Yañez Solana Manuel - Los Aztecas
Yañez Solana Manuel - Los Aztecas
Yañez Solana Manuel - Los Aztecas
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previo y por escrito de los titulares del copyright.
Un fascinante testimonio
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ante Cortés decían en su lengua que fuésemos bienvenidos...
El gran Moctezuma venía muy ricamente ataviado según
su usanza y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo
que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería por
encima de ellas...
En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta maneras
de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlos puestos en
braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de
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aquello el gran Moctezuma había de comer guisaban más de
trescientos platos, sin más de mil de para la gente de guarda... Le
guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la
tierra, codornices, patos mansos y bravos... Cuatro mujeres muy
hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera
de aguamaniles hondos, que llaman xicales... Traíanle frutas de
todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca.
De cuando en cuando traían unas como a manera de copas de
oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao...
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Tenía muy buenos arcos y flechas, y varas de a dos gajos,
y otras de a uno, con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras
rollizas hechas a manos, y unos como paveses que son de arte
que los pueden arrollar arriba cuando no pelean, porque no les
estorbe, y al tiempo de pelear, cuando son menester, los dejan
caer y quedan cubiertos sus cuerpos...
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vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y
anadones, perrillos y otras cosas de este arte, a su parte de la
plaza...
Como subimos a los alto del gran Cu, en una placeta que
arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en
ellos puestas unas grandes piedras, a donde ponían los tristes
indios para sacrificar, allí había un gran bulto de como dragón, y
otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día...
Luego Moctezuma le tomó por la mano y le dijo que
mirase a su gran ciudad y todas las demás ciudades que había
dentro del agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma
laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza,
que desde allí podría ver mucho mejor.
Después de bien mirado y considerado todo lo que
habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de
gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que
solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí
había sonaba más que de una legua. Entre nosotros hubo
soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en
Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan
bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta
gente no la habían visto...
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trabajo entre las familias y, sobre todo, a cubrir las necesidades de
cada uno de sus miembros. Los mismos clanes se cuidaban de
seleccionar a sus dirigentes, hasta llegar a la pirámide de la que
saldría el máximo gobernante.
Sin embargo, la verdadera autoridad se hallaba en manos
de los sacerdotes-astrónomos, cuyos conocimientos científicos,
mágicos, médicos y adivinatorios eran inmensos. Desde que el
niño nacía quedaba a merced de estos religiosos de «todo». Pero,
¿de dónde provenía el gran saber de los sacerdotes? Ésta es una de
las respuestas que vamos a intentar responder en su momento.
Es cierto que ha quedado otra cuestión en el aire, sobre
todo luego de leer la introducción de Bernal Díaz: ¿cómo fue
posible que algo más de medio millar de españoles pudieran
someter a Moctezuma y a los cinco millones largos de habitantes
de México? ¿De qué medios se sirvieron? ¿Acaso intervino una
fuerza misteriosa, un poder sobrenatural?
Otra cuestión que aparece en el relato son los sacrificios
humanos. Se habían realizado esa misma mañana del 7 de
noviembre de 1519, ya que la sangre era reciente... ¿Qué tipo de
ritual es éste? ¿Para qué lo necesitaban los aztecas? ¿Quiénes eran
sus víctimas? ¿Cuántos llevaron a cabo?
Desde la primera línea del mismo escrito, se puede apreciar
que los españoles fueron recibidos como huéspedes. Entraron en
palacio, permanecieron en las estancias privadas de Moctezuma,
recorrieron los jardines y, más tarde, visitaron el gran mercado de
México-Tenochtitlán, que a todos los pareció más grande que los
conocidos en Europa. Entonces, ¿qué pudo cambiar la situación
hasta el punto de que estallase una guerra en la que morirían casi
cien mil aztecas y sólo doscientos españoles?
No hay duda de que muchos son los enigmas que se
encierran en este acontecimiento. Un gran número de ellos los
intentaremos despejar por medio de una veraz información, que se
halla respaldada por los documentos históricos.
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sacrificios ritualizados, que en ocasiones se convertían en actos de
canibalismo. Todos estos seres humanos mantenían una vida muy
bien organizada. Desde los templos les indicaban las horas de la
actividad diaria y nocturna. Sabían lo que debían realizar en cada
momento; y trabajaban con una gran eficacia. Ninguna otra
civilización ha celebrado más fiestas que ésta, todas las cuales se
hallaban regidas por un calendario perfecto, en el cada día y cada
mes tenía su nombre y su divinidad.
Los momentos claves de su existencia: el nacimiento, el
bautismo, el proceso de aprendizaje, el matrimonio, la llegada de
los hijos y la muerte contaba con un ritual, junto a unas
obligaciones y derechos, que impresionaron a los europeos que
los conocieron. Ante la dificultad que presentaba la capital del
imperio para realizar las labores agrícolas, debido a que había
sido edificada en una inmensa laguna, que la convertía en una
especie de Venecia, crearon un sistema de cultivo de lo más
original y práctico, con lo cual todas las familias pudieron
disponer de una milpa o terreno para sembrar maíz, su alimento
básico, y otras plantas comestibles.
Como no sólo era una sociedad materialista, a los aztecas
llamados servidores (no deben ser considerados siervos, mucho
menos esclavos), les enseñaban los oficios con tal maestría, que
ésta se aprecia en unos trabajos que alcanzan el nivel de artísticos.
Algo que se ve en los monumentos, las joyas, las pinturas, los
bordados, la cerámica y en tantas otras obras extraordinarias.
A los aztecas guerreros, desde niños se les acostumbraba a
las armas. Pronto aprenderían su manejo y, al llegar a la
adolescencia, ya estarían participando en batallas cortas, donde las
victorias debían ser inmediatas al no disponer de animales de
carga y moverse en un terreno muy hostil.
Mientras, memorizaban canciones, escuchaban historias y
se movían al ritmo de los adagios o los refranes. La necesidad de
contar con muchos guerreros llevó a que se consintiera la
poligamia, siempre que el marido pudiese alimentar a todas las
concubinas, sin olvidar que esposa era la primera mujer y la que
mandaba sobre todas las demás.
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Las pirámides y la astronomía
El dios Quetzalcóatl
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Atlántico); pero prometió que volvería. Los aztecas le esperaban
desde hacía mucho tiempo... ¿Qué relación tuvo esta creencia con
la llegada de los españoles a las costas de México?
Al mismo tiempo, no olvidaremos que este pueblo se llama
«hijo del Sol«, porque lo habían colocado en el primer lugar de su
panteón divino. Las religiones que comenzaron a venerar al Sol
provienen del Paleolítico Superior, una época que coincide con la
última glacialización de la Tierra, precisamente cuando el
estrecho de Bering estaba cubierto por los hielos, con lo que
permitió las grandes migraciones de los nómadas asiáticos al
continente americano, donde no sólo se extendieron para
sobrevivir, sino que llevaron sus ideas y creencias.
El profesor Marcel Homet realizó una serie de viajes por
Sudamérica, debido a que le interesaba estudiar las religiones que
adoraban al Sol. Esto le llevó a descubrir que en todas partes
había testimonios de estas creencias, desde Venezuela a la
Patagonia. Lo mismo pudo comprobar al remontar el ecuador
terrestre para llegar a México. Así pudo resaltar la paradoja de
que los aztecas, como otros indígenas «cristianizados», hubieran
cambiado su religión primitiva por otra surgida en unas tierras
donde también se adoró al Sol, hasta que la Biblia y, más tarde, el
Nuevo Testamento produjeron el gran cambio.
Lo que tampoco pasó por alto, fue que los indígenas más
sencillos, los que vivían en las regiones míseras, mantenían una
religión que era una mezcla de la cristiana y la antigua azteca, por
lo tanto entre sus dioses se encontraba el Sol, al que en ocasiones
representaban con una cruz resplandeciente.
Un frívolo testimonio
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En el cristalino cerro donde se paran las voluntades,
busco una mujer y le canto amorosas canciones, fatigado del
cuidado que me dan sus amores y así hago lo posible de mi parte.
Ya traigo en mi ayuda a mi hermana la diosa Xochiquetzal
(Venus), que viene galanamente rodeada de una culebra y ceñida
por otra y trae sus cabellos cogidos en su cinta. Este amoroso
cuidado me trae fatigado y lloroso ayer y anteayer, y esto me
tiene afligido y solícito. Pienso yo que es verdaderamente diosa,
verdaderamente es hermosísima y extremada, hela de alcanzar
no mañana ni otro día, sino luego al momento; porque yo en
persona soy el que así lo ordeno y mando. Yo el mancebo
guerrero que resplandezco como el Sol y tengo la hermosura del
alba; ¿por ventura soy algún hombre de por ahí y nací en las
malvas? Yo vine y nací por el florido y transparente sexo
femenil...
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Sin que importe pecar de reiterativos, todos los que nos
proponemos estudiar a los aztecas, hemos de reconocer que la
tarea hubiera sido imposible de no contar con la extraordinaria
documentación acumulada por unos frailes extraordinarios,
auténticos misioneros, hasta el punto de que predicaban desde «el
interior del alma de los indígenas», por eso aprendieron su
idioma, estudiaron su cultura y comprendieron su idiosincrasia.
Gracias a esto, lo que iba en contra de las ordenanzas
inquisitoriales, supieron recoger toda la información que les iban
proporcionando los aztecas; pero sabiendo lo que era real de lo
imaginario. Es posible que se guiaran más de la intuición que de
unos recursos técnicos, ya que no contaban con nada parecido.
Pero la calidad de sus trabajos ha sido comprobada
posteriormente por los historiadores, en especial por los actuales,
que son los que realmente se han tomado el trabajo como una
tarea más científica que literaria.
Nuestras intenciones
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encontrar en las librerías o en las bibliotecas de nuestro país.
Ahora sólo nos queda invitar a que se prosiga la lectura,
con el animo predispuesto a ir encontrando sorpresas, emociones
y un sinfín de datos que construyen un mosaico de proporciones
infinitas. El propio de unos seres humanos que, luego de haber
estado morando en la misma gloria, se encontraron en el borde del
abismo de su total destrucción. Esto lo supieron dos años antes de
que sucediera. Pero, ¿por qué no lo evitaron si dispusieron de
muchas ocasiones para conseguirlo?
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Capítulo I
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misma lengua y tenían costumbres muy diferentes, se produjeron
enfrentamientos que fueron la causa de que, al menos los
vencidos, siguieran los desplazamientos, pero en esta ocasión por
el interior del nuevo continente. Como esto fue sucediendo en un
largo proceso de décadas y hasta de siglos, terminó por conseguir
que se ocupara toda América. Algo que debió suponer un lento
proceso al no disponer estas tribus de animales domesticados de
tiro o de viaje, como el buey, el caballo, la mula, etc. Sólo
contaban con el perro, que ya estaba ayudando en sus transportes
al esquimal, mientras que a los habitantes de la América Central
terminaría por servirles de alimento.
Los primeros pobladores seguían encontrando la comida
preferentemente de los frutos silvestres, la pesca más elemental y
la caza. Se ha podido demostrar que todos los que poblaron las
zonas costeras se nutrían de mariscos y de algunos peces, a la vez
que seguían cazando; mientras, los del interior utilizaban unos
primitivos medios de molienda, que les permitían obtener harina
de las nueces y de algunas semillas, lo que les aseguraba una
alimentación más perdurable que la caza, sobre todo a las tribus
que ocupaban los desiertos o las grandes llanuras.
Ahora se sabe que las gentes que poblaron Norteamérica se
alimentaban con más de cuatrocientas especies distintas de
plantas, al mismo tiempo que no dejaban de cazar. Los esquimales
sólo podían subsistir con este último medio, debido a que en los
hielos y las nieves no crecía ningún tipo de plantas. Ya nadie duda
que una de las regiones más pobladas de aquellos tiempos
remotos era la actual California, debido a la abundancia de
mariscos, frutos silvestres y caza. También a que estas tribus,
acaso porque contaban con los suficientes medios de subsistencia,
no entraron en guerra y, hasta cierto punto, crearon una sociedad
de intercambios comerciales. Se supone que el abandono de tan
«idílicos parajes» se debió a una serie de terremotos.
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sus grandes civilizaciones. Por ejemplo, en México se comenzó a
sembrar el frijol alrededor del año 5.000 a.C. a la vez que el maíz,
que se convertiría en el alimento básico de esta nación, tardó más
de 2.000 años en cultivarse. Singularmente, las plantas que hemos
mencionado, junto a otras muchas, no se conocían en Asia, luego
debían encontrarse en el Nuevo Mundo en un estado silvestre,
hasta que los seres humanos aprendieron la forma de servirse de
las mismas y, a la vez, mejorar sus condiciones de cultivo.
Con la agricultura se produjeron los grandes
asentamientos, ya que se debía esperar a obtener las cosechas.
Bien es cierto que en unas tierras tan ricas, se podían realizar dos
y tres recolecciones en un solo año, en especial porque, en las
zonas selváticas, el medio inicial fue el incendio de una parte de
los árboles para disponer de un terreno cultivable. Como los
restos de la madera quemada servían de abono, las ventajas eran
muy grandes. Cierto que esta costumbre llevaba a que las tribus
de agricultores se terminaran por desplazar al encontrarse las
zonas de árboles que debían quemar, para seguir cultivando, cada
vez más alejadas. Esto les sucedió a los mayas, hasta que idearon
la manera de aterrazar los suelos e imitar a la Naturaleza a la hora
de sembrar y aprovechar el terreno disponible.
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La suposición ha quedado confirmada por todo lo que
acabo de contemplar... Estos nativos tienen su origen en una de
las diez tribus de Israel, a las que Salmanasar, rey de los asirlos,
hizo prisioneras y condujo a su país en la época de Hosea, rey de
Israel...
Esta idea no fue compartida por Huig de Groot, uno de los
precursores en el siglo XVII del derecho internacional, ya que
opinaba que los indios de Norteamericana eran escandinavos, los
peruanos procedían de China y los brasileños de África. Cuando
Johannes de Laet se enteró de lo anterior, no dudó en escribir un
libro para rebatirlo, debido a que, según sus estudios, «todos los
pobladores de América provenían de los escitas».
La controversia se desató en la Inglaterra de Cromwell,
donde Thomas Thoroughgood escribió que había oído contar a un
rabino holandés que en el Perú fue atendido por unos indígenas
que practicaban la circuncisión. De esta manera la idea de que los
judíos habían sido los primeros pobladores de América volvió a
ocupar el primer plano.
También la Iglesia de los Santos de Tiempos Recientes,
cuyo texto sagrado en el Libro del Mormón, se apoya en las
antiguas «Tablas Doradas de Moroni» para demostrar que las
nativos de América son descendientes de una de las tribus de
Israel.
Sin embargo, tomando como referencia las pirámides
precolombinas, a otros historiadores les resulta muy sencillo
compararlas con las existentes en la India y en Birmania, ya que
en poco se parecen a las egipcias, al menos en sus materiales y en
la forma de construirlas, con lo que aceptan la hipótesis de que los
primeros pobladores de América vinieron de Asia. Aunque
aportan una novedad: entre ellos había seres muy inteligentes,
pues conocían la arquitectura más elemental, que se hallaba unida
a las matemáticas, al estudio del suelo, al trazado de planos, a un
sistema de pesos, a la herrería y a otras técnicas.
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«hombres venidos de las estrellas», a los que se ve enseñando los
mayores progresos técnicos: la astronomía, el perfeccionamiento
de la arquitectura, la escritura por el sistema de glifos y otras
formas culturales; sin embargo, preferimos apoyarnos en el texto
de Víctor W. von Hagen, que en su libro «Los aztecas» cuenta lo
siguiente:
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Figura 3. Ruta seguida por los primeros pobladores de América según la
“norma”.
El nacimiento de Tiahuanaco
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llamada quechua, pero que pertenecía a una familia similar a la
aymará.
Más al norte, donde los Andes parecían tener fin, se
hallaban las regiones de Mesoamérica y México, cuyas montañas
no por ser menores dejaban de encolerizarse con tanta fuerza
como la hermana grande, ya que contaban con sus grandes
volcanes, algunos de los cuales llevaban muchos años humeando.
Lugares que debían asustar a todo lo vivo; sin embargo, ya
estaban siendo poblados por grandes tribus, a los que se conocería
con el nombre de totonacas, toltecas, zapotecas, huastecas, mayas,
aztecas, etc.
La organización principal de todos ellos era la familia, se
alimentaban preferentemente de los productos agrícolas y habían
convertido el maíz en su «planta dios«. Los hombres iban
materialmente desnudos, pues nada más que llevaban un
taparrabos y sandalias; mientras que las mujeres se cubrían con un
ceñidor y enaguas cortas de algodón hilado, pero llevaban los
pechos y los pies desnudos, a la vez que soportaban el mayor
trabajo dentro de la choza.
Las familias formaban clanes, los cuales se integraban en
unas tribus, cuyos miembros se encontraban unidos por unos
lazos de consanguinidad. Se distinguían estos indígenas unos de
otros por sus nombres totémicos, adoraban a unos dioses muy
parecidos y concedían un alma a todo lo que les rodeaba.
Labraban la piedra como ninguna otra civilización en el mundo y
estaban creando su propio universo, sin ninguna otra influencia.
Puede decirse que las grandes migraciones habían concluido.
Desde el año 1.000 a.C. en Mesoamérica y México se iban
a producir una intercambio de predominios entre sus
civilizaciones; a la vez, irían surgiendo una serie de diferencias en
las costumbres, en los ritos y en la cultura que les darían una per-
sonalidad individualizada. Serviría para convertirlas en pueblos
autónomos en muchos conceptos, lo que resulta muy apasionante
para cualquier aficionado a la arqueología y a la historia.
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pueblo que habita siempre frente a la salida del Sol». Sus
principales riquezas eran el hule, la brea, el jade, el chocolate y
las plumas de ave. La misma palabra olmeca provenía de «olli»
(hule), y tenían como tótem máximo al árbol de la vida, al que
llamaban «la madera que llora».
Se cree que aparecieron en el Istmo de Tehuantepec y en la
cuenca del río Coatzacoalcos, junto a la costa del Golfo de
México. Sus escultores mostraban una singular preferencia por
tallar grandes cabezas de dioses, superiores a los dos metros de
altura, a los que representaban con la nariz aplastada al estilo
mongoloide, los labios muy gruesos y unos grandes ojos rasgados.
También construyeron grandes ciudades-templos, en las
cuales se cuidaron de esculpir estelas de piedras, mediante las
cuales indicaban el tiempo o conmemoraban los acontecimientos
más importantes. A sus grandes personajes les gustaba tatuarse e
introducirse jade entre los dientes, a la vez que presionaban la
cabeza de sus hijos para que adquiriera una forma apepinada, lo
que consideraban un signo de nobleza y, además, todos ellos se
depilaban la cara y practicaban la caza de cabezas humanas, a las
que desollaban y teñían, recurriendo a un sistema muy similar al
de los jíbaros.
Los olmecas extendieron su civilización desde el valle de
Balsas hasta El Salvador y Costa Rica, y desde la costa del golfo a
las montañas de Oaxaca, en la costa del Pacífico. Cubrieron un
tiempo intermedio entre el periodo preclásico, el que se refiere a
las aldeas, y el clásico, en el que ya dominó lo urbano. Su poder
se extinguió en las proximidades del siglo V de nuestra era.
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año 200 a.C. y no dejaron de construir grandes ciudades, en cuyos
centros se alzaban las pirámides-templos astronómicos, en las que
dejaron testimonios de sus calendarios, sus horóscopos, sus
conocimientos matemáticos, ya que manejaban el cero en lo que
llamaban «las cuentas largas», e influyeron en todas las culturas
de México y Yucatán.
Fueron mayas los enormes centros urbanos de Palenque,
Yaxchilán, Tikal, Copán, Piedras Negras, Uxmal, Labna, etc.
Conjuntos arquitectónicos tan impresionantes, que deslumbraron
a infinidad de investigadores occidentales, algunos de los cuales
no tuvieron más remedio que atribuirlos a la influencia de
civilizaciones perdidas, como las unidas a la Atlántida y a Mu.
Sin embargo, cada una de sus piedras había sido tallada por
órdenes de unos seres humanos tan soberbios, en su calidad de
sacerdotes, que se mantenían distantes del pueblo al considerarse
muy superiores al mismo. Un pecado que pagarían al verse
abandonados, lo que supuso que la selva terminara por ocultar sus
grandes obras al quedarse estos sabios sin servidores. Como todos
ellos no habían tenido la precaución de dejar sus nombres en los
glifos, ya que se conformaban con indicar nada más que el año de
realización del monumento, ni siquiera podemos identificarlos.
Hoy día sólo conocemos sus obras, que fueron excepcionales en
casi todos los sentidos.
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arquitectos y su ingenio en distintos terrenos del pensamiento.
A los totonacas podemos situarlos en la zona de Veracruz
en el año 500 a.C. Pertenecían a la raza maya, a pesar de lo cual
se comportaban de una forma más parecida a los olmecas. Sus
escultores sentían una singular preferencia por las figurillas
sonrientes y las cabezas de piedra de tamaño natural, a las que
adornaban con unas espigas, mientras que sus joyeros elaboraban
grandes collares en forma de «U» compuestos de piedras negras y
verdes, muy pulidas y decoradas con un exquisito refinamiento.
Además, erigieron ciudades-templos que, como todos los de las
otras culturas, acabarían por verse sepultadas por la selva.
Los toltecas demostraron en el Valle de Anáhuac que eran
los mejores agricultores. También tienen que ser considerados los
más fabulosos arquitectos, ya que a su ingenio debemos la
maravilla de Teotihuacán, el «Lugar de los Dioses». La
empezaron a construir en el 200 a.C. y tardarían once siglos en
concluirla. Constituye todo un auténtico desafío a la imaginación
poder entender de qué medios se sirvieron estos hombres para
realizar una obra tan descomunal, a la vez que debían enfrentarse
a la necesidad de sobrevivir en un medio de lo más hostil.
Teotihuacán resultó una obra tan admirada, que sirvió
como ejemplo para todas las demás ciudades-templos que la
siguieron. Sin embargo, los toltecas habían conseguido muchas
otras cosas más: hilaban el algodón, lo que les permitió disponer
de diferentes clases de ropas, en sus casas los baños de vapor
ocupaban un lugar especial, tenían una escritura ideográfica,
usaban libros de amatl, una especie de papel extraído de la pulpa
del maguey, y desde siempre habían seguido a los sacerdotes-
astrólogos. Gracias a los consejos de uno de estos maestros
construyeron la gran ciudad de Tula, que fue gobernada por
Quetzalcóatl y que se tardaría casi tres siglos en finalizarla. De
ésta se decía que era un lugar rico en palacios de verde jade y
conchas blancas y rosas, donde las espigas de maíz y las
calabazas alcanzaban el tamaño de un hombre y el algodón
crecía de todos los colores en las plantas y en el aire; mientras,
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aves de mil colores daban goce a la visión de un conjunto de
tanta hermosura que desafiaba los resplandores del mismo sol...
La unión de todas estas civilizaciones, junto a otras muchas
que ocuparon el suelo mexicano, formaron una especie de tapiz
para los aztecas. Éstos pertenecieron a la civilización más tardía,
ya que aparecieron en el año 1.200 de nuestra de era, pero sus
dirigentes supieron reunir todos los conocimientos de los
anteriores, para formar una rica amalgama que merece la pena ser
estudiada con meticulosidad, ya que nos permitirá aclarar algunos
enigmas.
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«Las Siete Cuevas»
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Capítulo II
29
un águila, con una serpiente en su pico, que estará posada en lo
alto de un cactus. Pero llevadme a mí como bandera, porque soy
Huitzilopochtli, el que siempre os protegerá. Sólo os pido que me
alimentéis con corazones humanos, que extraeréis de los cuerpos
sacrificados. Mejor si éstos pertenecen a unos bravos guerreros...
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A la mañana siguiente, mientras Coxco se estaba
felicitando por la victoria, que había supuesto la captura de más
de veinte enemigos, cayó en la cuenta de que los aztecas estaban
allí con las manos vacías. Esto le llevó a reprocharles que no
hubieran intervenido en la batalla. Sin embargo, cuando hubo
terminado de hablar, el jefe de los aztecas le preguntó por qué a
cada uno de los prisioneros les faltaba una oreja. Seguidamente,
ante el asombro de todos los presentes, extrajo las treinta orejas de
una bolsa que colgaba de su hombro derecho.
Entonces, Coxco se sintió tan desconcertado por su error
que, como desagravio, prometió hacer a tan bravos guerreros el
mayor regalo que le pidieran. Pero se fue a encontrar con que
debía entregarles a su propia hija, debido a que, según le dijo el
jefe azteca, ella será la iniciadora de la casta más respetable que
haya conocido nuestro pueblo.
El caudillo de los tenochcas no se volvió atrás de su
decisión, pensando que iba a entregar a una esposa. Lo que no
sabía era que la hermosa princesa sería sacrificada en el templo de
los aztecas, luego se la desollaría y, por último, su piel se
convertiría en el vestido del sacerdote principal, el cual pasaría a
representar a la Diosa Naturaleza, gracias a la cual pensaba
convertir a su pueblo en el más respetable y poderoso de la
región.
El padre de la princesa descubrió la verdad cuando ya
había finalizado la macabra ceremonia, y él vestía sus mejores
galas, lo mismo que se había hecho acompañar por todo su
séquito. Entonces, dominado por una cólera volcánica, dio orden
de que se matara a todos los aztecas, lo que no pudo suceder,
debido a que los verdugos de su hija eran más veloces que el
puma y conocían el arte de borrar las huellas dejadas por sus pies.
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Llegaron al valle de Anáhuac, situado a 2.133 metros de altitud y
donde «todo era agua» y los juncos resultaban tan gigantescos,
que en ellos se hubiera podido ocultar la tribu entera sin tener que
agacharse. No obstante, allí había muchas islas, que permitían ser
convertidas en una sola.
Consideraron que el lugar era ideal, sobre todo para unos
fugitivos como ellos, debido a que acababan de escapar de las
ciudades de piedra, que se encontraban en las orillas de los cinco
grandes lagos y pertenecían a unas tribus muy poderosas.
Los aztecas primero construyeron viviendas de cañas y
argamasa, cuyos techos formaron con juncos entretejidos.
Enseguida alzaron el primer templo, al que llamaron Teocali. Al
momento comenzaron a sembrar en el escaso suelo del que
disponían. Como no les pareció suficiente, debieron recurrir a las
chinampas, es decir, utilizaron grandes canastos de mimbre de
forma ovalada que, luego de haberlos desplazado por los islotes
hasta dejarlos anclados en el fondo, los rellenaron de tierra y,
después, plantaron las semillas de maíz junto con un pescado, que
sirvió como fertilizante. Con el paso del tiempo, sembraron
frijoles y otras plantas comestibles. Gracias a que se hallaban en
una zona tropical, pudieron obtener hasta cuatro cosechas al año.
Esta especie de cestos mágicos llegaron a sumar más de
diez mil, lo que supuso que no sólo hubiera alimentos para todos
los aztecas, sino que se pudiera comerciar con los sobrantes, que
cada vez eran más. Así se dispuso de todo lo que se necesitaba
para formar una sociedad poderosa. También consiguieron
aprovechar la sal contenida en el agua de uno de los lagos.
Para entonces ya habían dado el nombre de México-
Tenochtitlán a su capital, debido a que allí crecían infinidad de
nopales o tunas, a los que ellos llamaban tenoch.
Como vemos Tenochtitlán, la actual ciudad de México, fue
construida manualmente, desafiando la lógica y confiando más en
la ayuda divina. Acaso en el favor eterno que les proporcionaba la
piel de la hermosa princesa. Obra de titanes que en lugar de
tomarse un descanso al poder disponer de la ciudad más fabulosa,
se entregaron a conquistar el territorio ocupado por sus vecinos.
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Una costumbre que jamás les abandonaría, por haberla convertido
en el medio de complacer a sus divinidades.
La Triple Alianza
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jardines en los que se movían un gran número de animales
domesticados.
Al verse tan poderosos, los aztecas no pararían hasta
convertirse en los verdaderos amos de todo la nación. Llegaron
hasta las costas, donde se encontraba el Gran Lago (el mar), al
que temían, por eso jamás construyeron embarcaciones con las
que adentrarse en el mismo. Se consideraban guerreros de tierra
firme, capaces de navegar en los ríos y en los pequeños lagos.
Contaban con mayor territorio del que jamás hubieran imaginado,
¿por qué iban a necesitar ampliarlo en unas aguas saladas en las
que habitaban los dioses y las fuerzas infernales?
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Moctezuma I, el Iracundo
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resentimiento muy intenso contra Moctezuma I y sus guerreros.
Como los aztecas-texcocanos habían recibido tributos
voluntarios de varias tribus amigas, a Nezahualcóyotl no le
costó convencer a sus jefes de que volvieran a hacerlo. Esto
permitió que en México resurgiera un poder paralelo, que
ocuparía otros territorios, capaz de construir templos y ciudades,
como la de Texcoco, que pasaría a ser la más importante de la
altiplanicie.
Uno de los grandes méritos de Nezahualcóyotl fue
convertir la religión azteca en monoteísta, al creer en un solo
dios, el único, a través de cuyo poder se manifestaba la naturaleza
y del que surgían las divinidades menores. Como era un gran
poeta, orador, astrónomo y astrólogo, se cuidó de fomentar el
desarrollo de las artes y de la ciencia.
Lo que sorprende a los historiadores es su genial
habilidad para no haber sido eliminado cuando estaba
creciendo su pueblo y, luego, en el momento que se hizo tan
poderoso como para rivalizar con el que gobernaba Axayácatl,
el hijo de Moctezuma I. Personaje amigo de las intrigas y el
asesinato; pero que nunca fue en contra de Nezahualcóyotl.
A éste le siguió su hijo Nezahualpilli, que gobernaría
hasta 1516. Poco se sabe del mismo, aunque no debió ser un
político tan diestro como su padre, ya que en ciertos
momentos estuvo a punto de pelear contra los reyes de
México-Tenochtitlán, aunque sí lo hizo frente a algunas
tribus menores, a todas las cuales venció, y luego, incorporó a
su gran imperio.
El hecho que estuvo a punto de provocar una guerra
entre los grandes pueblos aztecas se debió a una boda
equivocada. Nezahualpilli se había casado con la hermana de
Moctezuma II, la cual era tan libertina, que concedía sus
favores carnales a muchos de los súbditos, sobre todo a los
mejores jugadores de pelota y a los más bravos guerreros.
Diversiones de alcoba que fueron cortadas en el momento que
su marido decidió matarla, al recurrir a una de sus prerrogativas
de soberano: podía hacerlo sin tener que consultar con los
jueces-sacerdotes. Tan trágico desenlace provocó una serie
36
de protestas y amenazas de los aztecas-tenochcas, que no
llegarían más allá, por el momento; sin embargo, en 1514
Moctezuma II se vengaría al destruir el ejército de Texcoco y
adueñarse de este imperio, hasta el punto de que a la muerte de
Nezahualpilli, nombró un sucesor sin tener en cuenta la
voluntad del consejo de ancianos de la gran ciudad.
El infortunado Moctezuma II
37
Sin embargo, se mostró piadoso con los doce mil cautivos
de la rebelde Oaxaca, ya que les perdonó la vida, a cambio de la
esclavitud, en el momento que iban a ser llevados al templo.
38
Figura 7. “El señor del Águila” de los aztecas. Pueden apreciarse sus rasgos
occidentales y el parecido con un casco de coraza que presenta lo que rodea
su cabeza.
39
geológicas, que para calmar a los dioses organizó una guerra.
Justificó este paso como la única forma de vengar la muerte de su
hermana. Esto le permitió dominar Texcoco, sobre todo al
fallecer Nezahualpilli, su máximo gobernante.
Sin embargo, los «hombres blancos» ya no eran un
presagio, sino una cruda realidad: en 1517 los españoles
desembarcaron en Veracruz y, dos años más tarde, Hernán
Cortés llegó hasta las mismas puertas de México-Tenochtitlán.
Pero ésta es una cuestión que preferimos trasladar a unos capítulos
posteriores.
40
Capítulo III
41
vivir siempre en el camino, es decir, exigiendo los mayores
esfuerzos a la rapidez de sus piernas. Eran capaces de cargar
sobre sus espaldas más de cuarenta kilos a lo largo de quince horas
del día, sin tener necesidad de hacer dos periodos de descanso.
Comían y bebían muy poco mientras trabajan; pero se
compensaban ampliamente, en el caso de abundar los alimentos,
en las fiestas, ya que celebran más de doscientas al año. Claro que
esto sólo ocurría en tiempos de una paz prolongada.
Lo más singular del azteca era la ausencia de barba, ya que al
considerarla un elemento indeseable sus madres se encargaban de
depilarles la cara desde muy niños. Además, aplicaban unas
compresas calientes sobre los folículos pilosos, con el fin de que no
se desarrollaran. Su piel iba del moreno claro al oscuro, debido a
que continuamente se hallaban expuestos al sol.
Vestían un maxtli o taparrabos, un ceñidor que pasaban por
entre las piernas y alrededor de la cintura, para dejar sus
extremos colgando atrás y delante. En momentos especiales esta
última prenda se cuidaban de adornarla. En época de fríos se
cubrían con el tilmanli, una manta rectangular de tela hilada, al
principio de maguey y, luego, de algodón. Como desconocían
los botones y los alfileres, se limitaban a atar estas prendas. Iban
descalzos, ya que las sandalias eran para quienes ocupaban una
posición más alta en la sociedad.
Se peinaban el cabello formando una trenza gruesa o lo
dejaban colgar en flecos, que antes el barbero había cortado con
unos cuchillos de obsidiana. Cuando iban a la guerra adornaban
sus cabezas con dos plumas de pavo o de águila.
42
Cuando eran madres, unían a la carga el hecho de llevar al
hijo a la espalda, mientras a los otros los cogían de la mano. No
debían ser feas, como lo demuestra el hecho de que Hernán
Cortés se uniera a una de ellas: doña Marina, a la que sus
hermanas llamaron «La Lengua» por lo pronto que aprendió el
idioma del hombre blanco.
Todas ellas vestían un cueitl o refajo, que les llegaba hasta
los tobillos, y en el que aparecían bordados realizados con un
gusto exquisito. Cuando salían de viaje, se cubrían con el huípil o
poncho, que era una tela rectangular, con una abertura para la
cabeza, y que llevaba los lados cosidos, excepto los dos
espacios correspondientes a los brazos. Acostumbran a ir
descalzas; pero se calzaban con sandalias en las largas caminatas.
Dejaban crecer sus cabellos libremente, cuidándose de
lavarlos para que aparecieran brillantes en su negrura. En los días
de fiesta se los trenzaban con cintas de colores. Cuando iban al
campo, los recogían alrededor de sus cabezas para que les
molestaran lo menos posible. Acostumbraban a ir con el rostro
limpio de afeites, aunque en ocasiones especiales llegaban a
ponerse algún ungüento o cremas naturales.
43
unión entre los componentes de un mismo clan, lo que afectaba a
los niños y niñas que habían convivido desde su nacimiento al
realizar sus familias trabajos comunes.
Una vez se superaban estos formulismos, que en ocasiones
podían resultar bastante duros, el padre del novio utilizaba a dos
ancianas para que le sirvieran de embajadoras, ya que llevaban
obsequios al hogar de la futura novia. La tradición imponía
que fueran rechazados hasta tres veces, con el fin de que en las
sucesivas idas y venidas se discutieran las cuestiones de la dote de
la novia, que siempre debía igualar o superar los regalos que iban
a entregar los padres del novio.
Cuando el asunto anterior quedaba resuelto, la misma tarde
del matrimonio, una mujer fuerte y con fama de seria, llamada «la
casamentera», cargaba a la novia sobre sus espaldas para llevarla
hasta la casa del novio. En este lugar los padres, los ancianos y
las gentes importantes pronunciaban sus discursos, relacionados
con la vida matrimonial y, finalmente, se ataban las puntas de los
tilmantli (mantos) que llevaban los novios, con lo que quedaban
«enganchados para toda la vida». Con este acto tan sencillo se daba
oficialidad al matrimonio. Poco más tarde, se celebraba una fiesta
en la que se bebía mucho pulque y, llegada la noche, los nuevos
esposos se retiraban a una cabaña especial, donde pasarían cuatro
días sometidos a penitencia y a un ayuno absoluto. Tan duro
proceso permitía que los dos recuperasen la «pureza
imprescindible para consumar su unión».
Los aztecas llevaban muchos siglos aceptando la poligamia
del hombre, debido a su condición de tribu guerrera y
trashumante. Como eran más las mujeres, se permitía que el
varón pudiera tener varias concubinas, sin que ninguna de
éstas llegase a reducir la importancia de la esposa oficial. El
número de concubinas estaba relacionado con las posibilidades
económicas, ya que todas debían ser bien alimentadas, disponer de
un lecho y contar con lo imprescindible.
44
esposa resultaba estéril, tenía muy mal carácter o descuidaba
continuamente los deberes del hogar; y si el esposo mantenía
relaciones carnales con una mujer casada, pero nunca si lo
hacía con una soltera y mucho menos si era con una prostituta,
también en el caso de que maltratara a su mujer o no se
preocupara de la educación de los hijos.
Las divorciadas podían casarse con quien desearan, lo que
no le sucedía a una viuda, pues estaba obligada a unirse con uno de
sus cuñados o con un miembro de la familia de su marido. Se
aconsejaba que la mujer llegase virgen al matrimonio, aunque
nadie se mostraba muy severo en esta cuestión. Lo que sí se
castigaba severamente era la infidelidad de la esposa; como una
especie de compensación, en el caso de que respetase sus
obligaciones, podía disponer de sus propios bienes dentro del
matrimonio, realizar operaciones mercantiles sin consultar con
su esposo y recurrir a los jueces para resolver cualquier problema
matrimonial. Sin embargo, no hay duda de que se hallaba en una
posición social muy inferior a la de su marido.
46
presencia de una enorme multitud. Estos sucesos contribuyeron en
gran medida a dificultar las relaciones entre la dinastía de
Texcoco y la familia imperial de México, como ya conocemos, la
cual, aunque disimulando su rencor, no perdonó al rey el castigo
dado a la princesa azteca...
47
chicos y las madres de las chicas. Por lo general la enseñanza era
teórica, al mismo tiempo que se practicaba con los útiles
domésticos y se permitía la realización de sencillas tareas
hogareñas.
Al llegar a los ocho años, tanto los chicos como las chicas
eran sometidos a una rígida disciplina, que en ocasiones rozaba el
sadismo: clavaban en las manos del desobediente espinas de
maguey, le dejaban desnudo y atado a un árbol en una fría
noche o le sumergían medio cuerpo, luego de maniatarlo, en un
pozo lleno de lodo, donde pasaría hasta doce o más horas. No
obstante, se ha podido comprobar que muy pocas veces eran
aplicados estos castigos, gracias a que los ancianos los describían
con tanto realismo, que los niños se cuidaban de no cometer
algún error para evitar los sufrimientos.
Otra de las ventajas de esta educación hemos de verla en
que se impartía junto a los adultos, con lo que se iba despertando
en el niño un deseo de emulación, que suponía, al llegar a esa edad
crítica de la pubertad, entre los 15 o los 16 años, una especie de
triunfo o la culminación de una ambición largamente anhelada.
48
preparar las delicadas plumas y las ricas vestimentas ceremoniales
de los jefes y sacerdotes.
Lo que ha podido ser comprobado es que la disciplina
que se imponía en cada una de estas escuelas, tanto las
correspondientes a los chicos como a las chicas, eran muy
duras. No se consentía el menor error, siendo castigadas
severamente las faltas por distracción o por no tomarse en
serio las enseñanzas. Otra de las normas sagradas era considerar
al maestro como un padre, al que se debía un respeto absoluto,
una obediencia inmediata y un amor sincero. Cualquier falta se
castigaba con golpes, días de ayuno y largos encierros en
habitaciones especiales. La reiteración en las faltas, traía
consigo la expulsión, lo que la familia del culpable consideraba
como una especie de exilio o el repudio total.
Con este proceder se perseguía formar guerreros
disciplinados, obreros hábiles a los que sólo preocupara el trabajo
bien hecho, grandes artistas deseosos de superar a sus antepasados
y sacerdotes capaces de ver en las estrellas o en la interpretación
de los sucesos naturales lo que nunca pudieron descubrir sus
maestros.
Figura 9. Mujeres aztecas con los distintos vestidos que llevaban en las
fiestas.
49
La maestría de los artesanos
EL LENGUAJE Y LA LITERATURA
51
escritos en prosa o en verso.
No obstante, la gramática azteca resultaba bastante
complicada, debido a que las palabras cambiaban su significado de
acuerdo a su pronunciación y a su unión con otras, luego
respondían a un contexto general y no a ideas aisladas. Todo esto lo
sabemos por la labor gigantesca de un misionero franciscano, al
que los indígenas llamaron «Motolina», o «el más pobre entre los
buenos», y al que los españoles conocieron como Fray Toribio de
Benavente. Este fiel seguidor de San Francisco de Asís, que en
ningún momento participó en la destrucción inquisitorial de la
cultura mexicana, se encargó de rescatarla con la devoción de
quien entiende que sólo se puede llegar al corazón de alguien si se
le conoce a la perfección. Luego de escuchar a centenares de
nativos de todas las edades y posiciones sociales, pudo escribir su
«Vocabulario» en base a un náhuatl ideográfico muy preciso unido
a la ortografía española.
El trabajo de «Motolina» resultó tan perfecto, que en los
cuatro siglos largos transcurridos desde que lo finalizó nadie ha
podido criticarlo. Es cierto que se han introducido algunas
correcciones; sin embargo, esto no impide que se le considere el
responsable del resurgimiento del náhuatl como una lengua escrita y
hablada, que en la actualidad es utilizada por millones de personas
en México, Estados Unidos y en otras naciones de América Central.
El amor a la lengua
52
dioses e impresionar a los caudillos visitantes, su tráfico del
lenguaje era estudiado con cuidado. Debió serlo. Los informantes
que trabajaron con «Motolina» para establecerlo, conocían la
gramática de su idioma. Este ejemplo será suficiente: en 1529,
cuando Fray Bernardino de Sahagún empezó a tomar notas de las
leyendas recordadas por los aztecas, así fue como las
reprodujo, en náhuatl, utilizando su propia ortografía, respecto al
sol, su año dios principal:
53
El amatl en nada se parecía al papel inventado por los
chinos en el año 105 de nuestra era y que, luego, llegaría a la
España medieval a través de la ruta seguida por los árabes, los
cuales aprendieron a fabricarlo de unos artesanos apresados
luego del saqueo de Samarkanda. Porque los aztecas lo
obtenían de la corteza del ficus, que es un árbol de la familia de
las moreras. Luego la comprimían, golpeándola con una
especie de pequeños martillos provistos de unas astillas, para
formar unas hojas muy delgadas, que eran papel de corteza.
54
pocos que se enviaron a España, dos de ellos cayeron en las
manos del humanista italiano Pietro Martire d'Anghiera, que se
encontraba en Sevilla, y pudo escribir sobre los mismos. Una
estimable referencia, que animó a los investigadores del siglo XIX.
En 1570, el médico Francisco Hernández llegó a México,
formando parte de la primera expedición botánica organizada en
el mundo. Como no alimentaba ningún espíritu inquisidor, a la
vez que era un científico dispuesto a estudiar las costumbres del
país, luego de ver la manufacturación del papel en Tepoztlán
pudo escribir lo siguiente:
Muchos indios son empleados en este oficio... Las láminas
de papel son pulidas entonces (por medio de un xicaltetl) y se les
da forma de hojas... Consiguen algo semejante a nuestro papel,
excepto que es más blanco y más grueso...
Los xicaltetl presentaban la forma de unas planchas para
lavar la ropa, las cuales eran calentadas antes de utilizarlas para
presionar el papel. Con este proceso se conseguía eliminar los
poros de éste y, al mismo tiempo, alisar su superficie, lo que ya
estaban haciendo los europeos de la misma época, pero
sirviéndose de una piedra de ágata.
55
Figura 10. Las dos formas de obtener el papel azteca. A la izquierda, un
indígena arranca la corteza del ficus. A la derecha, una mujer realiza unas
piezas más pequeñas de papel con las fibras de las ramas del mismo árbol.
Se quedaron en la pictografía
56
XVI empezaba a ser silábica; y estamos seguros de que hubiera
seguido evolucionando de no haberse producido la derrota del
imperio que la utilizaba.
La mayoría de esta escritura recurría a la pictografía, lo que
significa que se servía de figuras para interpretar palabras e
ideas. Por ejemplo, con la figura de una momia se representaba a
la muerte; las huellas de pisadas, eran «leídas» como migraciones
o desplazamientos por un largo sendero; una lengua movible,
expresaba que se estaba hablando; y así podríamos continuar
hasta llegar a los centenares de figuras que se manejaban.
Según Víctor W. von Hagen estos símbolos podían ser
compuestos de modo que si un «recordador» deseaba contar un
notable hecho histórico, tal como: En el 2-Caña (1570)
Moctezuma conquistó la aldea de Iztepec, el «escritor» primero
tendría que pintar el año 2-Caña, después un símbolo oficial
aceptado de Moctezuma; una delgada línea habría recorrido
hasta un templo en llamas y, encima de ella, el dibujo jeroglífico
de la ciudad de Iztepec: una daga de obsidiana sobre la cumbre
de una montaña.
57
los que indica el comienzo de la frase que les corresponde para
ayudarles a representar su papel.
También se entonaba:
58
Yo, el poeta, señor del canto,
yo, el cantor, hago resonar mi tambor.
¡Ojalá mi canto despierte
las almas de mis compañeros muertos!
59
Ha nacido el dios del maíz
en la casa del descenso (del nacimiento)
en el lugar donde están las flores (paraíso)
el (que se llama) una flor.
60
Capítulo V
61
templo, la hora que debía despertarse el pueblo y el instante de
comenzar el trabajo agrícola.
Como se puede observar, estas divisiones no eran iguales,
ya que algunas de ellas, en especial la última de la oscuridad y la
primera de la luz casi resultaban coincidentes. El azteca se había
acostumbrado tanto a actuar en función de los sonidos que
llegaban de los templos, algo similar a la dependencia de los
agricultores europeos en relación con las campanas de las
iglesias, que silenciaban los ruidos propios de sus trabajos o sus
voces para escuchar esos avisos regulares, tan imprescindibles
para mantener una vida ordenada.
62
Singularmente, antes éstos se habían sorprendido de que
«los salvajes» fueran tan limpios, cuando ellos consideraban un
signo de virilidad la roña que cubría su piel y el hecho de
compartir sus ropas y corazas con piojos y otros molestos
parásitos. Los europeos deberían esperar casi tres siglos para
aficionarse al aseo personal.
Los matrimonios que no disponían de un tlacotli (esclavo)
debían preparar las tortitas de maíz en la semioscuridad. Para ello se
servían de la harina. El día anterior se habían cuidado de macerar
los granos del maíz con unos recipientes, en los que echaban un
poco de cal. Luego de hervir los granos para eliminar su hollejo, los
molían en el metatl de piedra sirviéndose de un rodillo del mismo
material. Como puede verse, el recurso era tan primitivo, que se
han encontrado restos de objetos similares en las excavaciones
arqueológicas llevadas a cabo en terrenos ocupados por los pueblos
prehistóricos de medio mundo.
El azteca vivía del maíz, resultaba su alimento básico, en
ocasiones el único. Pero no eran ellos solos los que dependían de
esta planta, ya que lo mismo les sucedía a la mayoría de las
civilizaciones que ocupaban los territorios de Norteamérica y de la
zona del Yucatán, es decir, de casi toda la América Central.
Luego de haber comido las tortitas de maíz, el matrimonio
guardaba alimentos y bebidas en unos cestos, que colgaban de sus
cuellos, y marchaban al campo. Por lo general ya estaba
amaneciendo. En el caso de emplear chinampas, sólo debían
cuidarse de eliminar las malas hierbas y comprobar cómo se
desarrollaba el cultivo. Pero cuando se cuidaban de unos campos
de tierra, esto significaba que compartían el trabajo con otras
familias, junto a las cuales formaban lo que se conocía como un
clan.
Antes de la puesta del sol, el matrimonio volvía a su casa,
avivaba el fuego y comenzaba la preparación de las tortitas de
maíz. En tiempos de fiestas, iban al mercado a comprar un pavo, un
pato, frijoles, calabazas, melones, chiles verdes, aguacates,
tomates, piñas, chocolate y otros alimentos similares. La comida
más abundante la hacían entre las cuatro y las cinco de la tarde,
pero en compañía de las otras familias. Los hombres se sentaban
sobre unas esteras y utilizaban los dedos para extraer los alimentos
de las ollas. Las mujeres siempre comían aparte. Esta separación
63
de los sexos se mantenía en otros actos sociales.
Al anochecer, se quemaban unas astillas de pino que
cumplían la función de velas. Con esta luz las mujeres hilaban,
tejían o preparaban pulque; mientras, los hombres tallaban
remos, cuchillos de obsidiana, puntas de flecha, anzuelos de
pesca, molinos de roca o esteras. También podían estar
fumando en junquillos huecos, que se parecían a los actuales
cigarros. Una gran parte del material realizado la familia lo
vendería en el mercado.
Conviene llamar la atención sobre la importancia que
para cualquier hogar azteca tenía la planta del maguey.
Además de ser fermentada para obtener el pulque, que era una
especie de cerveza cuyo consumo compensaba en gran parte la
falta de suficientes verduras en la dieta alimenticia de esta
raza, se le daba muchas aplicaciones. Sus fibras eran torcidas
para formar cuerdas, con las que se tejían bolsas y telas. Con
sus espinas se obtenían unas buenas agujas, que se utilizaban
para coser o para mortificarse en las penitencias religiosas.
Con las hojas se cubrían los tejados de las cabañas. Ante
estos datos no puede extrañarnos que la planta del maguey, lo
mismo que la del maíz, fuera venerada como una divinidad.
64
siniestras; en fin, toda una vida nocturna animaba la ciudad
sumergida en una oscuridad que de tarde en tarde rompían los
hogares rojizos de los templos y la claridad de las antorchas
resinosas.
La noche, una vez temible y atrayente, ofrecía sus horas
sombrías a las visitas más importantes, a los ritos más
sagrados, al secreto de los amores que mantenían los gue-
rreros con las cortesanas. Con mucha frecuencia el empe-
rador, en medio de las tinieblas, abandonaba el lecho para ir a
ofrecer su sangre y sus plegarias. Si un observador dotado de
sentidos muy sutiles hubiera podido dominar, colocado en la
parte más alta de uno de los volcanes, el conjunto del valle,
habría podido ver palpitar a largos trechos las llamas y percibir
la música que amenizaba las fiestas, el paso rítmico de los
danzantes, la voz de los cantores y después, a intervalos, el batir
de los teponaztli y el ulular de los caracoles marinos. Así
transcurría la noche, sin que jamás la mirada humana dejara de
escudriñar la bóveda celeste en la espera, siempre angustiosa, de
una mañana que podría no presentarse más. Después llegaba el
alba: dominando el rumor de la ciudad despierta, el son triunfal
de los instrumentos sacerdotales se elevaba hacia el sol,
«príncipe de turquesa, águila que se eleva». Comenzaba un
nuevo día. Las gentes ya estaban en activo, no parecían
cansadas y se mostraban dispuestas a realizar otras cosas
distintas, como si la existencia nocturna fuera otra situación
diferente, algo más prohibido, más excitante. Quizá el momento
de cometer «pecados» que en la oscuridad se toleraban, siempre
que se mantuvieran ocultos en las sombras cómplices...
El nacimiento de un hijo
65
consultaba al sacerdote-astrólogo, lo que repetiría después del
parto, como ya hemos contado en un capítulo anterior.
Pero antes el parto había sido considerado un
acontecimiento. Mientras la partera cortaba el cordón umbilical
del recién nacido, en el caso de que fuese un niño le dedicaba estas
palabras:
—Hijo mío muy amado, has de saber, lo que debes
entender muy bien, que no es ésta tu verdadera casa, aunque en
ella hayas venido al mundo. Tu perteneces a las castas de los
soldados o de los servidores. Ten en cuenta que te has convertido
en un pájaro llamado quecholli, por eso has llegado a un niño...
Pronto entenderás que tu oficio es dar de beber al sol con la
sangre de los enemigos, y dar de comer a la tierra, que se llama
Tlatecuhtli, con los cuerpos de tus enemigos... Tu propio suelo
y herencia y tu padre, es la morada del sol, en el cielo...
En el caso de que fuera una niña, le dedicaba estas breves
frases:
—Permanecerás en el interior de la casa como el corazón en
tu cuerpo. Te convertirás en la ceniza con que se cubre el fuego
del hogar...
Éstas suponían las primeras voces que indicaban el destino
de los recién nacidos, todo un ritual. No podían ser entendidas por
las criaturas; pero sí por los padres, que luego las acompañarían
con los juguetes, como hemos contado. Lo que importaba era
dejar claro las diferencias de los sexos. También se destacaba la
entrega absoluta, sobre todo del niño, al servicio de los dioses, por
medio de la sangre y el cuerpo de los enemigos que debería
apresar en el momento que se convirtiera en un guerrero.
66
El mejor tejedor de esteras podía llegar a sentarse al lado
de Moctezuma en una fiesta, luego se le concedería los
privilegios de contar con una vivienda en el palacio, percibir
una renta y disponer de una protección. Sin embargo, su
honor no era hereditario, como también le duraría sólo
mientras continuara siendo el mejor entre todos los de su
oficio.
Cada azteca debía ganarse este honor por sus propios
méritos, aunque se aceptaba que dispusiera de un profesor
especial (tonal-poulqui) debido a los méritos de su padre, lo que
no impedía que se viera sometido a las mismas disciplinas que sus
compañeros de estudios y de entrenamientos.
Este sentido de la perfección llevó a que los aztecas
consiguieran formar el imperio más grande que había conocido
México. También contó mucho su respeto al padre y a un
sentido nada fatalista del destino. Como en esencia actuaban bajo
el concepto de un guerrero agricultor, su mentalidad puede ser
reflejada de esta manera:
El Consejo central
68
La creciente población de los grupos del Valle agotó la tierra
disponible, y las familias y los clanes no tuvieron manera de
incrementar sus propiedades agrícolas. Una parcela que
producía abundantes alimentos para una familia pequeña, lo
más normal es que no sirviera para abastecer a otra grande. Las
variaciones normales en las riquezas del suelo dieron lugar a
injusticias semejantes. Bajo estas condiciones los jefes y
sacerdotes que vivían en las tierras públicas se hallaban en
mejores condiciones que el ciudadano ordinario, cuyas
pertenencias tendían a disminuir de generación en generación. Así
debían surgir fricciones que condujeran a la guerra con el exterior y
a las revoluciones internas, siempre que el grupo no podía
extender sus límites territoriales para satisfacer las necesidades de
su población. Las inmigraciones importantes, como la de los
culhuas de Texcoco y Tenochtitlán, o la de los mixtecas a Texcoco
años antes, se debieron a una apremiante necesidad económica.
Los actecas-tenochcas, que llegaron más tarde al Valle, en
una época en que la tierra había aumentado de valor, se enfrentaron
a dificultades al oponer una resistencia a sus vecinos. Forzados a
retirarse a las islas de Lago, resolvieron el problema de la tierra de
la misma ingeniosa manera en que lo hicieron los chalcas, los
xochimilcas y las tribus noroccidentales en el lago de Zumpango...
Este método consistió en crear chinampas, los llamados
«jardines flotantes»...
El bullicioso mercado
69
ya que nació de la necesidad propia de los seres humanos de
intercambiar los productos que elaboraban, los objetos que
poseían o los bienes que obtenían de la tierra, a todo lo cual
se podían añadir otras cosas más, que sólo a los que ignorasen
el funcionamiento de ese pequeño mundo les llegaban a parecer
muy peregrinas.
El cronista español que vio por vez primera un mercado
azteca tuvo que comentar:
70
se alza un edificio muy bueno, que sirve como una especie de
audiencia, donde siempre están sentadas diez o doce personas,
como jueces, quienes deliberan en todos los casos que surgen
en el mercado y dictan sentencias instantáneas contra los
infractores...
71
parecerles extraño, porque llevaban muchos siglos
practicando esta «técnica» comercial con los árabes y los
judíos, cuando se sabe que los grandes genios de la misma
fueron los fenicios, les sorprendió que los indios la poseyeran.
Pronto descubrirían que las mujeres aztecas superaban a los
hombres a la hora de enfrentarse a los mercaderes, ya que
eran capaces de pasarse bastante tiempo regateando, pero con
una habilidad tal que en ningún momento se rompía lo que
llamaríamos negociaciones.
72
Algo que podremos demostrar más adelante, porque
constituye el elemento clave, lo que puede explicar casi todo.
El trueque
73
Como los aztecas consideraban que el jade, lo mismo que
las piedras que se le parecían, tenían mucho valor, también las
utilizaban como «monedas de cambio». Sin embargo, nunca
vieron el oro como algo valioso, a pesar de que lo emplearon
para sus adornos al gustarles su brillo. Lo mismo podríamos
decir de la plata. Esto sorprendió a los españoles que, como
sabemos, estaban en América para conseguirlo a toda costa.
74
Capítulo VI
75
Esto último bien merece un comentario aparte, porque los
aztecas dedicaban dieciséis días a las fiestas, luego cubría casi todo el
mes (suponemos que alguien debía cuidarse de los cultivos, de los
mercados y de las faenas domésticas). Tiempo de desfiles, en el que
los sacerdotes bailaban dando saltos, mientras iban cubiertos con las
pieles de las víctimas que acababan de ser sacrificadas. Una
vestimenta que nunca ha de ser considerada un capricho, debido a
que se creía que la piel del enemigo proporcionaba una gran
fuerza, tanto material como espiritual, a quien la llevaba encima.
El tercer mes (del 24 de marzo al 12 de abril) se llamaba
Tozoztonli, época de ayuno para ganarse el favor de Tláloc, el dios
de la lluvia. Si esto no conseguía que cayera el agua de los cielos,
entonces se efectuaban sacrificios humanos en honor de Xipe. Y el
cuarto mes (del 13 de abril al 2 de mayo) se denominaba Huei
Tozoztli (ayuno largo). Se adoraba al maíz, por eso la gente del
campo iba a la ciudad, para cubrir las casas, los altares y los
lugares más importantes con las largas cañas de esta planta sagrada.
Entonces se vivían unos días de paz, en los que a nadie se le
«buscaba la sangre» y las niñas «rezaban» o cantaban a la
bendición que suponía el maíz para todo el pueblo.
76
El séptimo mes (del 12 de junio al 1 de julio) era llamado
Tecuhilhuitontli (pequeño banquete de príncipes). Se dedicaba a
las danzas de los trabajadores de la sal, la mayoría de los cuales
venían de los lagos de Anáhuc, donde se disfrutaba de las
mejores tierras.
El octavo mes (del 2 al 21 de julio) era conocido como
Hueitecuhíhuit (gran fiesta de los jefes poderosos). Periodo para
venerar a la Diosa del Maíz Tierno a lo largo de ocho días. Las
mujeres llevaban el pelo suelto, porque consideraban que era un
gesto capaz de conceder un poder mágico a sus miradas y a sus
sonrisas. Se sacrificaba a una esclava virgen, la más hermosa, a
la que se vestía como si fuera la Diosa del Maíz.
77
llevados a los altares y, después, los sacerdotes y algunos jefes les
arrancaban el corazón con los cuchillos de obsidiana, para
ofrecérselo, junto a los otros, a los dioses relacionados con el
fuego, el sol y todo lo que daba calor.
Esta terrible ceremonia llevaba al gran banquete, que se
cerraba con un juego, en el que intervenían los mejores atletas.
Consistía en trepar por un poste de quince metros de altura, para
coger unos emblemas de papel que se hallaban atados en la parte
superior. Lógicamente, ganaba el que primero descendía con
esos trofeos.
El décimo mes (del 11 al 30 de agosto) se dedicaba a
Xocotlhuetzi («caída de los frutos»). Se realizaban sacrificios
alrededor del fuego y varios juegos, en los que competían los más
jóvenes.
El undécimo mes (del 31 de agosto al 19 de septiembre) se
llamaba al Ochpaniztli («tiempo de las escobas»). Momentos
para homenajear a la guerra y al valor de los guerreros. Se
organizaban desfiles, en los que se lucían las armas nuevas, las
insignias y los escudos. En cabeza de los grupos militares
marchaban los Caballeros Águilas y los Caballeros Jaguares, a los
que seguía una falange de héroes. El desfile concluía con unos
duelos parecidos a los que libraban los gladiadores en la arena del
circo de Roma, ya que el perdedor recibía el castigo, nunca la
deshonra, de la muerte, siempre que hubiera luchado con
habilidad, poniendo en juego todo su valor y energías. Porque
nada avergonzaba más a los aztecas que las muestras de
cobardía o la falta de capacidad de pelea por considerarse
inferior al rival.
78
El decimotercer mes (del 10 al 29 de octubre) se hallaba
relacionado con Tepeílhuitl (fiesta de las montañas), al que se
consideraba el dios más exigente. Días para celebrar los rituales
dedicados a las divinidades de la lluvia y de la montaña. Las
casas se llenaban de figurillas de madera cubiertas de amaranto,
con las que se representaban serpientes. También se sacrificaban
a cuatro mujeres y a un hombre, todos ellos jóvenes, cuyos
cuerpos eran repartidos entre los sacerdotes y los asistentes más
importantes, para que se los comieran allí dentro de un ritual
canibalesco.
En el decimocuarto mes (del 30 de octubre al 18 de
noviembre) se recordaba a Quecholli (el pájaro o la perdiz).
Llegaban las penitencias generales, que duraban unos cuatro
días. A los casados se les prohibía acostarse con sus esposas, y a
los solteros ni siquiera se les permitía mirar a una mujer.
También se fabricaban armas y se sacrificaban animales en las
colinas o en los montículos.
En el mes decimoquinto (del 19 de noviembre al 8 de
diciembre) se evocaba a Panquetzaliztli (fiesta de las banderas).
Entonces aparecían éstas en todo su esplendor, con lo que se
veneraba al dios de la guerra, al representar unas batallas, en
medio de las cuales las mujeres echaban jarros de agua teñida de
azul sobre las cabezas de los hombres. Como también llevaban
una especie de máscaras hechas con papel, la juerga adquiría las
formas de un carnaval, en el que se permitían muchos excesos
sensuales.
En el mes decimosexto (del 9 al 28 de diciembre) se
recordaba el tiempo de Atemoztli (caída de las aguas). Dado que
habían vuelto las lluvias, el pueblo se entregaba a un ayuno que
duraba cinco días; mientras, en el interior de las casas, por las
noches se dedicaban a cortar papel que, de acuerdo con los
escritos de fray Bernardino Sahagún, pegaban en pértigas,
ponían éstas en sus casas e invitaban a reunirse al símbolo de la
imagen que habían cortado; luego, hacían votos y, al mismo
tiempo, tocaban sus tambores, cascabeles y carapachos de
tortuga...
El decimoséptimo mes (del 29 de diciembre al 7 de enero)
correspondía a Tititl (mal tiempo). Habían llegado los fríos.
Todos lloraban para conmover al dios de la lluvia. Primero lo
79
hacían las mujeres y, luego, los hombres, sin dejar de golpear a
sus cónyuges con unos sacos llenos de paja para forzarles a
intensificar los lamentos.
En el decimoctavo mes (del 18 de enero al 6 de febrero) se
adoraba a Izcalli (la resurrección). Periodo de grandes sacrificios
humanos, lo mismo de mujeres aztecas que de prisioneros de
guerra o de condenados a la última pena. Cada uno de éstos
terminaba por ser atado a un poste, en el exterior del templo, para ser
saeteado por los mejores arqueros. Poco después, sus cuerpos
eran enterrados en un lugar que sólo conocían los sacerdotes.
80
...La ceremonia en honor del Dios Tezcatlipoca era
impresionantemente dramática, matizada por el sentimiento
conmovedor con que vemos la supresión deliberada de una
vida. Un año antes de su ejecución se escogía al prisionero de
guerra más hermoso y valiente. Los sacerdotes le enseñaban
modales regios y, mientras se paseaba tocando melodías
divinas en su flauta, recibía los homenajes que se le tributaban
al mismo Tezcatilpopa. Un mes antes del día del sacrificio
cuatro doncellas encantadoras, ataviadas como diosas, se
convertían en sus compañeras y lo complacían en todos sus
deseos. Un día antes de su muerte se despedía de sus llorosas
consortes, para encabezar una procesión en su honor que se
distinguía por el júbilo y los festines. Después decía el último
adiós al brillante cortejo y entraba en un pequeño templo,
acompañado de ocho sacerdotes que lo habían atendido todo
el año. Los sacerdotes subían primero las escalinatas del
templo y él los seguía, rompiendo en algunos de los escalones
las flautas que había tocado en las horas felices de su
encarnación. En lo alto de la plataforma los sacerdotes lo
tendían en la piedra de los sacrificios y le arrancaban el
corazón. En consideración a su calidad divina anterior, el
cuerpo era conducido, no arrojado ignominiosamente, por la
escalera; pero su cabeza iba a reunirse con los otros cráneos
ensartados en una empalizada colocada junto al templo.
81
que no sólo los aztecas practicaban estas ceremonias, ya que
eran muy frecuentes en toda la región de México y en el
Yucatán de los mayas. Sin embargo, ninguna otra civilización
los realizó de una forma tan masiva y frecuente. Historiadores
agnósticos han querido ver en los sacrificios humanos una
similitud con la Eucaristía, en la que se representa el cuerpo
de Jesucristo sacrificado en bien de la Humanidad; sin
embargo, no consideramos muy acertada la comparación.
Los aztecas estaban ofreciendo lo mejor de ellos, aunque la
mayor parte de los sacrificados eran prisioneros. Pero también
llevaban al templo a sus vírgenes, a los jóvenes más fuertes,
hermosos y sanos y a algunos adultos. A partir del siglo XV de
nuestra era, como este pueblo se encontró gobernando sobre una
nación tan extensa, cuando sus antepasados no llegaban a los
cinco millares y vivían donde podían por su condición de
trashumantes, creyeron que estaban siendo apoyados por los
dioses. Como ofrendas a éstos, intensificaron los sacrificios
humanos.
El hecho de que los sacrificados fueran prisioneros, ha de
verse desde el punto de vista de que se obtuvieron por medio de
una guerra, en la que murieron los más bravos aztecas. Luego
al entregar estos cuerpos a los dioses, se estaba realizando una
doble donación: la de los caídos en la batalla y los prisioneros.
Claro que esta forma de proceder creó una gran dependencia, al
convertir la captura de prisioneros en una necesidad, lo que
obligaba a mantener un ejército siempre dispuesto para librar
cortas batallas, que en ocasiones sólo eran simples escaramuzas
para asaltar una tribu enemiga, con el fin de contar con la
imprescindible «despensa» de corazones.
Cuando las necesidades de agradar a los dioses se
consideraba muy perentoria, el objetivo de la guerra era capturar
a un gran jefe, debido a que cuanto más importante y valiente
fuera éste «mayor sería la satisfacción de la divinidad al recibir su
corazón».
También se servían de la sangre de las víctimas, con las que
regaban los campos de cultivo para incrementar su producción. El
canibalismo ritual ha de verse como una práctica aislada,
aunque el azteca estuviera convencido que esto le permitía
82
absorber todas las virtudes de la víctima, en especial la bravura y
el poder espiritual.
El pueblo se sometía a penitencias muy duras al practicarse
heridas con los cuchillos de obsidiana, mutilarse un dedo o
atravesarse la lengua con espinas de maguey. De este ritual no se
libró ni el mismo Moctezuma.
Sobre los sacrificios humanos, fray Bernardino de Sahagún
escribió lo siguiente:
83
Todos los corazones, después de haberlos sacado y
ofrecido, los echaban en una jicara de madera, y llamaban a los
corazones cuahnochtli, y a los que morían después de sacados
los corazones los llamaban cuayhteca.
84
Capítulo VII
85
escalonados para los espectadores. En el centro de una de las
paredes se encontraba la «canasta», que era un círculo de piedra o
de madera, que generalmente se colocaba en un sentido vertical,
casi como en el baloncesto, donde la canasta se instala en un
plano horizontal al suelo de la cancha. El objetivo era el mismo:
conseguir que la pelota atravesara el orificio del círculo de piedra y,
al mismo tiempo, impedir que el adversario lo lograra antes.
La pelota estaba hecha de varias capas de hule presionado,
lo que le daba una gran dureza y consistencia. A los jugadores se
les permitía golpearla con los pies, las caderas y los codos, pero
nunca con las manos. Todos ellos iban bien protegidos como una
especie de acolchonamientos, compuestos de petos, rodilleras,
mandiles de cuero, mentoneras y medias máscaras que protegían
las mejillas; y podían empujarse, golpearse y ponerse
«zancadillas» mientras estuvieran jugando. Esta brutalidad
convertía el juego en una diversión que apasionaba a los
espectadores.
A pesar de ir tan protegidos, algunos jugadores recibían
unos golpes en el vientre tan terribles que se desplomaban en el
suelo entre espasmos de muerte. Una vez finalizaba la
competición, casi todos los participantes debían ponerse en manos
de los sacerdotes-médicos, con el fin de que les extrajeran la
sangre acumulada en las caderas y en otras partes del cuerpo.
Además, necesitaban ser curados de muchas heridas y de
graves contusiones.
Por otra parte, dado que habían participado dos equipos
bien entrenados, casi siempre representando a una tribu o a un
clan poderoso, sus seguidores en ningún momento habían
dejado de intervenir con sus gritos de ánimo, insultos y protestas.
Sin embargo, en el momento que el juego se ritualizó, al llevarlo a
los templos, se impusieron ciertas normas y, en casos
excepcionales, los perdedores pasaban a ser víctimas de los
sacrificios humanos. Algunos historiadores han llegado a
escribir que esta misma «suerte» la corrieron los ganadores en
momentos de grandes calamidades, cuando la ofrenda de
corazones a los dioses debía ser lo más elevada posible y de la
mejor calidad, por eso se recurría a los grandes héroes.
En relación a este juego fray Bernardino de Sahagún
escribió lo siguiente:
86
Las pelotas eran del tamaño aproximado de las de bolos
(unos quince centímetros de diámetro) v eran sólidas, hechas con
una goma llamada ulli..., que es muy ligera y rebota como una
pelota inflada. Durante el juego los que se hallaban presentes
hacían apuestas de oro, turquesas, esclavos, ricas mantas y
casas... En otras ocasiones, el señor jugaba pelota por
diversión... También con él iban buenos jugadores de pelota,
quienes jugaban ante él y otros principales jugaban en el equipo
adversario y ganaban oro y chalchigüites y cuentas de oro y
turquesas y ricos mantos y maxtles y casas, etc. El campo de
juego de pelota consistía en dos paredes separadas veinte o
treinta pies, que eran hasta de cuarenta o cincuenta pies de
longitud; las paredes estaban blanqueadas y medían alrededor
de ocho y medio pies de altura y en medio del campo había una
línea que era usada en el juego... En el centro de las paredes, en
medio del campo, se hallaban las piedras, como muelas de
molino ahuecadas, una frente a la otra y cada una tenía un
agujero bastante grande para contener la pelota... Y el que hacía
pasar la pelota por él ganaba el juego. No jugaban con las
manos, sino golpeaban la pelota con las nalgas; empleaban
para jugar guantes en las manos y un cinturón de cuero en las
nalgas, para golpear la pelota...
87
victoria era indiscutible. Dado que podía causar tanto daño a su
pueblo si se pagaba la apuesta, a la mañana siguiente unos
soldados mexicanos llegaron ante el ganador, al que entregaron
los documentos que le acreditaban como nuevo propietario de los
mercados. Sin embargo, con los papeles se habían cuidado de
poner un collar de flores, que al colocar alrededor del cuello del
confiado señor de Xochimilco les sirvió para estrangularlo.
88
aquel personaje llamado el «Sol» (los aztecas dieron este
nombre a Alvarado por lo rubio que eran sus cabellos) estaba
anotando más puntos de los ganados por su rival. Entonces
sonrió y, luego, comentó con gran delicadeza: Se me hace mal.
Se estaba refiriendo a que Cortes hacía yxoxol («trampas»).
Este juego también ofrecía un significado esotérico,
debido a que el tablero estaba dividido en cincuenta y dos
casillas, que coincidían con el mismo número de años que
daban forma al ciclo solar utilizado por los adivinadores o
sacerdotes-astrólogos encargados de interpretar el horóscopo
azteca.
89
luchando con las lanzas: simulaban que las arrojaban hasta alcanzar
a sus invisibles enemigos; luego, las desclavaban y, a la vez, daban
saltos como si estuvieran esquivando las armas enemigas. Esto
formaba parte del ritual guerrero, en el que únicamente podían
intervenir los mejores de los clanes. Por eso se les había llevado a
la ciudad secreta de Malinalli, donde nunca se pudieron ver; sin
embargo, los dos contaron con los patios ideales para el
entrenamiento que les dejaría en condiciones de intervenir en el
juego sagrado.
En un momento muy preciso, estudiado, ambos guerreros se
detuvieron frente a una plataforma. Los asistentes lo aprovecharon
para cruzarse apuestas con gestos y movimientos, sin hablar y
manteniendo los ojos fijos en lo que iba a suceder.
El Caballero Jaguar y el Caballero Águila ya estaban
subiendo los escalones que los separaban de la plataforma. Allí se
encontraron frente al disco del sol, en cuyo centro surgía una
estaca, a la cual se encontraba atada la pierna de un guerrero
enemigo. Éste nada más que vestía un modesto taparrabos,
mientras sujetaba un escudo con la mano derecha y empuñaba
una espada con la izquierda. Sin embargo, el arma era
completamente inofensiva, al habérsele quitado la afilada
obsidiana, para convertirla en un simple palo.
El prisionero «fijo» a la rueda había sido un celebrado jefe de
los tlaxcaltecas, que eran los enemigos tradicionales de los aztecas. A
pesar de sus condiciones se hallaba dispuesto a pelear, como
demostró al intentar golpear al Caballero Jaguar que se le aproximaba
por atrás; pero sólo encontró el aire frente al gran saltó de quien
pretendía ser su verdugo. Siguió luchando desesperadamente;
mientras, paraba los ataques de sus dos temibles rivales.
Súbitamente, el primer relámpago de muerte le llegó a través
de la espada cubierta de cuchillos de obsidiana, que podían cercenar
un brazo o una cabeza de un solo tajo, manejada por el Caballero
Águila. Ya no pudo escuchar nada más, porque había muerto; al
mismo tiempo, atronaban el aire los gritos de todos los espectadores
que habían apostado por el Caballero Águila como el que abatiría
mortalmente al prisionero...
90
Este juego formaba parte de los sacrificios humanos, luego
estaba dedicado a los dioses. Un héroe había muerto para que
lloviese, el maíz creciese con mayor abundancia que nunca o las
mujeres dieran a luz unos hijos más fuertes. Cruel intercambio,
según nuestra interpretación actual, pero que no era más violento
que llevar a la hoguera, ante el pueblo, a un hereje por el simple
hecho de no creer en el cristianismo.
La caza
91
convertían en el objetivo de los cazadores. Don Alvaro
Tezozómoc contó en su libro «Crónica mexicana» lo siguiente:
92
una plataforma circular, de la que pendían unas largas
cuerdas que terminaban en unos lazos. Sobre esta plataforma se
encontraba un músico, que marcaba el ritmo de todas las
acciones.
Figura 17. El jugo de “los pájaros voladores” sólo podía ser realizado por
jóvenes muy fuertes que ignorasen el vértigo.
93
Varios jóvenes vestidos como los dioses de las aves, todos
los cuales ignoraban el vértigo, trepaban hasta la plataforma, se
sujetaban un pie a uno de los lazos y se lanzaban al vacío. A
medida que caían las cuerdas se iban desenrollando, con lo que
provocaban el giro de la plataforma. Esto simulaba el vuelo
invertido de los participantes, los cuales se iban aproximando al
suelo, que nunca tocarían; mientras, estaban obligados a
moverse para desplazar su centro de equilibrio y, a la vez,
poder ajustar sus alas, con lo que ofrecían el aspecto de unos
pájaros planeando para no caerse. Todo esto se acompañaba al son
de la flauta y el tambor, que tocaba el ágil músico subido en la
zona más alta del poste.
Esta sencilla aplicación del fenómeno físico del
deslizamiento constituía un juego lleno de colorido y
hermosura, como se puede ver en la actualidad en muchos
lugares de México. El Poste Volador más antiguo se
encontraba en Tenochtitlán, precisamente en el lugar donde hoy
se alza el edificio de la Corte Suprema.
94
Capítulo VIII
96
De acuerdo con esta referencia que acabamos de elegir, el
nombre de «Hierba», al desarrollarse en su forma regular,
tendría que coincidir con el numero 8 del periodo siguiente. Lo
mismo sucedería con la «Hierba», ya que en su desarrollo
normal coincidiría también con el número 8, pero del periodo
siguiente, al que seguirían los días 9-Caña, 10-Ocelote, etc.,
hasta llegar al 13-Movimiento.
Cuadro I
Sucesión de los nombres de los días, de los números y de
las semanas:
97
Toda la secuencia anterior sucedía una y otra vez dentro del
ciclo solar continuo de 52 años o 18.980 días, de tal manera que
un día nunca podría ser confundido con ningún otro, gracias a
que el nombre del día y su número asociado impedían la
repetición dentro de los 52 años. Esto se puede apreciar en el
Cuadro I.
Al mismo tiempo, cada año era denominado en función del
día en que daba comienzo. Esto suponía que un año llamado 1 -
Caña sucedería cada 52 años.
98
sobre la misma. El hecho de que se pudiera doblar a la manera de
un biombo facilitaba su manejo.
El dios de la semana se representaba en las páginas de una
forma muy destacada. Se le acompañaba con otras divinidades
inferiores y con objetos que tuvieran relación con el culto,
como espinas, altares, incensarios y algo similar. Todo lo
anterior servía de apoyo a unos rectángulos, dentro de los
cuales se incluían los trece nombres y números de los días, las
divinidades asociadas con los mismos y, en casos excepcionales,
las aves en las que éstas se transformaban.
Como sucede en todas las religiones, la complejidad que
presentaba la interpretación de los calendarios obligaba a que
sólo pudieran ser utilizados por los sacerdotes-astrólogos.
Hemos de reconocer que si actualmente pueden ser interpretados
se debe a que los frailes españoles, junto a otros tenaces maestros
de la misma nacionalidad, contaron con unos informadores,
algunos de los cuales debieron ser sacerdotes aztecas, que se lo
explicaron con la suficiente claridad.
99
¿Pudieron sentirse fascinados por el hecho de que sus dos
calendarios se fundieran, en los diferentes cálculos que debían
realizar para establecer los 52 años, tan unidos con la actividad de
la Naturaleza? Nadie ha podido responder a todas estas preguntas.
Cuadro II
100
E1 tiempo era algo emocional
101
como era determinado en un preciso calendario. Los sacrificios
necesitaban ser calculados de una forma correcta, para que
beneficiaran al dios particular al que estaban apelando. Todo el
intelecto desarrollado por los aztecas era volcado en esta
empresa: cómo llegar a ganarse al dios apropiado en el momento
preciso. Así que los sacrificios no deben ser vistos como una
simple carnicería. Suponían un proceso ritualizado muy bien
concebido, con un solo objetivo a la vista: preservar la existencia
humana de los que seguían vivos.
Debido a que los aztecas parecían estar amenazados
únicamente al final de cada ciclo de 52 años, cuando los
sacerdotes anunciaban la llegada del último día del año, se
sabía que llegaban los temidos nemontemi («días
nefastos»). Los fuegos eran apagados, el ayuno se
generalizaba, las relaciones sexuales se interrumpían; los
artistas abandonaban sus obras por elevada que sintieran la
inspiración; los negocios quedaban aplazados. Lo mismo
sucede en el Tirol austríaco cuando sopla el Fohn, el viento
cálido del sur, ya que todas las actividades más importantes
quedan interrumpidas. En estos días, ninguna transacción es
legalizada.
Al amanecer del quinto día, en el momento que los
sacerdotes-astrónomos consultaban sus libros-calendario,
observaban las pléyades levantándose en el firmamento y sabían
que el mundo no se acabaría. Entonces tendían la mano, hallaban
una víctima para el sacrificio, le abrían el pecho, le arrancaban
el corazón y en la herida sangrante encendían un nuevo fuego. De
la misma manera se alimentaban todos los fuegos de los templos;
y de cada uno de ellos los habitantes de la totalidad de México-
Tenochtitlán recibían el nuevo fuego para el año nuevo. Porque
cualquier esfuerzo, hasta los más dramáticos, se consideraban
buenos si servían para que el pueblo progresara...
102
del número preciso de puntos, a pesar de que en las matemáticas
mixtecas se simplificaba el proceso recurriendo a las barras
para representar series de cinco. Los aztecas se servían de una
bandera para indicar 20, que iban repitiendo hasta llegar al 400.
También utilizaban la figura de un abeto (puede entenderse como
«tan numerosos como los cabellos») para representar 400 (20 x
20). Cuando pretendían indicar 8.000 (20 x 20 x 20) recurrían a
un costal, que venía a significar «resulta tan incalculable como
los granos de cacao que caben en el mismo».
En un manuscrito encontrado después de la llegada de los
conquistadores españoles, se puede ver cómo resolvían los
aztecas el tema de las fracciones. Para ello se limitaban a
oscurecer segmentos de la cuarta parte, la mitad o las tres
cuartas partes de un disco. De una forma similar se
representaba el cinco (también los múltiplos del mismo), pero
coloreando unos espacios definidos de la bandera del signo
veinte, y los centenares añadiendo líneas uniformes al
símbolo de cuatrocientos.
Atados al Horóscopo
103
Figura 19. Números aztecas y sistema de numeración.
a) 1, un punto o un dedo; b) 20, una bandera; c) 400, el signo del cabello; d)
8.000, un costal; e) 10, máscara de gemas; f) 20, bolsa de cochinilla usada
para el tinte; g) 100, bolsa de cacao; h) 400, bolsa de algodón; i) 400, jarra
de miel; j) 800, haces de hojas de copal; k) 20, cesta que guardan cada una
1.600 gramos de cacao; y l) 402, manta de algodón.
104
de que obtendrían grandes beneficios. Aquellos que habían nacido
en la trecena primera de Ocelote pasaban la vida entregados a la
penitencia, porque se les había anunciado que morirían luego de
ser hechos prisioneros de guerra.
Quienes venían al mundo con el signo 2 Conejo acabarían
siendo unos borrachos, pero si lo habían hecho en el 4 Perro
obtendrían la fortuna material aunque no lo quisieran. El signo
1 Cabeza de muerto favorecía a los servidores y a los esclavos, el
signo 4 Viento a los hechiceros y a quienes practicaban la magia
negra, el 1 Casa a los médicos y a las parteras. El día 4
Movimiento era el adecuado para que los jefes dieran muerte a
las aves más hermosas en honor del Sol; y en el día 1 Caña se
ponían flores, incienso y tabaco en los altares de Quetzalcóatl.
105
«¡Calla, maldito bellaco!», grito el viejo rico. «¡Es de mal agüero
que poseas, de repente, voz humana!» Nada más callarse, cogió
un cuchillo de obsidiana y cortó al ave la cabeza. Súbitamente,
en una de las paredes del jardín comenzó a moverse una
máscara de bailarín y, después, se puso a hablar. Esto asustó
tanto al anciano de Tlatelolco que corrió muy excitado a
palacio, donde consultó al rey Moquihuixtli. Le contó todo
lo sucedido y, luego, escuchó esta queja del monarca: «¿Acaso
estabas borracho cuando te habló tu sabio perro, Don viejo?»
Poco más tarde, en el momento que éste bajaba por las grandes
escalinatas, muy arrepentido de su gran error que pudo haber
salvado muchas vidas, cayó muerto bajo las espadas de los
guerreros de Moquihuixtli.
106
El ave que predijo la conquista
107
sobre la tierra estaba determinada en todas sus fases. Le
agobiaba el peso de los dioses y le encadenaba la omnipotencia
de los signos astrológicos. El mundo mismo donde él libraba por
poco tiempo su combate sólo suponía una forma efímera, un
ensayo más que seguía a otros anteriores, precario como ellos y
consagrado al desastre. Lo horrible y lo monstruoso lo
asediaban, y los fantasmas y los prodigios le anunciaban la
desgracia...
Resulta curioso que debamos seguir diciendo que los
aztecas no eran fatalistas, porque estaban convencidos de que la
muerte suponía un salto al más allá, como abrir una puerta,
donde le esperaba un mundo mejor. Pero sí se hallaban cargados
de pesimismo, debido a que les importaba mucho lo que estaban
haciendo en esta vida, sobre la tierra y en bien de los suyos.
108
Capítulo IX
RELIGIÓN Y MEDICINA
109
libros, y andaban listos para amansar a todos aquellos que
pudieran causarles daño. El doctor Alfonso Caso es muy
rotundo en esta cuestión: La magia y la ciencia son similares:
ambas constituyen unas técnicas que persiguen el control del
mundo, y las dos consideran que lo mágico o lo natural
representan eslabones necesarios para encadenar los fenómenos.
El comentario anterior pertenece a un esotérico, el cual
acepta lo misterioso y lo tangible como unos poderes manejables
por el hombre, sin que importe si para conseguirlo se recurre a la
religión o al poder de la mente para transformar las cosas, como la
piedra que podía ser convertida en una espada al incorporarle los
cuchillos de obsidiana.
110
porque correspondía a Tláloc, el Dios de la lluvia, y a Mixcóatl, la
Serpiente Emplumada, los que brindaban la abundancia; el Sur, al
azul maligno, a pesar de que sus dioses fueran Xipe, el Desollado,
y Macuilxóchitl, Cinco Flor, porque los sacerdotes se fijaban más
en los desiertos de los que su pueblo provenía; el Oeste, al blanco
de los mejores augurios, al verse unidos al planeta Venus, la
Estrella de la Tarde, y a Quetzalcóatl, el Dios de la Sabiduría; y el
Norte, al negro de la tristeza, debido a que provenía de
Mictlántecuhtil, el Señor de los Muertos.
Cada planta que el azteca cultivaba contaba con su dios, lo
mismo que los oficios y las artes. Hasta los suicidas disponían de su
propia divinidad, que era Yacatecuhtli. Ante la inmensa
proliferación de dioses, sólo los sacerdotes podían dar respuestas,
luego de consultar los libros sagrados. Debido a que nadie
realizaba algo sin afectar a otra persona, modificar lo que antes
presentaba una forma distinta o hacer sombra a algo vivo, se
consideraba imprescindible comprobar los dioses que intervenían
en estos procesos, para conocer el comportamiento a seguir.
Con el paso del tiempo los dioses de los aztecas se hicieron
guerreros de dos bandos opuestos, con lo que dieron forma a una
especie de mitología. Libraban apocalípticos combates, que el
pueblo veía como la batalla eterna que libran las luces y las
sombras, la noche y el día, el bien y el mal. Sin embargo, las
divinidades no perseguían la victoria para su propio beneficio, ya
que su objetivo principal era mejorar el alma humana. Astuta
maniobra de los sacerdotes para seguir aproximando la religión a las
gentes más sencillas: magnificaban lo que cada uno era capaz de
realizar, sobre todo al ir en busca de prisioneros, porque así se
continuaba alimentando el temor y, al mismo tiempo, la esperanza.
111
El primer periodo, llamado Cuatro Océlotl se hallaba regido
por Tezcatilpoca, el cual al final se transformó en Sol, al mismo
tiempo que manadas de jaguares de encargaban de devorar a los
seres humanos y, además, a los gigantes que en aquellas edades
ocupaban las zonas más fértiles de la tierra. En el segundo
periodo, el gobierno de la Naturaleza recayó en Quetzalcóatl, al
que se denominaba Cuatro Vientos, debido a que mandaba
sobre los huracanes que asolaron el mundo y convirtieron a los
hombres en monos. En el tercer periodo, Tláloc engendró el
mundo luego de provocar una lluvia de fuego. El cuarto
periodo correspondió a Chalchiuhtlicue, «Nuestra Señora de la
Falda de Turquesa», la cual se encargó de que se produjera una
inundación que transformó a los seres humanos en peces. Y en el
quinto y actual periodo aparecía Tonatiuh, el Dios Sol, el de los
Cuatro Terremotos.
Otra concepción del mundo lo presentaba vertical,
formando una especie de compartimentos, en los que se
encontraban los paraísos y los infiernos, los cuales eran vistos
como mundos superiores e inferiores, pero sin concederles
ninguna valoración moral. Los paraísos podían llegar hasta
trece, y en ellos moraban los dioses de acuerdo a sus jerarquías.
Precisamente en el correspondiente a Tláloc eran recibidos los
seres humanos que morían ahogados o por cualquier causa
relacionada con las aguas, como podía ser el rayo producido
por una tormenta. Algunas castas sacerdotales contaban que los
paraísos se dividían en orientales y occidentales: en el primero
eran acogidos los bravos guerreros, con el fin de que su valor
nutriera al Sol; mientras que en el segundo se recibía a las
mujeres que fallecían durante el parto, al haber sacrificado
sus vidas por entregar al pueblo azteca a un futuro guerrero.
El mundo inferior
112
tenebroso duraba unos cuatro días, el difunto debía recorrer
ocho montañas agitadas por los terremotos y los volcanes,
luego de las mismas no cesaban de desprenderse miles de
grandes rocas y varios ríos de lava que fundían todo lo que
encontraban en su recorrido. En los pocos espacios que se
hallaban libres de estos cataclismos, que eran ocho
desiertos, había millares de serpientes y caimanes gigantescos,
cuyo alimento preferido consistía en las almas de los humanos.
Estos desiertos infernales se hallaban cubiertos de nieve,
sobre la cual soplaba un viento helado que hería como si arrastrara
afilados cuchillos de obsidiana. Si el muerto no había sido vencido
por los anteriores peligros, llegaba a las orillas de un río
caudaloso, donde le esperaba un descomunal perro rojizo, sobre
cuyo lomo debía sentarse ya que le serviría de embarcación.
Pero no cesaban los peligros, dado que el animal tenía que ser
bien dirigido entre las violentas corrientes, frente a los riscos que
aparecían en todo momento y el huracán que no dejaba de soplar.
La superación de tanto peligro, una epopeya, concedía al
viajero el honor de poder entregar todos los regalos, ésos que
había podido conservar en los cuatro días de sufrido avance, al
Señor de los Muertos, el cual le mandaba a una de las nueve
distintas zonas de reposo. Existían otras versiones de este mito,
que descubrían el momento final como una simple etapa, pues el
difunto permanecía cuatro años en nueve infiernos, como única
manera de ganarse el derecho de llegar al Mictlan, el Paraíso
Supremo.
Como podemos ver, la mitología del azteca ofrecía la
misma complejidad de las grandes civilizaciones, como la
griega o la egipcia. Luego ha de llevarnos a la conclusión de que
fue creada por unos seres muy inteligentes, que conocían
todos los recursos para atrapar las voluntades y las conciencias
de un pueblo durante siglos, hasta el punto, lo que no ha
conseguido ninguna otra religión en el mundo, de convertir a
todos sus miembros en permanentes cazadores de prisioneros, a
los que poder sacrificar en honor de los dioses.
113
¿Cómo se pudo ejercer este embrujo sobre millones de
seres humanos, hasta el punto de que no existan evidencias de
que los mismos aztecas se rebelaran? Jamás ha conocido la
Historia un destino más cruel y tiránico, de acuerdo con
nuestro concepto actual de los derechos humanos. Ni siquiera la
Secta de los Asesinos, que en el Oriente Medio de los siglos
XII y XIII rivalizaron con los Templarios, o los jíbaros llegaron
a tanto.
El Mago Colibrí
114
al guerrero más joven y victorioso, capacitado para librar toda
clase de batallas sin conocer la derrota, el que más se empeñaba
en facilitar la supervivencia de la raza humana de los aztecas.
Se contaba que el Mago Colibrí no dormía, a pesar de que
sus grandes luchas las libraba en el cielo contra la Luna y las
estrellas, porque necesitaba la luz de todos para reforzar los
suyos propios, que al amanecer enviaría a la tierra para que
germinase el maíz y los hombres incrementasen sus fuerzas. Tanto
bien brindada a su pueblo que se merecía los mayores sacrificios.
Otros dioses se hubieran conformado con tortitas de maíz o
unas jarras de pulque, Huitzilopochtli nunca, porque necesitaba
lo más valioso del hombre, lo que le mantenía vivo: la sangre.
115
En los templos se encontraban quienes controlaban la vida
intelectual y material de pueblo azteca. Sobre lo más alto de las
escalinatas, junto a las aras de las inmolaciones, se alzaba
poderosa la voz del supremo de los sacerdotes, al que los
conquistadores dieron el nombre de «rey». Suya era la última
voluntad, casi como la de un dictador.
116
comunicarse con las potencias invisibles, narraban los
acontecimientos del pasado para que el pueblo no los olvidase y
eran los primeros en caminar a los campos de batalla. Esta
teocracia dominaba la existencia de los aztecas.
Como nos dice Vaillant: Los dioses gobernaban a este
pueblo, pero eran los sacerdotes quienes interpretaban las
órdenes divinas y a las gentes sólo les quedaba la opción de
obedecer.
Figura 21. Guerreros aztecas implorando a los dioses antes del comienzo de una
batalla.
117
A estos cuatro les seguía en la escala del poder religioso un
quinto, llamado el Mexícatl-Teohuatzin, el cual vigilaba todas las
cuestiones religiosas de la ciudad y de los demás pueblos, sobre
todo de los que acababan de ser conquistados. De este mismo
dependían los dos sacerdotes que enseñaban en las escuelas de
los templos a los guerreros y a los sacerdotes menores. También
se encargaban de los ritos dedicados a la elaboración del gran
pulque.
Por debajo de los anteriores se encontraban los religiosos
que estaban dedicados a un solo dios o diosa, todos los cuales
debían vestir en las ceremonias las mismas ropas que se atribuían
a la divinidad que ellos representaban. En la zona más baja de
esta jerarquía se encontraban los aspirantes a sacerdotes o
sacerdotisas. Muchos de estos últimos ya habían conseguido la
autorización para ejercer como magos y hechiceros, pero en un
sentido menor.
Estamos describiendo la actividad religiosa en un plano
oficial. Si nos adentramos en el terreno humano, la cuestión
adquiere las complicaciones propias de quienes alimentan
ambiciones, como la de amasar riquezas, o el deseo de traicionar
las normas establecidas. De ahí que en secreto algunos de estos
sacerdotes, hasta los de más alto rango, cumplieran las tareas
de brujos, sobre todo a la hora de practicar hechizos
prohibidos o recurrir a medicinas exclusivas de los reyes o de
los personajes más importantes. Nos estamos refiriendo a la
práctica clandestina de curaciones o de actos de adivinación.
118
La principal cualidad de los ticitl, los sacerdotes-médicos,
es que conocían el arte de la sugestión, con lo que de
antemano lograban que los pacientes estuvieran convencidos de
que iban a sanar. En la actualidad, se sabe que esto casi supone
el cincuenta por ciento de cualquier terapia positiva. También
contaba mucho la prevención de las enfermedades, a través de
amuletos, fetiches, brazaletes, anillos e infinidad de colgantes.
Se predicaba que cualquier mal físico o mental, de los
muchos que afectaban a los seres humanos, era provocado por las
energías invisibles, por lo tanto se las debía atacar directamente
con conjuros, invocaciones y rezos. Esto supone que existía una
relación muy importante entre la religión y la medicina mágica.
119
Cuando Tláloc, el Dios de las Lluvias, se enojaba podía
extender enfermedades tan graves como la lepra, las ulceras en
cualquier parte del cuerpo, hasta en los pies (el peor de los
daños para quienes organizaban su vida alrededor de la facilidad
para caminar) y los tumores. Se decía que quienes caían en el
incesto terminarían por sufrir el tlazolmiquiztli, que era la «muerte
de amor». El remedio ideal para sanar de este mal consistía en
invocar la protección de Tlazot-teteo, el Genio del Deseo, y
darse una serie de baños de vapor.
Si el origen de la enfermedad no podía encontrarse, luego
de «haber extraído la roca» por medio de los masajes, el
sacerdote-médico suministraba al paciente el oloiuhqui. Éste era
un narcótico de la familia de la belladona, mediante el cual se
conseguía dormir al paciente, pero dejándole tan sometido
mentalmente que, al ser preguntado con habilidad, llegaba a
descubrir cómo había sufrido el mal luego de contar lo realizado
en los últimos días. Actualmente, algunos médicos utilizan la
hipnosis para obtener resultados parecidos.
En el momento que el sacerdote-médico disponía de esa
información, utilizaba algunas de las plantas medicinales o los
productos conseguidos de las mismas. Lógicamente, muchas de
ellas eran eficaces, mientras que otras hemos de considerarlas
simples «placebos» (algo que se sabe ineficaz, pero que el
enfermo toma convencido de que puede ser curado), y existían
otras que no servían para nada. Lo mismo ocurre con la
farmacopea de hoy en día.
120
escribió en 1552. El jesuita José de Acosta, que viajó por
México trece años más tarde, pudo comentar:
121
cinco fechas, a la vez que se lavaba el forúnculo con su propia
orina. La caída del cabello se detenía por medio de una
composición de orines de perro o de venado y una planta
llamada xiuhamolli.
Cuando en medio de una batalla a un guerrero le causaban
una gran herida en la cabeza, William Gates ha dejado escrito que
los médicos aztecas la cubrían con el barro que rodeaba unas
plantas que sólo crecían bajo el rocío del verano, junto con
piedras verdes, cristal, el tlaca-huatzin y con arena agusanada,
que previamente se había frotado con la sangre de un verdugón y
molida con una clara de huevo. De no poder contar con sangre,
podía ser sustituida con ranas quemadas.
122
hablando de una medicina creada por farsantes para ser
administrada a unos estúpidos.
Cuando los dientes se veían afectados por la inflamación
de las encías y el dolor, lo primero que se hacía era perforar el
diente y, acto seguido, se aplicaba una cataplasma de tenochtli y
almidón. Los tumores eran sajados con un cuchillo de obsidiana
y, luego, sobre la herida se colocaban las hojas trituradas de una
planta desinfectante. Una lesión en las manos se curaba
introduciéndola en una solución de agua caliente y hojas
machacadas de un poderoso astringente; luego, el herido debía
meter la mano en el interior de un hormiguero, y esperar sin
ninguna prisa a que fuera mordida por las hormigas. Todas las
dolencias causadas por la afición a la bebida, como los dolores
cardiacos o los de costado, se sanaban con distintas hierbas.
123
craneales, como en Perú. Sin embargo, esta evidencia negativa no
debe considerarse decisiva, ya que disponemos de pocos
esqueletos de esta gente. Pero no se pone en duda de que la
medicina herbolaria de los aztecas era muy avanzada.
Ciertamente, un pueblo que podía ofrecer un remedio para aliviar
«la fatiga de los que gobernaban y desempeñaban cargos
públicos«, debió tener una vasta farmacopea o un buen sentido del
humor.
Y, sin embargo, llegaba un tiempo, como sucede con todo,
en que las medicinas no eran de utilidad. Desde el momento de
la concepción de un niño, en el clan y en la tribu, todos hacían
lo posible por ayudarle a vivir; su madre debía ser desflorada
por otros que no serían el padre del hijo que pudiese concebir,
ya que así se impedía que el mal, que se hallaba en todas
partes, no hiciera daño a la nerviosa madre; al nacer el
niño, un sacerdote había sido llamado para consultar los
augurios y estar seguros de que le fuera impuesto el nombre en
un día afortunado; desde el nacimiento hasta la enfermedad
fatal, nunca le abandonaría el temor a las «cosas» que se
movían a través del mundo super-sensorial. Lo que uno hacía o
dejaba de hacer, era nada más que un intento para navegar con
éxito entre Scila y Caribdis en este incierto mar de la vida.
Cuando se aproximaba el fin, el hombre agonizante debía
sentir que no se hizo lo suficiente para que le hubieran
ayudado los poderes invisibles, que tal vez, a lo largo del
camino, una cuestión importante se llegó a olvidar, que se
produjo en cierto momento el error que le iba a llevar a la
muerte...
En el instante que todo había fallado, el agonizante
comprendía que su inteligencia le había sido insuficiente para
detener el fatal desenlace. No temía a la muerte, ¡pero le
quedaba tanto por hacer en esta vida!
El Herbario de los aztecas todavía puede sorprendernos en
estos casos límites: El médico sabía por los ojos y la nariz si el
paciente iba a fallecer o curar... Una señal de muerte aparecía
con un breve resplandor en medio de los ojos o si éstos se
quedaban sin vista, muy oscuros... También si la nariz se afilaba
repentinamente o si se producía un desacostumbrado rechinar de
dientes... Otro signo era el balbuceo de palabras sin significado
124
casi como hablan los papagayos... Había llegado el momento
de ungir el pecho del enfermo con madera de pino macerada
en agua..., o punzarle la piel con un hueso de lobo, de águila o
de un puma... o colgarle en los ollares el corazón de un
cernícalo, envuelto en una piel de venado... Si nada de esto daba
resultado, ya no había ninguna duda de que el desenlace fatal
se hallaba muy próximo, y sería irremediable...
Ha llegado el momento de ir acumulando detalles, que nos
aproximarán a una realidad indiscutible; la similitud de muchos de
los comportamientos de los aztecas con los seguidos por los
conquistadores españoles en su país natal, lo que va a permitirnos
comprender mejor el enigma de cómo pudo desaparecer una
civilización tan poderosa. Sólo tenemos que imaginar al médico
cristiano aplicando sanguijuelas, cataplasmas, pomadas y, al
mismo tiempo, observando al moribundo, para hallar una de las
grandes similitudes.
125
De lo que sí ha quedado testimonio es que Francisco
Hernández llegó a reunir más de 1.200 plantas, los resultados de
muchas de las cuales pudo comprobar personalmente. También lo
hicieron otros médicos, gracias a que muchas hojas del
manuscrito pudieron ser copiadas en México y en Italia, donde se
publicaron.
Fray Bernardino de Sahagún dedicó un apartado de su gran
obra a las plantas medicinales aztecas. Ahora sabemos, gracias a
las modernas investigaciones, que un número considerable de los
componentes de la «botica azteca» eran bastante efectivos,
especialmente en el terreno de los diuréticos, sedantes,
antitérmicos, purgantes, eméticos, etc.
Soustelle nos dice que el «bálsamo de Perú, la raíz de la
Japala, la zarzaparrilla, el iztacpatril (Psoralea pentaphylla L.),
era empleada con éxito contra la fiebre; el chichiquahuitl
(Garrya laurifolia Hartw), resultaba muy eficaz contra la disen-
tería; el itzacoannepilli actuaba como un diurético; el
niztamalazochitl (Commelina pallida) detenía las hemorragias.
Pero de todos modos queda mucho por hacer en la tarea de
comprobar las virtudes curativas de innumerables especies que
aparecen mencionadas en los textos; queda ahí un campo abierto
a las investigaciones...
Ya vemos que el azteca contaba con unos excelentes
médicos, todos ellos sacerdotes, lo que supone que, al menos en
este terreno, recibía una justa compensación a lo mucho que él
aportaba a su pueblo.
126
Capítulo X
127
La confesión azteca cumplía una función de descarga o de
neutralización, debido a que el hecho de contar a alguien en
privado los males que se habían podido cometer eliminaba una
parte del mal que se iba a propagar con la muerte y, sobre todo,
borraba las impurezas de la vida. Además, permitía que se
«viajara al otro mundo sin el peso de la culpa, lo que facilitaría el
recorrido por los senderos misteriosos».
128
una máscara de piedra esculpida o de mosaico. También se
añadían unos canciones funerarias, las micacuicatl, que era como
si el que se «había ido» estuviera hablando a todos los que iba a
dejar detrás de él:
129
mientras escapaban, por haber cargado con tantas que les
dificultaban los movimientos; sin embargo, no las soltarían por
propia voluntad sino al ser muertos.
130
sepultura. Ya sabemos que el sobrante del «material prodigioso»
se entregaba siempre al exigente Señor de los Muertos.
En este momento, sin importarnos pecar de irreverentes,
hemos de considerar un hecho incuestionable: ninguna
civilización ha sido capaz de demostrar científicamente lo que
sucede en el «otro mundo», luego de la muerte. Como todos
nosotros somos seres inteligentes, muy pocos aceptamos la idea
de que en ese momento dejamos de «ser en el más absoluto
sentido de la palabra», es decir, «no hay nada más». Es lo que
creemos que sucede con los animales y a las plantas.
Como somos más los que pensamos en que «debe existir
algo», nos conforta suponer que hay otra existencia, donde
puede ocurrir lo que sea, por muy duro que pueda resultar, ya que
nos asegura la inmortalidad. Sin embargo, es normal que nadie
quiera terminar en ese infierno novelesco, brotado de la sádica
mente de los medievalistas cristianos.
Los aztecas cuando se enfrentaban a la idea de la muerte
adoptaban la posición similar a la de «no creemos, ¡tememos!» Lo
ponían de manifiesto con los ochenta días de luto, porque en este
periodo de tiempo debían permanecer cerca de la sepultura.
Una parte de la imposición no pesaba sobre toda la familia, en lo
que se refiere a la exigencia de que en la sepultura no faltaran
alimentos, bebidas y sortilegios de protección. Los mismos que
«aliviarían el paseo por los infiernos de quien se había ido».
Dado que el muerto volvería a encontrarse cerca de ellos,
en su condición de criatura invisible, era preciso no disgustarle.
Por eso sus más allegados se sometían a diferentes grados de
abstinencia, en lo que se refiere a la hora de sentarse ante la mesa
y en las relaciones sexuales. También se infligían penitencias, que
podían ir desde los cortes en el pecho o en las piernas hasta
clavarse espinas de maguey en la lengua y en las orejas. Lo que
importaba era que brotase la sangre en abundancia.
Todos sabían que de no cumplir con estos preceptos, el
hogar sufriría grandes calamidades, ya que el poder del muerto al
volver de su viaje por el otro mundo sería terrible. Tanto que no
sólo afectaría a la familia, sino que llegaría a todo el clan.
131
Luego los miembros del mismo, que podían sumar más de
un centenar, se cuidaban de que fuesen respetadas las normas
sagradas.
Pero el luto de ochenta días no terminaba nunca, ya que
había que repetirlo cada cuatro años. Esta cadena debía ser muy
pesada, en especial para las familias numerosas, si tenemos en
cuenta que la media de edad de los aztecas no llegaba a los
veintiocho años. Seguro que en algunos hogares se mantenía un
luto casi permanente.
Creemos que luego de todo lo expuesto, resulta más
sencillo comprender esa afirmación de que el hecho de la muerte
de un hombre era más asunto de sus supervivientes que suyo
propio.
De esta manera funcionaba, desde el momento de su
nacimiento hasta la muerte, la existencia de los aztecas. Cierto que
resultaba más grata a medida que se ocupaban posiciones altas en
la escala social. Lo peor se reservaba para las clases más
humildes, a la vez que la presión se iba aliviando para los jefes de
los clanes, los representantes de éstos en el consejo tribal (tecuh-
tli), los sacerdotes, el grupo de funcionarios selectos y, por
encima de todos, el jefe supremo, el Uei Tlatoami, con categoría
de sumo sacerdote y «general» de los ejércitos, cuya máxima
representación hemos de verla en el mismo Moctezuma
Xocoyotzin, el último «rey» del imperio azteca.
132
Capítulo XI
133
que no dedican algo a nuestra madre y a nuestro padre...» Y fue la
oportunidad de que se hicieran guerra...
Así nació el mito que encadenó al azteca con la guerra, para
obtener sacrificios humanos que, además de calmar la ira de los
dioses, les sirvieran de eternos protectores.
Por otra parte, el hecho de que el azteca tuviera la condición
de guerrero-agricultor, nos permite saber que formaba parte de
una milicia, de la que sólo quedaban excluidos los enfermos y
algunos sacerdotes, lo mismo que las mujeres. Aunque el papel de
éstas en cualquier contienda pasaba a ser el de alentadoras o lo
que en Europa se llamaba «el descanso del guerrero», al brindar
el placer carnal luego de las peleas más cruentas, nunca en los
momentos de paz o en las vísperas de un batalla.
La personalidad bélica del azteca ha sido comparada con la
del espartano, lo que no nos parece una exageración. Como vivía en
una tierra hostil, donde le acechaban las enfermedades, la sequía
y los cataclismos, en forma de volcanes, terremotos y huracanes,
estaba convencido de que debía ir a la guerra para contar con el
favor de los dioses. Esto le transformaba en un ser capaz de
someterse a los mayores sacrificios, sin protestar y manteniendo una
disciplina que podía llevarle a la muerte sin dar un paso atrás. No
obstante, se hallaba cargado de supersticiones, lo que representó
una carga fatal, como podremos explicar en su momento.
Según Víctor W. von Hagen la guerra era la esencia de la
política azteca, lo mismo que para todos nosotros, los vivientes. La
política representa la forma en que se mantiene un ser fluido y
el carácter de la guerra, y el de la política es con mucho el
mismo: las tácticas, estratagemas, fuerzas materiales aplicadas
en el momento de la verdad, son idénticas en ambas. Ha de verse
como el crecimiento de la vida de uno, a expensas de lo que ha
poseído el otro.
La guerra, como una rama de la política, empezaba con el
consejo. Embajadores, llamados quauhaquauh nochtzin, eran
enviados al villorrio o tribu bajo presión para unirse al «reino
conjunto» de los aztecas; se ofrecían comercio y protección en los
caminos. En todo esto primaba la exigencia de que el dios
nacional del imperio guerrero, Huitzilopochtli, fuese colocado
junto a la divinidad local. Se le permitía al derrotado que
conservara sus propias ropas, costumbres y caciques; sin embargo
134
nunca dejaría de pagar tributos cada seis meses. Las
negociaciones resultaban muy largas y complicadas, a pesar de
que al enemigo se le concediera un mes del calendario lunar
para capitular. Luego debería entregar cientos de prisioneros...
El Señor de la Guerra
135
Sabedores de que su pérdida significaba la más cruel derrota.
En el momento de comenzar la batalla, los Caballeros
Águila y los Caballeros Jaguar marchaban en cabeza. Detrás iban
los guerreros comunes, que en muchos casos resultaban más
eficaces que los anteriores, al no deber respetar ciertos rituales y
estarles permitido recurrir a todo tipo de armas, hasta al uso de las
piedras, la arena y el fuego.
Éstos últimos llevaban escudos de madera con la divisa de
su clan. Sin embargo, sus armas resultaban muy primitivas,
aunque lo bastante eficaces para luchar contra los enemigos de su
entorno, nunca contra otros rivales... como los españoles. Sus
armaduras eran de algodón y les llegaban hasta las rodillas, lo que
les permitía moverse con soltura hasta en las acciones más
violentas.
El arma principal para la lucha cuerpo a cuerpo era el
maquahuitl, que consistía en algo parecido a una espada corta de
madera dura, a la que en los bordes se le habían colocado unos
cuchillos muy afilados de obsidiana, con los que se podía
decapitar al enemigo con un solo tajo. También se llevaba un arco
o tlauitolli, mediante el cual se disparaban flechas provistas de
una punta de obsidiana. Los aztecas pocas veces fallaban el
blanco cuando los utilizaban, lo que pudo comprobar Bernal
Díaz en sus propias carnes. La misma eficacia mostraban al
utilizar las jabalinas o mitl, que lanzaban sirviéndose de un arco
más grande. Con las mismas llegaron a herir, muchos años
después, a sesenta españoles en el primer ataque.
136
Si recordamos las grandes batallas libradas en medio
mundo, podremos saber que muchas de ellas se decidieron luego
de unos interminables asedios. Al mismo tiempo, en México los
dos bandos portaban un armamento parecido. Lo que
diferenciaba a los aztecas de todos los demás era su astucia, su
habilidad y la fama que tenían de ser los más grandes
estrategas. Esto significaba que podían atacar cuando menos lo
esperaba el enemigo o realizar falsas huidas de una parte de su
tropa, mientras el grueso del ejército se hallaba escondido, o para
aparecer en el momento que podían embolsar a los confiados
rivales
Algunas veces los guerreros aztecas cavaban por la noche
zanjas, que cubrían con ramas, paja y tierra, para dejar el suelo
como si nunca se hubiera trabajado en el mismo. Antes se
habían ocultado en las zanjas un montón de bien armados
guerreros. Todos éstos salían en el momento que el enemigo,
engañado por las trampas, había quedado a su merced. Gracias a
esta estratagema el emperador Axayácatl venció en la batalla de
Cuapanoayan, lo que le permitió conquistar el valle de Toluca.
.
Otras operaciones dejaron claro que los aztecas poseían
ingenio militar. Por ejemplo, en 1511 pudieron tomar la aldea
de Ictapetec, que se hallaba bien atrincherada en la cima de una
montaña muy escarpada, al superar los acantilados utilizando
unas escaleras que construyeron allí mismo. También se
cuidaban de asaltar las islas sirviéndose de balsas camufladas,
en cuyo interior iban ocultos unos guerreros armados. En el
Códice Nuttall se representa una acción de este tipo, ya que
aparecen tres guerreros encima de unos esquifes que se están
hundiendo en el agua bajo su peso, al mismo tiempo que debajo
de ellos esperan peces, serpientes y cocodrilos.
Claro que los aztecas se encontraban con un gran
inconveniente: debían hacer prisioneros para sacrificarlos en
honor de sus dioses, luego nunca podían arrasar la tribu
enemiga con un ataque sorpresivo. Tenían preferentemente que
intimidar, para conseguir la rendición incondicional. Lo
lograban organizando unos impresionantes desfiles ante las
137
poblaciones enemigas, en los que hacían sonar los caracoles y
los pitos de hueso, a la vez que otras gargantas aullaban, como si
fueran los truenos que anuncian la llegada del más terrible huracán.
Por lo general conseguían sus objetivos o los dos o tres días, debido
a que el pueblo o la tribu amenazada prefería entregar a una parte de
los suyos como prisioneros, a la vez que se obligaban a pagar unos
tributos, antes de que todos fuesen aniquilados.
Los tratados de capitulación se resolvían con embajadores.
Pero si el enemigo no se rendía, los aztecas llegaban a comportarse de
una forma muy extraña: si comprobaban que iban a enfrentarse a unos
fuerzas débiles, porque les faltaban armas o comida, no dudaban en
proporcionárselas. Lo que puede considerarse un gesto suicida,
adquiere otra interpretación si tenemos en cuenta que el vencido o
sometido «nunca podía ser muy inferior, ya que esto restaba mérito a
la victoria».
138
y las diferentes masas, resultaba tan abismal, que los más débiles
debían rendirse.
Figura 24. Los diferentes guerreros aztecas. Sus armas eran la espada con
dientes de obsidiana, el hacha de guerra, el arco, la jabalina y un variado
tipo de mazas.
139
Pero nunca lo hacían en masa, al principio, debido a que la
táctica de los aztecas era ir separando a los enemigos, para
desarmarlos y, en el acto, dejarlo a merced de los guerreros
menores, que acudían rápidamente a maniatarlos. Porque se
necesitaba capturar prisioneros sin causar una excesiva cantidad
de muertos.
140
Capítulo XII
EL GRAN MOCTEZUMA
141
se encontraron en dos calzadas, y este último vio lo siguiente:
Aquí vinieron a saludarme cerca de mil de los ciudadanos
principales, todos vestidos ricamente, en forma semejante; al
acudir a hablarme, cada uno efectuaba una ceremonia muy común
para ellos, a saber, poniendo las manos en el suelo y luego
besándolo; permanecí parado por cerca de una hora, mientras
ellos efectuaban la ceremonia que consideraban necesaria...
El mismo Moctezuma vino al encuentro de nosotros con
alrededor de doscientos nobles... Avanzaron en dos largas filas,
manteniéndose cerca de las paredes de las calles... Moctezuma
era traído en medio de la calle con dos señores, a su derecha e
izquierda... Moctezuma calzaba sandalias, en tanto que los
otros estaban descalzos...
Gracias a Bernal Díaz contamos con una especie de
prolongación de la descripción anterior: El gran Moctezuma
tenía alrededor de cuarenta años de edad, de buena altura y bien
proporcionado, esbelto y escaso de carnes, no muy cetrino, sino
del color y tono naturales de un indio. No llevaba largos los
cabellos..., su barba rala era delgada y bien formada. Su cara
era un tanto larga, pero jovial... Era muy pulcro y limpio y se
bañaba dos veces cada día, por las tardes. Tenía muchas mujeres
y amantes, hijas de caudillos y dos grandes cacicas como sus
esposas legítimas. Estaba libre de ofensas naturales (se refiere a
la sodomía). La ropa que usaba un día no volvía a ponérsela
hasta cuatro días después. Tenía doscientos caudillos en su
guardia... y cuando iban a hablar con él, tenían que quitarse sus
ricos mantos y ponerse otros de poco valor.... entrar descalzos
con los ojos bajados al suelo y no debían mirarlo a la cara... Y le
hacían tres reverencias...
...En la comida se le servían más de treinta viandas
diferentes..., y ponían pequeños braseros de barro debajo de los
platos para que no se enfriaran... Le ofrecían tal cantidad de
alimentos: pavos faisanes, perdices, nativas, codornices, patos
domésticos y silvestres, venado, jabalí, palomas, liebres... Tan
numerosos que no puedo terminar de nombrarlos... Moctezuma
tomaba asiento en un banquillo bajo, suave y ricamente tra-
bajado... Cuatro mujeres muy bellas y limpias le traían agua para
142
las manos, en una especie de jofaina que ellos llaman xicales...
Y otras dos mujeres le traían tortillas y tan pronto como empezaba
a comer, ponían ante él una especie de biombo de madera
pintado con oro, para que nadie le viera comiendo... Cuatro
grandes caudillos que eran viejos venían y se paraban junto a las
mujeres. Con éstos conversaba Moctezuma de tiempo en tiempo...
Decían que estos viejos eran sus familiares cercanos y sus
consejeros... Le traían fruta de diferentes clases... Le era servida
en vasos de oro en forma de copa, cierta bebida hecha de cacao...
Algunas veces, a la hora de la comida, estaban presentes unos
jorobados muy feos, que eran sus bufones, y otros indios que
debían cumplir la misma misión...
También había puestos sobre la mesa tres tubos muy
pintados y dorados, que tenían liquidámbar mezclado con ciertas
hierbas que llaman tabaco y cuando había terminado de
comer... inhalaba el humo de uno de estos tubos... Con eso
quedaba dormido...
143
Figura 25. Moctezuma II, “el joven”, gobernó México cuando era el imperio
más poderoso de América. Fue tratado como un ser divino.
144
Huitzihuitl: gobernó de 1395 a 1414
Chimalpopoca: gobernó de 1414 a 1428
Itzcóatl: gobernó de 1428 a 1440
Moctezuma I: gobernó de 1440 a 1469
Axcayácatl: gobernó de 1469 a 1481
Tizoc: gobernó de 1481 a 1486
Ahuítzotl: gobernó de 1486 a 1503
Moctezuma II: gobernó de 1503 a 1520
El adiestramiento de un Monarca
145
personalidad de un ser grave y respetuoso de las normas. Al
verle comportarse con tanta dignidad y valentía, ya que era el
primero en acudir a un lugar donde se hubiera producido una
catástrofe, el pueblo terminó por decir que el nombre de Moc-
tezuma significaba «el Valeroso», lo que nunca podemos consi-
derar exagerado.
Lo que sí forma parte de la leyenda es la anécdota de que
cuando Moctezuma fue elegido como gobernante, los altos
dignatarios que le buscaban para comunicarle su
nombramiento, le fueron a encontrar barriendo los ciento
treinta y tres escalones del templo. Con este gesto pretendió
demostrar que nunca había deseado el Imperio, pero como así lo
habían querido los cuatro grandes consejeros, él no podía
negarse. Una vez se encontró ante el lar de los dioses, se cuidó
de extraer sangre de sus orejas y de sus piernas, porque era lo
que imponía el ritual.
146
Pero éste es un tema que tocaremos muy pronto...
En el momento de su coronación definitiva, Moctezuma
ordenó que le perforasen el tabique nasal, porque lo necesitaba para
llevar una esmeralda. Los sacerdotes quedaron impresionados ante
tal deseo, pues significaba que su nuevo soberano pretendía
demostrar que a partir de ese momento se consideraba un ser de
naturaleza divina, un semidiós.
Lo que vino a desconcertar a todos fue que, luego, se
conformara con llevar una sencilla mitra verde, el color de su
dignidad, y las ropas que el azteca más humilde se ponía en las
fiestas, con la salvedad de que iba a cambiarse cada día. Sin
embargo, estaba rompiendo la costumbre de sus antecesores de
cubrirse con penachos de plumas, mantos tejidos con hilos de oro
y esmeraldas y otras prendas fastuosas.
Una de sus decisiones más espectaculares hemos de verla
en que vació su palacio de favoritos y gente mediocre, porque
deseaba verse rodeado de los hombres y mujeres más nobles y
famosos, por su sabiduría y valor. Sólo conservó a los bufones:
enanos y algún otro ser de aspecto deforme, que componían el
grupo de seres humanos que debían ser protegidos, porque se los
consideraba una especie de amuletos de la buena suerte.
La familia de Moctezuma
147
Texcoco, que era aliado de México-Tenochtitlán. Esto lo explica
von Hagen con el siguiente razonamiento: En una sociedad
donde la guerra tomaba las vidas de los hombres con mayor
rapidez de lo que podían ser creadas por simple nacimiento
monógamo, la poligamia parecía más funcional Además,
nada favorece tanto un matrimonio y, consecuentemente, la
estabilidad social, como la indulgencia en la poligamia temporal.
En el terreno político. Moctezuma gobernó
perfectamente. Nadie duda que fortaleció su imperio con mayor
eficacia que ningún otro, ya que se cobraba tributo a más de
trescientas setenta y una ciudades. La justicia se hallaba
correctamente estructurada. Si se producía alguna
deficiencia, él mismo se cuidaba de que fuese corregida de
inmediato.
Cuando alguien le comentaba que un alto dirigente estaba
actuando mal, el mismo Moctezuma se disfrazaba de súbdito
para comprobarlo personalmente. Si descubría que era
auténtica la acusación, daba orden de que se destituyera al
«indigno de su confianza» y que, luego, se le arrebataran todas las
propiedades, pero haciéndolo de tal manera que no se perjudicara a
los familiares inocentes. Tenía motivos para ser muy feliz; y
soñaba con que ningún tipo de sombras enturbiase el horizonte de
su grandeza. Sin embargo...
148
paso sin que le rodearan cientos de desesperados exigiendo
respuestas a tanto presagio de calamidades. El concilio de
sacerdotes se hallaba reunido desde hacía meses, sin ponerse de
acuerdo respecto al significado de tantas malas señales.
Una tarde llegó el rey de Texcoco, al que se consideraba
uno de los grandes magos de México, para contar a Moctezuma
que los «dioses le acababan de revelar que iba a perder su reino
irremisiblemente».
Precisamente ese año, 1519, se conmemoraba la marcha
de aquellas tierras de Quetzalcóatl, el único que se había
opuesto a los sacrificios humanos. La leyenda contaba que
subió a un barco, con el que se alejó por el Gran Lago
(nombre que los aztecas daban al océano Atlántico); sin
embargo, antes de partir anunció que volvería. Como su
nacimiento ocurrió en el año Ce-Acatl («1-Caña»), se le esperaba
desde 1363 en ciclos de cincuenta dos años, uno de los cuales
coincidía con 1519.
Moctezuma se hallaba tan apesadumbrado, a pesar de que
se estaban arrancando cientos de corazones humanos en los
altares de los templos, que se pasaba todo el día y parte de la
noche rodeado de astrólogos, augures, nigromantes y
médiums, ninguno de los cuales hallaba la forma de calmar a los
dioses.
Porque el mayor peligro, lo inexplicado, estaba viniendo
desde las costas. En 1502, un año antes de la coronación de
Moctezuma, Cristóbal Colón estableció contacto con el pueblo
maya. Lo hizo en su cuarto viaje. La noticia, o la versión de la
misma según la perspectiva indígena, recorrió las selvas de
Yucatán, atravesó las llanuras de México, supero montañas,
bosques y ríos, hasta llegar a Tenochtitlán, donde sólo pudo ser
interpretada como una nueva tragedia.
También tuvo un eco dramático la presencia de otros
«hombres blancos que habían llegado del Gran Lago en unas
montañas flotantes tan resplandeciente como el sol3. Y éstos
debieron ser Martín Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, que
acababan de bordear las playas de Yucatán en un viaje de
exploración. A partir de entonces fueron muchos los que fueron
desembarcando, hasta que lo hicieron Hernán Cortés y sus
149
hombres, con un intencionado propósito de conquista... ¡A partir
de este momento sí que puede afirmarse que ningún monarca de la
historia de los aztecas se iba a ver obligado a combatir un peligro
tan terrible, de proporciones apocalípticas, como el supersticioso
Moctezuma!
150
Capítulo XIII
152
conflicto entre dos civilizaciones.
La guerra azteca era en gran medida ritual y se llevaba a
cabo con un espíritu muy diferente de los realistas cálculos
bélicos europeos. El equipo técnico de los indígenas no
respondía a las exigencias de un conflicto sostenido de acuerdo
con prácticas militares españolas. Además, Cortés llegó hacia
finales del verano, cuando los nativos estaban demasiado
ocupados levantando las cosechas básicas para su subsistencia, y
no era una época propicia para pensar seriamente en empresas
militares. Un factor definitivo que condenó a los aztecas a una
derrota inevitable, fue la estructura política del México
indígena, que no permitía servirse del éxito militar para el
establecimiento de un Estado poderosamente consolidado.
Ya hemos escrito que los aztecas no «colonizaban» a los
pueblos o tribus que derrotaban, pues sólo se limitaban a some-
terlos al pago de unos tributos, luego de haberles «robado» a sus
mejores jóvenes para someterlos a la muerte más cruenta. Con lo
que alimentaban una sed de venganza, que se puso de manifiesto
en la cantidad de rebeliones, traiciones y huidas que se produjeron
durante el «reinado» de Moctezuma. Todas ellas pudieron ser
reprimidas casi de inmediato, pero no dejaban de poner en
evidencia que existía un gran odio latente.
Odio que Cortés supo aprovechar, al mismo tiempo que
intrigaba como nadie. Otro de los grandes enigmas ha de verse en
la persona de Marina, la joven indígena que se puso al servicio de
los españoles en el mismo instante que desembarcaron. Luego se
convertiría en la amante del futuro de virrey de la Nueva España
(nombre que se dio a México), porque hizo de intérprete a los
pocos días. ¿Cómo pudo aprender el castellano en tan escaso
periodo de tiempo? ¿Hemos de suponer que existió una tribu en
esas tierras que lo conocía al habérselo enseñado los Templarios
u otro grupo de españoles llegados a América mucho antes que
Colón?
No sé conoce un prodigio semejante. Ella sirvió como la
«embajadora» perfecta entre Cortés y los primeros jefes que se
aliaron con los «hombres blancos», a los que habían recibido con
regalos. En muchas tribus costeras se creyó que Quetzalcóatl, el
esperado, había vuelto dentro del cuerpo de aquellos extranjeros,
entre los cuales había algunos que tenían los cabellos «como
rayos de sol».
153
Figura 27. Retrato de Hernán Cortés. Acaso sea el que más fielmente le ha
reflejado en su madurez.
154
de no haber contado con el José providencial que las predijo
antes de que llegaran.
Además de las descritas en el capítulo anterior, hemos de
añadir que las aguas de los lagos de la capital del imperio se
alzaron como las olas del mar más embravecido, cuando un
prodigio de tales características no se hallaba registrado en los
anales de la historia azteca. Una piedra gigantesca comenzó
a hablar, de repente, anunciando la destrucción del imperio. Un
rayo cayó sobre uno de los templos principales, provocando un
incendio de tales dimensiones que lo dejó convertido en
cenizas. Seguidamente, las tormentas adquirieron unas
proporciones aterradoras, que llevaron a los más débiles al
suicidio. Cierta noche se vio el paso de un cometa; y, a la
mañana siguiente, nadie dejó de escuchar la voz atronadora de
una mujer que anunciaba: «¡Estamos perdidos, hijos míos!»
Vaillant cuenta que Moctezuma y Nezahualpilli, el
caudillo de Texcoco, se enfrascaron en una discusión acerca de
los méritos respectivos de sus propios adivinos, pues el
texcocano sostenía que las tierras de Anáhuac iban a ser
gobernados por extranjeros. Tan convencido estaba
Nezanhualpilli de lo acertado de sus interpretaciones, que
apostó su reino por tres guajolotes, decidiéndose el resultado en
un juego de pelota ritual con Moctezuma. Este último ganó los
dos primeros juegos, pero Nezahualpilli ganó los tres
últimos seguidos. La derrota debió de haber sido muy
descorazonadora para Moctezuma, no sólo porque tenía tanto
que temer del futuro, sino también porque sus propios expertos
habían sido tan poco precisos en sus adivinaciones. Algo que
corregirían muy pronto...
Meses más tarde, unos campesinos llevaron ante su
emperador unos «monstruos», que eran caballos, los cuales
escaparon nada más soltarlos. Como todos se hallaban tan
impresionados, no pudieron darles alcance. A este suceso se fue a
unir otro más sobrenatural, debido a que en esta ocasión lo que
presentaron a Moctezuma fue un ave nunca vista allí, en cuya
cabeza llevaba un espejo. Cuando el emperador miró en el
espejo, pudo ver un ejército cubierto de unos metales
desconocidos y que montaban sobre monstruos parecidos a los
155
que se escaparon días atrás.
Enseguida fueron llamados los sacerdotes-adivinos, cuya
presencia fue a coincidir con la pérdida del ave, ya que nadie pudo
atrapar de nuevo. De esta manera se alimentó la creencia
supersticiosa de que se iban a enfrentar a unos monstruos de
cuatro patas, de cuyo lomo brotaban unos hombres cubiertos de
metal y bien armados con espadas brillantes, a los cuales
apenas se les podía ver el rostro de tan tapado como lo llevaban.
156
éste contaba con el favor de los dioses, volverse contra ellos... ¡Y
esto fue lo que creyeron!
De ahí que Moctezuma se encontrara dispuesto a recibir a
los conquistadores, a los que consideraba una fuerza extraterrenal
destinada a establecer un nuevo orden social en aquellas tierras.
Por eso se mantuvo a la expectativa.
157
aztecas de la gran ciudad, pero que no pareció afectar a los
que vivían en los alrededores.
Como no se produjeron levantamientos, debido a que las
gentes se limitaron a permanecer encerradas en sus casas,
Cortés decidió marchar a la costa al saber que Narváez, uno de sus
enemigos, acababa de llegar con una peligrosa compañía. Estaba
convencido de que dejaba a un buen sustituto al mando de la
capital de la nación azteca.
158
Celebrando todas estas ceremonias, que resultaban
imprescindibles para ganarse el favor de sus dioses, continuaron
cometiendo grandes errores. El más importante fue que
permitieron el regreso de Cortés en cabeza de un gran ejercito.
Durante los primeros días la batalla adquirió un tono
favorable a los recién llegados, hasta que el excesivo número de
aztecas dio la vuelta a los resultados. Y mal lo hubiera pasado
Cortes de no haberse podido encerrar en palacio de Axayácatl,
donde quedó cercado por decenas de miles de indígenas, que no
cesaban de gritar y de arrojarles piedras.
La muerte de Moctezuma
159
peso les impidió avanzar con tanta rapidez como sus compañeros.
Figura 28. Los españoles y los tlaxcatecas mientras eran sitiados en el palacio
de Axayácatl. En la escena aparece un cañón disparando a la vez que Cortés y
los suyos intentan una salida. (Lienzo de Tlaxcala.)
160
La decisiva batalla de Otumba
161
La hábil estrategia de Cortés
162
puentes que habían instalado los españoles. Esto se fue repitiendo
durante varias semanas.
En vista de que el sistema de asedio no resultaba efectivo,
Cortes dio la orden de que sus aliados asaltaran la ciudad, para
destruir la mayor cantidad de casas posibles. Con la nueva
estrategia logró rellenar de cascotes algunos de los canales, lo que
permitió que se pudieran utilizar los caballos. Ésta había sido la
principal dificultad; y al solucionarla, facilitó la creación de unas
cabezas de puente, las cuales los aztecas se vieron incapaces de
destruir en su totalidad.
163
concediera como esclavos a las mujeres y a los niños. Algo tan
indigno que no se aceptó, lo que desencadenó una pelea entre los
dos bandos. Todos los xochimilcas fueron exterminados.
¡Los dioses no eran sus aliados! Esta idea condujo a que
Cuauhtémoc rindiese la ciudad. A pesar de lo cual intentó
escapar, en compañía de su familia; pero la canoa en la que iban
fue interceptada por una galera española. Al ser llevado el jefe
azteca ante Cortes, la dignidad de su figura impresionó a
todos. Sin que supusiera un alivio para el destino que le
esperaba.
Como no pudo entregar ningún tesoro, por mucho que le
fue reclamado, debido a que parte del mismo se encontraba
hundido en los canales, al haberlo perdido los codiciosos
extranjeros que lo acababan de robar, se le hizo prisionero. Se
sabe que se le sometió a tortura, hasta que murió ahorcado pocos
años más tarde, al parecer por órdenes de Cortés. En la
actualidad, México le considera uno de sus héroes nacionales.
164
por individuos que luchaban por sus vidas.
165
A través de toda la época colonial y aún hasta nuestros
días, la sección norte de México no ha sido preferida ni como
zona residencial ni como centro de negocios. Hoy día, en el lugar
en que agonizó la civilización azteca, hay patios de ferrocarril y
barrios bajos. Los espectros de sus heroicos defensores aún lo
rondan.
166
Capítulo XIV
167
ciudad, porque nunca había sido vencida... ¡Era la intocable ya
que así lo deseaban las divinidades!
«De repente, la presencia del Consejo de los Cuatro atrajo
el interés general, porque llegaron al lado de Cuauhténoc para
obligarle a callar y, después, le pidieron la jabalina. De esta
manera los cinco adoptaron una posición respetuosa, la
imprescindible para recibir a Moctezuma y a los sacerdotes-
astrólogos, los cuales acababan de decidir que los extranjeros
eran dioses. Estaban convencidos de que formaban parte del
séquito del dios Serpiente Emplumada; y habían podido saber que
a la mañana siguiente, que coincidía con el día decimocuarto del
mes codorniz (8 de noviembre de 1519) entrarían en la ciudad. Y
desde aquel momento todos debían prepararse para recibirlos,
porque estos divinos extranjeros habían llegado a inaugurar una
nueva era de paz y felicidad.
«El anunció conmocionó lo más noble del alma de los
indígenas. Porque lo habían oído de boca de su soberano, al que
hacia muchos años que venían considerando un semidiós. Luego
quienes venían eran seres superiores. Nadie se atrevió a
preguntar. Lentamente, las gentes volvieron a sus casas, porque
necesitaban prepararse para la gran fiesta.
«Por la noche los resplandores de las teas encendidas
iluminaron los hogares hasta muy entrada la madrugada. Nadie
podía dormir al sentirse dominados por el nerviosismo de la
expectación. Y antes de que sonaran los caracoles y los tambores
que anunciaban las cinco, cuando el sol ni siquiera había pensado
en desperezarse, las mujeres se comenzaron a lavar. Casi todos
los hombres pasaron por los baños de vapor, luego se vistieron
sus mejores galas y, muy inquietos, corrieron a buscar los
mejores puestos sobre los tejados y azoteas de las casas o en la
zona media de las grandes escalinatas de los templos, ya que las
partes altas se reservaban a los sacerdotes.
«En instante que pudieron contemplar a los extraños
hombres barbudos, que montaban unos «monstruos» de cuatro
patas y se cubrían con unos ropajes resplandecientes, a la vez que
miraban de frente como si todo les perteneciera, el escalofrío se
hizo general. Los sencillos aztecas, niños ante los seres más
misteriosos que habían visto en su vida, se miraron en silencio y,
168
enseguida, con sus ojos volvieron a seguir el paso de los dioses.
Ya se encontraban éstos en la primera de las calzadas que rodeaban
México-Tenochtitlán.
«Casi nadie se dio cuenta de la salida de Moctezuma, que
iba en su litera y le acompañaban los nobles más importantes. Uno
de ellos era el señor de Cuitláhuac, con la esmeralda
resplandeciente sujeta a su labio inferior; y el otro era el señor de
Tacuba, tan feroz que quienes habían tenido la desgracia de
sufrir sus arrebatos, contaban que lloraba lágrimas de sangre
mientras golpeaba al que se había atrevido a provocarle.
«Todo el pueblo asistió al encuentro de sus jefes con los
dioses recién llegados. Seguidamente, la procesión se dirigió
hasta la calzada principal del palacio. Esto permitió que los
aztecas se dieran cuenta de que los extranjeros tenían ojos y
dientes como ellos y hablaban, aunque lo hicieran en un idioma
desconocido. Pero sus caballos y sus vestidos resultaban
totalmente nuevos para todo ellos.
«Se fijaron en el que parecía ser el superior, el cual usaba
barba y llevaba un casco de hierro, sobre el que ondeaba una
pluma blanca. Junto a él caminaba una joven india, de
aspecto principesco y muy hermosa según la valoración que el
azteca tenía del físico de las mujeres. Detrás de éstos, iban los
guerreros montados en sus animales. Cada uno de los motivos
que habían ido dibujando los informantes, llegados a la ciudad
a lo largo de los meses anteriores, aparecían allí: la cruz, el
cañón, la ballesta, el arcabuz, las espadas de hierro, los
grandes mastines... ¡y la impresión terrorífica de que se estaba
contemplando a los personajes más impresionantes!
«Por eso todos se hallaban sobrecogidos. En aquel instante
se había detenido la procesión. Algunos de los hombres barbudos
alzaron las manos en un gesto de saludo, pero nadie les
correspondió.» Uno de los extranjeros era Bernal Díaz, que al
acabo de unos años escribiría:
Quiero decir ahora la multitud de hombres, mujeres y
muchachos que estaban en las calles y azoteas y en canoas en
aquellas acequias, que nos salían a mirar. Era cosa de notar,
que ahora lo estoy escribiendo y se me representa todo
delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó...
169
«Debieron transcurrir dos años crueles, los más trágicos que
habían vivido los aztecas desde sus orígenes. Para entonces ya no
creían que los «hombres blancos» fueran dioses, porque las cabezas
de más de un centenar de ellos adornaban las puertas de los templos.
Sin embargo, sí que los veían como unos seres diabólicos, capaces de
recurrir a todas las estratagemas, muchas de ellas de índole
sobrenatural, para ir reduciendo la rebeldía de los «hijos del Sol».
Hasta que llegó el día de la última batalla. Fueron tantos los
muertos que a los supervivientes no les dio tiempo de enterrarlos,
porque ellos estaban siendo atacados.» El mismo Cortés contó esta
circunstancia:
Viendo como estaban resueltos a morir sin rendirse como
nunca hizo raza de hombres, no supe por cuáles medios...
Cómo salvarnos nosotros y evitar destruirles a ellos y a su
ciudad... Una de las más bellas del mundo...
«Era el día de San Hipólito, el 13 de agosto de 1521,
cuando murió el último de los aztecas libres... ¡La extraordinaria
México-Tenochtitlán jamás volvería a ser como antes! Pero nadie
gimió por esta perdida, como tampoco antes se hizo al caer Tebas,
Cartago y tantas otras urbes donde moraron civilizaciones únicas.»
170
mundo; después de mil setecientos dieciséis años, las
inundaciones y los truenos la destruyeron.
La segunda época —del Sol de la Tierra— vio al mundo
poblado de gigantes, los Quinametzinos, quienes desapare-
cieron casi enteramente porque temblores de tierra destruyeron
todo lo vivo y el suelo que lo sustentaba.
El Sol del Viento fue la tercera época, y los Olmecos y los
Xilancas, razas humanas, vivieron sobre la Tierra. Mataron a los
gigantes que habían sobrevivido, fundaron Cholula y llegaron
hasta Tabasco. Un personaje milagroso llamado Quetzalcóalt por
unos, Huemac por otros, apareció en esta época y enseñó a los
hombres la civilización y la moral. Cuando vio que el pueblo no
quería recibir su enseñanza, regresó al este, después de
predecirles la destrucción del mundo por tempestades y la
metamorfosis de los hombres en monos, todo lo cual ocurrió.
La cuarta época es la nuestra, se llama el Sol de Fuego y
acabará con una conflagración general.
Este mito fue heredado por los aztecas, aunque lo
modificaron en algunos aspectos. Bellamy nos presenta algunas
de estas variaciones:
Durante el gran cataclismo que finalizó con el Diluvio,
Xelhua, de la raza de los gigantes, y sus seis hermanos se salvaron
refugiándose en una alta montaña que consagraron al Dios de la
Lluvia, Tlaloc. Para conmemorar este acontecimiento y mostrar su
gratitud a Tlaloc, como también para tener un lugar de refugio
en caso de una nueva necesidad, si se producía otro diluvio, Xelhua
construyó un zacuali, una torre muy alta que debía llegar hasta el
cielo. Pero los dioses se ofendieron ante esta muestra de orgullo y
lanzaron el fuego del cielo sobre la torre, y los trabajadores fueron
muertos en gran número. Éste es el motivo de que quedara sin
terminar la pirámide de Cholula.
Sobre las altiplanicies de México se mantuvieron estas ideas,
por voluntad de unos seres humanos que se hallaban convencidos de
encontrarse en un tiempo muy distinto. No obstante, creían en la
existencia de Quetzalcóatl y la transformación de los hombres en
monos o criaturas salvajes. La creencia se mantuvo, con ciertas
171
variantes, hasta la aparición de los conquistadores españoles.
172
Ya hemos podido demostrar que éstos eran valerosos,
estaban entrenados para la guerra desde la adolescencia, luego de
haber sido educados para la misma en la niñez, y contaban con un
armamento estimable. Además conocían a la perfección el
terreno que pisaban.
Es cierto que su armamento no podía superar el de los
españoles; sin embargo, los dominaban en una proporción de diez
mil aztecas por cada español. Cuando dejaron de creer que se
encontraban ante unos dioses, consiguieron dar muerte a más de
un centenar de españoles. Por otra parte, hemos dejado patente
que hubo momentos, sobre todo en la llamada «noche triste«, que
pudieron acabar con Hernán Cortés y el resto de los extranjeros de
haberlos perseguido.
Uno de los más grandes historiadores de la conquista,
Prescott, reconoce que el ejército de Tezcuco estuvo a punto de
derrotar a los extranjeros en varias ocasiones; s i n embargo,
en el último momento «la suerte se alió con los últimos».
Pero nosotros no creemos en la suerte, ni en el destino,
porque existió una fuerza muy distinta. No olvidemos que
Moctezuma consideró dioses a los «hombres blancos». Lo que nos
lleva a la conclusión de que los aztecas perecieron por las
fabulosas energías psíquicas que sus sabios habían acumulado.
Hemos de verlo como lo que puede sucedemos a nuestra
civilización por culpa del poder nuclear.
La totalidad de los textos, a los que debemos unir las
imágenes ofrecidas por el Codex florentino, nos dejan muy claro
que Moctezuma y sus sacerdotes consultaron a los dioses, por
medio de los cuales supieron que la muerte iba a llegarles,
irremisiblemente, y que el imperio sería destruido por mucho que
intentaran defenderlo. ¡Esto fue lo que sucedió para que los
augurios se cumplieran!
La energía psíquica los aniquiló al descubrirles la
verdad, a Moctezuma y a todos sus súbditos. A partir de ese
momento los aztecas supieron que eran juguetes de un
destino que ya no les pertenecía. El relato del último asedio de
México-Tenochtitlán no puede ser más patético. Los
habitantes de esta maravillosa ciudad sabían que iban a
morir, pero continuaron representando su papel, dispuestos a
173
sucumbir por completo. En ningún momento llegaron a creer que
iban a ser los vencedores. Se encontraban dentro de un círculo:
sabían que se hallaban condenados de antemano, y quisieron
demostrar que no perecerían sin dejar patente la bravura de su
raza.
Pero, ¿de qué medios se sirvieron Moctezuma y sus
sacerdotes para conocer la verdad? ¿Hemos de volver a recurrir a
la quema de afrodisiacos o a otros recursos más sutiles que todos
ellos se llevaron a la tumba?
La medicina hace muchos siglos que viene demostrando
que algunos de los grandes venenos dejan de serlo, para
convertirse en eficaces medicamentos, si se suministran en muy
pequeñas dosis. Los viejos sacerdotes de los Andes, herederos
de los incas, nos cuentan que la hoja de la coca, tomada en
unas cantidades muy precisas, permite los viajes por el tiempo,
lo mismo hacia delante que hacia atrás. Pero se niegan a
revelar el secreto de esas «cantidades muy precisase
174
significaba un paseo, más o menos complicado, que les
devolvería con los suyos, aunque fuera como criaturas invisibles.
En el momento que deseaban conocer el futuro, en un
plano doméstico, consultaban a los sacerdotes-adivinos y
obtenían una respuesta tranquilizadora o inquietante; pero
siempre se les ofrecía la posibilidad de encontrar una vía de
salvación. En el caso más grave, sólo se lamentaba la
muerte por las «grandes molestias que se iba a causar a la
familia».
¿Podemos decir que los aztecas vivían en un mundo feliz?
No llegaríamos a tanto, aunque sí debemos afirmar que era muy
superior, en todos los conceptos, a la que se podía encontrar en
una ciudad castellana, italiana o francesa de la misma época... ¿Es
necesario que recordemos la fábula de «la camisa del hombre
feliz», que lo era tanto que ni siquiera necesitaba camisa?
Los aztecas crearon una civilización superior, conocieron
misterios que se llevaron con ellos mismos, como el de leer el
futuro por medio de la combustión de plantas alucinógenas, y nos
dejaron muchos otros, algunos de los cuales se encuentran escritos
en los extraordinarios libros firmados por los grandes frailes.
No obstante, los antiguos aztecas constituyeron una
realidad demasiado fabulosas para ser respetada por la codicia.
Mientras sólo debieron luchar contra tribus de la zona,
demostraron ser los más poderosos; luego, ante un montón de
extranjeros, que en ningún momento superaron el millar, pero
cuyo capitán supo aliarse con todos los enemigos de los aztecas,
se vieron impotentes y sucumbieron. Entonces se comprobó que
su pasada gloria había sido como el más grato sueño, al que le
había llegado el momento del amargo despertar... ¡Para darse de
bruces los durmientes que lo generaban con el final más
terrible! ¿Sería posible desenterrarlos?
No, como es imposible volver a recomponer la más
hermosa estatua que se ha hecho pedazos contra el suelo. Los más
geniales restauradores conseguirían pegarla, y hasta llegarían a
fabricar los minúsculos restos que faltasen. Pero ya no sería igual
175
a la original, le faltaría el toque de lo auténtico, la genialidad de la
obra que se mantiene igual que la concibió su creador.
Figura 32. Hernán Cortés en una de sus pequeñas y eficaces carabelas. Entre
los regalos que recibe de los aztecas se encuentra una rueda del dios Sol.
176
Sin embargo, hay que intentar comprender bien, y para
ello, no veo otro medio sino librarse en la medida de lo posible del
campo de gravitación de nuestra propia civilización para
colocarnos en el universo mental de la antigüedad mexicana.
Lo que domina este universo, lo que impregna toda su
concepción de las cosas y del hombre, es la idea de que la
maquinaria del mundo, el movimiento del sol, la sucesión de las
estaciones, no pueden mantenerse y durar más que alimentándose
de la energía vital que contiene el «agua preciosa»: chalciuatl, es
decir, la sangre humana surgida de una naturaleza joven y
animada por una voluntad rebelde...
Ya cuatro mundos, los Cuatro Soles, antes que el nuestro
han perecido en cataclismos y el mundo en que vivimos
sucumbirá también. Es, pues, una misión cósmica la que deben
cumplir los hombres, y más concretamente el pueblo del Sol, la
tribu azteca, para rechazar día tras día el asalto de la nada. Y es
un milagro renovado en cada aurora el que hace surgir al sol
una vez más con la condición de que los guerreros y los
sacerdotes le hayan ofrecido su «alimento», taxcaltiliztli, la
sangre y los corazones de los sacrificados.
Así, es una idea, llevada rigurosamente hasta sus
consecuencias más extremas y (para nosotros) monstruosa, con
una lógica perfectamente coherente, la que ha conducido a este
paroxismo sangriento a una civilización que no descansaba
sobre una base psicológica más inhumana y más cruel que
otras. Lo que nuestro análisis no puede determinar es la
relación aparentemente evidente e indiscutible para los pueblos del
México tardío, entre la continuidad de los fenómenos naturales y
la ofrenda de sangre.
Estamos obligados a considerar esta noción como un dato,
al igual que la forma de la casa, el ornamento o la ropa carac-
terizan una cultura y no a otra, o que unos determinados
fonemas son utilizados por una lengua y no por otra. No son
necesarias más explicaciones es simplemente una de las
numerosísimas formas con el hombre, ante los misterios de su
propio destino, intenta representárselos para sacar de esta visión
una regla de acción. Todo cuanto podemos decir es que a partir
de
177
cierta época, algunos pueblos han escogido esta
Weltanschaung entre todas las que eran posibles mientras
que los pueblos de la fase anterior, los de Teotihuacán y de
Palenque, habían escogido otra...
Sería irrisorio querer explicar tales «superestructuras», a
la manera marxista, mediante «infraestructuras» económicas y
sociales.
En efecto, lo que hoy nos horroriza del pasado, responde a
una realidad muy distinta a la nuestra. Pero llegaremos a más,
obedece a un concepto de raza superior que, al considerarse la
única, no valoró como delito el hecho de matar a un enemigo para
extraerle el corazón aún palpitante. Añadiremos que los aztecas
estaban convencido de que «hacían un favor a sus víctimas», pues
con el martirio les permitían conseguir el derecho a recorrer los
senderos que en el otro mundo llevaban al paraíso.
178
Capítulo XV
179
y poseían conocimientos científicos y matemáticos bastante
estimables. Un gran muestrario de éstos ha aparecido en anteriores
capítulos de nuestra obra.
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conjunto condenable y repugnante de prácticas demoniacas. Pero
su testimonio, a pesar de todo, tiene un gran valor documental,
porque nos permite ver a través de él lo que jamás nadie,
después de ellos, podría volver a contemplar.
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Casi desde los primeros momentos de esta actividad, se vio
acosado por los inquisidores, pero encontró la manera de
esquivarlos con la sencilla justificación de que «no existe
camino más directo para llegar al alma de estas gentes que
conocer su idioma y sus costumbres».
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Bernardino de Sahagún demostró tanto interés por este
trabajo, que le dedicaría toda su vida. El testimonio lo pudo
ofrecer en su «Historia general de las cosas de Nueva España», de
cuyos manuscritos fue despojado en 1571 y 1577 por las
autoridades eclesiásticas. Sin embargo, una copia pudo ser
salvada, aunque le faltasen algunas páginas. El trabajo de
investigación resulta tan exacto, que los grandes mexicanistas,
hasta los más exigentes, no le han podido criticar, si acaso
alguno se ha atrevido a tacharlo de ingenuo. Algo que no es cierto,
si tenemos en cuenta que el azteca, mientras no estaba en guerra,
era de noble naturaleza. Sólo tenemos que leer algunos pasajes
de esta obra:
El Sol tiene propiedad de resplandecer y alumbrar y de
echar rayos de sí. Es caliente y tuesta. Hace sudar; pone hosco y
loro el cuerpo y la cara de la persona. Hacían fiesta al Sol, una
vez cada año, en el signo que se llamaba nahui ollin y, antes de
la fiesta, ayunaban cuatro días, como vigilia de la fiesta. Y en
esta fiesta del Sol ofrecían incienso, y sangre de las orejas cuatro
veces: una saliendo el Sol, otra al medio día y otra a la hora de
vísperas y cuando se ponía. Y, cuando a la mañana salía, decían:
«Ya comienza el Sol su obra. ¿Qué será? ¿Qué acontecerá en este
día que comienza? Y, a la puesta del Sol, decían: «Acabó su obra,
o su tarea el Sol».
A veces, cuando el Sol, parece de color de sangre: y, a
veces, sale de color enfermizo, por razón de las tinieblas o de las
nubes que se le anteponen.
Cuando se eclipsa el Sol párase colorado, parece que se
desasosiega o se que se turba el Sol, o se remece, o se revuelve y
amarillécese mucho. Cuando esto ve la gente, luego se
alborota y tómales gran temor, y luego las mujeres lloran a
voces y los hombres dan gritos, hiriendo las bocas con las
manos. Y en todas partes se daban grandes voces y alaridos, y
luego buscaban hombres de cabellos blancos y caras blancas, y los
sacrificaban al Sol. Y también sacrificaban cautivos y se untaban
con la sangre de las orejas; y también agujereaban las orejas con
puntas de maguey; y pasaban mimbres, o cosa semejantes, por
los agujeros que las puntas habían hecho. Y luego por todos los
templos cantaban y tañían, haciendo gran ruido. Y decían: «Si
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del todo se acaba de eclipsar el Sol, / nunca más alumbrará,
ponerse ha perpetuas tinieblas y descenderán los demonios y
vendránnos a comer!»
El estilo literario no puede ser más sencillo, era el que podía
entender el lector normal de la época. La habilidad de Sahagún es
que utiliza las mismas palabras del azteca, para con las
repeticiones para dar la imagen, acaso sin proponérselo, de cómo
era interpretada la realidad por quienes la temían y, a la vez, se
hallaban dispuestos a vivir con la misma. En lo que se refiere a los
sacrificios humanos, se limita a mencionarlos como una acción
más, acaso porque así lo entendían quienes le estaban confiando
sus experiencias.
184
sus tradiciones. Este fondo, como el de la estructura social del
pueblo, quedó ilustrado en el Renacimiento Mexicano, cuando,
durante la Revolución, pintores del país, como Orozco, Rivera y
Goitia, entre otros, y extranjeros como Charlot, se dieron cuenta
del trasfondo nativo americano de México. Nada tiene que ver que
el arte mexicano sea técnicamente una derivación del europeo.
Social y emocionalmente hablando, es uno de los cuatro artes
nacionales verdaderos que existen en el mundo en la actualidad.
185
de años atrás de lo que consideran los geólogos actuales.
Podríamos hablar de los extraterrestres o de supervivientes de un
Venus que estaba a punto de sucumbir...
Creemos que lo importante es examinar el tema azteca
como un proceso cíclico, que se ha dado en muchas civilizaciones
anteriores y posteriores, la misma España lo ha sufrido —aunque
no haya desaparecido como nación, lo que es evidente—. Nos
referimos a la creación de un imperio, el más poderoso de su
entorno geográfico, y su desaparición posterior por una u otra
causa.
Pero lo azteca se ha vivido en México. Los candidatos a la
presidencia actuales llevan con orgullo nombres que recuerdan a
los antiguos héroes, se celebran numerosas fiestas conmemorando
el pasado, algunos templos han sido reparados, toda la nación se
siente orgullosa de ser heredera de los «Hijos del Sol» y son
muchos los museos y universidades que dedican un gran número
de salas, como cátedras y bibliotecas al mismo tema. Pero el
amor no es sólo teórico o emocional, forma parte de las raíces más
firmes de la nación.
A pesar de esto, siempre queda algo más que realizar. Las
técnicas de investigación van progresando, lo que permite que a
los hallazgos de ayer se puedan aportar nuevas informaciones, que
enriquecen la Historia. Es posible que algún día se pueda conocer
todo lo que sucedió en aquellos años fascinantes; y los enigmas,
hasta los más sobrenaturales, queden completamente despejados
de sombras. Lógicamente, esto es una utopía; pero, ¿no se da
forma a los grandes acontecimientos con sueños que parecían
imposibles?
186
BIBLIOGRAFÍA
187
ÍNDICE
Pags
.
INTRODUCCIÓN................................ 5
Un fascinante testimonio......................... 5
¿Qué enigmas rodean a los aztecas?........ 9
La vida normal de los aztecas.................. 10
Las pirámides y la astronomía................ 11
El dios Quetzalcóatl................................ 12
Un frívolo testimonio.............................. 13
Nuestras intenciones................................ 15
C a pí tul o I. -L O S A NT E PA SA D O S DE L O S
AZTECAS............................................. 17
¿Cuándo vinieron de Asia?..................... 17
La agricultura unida a la civilización...... 18
Más allá de la «norma»........................... 19
Un razonamiento más sensato................. 20
El nacimiento de Tiahuanaco.................. 22
Los misteriosos olmecas.......................... 24
Los legendarios mayas............................ 24
Otras grandes civilizaciones.................... 25
«Las Siete Cuevas»................................. 28
188
Pags
.
189
Pags.
190
Pags.
191
Pags
BIBLIOGRAFÍA................................... 187
192