Conciencia en Formación
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¿Dónde está exactamente la línea divisoria entre el pecado mortal y el venial? A esto no se
puede dar una respuesta tajante. Los limites entre el pecado mortal y el venial varían de
penitente a penitente, y hasta en el mismo penitente varían de una vez a otra. En efecto, el
penitente no siempre presta la misma atención ni se da la misma cuenta de la gravedad de sus
acciones frente a la voluntad de Dios.
También la edad puede ser un factor que determine si un pecado cometido es mortal o venial.
Las transgresiones de los niños no se puede medir con la misma medida que las de los adultos.
A veces uno desea saber si ha cometido pecado mortal en el pasado para saber si puede cometer
lo mismo sin incurrir en pecado grave. Esta actitud es verdaderamente peligrosa. Esquivar la
voluntad de Dios equivale a huir de la plenitud de la vida. Uno se hace esclavo de la ley
queriendo liberarse de Dios. En tal caso la cuestión no debe ser «¿Es esto pecado mortal?»,
sino «¿Es ésta la debida respuesta mia a la amorosa voluntad de Dios?».
A veces uno pregunta si un acto es pecado mortal o venial porque tiene dudas reales y sinceras
de si está obligado a confesarse antes de comulgar. Hay personas que sufren de una conciencia
perpleja. Todo les parece pecado, mortal o venial. Cree que no elige otro sino el pecado.
La doctrina que enseñan los sacerdotes no debe ser su propia de ellos. El sacerdote no tiene
derecho a adaptar la teología moral a su modo personal de ver las cosas.
En el confesionario, el sacerdote representa a la Iglesia. Su consideración primaria debe ser la
de si él se mantiene fiel a las enseñanzas de la Iglesia. La negligencia del confesor en el
conocimiento de lo que la Iglesia es realmente causa que ni el mismo ni el penitente no
aprovechan bien de esa fuente de misericordia que es el sacramento de la reconciliación.
La misión primaria de la Iglesia es anunciar la palabra de Dios, proclamar el Evangelio. La
tarea del confesor es ayudar al penitente descubrir la gracia, el amor de Dios en la compleja
realidad del orden moral, de «los signos del tiempos», etc. El penitente formado conforme al
orden moral de Cristo considerará a la Iglesia como una madre, cuya primera consideración
debe ser la del bienestar de sus hijos. La gracia no es una ley que despersonaliza. La gracia da
al penitente una visión del corazón de Dios, de Dios que es a la vez padre y madre para su
pueblo.