La Comunicación PDF
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Palabras claves:
Comunicación, actualismo teológico, Babel, Pentecostés, testigo, testimonio, mártir,
tradición oral, discípulos, unción, planificación, soberanía, evangelización, proselitismo,
misiones, colonialismo, huelga social, evangelio social, llamado externo, llamado
interno, adoración, lemas, unidad, condescendencia,
Objetivo:
Ser cabalmente conscientes del lugar prioritario que la buena comunicación ocupa en la
divulgación del mensaje cristiano, teniendo presente tanto el deterioro de que ella ha
sido víctima a causa del pecado humano, como el restaurado potencial que, apoyado en
la Biblia, el evangelio le confiere nuevamente; identificando en el proceso algunas de
los más comunes actitudes y circunstancias que obran en perjuicio de una eficaz
comunicación del evangelio e implementado las salvaguardas o soluciones que
remuevan estos obstáculos y optimicen sus resultados esperados a través del poder del
testimonio y las diferentes iniciativas de evangelización desembarazadas de los lastres
comunicativos que las afectan negativamente.
Resumen:
La comunicación juega un importante rol en la divulgación eficaz del evangelio. Sin
embargo, a causa del pecado humano, la comunicación ha sufrido un notorio deterioro
que el evangelio bien entendido logra revertir de manera significativa, corrigiendo las
malas actitudes y removiendo los obstáculos que se han venido levantando para reducir
la eficacia del testimonio cristiano y de las iniciativas evangelísticas de todo orden en el
mundo actual, de tal modo que el llamado externo formulado por la iglesia al
arrepentimiento y la fe coincida y armonice en mayor grado y sirva de vehículo al
llamado interno que Dios formula directamente al corazón de los suyos, cuya favorable
respuesta y consecuentes resultados están garantizados por la soberanía que Dios
ejerce en todo este proceso comunicativo.
1
1. La comunicación
OTTO WEBER
En esta materia convergen varias líneas de reflexión que se han venido bosquejando
en muchas otras materias de nuestro programa de estudio, en algunas de ellas con
mayor protagonismo y profundidad que en otras en las que se trataron de manera
más tangencial y breve. Podríamos decir que desde la materia de Métodos de
Interpretación de la Biblia en primer semestre se vienen anunciando los contenidos
de esta conferencia, puesto que el propósito de la hermenéutica es comenzar a
brindar al estudiante de teología herramientas metódicas para discernir
correctamente el mensaje que Dios quiere comunicarnos a través de su revelación
en la Biblia, propósito en el cual la comunicación desempeña un papel prioritario.
En este sentido, la labor de traducción de la Biblia a los idiomas propios de cada pueblo
es un esfuerzo actualista que hay que emprender con la debida excelencia; actividad en
la que los biblistas y los ministerios de traducción de la Biblia se ocupan con temor y
temblor con el debido esmero y preparación del caso, como lo hacen entidades como
“Bíblica” y las diferentes sociedades bíblicas aglutinadas bajo la “Sociedad Bíblica
2
Internacional” entre las que se encuentra la “Sociedad Bíblica Colombiana”. Entidades
por las que los cristianos debemos, entonces, orar para que Dios provea siempre los
recursos materiales y humanos para llevar a cabo esta labor y lograr así disponer de
versiones de la Biblia actuales, fieles e integras en los diferentes idiomas de los pueblos
que logren comunicar con eficacia el mensaje del evangelio a las nuevas generaciones.
Los lenguajes de la Biblia no tienen, pues, que ver únicamente con los idiomas
originales en los que la Biblia fue escrita (hebreo, arameo y griego), sino también de
manera especial con el idioma nativo que el creyente utiliza desde niño en su vida
cotidiana en el marco de la cultura de la que forma parte y las diferentes traducciones
de la Biblia que se encuentran disponibles en ese idioma. Sin mencionar los idiomas de
otras culturas o naciones diferentes a la suya que deben incluirse en estas
consideraciones si de fomentar un auténtico espíritu misionero se trata. Espíritu
misionero que, de conformidad con lo dicho en Hechos 1:8: “Pero cuando venga el
Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén
como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra”, obliga al creyente a
ir más allá de su “Jerusalén” inmediata (localidad) y del entorno crecientemente más
amplio constituido por “Judea” (región propia) y “Samaria” (regiones circundantes)
hasta llegar “hasta los confines de la tierra”, es decir otras naciones y culturas con
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idiomas diferentes al suyo.
No viene al caso tratar aquí los efectos que tuvo la caída en la comunicación del
ser humano con la naturaleza o consigo mismo, sino únicamente los efectos que
ésta trajo para la comunicación del ser humano con Dios y con su prójimo. En
relación con Dios, la comunicación abierta, franca y clara con Él se estropeó al
punto que el ser humano llega a estar imposibilitado, ya no sólo para entender,
sino también para identificar siquiera la voz de Dios en medio de toda la
parafernalia de estímulos cotidianos a los que está sometido. Incapacidad que,
al no poder entender ni identificar la voz de Dios, lo lleva en muchos casos a
hacer caso omiso de ella llegando a negar la existencia de esa voz y, por ende,
también la del Dios que la emite. Como si no fuera suficiente, la ruptura en la
comunicación entre Dios y el hombre trae de manera automática un creciente
deterioro en la comunicación del ser humano con su prójimo, cuyo evento
culminante se da en el episodio de la torre de Babel que vale la pena examinar
con algo de detalle.
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solo idioma común, como lo indica la Biblia (Gén. 11:1). El estudio desde una
óptica religiosa de idiomas ancestrales tales como el hebreo bíblico o el sanscrito
de los escritos sagrados del hinduismo hoy lenguas muertas está en gran
medida motivado por este tipo de intuiciones.
Por lo pronto, Babel marca el segundo de los juicios universales de Dios contra el
pecado humano (el primero fue el diluvio), particularmente contra el orgullo que se
erige de manera desafiante delante de Él para forjarse “un nombre” o “hacerse
famosos” con independencia de Él, evitando de paso “ser dispersados por toda la
tierra”. Está última intención es una contravención directa al reiterado mandato
dado por Dios a los hombres en el sentido de “llenar la tierra” (Gén. 1:28; 9:7). Por
tanto, la dispersión en Babel es una consecuencia del juicio divino en la forma de la
confusión de lenguas que obliga a la humanidad, así sea a regañadientes y a su
pesar, a cumplir con el mandato de Dios de llenar la tierra dispersándose poco a
poco sobre toda su superficie.
Una obediencia al mandato de Dios que, al tener que ser impuesta por Él, acarrea
para la humanidad el elevado costo de ver abruptamente deteriorada su ya
mermada capacidad para comunicarse los unos con los otros. Capacidad que de
no haberse malogrado trágicamente, auguraba un promisorio futuro para toda
empresa humana, según lo reconoce el propio Dios (Gén. 11:6), confirmando así el
conocido y obvio principio que dice “la unión hace la fuerza”, principio que opera
5
incluso cuando esta unión se lleva a cabo para hacer el mal y que muestra así el
potencial que la buena comunicación y el entendimiento mutuo entre los seres
humanos tiene para cualquier proyecto o iniciativa.
Porque la dispersión ordenada por Dios debía darse, pero no al costo en que se dio
si hubiera sido producto de la obediencia voluntaria del género humano al mandato
de Dios, pudiendo haber conservado en este caso todo el potencial comunicativo
que implica poseer de manera natural un idioma común que, hoy por hoy, es tan
sólo una nostálgica reminiscencia de un pasado que trata de recrearse otra vez de
la mano de intentos humanos planificados no muy exitosos como la invención del
esperanto1, u otros más naturales y comparativamente más exitosos como el
repetido fenómeno histórico del predominio cultural en todo el mundo de una
lengua por parte de una cultura dominante. Predominio que hizo del griego en el
pasado y del inglés en el presente reconocidas “lenguas francas”2 habladas por
muchos grupos humanos de diferentes culturas que, además de su idioma nativo,
han aprendido alguna de estas lenguas francas como segundo idioma con el fin de
mejorar y ampliar el rango de sus actividades comunicativas.
Con todo, el sombrío panorama en las comunicaciones al que Babel dio lugar tiene
su esperanzadora y luminosa contraparte en el Nuevo Testamento en el episodio
de Pentecostés en el cual leemos que: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo y
comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse. Estaban de visita en Jerusalén judíos piadosos, procedentes de
todas las naciones de la tierra. Al oír aquel bullicio, se agolparon y quedaron
todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma.
Desconcertados y maravillados, decían: «¿No son galileos todos estos que están
hablando? ¿Cómo es que cada uno de nosotros los oye hablar en su lengua
materna? Partos, medos y elamitas; habitantes de Mesopotamia, de Judea y de
1
Esperanto: Lengua creada artificialmente en 1887 por Zamenhof con la idea de que sirviera como
un sistema de comunicación universal.
2
Una lengua vehicular o lengua franca es el idioma adoptado para un entendimiento común entre
personas que no tienen la misma lengua materna. La aceptación puede deberse a mutuo acuerdo
o a cuestiones políticas, económicas, etc.
6
Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones
de Libia cercanas a Cirene; visitantes llegados de Roma; judíos y prosélitos;
cretenses y árabes: ¡todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia
lengua las maravillas de Dios!»” (Hc. 2:4-11).
3
En realidad, en la actualidad esta cifra ya está en poco más o menos 2.500 idiomas y dialectos.
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de la ciudad.’ A pesar de la gran cantidad de ocasiones en que escépticos y
antagonistas han querido demeritarla o destruirla en el transcurso de la historia de
la humanidad, hoy por hoy la influencia de la Biblia continúa su ritmo de difusión
incesante y es de lejos "El Best Seller" de la historia”.
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mano. Aún es así en el campo de las ciencias históricas, la arqueología y el
derecho, entre otras.
Xabier Pikaza, estudioso del fenómeno religioso sostiene que: “A este nivel es
fundamental el testimonio… la prueba o mostración más alta de Dios es la
misma vida humana enriquecida, recreada a partir de lo divino… las religiones
no se demuestran, se testifican”. Por supuesto, dar testimonio conlleva
necesariamente haber vivido en persona aquello de lo cual se está testificando.
En cierto sentido el testimonio que la vida del creyente ofrece constituye la
demostración definitiva de la veracidad de los contenidos de su fe, no sólo en
cuanto a la necesidad de ser consecuente y mostrar una satisfactoria coherencia
entre lo que se vive cotidianamente y lo que se cree y profesa de manera
racional y discursiva, sino también a la hora de contarle a los demás acerca de
nuestra experiencia con Dios.
Es cierto que el grado de certeza que el testimonio ofrece puede no ser tan
incontrovertible como el que pueden llegar a ofrecer y alcanzar en un momento
dado las pruebas de laboratorio y de carácter científico en general, pero aun así
el testimonio ha ocupado y seguirá ocupando un destacado lugar en el propósito
de comunicar de forma eficiente el mensaje del evangelio. En palabras del
teólogo Hans Küng el poder del testimonio radica fundamentalmente en que: “…
cuando otro vive de una forma convincente, es posible que se despierte en mí
una disposición a la misma confianza fundamental. El riesgo ya corrido
previamente es una invitación al mismo riesgo: como cuando uno salta al agua y
muestra que el agua puede sostenerle”.
Es muy ilustrativo a este respecto el caso de los mártires. Desde el punto de vista
de la investigación histórica y sus correspondientes comprobaciones los mártires
constituyen tal vez la más fuerte evidencia circunstancial a favor de la veracidad
de los hechos en que se apoya el cristianismo. Para entender mejor esta
declaración debemos tener presente que la palabra “mártir” proviene del griego
y significa “testigo”. Pero no cualquier clase de testigo, sino uno que mantiene su
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testimonio hasta la muerte. Al respecto Gino Iafrancesco Villegas dice: “los
mártires son el juicio del mundo… testigos de la más alta calidad moral que se
expusieron a la muerte por sostener su testimonio”. Valga decir que mientras
nos encontremos en un mundo hostil en mayor o menor grado a Dios, la
posibilidad del martirio pende de manera latente sobre todo auténtico cristiano,
que puede verse abocado en cualquier momento a un testimonio de este tipo,
aún por encima de lealtades familiares y vínculos consanguíneos.
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El único caso en que una persona en sus cabales estaría dispuesta a sostener un falso testimonio
hasta la muerte es cuando al hacerlo está protegiendo a alguien a quien ama más que a sí mismo.
Y en este caso el falso testimonio se ve hasta cierto punto atenuado e incluso ennoblecido por su
carácter sacrificial, pues si bien su testimonio es formalmente falso, él no considera que está
muriendo por una mentira, sino por la verdad personificada en la persona que ama.
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toda duda razonable la veracidad del evangelio queda aquí en franco relieve.
11
Señor para no darle largas a la obediencia debida a esta tácita instrucción divina.
Pero lo cierto es que al Señor no le interesaba tanto dejar documentos como
dejar discípulos. Porque eran los discípulos los que estaban llamados a darle
continuidad, vitalidad y credibilidad a su obra, y no los fríos documentos por sí
solos, por autoritativos e inspirados que pudieran ser. Con mayor razón por
cuanto estos discípulos encajaban muy bien en la tradición oral propia de los
pueblos semíticos con Israel a la cabeza.
Ya se ha establecido que los evangelios fueron una iniciativa más bien tardía
llevada a cabo por la primera generación de discípulos que habían sido testigos
fieles y de primera mano de la vida, obras y enseñanzas de Cristo, que se
ocuparon durante casi toda su vida de transmitir estos testimonios de una
manera personal, recurriendo a la tradición oral a la usanza judía, antes de
decidir ponerlos por escrito, ya avanzadas sus vidas. De ahí la importancia que
en el cristianismo cobra el discipulado, al punto que el Nuevo Testamento define
casi sistemáticamente a los cristianos como discípulos más que como meros
creyentes, dando por sentado que la iglesia se ocupará siempre de discipular a
los nuevos creyentes que se añaden a ella y que ellos, a su vez, en virtud de
haber experimentado un encuentro personal con Cristo en la experiencia de la
conversión estarán más que dispuestos a ser discípulos que testifican de su fe.
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mano y de la tradición oral viva. Nos referimos al hecho de que el hebreo bíblico
es un idioma consonantal, es decir sin vocales, por lo que la pronunciación en la
lectura era algo que debía aprenderse mediante la enseñanza directa de una
generación a otra, escuchando de manera repetida la lectura y pronunciación
correctas que las viejas generaciones conocían bien debido a que las habían
aprendido a su vez, con el mismo método, de sus propios padres en una
ininterrumpida tradición viva que se remontaba hasta tiempos ancestrales.
Únicamente hasta la época de los masoretas, cerca del año 1000 d.C., estos
eruditos judíos encargados de la conservación y transmisión fiel de las
Escrituras, decidieron incluir en el texto hebreo una puntuación vocálica que
indicaba cómo debía leerse cada palabra para quienes, como nosotros los
gentiles, no éramos beneficiarios de la tradición oral propia de los judíos.
En conexión con lo anterior es oportuno señalar que el sentido del oído ha sido
relegado en la tradición occidental a favor del de la vista. Dicho de otro modo, los
occidentales deben ver, más que oír, para llegar a creer, al mejor estilo del
escéptico apóstol Tomás, quien ilustra bien la exigencia de “ver y tocar para
creer”. Muestra de ello es el proverbial refrán que dice “una imagen vale más
que mil palabras”. En este sentido somos más griegos que judíos, pues fue
Aristóteles quien dijo: “Nuestros sentidos… aparte de su utilidad, son queridos
por sí mismos, y por encima de todos el de la vista… en la ociosidad preferimos
el ver a cualquier otra cosa”.
Sin embargo, con todas las ventajas que la vista pueda representar por encima
del oído en cuanto a la posibilidad de adquirir conocimiento de nuestro entorno,
el oído sigue siendo el sentido privilegiado en el propósito de divulgar y acoger el
evangelio. En consecuencia, la comunicación hablada no puede perder el lugar
que siempre ha ocupado a la hora de testificar de Dios 5. Porque el deseo de ver
continuamente, hasta el hastío, también va acompañado frecuentemente por la
5
La comunicación escrita, si bien apela en primera instancia a la vista, es realmente una
comunicación audiovisual, pues al leer un texto los ojos ven los signos y caracteres escritos, pero
deben interpretarlos y al hacerlo terminamos también “escuchando” en nuestra mente lo que
leemos.
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falta de disposición a reflexionar a fondo en lo que vemos, especialmente
cuando nos encontramos en actitud ociosa: “Todas las cosas hastían más de lo
que es posible expresar. Ni se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de
oír” (Ecl. 1:8). Tal vez esto explique el gran auge de toda la tecnología audiovisual
que hoy existe e incluso las problemáticas de comportamiento y desarrollo
humano asociadas a ellas, pues terminan fomentando en nosotros un ocio poco
o nada creativo ni crítico, por el cual asumimos muchas veces actitudes
completamente pasivas, irreflexivas e influenciables que nos llevan a observar
sin ver y a escuchar sin oír realmente.
Y si bien los apóstoles pudieron oír, ver e incluso palpar todo lo concerniente a
Cristo: “Luego le dijo a Tomás: Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu
mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe…Cuando
les dimos a conocer la venida de nuestro Señor Jesucristo en todo su poder, no
estábamos siguiendo sutiles cuentos supersticiosos sino dando testimonio de su
grandeza, que vimos con nuestros propios ojos… Lo que ha sido desde el
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principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo
que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les
anunciamos respecto al Verbo que es vida” (Jn. 20:27; 2 P. 1:16; 1 Jn. 1:1), el
Señor no dejó de censurar al escéptico Tomás por no creer el testimonio
unánime acerca de la resurrección que escuchó de sus compañeros, sino tener
que ver por sí mismo para poder hacerlo, añadiendo luego: “… dichosos los que
no han visto y sin embargo creen” (Jn. 20:29).
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el Antiguo Testamento por Dios mismo para desempeñar una función
providencial de gran responsabilidad e importancia tal como la función propia
de los reyes y los sacerdotes; como al consecuente acto solemne mediante el
cual una autoridad reconocida como Moisés (en el caso del sacerdocio
hereditario recibido por su hermano Aarón), o un profeta como Samuel (en el
caso de la línea de reyes legítimos designados por Dios sobre Israel en cabeza
del malogrado Saúl, sustituido por David y su descendencia) vertía el aceite
especial utilizado en el ritual del templo sobre la cabeza del así designado. Sin
mencionar la más bien excepcional pero siempre soberana designación del rey
pagano Ciro como un ungido por Dios, sin la mediación de ritual alguno ni de un
derramamiento literal de aceite, para llevar a cabo sus providenciales propósitos
para con su pueblo (Isa. 44:28-45:1).
Por supuesto, no sobra decir aquí que estamos hablando de “ungidos”, en plural
y en minúscula; por contraste con “El Ungido”, en singular, con mayúscula y
artículo definido, que es el Señor Jesús y únicamente Él, el Mesías (palabra
hebrea transliterada al español como Māšîaḥ e incorporada finalmente a nuestro
idioma como “mesías”, pero cuya traducción exacta al español es “ungido”), o el
Cristo (equivalente en español del término griego khristós, que significa también
en español, de manera textual, “ungido”). Hecha esta salvedad que pone una
insuperable distancia entre El Ungido y los ungidos cualesquiera que sean,
podemos ahora sí afirmar sin lugar a equívocos la condición de “ungidos” que
ostentan todos los cristianos en el Nuevo Testamento en virtud de la presencia
de Dios con ellos y en ellos en la medida en que todos los creyentes hemos sido
constituidos templo del Espíritu Santo (1 Cor. 3:16; 6:19; 1 Jn. 2:20, 27).
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en la resistencia que, en nombre de la “unción”, muchos cristianos manifiestan
hacia la necesidad de preparar de antemano el mensaje cristiano,
estructurándolo y planificándolo con el debido esfuerzo en un espíritu de oración
y estudio de las Escrituras. Rudolf Bohren lamentaba esta actitud con estas
acertadas palabras: “Edificar la iglesia sin planificación es imposible… Uno de los
mayores obstáculos para esta planificación es la idea indefinida de que creer en
el Espíritu Santo es incompatible con la planificación”
Por este camino no es difícil, entonces, que la planificación llegue a verse incluso
como una actividad propia de la naturaleza pecaminosa y termine siendo
satanizada. Por supuesto, hay circunstancias imprevisibles en que la
improvisación es inevitable y necesaria en la iglesia, como lo indicó con claridad
el Señor Jesucristo: “Los envío como ovejas en medio de lobos. Por tanto, sean
astutos como serpientes y sencillos como palomas. »Tengan cuidado con la
gente; los entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas. Por mi
causa los llevarán ante gobernadores y reyes para dar testimonio a ellos y a los
gentiles. Pero cuando los arresten, no se preocupen por lo que van a decir o
cómo van a decirlo. En ese momento se les dará lo que han de decir, porque no
serán ustedes los que hablen, sino que el Espíritu de su Padre hablará por
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medio de ustedes” (Mateo 10:16-20; ver también Marcos 13:11 y Lucas 12:11-
12; 21:14-15), casos en los cuales debemos tratar de buscar en oración la guía
inmediata del Espíritu Santo y confiar en que la experiencia y sabiduría ya
acumuladas y nuestra docilidad a la guía divina puedan suplir la imposibilidad de
actuar de manera planificada, librándonos de tomar decisiones apresuradas e
irreflexivas que puedan resultar equivocadas.
“En los planes del justo hay justicia, pero en los consejos del malvado hay
engaño” (Pr. 12:5)
“Prepara primero tus faenas de cultivo y ten listos tus campos para la
siembra; después de eso, construye tu casa” (Pr. 24:27)
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“tengo planes de visitarlos cuando vaya rumbo a España. Espero que,
después de que haya disfrutado de la compañía de ustedes por algún tiempo,
me ayuden a continuar el viaje” (Rom. 15:24)
Tiene que ser así, puesto que Dios mismo es un gran planificador:
“«Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus
planes” (Job 42:2)
“Pero los planes del SEÑOR quedan firmes para siempre; los designios de su
mente son eternos” (Sal. 33:11)
“De un solo hombre hizo todas las naciones para que habitaran toda la tierra;
y determinó los períodos de su historia y las fronteras de sus territorios” (Hc.
17:26)
Ahora bien, tampoco hay que atribuirle a la planificación mayor peso del que
tiene en la eficacia alcanzada en la comunicación del evangelio. Hans Jürgen
Dusza pone las cosas en su justo lugar y proporción al sostener: “Nuestros
esfuerzos en planificar sólo quitan los obstáculos que dificultan este crecimiento
de la iglesia que no se puede fabricar”. Porque los creyentes sostenemos de tal
modo la soberanía de Dios que tenemos la convicción de que, a pesar de las
apariencias en contra, la obra de Dios avanza en el mundo hacia su feliz
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conclusión, ya sea con nuestra colaboración o a pesar nuestro: “Esto es lo que
he determinado para toda la tierra; ésta es la mano que he extendido sobre
todas las naciones. Si lo ha determinado el SEÑOR Todopoderoso, ¿quién podrá
impedirlo? Si él ha extendido su mano, ¿quién podrá detenerla?... El SEÑOR hace
todo lo que quiere en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos sus
abismos… El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras jamás pasarán.” (Isa.
14:26-27; Sal. 135:6; Mt. 24:35).
Sin embargo, esto no significa que la obra de Dios no pueda ser de ningún modo
obstaculizada o combatida en la historia. De hecho, la misma Biblia nos revela
que, sin perjuicio de su cumplimiento definitivo, la obra de Dios en este tiempo
corre siempre el peligro de ser provisionalmente obstaculizada o entorpecida por
la agenda del mundo, por las maquinaciones del diablo y sus demonios o, en
resumen, por la misma naturaleza pecaminosa de los seres humanos, incluidos
los creyentes cuando cedemos de algún modo a ella y terminamos haciéndole
inadvertidamente el juego a los intereses del enemigo, ya sea por acción o por
las omisiones producto de la poca disposición al esfuerzo.
Por eso, más que usurpar la exclusiva labor del Espíritu Santo en la producción
del sano crecimiento y la favorable influencia de la iglesia en el mundo mediante
el evangelio, conforme a lo revelado por el profeta: “… »‘No será por la fuerza ni
por ningún poder, sino por mi Espíritu dice el SEÑOR Todopoderoso… ” (Zac.
4:6), lo que debemos hacer es estar identificando y removiendo con
discernimiento autocrítico los obstáculos que impiden el crecimiento natural de
la iglesia como organismo vivo que es y que recibe su alimento y crecimiento
directamente del mismo Dios, el único capaz de hacerla crecer de manera
fructífera: “»Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el labrador. Toda rama que en
mí no da fruto, la corta; pero toda rama que da fruto la poda para que dé más
fruto todavía… Permanezcan en mí, y yo permaneceré en ustedes. Así como
ninguna rama puede dar fruto por sí misma, sino que tiene que permanecer en
la vid, así tampoco ustedes pueden dar fruto si no permanecen en mí. »Yo soy la
vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará
20
mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada… Así que no
cuenta ni el que siembra ni el que riega, sino sólo Dios, quien es el que hace
crecer… No es que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra
capacidad viene de Dios. Él nos ha capacitado…” (Jn. 15:1-2, 4-5; 1 Cor. 3:7; 2
Cor. 3:5-6).
Por cierto, la planificación es descrita en la Biblia como uno de los privilegios que
podemos y debemos ejercer en vida, pues después de muertos y hasta que Dios
no restaure su reino en la tierra, la planificación será algo que no podremos
ejercer activamente, entrando en un estado de contemplación beatífica muy
dichosa pero incompleta, pues hasta disponer de nuevo de cuerpos resucitados
e incorruptibles no podremos incrementar nuestro conocimiento ni nuestra
sabiduría por medio del trabajo, la planificación, la experiencia y la
experimentación, como podemos hacerlo ahora en nuestra vida y existencia
terrenal: “Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el
sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni
sabiduría” (Ecl. 9:10)
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Para abordar el tema del evangelismo como la forma de comunicación prioritaria
para dar a conocer el evangelio (de ahí su nombre) sin repetir los contenidos ya
tratados en la materia Evangelismo en cuanto a las diversas estrategias de
evangelización y discipulado utilizadas por el Señor Jesucristo, es conveniente
comenzar con lo dicho por el teólogo Alister McGrath al respecto: “La
evangelización descansa sobre el deseo humano de querer compartir las cosas
buenas de la vida… la verdadera razón para evangelizar es la generosidad”.
Ahora bien, la evangelización, sin ser ni mucho menos la única actividad de la
iglesia ni el único propósito perseguido por el estudio y predicación de la Palabra
de Dios, sí es sin embargo una actividad importante que se distingue de todas
las demás. Tan importante que el apóstol Pablo elogiaba las iniciativas
evangelísticas emprendidas por la iglesia al margen de sus motivos puros o
impuros: “¿Qué importa? Al fin y al cabo, y sea como sea, con motivos falsos o
con sinceridad, se predica a Cristo. Por eso me alegro; es más, seguiré
alegrándome” (Fil. 1:18).
Pero de ello también se deduce que se puede predicar a Cristo con motivaciones
falsas y condenables que Dios está lejos de aprobar. Así, algunos evangelizan
movidos por la envidia, la rivalidad y la ambición personal: “Es cierto que algunos
predican a Cristo por envidia y rivalidad, pero otros lo hacen con buenas
intenciones. Estos últimos lo hacen por amor, pues saben que he sido puesto
para la defensa del evangelio. Aquéllos predican a Cristo por ambición personal
y no por motivos puros, creyendo que así van a aumentar las angustias que sufro
en mi prisión” (Fil. 1:15-17). De hecho, en la historia reciente la evangelización
llevada a cabo en el tercer mundo por las misiones extranjeras llegó a ser en
significativos casos un brazo extendido del imperialismo y una manifestación de
la creencia en la presunta superioridad de la cultura del evangelizador respecto a
la de los evangelizados. Se evangelizaba desde un pedestal de superioridad
cultural y con actitud condescendiente y paternalista en el mejor de los casos,
fomentando la perpetuación del colonialismo y la dependencia de las naciones
evangelizadas en relación con las evangelizadoras.
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Pero como lo establece bien el apóstol, las malas motivaciones no descalifican
forzosamente la evangelización y la necesidad que el mundo tiene de ella, ni
tampoco los esfuerzos en esta dirección que la iglesia debe emprender siempre,
depurados de sus motivos equivocados. De hecho, la motivación de fondo
correcta para la evangelización quedó plasmada de lleno en la siguiente
instrucción dada por el Señor Jesucristo a los suyos en su momento: “… Lo que
ustedes recibieron gratis, denlo gratuitamente” (Mt. 10:8). En efecto, en el marco
de la gracia inmerecida que los creyentes hemos recibido de Dios, una
generosidad natural que debería darse por descontada tendría que ser la
motivación que impulsa los esfuerzos evangelísticos del creyente individual y de
la iglesia en general, a semejanza de la generosidad divina manifestada en la
voluntaria entrega de Cristo a nuestro favor y todo lo que la acompaña. Así lo
entendieron, no sin algo de resistencia, los cuatro leprosos que concluyeron que
no obraban de manera correcta al no compartir con los demás lo que ellos
estaban disfrutando a manos llenas: “Entonces se dijeron unos a otros: Esto no
está bien. Hoy es un día de buenas noticias, y no las estamos dando a conocer.
Si esperamos hasta que amanezca, resultaremos culpables. Vayamos ahora
mismo al palacio, y demos aviso” (2 R. 7:9).
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Cristo: “El denominacionalismo es la fuente de la debilidad moral de la
cristiandad, no primeramente porque divide o dispersa sus energías, sino sobre
todo porque señala la derrota de la ética cristiana de la fraternidad por la ética
de la casta”.
6
Sin perjuicio del respeto que debemos a todos, los cristianos debemos denunciar y combatir las
enseñanzas heréticas provengan de donde provengan y vigilar y conceder el beneficio de la duda a
las enseñanzas heterodoxas hasta tanto no muestren carácter manifiestamente herético, pero en
cualquiera de los dos casos no debemos condenar ni a los heterodoxos ni a los herejes, sino tan
sólo sus enseñanzas sospechosas o censurables, pero debemos abstenernos de condenar a las
personas como tales, pues eso escapa a nuestras posibilidades y a nuestra jurisdicción, siendo
una prerrogativa de Dios exclusivamente.
24
Profundizando un poco en las motivaciones equivocadas al evangelizar que se
encuentran sutilmente encubiertas en las iniciativas misioneras tendríamos que
darle la razón al teólogo William Temple: “La actitud [cristiana] hacia otras
religiones ha sido moldeada por la mentalidad colonial”. Esto no significa que
todo haya sido malo con el colonialismo, pues al margen de las legítimas críticas
a que se haya hecho merecedor; el colonialismo trajo notables beneficios a los
pueblos colonizados por las naciones cristianas del norte que perduran aún
después de obtenida la independencia. Uno de ellos es que, −no obstante la
mayor o menor distorsión de que fue víctima por parte de sus portavoces y los
lastres políticos heredados por las ex-colonias−; el evangelio fue traído a estas
latitudes del sur y del lejano oriente y de algún modo se reflejó favorablemente
en muchos aspectos sociales que representan un incuestionable progreso en
relación con la pasada condición religiosa y ética de los pueblos autóctonos
(nadie diría que la ética y prácticas de los chibchas, mayas, aztecas e incas es
superior a la ética cristiana, aún en su cuestionable versión católica de doble
moral).
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no son, sin embargo, excusa para rechazar el mensaje del evangelio, conforme a
lo dicho por el Señor: “Los maestros de la ley y los fariseos tienen la
responsabilidad de interpretar a Moisés. Así que ustedes deben obedecerlos y
hacer todo lo que les digan. Pero no hagan lo que hacen ellos, porque no
practican lo que predican” (Mt. 23:2-3).
Con todo, la mentalidad colonial debe ser desechada del espíritu misionero
cristiano por anacrónica y por generar una resistencia adicional de parte del
evangelizado, fomentando también una equivocada y orgullosa identificación
entre la cultura propia del misionero y la universal doctrina cristiana que está
llamado a predicar. Además, esta actitud de superioridad incapacita al
evangelizador para escuchar como debería al evangelizado, no para pretender
brindarle respuestas a todas sus preguntas, sino escucharlo incluso para
aprender de él. No por nada Bonhoeffer decía que: “El primer servicio que uno
debe a otro en la comunidad consiste en escucharlo… Dios… también… nos
escucha. Escuchar a nuestro hermano es, por tanto, hacer con él lo que Dios ha
hecho con nosotros”
Se dice coloquialmente que Dios dio al ser humano dos oídos y una boca porque
deseaba que estuviera más dispuesto a escuchar que a hablar. Pero esta
circunstancia puede sugerir también sensatos cursos de acción como el que la
Biblia revela, que debería ser de sentido común, en cuanto a oír atentamente a
ambas partes involucradas en una discusión, antes de poder esclarecerla y
resolverla sabia, justa y satisfactoriamente: “El primero en presentar su caso
parece inocente, hasta que llega la otra parte y lo refuta” (Pr. 18:17). Escuchar
es, pues, necesario para llegar a comprender verdaderamente. De ahí la
reiterada y aparentemente perogrullesca advertencia del Señor a su pueblo en el
sentido de que: “El que tenga oídos, que oiga” (Mt. 13:43; Mr. 4:9; Lc. 14:35).
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avidez, respeto y profundidad la Palabra de Dios y el otro a escuchar al mundo al
cual ha sido enviada, no para contemporizar con él ni aprobarlo; sino para
comprenderlo y trazar un plan de acción misionera y evangelizadora que tome en
cuenta la coyuntura y circunstancias particulares en que éste se encuentra en un
momento dado de la historia. No escuchar en alguna de estas dos direcciones
resulta, por una parte, en el extravío y la desgracia de la humanidad y aún del
pueblo de Dios al abandonar las Escrituras, o en el anacronismo y falta de
pertinencia del evangelio para el mundo de hoy al no tomar en cuenta las
circunstancias en que éste se encuentra. Escuchar es, además, una muestra de
poseer la humildad necesaria para “aprender también del evangelizado” (A.
Cruz), pues al escucharlo, “es posible que el evangelizador pueda resultar
evangelizado en algunos aspectos” (Ibíd).
Es en este sentido que Dios solo sabe contar hasta uno. Porque antes que nada,
Él se interesa en cada uno de nosotros de manera individual (pero no de manera
individualista). No podría ser de otro modo, pues Dios es amor, y el amor es ante
todo una vinculación mutua de carácter individual, de persona a persona, aún en
el caso de un amor compartido entre tres o más personas como puede serlo el
afecto (gr. storge); la amistad (gr. filios) o la caridad (gr. ágape) en el marco de la
comunión cristiana. Es por eso que, en lo que tiene que ver con Dios, los
27
creyentes siempre estamos en cierto modo a solas ante Él, aún en medio de la
adoración congregacional. Porque el trato de Dios es siempre individual con cada
uno de sus hijos. Tal vez sea debido a ello que la evangelización es también, en
último término, un asunto individual, sin perjuicio de los métodos masivos de
evangelización utilizados histórica y actualmente por pastores y evangelistas por
igual.
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francés Christian Lalive D’Epinay describen a estos sectores de la cristiandad
como caracterizados por un pasotismo, indiferencia o “huelga social” según la
cual no valdría la pena emprender ninguna actividad o disciplina productiva de
carácter intelectual, económico, e incluso relacional que tenga efectos sociales
positivos, pues sería una pérdida de tiempo y energía ante el inminente regreso
de Cristo que hará que todo lo anterior sea más bien vano e infructuoso, al punto
de hacer sospechosa cualquier iniciativa o aspiración de tipo social que difiera
de la evangelización en el mejor de los casos. Este enfoque pierde de vista el
ejemplo provisto por el Señor Jesucristo al compenetrarse con todos los aspectos
rescatables de la cultura judía en la que se encarnó como hombre, y la dicha
prometida a los que, a su venida, se encuentren también cumpliendo su deber
en todos los frentes legítimos de la actividad cultural humana, sin abandonar por
ello la anhelante y expectante espera de su regreso: “Dichoso el siervo cuyo
señor, al regresar, lo encuentra cumpliendo con su deber” (Lc. 12:43).
El llamado “evangelio social” puede servir para ilustrar lo anterior. Porque debido
precisamente al característico y necesario énfasis histórico del protestantismo
en la evangelización, en la fe y en la conversión personal y su correspondiente
condenación de las buenas obras como medio de salvación; uno de los aspectos
de la verdad que puede llegar a ignorarse fácilmente en el ámbito protestante
son las implicaciones sociales del evangelio tales como la comunión que nos
vincula los unos a los otros con Cristo en el seno de la iglesia y el servicio y la
acción social tanto al interior como al exterior de ella, imprescindibles para
establecer la tan anhelada justicia social tal y como aparece repetidamente en
las arengas y denuncias de los profetas del Antiguo Testamento. Esto es lo que el
teólogo liberal Walter Rauschenbusch acertó en llamar “evangelio social”, pero
que malogró a la hora de plantear su fundamento teológico al punto de que hoy
la expresión “evangelio social” se mira con sospecha, asociándola al
cuestionable liberalismo teológico o a la igualmente problemática teología de la
liberación. Porque lo cierto es que el “evangelio social” no es un descubrimiento
de Rauschenbusch, ni del liberalismo teológico del siglo XIX, ni de la teología de
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la liberación del siglo XX, sino que está en el mismo corazón del mensaje
cristiano, como lo admite el apóstol Pablo al informarnos de su visita a los
dirigentes de la iglesia en Jerusalén con estas palabras: “... no me impusieron
nada nuevo. Al contrario, reconocieron... la gracia que yo había recibido... Sólo
nos pidieron que nos acordáramos de los pobres, y eso... he venido haciendo
con esmero” (Gál. 2:6-10)
Por eso desde los grandes avivamientos norteamericanos de los siglos XVIII y XIX
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un gran número de iglesias evangélicas ha incorporado en su liturgia “el
llamado”, descrito en estos términos por el sociólogo William Mauricio Beltrán
Cely: “… consiste en invitar a todos aquellos que no han nacido de nuevo a que
experimenten la salvación y el arrepentimiento, repitiendo una oración a través
de la cual reconocen sus pecados e invitan a Cristo a morar en sus corazones”.
Se ha vuelto tan importante este llamado en la liturgia de muchas de las iglesias
protestantes evangélicas de la actualidad que John A. Broadus ha llegado a
decir: “Si no existe el llamado, no existe el sermón”. Sin embargo, atendiendo a
sus críticos, debe tenerse en cuenta que este recurso busca tan sólo orientar al
creyente potencial y no puede atribuírsele necesariamente una especie de efecto
mágico por sí mismo, a la manera del sacramento católico “ex opere, operato”;
sino que sus efectos deben recibirse con “beneficio de inventario”, pues la única
evidencia externa, objetiva y visible de la auténtica conversión está descrita en la
Biblia con estas breves palabras: “Así que por sus frutos los conocerán” (Mt.
8:20).
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eso, y mucho más. Su tema es el Cristo soberano. Es una declaración gloriosa de
su soberanía7”. La Biblia atribuye a Dios la soberanía absoluta sin lugar a dudas.
Pero asimismo en ella se nos revela que, desde la creación del hombre y sin
renunciar de ningún modo a su soberanía, Dios no la ejerce de manera
avasalladora sobre la humanidad, sino que ha preferido hacerlo de manera más
bien sutil, tras bambalinas, con sabiduría más que con fuerza y con persuasión
más que con imposición, pero sin perder nunca por ello el gobierno de su
creación ni la eficacia en el cumplimiento final de sus propósitos.
7
Soberanía: Autoridad suprema de un gobernante sobre su territorio y sus habitantes. En las
democracias los gobernantes elegidos por el pueblo ejercen esta soberanía sobre la nación
gobernada en representación o en nombre del pueblo que los eligió. Sea como fuere, toda
soberanía legítima ostentada por un gobernante humano es relativa, pues tiene su fundamento en
la delegación que procede de la soberanía absoluta de Dios.
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se cansen de hacer el bien” (2 Tes. 3:13)
Es por todo lo anterior que, como lo dice el teólogo alemán Christian A. Schwarz:
“No debe ponerse ningún estándar ético como condición previa para la
conversión, ni implícita ni explícitamente”, un error que cometen con frecuencia
muchos cristianos y muchas iglesias. Ciertamente, uno de los errores más
comunes en la evangelización –tanto por parte del evangelizador como del
evangelizado– es asumir o dar a entender que previo a la conversión, –
comprendida como el acto de voluntaria, humilde y contrita entrega por el cual el
individuo se rinde por completo a Dios en la persona de Cristo–, la persona debe
incorporar un cambio en sus estándares éticos y en su correspondiente
conducta, elevándolos sustancialmente o incluso modificándolos de manera
drástica en relación con los anteriores.
Es por esto que la Biblia declara que: “… si alguno está en Cristo, es una nueva
creación” (2 Cor. 5:17). La Biblia nunca requiere un cambio ético en el individuo
como requisito para la conversión, sino que lo único que requiere de él es
arrepentimiento y fe, pues Dios sabe bien que Él es el único capaz de operar el
cambio de naturaleza que la persona necesita para poder obedecer sus justas
demandas éticas, a lo que muy seguramente ha aspirado sin ningún éxito antes
de la conversión. Así, los nuevos estándares éticos asumidos por el creyente son
33
siempre consecuencia natural de la conversión y nunca causa o requisito para
ella. Por eso, antes de formular requerimientos éticos, la Biblia establece como
condición previa la conversión que nos dota con una nueva naturaleza facultada
para cumplir satisfactoriamente con ellos: “Dejen de mentirse unos a otros,
ahora que se han quitado el ropaje de la vieja naturaleza con sus vicios, y se han
puesto el de la nueva naturaleza, que se va renovando en conocimiento a
imagen de su Creador” (Col. 3:9-10)
34
(Heb. 13:8; St. 1:17). En consecuencia, al decir del Dr. Alfonso Ropero: “quienes
de verdad adoran son quienes mejor evangelizan en el acto mismo de adorar…
la comunidad cristiana es primordialmente un cuerpo que adora. Tiene otras
tareas, pero ninguna la supera en excelencia”, algo que debemos tener siempre
presente.
Nos referimos en apariencia a algo mucho más inofensivo. Los lemas cristianos
que se vuelven lugares comunes en el “argot” evangélico popular, como un
resumen de un renglón, simplista y fácil de recordar, de doctrinas cristianas que
nos eximirían del trabajo de estudiar y comprender como corresponde las
verdades que se pretenden transmitir, pero que al final se terminan traicionando.
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Vale la pena abordar entonces algunos de los más divulgados, conocidos y
citados de manera recurrente e irreflexiva por muchos creyentes en las iglesias
que creen, mediante estos lemas, estarle prestando un buen servicio a la causa
cristiana en el propósito de comunicar y transmitir de manera sencilla y
comprensible el mensaje del evangelio.
Pero en este lema se mezcla una verdad con una mentira. La verdad es
que el amor es bueno, porque une. La mentira, que la doctrina es mala,
porque divide. Pero como lo dijo John Stott: “Sería necio buscar la unidad
a expensas de la verdad”. Y la doctrina tiene que ver con la verdad. No
podemos separar el amor de la verdad. Dios es amor, es cierto, pero ese
mismo Dios se encarnó como hombre en la persona de Jesucristo para
anunciar: “… Yo para esto nací, y para esto vine al mundo: para dar
testimonio de la verdad…” (Jn. 18:37) y proclamar finalmente sin lugar a
dudas: “Yo soy… la verdad…” (Jn. 14:6). La verdad es, entonces, tan
importante como el amor y ambas convergen en el reino de Dios, como lo
describe poéticamente el salmista: “El amor y la verdad se encontrarán;
se besarán la paz y la justicia” (Sal. 85:10).
Debemos, entonces, asumir con precaución este lema a favor del amor y
la necesaria unidad de la iglesia, o por lo menos matizarlo drásticamente.
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Amar no significa aceptarlo y perdonarlo todo sin reservas y evitar a toda
costa la discusión y el desacuerdo y, de ser necesario, hasta la división.
Aquí sí, como lo dijo Walter Martin: “La controversia por causa de la
verdad es un mandamiento divino”. Nunca pasemos por alto que al hablar
de unidad la Biblia implica una común y veraz base doctrinaria, como de
hecho la poseemos todas las denominaciones protestantes en torno a los
lemas de la Reforma de “sola escritura, sola gracia, sola fe y solo Gloria
de Dios”, y en un marco más amplio la poseen también las tres vertientes
de la cristiandad a saber: católicos, ortodoxos y protestantes.
37
salva sin serlo.
Por eso, debemos recordar que los que son salvos, en la medida en que
se encuentran resguardados en Cristo y por Cristo Jesús nuestro Señor,
no pierden, ciertamente, la salvación. Pero los salvos se caracterizan por
cualquier cosa, menos por utilizar esta doctrina para relajarse en su
compromiso, entrega y dedicación al discipulado cristiano y al
seguimiento de Cristo. Los salvos se caracterizan, más bien, por todo lo
contrario. Es decir por no utilizar su libertad como ocasión para pecar, ni
tampoco abusar de la gracia de Dios para terminar tolerando el pecado en
su propia vida.
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humildad y dominio propio‒ fuera como los diferentes ladrillos que
construyen el carácter cristiano, la perseverancia sería el cemento.
Al amparo de verdades tan queridas como ésta: “Porque tanto amó Dios
al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no
se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn. 3:16), reforzadas por otros
pasajes bíblicos en la misma dirección, ha surgido uno de los más
controvertidos lemas cristianos que dice: “Dios aborrece el pecado, pero
ama al pecador”. De nuevo aquí parece haber una dosis de verdad
mezclada con mentira. Al revisar las Escrituras encontramos que, en
efecto, hay un significativo número de pasajes que afirman que Dios
aborrece la conducta de los pecadores, es decir el pecado: “Quien teme al
Señor aborrece lo malo; yo aborrezco el orgullo y la arrogancia, la mala
conducta y el lenguaje perverso” (Pr. 8:13); “El Señor aborrece el camino
de los malvados, pero ama a quienes siguen la justicia” (Pr. 15:9).
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“Porque el Señor aborrece al perverso, pero al íntegro le brinda su
amistad” (Pr. 3:32); “El Señor aborrece a los de corazón perverso, pero se
complace en los que viven con rectitud” (Pr. 11:20) “El Señor aborrece a
los de labios mentirosos, pero se complace en los que actúan con lealtad”
(Pr. 12:22). Hay que tener mucho cuidado, entonces, con este lema, pues
el pecado no se puede separar de quien lo comete.
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Dios los destruirá!” (Sal. 94:23).
Pasajes bíblicos como el siguiente, por cuenta del apóstol Pablo: “No es
que nos consideremos competentes en nosotros mismos. Nuestra
capacidad viene de Dios” (2 Cor. 3:5), han sido distorsionados, entre
otros, por quienes, como ya lo vimos, piensan que la “unción” es
suficiente. Y de aquí surge otro clásico lema cristiano que dice que “el
mundo llama a los capacitados, pero Dios capacita a los llamados”.
Ciertamente, Dios capacita a los llamados más que llamar a los
capacitados. No de otro modo se explica lo dicho un poco antes por el
apóstol: “Hermanos, consideren su propio llamamiento: No muchos de
ustedes son sabios, según criterios meramente humanos; ni son muchos
los poderosos ni muchos los de noble cuna. Pero Dios escogió lo
insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del
mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más
bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de
que en su presencia nadie pueda jactarse” (1 Cor. 1:26-29).
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2:15). Porque la oración no sustituye nunca a la preparación, sino que
debe acompañarla y seguirla, algo que no debemos olvidar en aras de
comunicar correctamente al mundo el mensaje del evangelio.
Es cierto que el Señor Jesucristo dijo: “Les he puesto el ejemplo, para que
hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Jn. 13:15). Sin embargo,
este pasaje por sí solo no justifica el surgimiento de todo un movimiento
popular entre los cristianos norteamericanos que ha ido llegando poco a
poco hasta nosotros como todo lo que viene del país del norte y que
reduce el cristianismo a un lema o pregunta que debemos formularnos a
la hora de actuar y tomar cualquier decisión. Ese lema consiste en una
simple pregunta: “¿Qué haría Jesús en mi lugar?” que se ha resumido aún
más en cuatro letras: WWJD (por las iniciales de la frase dicha en inglés
“What would Jesus do?”) estampadas en camisetas, manillas, etc.
Pero este lema de vida, por práctico y bíblico que pueda parecer, es una
distorsión facilista de la verdadera imitación de Cristo. Porque hay una
diferencia entre Cristo y nosotros. Él es Dios, nosotros somos tan sólo
hombres. Y no podemos pretender saber lo que haría Dios en toda
circunstancia. Eso es blasfemo. El cristiano debe, entonces, tener esto
presente para no tratar de borrar de manera pretensiosa y culpable la
distinción entre Creador y criatura. Por eso el lema expresado en la
pregunta: “¿Qué haría Cristo en mi lugar?” no puede aplicarse con
ligereza a todas las situaciones o circunstancias de la vida del creyente
más allá de las indicadas expresamente en los evangelios, como por
ejemplo ésta del servicio a los demás ilustrada con el acto de lavar los
pies de sus discípulos.
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Dios mismo hecho hombre, mientras que nosotros somos meramente
hombres. La imitación de Cristo debe formular más bien la pregunta:
“¿Qué espera Cristo que yo haga?” y preguntárselo a él en oración, como
lo hizo el apóstol Pablo “… ‘Qué debo hacer, Señor?’…” (Hc. 22:10). Sólo
así podremos acertar, conforme a la promesa: “El SEÑOR dice: «Yo te
instruiré… te mostraré el camino que debes seguir… te daré consejos y
velaré por ti” (Sal. 32:8).
Para colocar las cosas en su justo lugar y proporción hay que comenzar
por aclarar que este pasaje no puede ser interpretado de una manera tan
libre y amplia. Por el contrario, los estudiosos conocedores del hebreo y
del contexto cultural en que el Antiguo Testamento fue escrito aclaran que
este versículo hace estricta referencia a la declaración de una sentencia
judicial llevada a cabo por el rey o por la autoridad competente, que son
las que tradicional e históricamente han estado habilitadas para emitir
sentencias de muerte o absoluciones de vida literales sobre las personas
que se hallan bajo su autoridad.
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absolutamente necesaria como sucede con la Palabra de Dios que crea
en el acto lo que pronuncia. Definitivamente, nuestras palabras no son
órdenes o fórmulas mágicas que crean en el acto y por sí solas lo que
afirman. Son ideas que surgen en nuestra mente y al ser pronunciadas
por nuestras bocas pueden dar eventualmente inicio a procesos de
insospechado alcance y envergadura, al mejor estilo de la secuencia
descrita en esa muy conocida frase de Octavio Paz que dice: “Es un
pensar, que es un decir, que es un sentir, que es un hacer”.
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recibes, únicamente si lo dicho está de acuerdo con lo que Dios ya ha
declarado para ti en la Biblia de forma inequívoca.
Cuestionario de repaso
2. ¿Con qué idiomas tiene que ver una materia como “El Lenguaje y la Biblia” y por
qué?
3. ¿Cuáles fueron las razones del juicio de Dios contra la humanidad en Babel y qué
consecuencias acarreó este juicio para la especie humana en general?
7. ¿Cuál es tal vez la más fuerte evidencia circunstancial a favor de la veracidad del
evangelio y por qué?
9. ¿Cuál de los cinco sentidos impera en la tradición judía por contraste con el
pensamiento secular de occidente y por qué?
12. ¿Cuál debería ser la motivación correcta para la evangelización y por qué?
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13. Relacione y explique dos de las más representativas motivaciones erradas para
evangelizar que se han dado en la historia de la iglesia
14. ¿Por qué la mentalidad colonial debe ser desechada del espíritu misionero
cristiano?
15. ¿Qué significa la afirmación de que Dios sólo sabe contar hasta uno?
16. ¿Qué problema genera la obsesión de muchas de las iglesias evangélicas de hoy
día con la evangelización?
17. ¿Por qué la teología ha considerado necesario distinguir entre el “llamado externo”
y el “llamado interno” en la evangelización?
19. ¿Por qué es equivocado poner un estándar ético cualquiera como condición previa
para la conversión?
22. Relacione los lemas cristianos populares más conocidos que han sido
malinterpretados por propios y extraños por igual
Recursos Adicionales:
Diapositivas La comunicación
Bibliografía Básica:
La comunicación.pdf
Bibliografía complementaria:
Jaramillo Luciano ed., ¡Fidelidad! ¡Integridad!, Sociedad Bíblica Internacional, Miami,
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2001
Criterios de Evaluación:
Entender el papel que cumple la comunicación humana en la transmisión eficaz del
evangelio y el potencial que éste tiene para restaurar el deterioro que el pecado ha
acarreado para aquella, comenzando por el poder de convicción del testimonio
personal, hasta llegar a toda forma de iniciativa evangelística, sorteando los peligros
que conllevan los lemas cristianos que, en la intención de comunicar verdades del
evangelio de manera sencilla y comprensible, terminan distorsionando el mensaje del
evangelio
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