Español Lecturas 5to Grado Plan 93
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Portada
Indice
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Portada
ISBN 968-29-0756-X
Impreso en México
DistriBUción
gratUita- PrOhiBida sU Venta
Introducción
Este libro se hizo para ti, para que al leerlo,
encuentres alguna cosa bella que te
emocione, y te haga sentir como que una
chispita empieza a alumbrar dentro de ti,
y va convirtiendo la lectura en algo
tuyo, como que tú la escribiste, o podrías
haberla escrito. Los maestros
escogieron cuidadosamente las lecturas; una por una
las revisaron, no fuera a
deslizarse en ellas algo inadecuado para tu edad o
comprensión; los escritores
pusieron tu lenguaje en poemas y cuentos; los
dibujantes buscaron los colores
más hermosos para ilustrarlo. Ya en la imprenta se
cuidó que las letras fueran
de un tamaño conveniente, para que pudieras leer con
facilidad, y luego se
encuadernó con limpieza hasta ofrecértelo como un regalo.
Armida de la Vara
Un sueño de palabras
Tecayehuatzin
(traducción de Ángel María Garibay K.)
El Principito y el zorro
Antoine de Saint-Exupéry
(fragmento)
Canción de mayo
En las mañanicas
del mes de mayo,
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
En las mañanicas,
como son frescas,
cubren ruiseñores
las alamedas.
Ríense las fuentes,
tirando perlas
a las florecitas
que están más cerca.
Vístense las plantas
de varias sedas,
que sacar colores
poco les cuesta.
Los campos alegran
tapetes varios;
cantan los ruiseñores,
retumba el campo.
Lope de Vega
El sol
Los nahuas hacían fiesta al sol una vez cada año en el signo que se
llama “nahui ollin" y antes de la fiesta ayunaban cuatro días, y en la
fiesta del sol ofrecían incienso y sangre de las orejas cuatro veces, una
en saliendo el sol, otra al mediodía y otra a la hora de vísperas y cuando
se ponía.
—Miren a ese tonto, que por hartarse de pasteles deja que le saquen
una muela.
Juan de Timoneda
¿Qué será, que será?
Las adivinanzas
juegan
al "¿qué será?"
sólo el que no se duerma
adivinará.
La colibrí era tan pobre que no se podía casar, por eso día y noche
lloraba su mala suerte.
Leyenda yucateca
(versión de Ermilo Abreu Gómez)
La cabra
Óscar Castro
Hércules y el león
Hace mucho tiempo, en una región llamada Nemea, existió un león muy
feroz. Otros animales huían al verle, y todos los habitantes de los
asombro al descubrir que lo mismo sucedía con las demás flechas que le
disparaba.
El rey sonrió.
Cuento árabe
(adaptación de Armida de la Vara)
La Luna en casa
matar a un zorro ágil, listo, y sin vocación para el martirio, no era fácil.
El tigre se daba cuenta de que tendría que ser más listo que el zorro
para poderlo atrapar, y para eso le habló al buitre. Los dos estuvieron
Otro día por la tarde el tigre se dejó caer en un claro del bosque, y
levantó sus patas al cielo, como si estuviera muerto. Enseguida se vio al
buitre que volaba en círculos cada vez más bajos alrededor del tigre,
contrario, llegó con cautela, sin apuros de ninguna clase. Abrió mucho
los ojos y desde lejos pudo ver el cadáver de su enemigo; cuando se
acercó más, estiró su agudo hocico y empezó a olfatear.
—Acércate más, verás que está bien muerto— le dijo el buitre, parado
sobre la cabeza del caído.
El zorro no dijo nada y continuó olfateando. Por fin dijo con mucha
desconfianza:
—Mi vista me dice que está muerto, pero mi olfato me avisa que huele
a vivo, y como yo tengo mejor olfato que vista, pues...
Y sin dar tiempo a nada el zorro dio media vuelta y echó a correr. El
tigre, enojadísimo, lanzó un rugido y salió de estampida tras él, pero el
Ernesto Morales
¿Quién pinta?
Una hermosa ninfa de las aguas llamada Clitia, se enamoró del sol
cuando lo vio caminando por la extensión de los cielos. Ella vivía sólo
para mirar su resplandeciente luz. Al tocar su piel el calor del sol, la
ninfa pensaba que le enviaba una caricia, y eso la hacía sentirse feliz.
brillantes. Esperó que el sol bajara a acariciarla, pero después del ocaso,
cuando todo lo cubría la noche, el sol no volvió. Después de nueve días
de estar esperando en vano, lloró mucho porque se acababa su
esperanza: nueve días y noches permaneció cubierta de lágrimas y
desde entonces el rocío apareció; pues al principio el rocío no nació para
refrescar las flores, brotó de la tristeza.
—¿Qué haremos ahora con la ninfa Clitia? —se preguntaron los dioses
en el Olimpo.
—Haremos de ella una flor que cuide siempre el paso del sol, con
Carlos Montemayor
Amanecer
Nicolás Guillén
(fragmento)
Luna y agua
Alejandro Casona
Poema de Quetzalcóatl
Bernardino de Sahagún
Estío
Juana de Ibarbourou
Pipa llega a su casita de campo
Pipa no tenía ni padre ni madre, pero no crean que siempre fue así.
Hubo un tiempo en que Pipa tenía un padre al que quería mucho.
También, naturalmente, había tenido una madre que murió cuando Pipa
era muy chiquita. Ahora la niña pensaba que su madre estaba allá
arriba, en un lugar del cielo. Por eso Pipa miraba hacia arriba de cuando
en cuando para saludar a su madre, y le decía:
—Mi padre anda todo el día con una corona de oro en la cabeza —decía
Pipa—. Y con seguridad está construyendo un barco para venir por mí, y
tierra. Pipa era una niña muy, muy fuerte, más fuerte que el más fuerte
policía del mundo; con decirles que cuando quería podía levantar un
caballo, está dicho todo. Y a veces quería.
Porque… ¿no les he contado cómo era Pipa? Pues verán: tenía el
cabello color zanahoria recogido en dos trenzas levantadas, como palos.
Su nariz parecía una papita llena de pecas. Su boca era grande y tenía
unos dientes blancos, blancos. Su vestido era único. Ella se lo había
confeccionado con una tela que había sido azul, pero como no le
alcanzó, le añadió aquí y allá trozos rojos. En sus piernas, largas y
delgadas, llevaba unas medias también largas, una de color negro y la
otra de color café. Traía siempre unos zapatotes donde sus pies
nadaban. Su padre se los había comprado en América del Sur, y Pipa no
quería usar otros. Para colmo, siempre llevaba a su monito en un
hombro, eso sí, muy bien vestido con pantalones, chaqueta y un
sombrero de paja.
Ese día Tomás y Anita estaban frente a su casa cuando Pipa salió de la
suya y caminó por la banqueta con un pie en el borde y el otro abajo.
—¿Que por qué ando de espaldas? Estamos en un país libre, ¿no? Pues
entonces puedo andar como me dé la gana. Yo he recorrido todo el
mundo y he visto cosas mucho más importantes que andar de espaldas.
No sé qué habrías dicho si me hubieras visto andar con las manos, que
es como anda toda la gente de Indochina.
dijo tristemente Pipa. Pero no se puede pedir a una niña cuya madre es
un ángel y cuyo padre es el rey de los caníbales que diga siempre la
verdad, ¿no les parece? Y a propósito, en el Congo Belga no hay una sola
persona que diga la verdad. Allí la gente se pasa el día entero, de la
mañana a la noche, diciendo mentiras, y nadie se escandaliza. Por eso
de vez en cuando digo alguna mentira. Pero podemos ser amigos a
pesar de todo, ¿verdad?
—¡Claro que sí!— dijo Tomás comprendiendo de pronto que aquel día
Astrid Lindgren
Bailecito de bodas
Por el totoral,
bailan las totoras
del ceremonial.
Al tuturuleo
que las totorea,
baila el benteveo
con su bentevea.
¿Quién vio al picofeo
tan pavo real,
entre las totoras,
por el totoral?
Clavel ni alhelí,
nunca al rondaflor
vieron tan señor
como el benteví.
Cola color sí,
color no, al ojal,
entre las totoras,
por el totoral.
Benteveo, bien
al tuturulú,
chicoleas tú
con tu ten con ten.
¿Quién picará a quién,
al punto final,
entre las totoras,
por el totoral?
Por el totoral,
bailan las totoras
del matrimonial.
Rafael Alberti
La feria de Zapotlán
La feria de Zapotlán se hizo famosa por todo este rumbo. Como que no
hay otra igual. Nadie se arrepiente cuando viene a pasar esos días con
Rafael Alberti
El mito del diluvio
Leyenda tolteca
(adaptación de Estefanía Castañeda)
Naranjas
Un mago de la India pasaba cierta hermosa tarde por la orilla del río
Ganges, el gran río sagrado de los brahmanistas y budistas.
pico.
exclamó:
—El sol —dijo—, es el ser más poderoso del universo. Es la luz del
—Con gusto me casaría con la joven, pues es muy bonita, pero no soy
el más poderoso. ¿Cómo puedo serlo, si una nube ligera puede
eclipsarme y dejarme en la sombra?
—Con mucho gusto lo haría, pues es muy bonita; mas tampoco soy el
ser más poderoso del mundo. El viento me arrastra y me lleva de un
lado a otro, sin que yo pueda resistir a su voluntad.
madriguera a mis pies es más fuerte que yo, puesto que no puedo
impedirle que roa mis entrañas para hacer en ellas su vivienda.
El mago se maravilló del resultado de su búsqueda; pero luego
comprendió que cada ser tiene una fuerza superior, que es la fuerza de
su propia naturaleza. Entonces devolvió a la joven su condición natural,
y como vio que era un ratoncito hembra, llamó al ratón que había
labrado su casa en la montaña, para que ambos formaran un
matrimonio feliz, que al fin y al cabo era lo que él deseaba.
Cuento hindú
(versión de Carlos H. Magis)
La felicidad
¡Mira la amapola
por el verdeazul!
Y la nube buena
redonda de luz.
¡Mira el chopo alegre
en el verdeazul!
Y el mirlo feliz
con toda la luz.
¡Mira el alma nueva
entre el verdeazul!
Una tarde regresó tan cansado del trabajo que se durmió debajo de
caudalosos, peleó con fieras que lo atacaron. Al fin llegó a Isfajan, pero
tan cansado estaba que no pudo entrar a la ciudad y se acostó a dormir
en el patio de un templo a Mahoma, que allá se llaman mezquitas. Junto
a esa mezquita había una casa grande y lujosa, y tocó la casualidad que
esa misma noche, mientras el hombre de El Cairo dormía
profundamente, una pandilla de ladrones atravesó el patio de la
mezquita y se metió en la casa para robarla. Despertaron los dueños y
pidieron socorro a gritos; despertaron los vecinos y también gritaron,
mientras que los ladrones huían por las azoteas. Cuando el jefe de los
vigilantes llegó, hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el
hombre de El Cairo y lo llevaron a la cárcel. El juez lo hizo comparecer y
le dijo:
El hombre declaró:
Magrebí.
El juez le preguntó:
—Hombre desatinado —le dijo—, tres veces he soñado con una casa en
bendijo y lo premió.
Cuento árabe
Consejos a Giang, mi hermana menor
Los niños vivían... ¿cómo creen que vivirían los niños?... pues
juntos
en unas casitas hechas a su medida. No como en las casas de los
mayores,
donde las mesas son demasiado altas y los pies cuelgan al
sentarse, donde no
alcanzan las cosas del armario.
No; eran unas casitas hechas expresamente para los niños, con
todas
las cosas que a los niños les gusta juntar: botecitos y cajas, pedazos de
madera, mecates, piedritas, pinceles y papeles de colores... ¡en fin! ...
eso
lo saben mejor ustedes que yo.
Cada tarde, cuando los papás regresaban del trabajo, los niños
iban a
jugar con ellos sobre la hierba, delante de las casas. Allí jugaban a la
pelota, elevaban papalotes, miraban libros...
Por la noche, mientras los niños dormían, los padres y los niños
mayores se reunían para decidir lo que harían otro día: sembrar trigo,
cortar
naranjas sin golpearlas, plantar papas, vacunar a las gallinas, dar
de comer a
los puercos, ordeñar.
Cada año escogían al que mejor sabía clavar y pulir madera para
carpintero; al que hacía las paredes más derechitas, para albañil; al que
más
pronto destapaba un caño, para plomero, y para maestros a los que
sabían más
cuentos. Por último, también escogían a un secretario para
no dejar a los niños
jugar y gritar frente a la casa de un enfermo; para
hacer que en las reuniones
hablara un niño después de otro y no todos a
la vez; para que hubiera bastantes
casas para todos, y cosas así.
Marta Mata
(adaptación de Armida de la Vara)
María del Carmen
Mariquita, María,
María del Carmen,
préstame tu peineta
para peinarme.
A la mar fui por naranjas,
cosa que la mar no tiene;
el que vive en la esperanza,
la esperanza lo mantiene.
Mariquita, María,
María del Carmen,
préstame tu peineta
para peinarme.
Voy a echar la despedida,
la que echó San Pedro en Roma:
entre tantos gavilanes,
¡quién te comerá, paloma!
Mariquita, María,
María del Carmen,
préstame tu peineta
para peinarme.
con una caja sellada que contenía todos los males. La recibió un
hermano de Prometeo, la abrió impacientemente, y las calamidades
salieron volando de la caja y se esparcieron por todo el mundo.
calor; los metales derretidos fueron trabajados, y así nacieron desde las
Mito griego
La cometa
Agustín Yáñez
(fragmento)
Jirafa
Ciempiés
El tren que camina al revés
Pero ¿por qué las gentes que van en el tren están tan
tranquilas? ¿No
se han dado cuenta? 0 quizá eres tú el que anda equivocado. A
lo mejor
el tren está yendo hacia adelante. No, porque tú sientes clarísimo que
camina hacia atrás...
El padre
La hija (o don Martín)
La madre
El príncipe
La reina
El rey
Un narrador
El padre:
—Pregonadas son las guerras
de Francia con Aragón,
¡cómo las haré yo, triste,
viejo, cano y pecador!
¡Oh maldita suerte mía,
yo te echo mi maldición:
que me diste siete hijas,
y no me diste un varón!
Un narrador:
—Ahí habló la más chiquita,
en razones la mayor:
La hija:
—No maldigáis a la suerte,
que a la guerra iré por vos;
me daréis las vuestras armas,
vuestro caballo trotón.
El padre:
—Conoceránte en los ojos,
hija, que muy bellos son.
La hija:
—Yo los bajaré a la tierra
cuando pase algún varón.
El padre:
—Conoceránte en los pies,
que muy menuditos son.
La hija:
—Pondréme las vuestras botas,
bien rellenas de algodón.
El padre:
—Conoceránte en los pechos,
que asoman bajo el jubón.
La hija:
—Yo los apretaré, padre,
al par de mi corazón.
El padre:
—Tienes las manos muy blancas,
hija, no son de varón.
La hija:
—Yo les quitaré los guantes,
para que las queme el sol.
Un narrador:
—Al despedirse de todos,
se le olvida lo mejor:
La hija:
—¿Cómo me he de llamar, padre,
cómo me he de llamar yo?
El padre:
—Don Martinos, hija mía,
que es como me llamo yo.
Un narrador:
—Dos años anduvo en guerra,
y nadie la conoció,
si no fue el hijo del rey,
que de ella se enamoró.
El príncipe:
—Herido vengo, mi madre,
de amores me muero yo,
los ojos de don Martín
son de mujer, de hombre no.
La reina:
—Convídalo tú, mi hijo,
a las tiendas a comprar;
si don Martín es mujer,
corales querrá llevar.
Un narrador:
—Don Martín, como entendido,
a mirar las armas va.
Don Martín:
—¡Qué rico puñal es éste
para con moros pelear!
El príncipe:
—Herido vengo, mi madre,
amores me han de matar;
los ojos de don Martín
roban el alma al mirar.
La reina:
—Llevaráslo tú, hijo mío,
a la huerta a descansar;
si don Martín es mujer,
a los almendros irá.
Un narrador:
—Don Martín no ve las flores,
una vara va a cortar.
Don Martín:
—¡Oh, qué varita de fresno
para el caballo arrear!
El príncipe:
—Herido vengo, mi madre,
amores me han de matar;
los ojos de don Martín
nunca los puedo olvidar.
La reina:
—Convídalo tú, mi hijo,
a los baños a nadar;
si el caballero no es hombre,
se tendrá que acobardar.
Un narrador:
—Todos se están desnudando,
don Martín muy triste está.
Don Martín:
—Cartas me fueron venidas,
cartas de grande pesar,
que se halla el conde mi padre
El rey:
—Don Martín, esa licencia
no te la quiero negar.
Un narrador:
—Ensilla el caballo blanco,
de un salto se va a montar,
por unas vegas arriba
corre como un gavilán.
La hija:
—¡Adiós, adiós, el buen rey,
y tu palacio real!,
que dos años te serví
como doncella leal,
y otros tantos te sirviera,
si no fuera al desnudar.
Un narrador:
—Óyela el hijo del rey
de altas torres donde está,
revienta siete caballos
para poderla alcanzar.
La hija:
—¡Corre, corre, hijo del rey,
que no me habrás de alcanzar
hasta en casa de mi padre,
si quieres irme a buscar!...
Campanitas de mi iglesia,
ya os oigo repicar;
puentecito de mi pueblo,
ahora te vuelvo a pasar.
¡Abra las puertas, mi padre,
ábralas de par en par!
¡Madre, sáqueme la rueca,
que traigo ganas de hilar,
que las armas y el caballo
bien los supe manejar!
La madre:
—¡Abre las puertas, Martinos,
y no te pongas a hilar!
Ya están aquí tus amores,
los que te van a llevar.
El ciruelo y el río
Hacía tiempo que se conocían, pero nunca habían platicado; quizás por
timidez o quizás porque desde que tenían memoria habían estado
juntos.
Una tarde de verano, más alegre y luminosa que otras, el río sintió de
pronto ganas de hablarle y, al pasar junto al ciruelo, le dijo:
—Aunque me ves todos los días, no sé si sabes quién soy. Yo soy el río.
Vengo desde la montaña, en donde nací como un hilito y después fui
eres más feliz que yo, que no recuerdo ni cuándo ni cómo nací.
Sospecho que algún chiquillo goloso al pasar por aquí dejó caer en la
tierra húmeda de tus orillas el hueso de la ciruela que se había comido;
pero no puedo asegurarlo. Lo peor es que debo estarme siempre quieto
y, para colmo, medio adormecido durante el invierno. Por suerte,
cuando en febrero el sol empieza a entibiar el aire, comienzo a sentir un
dulce cosquilleo en todo mi cuerpo. Ya lo conozco y sé que pronto
renacerán las flores en mis ramas dormidas, que luego me llenaré de
hojas y que después empezarán a crecer mis ciruelas en pequeños
racimos, verdes, al principio, y después, de un alegre rojo brillante. Es
entonces cuando todo el mundo se acuerda de mí, pero únicamente para
arrancar mis frutas y seguir tranquilamente su camino.
he visto, más de una vez, que algunos chiquillos vienen a jugar a tu lado
o a sentarse bajo tu sombra. Seguramente piensan como yo: que en
todas nuestras andanzas no hemos visto otro árbol más generoso y
bello. ¡Sobre todo cuando estás cubierto de puras flores, en primavera,
o cuando brilla entre tus hojas verdes y oscuras el rojo violáceo de las
ciruelas maduras!
—Si lo que dices es cierto, todo eso te lo debo a ti. Sé que sin tu ayuda
no serían tan abundantes mis flores, ni mi follaje tan verde y espeso, ni
serían mis hijas tan dulces, frescas y hermosas. Y ahora que somos
Cuento japonés
(versión de Carlos H. Magis)
Tiene la Tarara
Tiene la Tarara
un jardín con flores
y me da, si quiero,
siempre las mejores
La Tarara, sí,
la Tarara, no,
la Tarara, madre,
que la quiero yo.
Tiene la Tarara
un dedito malo,
que curar no puede
ningún cirujano.
La Tarara, sí,
la Tarara, no,
la Tarara, madre,
que la quiero yo.
Tiene la Tarara
un cesto de frutas,
y me da, si quiero,
de las más maduras.
La Tarara, sí,
la Tarara, no,
la Tarara, madre,
que la quiero yo.
Canción popular
Los hijos del sol
En la región de los Andes peruanos, cerca del valle del Cuzco, hay una
colina llamada Tampu-Tocco, que en lengua quechua —la lengua
hablada por los pueblos muy antiguos de la zona Tihuanaco— quiere
decir “Posada con nicho".
Cuenta una antigua leyendo india que en esta colina había tres
De la cueva central salieron los hijos del Sol: Manco-Cápac, sus tres
hermanos, Cachi, Ucho, Auca, y sus cinco hermanas. De las cuevas
laterales salieron los diez jefes de los primeros clanes con su gente.
valles ya habitados por otras tribus con las que trabaron amistad y
Carlos Pellicer
(fragmento)
Tríptico
Hidalgo
Desde niño fue Hidalgo de la raza buena. Muy temprano leyó libros
donde se explicaba el derecho que tiene el hombre a ser honrado y a
Todos decían que hablaba muy bien y que sabía mucho el cura de
Dolores. Decían que iba a la ciudad de Querétaro una que otra vez, a
hablar con un grupo de valientes y con el marido de una buena
señora. Un traidor le dijo a un comandante español que los amigos de
Querétaro trataban de hacer a México libre.
El cura montó a caballo, y lo siguió todo su pueblo que lo quería
como a su corazón. Se le fueron juntando los caporales y los
Declaró libres a los negros y les devolvió sus tierras a los indios; él
estuvo su gobierno.
José Martí
(fragmento)
Bolívar
Fue un hombre verdaderamente extraordinario. Vivió entre llamas y lo
era.
Como los montes, era él ancho en la base, con las raíces en el mundo,
y por la cumbre, enhiesto y afilado, como para penetrar mejor en el cielo
rebelde.
campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hoy, ¡porque
Bolívar tiene qué hacer en América todavía!
Gabriela Mistral
(fragmento)
San Martín
San Martín fue el libertador del sur, el padre de la República Argentina,
el padre de Chile. Sus padres eran españoles y a él lo mandaron a
España para que fuera militar del rey.
Ésos son héroes: los que pelean para hacer pueblos libres, a los que
padecen pobreza y desgracia por defender una gran verdad.
José Martí
(fragmento)
El alba
El paisaje marino
en pesados colores se dibuja.
Duermen las cosas. Al salir, el alba
parece sobre el mar una burbuja.
Y la vida es apenas
un milagroso reposar de barcas
en la blanda quietud de las arenas.
José Gorostiza
El destierro del Cid
Sancho el Fuerte era muy querido de sus vasallos, y más lo era del Cid
Campeador, llamado Rodrigo Díaz de Vivar.
Así sale el Cid de las tierras de Vivar, y se encamina hacia Burgos. Mira
hacia atrás y sus ojos se llenan de lágrimas. Queda su casa con las
puertas abiertas, vacía y triste.
Cuando atraviesa la ciudad de Burgos lleva sesenta caballeros con él,
cada uno con su pendón. Niños, hombres y mujeres se asoman a las
ventanas para verlo pasar, y dicen por lo bajo: "Qué buen vasallo sería
si tuviera buen señor." De buena gana lo invitarían a pasar para que
descansara un poco; le darían agua y pan, y le prepararían una buena
cama. Pero el rey lo ha prohibido con penas muy severas.
Alejandro Casona
(adaptación de Armida de la Vara)
Oda del albañil tranquilo
El albañil
dispuso
los ladrillos.
Mezcló la cal, trabajó
con arena.
Sin prisa, sin palabras,
hizo sus movimientos
alzando la escalera,
nivelando
el cemento.
Hombros redondos, cejas
sobre unos ojos
serios.
Pausado iba y venía
en su trabajo
y de su mano
la materia
crecía.
La cal cubrió los muros,
una columna
elevó su linaje,
los techos
impidieron la furia
del sol exasperado.
Pablo Neruda
Cristóbal Colón
viejo mapa, que demostraba que la tierra era redonda. Y decía: "Si parto
en línea recta de una playa del occidente de Europa y navego hacia el
poniente, podría llegar al Asia mucho más rápido que los portugueses,
que contornean el África, navegando hacia el Sur y luego hacia el Este.
Más sencillo sería dirigirse al Oeste desde Lisboa. ¿Por qué no
intentarlo?"
entrevista con el rey don Juan de Portugal. Tampoco tuvo mucha suerte
con el rey. También don Juan dudaba.
—¿Cómo puedes estar tan seguro de que Asia está cerca y al otro lado
del Atlántico? —le decía.
Tierra es redonda, a fuerza tienen que existir tierras al otro lado del
—Quizá tu idea sea buena… —dijo el rey— quizá no. Reuniré a los
Pero después que los sabios oyeron las proposiciones de Colón dijeron
que eso no era posible, que estaba loco si trataba de cruzar el Atlántico
en dirección contraria a la acostumbrada.
Colón salió del palacio muy desanimado, pero pensando que todavía
pensó que esa idea no estaba del todo mal, y la reina fue de la misma
opinión. Pero ¿cómo podrían los reyes ocuparse en equipar una
expedición cuando la guerra contra los moros no les dejaba tiempo ni
dinero para nada?
Francia.
Pero la reina Isabel lo hizo llamar de nuevo. Había algo en aquel loco
proyecto que la fascinaba. Por eso decidió que la expedición se hiciera
patrocinada por los reyes de España. Ella, Isabel, empeñaría sus propias
joyas, si era necesario...
Por primera vez surcaban un mar desconocido, sin divisar tierra por
ninguna parte. El azul de las aguas los rodeaba, y sus carabelas eran
como cáscaras de nuez en medio de la inmensidad. Y los viejos
marineros, hábiles y arriesgados, comenzaron a tener miedo, a hablar
del viento del Este que soplaba sin cesar y que impedía variar el rumbo
del buque; de las serpientes marinas, inmensas y voraces, que se
tragaban las embarcaciones con todo y tripulación; de que quizá no
volverían jamás a España; de que no debieron aventurarse por el mar
con un loco por capitán. A duras penas Colón alcanzaba a apaciguar a
sus marineros, que ya pensaban arrojarlo al mar por la borda del buque.
—De nada sirven los lamentos ahora —les decía—. Vamos en busca del
Los marineros, rezongando, volvían a sus puestos, pero por más que
—¡Tierra! ¡Tierra!
Los marineros pensaron que era un espejismo, pero Colón, con gran
forma, lentamente, una pequeña isla; una fría y blanca playa; altas
palmeras verdes, húmedas por el rocío de la madrugada. Había en ella
calma y un gran silencio. Silenciosos también estaban los marineros
asombrados, silenciosos y en suspenso. Silbó un pájaro oculto entre
unos arbustos, y otros contestaron. Más tarde, algunos hombres de piel
oscura, completamente desnudos, hablando una lengua desconocida,
llegaron a la orilla del mar, asombrados al ver los veleros que la noche
les había ocultado.
Por esa razón los que pretendían contentar al rey estaban muy
asustados, y ya no aparecían por el palacio tantos hombres como al
principio.
Pero como nunca falta un arriesgado, una mañana,
tempranito, llegó un joven
bien parecido y bien dispuesto a heredar el
reino... y la mano de la princesa,
naturalmente. Muchos amigos y
parientes le habían advertido el peligro si
fracasaba, pero este joven
bien parecido, no se dejó impresionar. Tenía tanta
seguridad en sí
mismo, que ni el recuerdo de la hachita filosa lo hizo
desistir.
—Has de saber, ¡oh rey! (no se sabe por qué razón todos
comenzaban
así) que había una vez un tirano que ansiaba llegar a tener las
mayores
riquezas.
Todo lo que la región producía le parecía poco para él. Era un tirano
hija y mi reino, con tal que me dejes en paz y que no vuelvas a proferir
una
sola palabra referente a las langostas y a los granos de trigo.
Cuento popular
(versión de Armida de la Vara)
El agua que está en la alberca
Pedro Salinas
El Principito y yo
tanto, que una vez —tendría entonces unos seis años— quise dibujar una
boa; pero mi dibujo no tuvo el éxito que yo esperaba. Nadie lo entendió
y hasta hubo quien se burló de mis pretensiones de ser pintor. Ante
semejante fracaso decidí hacerme aviador: de ese modo podría viajar a
mi antojo por el mundo y ver con mis propios ojos esos fabulosos
animales. He cumplido este último propósito y he viajado mucho; en mi
vida de explorador no me han faltado emociones ni aventuras. Hoy
quiero contarles la más extraordinaria de todas.
era del todo dueño de mis actos, y traté de complacerlo, pero sólo atiné
a repetir mi dibujo infantil: el de la boa muy panzona porque se había
tragado un elefante, con el cual empezó y terminó mi carrera de pintor.
¡Entonces sí que mi sorpresa no tuvo límites! Al entregarle mi dibujo, el
chiquillo me reprochó:
Así fue como conocí al Principito. ¡Principito, sí! Ese chiquillo que se
me apareció en la situación más angustiosa de mi vida, y del cual
Antoine de Saint-Exupéry
(adaptación de Carlos H. Magis)
Balada amarilla
Pasado este puente nos salió a recibir aquel señor Moctezuma como
con doscientos señores, todos vestidos con ropa muy lujosa a su uso.
Venían en dos procesiones, muy arrimados a las paredes de la calle, que
es muy ancha, hermosa y derecha. El dicho Moctezuma venía por
enmedio de la calle con dos señores, uno a su derecha y otro a su
izquierda, y cuando nos encontramos, yo me bajé y fui a abrazarlo solo,
y aquellos dos señores que con él iban me detuvieron con las manos
para que no lo tocara, y luego los tres hicieron como que iban a besar la
tierra, y entonces el dicho Moctezuma mandó a uno de los que iban con
él que me tomara del brazo, y él con el otro iba un corto trecho delante
de mí.
Y después que él me habló, vinieron también todos los demás a
También dijo que no creyera más que lo que veían mis ojos, y no lo
“Sé que te han dicho que mis casas tienen paredes de oro —decía lo
Hernán Cortés
(fragmento)
El jilguero
Leopoldo Lugones
La culebra
hablaban el mismo idioma. Creo que entonces todos los días eran como
una fiesta en donde todos hablan a la vez.
Sí, porque aprenderías mucho de ellos —le dijo don Paciano—. Cuando
hablaban con los animales, los niños eran más listos que ahora.
—¿La culebra?
—Esa mera —dijo don Paciano—, y les voy a contar cómo estuvo la
hombres. Menos mal que todavía estoy fuerte, pero deja que me ponga
viejo, y con toda seguridad me matarán para aprovechar mi cuero. Como
si lo viera. Por eso el bien que se hace, con el mal se paga. Al menos así
pasa con nosotros los burros.
preguntarles.
todos los días para que la gente se lo coma. El día que no lo ponga,
hasta la olla del caldo voy a dar. Y eso no es justo. Por eso yo pienso
que el bien que se hace con el mal se paga. Por lo menos así es para las
gallinas.
—Esta culebra dice que el bien que se hace con el mal se paga, pero yo
digo que el bien que se hace con el bien se paga.
—De eso ¿cómo lo voy a saber yo? —dijo el coyote—. Todo mundo sabe
que un coyote nunca hace un bien.
Antes de juzgar hay que saber si el hombre de veras hizo algún bien.
Alzó un tronco. Bueno, pero eso, ¿qué quiere decir? Si la culebra se
puede zafar de casi cualquier lado…
comérmelo.
campesino.
casa.
Así que en lugar de dos borregos, la mujer metió dos de los perros
—¡Gracias!
salvaste la vida.
Abrió el costal y los perros brincaron al coyote. El pobre huyó con los
perros detrás y el hombre le oyó gritar:
—La culebra tenía razón. El bien que se hace, con el mal se paga.
—Si así es —dijo el niño a don Paciano—, y el bien que se hace deveras
se paga con mal, entonces yo nunca haré ningún bien.
—No, niño —le dijo don Paciano—. Haz el bien como es debido, pero no
esperes que te paguen. Te confundirán con algún coyote.
Yo soy Nezahualcóyotl,
el señor Yoyontzin.
Ya busco presuroso
mi canto verdadero;
así también te busco
a ti, amigo nuestro,
en esta reunión,
ejemplo de amistad.
...
Yo, el señor Yoyontzin,
anhelo las flores:
una a una las recojo
aquí donde vivimos.
Con ansia yo quiero,
yo anhelo la unión,
la nobleza y la amistad.
Con cantos floridos
yo vivo.
Como si fuera de oro,
como un collar fino,
como ancho plumaje
de quetzal,
así aprecio
tu canto verdadero:
con él yo me alegro.
Nezahualcóyotl
(traducción de Miguel León-Portilla;
adaptación de Carlos H. Magis)
Solución a las adivinanzas
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Himno Nacional Mexicano
(Fragmento)
Mexicanos, al grito de guerra
el acero aprestad y el bridón,
y retiemble en sus centros la Tierra
al sonoro rugir del cañón.
Ciña, ¡oh Patria! tus sienes de oliva
de la paz el arcángel divino,
que en el cielo tu eterno destino
por el dedo de Dios se escribió.
Mas si osare un extraño enemigo
profanar con su planta tu suelo,
piensa, ¡oh, Patria querida!, que el cielo
un soldado en cada hijo te dio.
¡Patria, patria! tus hijos te juran
exhalar en tus aras su aliento
si el clarín con su bélico acento
los convoca a lidiar con valor.
¡Para ti las guirnaldas de oliva!
¡Un recuerdo para ellos de gloria!
¡Un laurel para ti de victoria!
¡Un sepulcro para ellos de honor!