Conciencia en Formación

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CONCIENCIA EN FORMACIÓN

A veces, debido a defecto de formación, algunos penitentes parecen preocuparse únicamente


por saber si un pecado que han cometido es mortal o venial. Se muestran sorprendidos al oír
decir al confesor que no puede darles una respuesta definitiva acerca de la culpabilidad
subjetiva de un acto particular. Tal situación indica que tal conciencia necesita de formación.
Esta formación incluirá, no sólo la consideración de la gravedad de un acto, sino una
orientación en la misericordia de Dios.
Para juzgar de la gravedad del pecado es necesario determinar «¿En que momento antepuse yo
a Dios consciente y deliberadamente mi propio egoísmo o alguna cosa creada? ¿En que
momento me separaba deliberadamente de Dios? ¿Me di plena cuenta de que resistía a la
voluntad de Dios? ». Puede suceder a veces que el acto externo sea una ligera violación del
orden moral, pero la actitud interna de la persona es un firme desprecio de la voluntad de Dios.
Tal actitud interior hace que sea grave la ofensa.

¿Dónde está exactamente la línea divisoria entre el pecado mortal y el venial? A esto no se
puede dar una respuesta tajante. Los limites entre el pecado mortal y el venial varían de
penitente a penitente, y hasta en el mismo penitente varían de una vez a otra. En efecto, el
penitente no siempre presta la misma atención ni se da la misma cuenta de la gravedad de sus
acciones frente a la voluntad de Dios.

También la edad puede ser un factor que determine si un pecado cometido es mortal o venial.
Las transgresiones de los niños no se puede medir con la misma medida que las de los adultos.
A veces uno desea saber si ha cometido pecado mortal en el pasado para saber si puede cometer
lo mismo sin incurrir en pecado grave. Esta actitud es verdaderamente peligrosa. Esquivar la
voluntad de Dios equivale a huir de la plenitud de la vida. Uno se hace esclavo de la ley
queriendo liberarse de Dios. En tal caso la cuestión no debe ser «¿Es esto pecado mortal?»,
sino «¿Es ésta la debida respuesta mia a la amorosa voluntad de Dios?».
A veces uno pregunta si un acto es pecado mortal o venial porque tiene dudas reales y sinceras
de si está obligado a confesarse antes de comulgar. Hay personas que sufren de una conciencia
perpleja. Todo les parece pecado, mortal o venial. Cree que no elige otro sino el pecado.

Formación sacramental de la conciencia

En el sacramento de la reconciliación recibimos la absolución de nuestros pecados. Una sincera


confesión libera de los efectos de pecados mediante profunda contrición y firme propósito de
enmienda. La gracia de Dios ofrece al cristiano más que una mera ayuda para cumplir los
mandamientos. La gracia del sacramento libera de las ataduras del pecado y ofrece los vínculos
de amor.
Analizaremos un caso: uno ha confesado un pecado de odio o de enemistad. Luego vuelve al
mismo pecado. ¿Permanecerá perdonado su primer pecado? La respuesta es: lo que Dios ha
perdonado una vez, queda perdonado, pero todo el grave peso del odio y de enemistad
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nuevamente pesa en la conciencia. La bondad de Dios es la que obliga a un amor más grande,
misericordioso y paciente del prójimo.
Lo primero que rige la vida del penitente es la gracia de Dios en el alma, en el corazón y en la
mente del hombre. La vida moral es la respuesta de la persona a los dones de Dios en vista de
la vida eterna.

Formación eclesial de la conciencia

La doctrina que enseñan los sacerdotes no debe ser su propia de ellos. El sacerdote no tiene
derecho a adaptar la teología moral a su modo personal de ver las cosas.
En el confesionario, el sacerdote representa a la Iglesia. Su consideración primaria debe ser la
de si él se mantiene fiel a las enseñanzas de la Iglesia. La negligencia del confesor en el
conocimiento de lo que la Iglesia es realmente causa que ni el mismo ni el penitente no
aprovechan bien de esa fuente de misericordia que es el sacramento de la reconciliación.
La misión primaria de la Iglesia es anunciar la palabra de Dios, proclamar el Evangelio. La
tarea del confesor es ayudar al penitente descubrir la gracia, el amor de Dios en la compleja
realidad del orden moral, de «los signos del tiempos», etc. El penitente formado conforme al
orden moral de Cristo considerará a la Iglesia como una madre, cuya primera consideración
debe ser la del bienestar de sus hijos. La gracia no es una ley que despersonaliza. La gracia da
al penitente una visión del corazón de Dios, de Dios que es a la vez padre y madre para su
pueblo.

Sintesis: El amor al Dios y al prójimo

Los diez mandamientos no son la mejor representación de la moral cristiana. Después de la


venida de Cristo se cuenta con que los cristianos acepten el Evangelio como la norma capital de
su vida. Obrar de otra manera es ignorar la encarnación.
San Agustín tomó los diez mandamientos y los colocó en el marco de las bienaventuranzas
como base para una breve presentación de la moral cristiana. Subrayó en modo especial que el
cristiano debe ser particularmente atento a las operaciones del Espíritu Santo. Tal orden moral
está fundado en la primacía del amor de Dios y del prójimo. Y juntamente con la fe y la
esperanza, el amor debe reconocerse como uno de los fundamentos de la vida cristiana. Cuando
el hombre responde positivamente, su respuesta no proviene de su amor humano, sino más bien
del amor de Cristo que lo impulsa desde dentro. Éstos son algunos de los magníficos aspectos
hay que subrayar en la formación de su conciencia. Cuanto más consciente es uno de la bondad
amorosa de Dios, tanto mayor incentivo le dará para responder a este amor.

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