Yañez Solana Manuel - Los Aztecas

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LOS AZTECAS

MANUEL YÁÑEZ SOLANA


TÍTULO: LOS AZTECAS
AUTOR: MANUEL YÁÑEZ SOLANA
DISEÑO CUBIERTA: Juan Manuel Domínguez
ILUSTRACIONES: Juan Carlos Aventín

© M. E. EDITORES, S. L.
Depósito Legal: M-14.942-1996 I.S.B.N.: 84-495-0270-5
Impreso en Gráficas COFÁS, S. A.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su inclusión en
un sistema informático, su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, ya
sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso
previo y por escrito de los titulares del copyright.

IMPRESO EN ESPAÑA - PRINTED IN SPAIN


INTRODUCCIÓN

Un fascinante testimonio

Yo, Bernal Díaz del Castillo... lejos de la costa de México,


descubrimos países densamente poblados habitados de indios.
Construían casas de cal y canto, adoraban dioses a los que
sacrificaban seres humanos, cultivaban maizales y poseían oro...
Cuando les preguntamos de qué parte traían el oro y aquellas
joyezuelas respondieron que de hacia donde se pone el sol, y
decían Culúa y México...

En la mañana del 7 de noviembre de 1519 partimos de


Ixtapalaya muy acompañados de aquellos grande caciques...
íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho
pasos y va tan derecha a la ciudad de México que me parece que
no se torcía poco ni mucho... Desde que vimos cosas tan
admirables, no sabíamos qué decir, o si era verdad lo que por
delante parecía, que por una parte en tierra había grandes
ciudades y en la laguna otras muchas, y veíamoslo todo lleno de
canoas, y en la calzada muchos puentes de trecho a trecho, y por
delante estaba la gran ciudad de México; y nosotros aún no
llegábamos a cuatrocientos... Ya que llegamos donde se aparta
otra calzadilla que iba a Coyoacán, que es otra ciudad, donde
estaban unas como torres que eran adoratorios, vinieron muchos
principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con
galanía de libreas diferenciadas las de los unos caciques de los
otros y las calzadas llenas de ellos. Aquellos grandes caciques
enviaban al gran Moctezuma adelante a recibirnos, y así como
llegaban

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ante Cortés decían en su lengua que fuésemos bienvenidos...
El gran Moctezuma venía muy ricamente ataviado según
su usanza y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo
que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería por
encima de ellas...
En el comer, le tenían sus cocineros sobre treinta maneras
de guisados, hechos a su manera y usanza, y teníanlos puestos en
braseros de barro chicos debajo, porque no se enfriasen, y de

Figura l. Encuentro de Hernán Cortés y Moctezuma en una de las plazas de


México-Tenochtitlán

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aquello el gran Moctezuma había de comer guisaban más de
trescientos platos, sin más de mil de para la gente de guarda... Le
guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la
tierra, codornices, patos mansos y bravos... Cuatro mujeres muy
hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera
de aguamaniles hondos, que llaman xicales... Traíanle frutas de
todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca.
De cuando en cuando traían unas como a manera de copas de
oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao...

Puede observarse la diferencia de culturas por sus vestimentas.

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Tenía muy buenos arcos y flechas, y varas de a dos gajos,
y otras de a uno, con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras
rollizas hechas a manos, y unos como paveses que son de arte
que los pueden arrollar arriba cuando no pelean, porque no les
estorbe, y al tiempo de pelear, cuando son menester, los dejan
caer y quedan cubiertos sus cuerpos...

Dejemos esto y vamos a la casa de aves, y por fuerza me


he de detener en contar cada género de qué calidad eran, desde
águilas reales y otras águilas más chicas y otras muchas maneras
de aves de grandes cuerpos y hasta pajaritos muy chicos,
pintados de diversos colores, y también donde hacen aquellos tan
ricos plumajes que labran de plumas verdes... Digamos de los
grandes oficiales que tenía de cada oficio que entre ellos se
usaban. Comencemos por lapidarios y plateros de oro y plata y
todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros
tienen que mirar en ellos... Pues labrar piedras finas y chalchiuis,
que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros.
Vamos adelante a los grandes oficiales de labrar y asentar de
pluma y pintores y entalladores muy sublimados...

Pasemos adelante y digamos de la gran cantidad que tenía


el gran Moctezuma de bailadores y danzadores, y otros que traen
un palo con los pies, y otros que parecen como matachines... No
olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos... y de sus
albercas y estanques de agua dulce...

Cuando llegamos a la gran plaza, como no habíamos visto


tal cosa, quedamos admirados de la multitud de gente y
mercaderías que en ella había y del gran concierto y regimiento
que en todo tenían... Comencemos por los mercaderes de oro y
plata y piedras preciosas, plumas y mantas y cosas labradas, y
otras mercaderías de indios esclavos y esclavas. Traían tantos de
ellos a vender a aquella plaza como traen los portugueses los
negros de Guinea, y traíanlos atados en unas varas largas con
collares a los pescuezos, porque no les huyesen, y otros dejaban
sueltos... Pasemos adelante y digamos de los que vendían frijoles
y chía y otras legumbres y hierbas a otra parte. Vamos a los que

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vendían gallinas, gallos de papada, conejos, liebres, venados y
anadones, perrillos y otras cosas de este arte, a su parte de la
plaza...
Como subimos a los alto del gran Cu, en una placeta que
arriba se hacía, adonde tenían un espacio como andamios, y en
ellos puestas unas grandes piedras, a donde ponían los tristes
indios para sacrificar, allí había un gran bulto de como dragón, y
otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel día...
Luego Moctezuma le tomó por la mano y le dijo que
mirase a su gran ciudad y todas las demás ciudades que había
dentro del agua, y otros muchos pueblos alrededor de la misma
laguna en tierra, y que si no había visto muy bien su gran plaza,
que desde allí podría ver mucho mejor.
Después de bien mirado y considerado todo lo que
habíamos visto, tornamos a ver la gran plaza y la multitud de
gente que en ella había, unos comprando y otros vendiendo, que
solamente el rumor y zumbido de las voces y palabras que allí
había sonaba más que de una legua. Entre nosotros hubo
soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en
Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan
bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta
gente no la habían visto...

El historiador Bernal Díaz del Castillo, que acompañó a


Hernán Cortés durante todo el periodo de la conquista, no
describió la ciudad de Bagdad y su mercado, aunque se diría que
el relato se aproxima a un escenario de «las mil y una noches».
Estaba exponiendo su primera impresión de México Tenochtitlán,
la capital del imperio azteca, y de su máximo gobernante.

¿Qué enigmas rodean a los aztecas?

Podríamos asegurar que los mismos que a los otras dos


grandes civilizaciones de América: los mayas y los incas. Sin
embargo, los aztecas ofrecen una singularidad específica, ya que
su «imperio» no cubrió los dos siglos, cuando los mayas
superaron el milenio.
Este pueblo que se hacía llamar «los hijos del Sol» se regía
por el sistema de clanes, que estaban obligados a repartir el

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trabajo entre las familias y, sobre todo, a cubrir las necesidades de
cada uno de sus miembros. Los mismos clanes se cuidaban de
seleccionar a sus dirigentes, hasta llegar a la pirámide de la que
saldría el máximo gobernante.
Sin embargo, la verdadera autoridad se hallaba en manos
de los sacerdotes-astrónomos, cuyos conocimientos científicos,
mágicos, médicos y adivinatorios eran inmensos. Desde que el
niño nacía quedaba a merced de estos religiosos de «todo». Pero,
¿de dónde provenía el gran saber de los sacerdotes? Ésta es una de
las respuestas que vamos a intentar responder en su momento.
Es cierto que ha quedado otra cuestión en el aire, sobre
todo luego de leer la introducción de Bernal Díaz: ¿cómo fue
posible que algo más de medio millar de españoles pudieran
someter a Moctezuma y a los cinco millones largos de habitantes
de México? ¿De qué medios se sirvieron? ¿Acaso intervino una
fuerza misteriosa, un poder sobrenatural?
Otra cuestión que aparece en el relato son los sacrificios
humanos. Se habían realizado esa misma mañana del 7 de
noviembre de 1519, ya que la sangre era reciente... ¿Qué tipo de
ritual es éste? ¿Para qué lo necesitaban los aztecas? ¿Quiénes eran
sus víctimas? ¿Cuántos llevaron a cabo?
Desde la primera línea del mismo escrito, se puede apreciar
que los españoles fueron recibidos como huéspedes. Entraron en
palacio, permanecieron en las estancias privadas de Moctezuma,
recorrieron los jardines y, más tarde, visitaron el gran mercado de
México-Tenochtitlán, que a todos los pareció más grande que los
conocidos en Europa. Entonces, ¿qué pudo cambiar la situación
hasta el punto de que estallase una guerra en la que morirían casi
cien mil aztecas y sólo doscientos españoles?
No hay duda de que muchos son los enigmas que se
encierran en este acontecimiento. Un gran número de ellos los
intentaremos despejar por medio de una veraz información, que se
halla respaldada por los documentos históricos.

La vida normal de los aztecas

No quisiéramos ofrecer la idea de que los aztecas eran unos


seres perversos, que apresaban a sus enemigos para someterlos a

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sacrificios ritualizados, que en ocasiones se convertían en actos de
canibalismo. Todos estos seres humanos mantenían una vida muy
bien organizada. Desde los templos les indicaban las horas de la
actividad diaria y nocturna. Sabían lo que debían realizar en cada
momento; y trabajaban con una gran eficacia. Ninguna otra
civilización ha celebrado más fiestas que ésta, todas las cuales se
hallaban regidas por un calendario perfecto, en el cada día y cada
mes tenía su nombre y su divinidad.
Los momentos claves de su existencia: el nacimiento, el
bautismo, el proceso de aprendizaje, el matrimonio, la llegada de
los hijos y la muerte contaba con un ritual, junto a unas
obligaciones y derechos, que impresionaron a los europeos que
los conocieron. Ante la dificultad que presentaba la capital del
imperio para realizar las labores agrícolas, debido a que había
sido edificada en una inmensa laguna, que la convertía en una
especie de Venecia, crearon un sistema de cultivo de lo más
original y práctico, con lo cual todas las familias pudieron
disponer de una milpa o terreno para sembrar maíz, su alimento
básico, y otras plantas comestibles.
Como no sólo era una sociedad materialista, a los aztecas
llamados servidores (no deben ser considerados siervos, mucho
menos esclavos), les enseñaban los oficios con tal maestría, que
ésta se aprecia en unos trabajos que alcanzan el nivel de artísticos.
Algo que se ve en los monumentos, las joyas, las pinturas, los
bordados, la cerámica y en tantas otras obras extraordinarias.
A los aztecas guerreros, desde niños se les acostumbraba a
las armas. Pronto aprenderían su manejo y, al llegar a la
adolescencia, ya estarían participando en batallas cortas, donde las
victorias debían ser inmediatas al no disponer de animales de
carga y moverse en un terreno muy hostil.
Mientras, memorizaban canciones, escuchaban historias y
se movían al ritmo de los adagios o los refranes. La necesidad de
contar con muchos guerreros llevó a que se consintiera la
poligamia, siempre que el marido pudiese alimentar a todas las
concubinas, sin olvidar que esposa era la primera mujer y la que
mandaba sobre todas las demás.

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Las pirámides y la astronomía

Casi no hace falta que se diga, porque los documentales


televisivos nos han dejado ver que las pirámides de la India y
Birmania son muy parecidas a las de México, aunque no tanto
como las de Egipto. Más de una docena de historiadores han
querido encontrar una relación entre estas civilizaciones, por no
considerar casual el hecho de construir unos templos de tan
peculiar geometría. Otros estudiosos apuntan la idea de que
ciertos estados espirituales llegan a propiciar esta tendencia a lo
triangular, en un plano gigantesco, para aproximarse a la idea más
ancestral que se tiene de los dioses.
Sin despreciar ninguna de estas ideas, lo que va a
importarnos ahora es que las pirámides representan una suma de
conocimientos propios de una civilización muy adelantada. En
especial cuando el suelo del que se dispone, como sucedía en
México, se hallaba sometido a terremotos y a la actividad
volcánica. Estos imprevistos cataclismos geológicos no ocurrían
con mucha frecuencia, pero el simple hecho de que apareciesen en
periodos no inferiores a los tres años, cuando no se presentaban
dos o más en uno solo año, debía ser tenido en cuenta por los
arquitectos.
¿Qué podríamos decir de la astronomía? Existen pruebas
de que los aztecas obtuvieron muchos de estos conocimientos de
otros pueblos anteriores a ellos, lo mismo que los mayas; pero su
calendario era distinto al de éstos, lo mismo que su horóscopo.
También utilizaban una escritura pictográfica diferente; y se
servían de otro tipo de matemáticas.

El dios Quetzalcóatl

Los aztecas adoraron a Quetzalcóatl, un dios que también


se encuentra en la mitología olmeca, al que llamaban Serpiente
Emplumada o la Estrella de la Mañana (el planeta Venus), que les
enseñó todo lo mejor de la civilización, al convertirles de salvajes
en seres humanos capaces de crear y superarse. No obstante, un
día los indígenas dejaron de oírle y, desengañado, tuvo que
marcharse hacia el este. Se alejó por el Gran Lago (el océano

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Atlántico); pero prometió que volvería. Los aztecas le esperaban
desde hacía mucho tiempo... ¿Qué relación tuvo esta creencia con
la llegada de los españoles a las costas de México?
Al mismo tiempo, no olvidaremos que este pueblo se llama
«hijo del Sol«, porque lo habían colocado en el primer lugar de su
panteón divino. Las religiones que comenzaron a venerar al Sol
provienen del Paleolítico Superior, una época que coincide con la
última glacialización de la Tierra, precisamente cuando el
estrecho de Bering estaba cubierto por los hielos, con lo que
permitió las grandes migraciones de los nómadas asiáticos al
continente americano, donde no sólo se extendieron para
sobrevivir, sino que llevaron sus ideas y creencias.
El profesor Marcel Homet realizó una serie de viajes por
Sudamérica, debido a que le interesaba estudiar las religiones que
adoraban al Sol. Esto le llevó a descubrir que en todas partes
había testimonios de estas creencias, desde Venezuela a la
Patagonia. Lo mismo pudo comprobar al remontar el ecuador
terrestre para llegar a México. Así pudo resaltar la paradoja de
que los aztecas, como otros indígenas «cristianizados», hubieran
cambiado su religión primitiva por otra surgida en unas tierras
donde también se adoró al Sol, hasta que la Biblia y, más tarde, el
Nuevo Testamento produjeron el gran cambio.
Lo que tampoco pasó por alto, fue que los indígenas más
sencillos, los que vivían en las regiones míseras, mantenían una
religión que era una mezcla de la cristiana y la antigua azteca, por
lo tanto entre sus dioses se encontraba el Sol, al que en ocasiones
representaban con una cruz resplandeciente.

Un frívolo testimonio

Los sacerdotes-hechiceros proporcionaban a los


enamorados una serie de conjuros para influir en la persona
deseada. En este caso sólo eran palabras, las cuales componen un
frívolo testimonio, que puede resultar revelador a la hora de
valorar el grado cultural de los aztecas. El conjuro fue recogido
por Patrick Johansson en su libro «La palabra de los aztecas»:

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En el cristalino cerro donde se paran las voluntades,
busco una mujer y le canto amorosas canciones, fatigado del
cuidado que me dan sus amores y así hago lo posible de mi parte.
Ya traigo en mi ayuda a mi hermana la diosa Xochiquetzal
(Venus), que viene galanamente rodeada de una culebra y ceñida
por otra y trae sus cabellos cogidos en su cinta. Este amoroso
cuidado me trae fatigado y lloroso ayer y anteayer, y esto me
tiene afligido y solícito. Pienso yo que es verdaderamente diosa,
verdaderamente es hermosísima y extremada, hela de alcanzar
no mañana ni otro día, sino luego al momento; porque yo en
persona soy el que así lo ordeno y mando. Yo el mancebo
guerrero que resplandezco como el Sol y tengo la hermosura del
alba; ¿por ventura soy algún hombre de por ahí y nací en las
malvas? Yo vine y nací por el florido y transparente sexo
femenil...

Curiosamente, el sortilegio no terminaba en este punto; sin


embargo, el texto fue censurado por el transcriptor, al
considerarlo muy procaz o, como lo llamaríamos hoy día,
«pornográfico». Una valoración que no existía para los aztecas, ya
que consideraban lo carnal como una práctica más, y no de las
primeras en el orden de sus deseos, aunque ninguno la hiciera
ascos si la ocasión se le presentaba.
Conviene resaltar en este punto que la violación de una
joven virgen, como de cualquier otra mujer, era severamente
castigada. Esto no quitaba para que, como se suponía que la futura
esposa iba a sufrir al perder la virginidad, se debiera acostar antes
con los hermanos o amigos más íntimos de su marido, para no
obligarle a «sufrir un instante que podía castigar al matrimonio
con un mal principio«. Luego, como nadie creía que ella pudiera
quedarse embarazada mientras era desflorada, los hijos que
pudieran venir se consideraban de la pareja, sin el «cachondeo»
que se hubieran traído los mozos castellanos, de la misma época,
si lo mismo se lo hubieran hecho a una pareja del pueblo.
Nunca ha de abandonarnos la idea de que estamos
describiendo otra civilización, un universo cultural muy distinto al
nuestro. Tampoco se parecía al existente en Europa entre los
siglos XIII y XVI. Sin embargo, en muchas otras cosas resultaba
bastante similar, como iremos exponiendo más adelante.

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Sin que importe pecar de reiterativos, todos los que nos
proponemos estudiar a los aztecas, hemos de reconocer que la
tarea hubiera sido imposible de no contar con la extraordinaria
documentación acumulada por unos frailes extraordinarios,
auténticos misioneros, hasta el punto de que predicaban desde «el
interior del alma de los indígenas», por eso aprendieron su
idioma, estudiaron su cultura y comprendieron su idiosincrasia.
Gracias a esto, lo que iba en contra de las ordenanzas
inquisitoriales, supieron recoger toda la información que les iban
proporcionando los aztecas; pero sabiendo lo que era real de lo
imaginario. Es posible que se guiaran más de la intuición que de
unos recursos técnicos, ya que no contaban con nada parecido.
Pero la calidad de sus trabajos ha sido comprobada
posteriormente por los historiadores, en especial por los actuales,
que son los que realmente se han tomado el trabajo como una
tarea más científica que literaria.

Nuestras intenciones

Los enigmas son misterios que ocultan algo inquietante.


Cuando se abre su «puerta«, acostumbra a aparecer lo inesperado
o una visión muy diferente de lo que se había supuesto. Nosotros
pretendemos esclarecer muchos de ellos; pero, como no está en
nuestro ánimo convertir la obra en un laberinto de preguntas y
respuestas, hemos preferido «novelizar». Disponíamos de un
material muy rico, provocador y hasta excitante, lo que ha
supuesto una especie de desafío.
Claro que sí. Antes que nosotros han escritos autores de
renombre, dueños de un estilo muy bello y emocionante, por eso
hemos pretendido, al menos, igualarles al tratar todos los temas
como si fueran una aventura. No nos asusta el temor de «perder
calidad por el afán de resultar amenos», porque deseamos
entretener e informar.
Como estamos seguros de que vamos a conseguir, además,
que quien nos lea sienta el deseo de ampliar sus conocimientos
sobre el extraordinario mundo de los aztecas, al final del libro
hemos incluido una abundante bibliografía, toda la cual se puede

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encontrar en las librerías o en las bibliotecas de nuestro país.
Ahora sólo nos queda invitar a que se prosiga la lectura,
con el animo predispuesto a ir encontrando sorpresas, emociones
y un sinfín de datos que construyen un mosaico de proporciones
infinitas. El propio de unos seres humanos que, luego de haber
estado morando en la misma gloria, se encontraron en el borde del
abismo de su total destrucción. Esto lo supieron dos años antes de
que sucediera. Pero, ¿por qué no lo evitaron si dispusieron de
muchas ocasiones para conseguirlo?

Figura 2. Estatua del dios Quetzalcóalt tallada en porfirio rojo oscuro. Se


encuentra en el “Museo del Hombre” de París.

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Capítulo I

LOS ANTEPASADOS DE LOS


AZTECAS

¿Cuándo vinieron de Asia?

Si nos atenemos a la teoría clásica, no hay ninguna duda de


que los primeros pobladores de América provienen de Asia, ya
que en las excavaciones realizadas en el lugar ocupado por la
Universidad de Alaska se encontraron restos neolíticos del
desierto de Gobi. Otra gran cantidad de hallazgos de huesos de
mamut, que había sido cazado con armas de pedernal y obsidiana,
permitieron elevar la existencia de los seres humanos en América
hacia el año 14.000 a.C. Sin embargo, las recientes apariciones de
unas hogueras sepultadas han llevado la fecha hasta 35.000 a.C.
aunque este dato es muy discutido.
Fueron grandes tribus de cazadores las que atravesaron el
estrecho de Bering, en una época de glacialización que mantenía
esa zona helada, luego unía los dos grandes continentes. Se
supone que todas huían de fabulosos cataclismos producidos en el
centro y en el sur de Asia. Como estaban obligados a seguir a las
grandes manadas de animales, al vivir preferentemente de la caza
y de la cosecha de los alimentos que daban los árboles o las
plantas, ya que todavía no conocían la agricultura, se veían
forzados a realizar las mismas migraciones que las bestias.
En el momento que se asentaron en Alaska y en el norte de
Canadá, como pertenecían a diferentes tribus, no hablaban la

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misma lengua y tenían costumbres muy diferentes, se produjeron
enfrentamientos que fueron la causa de que, al menos los
vencidos, siguieran los desplazamientos, pero en esta ocasión por
el interior del nuevo continente. Como esto fue sucediendo en un
largo proceso de décadas y hasta de siglos, terminó por conseguir
que se ocupara toda América. Algo que debió suponer un lento
proceso al no disponer estas tribus de animales domesticados de
tiro o de viaje, como el buey, el caballo, la mula, etc. Sólo
contaban con el perro, que ya estaba ayudando en sus transportes
al esquimal, mientras que a los habitantes de la América Central
terminaría por servirles de alimento.
Los primeros pobladores seguían encontrando la comida
preferentemente de los frutos silvestres, la pesca más elemental y
la caza. Se ha podido demostrar que todos los que poblaron las
zonas costeras se nutrían de mariscos y de algunos peces, a la vez
que seguían cazando; mientras, los del interior utilizaban unos
primitivos medios de molienda, que les permitían obtener harina
de las nueces y de algunas semillas, lo que les aseguraba una
alimentación más perdurable que la caza, sobre todo a las tribus
que ocupaban los desiertos o las grandes llanuras.
Ahora se sabe que las gentes que poblaron Norteamérica se
alimentaban con más de cuatrocientas especies distintas de
plantas, al mismo tiempo que no dejaban de cazar. Los esquimales
sólo podían subsistir con este último medio, debido a que en los
hielos y las nieves no crecía ningún tipo de plantas. Ya nadie duda
que una de las regiones más pobladas de aquellos tiempos
remotos era la actual California, debido a la abundancia de
mariscos, frutos silvestres y caza. También a que estas tribus,
acaso porque contaban con los suficientes medios de subsistencia,
no entraron en guerra y, hasta cierto punto, crearon una sociedad
de intercambios comerciales. Se supone que el abandono de tan
«idílicos parajes» se debió a una serie de terremotos.

La agricultura unida a la civilización

En el momento que el indígena preamericano aprendió a


cultivar dio el salto definitivo que, a la larga, le permitiría crear

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sus grandes civilizaciones. Por ejemplo, en México se comenzó a
sembrar el frijol alrededor del año 5.000 a.C. a la vez que el maíz,
que se convertiría en el alimento básico de esta nación, tardó más
de 2.000 años en cultivarse. Singularmente, las plantas que hemos
mencionado, junto a otras muchas, no se conocían en Asia, luego
debían encontrarse en el Nuevo Mundo en un estado silvestre,
hasta que los seres humanos aprendieron la forma de servirse de
las mismas y, a la vez, mejorar sus condiciones de cultivo.
Con la agricultura se produjeron los grandes
asentamientos, ya que se debía esperar a obtener las cosechas.
Bien es cierto que en unas tierras tan ricas, se podían realizar dos
y tres recolecciones en un solo año, en especial porque, en las
zonas selváticas, el medio inicial fue el incendio de una parte de
los árboles para disponer de un terreno cultivable. Como los
restos de la madera quemada servían de abono, las ventajas eran
muy grandes. Cierto que esta costumbre llevaba a que las tribus
de agricultores se terminaran por desplazar al encontrarse las
zonas de árboles que debían quemar, para seguir cultivando, cada
vez más alejadas. Esto les sucedió a los mayas, hasta que idearon
la manera de aterrazar los suelos e imitar a la Naturaleza a la hora
de sembrar y aprovechar el terreno disponible.

Más allá de la «norma»...

Hasta aquí hemos venido desarrollando la teoría clásica, lo


que es considerado por los arqueólogos como la «norma». Sin
embargo, en realidad la forma de llegar los primeros pobladores a
América se discute muchísimo, ya que un importante grupo de
historiadores son partidarios de la idea de que utilizaron en
frágiles canoas, pero siempre partiendo del continente asiático.
La Iglesia cristiana al encontrarse con unas civilizaciones
indígenas tan evolucionadas, tuvo que pensar desde cuándo se
encontraban allí. Como se daba por seguro que hubo un Diluvio
Universal, lo que suponía que sólo se salvaron Noé y su familia,
esto llevó a que fray Diego de Durán terminase por deducir lo
siguiente:

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La suposición ha quedado confirmada por todo lo que
acabo de contemplar... Estos nativos tienen su origen en una de
las diez tribus de Israel, a las que Salmanasar, rey de los asirlos,
hizo prisioneras y condujo a su país en la época de Hosea, rey de
Israel...
Esta idea no fue compartida por Huig de Groot, uno de los
precursores en el siglo XVII del derecho internacional, ya que
opinaba que los indios de Norteamericana eran escandinavos, los
peruanos procedían de China y los brasileños de África. Cuando
Johannes de Laet se enteró de lo anterior, no dudó en escribir un
libro para rebatirlo, debido a que, según sus estudios, «todos los
pobladores de América provenían de los escitas».
La controversia se desató en la Inglaterra de Cromwell,
donde Thomas Thoroughgood escribió que había oído contar a un
rabino holandés que en el Perú fue atendido por unos indígenas
que practicaban la circuncisión. De esta manera la idea de que los
judíos habían sido los primeros pobladores de América volvió a
ocupar el primer plano.
También la Iglesia de los Santos de Tiempos Recientes,
cuyo texto sagrado en el Libro del Mormón, se apoya en las
antiguas «Tablas Doradas de Moroni» para demostrar que las
nativos de América son descendientes de una de las tribus de
Israel.
Sin embargo, tomando como referencia las pirámides
precolombinas, a otros historiadores les resulta muy sencillo
compararlas con las existentes en la India y en Birmania, ya que
en poco se parecen a las egipcias, al menos en sus materiales y en
la forma de construirlas, con lo que aceptan la hipótesis de que los
primeros pobladores de América vinieron de Asia. Aunque
aportan una novedad: entre ellos había seres muy inteligentes,
pues conocían la arquitectura más elemental, que se hallaba unida
a las matemáticas, al estudio del suelo, al trazado de planos, a un
sistema de pesos, a la herrería y a otras técnicas.

Un razonamiento más sensato

Podríamos mencionar las teorías que hablan de los fenicios


como algunos de los primeros pobladores de América o de los

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«hombres venidos de las estrellas», a los que se ve enseñando los
mayores progresos técnicos: la astronomía, el perfeccionamiento
de la arquitectura, la escritura por el sistema de glifos y otras
formas culturales; sin embargo, preferimos apoyarnos en el texto
de Víctor W. von Hagen, que en su libro «Los aztecas» cuenta lo
siguiente:

Esta hipótesis, sobre la cual se levantaron en pirámide las


teorías arqueológicas, está asediadas por muchas partes;
arqueólogos, botánicos, geógrafos, la han atacado como
insostenible. Hay cincuenta características «notablemente
similares» entre las culturas de las islas del Pacífico y las de
América, que sólo pueden ser explicadas por difusiones
transpacíficas. Los «difusionistas» insisten en que los viajes entre
continentes, en balsa, barco o canoas de batangas, parecen haber
sido numerosos. Aun cuando no hay pruebas, estas teorías han
subsistido con base en la fe y ahora, en los últimos años, en
sentimientos apasionados. Pero un sentimiento no aduce sus
razones. No tiene una sola: debe tomarlas prestadas. No hay una
prueba positiva en ningún lado de la cerca antropológica. Los
argumentos frívolos y de peso son muchos. Esto ha conducido a
que un científico británico concluya que «no obstante, la lógica
de tales argumentos y los hay —buenos— de ambas partes, no se
acepta generalmente como convincente y tal vez puede admitirse
que la posición tomada de uno u otro lado está fortificada por la
fe...»
Sin embargo, hasta que surja alguien con hechos que
puedan ser pesados en la balanza, el indio americano tuvo sus
principios culturales en su propia suelo. El hombre neolítico
primitivo era un vagabundo de tierra no un navegante; siguió la
huella de los animales y vino de Asia por un puente de tierra que
había sido empleado durante siglos por los mamíferos. Entonces,
siguiendo la rutina inicial, que me permite elegir «de acuerdo
con mi carácter e idiosincrasia, a mi propio gusto y fantasía... en
un mundo, como un artista, sucedió de esta forma...»

En este punto la teoría de Von Hagen coincide con la que


nosotros hemos expuesto al principio del capítulo.

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Figura 3. Ruta seguida por los primeros pobladores de América según la
“norma”.

El nacimiento de Tiahuanaco

En el corazón de Sudamérica, donde las selvas se hallaban


preñabas de misterios, vivían unos cazadores de hombres y de
animales, que se afilaban los dientes como signo de belleza y
masculinidad y empleaban flechas envenenadas. Siguiendo el
curso inverso de los grandes ríos, como el Amazonas o el
Orinoco, se alzaba la monumental columna vertebral del
continente: los Andes. En las zonas más elevadas, donde los picos
habían permitido el milagro de unos fríos valles, en los que
crecían las más exóticas plantas, habitaban unos seres de
«poderosos pulmones», los cuales ya hablaban el aymará y, sobre
todo, acababan de fundar la gran civilización de Tiahuanaco.
Se encontraban en las orillas del lago Titicaca, era el año
1.000 a.C., y estaban obteniendo hasta tres cosechas en unas
fértiles tierras que envidiaría el paraíso. Allí había una piedra en
la que los incas situarían el origen del Sol. Mucho más lejos, en
paisajes dominados por las piedras, vivían otras tribus menores,
pertenecientes a la misma raza y que se entendían con una lengua

22
llamada quechua, pero que pertenecía a una familia similar a la
aymará.
Más al norte, donde los Andes parecían tener fin, se
hallaban las regiones de Mesoamérica y México, cuyas montañas
no por ser menores dejaban de encolerizarse con tanta fuerza
como la hermana grande, ya que contaban con sus grandes
volcanes, algunos de los cuales llevaban muchos años humeando.
Lugares que debían asustar a todo lo vivo; sin embargo, ya
estaban siendo poblados por grandes tribus, a los que se conocería
con el nombre de totonacas, toltecas, zapotecas, huastecas, mayas,
aztecas, etc.
La organización principal de todos ellos era la familia, se
alimentaban preferentemente de los productos agrícolas y habían
convertido el maíz en su «planta dios«. Los hombres iban
materialmente desnudos, pues nada más que llevaban un
taparrabos y sandalias; mientras que las mujeres se cubrían con un
ceñidor y enaguas cortas de algodón hilado, pero llevaban los
pechos y los pies desnudos, a la vez que soportaban el mayor
trabajo dentro de la choza.
Las familias formaban clanes, los cuales se integraban en
unas tribus, cuyos miembros se encontraban unidos por unos
lazos de consanguinidad. Se distinguían estos indígenas unos de
otros por sus nombres totémicos, adoraban a unos dioses muy
parecidos y concedían un alma a todo lo que les rodeaba.
Labraban la piedra como ninguna otra civilización en el mundo y
estaban creando su propio universo, sin ninguna otra influencia.
Puede decirse que las grandes migraciones habían concluido.
Desde el año 1.000 a.C. en Mesoamérica y México se iban
a producir una intercambio de predominios entre sus
civilizaciones; a la vez, irían surgiendo una serie de diferencias en
las costumbres, en los ritos y en la cultura que les darían una per-
sonalidad individualizada. Serviría para convertirlas en pueblos
autónomos en muchos conceptos, lo que resulta muy apasionante
para cualquier aficionado a la arqueología y a la historia.

Los misteriosos olmecas

Los olmecas comenzaron a dejar testimonios culturales en


México alrededor del año 1200 a.C. Se les conocía como «el

23
pueblo que habita siempre frente a la salida del Sol». Sus
principales riquezas eran el hule, la brea, el jade, el chocolate y
las plumas de ave. La misma palabra olmeca provenía de «olli»
(hule), y tenían como tótem máximo al árbol de la vida, al que
llamaban «la madera que llora».
Se cree que aparecieron en el Istmo de Tehuantepec y en la
cuenca del río Coatzacoalcos, junto a la costa del Golfo de
México. Sus escultores mostraban una singular preferencia por
tallar grandes cabezas de dioses, superiores a los dos metros de
altura, a los que representaban con la nariz aplastada al estilo
mongoloide, los labios muy gruesos y unos grandes ojos rasgados.
También construyeron grandes ciudades-templos, en las
cuales se cuidaron de esculpir estelas de piedras, mediante las
cuales indicaban el tiempo o conmemoraban los acontecimientos
más importantes. A sus grandes personajes les gustaba tatuarse e
introducirse jade entre los dientes, a la vez que presionaban la
cabeza de sus hijos para que adquiriera una forma apepinada, lo
que consideraban un signo de nobleza y, además, todos ellos se
depilaban la cara y practicaban la caza de cabezas humanas, a las
que desollaban y teñían, recurriendo a un sistema muy similar al
de los jíbaros.
Los olmecas extendieron su civilización desde el valle de
Balsas hasta El Salvador y Costa Rica, y desde la costa del golfo a
las montañas de Oaxaca, en la costa del Pacífico. Cubrieron un
tiempo intermedio entre el periodo preclásico, el que se refiere a
las aldeas, y el clásico, en el que ya dominó lo urbano. Su poder
se extinguió en las proximidades del siglo V de nuestra era.

Los legendarios mayas

Los mayas establecieron la diferencia entre el exceso y lo


divino, debido a que encontrándose en posesión de conocimientos
propios de los antiguos egipcios, a los que tanto se parecieron,
terminaron por creerse hermanados con los dioses, hasta
considerarlos sus iguales. Aparecieron en Mesoamérica hacia el

24
año 200 a.C. y no dejaron de construir grandes ciudades, en cuyos
centros se alzaban las pirámides-templos astronómicos, en las que
dejaron testimonios de sus calendarios, sus horóscopos, sus
conocimientos matemáticos, ya que manejaban el cero en lo que
llamaban «las cuentas largas», e influyeron en todas las culturas
de México y Yucatán.
Fueron mayas los enormes centros urbanos de Palenque,
Yaxchilán, Tikal, Copán, Piedras Negras, Uxmal, Labna, etc.
Conjuntos arquitectónicos tan impresionantes, que deslumbraron
a infinidad de investigadores occidentales, algunos de los cuales
no tuvieron más remedio que atribuirlos a la influencia de
civilizaciones perdidas, como las unidas a la Atlántida y a Mu.
Sin embargo, cada una de sus piedras había sido tallada por
órdenes de unos seres humanos tan soberbios, en su calidad de
sacerdotes, que se mantenían distantes del pueblo al considerarse
muy superiores al mismo. Un pecado que pagarían al verse
abandonados, lo que supuso que la selva terminara por ocultar sus
grandes obras al quedarse estos sabios sin servidores. Como todos
ellos no habían tenido la precaución de dejar sus nombres en los
glifos, ya que se conformaban con indicar nada más que el año de
realización del monumento, ni siquiera podemos identificarlos.
Hoy día sólo conocemos sus obras, que fueron excepcionales en
casi todos los sentidos.

Otras grandes civilizaciones

Los mixtecos debieron aparecer en el año 660 de nuestra


era. Establecieron su capital en Cholula, la Puebla actual, y
poblaron las costas y la altiplanicie de México. A lo largo de sus
nueve siglos de existencia sufrieron el acoso de otras tribus, hasta
que se transformaron en conquistadores. Eran grandes cuentistas y
crearon el mito de la «Serpiente Emplumada», que luego se
apropiarían todas las demás culturas de la región. Como utilizaban
papel, en el que escribieron muchas de sus historias, pudieron dar
testimonio de algunos de sus logros: una agricultura muy
avanzada, su bien organizada sociedad, la habilidad de sus

25
arquitectos y su ingenio en distintos terrenos del pensamiento.
A los totonacas podemos situarlos en la zona de Veracruz
en el año 500 a.C. Pertenecían a la raza maya, a pesar de lo cual
se comportaban de una forma más parecida a los olmecas. Sus
escultores sentían una singular preferencia por las figurillas
sonrientes y las cabezas de piedra de tamaño natural, a las que
adornaban con unas espigas, mientras que sus joyeros elaboraban
grandes collares en forma de «U» compuestos de piedras negras y
verdes, muy pulidas y decoradas con un exquisito refinamiento.
Además, erigieron ciudades-templos que, como todos los de las
otras culturas, acabarían por verse sepultadas por la selva.
Los toltecas demostraron en el Valle de Anáhuac que eran
los mejores agricultores. También tienen que ser considerados los
más fabulosos arquitectos, ya que a su ingenio debemos la
maravilla de Teotihuacán, el «Lugar de los Dioses». La
empezaron a construir en el 200 a.C. y tardarían once siglos en
concluirla. Constituye todo un auténtico desafío a la imaginación
poder entender de qué medios se sirvieron estos hombres para
realizar una obra tan descomunal, a la vez que debían enfrentarse
a la necesidad de sobrevivir en un medio de lo más hostil.
Teotihuacán resultó una obra tan admirada, que sirvió
como ejemplo para todas las demás ciudades-templos que la
siguieron. Sin embargo, los toltecas habían conseguido muchas
otras cosas más: hilaban el algodón, lo que les permitió disponer
de diferentes clases de ropas, en sus casas los baños de vapor
ocupaban un lugar especial, tenían una escritura ideográfica,
usaban libros de amatl, una especie de papel extraído de la pulpa
del maguey, y desde siempre habían seguido a los sacerdotes-
astrólogos. Gracias a los consejos de uno de estos maestros
construyeron la gran ciudad de Tula, que fue gobernada por
Quetzalcóatl y que se tardaría casi tres siglos en finalizarla. De
ésta se decía que era un lugar rico en palacios de verde jade y
conchas blancas y rosas, donde las espigas de maíz y las
calabazas alcanzaban el tamaño de un hombre y el algodón
crecía de todos los colores en las plantas y en el aire; mientras,

26
aves de mil colores daban goce a la visión de un conjunto de
tanta hermosura que desafiaba los resplandores del mismo sol...
La unión de todas estas civilizaciones, junto a otras muchas
que ocuparon el suelo mexicano, formaron una especie de tapiz
para los aztecas. Éstos pertenecieron a la civilización más tardía,
ya que aparecieron en el año 1.200 de nuestra de era, pero sus
dirigentes supieron reunir todos los conocimientos de los
anteriores, para formar una rica amalgama que merece la pena ser
estudiada con meticulosidad, ya que nos permitirá aclarar algunos
enigmas.

Figura 4. En la ciudad tolteca de Tula gobernaba Quetzalcóatl.

27
«Las Siete Cuevas»

Los aztecas debieron dar comienzo a su larga marcha hacia


el año 1168. Tardarían más de un siglo en llegar al valle de
México. Uno de sus asentamientos ha recibido el nombre de
Chicomoztoc o «Las Siete Colinas», con lo que se ha pretendido
indicar la costumbre de vivir en las montañas. Como no habían
dejado de avanzar, se fueron encontrando con distintas tribus, que
les obligaron a combatir. Esto comenzó a forjar en los dirigentes
de este pueblo trashumante la necesidad de formarse como
guerrero.
Una vez cruzaron la región de Michoacán, entraron en el
altiplano por la zona de Tula. Conviene tener en cuenta que
estamos mencionado un proceso de cien años, luego el avance
resultó lento, con largas paradas en busca de las regiones más
propicias. En este tiempo aprendieron a cultivar el maíz; y lo
convirtieron en su alimento básico. También comenzaban a ser
dirigidos por los sacerdotes, a los que daban el nombre de
«portadores de dios».

Figura 5. Aztecas construyendo uno de los templos-pirámides de México-


Tenochtitlán

28
Capítulo II

LA FORMACIÓN DEL PUEBLO


AZTECA
«Los que no tenían nada»

Se supone que los primeros aztecas pisaron al valle de


México, al que llamaban Anáhuac, en el año 1.168 de nuestra era.
Este dato lo dejaron registrado por medio de su calendario. Como
eran una tribu trashumante, luego no tenían un tierra fija, pudieron
haber nacido en unos parajes que hoy ocupa Estados Unidos (en
Texas o Nuevo México). Hablaban el náhuatl, que era la lengua
de los toltecas. Las demás tribus les denominaban «los que no
tenían nada». Realmente, eran tan pocos que jamás impresionaron
a nadie, ya que apenas sumaban más de cinco mil seres humanos.
Esto no les impidió llevar con orgullo una rica mitología.
Sus sacerdotes contaban que hacía muchos soles, cuando
las luces y las sombras se peleaban por dominar la Tierra,
habitaba en una cueva profunda el siempre famoso
Huitzilopochtli, al que también llamaban Mago Colibrí, el cual les
había dejado oír este sabio consejo:

Moveros sin descanso en la búsqueda de las tierras donde


podáis cultivar el maíz. Pero enviad siempre exploradores, pues
sólo de esta manera evitaréis al enemigo de hoy y al de mañana.
Quedaros en el sitio elegido durante el tiempo de la siembra y la
cosecha. En el momento que la recojáis, volved a poneros en
camino. Sólo os estableceréis permanentemente allí donde veáis

29
un águila, con una serpiente en su pico, que estará posada en lo
alto de un cactus. Pero llevadme a mí como bandera, porque soy
Huitzilopochtli, el que siempre os protegerá. Sólo os pido que me
alimentéis con corazones humanos, que extraeréis de los cuerpos
sacrificados. Mejor si éstos pertenecen a unos bravos guerreros...

Los aztecas nunca dejaron de seguir estos consejos, tan


cargados de prudencia y, a la vez, de crueldad. En su continuo
peregrinaje fueron absorbiendo los conocimientos de las otras
tribus; pero como lo hacen las piedras del fondo de los ríos: por
decantación o filtraje. Sólo se quedaban con lo que realmente les
interesaba.
En el momento que pretendieron multiplicarse, no se les
ocurrió otra cosa que secuestrar a las mujeres de sus vecinos, lo
que trajo consigo que se les persiguiera encarecidamente. Muchos
fueron sometidos a la esclavitud; pero otros consiguieron escapar
y se hicieron más astutos. Tanto como para llevarse a sus presas
simulando que habían sido víctimas de alguna bestia salvaje y,
más tarde, cuando necesitaron un mayor número, utilizaron a sus
jefes para solicitar a las esposas que necesitaban. De esta manera
surgió una terrible leyenda...

La hermosa princesa despellejada

Los aztecas ya vivían en las zonas pantanosas del Lago de


Texcoco cuando libraban las más duras batallas. Como estaban
considerados unos valientes, a pesar de los pocos que eran, el jefe
Coxco les pidió ayuda antes de entrar en guerra con Xochimilco.
Todos se ofrecieron a servirle, porque estaban dispuestos a
obtener los mayores beneficios de su esfuerzo, pues no les cabía
en la cabeza la posibilidad de fracasar.
Los guerreros trashumantes, los «que nada poseían», se
mostraron tan astutos y decididos, que no tardaron en hacerse con
treinta prisioneros, a los cuales cortaron una oreja con sus
cuchillos de obsidiana antes de que finalizara la batalla. Nunca
habían realizado nada semejante; pero entendieron que suponía la
mejor forma de que se reconociera su valor.

30
A la mañana siguiente, mientras Coxco se estaba
felicitando por la victoria, que había supuesto la captura de más
de veinte enemigos, cayó en la cuenta de que los aztecas estaban
allí con las manos vacías. Esto le llevó a reprocharles que no
hubieran intervenido en la batalla. Sin embargo, cuando hubo
terminado de hablar, el jefe de los aztecas le preguntó por qué a
cada uno de los prisioneros les faltaba una oreja. Seguidamente,
ante el asombro de todos los presentes, extrajo las treinta orejas de
una bolsa que colgaba de su hombro derecho.
Entonces, Coxco se sintió tan desconcertado por su error
que, como desagravio, prometió hacer a tan bravos guerreros el
mayor regalo que le pidieran. Pero se fue a encontrar con que
debía entregarles a su propia hija, debido a que, según le dijo el
jefe azteca, ella será la iniciadora de la casta más respetable que
haya conocido nuestro pueblo.
El caudillo de los tenochcas no se volvió atrás de su
decisión, pensando que iba a entregar a una esposa. Lo que no
sabía era que la hermosa princesa sería sacrificada en el templo de
los aztecas, luego se la desollaría y, por último, su piel se
convertiría en el vestido del sacerdote principal, el cual pasaría a
representar a la Diosa Naturaleza, gracias a la cual pensaba
convertir a su pueblo en el más respetable y poderoso de la
región.
El padre de la princesa descubrió la verdad cuando ya
había finalizado la macabra ceremonia, y él vestía sus mejores
galas, lo mismo que se había hecho acompañar por todo su
séquito. Entonces, dominado por una cólera volcánica, dio orden
de que se matara a todos los aztecas, lo que no pudo suceder,
debido a que los verdugos de su hija eran más veloces que el
puma y conocían el arte de borrar las huellas dejadas por sus pies.

México-Tenochtitlán, la isla que fue su capital

El motivo que llevó a los aztecas a elegir una zona cubierta


de lagos para construir su capital forma parte de la leyenda. Se
sabe que lo hicieron en el año 1.325, porque allí vieron un águila,
que acababa de dar caza a una serpiente, posada en un cactus. Esta
era la imagen-señal que les había anunciado Huitzilopochtli.

31
Llegaron al valle de Anáhuac, situado a 2.133 metros de altitud y
donde «todo era agua» y los juncos resultaban tan gigantescos,
que en ellos se hubiera podido ocultar la tribu entera sin tener que
agacharse. No obstante, allí había muchas islas, que permitían ser
convertidas en una sola.
Consideraron que el lugar era ideal, sobre todo para unos
fugitivos como ellos, debido a que acababan de escapar de las
ciudades de piedra, que se encontraban en las orillas de los cinco
grandes lagos y pertenecían a unas tribus muy poderosas.
Los aztecas primero construyeron viviendas de cañas y
argamasa, cuyos techos formaron con juncos entretejidos.
Enseguida alzaron el primer templo, al que llamaron Teocali. Al
momento comenzaron a sembrar en el escaso suelo del que
disponían. Como no les pareció suficiente, debieron recurrir a las
chinampas, es decir, utilizaron grandes canastos de mimbre de
forma ovalada que, luego de haberlos desplazado por los islotes
hasta dejarlos anclados en el fondo, los rellenaron de tierra y,
después, plantaron las semillas de maíz junto con un pescado, que
sirvió como fertilizante. Con el paso del tiempo, sembraron
frijoles y otras plantas comestibles. Gracias a que se hallaban en
una zona tropical, pudieron obtener hasta cuatro cosechas al año.
Esta especie de cestos mágicos llegaron a sumar más de
diez mil, lo que supuso que no sólo hubiera alimentos para todos
los aztecas, sino que se pudiera comerciar con los sobrantes, que
cada vez eran más. Así se dispuso de todo lo que se necesitaba
para formar una sociedad poderosa. También consiguieron
aprovechar la sal contenida en el agua de uno de los lagos.
Para entonces ya habían dado el nombre de México-
Tenochtitlán a su capital, debido a que allí crecían infinidad de
nopales o tunas, a los que ellos llamaban tenoch.
Como vemos Tenochtitlán, la actual ciudad de México, fue
construida manualmente, desafiando la lógica y confiando más en
la ayuda divina. Acaso en el favor eterno que les proporcionaba la
piel de la hermosa princesa. Obra de titanes que en lugar de
tomarse un descanso al poder disponer de la ciudad más fabulosa,
se entregaron a conquistar el territorio ocupado por sus vecinos.

32
Una costumbre que jamás les abandonaría, por haberla convertido
en el medio de complacer a sus divinidades.

La Triple Alianza

A principios del siglos XV, en medio de la ciudad ganada a


los lagos vivían dos comunidades enfrentadas: los aztecas-
tenochcas de Tenochtitlán y los aztecas-tepanecas de Tlatelolco.
Dos poderes lacustres que se enfrentaron en demasiadas
ocasiones, buscaron la paz recurriendo a la boda entre los hijos y
las hijas de sus jefes e intervinieron en varias conspiraciones, en
las que participaron pueblos situados a mucha distancia.
Por último se creó la Triple Alianza como defensa mutua,
sin advertir que los mayores beneficiarios serían los aztecas-
tenochcas. El jefe de éstos era Itzcóatl, el cual dio comienzo al
imperio azteca al organizar el ejército y la religión, lo que le
permitió imponer su voluntad a todos los pueblos de la zona.
Una vez se adueñó de las tierras del valle, lo que debió
suceder en el año 1.440, se cuidó de construir puentes que unieran
todas las zonas de su desperdigada capital. Para esta obra
monumental sus ingenieros se sirvieron de unas dos mil canoas
(lo que ha quedado escrito en un papel), que anclaron en el fondo
de los lagos como venían haciendo con los cestos gigantescos de
las chinampas. De esta manera se construyeron más de cinco
kilómetros de puentes, que se alargaron hasta cubrir los cuatro
puntos cardinales.
Más adelante, se sirvieron de un recurso similar para
disponer de un acueducto, pues no contaban con la suficiente agua
potable. La fueron a buscar al bosque de Chapultepec, donde
crecían unos árboles de unos troncos tan gruesos que veinte
hombres agarrados de las manos no eran capaces de abarcarlos.
La construcción del viaducto la decidió el gran jefe Itzcóatl, cuyo
nombre significaba Hoja Serpentina, el cual vivía en un palacio
lleno de tapices tejidos de algodón, donde los personajes más
importantes tomaban el chocolate en copas de oro, junto a unos

33
jardines en los que se movían un gran número de animales
domesticados.
Al verse tan poderosos, los aztecas no pararían hasta
convertirse en los verdaderos amos de todo la nación. Llegaron
hasta las costas, donde se encontraba el Gran Lago (el mar), al
que temían, por eso jamás construyeron embarcaciones con las
que adentrarse en el mismo. Se consideraban guerreros de tierra
firme, capaces de navegar en los ríos y en los pequeños lagos.
Contaban con mayor territorio del que jamás hubieran imaginado,
¿por qué iban a necesitar ampliarlo en unas aguas saladas en las
que habitaban los dioses y las fuerzas infernales?

Figura 6. El caudillo Iztcóatl marchando hacia los templos y las casas


aztecas. Las huellas de los pies indican el recorrido que siguió tan
importante personaje. Dibujo tomado de un Códice.

34
Moctezuma I, el Iracundo

A Itzcóattl le siguió Moctezuma I, al que llamaban el


Iracundo debido a su feroz genio. Lo había demostrado en
infinidad de batallas; no obstante, en tiempo de paz probó ser un
gran estratega, al conocer los recursos necesarios para conservar el
amplio territorio y mantener las alianzas con las tribus que podían
convertirse en enemigos.
Se encargó de mejorar la vida en México-Tenochtitlán en el
plano sanitario y, lo más importante, ordenó la construcción de
unos diques, con el fin de represar el agua que se desbordaba de
los lagos en la época de las grandes lluvias. También construyó
varios templos en honor de dioses y diosas, algunos de los cuales
eran adorados por los pueblos conquistados.
En los tiempos que las cosechas fueron destruidas por los
fríos y las tormentas, recurrió a la llamada Guerra Florida, en la
que participaban los guerreros más importantes, los cuales se
dividían en dos bandos, aún sabiendo que los perdedores serían
sacrificados en ceremonias religiosas. Esto mantuvo ocupada a la
gente, a pesar de que muchos habían decidido convertirse en
esclavos, junto a sus familias, para poder comer, ya que los amos
estaban obligados a mantener a todos sus siervos.
Otra de las medidas que se impusieron en México fueron
los tributos, que se cobraban recurriendo a la presión militar. Sin
embargo, no se pudo impedir que muriese mucha gente, debido a
los cinco años de «hambruna» que acompañaron a las malas
cosechas.

Nezahualcóyotl, el monarca de Texcoco

Nezahualcóyotl fue uno de los aztecas-texcocanos que


lograron escapar en el momento que los aztecas-tepanecas
consiguieron el predominio en todo el país. Era un joven por
aquellas fechas; no obstante, debió contar con grandes profesores,
los cuales le enseñaron la manera de resucitar en sus paisanos el
deseo de recuperar el poder como pueblo. Le beneficiaron mucho
los resultados de las malas cosechas, al haberse generado un

35
resentimiento muy intenso contra Moctezuma I y sus guerreros.
Como los aztecas-texcocanos habían recibido tributos
voluntarios de varias tribus amigas, a Nezahualcóyotl no le
costó convencer a sus jefes de que volvieran a hacerlo. Esto
permitió que en México resurgiera un poder paralelo, que
ocuparía otros territorios, capaz de construir templos y ciudades,
como la de Texcoco, que pasaría a ser la más importante de la
altiplanicie.
Uno de los grandes méritos de Nezahualcóyotl fue
convertir la religión azteca en monoteísta, al creer en un solo
dios, el único, a través de cuyo poder se manifestaba la naturaleza
y del que surgían las divinidades menores. Como era un gran
poeta, orador, astrónomo y astrólogo, se cuidó de fomentar el
desarrollo de las artes y de la ciencia.
Lo que sorprende a los historiadores es su genial
habilidad para no haber sido eliminado cuando estaba
creciendo su pueblo y, luego, en el momento que se hizo tan
poderoso como para rivalizar con el que gobernaba Axayácatl,
el hijo de Moctezuma I. Personaje amigo de las intrigas y el
asesinato; pero que nunca fue en contra de Nezahualcóyotl.
A éste le siguió su hijo Nezahualpilli, que gobernaría
hasta 1516. Poco se sabe del mismo, aunque no debió ser un
político tan diestro como su padre, ya que en ciertos
momentos estuvo a punto de pelear contra los reyes de
México-Tenochtitlán, aunque sí lo hizo frente a algunas
tribus menores, a todas las cuales venció, y luego, incorporó a
su gran imperio.
El hecho que estuvo a punto de provocar una guerra
entre los grandes pueblos aztecas se debió a una boda
equivocada. Nezahualpilli se había casado con la hermana de
Moctezuma II, la cual era tan libertina, que concedía sus
favores carnales a muchos de los súbditos, sobre todo a los
mejores jugadores de pelota y a los más bravos guerreros.
Diversiones de alcoba que fueron cortadas en el momento que
su marido decidió matarla, al recurrir a una de sus prerrogativas
de soberano: podía hacerlo sin tener que consultar con los
jueces-sacerdotes. Tan trágico desenlace provocó una serie

36
de protestas y amenazas de los aztecas-tenochcas, que no
llegarían más allá, por el momento; sin embargo, en 1514
Moctezuma II se vengaría al destruir el ejército de Texcoco y
adueñarse de este imperio, hasta el punto de que a la muerte de
Nezahualpilli, nombró un sucesor sin tener en cuenta la
voluntad del consejo de ancianos de la gran ciudad.

El infortunado Moctezuma II

En el imperio azteca de México-Tenochtitlán a


Axayácatl le siguió su hermano Tízoc, el cual es recordado por
haber encargado la reconstrucción del gran templo en honor de
Huitzilopochti, el Dios de la Guerra, y de Tláloc, el Dios de la
Lluvia. También ordenó la construcción de la Piedra de los
Sacrificios, cuyos cantos eran tan grandes que en ellos se
quemaron miles de corazones humanos. Se cree que murió
envenenado luego de sufrir una serie de derrotas militares.
A Tízoc le sucedió su hermano Ahuízotl, que terminó el
gran templo y, años después, ordenó el mayor sacrificio
humano que ha conocido la historia del antiguo México.
Luego de organizar una redada, que duró unos dos años,
obtuvo veinte mil prisioneros. Todos éstos fueron colocados en
dos filas, bien atados, para que los grandes jefes aztecas les
fueran arrancando el corazón. La enorme inmolación se prolongó
unos tres días, incluyendo las pausas del descanso, el aseo y la
alimentación de los verdugos; mientras, en el templo no podían
retumbar los llantos, las protestas y las maldiciones de las
víctimas, debido a que previamente habían sido adormecidas con
narcóticos.
Ahuízotl nunca dejó de guerrear, a pesar de que dispuso del
tiempo suficiente para ordenar la construcción de otro acueducto
para México-Tenochtitlán. Se sabe que mientras vigilaba las obras
de unos diques, recibió una herida en la cabeza que le causó la
muerte a las pocas horas.
Le siguió en el trono su sobrino Moctezuma II, el
Infortunado. Desde del primer año se vio ante la obligación de
continuar con los sacrificios humanos, ya que estaban
comenzando a producirse terremotos, grandes inundaciones y
otras catástrofes naturales.

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Sin embargo, se mostró piadoso con los doce mil cautivos
de la rebelde Oaxaca, ya que les perdonó la vida, a cambio de la
esclavitud, en el momento que iban a ser llevados al templo.

La llegada de los hombres blancos

La última Ceremonia del Fuego Nuevo la celebró


Moctezuma II en 1507 con otras inmolaciones humanas.
Continuaban produciéndose grandes fenómenos sobrenaturales, a
los que se unió el anuncio, por parte de los sacerdotes-astrólogos,
de la presencia de unos extranjeros de piel blanca, que llegarían a
las costas del Gran Lago en unas embarcaciones jamás vistas por
los aztecas.
¿Cómo se pudo realizar esta predicción? ¿Acaso se basaba
en que algunos barcos españoles habían llegado a las costas del
Golfo de México con el propósito de organizar las cabezas de
puente de la gran conquista que se produciría doce años más
tarde? ¿Podemos suponer que fue un extraordinario caso de
adivinación?
El genial Fulcanelli estaba convencido, junto a otros
historiadores franceses y españoles, de que los Templarios llegaron
a América en busca de plata hacia el siglo XIII, luego se
anticiparon a Cristóbal Colón en casi dos siglos. Pudieron tomar
contacto amistoso con los indígenas, por eso los mayas adoraron
la Cruz, sin saber que era el símbolo del cristianismo, lo mismo
que antes había representado a otras civilizaciones; además, la
unieron a la existencia de un ser luminoso, sobrenatural, que un
día podía venir a visitarlos.
Los mismos aztecas adoraban a una divinidad, a la que
llamaron «Señor del Águila», la cual ofrece los rasgos de un
occidental que, a la vez, llevara puesto el casco abierto, con lo
que dejaba ver su cara, de una armadura propia de un guerrero de
la Edad Media, que bien pudo ser un Templario. Por otra parte,
los mayas adoraban a Kukalkán, un dios de raza blanca.

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Figura 7. “El señor del Águila” de los aztecas. Pueden apreciarse sus rasgos
occidentales y el parecido con un casco de coraza que presenta lo que rodea
su cabeza.

Volviendo al discurrir histórico de Moctezuma II, podemos


deducir que se tomó muy en serio las predicciones de sus
sacerdotes-astrólogos respecto a la presencia de unos
«hombres blancos». A esto se añadieron tantas calamidades

39
geológicas, que para calmar a los dioses organizó una guerra.
Justificó este paso como la única forma de vengar la muerte de su
hermana. Esto le permitió dominar Texcoco, sobre todo al
fallecer Nezahualpilli, su máximo gobernante.
Sin embargo, los «hombres blancos» ya no eran un
presagio, sino una cruda realidad: en 1517 los españoles
desembarcaron en Veracruz y, dos años más tarde, Hernán
Cortés llegó hasta las mismas puertas de México-Tenochtitlán.
Pero ésta es una cuestión que preferimos trasladar a unos capítulos
posteriores.

Figura 8. El dios Serpiente Emplumada.

40
Capítulo III

LA FAMILIA DE LOS GUERREROS


AGRICULTORES

«Los que sufrían»

La sociedad azteca se componía de los guerreros


agricultores, a los que se llamaba macehua o «los que sufrían».
Nadie ha expuesto con mayor claridad esta condición como
Oswald Spengler:

Hemos de ver al hombre eterno, perteneciente a todas las


culturas del mundo. Era una criatura muda, un superviviente,
propagándose de generación en generación, unido a la a tierra,
con una mentalidad seca, severa, que sólo se fijaba en las
cuestiones prácticas, a lo material que puede tocar en el acto...

Sin embargo, el azteca poseía la cualidad del guerrero,


porque había nacido en un pueblo que fue trashumante, luego era
amamantado con el sentido del riesgo, de la necesidad de
mantenerse a la defensiva. Esto le llevaba a considerar su
misión de agricultor como una milicia, de ahí que los sacerdotes-
astrónomos le llamaran macehualtin, que debe traducirse como
«guerrero agricultor».
Su estatura debe considerarse media en relación con la de los
españoles o los latinos en general, ya que oscilaba entre 1,55 y
1,65. Pero sus pies resultaban muy grandes, acaso por una
adaptación al medio o a la necesidad de sus antepasados de

41
vivir siempre en el camino, es decir, exigiendo los mayores
esfuerzos a la rapidez de sus piernas. Eran capaces de cargar
sobre sus espaldas más de cuarenta kilos a lo largo de quince horas
del día, sin tener necesidad de hacer dos periodos de descanso.
Comían y bebían muy poco mientras trabajan; pero se
compensaban ampliamente, en el caso de abundar los alimentos,
en las fiestas, ya que celebran más de doscientas al año. Claro que
esto sólo ocurría en tiempos de una paz prolongada.
Lo más singular del azteca era la ausencia de barba, ya que al
considerarla un elemento indeseable sus madres se encargaban de
depilarles la cara desde muy niños. Además, aplicaban unas
compresas calientes sobre los folículos pilosos, con el fin de que no
se desarrollaran. Su piel iba del moreno claro al oscuro, debido a
que continuamente se hallaban expuestos al sol.
Vestían un maxtli o taparrabos, un ceñidor que pasaban por
entre las piernas y alrededor de la cintura, para dejar sus
extremos colgando atrás y delante. En momentos especiales esta
última prenda se cuidaban de adornarla. En época de fríos se
cubrían con el tilmanli, una manta rectangular de tela hilada, al
principio de maguey y, luego, de algodón. Como desconocían
los botones y los alfileres, se limitaban a atar estas prendas. Iban
descalzos, ya que las sandalias eran para quienes ocupaban una
posición más alta en la sociedad.
Se peinaban el cabello formando una trenza gruesa o lo
dejaban colgar en flecos, que antes el barbero había cortado con
unos cuchillos de obsidiana. Cuando iban a la guerra adornaban
sus cabezas con dos plumas de pavo o de águila.

Las nada frágiles mujeres

Las mujeres aztecas más humildes nunca superaban la


altura de 1,45, lo que les daba una falsa apariencia de fragilidad.
Desde que se sostenían sobre sus pies, con dos o tres años, ya
empezaban a ayudar en las tareas hogareñas, aunque sólo fuera
llevando un objeto de un sitio a otro. Como este ejercicio resultaba
permanente, al llegar a la adolescencia podían seguir a los jóvenes
en las más duras caminatas, llevando unos cargas inferiores pero
sin quejarse jamás.

42
Cuando eran madres, unían a la carga el hecho de llevar al
hijo a la espalda, mientras a los otros los cogían de la mano. No
debían ser feas, como lo demuestra el hecho de que Hernán
Cortés se uniera a una de ellas: doña Marina, a la que sus
hermanas llamaron «La Lengua» por lo pronto que aprendió el
idioma del hombre blanco.
Todas ellas vestían un cueitl o refajo, que les llegaba hasta
los tobillos, y en el que aparecían bordados realizados con un
gusto exquisito. Cuando salían de viaje, se cubrían con el huípil o
poncho, que era una tela rectangular, con una abertura para la
cabeza, y que llevaba los lados cosidos, excepto los dos
espacios correspondientes a los brazos. Acostumbran a ir
descalzas; pero se calzaban con sandalias en las largas caminatas.
Dejaban crecer sus cabellos libremente, cuidándose de
lavarlos para que aparecieran brillantes en su negrura. En los días
de fiesta se los trenzaban con cintas de colores. Cuando iban al
campo, los recogían alrededor de sus cabezas para que les
molestaran lo menos posible. Acostumbraban a ir con el rostro
limpio de afeites, aunque en ocasiones especiales llegaban a
ponerse algún ungüento o cremas naturales.

Un muy singular matrimonio

Se consideraba que un hombre podía contraer matrimonio


desde el momento que cumplía los 20 años, mientras que las
mujeres alcanzaban este honor a los 16. Los padres eran los
responsables de tal paso, pero siempre tenían muy en cuenta las
opiniones de sus hijos. Seguidamente, se consultaba con el
sacerdote-astrólogo, el cual examinaba el cielo para comprobar si
la pareja tenía la posibilidad de armonizar sus caracteres. En el
caso de que existiera una incompatibilidad muy exagerada, se
buscaba el tiempo más favorable o, si la diferencia resultaba muy
extrema, se desaconsejaba la unión. Algo que todos aceptaban
como una orden venida de los dioses, o lo que nosotros
llamaríamos «capricho del destino».
No se permitía el casamiento de hermanos, ni de familiares
de «primera sangre», es decir, de componentes de una misma
familia, aunque sólo fueran primos. Tampoco se autorizaba la

43
unión entre los componentes de un mismo clan, lo que afectaba a
los niños y niñas que habían convivido desde su nacimiento al
realizar sus familias trabajos comunes.
Una vez se superaban estos formulismos, que en ocasiones
podían resultar bastante duros, el padre del novio utilizaba a dos
ancianas para que le sirvieran de embajadoras, ya que llevaban
obsequios al hogar de la futura novia. La tradición imponía
que fueran rechazados hasta tres veces, con el fin de que en las
sucesivas idas y venidas se discutieran las cuestiones de la dote de
la novia, que siempre debía igualar o superar los regalos que iban
a entregar los padres del novio.
Cuando el asunto anterior quedaba resuelto, la misma tarde
del matrimonio, una mujer fuerte y con fama de seria, llamada «la
casamentera», cargaba a la novia sobre sus espaldas para llevarla
hasta la casa del novio. En este lugar los padres, los ancianos y
las gentes importantes pronunciaban sus discursos, relacionados
con la vida matrimonial y, finalmente, se ataban las puntas de los
tilmantli (mantos) que llevaban los novios, con lo que quedaban
«enganchados para toda la vida». Con este acto tan sencillo se daba
oficialidad al matrimonio. Poco más tarde, se celebraba una fiesta
en la que se bebía mucho pulque y, llegada la noche, los nuevos
esposos se retiraban a una cabaña especial, donde pasarían cuatro
días sometidos a penitencia y a un ayuno absoluto. Tan duro
proceso permitía que los dos recuperasen la «pureza
imprescindible para consumar su unión».
Los aztecas llevaban muchos siglos aceptando la poligamia
del hombre, debido a su condición de tribu guerrera y
trashumante. Como eran más las mujeres, se permitía que el
varón pudiera tener varias concubinas, sin que ninguna de
éstas llegase a reducir la importancia de la esposa oficial. El
número de concubinas estaba relacionado con las posibilidades
económicas, ya que todas debían ser bien alimentadas, disponer de
un lecho y contar con lo imprescindible.

Deberes y obligaciones matrimoniales

El tribunal de sacerdotes concedía el divorcio en el


momento que se quebrantaban estos deberes y obligaciones: si la

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esposa resultaba estéril, tenía muy mal carácter o descuidaba
continuamente los deberes del hogar; y si el esposo mantenía
relaciones carnales con una mujer casada, pero nunca si lo
hacía con una soltera y mucho menos si era con una prostituta,
también en el caso de que maltratara a su mujer o no se
preocupara de la educación de los hijos.
Las divorciadas podían casarse con quien desearan, lo que
no le sucedía a una viuda, pues estaba obligada a unirse con uno de
sus cuñados o con un miembro de la familia de su marido. Se
aconsejaba que la mujer llegase virgen al matrimonio, aunque
nadie se mostraba muy severo en esta cuestión. Lo que sí se
castigaba severamente era la infidelidad de la esposa; como una
especie de compensación, en el caso de que respetase sus
obligaciones, podía disponer de sus propios bienes dentro del
matrimonio, realizar operaciones mercantiles sin consultar con
su esposo y recurrir a los jueces para resolver cualquier problema
matrimonial. Sin embargo, no hay duda de que se hallaba en una
posición social muy inferior a la de su marido.

Los adúlteros eran reos de muerte

Jacques Soustelle, en su libro «La vida cotidiana de los


aztecas en vísperas de la conquista», cuenta lo siguiente:

Resulta difícil afirmar si el adulterio se hallaba muy


extendido. El rigor extremo de la represión, la frecuencia de las
referencias que se hacen en los textos a la ejecución de los
culpables parecen indicar que la sociedad se daba cuenta de que
entrañaba un peligro grave y que reaccionaba contra él con
violencia. El adulterio suponía la muerte para los dos que lo
cometían. Se les mataba aplastándoles la cabeza a pedradas;
pero la mujer era previamente estrangulada. Ni siquiera los
más altos dignatarios escapaban de este castigo. La ley, por
severa que pueda haber sido, exigía, sin embargo, que el
crimen estuviera bien probado; el solo testimonio del marido era
tenido por nulo; se necesitaba que otros testigos imparciales
viniesen a confirmar sus afirmaciones; y el esposo que mataba a
su mujer, a pesar de que la encontrara en delito flagrante, era
castigado con la pena capital.
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Quizá el ejemplo más dramático y más célebre de
adulterio en la historia del México antiguo nos lo proporciona
la familia real de Texcoco. El rey Netzahualpilli contaba entre
sus esposas secundarias a una hija del emperador azteca
Axayácatl. Esta princesa, aunque era casi una niña se
comportaba de una forma tan astuta y diabólica que, viéndose
sola en sus cuartos y que sus gentes la temían y respetaban por
la grandeza de su persona (se contaba que la servían más de
dos mil hombres y mujeres), comenzó a dar muestras de
infinidad de flaquezas en lo que se refiere a la fidelidad...
Llego al extremo de que cualquier mancebo galán y
gentil hombre acomodado a su gusto y afición, daba orden en
secreto de aprovecharse de ella; y habiendo satisfecho ésta su
deseo lo hacía matar, luego mandaba modelar una estatua de
su figura o retrato, y después de muy bien adornada de ricas
vestimentas y joyas de oro y pedrería la ponía en la sala en
donde ella asistía; y fueron tantas las estatuas de los que así
mató, que cogía toda la sala a la redonda; y el rey, cuando le
iba a visitar, le preguntaba por aquellas estatuas, a lo que la
princesa le respondía que eran sus dioses, dándole crédito el rey
por ser como era la nación mexicana, de donde ella procedía,
muy devota de sus falsos dioses.
Pero un incidente iba a descubrir el secreto de la princesa
azteca. En efecto, cometió la imprudencia de hacer un regalo a
uno de sus amantes, aún vivo, consistente en una joya que su
marido le había regalado. Netzahualpilli, sospechando algo, se
presentó una noche en la residencia de la joven. Las matronas y
los servidores le dijeron que su señora estaba reposando,
entendiendo que el rey desde allí se volvería a sus aposentos,
como otras veces lo había hecho; mas dominado por el recelo
entró en la cámara donde ella debía encontrarse durmiendo, y se
dispuso a despertarla; sin embargo, no halló nada más que una
estatua, como si la infiel esposa estuviera echada en la cama
con la cabellera extendida sobre los almohadones. Pero la
ausente, en ese momento, se hallaba celebrando una fiesta con
tres elegantes guerreros de alto linaje.
Los cuatro fueron condenados a muerte y ejecutados con
un gran número de cómplices del adulterio y de los asesinatos, en

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presencia de una enorme multitud. Estos sucesos contribuyeron en
gran medida a dificultar las relaciones entre la dinastía de
Texcoco y la familia imperial de México, como ya conocemos, la
cual, aunque disimulando su rencor, no perdonó al rey el castigo
dado a la princesa azteca...

La gran responsabilidad de los hijos

El nacimiento de un niño resultaba todo un acontecimiento.


La partera le lavaba y se cuidaba de fajarlo cuidadosamente.
Enseguida el padre acudía al sacerdote-astrólogo, para conocer lo
que sobre su hijo decía el tonalámatl o libro del destino. Como
cuatro días más tarde se debía celebrar una gran fiesta, con esta
consulta se pretendía saber si era aconsejable. El sacerdote la
autorizaba si el día del nacimiento resultaba positivo; pero,
cuando lo consideraba negativo, se debía aplazar la fiesta para
una fecha en la que los astros se mostraran más favorables con el
pequeño.
A lo largo de esta celebración, los invitados arrojaban
comida y pulque sobre la fogata sagrada, que llevaba encendida
desde el mismo instante del nacimiento. Con esto se pretendía
obtener el favor del Dios Viejo o Dios del Fuego.
Al niño se le enseñaban juguetes que representaban
armas y objetos de guerra, a la vez que la niña se le mostraban
otros relacionados con la costura y el hilado. A la hora de
ponerle un nombre al varón se elegía el día de su nacimiento;
por ejemplo, si era el uno, se llamaría Caña; en el caso de ser
el dos, recibiría el de Flor; y si era el siete, Venado. También se
le podía asignar el de un animal, como Nezahualcóyotl o
«Coyote Hambriento»; o el de un antepasado: Moctezuma. Con
la niña la elección resultaba más sencilla, pues acostumbraban
a utilizarse nombres en los que se incluyera la palabra xóchitl,
que significaba flor. Ya vemos, que las mujeres ocupaban un
escalón social más bajo que los hombres.
Como los pequeños dejaban de ser destetados a los tres
años, a partir de este momento se iniciaba su educación para
cuando se hicieran adultos. Los padres se cuidaban de los

47
chicos y las madres de las chicas. Por lo general la enseñanza era
teórica, al mismo tiempo que se practicaba con los útiles
domésticos y se permitía la realización de sencillas tareas
hogareñas.
Al llegar a los ocho años, tanto los chicos como las chicas
eran sometidos a una rígida disciplina, que en ocasiones rozaba el
sadismo: clavaban en las manos del desobediente espinas de
maguey, le dejaban desnudo y atado a un árbol en una fría
noche o le sumergían medio cuerpo, luego de maniatarlo, en un
pozo lleno de lodo, donde pasaría hasta doce o más horas. No
obstante, se ha podido comprobar que muy pocas veces eran
aplicados estos castigos, gracias a que los ancianos los describían
con tanto realismo, que los niños se cuidaban de no cometer
algún error para evitar los sufrimientos.
Otra de las ventajas de esta educación hemos de verla en
que se impartía junto a los adultos, con lo que se iba despertando
en el niño un deseo de emulación, que suponía, al llegar a esa edad
crítica de la pubertad, entre los 15 o los 16 años, una especie de
triunfo o la culminación de una ambición largamente anhelada.

El duro entrenamiento de los jóvenes

Los aztecas contaban con dos grupos de escuelas: el


telpuchcalli u hogar de los jóvenes, y el calmécac, en el que se
formaba a los futuros sacerdotes. La primera entrenaba en el uso
de las armas, adiestraba sobre algún oficio o una de las artes, en
el caso de que el chico mostrase buenas aptitudes para
desarrollar alguna de ellas, y se enseñaban las reglas sociales,
la historia del pueblo azteca, las tradiciones y la religión;
mientras que la segunda puede ser considerada una especie de
seminario, en el que se preparaban a los futuros sacerdotes y
jefes de la comunidad. Este grupo de elegidos tenían sus aulas
en los mismos templos, de donde pocas veces saldrían.
Las chicas también contaban con dos tipos de escuelas muy
distintas: en una podían convertirse en sacerdotisas; y en la otra,
en tejedoras, hilanderas o en hábiles artesanas, capaces de

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preparar las delicadas plumas y las ricas vestimentas ceremoniales
de los jefes y sacerdotes.
Lo que ha podido ser comprobado es que la disciplina
que se imponía en cada una de estas escuelas, tanto las
correspondientes a los chicos como a las chicas, eran muy
duras. No se consentía el menor error, siendo castigadas
severamente las faltas por distracción o por no tomarse en
serio las enseñanzas. Otra de las normas sagradas era considerar
al maestro como un padre, al que se debía un respeto absoluto,
una obediencia inmediata y un amor sincero. Cualquier falta se
castigaba con golpes, días de ayuno y largos encierros en
habitaciones especiales. La reiteración en las faltas, traía
consigo la expulsión, lo que la familia del culpable consideraba
como una especie de exilio o el repudio total.
Con este proceder se perseguía formar guerreros
disciplinados, obreros hábiles a los que sólo preocupara el trabajo
bien hecho, grandes artistas deseosos de superar a sus antepasados
y sacerdotes capaces de ver en las estrellas o en la interpretación
de los sucesos naturales lo que nunca pudieron descubrir sus
maestros.

Figura 9. Mujeres aztecas con los distintos vestidos que llevaban en las
fiestas.

49
La maestría de los artesanos

También se exigía una gran preparación a los aztecas que se


dedicaban a los trabajos manuales. Los canteros, escultores,
ceramistas y demás artesanos eran verdaderos genios, sobre todo
si tenemos en cuenta los medios de que disponían. A pesar de que
el cristal era una piedra muy dura, conseguían darle unas formas
de gran belleza, como se puede apreciar desde las más pequeñas
figuras hasta las gigantescas. Esta especie de simbiosis de
hermosura y esfuerzo creativo se muestra, entre cortinas de negro
terciopelo, en el Museo Británico.
El cristal de obsidiana era una especialidad de los aztecas,
de tanta estima entre las tribus vecinas que se convirtió en uno de
los objetos que más se solicitaban en los grandes mercados de las
ciudades. Al ser éste un mineral de origen volcánico, pudieron
extraerlo en abundancia, por eso lo utilizaron para tallar
cuchillos, navajas de afeitar, espejos muy pulidos y algunas
figuras de gran belleza.
La resistente piedra del jade también era trabajada por los
artesanos aztecas con gran facilidad. Al principio se creyó que el
jade provenía de China, lo que llevó a la hipótesis de una relación
casi permanente entre Asia y América. Sin embargo, la verdad
resplandeció al descubrirse que el jade se obtenía de los fondos de
varios ríos de la región. Una de las utilidades que se dada a este
mineral tan valioso era la «sustitución del corazón de los
muertos», por eso se introducía en la boca de los difuntos.
50
Capítulo IV

EL LENGUAJE Y LA LITERATURA

La fuerza del náhuatl

Los aztecas hablaban el náhuatl, lo mismo que los toltecas,


los chichimecas y otras tribus de México. Sin embargo, lo
cuidaron como si les perteneciera, sobre todo en el momento que
se convirtieron en los habitantes de un gran imperio. Los
filólogos nos dicen que esta lengua forma parte de uno de los ocho
grupos del tronco utoazteco. Como contiene muchas voces de los
indios que ocupaban territorios de la zona sudoriental de los
actuales Estados Unidos, se creyó que los aztecas tuvieron su
origen en estos lugares, lo que ya hemos tratado anteriormente.
En realidad no se puede efectuar una clasificación muy
precisa de las lenguas mexicanas, debido a que en este gran país
llegaron a reunirse hasta setecientas. No obstante, desde el momento
que se estableció la hegemonía de los aztecas, el uso del náhuatl se
generalizó, sobre todo al poder contar con una gramática.
La existencia de una gramática corresponde a una
civilización culta, a la que le preocupa su forma de hablar y,
sobre todo, marcar unas pautas a seguir, tanto en la sintaxis como
en la ortografía, para que el país no continúe siendo una especie de
Torre de Babel, en el que para cualquier discusión comercial se
necesita servirse de un intérprete por cada uno de los participantes
en la misma. También demuestra que la riqueza de las palabras
permitía crear unos textos de gran belleza literaria, ya estuvieran

51
escritos en prosa o en verso.
No obstante, la gramática azteca resultaba bastante
complicada, debido a que las palabras cambiaban su significado de
acuerdo a su pronunciación y a su unión con otras, luego
respondían a un contexto general y no a ideas aisladas. Todo esto lo
sabemos por la labor gigantesca de un misionero franciscano, al
que los indígenas llamaron «Motolina», o «el más pobre entre los
buenos», y al que los españoles conocieron como Fray Toribio de
Benavente. Este fiel seguidor de San Francisco de Asís, que en
ningún momento participó en la destrucción inquisitorial de la
cultura mexicana, se encargó de rescatarla con la devoción de
quien entiende que sólo se puede llegar al corazón de alguien si se
le conoce a la perfección. Luego de escuchar a centenares de
nativos de todas las edades y posiciones sociales, pudo escribir su
«Vocabulario» en base a un náhuatl ideográfico muy preciso unido
a la ortografía española.
El trabajo de «Motolina» resultó tan perfecto, que en los
cuatro siglos largos transcurridos desde que lo finalizó nadie ha
podido criticarlo. Es cierto que se han introducido algunas
correcciones; sin embargo, esto no impide que se le considere el
responsable del resurgimiento del náhuatl como una lengua escrita y
hablada, que en la actualidad es utilizada por millones de personas
en México, Estados Unidos y en otras naciones de América Central.

El amor a la lengua

Víctor W. von Hagen nos ofrece, en su libro «Los aztecas»,


este apasionado comentario:

El lenguaje del macehualli azteca presentaba la misma


terrenidad que el del hombre ligado al suelo de cualquier parte:
práctico y con hábitos descuidados en el lenguaje, modelaba su
expresión oral del uso que emanaba de la necesidad, que es la
morfología viviente de cualquier lenguaje. Los hombres
ordinarios eran descuidados respecto al significado de un aflijo, o
la inflexión de una persona, número, caso o género; pero en las
escuelas calmecac de México-Tenochtitlán, donde era enseñado un
buen idioma náhuatl, corregido, extendido de modo que la
persona de alto rango pudiera hablar apropiadamente a los

52
dioses e impresionar a los caudillos visitantes, su tráfico del
lenguaje era estudiado con cuidado. Debió serlo. Los informantes
que trabajaron con «Motolina» para establecerlo, conocían la
gramática de su idioma. Este ejemplo será suficiente: en 1529,
cuando Fray Bernardino de Sahagún empezó a tomar notas de las
leyendas recordadas por los aztecas, así fue como las
reprodujo, en náhuatl, utilizando su propia ortografía, respecto al
sol, su año dios principal:

Tonatiuh (sol) quautlevanitl


xippilli, nteutl (dios)
tone, Tlaextia motonameyotia,
tontoqui, tetlati, tetkaati, teytoni, teixlileuh,
teixtlkilo, teixcaputzo, teixtlecaleuh.

El sol, águila, dardo de fuego,


príncipe del año, dios
ilumina, hace resplandecer las cosas,
las ilumina con sus rayos,
es caliente, quema a la gente,
la hace transpirar, vuelve oscuro
el continente de la gente, la ennegrece.
la hace negra como el humo.

Es fácil apreciar que se podían decir muchas cosas al


servirse del náhuatl, como se comprueba al examinar la bella
literatura escrita con este idioma de los aztecas.

El papel era un objeto de tributo

Pocas cosas resultan tan contundentes para demostrar la


importancia cultura de una civilización como el uso del papel.
Los aztecas dispusieron del suyo, al que llamaron amatl. Dado que
lo consideraban un objeto muy preciado, formaba parte de los
tributos que se entregaba a los reyes y a los personajes más
importantes, como lo demuestra la lista de tributos que se le debían
entregar a Moctezuma: veinticuatro mil resmas de papel
deben ser traídas a México-Tenochtitlán.

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El amatl en nada se parecía al papel inventado por los
chinos en el año 105 de nuestra era y que, luego, llegaría a la
España medieval a través de la ruta seguida por los árabes, los
cuales aprendieron a fabricarlo de unos artesanos apresados
luego del saqueo de Samarkanda. Porque los aztecas lo
obtenían de la corteza del ficus, que es un árbol de la familia de
las moreras. Luego la comprimían, golpeándola con una
especie de pequeños martillos provistos de unas astillas, para
formar unas hojas muy delgadas, que eran papel de corteza.

Escribieron muchos miles de libros

El papel de corteza fue utilizado por los pueblos más


importantes de México y América Central. Se supone que los
mayas comenzaron a servirse del mismo en el año 1000 a.C.;
pero lo llamaban huun, y lo extraían de las fibras interiores de las
higueras silvestres. Les sirvió para escribir libros o códices
policromos, de los cuales sólo se han conservado tres, aunque uno
de ellos se encuentra muy deteriorado.
El hecho de que los indios dispusieran de libros y que
conocieran la escritura sorprendió muchísimo al español Bernal
Díaz, por lo que debió comentar: Hay tanto qué pensar, que no sé
cómo describirlo, viendo cosas, como vemos, que nunca habíamos
visto u oído antes o siquiera soñado en cualquiera de ellas.
Bernal Díaz formaba parte de los conquistadores que habían
estado convencidos de que el indio era algo así «como un mono
que hablaba y vivía en chozas». Hemos de recordar que la
Iglesia cristiana debió celebrar un concilio para considerar que los
nativos del Nuevo Mundo eran seres humanos. Este paso se dio
cuando las gentes que acompañaban a Hernán Cortes y a Pizarro
acababan de conquistar ciudades «que en nada deben envidiar a la
mítica Babilonia».
También estos sorprendidos conquistadores se encontraron
con «bibliotecas» o estancias, en las que se guardaban millares de
libros. Todos fueron quemados por la Inquisición o por los
incendios provocados por las batallas. Afortunadamente, entre los

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pocos que se enviaron a España, dos de ellos cayeron en las
manos del humanista italiano Pietro Martire d'Anghiera, que se
encontraba en Sevilla, y pudo escribir sobre los mismos. Una
estimable referencia, que animó a los investigadores del siglo XIX.
En 1570, el médico Francisco Hernández llegó a México,
formando parte de la primera expedición botánica organizada en
el mundo. Como no alimentaba ningún espíritu inquisidor, a la
vez que era un científico dispuesto a estudiar las costumbres del
país, luego de ver la manufacturación del papel en Tepoztlán
pudo escribir lo siguiente:
Muchos indios son empleados en este oficio... Las láminas
de papel son pulidas entonces (por medio de un xicaltetl) y se les
da forma de hojas... Consiguen algo semejante a nuestro papel,
excepto que es más blanco y más grueso...
Los xicaltetl presentaban la forma de unas planchas para
lavar la ropa, las cuales eran calentadas antes de utilizarlas para
presionar el papel. Con este proceso se conseguía eliminar los
poros de éste y, al mismo tiempo, alisar su superficie, lo que ya
estaban haciendo los europeos de la misma época, pero
sirviéndose de una piedra de ágata.

El papel era sagrado

Los aztecas adoraban el papel, por eso aprovechaban hasta la


más mínima parte del mismo. Las primeras remesas llegaban a
manos de los sacerdotes, escritores y pintores. Las demás se llevaba al
mercado, donde eran vendidas o cambiadas por objetos valiosos.
Gracias a fray Bernardino Sahagún sabemos que se realizaban
ofrendas de papel a Yacatecuhtli, el dios del comercio, lo mismo
que a Napatecli, que era el dios patrono de los fabricantes de esteras.
Además, con papel se honraba a cada uno de los meses del
calendario azteca y a todas las fases de la existencia humana. Sin
embargo, la mayor cantidad del papel se empleaba para registrar
las genealogías, los juicios, las propiedades de la tierra y otras
cuestiones que podríamos considerar administrativas. Bernal
Díaz vio decenas de miles de libros en varios de los salones del
palacio de Moctezuma, donde había unos registradores que se
cuidaban de los mismos.

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Figura 10. Las dos formas de obtener el papel azteca. A la izquierda, un
indígena arranca la corteza del ficus. A la derecha, una mujer realiza unas
piezas más pequeñas de papel con las fibras de las ramas del mismo árbol.

Sin embargo, estos objetos de veneración, ninguno de los


cuales podía ser considerado una amenaza para la religión
cristiana, fueron quemados por orden de fray Juan de Zumárraga.
La labor resultó tan eficaz y sistemática, que arrasó con la totalidad
de los ejemplares, hasta el punto que de los centenares de miles
que existían en todo México sólo se salvaron catorce. La barbarie
puede ser considerada una especie de genocidio, ya que «mutiló
la cultura universal», al impedir que se pudiera conocer con la
mayor exactitud el alcance real del saber de los aztecas.

Se quedaron en la pictografía

Debemos reconocer que la escritura azteca no podía ser


considerada fonética, lo que impedía que sus escritores
consiguieran expresar ideas abstractas. Pero a principios del siglo

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XVI empezaba a ser silábica; y estamos seguros de que hubiera
seguido evolucionando de no haberse producido la derrota del
imperio que la utilizaba.
La mayoría de esta escritura recurría a la pictografía, lo que
significa que se servía de figuras para interpretar palabras e
ideas. Por ejemplo, con la figura de una momia se representaba a
la muerte; las huellas de pisadas, eran «leídas» como migraciones
o desplazamientos por un largo sendero; una lengua movible,
expresaba que se estaba hablando; y así podríamos continuar
hasta llegar a los centenares de figuras que se manejaban.
Según Víctor W. von Hagen estos símbolos podían ser
compuestos de modo que si un «recordador» deseaba contar un
notable hecho histórico, tal como: En el 2-Caña (1570)
Moctezuma conquistó la aldea de Iztepec, el «escritor» primero
tendría que pintar el año 2-Caña, después un símbolo oficial
aceptado de Moctezuma; una delgada línea habría recorrido
hasta un templo en llamas y, encima de ella, el dibujo jeroglífico
de la ciudad de Iztepec: una daga de obsidiana sobre la cumbre
de una montaña.

Un apoyo para la memoria

La escritura azteca no contaba con los suficientes elementos


para reflejar con la mayor precisión el lenguaje hablado. Al
basarse en pictogramas, ha de verse como un resumen de lo que se
pretendía contar, mediante el cual se ayudaba a los sacerdotes-
astrónomos y registradores, lo mismo que a otros cultos
personajes, a recordar lo que ya sabían, por haberlo aprendido
mucho tiempo atrás.
Conviene indicar en este momento que la enseñanza que se
impartía a los jóvenes, especialmente a los que pretendían con-
vertirse en sacerdotes o en artistas del náhuatl, tendía a cultivar la
memoria. Debían aprender los cantos religiosos, los escritos
principales de los libros y las historias de la nación de
memoria; luego, se apoyarían en los pictogramas para ir recor-
dando lo poco que hubieran olvidado y, sobre todo, para ir
conduciendo su mente como hace el apuntador con los actores, a

57
los que indica el comienzo de la frase que les corresponde para
ayudarles a representar su papel.

El resurgir de una cultura exuberante

Gracias a frailes como «Motolina» y Sahagún, entre otros


muchos, los cuales enseñaron a los aztecas a escribir en
castellano, en la actualidad podemos conocer parte de una cultura
exuberante. Porque estos hijos del gran imperio dispusieron de un
medio escrito, que les permitió transcribir los libros indígenas no
destruidos y los que habían aprendido de memoria. De esta manera
lograron salvar una parte de los conocimientos de sus antepasados.
Según Jacques Soustelle se pudo descubrir una literatura
muy variada y tan extensa, que ningún otro pueblo que
hubiese logrado llegar al mismo grado de desenvolvimiento
social tendría nada que se le aproximara. Cubría todas las
peculiaridades de la existencia, al cumplir la función de servir
como memoria del conocimiento acumulado por las generaciones
precedentes: ideas religiosas, mitos, rituales, medios de
adivinación, medicina, historia; además, comprendía una gran parte
de la retórica y de las poesías épicas y líricas.
En los escritos destacaban los relatos míticos e históricos y
los discursos de tono didáctico. Se practicaba mucho el verso,
debido a que los aztecas consideraban este medio literario como el
mejor recurso para que no se olvidaran los conocimientos más
importantes. En muchas ocasiones el verso iba unido al canto,
como podemos apreciar en este texto:

Jades perforo, oro moldeo en mi crisol;


¡es mi canto!
Engasto esmeraldas...
¡es mi canto!

También se entonaba:

58
Yo, el poeta, señor del canto,
yo, el cantor, hago resonar mi tambor.
¡Ojalá mi canto despierte
las almas de mis compañeros muertos!

Y podía seguir con este otro verso:

Yo, el cantor, yo creo un poema


hermoso como la esmeralda preciosa,
como una esmeralda resplandeciente.
Yo me adapto a las modulaciones
de la voz armoniosa del tzinitzcan...
el tintineo de las campanillas
el tintineo de las campanillas de oro...
Así yo canto mi canción perfumada
semejante a una joya hermosa,
a una turquesa brillante,
a una esmeralda resplandeciente,
un himno florecido en la primavera...

Los cantos religiosos

Entre los versos cantados los mismos aztecas destacaban el


teocuicatl (canto religioso o divino), que en realidad era un
himno. Los transcriptores que ayudaron a Sahagún nos han
dejado testimonios de algunos de ellos, lo que permite valorar el
sentimiento de todo un pueblo y, al mismo tiempo, la enorme
carga de elementos esotéricos y de metáforas que se utilizaban. Al
leer uno de ellos conviene tener en cuenta que quienes lo
cantaban no permanecían quietos, pues estaban obligados a
representarlo con gestos, movimientos y hasta utilizando máscaras.

La flor, mi corazón, se ha abierto,


él, el señor de la media noche.
Ha venido nuestra madre,
ha venido la diosa Tlazoltéootl.

59
Ha nacido el dios del maíz
en la casa del descenso (del nacimiento)
en el lugar donde están las flores (paraíso)
el (que se llama) una flor.

Ha nacido el dios del maíz


en el lugar de la lluvia y de la niebla,
donde se hace a los hijos de los hombres,
donde se pescan los peces preciosos.

Al punto se hace de día,


levántase la Aurora,
y (en las flores) chupan los
diversos pájaros quechol
en el lugar donde están las flores.

Figura 11. Algunas de las aves más importantes de los aztecas.

60
Capítulo V

LA EXISTENCIA ENTRE EL DÍA Y LA


NOCHE

La medición del tiempo

Los aztecas nunca dispusieron de relojes de agua, las


famosas clepsidras, ni de cuadrantes solares, lo que impedía que
pudieran repartir sus días de una forma precisa. No obstante, el
cronista Muñoz Camargo dejó escrito que había unas horas o
momentos establecidos por el gobierno azteca, Al parecer desde los
templos se hacían sonar trompetas y caracoles unas seis veces al
día: con la salida de Venus, a las ocho de la mañana, a las doce, a
las dieciséis horas, a las veinte y a las veinticuatro. No eran
tiempos regulares, ya que los sacerdotes-astrónomos se basaban
en el movimiento de los astros, que habían seguido desde los
observatorios instalados en algunos de sus grandes templos. Esto les
permitía fijar con mucha exactitud los puntos intermedios entre el
oriente y el cenit, a la vez que entre éste y el ocaso. Durante la
noche se fijaban en Venus y en las Pléyades.
Fray Bernardino de Sahagún fue más explícito al indicar el
horario de los aztecas, ya que indicó nueve divisiones del día
entero: cuatro para las horas de luz, es decir, la salida del sol, la
mitad de la mañana, el mediodía y el atardecer; y cinco para las
horas de oscuridad: el comienzo de la noche (final del
crepúsculo), la hora en que la gente debía entregarse al sueño, el
momento que los sacerdotes se levantaban para preparar el

61
templo, la hora que debía despertarse el pueblo y el instante de
comenzar el trabajo agrícola.
Como se puede observar, estas divisiones no eran iguales,
ya que algunas de ellas, en especial la última de la oscuridad y la
primera de la luz casi resultaban coincidentes. El azteca se había
acostumbrado tanto a actuar en función de los sonidos que
llegaban de los templos, algo similar a la dependencia de los
agricultores europeos en relación con las campanas de las
iglesias, que silenciaban los ruidos propios de sus trabajos o sus
voces para escuchar esos avisos regulares, tan imprescindibles
para mantener una vida ordenada.

El despertar del azteca

A las cinco de la noche, cuando el planeta Venus, la estrella


matutina a la que habían estudiado los sacerdotes-astrónomos
aztecas, todavía no había aparecido en el horizonte, desde los
templos comenzaban a oírse los tambores y los caracoles que
hacían sonar los sacerdotes. Una especie de «diana» inundaba la
ciudad y las tribus más próximas. Todos debían levantarse.
Las mujeres dejaban los lechos, destapaban los fuegos que
habían estado toda la noche cubiertos de cenizas y los reavivaban
a soplidos, hasta que el pálido humo que se estaba formando se
uniera a las millares de columnas que cubrían los techos de las
viviendas de toda la zona.
Como hacían los campesinos de medio mundo, los
guerreros agricultores se levantaban antes de que saliera el sol. Su
primera acción era pasar por baño de vapor, donde echaban
agua sobre las piedras recalentadas y se quedaban un rato en
medio de los cálidos vahos; después, salían de la cabaña, para
sumergirse en los canales o en el río próximo.
Nadie dejaba de cumplir este rito de la mañana, desde
Moctezuma hasta el más humilde de los siervos. Los baños nos
permiten saber que los aztecas eran muy limpios, ya que se daban
hasta dos al día. No conocían el jabón, pero utilizaban algo
similar, que en realidad era un detergente espumoso producido por
las raíces del copalxocotl, al que los conquistadores españoles
llamaron «el árbol del jabón».

62
Singularmente, antes éstos se habían sorprendido de que
«los salvajes» fueran tan limpios, cuando ellos consideraban un
signo de virilidad la roña que cubría su piel y el hecho de
compartir sus ropas y corazas con piojos y otros molestos
parásitos. Los europeos deberían esperar casi tres siglos para
aficionarse al aseo personal.
Los matrimonios que no disponían de un tlacotli (esclavo)
debían preparar las tortitas de maíz en la semioscuridad. Para ello se
servían de la harina. El día anterior se habían cuidado de macerar
los granos del maíz con unos recipientes, en los que echaban un
poco de cal. Luego de hervir los granos para eliminar su hollejo, los
molían en el metatl de piedra sirviéndose de un rodillo del mismo
material. Como puede verse, el recurso era tan primitivo, que se
han encontrado restos de objetos similares en las excavaciones
arqueológicas llevadas a cabo en terrenos ocupados por los pueblos
prehistóricos de medio mundo.
El azteca vivía del maíz, resultaba su alimento básico, en
ocasiones el único. Pero no eran ellos solos los que dependían de
esta planta, ya que lo mismo les sucedía a la mayoría de las
civilizaciones que ocupaban los territorios de Norteamérica y de la
zona del Yucatán, es decir, de casi toda la América Central.
Luego de haber comido las tortitas de maíz, el matrimonio
guardaba alimentos y bebidas en unos cestos, que colgaban de sus
cuellos, y marchaban al campo. Por lo general ya estaba
amaneciendo. En el caso de emplear chinampas, sólo debían
cuidarse de eliminar las malas hierbas y comprobar cómo se
desarrollaba el cultivo. Pero cuando se cuidaban de unos campos
de tierra, esto significaba que compartían el trabajo con otras
familias, junto a las cuales formaban lo que se conocía como un
clan.
Antes de la puesta del sol, el matrimonio volvía a su casa,
avivaba el fuego y comenzaba la preparación de las tortitas de
maíz. En tiempos de fiestas, iban al mercado a comprar un pavo, un
pato, frijoles, calabazas, melones, chiles verdes, aguacates,
tomates, piñas, chocolate y otros alimentos similares. La comida
más abundante la hacían entre las cuatro y las cinco de la tarde,
pero en compañía de las otras familias. Los hombres se sentaban
sobre unas esteras y utilizaban los dedos para extraer los alimentos
de las ollas. Las mujeres siempre comían aparte. Esta separación

63
de los sexos se mantenía en otros actos sociales.
Al anochecer, se quemaban unas astillas de pino que
cumplían la función de velas. Con esta luz las mujeres hilaban,
tejían o preparaban pulque; mientras, los hombres tallaban
remos, cuchillos de obsidiana, puntas de flecha, anzuelos de
pesca, molinos de roca o esteras. También podían estar
fumando en junquillos huecos, que se parecían a los actuales
cigarros. Una gran parte del material realizado la familia lo
vendería en el mercado.
Conviene llamar la atención sobre la importancia que
para cualquier hogar azteca tenía la planta del maguey.
Además de ser fermentada para obtener el pulque, que era una
especie de cerveza cuyo consumo compensaba en gran parte la
falta de suficientes verduras en la dieta alimenticia de esta
raza, se le daba muchas aplicaciones. Sus fibras eran torcidas
para formar cuerdas, con las que se tejían bolsas y telas. Con
sus espinas se obtenían unas buenas agujas, que se utilizaban
para coser o para mortificarse en las penitencias religiosas.
Con las hojas se cubrían los tejados de las cabañas. Ante
estos datos no puede extrañarnos que la planta del maguey, lo
mismo que la del maíz, fuera venerada como una divinidad.

La intensa vida nocturna

Jacques Soustelle en su libro «La vida cotidiana de los


aztecas en vísperas de la conquista» cuenta lo siguiente:

Contrariamente a lo que se podría creer por tratarse de


una civilización que casi no contaba con luz artificial, la
noche no interrumpía la actividad. Sacerdotes que varias
veces abandonaban el lecho para hacer oraciones y para
cantar; mancebos alumnos de los colegios de barrio a
quienes sus maestros enviaban a bañarse en el agua helada del
lago o de las fuentes; grandes señores y comerciantes que
celebraban banquetes; mujeres y guerreros que danzaban a la luz
de las antorchas; comerciantes que furtivamente se deslizaban
sobre las aguas de las lagunas con sus canoas cargadas de
riquezas; hechiceros que se encaminaban rumbo a citas

64
siniestras; en fin, toda una vida nocturna animaba la ciudad
sumergida en una oscuridad que de tarde en tarde rompían los
hogares rojizos de los templos y la claridad de las antorchas
resinosas.
La noche, una vez temible y atrayente, ofrecía sus horas
sombrías a las visitas más importantes, a los ritos más
sagrados, al secreto de los amores que mantenían los gue-
rreros con las cortesanas. Con mucha frecuencia el empe-
rador, en medio de las tinieblas, abandonaba el lecho para ir a
ofrecer su sangre y sus plegarias. Si un observador dotado de
sentidos muy sutiles hubiera podido dominar, colocado en la
parte más alta de uno de los volcanes, el conjunto del valle,
habría podido ver palpitar a largos trechos las llamas y percibir
la música que amenizaba las fiestas, el paso rítmico de los
danzantes, la voz de los cantores y después, a intervalos, el batir
de los teponaztli y el ulular de los caracoles marinos. Así
transcurría la noche, sin que jamás la mirada humana dejara de
escudriñar la bóveda celeste en la espera, siempre angustiosa, de
una mañana que podría no presentarse más. Después llegaba el
alba: dominando el rumor de la ciudad despierta, el son triunfal
de los instrumentos sacerdotales se elevaba hacia el sol,
«príncipe de turquesa, águila que se eleva». Comenzaba un
nuevo día. Las gentes ya estaban en activo, no parecían
cansadas y se mostraban dispuestas a realizar otras cosas
distintas, como si la existencia nocturna fuera otra situación
diferente, algo más prohibido, más excitante. Quizá el momento
de cometer «pecados» que en la oscuridad se toleraban, siempre
que se mantuvieran ocultos en las sombras cómplices...

El nacimiento de un hijo

Cuando llegaban los hijos, la esposa recurría a su madre o


a una mujer experta de su familia, porque ella debía seguir ayu-
dando a su marido. El nacimiento de un nuevo azteca era consi-
derado un gran acontecimiento, sobre todo para un pueblo gue-
rrero que estaba necesitado de incrementar su ejército. En el
momento que la mujer sabía que se hallaba embarazada,
procuraba quedar bajo la protección del dios Tezcatlipoca; y

65
consultaba al sacerdote-astrólogo, lo que repetiría después del
parto, como ya hemos contado en un capítulo anterior.
Pero antes el parto había sido considerado un
acontecimiento. Mientras la partera cortaba el cordón umbilical
del recién nacido, en el caso de que fuese un niño le dedicaba estas
palabras:
—Hijo mío muy amado, has de saber, lo que debes
entender muy bien, que no es ésta tu verdadera casa, aunque en
ella hayas venido al mundo. Tu perteneces a las castas de los
soldados o de los servidores. Ten en cuenta que te has convertido
en un pájaro llamado quecholli, por eso has llegado a un niño...
Pronto entenderás que tu oficio es dar de beber al sol con la
sangre de los enemigos, y dar de comer a la tierra, que se llama
Tlatecuhtli, con los cuerpos de tus enemigos... Tu propio suelo
y herencia y tu padre, es la morada del sol, en el cielo...
En el caso de que fuera una niña, le dedicaba estas breves
frases:
—Permanecerás en el interior de la casa como el corazón en
tu cuerpo. Te convertirás en la ceniza con que se cubre el fuego
del hogar...
Éstas suponían las primeras voces que indicaban el destino
de los recién nacidos, todo un ritual. No podían ser entendidas por
las criaturas; pero sí por los padres, que luego las acompañarían
con los juguetes, como hemos contado. Lo que importaba era
dejar claro las diferencias de los sexos. También se destacaba la
entrega absoluta, sobre todo del niño, al servicio de los dioses, por
medio de la sangre y el cuerpo de los enemigos que debería
apresar en el momento que se convirtiera en un guerrero.

La importancia del trabajo bien hecho

Cada uno de los aztecas era considerado un individuo en el


más positivo sentido de la palabra, es decir, un ser imprescindible
para su pueblo. No formaba parte de la masa, ni de la plebe, por
humilde que fuese. Desde muy niño se le educaba para que
realizara sus funciones, sin importar que éstas fueran
consideradas inferiores, a la perfección. Algo que le permitiría
gozar de una gran autoestima.

66
El mejor tejedor de esteras podía llegar a sentarse al lado
de Moctezuma en una fiesta, luego se le concedería los
privilegios de contar con una vivienda en el palacio, percibir
una renta y disponer de una protección. Sin embargo, su
honor no era hereditario, como también le duraría sólo
mientras continuara siendo el mejor entre todos los de su
oficio.
Cada azteca debía ganarse este honor por sus propios
méritos, aunque se aceptaba que dispusiera de un profesor
especial (tonal-poulqui) debido a los méritos de su padre, lo que
no impedía que se viera sometido a las mismas disciplinas que sus
compañeros de estudios y de entrenamientos.
Este sentido de la perfección llevó a que los aztecas
consiguieran formar el imperio más grande que había conocido
México. También contó mucho su respeto al padre y a un
sentido nada fatalista del destino. Como en esencia actuaban bajo
el concepto de un guerrero agricultor, su mentalidad puede ser
reflejada de esta manera:

En el pueblo sin remisión primaba la parte del agricultor,


pues ninguna estación espera al hombre... Los accidentes del
clima y la peste pueden frustrarlo; debe aceptar la
transacción y ser paciente... La rutina es el orden de su vida.
Para él, los conocimientos nacidos de la experiencia valen más
que las teorías especulativas. Sus virtudes son la honestidad y
la frugalidad, la previsión y la paciencia, el trabajo, la
resistencia y el valor, la confianza en sus propios recursos, la
simplicidad y la humildad ante lo que es más grande que él
mismo...

Este texto lo hemos tomado del libro «Los romanos», de R.


H. Barrow. Porque no refleja un sentido fatalista, sino la idea
positiva de que, a pesar de que el destino pueda desencadenar los
peores males, el hombre debe estar preparado para volver a
empezar. Como es un ser humano, tendrá derecho a lamentarse y
a llorar por lo perdido; pero, ante todo, se halla obligado a
reconstruir la casa derruida, limpiar el terreno de cultivo,
"buscar nuevos pozos de agua, en el caso de que los usados
antes de la catástrofe hubieran sido destruidos, o marcharse, en
situaciones muy extremas, a un lugar mejor. Porque se halla en la
67
Tierra para sobrevivir, lo que le obliga a poseer las cualidades
que se lo permitan.

El Consejo central

Todas las familias aztecas dependían de un Consejo central,


que se encargaba de repartir las tierras entre los clanes,
distribuía las raciones de alimentos de una forma justa y
equilibrada, debido a que se basaba en la cantidad de
componentes de cada familia. También reservaba terrenos para los
jefes y las gentes de los templos, a la vez que reclutaba a los
hombres para la guerra y pagaba los tributos.
A la muerte del cabeza de familia, el Consejo central
legalizaba la cesión de la propiedad a los hijos; y si no había
dejado descendencia, se cuidaba de entregársela a quien pudiera
mantenerla a pleno rendimiento. Cualquier agricultor que
permaneciera más de dos años inactivo, debía justificar las
causas, en caso contrario perdía el derecho sobre sus tierras. Pero
se daban algunas injusticias, en ocasiones forzadas, como
expone George C. Vaillant:

Figura 11. La vida del niño, ya desde el embarazo de su madre, comenzaba


con la lectura del tonalamatl (horóscopo), que era interpretado por el viejo
sacerdote-astrónomo.

68
La creciente población de los grupos del Valle agotó la tierra
disponible, y las familias y los clanes no tuvieron manera de
incrementar sus propiedades agrícolas. Una parcela que
producía abundantes alimentos para una familia pequeña, lo
más normal es que no sirviera para abastecer a otra grande. Las
variaciones normales en las riquezas del suelo dieron lugar a
injusticias semejantes. Bajo estas condiciones los jefes y
sacerdotes que vivían en las tierras públicas se hallaban en
mejores condiciones que el ciudadano ordinario, cuyas
pertenencias tendían a disminuir de generación en generación. Así
debían surgir fricciones que condujeran a la guerra con el exterior y
a las revoluciones internas, siempre que el grupo no podía
extender sus límites territoriales para satisfacer las necesidades de
su población. Las inmigraciones importantes, como la de los
culhuas de Texcoco y Tenochtitlán, o la de los mixtecas a Texcoco
años antes, se debieron a una apremiante necesidad económica.
Los actecas-tenochcas, que llegaron más tarde al Valle, en
una época en que la tierra había aumentado de valor, se enfrentaron
a dificultades al oponer una resistencia a sus vecinos. Forzados a
retirarse a las islas de Lago, resolvieron el problema de la tierra de
la misma ingeniosa manera en que lo hicieron los chalcas, los
xochimilcas y las tribus noroccidentales en el lago de Zumpango...
Este método consistió en crear chinampas, los llamados
«jardines flotantes»...

Sobre éstos hemos hablado anteriormente. Ofrecieron


tantas ventajas que se continúan empleando hoy día, sobre todo para
proporcionar legumbres a la gran metrópoli de México.

El bullicioso mercado

Los aztecas llamaron tiaquiz al mercado. Era tan bullicioso,


se encontraban tantas cosas, que las gentes acudían al mismo para
realizar todo tipo de transacciones. Puede afirmarse que constituía
el corazón, unido al cerebro, de cualquier ciudad. Los
antropólogos nos han demostrado que el mercado nadie tuvo que
inventarlo,

69
ya que nació de la necesidad propia de los seres humanos de
intercambiar los productos que elaboraban, los objetos que
poseían o los bienes que obtenían de la tierra, a todo lo cual
se podían añadir otras cosas más, que sólo a los que ignorasen
el funcionamiento de ese pequeño mundo les llegaban a parecer
muy peregrinas.
El cronista español que vio por vez primera un mercado
azteca tuvo que comentar:

Cuando llegamos a la plaza, quedamos admirados por la


multitud de gentes y mercaderías; sin embargo, lo que más nos
impresionó fue que entre tanto caos, existía un orden. Algo
parecido opinó Hernán Cortés luego de pasear por el de México-
Tenochtitlán: Allí pueden encontrarse diariamente hasta
sesenta mil personas, cambiando y vendiendo. La plaza es el
doble en su tamaño de la de Salamanca. Se vende toda clase de
cosas. Hay una calle muy ancha y larga para las aves
(perdices, pavos, codornices, palomas, papagayos,
cernícalos)... Hay otra calle llena de herbolarios, en la que
se pueden intercambiar raíces, hierbas medicinales...
También vi amplias barberías al aire libre, donde uno puede
hacerse lavar y cortar el cabello...

Bernal Díaz añadió a todo lo anterior: Se venden esclavos


indios, hombres y mujeres, como los portugueses traen negros de
Guinea atados a largas estacas... También encontré
comerciantes con grandes piezas de algodón y artículos de hilo
torcido... En el mercado ocupaba un lugar predominante la zona
dedicada a la tela tejida con las fibras del maguey, que cargaban
los mismos indígenas que la llevaban en sus sandalias y en las
tiras con las que sujetaban los grandes fardos.
Por Hernán Cortés sabemos que se ofrecían las mejores
pieles de animales y una cerámica de una excelente calidad. No
obstante, lo que más le impresionó fue el amatl o papel, por su
calidad... Se ofrecen cañas perfumadas con liquidámbar y
tabaco... No quisiera olvidarme de los que venden sal y de los que
tallan los cuchillos de piedra... En un lugar apartado se hallan
los que negocian con oro y plata... Justo en el centro del
mercado,

70
se alza un edificio muy bueno, que sirve como una especie de
audiencia, donde siempre están sentadas diez o doce personas,
como jueces, quienes deliberan en todos los casos que surgen
en el mercado y dictan sentencias instantáneas contra los
infractores...

El comercio era sagrado

En la gran isla de México-Tenochtitlán había cinco


mercados. Cada ciudad tenía el suyo propio, cuya mayor
actividad se producía durante los días festivos. Se cree que los
mercados más grandes se encontraban en Cholula, debido a la
gran importancia de su templo dedicado a Quetzalcóatl. En sus
calles nadie era enemigo, porque se hallaban realizando una
tarea considerada sagrada. Es posible que al día siguiente,
cuando volvieran a sus lugares de origen, decidieran
enfrentarse de nuevo; pero en ese momento sólo eran seres
humanos en busca de los productos que necesitaban para
sentirse vivos.
En sus recorridos por las ciudades de México, Hernán
Cortés entró en una que le pareció más grande que Granada...
Hay un mercado en el que más de treinta mil personas están
ocupadas diariamente en comprar y vender... No falta nada...
Hay cerámica tan fina como cualquiera de España... Encontré
baños públicos...
Por los tributos que se pagaban podemos deducir la
infinita gama de productos que se ofrecían en los grandes
mercados aztecas. Se sabe que los había en 371 ciudades,
todas las cuales abonaban los tributos cada seis meses. Como lo
hacían por cada uno de los productos, los libros de contabilidad
eran enormes. Por eso el mismo Bernal Díaz tuvo que comentar:
Pero, ¿para qué gasto tantas palabras en relatar lo que venden
en ese gran mercado? Nunca terminaría, si lo cuento todo en
detalle...
Otra de las circunstancias que llamó la atención de los
españoles fue que el azteca poseía un arte muy singular a la
hora de regatear. A pesar de que a ninguno de ellos debía

71
parecerles extraño, porque llevaban muchos siglos
practicando esta «técnica» comercial con los árabes y los
judíos, cuando se sabe que los grandes genios de la misma
fueron los fenicios, les sorprendió que los indios la poseyeran.
Pronto descubrirían que las mujeres aztecas superaban a los
hombres a la hora de enfrentarse a los mercaderes, ya que
eran capaces de pasarse bastante tiempo regateando, pero con
una habilidad tal que en ningún momento se rompía lo que
llamaríamos negociaciones.

El mayor centro de atracción mundial

Las familias se ponían en camino desde largas distancias


para llegar a los mercados, donde intercambiaban sus
«sobrantes» o excedentes por lo que les faltaba o, en épocas de
riqueza, por lujos. Esto había venido ocurriendo desde el
principio de los tiempos. El gran historiador Herodoto lo
entendió de esta manera: «Todos los que acuden allí saben que
de las partes más extremas del mundo pueden llegar los
productos más excelentes». En efecto, el visitante esperaba
ser sorprendido, porque en las tiendas o en los suelos, sobre
unas mantas, esperaba descubrir lo desconocido y, a la vez, lo
maravilloso. Partía del hecho de que iba a contemplar gentes
de razas distintas a la suya, que por tanto le ofrecerían un
género muy exótico y, en muchos casos, ni imaginado.
Los grandes caminos de la antigüedad se cubrieron de
ladrillos o arcilla para facilitar la circulación, debido a que los
mercados constituían los mayores centros de riqueza. Esto
había ocurrido en el Egipto milenario, en el valle del Indo o
durante el imperio de Alejandro el Magno. Más adelante, se
organizarían caravanas para llevar productos de medio mundo a
los mercados, lo mismo que se fletarían grandes barcos para traer
las mercancías de ultramar.
Estamos hablando de una necesidad universal, que el azteca
supo organizar como nadie, lo que nos permite saber que era una
nación culta y activa, que si se veía rodeada de enigmas fue debido
a su supeditación a las decisiones de los sacerdotes-astrónomos.

72
Algo que podremos demostrar más adelante, porque
constituye el elemento clave, lo que puede explicar casi todo.

El trueque

Los aztecas no conocían la moneda, a pesar de lo cual


emplearon como un medio similar el grano del cacao, cañones de
pluma de ave llenos de oro o navajas en forma de media luna
que se labraban con finas hojas de cobre martilleado. Como lo
hicieron de una forma sistemática, esto nos lleva a considerar que
utilizaban esos productos para el trueque en el mercado. Los
«jueces» que ocupaban el edificio principal eran los encargados de
establecer una especie de valoración de estos productos, con el fin
de que el intercambio resultara de lo más equitativo.

Figura 13. En el tiaquiz (mercado) se reunía un mundo de objetos e intereses,


que ponía a prueba la habilidad de unos y otros a la hora de practicar el arte
de regatear.

73
Como los aztecas consideraban que el jade, lo mismo que
las piedras que se le parecían, tenían mucho valor, también las
utilizaban como «monedas de cambio». Sin embargo, nunca
vieron el oro como algo valioso, a pesar de que lo emplearon
para sus adornos al gustarles su brillo. Lo mismo podríamos
decir de la plata. Esto sorprendió a los españoles que, como
sabemos, estaban en América para conseguirlo a toda costa.

Figura 14. Transportadores humanos que ayudaron a los aztecas a comerciar


con las regiones del sur de México.

74
Capítulo VI

LAS GRANDES FIESTAS

Vivían para la fiesta

La existencia del azteca había sido siempre tan dura, lo


mismo cuando era un sencillo pueblo trashumante entregado a un
batallar permanente por la supervivencia, que al asentarse en
grandes ciudades o pequeñas aldeas, que debió introducir muchas
fiestas en sus calendarios. Se diría que actuaban para estos seres
humanos como premios, o etapas de descanso y regocijo, dentro del
amargo y severo camino que les tocaba recorrer.
Las fiestas lo mismo eran seglares que religiosas, lo cual
traía consigo unas importantes diferencias: en el primer caso,
todo sería jolgorio sin mucho control; mientras que en el
segundo, el pueblo se hallaba obligado a respetar un ceremonial
impuesto por los sacerdotes-astrónomos desde tiempos
inmemoriales.
El calendario azteca estaba dividido en dieciocho meses de
veinte días cada uno. Todos los meses contaban con sus fiestas
individualizadas y, al mismo tiempo, en su nombre encerraban un
mensaje: el primer mes (12 de febrero a 3 de marzo) era
Atlcoualco o la «necesidad del agua», y en este tiempo se celebran
ceremonias, desfiles y sacrificios en distintos días; el segundo mes
(del 4 al 23 de marzo) era conocido por Tlacaxipehualitzi o
«desollamiento de hombres».

75
Esto último bien merece un comentario aparte, porque los
aztecas dedicaban dieciséis días a las fiestas, luego cubría casi todo el
mes (suponemos que alguien debía cuidarse de los cultivos, de los
mercados y de las faenas domésticas). Tiempo de desfiles, en el que
los sacerdotes bailaban dando saltos, mientras iban cubiertos con las
pieles de las víctimas que acababan de ser sacrificadas. Una
vestimenta que nunca ha de ser considerada un capricho, debido a
que se creía que la piel del enemigo proporcionaba una gran
fuerza, tanto material como espiritual, a quien la llevaba encima.
El tercer mes (del 24 de marzo al 12 de abril) se llamaba
Tozoztonli, época de ayuno para ganarse el favor de Tláloc, el dios
de la lluvia. Si esto no conseguía que cayera el agua de los cielos,
entonces se efectuaban sacrificios humanos en honor de Xipe. Y el
cuarto mes (del 13 de abril al 2 de mayo) se denominaba Huei
Tozoztli (ayuno largo). Se adoraba al maíz, por eso la gente del
campo iba a la ciudad, para cubrir las casas, los altares y los
lugares más importantes con las largas cañas de esta planta sagrada.
Entonces se vivían unos días de paz, en los que a nadie se le
«buscaba la sangre» y las niñas «rezaban» o cantaban a la
bendición que suponía el maíz para todo el pueblo.

Meses de sangre, danzas y alegría

En el quinto mes (del 3 al 22 de mayo), llamado Tóxcatl


(seco o resbaladizo), ya se debía estar recibiendo la siempre
anhelada lluvia. Las fiestas se centraban en el sacrificio san-
griento de niños, muchos de los cuales eran ofrecidos por los
propios padres. (Conviene tener presente que los aztecas no
veían la muerte como nosotros, pues la consideraban un paso a
una vida mejor; por otra parte, las víctimas eran adormecidas
previamente, para que no sintieran dolor.)
El sexto mes (23 de mayo a 11 de junio) era conocido
como Etzalqualiztli (potaje de frijol). Los aztecas se entregaban
al derramamiento ritual de la sangre, por medio de incisiones en
el cuerpo o en las piernas. Esto se acompañaba con el
hundimiento de varias canoas en los lagos o en los ríos, dentro de
las cuales iba un niño o una niña y los corazones de una veintena
de víctimas que acababan de ser sacrificadas.

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El séptimo mes (del 12 de junio al 1 de julio) era llamado
Tecuhilhuitontli (pequeño banquete de príncipes). Se dedicaba a
las danzas de los trabajadores de la sal, la mayoría de los cuales
venían de los lagos de Anáhuc, donde se disfrutaba de las
mejores tierras.
El octavo mes (del 2 al 21 de julio) era conocido como
Hueitecuhíhuit (gran fiesta de los jefes poderosos). Periodo para
venerar a la Diosa del Maíz Tierno a lo largo de ocho días. Las
mujeres llevaban el pelo suelto, porque consideraban que era un
gesto capaz de conceder un poder mágico a sus miradas y a sus
sonrisas. Se sacrificaba a una esclava virgen, la más hermosa, a
la que se vestía como si fuera la Diosa del Maíz.

Meses de flores, sacrificios masivos y guerra

El noveno mes (del 22 de julio al 10 de agosto) se


llamaba Tlaxichimaco (nacimiento de las flores). Días propicios
para que los jóvenes buscaran pareja, a pesar de que siempre
debieran contar con la aprobación de sus padres. Pero se
disculpaban los juegos sexuales, siempre que fueran entre
jóvenes y no causara el nacimiento de una criatura
«indeseada». En el décimo mes se evocaba la recogida de los
frutos.
Momento en el que adquiría toda su importancia
Huehueteotl, el dios del Fuego. Como en fechas anteriores se
había ido de guerra, para conseguir un buen número de
prisioneros (en tiempos de paz se recurría a los condenados a pena
de muerte), éstos eran forzados a bailar junto a sus captores
alrededor de una gran fogata. Poco más tarde, se les hacía subir
por las largas y elevadas escalinatas del templo. Una vez llegaban
a la zona más alta, los sacerdotes les soplaban sobre la cara el
yauhtli, que era un polvo analgésico, mediante el cual quedarían
tan adormecidos como si se les hubiera suministrado cloroformo.
Sin embargo, mientras todavía permanecían semidespiertos,
volvían a bailar alrededor de la gran fogata, sobre la cual
terminaban por ser arrojados. En el momento que habían dejado
de gritar, lo que sucedía de inmediato, eran sacados de las llamas,

77
llevados a los altares y, después, los sacerdotes y algunos jefes les
arrancaban el corazón con los cuchillos de obsidiana, para
ofrecérselo, junto a los otros, a los dioses relacionados con el
fuego, el sol y todo lo que daba calor.
Esta terrible ceremonia llevaba al gran banquete, que se
cerraba con un juego, en el que intervenían los mejores atletas.
Consistía en trepar por un poste de quince metros de altura, para
coger unos emblemas de papel que se hallaban atados en la parte
superior. Lógicamente, ganaba el que primero descendía con
esos trofeos.
El décimo mes (del 11 al 30 de agosto) se dedicaba a
Xocotlhuetzi («caída de los frutos»). Se realizaban sacrificios
alrededor del fuego y varios juegos, en los que competían los más
jóvenes.
El undécimo mes (del 31 de agosto al 19 de septiembre) se
llamaba al Ochpaniztli («tiempo de las escobas»). Momentos
para homenajear a la guerra y al valor de los guerreros. Se
organizaban desfiles, en los que se lucían las armas nuevas, las
insignias y los escudos. En cabeza de los grupos militares
marchaban los Caballeros Águilas y los Caballeros Jaguares, a los
que seguía una falange de héroes. El desfile concluía con unos
duelos parecidos a los que libraban los gladiadores en la arena del
circo de Roma, ya que el perdedor recibía el castigo, nunca la
deshonra, de la muerte, siempre que hubiera luchado con
habilidad, poniendo en juego todo su valor y energías. Porque
nada avergonzaba más a los aztecas que las muestras de
cobardía o la falta de capacidad de pelea por considerarse
inferior al rival.

Meses de borracheras, de castidad y de fríos

En el doceavo mes (del 20 de septiembre al 9 de octubre),


llamado Teotleco (vuelta de los dioses), se conmemoraba el
reencuentro con el favor de las divinidades de la tierra. Todos los
aztecas podían emborracharse con el pulque, aunque debían
hacerlo dentro de las ceremonias celebradas en los templos.

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El decimotercer mes (del 10 al 29 de octubre) se hallaba
relacionado con Tepeílhuitl (fiesta de las montañas), al que se
consideraba el dios más exigente. Días para celebrar los rituales
dedicados a las divinidades de la lluvia y de la montaña. Las
casas se llenaban de figurillas de madera cubiertas de amaranto,
con las que se representaban serpientes. También se sacrificaban
a cuatro mujeres y a un hombre, todos ellos jóvenes, cuyos
cuerpos eran repartidos entre los sacerdotes y los asistentes más
importantes, para que se los comieran allí dentro de un ritual
canibalesco.
En el decimocuarto mes (del 30 de octubre al 18 de
noviembre) se recordaba a Quecholli (el pájaro o la perdiz).
Llegaban las penitencias generales, que duraban unos cuatro
días. A los casados se les prohibía acostarse con sus esposas, y a
los solteros ni siquiera se les permitía mirar a una mujer.
También se fabricaban armas y se sacrificaban animales en las
colinas o en los montículos.
En el mes decimoquinto (del 19 de noviembre al 8 de
diciembre) se evocaba a Panquetzaliztli (fiesta de las banderas).
Entonces aparecían éstas en todo su esplendor, con lo que se
veneraba al dios de la guerra, al representar unas batallas, en
medio de las cuales las mujeres echaban jarros de agua teñida de
azul sobre las cabezas de los hombres. Como también llevaban
una especie de máscaras hechas con papel, la juerga adquiría las
formas de un carnaval, en el que se permitían muchos excesos
sensuales.
En el mes decimosexto (del 9 al 28 de diciembre) se
recordaba el tiempo de Atemoztli (caída de las aguas). Dado que
habían vuelto las lluvias, el pueblo se entregaba a un ayuno que
duraba cinco días; mientras, en el interior de las casas, por las
noches se dedicaban a cortar papel que, de acuerdo con los
escritos de fray Bernardino Sahagún, pegaban en pértigas,
ponían éstas en sus casas e invitaban a reunirse al símbolo de la
imagen que habían cortado; luego, hacían votos y, al mismo
tiempo, tocaban sus tambores, cascabeles y carapachos de
tortuga...
El decimoséptimo mes (del 29 de diciembre al 7 de enero)
correspondía a Tititl (mal tiempo). Habían llegado los fríos.
Todos lloraban para conmover al dios de la lluvia. Primero lo

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hacían las mujeres y, luego, los hombres, sin dejar de golpear a
sus cónyuges con unos sacos llenos de paja para forzarles a
intensificar los lamentos.
En el decimoctavo mes (del 18 de enero al 6 de febrero) se
adoraba a Izcalli (la resurrección). Periodo de grandes sacrificios
humanos, lo mismo de mujeres aztecas que de prisioneros de
guerra o de condenados a la última pena. Cada uno de éstos
terminaba por ser atado a un poste, en el exterior del templo, para ser
saeteado por los mejores arqueros. Poco después, sus cuerpos
eran enterrados en un lugar que sólo conocían los sacerdotes.

Fiestas lastradas por la preocupación

Como los meses eran dieciocho de veinte días sumaban


360. Para completar el año solar, se añadían los nemontemi
(«cinco días nefastos»), que iban del 7 al 11 de febrero. Época de
completa inactividad, durante la cual los aztecas permanecían en
cuclillas sobre las esteras.
Hemos podido comprobar que las fiestas de este pueblo tan
singular y misterioso eran muchas; sin embargo, supondría un
error pensar que correspondían a una gente alegre. Ni mucho
menos. La gran cantidad de sacrificios humanos nos dejan bien
claro que necesitaban la ayuda de los dioses, porque su existencia
se veía lastrada por las preocupaciones.
El simple hecho de ver nevar, lo que sucedía una o dos
veces al año, sobre todo en México-Tenochtitlán, los sobrecogía
y, al momento, corrían a pedir explicaciones a los sacerdotes-
astrólogos, en cuyas manos habían puesto sus vidas y su destino
desde el momento de nacer. Pocas cosas realizaban sin antes pedir
que se consultara su horóscopo personal. Creían que su suerte se
hallaba unida al capricho de los astros y, sobre todo, a la
impredecible voluntad de los dioses.

La ceremonia en honor de Tezcatlipoca

George C. Vaillant en su libro «La civilización azteca»


cuenta lo siguiente:

80
...La ceremonia en honor del Dios Tezcatlipoca era
impresionantemente dramática, matizada por el sentimiento
conmovedor con que vemos la supresión deliberada de una
vida. Un año antes de su ejecución se escogía al prisionero de
guerra más hermoso y valiente. Los sacerdotes le enseñaban
modales regios y, mientras se paseaba tocando melodías
divinas en su flauta, recibía los homenajes que se le tributaban
al mismo Tezcatilpopa. Un mes antes del día del sacrificio
cuatro doncellas encantadoras, ataviadas como diosas, se
convertían en sus compañeras y lo complacían en todos sus
deseos. Un día antes de su muerte se despedía de sus llorosas
consortes, para encabezar una procesión en su honor que se
distinguía por el júbilo y los festines. Después decía el último
adiós al brillante cortejo y entraba en un pequeño templo,
acompañado de ocho sacerdotes que lo habían atendido todo
el año. Los sacerdotes subían primero las escalinatas del
templo y él los seguía, rompiendo en algunos de los escalones
las flautas que había tocado en las horas felices de su
encarnación. En lo alto de la plataforma los sacerdotes lo
tendían en la piedra de los sacrificios y le arrancaban el
corazón. En consideración a su calidad divina anterior, el
cuerpo era conducido, no arrojado ignominiosamente, por la
escalera; pero su cabeza iba a reunirse con los otros cráneos
ensartados en una empalizada colocada junto al templo.

Los sacrificios humanos

El azteca amaba su vida y la de sus semejantes, era su


bien más preciado. Por defender la existencia de los suyos
participaba en las guerras, ya fuera con el propósito de
ampliar su territorio, conseguir mayores riquezas o impedir que
sus propiedades fueran robadas. Cómo era lo más importante que
poseía, aceptó la propuesta de los sacerdotes de ofrecer a los
dioses sacrificios humanos... ¿Podía existir algo más
importante?
Con esta idea dieron comienzo unos rituales sangrientos,
cuyo origen forma parte de los enigmas. Se tiene idea de

81
que no sólo los aztecas practicaban estas ceremonias, ya que
eran muy frecuentes en toda la región de México y en el
Yucatán de los mayas. Sin embargo, ninguna otra civilización
los realizó de una forma tan masiva y frecuente. Historiadores
agnósticos han querido ver en los sacrificios humanos una
similitud con la Eucaristía, en la que se representa el cuerpo
de Jesucristo sacrificado en bien de la Humanidad; sin
embargo, no consideramos muy acertada la comparación.
Los aztecas estaban ofreciendo lo mejor de ellos, aunque la
mayor parte de los sacrificados eran prisioneros. Pero también
llevaban al templo a sus vírgenes, a los jóvenes más fuertes,
hermosos y sanos y a algunos adultos. A partir del siglo XV de
nuestra era, como este pueblo se encontró gobernando sobre una
nación tan extensa, cuando sus antepasados no llegaban a los
cinco millares y vivían donde podían por su condición de
trashumantes, creyeron que estaban siendo apoyados por los
dioses. Como ofrendas a éstos, intensificaron los sacrificios
humanos.
El hecho de que los sacrificados fueran prisioneros, ha de
verse desde el punto de vista de que se obtuvieron por medio de
una guerra, en la que murieron los más bravos aztecas. Luego
al entregar estos cuerpos a los dioses, se estaba realizando una
doble donación: la de los caídos en la batalla y los prisioneros.
Claro que esta forma de proceder creó una gran dependencia, al
convertir la captura de prisioneros en una necesidad, lo que
obligaba a mantener un ejército siempre dispuesto para librar
cortas batallas, que en ocasiones sólo eran simples escaramuzas
para asaltar una tribu enemiga, con el fin de contar con la
imprescindible «despensa» de corazones.
Cuando las necesidades de agradar a los dioses se
consideraba muy perentoria, el objetivo de la guerra era capturar
a un gran jefe, debido a que cuanto más importante y valiente
fuera éste «mayor sería la satisfacción de la divinidad al recibir su
corazón».
También se servían de la sangre de las víctimas, con las que
regaban los campos de cultivo para incrementar su producción. El
canibalismo ritual ha de verse como una práctica aislada,
aunque el azteca estuviera convencido que esto le permitía

82
absorber todas las virtudes de la víctima, en especial la bravura y
el poder espiritual.
El pueblo se sometía a penitencias muy duras al practicarse
heridas con los cuchillos de obsidiana, mutilarse un dedo o
atravesarse la lengua con espinas de maguey. De este ritual no se
libró ni el mismo Moctezuma.
Sobre los sacrificios humanos, fray Bernardino de Sahagún
escribió lo siguiente:

En el postrero día del dicho mes hacían una muy solemne


fiesta a honra del dios llamado Xipe Tótec, y también a honra de
Huitzilopochtli. En esta fiesta mataban a todos los cautivos, a
hombres, mujeres y niños. Antes que los matasen, hacían
muchas ceremonias que son las siguientes.
La vigilia de la fiesta, después de mediodía,
comenzaban muy solemne areito y velaban por toda la noche
los que habían de morir en la casa, que llamaban capulco. Aquí
les arrancaban los cabellos de medio de la coronilla de la
cabeza; junto al fuego hacían esta ceremonia. Esto hacían a
media noche, cuando solían sacar sangre de las orejas para
ofrecer a los dioses, lo cual siempre hacían a la media
noche. Al alba de la mañana, llevábanlos adonde habían de
morir, que era el templo de Huitzilopochtli; allí los
mataban los ministros del templo, a la manera que arriba
queda dicho, y a todos los desollaban, y por eso llamaban a la
fiesta tlacaxipehualiztli, que quiere decir «desollamiento de
hombres». Y a ellos los llamaban xipeme y por otro nombre
tototecti. Lo primero quiere decir «desollados»; lo segundo
quiere decir «los muertos en honor del dios Tótec».
Los amos de los cautivos los entregaban a los sacerdotes
abajo, al pie del cu, y ellos los llevaban por los cabellos,
cada uno al suyo, por las gradas arriba. Y, si alguno no
quería ir de su grado, llevábanle arrastrando hasta donde
estaba el tajón de piedra donde le habían de matar, y, en
sacando a cada uno de ellos el corazón y ofreciéndole como
arriba se dijo, luego le echaban por las gradas abajo, donde
estaban otros sacerdotes que los desollaban. Esto se hacía en el
cu de Huitzilopochtli.

83
Todos los corazones, después de haberlos sacado y
ofrecido, los echaban en una jicara de madera, y llamaban a los
corazones cuahnochtli, y a los que morían después de sacados
los corazones los llamaban cuayhteca.

Figura 15. En los sacrificios humanos el azteca estaba entregando a los


dioses lo que consideraba más importante: el corazón de un bravo enemigo.

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Capítulo VII

JUEGOS QUE PODÍAN SER


MORTALES

La pasión del juego

Los juegos colectivos siempre han sido, en especial cuando


se transforman en competiciones entre tribus o pueblos, unas
muestras de pasión exacerbada. Esto ha ocurrido desde que
comenzaron a practicarse en las tierras de Oriente en el año
6.000 a.C., donde ya se escribía lo siguiente: los hombres son
más apasionados en los juegos que en las cuestiones serias.
Algo que no puede asombrarnos, si tenemos en cuenta lo
fácilmente que pasan los aficionados al fútbol del más desmedido
entusiasmo a una rabia desesperada, que la mayoría de las
veces vuelcan sobre el árbitro de turno.
Los aztecas practicaban algunos juegos con gran violencia.
Por ejemplo, el tlachtli o la pelota. Comenzaron viéndolo como un
deporte y, luego, lo convirtieron en todo un ritual. Se sabe que lo
empezaron a jugar los toltecas en el año 500 a.C., ya que se han
encontrado las pruebas en unas excavaciones realizadas en La
Venta.

El «brutal» y deportivo juego de la pelota

El tlachtli se jugaba en un campo con forma de una «i»


mayúscula, en cuyos lados se colocaban unas gradas de asientos

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escalonados para los espectadores. En el centro de una de las
paredes se encontraba la «canasta», que era un círculo de piedra o
de madera, que generalmente se colocaba en un sentido vertical,
casi como en el baloncesto, donde la canasta se instala en un
plano horizontal al suelo de la cancha. El objetivo era el mismo:
conseguir que la pelota atravesara el orificio del círculo de piedra y,
al mismo tiempo, impedir que el adversario lo lograra antes.
La pelota estaba hecha de varias capas de hule presionado,
lo que le daba una gran dureza y consistencia. A los jugadores se
les permitía golpearla con los pies, las caderas y los codos, pero
nunca con las manos. Todos ellos iban bien protegidos como una
especie de acolchonamientos, compuestos de petos, rodilleras,
mandiles de cuero, mentoneras y medias máscaras que protegían
las mejillas; y podían empujarse, golpearse y ponerse
«zancadillas» mientras estuvieran jugando. Esta brutalidad
convertía el juego en una diversión que apasionaba a los
espectadores.
A pesar de ir tan protegidos, algunos jugadores recibían
unos golpes en el vientre tan terribles que se desplomaban en el
suelo entre espasmos de muerte. Una vez finalizaba la
competición, casi todos los participantes debían ponerse en manos
de los sacerdotes-médicos, con el fin de que les extrajeran la
sangre acumulada en las caderas y en otras partes del cuerpo.
Además, necesitaban ser curados de muchas heridas y de
graves contusiones.
Por otra parte, dado que habían participado dos equipos
bien entrenados, casi siempre representando a una tribu o a un
clan poderoso, sus seguidores en ningún momento habían
dejado de intervenir con sus gritos de ánimo, insultos y protestas.
Sin embargo, en el momento que el juego se ritualizó, al llevarlo a
los templos, se impusieron ciertas normas y, en casos
excepcionales, los perdedores pasaban a ser víctimas de los
sacrificios humanos. Algunos historiadores han llegado a
escribir que esta misma «suerte» la corrieron los ganadores en
momentos de grandes calamidades, cuando la ofrenda de
corazones a los dioses debía ser lo más elevada posible y de la
mejor calidad, por eso se recurría a los grandes héroes.
En relación a este juego fray Bernardino de Sahagún
escribió lo siguiente:

86
Las pelotas eran del tamaño aproximado de las de bolos
(unos quince centímetros de diámetro) v eran sólidas, hechas con
una goma llamada ulli..., que es muy ligera y rebota como una
pelota inflada. Durante el juego los que se hallaban presentes
hacían apuestas de oro, turquesas, esclavos, ricas mantas y
casas... En otras ocasiones, el señor jugaba pelota por
diversión... También con él iban buenos jugadores de pelota,
quienes jugaban ante él y otros principales jugaban en el equipo
adversario y ganaban oro y chalchigüites y cuentas de oro y
turquesas y ricos mantos y maxtles y casas, etc. El campo de
juego de pelota consistía en dos paredes separadas veinte o
treinta pies, que eran hasta de cuarenta o cincuenta pies de
longitud; las paredes estaban blanqueadas y medían alrededor
de ocho y medio pies de altura y en medio del campo había una
línea que era usada en el juego... En el centro de las paredes, en
medio del campo, se hallaban las piedras, como muelas de
molino ahuecadas, una frente a la otra y cada una tenía un
agujero bastante grande para contener la pelota... Y el que hacía
pasar la pelota por él ganaba el juego. No jugaban con las
manos, sino golpeaban la pelota con las nalgas; empleaban
para jugar guantes en las manos y un cinturón de cuero en las
nalgas, para golpear la pelota...

Al buen fraile le debieron contar sus informadores un juego


de pelota muy deportivo, cuando antes de la conquista había
consistido en auténticas batallas animadas por un público que
necesitaba ganar a toda costa, por lo mucho que estaba apostando.
Como casi todo lo que hacían los aztecas, el tlachtli ofrecía
un significado religioso y mítico. Se suponía que todo el recinto de
juego era el mundo, donde la pelota cumplía las funciones de un
astro, que bien podía ser el sol o la luna. Hemos de tener en
cuenta que el tlachtli significaba, de acuerdo a una interpretación
sagrada, el cielo donde las divinidades o las criaturas
sobrenaturales jugaban a la pelota con algunos de los astros.
Se contaba la leyenda de que una mala tarde el emperador
Axayácatl estaba jugando frente al señor de Xochimilco. En un
momento de máximo entusiasmo, se atrevió a apostar todo el
mercado de México contra el magnífico jardín que poseía su
contrincante. Pero lo perdió luego de haber creído que su

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victoria era indiscutible. Dado que podía causar tanto daño a su
pueblo si se pagaba la apuesta, a la mañana siguiente unos
soldados mexicanos llegaron ante el ganador, al que entregaron
los documentos que le acreditaban como nuevo propietario de los
mercados. Sin embargo, con los papeles se habían cuidado de
poner un collar de flores, que al colocar alrededor del cuello del
confiado señor de Xochimilco les sirvió para estrangularlo.

El juego de los frijoles

Los aztecas practicaban un juego más pacífico, ya que


sólo intervenían dos o cuatro personas sentadas en unas
esterillas. Era el patolli o una especie de «juego de la oca». Se
necesitaba un tablero o papel marcado en forma de cruz, que se
había dividido en casillas, y unos frijoles. El objetivo era
desplazarse por el tablero para, luego, volver al punto inicial, es
decir, a la «casa». Los dados eran frijoles marcados con
diferentes puntos. A medida que se iban tirando los dados, se
avanzaba por las casillas, utilizando unas piedrecitas de
colores, de acuerdo con el número de puntos que hubieran
salido. El primero que llegaba a la «casa» era el ganador, luego
suyas eran las apuestas que se habían establecido antes de iniciar
el patolli.
Se sabe que Moctezuma y Hernán Cortés lo jugaron
mientras el primero estaba en su palacio en condición de
prisionero. Bernal Díaz dio el nombre a este juego de totoloque y
nos contó que los dos importantes participantes se cruzaron
apuestas. Eran utilizadas unas pelotitas muy tersas, hechas de
oro... Arrojaban estas pelotitas a alguna distancia, lo mismo que
unas pequeñas planchas, hechas también de oro... En cinco
jugadas e intentos ganaban o perdían ciertas piezas de oro o
ricas joyas que apostaban...
Bernal Díaz contó, al haber estado presente, una anécdota
muy ilustrativa sobre la relación existente entre Moctezuma y
Hernán Cortés. Mientras jugaban al totoloque, cada uno disponía
de su contador. Pedro de Alvarado era el del gran conquistador.
En un momento de la partida, el regio prisionero observó que

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aquel personaje llamado el «Sol» (los aztecas dieron este
nombre a Alvarado por lo rubio que eran sus cabellos) estaba
anotando más puntos de los ganados por su rival. Entonces
sonrió y, luego, comentó con gran delicadeza: Se me hace mal.
Se estaba refiriendo a que Cortes hacía yxoxol («trampas»).
Este juego también ofrecía un significado esotérico,
debido a que el tablero estaba dividido en cincuenta y dos
casillas, que coincidían con el mismo número de años que
daban forma al ciclo solar utilizado por los adivinadores o
sacerdotes-astrólogos encargados de interpretar el horóscopo
azteca.

El juego sagrado del perdedor fijo

La fiesta-juego era tan esperada que el pueblo no podía


contener su entusiasmo. Se habían pagado tres pavos y cien
gramos de cacao por los lugares de privilegio. Cuando
aparecieron los dos más bravos guerreros de los clanes de los
Caballeros Águila y los Caballeros Jaguar se hizo el silencio
más absoluto.
Nadie lo pidió para que se escucharan mejor los tambores,
los cuernos y las matracas. Lo que se pretendía era no perderse ni
un solo detalle de la danza de los héroes. Porque sus movimientos
iba a permitirles saber quién sería el ganador en el próximo
juego, algo muy importante a la hora de cruzar las apuestas.
El Caballero Jaguar iba vestido con la piel de varios de
estos feroces animales y cubría su rostro con una máscara de
madera, que ofrecía las formas de una bestia con la boca abierta en
un rugido. Al Caballero Águila le correspondía saltar, igual que si
con cada impulso fuese a remontar el vuelo. Ambos eran muy
jóvenes y portaban lanzas, rematadas con obsidiana, y gruesos
escudos. El Caballero Águila se cubría con un vestido compuesto
de plumas del ave que representaba y su máscara imitaba el pico
de la misma.
A lo largo de unos minutos los dos valientes siguieron
entregados a una especie de danza, en la que parecían estar

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luchando con las lanzas: simulaban que las arrojaban hasta alcanzar
a sus invisibles enemigos; luego, las desclavaban y, a la vez, daban
saltos como si estuvieran esquivando las armas enemigas. Esto
formaba parte del ritual guerrero, en el que únicamente podían
intervenir los mejores de los clanes. Por eso se les había llevado a
la ciudad secreta de Malinalli, donde nunca se pudieron ver; sin
embargo, los dos contaron con los patios ideales para el
entrenamiento que les dejaría en condiciones de intervenir en el
juego sagrado.
En un momento muy preciso, estudiado, ambos guerreros se
detuvieron frente a una plataforma. Los asistentes lo aprovecharon
para cruzarse apuestas con gestos y movimientos, sin hablar y
manteniendo los ojos fijos en lo que iba a suceder.
El Caballero Jaguar y el Caballero Águila ya estaban
subiendo los escalones que los separaban de la plataforma. Allí se
encontraron frente al disco del sol, en cuyo centro surgía una
estaca, a la cual se encontraba atada la pierna de un guerrero
enemigo. Éste nada más que vestía un modesto taparrabos,
mientras sujetaba un escudo con la mano derecha y empuñaba
una espada con la izquierda. Sin embargo, el arma era
completamente inofensiva, al habérsele quitado la afilada
obsidiana, para convertirla en un simple palo.
El prisionero «fijo» a la rueda había sido un celebrado jefe de
los tlaxcaltecas, que eran los enemigos tradicionales de los aztecas. A
pesar de sus condiciones se hallaba dispuesto a pelear, como
demostró al intentar golpear al Caballero Jaguar que se le aproximaba
por atrás; pero sólo encontró el aire frente al gran saltó de quien
pretendía ser su verdugo. Siguió luchando desesperadamente;
mientras, paraba los ataques de sus dos temibles rivales.
Súbitamente, el primer relámpago de muerte le llegó a través
de la espada cubierta de cuchillos de obsidiana, que podían cercenar
un brazo o una cabeza de un solo tajo, manejada por el Caballero
Águila. Ya no pudo escuchar nada más, porque había muerto; al
mismo tiempo, atronaban el aire los gritos de todos los espectadores
que habían apostado por el Caballero Águila como el que abatiría
mortalmente al prisionero...

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Este juego formaba parte de los sacrificios humanos, luego
estaba dedicado a los dioses. Un héroe había muerto para que
lloviese, el maíz creciese con mayor abundancia que nunca o las
mujeres dieran a luz unos hijos más fuertes. Cruel intercambio,
según nuestra interpretación actual, pero que no era más violento
que llevar a la hoguera, ante el pueblo, a un hereje por el simple
hecho de no creer en el cristianismo.

Figura 16. El Caballero Jaguar y el Caballero Águila enfrentándose a un


prisionero “fijo”, cuya espada es un simple palo.

La caza

La caza suponía un juego para los aztecas poderosos; sin


embargo, en el caso de los más humildes se convertía en la
necesidad de aumentar o variar sus alimentos o conseguir un
producto para ofrecer en el mercado. En los grandes jardines de los
palacios de México-Tenochtitlán y otras ciudades había
abundancia de aves y venados, que en muchas ocasiones se

91
convertían en el objetivo de los cazadores. Don Alvaro
Tezozómoc contó en su libro «Crónica mexicana» lo siguiente:

Fuese el rey (Moctezuma) a holgar... llevando veinticinco


señores principales mexicanos aposentados en su palacio que
tenía en Atlacuihuayan (Tacubaya)..., y dijo a los señores que se
estuvieran quedos; entró solo en una huerta a caza de pájaros,
con una cerbatana mató... a un pájaro...

Con esta cerbatana que se menciona era posible disparar


unas bolitas de barro cocido. Se venía utilizando en todo
México desde hacía muchos siglos, como se puede comprobar en
el Popol Vuh (la llamada «Biblia» de los mayas). También
aparece en un vaso labrado que se pudo encontrar en las
proximidades del gran templo de Teotihuacán.
A lo largo del cuarto mes azteca, el llamado Quecholli, se
organizaban grandes batidas de caza, en las que participaban casi
todos los guerreros. Una de las zonas preferidas era la montaña
de Zacatepetl, donde pasaban las noches en refugios provisionales
construidos con ramas de árboles. En el momento que amanecía,
todos formaban una larga fila y comenzaban a avanzar muy
despacio, pendientes de la aparición de venados, conejos, coyotes
liebres y otros animales.
Al llegar el atardecer del último día, todos los
participantes de la cacería regresaban a la ciudad llevando las
cabezas de los animales abatidos. Pero el que había cazado un
venado o un coyote sabía que iba a tener el honor de ser
premiado por el mismo emperador, luego de celebrar en
palacio un banquete con todos sus compañeros de caza, en el
que se servían las más exquisitas viandas y un pulque especial,
que se preparaba para la mesa de los aztecas más importantes.

«Los pájaros voladores»

Otro de los juegos que apasionaban a los aztecas era el de


«los pájaros voladores». Consistía en un alto y grueso poste, de
unos quince metros de altura, provisto en su zona más alta de

92
una plataforma circular, de la que pendían unas largas
cuerdas que terminaban en unos lazos. Sobre esta plataforma se
encontraba un músico, que marcaba el ritmo de todas las
acciones.

Figura 17. El jugo de “los pájaros voladores” sólo podía ser realizado por
jóvenes muy fuertes que ignorasen el vértigo.

93
Varios jóvenes vestidos como los dioses de las aves, todos
los cuales ignoraban el vértigo, trepaban hasta la plataforma, se
sujetaban un pie a uno de los lazos y se lanzaban al vacío. A
medida que caían las cuerdas se iban desenrollando, con lo que
provocaban el giro de la plataforma. Esto simulaba el vuelo
invertido de los participantes, los cuales se iban aproximando al
suelo, que nunca tocarían; mientras, estaban obligados a
moverse para desplazar su centro de equilibrio y, a la vez,
poder ajustar sus alas, con lo que ofrecían el aspecto de unos
pájaros planeando para no caerse. Todo esto se acompañaba al son
de la flauta y el tambor, que tocaba el ágil músico subido en la
zona más alta del poste.
Esta sencilla aplicación del fenómeno físico del
deslizamiento constituía un juego lleno de colorido y
hermosura, como se puede ver en la actualidad en muchos
lugares de México. El Poste Volador más antiguo se
encontraba en Tenochtitlán, precisamente en el lugar donde hoy
se alza el edificio de la Corte Suprema.

94
Capítulo VIII

CALENDARIO, DIOSES, NUMERACIÓN


Y HORÓSCOPO

El calendario mágico y sagrado

La vida de todos los pueblos civilizados se ha regido por un


calendario, porque resulta imprescindible para conocer, al
menos, cuando se producirán los grandes cambios
climatológicos. Desde el principio de los tiempos, el hombre
construyó monolitos, menhires y otros elementos de piedra para
que le sirvieran como relojes de sol y, a la vez, como sencillas
referencias de la posición de los astros más visibles. Al contar
con un elemento fijo, tan resistente que no podía ser derribado
por las grandes tormentas, los sabios se fijaron en la sombra que
proyectaba y en su posición de acuerdo a los desplazamientos que
se producían en la bóveda celeste durante la noche.
Esto lo hicieron los egipcios con sus pirámides, lo mismo
que los mayas y los incas con las suyas. También los aztecas,
pero recibiendo la enseñanza de los olmecas.
Los hijos de los trashumantes utilizaban dos calendarios. Al
ritual lo llamaban tonalpohualli, que se componía de 260 días;
mientras que al solar le daban el nombre de nemontemi, y
estaba formado por 360 días y otros 5 llamados «nefastos».
El calendario ritual era considerado mágico y sagrado.
Respondía más a la voluntad de los sacerdotes que a la
astronomía, por lo que su origen forma parte de los muchos
95
enigmas que acompañan a este pueblo. Los aztecas lo tomaron de
los mayas, los cuales lo denominaban tzolkin. En realidad servía
para efectuar las predicciones o las adivinaciones. Constaba de
nueve periodos de trece días. Pero ofrecía veinte nombres de
días, los cuales ofrecemos en la figura 18.

Figura 18. Signos de los días aztecas según el calendario solar.

Por ejemplo, calli (casa), cóatl (serpiente), malinalli


(hierba), tochtli (conejo), etc., eran combinados en unas
secuencias junto a unos números que iban del 1 al 13. De esta
hábil forma se designaban los días: 1-Hierba, 2-Caña, 3-
Ocelote, y así hasta llegar al 13-Lagartija.

96
De acuerdo con esta referencia que acabamos de elegir, el
nombre de «Hierba», al desarrollarse en su forma regular,
tendría que coincidir con el numero 8 del periodo siguiente. Lo
mismo sucedería con la «Hierba», ya que en su desarrollo
normal coincidiría también con el número 8, pero del periodo
siguiente, al que seguirían los días 9-Caña, 10-Ocelote, etc.,
hasta llegar al 13-Movimiento.

Cuadro I
Sucesión de los nombres de los días, de los números y de
las semanas:

Cocodrilo 1(I)8 2 9 3 10 4 115 12 6 13 7


Viento 2 9 3 10 4 1 1 5 12 6 1 3 7 1 ( XVIII) 8
Casa 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 (XV) 8 29
Lagartija 4 11 5 12 6 13 7 1 (XII) 8 2 9 3 10
Serpiente 5 12 6 13 7 1 (IX) 8 2 9 3 10 4 11
Cabeza de
muerto 6 13 7 1 (VI) 8 2 9 3 10 4 11 5 12
Venado 7 1 (III) 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13
Conejo 8 29 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 (XX)
Agua 9 3 10 411 5 12 6 13 7 1 (XVII) 8 2
Perro 10 4 11 5 12 6 13 7 1 (XIV) 8 2 9 3
Mono 11 5 12 6 13 7 1 (XI) 8 2 9 3 10 4
Hierba 12 6 13 7 1 (VIII) 8 2 9 3 10 4 11 5
Caña 13 7 1 (V)8 2 9 3 10 4 11 5 12 6
Ocelote 1 (II) 8 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7
Águila 2 9 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 (XIX) 8
Zopilote 3 10 4 11 5 12 6 13 7 1 (XVI) 8 2 9
Movimiento 4 11 5 12 6 13 7 1 (XIII) 8 2 9 3 10
Cuchillo de
Pedernal 5 12 6 13 7 1 (X) 8 2 9 3 10 4 11
Lluvia 6 13 7 1 (VII) 8 29 3 10 4 11 4 12
Flor 7 1 (IV) 8 2 9 3 10 4 11 5 12 5 13

97
Toda la secuencia anterior sucedía una y otra vez dentro del
ciclo solar continuo de 52 años o 18.980 días, de tal manera que
un día nunca podría ser confundido con ningún otro, gracias a
que el nombre del día y su número asociado impedían la
repetición dentro de los 52 años. Esto se puede apreciar en el
Cuadro I.
Al mismo tiempo, cada año era denominado en función del
día en que daba comienzo. Esto suponía que un año llamado 1 -
Caña sucedería cada 52 años.

Un dios para cada día

Cada uno de los veinte días del calendario azteca estaba


regido por un dios (Cuadro II). Lo mismo sucedía con las veinte
semanas. Las divinidades de estas últimas seguían un orden
idéntico, con la excepción de que la correspondiente al
decimoprimero desaparecía de la lista y todas las demás ocupaban
un puesto ascendente o «ganaban» el que se había retirado.
Entonces suponía que el día vacío en la semana veinte, se
completaba por un par de dioses que debían ejercer sus funciones al
mismo tiempo.
En ciertas ocasiones sólo eran nueve las divinidades que se
seguían unas a otras en el gobierno de las horas nocturnas del
calendario sagrado. Por último, trece de estas divinidades
dominaban sobre el mismo número de las estaciones aztecas, a la
vez que nueve controlaban las noches.
El hecho de que se contara con un calendario en el que
aparecían los dioses servía a los sacerdotes para organizar las
fiestas, ordenar con antelación los sacrificios y dirigir los
demás acontecimientos. Al mismo tiempo, cada uno de estos
seres humanos conocía la divinidad que gobernaba su vida
desde el primer día que nació.

Los libros de referencias

Por fortuna se conservan varios libros de referencias, que


los aztecas llamaban tonalámatl. Los elaboraban con papel de la
corteza prensada del amate o higuera silvestre. Consistía en una
larga tira de papel, muy bien preparada con el fin de poder pintar

98
sobre la misma. El hecho de que se pudiera doblar a la manera de
un biombo facilitaba su manejo.
El dios de la semana se representaba en las páginas de una
forma muy destacada. Se le acompañaba con otras divinidades
inferiores y con objetos que tuvieran relación con el culto,
como espinas, altares, incensarios y algo similar. Todo lo
anterior servía de apoyo a unos rectángulos, dentro de los
cuales se incluían los trece nombres y números de los días, las
divinidades asociadas con los mismos y, en casos excepcionales,
las aves en las que éstas se transformaban.
Como sucede en todas las religiones, la complejidad que
presentaba la interpretación de los calendarios obligaba a que
sólo pudieran ser utilizados por los sacerdotes-astrólogos.
Hemos de reconocer que si actualmente pueden ser interpretados
se debe a que los frailes españoles, junto a otros tenaces maestros
de la misma nacionalidad, contaron con unos informadores,
algunos de los cuales debieron ser sacerdotes aztecas, que se lo
explicaron con la suficiente claridad.

¿Por qué 52 años?

El xihumolpilli («haz anual») solar, como llamaban los


aztecas a este calendario, se componía de 365 días, divididos en
dieciocho meses, cada uno de veinte días.
El mínimo múltiplo común de 260 (20 x 13) y 365 (cuyos
números primos son 5 y 73), como explicó gráficamente
Franz Boas, es 18.980 días. Aquí tenemos el ciclo de 52 años.
Pasado este periodo, se repetían las mismas combinaciones
adivinatorias. Por medio de este recurso, los astrónomos
aztecas determinaron que 63 años del calendario divino o
ritual (20 x 13 x 73) proporcionaban el resultado de los
mismos 18.980, con lo que se daba forma al ciclo imprescindible
de 52 años.
¿Por qué 52 años? ¿Cómo lo convirtieron en una obsesión
más religiosa que calendárica? ¿Cuándo lo transformaron en un
mito, capaz de llevarles a suponer que al final de ese ciclo el
mundo llegaba a un equilibrio tan crítico, que cualquier prodigio
maligno, como un cataclismo geológico, podía destruirlo?
¿Es posible que se dejaran engañar por los matemáticos?

99
¿Pudieron sentirse fascinados por el hecho de que sus dos
calendarios se fundieran, en los diferentes cálculos que debían
realizar para establecer los 52 años, tan unidos con la actividad de
la Naturaleza? Nadie ha podido responder a todas estas preguntas.

Cuadro II

Dioses de los días

Día Divinidad Naturaleza

1 Cocodrilo Tonacatecuhtli Dios Creador


2 Viento Quetzalcóatl Dios del Cielo
3 Casa Tepeyolohtli Dios de la Tierra
4 Lagartija Huehuecótoyl Coyote Viejo
5 Serpiente Chalchiuhtlicue Dios del Agua
6 Cabeza de
muerto Teccztécatl Dios de la Luna
7 Venado Tláloc Dios de la Lluvia
8 Conejo Mayahuel Diosa del Pulque
9 Agua Xiuhtecuhtli Dios del Fuego
10 Perro Mictlantecuhtli Dios de la Muerte
11 Mono Xochipilli Príncipe Flor
12 Hierba Petécatl Dios Medicina
13 Caña Texcatilpoca Gran Dios
14 Ocelote Tlazoltéotl Madre Tierra
15 Águila Xipe Dios Siembras
16 Zopilote Itzpapálotl Diosa Estelar
17 Movimiento Xólotl Dios Monstruo
18 Cuchillo de
Pedernal Tezcatlipoca Gran Dios Ave
19 Lluvia Chantico En la Casa
20 Flor Xochiquétzal Diosa de las Flores

100
E1 tiempo era algo emocional

La relación que el azteca mantenía con el tiempo era algo


emocional, porque lo temía. A los sacerdotes-astrónomos el
proceso mental de establecer un calendario les había supuesto un
esfuerzo inmenso, cuyos resultados suponían un privilegio, algo
que les pertenecía. Este comportamiento ya lo hicieron suyo los
sabios egipcios, lo mismo que los grandes oficiantes de todas las
religiones: comunicaban a las gentes lo que podía suceder; sin
embargo, en ningún momento explicaban los recursos
utilizados para llegar a esas deducciones.
Los aztecas conocían el cero matemático, ya que lo
habían aprendido de los mayas. Pero éstos lo comenzaron a
utilizar antes que los sabios de la India, que fueron quienes lo
introdujeron en Occidente. También los indígenas de la
América precolombina remontaban el cálculo de su pasado
hasta los 23.040.000.000 días, es decir, hasta más de
63.000.000 años.
¿Por qué llegaron tan lejos? ¿Hemos de suponer que
«alguien» les informó que uno de sus antepasados vivió en ese
tiempo tan lejano, cuando «no existía» vida en la Tierra?
En base a estas suposiciones podríamos llevar nuestra
mente a terrenos muy lejanos, donde las hipótesis se alejan
hasta el planeta Venus, la estrella matutina de los azteca, donde
pudo existir vida humana hace 63.000.000 de años. Vida que
debió viajar por el espacio, cuando la existencia les resultó
imposible, para llegar a la Tierra, en cuyo suelo comenzaron
desde cero...
Sin embargo, dejaremos las fantasías en su sitio, para volver
a servirnos de la información contrastable.

Los cinco días nefastos

Víctor W. von Hagen expone en su libro «Los aztecas» lo


siguiente:
Los sacerdotes aztecas tenían que calcular el ritual por los
métodos más complicados; necesitaban conocer la interco-
nexión precisa entre cada dios y los «tiempos» particulares, tal

101
como era determinado en un preciso calendario. Los sacrificios
necesitaban ser calculados de una forma correcta, para que
beneficiaran al dios particular al que estaban apelando. Todo el
intelecto desarrollado por los aztecas era volcado en esta
empresa: cómo llegar a ganarse al dios apropiado en el momento
preciso. Así que los sacrificios no deben ser vistos como una
simple carnicería. Suponían un proceso ritualizado muy bien
concebido, con un solo objetivo a la vista: preservar la existencia
humana de los que seguían vivos.
Debido a que los aztecas parecían estar amenazados
únicamente al final de cada ciclo de 52 años, cuando los
sacerdotes anunciaban la llegada del último día del año, se
sabía que llegaban los temidos nemontemi («días
nefastos»). Los fuegos eran apagados, el ayuno se
generalizaba, las relaciones sexuales se interrumpían; los
artistas abandonaban sus obras por elevada que sintieran la
inspiración; los negocios quedaban aplazados. Lo mismo
sucede en el Tirol austríaco cuando sopla el Fohn, el viento
cálido del sur, ya que todas las actividades más importantes
quedan interrumpidas. En estos días, ninguna transacción es
legalizada.
Al amanecer del quinto día, en el momento que los
sacerdotes-astrónomos consultaban sus libros-calendario,
observaban las pléyades levantándose en el firmamento y sabían
que el mundo no se acabaría. Entonces tendían la mano, hallaban
una víctima para el sacrificio, le abrían el pecho, le arrancaban
el corazón y en la herida sangrante encendían un nuevo fuego. De
la misma manera se alimentaban todos los fuegos de los templos;
y de cada uno de ellos los habitantes de la totalidad de México-
Tenochtitlán recibían el nuevo fuego para el año nuevo. Porque
cualquier esfuerzo, hasta los más dramáticos, se consideraban
buenos si servían para que el pueblo progresara...

Una numeración muy sencilla

La numeración azteca era vigesimal, lo mismo que la


nuestra es decimal. Utilizaban cantidades hasta 20 sirviéndose

102
del número preciso de puntos, a pesar de que en las matemáticas
mixtecas se simplificaba el proceso recurriendo a las barras
para representar series de cinco. Los aztecas se servían de una
bandera para indicar 20, que iban repitiendo hasta llegar al 400.
También utilizaban la figura de un abeto (puede entenderse como
«tan numerosos como los cabellos») para representar 400 (20 x
20). Cuando pretendían indicar 8.000 (20 x 20 x 20) recurrían a
un costal, que venía a significar «resulta tan incalculable como
los granos de cacao que caben en el mismo».
En un manuscrito encontrado después de la llegada de los
conquistadores españoles, se puede ver cómo resolvían los
aztecas el tema de las fracciones. Para ello se limitaban a
oscurecer segmentos de la cuarta parte, la mitad o las tres
cuartas partes de un disco. De una forma similar se
representaba el cinco (también los múltiplos del mismo), pero
coloreando unos espacios definidos de la bandera del signo
veinte, y los centenares añadiendo líneas uniformes al
símbolo de cuatrocientos.

Atados al Horóscopo

Cada uno de los aztecas era consciente de que se hallaba


atado a un signo de su Horóscopo, que era el correspondiente al
día de su nacimiento. No obstante, cuando el signo resultaba muy
negativo, se aguardaban unos días para ponerle un nombre que
correspondiera a otro más favorable. Claro que lo más efectivo
era que el padre se sometiera a unas duras penitencias, en las que
se incluía el ayuno y los sacrificios de sangre (causarse heridas en
el cuerpo o pincharse la lengua y hasta el pene con una espina de
maguey).
Los sacerdotes-astrólogos no eran muy partidarios de
confundir al Horóscopo, porque lo consideraban una cuestión
sagrada y ni siquiera los dioses podían alterarlo. Es posible que se
hiciera alguna concesión con quien pagaba muy bien, aunque
en el fuero interior del sacerdote quedaba el hecho de que había
cometido una estafa. Tarde o temprano intentaría repararla.

103
Figura 19. Números aztecas y sistema de numeración.
a) 1, un punto o un dedo; b) 20, una bandera; c) 400, el signo del cabello; d)
8.000, un costal; e) 10, máscara de gemas; f) 20, bolsa de cochinilla usada
para el tinte; g) 100, bolsa de cacao; h) 400, bolsa de algodón; i) 400, jarra
de miel; j) 800, haces de hojas de copal; k) 20, cesta que guardan cada una
1.600 gramos de cacao; y l) 402, manta de algodón.

No hay duda de que la existencia de los aztecas se hallaba


regulada por los presagios obtenidos de la interpretación del
Tonalamantl («Horóscopo»). Todos los comerciantes
aguardaban con anhelo el día I Serpiente, porque estaban seguros

104
de que obtendrían grandes beneficios. Aquellos que habían nacido
en la trecena primera de Ocelote pasaban la vida entregados a la
penitencia, porque se les había anunciado que morirían luego de
ser hechos prisioneros de guerra.
Quienes venían al mundo con el signo 2 Conejo acabarían
siendo unos borrachos, pero si lo habían hecho en el 4 Perro
obtendrían la fortuna material aunque no lo quisieran. El signo
1 Cabeza de muerto favorecía a los servidores y a los esclavos, el
signo 4 Viento a los hechiceros y a quienes practicaban la magia
negra, el 1 Casa a los médicos y a las parteras. El día 4
Movimiento era el adecuado para que los jefes dieran muerte a
las aves más hermosas en honor del Sol; y en el día 1 Caña se
ponían flores, incienso y tabaco en los altares de Quetzalcóatl.

Apariciones e infinidad de presagios

Los aztecas no sólo se hallaban ligados de por vida al


Horóscopo, ya que al ser un pueblo muy supersticioso creía en
la existencia de infinidad de maleficios. A pesar de la gran vida
nocturna que mantenía, en los meses más negros, cuando la luna
era devorada por las espesas nubes que no dejarían lluvia, se
creía que recorrían las calles de la ciudad o de la tribu, cuando
no los parajes más cercanos, brujas enanas de cabellos pringosos
en los que se adherían los niños recién nacidos; o calaveras
voladoras dispuestas a matar de espanto a quien se atreviera a
caminar solo; o decapitados que buscaban desesperadamente su
cabeza, por eso a quien encontraban le daban muerte por no
haberles sabido descubrir dónde estaba escondido lo que ellos
tanto necesitaban. También se producían sucesos fuera de toda
lógica, a los que llamaban tezauitl.
Cuenta la leyenda que un viejo rico de Tlatelolco se vio
sorprendido al oír hablar a su perro: «Amo, te prevengo que esta
ciudad sufrirá una gran derrota. » Sin embargo, la advertencia del
animal fue despreciada. Esto no impidió que sucediera la
tragedia, que el viejo achacó al perro, por eso dio muerte a su
fiel amigo. No acababa de hacerlo cuando un huexolotl (pavo)
comenzó a hablar, al mismo tiempo que se contoneaba burlón.

105
«¡Calla, maldito bellaco!», grito el viejo rico. «¡Es de mal agüero
que poseas, de repente, voz humana!» Nada más callarse, cogió
un cuchillo de obsidiana y cortó al ave la cabeza. Súbitamente,
en una de las paredes del jardín comenzó a moverse una
máscara de bailarín y, después, se puso a hablar. Esto asustó
tanto al anciano de Tlatelolco que corrió muy excitado a
palacio, donde consultó al rey Moquihuixtli. Le contó todo
lo sucedido y, luego, escuchó esta queja del monarca: «¿Acaso
estabas borracho cuando te habló tu sabio perro, Don viejo?»
Poco más tarde, en el momento que éste bajaba por las grandes
escalinatas, muy arrepentido de su gran error que pudo haber
salvado muchas vidas, cayó muerto bajo las espadas de los
guerreros de Moquihuixtli.

Figura 20. Pintores aztecas representado al Dios Sol y, al mismo tiempo,


sirviéndose de la escritura pictográfica.

106
El ave que predijo la conquista

Jacques Soustelle en su obra «La vida cotidiana de los


aztecas en vísperas de la conquista» cuenta lo siguiente:

Los cazadores de aves acuáticas de la laguna mexicana


llevaron un día a Moctezuma un extraño pájaro que acababan de
capturar. Este pájaro tenía en medio de la cabeza un espejo
redondo, donde se veían el cielo y las estrellas... Cuando
Moctezuma miró en ese espejo, vio una multitud de gente armada
montada a caballo. Envió a buscar a sus adivinos y les
preguntó: «¿No sabéis que es esto que he visto? Que viene
mucha gente junta». Y antes de que respondiesen los adivinos
desapareció el ave...
En el Códice Telleriano-Remensis se ve, en el año 4 Casa
(1509), una inmensa llamarada que sale de la tierra y llega
hasta las estrellas. Este fenómeno (puede que se trate de la luz
zodiacal) fue considerado más tarde como el anuncio de la
llegada de los conquistadores. A esto añadió Ixtlilxóchitl:
«Durante muchos años, fue cuando apareció en muchas noches un
gran resplandor que nacía de la parte de Oriente, subía en alto y
parecía de forma piramidal, y con algunas llamas de fuego... y
como el rey de Texcoco era tan consumado en todas las ciencias
que ellos alcanzaban y sabían, en especial la astrología...
menospreció su reino y señorío, y así a esta sazón mandó a los
capitanes y caudillos de sus ejércitos que cesasen las contiendas
guerreras que tenían con los tlaxcaltecas, huexotzincas y atlixcas».
Los cometas y terremotos, cuidadosamente anotados cada
año en los manuscritos jeroglíficos, siempre se consideraban
como presagios de desgracia. Lo mismo sucedía cuando un
rayo caía sobre un templo, cuando la laguna de México se
encrespaba sin que soplara viento o —lo que sucedió poco
tiempo antes de la invasión— cuando una voz de mujer se
hacía oír por los aires, gimiendo y lamentándose.
En total, la visión que los mexicanos tenían del universo
dejaba poco lugar para el hombre. El hombre estaba dominado
por el sistema de los destinos, no le pertenecía ni su vida
terrestre ni su supervivencia en el más allá, y su breve estancia

107
sobre la tierra estaba determinada en todas sus fases. Le
agobiaba el peso de los dioses y le encadenaba la omnipotencia
de los signos astrológicos. El mundo mismo donde él libraba por
poco tiempo su combate sólo suponía una forma efímera, un
ensayo más que seguía a otros anteriores, precario como ellos y
consagrado al desastre. Lo horrible y lo monstruoso lo
asediaban, y los fantasmas y los prodigios le anunciaban la
desgracia...
Resulta curioso que debamos seguir diciendo que los
aztecas no eran fatalistas, porque estaban convencidos de que la
muerte suponía un salto al más allá, como abrir una puerta,
donde le esperaba un mundo mejor. Pero sí se hallaban cargados
de pesimismo, debido a que les importaba mucho lo que estaban
haciendo en esta vida, sobre la tierra y en bien de los suyos.

108
Capítulo IX

RELIGIÓN Y MEDICINA

La sangre era la bebida de los dioses

Para los aztecas la religión se hallaba unida a la guerra,


sobre todo por la necesidad de hacer sacrificios humanos a los
dioses. Las dos actividades superiores se mezclaban de tanto
como dependían la una de la otra. Porque los sacerdotes-
astrólogos estaban obligados a formar guerreros desde la cuna, al
no conocer otro medio de aplacar a los dioses. Se necesitaba la fer-
tilidad de las mujeres, lo que conducía, singularmente, a que un
parto fallido diese categoría de heroína a la madre (acaso
queriendo animarla a seguir buscando un nuevo embarazo), para
que fueran más los guerreros futuros; además, resultaba
imprescindible contar con muchos varones fuertes, sanos y
hábiles en el manejo de las armas.
Como la sangre era la bebida de los dioses, al menos así lo
venía creyendo este pueblo desde sus orígenes, se debía contar con
una buena provisión de prisioneros, mejor si eran famosos por su
bravura. Ya sabemos que en casos muy excepcionales, los mismos
guerreros aztecas se ofrecían como víctimas de los sacrificios.
Lo que perseguía esta religión era que las energías divinas
más positivas se movieran a su favor, al mismo tiempo que
impedían la influencia de las negativas. Habían dividido la
Naturaleza en unos ciclos bastante exactos, de acuerdo con el
movimiento de los astros y de los anales registrados en sus

109
libros, y andaban listos para amansar a todos aquellos que
pudieran causarles daño. El doctor Alfonso Caso es muy
rotundo en esta cuestión: La magia y la ciencia son similares:
ambas constituyen unas técnicas que persiguen el control del
mundo, y las dos consideran que lo mágico o lo natural
representan eslabones necesarios para encadenar los fenómenos.
El comentario anterior pertenece a un esotérico, el cual
acepta lo misterioso y lo tangible como unos poderes manejables
por el hombre, sin que importe si para conseguirlo se recurre a la
religión o al poder de la mente para transformar las cosas, como la
piedra que podía ser convertida en una espada al incorporarle los
cuchillos de obsidiana.

Dios aproximado al hombre

Los sacerdotes-astrónomos habían conseguido aproximar a


Dios al hombre, como hicieron antes muchas otras religiones. Si
se dirigían a gentes tan apegadas al suelo, no se les podía contar
que dependían de unos seres etéreos, invisibles y que estaban en
todas partes, a la vez que eran infinitos, como el Dios cristiano.
Precisaban algo novelesco en un grado superlativo: que
atemorizase al hombre, a la vez que le brindaba un medio de
aproximación; también debían ser muchos dioses, casi tantos
como las actividades que realizaban los hombres, los lugares que
recorrían, los objetos que tocaban y, en una sola frase, «que
incluyera todo el universo que los aztecas eran capaces de
percibir y comprender».
Por eso se eligió al dios Sol en primer lugar. Resultaba
elemental que de él esperara el hombre el calor de la vida, el fuego
y la propia existencia. Cuando este ser humano pertenecía a un
pueblo trashumante, luego estaba siempre en camino, se le
brindaron unas divinidades que cubrían los cuatro puntos cardi-
nales, porque, según George C. Vaillant, el universo azteca era
concebido en un sentido religioso, más que geográfico.
Además, a estos cuatro dioses se les incorporó un color, en
función de las supersticiones más antiguas, ésas que nadie
había olvidado: el Este se hallaba unido al rojo triunfante,

110
porque correspondía a Tláloc, el Dios de la lluvia, y a Mixcóatl, la
Serpiente Emplumada, los que brindaban la abundancia; el Sur, al
azul maligno, a pesar de que sus dioses fueran Xipe, el Desollado,
y Macuilxóchitl, Cinco Flor, porque los sacerdotes se fijaban más
en los desiertos de los que su pueblo provenía; el Oeste, al blanco
de los mejores augurios, al verse unidos al planeta Venus, la
Estrella de la Tarde, y a Quetzalcóatl, el Dios de la Sabiduría; y el
Norte, al negro de la tristeza, debido a que provenía de
Mictlántecuhtil, el Señor de los Muertos.
Cada planta que el azteca cultivaba contaba con su dios, lo
mismo que los oficios y las artes. Hasta los suicidas disponían de su
propia divinidad, que era Yacatecuhtli. Ante la inmensa
proliferación de dioses, sólo los sacerdotes podían dar respuestas,
luego de consultar los libros sagrados. Debido a que nadie
realizaba algo sin afectar a otra persona, modificar lo que antes
presentaba una forma distinta o hacer sombra a algo vivo, se
consideraba imprescindible comprobar los dioses que intervenían
en estos procesos, para conocer el comportamiento a seguir.
Con el paso del tiempo los dioses de los aztecas se hicieron
guerreros de dos bandos opuestos, con lo que dieron forma a una
especie de mitología. Libraban apocalípticos combates, que el
pueblo veía como la batalla eterna que libran las luces y las
sombras, la noche y el día, el bien y el mal. Sin embargo, las
divinidades no perseguían la victoria para su propio beneficio, ya
que su objetivo principal era mejorar el alma humana. Astuta
maniobra de los sacerdotes para seguir aproximando la religión a las
gentes más sencillas: magnificaban lo que cada uno era capaz de
realizar, sobre todo al ir en busca de prisioneros, porque así se
continuaba alimentando el temor y, al mismo tiempo, la esperanza.

La concepción del mundo

La religión enseñaba al azteca que el mundo debió atravesar


cinco periodos o Soles antes de adquirir su aspecto conocido.
Podían discutir las formas que presentaron estos periodos; sin
embargo, nunca lo hicieron en lo esencial, como se puede
apreciar en la gran Piedra del Calendario, ya que en la misma
quedó registrada la mitología básica de México-Tenochtitlán.

111
El primer periodo, llamado Cuatro Océlotl se hallaba regido
por Tezcatilpoca, el cual al final se transformó en Sol, al mismo
tiempo que manadas de jaguares de encargaban de devorar a los
seres humanos y, además, a los gigantes que en aquellas edades
ocupaban las zonas más fértiles de la tierra. En el segundo
periodo, el gobierno de la Naturaleza recayó en Quetzalcóatl, al
que se denominaba Cuatro Vientos, debido a que mandaba
sobre los huracanes que asolaron el mundo y convirtieron a los
hombres en monos. En el tercer periodo, Tláloc engendró el
mundo luego de provocar una lluvia de fuego. El cuarto
periodo correspondió a Chalchiuhtlicue, «Nuestra Señora de la
Falda de Turquesa», la cual se encargó de que se produjera una
inundación que transformó a los seres humanos en peces. Y en el
quinto y actual periodo aparecía Tonatiuh, el Dios Sol, el de los
Cuatro Terremotos.
Otra concepción del mundo lo presentaba vertical,
formando una especie de compartimentos, en los que se
encontraban los paraísos y los infiernos, los cuales eran vistos
como mundos superiores e inferiores, pero sin concederles
ninguna valoración moral. Los paraísos podían llegar hasta
trece, y en ellos moraban los dioses de acuerdo a sus jerarquías.
Precisamente en el correspondiente a Tláloc eran recibidos los
seres humanos que morían ahogados o por cualquier causa
relacionada con las aguas, como podía ser el rayo producido
por una tormenta. Algunas castas sacerdotales contaban que los
paraísos se dividían en orientales y occidentales: en el primero
eran acogidos los bravos guerreros, con el fin de que su valor
nutriera al Sol; mientras que en el segundo se recibía a las
mujeres que fallecían durante el parto, al haber sacrificado
sus vidas por entregar al pueblo azteca a un futuro guerrero.

El mundo inferior

Al mundo inferior llegaban los otros muertos, aquellos


que no habían destacado en su vida en la tierra. Por eso se
hallaban obligados a afrontar grandes peligros. Llevaban
encima los amuletos y regalos que sus familiares se habían
cuidado de reunir alrededor del cadáver. Dado que este viaje

112
tenebroso duraba unos cuatro días, el difunto debía recorrer
ocho montañas agitadas por los terremotos y los volcanes,
luego de las mismas no cesaban de desprenderse miles de
grandes rocas y varios ríos de lava que fundían todo lo que
encontraban en su recorrido. En los pocos espacios que se
hallaban libres de estos cataclismos, que eran ocho
desiertos, había millares de serpientes y caimanes gigantescos,
cuyo alimento preferido consistía en las almas de los humanos.
Estos desiertos infernales se hallaban cubiertos de nieve,
sobre la cual soplaba un viento helado que hería como si arrastrara
afilados cuchillos de obsidiana. Si el muerto no había sido vencido
por los anteriores peligros, llegaba a las orillas de un río
caudaloso, donde le esperaba un descomunal perro rojizo, sobre
cuyo lomo debía sentarse ya que le serviría de embarcación.
Pero no cesaban los peligros, dado que el animal tenía que ser
bien dirigido entre las violentas corrientes, frente a los riscos que
aparecían en todo momento y el huracán que no dejaba de soplar.
La superación de tanto peligro, una epopeya, concedía al
viajero el honor de poder entregar todos los regalos, ésos que
había podido conservar en los cuatro días de sufrido avance, al
Señor de los Muertos, el cual le mandaba a una de las nueve
distintas zonas de reposo. Existían otras versiones de este mito,
que descubrían el momento final como una simple etapa, pues el
difunto permanecía cuatro años en nueve infiernos, como única
manera de ganarse el derecho de llegar al Mictlan, el Paraíso
Supremo.
Como podemos ver, la mitología del azteca ofrecía la
misma complejidad de las grandes civilizaciones, como la
griega o la egipcia. Luego ha de llevarnos a la conclusión de que
fue creada por unos seres muy inteligentes, que conocían
todos los recursos para atrapar las voluntades y las conciencias
de un pueblo durante siglos, hasta el punto, lo que no ha
conseguido ninguna otra religión en el mundo, de convertir a
todos sus miembros en permanentes cazadores de prisioneros, a
los que poder sacrificar en honor de los dioses.

113
¿Cómo se pudo ejercer este embrujo sobre millones de
seres humanos, hasta el punto de que no existan evidencias de
que los mismos aztecas se rebelaran? Jamás ha conocido la
Historia un destino más cruel y tiránico, de acuerdo con
nuestro concepto actual de los derechos humanos. Ni siquiera la
Secta de los Asesinos, que en el Oriente Medio de los siglos
XII y XIII rivalizaron con los Templarios, o los jíbaros llegaron
a tanto.

Los dioses domésticos

El individuo normal, el mismo que realizaba los trabajos


más humildes o era el guerrero al que sólo sus compañeros
conocían por su nombre, debía conformarse con la imagen de su
dios. Ésta podía ser un figurilla de la divinidad del maíz, que se
había modelado con arcilla estampada, la cual procuraba
enterrar en su milpa mientras rezaba en medio de los obligados
lamentos-súplicas. También dejaba algunas de estas figurillas en
el interior de su casa, todas ellas correspondientes a los dioses
domésticos. Uno de los preferidos pertenecía a la deidad del
maguey, al que llamaban Mayahuetl, cuya presencia se invocaba
en el momento de extraer ese néctar que iba a proporcionar el
pulque embriagante.
El pueblo azteca no sabía vivir sin sus dioses, porque los
necesitaba hasta para respirar. Eran los sacerdotes quienes
facilitaban la información sobre las exigencias divinas, que podían
referirse a la forma de caminar, de reírse, de excederse en las
comidas o de ir a capturar prisioneros, porque apremiaba disponer
de una gran provisión de corazones humanos.

El Mago Colibrí

Desde el principio de los tiempos los aztecas sabían que su


dios principal era Huitzilopochtli, el Mago Colibrí, porque él los
había guiado desde las áridas tierras del norte a la maravillosa
ciudad de México-Tenochtitlán. Antes llegaron a rezar a muchos
dioses, pero sólo cuando eligieron a éste recibieron los grandes
favores. Por eso quisieron los sacerdotes que representara al Sol,

114
al guerrero más joven y victorioso, capacitado para librar toda
clase de batallas sin conocer la derrota, el que más se empeñaba
en facilitar la supervivencia de la raza humana de los aztecas.
Se contaba que el Mago Colibrí no dormía, a pesar de que
sus grandes luchas las libraba en el cielo contra la Luna y las
estrellas, porque necesitaba la luz de todos para reforzar los
suyos propios, que al amanecer enviaría a la tierra para que
germinase el maíz y los hombres incrementasen sus fuerzas. Tanto
bien brindada a su pueblo que se merecía los mayores sacrificios.
Otros dioses se hubieran conformado con tortitas de maíz o
unas jarras de pulque, Huitzilopochtli nunca, porque necesitaba
lo más valioso del hombre, lo que le mantenía vivo: la sangre.

Veinte mil corazones

Víctor W. von Hagen nos dice que la guerra estaba ligada


con la religión. ¿En qué otra forma podrían obtener corazones
humanos? Una paz prolongada resultaba peligrosa y, por lo
tanto, la guerra se convirtió en la condición natural de los
aztecas, pues si no eran nutridos sus dioses benéficos, ellos
dejarían de proteger a los hombres de los otros dioses y esto
podría conducir a la destrucción total del mundo. Cuando fue
dedicado el templo-pirámide de Huitzilopochtli en México,
durante el año 1486, el «rey» Ahuítzotl, después de una
campaña de guerra de dos años en Oaxaca, reunió a más de
veinte mil prisioneros. Éstos fueron alineados en espera de ser
tendidos sobre las piedras de los sacrificios. Sus corazones les
fueron arrancados, levantados brevemente hacia el sol y,
después, todavía latiendo, depositados en la urna de la figura
yacente de Chac-Mool.

Todo lo anterior imponía un ritual tan complicado, como el


que ahora puede rodear a la religión que Norman Douglas des-
cribió como el fantástico tutti-frutti alejandrino conocido como
cristianismo. Se diría que la aparatosidad, la parafernalia, sirve
para «envolver mejor el mensaje».

115
En los templos se encontraban quienes controlaban la vida
intelectual y material de pueblo azteca. Sobre lo más alto de las
escalinatas, junto a las aras de las inmolaciones, se alzaba
poderosa la voz del supremo de los sacerdotes, al que los
conquistadores dieron el nombre de «rey». Suya era la última
voluntad, casi como la de un dictador.

Los imprescindibles sacerdotes

A pesar de que en el México-Tenochtitlán hubiese dos


sacerdotes principales, a los que se conocía con el nombre de
quequetzalcoa, los cuales se cuidaban del cobro de los diezmos o
tributos y de la supervisión de la enseñanza de los nuevos
religiosos, llegaban a sumar hasta cinco mil los demás sacerdotes
que había en la misma ciudad. El pueblo los consideraba
imprescindibles. Todos ellos llevaban una negra indumentaria, los
tilmantlis, que en las ceremonias adornaban con una orla de
cráneos y entrañas. Bernal Díaz dejó escrito que estos personajes
se cubrían con largos mantos de tela negra y con capuchones
similares a los de los dominicos... Sus cabellos los llevaban muy
largos y se encontraban tan pegados que no podían ser separados
o desenredados... y siempre aparecían manchados de sangre
humana...
Estos sacerdotes daban forma a sus propios rituales, cubrían
la función de maestros en las aulas religiosas, entrenaban a
todos los participantes en las muchas ceremonias que se
celebraban en los templos y dirigían las actividades de los artistas;
además, recaía sobre ellos la gran responsabilidad de contar lo que
estaba sucediendo por medio de la escritura jeroglífica y de los
símbolos de las complejas matemáticas y de la no menos difícil
astronomía.
Los arquitectos no comenzaban a construir sin antes
consultar con los sacerdotes, ya que de éstos dependían para que
sus planos respondieran al movimiento de los astros, a los
cambios climatológicos, a la futura actividad volcánica y a los
posibles terremotos. También los religiosos eran los que
componían la música, autorizaban los cantos y escribían los
versos y casi toda la literatura. Conocían los secretos para

116
comunicarse con las potencias invisibles, narraban los
acontecimientos del pasado para que el pueblo no los olvidase y
eran los primeros en caminar a los campos de batalla. Esta
teocracia dominaba la existencia de los aztecas.
Como nos dice Vaillant: Los dioses gobernaban a este
pueblo, pero eran los sacerdotes quienes interpretaban las
órdenes divinas y a las gentes sólo les quedaba la opción de
obedecer.

Figura 21. Guerreros aztecas implorando a los dioses antes del comienzo de una
batalla.

Las castas sacerdotales

En México-Tenochtitlán las cuestiones religiosas y civiles


eran dirigidas por el Jefe los Hombres y la Mujer Serpiente. Al
primero le correspondía el gobierno de los servicios de la
ciudad, y al segundo el cuidado de los templos, la organización de
los rituales y el trato con los sacerdotes. Otra pareja de grandes
prelados se cuidaba de atender al Huitzilopochtli, el Dios de la
Guerra, y a Tláloc, el Dios de la Lluvia.

117
A estos cuatro les seguía en la escala del poder religioso un
quinto, llamado el Mexícatl-Teohuatzin, el cual vigilaba todas las
cuestiones religiosas de la ciudad y de los demás pueblos, sobre
todo de los que acababan de ser conquistados. De este mismo
dependían los dos sacerdotes que enseñaban en las escuelas de
los templos a los guerreros y a los sacerdotes menores. También
se encargaban de los ritos dedicados a la elaboración del gran
pulque.
Por debajo de los anteriores se encontraban los religiosos
que estaban dedicados a un solo dios o diosa, todos los cuales
debían vestir en las ceremonias las mismas ropas que se atribuían
a la divinidad que ellos representaban. En la zona más baja de
esta jerarquía se encontraban los aspirantes a sacerdotes o
sacerdotisas. Muchos de estos últimos ya habían conseguido la
autorización para ejercer como magos y hechiceros, pero en un
sentido menor.
Estamos describiendo la actividad religiosa en un plano
oficial. Si nos adentramos en el terreno humano, la cuestión
adquiere las complicaciones propias de quienes alimentan
ambiciones, como la de amasar riquezas, o el deseo de traicionar
las normas establecidas. De ahí que en secreto algunos de estos
sacerdotes, hasta los de más alto rango, cumplieran las tareas
de brujos, sobre todo a la hora de practicar hechizos
prohibidos o recurrir a medicinas exclusivas de los reyes o de
los personajes más importantes. Nos estamos refiriendo a la
práctica clandestina de curaciones o de actos de adivinación.

Las plantas medicinales

Los aztecas disponían de tantas plantas medicinales que


podrían llenar un herbolario moderno. Ninguna otra civilización
americana, ni siquiera los incas de Perú, consiguieron un catálogo
tan variado. Había más de una docena para cada parte del cuerpo
humano, muchas más para los organismos internos y un gran
montón para el cerebro y los pensamientos, así como para la
capacidad de caminar más o menos deprisa o para influir en los
demás.

118
La principal cualidad de los ticitl, los sacerdotes-médicos,
es que conocían el arte de la sugestión, con lo que de
antemano lograban que los pacientes estuvieran convencidos de
que iban a sanar. En la actualidad, se sabe que esto casi supone
el cincuenta por ciento de cualquier terapia positiva. También
contaba mucho la prevención de las enfermedades, a través de
amuletos, fetiches, brazaletes, anillos e infinidad de colgantes.
Se predicaba que cualquier mal físico o mental, de los
muchos que afectaban a los seres humanos, era provocado por las
energías invisibles, por lo tanto se las debía atacar directamente
con conjuros, invocaciones y rezos. Esto supone que existía una
relación muy importante entre la religión y la medicina mágica.

La parafernalia del sacerdote-médico

El sacerdote-médico estaba convencido de que debía


impresionar a sus pacientes, por lo que se hacía acompañar de
una parafernalia de elementos, lo que en el mundo teatral se
conoce con el nombre de «utilería»: conchas, alas de águilas,
madejas de cabellos, plantas de tabaco y decenas de elementos a
cuál más llamativo.
La primera acción era reconocer con los dedos el cuerpo
semidesnudo del paciente, pues se debía localizar el lugar
exacto de la «saeta encantada», es decir, de la piedra o diminuta
flecha que había penetrado en el cuerpo sin que nadie la
pudiese ver, pero cuyos efectos habían desencadenado la
enfermedad. Uno de los primeros nombres que se dieron a los
sacerdotes-médicos fue el de tetla-acuicilique o «los que extraen
las piedras».
Cualquier mal físico o mental nunca podía ser considerado
una acción natural, ya que había sido causado por la voluntad de
los dioses. Quizá hubiese llegado desde las cimas de las
montañas, o de las profundidades cenagosas de los pantanos
(hoy sabemos que así se propagan, en muchas ocasiones, la
malaria, las fiebres terciarias y otras grandes epidemias
tropicales).

119
Cuando Tláloc, el Dios de las Lluvias, se enojaba podía
extender enfermedades tan graves como la lepra, las ulceras en
cualquier parte del cuerpo, hasta en los pies (el peor de los
daños para quienes organizaban su vida alrededor de la facilidad
para caminar) y los tumores. Se decía que quienes caían en el
incesto terminarían por sufrir el tlazolmiquiztli, que era la «muerte
de amor». El remedio ideal para sanar de este mal consistía en
invocar la protección de Tlazot-teteo, el Genio del Deseo, y
darse una serie de baños de vapor.
Si el origen de la enfermedad no podía encontrarse, luego
de «haber extraído la roca» por medio de los masajes, el
sacerdote-médico suministraba al paciente el oloiuhqui. Éste era
un narcótico de la familia de la belladona, mediante el cual se
conseguía dormir al paciente, pero dejándole tan sometido
mentalmente que, al ser preguntado con habilidad, llegaba a
descubrir cómo había sufrido el mal luego de contar lo realizado
en los últimos días. Actualmente, algunos médicos utilizan la
hipnosis para obtener resultados parecidos.
En el momento que el sacerdote-médico disponía de esa
información, utilizaba algunas de las plantas medicinales o los
productos conseguidos de las mismas. Lógicamente, muchas de
ellas eran eficaces, mientras que otras hemos de considerarlas
simples «placebos» (algo que se sabe ineficaz, pero que el
enfermo toma convencido de que puede ser curado), y existían
otras que no servían para nada. Lo mismo ocurre con la
farmacopea de hoy en día.

Todas las enfermedades podían ser curadas

No existían enfermedades que el sacerdote-médico azteca


no se atreviera a curar. Lógicamente, se le morían algunos de los
pacientes, nunca podremos asegurar que fueran más que los que
perdían los mismos profesionales que practicaban la medicina
en la Europa de aquellos tiempos, pues carecemos de estadísticas.
Afortunadamente, conocemos muchas de las plantas
medicinales utilizadas por los sacerdotes-médicos al haber sido
incluidas en el «Herbario Azteca de la Cruz-Badiano», que se

120
escribió en 1552. El jesuita José de Acosta, que viajó por
México trece años más tarde, pudo comentar:

Figura 22. El sacerdote médico buscando la “saeta encantada”, o la


“piedra” que ha causado el mal, en el cuerpo de una mujer enferma.

Digo grandes personajes expertos en curar las


enfermedades con simples... Teniendo el conocimiento de las
muchas virtudes y propiedades de las hierbas, raíces, maderas
y plantas... Hay un millar de estos simples, adecuados para
purgar, como las raíces de guanucchoacan, los piñones de
punua, la conserva de guanucquo, el aceite de higueras...

Dentro de la «botica» de los sacerdotes-médicos se


encontraban los remedios que podríamos llamar de tipo
«fantasioso o alquímico». Por ejemplo, cuando alguien sufría de
un molesto forúnculo, se le recetaba que comiese las raíces
del tlatanquaye por la mañana y por el mediodía a lo largo de

121
cinco fechas, a la vez que se lavaba el forúnculo con su propia
orina. La caída del cabello se detenía por medio de una
composición de orines de perro o de venado y una planta
llamada xiuhamolli.
Cuando en medio de una batalla a un guerrero le causaban
una gran herida en la cabeza, William Gates ha dejado escrito que
los médicos aztecas la cubrían con el barro que rodeaba unas
plantas que sólo crecían bajo el rocío del verano, junto con
piedras verdes, cristal, el tlaca-huatzin y con arena agusanada,
que previamente se había frotado con la sangre de un verdugón y
molida con una clara de huevo. De no poder contar con sangre,
podía ser sustituida con ranas quemadas.

Otros singulares remedios

Por culpa de que la alimentación de los aztecas se basaba


únicamente en el maíz, al mismo tiempo que comían poca
carne, no puede extrañarnos que sufrieran algunas enfermedades
originadas por este desequilibrio, que muchas veces se corregía
con el pulque. Claro que un exceso de esta bebida provocaba las
borracheras. Eran frecuentes las enfermedades intestinales, tan
propias de los trópicos.
Los ojos irritados se trataban con la raíz del metlalxóchtl
mezclada con leche materna. Pero quien sufría esta
enfermedad no podía mantener relaciones sexuales, además
estaba obligado a llevar colgado de su cuello un cristal y a
sujetar en su brazo derecho el ojo de un zorro. Esto podría
llevarnos a suponer que los sacerdotes-médicos lo desconocían
todo respecto a las enfermedades oculares, lo que queda
desmentido al leer el «Herbario Azteca de la Cruz-Badiano», ya
que en el mismo se menciona la forma de curar las cataratas y
los tumores de ojos con unos métodos que, al ser examinados
por la medicina actual, han demostrado resultar eficaces.
Cualquier tipo de resfriado o catarro se sanaba con
inhalaciones de la planta a-toch-ietl, que es muy parecida al poleo
utilizado hoy día. Algo que vuelve a probar que no estamos

122
hablando de una medicina creada por farsantes para ser
administrada a unos estúpidos.
Cuando los dientes se veían afectados por la inflamación
de las encías y el dolor, lo primero que se hacía era perforar el
diente y, acto seguido, se aplicaba una cataplasma de tenochtli y
almidón. Los tumores eran sajados con un cuchillo de obsidiana
y, luego, sobre la herida se colocaban las hojas trituradas de una
planta desinfectante. Una lesión en las manos se curaba
introduciéndola en una solución de agua caliente y hojas
machacadas de un poderoso astringente; luego, el herido debía
meter la mano en el interior de un hormiguero, y esperar sin
ninguna prisa a que fuera mordida por las hormigas. Todas las
dolencias causadas por la afición a la bebida, como los dolores
cardiacos o los de costado, se sanaban con distintas hierbas.

Sencillos remedios para grandes males

Por culpa de las aguas que bebían y del tipo de comida


muchos aztecas estaban obligados a sufrir la invasión de parásitos
en sus intestinos. En el Herbario se ofrecen muchos remedios,
a la vez que la forma de curar los tumores y la disentería. En el
momento que aparecían insuficiencias urinarias se recurría a la
utricularia o nenepilli, que consistía en mezclar unas plantas
amargas para usarlas como eméticos. Si este tratamiento no
resultaba eficaz, entonces se debía tomar la médula de una
palma extremadamente esbelta, cubierta con algodón,
embarrada con miel y triturada con la hierba huitzmallotic e
insertar cuidadosamente en el miembro viril.
Para las hemorroides se aconsejaba comerse una comadreja
y, luego, beber sangre de dragón, que era un reptil de la zona. Las
parturientas contaban con multitud de remedios, los cuales podían
evitar los bultos del pecho, el escaso flujo de leche y los dolores
del embarazo.
Víctor W. von Hagen reconoce que hasta la fecha no ha
habido un estudio completo de las enfermedades de los aztecas. Se
carece de un muestrario de su cirugía o de trepanaciones

123
craneales, como en Perú. Sin embargo, esta evidencia negativa no
debe considerarse decisiva, ya que disponemos de pocos
esqueletos de esta gente. Pero no se pone en duda de que la
medicina herbolaria de los aztecas era muy avanzada.
Ciertamente, un pueblo que podía ofrecer un remedio para aliviar
«la fatiga de los que gobernaban y desempeñaban cargos
públicos«, debió tener una vasta farmacopea o un buen sentido del
humor.
Y, sin embargo, llegaba un tiempo, como sucede con todo,
en que las medicinas no eran de utilidad. Desde el momento de
la concepción de un niño, en el clan y en la tribu, todos hacían
lo posible por ayudarle a vivir; su madre debía ser desflorada
por otros que no serían el padre del hijo que pudiese concebir,
ya que así se impedía que el mal, que se hallaba en todas
partes, no hiciera daño a la nerviosa madre; al nacer el
niño, un sacerdote había sido llamado para consultar los
augurios y estar seguros de que le fuera impuesto el nombre en
un día afortunado; desde el nacimiento hasta la enfermedad
fatal, nunca le abandonaría el temor a las «cosas» que se
movían a través del mundo super-sensorial. Lo que uno hacía o
dejaba de hacer, era nada más que un intento para navegar con
éxito entre Scila y Caribdis en este incierto mar de la vida.
Cuando se aproximaba el fin, el hombre agonizante debía
sentir que no se hizo lo suficiente para que le hubieran
ayudado los poderes invisibles, que tal vez, a lo largo del
camino, una cuestión importante se llegó a olvidar, que se
produjo en cierto momento el error que le iba a llevar a la
muerte...
En el instante que todo había fallado, el agonizante
comprendía que su inteligencia le había sido insuficiente para
detener el fatal desenlace. No temía a la muerte, ¡pero le
quedaba tanto por hacer en esta vida!
El Herbario de los aztecas todavía puede sorprendernos en
estos casos límites: El médico sabía por los ojos y la nariz si el
paciente iba a fallecer o curar... Una señal de muerte aparecía
con un breve resplandor en medio de los ojos o si éstos se
quedaban sin vista, muy oscuros... También si la nariz se afilaba
repentinamente o si se producía un desacostumbrado rechinar de
dientes... Otro signo era el balbuceo de palabras sin significado

124
casi como hablan los papagayos... Había llegado el momento
de ungir el pecho del enfermo con madera de pino macerada
en agua..., o punzarle la piel con un hueso de lobo, de águila o
de un puma... o colgarle en los ollares el corazón de un
cernícalo, envuelto en una piel de venado... Si nada de esto daba
resultado, ya no había ninguna duda de que el desenlace fatal
se hallaba muy próximo, y sería irremediable...
Ha llegado el momento de ir acumulando detalles, que nos
aproximarán a una realidad indiscutible; la similitud de muchos de
los comportamientos de los aztecas con los seguidos por los
conquistadores españoles en su país natal, lo que va a permitirnos
comprender mejor el enigma de cómo pudo desaparecer una
civilización tan poderosa. Sólo tenemos que imaginar al médico
cristiano aplicando sanguijuelas, cataplasmas, pomadas y, al
mismo tiempo, observando al moribundo, para hallar una de las
grandes similitudes.

Felipe II envió a por esos prodigios

Las noticias sobre los prodigios que se conseguían al tomar


algunos medicamentos de los aztecas llegó a oídos de Felipe II, el
gran enfermo. Por este motivo, en el año 1570 envió a la Nueva
España (México) a Francisco Hernández, su médico personal. Este
personaje se tomó muy en serio su trabajo, ya que entregó al
mismo más de siete años.
Como no se le había impuesto ningún control, llegó a gastar
más de setenta mil ducados, lo que era una verdadera fortuna, por
la información que se le fue proporcionando y, sobre todo, por las
hierbas medicinales y demás recursos que los indígenas venían
utilizando con tanta eficacia. Desgraciadamente, falleció antes de
que se pudiera imprimir su obra.
Sus manuscritos llegaron al Escorial, luego algunos de los
medicamentos aztecas pudieron ser suministrados al gotoso
monarca, el «eterno triste enlutado, que gobernó sobre un
imperio en el que no se ponía el sol»; sin embargo, no existe un
testimonio de esto, debido al incendio que devastó la inmensa
biblioteca del monasterio en 1671.

125
De lo que sí ha quedado testimonio es que Francisco
Hernández llegó a reunir más de 1.200 plantas, los resultados de
muchas de las cuales pudo comprobar personalmente. También lo
hicieron otros médicos, gracias a que muchas hojas del
manuscrito pudieron ser copiadas en México y en Italia, donde se
publicaron.
Fray Bernardino de Sahagún dedicó un apartado de su gran
obra a las plantas medicinales aztecas. Ahora sabemos, gracias a
las modernas investigaciones, que un número considerable de los
componentes de la «botica azteca» eran bastante efectivos,
especialmente en el terreno de los diuréticos, sedantes,
antitérmicos, purgantes, eméticos, etc.
Soustelle nos dice que el «bálsamo de Perú, la raíz de la
Japala, la zarzaparrilla, el iztacpatril (Psoralea pentaphylla L.),
era empleada con éxito contra la fiebre; el chichiquahuitl
(Garrya laurifolia Hartw), resultaba muy eficaz contra la disen-
tería; el itzacoannepilli actuaba como un diurético; el
niztamalazochitl (Commelina pallida) detenía las hemorragias.
Pero de todos modos queda mucho por hacer en la tarea de
comprobar las virtudes curativas de innumerables especies que
aparecen mencionadas en los textos; queda ahí un campo abierto
a las investigaciones...
Ya vemos que el azteca contaba con unos excelentes
médicos, todos ellos sacerdotes, lo que supone que, al menos en
este terreno, recibía una justa compensación a lo mucho que él
aportaba a su pueblo.

126
Capítulo X

¿ERA LA MUERTE UN CAMINO A LO


MEJOR?

Importan los demás

En la actualidad estamos viviendo una eficaz campaña de la


Dirección General de Tráfico, en la que se recurre a los familiares,
para ofrecer la visión de que en un accidente mortal de automóvil no
sólo es perjudicado el que lo sufre directamente. Pues lo mismo
pensaban los aztecas. También era un principio de la moral del
siglo XIX. Porque la muerte venía a alterarlo todo, debido a que los
supervivientes se veían sometidos a unas grandes penitencias
porque, en este caso sí que resulta original, el «pariente ha roto la
armonía social al marcharse para no regresar jamás».
Acaso la posibilidad de entender este hecho se complique un
poco más, si exponemos que el azteca entendía la muerte y la vida
como dos caras de una misma realidad; pero al surgir la primera de
una forma inesperada, venía a romper el equilibrio. Algo que
suponía una dificultad, por el rotundo hecho de que todos los
afectados se veían forzados a recomponer sus propias vidas.
Los sacerdotes-astrólogos enseñaban a su pueblo que a la
muerte se podía llegar más descargado si se recurría a la
confesión... ¿A qué nos suena esto? ¿No nos encontramos con otra
similitud, ya que lo mismo se le decía al conquistador español por
su condición de cristiano?

127
La confesión azteca cumplía una función de descarga o de
neutralización, debido a que el hecho de contar a alguien en
privado los males que se habían podido cometer eliminaba una
parte del mal que se iba a propagar con la muerte y, sobre todo,
borraba las impurezas de la vida. Además, permitía que se
«viajara al otro mundo sin el peso de la culpa, lo que facilitaría el
recorrido por los senderos misteriosos».

La preparación del cadáver

El sacerdote-brujo era el primero que visitaba la casa del ser


humano que estaba a punto de morir. Todos le contemplaban con el
silencio respetuoso de la impotencia y, al mismo tiempo, de la
resignación. Por eso le veían examinar los libros-rollos sagrados, en
los que se hallaban dibujados los pictogramas relacionados con el
horóscopo y los lazos de la unión de los hombres y las mujeres con
el destino. Seguidamente, observaban que estaba realizando las
invocaciones a los dioses para que el moribundo se «marchara
como debe hacerlo un azteca de buen pasado». Y cuando éste
parecía más sosegado, el sacerdote comenzaba a fumar, con el fin
de que el humo rodeara todo el cuerpo de quien ya estaba en las
puertas del más allá.
Nada más que llegaba la muerte, el cadáver era preparado
para llevarlo a la sepultura. La operación inicial consistía en
introducirle una piedra verde de jade en la boca, pues se creía que
era el mejor sustituto del corazón en su viaje por el otro mundo.
Mientras se realizaba el amortajamiento, se llenaban unos
tazones con comidas y bebidas, todos los cuales se introducirían en
el sepulcro.
La segunda fase ya era el entierro, que podía ser de dos
maneras, siempre en función de la categoría social del difunto. De
ser un indio humilde, se le vestía con sus ropas de fiesta, bien
lavadas y sin remiendos. El cuerpo era aseado meticulosamente y
perfumado; luego, se le envolvía varías veces con una tela, pero
estando en la posición de sentado o en cuclillas, con las rodillas
pegadas al mentón. Seguidamente, se le ataba con cuerdas, para
convertirlo en una especie de fardo, ya que ni una mínima parte
del cuerpo debía quedar al descubierto. Luego se le adornaba
con unas banderitas de papel y plumas y se cubría su rostro con

128
una máscara de piedra esculpida o de mosaico. También se
añadían unos canciones funerarias, las micacuicatl, que era como
si el que se «había ido» estuviera hablando a todos los que iba a
dejar detrás de él:

¿A dónde podré ir?


¿A dónde podré ir?
El sendero del dios de la dualidad.
¿Está su casa donde viven los descarnados?
¿Acaso entraré en el cielo?
¿O permaneceré en la tierra, nada más,
donde está el lugar de los descarnados?

Los muertos eran vivos

La totalidad de las civilizaciones han considerado la muerte


como uno de los momentos más transcendentales; sin embargo,
donde más se han diferenciado es en la valoración del acto en sí.
Mientras un gran número de ellas lo consideran un paso a otra
existencia muy distinta, los aztecas creían que era como
«cambiar de habitación sin marcharse del todo de la casa que era
la existencia». Porque los muertos estaban vivos, debido a que
sólo habían dejado de poder ser vistos. Desde ese momento
pasarían a ser unos miembros invisibles del clan.
Como los seres invisibles no necesitan para nada el cuerpo
utilizado en su existencia terrestre, se procedía a quemarlo con las
debidas ceremonias y, por último, las cenizas se introducían en una
urna, junto a una piedra de jade (la sustituta del corazón), que los
familiares guardarían en el lugar más importante de la casa.
Los cuerpos de los personajes más importantes nunca eran
incinerados. Esto lo sabemos por algunas de las escasas
momias encontradas en las excavaciones realizadas junto a los
templos. Durante el saqueo de México-Tenochtitlán, los
conquistadores españoles localizaron una en posición de estar
sentada, que llevaba su espada personal, sus atributos reales y,
sobre todo, se veía acompañada de tantas joyas, que pudieron
satisfacer una parte de la gran la codicia de tres mil de estos
saqueadores. Muchos de los cuales perderían las riquezas

129
mientras escapaban, por haber cargado con tantas que les
dificultaban los movimientos; sin embargo, no las soltarían por
propia voluntad sino al ser muertos.

Figura 23. El sacerdote-brujo se cuidaba de preparar el cuerpo del difunto


para su viaje al otro mundo, donde seguiría “vivo”.

«No creemos, ¡tememos!»

Los muertos que habían destacado en la vida se veían


acompañados, en el viaje del más allá, por sus dioses tutelares, los
mismo que les habían brindado el favor de convertirlos en héroes
o en grandes jefes. Esto les ocurría a los reyes, a los sacerdotes
más importantes y a los Caballeros Águila y a los Caballeros
Jaguar, porque llegaban a la tierra de Tláloc, el Dios de la Lluvia.
Muy distinta suerte corrían los difuntos que no habían
destacado, como ya conocemos por un anterior capítulo. Como
debían superar un viaje apocalíptico, donde el riesgo de
destrucción no dejaba de acosarles, lo más común era que contasen
con una gran cantidad de hechizos, sortilegios, talismanes e
infinidad de protecciones, todo lo cual se había introducido en la

130
sepultura. Ya sabemos que el sobrante del «material prodigioso»
se entregaba siempre al exigente Señor de los Muertos.
En este momento, sin importarnos pecar de irreverentes,
hemos de considerar un hecho incuestionable: ninguna
civilización ha sido capaz de demostrar científicamente lo que
sucede en el «otro mundo», luego de la muerte. Como todos
nosotros somos seres inteligentes, muy pocos aceptamos la idea
de que en ese momento dejamos de «ser en el más absoluto
sentido de la palabra», es decir, «no hay nada más». Es lo que
creemos que sucede con los animales y a las plantas.
Como somos más los que pensamos en que «debe existir
algo», nos conforta suponer que hay otra existencia, donde
puede ocurrir lo que sea, por muy duro que pueda resultar, ya que
nos asegura la inmortalidad. Sin embargo, es normal que nadie
quiera terminar en ese infierno novelesco, brotado de la sádica
mente de los medievalistas cristianos.
Los aztecas cuando se enfrentaban a la idea de la muerte
adoptaban la posición similar a la de «no creemos, ¡tememos!» Lo
ponían de manifiesto con los ochenta días de luto, porque en este
periodo de tiempo debían permanecer cerca de la sepultura.
Una parte de la imposición no pesaba sobre toda la familia, en lo
que se refiere a la exigencia de que en la sepultura no faltaran
alimentos, bebidas y sortilegios de protección. Los mismos que
«aliviarían el paseo por los infiernos de quien se había ido».
Dado que el muerto volvería a encontrarse cerca de ellos,
en su condición de criatura invisible, era preciso no disgustarle.
Por eso sus más allegados se sometían a diferentes grados de
abstinencia, en lo que se refiere a la hora de sentarse ante la mesa
y en las relaciones sexuales. También se infligían penitencias, que
podían ir desde los cortes en el pecho o en las piernas hasta
clavarse espinas de maguey en la lengua y en las orejas. Lo que
importaba era que brotase la sangre en abundancia.
Todos sabían que de no cumplir con estos preceptos, el
hogar sufriría grandes calamidades, ya que el poder del muerto al
volver de su viaje por el otro mundo sería terrible. Tanto que no
sólo afectaría a la familia, sino que llegaría a todo el clan.

131
Luego los miembros del mismo, que podían sumar más de
un centenar, se cuidaban de que fuesen respetadas las normas
sagradas.
Pero el luto de ochenta días no terminaba nunca, ya que
había que repetirlo cada cuatro años. Esta cadena debía ser muy
pesada, en especial para las familias numerosas, si tenemos en
cuenta que la media de edad de los aztecas no llegaba a los
veintiocho años. Seguro que en algunos hogares se mantenía un
luto casi permanente.
Creemos que luego de todo lo expuesto, resulta más
sencillo comprender esa afirmación de que el hecho de la muerte
de un hombre era más asunto de sus supervivientes que suyo
propio.
De esta manera funcionaba, desde el momento de su
nacimiento hasta la muerte, la existencia de los aztecas. Cierto que
resultaba más grata a medida que se ocupaban posiciones altas en
la escala social. Lo peor se reservaba para las clases más
humildes, a la vez que la presión se iba aliviando para los jefes de
los clanes, los representantes de éstos en el consejo tribal (tecuh-
tli), los sacerdotes, el grupo de funcionarios selectos y, por
encima de todos, el jefe supremo, el Uei Tlatoami, con categoría
de sumo sacerdote y «general» de los ejércitos, cuya máxima
representación hemos de verla en el mismo Moctezuma
Xocoyotzin, el último «rey» del imperio azteca.

132
Capítulo XI

LA GUERRA ERA EL «TODO»

La guerra siempre sagrada

La guerra o yaoyotl para el azteca era una necesidad, al


estar obligado a capturar prisioneros, para entregar sus corazones
a los dioses luego de una sacrificio humano ritualizado con la
mayor aparatosidad y truculencia. También servía para obtener los
tributos que imponía el Estado. Por otra parte, si la guerra
adquiría la mayor ferocidad era por su condición místico-
religiosa o por ser una obligación cósmica.
La guerra era simbolizada a través del glifo atl-tlachinolli,
que venía a significar agua o sangre e incendio. Al participar en la
guerra, estos hombres estaban convencidos de que obedecían la
voluntad de los dioses, que les había sido impuesta desde el
principio del mundo.
Jacques Soustelle cuenta la leyenda de las Cuatrocientas
Serpientes de Nubes (Centzon Mimixcoa: las estrellas del norte),
que a pesar de haber sido creadas por los dioses superiores para
dar de beber y de comer al sol, no cumplieron su misión. «Así que
cogieron al tigre, se bimaron con pluma, se tendieron emplumados
y durmieron con mujeres y bebieron vino de tzihuactli y anduvieron
enteramente beodos». Entonces el sol se dirigió a los hombres que
nacieron después de los Mimixcoa y les dijo: «Mirad, hijos
míos, que ahora habréis de destruir a los cuatrocientos mixcohua,

133
que no dedican algo a nuestra madre y a nuestro padre...» Y fue la
oportunidad de que se hicieran guerra...
Así nació el mito que encadenó al azteca con la guerra, para
obtener sacrificios humanos que, además de calmar la ira de los
dioses, les sirvieran de eternos protectores.
Por otra parte, el hecho de que el azteca tuviera la condición
de guerrero-agricultor, nos permite saber que formaba parte de
una milicia, de la que sólo quedaban excluidos los enfermos y
algunos sacerdotes, lo mismo que las mujeres. Aunque el papel de
éstas en cualquier contienda pasaba a ser el de alentadoras o lo
que en Europa se llamaba «el descanso del guerrero», al brindar
el placer carnal luego de las peleas más cruentas, nunca en los
momentos de paz o en las vísperas de un batalla.
La personalidad bélica del azteca ha sido comparada con la
del espartano, lo que no nos parece una exageración. Como vivía en
una tierra hostil, donde le acechaban las enfermedades, la sequía
y los cataclismos, en forma de volcanes, terremotos y huracanes,
estaba convencido de que debía ir a la guerra para contar con el
favor de los dioses. Esto le transformaba en un ser capaz de
someterse a los mayores sacrificios, sin protestar y manteniendo una
disciplina que podía llevarle a la muerte sin dar un paso atrás. No
obstante, se hallaba cargado de supersticiones, lo que representó
una carga fatal, como podremos explicar en su momento.
Según Víctor W. von Hagen la guerra era la esencia de la
política azteca, lo mismo que para todos nosotros, los vivientes. La
política representa la forma en que se mantiene un ser fluido y
el carácter de la guerra, y el de la política es con mucho el
mismo: las tácticas, estratagemas, fuerzas materiales aplicadas
en el momento de la verdad, son idénticas en ambas. Ha de verse
como el crecimiento de la vida de uno, a expensas de lo que ha
poseído el otro.
La guerra, como una rama de la política, empezaba con el
consejo. Embajadores, llamados quauhaquauh nochtzin, eran
enviados al villorrio o tribu bajo presión para unirse al «reino
conjunto» de los aztecas; se ofrecían comercio y protección en los
caminos. En todo esto primaba la exigencia de que el dios
nacional del imperio guerrero, Huitzilopochtli, fuese colocado
junto a la divinidad local. Se le permitía al derrotado que
conservara sus propias ropas, costumbres y caciques; sin embargo

134
nunca dejaría de pagar tributos cada seis meses. Las
negociaciones resultaban muy largas y complicadas, a pesar de
que al enemigo se le concediera un mes del calendario lunar
para capitular. Luego debería entregar cientos de prisioneros...

El Señor de la Guerra

No era posible iniciar una guerra sin motivos; pero éstos


podían ser una simple disputa comercial o que a un grupo de
aztecas no se les hubiera dejado pasar por una ciudad o un
camino. Pequeños conflictos, que otras tribus resolvían enviando
negociadores, mientras que los aztecas los consideraban delitos que
debían ser castigados con la peor represión. Sin embargo, se cuenta
con testimonios de que algunas veces las causas eran inventadas o
provocadas. Porque se precisaba una justificación aparente, para
llegar a un desenlace imprescindible.
La guerra era decidida luego de consultar el movimiento de
los astros. Si éste no era favorable, se esperaba a que lo fuese. Un
comportamiento más lógico que el mostrado por los incas, que
antes abrían el cuerpo de una llama, para extraerle los pulmones,
cuyo aspecto les iba a decir si debían armar a sus ejércitos, o el de
los romanos, los cuales confiaban en los hígados de los pollos.
En el momento que los aztecas se disponían a iniciar una
contienda, se reunía el consejo de los caudillos alrededor de la
piedra de Tizoc, situada en la plaza más importante de la ciudad.
Ante ese bloque cilíndrico de tracita de dos metros y medio de
diámetro, en el que habían sido labradas en bajo relieve las
figuras de unos guerreros aztecas capturando prisioneros, a los que
sujetaban por los pelos, se tomaban las grandes decisiones. La
última correspondía siempre al Señor de la Guerra.
Este personaje se hallaba relacionado directamente, casi
siempre por lazos de sangre, con el máximo gobernante. Vestía de
una forma espectacular: un penacho de plumas de quetzal, una
túnica fastuosa y las mejores armas. Todo un reclamo en cualquier
batalla, el principal objetivo del enemigo, por eso los guerreros
formaban una barrera humana a su alrededor, casi imposible de
abatir por mucho empeño que se concentrara en conseguirlo.

135
Sabedores de que su pérdida significaba la más cruel derrota.
En el momento de comenzar la batalla, los Caballeros
Águila y los Caballeros Jaguar marchaban en cabeza. Detrás iban
los guerreros comunes, que en muchos casos resultaban más
eficaces que los anteriores, al no deber respetar ciertos rituales y
estarles permitido recurrir a todo tipo de armas, hasta al uso de las
piedras, la arena y el fuego.
Éstos últimos llevaban escudos de madera con la divisa de
su clan. Sin embargo, sus armas resultaban muy primitivas,
aunque lo bastante eficaces para luchar contra los enemigos de su
entorno, nunca contra otros rivales... como los españoles. Sus
armaduras eran de algodón y les llegaban hasta las rodillas, lo que
les permitía moverse con soltura hasta en las acciones más
violentas.
El arma principal para la lucha cuerpo a cuerpo era el
maquahuitl, que consistía en algo parecido a una espada corta de
madera dura, a la que en los bordes se le habían colocado unos
cuchillos muy afilados de obsidiana, con los que se podía
decapitar al enemigo con un solo tajo. También se llevaba un arco
o tlauitolli, mediante el cual se disparaban flechas provistas de
una punta de obsidiana. Los aztecas pocas veces fallaban el
blanco cuando los utilizaban, lo que pudo comprobar Bernal
Díaz en sus propias carnes. La misma eficacia mostraban al
utilizar las jabalinas o mitl, que lanzaban sirviéndose de un arco
más grande. Con las mismas llegaron a herir, muchos años
después, a sesenta españoles en el primer ataque.

La guerra debía ser muy corta

En aquellas tierras la guerra tenía que ser muy corta,


debido a que no se disponía de animales de tiro que transportaran
las cargas más pesadas, ni se había previsto el servicio de un
cuerpo de intendencia. Todo lo tenían que llevar encima los
mismos guerreros. Era imposible organizar un asedio, aunque
sólo fuera de unas semanas, porque se carecería de provisiones.

136
Si recordamos las grandes batallas libradas en medio
mundo, podremos saber que muchas de ellas se decidieron luego
de unos interminables asedios. Al mismo tiempo, en México los
dos bandos portaban un armamento parecido. Lo que
diferenciaba a los aztecas de todos los demás era su astucia, su
habilidad y la fama que tenían de ser los más grandes
estrategas. Esto significaba que podían atacar cuando menos lo
esperaba el enemigo o realizar falsas huidas de una parte de su
tropa, mientras el grueso del ejército se hallaba escondido, o para
aparecer en el momento que podían embolsar a los confiados
rivales
Algunas veces los guerreros aztecas cavaban por la noche
zanjas, que cubrían con ramas, paja y tierra, para dejar el suelo
como si nunca se hubiera trabajado en el mismo. Antes se
habían ocultado en las zanjas un montón de bien armados
guerreros. Todos éstos salían en el momento que el enemigo,
engañado por las trampas, había quedado a su merced. Gracias a
esta estratagema el emperador Axayácatl venció en la batalla de
Cuapanoayan, lo que le permitió conquistar el valle de Toluca.
.
Otras operaciones dejaron claro que los aztecas poseían
ingenio militar. Por ejemplo, en 1511 pudieron tomar la aldea
de Ictapetec, que se hallaba bien atrincherada en la cima de una
montaña muy escarpada, al superar los acantilados utilizando
unas escaleras que construyeron allí mismo. También se
cuidaban de asaltar las islas sirviéndose de balsas camufladas,
en cuyo interior iban ocultos unos guerreros armados. En el
Códice Nuttall se representa una acción de este tipo, ya que
aparecen tres guerreros encima de unos esquifes que se están
hundiendo en el agua bajo su peso, al mismo tiempo que debajo
de ellos esperan peces, serpientes y cocodrilos.
Claro que los aztecas se encontraban con un gran
inconveniente: debían hacer prisioneros para sacrificarlos en
honor de sus dioses, luego nunca podían arrasar la tribu
enemiga con un ataque sorpresivo. Tenían preferentemente que
intimidar, para conseguir la rendición incondicional. Lo
lograban organizando unos impresionantes desfiles ante las

137
poblaciones enemigas, en los que hacían sonar los caracoles y
los pitos de hueso, a la vez que otras gargantas aullaban, como si
fueran los truenos que anuncian la llegada del más terrible huracán.
Por lo general conseguían sus objetivos o los dos o tres días, debido
a que el pueblo o la tribu amenazada prefería entregar a una parte de
los suyos como prisioneros, a la vez que se obligaban a pagar unos
tributos, antes de que todos fuesen aniquilados.
Los tratados de capitulación se resolvían con embajadores.
Pero si el enemigo no se rendía, los aztecas llegaban a comportarse de
una forma muy extraña: si comprobaban que iban a enfrentarse a unos
fuerzas débiles, porque les faltaban armas o comida, no dudaban en
proporcionárselas. Lo que puede considerarse un gesto suicida,
adquiere otra interpretación si tenemos en cuenta que el vencido o
sometido «nunca podía ser muy inferior, ya que esto restaba mérito a
la victoria».

Se debía matar al jefe supremo

La batalla daba comienzo con los disparos de las flechas, a


los que seguían las piedras arrojadas con las hondas de algodón
trenzado. Todo esto ensombrecía el cielo, para que, en el acto,
surgieran los alaridos de muerte, a los que se unían unos gritos de
cólera que reblandecían los huesos de los más cobardes, porque
nunca hubieran sido superados, en su efecto terrorífico, por un millar
de pumas rugiendo al mismo tiempo. Cuando eran empleadas las
jabalinas, ya los extremos del campo de batalla se encontraban
sembrados de cadáveres, cuyo número se iba a incrementar
exageradamente en el momento que los dos ejércitos se enfrentaran
cuerpo a cuerpo.
Entonces se ponía en evidencia el poderío de los
aztecas. Sin querer frivolizar el instante dramático, era como si
un equipo de nuestra regional de fútbol se estuviera enfrentando a
otro de primera división. Mientras se habían estado enviando nubes
de lanzas arrojadizas no se apreciaba una excesiva diferencia, pero al
llegar el momento de servirse de las espadas con filos de obsidiana

138
y las diferentes masas, resultaba tan abismal, que los más débiles
debían rendirse.

Figura 24. Los diferentes guerreros aztecas. Sus armas eran la espada con
dientes de obsidiana, el hacha de guerra, el arco, la jabalina y un variado
tipo de mazas.

139
Pero nunca lo hacían en masa, al principio, debido a que la
táctica de los aztecas era ir separando a los enemigos, para
desarmarlos y, en el acto, dejarlo a merced de los guerreros
menores, que acudían rápidamente a maniatarlos. Porque se
necesitaba capturar prisioneros sin causar una excesiva cantidad
de muertos.

La batalla terminaba en el momento que se abatía al jefe


supremo. Porque la muerte de este personaje era el objetivo
principal. Nada más conseguirlo se detenía la batalla. Los que
fueron sus vasallos, al verle caer muerto se llenaban de tanto
pánico, que comenzaban a gritar suplicando la rendición.
Pronto el lamento se hacía tan general que sobrepasaba el
fragor de la batalla, con lo que llegaba su final.
La rendición del ejército pocas veces era compartida por los
sacerdotes, debido a que éstos sabían que los aztecas siempre
quemaban los templos de los vencidos como señal de victoria. Un
gesto de rebeldía que sólo conseguía que, cuando el fuego
devoraba las grandes piedras, en las escalinatas se encontraran los
cadáveres de quienes acababan de luchar inútilmente por
defenderlas.

La paz más humillante

La paz se firmaba con la mayor rapidez, debido a que el


miedo dominaba a los vencidos, hasta el punto de estar
dispuestos a entregar lo que se les pidiera. No ignoraban la suerte
que iban a correr los prisioneros, muchos de ellos hijos o her-
manos de quienes se rendían, además ser los más valientes.
También se acordaban los tributos a pagar cada seis meses.
Todo de lo más humillante, lo que alimentaría un odio que en su
tiempo resultaría muy eficaz para los conquistadores españoles.

140
Capítulo XII

EL GRAN MOCTEZUMA

«El Que Habla»

El máximo gobernante de los aztecas recibía el nombre de


«El Que Habla» (proviene del verbo tlatoa: hablar). Su cargo era
por elección, aunque los candidatos siempre eran muy pocos.
Esto no quita para que el sistema pueda llamarse, como hizo
Prescott, monarquía selectiva. El poder de este personaje nunca
resultaba absoluto. Jamás se le hubiera ocurrido reclamar la
posesión de las tierras, del pueblo o del mundo, porque esto
pertenecía a los dioses en exclusiva.
El máximo gobernante salía del consejo de los cuatro
principales, los tlatoani, que acostumbraban a ser los hermanos del
que acababa de fallecer o los sobrinos del mismo, en el caso de
que sólo hubiera tenido hermanas. El elegido se distinguía por su
valor en la guerra y por sus grandes conocimientos en todas las
parcelas de la existencia. Con estos atributos fue elegido
Moctezuma en 1503. Se cuenta con una descripción de él, que lo
refleja con bastante precisión.

La imagen de Moctezuma y su entorno

La descripción surgió de una experiencia vivida el 8 de


noviembre de 1529, cuando Hernán Cortés llegó a México-
Tenochtitlán con su pequeño ejército. Moctezuma y el conquistador

141
se encontraron en dos calzadas, y este último vio lo siguiente:
Aquí vinieron a saludarme cerca de mil de los ciudadanos
principales, todos vestidos ricamente, en forma semejante; al
acudir a hablarme, cada uno efectuaba una ceremonia muy común
para ellos, a saber, poniendo las manos en el suelo y luego
besándolo; permanecí parado por cerca de una hora, mientras
ellos efectuaban la ceremonia que consideraban necesaria...
El mismo Moctezuma vino al encuentro de nosotros con
alrededor de doscientos nobles... Avanzaron en dos largas filas,
manteniéndose cerca de las paredes de las calles... Moctezuma
era traído en medio de la calle con dos señores, a su derecha e
izquierda... Moctezuma calzaba sandalias, en tanto que los
otros estaban descalzos...
Gracias a Bernal Díaz contamos con una especie de
prolongación de la descripción anterior: El gran Moctezuma
tenía alrededor de cuarenta años de edad, de buena altura y bien
proporcionado, esbelto y escaso de carnes, no muy cetrino, sino
del color y tono naturales de un indio. No llevaba largos los
cabellos..., su barba rala era delgada y bien formada. Su cara
era un tanto larga, pero jovial... Era muy pulcro y limpio y se
bañaba dos veces cada día, por las tardes. Tenía muchas mujeres
y amantes, hijas de caudillos y dos grandes cacicas como sus
esposas legítimas. Estaba libre de ofensas naturales (se refiere a
la sodomía). La ropa que usaba un día no volvía a ponérsela
hasta cuatro días después. Tenía doscientos caudillos en su
guardia... y cuando iban a hablar con él, tenían que quitarse sus
ricos mantos y ponerse otros de poco valor.... entrar descalzos
con los ojos bajados al suelo y no debían mirarlo a la cara... Y le
hacían tres reverencias...
...En la comida se le servían más de treinta viandas
diferentes..., y ponían pequeños braseros de barro debajo de los
platos para que no se enfriaran... Le ofrecían tal cantidad de
alimentos: pavos faisanes, perdices, nativas, codornices, patos
domésticos y silvestres, venado, jabalí, palomas, liebres... Tan
numerosos que no puedo terminar de nombrarlos... Moctezuma
tomaba asiento en un banquillo bajo, suave y ricamente tra-
bajado... Cuatro mujeres muy bellas y limpias le traían agua para

142
las manos, en una especie de jofaina que ellos llaman xicales...
Y otras dos mujeres le traían tortillas y tan pronto como empezaba
a comer, ponían ante él una especie de biombo de madera
pintado con oro, para que nadie le viera comiendo... Cuatro
grandes caudillos que eran viejos venían y se paraban junto a las
mujeres. Con éstos conversaba Moctezuma de tiempo en tiempo...
Decían que estos viejos eran sus familiares cercanos y sus
consejeros... Le traían fruta de diferentes clases... Le era servida
en vasos de oro en forma de copa, cierta bebida hecha de cacao...
Algunas veces, a la hora de la comida, estaban presentes unos
jorobados muy feos, que eran sus bufones, y otros indios que
debían cumplir la misma misión...
También había puestos sobre la mesa tres tubos muy
pintados y dorados, que tenían liquidámbar mezclado con ciertas
hierbas que llaman tabaco y cuando había terminado de
comer... inhalaba el humo de uno de estos tubos... Con eso
quedaba dormido...

El sendero que le convirtió en semidiós

Moctezuma se comportó como los demás gobernantes, hasta


que consideró que su poder era tan inmenso que debía ser
considerado un semidiós. Entonces sobre su persona confluían los
cargos de sumo sacerdote, comandante supremo de los ejércitos y jefe
de Estado. Consultaba al concilio, pero la última decisión era suya.
Nos encontramos con el primer soberano de los aztecas que
fue el noveno en los derechos de sucesión, lo que nunca había
sucedido. Algo que no le impidió seguir a Ahuítzotl, el nieto de
Moctezuma I, al que llamaban «el Colérico». Cuando accedió al
«trono» se hallaba preparado, debido a que su pueblo era tan pre-
visor que desde muy niños todos los posibles sucesores eran adies-
trados meticulosamente. En este caso le llevaron los religiosos
encargados del calmecac o («casa de los grandes corredores»).
Precisamente, en una de las «aulas» que más visitó se
encontraba pintada la imagen de Quetzalcóatl. Se le adiestró
mediante cartas de glifos en la historia de los tenochcas.
Aprendió a interpretar la escritura jeroglífica, a memorizar las
fechas en las que gobernaron sus antecesores y la historia de su
pueblo, que era muy breve, como nos cuenta von Hagen:

143
Figura 25. Moctezuma II, “el joven”, gobernó México cuando era el imperio
más poderoso de América. Fue tratado como un ser divino.

Comienzo de la historia de los aztecas: 1168

Establecimiento de Tenochtitlán: 1325

Lista de los caudillos aztecas posteriores a 1375:


Acamapichtli: gobernó de 1375 a 1395

144
Huitzihuitl: gobernó de 1395 a 1414
Chimalpopoca: gobernó de 1414 a 1428
Itzcóatl: gobernó de 1428 a 1440
Moctezuma I: gobernó de 1440 a 1469
Axcayácatl: gobernó de 1469 a 1481
Tizoc: gobernó de 1481 a 1486
Ahuítzotl: gobernó de 1486 a 1503
Moctezuma II: gobernó de 1503 a 1520

El adiestramiento de un Monarca

Se contaba que Moctezuma era un gran maestro en el uso


de cualquier tipo de armas, sobre todo la espada de obsidiana y
el arco, como pudo demostrar en las frecuentes cacerías en las
que participó. Pero no hacía ostentación de ello, acaso porque
desde niño le habían gustado más los silencios que las largas
conversaciones. Esta especie de reserva a manifestar sus
pensamientos llegó a ser tan bien considerada, que hasta sus
maestros la elogiaban, debido a que cuando le escuchaban no
podían reprocharle ningún error en las breves y precisas
exposiciones. Por eso decían de él: el joven Moctezuma es
sabio porque deja que reposen sus pensamientos lo suficiente, lo
que permite que al convertirlos en palabras resulten muy
concretos; además, acostumbra a utilizar las frases
correctas.
Pero no sólo era un buen orador, aunque reservado, sino
que aprendió con facilidad la escritura ideográfica. Esto le
permitió adentrarse en los mundos de la astronomía, la astrología,
el manejo de los calendarios, las técnicas de la adivinación y los
tonalámatl (libros empleados para reforzar la memoria). Como
entendió que toda esta ciencia era demasiado importante, se
cuidó de hacerla más hermética, debido a que lo sagrado nunca
debía ser «vulgarizado al ponerlo a la altura de los ignorantes».
El cronista José Acosta dejó escrito que Moctezuma
aprendió de la religión hasta sus más pequeños rituales, por eso
siempre se mostró tan escrupuloso con las actividades que se
mantenían en el interior de los templos. En esto demostró la

145
personalidad de un ser grave y respetuoso de las normas. Al
verle comportarse con tanta dignidad y valentía, ya que era el
primero en acudir a un lugar donde se hubiera producido una
catástrofe, el pueblo terminó por decir que el nombre de Moc-
tezuma significaba «el Valeroso», lo que nunca podemos consi-
derar exagerado.
Lo que sí forma parte de la leyenda es la anécdota de que
cuando Moctezuma fue elegido como gobernante, los altos
dignatarios que le buscaban para comunicarle su
nombramiento, le fueron a encontrar barriendo los ciento
treinta y tres escalones del templo. Con este gesto pretendió
demostrar que nunca había deseado el Imperio, pero como así lo
habían querido los cuatro grandes consejeros, él no podía
negarse. Una vez se encontró ante el lar de los dioses, se cuidó
de extraer sangre de sus orejas y de sus piernas, porque era lo
que imponía el ritual.

Una gran cacería de prisioneros

Los historiadores de origen mexicano han sido muy


cuidadosos, sobre todo los actuales, al escribir sobre Moctezuma,
porque la costumbre era idealizarlo para ir en contra de los
conquistadores españoles, con el propósito de provocar el efecto
contrario a la hora de contar las barbaridades llevadas a cabo por
Hernán Cortés y los suyos.
Existen pocas dudas de que Moctezuma era un sabio muy
prudente, sin embargo, bajo la imagen de la moderación y los
largos silencios, se escondía una gran ambición. Esto lo
demostró en la gran empresa de cacería de prisioneros,
además de conquista, que realizó por todo el territorio de
México. A la largo de muchos meses se cuidó de consolidar el
poderío de los aztecas, su pueblo, y de llevar muchas víctimas a
los templos. Nunca inmoló a tantas como su tío Ahuítzotl, el
cual llegó a las doce mil en una sola sesión, pero no anduvo
muy lejos. Sobre todo porque siguió abasteciendo profusamente
las aras, manteniendo una costumbre, que sólo dejaría por culpa
de una fuerza superior a su propio destino: la llegada a México
de los conquistadores españoles, lo que supuso su destrucción.

146
Pero éste es un tema que tocaremos muy pronto...
En el momento de su coronación definitiva, Moctezuma
ordenó que le perforasen el tabique nasal, porque lo necesitaba para
llevar una esmeralda. Los sacerdotes quedaron impresionados ante
tal deseo, pues significaba que su nuevo soberano pretendía
demostrar que a partir de ese momento se consideraba un ser de
naturaleza divina, un semidiós.
Lo que vino a desconcertar a todos fue que, luego, se
conformara con llevar una sencilla mitra verde, el color de su
dignidad, y las ropas que el azteca más humilde se ponía en las
fiestas, con la salvedad de que iba a cambiarse cada día. Sin
embargo, estaba rompiendo la costumbre de sus antecesores de
cubrirse con penachos de plumas, mantos tejidos con hilos de oro
y esmeraldas y otras prendas fastuosas.
Una de sus decisiones más espectaculares hemos de verla
en que vació su palacio de favoritos y gente mediocre, porque
deseaba verse rodeado de los hombres y mujeres más nobles y
famosos, por su sabiduría y valor. Sólo conservó a los bufones:
enanos y algún otro ser de aspecto deforme, que componían el
grupo de seres humanos que debían ser protegidos, porque se los
consideraba una especie de amuletos de la buena suerte.

La familia de Moctezuma

Moctezuma se podía casar con una sola mujer y


mantener tantas concubinas como quisiera. En esto no se
diferenciaba en nada de cualquier otro azteca, a excepción de
que al ser más poderoso el número de sus mujeres resultaba muy
numeroso. Ya hemos escrito que la esposa principal era la única
que tenía derechos, actuaba como el «ama», mientras que las
concubinas se encontraban por debajo de ella, a pesar de que
algunas compartiesen más tiempo el lecho de Moctezuma.
Se cree que éste había tenido mas de ciento cincuenta hijos,
lo que resultaba ridículo si lo comparamos con el número de mil
quinientos que se le atribuían a Netzahualpilli, el monarca de

147
Texcoco, que era aliado de México-Tenochtitlán. Esto lo explica
von Hagen con el siguiente razonamiento: En una sociedad
donde la guerra tomaba las vidas de los hombres con mayor
rapidez de lo que podían ser creadas por simple nacimiento
monógamo, la poligamia parecía más funcional Además,
nada favorece tanto un matrimonio y, consecuentemente, la
estabilidad social, como la indulgencia en la poligamia temporal.
En el terreno político. Moctezuma gobernó
perfectamente. Nadie duda que fortaleció su imperio con mayor
eficacia que ningún otro, ya que se cobraba tributo a más de
trescientas setenta y una ciudades. La justicia se hallaba
correctamente estructurada. Si se producía alguna
deficiencia, él mismo se cuidaba de que fuese corregida de
inmediato.
Cuando alguien le comentaba que un alto dirigente estaba
actuando mal, el mismo Moctezuma se disfrazaba de súbdito
para comprobarlo personalmente. Si descubría que era
auténtica la acusación, daba orden de que se destituyera al
«indigno de su confianza» y que, luego, se le arrebataran todas las
propiedades, pero haciéndolo de tal manera que no se perjudicara a
los familiares inocentes. Tenía motivos para ser muy feliz; y
soñaba con que ningún tipo de sombras enturbiase el horizonte de
su grandeza. Sin embargo...

¡De repente, el mundo azteca se convulsionó!

Nadie pudo explicarlo en los primeros momentos; sin


embargo, ¡de repente, el mundo azteca se convulsionó! Nevó en
México-Tenochtitlán cuando llevaba muchos años sin hacerlo.
Al poco tiempo, entró en erupción el volcán Popocatépetl, que
había permanecido casi un siglo apagado... ¡Pero lo que más
conmocionó a todos fue saber que acababa de nacer un niño con
dos cabezas!
Se organizaron nuevas expediciones bélicas para obtener
un gran número de prisioneros, ya que los dioses estaban
exigiendo que se celebraran sacrificios humanos. Las gentes
acudieron en masa a los templos; y Moctezuma no pudo dar un

148
paso sin que le rodearan cientos de desesperados exigiendo
respuestas a tanto presagio de calamidades. El concilio de
sacerdotes se hallaba reunido desde hacía meses, sin ponerse de
acuerdo respecto al significado de tantas malas señales.
Una tarde llegó el rey de Texcoco, al que se consideraba
uno de los grandes magos de México, para contar a Moctezuma
que los «dioses le acababan de revelar que iba a perder su reino
irremisiblemente».
Precisamente ese año, 1519, se conmemoraba la marcha
de aquellas tierras de Quetzalcóatl, el único que se había
opuesto a los sacrificios humanos. La leyenda contaba que
subió a un barco, con el que se alejó por el Gran Lago
(nombre que los aztecas daban al océano Atlántico); sin
embargo, antes de partir anunció que volvería. Como su
nacimiento ocurrió en el año Ce-Acatl («1-Caña»), se le esperaba
desde 1363 en ciclos de cincuenta dos años, uno de los cuales
coincidía con 1519.
Moctezuma se hallaba tan apesadumbrado, a pesar de que
se estaban arrancando cientos de corazones humanos en los
altares de los templos, que se pasaba todo el día y parte de la
noche rodeado de astrólogos, augures, nigromantes y
médiums, ninguno de los cuales hallaba la forma de calmar a los
dioses.
Porque el mayor peligro, lo inexplicado, estaba viniendo
desde las costas. En 1502, un año antes de la coronación de
Moctezuma, Cristóbal Colón estableció contacto con el pueblo
maya. Lo hizo en su cuarto viaje. La noticia, o la versión de la
misma según la perspectiva indígena, recorrió las selvas de
Yucatán, atravesó las llanuras de México, supero montañas,
bosques y ríos, hasta llegar a Tenochtitlán, donde sólo pudo ser
interpretada como una nueva tragedia.
También tuvo un eco dramático la presencia de otros
«hombres blancos que habían llegado del Gran Lago en unas
montañas flotantes tan resplandeciente como el sol3. Y éstos
debieron ser Martín Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís, que
acababan de bordear las playas de Yucatán en un viaje de
exploración. A partir de entonces fueron muchos los que fueron
desembarcando, hasta que lo hicieron Hernán Cortés y sus

149
hombres, con un intencionado propósito de conquista... ¡A partir
de este momento sí que puede afirmarse que ningún monarca de la
historia de los aztecas se iba a ver obligado a combatir un peligro
tan terrible, de proporciones apocalípticas, como el supersticioso
Moctezuma!

Figura 26. La ciudad de México-Tenochtitlán en la época de Moctezuma. Era


una Venecia situada a una altura que superaba los dos mil metros.

150
Capítulo XIII

LOS GRANDES ENIGMAS QUE


DERRUMBARON UN IMPERIO

Las causas de una aniquilación

Las inmensas tragedias de los pueblos generan una gran


literatura, que termina por despertar el interés del mundo
entero. Especialmente cuando se conoce que casi cinco
millones de seres humanos, que habían formado el imperio más
poderoso de la América de principios del siglo XVI, fueron
derrotados por un ejército de españoles que en ningún momento
superó los mil hombres.
Desde el plano militar, hemos de verlo como la inútil gesta
de los cosacos polacos, pretendiendo luchar contra una división de
tanques de la Alemania del III Reich, cuando sólo iban a caballo y
disparaban con rifles, cuyas balas rebotaban sobre las duras
chapas de acero. Luego, una veintena de cañonazos vomitados
por los modernos carros de combate, sirvió para acabar con el
sueño de unos ilusos, a los que sus generales, mientras les
llenaban el vientre de alcohol, les habían dicho que los tanques
eran de cartón...
Los españoles contaban con cañones, mosquetes de un solo
tiro, caballos y armaduras; además, iban dirigidos por el
extremeño Hernán Cortés, un estratega militar comparable con los
grandes generales romanos que vencieron a Aníbal o con el propio
Alejandro Magno. Mientras que los aztecas disponían de unas
armas de madera, que se partían al chocar contra las aceradas
151
espadas de los conquistadores y, lo peor, nunca se habían
enfrentado a un enemigo tan hábil.
Sin embargo, sobre todos los inconvenientes que acabamos
de apuntar, dominó otro más contundente: la enorme cantidad de
indígenas que se pusieron al lado de Cortés, al comprender que se
les presentaba la oportunidad de enfrentarse al tirano que había
venido haciendo prisioneros a sus gentes para someterlos a los
sacrificios humanos. También lo hicieron otros para dejar de pagar
tributos.
Si a lo anterior unimos la serie de acontecimientos
sobrenaturales que se habían producido en los últimos años,
podemos contar con las causas del aniquilamiento de un imperio.
No obstante, ¿cómo pudieron los grandes magos indígenas
predecir la destrucción? ¿Hemos de creer que sus poderes eran tan
extraordinarios que les permitían ver, como les sucede a algunos
lamas del Tíbet, el futuro con una clarividencia asombrosa?
Anticiparon lo que iba a suceder; pero, al ser tan enorme, se
creyó que obedecía a la voluntad de los dioses. Luego si se
encargaban de complacerlos con muchas ofrendas de
corazones humanos y otros obsequios, los más valiosos que
hubieran existido, acaso podrían alejar la amenaza. A esta empresa
se entregaron de una forma demencial... ¡Sin conseguir sus
propósitos!

Los españoles llegaron el momento crucial

Según George C. Vaillant, un examen de la estructura social


mexicana en relación con el estado psicológico de los aztecas,
pone de manifiesto que los españoles llegaron en un momento
muy favorable para la conquista. La comparación de la técnica
militar azteca con la disciplina y los armamentos europeos de la
época, revela una oportunidad excepcional para el triunfo de las
tácticas de la infantería española, que ya en esos tiempos era la
mejor del mundo. Una hegemonía que comenzó con el Gran
Capitán, durante sus campañas en Italia, y que se prolongaría por
espacio de dos siglos. El relato familiar de la Conquista, desde el
punto de vista indígena, puede mostrar en destacados relieves este

152
conflicto entre dos civilizaciones.
La guerra azteca era en gran medida ritual y se llevaba a
cabo con un espíritu muy diferente de los realistas cálculos
bélicos europeos. El equipo técnico de los indígenas no
respondía a las exigencias de un conflicto sostenido de acuerdo
con prácticas militares españolas. Además, Cortés llegó hacia
finales del verano, cuando los nativos estaban demasiado
ocupados levantando las cosechas básicas para su subsistencia, y
no era una época propicia para pensar seriamente en empresas
militares. Un factor definitivo que condenó a los aztecas a una
derrota inevitable, fue la estructura política del México
indígena, que no permitía servirse del éxito militar para el
establecimiento de un Estado poderosamente consolidado.
Ya hemos escrito que los aztecas no «colonizaban» a los
pueblos o tribus que derrotaban, pues sólo se limitaban a some-
terlos al pago de unos tributos, luego de haberles «robado» a sus
mejores jóvenes para someterlos a la muerte más cruenta. Con lo
que alimentaban una sed de venganza, que se puso de manifiesto
en la cantidad de rebeliones, traiciones y huidas que se produjeron
durante el «reinado» de Moctezuma. Todas ellas pudieron ser
reprimidas casi de inmediato, pero no dejaban de poner en
evidencia que existía un gran odio latente.
Odio que Cortés supo aprovechar, al mismo tiempo que
intrigaba como nadie. Otro de los grandes enigmas ha de verse en
la persona de Marina, la joven indígena que se puso al servicio de
los españoles en el mismo instante que desembarcaron. Luego se
convertiría en la amante del futuro de virrey de la Nueva España
(nombre que se dio a México), porque hizo de intérprete a los
pocos días. ¿Cómo pudo aprender el castellano en tan escaso
periodo de tiempo? ¿Hemos de suponer que existió una tribu en
esas tierras que lo conocía al habérselo enseñado los Templarios
u otro grupo de españoles llegados a América mucho antes que
Colón?
No sé conoce un prodigio semejante. Ella sirvió como la
«embajadora» perfecta entre Cortés y los primeros jefes que se
aliaron con los «hombres blancos», a los que habían recibido con
regalos. En muchas tribus costeras se creyó que Quetzalcóatl, el
esperado, había vuelto dentro del cuerpo de aquellos extranjeros,
entre los cuales había algunos que tenían los cabellos «como
rayos de sol».
153
Figura 27. Retrato de Hernán Cortés. Acaso sea el que más fielmente le ha
reflejado en su madurez.

Recordemos otros portentos

Todos sabemos que unos años antes de que los


conquistadores españoles llegaran a las costas de Yucatán, pero
cuando ya se encontraban en las islas del Caribe, comenzaron a
producirse en México-Tenochtitlán y en sus alrededores una serie
de cataclismos sobrenaturales. Tantos que podemos compararlos
con las plagas negativas o «las vacas flacas» de Egipto, en el caso

154
de no haber contado con el José providencial que las predijo
antes de que llegaran.
Además de las descritas en el capítulo anterior, hemos de
añadir que las aguas de los lagos de la capital del imperio se
alzaron como las olas del mar más embravecido, cuando un
prodigio de tales características no se hallaba registrado en los
anales de la historia azteca. Una piedra gigantesca comenzó
a hablar, de repente, anunciando la destrucción del imperio. Un
rayo cayó sobre uno de los templos principales, provocando un
incendio de tales dimensiones que lo dejó convertido en
cenizas. Seguidamente, las tormentas adquirieron unas
proporciones aterradoras, que llevaron a los más débiles al
suicidio. Cierta noche se vio el paso de un cometa; y, a la
mañana siguiente, nadie dejó de escuchar la voz atronadora de
una mujer que anunciaba: «¡Estamos perdidos, hijos míos!»
Vaillant cuenta que Moctezuma y Nezahualpilli, el
caudillo de Texcoco, se enfrascaron en una discusión acerca de
los méritos respectivos de sus propios adivinos, pues el
texcocano sostenía que las tierras de Anáhuac iban a ser
gobernados por extranjeros. Tan convencido estaba
Nezanhualpilli de lo acertado de sus interpretaciones, que
apostó su reino por tres guajolotes, decidiéndose el resultado en
un juego de pelota ritual con Moctezuma. Este último ganó los
dos primeros juegos, pero Nezahualpilli ganó los tres
últimos seguidos. La derrota debió de haber sido muy
descorazonadora para Moctezuma, no sólo porque tenía tanto
que temer del futuro, sino también porque sus propios expertos
habían sido tan poco precisos en sus adivinaciones. Algo que
corregirían muy pronto...
Meses más tarde, unos campesinos llevaron ante su
emperador unos «monstruos», que eran caballos, los cuales
escaparon nada más soltarlos. Como todos se hallaban tan
impresionados, no pudieron darles alcance. A este suceso se fue a
unir otro más sobrenatural, debido a que en esta ocasión lo que
presentaron a Moctezuma fue un ave nunca vista allí, en cuya
cabeza llevaba un espejo. Cuando el emperador miró en el
espejo, pudo ver un ejército cubierto de unos metales
desconocidos y que montaban sobre monstruos parecidos a los

155
que se escaparon días atrás.
Enseguida fueron llamados los sacerdotes-adivinos, cuya
presencia fue a coincidir con la pérdida del ave, ya que nadie pudo
atrapar de nuevo. De esta manera se alimentó la creencia
supersticiosa de que se iban a enfrentar a unos monstruos de
cuatro patas, de cuyo lomo brotaban unos hombres cubiertos de
metal y bien armados con espadas brillantes, a los cuales
apenas se les podía ver el rostro de tan tapado como lo llevaban.

Cuando se descubrió que no eran dioses

En las primeras batallas libradas en las proximidades de


México-Tenochtitlán algunos españoles cayeron muertos, con lo
que pudieron comprobar los aztecas que sus enemigos no eran
monstruos, ni dioses. Sin embargo, debían contar con el apoyo
de las divinidades, al disponer de unos tubos de metal que
escupían un fuego de volcán, con tanta fuerza que hacían
desaparecer los árboles más gruesos o las rocas contra las que
impactaban. Además, si les habían parecido monstruos los
caballos, algo peor debieron pensar al ver como sus compañeros
eran atacados por unos perros gigantescos, tan sanguinarios que
jamás soltaban a sus presas hasta que no les habían dado muerte
al destrozarles el cuello.
Lo peor llegó para los aztecas al comprobar que el
enemigo jugaba con ellos, debido a que cuando atacaban en
masa a un grupo de indios aliados de los españoles, los
cuales parecían estar huyendo, de repente comenzaban a
tronar los cañones por los cuatro puntos cardinales. Y se
daban cuenta, sin posibilidad de rectificar, que acababan de ser
llevados a una trampa.
Mientras sus ejércitos eran diezmados, Moctezuma se
hallaba encerrado con sus sacerdotes-hechiceros. Millares de
embrujos y conjuros se realizaron en palacio, sin que ninguno
proporcionara el resultado requerido. Bueno, sí lo hicieron,
porque todos ellos sabían que estaban realizando algo de
«doble filo»: lo mismo podía ir en contra del enemigo como, si

156
éste contaba con el favor de los dioses, volverse contra ellos... ¡Y
esto fue lo que creyeron!
De ahí que Moctezuma se encontrara dispuesto a recibir a
los conquistadores, a los que consideraba una fuerza extraterrenal
destinada a establecer un nuevo orden social en aquellas tierras.
Por eso se mantuvo a la expectativa.

Cortés nunca fue un huésped

Los conquistadores españoles estaban pactando con los


indios, a los que convertían en aliados. Todo el mérito los
historiadores se lo atribuyen al binomio Marina-Cortés, que ya
eran amantes, debido a que supieron despertar viejos odios,
venganzas dormidas y el deseo de ambiciones más o menos legí-
timas, «igual que hace el músico con el piano más desafinado, del
que termina por obtener la mejor melodía luego de haberlo
arreglado en un tiempo récord».
Uno de los pocos contratiempos con que se toparon los
conquistadores fue al cruzar el territorio de los tlaxcaltecas, ya que
siempre se habían considerado una tribu independiente. Pero
éstos sufrieron una gran derrota y, luego de firmar la paz,
suplicaron que se les concediera permiso para cuidarse de sus
muertos. Acto seguido, se pusieron al servicio de Cortés, al que
siempre serían fieles.
También los habitantes de Cholula se alzaron en armas
contra los extranjeros, ya que siempre se habían considerado
aliados de los aztecas. Sin embargo, lo pretendieron hacer
luego de haberlos dejado pasar «amistosamente«. Algún error
debieron cometer, ya que en el momento que pretendieron
atacar a los españoles, se encontraron con que se les estaba
esperando. Entonces se produjo una gran matanza, realizada a
conciencia porque se pretendió dar un escarmiento, que sirviera de
«aviso» a futuros traidores.
Pocos días más tarde, Moctezuma debió recibir a Cortes y a
los españoles en México-Tenochtitlán como un generoso anfi-
trión, cuando se había visto forzado por su propia impotencia.
Tampoco reaccionó con la debida energía al verse convertido en
rehén dentro de su propio palacio. Una situación que enfureció a
los

157
aztecas de la gran ciudad, pero que no pareció afectar a los
que vivían en los alrededores.
Como no se produjeron levantamientos, debido a que las
gentes se limitaron a permanecer encerradas en sus casas,
Cortés decidió marchar a la costa al saber que Narváez, uno de sus
enemigos, acababa de llegar con una peligrosa compañía. Estaba
convencido de que dejaba a un buen sustituto al mando de la
capital de la nación azteca.

El «absurdo» comportamiento de los aztecas

México-Tenochtitlán había quedado al mando de


Alvarado, que sólo era un buen soldado, pero no un diplomático.
Además, en ningún momento se había molestado en informarse
sobre las costumbres de los indígenas. Por todos estos motivos,
al conocer que aquellos se hallaban reunidos en el templo, sólo
consideró el gran número de los mismos. Y en lugar de intentar
averiguar que estaban celebrando una fiesta pacífica en honor
del Dios Huitzilopochtli, asaltó el lugar con casi todas sus
fuerzas y no dejó a nadie vivo. Las víctimas debieron sumar más
de un millar.
Esto desencadenó una feroz represalia por parte de los
aztecas, los cuales consiguieron que los españoles y sus aliados
tlaxcaltecas retrocedieran. Ellos perdieron a muchos de sus
hombres; sin embargo, causaron importantes bajas en sus ene-
migos, lo mismo que cientos de prisioneros, la mayoría indígenas
muy asustados.
Como no formaban un ejército organizado, ni contaban con
alguien que supiera dirigirlos, en lugar de perseguir a los que
retrocedían, cometieron el error de pararse a cortar las cabe/as de
los cadáveres y, más tarde, a someter a sacrificios humanos a los
que acababan de apresar. Una pérdida de tiempo, que permitió a
los extranjeros rehacerse y, lo mejor para ellos, encontrar unos
lugares donde fortificarse. Mientras, los aztecas estaban
convencidos de que era suya la victoria, por el simple hecho de
que estaban colocando en sus templos las primeras cabezas de los
«hombres blancos», a los que ya considerarían «vulnerables».

158
Celebrando todas estas ceremonias, que resultaban
imprescindibles para ganarse el favor de sus dioses, continuaron
cometiendo grandes errores. El más importante fue que
permitieron el regreso de Cortés en cabeza de un gran ejercito.
Durante los primeros días la batalla adquirió un tono
favorable a los recién llegados, hasta que el excesivo número de
aztecas dio la vuelta a los resultados. Y mal lo hubiera pasado
Cortes de no haberse podido encerrar en palacio de Axayácatl,
donde quedó cercado por decenas de miles de indígenas, que no
cesaban de gritar y de arrojarles piedras.

La muerte de Moctezuma

En infinidad de ocasiones intentaron los españoles hallar


una vía de escape, sin conseguirlo al estar ocupadas todos las
alturas de las casas y los múltiples canales por guerreros, que no
cesaban de disparar flechas e infinidad de proyectiles.
Llegaron a emplear los españoles unas torres móviles, especie
de «tanques» en los que iba un cañón con sus
correspondientes artilleros; pero no lograron avanzar lo
suficiente.
Durante el asedio encontró Moctezuma la muerte, debido
a que se hallaba en el palacio. Sobre este punto surge la con-
troversia, ya que los aztecas afirman que le asesinaron los
extranjeros, mientras que éstos escribieron que fue abatido por
las piedras que lanzaban los encolerizados súbditos. De una
forma u otra, lo que sí se puede asegurar es que Hernán Cortés y
los suyos, al saber por sus propios «adivinos» que podían morir
si continuaban allí, intentaron escapar de México-
Tenochtitlán aprovechando sigilosamente las sombras de la
noche.
Pero una mujer los vio y comenzó a gritar, dando la alarma.
Se diría que los aztecas estaban en la duermevela de los felinos,
pues reaccionaron al momento. Aparecieron en las azoteas, en los
canales y en los puentes, algunos de los cuales consiguieron
destruir. No obstante, sólo pudieron dar alcance a los españoles que
iban más cargados de oro y piedras preciosas, debido que este

159
peso les impidió avanzar con tanta rapidez como sus compañeros.

Figura 28. Los españoles y los tlaxcatecas mientras eran sitiados en el palacio
de Axayácatl. En la escena aparece un cañón disparando a la vez que Cortés y
los suyos intentan una salida. (Lienzo de Tlaxcala.)

Súbitamente, Alvarado tomó una decisión heroica al


clavar su lanza en el fondo del lago y, después, utilizarla como
una pértiga, que le permitió caer sobre los sorprendidos
indígenas, a muchos de los cuales atravesó con su espada.
Como otros españoles imitaron a su capitán, lograron detener al
enemigo.
Esta acción permitió que Cortés y una cuarta parte de sus
hombres llegaran a Tacuba. Detrás de ellos habían dejado una
excesiva cantidad de compañeros muertos. Pérdida que
provocó el llanto del gran héroe extremeño, estando sentado bajo
un ciprés gigantesco. El momento se recordaría en la historia
como «la noche triste».

160
La decisiva batalla de Otumba

Mientras los españoles hallaban un excelente refugio en la


colina de Los Remedios, los aztecas estaban desatando toda su
crueldad sobre los prisioneros. El hecho de haber expulsado al
enemigo de la ciudad lo consideraron suficiente, sin entender que
estaban cometiendo otro de sus grandes errores. Algo que forma
parte de los enigmas de una raza civilizada en muchas ciencias y
costumbres, mientras no lo eran en lo que se refiere a su propia
supervivencia. No contaban con una tradición de exterminadores,
porque desde siempre se habían conformado con ganar batallas y,
luego, despreocuparse de los que huían. Lo que antes había
funcionado, en este caso se volvió contra ellos. Porque si hubieran
perseguido a los enemigos, no cabe la menor duda de que Cortes
hubiese sido vencido de una forma absoluta.
Cuando decidieron ir al encuentro de los españoles, luego
de contar con el apoyo de los texcocanos, se encontraron con un
ejército que había recuperado la moral. Se iba a librar la famosa
batalla de Otumba. A pesar de que Cortes y muchos de sus hombres
no se habían recuperado de pasadas heridas, a la vez que llevaban
demasiadas horas sobre las monturas, realizaron la proeza de
derrotar a unas fuerzas superiores en la proporción de veinte o treinta
por cada uno.
Ahora se sabe que el triunfo lo obtuvieron porque alguien
les informó que debían dar muerte a los jefes. En efecto, nada más
que lo hicieron, decenas de miles de indígenas arrojaron sus
armas al suelo, a pesar de que contaban con una posibilidad de
victoria. No obstante, la tradición lo imponía, porque todos ellos lo
veían como si, de pronto, hubiesen quedado desamparados.
Al mismo tiempo, en México-Tenochtitlán a Moctezuma le
había sucedido en el mando su hermano Cuitláhuac, el cual
falleció víctima de las fiebres. Y así el mando recayó en
Cuauhtémoc, que era sobrino de los anteriores. Un valiente
guerrero, cuya forma de proceder le convertiría en héroe de su
país.

161
La hábil estrategia de Cortés

Cortés se negó a volver a pensar en la ciudad de México-


Tenochtitlán, porque se hallaba en un inmenso territorio que debía
conquistar. Lo hizo firmando alianzas, derrotando a los pocos
rebeldes y asegurándose de que no dejaba enemigos a sus
espaldas. Como disponía de un ejército poderoso, donde los
indígenas aliados multiplicaban por más de cien el número de los
españoles, la mayoría de sus operaciones supusieron una especie de
fatigoso paseo, con unas largas o cortas etapas de diplomacia, en
las que intervino Marina como la más eficaz embajadora por su
condición de hija de uno de los jefes mexicanos más importantes.
Dado que el héroe extremeño no dejaba de esta
informado de lo que ocurría en aquel enorme país, cuando conoció
el resentimiento nacido en Texcoco al haber elegido los aztecas un
jefe guerrero, lo que consideraron una amenaza, supo obtener
partido. Ya había vencido a una parte de estos guerreros en la
batalla de Otumba, a pesar de lo cual pudo convertir a todo el
pueblo en su aliado. Y esto le proporcionó una situación
privilegiada, al establecer su campamento en las proximidades
del lago de México-Tenochtitlán.
Los españoles habían dispuesto de muchos meses para preparar
su plan de asedio. Entre las variadas técnicas que estaban creando para
adaptarse a las dificultades del lugar, hemos de destacar la de construir
pequeñas galeras, que al ser desmontadas fueron llevadas desde los
bosques a las alturas del lago, donde pudieron ser ensambladas en
pocos días. Entre el gran número de carpinteros destacaron
infinidad de indígenas amigos. Cuando se echaron al agua estos
barcos, se pudo comprobar el gran poder destructivo de los cañones
instalados en las cubiertas, a la vez que la gran maniobrabilidad de
las embarcaciones, ya que consiguieron destruir centenares de
falúas y otros pequeños botes aztecas y, luego, cercar las grandes
calzadas.
Pero los habitantes de la ciudad se defendieron con tenacidad,
hasta el punto de que las paredes destruidas por el día eran
reforzadas al llegar la noche. También se cuidaron de quemar los

162
puentes que habían instalado los españoles. Esto se fue repitiendo
durante varias semanas.
En vista de que el sistema de asedio no resultaba efectivo,
Cortes dio la orden de que sus aliados asaltaran la ciudad, para
destruir la mayor cantidad de casas posibles. Con la nueva
estrategia logró rellenar de cascotes algunos de los canales, lo que
permitió que se pudieran utilizar los caballos. Ésta había sido la
principal dificultad; y al solucionarla, facilitó la creación de unas
cabezas de puente, las cuales los aztecas se vieron incapaces de
destruir en su totalidad.

Así se derrumbó la última esperanza

Poco a poco los españoles fueron ganando zonas de la


ciudad, sin que en ningún de momento dejaran de enfrentarse a
unos enemigos que luchaban con la desesperación de unas
leonas defendiendo sus carnadas. No disponían de armas tan
poderosas como las de sus enemigos, pero las rocas de sus
parapetos necesitaban muchos disparos de cañón para ser
abatidas. Cuando esto sucedía, ya habían reforzado las otras.
Además, se estaba librando la guerra por las calles, donde
contaban con una cierta ventaja al controlar las zonas altas.
El avance de los españoles era muy lento, lo que estaba
suponiendo que los aztecas mantuviesen la esperanza de que sus
dioses podían cambiar el desarrollo de la guerra. Y creyeron que
acababa de suceder en el momento que recibieron el apoyo de los
xochimilcas.
Éstos se habían mantenido neutrales; sin embargo, una
noche consiguieron infiltrarse con sus silenciosas
embarcaciones entre las galeras españolas. Sumaban varios
centenares. Cuando se pusieron al servicio de Cuauhtémoc, éste se
mostró tan entusiasmado que los regaló montañas de telas
finas, mantas y varios sacos de cacao, lo que se consideraba un
verdadero tesoro.
Al día siguiente los españoles fueron obligados a retroceder.
En medio de la euforia que los dominaba, al llegar la noche los
aztecas descubrieron que sus nuevos aliados pretendían que se les

163
concediera como esclavos a las mujeres y a los niños. Algo tan
indigno que no se aceptó, lo que desencadenó una pelea entre los
dos bandos. Todos los xochimilcas fueron exterminados.
¡Los dioses no eran sus aliados! Esta idea condujo a que
Cuauhtémoc rindiese la ciudad. A pesar de lo cual intentó
escapar, en compañía de su familia; pero la canoa en la que iban
fue interceptada por una galera española. Al ser llevado el jefe
azteca ante Cortes, la dignidad de su figura impresionó a
todos. Sin que supusiera un alivio para el destino que le
esperaba.
Como no pudo entregar ningún tesoro, por mucho que le
fue reclamado, debido a que parte del mismo se encontraba
hundido en los canales, al haberlo perdido los codiciosos
extranjeros que lo acababan de robar, se le hizo prisionero. Se
sabe que se le sometió a tortura, hasta que murió ahorcado pocos
años más tarde, al parecer por órdenes de Cortés. En la
actualidad, México le considera uno de sus héroes nacionales.

El significado de la derrota de los aztecas

George C. Vaillant nos dice que la caída de los aztecas no


puede ser interpretada en términos de la historia europea,
pues las explicaciones de costumbre nos darían una pintura
falsa de la realidad. Moctezuma, caracterizado por los autores
europeos como un monarca débil y cavilante, era un jefe
teocrático desprovisto de los derechos constitucionales de un
soberano europeo. Su Imperio es también una fantasía
europea, puesto que en realidad se componía de comunidades
suficientemente intimidadas para pagar tributos, pero en
manera alguna ligadas a las normas gubernamentales aztecas.
Guerreros sí fueron los aztecas, pero no soldados en el sentido
europeo de la palabra. Dada, como hemos escrito, la necesaria
dirección y organización, cualquier fuerza expedicionaria
europea podía haberse posesionado de México. La trágica y
valiente resistencia de Tenochtitlán ni fue tanto una defensa
militar como una heroica acción de grupo llevada a cabo

164
por individuos que luchaban por sus vidas.

Figura 29. Cuauhtémoc al ser recibido por Cortés y Marina. En la parte


superior derecha, aparece Cortés saludando a la familia del jefe azteca. La
leyenda expresa lo siguiente: “Y con esto se acabaron los mexicanos.”
(Lienzo de Tlaxcala.)

El hambre y la sed, las plagas y las heridas, debilitaron


tanto a los aztecas, que no pudieron sostenerse. Los horrores de
la última resistencia hecha por este pueblo desesperado son
demasiado terribles para ser descritos. Tiempo después, el
amargo recuerdo de la inolvidable tragedia recorría el lugar
como una especie de exhalación de impureza espiritual, seme-
jante a una casa encantada o como la del teatro de un crimen.

165
A través de toda la época colonial y aún hasta nuestros
días, la sección norte de México no ha sido preferida ni como
zona residencial ni como centro de negocios. Hoy día, en el lugar
en que agonizó la civilización azteca, hay patios de ferrocarril y
barrios bajos. Los espectros de sus heroicos defensores aún lo
rondan.

Figura 30. Moctezuma examinando los pictogramas que le anunciaban la


llegada de los “dioses”.

166
Capítulo XIV

MISTERIOS QUE HAN DE SER


DESNUDADOS

Lo que pudo contar un azteca

Existe la suficiente documentación para poder reconstruir lo


que sucedió la víspera del día que Hernán Cortés llegó a
México-Tenochtitlán, así como su entrevista con Moctezuma.
Esto nos dará una idea de lo que pensaban los aztecas...
«La mañana había amanecido cubierta de nubes. El pueblo
estaba despierto; y nadie había ido a las milpas a preocuparse de los
cultivos. Se sabía que iba a ocurrir un suceso nunca visto. En , la
cima del templo, junto a la piedra de Tízoc, todos pudieron
contemplar a Cuauhtémoc, el primo de Moctezuma, y el futuro jefe
de la última batalla librada contra los extranjeros. Pero este
momento quedaba tan lejos, que nadie ni siquiera era capaz de
imaginarlo. Les bastaba con mirar hacia aquel personaje, cuya
cabeza se cubría con las plumas del quetzal, las cuales se agitaban
porque quien las llevaba no podía mantenerse quieto. Portaba en
la mano derecha una jabalina enjoyada, que levantaba en gesto de
combate; al mismo tiempo, gritaba unas palabras que no eran
escuchadas debido a la distancia.
«Sin embargo, los aztecas más humildes entendieron el
mensaje que estaba comunicando: Cuauhtémoc se hallaba
dispuesto a pelear contra todo aquel que pretendiera conquistar la

167
ciudad, porque nunca había sido vencida... ¡Era la intocable ya
que así lo deseaban las divinidades!
«De repente, la presencia del Consejo de los Cuatro atrajo
el interés general, porque llegaron al lado de Cuauhténoc para
obligarle a callar y, después, le pidieron la jabalina. De esta
manera los cinco adoptaron una posición respetuosa, la
imprescindible para recibir a Moctezuma y a los sacerdotes-
astrólogos, los cuales acababan de decidir que los extranjeros
eran dioses. Estaban convencidos de que formaban parte del
séquito del dios Serpiente Emplumada; y habían podido saber que
a la mañana siguiente, que coincidía con el día decimocuarto del
mes codorniz (8 de noviembre de 1519) entrarían en la ciudad. Y
desde aquel momento todos debían prepararse para recibirlos,
porque estos divinos extranjeros habían llegado a inaugurar una
nueva era de paz y felicidad.
«El anunció conmocionó lo más noble del alma de los
indígenas. Porque lo habían oído de boca de su soberano, al que
hacia muchos años que venían considerando un semidiós. Luego
quienes venían eran seres superiores. Nadie se atrevió a
preguntar. Lentamente, las gentes volvieron a sus casas, porque
necesitaban prepararse para la gran fiesta.
«Por la noche los resplandores de las teas encendidas
iluminaron los hogares hasta muy entrada la madrugada. Nadie
podía dormir al sentirse dominados por el nerviosismo de la
expectación. Y antes de que sonaran los caracoles y los tambores
que anunciaban las cinco, cuando el sol ni siquiera había pensado
en desperezarse, las mujeres se comenzaron a lavar. Casi todos
los hombres pasaron por los baños de vapor, luego se vistieron
sus mejores galas y, muy inquietos, corrieron a buscar los
mejores puestos sobre los tejados y azoteas de las casas o en la
zona media de las grandes escalinatas de los templos, ya que las
partes altas se reservaban a los sacerdotes.
«En instante que pudieron contemplar a los extraños
hombres barbudos, que montaban unos «monstruos» de cuatro
patas y se cubrían con unos ropajes resplandecientes, a la vez que
miraban de frente como si todo les perteneciera, el escalofrío se
hizo general. Los sencillos aztecas, niños ante los seres más
misteriosos que habían visto en su vida, se miraron en silencio y,

168
enseguida, con sus ojos volvieron a seguir el paso de los dioses.
Ya se encontraban éstos en la primera de las calzadas que rodeaban
México-Tenochtitlán.
«Casi nadie se dio cuenta de la salida de Moctezuma, que
iba en su litera y le acompañaban los nobles más importantes. Uno
de ellos era el señor de Cuitláhuac, con la esmeralda
resplandeciente sujeta a su labio inferior; y el otro era el señor de
Tacuba, tan feroz que quienes habían tenido la desgracia de
sufrir sus arrebatos, contaban que lloraba lágrimas de sangre
mientras golpeaba al que se había atrevido a provocarle.
«Todo el pueblo asistió al encuentro de sus jefes con los
dioses recién llegados. Seguidamente, la procesión se dirigió
hasta la calzada principal del palacio. Esto permitió que los
aztecas se dieran cuenta de que los extranjeros tenían ojos y
dientes como ellos y hablaban, aunque lo hicieran en un idioma
desconocido. Pero sus caballos y sus vestidos resultaban
totalmente nuevos para todo ellos.
«Se fijaron en el que parecía ser el superior, el cual usaba
barba y llevaba un casco de hierro, sobre el que ondeaba una
pluma blanca. Junto a él caminaba una joven india, de
aspecto principesco y muy hermosa según la valoración que el
azteca tenía del físico de las mujeres. Detrás de éstos, iban los
guerreros montados en sus animales. Cada uno de los motivos
que habían ido dibujando los informantes, llegados a la ciudad
a lo largo de los meses anteriores, aparecían allí: la cruz, el
cañón, la ballesta, el arcabuz, las espadas de hierro, los
grandes mastines... ¡y la impresión terrorífica de que se estaba
contemplando a los personajes más impresionantes!
«Por eso todos se hallaban sobrecogidos. En aquel instante
se había detenido la procesión. Algunos de los hombres barbudos
alzaron las manos en un gesto de saludo, pero nadie les
correspondió.» Uno de los extranjeros era Bernal Díaz, que al
acabo de unos años escribiría:
Quiero decir ahora la multitud de hombres, mujeres y
muchachos que estaban en las calles y azoteas y en canoas en
aquellas acequias, que nos salían a mirar. Era cosa de notar,
que ahora lo estoy escribiendo y se me representa todo
delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto pasó...

169
«Debieron transcurrir dos años crueles, los más trágicos que
habían vivido los aztecas desde sus orígenes. Para entonces ya no
creían que los «hombres blancos» fueran dioses, porque las cabezas
de más de un centenar de ellos adornaban las puertas de los templos.
Sin embargo, sí que los veían como unos seres diabólicos, capaces de
recurrir a todas las estratagemas, muchas de ellas de índole
sobrenatural, para ir reduciendo la rebeldía de los «hijos del Sol».
Hasta que llegó el día de la última batalla. Fueron tantos los
muertos que a los supervivientes no les dio tiempo de enterrarlos,
porque ellos estaban siendo atacados.» El mismo Cortés contó esta
circunstancia:
Viendo como estaban resueltos a morir sin rendirse como
nunca hizo raza de hombres, no supe por cuáles medios...
Cómo salvarnos nosotros y evitar destruirles a ellos y a su
ciudad... Una de las más bellas del mundo...
«Era el día de San Hipólito, el 13 de agosto de 1521,
cuando murió el último de los aztecas libres... ¡La extraordinaria
México-Tenochtitlán jamás volvería a ser como antes! Pero nadie
gimió por esta perdida, como tampoco antes se hizo al caer Tebas,
Cartago y tantas otras urbes donde moraron civilizaciones únicas.»

Volvamos con los toltecas

No olvidemos que Moctezuma y sus sacerdotes estaban


convencidos de que los conquistadores españoles eran dioses.
Vamos a retroceder en el tiempo; y conviene tener presente una
realidad, con la que vamos a enlazar más adelante.
Ya sabemos que los toltecas fueron una de las primeras
tribus que poblaron México. Según Denis Saurat, también
ocupaban cinco grandes islas en las proximidades del continente.
La mitología de este pueblo mencionaba cuatro o cinco épocas, a
las que llamaba «soles«.
Todas éstas han sido descritas por Vaillant de la siguiente
manera:
La primera época —el Sol del Agua— dio comienzo en el
momento que la Divinidad Suprema, Tloco Nahuac, creó el

170
mundo; después de mil setecientos dieciséis años, las
inundaciones y los truenos la destruyeron.
La segunda época —del Sol de la Tierra— vio al mundo
poblado de gigantes, los Quinametzinos, quienes desapare-
cieron casi enteramente porque temblores de tierra destruyeron
todo lo vivo y el suelo que lo sustentaba.
El Sol del Viento fue la tercera época, y los Olmecos y los
Xilancas, razas humanas, vivieron sobre la Tierra. Mataron a los
gigantes que habían sobrevivido, fundaron Cholula y llegaron
hasta Tabasco. Un personaje milagroso llamado Quetzalcóalt por
unos, Huemac por otros, apareció en esta época y enseñó a los
hombres la civilización y la moral. Cuando vio que el pueblo no
quería recibir su enseñanza, regresó al este, después de
predecirles la destrucción del mundo por tempestades y la
metamorfosis de los hombres en monos, todo lo cual ocurrió.
La cuarta época es la nuestra, se llama el Sol de Fuego y
acabará con una conflagración general.
Este mito fue heredado por los aztecas, aunque lo
modificaron en algunos aspectos. Bellamy nos presenta algunas
de estas variaciones:
Durante el gran cataclismo que finalizó con el Diluvio,
Xelhua, de la raza de los gigantes, y sus seis hermanos se salvaron
refugiándose en una alta montaña que consagraron al Dios de la
Lluvia, Tlaloc. Para conmemorar este acontecimiento y mostrar su
gratitud a Tlaloc, como también para tener un lugar de refugio
en caso de una nueva necesidad, si se producía otro diluvio, Xelhua
construyó un zacuali, una torre muy alta que debía llegar hasta el
cielo. Pero los dioses se ofendieron ante esta muestra de orgullo y
lanzaron el fuego del cielo sobre la torre, y los trabajadores fueron
muertos en gran número. Éste es el motivo de que quedara sin
terminar la pirámide de Cholula.
Sobre las altiplanicies de México se mantuvieron estas ideas,
por voluntad de unos seres humanos que se hallaban convencidos de
encontrarse en un tiempo muy distinto. No obstante, creían en la
existencia de Quetzalcóatl y la transformación de los hombres en
monos o criaturas salvajes. La creencia se mantuvo, con ciertas

171
variantes, hasta la aparición de los conquistadores españoles.

Figura 31. Escultura de un Caballero Águila, que se encuentra en el Museo


de antropología de México. Muchos han querido ver en ella el testimonio de
la presencia de los Templarios o de otros guerreros cristianos de la Edad
Media europea.

¡El Gran Misterio!


En este punto debemos plantearnos el Gran Misterio:
¿Cómo unos pocos centenares de españoles fueron capaces de
vencer a varios cientos de miles de grandes guerreros aztecas?

172
Ya hemos podido demostrar que éstos eran valerosos,
estaban entrenados para la guerra desde la adolescencia, luego de
haber sido educados para la misma en la niñez, y contaban con un
armamento estimable. Además conocían a la perfección el
terreno que pisaban.
Es cierto que su armamento no podía superar el de los
españoles; sin embargo, los dominaban en una proporción de diez
mil aztecas por cada español. Cuando dejaron de creer que se
encontraban ante unos dioses, consiguieron dar muerte a más de
un centenar de españoles. Por otra parte, hemos dejado patente
que hubo momentos, sobre todo en la llamada «noche triste«, que
pudieron acabar con Hernán Cortés y el resto de los extranjeros de
haberlos perseguido.
Uno de los más grandes historiadores de la conquista,
Prescott, reconoce que el ejército de Tezcuco estuvo a punto de
derrotar a los extranjeros en varias ocasiones; s i n embargo,
en el último momento «la suerte se alió con los últimos».
Pero nosotros no creemos en la suerte, ni en el destino,
porque existió una fuerza muy distinta. No olvidemos que
Moctezuma consideró dioses a los «hombres blancos». Lo que nos
lleva a la conclusión de que los aztecas perecieron por las
fabulosas energías psíquicas que sus sabios habían acumulado.
Hemos de verlo como lo que puede sucedemos a nuestra
civilización por culpa del poder nuclear.
La totalidad de los textos, a los que debemos unir las
imágenes ofrecidas por el Codex florentino, nos dejan muy claro
que Moctezuma y sus sacerdotes consultaron a los dioses, por
medio de los cuales supieron que la muerte iba a llegarles,
irremisiblemente, y que el imperio sería destruido por mucho que
intentaran defenderlo. ¡Esto fue lo que sucedió para que los
augurios se cumplieran!
La energía psíquica los aniquiló al descubrirles la
verdad, a Moctezuma y a todos sus súbditos. A partir de ese
momento los aztecas supieron que eran juguetes de un
destino que ya no les pertenecía. El relato del último asedio de
México-Tenochtitlán no puede ser más patético. Los
habitantes de esta maravillosa ciudad sabían que iban a
morir, pero continuaron representando su papel, dispuestos a

173
sucumbir por completo. En ningún momento llegaron a creer que
iban a ser los vencedores. Se encontraban dentro de un círculo:
sabían que se hallaban condenados de antemano, y quisieron
demostrar que no perecerían sin dejar patente la bravura de su
raza.
Pero, ¿de qué medios se sirvieron Moctezuma y sus
sacerdotes para conocer la verdad? ¿Hemos de volver a recurrir a
la quema de afrodisiacos o a otros recursos más sutiles que todos
ellos se llevaron a la tumba?
La medicina hace muchos siglos que viene demostrando
que algunos de los grandes venenos dejan de serlo, para
convertirse en eficaces medicamentos, si se suministran en muy
pequeñas dosis. Los viejos sacerdotes de los Andes, herederos
de los incas, nos cuentan que la hoja de la coca, tomada en
unas cantidades muy precisas, permite los viajes por el tiempo,
lo mismo hacia delante que hacia atrás. Pero se niegan a
revelar el secreto de esas «cantidades muy precisase

Nadie puede desenterrar un sueño perdido

Los sacerdotes aztecas se hallaban más cerca de su pueblo


que los sacerdotes mayas o los egipcios, acaso porque no eran tan
cultos, ni alimentaban un orgullo que los llevara a mantenerse
alejados de «la masa». Crearon un sistema de escritura muy
complejo, que sólo ellos podían entender, porque no conocían
otro. Examinaban el movimiento de los astros con la familiaridad
de quien cree poseer todas las claves para desentrañar los
misterios de la actividad estelar. Conocían a los seres humanos
como si pudieran leer en sus cerebros. Y habían conseguido
extraer de la Naturaleza la mayoría de sus secretos.
Estos religiosos consiguieron, junto con los gobernantes,
que su pueblo llegara a ser el más poderoso de todo el norte del
continente americano. Donde no había pobres, y cada uno de los
hombres era adiestrado para convertirse en guerrero o en servidor,
sabiendo que nadie podría avasallarle. Además, todos estos seres
humanos no le temían a la muerte, porque creían que ésta sólo

174
significaba un paseo, más o menos complicado, que les
devolvería con los suyos, aunque fuera como criaturas invisibles.
En el momento que deseaban conocer el futuro, en un
plano doméstico, consultaban a los sacerdotes-adivinos y
obtenían una respuesta tranquilizadora o inquietante; pero
siempre se les ofrecía la posibilidad de encontrar una vía de
salvación. En el caso más grave, sólo se lamentaba la
muerte por las «grandes molestias que se iba a causar a la
familia».
¿Podemos decir que los aztecas vivían en un mundo feliz?
No llegaríamos a tanto, aunque sí debemos afirmar que era muy
superior, en todos los conceptos, a la que se podía encontrar en
una ciudad castellana, italiana o francesa de la misma época... ¿Es
necesario que recordemos la fábula de «la camisa del hombre
feliz», que lo era tanto que ni siquiera necesitaba camisa?
Los aztecas crearon una civilización superior, conocieron
misterios que se llevaron con ellos mismos, como el de leer el
futuro por medio de la combustión de plantas alucinógenas, y nos
dejaron muchos otros, algunos de los cuales se encuentran escritos
en los extraordinarios libros firmados por los grandes frailes.
No obstante, los antiguos aztecas constituyeron una
realidad demasiado fabulosas para ser respetada por la codicia.
Mientras sólo debieron luchar contra tribus de la zona,
demostraron ser los más poderosos; luego, ante un montón de
extranjeros, que en ningún momento superaron el millar, pero
cuyo capitán supo aliarse con todos los enemigos de los aztecas,
se vieron impotentes y sucumbieron. Entonces se comprobó que
su pasada gloria había sido como el más grato sueño, al que le
había llegado el momento del amargo despertar... ¡Para darse de
bruces los durmientes que lo generaban con el final más
terrible! ¿Sería posible desenterrarlos?
No, como es imposible volver a recomponer la más
hermosa estatua que se ha hecho pedazos contra el suelo. Los más
geniales restauradores conseguirían pegarla, y hasta llegarían a
fabricar los minúsculos restos que faltasen. Pero ya no sería igual

175
a la original, le faltaría el toque de lo auténtico, la genialidad de la
obra que se mantiene igual que la concibió su creador.

Figura 32. Hernán Cortés en una de sus pequeñas y eficaces carabelas. Entre
los regalos que recibe de los aztecas se encuentra una rueda del dios Sol.

Una visión sobre los sacrificios humanos

En su obra «Los cuatro soles», Jacques Soustelle ofrece esta


visión teológica sobre los sacrificios humanos realizados por los
aztecas:
Estamos obligados a constatar que la amplitud de los
ritmos sangrientos en México, lejos de derivar de una crueldad
innata y que habría ido agravándose, coincide por el contrario
con una evolución social y cultural marcada por la dulcificación
de las costumbres. Paradoja, ciertamente, pero ante la cual uno
no puede vacilar, pues procede de la evidencia de los hechos
conocidos.

176
Sin embargo, hay que intentar comprender bien, y para
ello, no veo otro medio sino librarse en la medida de lo posible del
campo de gravitación de nuestra propia civilización para
colocarnos en el universo mental de la antigüedad mexicana.
Lo que domina este universo, lo que impregna toda su
concepción de las cosas y del hombre, es la idea de que la
maquinaria del mundo, el movimiento del sol, la sucesión de las
estaciones, no pueden mantenerse y durar más que alimentándose
de la energía vital que contiene el «agua preciosa»: chalciuatl, es
decir, la sangre humana surgida de una naturaleza joven y
animada por una voluntad rebelde...
Ya cuatro mundos, los Cuatro Soles, antes que el nuestro
han perecido en cataclismos y el mundo en que vivimos
sucumbirá también. Es, pues, una misión cósmica la que deben
cumplir los hombres, y más concretamente el pueblo del Sol, la
tribu azteca, para rechazar día tras día el asalto de la nada. Y es
un milagro renovado en cada aurora el que hace surgir al sol
una vez más con la condición de que los guerreros y los
sacerdotes le hayan ofrecido su «alimento», taxcaltiliztli, la
sangre y los corazones de los sacrificados.
Así, es una idea, llevada rigurosamente hasta sus
consecuencias más extremas y (para nosotros) monstruosa, con
una lógica perfectamente coherente, la que ha conducido a este
paroxismo sangriento a una civilización que no descansaba
sobre una base psicológica más inhumana y más cruel que
otras. Lo que nuestro análisis no puede determinar es la
relación aparentemente evidente e indiscutible para los pueblos del
México tardío, entre la continuidad de los fenómenos naturales y
la ofrenda de sangre.
Estamos obligados a considerar esta noción como un dato,
al igual que la forma de la casa, el ornamento o la ropa carac-
terizan una cultura y no a otra, o que unos determinados
fonemas son utilizados por una lengua y no por otra. No son
necesarias más explicaciones es simplemente una de las
numerosísimas formas con el hombre, ante los misterios de su
propio destino, intenta representárselos para sacar de esta visión
una regla de acción. Todo cuanto podemos decir es que a partir
de

177
cierta época, algunos pueblos han escogido esta
Weltanschaung entre todas las que eran posibles mientras
que los pueblos de la fase anterior, los de Teotihuacán y de
Palenque, habían escogido otra...
Sería irrisorio querer explicar tales «superestructuras», a
la manera marxista, mediante «infraestructuras» económicas y
sociales.
En efecto, lo que hoy nos horroriza del pasado, responde a
una realidad muy distinta a la nuestra. Pero llegaremos a más,
obedece a un concepto de raza superior que, al considerarse la
única, no valoró como delito el hecho de matar a un enemigo para
extraerle el corazón aún palpitante. Añadiremos que los aztecas
estaban convencido de que «hacían un favor a sus víctimas», pues
con el martirio les permitían conseguir el derecho a recorrer los
senderos que en el otro mundo llevaban al paraíso.

178
Capítulo XV

¿QUÉ HA SIDO DE LOS AZTECAS?

Un gran depósito arqueológico

El comportamiento de los conquistadores españoles en


México y América Central fue muy distinto, debido a unas
circunstancias sociales. Mientras en el primer país los templos
siempre estuvieron ocupados, en el otro conjunto de naciones los
templos habían quedado ocultos en la selva al haber sido
abandonados voluntariamente por el pueblo, debido a unas
circunstancias más económicas que religiosas.
La mayoría de los templos mexicanos fueron destruidos, lo
mismo que la totalidad de sus ídolos y de sus libros o papeles. No
obstante, los restos quedaron bajo la tierra, con lo que
transformaron casi toda la nación en un inmenso depósito
arqueológico, que gracias a los modernos sistemas de
investigación están permitiendo la reconstrucción de una de las
historias más fabulosas del mundo. La podemos conocer gracias a
que los aztecas, como algunos otros pueblos que vivieron en la
misma época, conocían la escritura pictográfica.
Puede decirse que todo lo registraban en los papeles, hasta
la más pequeña transacción comercial, lo que ha supuesto poder
encontrar infinidad de datos muy interesantes. Un hecho que ha
sorprendido a los investigadores es que los aztecas habían
creado una rica literatura, escribían poesías de gran calidad,
acompañaban su existencia con adagios o una especie de refranes

179
y poseían conocimientos científicos y matemáticos bastante
estimables. Un gran muestrario de éstos ha aparecido en anteriores
capítulos de nuestra obra.

Por fortuna no todo se perdió

El obispo Zumárraga y sus ayudantes se encargaron de


quemar la mayoría de los libros y papeles de los aztecas; sin
embargo, no lo destruyeron todo. Jacques Soustelle nos lo demuestra:
Por fortuna, un gran número de obras escaparon a la
hoguera. Además, los indígenas no tardaron en comprender las
conveniencias de la escritura alfabética importada por los
europeos, comparada con el sistema complejo y oscuro que ellos
habían empleado hasta entonces. Utilizando básicamente los
manuscritos pictográficos antiguos —algunos de ellos conservados
sin duda en las familias nobles a pesar de las prohibiciones—
redactaron, ya sea en la lengua mexicana pero en caracteres latinos,
o españoles, crónicas de infinito valor como los Anales de
Cuauhtitál, los libros históricos de Chimalpahin Quauhtle-huanitzin,
de Tezozómoc, de Ixtlixóchitl, que rebosan, por decirlo así, de
informes a cuál más preciso sobre la vida de los antiguos mexicanos.
Finalmente, los mismos españoles nos han dejado
documentos muy importantes. La primera «ola» invasora,
compuesta por soldados tan incultos como valerosos, llevaba al
frente, sin embargo, a un hombre de Estado, Hernán Cortés, y
tenía en sus filas a un escritor nato, que sabía ver y relatar,
Bernal Díaz del Castillo. Las cartas de Cortés a Carlos V, y las
memorias que dictó en su vejez Bernal Díaz, nos ofrecen el
primer testimonio europeo de un mundo totalmente
desconocido hasta entonces; más elaborado por la mano de
Cortés, se vuelve espontáneo, divertido y trágico en la de Bernal
Díaz. Por supuesto, ni uno ni otro pretendieron observar ni
comprender desinteresadamente; sus ojos se posaban ante todo
en las fortificaciones y en las armas, en las riquezas y el oro. No
conocían la lengua indígena, por lo cual estropeaban como de
propósito todas las palabras que citaban. Se rebelaron
sinceramente contra la religión mexicana, que les pareció un

180
conjunto condenable y repugnante de prácticas demoniacas. Pero
su testimonio, a pesar de todo, tiene un gran valor documental,
porque nos permite ver a través de él lo que jamás nadie,
después de ellos, podría volver a contemplar.

Esos frailes sublimes

Cuando los doce primeros frailes llegaron a las costas de


México, los indios se quedaron con la boca abierta al verlos.
Llevaban los hábitos más humildes, sus cabezas estaban rapadas de
una forma tan especial que hasta se parecían, de alguna manera, a
lo que varios de ellos se hacían durante las penitencias y,
encima, iban descalzos o usaban unas sandalias que les dejaban
materialmente los pies al desnudo. Cuando supieron que eran
sacerdotes, su asombro resultó superior, debido a que todos ellos
estaban acostumbrados a unos sacerdotes siempre vestidos con
plumas, mantos lujosos y varas enjoyadas que, además, siempre
mostraban un porte de lo más arrogante.
Mientras que los recién llegados, a pesar de que no se les
entendiera por hablar otra lengua, sonrían, dejaban ver que se
sentían agradecidos ante cualquier favor y compartían las
cargas con los mismos indígenas que se prestaron a servirlos. No
estamos haciendo un elogio gratuito, porque describimos a unos
frailes sublimes, los verdaderos misioneros, y nunca los religiosos
de ciudad, auténticos inquisidores.
Fray Toribio de Benavente, al que los mismos indios dieron
el nombre de «Motolina» («el más pobre» o «el humilde») puede
representar la imagen que pretendemos ofrecer, lejos de una idea
«paternalista» y beata. Eran hijos de San Francisco de Asís, uno de
los cinco auténticos «seres humanos» que ha dado la Historia.
Motolina entendió al indígena nada más verle, y le amó con
lo más puro de su corazón. Por eso aprendió su lengua con una
sorprendente facilidad. Como al mismo tiempo supo ganarse su
confianza, enseguida comenzó a recopilar información de primera
mano, que fue escribiendo. El trabajo le entusiasmó tanto, que sin
abandonar las funciones religiosas, que algunos días le permitió
bautizar a más de doscientos indígenas, formó un equipo de
escribanos o de copistas de lo que contaban los aztecas.

181
Casi desde los primeros momentos de esta actividad, se vio
acosado por los inquisidores, pero encontró la manera de
esquivarlos con la sencilla justificación de que «no existe
camino más directo para llegar al alma de estas gentes que
conocer su idioma y sus costumbres».

Figura 33.Viejo maestro enseñando a los jóvenes aztecas la escritura


pictográfica. Algunos de estos maestros colaboraron con los frailes españoles.

El gran Bernardino de Sahagún

Fray Bernardino de Sahagún llegó a México en 1529.


Enseguida se puso al servicio de Motolina, el cual le impregnó
del amor a lo indígena. Como pudo comprobar que este joven
religioso había aprendido el náhuatl acaso con más facilidad que
él mismo, le encargó que se cuidará de recoger información en
las aldeas próximas, sobre todo de los indígenas más ancianos.

182
Bernardino de Sahagún demostró tanto interés por este
trabajo, que le dedicaría toda su vida. El testimonio lo pudo
ofrecer en su «Historia general de las cosas de Nueva España», de
cuyos manuscritos fue despojado en 1571 y 1577 por las
autoridades eclesiásticas. Sin embargo, una copia pudo ser
salvada, aunque le faltasen algunas páginas. El trabajo de
investigación resulta tan exacto, que los grandes mexicanistas,
hasta los más exigentes, no le han podido criticar, si acaso
alguno se ha atrevido a tacharlo de ingenuo. Algo que no es cierto,
si tenemos en cuenta que el azteca, mientras no estaba en guerra,
era de noble naturaleza. Sólo tenemos que leer algunos pasajes
de esta obra:
El Sol tiene propiedad de resplandecer y alumbrar y de
echar rayos de sí. Es caliente y tuesta. Hace sudar; pone hosco y
loro el cuerpo y la cara de la persona. Hacían fiesta al Sol, una
vez cada año, en el signo que se llamaba nahui ollin y, antes de
la fiesta, ayunaban cuatro días, como vigilia de la fiesta. Y en
esta fiesta del Sol ofrecían incienso, y sangre de las orejas cuatro
veces: una saliendo el Sol, otra al medio día y otra a la hora de
vísperas y cuando se ponía. Y, cuando a la mañana salía, decían:
«Ya comienza el Sol su obra. ¿Qué será? ¿Qué acontecerá en este
día que comienza? Y, a la puesta del Sol, decían: «Acabó su obra,
o su tarea el Sol».
A veces, cuando el Sol, parece de color de sangre: y, a
veces, sale de color enfermizo, por razón de las tinieblas o de las
nubes que se le anteponen.
Cuando se eclipsa el Sol párase colorado, parece que se
desasosiega o se que se turba el Sol, o se remece, o se revuelve y
amarillécese mucho. Cuando esto ve la gente, luego se
alborota y tómales gran temor, y luego las mujeres lloran a
voces y los hombres dan gritos, hiriendo las bocas con las
manos. Y en todas partes se daban grandes voces y alaridos, y
luego buscaban hombres de cabellos blancos y caras blancas, y los
sacrificaban al Sol. Y también sacrificaban cautivos y se untaban
con la sangre de las orejas; y también agujereaban las orejas con
puntas de maguey; y pasaban mimbres, o cosa semejantes, por
los agujeros que las puntas habían hecho. Y luego por todos los
templos cantaban y tañían, haciendo gran ruido. Y decían: «Si

183
del todo se acaba de eclipsar el Sol, / nunca más alumbrará,
ponerse ha perpetuas tinieblas y descenderán los demonios y
vendránnos a comer!»
El estilo literario no puede ser más sencillo, era el que podía
entender el lector normal de la época. La habilidad de Sahagún es
que utiliza las mismas palabras del azteca, para con las
repeticiones para dar la imagen, acaso sin proponérselo, de cómo
era interpretada la realidad por quienes la temían y, a la vez, se
hallaban dispuestos a vivir con la misma. En lo que se refiere a los
sacrificios humanos, se limita a mencionarlos como una acción
más, acaso porque así lo entendían quienes le estaban confiando
sus experiencias.

La herencia de los aztecas

Lo que ha permanecido de la cultura azteca es una


combinación de algunas costumbres del pasado con las enseñanzas
de los frailes del siglo XVI. Pero no hay duda de que las
características esenciales de la raza han persistido, debido a que
el conquistador español practicó el mestizaje, nunca aisló al
indígena en «reservas». Este mérito se debe atribuir, en una gran
parte, a la imposición de la Iglesia y, además, a la sangre caliente
de los latinos. Con el simple hecho de recorrer las calles de la
capital mexicana, es posible encontrar las huellas de los aztecas en
los rostros, la corpulencia y las maneras de moverse de muchos
hombres y mujeres.
. Si queremos ponernos trágicos, sólo hemos de reconocer
una verdad indiscutible: el indígena mexicano ha llevado, en
esencia, el peso de toda la prosperidad de su país, sin que haya
obtenido la recompensa que se merecía. Es verdad que fueron
indígenas Benito Juárez, el gran libertador del país, el alma de la
independencia. También formaron parte de esta raza Zapata, Villa
y Díaz, al que se considera el más grande de los dictadores.
Además, llevaba sangre azteca en sus venas el presidente Lázaro
Cárdenas, que se entregó a una empresa sobrehumana para liberar
de la esclavitud a los indígenas.
Vaillant aporta más datos: La artesanía de México es pro-
ducto de las manos indígenas. Humildes artesanos se han
transmitido, de generación en generación, el amor al pasado y a

184
sus tradiciones. Este fondo, como el de la estructura social del
pueblo, quedó ilustrado en el Renacimiento Mexicano, cuando,
durante la Revolución, pintores del país, como Orozco, Rivera y
Goitia, entre otros, y extranjeros como Charlot, se dieron cuenta
del trasfondo nativo americano de México. Nada tiene que ver que
el arte mexicano sea técnicamente una derivación del europeo.
Social y emocionalmente hablando, es uno de los cuatro artes
nacionales verdaderos que existen en el mundo en la actualidad.

Algunos enigmas persisten

Creemos haber explicado muchos enigmas relacionados con


los aztecas; sin embargo, quedan algunos otros. Nos referimos a
los de corte sobrenatural, como el relacionado con el poder
adivinatorio de los sacerdotes-astrólogos. Cuando el propio
Moctezuma estaba convencido de que se hallaba ante su final,
como no le tenemos por loco, hemos de creer que había vivido
experiencias anteriores que le permitían creer, sin ningún
margen de dudas, que los presagios eran ciertos.
Si este tema lo trasladamos al mundo occidental, podemos
comprobar que hasta los mismos Papas de la Edad Media o de
comienzos del siglo XVI dudaban, aunque eran los máximos
representantes de una religión que, de acuerdo a sus escritos, no
admitía ninguna discusión a la hora de considerarla la
verdadera. Ninguno de ellos observo la disciplina moral, de
acuerdo con los principios de cada país, que el «rey» azteca.
Otro de los enigmas sin posibilidades de aclarar es el origen
mismo de este pueblo, como el de todos los que han venido
ocupando el continente americano, debido a la cantidad de
hipótesis que se barajan. Unos hablan de los supervivientes de la
Atlántida, hasta el punto de apoyarse en Platón, el cual escribió
unas líneas que parecen indicar que el mismo continente
americano era la Atlántida. Al mismo tiempo, otros historiadores
han querido demostrar que Egipto, Babilonia y todas las
civilizaciones que construyeron pirámides mantuvieron contacto
con las regiones preamericanas. También hay quien habla de los
gigantes, pero desplazando la edad del mundo muchos millones

185
de años atrás de lo que consideran los geólogos actuales.
Podríamos hablar de los extraterrestres o de supervivientes de un
Venus que estaba a punto de sucumbir...
Creemos que lo importante es examinar el tema azteca
como un proceso cíclico, que se ha dado en muchas civilizaciones
anteriores y posteriores, la misma España lo ha sufrido —aunque
no haya desaparecido como nación, lo que es evidente—. Nos
referimos a la creación de un imperio, el más poderoso de su
entorno geográfico, y su desaparición posterior por una u otra
causa.
Pero lo azteca se ha vivido en México. Los candidatos a la
presidencia actuales llevan con orgullo nombres que recuerdan a
los antiguos héroes, se celebran numerosas fiestas conmemorando
el pasado, algunos templos han sido reparados, toda la nación se
siente orgullosa de ser heredera de los «Hijos del Sol» y son
muchos los museos y universidades que dedican un gran número
de salas, como cátedras y bibliotecas al mismo tema. Pero el
amor no es sólo teórico o emocional, forma parte de las raíces más
firmes de la nación.
A pesar de esto, siempre queda algo más que realizar. Las
técnicas de investigación van progresando, lo que permite que a
los hallazgos de ayer se puedan aportar nuevas informaciones, que
enriquecen la Historia. Es posible que algún día se pueda conocer
todo lo que sucedió en aquellos años fascinantes; y los enigmas,
hasta los más sobrenaturales, queden completamente despejados
de sombras. Lógicamente, esto es una utopía; pero, ¿no se da
forma a los grandes acontecimientos con sueños que parecían
imposibles?

186
BIBLIOGRAFÍA

Aguilar, Francisco: Relación breve de la conquista de la Nueva


España
Cortés, Hernán: Cartas de relación de la conquista de México
Díaz del Castillo, Bernal: Historia verdadera de la conquista de
la Nueva España
Duran, Diego: Historia de las Indias de Nueva España e islas
de la tierra firme (2 volúmenes)
Gruzinski, Serge: El destino truncado del imperio azteca
Hagen, Víctor W. von: Los aztecas. Hombre y tribu
Hagen, Víctor W. von: Los aztecas
Johansson, Patrick: La palabra de los aztecas
López de Gomara, Francisco: Historia de la conquista de Méjico
Madariaga, Salvador de: Hernán Cortés
Prescott, William H.: Historia de la conquista de Méjico
Rojas, José Luis: Los aztecas. Entre el dios de la lluvia y la
guerra
Sahagún, Bernardino de: Historia General de las cosas de la
Nueva España (3 volúmenes)
Solis, Antonio: Historia de la conquista de Méjico
Soustelle, Jacques: Los aztecas
Soustelle, Jacques: La vida de los aztecas en vísperas de la
conquista Tapia, Andrés de: Relación sobre la conquista de
México.
Vaillant, George C: La civilización azteca. Origen, grandeza y
decadencia
Vázquez; Germán: Moctezuma

187
ÍNDICE
Pags
.

INTRODUCCIÓN................................ 5
Un fascinante testimonio......................... 5
¿Qué enigmas rodean a los aztecas?........ 9
La vida normal de los aztecas.................. 10
Las pirámides y la astronomía................ 11
El dios Quetzalcóatl................................ 12
Un frívolo testimonio.............................. 13
Nuestras intenciones................................ 15

C a pí tul o I. -L O S A NT E PA SA D O S DE L O S
AZTECAS............................................. 17
¿Cuándo vinieron de Asia?..................... 17
La agricultura unida a la civilización...... 18
Más allá de la «norma»........................... 19
Un razonamiento más sensato................. 20
El nacimiento de Tiahuanaco.................. 22
Los misteriosos olmecas.......................... 24
Los legendarios mayas............................ 24
Otras grandes civilizaciones.................... 25
«Las Siete Cuevas»................................. 28

Capítulo II.-LA FORMACIÓN DEL PUEBLO


AZTECA................................................ 29
«Los que no tenían nada»....................... 29
La hermosa princesa despellejada .......... 30
México-Tenochtitlán, la isla que fue su capital 31
La Triple Alianza.................................... 33
Moctezuma I, el Iracundo....................... 35
Nezahualcóyotl, el monarca de Texcoco. 35
El infortunado Moctezuma II.................. 37
La llegada de los hombres blancos......... 38

188
Pags
.

Capítulo I1I.-LA FAMILIA DE LOS


GUERREROSAGRICULTORES 41
«Los que sufrían».................................... 41
Las nada frágiles mujeres ....................... 42
Un muy singular matrimonio.................. 43
Derechos y obligaciones matrimoniales . 44
Los adúlteros eran reos de muerte .......... 45
La gran responsabilidad de los hijos....... 47
El duro entrenamiento de los jóvenes..... 48
La maestría de los artesanos.................... 50

Capítulo IV.-EL LENGUAJE Y LA LITERATURA...51


La fuerza del náhuatl............................... 51
El amor a la lengua................................. 52
El papel era un objeto de tributo.............. 53
Escribieron muchos miles de libros......... 54
El papel era sagrado................................ 55
Se quedaron en la pictografía.................. 56
Un apoyo para la memoria...................... 57
El resurgir de una cultura exuberante .... 58
Los cantos religiosos............................... 59

Capítulo V.-LA EXISTENCIA ENTRE EL DÍA


Y LA NOCHE 61
La medición del tiempo .......................... 61
El despertar del azteca ............................ 62
La intensa vida nocturna......................... 64
El nacimiento de un hijo......................... 65
La importancia del trabajo bien hecho ... 66
El Consejo central................................... 68
El bullicioso mercado ............................ 69
El comercio era sagrado.......................... 71
El mayor centro de atracción mundial.... 72
El trueque................................................ 73

189
Pags.

Capítulo VI.-LAS GRANDES FIESTAS 75


Vivían para la fiesta................................ 75
Meses de sangre, danzas y alegría........... 76
Meses de flores, sacrificios masivos y guerra 77
Meses de borracheras, de castidad y de fríos 78
Fiestas lastradas por la preocupación...... 80
La ceremonia en honor de Tezcatlipoca . 80
Los sacrificios humanos.......................... 81

Capítulo VII.-JUEGOS QUE PODÍAN


SER MORTALES 85
La pasión del juego................................. 85
El «brutal» y deportivo juego de la pelota 85
El juego de los frijoles............................. 88
El juego sagrado del perdedor fijo.......... 89
La caza.................................................... 91
«Los pájaros voladores».......................... 92

Capítulo VIII.-CALENDARIO, DIOSES,


NUMERACIÓN Y HORÓSCOPO .... 95
El calendario mágico y sagrado............... 95
Un dios para cada día.............................. 98
Los libros de referencias......................... 98
¿Porqué 52 años?.................................... 99
El tiempo era algo emocional.................. 101
Los cinco días nefastos............................ 101
Una numeración muy sencilla................. 102
Atados al Horóscopo............................... 103
Apariciones e infinidad de presagios....... 105
El ave que predijo la conquista............... 107

Capítulo IX.-RELIGIÓN Y MEDICINA 109


La sangre era la bebida de los dioses....... 109
Dios aproximado al hombre ................... 110
La concepción del mundo....................... 111
El mundo inferior.................................... 112

190
Pags.

Los dioses domésticos............................. 114


El Mago Colibrí...................................... 114
Veinte mil corazones............................... 115
Los imprescindibles sacerdotes............... 116
Las castas sacerdotales ........................... 117
Las plantas medicinales.......................... 118
La parafernalia del sacerdote-médico..... 119
Todas las enfermedades podían ser curadas 120
Otros singulares remedios....................... 122
Sencillos remedios para grandes males. . . 123
Felipe II envió a por esos prodigios........ 125

Capítulo X.-¿ERA LA MUERTE UN CAMINO A


LO MEJOR? 127
Importan los demás................................. 127
La preparación del cadáver..................... 128
Los muertos eran vivos........................... 129
«No creemos, ¡tememos»........................ 130

Capítulo XI.-LA GUERRA ERA EL «TODO» 133


La guerra siempre sagrada....................... 133
El Señor de la Guerra.............................. 135
La guerra debía ser muy corta................. 136
Se debía matar al jefe supremo................ 138
La paz más humillante............................ 140

Capítulo XII.-EL GRAN MOCTEZUMA 141


«El Que Habla»....................................... 141
La imagen de Moctezuma y su entorno... 141
El sendero que le convirtió en semidiós. . 143
El adiestramiento de un Monarca............ 145
Una gran cacería de prisioneros.............. 146
La familia de Moctezuma....................... 147
¡De repente, el mundo azteca se convulsionó! 148

191
Pags

Capítulo XIII.-LOS GRANDES ENIGMAS


QUE DERRUMBARON UN IMPERIO .. 151
Las causas de una aniquilación............... 151
Los españoles llegaron en el momento crucial 152
Recordemos otros portentos.................... 154
Cuando se descubrió que no eran dioses. 156
Cortés nunca fue un huésped.................. 157
El «absurdo» comportamiento de los aztecas 158
La muerte de Moctezuma........................ 159
La decisiva batalla de Otumba................ 161
La hábil estrategia de Cortés .................. 162
Así se derrumbó la última esperanza....... 163
El significado de la derrota de los aztecas 164

Capítulo XIV.-MISTERIOS QUE HAN DE


SER DESNUDADOS 167
Lo que pudo contar un azteca.................. 167
Volvamos con los toltecas........................ 170
¡El Gran misterio!.................................... 172
Nadie puede desenterrar un sueño perdido 174
Una visión sobre las sacrificios humanos 176

Capítulo XV.-¿QUÉ HA SIDO DE LOS


AZTECAS? 179
Un gran depósito arqueológico................ 179
Por fortuna no todo se perdió ................. 179
Esos frailes sublimes .............................. 181
El gran Bernardino de Sahagún............... 182
La herencia de los aztecas....................... 184
Algunas enigmas persisten...................... 185

BIBLIOGRAFÍA................................... 187

192

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