El Concilio de Trento estableció doctrinas sobre la justificación, el pecado original y el sacramento de la penitencia. Reafirmó los símbolos de fe y el canon bíblico. Declaró que Adán perdió la gracia y transmitió el pecado a la humanidad, que solo se limpia a través del bautismo. La justificación viene por la fe y la gracia de Dios, no por méritos propios. Instituyó el sacramento de la penitencia para aquellos que caen en pecado después del bautismo, requiriendo
El Concilio de Trento estableció doctrinas sobre la justificación, el pecado original y el sacramento de la penitencia. Reafirmó los símbolos de fe y el canon bíblico. Declaró que Adán perdió la gracia y transmitió el pecado a la humanidad, que solo se limpia a través del bautismo. La justificación viene por la fe y la gracia de Dios, no por méritos propios. Instituyó el sacramento de la penitencia para aquellos que caen en pecado después del bautismo, requiriendo
El Concilio de Trento estableció doctrinas sobre la justificación, el pecado original y el sacramento de la penitencia. Reafirmó los símbolos de fe y el canon bíblico. Declaró que Adán perdió la gracia y transmitió el pecado a la humanidad, que solo se limpia a través del bautismo. La justificación viene por la fe y la gracia de Dios, no por méritos propios. Instituyó el sacramento de la penitencia para aquellos que caen en pecado después del bautismo, requiriendo
El Concilio de Trento estableció doctrinas sobre la justificación, el pecado original y el sacramento de la penitencia. Reafirmó los símbolos de fe y el canon bíblico. Declaró que Adán perdió la gracia y transmitió el pecado a la humanidad, que solo se limpia a través del bautismo. La justificación viene por la fe y la gracia de Dios, no por méritos propios. Instituyó el sacramento de la penitencia para aquellos que caen en pecado después del bautismo, requiriendo
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Concilio de Trento según el Denzinger
Se menciona que el motivo de la congregación del concilio es la extirpación de las
herejías y la reforma de las costumbres que vive la iglesia en dicho periodo, principalmente causado por las tesis de Martin Lutero y su reforma protestante. Por motivos de que la fe estaba siendo puesta en duda, reafirman el símbolo Niceno-constantinopolitano, es decir el Credo “como el principio en que necesariamente convienen todos los que profesan la fe de Cristo, y como firme y único fundamento” (Denzinger, 1500) Se aceptan los libros sagrados y se decreta un índice o canon de los libros sagrados del Antiguo y Nuevo testamento. Establece un decreto sobre el pecado original con diversas declaraciones:
1. Adán al romper el mandamiento de Dios sobre el fruto prohibido, “perdió
inmediatamente la santidad y justicia en que había sido constituido, e incurrió por la ofensa de esta prevaricación en la ira y la indignación de Dios” (Ds 1511), por lo tanto, cayó en la muerte y la desgracia que se había impuesto como castigo, y todo aquel que no lo confiese así sea anatema. 2. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado” (Rm 5,12). Adán no se daño solo a él, sino que, a su descendencia, la santidad de Dios no fue perdida para sí solo, sino para todos nosotros y los que nos siguen, y quien niegue que nosotros también llevamos el pecado de la desobediencia que afecta cuerpo y alma, sea anatema. 3. No hay fuerza de naturaleza humana u otro remedio de merito propio, que no sea el bautismo, debidamente conferido por la Iglesia para limpiar el pecado de Adán, quien diga lo contrario sea anatema. 4. Los niños recién nacidos, deben ser bautizados, pues pese a que ningún pecado han podido cometer, si contraen el pecado original, y debe ser expiado en el lavatorio para conseguir la vida eterna, quien niegue esto sea anatema. 5. Por la gracia del bautismo que es gracia de Jesucristo, se limpia el pecado original y destruye todo lo que tiene propia razón del pecado, más no se niega que la concupiscencia permanezca en los bautizados, por el cual los bautizados sienten una inclinación hacia el pecado, y quien niegue esto sea anatema. Sobre la Justificación La justificación no es solo la remisión de los pecados, pues por medio de esta se vuelve a obtener la santificación; perdida por Adán, y la renovación del hombre interior; a imagen del bautismo, esto siempre por la recepción de la gracia y los dones, que la justificación tiene. Las causas de la justificación citando el Ds son: - La final: la gloria de Dios y de Cristo y la vida eterna - La eficiente: Dios misericordioso, que gratuitamente lava y santifica - La meritoria: su Unigénito muy amado, el cual, por la excesiva caridad con que nos amó, nos justificó por su pasión y muerte y satisfizo por nosotros a Dios Padre. - La instrumental: mediante el bautismo categorizado como “sacramento de fe”. - La causa formal: La justicia de Dios, por la cual nos hace justos al ser renovados en el espíritu para recibir en cada uno su propia justicia, según la medida que el Espíritu Santo estime conveniente para cada uno. (1528).
La justificación viene de la fe, se justifica por ella y es además gratuitamente,
entonces el impío es justificado por el “principio de humana salvación”, es decir, la fe, que es fundamento y raíz de toda justificación. Los pecados no se remiten o han sido remitidos a nadie que se jacte de la confianza y certeza de que sus pecados han sido perdonados sin el debido perdón de la Iglesia, pues nadie puede saber con certeza que ha conseguido la gracia de Dios, pues bien, nadie debe afirmar que ha sido verdaderamente justificado por merito propio, sino que debe haber sido absuelto por la Iglesia, “como quiera que esa confianza vana y alejada de toda piedad, puede darse entre los herejes y cismáticos, es más, en nuestro tiempo se da y se predica con grande ahínco en contra de la Iglesia Católica” (Ds 1533) Aquellos que por el pecado cometido han dejado de tener la gracia recibida por el bautismo, pueden movidos por Dios, recuperar dicha gracia por medio del sacramento de la penitencia, instaurada por Cristo Jesús cuando dijo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonareis los pecados, les son perdonados y a quienes se los retuviereis, les son retenidos” (Jn 20, 22-23). La recuperación de la gracia por medio de la penitencia es muy distinta a la forma bautismal, pues no solo se debe abstener de los pecados, mediante un corazón contrito y humillado, sino que se debe realizar una confesión de los pecados cometidos de manera sacramental, y además buscar la absolución sacerdotal y la satisfacción mediante el ayuno, limosnas, oraciones y otros piadosos ejercicios, pues “como enseñan las Sagradas Letras, no siempre se perdona toda, como sucede en el bautismo, a quienes, ingratos a la gracia de Dios que recibieron, contristaron al Espíritu Santo” (Ds 1543). Doctrina sobre el sacramento de la penitencia El sacramento de la penitencia nace de la misericordia de Dios, quien, conociendo la debilidad humana, sabe que no guardaremos constantemente la gracia y la justicia recibida en el bautismo, por lo que es “un remedio de vida para aquellos que después del bautismo se hubiesen entregado a la servidumbre del pecado y al poder del demonio, a saber, el sacramento de la penitencia” (Ds 1668) Cristo instituyo el sacramento luego de su resurrección de los muertos, al insuflar el Espíritu Santo a sus discípulos, con el poder de perdonar y retener los pecados, por lo tanto, la Iglesia Católica, sucesora de los apóstoles, tiene la potestad de seguir ejerciendo dicho ministerio del perdón de los pecados. Existe una diferencia entre el bautismo y la penitencia, aparte de que la materia y la forma, es distinta para cada sacramento, también el fruto es distinto pues:
“Uno es además el fruto del bautismo, y otro el de la penitencia. Por
el bautismo, en efecto, al revestirnos de Cristo [Gal. 3, 27], nos hacemos en Él una criatura totalmente nueva, consiguiendo plena y entera remisión de todos nuestros pecados; más por el sacramento de la penitencia no podemos en manera alguna llegar a esta renovación e integridad sin grandes llantos y trabajos de nuestra parte, por exigirlo así la divina justicia, de suerte que con razón fue definida la penitencia por los santos Padres como “cierto bautismo trabajoso”. Ahora bien, para los caídos después del bautismo, es este sacramento de la penitencia tan necesario, como el mismo bautismo para los aún no regenerados” (Ds 1672) La contrición debe estar entre los principales actos del penitente, quien mediante esta debe sentirse dolidamente arrepentido de corazón por el pecado cometido, contener en sí el cese del pecado y el propósito de iniciación de una nueva vida y por sobre todo aborrecimiento de la vieja, por lo cual debe ir acompañado de los actos de penitencias para “pagar” por las culpas cometidas. La confesión de los pecados es sumamente importante para entregar luego el perdón, pues los sacerdotes, instaurados como justos jueces por la misericordia divina, han de conocer los pecados del penitente para poder ser perdonados, pues al confesar los pecados al sacerdote de manera explicita y uno a uno, de manera que se halla hecho un buen examen de conciencia a profundidad, se están poniendo en las manos bondadosas de Dios para su perdón, pero de haber escondido algún pecado o pedir el perdón sin confesar ninguno, no se pone nada frente a Dios y por tanto no hay nada que perdonar. “Porque si el enfermo se avergüenza de descubrir su llaga al médico, la medicina no cura lo que ignora”. (Ds 1680) Es necesaria la confesión, ahora de manera privada o en secreto, para que el sacerdote, justo juez, dicte una “Sentencia” acorde a los pecados cometidos, para que el tiempo de penitencia sea fructífero y se perdonen los pecados que se han confesados.