Holland Cunz Barbara - Ecofeminismos
Holland Cunz Barbara - Ecofeminismos
Holland Cunz Barbara - Ecofeminismos
Ecofeminismos
EDICIONES CÁTEDRA
UN1VERSITAT DE VALÉNCIA
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Depósito legal: M. 13.639-1996
I.S.B.N.: 84-376-1432-5
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Impreso en Gráficas Rógar, S. A.
Pol. Ind. Cobo Calleja. Fuenlabrada (Madrid)
Barbara Iíolland-Cunz es doctora en filología, acce
dió a la docencia universitaria como profesora de
ciencias políticas y en la actualidad imparte clases en
el Departamento de Ciencias Políticas de la Freie
Universitat Berlin. De 1988 a 1993 trabajó como
ayudante en la Universidad de Francfort del Main,
centrando en este periodo sus investigaciones en el
ámbito de la mujer. Sus campos de trabajo son la teo
ría política y la historia de las ideas, las investigacio
nes en tomo a la mujer desde una perspectiva socio
lógica y la filosofía de la naturaleza.
Prefacio
1 .1 . E s b o z o d e l o s t e m a s d e e s t u d io
1/ 2/**
-— orientación política — clásicas del ecofe-
de comienzos del Nue minismo como M. Daly
Autocategorizaciones: vo Movimiento de Li — corrientes espiritua
versión más antigua: beración de la Mujer listas (Europa occiden
Feminism o radical (Europa occidental, tal, Norteamérica)
Norteamérica) — cu ltu ral fem in ism
— anarcofeminismo, (EE.UU.) (en la RFA
anarquistas feministas algunos proyectos)
3/ 4/
— políticas feministas — feminismo neocon-
actuales e instituciona servador hasta llegar a
Autocategorizaciones: les nuevas políticas para la
versión más antigua:
Feminism o liberal — políticas laborales familia
— la temprana B. Frie- — la tardía Friedman
dan; NOW y múltiples (1982) del «Second
grupos de presión Stage», y a partir de ella
(EE.UU) crítica del feminismo
5/ 61
— ideas de emancipa — nuevas posturas eco-
ción socialistas y en feministas, por ejemplo
Autocategorizaciones: parte también socíalde- en el contexto de la so-
versión más antigua: mócratas clásicas cialist ecology de M.
Feminism o socialista — difuso: mujeres crí Mellor
ticas para con la teoría — difuso: mujeres crí
socialista (crítica in ticas para con la teoría
manente) socialista (crítica in
manente)
2 .1 . D e t e r m in a c io n e s r e l a c ió n a l e s y l a l ó g ic a pr o pia d e
LA NATURALEZA
2.2. D e te rm in a c io n e s r e la c ió n a le s d e l a m a te r ia n a t u r a l
2.2.1, Materialidad
2.2.2. Productividad
2.3. D e t e r m in a c io n e s r e l a c ió n a l e s d e l a h is t o r ia d e l a n a
turaleza
15 Tanto Bebel como Bloch señalan que la Theorie der vier Bewe-
gungen de Fourier (Teoría de los cuatro movimientos, 1966) tiene que
ser considerada como la obra fundamental de este pensador; Bloch
(1977a: 650 y ss.) llega incluso a afirmar que, a pesar de las reservas
posteriores de Fourier respecto a esta obra, ésta ha de considerarse como
la base de todos sus escritos. Yo comparto totalmente esta valoración,
por lo cual basaré mi argumentación fundamentalmente en este texto de
Fourier. Además, la Theorie der vier Bewegungen es quizá el libro de
Fourier más rico en imágenes (aunque en el caso de este pensador no sea
muy fácil decidir al respecto), por lo cual presenta para mi investigación
un valor analítico inmediato.
sía de Fourier de forma previsible. La naturaleza interna y
externa, el orden social y la creación natural están someti
dos a la misma lógica que marcan las leyes en el sistema de
las pasiones, con lo cual presentan en cada etapa del recorri
do histórico cualidades respectivamente alternantes. En la
loca e ingenua variante de este pensamiento, Fourier recurre
a animales (!) para simbolizar estados y lacras sociales (op.
c i t págs. 355 y ss.). Las connotaciones más bien serías que
tras estas ideas se esconden señalan hacia una analogía nada
improcedente entre la naturaleza humana y no humana en
los estados de dominación y liberación. El pensamiento
central de Fourier, la liberación de las pasiones del sino des
graciado al que se ven sometidas en la «civilización», épo
ca actualmente dominante, afecta al fin y al cabo, y en la
medida en que ni siquiera se puedan o deban distinguir am
bos conceptos en Fourier, más a la naturaleza humana que a
la extrahumana. Puesto que la lógica de desarrollo, históri
ca y guiada por leyes, que Fourier cree haber descubierto
(op. cit., pág. 62), se considera de modo seudo-científico de
validez universal, su efectividad es también general. Fourier,
muy seguro de sí mismo, escribe: «La teoría de la fuerza pa
sional de atracción y repulsión es demostrable, coincidiendo
en todos los puntos con los teoremas de la geometría. (...)
Pronto me di cuenta de que las leyes de la fuerza pasional de
atracción coincidían en todos los puntos con las de la fuerza
de atracción sobre los cuerpos, tal como las han explicado
Newton y Leibniz, y que el mundo material y espiritual per
tenecen al mismo sistema de movimientos» (op. cit., pág. 57).
Los seres humanos, los animales, las plantas, los minerales
y las estrellas obedecen, en opinión de Fourier, a las mismas
leyes, y es este descubrimiento el que permite fundamentar
una «nueva ciencia» exacta y amplia que tiene como objeto
«...la analogía de los cuatro movimientos, del material, or
gánico, animal y social...» (op. cit., pág. 58).
Esta unidad de la naturaleza, por utilizar un término mo
derno, permite conclusiones analógicas sobre sociedad y
naturaleza. Aunque Fourier se fije, por tanto, de forma pre
ferente en la naturaleza humana, sí se pueden encontrar de
forma permanente en toda su obra referencias temáticas a la
naturaleza extrahumana. Los mares, así como los fenóme
nos macrocósmicos, desempeñan en la imagen de la natura
leza de Fourier un papel fundamental, puesto que resultan
reveladores acerca del «estado» en que se encuentra la suce
sión histórica de etapas: el «sabor como a limón» del agua
marina (op. cit, pág. 95) que se saborea en la etapa de la
«armonía ascendente», es el ejemplo más chocante, peregri
no y conocido. Menos chocante, peregrina y conocida es,
por contra, la idea de Fourier de que la forma humana/social
de trabajar sobre la naturaleza depende del estado de desa
rrollo intrasocial y de la calidad que presente la libertad de
la naturaleza humana. Este pensamiento como quien dice
moderno, que pone en relación la represión de la naturaleza
humana y no humana, constituye un verdadero hilo argu-
mental en la obra de Fourier, el cual no ha sido a este respec
to descubierto todavía.
Una interpretación benévola de la concepción de la na
turaleza en Fourier tiene que partir de la adecuada relación
que el filósofo y utópico Fourier establece entre el «movi
miento social» y el movimiento de la naturaleza humana y
extrahumana. Tanto por lo que se refiere a su afilada crítica
de la sociedad burguesa como a su fantasía utópica saturada
de «armonía», Fourier se revela como un pensador que ar
gumenta en el marco de referencias históricas. Su mirada
está dirigida de forma permanente hacia experiencias pasa
das y/o hacia posibilidades futuras, sus imágenes varían se
gún el «periodo» que esté describiendo dentro del sistema
periódico de las treinta y dos épocas. En éste se describe el
«camino» de los mares con la misma precisión que la mar
cha de la historia social. Dentro de esta idea irreal y seudo-
científica sobre un desarrollo previsible de la historia, lo que
me parece significativo es que en Fourier la historia del ser
humano y de la naturaleza no finalice como quien dice en
una apoteosis de la felicidad, en la «armonía», sino que se
fantasee un largo periodo de desarrollo involutivo (op. cit.,
tabla en páginas 88 y 89). Según Fourier, la historia no aca
ba en la utopía realizada, sino con el «fin de la vida animal
y vegetal», con la «muerte espiritual de la constelación»,
con la mort naturelle. En esta imagen del fin de la historia de
la naturaleza y de la social, Fourier se parece a Engels, el cual
esboza en un lugar de la Dialektik der Natur (1990:324), y en
contra de su ciclo eterno de la materia, la imagen dramática
del planeta congelado tierra, de la muerte del sol y de los úl
timos de los seres humanos, acurrucados en un lugar próxi
mo a la línea ecuatorial. La imagen de la finitud de toda
vida que ambos muestran aquí, contrasta en Fourier desde
luego con la descripción enfática de la utopía de la supera
bundancia: su «armonía» no parece saber de limitaciones
naturales de la naturaleza humana o no humana. Al fin y al
cabo, la utopía contiene también la finalidad que Fourier le
atribuye a la historia, aunque no se vea en ella el fin de la
historia. Por tanto, el fin de la historia de la naturaleza y del
ser humano y la meta de la historia de la naturaleza y de la
sociedad se revelan como no idénticos. La «posibilidad de
realizar» socialmente la «buena vida» y la proximidad his
tórica de ésta lleva, sin embargo, el final mortal de la histo
ria a una lejanía difusa. En consecuencia, incluso una elabo
ración teórico-natural de la historia que implique el fin de
toda vieja no excluye una forma de pensamiento histórico-
teleológico. Tanto Fourier como Engels no niegan de forma
explícita la muerte natural, pero con sus imágenes cargadas
de dramatismo incurren en una negación implícita, puesto
que identifican la finitud de la vida con la apenas imagina
ble finitud de la tierra y del sol. La meta de la transforma
ción social parece más concreta, real y realizable en un fu
turo próximo que ese horizonte científicamente argumenta
do, pero muy lejano.
Incluso una interpretación bienintencionada de Fourier,
que no tome lo irreal de muchas reflexiones como excusa
para no tratarlas, no podrá ignorar la problemática que pre
senta su concepto de naturaleza, tal como yo lo he esbozado
aquí. Tan lograda como resulta la relación entre naturaleza
humana y no humana como una identidad no idéntica, así de
imperturbable sigue manteniéndose la meta social frente a la
finitud natural y el fin de la historia de la naturaleza y de la
sociedad. También una interpretación que tome el dramático
concepto de tiempo final como simple metáfora, en la cual la
naturaleza ha de ser comprendida como finita, tiene que te
ner en cuenta el contraste entre la imagen feliz de la «armo
nía» y la imagen trágica del final de la vida. Este contraste de
por sí problemático se acentúa todavía más por el hecho de
que Fourier reduce una y otra vez la naturaleza no humana a
un instrumento medidor del grado de desarrollo humano. Trá
tese de animales, mares o condiciones climáticas: la naturale
za extrahumana como reflejo o símbolo (op. cit, pág. 360) de
una periodificación histórica pierde su propio valor. Como
mucho, la «naturaleza» parece esforzarse en su lucha por
mostrarle al género humano el camino adecuado: «Para que
confeséis vuestra ignorancia, la naturaleza vuelve su espada
contra vuestros estados y siente alegría ante las ruinas» (op.
cit, pág. 349). La actividad natural parece quedar reducida,
por tanto, a la preocupación o la venganza, contraviniendo la
determinación arriba señalada de la naturaleza como poten
cia de lo creador. La actividad de la naturaleza adquiere así
un componente destructivo, aun cuando Fourier vea en ello
una destrucción necesaria. Además, la producción y la des
trucción no están, como ya viene siendo usual, determinadas
según una lógica propia sino en relación con el ser huma
no/la sociedad/la historia. Aunque Fourier caracteriza el en
trelazamiento de la historia de la naturaleza y la historia so
cial en tomo a los conceptos de diálogo y de meta común
—liberación de las pasiones en el estado de «armonía»—,
tampoco este crítico crítico pasa de una concepción antropo
céntrica de la naturaleza. Y aunque la «ley de la fuerza de
atracción», válida tanto en lo social como en lo natural, este
«descubrimiento» de Fourier comparable al de Newton (!),
cree una relación de unidad entre la naturaleza humana y no
humana, no se debe confiindir esta relación con una determi
nación adecuada de las relaciones y mucho menos con una
aprehensión de la parte natural según su propia lógica. La re
presentación conseguida de la unidad de la naturaleza no se
corresponde cualitativamente con la relación que Fourier es
tablece entre naturaleza y sociedad.
En contra de la concepción de Fourier de la unidad de la
naturaleza hay que objetar además que no se aprovecha el
potencial teórico que en el concepto se encuentra, pues se
queda en el nivel de una «ley» científico-natural problemá
tica y fantasiosa. Sólo una interpretación muy benévola para
con el utópico Fourier podría pasar de puntillas por este he
cho. Con una mirada crítica más aguda, habría que objetar
que el cuadro que Fourier presenta de una naturaleza unita
ria presenta extremas connotaciones de dominio, ya que su
visión de la «armonía» prevé grandes cambios climáticos, la
extinción de clases de animales que no resulten útiles para el
ser humano, la utilización de todos los demás, la roturación
de todas las regiones sin aprovechar, etc. (op. cit, págs. 92
y ss.). Si se eleva el listón de la crítica, habrá que concluir,
por consiguiente, que el sistema universalmente válido de la
atracción pasional no consiste más que en un sistema de
«virtudes» centradas de forma exclusiva en «el ser huma
no». Puesto que el concepto de naturaleza de Fourier se
mueve, en concordancia con toda su obra, de forma difusa
entre la naturaleza humana y no humana, puesto que oscila
entre la idea de la unidad y un sesgo antropocéntrico, no se
puede, en mi opinión, decidir si procede aplicar aquí de for
ma exclusiva la variante benévola o m4s bien la incisiva de
la crítica, pues ambas pueden ser justificadas con base en el
texto; reducir la multicolor riqueza de esta obra a una inter
pretación inequívoca resulta tanto desde un punto de vida
teórico-natural como teórico-filosófico extremadamente ina
decuado.
He llamado ya la atención sobre el hecho de que la vo
lubilidad teórica de Fourier es respecto a la relación entre
los sexos menos marcada que en el caso de la relación hacia
la naturaleza. Fourier es uno de los pocos teóricos en la his
toria de las teorías políticas de liberación que ejerce una am
plia y profunda crítica sobre la situación de la mujer en la
sociedad burguesa. El «hogar aislado» y «el matrimonio in
disoluble» son para Fourier los dos motivos principales que
esclavizan a la mujer (op. cit, págs. 164 y ss.). El matrimo
nio, la familia y el trabajo de casa son las razones por las
que la mujer se mantiene: económicamente dependiente; en
cuanto al amor, hipócrita; por lo que se refiere a su desarro
llo mental, tonta; su naturaleza apasionada no encuentra, en
resumen, la forma de desarrollarse libremente. Ni libertad
en el amor ni libertad en el trabajo pueden llegar a alcanzar
se así, lo cual supone la principal preocupación de Fourier.
Su crítica de la zivilisation habla también de la necesidad de
tener que prostituirse, de la insuficiente educación de las ni
ñas, de la falta de derechos de la mujer, de la doble moral en
el matrimonio, de la misoginia que demuestra la filosofía y
la religión: una en verdad amplia crítica feminista, expuesta
con gran énfasis, a la (entonces) dominante relación entre
los sexos.
Los argumentos de Fourier no son válidos únicamente
para las mujeres, sino que él pretende mostrar también los
«sufrimientos de los hombres en el hogar aislado» (op. cit,
pág. 165). Que no se trata aquí de una forma de argumentar
táctica para convencer a los compañeros de sexo queda por
el tenor general del texto más que demostrado. Mientras que
Fourier presenta dentro de su concepto de «armonía» una
imagen completamente idealizada de la mujer —«Las mu
jeres libres superarán a los hombres en laboriosidad, honra
dez y nobleza» (Fourier, 1978: 131), dibuja de forma más
que crítica, por contra, la imagen de la mujer dentro de la Zi
vilisation. La antigua y conocida polarización de «santa y
puta» asoma por entre las líneas, sobre todo en la descrip
ción de la hipocresía femenina dentro de la Zivilisation. Con
todo, dentro de la crítica crítica Fourier ocupa sin duda un
lugar especial con su incisivo análisis de la relación entre los
sexos, de tal manera que los acentos negativos en la imagen
de la mujer y que no se resuelva en «armonía» la división
específica del trabajo según sexos no pasan de ser cuestio
nes marginales frente a ese ensayo teórico de altos vuelos.
Por su feminismo, Fourier se merece, por lo tanto, el tributo
que, a pesar de todas sus ambivalencias, le han rendido cien
tíficas feministas (véase entre otras Goldstein, 1982; y Klei-
nau, 1987). Para mis propias reflexiones, lo que tiene sobre
todo importancia es que Charles Fourier, a diferencia del
resto de los críticos críticos, trata la relación entre los sexos
de forma más radical y adecuada que la relación hacia la na
turaleza. En este sentido, resulta dentro de la crítica crítica
esperanzadoramente atípico. No voy a negar que esto haya
influido posiblemente en mi interpretación de la filosofía
natural de Fourier; su feminismo provoca quizá un prejuicio
positivo hacia este filósofo y luchador solitario.
La valoración de Fourier por parte especialmente de
Friedrich Engels y August Bebel influye sin duda en mi po
tencialmente benévola mirada sobre Fourier. Tanto Engels
como Bebel, aun considerando positivamente la obra de
Fourier, si bien con reservas, no le conceden a su análisis de
la relación entre los sexos el lugar central que le correspon
de. El alcance que esta postura tiene para el análisis social
de Fourier, la importancia precursora que tiene su crítica del
patriarcado, o bien no se ve o se critica expresamente. En
Bebel (1978: 141), por ejemplo, se encuentra la siguiente
frase significativa: «El (Fourier) va, sin embargo, más allá y
pone en relación el desarrollo de la sociedad con el lugar
que ocupa la mujer; según él, la transformación del estatus
de la mujer precede a un nuevo momento cultural, lo cual
no es acertado, ya que esa transformación es una conse
cuencia» (cursivas mías). Rindiendo tributo al «espíritu de
contradicción», Bebel insiste en que es la transformación de
las relaciones de propiedad lo primero que se debe conside
rar, concediendo, por lo menos, que las reflexiones de Fou
rier, si bien parten «de un concepto fundamental falso», han
tenido «efectos muy positivos» (op. cit., págs. 142-143).
Bebel, que denomina en otro contexto a Fourier «padre del
anarquismo» (op. cit., pág. 32), en lo cual no le falta razón,
no reconoce desde su perspectiva tradicional socialista la
importancia que Fourier tiene para la historia de la teoría de
liberación política en tanto pensador feminista. Engels, por
contra, alaba la maestría de la crítica de Fourier a la relación
entre los sexos (Engels, 1962: 196), quitándole, sin embar
go, hierro a la famosa frase de Fourier acerca de la libera
ción de la mujer como «base de todo progreso social» (Fou
rier, 1966: 190) en la medida en que hace de la liberación de
la mujer una medida («medida natural», Engels, 1962: 196)
de la emancipación general. Con ello, Engels promueve una
forma pasiva de entender la emancipación, puesto que la po
lítica feminista se ve degrada por parte del «motor» de la
historia a un indicio, una postura que no se corresponde en
absoluto con la de Fourier y que no le hace honor a la radi-
calidad de ésta. Mientras que, por consiguiente, Bebel re
produce a Fourier con exactitud para criticarlo a continua
ción por su posición, Engels priva a Fourier sin más de su te
sis más interesante, lo despolitiza y puede, entonces,
alabarlo sin mayor problema.
El punto de vista económico de Bebel y Engels impide
que éstos puedan mostrar una imagen adecuada de Fourier,
y el tradicionalismo del que ambos hacen gala lleva a ignorar
el lugar central que ocupa el feminismo de Fourier para un
análisis total de la sociedad burguesa. Bloch (1977a: 549),
por su parte, le atestigua a Fourier un sesgo, sin duda, no
del todo inmerecido hacia la paranoia: «...en él crecen al
lado de unos análisis agudos de tendencias las imágenes
más curiosas sobre lo que traerá el futuro. No por lo que se
refiere a la sociedad, pero sí en cuanto a la naturaleza...».
También Emst Bloch ignora la crítica acertada y acerba
que Fourier dedica a la situación de la mujer; sin embargo,
Bloch sí sabe reconocer la «fuerza histórica» de Fourier, su
dialéctica fundamentada en la historia (op. c it, pág. 651),
lo cual resulta especialmente interesante para mis propósi
tos. Hasta la década de 1970, la Nueva Izquierda no supo
reconocer y valorar el feminismo de Fourier. Ejemplar al
respecto es la recopilación de textos de Fourier, Aus der
Neuen Liebeswelt (Del Nuevo Mundo del Amor, 1978),
editada y prologada por Daniel Guérin, en la que Fourier
aparece descrito como un pensador de la libertad sexual,
como un revolucionario no puritano. Hay que suponer que
un reconocimiento así no se debió exclusivamente a la ac
ción política de la revuelta estudiantil, sino que se había
hecho posible de forma especial por la teoría y práctica
del movimiento feminista. Las intérpretes feministas de
Fourier guardan ante las fantasías de liberación sexual de
éste claras y mayores reservas que los intérpretes de la iz
quierda.
Por primera vez en la historia de las teorías de libera
ción, Fourier historiza la relación entre los sexos y hacia la
naturaleza de forma compleja, si bien difusa y «paranoica»;
además, la relación entre los sexos se ve liberada de la cru
da biología y de falsos esencialismos ideológicos, lo cual
será durante mucho tiempo un acto aislado. Si se contempla
el año de 1808 como un punto de partida, hay que constatar
que la historización de una categoría compleja sexo no ex
perimenta hasta mucho más tarde, en comparación con un
concepto histórico de la naturaleza, un tratamiento o una
consideración adecuados dentro de la teoría social crítica.
La historicidad de la naturaleza aparece, por contra, ya de
nuevo en la obra tardía de Engels Dialektik der Natur
(1990), como un asunto elaborado que complementa y de
sarrolla la determinación de la materialidad y productividad
de la naturaleza tal como la he presentado más arriba. Allí,
la historicidad de la naturaleza asomaba a través de la ima
gen de una naturaleza en proceso continuo de transforma
ción y cambio. Sobre esta base se asienta la importante idea
de Engels de una dialéctica que actúa tanto sobre la historia
de la naturaleza como sobre la sociedad: «Es por tanto de la
historia de la naturaleza como de la historia de la sociedad
humana de donde se abstraen las leyes de la dialéctica» (op.
cit., pág. 348). El desarrollo de la naturaleza, de la sociedad
e incluso del pensamiento funciona, en opinión de Engels;
según las mismas leyes generales; éste es el pensamiento
central en su obra teórico-natural tardía, el cual presenta una
semejanza asombrosa con el pensamiento de Fourier de las
leyes de validez y efectividad universal (las leyes de la atrac
ción pasional). En Engels, como también en Fourier, la his
toricidad no es, sin embargo, idéntica para ser humano y
animal, y ello a pesar de que las leyes sean iguales. Mientras
que los seres humanos se hacen y conforman su propia his
toria, los animales «tienen» una historicidad hecha al propó
sito, con lo cual Engels pone en efecto su lectura de Darwin
(op. cit, págs. 464 y ss., 319, 323 y 324). La historia «del»
ser humano, así se podría resumir de forma muy sintetizada
a Engels, surge de y con el trabajo; la historia del animal, de
y con su origen.
A diferencia de la idea del movimiento circular eterno
de la materia natural, en Engels la naturaleza en tanto histo
ria adquiere un matiz de direccionalidad que no consiste en
simples repeticiones y renovaciones continuas. Yo interpre
to trabajo y origen como claves de esta direccionalidad, en
las cuales la naturaleza humana y no humana «avanzan» en
su desarrollo. Incluso la imagen de Engels y Fourier señala
da arriba de la, al fin y al cabo, finitud del planeta azul no
puede equilibrar suficientemente, ni mucho menos suspen
der, la dinámica determinista en una historia de la naturale
za y social que se desarrolla según determinadas leyes. La
comprensión de Engels de lo que son las leyes no presenta
un carácter menos determinista y teleológicamente sesgado
que el ingenioso sistema periódico de Fourier en treinta y
dos partes. Es precisamente a la hora de comparar la mate
ria natural de Engels y su idea de la historia natural donde se
ve con una claridad extraordinaria que el concepto de histo
ria de la crítica crítica se ve determinado por los conceptos
de meta y direccionalidad. El estado en el que se encuentra
la historia de la humanidad, Engels incluso lo caracteriza
como el de una polarización entre, por un lado, fuerzas to
davía «descontroladas» o de «efectos imprevistos» y, por
otro, la buscada regularidad de las leyes (de producción)
(op. cit., pág. 323); el «éxito de la historia» en pos de «las
metas fijadas» es algo que está todavía por alcanzar (ibíd.).
De esta manera, la imagen del ciclo material se encuentra
dominada por una teleología del trabajo que casi la cubre y
oculta. En contraposición a aquellas partes textuales centra
das de forma enfática en la naturaleza, las cuales he podido
tratar en relación con la concepción de la materia natural de
Engels, unas afirmaciones sobre historicidad como las ante
riores culminan en visiones de dominio explícitamente an-
tropocéntricas de verse «alzado desde la animalidad a la hu
manidad», de querer situarse «por encima del restante mun
do animal» (op. cit., págs. 323 y 324). Completamente en la
línea de Marx, esto supone tanto comprender «esa llamada
historia del mundo» como «el ir poniéndose la naturaleza a
disposición del ser humano» (Marx, 1968: 546). La relación
práctica y teórica entre el «ser humano», la «naturaleza» y
la «historia» se encuentra también definida en el mismo
sentido en la Deutsche Tdeologie, en la cual la naturaleza
aparece como condición para la fabricación de la historia
por parte del ser humano (Marx/Engels, 1983: 28 y ss.),
mientras que la acción humana modifica, por su parte, las
bases naturales en el discurrir histórico, (op. cit, pág. 21).
La actividad y la pasividad están claramente asignadas;
frente al poder humano de conformar la historia está la ne
cesidad por parte animal/no humana de tener que «sopor
tar» la historia. A pesar de que tanto Engels como Fourier
hablan de leyes en relación con su concepción de la historia
de la naturaleza y de la humanidad, se niega de forma teóri
ca un mismo grado de actividad, y de la actividad histórica
y según lógica propia de la naturaleza extrahumana apenas
queda entonces ya nada en las imágenes de la naturaleza
para-nosotros. Donde Fourier niega a la naturaleza como
historia la actividad de su propia lógica, en la medida en que
la pone en relación con el desarrollo humano o social y con
cibe un creador divino bastante activo, el socialismo «como
ciencia» queda reducido a una fuerza histórica y cincelado
ra de la historia, a esa actividad humana: el trabajo.
Los grandes ensayos teóricos histórico-naturales de En
gels y Fourier sirven como ejemplos prototípicos de la for
ma en que se entiende la historicidad de la naturaleza dentro
de la crítica crítica. La historización de la naturaleza y su
«suspensión» sistemática dentro de la naturaleza humana y
la sociedad humana no llevan, cabe subrayar, de ninguna
manera de forma «natural» a un concepto ecológico de la
naturaleza. ¡La historización no es una garantía contra el an-
tropocentrismo! En las historias naturales del siglo xix, el
tema de la historicidad lleva de forma relativamente directa
y unidimensional a una actitud humana de dominio en con
tra de la naturaleza extrahumana, lleva con ello a la nega
ción, como tendencia, de la parte natural de la relación. El
entrelazamiento de la historia de la naturaleza y de la histo
ria social supone que la primera acaba cayendo como quien
dice bajo la hipnosis de la segunda, con lo cual, la naturale
za se hace condición en lugar de compañera de la historia
humana. En la relación que se establece entre la historia de
la naturaleza y la historia social, es el componente teleológi-
co-histórico el que crea dentro de la historia social el proble
ma teórico; este componente se traslada de forma implícita
o explícita a la parte natural, donde da lugar a una teleología
para-nosotros respecto a la naturaleza. Debido a esta estruc
tura teórica no resulta al parecer posible concederle a la na
turaleza una historia para-sí. Cabe concluir, entonces, que el
pensamiento social teleológico-histórico «recarga» la parte
natural de la relación con connotaciones antropocéntricas y
dominadoras de lo natural, las cuales tampoco pierden fuer
za en vista de la afirmación de que existen leyes universales
de validez general. Y aunque en éstas va implícita una for
ma de pensamiento que crea acertadamente en la unidad de
la naturaleza, es posible que incluso lleguen aquéllas a apo
yar la negación de la lógica propia de la naturaleza si adop
tan la forma fantasmagórica de Fourier o la dialéctica mecá
nica al modo de Engels.
Tanto la dimensión «historicidad» de la naturaleza
como el tema de su entrelazamiento con la historia social
deben ser contemplados, por lo tanto, con gran precaución
teórico-natural, ya que ambas temáticas presentan el peligro
implícito de construcciones deterministas y/o teleológicas.
Los conceptos de acción regular o encaminada a un fin si
guen señalando de forma teórica hacia la actividad humana
y denigran, a través de las esperanzas humanas puestas en
una meta histórica para-nosotros, la naturaleza no humana a
una naturaleza para-nosotros. La teorización con base en la
historia no tiene desde luego que llevar necesariamente a
teorías teleológicas, pues cabría suponer también una sim
ple temporalización16. En los textos que aquí se han presen
3 .1 . D e r iv a c io n e s n a t u r a l ist a s a pa r tir d e l a n a t u r a l e z a
3.2.1. Mutualidad
3.2.3. Espiritualidad
22 [sic. N. d. T.]
para ello: las mujeres son aquellas que se dedican a la pro
ducción de subsistencia y las que ven peligrar de forma di
recta las condiciones básicas de vida por las así llamadas
políticas de desarrollo; precisamente de esto trata Staying
Alive en sus partes analíticas esenciales y sobresalientes.
Con todo, quiero atreverme a formular la tesis de que sin la
«proximidad» enfática entre mujeres, naturaleza y «princi
pio femenino» que Shiva establece, las partes analíticas de
su trabajo no hubiesen resultado tan incisivas. Sólo ante el
trasfondo de la «inspiración» y sacralización de la naturale
za, Shiva puede desarrollar su crítica a la destrucción de la
naturaleza; así, el primer mundo puede y debe ser desen
mascarado analíticamente como «cultura de la muerte»
(1989: 50). La dureza y certeza de la crítica nacen del énfa
sis espiritual.
Si contemplo la gran ambivalencia de la dimensión es
piritualidad, su oscilación, ejemplarmente documentada en
Starhawk, entre un diálogo democrático y el ritual jerarqui
zante, parece adecuado seguir el procedimiento del segundo
capítulo y comprender esta tercera de las tres dimensiones
inmateriales sobre todo como una dimensión crítica, de for
ma análoga a la dimensión material de historicidad. El texto
de Vandana Shiva resulta en este sentido especialmente ade
cuado, puesto que la fuerza de su argumentación espiritual
no se encuentra en la espiritualidad como tal sino en la crí
tica a los conceptos y políticas «cartesianas» occidentales
que de ella resulta. Al igual que la dimensión histórica, tam
bién la dimensión espiritual es problemática si se entiende
como razón última, pero muy aprovechable para una funda-
mentación teórico-natural de una perspectiva crítica. Reple
tas de contenido como la espiritualidad de Starhawk o la
historicidad de Fourier, ambas dimensiones connotan «os
curos» lados analíticos y/o políticos; sin embargo, si se re
nuncia a un sentido, se muestran capaces de comprender
conceptualmente el alcance que ha adquirido la destrucción
de la vida natural. Si la dimensión historicidad señala en
cuanto dimensión crítica las etapas de la destrucción, la di
mensión espiritualidad remite como instancia crítica a los
contenidos y a las imágenes naturales de otra sociedad, imá
genes perdidas o nunca encontradas. A una interpretación
bienintencionada puede parecerle un procedimiento adecua
do desde el punto de vista de una teoría natural que, como
es el caso en Shiva, la espiritualidad se convierta en una he
rramienta operativa de la crítica, que se instrumentalice; si,
por el contrario, se practica, como en Starhawk, la dimen
sión espiritual de forma exclusiva y exclusivista, el poten
cial implícito antidemocrático que ello conlleva impide una
interpretación comprensiva. La dignidad anti-mecánica que
algunas/-os de las/los demócratas radicales aleccionados
por la naturaleza asignan a «la» naturaleza a través de las sa-
cralizaciones correspondientes, no es en mi opinión legiti
mación suficiente como para poder hacerse cargo del lado
«oscuro» de la estructura teórica.
Quiero proponer por ello que se sitúe sobre el nivel me
nos altamente simbolizado de la dimensión sociedad la
aproximación conceptual y temática a la lógica propia de la
naturaleza, para evitar así los peligros analíticos y políticos
de la argumentación espiritual. Si se compara directamente,
la dimensión espiritual aparece en un primer momento úni
camente como una variante radicalizada de la social, pero es
evidente que su radicalización no supone sólo un paso cuan
titativo, sino también un paso teórico-natural cualitativa
mente importante. El diálogo se transforma en ritual, lo so
cial se hace inmanencia de lo divino, lo democrático decae
hacia lo jerárquico; en la radicalización, la sociedad viva,
múltiple y comunitaria se petrifica y se hace cosmos fijo y
organizado. El recurso de acudir a mitos pre-históricos o a
religiones heredadas lleva sutilmente implícitos contenidos
que no pueden desecharse de un plumazo; de esta manera,
no resulta sorprendente que aquí y allá emerja, a través de
las frases clave, una visión del mundo de orígenes casi me
dievales.
De la misma manera en que, sin embargo, resultó posi
ble salvar de la dimensión histórica el tema de la temporali
dad ateleológica, de la dimensión espiritualidad, habría que
conservar la imagen del diálogo, pues simboliza y dota de
sentido a la relación, radicalmente democrática e inmanente
a la dimensión social, entre conexiones vitales de lógica
propia, subjetivadas y complejas o, en su caso, entre sujetos
individuales. Por ello que no me parezca una casualidad que
la imagen de lo continuo o de la continuidad de lo vivo de
sempeñe en ambas dimensiones un papel importante, con lo
cual no se podría demostrar de forma más ciara el parentes
co que existe entre ambas dimensiones. Mientras que en
Biehl lo continuo o la continuidad señala más bien hacia as
pectos de una teoría de la evolución, con lo cual indica de
forma más acentuada una concepción histórica y vertical,
los conceptos de Shiva me parecen más bien horizontales en
tanto descripción relacional de un estado. De ahí que resul
te más fácil anclar la imagen del diálogo en su aparato con
ceptual. En este sentido, podría interpretarse el motivo del
diálogo como una concreción espiritualista de la dimensión
histórica, lo cual supone que el diálogo represente el «lado
claro» en la radicalización de la dimensión social de la na
turaleza. Su contenido radicalmente democrático ilumina
también la concepción y la práctica política que tiene de sí
mismo y ejerce el ecofeminismo espiritual.
He llamado ya la atención sobre el hecho de que el con
cepto de diálogo tiene que ser comprendido aquí en sentido
literal; como concepto teórico presenta una referencia res
pecto a la práctica cuasi concreta. Así, el ritual espiritual, in
tegrado ya en muchas protestas ecofeministas (los ejemplos
más famosos: Harford/Hopkins, 1984, sobre el Greenham
Common; y Foglia/Wolffberg, 1984, por lo que a la Wo-
men’s Pentagon Action se refiere), constituye una forma de
diálogo directo entre las mujeres y entre las mujeres y la na
turaleza. Estas formas simbólicas de la política servían al
fortalecimiento propio, a la liberación de fantasías para po
líticas futuras, a la reproducción de energías y a incrementar
la capacidad de actuación política (véase al respecto tam
bién Todd, 1982: 441) y servían también, finalmente, como
homenaje a la naturaleza. En la orientación por lo irrazona
ble sobrenatural había también una razón sensitiva: la nece
sidad de fortalecimiento político se vio colmada, la protesta
debía obtener continuidad, el mismo proceso de la acción
era tan esencial como su resultado político, se celebraban de
forma inmediata los lazos de unión con otras mujeres y con
la naturaleza no humana. La «otra» lógica no mecanicista
de la espiritualidad resultó útil para el compromiso político
en la medida en que ayudó a desarrollar una práctica ancla
da claramente en lo sensitivo y en la fantasía que anticipó o
llevó a cabo simbólicamente un diálogo con la naturaleza li
bre de pretensiones de dominio. En un sentido muy real, las
mujeres que participaban en estos actos ritualizados de pro
testa se comprendían como portavoces de y con la naturale
za, a la cual ellas, como parte autorreflexiva de la natura
leza que eran, prestaban voz (para un debate detallado acer
ca de la práctica ecofeminista, véase Holland-Cunz, 1991; y
Dackweiler/Holland-Cunz. 1991). De pretender adscribir la
práctica feminista espiritualista de forma clara a una de las
seis dimensiones de determinación aquí elaboradas, la di
mensión espiritualidad sería sin duda el lugar más adecua
do, tanto por lo que se refiere a sus elementos claros como
para los oscuros (para una crítica a estos últimos, véase tam
bién McCrickard, 1991).
Me parece que mientras tanto resulta ya bastante evi
dente que la dimensión espiritualista, la sacralización de la
naturaleza, tanto en su articulación teórica como práctica, es
sobre todo cosa de mujeres. Se revela aquí prácticamente un
«gender gap» en la determinación teórico-natural, pues esta
sexta y última dimensión es la primera a la vez que la úni
ca dimensión en la que dominan claramente las teóric-as.
Hasta donde conozca el debate internacional, únicamente
las posturas de la «deep ecology» (véase Devall/Sessions,
1985, que sirven al respecto de modelo) y la «New Age»
(fundamentalmente Capra, 1986; y Lutz, 1984) pueden ser
comparadas, por su énfasis natural sacralizante, con las eco-
feministas espiritualistas (como he dicho ya en un principio,
excluyo completamente de mis reflexiones teóricas y políti
cas el debate teológico actual; también la ética teológica
promueve actualmente una sacralización de la naturaleza).
La cercanía teórica de «deep ecology» y «New Age» res
pecto al abanico teórico ecofeminista ha llevado una y otra
vez a controversias acerca de cuál de las posturas resulta al
fin y al cabo la más adecuada desde un punto de vista teóri
co. Fue sobre todo la crítica de Ariel Salleh a la «deep eco-
logy» la que mostró que la variante feminista resulta Deeper
than Deep Ecology, como rezaba el título programático de
este texto fundamental (1984). Salleh resume en él en los si
guientes términos la consideración que le merece el movi
miento que analiza: «Desde un punto de vista ecofeminista,
“deep ecology” no es desafortunadamente más que otro
paso autocomplaciente con pretensiones de reforma; el
cambio de valores, que la “deep ecology” dice perseguir, es
en ella algo bastante marginal» (op. cit, pág. 344; traduc
ción al alemán de B. H. C.). Que la «deep ecology» recurra
espiritualmente a tradiciones orientales supone, en opinión
de Salleh, una negación de la represión a la que se ven so
metidas las mujeres, puesto que las tradiciones adoptadas
no se ocupan de las jerarquías determinadas por el sexo
(para la relación entre «ecofeminism» y «deep ecology»,
véase también Kheel, 1990; y Zimmerman, 1990). Y tam
bién la postura de la «New Age» presenta una laguna signifi
cativa por lo que se refiere al tratamiento teórico de la relación
entre los sexos; para el ámbito germanoparlante fue Christina
Thürmer-Rohr (1984) la que ofreció, a través de Capra, Lutz
y otras, una panorámica amplia en cuanto a esta crítica.
Por otro lado, la corriente ecofeminista se ha visto ex
puesta una y otra vez a fuertes críticas, también desde el
mismo bando feminista. He presentado ya por extenso a la
crítica más contundente en el ámbito internacional, Janet
Biehl (1991 y 1991a). También el manifiesto ya citado de
Donna Haraway, Manifestó for Cyborgs (1990) puede ser
leído como un texto crítico hacia el ecofeminismo. Además,
hay que citar también el artículo de Alice Echols, traducido
ya también al alemán, The New Feminism o f Yin and Yang
(versión alemana: 1985), en que si bien se hace una crítica
general del «cultural feminism», se consideran de forma
expresa las posturas de Daly y Griffin. Para el ámbito ger
manoparlante contamos con análisis críticos, de alcance
variado, de Elvira Scheich (1991) y Frauke Rubart (1988),
Ruth Grossmass (1989) y Annette Runte (1988), Ilse Lenz
(1988) y Barbara Bóttger (1987), Claudia Pinl (1993: 55
y ss.) y Christa Wichterich (1992a: 43 y ss.), Angelika
Gausmann (1991) y Brunhilde Sauer-Burghard (1989).
Respecto a estas aportaciones hay, desde luego, que consi
derar que se refieren normalmente de forma bastante rudi
mentaria a la discusión y recepción internacional, puesto
que su punto de mira está sobre todo en el llamado enfo
que de Bielefeld («Bielefelder Ansatz») (véase especial
mente Werlhof/Mies/Bennholdt-Thomsen, 1983; Benn-
holdt-Thomsen, 1987; y Mies, 1988). En vista de la proxi
midad teórica entre Maria Mies y Vandana Shiva y entre la
estructura de argumentación de «las de Bielefeld» y los en
foques internacionales más relevantes, los artículos nom
brados pueden ser considerados como críticas al ecofemi-
nismo (sobre todo Lenz, 1988; y Sauer-Burghard, 1989).
Sin embargo, esta crítica se muestra aquí y allá como poco
precisa e injustificadamente estandarizada, sobre todo en el
caso de Scheich (1991), la cual habla «del» punto de vista
ecofeminista sin mencionar ni a una sola de las autoras o a
una de las numerosas posturas controversiales. En lugar de
ello, Scheich echa mano del suficientemente conocido re
proche de esencialismo (op. cit., pág. 621), el cual emplea
de la forma prototípica como clave que demanda confirma
ción sin que parezca necesario un análisis preciso. En mi
opinión, una crítica asi no resulta adecuada para iniciar e
inspirar un debate teórico en tomo a las posturas fundamen
tales23. Sólo con repasar, tal como hace sistemáticamente
Brinda Rao (1989 y 1991), la bibliografía mientras tanto
P refacio ...................................................................... 9
1. M inorías sin voz dentro de la historia de las teorías . 13
1.1.
Esbozo de los temas de estudio ......................... 13
1.2.
Teoría/práctica feminista y «cuestión ecológica» ... 29
1.3.
Teoría política y relación hacia la naturaleza ...... 57
1.4.
El subtexto: problemas con el esencialismo .......... 64
2. CRÍT1CAS/-OS CRÍTICAS/-OS DE LA CRISIS ECOLÓGICA.......... 79
2.1. Determinaciones relaciónales y la lógica propia de
la naturaleza....................................................... 80
2.2. Determinaciones relaciónales de la materia natural.. 86
2.2.1. Materialidad ............................................ 87
2.2.2. Productividad ........................................ 111
2.3. Determinaciones relaciónales de la historia de la natu
raleza ............................................................... 135
2.4. Problemas con la simbolización de la lógica propia
de la naturaleza ................................................ 167
3. D emócratas radicales aleccionadas/- os a través d e la
NATURALEZA ............................................................... 177
3.1. Derivaciones naturalistas a partir de la naturaleza .. 177
3.2. Determinaciones éticas de (desde) la naturaleza ... 186
3.2.1. Mutualidad ............................................ 186
3.2.2. Sociedad ................................................ 220
3.2.3. Espiritualidad ........................................ 240
3.3. Un camino a través de las determinaciones dimensio
nales .................................................................. 255
4. R e su m e n y p e rsp e c tiv a s .......................................... 261
B i b lio g r a f ía ............................................................... 283