da, todo
tiene”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 100)

En esta vivencia integral de la realidad, se comprende con radiante


claridad que el substrato vacío no es distinto de todas las formas del mundo. Que el fundamento
inmóvil y
silencioso es idéntico a todos los movimientos y sonidos del universo. Que lo sobrenatural y lo
cotidiano
son una sola cosa. Que el reino de los cielos y este mundo no son, en verdad, dos regiones
diferentes ni
lejanas. En este sentido, en el budismo mahayana se afirma que “no existe la menor diferencia entre
el
nirvana y el samsara”. Y en el hinduismo se defiende que “ brahman es el mundo”. Y en la mística
cristiana
se identifica al Amado con las montañas, los valles y las ínsulas. Y en la tradición sufi se dice que
“los dos
mundos son uno sólo”. Y en palabras de un maestro zen: “¡Qué maravilloso, qué trascendental es
esto!
Extraigo agua, transporto leña”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 101)

En todo el universo no hay dos cosas


José Díez F.

En la vivencia integral se contempla, sin sombra de duda, la vacuidad en el mundo de todos los días,
lo
divino en cada gesto cotidiano, el más allá en todos los aquí y ahora del universo fenoménico. No se
trata
de ningún cambio de estado, sino del reconocimiento de la verdadera naturaleza de cualquier estado
presente. Lo uno y lo múltiple, la eternidad y el tiempo, el ser y el devenir, lo inmanifestado y lo
manifestado, la plenitud vacía y la existencia concreta, no son, ni han sido nunca, sino dos aspectos
de
una única realidad omniabarcante y no dual. La iluminación integral desvela diáfanamente esta
verdad de
forma natural, sin ningún tipo de trance o éxtasis, pues el estado último y atemporal, aunque es
“anterior” a
todo, no difiere lo más mínimo de nuestro estado ordinario de cada momento. Este estado definitivo
no es,
en absoluto, un estado particular o un estado entre otros estados, sino un estado que incluye a todos
los
demás y que es plenamente compatible con todos ellos. Es, de hecho, la condición y la verdadera
naturaleza de todos los estados, y no hay nada, absolutamente nada, aparte de él. (Díez Faixat.
Siendo nada soy todo. P. 102)

El sabio iluminado ha descubierto su verdadera identidad en el ilimitado océano no dual, y contempla


sereno todo el flujo fenoménico como un juego creativo de olas y corrientes en su propio seno. Todo
el
universo es, así, su espontánea y luminosa expresión, y todos los seres del mundo son sus propios
reflejos. Como carece por completo de forma, se adapta perfectamente a cualquier imagen, sea cual
sea
su condición existencial o su estado de conciencia, y se reconoce a sí mismo en todas ellas. Percibe
todas
las existencias como múltiples aspectos y símbolos del único Yo real, del que emergen y en el que
se
desvanecen sin alterar, en ningún instante, su impecable inmutabilidad eterna. Ya no ve al universo
y al
cuerpo como realidades externas, sino como fenómenos que se despliegan espontáneamente en el
espacio sin fronteras del Sí mismo. Puesto que ha trascendido por completo el ego, y ha descubierto
la
verdadera naturaleza de todo y de todos en la vacuidad, no existen para él ni “otros” individuos, ni
mundo
ajeno, ni cosa alguna que esté fuera o separada de su Yo infinito. Percibe las diferencias entre las
formas
fenoménicas como meras apariencias, pues en todo momento vivencia la misma plenitud vacía en
todas
ellas. Por todos lados sólo ve al Sí mismo, descubriendo su presencia eterna e inmutable en todo
aquello
que aparece como fugaz y cambiante. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 103)

El sabio despierto, a pesar de estar en el mundo relativo de las formas finitas, no pertenece a este
mundo,
pues es plenamente consciente de la identidad absoluta y no dual de todo y de todos. Observa con
claridad el juego aparente de las dualidades, pero permanece siempre en la comprensión integral del
fundamento único, en el que se trascienden por completo todas las diferenciaciones. Por eso, no se
identifica con ningún organismo en particular, sino con la plenitud vacía, que incluye todos los
organismos
y todos los mundos. Y, en este sentido, puede decir, indistintamente, que no está en ninguna parte y
es
atemporal, o que existe en todas partes y siempre. Aunque hable, está en silencio, aunque se
mueva,
permanece en quietud, aunque actúe como un ser individual, es pura vacuidad radiante y sin límites.
Los
que le contemplan, quizás piensen en él como una forma humana, o como un ente particular dentro
de esa
forma, pero el sabio es plenamente consciente de ser el infinito Sí mismo, que trasciende
radicalmente los
conceptos de dentro y fuera, o de sujeto y objeto, y que no está limitado por ninguna forma
determinada, ni
siquiera por el conjunto de su manifestación universal. Por tanto, estrictamente hablando, no existen
individuos iluminados, porque como individuos separados son tan ilusorios como el resto de los
seres del mundo. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P. 104)

QUÉ ES LA REALIZACIÓN:
La realización no es sino la absoluta comprensión de la inexistencia de cualquier entidad particular.
Es
caer en la cuenta de que en todo el flujo fenoménico no hay, ni ha habido jamás, un yo individual
independiente. No puede haber, pues, una “persona” realizada, porque la realización es,
precisamente, el
descubrimiento del carácter ilusorio de la noción de persona. De modo que, cuando tiene lugar el
despertar definitivo, ya no hay ahí alguien que piense: “Soy un ser liberado”. En el momento de la
liberación uno, en verdad, no se libera de nada, por la sencilla razón de que nadie, iluminado o no,
ha
estado jamás esclavizado. Con el despertar nada desaparece, nada cambia, nada muere, sino,
solamente,
se trascienden las interpretaciones ilusorias acerca de la realidad. El sabio, así, no resulta ser nada
especial, ni tiene característica alguna que permita distinguirlo del ser humano común. A través de la
realización no se consigue algo determinado, ni se alcanza una meta lejana, ni se logra ninguna
cualidad
excepcional, sino, simplemente, se toma conciencia de lo que realmente se ha sido desde siempre.
Por
eso, en las tradiciones místicas, se considera el estado iluminado como el estado natural del ser
humano,
como nuestra verdadera identidad en cada momento, eterna y sin tiempo. Realizarse es, por tanto,
sencillamente, darse cuenta de lo que uno es ahora mismo, no llegar a ser otra cosa, ni adquirir
nada
nuevo. De ahí que el objetivo de cualquier práctica espiritual consista en la eliminación de la
ignorancia
fundamental y en el cese de todas las identificaciones, no en el “logro” de la realización, porque la
realización ya está presente desde siempre. Es nuestra verdadera naturaleza, aquí y ahora. (Díez
Faixat. Siendo nada soy todo. P. 104)

estrictamente hablando, no existen


individuos iluminados, porque como individuos separados son tan ilusorios como el resto de los
seres del mundo.
Díez Faixat

La realización no es sino la absoluta comprensión de la inexistencia de cualquier entidad particular.


Es
caer en la cuenta de que en todo el flujo fenoménico no hay, ni ha habido jamás, un yo individual
independiente. No puede haber, pues, una “persona” realizada, porque la realización es,
precisamente, el
descubrimiento del carácter ilusorio de la noción de persona. De modo que, cuando tiene lugar el
despertar definitivo, ya no hay ahí alguien que piense: “Soy un ser liberado”.
Díez Faixat

la iluminación no
consiste en cambiar de estado, sino en reconocer la verdadera naturaleza de nuestro estado
presente. Se
trata, simplemente, de caer en la cuenta del carácter ilusorio del círculo del tiempo, de descubrir que
la
plenitud atemporal ha sido la única realidad en cada punto del camino, desde el origen. Aunque
resulte
sorprendente, la liberación final está lograda desde siempre. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo. P.
106)

La realidad integral, que es la identidad última de todo y de todos, funciona por sí sola desde
siempre, sin
apoyarse en nada exterior a sí misma. No hay, ni nunca ha habido, ningún yo separado que actuara
de
forma autónoma, por su cuenta, al margen del flujo de lo total. Jamás ha existido un ego
independiente
capaz de resistirse o de fomentar el curso natural de las cosas. Tanto si lo sabemos como si no, la
totalidad no dual ha fluido libremente, sin obstrucción alguna, desde el propio origen. La vida entera
está
emergiendo por sí misma, de instante en instante, sin sujeto productor ni objeto producido, sin
alguien que
la ejecute ni nadie que la sufra, sin dualidad alguna entre medios y fin. (Díez Faixat. Siendo nada soy
todo. P. 108)

SOBRE LO QUE ES “NO HACER”:


Mientras estábamos identificados con el ilusorio yo separado, resultaba necesario hacer esfuerzos
personales y asumir responsabilidades por las propias acciones, pero una vez trascendido el ego,
esas
obligaciones carecen ya por completo de sentido. El sabio no dual está libre de la ilusión de ser el
autor de
las acciones y, por eso, afirma rotundamente: “Yo no hago nada, nada en absoluto”. Sus actividades
sólo
existen ante los ojos de los otros, pero no para él mismo, pues sabe que, aunque esté llevando a
cabo
algún trabajo, en realidad no hay ninguna entidad particular detrás de esa labor. Siente que todo
está
sucediendo por sí solo, o, si se prefiere, que él es la existencia total que lo realiza todo
espontáneamente.
De este modo, aunque se produzcan esfuerzos, opciones y decisiones, no hay en el sabio el menor
sentido de “yo los hago”, pues comprende que todo surge por sí mismo, como una expresión natural
en
consonancia con las circunstancias de cada momento. Por eso, cuando le preguntaron a un jñani:
“¿Entonces no hay necesidad de esfuerzo?”, el jñani respondió: “Cuando el esfuerzo sea necesario,
el
esfuerzo aparecerá. No necesitas empujar la vida. Simplemente fluye con ella y entrégate
completamente
a la tarea del momento presente, que es morir ahora, al ahora”. (Díez Faixat. Siendo nada soy todo.
P. 108)

También podría gustarte