Calacuerda Mayo2
Calacuerda Mayo2
Calacuerda Mayo2
EN ESTE NÚMERO:
Juan Sanuy, artista español de las dos orillas del Plata
Don Pedro Campbell, un irlandés de Artigas
Maratón 490 a.C. Retrodicción y explicación histórica
Las Legiones de Lavalle 1839-1840
Jaime Hiriart, “soldaditos” y pasión 1
Paraguay 1864: para bellum. El estado militar paraguayo de preguerra
NUESTRA PORTADA
De la mano privilegiada de Jorge Manes Marzano traemos para este primer número de Calacuerda a un curtido gastador del
período de la Confederación Argentina de mediados del década de 1840, en un descanso tal vez, previo a un desfile por las calles
porteñas. Originalmente, según el uso y costumbre española, los gastadores eran soldados selectos de las compañías de granaderos de
los regimientos de infantería que, a más de ir armados como el resto de la tropa, llevaban instrumentos de zapa, valga decir palas,
hachas, zapapicos, etc., con el fin de utilizarlas para abatir obstáculos, abrir sendas, construir atrincheramientos y cualquier otra tarea
afín. Provenientes de los granaderos, también disfrutaban del carácter de tropa de preferencia y con las reformas de Carlos III la escua-
dra de gastadores pasó a ser planta fija de los cuerpos de infantería. Heredero de la tradición hispana, en el Río de la Plata hubieron
escuadras tales en los incipientes regimientos regulares de 1810; en el Reglamento para el ejercicio y maniobras de la infantería de los
Exercitos de las Provincias Unidas de Sud América de 1816, se asignaba a la Plana Mayor de los batallones un cabo gastador y un
piquete de cuatro gastadores. Este mismo reglamento fue prácticamente copiado sin cambios treinta años después, en el marco de la
Confederación Argentina; el “Supremo Restaurador de las Leyes” se preocupó por que uno de los principales basamentos de su poder,
la fuerza militar, estuviera no sólo bien equipada sino provista con los vestuarios adecuados, tanto en funcionalidad como para presti-
giar a la milicia: se impusieron así, luego de 1840, órdenes de que traje usar según la ocasión, apareciendo uniformes de gala, media
gala, diario, verano y campaña, en un espectro que no se había visto hasta entonces en el Plata. No podían quedar fuera los gastadores,
miembros de las cabezas de columna en las ceremonias en el Buenos Aires punzó: vistieron éstos abigarradas gorras de pelo, casacas
largas y pantalones a la mameluca, que se habían integrado a la moda militar a finales de la década de 1820, y que en los treinta reapa-
recieron con vigor. Sumaban a esto los gastadores, presentes tanto en los escasos cuerpos de línea, como en las milicias e incluso
unidades policiales, los mandiles característicos de su oficio, así como machetes de elaboradas empuñaduras de bronce, al mejor estilo
francés.
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Equipo Editorial PRESENTACIÓN
Mail: [email protected]
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ÍNDICE
Presentación
Pag. 3
Uniformes
Juan Sanuy, artista español de las dos orillas del Plata
Alberto del Pino Menck, pag. 5.
Soldados y guerreros
Don Pedro Campbell, un irlandés de Artigas
Miguel Escalante Galain, pag. 15.
Batallas
Maratón 490 a.C. Retrodicción y explicación histórica
Diego G. Spallati, pag. 20.
Ejércitos y campañas
Las Legiones de Lavalle 1839-1841
Diego Argañaráz, pag. 26.
Uniformes
Batallón de Granaderos de la Guardia de los Supremos Poderes, México 1841
Diego Argañaráz, pag. 45.
Ejércitos y campañas
Paraguay 1864: para bellum. El estado militar paraguayo de preguerra
Diego Argañaraz, pag. 46.
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Uniformes
Acuarela que servía de carátula para el proyecto de láminas para el Anuario Estadístico de la República Oriental del
Uruguay (perteneció al Sr. Enrique Gómez Haedo. Colección Adhemar González Conde, ex Colección Enrique
Gómez Haedo)
En el transcurso del año 2005, publicamos en Montevideo en los primeros dos números de la Revista
“Armas y Letras”, un modesto artículo que titulamos “Iconografía Militar: Juan Sanuy: el pintor español de la
Milicia del Río de la Plata”. 1
Se trató de una ligera reseña sobre aquel formidable y prolífico retratista que fue el Doctor Octavio
Bellver, conocido en el Río de la Plata por su seudónimo de Juan Sanuy, que ocultaba - según Roberto
1
Del Pino Menck, Alberto “Iconografía militar. Juan Sanuy: el pintor español de la Milicia del Río de la Plata”, en
Revista de Historia y Cultura Militar, Montevideo, República Oriental del Uruguay, Año I, Nº 1, febrero 2005, pp. 119-
132; Nº 2, julio 2005, pp. 190-196.
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Pietracaprina – a un Doctor en Medicina español, nacido en Barcelona en el año 1856, quien había recalado en
estas costas como exiliado político.2
Autor de bellas acuarelas de excepcional factura, en ellas registró con singular maestría, técnica y
exactitud, rostros, actitudes, uniformes y armamento de infinidad de tipos militares uruguayos y argentinos,
contemporáneos suyos en el período comprendido entre fines de la década de 1880 y principios de la primera
década del Siglo XX.
En 1897 fue comisionado para realizar una serie de láminas para el Anuario Estadístico del Uruguay de
ese año, representando uniformes militares y policiales de la época, por armas y cuerpos. Realizó de tal suerte, un
total de once espléndidas acuarelas reproducidas en litografías por la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Nueve
de estas impecables láminas, fueron propiedad de nuestro recordado amigo Don Enrique Gómez Haedo, quién las
conservaba celosamente como heredad de su abuelo, a las que se sumaba un precioso boceto titulado “Ejército
nacional. Proyecto de láminas para el Anuario Estadístico de la República Oriental del Uruguay”.
Con el tiempo, esta excepcional colección de láminas así como otra adicional – separada de la serie
originaria - fueron subastadas en el tradicional remate montevideano de antigüedades de Zorrilla.
Izq.: Soldado del Batallón 2º de Cazadores, acuarela 1893 (Museo Histórico Nacional); der.: soldado
del Batallón de Artillería de Plaza, acuarela 1892 (cortesía Sebastián Zorrilla, Montevideo).
2
Pietracaprina, Roberto “El Ejército nacional hace 30 años (cuadros del pintor Juan B. Sanuy)”, Suplemento dominical de
“El Día”, Año III Nº 113, 16 de diciembre de 1934.
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Aunque no la única, esta es esta una de las temáticas que caracterizan más al artista, y donde sobresalen
un afiche de propaganda de grandes dimensiones de la firma Méndez Hermanos, que anunciaba su casa de
equipos militares de Montevideo, impreso por la Litografía de la Compañía General de Fósforos de Montevideo;
la colección de linotipias publicadas en el semanario “Montevideo Cómico”, representando uniformes
militares nacionales; la hermosa serie de cinco postales del Ejército y la Armada uruguayas impresas por
“Editores C. Galli” de Montevideo; así como la codiciada serie de miniaturas sobre marfil, diseminadas en
distintos acervos públicos y privados, si bien de calidad inferior a las acuarelas realizadas en papel y en tamaño
mayor, revisten un encanto particular para coleccionistas afectos al artista, como lo son Adhemar González
Conde, Eduardo Zubía y Horacio Porcel.
También son de destaque las grandes acuarelas de uniformes militares y trofeos de armas del ejército
uruguayo en tamaño natural que realizó por esos años y que adornaron por largo tiempo, las paredes de las salas
del Museo Militar Fortaleza General Artigas, y hoy, algunas de ellas pertenecen al acervo del Museo Militar “18
de Mayo de 1811” de Montevideo.
Izq.: Tambor, 1894 (cortesía de Eduardo Zubía, Montevideo, Uruguay); der.: Clarín o Trompa, 1893 (colección
Biblioteca Nacional, Montevideo, Uruguay). Ambos del Regimiento 1º de Infantería del Ejército Argentino.
7
Caricatura del General Miguel Antonio A. Navajas (Montevideo Cómico, Montevideo, 2 de enero de 1896, Año III, Nº
51, portada).
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Quedaron también plasmados en sus acuarelas los retratos de distintos personajes de la época. Damas y
caballeros de lo más galano de la sociedad rioplatense de la época, fueron retratados con precisión casi
fotográfica. Sanuy fué fundador en Montevideo de las revistas “Caras y Caretas”, “El Negro Timoteo” y
“Montevideo Cómico”. En este último semanario satírico, del que fue director responsable e ilustrador, demostró
semanalmente su vocación por el retrato, la caricatura, los temas militares, así como también los usos y
costumbres de la ciudad y del campo de las ambas naciones del Plata.
Habiéndose trasladado posteriormente a Buenos Aires, allí desarrolló la misma prolífica actividad que
allende el Plata, colaborando con su producción artística especialmente en la revista “Caras y Caretas”. Es de
especial destaque su colaboración en el número especial del año 1901, enteramente dedicado al Ejército y Marina
argentinos de la época.3
Anuncio de Montevideo Cómico, donde el dibujante y acuarelista Juan Sanuy ofrece su trabajo como artista, con
estudio en la calle Coronel Brandzen, 87, de la Ciudad de Montevideo. A partir del número 14 (2.º año), el taller de
arte se encuentra ubicado en la calle 18 de Julio Nº 519.
3
Caras y Caretas, Año IV, Nº 138, Buenos Aires, 25 de Mayo de 1901
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Según nos informa el artículo de Pietracaprina, este gran artista catalán, Octavio Bellver (a) Juan Sanuy,
falleció en 1908 en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, en la colección de Adhemar González Conde,
encontramos dos acuarelas de marineros argentinos firmadas en 1911.
Rebasa los límites de esta semblanza un inventario sistemático de la obra de Sanuy. Es interesante
destacar que Sanuy reproducía con ligeras variantes muchas de sus obras, encontrando en distintas colecciones
réplicas de un mismo personaje, ora militar ora civil. Ojalá podamos realizar algún día, un catálogo de su
magnífica obra pictórica. Es una deuda con este extraordinario acuarelista y con los amantes de su sorprendente
legado artístico.
Izq.: Cabo de la Escolta Presidencial (colección Adhemar González Conde, Montevideo, Uruguay); der.: Cuerpo de
Bomberos – Parada – Servicio de Teatro (Museo del Cuerpo de Bomberos, Montevideo, Uruguay).
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Serie de cinco postales de tipos militares de la República Oriental del Uruguay, impresas por C. Galli editores, Franco
& Cía., Montevideo (colección del autor).
Anuario Estadístico del Uruguay – Litografía de la Escuela de Artes y Oficios, año 1897.
11
Linotipias de tipos militares uruguayos publicadas en distintas ediciones del año 1894, por el semanario “Montevideo
Cómico”, dirigido e ilustrado por Juan Sanuy.
Marinería argentina, acuarelas de Juan Sanuy, fechadas en 1911 (colección Adhemar González Conde).
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Tambor de infantería de línea argentina, en uniforme de brin, acuarela de 1887; pertenece (como la siguiente) a la
primera época del autor ilustrando tipos militares del Río de la Plata, técnica que depuró rápidamente (Museo del
Cabildo de Montevideo).
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Soldado del Regimiento 1º de Infantería de Línea argentino, acuarela de 1888 (Museo del Cabildo de Montevideo).
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Soldados y guerreros
Introducción
Este trabajo busca describir brevemente y representar con fidelidad la vestimenta de un per-
sonaje de nuestra historia que es poco conocido, pero que tuvo su impronta y que, con su accionar,
marco la historia regional del litoral argentino. Su historia es similar a la de muchos aventureros y
caza fortunas de principios del siglo XIX, pero la diferencia de Campbell es que supo reconocer en
los principios federales de Artigas una causa por la cual luchar y, en nuestro litoral, el campo de ba-
talla en donde podría afirmar las ideas de su caudillo. Sus conocimientos marítimos y militares sir-
vieron a la causa hasta que esta, finalmente, cayó con su líder. Sus acciones pasaron a la historia de
nuestra región litoraleña.
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de infantería indígena del sargento mayor Francisco Javier Siti. Aunque rápidamente logró el domi-
nio de los ríos, no fue tan fácil dentro del territorio de Santa Fe. El ejército al mando de López se
batió contra el de Bustos en varias oportunidades, siendo la más relevante el combate de la Herradu-
ra, donde las tropas correntinas y guaraníes pondrían en práctica la táctica de las montoneras y la de
los cazadores de infantería que describe el general José María Paz en sus memorias. Esta táctica con-
sistía en que los cazadores de infantería actuaban montados a caballo en parejas en línea abierta, y
batían con sus fuegos a la línea enemiga; si el enemigo se retiraba avanzaban montados junto a la
caballería, con los fusiles a bayoneta calada, pero si eran rechazados rápidamente subían a sus caba-
llos y emprendían la retirada (de acuerdo a Mitre esta táctica era invención de Campbell). Esta cam-
paña llegó a su fin después de que ambos contendientes no pudieran lograr una victoria definitiva,
firmándose un armisticio.
Después de la captura de Andresito por los portugueses, Campbell apoyó a Siti y al goberna-
dor de Corrientes, Méndez, sirviendo tanto en la flota como en operaciones terrestres. La campaña de
Cepeda fue su participación más relevante en sus últimos años, donde las tropas federales logran una
aplastante victoria contra las fuerzas del Directorio de Buenos Aires. Posteriormente, sirvió con ope-
raciones navales para la protección de Corrientes contra los avances de los indígenas Abipones.
Las diferencias entre Artigas y Francisco Ramírez por lograr el dominio de la Liga Federal y
del litoral, rápidamente llevaron al enfrentamiento armado, que al principio fue favorable a Artigas,
pero posteriormente este perdió todos los territorios del litoral argentino, siendo apresados Campbell
y el gobernador correntino Méndez. No mucho tiempo después fue liberado, refugiándose en Para-
guay donde, paradójicamente, volvió a ser encarcelado por sospechas ante su condición de extranje-
ro. Nuevamente liberado, pasó a instalarse en la Villa del Pilar, localidad paraguaya sobre el río ho-
mónimo, frente al Gran Chaco. Allí volvió a su antiguo labor en curtiembre, falleciendo en 1832.
Láminas
La vestimenta utilizada por Campbell es explicada por unas cartas de los hermanos Rober-
tson, John y William, comerciantes británicos radicados en Corrientes, que describen su aspecto en
campaña y en guarnición, pudiendo tomarse esta descripción como modelo de la vestimenta utilizada
por las tropas de Artigas; así, para la primera lámina corresponde el siguiente párrafo:
“Estando sentado una tarde bajo el corredor de mi casa, vino a mi silla, a caballo, un hombre alto,
huesudo, de aspecto feroz, vestido de gaucho, con un par de pistolas de caballería en la cintura, un
sable metido en una vaina de acero aherrumbrado pendiente de un cinturón sucio de cuero medio
curtido, barba y bigotes rubios, el cabello desgreñado del mismo color, adherido por el sudor y cu-
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bierto de polvo. La cara no solo estaba quemada por el sol, hasta parecer negra, sino que estaba am-
pollada hasta los ojos; mientras grandes pedazos de la arrugada piel estaban prontos a desprenderse
de sus paspados labios. Llevaba un par de aros sencillos, un sombrero de los que usan los salteado-
res, un poncho hecho jirones, chaqueta azul adornada, con cinta roja descolorida, un enorme cuchi-
llo en una vaina de suela, un par de botas de potro y espuelas de fierro aherrumbrado, con rodajas de
un pie y medio de diámetro”1
Don Pedro Campbell en traje de campaña (lám.1, izq.) y en de gala (lam.2, der.).
1
Robertson J.P y G.P; Cartas de Sud América, Tomo I, Emecé, Buenos Aires, 1950, pp. 105-106.
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En tanto, para la segunda lámina se ha utilizado estos extractos:
“Pero volvamos a Don Pedro Campbell. Un día en que habíamos discurrido con mi hermano sobre la
manera más conveniente de proceder, entró en casa nuestro amigo irlandés, y no con traza de gau-
cho, por lo menos en su indumentaria. Vestía de casaca azul con botones amarillos, lo peor que pue-
da imaginarse como prenda de uso. Debía de proceder de Monmouth Street, por lo que yo sé; pero,
con todo, era una casaca de faldones y botones amarillos, lo que significaba mucho en Corrientes,
donde la gente viste de chaquetas, exceptuados los días de fiesta, las visitas de ceremonia y las misas
cantadas.
Al hombre que lleva casaca los días de semana –y hay bobos que la usan diariamente a despecho del
calor- la llaman hombre de casaca, lo que quiere decir algo así como hombre elegante y en ciertos
casos personaje de cuenta. La casaca azul de don Pedro se completaba con un gran sombrero de paja
rodeado por una cinta azul, muestra de patriotismo, y en el ojal lucía una cinta tricolor, condecora-
ción otorgada por Artigas como galardón de sus proezas en diversas acciones. Llevaba al cuello un
pañuelo amarillo de algodón, y tanto el chaleco blanco como la camisa del mismo color, iban camino
de ponerse amarillos como el pañuelo que le servía de corbata. Estaba recién afeitado y advertíase
fácilmente que el rostro no tenía costumbre de sentir a diario el filo de la navaja ni tampoco las ablu-
ciones. El hombre así transformado, gastaba pantalones de veludillo, botas con vueltas (curtidas por
el), aros en las orejas, y hacia ostentación de un reloj de bolsillo y sello. Lo único que había conser-
vado de su indumento gaucho, era una faja de color rojo escarlata, a manera de cinturón”.2
Estas dos descripciones nos dan una idea de cómo vestía este aventurero idealista irlandés
quien dejo una impronta en la historia argentina, que aún es poco conocida pero interesante para in-
vestigar y difundir.
Bibliografía
Escalante Galain, M. D.; La defensa de las Misiones occidentales durante la invasión Portuguesa de 1817, Tésis (Maes-
tría en Historia de la Guerra), Instituto Universitario del Ejército, Escuela Superior de Guerra “Tte. General Luis María
Campos”, Buenos Aires, 2014.
Gómez, H. F.; El general Artigas y los hombres de Corrientes. Colección documental, Amerindia, Corrientes, 2010.
Luzuriaga, J. C., Díaz Buschiazzo, M.; Las Batallas de Artigas 1811-1820, Cruz del Sur, Montevideo, 2011.
Mantilla, D.; Memorias de Fermín Félix Pampin, Ediciones Moglia, Corrientes, 2004.
2
Robertson .J.P y G.P; Op. cit., pp 106-107.
18
Machon, J. F.; La Federal Bandera Tricolor de Misiones, Ed. del Autor, Jardín América, Misiones, 1993.
Patiño, E.; Los Tenientes de Artigas, Impresores A. Monteverde & Cia. , Montevideo, 1936.
Poenitz, A., Snihur, E.; La Herencia Misionera, Editorial el Territorio, Posadas, 1999.
Poenitz, E., Poenitz, A.; Misiones, Provincia Guaranítica. Defensa y disolución (1768-1830), Editorial Universitaria,
Posadas, 1993.
Robertson, J. P, Robertson, G. P.; Cartas de Sud América, Tomo I, Emecé, Buenos Aires, 1950.
Savoini, J. L.; Andrés Guaçurary y Artigas. La destrucción de las Misiones Occidentales, Santo Tomé, 1990.
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Batallas y campañas
Introducción
Este trabajo práctico toma como base el libro de Quentin Gibson La lógica de la investiga-
ción social (cap. 15)), y para el desarrollo en detalle toma como ejemplo histórico la batalla de Mara-
tón (490 a.C.). Es el objetivo de este pequeño trabajo es tratar de identificar ejemplos de retrodicción
y explicación histórica en el relato de la batalla. Se comenzará el trabajo con un pequeño resumen de
la batalla (obtenido de diversas fuentes), luego un resumen de los conceptos de retrodicción y expli-
cación. Finalmente, a modo de conclusión, identificar ejemplos de ambos conceptos en el relato his-
tórico. El ejemplo esta deliberadamente tomado de un período bien remoto en la historia, que cuenta
con numerosos y ricos ejemplos de interpretación histórica, en algunos casos contradictorios entre sí.
Batalla de Maratón: reseña y relato histórico
La batalla de Maratón tuvo lugar en el año 490 a.C. y fue la culminación del primer intento
del imperio persa aqueménida, bajo Darío I, de someter a Grecia y sus habitantes. El principal obje-
tivo de esta fase de las guerras greco-persas era castigar a Atenas y sus aliados por el apoyo otorgado
a las ciudades de Asia Menor en su revuelta contra los persas. La mayor parte de lo que se conoce de
esta batalla proviene del historiador griego Heródoto en su obra Historias.
En 492 a.C., un ejército persa al mando de Mardonio fue enviado a repacificar Tracia y some-
ter a Macedonia, ambos objetivos cumplidos con éxito. Esto aseguró las rutas de aproximación a
Grecia para Persia. Luego de obtener la sumisión diplomática de la mayor parte de las ciudades esta-
do griegas en el 491 a.C., Persia había dejado aisladas a Atenas y Esparta como únicas desafiantes a
su poder. Finalmente, en el 490 a.C., los generales persas Datis y Artaphernes fueron enviados en
una operación anfibia a someter las islas Cícladas y castigar a Atenas por su asistencia a los rebeldes.
Luego de someter y conquistar Eritrea los persas desembarcaron en Atica, cerca del pueblo de Mara-
tón, ubicado a unos 40 kilómetros de Atenas.
Bajo el mando de Miltíades, el general con la mayor experiencia combatiendo a los persas, el
ejército ateniense marchó a bloquear las dos salidas existentes desde la planicie de Maratón. Tam-
bién se envió al mejor corredor ateniense (Philippides) a solicitar ayuda a Esparta, los cuales dijeron
no poder acudir antes de la luna llena, debido a motivos religiosos.
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Por cinco días los ejércitos permanecieron enfrentados sin moverse. Los atenienses acortaban
la distancia lentamente, utilizando picas en los flancos para cubrirse de la caballería persa. Dado que
cada día que pasaba acercaba la fecha en que los refuerzos espartanos llegarían, el tiempo trabajaba a
favor de los atenienses. Quizás por este motivo, los persas decidieron actuar primero. Al quinto día,
el 11 de septiembre o el 11 de agosto, Artaphernes decidió moverse y atacar directamente Atenas con
una porción de su ejército, mientras la otra parte aferraba al ejército ateniense en Maratón. Los ate-
nienses se enteraron de esto y, específicamente, que la tan temida caballería persa había abandonado
Maratón esa noche. Sin la caballería persa en la ecuación, los atenienses se encontraban en una mu-
cho mejor posición táctica, aunque aún muy superados en número. De todas maneras, si la caballería
había sido enviada a atacar Atenas, existía el peligro de que el ejército ateniense regresara a una ciu-
dad ya conquistada. Miltíades, entendiendo la situación, decide que es el momento de atacar, pese a
los riesgos, al amanecer del día siguiente.
La distancia entre los dos ejércitos en este punto se había acortado a unos 1.500 metros. Los
hoplitas se prepararon y formaron para el ataque. Miltíades ordenó a las dos tribus que formaban el
centro de la formación griega que desplegaran con una profundidad de cuatro hombres, mientras que
el resto de las tribus en los flancos lo hicieran en la profundidad normal de ocho en fondo. Según
Heródoto, los griegos corrieron toda la distancia hasta las líneas persas, sorprendiendo a los persas y
chocando con toda su línea.
A medida que los griegos avanzaban, las alas más fuertes y profundas de su formación se
adelantaron al centro, que aparentemente retrocedió. La decisión de achicar la profundidad del centro
de la línea griega, también sugiere una deliberada maniobra para atraer al centro persa hacia delante.
Atravesando el diluvio de flechas arrojadas por el ejército persa, los griegos finalmente chocaron con
el enemigo. Aquí la superioridad en combate cuerpo a cuerpo y el más pesado equipamiento del ho-
plita griego dio sus resultados.
Las alas atenienses rápidamente derrotaron a las inferiores levas persas en los flancos, para
luego girar hacia dentro y rodear al centro persa, el cual había sido más exitoso contra el delgado
centro griego. El resultado fue un doble envolvimiento, y la batalla concluyó cuando todo el ejército
persa, en plena confusión, huyó en pánico hacia sus barcos, siendo perseguidos por los griegos. Mu-
chos de los persas murieron en esta persecución, al internarse en terrenos pantanosos en su carrera
hacia los barcos.
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Situación inicial (izq.) y doble envolvimiento griego (der.)
Zona de reunión
PLANICIE
FLOTA PERSA
DE MARATÓN
Explicación Histórica
La explicación histórica busca establecer principalmente el por qué ocurrió, obtener las condiciones
necesarias para que un hecho histórico ocurra e identificar la mayor cantidad de factores posibles. Es
decir, es aquella en la que se señalan ciertos factores o influencias que contribuyen a que el aconte-
cimiento se produzca. Estas condiciones son generalmente incompletas (no suficientes) y necesito
acumularlas para poder establecer postulados o leyes adecuadas.
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La explicación histórica en nuestro ejemplo se vé reflejada en las distintas y a veces contra-
dictorias explicaciones que otorgan diversos historiadores acerca de la batalla de Maratón. Se trata de
explicar, por ejemplo, las decisiones de los generales y sus fundamentos.
Concluciones
Del relato histórico de la batalla de Maratón extraeremos aquellas controversias históricas
que ejemplifican casos de retrodicciones y explicaciones históricas. A saber:
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das en batalla (los griegos no poseían caballería para esta batalla). Si se podía producir un combate
decisivo ahora, sin la presencia de la caballería persa, las chances de victoria eran grandes.
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ateniense Philippides. El mismo fue enviado a Esparta a pedir su ayuda antes de la batalla y no des-
pués. Si la maratón de hoy en día tuviera que ser histórica en base a nuestra retrodicción, los atletas
deberían recorrer no 42 kilómetros, ¡sino los más de 200 que separan Maratón de Esparta!
Bibliografía
Gibson, Q.; La lógica de la investigación social, Tecnos, Madrid, 1974.
Sekunda, N.; Marathon 490 B. The first invasion of Greece, Osprey, Oxford, 2002.
Carey, B. T.; Warfare in the ancient world, Pen & Sword Military, South Yorkshire, 2005.
Anglim, S.; Fighting techniques of the ancient World, Thomas Dunne Books, New York, 2002.
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Ejércitos y campañas
Marco contextual
Acabada en 1831 la amenaza de la Liga del Interior para con las provincias firmantes del Pac-
to Federal, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, retuvo en sus manos el manejo de
las relaciones exteriores, tergiversando el origen por el cual las provincias las habían delegado al
gobierno porteño. Adicionalmente, a pesar de una aparente política económica proteccionista a prin-
cipios de 1835, Rosas mantuvo y reforzó el dominio económico de Buenos Aires a través del mono-
polio de la aduana y la prioridad otorgada al aparato productivo de su provincia, junto con el usufruc-
to del crédito público y la imposición de limitaciones a la navegación de los ríos interiores, perjudi-
cial para Entre Ríos y Corrientes, principales competidores de Buenos Aires en el mercado ganadero.
Esto, junto a la oposición de Rosas y otros gobernadores adictos al establecimiento de una constitu-
ción que limitara sus poderes, movió a un enrarecimiento del clima político, alentado por la confor-
mación en Montevideo de un grupo cada vez más activo y radical en su objetivo de acabar con la
hegemonía rosista.
Un ingrediente más que serviría de disparador sería la intervención francesa contra el go-
bierno porteño; a raíz de unas reclamaciones galas desatendidas con respecto al destino de un núme-
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ro de sus súbditos, el jefe de la estación naval en el Plata decidió el bloqueo del puerto de Buenos
Aires. Prontamente, los franceses entraron en alianza con el gobierno oriental del general Rivera,
contrario a Rosas, y el grupo de emigrados argentinos en Montevideo, la “Comisión Argentina”1.
Personajes de peso entre los “unitarios” tentaron entonces a Lavalle, alejado ya hacia una década de
la escena política argentina (que no de la oriental), a participar en un plan pergeñado a principios de
1839: enlazar un movimiento en la ciudad de Buenos Aires, de la mano del comandante Ramón Ma-
za, con otro protagonizado por hacendados desafectos en el sur de la provincia; por otro lado, desde
la Banda Oriental saldría una expedición en cooperación con la escuadra francesa, que invadiría
Buenos Aires, mientras que comisionados propios, orientales y franceses se encargarían de levantar a
los gobernadores del Interior, coaligados con las provincias del norte.
La Legión Libertadora
En abril de 1839 Lavalle aceptó ponerse al mando de la fuerza expedicionaria, que la Comi-
sión Argentina había denominado “Legión Libertadora”. Ofuscado por los dislates de Rivera, que
buscaba satisfacer sus propios intereses, Lavalle se embarcó en naves francesas el 2 de julio con des-
tino a Martín García, para alejarse del influjo del mandatario oriental. En la isla procedió al entrena-
miento y preparación de su fuerza que, para fines de julio alcanzaba el medio millar de hombres.
La invasión de la Banda Oriental por el ejército federal entrerriano, para acabar con Rivera,
hizo variar de planes a Lavalle, creído en un rápido triunfo merced a la debilidad de las fuerzas res-
tantes en Entre Ríos. Así, quedó postergada la invasión contra el centro del poder rosista, Buenos
Aires, aunque con las pocas fuerzas con que contaba Lavalle es dudoso que hubiera logrado algo
efectivo, siquiera con la incorporación de los hacendados del sur.
Ahora bien, cuál era el estado de ese primer ejército “Liberador”; según la visión del Gral.
Paz, lejos estaba de seguir los parámetros de la “escuela sanmartiniana”, donde Lavalle se había for-
mado:
“Al Ejército Libertador no era aplicable ningún género de organización ni regularidad, ni economía ni
contabilidad, ni orden ni disciplina ni cosa semejante: era un montón de hombres armados, distribui-
dos en otros montones más pequeños que se llamaban Divisiones, animados de entusiasmo y bravura, y
muy afectos al General que los mandaba.”
1 Constituida en diciembre de 1838, estuvo conformada inicialmente por el Brig.Gral. Martín Rodríguez como presiden-
te, el Dr. Florencio Varela como secretario, y una combinación de unitarios y federales constitucionalistas; entre los pri-
meros los abogados Julián S. Agüero, Valentín Alsina y Manuel B. Gallardo. Entre los segundos los generales Tomás de
Iriarte y Félix de Olazábal. También fueron comisionados Pedro J. Agrelo, Gabriel Ocampo y Braulio Costa.
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A principios de septiembre Lavalle desembarcó su fuerza en las cercanías de Gualeguaychú,
Entre Ríos; contaba ahora con alrededor de 800 hombres y escasas montados. El gobernador federal
delegado, coronel Vicente Zapata dispuso no intervenir hasta tener concentradas sus fuerzas y,
reuniendo a 1.600 milicianos (400 de ellos santafecinos), salió al encuentro de Lavalle. La acción
tuvo lugar en las márgenes del arroyo Yerúa (22 de sept. de 1839), al sur de Concordia, y se saldó
con el triunfo completo de la caballería de Lavalle.
Luego, el “León de Riobamaba”, ante la pasividad cuando no la indiferencia de los entrerria-
nos, se retiró a Corrientes en octubre, donde un golpe había destituido al gobernador federal, siendo
suplantado por el general Pedro Ferré; este lo designó comandante de las fuerzas correntinas.
28
El Segundo Ejército Libertador
En tanto, en la Banda Oriental, Rivera obtuvo un dudoso triunfo, pero triunfo al fin al mover
al ejército federal a la retirada, tras Cagancha (29 de dic. de 1839). El panorama habilitó a pensar en
el bando antirosista en nuevas oportunidades para la consecución de sus objetivos. De resultas de la
victoria, Rivera había acordado proceder con la invasión de Entre Ríos al frente de 2.000 orientales,
junto con la colaboración francesa en acallar las baterías costeras de Rosario, mientras Lavalle volvía
a su fin primigenio, atacando Buenos Aires.
Para finales de febrero de 1840, el ejército de Lavalle contaba ya con alrededor de 3.500
hombres, entre los que se hallaban 800 de la campaña porteña, salvados por naves francesas tras el
desastre de Chascomús (7 de nov. de 1839) e incorporados en enero de ese año. Conformado masi-
vamente por caballería, estaba estructurado en divisiones, que encuadraban regimientos, dominados
legiones, con dos o más escuadrones, y nombradas según sus comandantes:
1.° División
Cte.: Gral. José López “Chico”
-Legión Esteche
-Legión Prudencio Torres
2.° División
Cte.:Cnl. José M. Vilela
-Legión Vilela
-LegiónRico
3.° División
Cte.: Cnl. Niceto Vega
-Legión Vega
-Legión Velazco
4.° División
Cte.: Cnl. Ángel Salvadores
-Bón. de Cazadores (Cnl. Pedro J. Díaz)
-Bía. de artillería (2 piezas)
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Reserva
-Esc. Riobamba
-Esc. Mayo
Con estas fuerzas Lavalle marchó al puerto de Diamante (sur de Paraná) para enlazar con la
escuadra francesa; en el camino tuvieron lugar algunos combates entre destacamentos, hasta arribar
en las cercanías del arroyo Don Cristóbal el 10 de abril, donde se había atrincherado el ejército fede-
ral del general Pascual Echagüe, con 4.500 hombres y 8 piezas de artillería. La acción fue reñida,
pero se saldó con el triunfo táctico, que no estratégico de Lavalle: la infantería y artillería enemigas
lograron escapar casi incólumes y el Ejército Libertador, acuciado por la falta de hombres y recursos,
debió eludir la persecución y dirigirse hacia el Paraná.
Ya en Diamante, Lavalle recibió de la escuadra gala refuerzos provenientes del Ejército de
Reserva correntino (organizado en la segunda mitad del año
anterior) y 200 infantes venidos desde Montevideo; además se
le proveyó de municiones y piezas de artillería, con lo que esta
última arma llegó a formar una batería de 6 cañones. En este
aspecto, según testimonia el teniente coronel Juan Elías, edecán
del general en jefe, el estado de estas armas era sobresaliente:
30
El 15 de julio Lavalle se movió al frente de 3.000 hombres de caballería, 450 infantes y un centenar
de artilleros para, al día siguiente, chocar contra los federales en las puntas del arroyo Sauce Grande;
el Segundo Ejército Libertador formó con las siguientes fuerzas:
Infantería
-Bón. de Cazadores Correntinos (Cnl. Pedro J. Díaz)
Caballería
-División Vega
-Legión Torres
-Legión Rico
-Legión Ramírez
-Legión Vilela
-Legión Méndez
-Esc. Mayo
Artillería
-2 culebrinas de a 8 lb.
-2 culebrinas de a 6 lb.
El resultado fue funesto para el Segundo Ejército Libertador, con sus fuerzas desechas y en su
mayoría dispersas, aunque la caballería federal, a cargo de una eventual persecución, no pudo llevar-
la a cabo por su propia desorganización tras la acción. Lavalle, sin solución de continuidad en Entre
Ríos dado este desenlace, y con la opción de Corrientes cerrada, ya que motivaría su alejamiento de
la escuadra, decidió por fin dirigirse a Buenos Aires.
Lavalle ad portas
Tras una estación en la isla de Coronda (del 18 al 29 de julio), Lavalle se ganó la ira del go-
bernador correntino (quien lo declaró “desertor y traidor” por dejar a su provincia indefensa ante los
federales de Echagüe), menguada en parte al lograr que el general José M. Paz marchara a Corrientes
para hacerse cargo del Ejército de Reserva.
El 5 de agosto comenzó el desembarco de una fracción en Baradero, pero el grueso lo hizo en
San Pedro: se trataba de 2.600 jinetes, 300 infantes y menos de un centenar de artilleros para 4 pie-
zas. Tras mandar destacamentos a arrear caballadas, Lavalle tomó un largo rodeo hacia Buenos Ai-
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res; desde Montevideo, se lo azuzaba a no desaprovechar la oportunidad de asaltar la ciudad, cuasi
indefensa. La realidad era que Rosas había sido tomado por sorpresa, pero rápidamente comenzó a
accionar los resortes del Estado: la masa del ejército federal porteño se iba concentrando en Santos
Lugares, donde se reunieron 3.400 jinetes (1.000 de ellos veteranos), 2.200 infantes (800 veteranos)
y 12 piezas. Otros 1.500 hombres, al mando del general Pacheco, actuaban como fuerza de cobertura
en vanguardia, controlando los movimientos de Lavalle. En el núcleo urbano quedaron para su de-
fensa unidades de policía, serenos y cuerpos cívicos, formando 3 divisiones al mando de Lucio Man-
silla; en el sur de la provincia, el hermano del “Restaurador” y comandante del Rgto. N.°6 de Caba-
llería de Campaña, Prudencio Rosas, reunía hombres por la zona de Chascomús.
Lavalle continuó su avance, librando acciones menores contra las fuerzas adelantadas federa-
les, de tal forma que el 5 de septiembre llegó a Merlo, a apenas 40 kilómetros de la ciudad. No obs-
tante, analizando objetivamente la situación, Lavalle consideró que las condiciones no estaban dadas
para esperar un resultado positivo: primero debería superar las importantes fuerzas de bloqueo de
Santos Lugares; llegado el caso, carecía de infantería para asaltar un núcleo urbano; en el norte, su
base de operaciones resultaba amenazada por la aparición de fuerzas federales santafesinas; se repe-
tía en la campaña porteña la apatía que ya había sentido en Entre Ríos: las masas no se habían lanza-
do a los brazos de sus libertadores. Por último, tenía informes concretos del inminente arreglo entre
Rosas y los franceses, lo que significaría el fin de ese vínculo vital para sus fuerzas.
Con todas las de perder, Lavalle decidió finalmente contramarchar, replegándose a Santa Fe
para eliminar en primer término esa amenaza a su retaguardia y, eventualmente, correrse a Corrientes
(donde lo esperaría Paz) o hacia el Interior, donde asomaba el poder de la Liga del Norte.
Nunca volvería con vida a su Buenos Aires natal.
En Santa Fe
Luego de su fracaso en Buenos Aires, Lavalle decidió con acierto, dadas las circunstancias,
marchar contra Santa Fe; volviéndose contra esta provincia litoraleña se hallaría en una posición es-
tratégica vital, a caballo entre su aliado Ferré en Corrientes y las fuerzas de la Coalición del Norte,
encabezadas por Lamadrid; allí podría recomponer sus recursos y dirigirse a las provincias del Inte-
rior, o invadir nuevamente Buenos Aires con el apoyo de Rivera desde la Banda Oriental.
El gobernador Juan Pablo López se retiró, internándose en el Chaco santafecino a la cabeza
de 80 hombres, mientras dejaba al general Eugenio Garzón al frente de la defensa de Santa Fe capi-
tal. El general Tomás de Iriarte fue enviado con un millar de hombres a tomar la localidad, que logró
tras dos días de duros combates; a pesar de este logro, Lavalle no dominaba más que el suelo que
pisaban sus lanzas y su situación comenzó a volverse insostenible: las agotadoras marchas y contra-
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marchas del ejército con el objetivo de acabar con López habían dejado al Ejército Libertador casi a
pie. El 29 de octubre tuvo noticia de una revolución liberal en Córdoba, auspiciada por Lamadrid,
por lo que decidió dirigirse para enlazar con el último.
Por esas fechas los representantes del Reino de Francia y de la Confederación firmaban el tra-
tado Mackau-Arana, que daba por concluido el diferendo con Francia.
33
Desastre en Córdoba
El 19 de noviembre comenzó la marcha hacia Córdoba, constantemente acosados por las par-
tidas de caballería del gran ejército federal, al mando del depuesto gobernador oriental y firme aliado
de Rosas, Manuel Oribe. A esto se sumaba la falta de avituallamientos, que dejó a la tropa sin ali-
mentación primero y, luego, sin agua. Su táctica para afrontar esta amenaza fue marchar en dos
agrupaciones, con la de retaguardia compuesta por caballería e infantería; cuando la presión de la
caballería enemiga era desequilibrante, ordenaba desplegar al ejército, pero cuando el enemigo hacia
lo mismo, volvía al orden de marcha bajo la cobertura de su retaguardia.
Lavalle arribó al lugar pautado para el encuentro con Lamadrid siete días después (se había
convenido el 20 de noviembre), por lo que no halló a nadie ni pudo recomponer sus fuerzas con las
supuestas caballadas que lo aguardarían. El 28 de noviembre el Ejército Libertador tuvo que detener-
se agotado en Quebracho Herrado, territorio cordobés, aferrado por la caballería federal de vanguar-
dia (compuesta por más de 2.000 hombres) y presentar batalla. Para enfrentar a los 6.500 hombres
del ejército federal, Lavalle contaba con las siguientes fuerzas:
Ala derecha
Cte.: Cnl. Vilela
-División Vilela (4 escuadrones)
-Esc. Mayo
-Esc. Escolta
Centro
Cte.: Cnl. Díaz
-Bón. de Cazadores
-4 obuses
Ala izquierda
Cte.: Cnl. Niceto Vega
-División Vega (4 escuadrones)
-Legión Aldao
-Legión Noguera
-Legión Rico
-Legión Campos
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-Legión Ábalos
Reserva
-3 escuadrones
-Bagajes
El todo era fuerte de 3.700 de caballería, de ellos 1.200 a pie por falta de montados (que de-
bieron quedarse junto a la infantería durante la acción), 350 de infantería y 150 de artillería. Los
animales de la primera se hallaban en pésimas condiciones y cada legión equivalía aproximadamente
a un escuadrón antes que a un regimiento. Lavalle resultó vapuleado, sufriendo 1.500 muertos, 500
prisioneros, toda la artillería y bagajes; el Ejército Libertador se quedó virtualmente disuelto y Lava-
lle tuvo que huir hacia el noroeste, sumando gradualmente dispersos a su descalabrada fuerza.
Caballería
División Tucumana (Cnl. Torres)
División Pedernera
Esc. Salas
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Esc. Oroño
Esc. Ocampo
Esc. Victoria
Infantería
Cía. o piquete de infantería (Sgto.My. Del Campo)
Confrontado por 1.700 jinetes, 700 infantes y 3 piezas, Lavalle fue derrotado y obligado a
huir aún más hacia el noroeste: con cerca de dos centenares de hombres desesperados, pero fieles a
ultranza había partido hacia Jujuy, donde el 8 de octubre de 1841, resultó muerto de un balazo fortui-
to por una partida de jinetes federales, que ni siquiera sabían que él estaba allí.
Así daba su último rugido el León de Riobamba.
Bibliografía
Best, Felix; Historia de las guerras argentinas, Tomo 1, GRAFICSUR, Bs. As., 1983.
Beverina, J.; Las campañas de los Ejércitos Libertadores 1838-1852, Círculo Militar, Buenos Aires, 1923.
Camogli, Pablo; Batallas entre hermanos. Todos los combates de las guerras civiles argentinas; Aguilar, Bs. As., 2009.
Ruiz Moreno, Isidoro J.; Campañas militares argentinas. La política y la guerra, Tomo 2, Emecé, Bs. As., 2006.
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Juegos de Guerra y modelismo
A comienzos de febrero de este año, “Calacuerda” fue recibida por Jaime Hiriart en su Taller
montevideano; nuestra revista considera muy auspicioso comenzar su publicación con la noticia de
su obra. Jaime (se nos permite llamarlo por su nombre) es uno de los artistas más originales y nota-
bles del Río de la Plata; y decimos artista, que no solo artesano, porque su obra es de una completi-
tud tal que no dudamos en compararlo con un artista renacentista: escultor, tallista, fundidor, pintor,
escenógrafo, polemista, guerrero…prácticas todas que bullen, de una u otra manera y tiempo, en su
continuo quehacer.
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mente en su Facebook; él mismo publica casi a diario en las redes viñetas de su propia mano, versa-
das sobre aventuras en el África de entreguerras, con heroínas, héroes, nativos….Lleva centenares,
que esperan compilación y una publicación ya gráfica.
Adentrados en el tema principal, la fabricación de soldaditos, Jaime nos indica que cuenta con
un compendio de su trayectoria,la que ha publicado en forma de libro su amigo Diego Lascano, Hi-
riart. Soldados de colección. Toy Soldiers, quien prologa así: “Estimulado por su madre y dotado de
grandes habilidades para el dibujo realiza en cartón blanco figuras recortables de héroes de ficción
como Tarzán, además de exploradores y aventureros, a los que siempre les agrega la otra cara impre-
sa, que no suelen traer las ilustraciones para recortar de las revistas para niños.”
Luego sigue: “Entre los diez y los catorce años produce dos centenares de soldados en cartón
de 100 milímetros de altura, aproximadamente. La colección va creciendo y reduce la escala para
incorporar tanques, buques y aviones que, en muchos casos, construye en forma tridimensional. Su
pasión por lo bélico supera lo lúdico cuando ingresa al Centro General de Instrucción de Oficiales de
Reserva. (…) en poco tiempo se familiariza con el manejo de diversas armas y se compenetra seria-
mente con el servicio, alcanzando el grado de teniente. Sin duda, esta fase de su vida lo marca para
siempre, ya que a los cuarenta años de edad se ofrecerá como voluntario en el Ejército Argentino,
38
con motivo del conflicto del Atlántico Sur de 1982.” En lugar distinguido de su taller conserva la
carta de agradecimiento del canciller argentino Aguirre Lanari.
Es durante estos primeros años cuando Jaime desarrolla el arte de esculpir, y puede así avan-
zar de las dos a las tres dimensiones. Siguiendo a Lascano, este más adelante agrega: “A comienzo
de la década de 1960, Hiriart se vale de madera balsa para tallar y pintar alrededor de ochocientas
figuras, principalmente con el objetivo de conformar paradas militares que incluyen caballería y tre-
nes de artillería completos.”
Pero una existencia honesta tiene su peso, así “Necesidades económicas lo obligan a vender
esas formaciones y, sin soldaditos de madera para comercializar, surge la idea de desarrollar modelos
para ser reproducidos en metal mediante la técnica de fundido y vaciado en molde”. La necesidad lo
llevó a crecer y ya en 1984 comienza la producción de las primeras figuras metálicas, de aleación; el
proceso inicia con el modelado de los originales en la clásica plastilina o son tallados en madera para
luego fundir las copias. Esta producción queda enmarcada en la categoría de New Toy Soldier: un
rescate de las características de los “soldaditos” concebidos para el divertimento infantil, pero desti-
nados exclusivamente al coleccionismo; aún más, Jaime no busca un apego pleno al realismo, pri-
mando tanto la elegancia de las figuras como los detalles en un acabado refinado.
Jaime, exhibió su primera producción para la comercialización en la vidriera de una casa de
cambio de la avenida18 de Julio; “En 1978”, rememora, “mi producción de piezas Hiriart alcanza las
39
cientoveinte figuras al mes, estrictamente por pedido.” Su método es que “los motivos sean elegidos
por los clientes. Poseo una nutrida biblioteca especializada en uniformología y otras fuentes para
alcanzar no sólo el espíritu, sino hasta el más mínimo detalle.”
En poco tiempo desde sus inicios, Jaime se plantea la posibilidad de exportar sus figuras.
Comienza con sus ventas en Buenos Aires, en un conocido local de la céntrica calle Maipú, de Jorge
Jansony, entonces. “a partir de ese momento las compras desde la capital de Argentina se hacen
constantes” y pronto comienza a exportar a Estados Unidos. Si bien se focaliza en suplir las crecidas
demandas del exterior, no por ello descuida el mercado local: en 1991 acepta un grueso pedido por
setecientas piezas conformadas por Blandengues y otras tropas del ejército realista de Montevideo,
con destino a un diorama que reproduce la batalla de Las Piedras. La obra es expuesta en el Depar-
tamento de Estudio Históricos del Estado Mayor del Ejército Nacional uruguayo.
Y la tradición familiar continúa: pocos años antes, en 1989, su hijo Guillermo se suma al ta-
ller paterno con apenas diecisiete años; en un primer momento encargado de pintar las figuras, más
tarde queda encargado del armado y supervisión de la producción.
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La magnífica obra de Jaime se difunde entre coleccionistas e interesados fabricantes, va ga-
nando espacio no sólo a nivel local, sino también el internacional. En 1993 recibe la oferta de un
productor de Hong Kong como modelista de su marca y, en 1995 Bud Presley inicia la venta de sus
modelos en Canadá, mientras que, en Estados Unidos, Buzz Thorp hace lo propio en ese país. Recibe
un gran espaldarazo cuando Jonathan Crawford, en su prestigiosa publicación Wordtoy Soldier Di-
rectory & Compendium, elogia su producción “Hiriart figures are among the best avaible any whe-
re”. El reconocimiento trasciende el Nuevo Mundo y su fama llega a Francia, de donde parte un
enorme pedido por siete mil figuras para Cocktail Jouets; le solicitan modelos tanto de la Legión
Extranjera como de la Casa de Educación de la Legión de Honor y de la Escuela Especial Militar de
Saint-Cyr, así como muchas otras unidades del ejército francés. La revista Valeurs Actuelles, como
promoción, regala 3500 de sus Spahis en una de sus ediciones. También el mercado británico le abre
sus puertas mediante la distribución de Philip Dew.
41
en relieve. En 1983 vuelve a cambiar las bases, que entonces pasan a ser hexagonales, identificadas
en el reverso (en un ángulo opuesto a la soldadura de los pies) y con la particularidad en los modelos,
de contar con brazos móviles.
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“Clásicos Hiriart”: figuras montadas del ejército prusiano, una de las tempranas pasiones de Jaime.
Más allá de la tradicional escala de 54 milímetros, se producen series limitadas en otros ta-
maños, como la de uniformes históricos uruguayos de 90milímetros, y la de diversos ejércitos en
ambas guerras mundiales.A partir de 1995, Hiriart solo se dedica al modelado de las figuras que pro-
pone su hijo Guillermo, de acuerdo a las preferencias de sus clientes. Las piezas más solicitadas co-
rresponden a la época victoriana y a unidades modernas con uniformes tradicionales o actuales.
Las temáticas de Hiriart abarcan todas las épocas: en primer término un trío de guerreros persas
en 58 mm (1979) y, luego, el Mariscal Presidente Francisco Solano López (75 mm, 1980) y un ofi-
cial y tambor del Bón. N.°1 “Florida”, del ejército uruguayo (60 mm, 1980).
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Desde principios de la década de 1970, Hiriart lleva creados más de cuatro mil modelos dife-
rentes. En el presente, la producción anual alcanza un promedio de siete mil quinientos soldados que,
en su gran mayoría, se exportan a diversos países del Hemisferio Norte.
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Uniformes
Bibliografía
Hefter, J. (coord.); Crónica del traje militar en Méxi-
co, del siglo XVI al XX, Artes de México, N.°102,
Año XV, México D.F., 1968.
45
Ejércitos y campañas
A 150 años de la finalización de uno de los mayores conflictos ocurridos en América del Sur,
haremos aquí un breve bosquejo del estado militar al inicio de la guerra de unos de sus protagonistas,
el Paraguay. Vencido, sufrió además en su pueblo una sangría tal, que dejó marcas en lo social, polí-
tico y económico, vívidas al día de hoy.
Introducción
Las fuerzas militares paraguayas resultaron condicionadas, lógicamente, por el marco político
en el que se forjó el proceso de conformación del Estado-Nación del país. La dictadura de Rodríguez
de Francia (1814-1840) mantuvo al estamento militar sujeto con rigor, con escasa o nula inversión en
su sostenimiento y, por lo tanto, en un estado de absoluta negligencia. La llegada de Carlos A. López
al poder trajo un giro dramático a la fuerza militar: aún
volcado al aislacionismo ejercido por Francia, López
reconoció prontamente que en el marco político y regio-
nal de la época, esta actitud no era garante seguro de la
paz para su país; de allí que en 1845 reorganizara las
fuerzas armadas, estableciendo un Ejército de Línea, una
Guardia Nacional y la Marina. Así, al por entonces cuan-
titativamente débil ejército permanente, sumó una milicia
en la que debían servir todos los varones libres de entre
16 y 55 años, aunque con funciones más policiacas que
militares.
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Este cambio de eje en la política para con sus vecinos tuvo resultado en un prudente interven-
cionismo regional, cuando se acordaron tratados con las facciones anti-rosistas del Litoral argentino.
El objeto de López era apoyar a aquellos elementos que podrían poner una valla ante el percibido
poder del incontrastable gobernador porteño. El desarrollo del poder militar era un aval para esta
política, y quedaría demostrado en la década de 1850, cuando Carlos Antonio pudo sobreponerse con
dignidad a las imposiciones brasileñas y estadounidenses.
Influencia extranjera
Una de las consecuencias de la gradual apertura paraguaya fue el creciente peso de la influen-
cia extranjera en su elemento militar: en la expedición a la provincia argentina de Corrientes, en
1849, el mando había estado en las manos del teniente coronel Franz Wisner von Morgenstern, un
aventurero austriaco con algo de experiencia en el ejército de los Habsburgo y veterano de las cam-
pañas del “Manco” Paz en Corrientes. Carismático, logró colarse en el círculo interno de los López,
llegando a ser tutor del joven Francisco Solano y su primer instructor en las artes militares contem-
poráneas. Lo cierto es que a pesar de su carácter de extranjero, abrió el camino para una influencia
foránea que sería fundamental para el cambio de las fuerzas militares paraguayas.
Un segundo momento en este influjo se daría en 1851, en un momento de distensión con el
Imperio brasileño: en ese año arribaron un corto número de asesores militares a Asunción que, inclu-
so, trajeron a manera de presente, un batería completa de modernas piezas de acero de a 12 libras.
El Museo “Campamento Cerro León” en la actualidad; de las numerosas edificaciones sólo quedan preserva-
ron dos, que fueron restauradas en 2008.
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Sin embargo, el giro de mayor peso fue a resultas del tour europeo de Francisco López en
1853-1854, con el fin de empaparse de los últimos adelantos castrenses. Su primera recalada en el
“taller del mundo” trajo aparejada una firme relación con la firma londinense de John y Alfred Blyth,
que actuarían como agentes de Asunción por el período 1853-1865. A través de los Blyth, Paraguay
adquiriría equipamiento militar y se organizarían los viajes de estudio de los pocos paraguayos desti-
nados a instruirse en Inglaterra. No obstante, a partir de 1855 comenzaría un creciente ingreso de
técnicos, profesionales y asesores europeos (principalmente británicos) al servicio paraguayo, que
darían un vuelco a la faz de la fuerza militar.
El núcleo de las innovaciones que llevarían adelante estos técnicos extranjeros sería conduci-
do por López hijo, preparando al Paraguay, según su concepción del país, para un papel regional
protagónico, a la par de Buenos Aires y Rio. Se invirtió en la creación de ferrocarriles, fundiciones,
telégrafos militares, astilleros, etc., todo a fin al desarrollo del Paraguay como potencia militar.
Campamentos militares
Una de las innovaciones que conllevaron un cambio en el carácter del ejército fue el estable-
cimiento de grandes campamentos militares. Previamente habían existido varias guarniciones repar-
tidas por el país, pero al nivel de estos nuevos acuartelamientos; el objetivo de los mismo era concen-
trar en un solo lugar todas les necesidades para la organización, entrenamiento y disciplina de las
unidades, así como su manutención. Uno de los más importantes fue el de Cerro León; allí había
barracas, cuarteles para oficiales, plaza de maniobras, corrales para el ganado equino, armería, hospi-
tal, depósitos e incluso cantinas; contaba además con grandes arreos de ganado en pie para la alimen-
tación diaria de la tropa que, por otro lado, era la que había edificado las instalaciones.
Otro campamento importante era el de Humaitá, que servía de guarnición para la posterior-
mente famosa “Sebastopol paraguaya”; conformado por atrincheramientos en un arco de más de 10
kilómetros, a intervalos regulares se erigían empalizadas y “caballos de Frisia”. En el sector sureste
se levantaban baterías que dominaban los terrenos anegadizos y esteros de la zona. Esto se completa-
ba con barracas para 12.000 hombres, un almacén de pólvora con la capacidad de 500 toneladas, un
molino, depósitos de alimentos, armas y municiones, depósitos de carbón para la marina, hospitales,
herrerías, talleres, corrales para el ganado de monta y vacuno, etc. A todo esto, los soldados también
edificaron una iglesia y la residencia de Francisco López.
Fortificaciones de interdicción
Humaitá en el sur con Olimpo en el norte eran fortalezas que cerraban el acceso fluvial a
Asunción (donde existían también baterías fortificadas, que cubrían el puerto, el arsenal y los astille-
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ros). Se trataba de un sistema de fuertes de interdicción fluvial, que contaban además con una serie
de puestos de vigilancia adelantada.
Un párrafo aparte merece la fortaleza de Humaitá; como se dijo más arriba, contaba con todo
un gran campamento para el sostenimiento de las baterías. Éstas cubrían la carrera del río Paraguay y
eran la primera barrera para que cualquier flota de guerra subiera a Asunción; en sí era de importan-
cia, pero fue sobrestimada por el componente naval de la alianza (que se manejó de manera cuasi
independiente con respecto al comando terrestre, mientras estuvo en manos de Mitre).
Las fortificaciones estaban erigidas a lo largo de casi 2.000 metros en la barranca izquierda
del río; construidas con adobe, ladrillos cocidos y troncos, contaba con parapetos y ocho baterías
independientes. La más notable era la batería “Londres”, que se hallaba a 6 metros sobre el nivel del
río; consistía en una casamata de ladrillos con muros de casi un metro de ancho, con los arcos cubier-
tos con tierra apisonada; su armamento eran 2 cañones de a 68 libras, 2 de a 56, 3 de a 32 y 9 Arms-
trong de 203 milímetros. Las restantes baterías, con poco más de medio centenar de cañones de va-
riado calibre, estaban colocadas sobre gaviones de tierra apisonada o plataformas de ladrillos. Ade-
más, a pesar de los adelantos mencionados en las fundiciones del norte, muchas de las piezas eran
muy antiguas.
El cerco de Humaitá de 1867 (de la obra de Manlio Cancogni); a pesar de ser de un período posterior a lo
tratado aquí, se pueden observar las líneas de atrincheramientos y fortificaciones de la locación.
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Entrenamiento e instrucción
Otro factor que motivaría el actuar casi irreductible de las tropas paraguayas fue la disciplina,
más que la instrucción, puesta en funcionamiento en los citados campamentos. Era esta una discipli-
na de hierro, extremadamente dura y cruel, que rompió con la laxitud del pasado. Se hacía hincapié
en la obediencia maquinal de la tropa, la gran mayoría conformada por campesino que nunca habían
visto tal aglomeración de personas o, incluso, apenas conocían las armas de fuego. A esto se sumaba
que el rigor no perdonaba grados: todos por igual debían la máxima obediencia a sus superiores in-
mediatos y no había prevalencia por orígenes sociales.
El reclutamiento era obligatorio y universal para todos los ciudadanos u hombres libres de en-
tre 16 y 50 años; no existía causa de excepción alguna y, a diferencia de otros ejércitos americanos,
no existía en Paraguay el sistema de substitutos, por el cual las familias de clase alta pagaban un re-
emplazo cuando uno de los suyos resultaba elegido:
todos servían sin distinción de origen. Cada autoridad
departamental recibía del gobierno la cuota de hombres
a entregar, las autoridades designaban oficiales que se
encargaban de entregar las citaciones, y los selecciona-
dos acudían sin necesidad de ser llevados por la fuerza
(recuérdese las tristemente famosas “partidas de reclu-
tamiento” en Argentina). El período de servicio queda-
ba al arbitrio del gobierno: en caso de no ser destinado
a la Línea, por lo general el tiempo en filas no pasaba
de seis meses. Terminados estos, los reservistas eran
licenciados y reemplazados por otros.
Volviendo a la disciplina, la menor de las faltas
ameritaba los castigos más salvajes; según Thompson,
ingeniero civil británico que actuó en la guerra ganán-
Soldado de caballería (según M. Vallejos,
1992). dose la confianza de López, un cabo tenía la potestad
de golpear hasta por tres veces a un soldado común con un palo o vara, que debía llevar obligatoria-
mente en servicio. Un sargento podía castigar hasta con diez golpes por la falta que considerara, real
o ficticia; un oficial podía castigar al infractor con la cantidad de golpes que quisiera. En un principio
se continuó para la disciplina con lo establecido por la ordenanza, pero a poco de iniciado el conflic-
to primó la arbitrariedad y el rigor: en caso de servir en vanguardia, el abandono de la posición, que-
darse dormido u otra situación similar era valedera para que el sujeto fuera puesto en cepo (durante
la contienda se difundió el terrible “cepo colombiano”: se ataba al individuo juntas las muñecas y,
50
sentado, se le pasaban los brazos por fuera de las rodillas, luego se colocaba un palo o fusil por en-
cima de las flexiones de los codos y las partes de las piernas opuestas a las rodillas) a la espera del
castigo último, dictado directamente por López. A los oficiales se les retiraba la espada, como símbo-
lo de mando, pasando guardar prisión hasta que se dispusiera qué ocurriría con ellos; con el curso de
la guerra, esto significó sufrir las mismas penurias que los prisioneros de guerra comunes.
Movilización
Para enero de 1863, el ejército activo contaba con 22 jefes, 373 oficiales y 12.945 de clases y
tropa, mientras que la reserva la constituían 255 oficiales (y un número de ancianos jefes en retiro) y
16.400 soldados. Ante el cariz de la situación en la Banda Oriental y decidido a influir en ella, López
ordenó la movilización general en marzo de 1864: los diferentes cuerpos se completaban y organiza-
ban en los grandes campamentos u otros departamentos del país, sobre la base de los reservistas ins-
truidos. Para abril se hallaban en Cerro León alrededor de 15.200 hombres, divididos en 14 batallo-
nes de infantería y 8 regimientos de caballería, formados o en proceso de instrucción.
Para diciembre de ese año, el ejército paraguayo habían incrementado 35 batallones (los N.°1
a 4.°, 6.° a 10.°, 12.° a 37.°), 27 regimientos de caballería (1.°, 3.° a 5.°, 7.° a 29.°) y 3 de artillería,
con una fuerza total de 38.000 hombres, lo que significa que triplicó su número en un período de
ocho meses. Según Thompson, entre marzo y agosto de 1864 más 60.000 hombres se instruyeron en
los diferentes acuartelamientos del país, aunque no sin un costo: la pésimas condiciones sanitarias se
llevaron la vida de 6.000 en ese mismo período.
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volantes eran adiestrados complementariamente como caballería, mientras que los de plaza recibían
instrucción de infantería.
En cuanto a tácticas, al igual que entre sus contendientes, continuaron las formaciones linea-
les de principios del siglo XIX que, con el devenir del conflicto, fueron modificándose. En un princi-
pio prevaleció una proporción entre armas que favorecía a la infantería, pero a poco esto fue cam-
biando, cobrando mayor peso la caballería como arma de choque. Ocurría que se consideraba, erró-
neamente (no eran los paraguayos exclusivos en caer en el error) que un buen jinete equivalía a un
buen soldado de caballería. Además, resultaba más práctico en tiempo formar grandes masas de jine-
tes, que infantes instruidos. Por ende, López, en el período en que aún contaba con fuerzas para lle-
var a cabo ofensivas (1864-1866), siempre confió en el “atropello” de la caballería para desarticular
al enemigo, abriendo así el camino para la intervención de la infantería; en estas maniobras la artille-
ría jugaba un papel esencial de apoyo. Otra táctica de desgaste utilizada por López era de las partidas
de menor o mayor cuantía de las tres armas que, bajo la cobertura de la noche, se aventuraban en
territorio enemigo para montar emboscadas; ésta metodología comenzó a cobrar importancia luego
de que los paraguayos se retiraran del Litoral argentino y comenzara la larga espera de la invasión
aliada. Según el Mariscal era funcional para foguear a sus tropas y demostrar al enemigo la voluntad
de lucha de su ejército; en realidad resultó en una sangría de materiales y hombres para los paragua-
yos.
La oficialidad
Como se dijo más arriba, existía una grave carencia de oficiales superiores en el ejército; la
causa de esto, que se remonta a la dictadura de Rodríguez de Francia, fue la cerrada desconfianza del
gobierno (esto es decir, lo López) al caudillismo militar, que asolaba los países vecinos. Esta preven-
ción degeneró en un sistema en el que los oficiales no podían esperar ascender, fuera por antigüedad
o antigüedad, sólo en casos extraordinarios. A pesar de la imagen de modernizador militar de Fran-
cisco López, al temor a que su poder se viera cuestionado por un posible “partido” militar, se sumaba
probablemente el orgullo o vanidad propia, de evitar a cualquiera que pudiera hacer sombra a su
imagen. Esto no impidió, sin embargo, que varios jóvenes de las familias acomodadas de Asunción
fueran enviados a viajes de estudio en academias militares prestigiosas de Europa.
El sistema de mando era cuasi maquinal: el férreo control impuesto por López obligaba a una
obediencia ciega a sus mandatos, anulando cualquier viso de iniciativa en los comandantes, fueran
estos jefes o subalternos. Se anulaba así la iniciativa de los comandantes, debiendo esperar las órde-
nes de un siempre lejano cuartel general. La mayoría de las unidades estaban al frente de subalternos,
por lo que la doctrina seguida era agrupar a los cuerpos en brigadas, estas sí comandadas por un sar-
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gento mayor, teniente coronel o coronel (él mismo jefe de alguna unidad), responsable del mando
táctico de la formación. Para diciembre de 1864, de 35 batallones, sólo 7 estaban al mando de oficia-
les superiores, mientras que en la caballería, de los 27 regimientos, 4 estaban al mando de sargentos
mayores.
Como ejemplo, la” División del Sud”, encargada de operar en Corrientes, contaba con las si-
guientes unidades y fuerzas en el campamento de Empedrado en julio de 1865: Rgto. Legión de Arti-
llería (3 oficiales, 274 de tropa), Bón. N.°9 (7 oficiales, 650 de tropa), N.°18 (6 oficiales, 734 de tro-
pa), 19.° (6 oficiales, 743 de tropa), 20.° (8 oficiales, 684 de tropa), 21.° (8 oficiales, 681 de tropa),
22.° (5 oficiales, 611 de tropa), 23.° (8 oficiales, 658 de tropa), 25.° (8 oficiales, 820 de tropa), 28.°
(11 oficiales, 617 de tropa), 40.° (1 jefe, 8 oficiales, 1.055 de tropa); RC4.° (6 oficiales, 487 de tro-
pa), 11.° (6 oficiales, 463 de tropa), 12.° (6 oficiales, 458 de tropa), 13.° (7 oficiales, 478 de tropa),
14.° (4 oficiales, 455 de tropa), 15.° (6 oficiales, 463 de tropa), 16,° (5 oficiales, 453 de tropa), 17.°
(6 oficiales, 473 de tropa), 18.° (5 oficiales, 441 de tropa), 19.° (6 oficiales, 500 de tropa), 20.° (6
oficiales, 495 de tropa), 21.° (9 oficiales, 479 de tropa), 25.° (4 oficiales, 474 de tropa). Nótese que
de todas las unidades, sólo una está al mando de un oficial jefe, el resto de los oficiales son subalter-
nos al frente de las compañías, así que había cuerpos con sólo un oficial por compañía, que además
estaba al mando de la suya.
La Marina Nacional
A pesar de que Francisco López buscó modernizar al arma, para 1864 contaba con 15 vapo-
res, de los cuales el Tacuarí y el Añambay eran los únicos buques específicamente militares, el resto
eran mercantes reconvertidos a tal fin, si bien una buena parte había sido construida en el país. Con-
taban, además, con el apoyo de una pequeña flotilla de buques a vela, chatas y lanchones artillados.
Luego se adquirieron algunas naves a comerciantes extranjeros en Paraguay que, junto con las captu-
radas tanto brasileñas (uno de ellos, el citado Añambay) como argentinas, posibilitó que para abril de
1865 la escuadra ascendiera a 25 naves. Los buques estaban armados con piezas de variado calibre,
desde cañones de a 4 libras hasta piezas de a 32, lisas y rayadas. Como infantería de marina servían
batallones comunes, como el N.°6, armados con fusiles rayados de percusión.
El gobierno, que monopolizaba el comercio, utilizaba la navegación fluvial de sus buques pa-
ra fines económicos como para el entrenamiento de sus tripulaciones. Si bien poderosa para los es-
tándares de la región, la escuadra no estaba a la altura de la marina de guerra imperial; en lo que sí
superó a ésta fue en el espíritu de combate, por lo menos en la primera etapa del conflicto.
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Batalla del Riachuelo (11 jun. 1865), por V. Meirelles (1872); aunque claramente protagonizan la escena los bu-
ques imperiales, nótese en la extrema derecha los paraguayos vencidos, con una interesante vista de los uniformes
de la “Marina Nacional”. Esta acción significó, si bien no el aniquilamiento de la escuadra paraguaya, la perdida
de cualquier oportunidad para disputar las aguas a los brasileños.
Conclusiones
La realidad militar del Paraguay fue una de contrastes; por un lado, el joven Solano, como
“delfín” de su padre, se había echado al hombro la responsabilidad de transformar a su país en una
potencia regional. Para ello movió todos los resortes para modernizar los factores necesarios que
coadyuvaran a su objetivo, contando para ello con la inestimable asesoramiento de técnicos extranje-
ros. Si bien es cierto que se hicieron grandes avances, la situación geográfica del Paraguay, con su
única vinculación con el exterior a través de los ríos, hacían que su situación estratégica fuera ende-
ble en demasía, a menos de contar con una flota lo suficientemente poderosa como para contrarrestar
el peso de marina imperial.
Si bien las disposiciones orgánicas facilitaron el nivel de movilización de recursos para la
guerra, no es menos cierto que el ingente incremento de tropas en tan poco tiempo se pudo lograr por
el tipo de gobierno del país, una verdadera monarquía sin corona. La voluntad del Mariscal Presiden-
te tenía categoría de ley y nada se hacía que contrariara su ánimo; en lo militar pretendía una obe-
diencia a rajatabla a sus mandatos, desde un general al último corneta. De la mano de esta rigidez
iban unas reales capacidades organizativas, que mucho le ayudarían al sostenimiento del esfuerzo de
guerra durante el conflicto.
La clave para la rapidez en la preparación y aumento de sus fuerzas, la tuvo López en el acei-
tado sistema de formación de reservas instruidas, a través de su paso por los diferentes centros de
entrenamiento, llámense Cerro León, Humaitá, Paso de la Patria, etc. Esto le permitió crear, a partir
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de un ejército que colmaba en exceso las necesidades defensivas del país, un verdadero instrumento
ofensivo que, no obstante, se malogró por la falta de iniciativa, forzada, de los comandos.
Bibliografía
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Whigham, T. L.; The Paraguayan War. Causes and early conduct, University of Calgary Press, Alberta, 2018.
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Reseñas bibliográficas y audiovisuales
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grande y toda la novela vuelve a ella. La denomina como “La batalla”. No hay San Lorenzo, no hay
Chacabuco. Se toma una muy particular licencia poética, como es hacer que el personaje primero,
innominado como todos los demás, voluntario que marcha a incorporarse en las fuerzas del Liberta-
dor, provenga de la Tierra del Fuego, a la que atribuye particular importancia en la época. Es curioso
para nosotros, pero tiene que ver con la intención de totalidad geográfica que le atribuye a la lucha
independentista. Así pantanos, lagartos y mosquitos, junto a cordilleras y otras intensidades ¿Lo hace
por ignorancia? No. Es la forma literaria de describir la inmensa variación de nuestros territorios.
Esta novela de Glúsev obtuvo el premio Médicis Etranger como la mejor obra producida en
Francia en 1987.En la colección V Centenario del descubrimiento de América: encuentro de
Culturas y Continentes se ha editado también otra novela del autor Simón Bolívar. Horizontes de
libertad.
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Infantería de línea argentina, en campaña, por el artista español J. Sanuy, 1901