Quimica Recreativa - L Vlasov y D Trifonov PDF
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Trifonov
A guisa de prefacio
Capítulo 1
Los habitantes de la gran casa.
Contenido:
El sistema periódico de los elementos químicos a vista de pájaro
Cómo los astrónomos prestaron un mal servicio a los químicos
El elemento de dos caras
El primero y el más sorprendente
¡Cuántos hidrógenos existen en la tierra!
Química = física + matemáticas
Un poco más de matemática.
Cómo los químicos tropezaron con lo inesperado.
Solución que no daba consuelo
En busca de una idea "loca" o cómo los gases inertes dejaron de serlo
Nueva disconformidad y cómo vencerla
El "omnívoro"
La "piedra filosofal" de Hennig Brand
El olor a frescura o un ejemplo de cómo la cantidad pasa a calidad
Tan simple y, sin embargo, tan asombroso...
"El hielo naciente sobre las aguas del río"...
¡Cuántas aguas existen en la tierra!
Los secretos de un carámbano...
Algo del campo de la lingüística o "dos grandes diferencias"
¡Por qué "dos grandes diferencias"!
Otros dos "por qué"
Arquitectura original
Catorce hermanos gemelos
El mundo de los metales y sus paradojas
Metales líquidos y un metal gaseoso (¡!)
Compuestos insólitos
El primer "programista"' de la química
Breves palabras sobre el renio
científica asombrosa. "Con el mismo éxito se puede buscar regularidad en las cifras
de los boletines de Bolsa" – exclamó con furor en una ocasión,
Antes que Mendeléev, se hicieron intentos de imponer algún orden en el caos de los
sesenta y tantos elementos químicos. Pero todos fracasaron. Probablemente, el que
más se acerca a la verdad fue el inglés Newlands. Este sugirió la "ley de las
octavas". Tal como en la escala musical cada octava nota repite la primera, en la
escala de Newlands, que dispuso los elementos en serie de acuerdo con la magnitud
de sus pesos atómicos, las propiedades de cada octavo elemento eran parecidas a
las del primero. ¡Pero qué reacción irónica despertó su descubrimiento! ¿Por qué no
trata de disponer los elementos en orden alfabético? ¿Puede ser que en este caso
también se pone de manifiesto alguna regularidad?"
¿Qué podía contestar Newlands a su opositor sarcástico? Resulta que nada. Era uno
de los que se acercaron al descubrimiento de la nueva ley de la naturaleza, pero la
caprichosa repetición de las Propiedades de los elementos "después de cada
séptimo" no sugirió en la mente de Newlands la idea de la "periodicidad".
Al principio, la tabla de Mendeléev no tuvo mucha suerte. La arquitectura del
sistema periódico se sometía a furiosos ataques, puesto que muchas cosas seguían
siendo confusas y necesitaban explicación. Era más fácil descubrir media docena de
elementos nuevos que encontrar para éstos un domicilio legal en la tabla.
Sólo en el primer piso los asuntos, al parecer, eran satisfactorios. No había
necesidad de temer una concurrencia inesperada de pretendientes. En la actualidad,
habitan este piso el hidrógeno y el helio. La carga del núcleo del átomo de
hidrógeno es + 1, y la del helio, + 2. Claro está que entre ellos no hay ni puede
haber otros elementos, puesto que en la naturaleza no se conocen núcleos ni otras
partículas cuya carga se exprese con números fraccionarios.
(Verdad es que, en los últimos años los físicos teóricos discuten persistentemente el
problema sobre la existencia de los "quarks". Así se denominan las partículas
elementales primarias, a partir de las cuales se pueden construir todas las demás,
hasta los protones y neutrones, que son, por su parte, material constructivo de los
núcleos atómicos. Se supone que los "quarks" tienen cargas eléctricas fraccionarias:
+1/3 y –1/3. Si los "quarks" existen realmente, el cuadro de la "estructura material"
del mundo puede tomar para nosotros otro aspecto).
– Yo también.
– ¿Qué es tu padre?
– Chofer.
– ¡Fenomenal!, el mío también.
– ¿Quieres que seamos amigos?
– ¡Claro está!
– ¿Eres no–metal? – pregunta el flúor al hidrógeno.
– ¡Si, lo soy!
– ¿Eres gas?
– Justamente.
– Lo mismo que nosotros – dice el flúor, indicando al cloro.
– ¡Y mi molécula consta de dos átomos! comunica el hidrógeno.
– ¡Qué raro! se sorprende el flúor, igual que la nuestra.
– Dime, ¿puedes tú tener valencia negativa y ganar electrones complementarios? Lo
hacemos de muy buena gana.
– ¡Claro que sí! Con esos metales alcalinos que no guardan para conmigo mucho
cariño, yo sé formar compuestos hidrogenados, los hidruros. Y en este caso mi
valencia es menos uno.
– Entonces, ¡ven a nuestro lado! ; trabaremos amistad.
El hidrógeno se aloja en el séptimo grupo. Pero, ¿por cuánto tiempo? Al conocer
mejor a su nuevo pariente, uno de los halógenos dice desilusionado:
– ¡Eh, hermanito! Es que tienes pocos electrones en la capa exterior. Nada más que
uno... Como en el primer grupo. Sería mejor que te fueras para donde están los
metales alcalinos...
¡Qué desafortunado es el hidrógeno! Tanto lugar libre y no hay sitio donde alojarse
firme y seguramente, con pleno derecho.
Pero, ¿por qué? ¿En qué reside la causa de esa asombrosa dualidad del hidrógeno,
de sus dos caras? ¿Por qué se comporta de modo tan inusitado?
Las propiedades características de cualquier elemento químico se manifiestan
cuando entra en composición con otros. En este caso entrega o gana electrones,
que o bien salen de la capa electrónica exterior, o bien se adjuntan a ésta. Cuando
un elemento pierde todos los electrones de la capa exterior, las envolturas internas,
por lo común se mantienen intactas. Esto sucede en todos los elementos, excepto
en el hidrógeno. Apenas pierde su único electrón, queda con el núcleo atómico
desnudo.
Queda el protón. Justamente este protón es el núcleo del átomo de hidrógeno (a
decir verdad, no es siempre protón; pero más adelante hablaremos de esa
importante sutileza). Esto quiere decir que la química del hidrógeno es química
peculiar, única en su género, de una partícula elemental, del protón. En el caso del
hidrógeno el protón influye en forma activa en el curso de las reacciones en que
participa aquél. Aquí radica la solución de la conducta tan inconsecuente del
hidrógeno.
hidrógeno en 1766, sino unos cincuenta años más tarde (lo que hubiera sido muy
probable), se retardaría por largo tiempo el desarrollo de la química, tanto teórica
como práctica.
Cuando los químicos investigaron bastante bien el hidrógeno y los prácticos
empezaron a aprovecharlo para la preparación de sustancias importantes, este gas
atrajo la atención de los físicos. Y los físicos proporcionaron muchos datos nuevos
que enriquecieron enormemente la ciencia.
¿Quiere Ud. convencerse de esto? Primero: el hidrógeno se solidifica a una
temperatura inferior que cualesquiera otros líquidos o gases (salvo el helio), con
más exactitud: a –259,1° C; segundo: el átomo de hidrógeno permitió a Niels Bohr,
físico danés, elaborar la teoría de la distribución de los electrones alrededor del
núcleo atómico, sin la cual no se podría entender el sentido físico de la ley
periódica. Esto despejó el terreno para otros grandes descubrimientos.
Los físicos transmitieron el relevo a sus parientes cercanos en cuanto a profesión, a
los astrofísicos. Estos últimos estudian la composición y la estructura de las
estrellas. Los astrofísicos llegaron a la conclusión de que en el Universo el hidrógeno
es el elemento número uno. Es el componente principal del Sol, de las estrellas, de
las nebulosas y el "relleno" fundamental del espacio interestelar. La proporción del
hidrógeno en el Cosmos es mayor que la de todos los demás elementos químicos, a
diferencia de la Tierra, donde constituye menos de
uno por ciento.
Desde el hidrógeno, precisamente, los científicos
extienden la larga cadena de transformaciones de los
núcleos atómicos. Esta es la cadena que condujo a la
formación de todos los elementos químicos, de todos
los átomos, sin ninguna excepción. Nuestro Sol y los
demás astros brillan porque en éstos se efectúan
reacciones termonucleares que transforman el
hidrógeno en helio, desprendiéndose una enorme
cantidad de energía. El hidrógeno es un químico
distinguido en la Tierra y una eminencia en el Cosmos.
último, en el átomo de neón. Los elementos desde el litio hasta el neón forman el
segundo período del sistema de Mendeléev.
¿Y cuántos electrones tienen las siguientes capas? La capa M tiene 18; la N, 32; la
P, 50; P, 72, etc.
Si las capas electrónicas exteriores de dos elementos están estructuradas de la
misma manera, entonces las propiedades de estos elementos son similares. Por
ejemplo, la capa exterior del litio y sodio comprende un electrón. Por lo tanto, se
alojan en el mismo grupo del sistema periódico, en el primero. En ese caso se ve
que el número del grupo es igual al número de electrones valencia de los átomos de
los elementos que forman parte de este grupo.
Se puede sacar la siguiente conclusión: las capas electrónicas exteriores de igual
estructura se repiten periódicamente. Es por eso que se repiten periódicamente las
propiedades de los elementos químicos.
Se decía que poco antes de la muerte de Mendeléev lo visitó Morózov y que los dos
grandes compatriotas hablaron largo rato de la ley periódica. Lamentablemente, no
se conoce el contenido de su conversación y, evidentemente, no se revelaría nunca.
Mendeléev murió poco antes de que se aclarara el misterio de la inactividad de los
gases nobles. Este enigma consiste en lo siguiente.
Los físicos, que con tanta frecuencia acuden en ayuda de los químicos, establecieron
que la capa exterior con ocho electrones es extraordinariamente estable. A su modo
es una especie de límite de solidez a que tiende la capa electrónica. Por
consiguiente, ésta no tiene ninguna razón para perder o, en cambio, ganar
electrones sobrantes.
He aquí la base de la "nobleza" de los gases inertes: 8 electrones en la capa
exterior. O dos como en el caso del helio. Su capa de, 2 electrones no cede por su
solidez a la de 8 en otros holgazanes químicos.
También se aclaró para los químicos otra cosa: la adición del grupo cero a la tabla
de Mendeléev no es una medida forzada. Sin esa sección el sistema periódico
parecería un edificio cuya construcción está sin terminar, puesto que cada período
concluye con un gas inerte. Luego empieza a completarse la siguiente capa
electrónica y se erige el piso de turno de la Gran Casa.
Como se ve, todo se explica con bastante sencillez. Los gases nobles, a pesar de su
título aristocrático, mostraron cierta capacidad de actividad práctica: el helio se
utiliza para llenar los aeróstatos y dirigibles, para combatir la enfermedad de los
buzos, las luces de los letreros de argón y neón alumbran las calles nocturnas de las
ciudades.
Bueno, puede ser que los físicos dejaron algo sin pensar y calcular hasta el fin, y los
químicos no aprovecharon todas sus armas que obligan a las sustancias a
reaccionar unas con otras?
En busca de una idea "loca" o cómo los gases inertes dejaron de serlo
– ¡Dos rectas paralelas nunca se intersecan! – afirmaba la geometría clásica por la
boca del gran matemático de la Antigüedad Euclides.
– ¡No, tienen que intersecarse! – declaró a mediados del siglo pasado el matemático
ruso Nikolái Lobachewski.
Pero, al igual que antes no tienen nada que ver con el enlace químico. Los átomos
de xenón y radón defienden abnegadamente la perfección de sus capas exteriores:
había 8 electrones, 8 electrones quedaron. Pasaron más de cincuenta años desde el
descubrimiento de los gases inertes, mas "el carro sigue sin moverse".
...Terminará el siglo veinte, el más tormentoso y memorable de todos los que vivió
la humanidad. Los científicos harán el balance de los progresos y las cumbres que
habrá alcanzado en este siglo el pensamiento científico. Y en la lista interminable de
los descubrimientos destacados ocupará un lugar notorio la "Obtención de los
compuestos químicos de los gases inertes". Y un comentarista entusiasmado
añadirá que fue uno de los descubrimientos más sensacionales.
¿Descubrimiento sensacional? ¡No me diga! Más bien es una historia romántica. O
incluso una historia de cómo y con qué sencillez se puede a veces resolver un
problema que durante decenios torturó a muchos científicos debido a su
irresolubilidad...
En nuestros días la química recuerda un potente árbol con una inmensa copa en
constante crecimiento. Un solo hombre ya es incapaz de estudiar una rama entera.
Con frecuencia, el investigador invierte años para conocer detalladamente una
ramita, un brote, un vástago apenas visible. Y de miles de tales estudios se
compone el conocimiento sobre una u otra rama.
El químico canadiense Neil Bartlett estudiaba la "ramita" que era el compuesto
llamado en el lenguaje químico hexafluoruro de platino, PtF 6 . No era casual que el
químico prestara tanta atención a esta sustancia. Los compuestos de flúor con
metales pesados son sustancias muy interesantes, necesarias tanto para la ciencia
como para la práctica humana. Por ejemplo, para separar los isótopos del uranio –
uranio–235 y uranio–238 – de acuerdo con las necesidades de la energética
nuclear. La separación de un isótopo del otro es un trabajo muy complicado, el
hexafluoruro de uranio, UF 6 , los ayuda a clasificar. Además, los fluoruros de los
metales pesados son sustancias químicas muy activas.
Bartlett sometió el PtF 6 a la acción del oxígeno y obtuvo un compuesto muy
interesante. Este contenía oxigeno en forma de molécula positiva 0 2 , es decir, en
forma de molécula que perdió un electrón. ¿Qué hay aquí de extraño? Que es muy
difícil separar un electrón de la molécula de oxígeno. Hace falta invertir una gran
El "omnívoro"
Así lo llamó el conocido científico soviético Alexandr Fersman. (Ver Geoquímica
Recreativa). Pues no hay en el mundo elemento más furioso, no hay en la
naturaleza sustancia más activa químicamente que el héroe del presente ensayo. En
general, no se encuentra en la naturaleza en estado libre, sino sólo en forma de
combinaciones.
Su nombre es flúor, lo que en griego significa "destructor". Es otro calificativo que
caracteriza las peculiaridades de este representante del séptimo grupo de la tabla
de Mendeléev.
Alguien dijo en una ocasión: "El camino hacia el flúor libre atravesó por tragedias
humanas". No es una frase altisonante. Los hombres han descubierto y obtenido
por el hombre. La alianza entre el flúor y el carbono resultó ser muy útil. Los
fluoruros de carbono se emplean como líquidos refrigerantes para motores, para
impregnar telas especiales, como lubricantes con un plazo de acción muy
prolongado, como aislantes y como materiales para
construir diferentes aparatos de la industria química.
Cuando los científicos estaban explorando el camino
para apoderarse de la energía del núcleo, necesitaban
separar los isótopos del uranio: uranio–235 y uranio–
238. Y, como ya hemos dicho, llegaron a resolver este
complicadísimo problema con ayuda de un interesante
compuesto: el hexafluoruro de uranio.
Fue precisamente el flúor el que ayudó a los químicos
a demostrar que los gases inertes no son tan
holgazanes como se consideró durante decenios. El
primer compuesto de un gas inerte, el xenón, fue un compuesto fluorado.
Tales son los éxitos era la actividad laboral del flúor.
¡Qué bien se respira después de una tormenta! El aire transparente parece que está
impregnado de frescor.
Esto no es una figura poética; el hecho consiste en que los relámpagos engendran
en la atmósfera gas ozono, que purifica el aire.
El ozono es el mismo oxígeno, pero su molécula en vez de dos átomos del elemento
contiene tres. 0 2 y 0 3 , un átomo de oxígeno más, un átomo menos, ¿qué
importancia puede tener esto?
Resulta que la diferencia es enorme: el oxígeno corriente y el ozono son sustancias
muy distantes.
Sin oxígeno no hay vida. Al contrario, el ozono en grandes concentraciones es capaz
de matar toda materia orgánica. No hay otro oxidante tan fuerte, con excepción del
flúor, como el ozono. Al combinarse con sustancias orgánicas, las destruye de
inmediato. Todos los metales atacados por el ozono (salvo el oro y el platino) se
convierten en óxidos rápidamente.
El ozono tiene dos caras: es asesino de lo vivo y al mismo tiempo hace su
aportación a la existencia de la vida en la Tierra.
Esta paradoja es de fácil explicación. La irradiación solar no es homogénea. De ella
forman parte los llamados rayos ultravioleta. Si todos estos rayos hubieran
alcanzado la superficie de la Tierra, la vida resultaría imposible, puesto que estos
rayos dotados de una enorme energía son mortíferos para los organismos vivos.
Afortunadamente, hasta la superficie terrestre llega tan sólo una parte insignificante
de irradiación ultravioleta del Sol. La mayor parte pierde su fuerza en la atmósfera,
a la altura de unos 20–30 km. En esta frontera, la manta aérea del Planeta contiene
mucho ozono. Este, precisamente, absorbe los rayos ultravioleta (a propósito, una
de las teorías modernas de la procedencia de la vida en la Tierra remonta la
aparición de los primeros organismos a la época de formación de la capa de ozono
en la atmósfera).
Los hombres necesitan de ozono en la Tierra, y, además, en grandes cantidades.
A los hombres –en primer lugar a los químicos– son muy necesarias miles y millares
de toneladas de ozono.
La industria química estaría muy contenta de poder aprovechar la asombrosa
capacidad oxidante del ozono.
El agua se puede llamar hidruro de oxígeno. El oxígeno es miembro del sexto grupo.
En este mismo grupo están alojados el azufre, selenio, telurio y polonio. Las
moléculas de sus hidruros tienen la misma estructura que la molécula de agua: H 2
S, H 2 Se, H 2 Te, H 2 Po. Para cada uno de estos compuestos se conocen las
temperaturas de ebullición que cambian con bastante regularidad al pasar del
azufre a sus compañeros más pesados.
Pero la temperatura de ebullición del agua sobresale bruscamente en este grupo. Es
mucho más alta de lo debido. Parece que el agua no quiere tomar en consideración
las reglas establecidas en la tabla de Mendeléev, desplazando a 180 grados el
proceso de su transición a estado de vapor. Es la primera anomalía asombrosa del
agua.
La segunda está relacionada con su congelación. Los estatutos del sistema periódico
prescriben que el agua deba pasar a sólido a 100 grados bajo cero, empero, el agua
infringe maliciosamente esta exigencia, convirtiéndose en hielo a cero grados.
Esa desobediencia del agua permite sacar la siguiente e interesante conclusión: el
estado líquido y sólido del agua en la Tierra es anormal. De acuerdo con el
"reglamento" debería encontrarse en forma de vapor. Imagínese el mundo en que el
agua cumpla estrictamente las prescripciones del sistema periódico. Es un tema
muy fecundo para los autores de obras de ciencia ficción. Estos pueden aprovechar
este hecho, único en su género, para escribir numerosas novelas y narraciones
sugestivas. Pero para nosotros, estimado lector, al igual que para los científicos, es
una confirmación más del hecho de que la tabla de Mendeléev es una construcción
mucho más complicada de lo que puede parecer a primera vista, y que el genio de
sus habitantes se asemeja, en grado sumo, al carácter de las personas. No se
puede encerrar en marcos determinados. Y el carácter del agua es muy
caprichoso...
Pero, ¿por qué?
Porque es muy peculiar la estructura de las moléculas del agua, gracias a lo cual
éstas tienen una propiedad muy acusada de atraerse mutuamente con gran fuerza.
En vano buscaríamos en un vaso de agua moléculas solitarias. Las moléculas
forman grupos que los científicos llaman asociaciones. Sería más correcto escribir la
El hielo, es decir, el agua en estado sólido, es una sustancia muy peculiar. Existen
varios tipos de hielo. La naturaleza conoce sólo uno, el que se funde a cero grados
centígrados. Mas los científicos en los laboratorios, al aplicar altas presiones,
obtuvieron seis variedades más de hielo. La más fantástica de éstas, el hielo VII, se
forma a una presión mayor de 21700 atmósferas, y se puede llamar hielo
incandescente. Se funde a 192 grados sobre cero y a la presión de 32000
atmósferas.
Parece que no hay cuadro más trivial que aquel cuando el hielo se derrite. Sin
embargo, ¡qué maravillas acompañan ese proceso!
Cualquier sustancia sólida, después de su fusión, comienza a dilatarse. En cambio,
el agua que se produce en el deshielo, se comporta de un modo completamente
distinto: al principio se contrae y sólo en el caso de que siga aumentándose la
temperatura, empieza a dilatarse. La causa de este fenómeno también reside en la
propiedad de las moléculas de agua de atraerse mutuamente. Esta propiedad se
manifiesta particularmente a cuatro grados sobre cero. Por lo tanto, a esta
temperatura el agua tiene su máxima densidad; precisamente por esta razón
nuestros ríos, lagos y estanques no se congelan hasta el fondo ni siquiera con los
fríos más severos.
El hombre se alegra cuando viene la primavera y admira los bellos días del otoño
dorado, el jovial tac–tac de las gotas cuando se derrite la nieve, y el traje purpúreo
de los bosques...
¡Esto se debe a otra propiedad anómala del agua!
Para que el hielo se derrita, se necesita gran cantidad de calor. Incomparablemente
más que para fundir cualquier otra sustancia tomada en la misma cantidad.
Cuando el agua se congela, este calor vuelve a desprenderse. El hielo y la nieve, al
devolver el calor absorbido, calientan la tierra y el aire. Amortiguan el brusco paso
hacia los fríos del invierno y permiten que durante varias semanas reine el otoño. Al
contrario, en la primavera retardan la llegada de días bochornosos.
Está claro que principalmente tenemos que ver con el agua de protio. Pero no se
puede pasar por alto las demás aguas. Algunas de éstas encuentran una vasta
aplicación en la práctica, sobre todo, el agua pesada D2O. Esta se utiliza en los
reactores nucleares para el retardo de los neutrones que provocan la desintegración
del uranio. Además, los científicos aprovechan distintas clases de agua en sus
investigaciones de la química de los isótopos.
Llegamos a la conclusión de que existen 18 clases de agua, y por qué no más? En
efecto, resulta que las variedades de agua pueden ser más numerosas. No se olvide
que además de los isótopos naturales del oxígeno existen también los radiactivos,
preparados artificialmente: oxígeno–14, oxígeno–15, oxígeno–19 y oxígeno–20. Al
mismo tiempo, hace poco que ha aumentado el número de hidrógenos: ya hemos
hablado del 4H y 5H.
Basta tener en cuenta los isótopos artificiales del hidrógeno y oxígeno, y en la lista
de todas las aguas posibles ya figurarán más de cien denominaciones. A propósito,
si Ud. quiere, puede por su cuenta calcular fácilmente su número exacto...
Agua "viva", vivificante y omnipresente...
Por los innumerables cuentos de diferentes pueblos pasa como un hilo rojo la
leyenda sobre el agua "viva". Esta agua curaba las heridas y reavivaba a los
muertos, convertía en audaz al cobarde y centuplicaba las fuerzas del valiente.
No es casual que el hombre adjudicara al agua estas propiedades mágicas. El hecho
de que tuvimos en la Tierra, que estamos rodeados por bosques verdes y campos
en flor, que en verano paseamos en lanchas, que mojados por la lluvia corremos
por los charcos y en invierno tomamos parte en las competiciones de esquiar y
patinar: todo esto se debe a la presencia del agua. Más exactamente, a la propiedad
que tienen sus moléculas de atraerse mutuamente, formando asociaciones. Es una
de las condiciones de la aparición y el progreso de la vida en nuestro planeta.
La historia de la Tierra es, en primer término, la historia del agua. El agua
cambiaba, ininterrumpidamente y sigue cambiando la faz de nuestro planeta.
El agua es el químico más grande del mundo. Sin su participación no puede
efectuarse ningún proceso químico: sea la formación de nuevas rocas y minerales,
sea una complicadísima reacción bioquímica que se desarrolla en el organismo
animal o vegetal.
Sin agua, los químicos no tendrían nada que hacer en sus laboratorios. Porque sólo
en casos muy raros pueden pasársela sin agua al estudiar nuevas propiedades de
las sustancias y sus transformaciones y al sintetizar nuevos compuestos. El agua es
uno de los mejores disolventes que se conocen. Y para obligar a reaccionar a
muchas sustancias, en primer lugar es necesario disolverlas.
Qué le sucede a una sustancia cuando se disuelve? El agua debilita centenas de
veces las fuerzas que actúan entre los átomos y las moléculas alojados en la
superficie. Entonces, las moléculas y los átomos del cuerpo empiezan a separarse
de su superficie y pasar al agua. En un vaso de té el terrón de azúcar se disgrega
en moléculas aisladas. La sal común se disocia en partículas cargadas, iones de
sodio y cloro. La estructura de la molécula de agua es tal que posee una propiedad
muy fuerte de atraer a su lado los átomos y las moléculas del cuerpo que se
disuelve. Esta propiedad es mucho más manifiesta que en la mayoría de otros
disolventes.
No existe en la Tierra roca que pueda oponerse a la
actividad destructora del agua. Incluso los granitos,
lenta pero inevitablemente, se someten a su acción.
Las impurezas que el agua disuelve van a parar a los
mares y océanos. Esta es la razón por la cual el agua
de estos gigantescos depósitos es salobre. No se
olvide que hace centenares de millones de años su
agua era dulce...
metales son metales y los no metales son no metales? qué diferencia existe entre
ellos? Empezamos por el último "por qué".
Cuando dos elementos (por ahora, es indiferente cuáles) comienzan a interactuar
químicamente, las capas electrónicas exteriores de sus átomos se reestructuran. El
átomo de un elemento entrega sus electrones, y el otro, los acepta.
La diferencia entre los metales y los no metales reside precisamente en esa
importantísima ley de la química.
Los no metales son susceptibles de efectuar dos acciones opuestas: por regla
general son capaces tanto de ganar electrones, como de entregarlos. Su conducta
es bastante flexible y, según las circunstancias, pueden cambiar de aspecto. De ser
más provechoso ganar electrones, los no metales se presentan en forma de iones
negativos. En caso contrario, salen a la luz los iones positivos. Sólo el flúor y el
oxígeno no quieren, prácticamente, mostrarse transigentes: únicamente aceptan
electrones y nunca los entregan.
Los metales, en cambio, no son tan "diplomáticos", son más persistentes en sus
tendencias. Su lema, que siguen con firmeza, es: entregar y sólo entregar
electrones, convirtiéndose en iones positivos. Y en cuanto a ganar electrones
sobrantes, esto no les conviene. Tal es la férrea norma de conducta que observan
los elementos metálicos.
En esto radica la diferencia fundamental entre los metales y los no metales.
No obstante, los químicos de ojo escudriñador se las ingeniaron para encontrar una
excepción incluso en esta regla tan estricta. Entre la sociedad de los metales hay
caracteres caprichosos. Dos y (¡por ahora!) sólo dos metales acusaron una
propiedad "no metálica". El astato y el renio (que habitan las casillas N° 85 y 75
respectivamente de la tabla de Mendeléev) se conocen en forma de iones negativos
univalentes. Este hecho parece que deja una pequeña mancha en la reputación de
la familia de los metales tan asombrosamente organizada...
En resumidas cuentas, cuáles átomos entregan con facilidad los electrones, y cuáles
los aceptan fácilmente? Para los átomos en cuya capa exterior hay pocos electrones
es más fácil entregarlos y los átomos con muchos electrones en la capa exterior
prefieren aceptarlos, para obtener en esta capa ocho electrones. Los metales
alcalinos tienen en la última órbita un solo electrón. Y les vale un comino perderlo.
Hecho esto, se hace tangible la capa electrónica estable del gas noble vecino. Por
esa razón, los metales alcalinos son los más activos químicamente entre todos los
metales conocidos. Y el más, pero más activo entre todos ellos, es el francio (casilla
N° 87). Puesto que cuanto más pesado es el elemento en el grupo, tanto mayor es
el tamaño de su átomo y tanto menor la fuerza con que el núcleo retiene el único
electrón periférico.
En el reino de los no metales el más furioso es el flúor. Por su "esfera exterior"
giran electrones. Para llegar a la perfección le falta precisamente el octavo. Y lo
arranca ávidamente casi a cualquier elemento del sistema periódico; nada ni nadie
puede resistir su sañuda embestida.
Otros no metales aceptan electrones con distinto grado de facilidad, algunos con
mayor, otros con menor. Ahora se entiende por qué se agrupan principalmente en
el ángulo derecho exterior de la tabla: en su periferia se concentran más electrones
y ese cuadro puede presentarse sólo en los átomos próximos al final del período.
muy importante: la valencia positiva superior del elemento es igual al número del
grupo donde éste se encuentra ubicado.
El oxígeno y el flúor infringen esta regla. Mientras tanto tienen su domicilio
permanente en el sexto y el séptimo grupo, respectivamente. Y no hubo ocasionen
que surgiera el problema de su mudanza, ya que por todos los demás aspectos la
conducta química del oxígeno y del flúor no se diferencia en nada de la de sus
vecinos más pesados en otros pisos de la Gran Casa.
No obstante, existe cierta inconcordancia. Los químicos están bien enterados de
ella, mas no le prestan gran atención. Ya que la arquitectura de la tabla de
Mendeléev no sufre ningún daño por culpa de ésta.
Lamentablemente, existe otra inconcordancia, y esta vez mucho más grave.
En la Edad Media los mineros encontraban a veces minerales extraños muy
parecidos a los de hierro. Pero, ¡qué infortunio! Nunca lograron fundir hierro de esos
minerales. Los mineros explicaron sus fracasos por las picardías de los duendes de
las minas, los malvados enanos llamados "kobolds" y el viejo diablo guasón Nick.
Claro está, después se averiguó que los duendes no tienen nada que ver con eso.
Los minerales sencillamente, no contenían hierro, sino otros dos metales parecidos
al primero. En memoria de los antiguos errores se bautizó a los nuevos metales con
los nombres de cobalto y níquel.
También en la Edad Media, a las orillas del río Pinto en la América del Sur, los
conquistadores españoles encontraron una extraña sustancia metálica, brillante y
pesada, que no se disolvía en ningún ácido. El enigmático metal recibió el nombre
de platino. Al pasar tres siglos se esclareció que el platino, en la naturaleza, siempre
se halla en compañía de cinco satélites: rutenio, rodio, paladio, osmio e iridio. Estos
seis metales sólo con dificultad se pueden distinguir uno del otro. Esa cohorte aliada
se denominó familia del platino.
Llegó el momento de alojarlos en la Gran Casa.
De seguro, que Ud. está esperando una sugestiva narración de lo difícil que resultó
hacer esto y cómo los científicos, paso a paso, salvaron estas dificultades grandes y
pequeñas.
No. Todo resultó muy sencillo...
Arquitectura original
¿Tuvo Ud. la ocasión de ver una casa en la que todos los tramos y todas las
secciones son iguales, que corresponden a un mismo proyecto, y sólo una es de
distinta construcción? Como si la calculara y erigiera otro arquitecto, con otra
fantasía creadora.
A lo mejor, nunca han visto algo semejante.
Mas la Gran Casa es precisamente un edificio bastante curioso. Mendeléev dio a una
de sus secciones esa estructura peculiar. Añadimos entre paréntesis, se vio obligado
a proceder así.
Esta sección es el octavo grupo del sistema periódico. Los elementos que lo integran
se disponen de a tres. Además, no en cada piso, sino sólo en los que corresponden
a los grandes períodos de la tabla. En uno se ubican el hierro, el cobalto y el níquel,
y en otros dos, los metales de la familia del platino.
Mendeléev se esforzó mucho para encontrar para ellos lugares más convenientes.
Pero no los encontró. Como resultado, tuvo que añadir al sistema periódico un
grupo complementario, el octavo.
Por qué el octavo? Porque hasta aquel entonces como último figuraba el séptimo
grupo perteneciente a los halógenos.
Pero en este caso el número del grupo desempeña un papel puramente formal.
En el octavo grupo, la valencia positiva igual a ocho es una rara excepción y no una
regla. Sólo el rutenio y el osmio tratan arduamente de corresponder a esta
exigencia: se conocen para ellos óxidos inestables Ru4O y OsO4. Los demás metales
no pueden alcanzar esas "alturas", por mucho que los científicos se esfuerzan en
ayudarles.
Busquemos juntos la solución.
Préstese atención al siguiente hecho: los metales pertenecientes a la familia del
platino sólo con gran dificultad entran en reacciones químicas. Por eso, en la
actualidad, los químicos utilizan frecuentemente en los experimentos recipientes
hechos de platino. El platino y sus acompañantes ocupan entre los metales un lugar
parecido al de los "gases nobles". Y no es casual que desde hace mucho se les
otorgara el título de "nobles". Además, en la naturaleza abundan en estado libre,
nativo.
Mas en este caso, en una casilla se atropellaron una decena y media de inquilinos, y
todos ellos resultaron elementos del tercer grupo y del sexto período.
¿Se puede hacer el intento de distribuirlos por otros grupos?
Sí. Muchos químicos, entre ellos el propio Mendeléev, trataron de hacerlo. El cerio
se alojaba en el cuarto grupo; el praseodimio, en el quinto; el neodimio, en el
sexto, etc. Pero todas estas distribuciones carecían de lógica. En los subgrupos
principales y secundarios de la tabla de Mendeléev se ubican elementos semejantes.
Y el cerio no tenía nada que ver con el circonio; el praseodimio y neodimio eran
forasteros con respecto al niobio y molibdeno. Otros elementos de tierras raras (es
el nombre común del lantano y los lantánidos) tampoco encontraron parientes en
los respectivos grupos. En cambio, son muy parecidos entre sí, al igual que
hermanos gemelos.
Cuando a los químicos se les preguntaba en qué casillas de la tabla debían de
alojarse los lantánidos, indecisos, se encogían de hombros. Además, qué podían
contestar, si no sabían la causa del sorprendente parecido de estos elementos.
Mas la explicación resultó ser muy simple. El sistema periódico incluye grupos de
elementos muy interesantes cuyos átomos tienen una estructura en sumo grado
peculiar. En estos átomos los electrones de turno no van a parar a la capa exterior,
ni siquiera a la penúltima, sino sujetos a las estrictas leyes de la física, penetran
hasta la tercera capa, contando desde la exterior.
En esta tercera capa se sienten muy a sus anchas y no quieren abandonar sus sitios
en ningunas circunstancias, participando en las reacciones químicas sólo en casos
excepcionales.
Esta es la razón por la cual todos los lantánidos, por regla general, son por
excelencia trivalentes. Por cuanto tienen en sus capas exteriores 3 electrones.
Tampoco es casual que los lantánidos sean catorce, ni más ni menos. En la tercera
capa, desde la exterior, que es la que se completa en sus átomos, existen catorce
sitios vacantes que antes han quedado sin llenar.
Es por eso que los químicos creyeron posible alojar a todos los lantánidos en una
sola casilla, junto con el lantano. A decir verdad, no consideramos que es un
método irreprochable, ya que al colocar los lantánidos en una misma casilla parece
por unidad. Si el litio no fuese un elemento tan activo, podría servir de magnífico
material para las más diversas estructuras. ¡Figúrese un barco o un automóvil
fabricado completamente con litio! Por desgracia, la química pone su veto sobre esa
tentadora posibilidad.
El "campeón absoluto" por el peso entre los metales es el osmio. Un centímetro
cúbico de ese noble metal pesa 22,6 gramos. Para equilibrar un cubo de osmio, en
el otro platillo de la balanza habría que colocar, digamos, tres cubos de cobre, dos
de plomo o cuatro de itrio. Índices igualmente altos acusan los vecinos más
próximos del osmio: el platino y el iridio. Los metales nobles resultan ser los más
pesados.
La dureza de los metales es proverbial. De una persona con voluntad y con
principios se dice que tiene "carácter férreo". Mas en el mundo de los metales el
asunto resulta algo distinto.
El hierro de ningún modo se cotiza como modelo de dureza. En este caso la palma
la gana el cromo que en cuanto a dureza cede muy poco ante el diamante. Nótese
aquí otra paradoja: entre los elementos químicos los metales están lejos de ser los
campeones de dureza. En la escala de la dureza comparativa el primer lugar lo
ocupan el carbono en forma de diamante y el boro cristalino. El hierro es más bien
un metal blando. Es dos veces menos duro que el cromo. En cuanto a nuestros
conocidos ligeros– los metales alcalinos–, éstos son casi tan blandos como la cera.
A este respecto, el galio resulta ser un rival serio del mercurio, debido o las
siguientes circunstancias. El mercurio hierve a temperatura relativamente baja,
aproximadamente a 300 °C. Por consiguiente, es imposible medir altas
temperaturas empleando termómetros de mercurio. En cambio, para evaporizar el
galio se necesitan unos 2000 °C. No hay otro metal que puede permanecer en
estado líquido en un intervalo tan grande, tener tanta diferencia entre las
temperaturas de fundición y de ebullición. El galio es la única excepción. Debido a
esa propiedad es un verdadero hallazgo para fabricar termómetros destinados a
medir altas temperaturas,
Por añadidura, hablaremos de otro rasgo, que parece fantástico. Los científicos
demostraron teóricamente que si existiera el análogo pesado de mercurio (un
elemento con el número atómico 11 2, desconocido en la Tierra, inquilino del
séptimo piso de la Gran Gasa), su estado natural en condiciones normales sería el
gaseoso. ¡Gas que tendría propiedades químicas de un metal! Llegará el tiempo en
que los científicos conocerán algo tan extraordinario?
El alambre de plomo se puede fundir a la llama de un
fósforo. La hoja de estaño introducida en el fuego, al
instante se convierte en una gota de estaño líquido. En
cambio, para transformar en líquido el tungsteno, tantalio
o renio es necesario elevar la temperatura por encima de
3 000 °C. Estos metales son más difíciles de fundir que
todos los demás. Esta es la causa del porqué los
filamentos de incandescencia de las bombillas eléctricas
se hacen de tungsteno y renio.
Las temperaturas de ebullición de algunos metales alcanzan valores
verdaderamente fantásticos. Por ejemplo, el hafnio hierve a 5400°C (¡!); ésta es
casi la temperatura de la superficie del Sol.
Compuestos insólitos
Cuál era el primer compuesto químico preparado conscientemente por el hombre?
Los historiadores no pueden contestar a esta pregunta con plena certidumbre.
Nosotros nos arriesgamos a sentar nuestra propia hipótesis.
conocen aleaciones que constan de dos metales – bimetálicas – ,en las cuales las
propiedades son distintas según varíen las cantidades de los componentes tomados.
Unos metales se alean con gran facilidad y en cualquier proporción. Tales son el
bronce y el latón (aleación del cobre y el zinc). Otros se oponen a formar
aleaciones, cualesquiera que sean las condiciones, por ejemplo, el cobre con el
wolframio. Los científicos, no obstante, prepararon su aleación, pero por un camino
inusual, empleando el procedimiento de la llamada metalurgia de polvos:
aglomerando los polvos de cobre y volframio bajo presión.
Existen aleaciones que son líquidos a temperatura ambiente y aleaciones de
extraordinaria termoestabilidad que la técnica cósmica emplea de buena gana.
Finalmente, hay muchas aleaciones que no se destruyen ni por la acción de los
agentes químicos más fuertes, y también otras que por su dureza ceden muy poco
al diamante...
el plomo o ligeros como el sodio. En qué minerales y menas terrestres haría falta
buscar elementos desconocidos. La "máquina cibernética" ingeniada por D.
Mendeléev daba respuesta incluso a estas preguntas.
En 1875 el científico francés Lecoq de Boisbaudran comunicó a sus colegas una
noticia importante. En la mena de zinc logró descubrir los indicios de un nuevo
elemento, un pequeño granito cuyo peso no superaba 1 gramo. El experto
investigador estudió en todos los aspectos las propiedades del galio (tal fue el
nombre con que se bautizó al recién nacido), y, como se suele hacer, publico un
artículo al respecto.
No tardó mucho en recibir por correo una carta sellada en San–Petersburgo. El
breve mensaje le comunicaba a Boisbaudran que su correspondiente está plena y
perfectamente de acuerdo con sus resultados, menos en un detalle: el peso
específico del galio no debe ser 4,7 sino 5,9.
Firmaba la carta: D. Mendeléev.
Boisbaudran se inquietó. ¿Es posible que el titán ruso de la química se le adelantó
en el descubrimiento del nuevo elemento?
No. Mendeléev no tuvo galio entre sus manos. La cosa era más sencilla: supo
manejar diestramente el sistema periódico. El gran químico ya sabía que en su
tabla, en el sitio que ocupó el galio, debería alojarse tarde o temprano un elemento
desconocido. El nombre previo que le dio Mendeléev era ekaaluminio y, conociendo
las propiedades de sus vecinos en el sistema periódico, vaticinó con extraordinaria
precisión su naturaleza química...
De este modo, Mendeléev llegó a ser el primer "programista" de la química. Hubo
otra buena decena de elementos desconocidos cuya existencia Mendeléev predijo y
cuyas propiedades describió con mayor o menor plenitud. Sus nombres son:
escandio, germanio, polonio, astato, hafnio, renio, tecnecio, francio, radio, actinio y
protactinio. En 1925 la mayoría de estos elementos ya estaban descubiertos.
propios sólo en casos excepcionales (y el renio no los tiene). Por esta razón se
encuentran sólo como impurezas insignificantes en los minerales de otros
elementos. Además, el renio es un elemento muy raro: una tonelada de la corteza
terrestre contiene nada más que 10 mg del septuagésimo quinto.
No obstante, en la actualidad el renio encuentra una extensa aplicación en la esfera
de la electrotecnia y en la obtención de aleaciones resistentes a los ácidos y termo
resistentes, se emplea como catalizador en la industria química y en la fotografía en
colores.
elemento número 105. Uno de los transuránicos, con el número atómico 102, por
ahora carece de nombre. También provoca algunas dudas el nombre de laurencio,
puesto que los trabajos que sirvieron de fundamento para ello, no han tenido una
confirmación posterior.
Figúrense la sorpresa del albañil que hoy ha terminado de colocar los ladrillos de un
piso de una nueva casa y mañana descubre que todo lo que ha hecho ha
desaparecido. Precisamente, ésta es la situación en la que se encuentran los
investigadores que estudian las propiedades químicas de los transuránicos pesados.
Estos elementos son inestables en sumo grado, el período de su vida se mide en
minutos e incluso en segundos. Al trabajar con elementos corrientes, el químico no
piensa en los marcos del tiempo. Mientras tanto, cuando a sus manos van aparar
los representantes de la tabla de Mendeléev de una vida muy corta, sobre todo los
transuránicos pesados, cada minuto de experimentación puede valorarse a precio
de oro. Como si fuera poco la amenaza de los objetos de estudio de desaparecer
instantáneamente, las cantidades de que dispone el químico son ínfimas, a veces no
más que átomos contados.
Es por ello que precisan métodos especiales de trabajo. Estos métodos corren a
cargo de la joven y nueva rama de la química, la química de los elementos
radiactivos, la química de la radiación.
Existe cierto fenómeno físico llamado radiactividad. Esta consiste en que los
elementos (o, más precisamente, los núcleos de sus átomos) pueden destruirse
espontáneamente. Unos núcleos expulsan electrones de sus entrañas, hecho que se
produce al transformarse los neutrones del núcleo en protones; otros emiten las así
llamadas partículas alfa (los núcleos de helio). Otros más se parten en dos
fragmentos casi iguales: este último proceso se denomina desintegración
espontánea.
Son radiactivos todos los elementos? No, no lo son
todos. Principalmente son radiactivos los elementos
que se encuentran al final del sistema periódico,
empezando por el polonio.
Al descomponerse, el elemento radiactivo no
desaparece del todo. Se transforma en otro. Estas
cadenas de transformaciones radiactivas pueden ser
muy largas.
Por ejemplo, del torio y uranio, en fin de cuentas, se
forma plomo estable. Pero en el camino de esta transformación surge y perece una
buena decena de elementos radiactivos.
Los elementos radiactivos poseen distinta vitalidad. Unos, antes de desaparecer por
completo subsisten decenas de miles de millones de años. La vida de otros es tan
corta que se mide en minutos e incluso segundos. Los científicos valoran la vitalidad
de los elementos radiactivos empleando una magnitud especial: el período de
semidesintegración. En ese intervalo la cantidad de elemento tomada se desintegra
exactamente en la mitad.
Los períodos de semidesintegración del uranio y del torio equivalen a varios miles
de millones de años.
Por el contrario, otra cosa ocurre con sus predecesores en la tabla de Mendeléev: el
protactinio, actinio, radio y francio, radón, astato y polonio. Su vida es mucho más
breve, en todo caso, no más de cien mil años. Y esto se traduce en una inesperada
sorpresa.
Por qué, entonces, subsisten aún en la Tierra estos elementos de vida corta? Se
conoce que nuestro planeta tiene cerca de 5 mil millones de años. En este lapso tan
El nombre del elemento más raro en la Tierra es astato (69 miligramos en todo el
espesor de la corteza terrestre). Como se dice, no se necesitan comentarios.
Se descubrió que los primeros elementos transuránicos, el neptunio y el plutonio,
también existen en la Tierra. Nacen en la naturaleza debido a reacciones nucleares
de uranio muy raras con neutrones libres. Estos fantasmas "pesan" cientos y miles
de toneladas. Pero en lo que se refiere al prometio y tecnecio, de cuya aparición
también se "acusa" al uranio (al uranio le es propio el proceso de desintegración
espontánea, cuando los núcleos se fisionan en dos fragmentos aproximadamente
iguales), resulta que de estos elementos nada se puede decir. Los científicos
encontraron huellas apenas tangibles de tecnecio y en cuanto al prometio, no
abandonan sus intentos de descubrirlo en los minerales de uranio. Aún no se ha
inventado la balanza en la que se podrían pesar las "reservas" de prometio y
tecnecio existentes en la Tierra.
Universo se esparció la mayor parte de los gases nobles y del hidrógeno. Pero el
cuadro general no cambió en nada.
El científico de nuestros días apunta que la abundancia de los elementos químicos
en la corteza terrestre decrece, con regularidad, desde los elementos ligeros hacia
los medios y, más adelante, hacia los pesados. Pero no hay regla sin excepción. Por
ejemplo, el pesado plomo abunda mucho más que muchos representantes ligeros
de la tabla de Mendeléev.
Cuál es la razón de este hecho? ¿Por qué no se encuentran en cantidades iguales?
¿Es que la naturaleza actuó injustamente al "acumular" unos elementos, sin pensar
en las reservas de otros?
No, existen leyes conforme a las cuales unos elementos abundan en la Tierra y
otros son raros. A decir verdad, no conocemos estas leyes hasta el final,
satisfaciéndonos con sugerencias.
Resulta que los elementos químicos no existieron siempre. El Universo está
constituido de tal forma que en sus diferentes confines se desarrolla
ininterrumpidamente un grandioso proceso, sin igual por su inmensidad, de
formación y de síntesis de los elementos. Los reactores nucleares cósmicos y los
aceleradores cósmicos son las estrellas. En las entrañas de muchas de éstas se
"cocinan" los elementos químicos.
Allá reinan temperaturas inauditas y presiones inconcebibles. Allá están en su
elemento las leyes de la química nuclear y gobiernan las reacciones químicas
nucleares que transforman un elemento en otro y los elementos ligeros en pesados.
Estas leyes son tales que unos elementos se forman con mayor facilidad y en
cantidades considerables, y otros, más difícilmente y por lo tanto en menor
proporción.
Todo depende de la estabilidad de los núcleos atómicos, y la química nuclear tiene
al respecto una opinión bien determinada. Los núcleos de los isótopos de los
elementos ligeros contienen cantidades casi iguales de protones y neutrones. Estas
partículas elementales forman aquí estructuras muy estables los núcleos ligeros se
sintetizan con mayor facilidad. En general, a la naturaleza le es inherente la
tendencia a formar sistemas de máxima estabilidad. Pero, estos núcleos ligeros, al
sintetizarse más fácilmente, tienen muy pocas ganas de participar en reacciones
nucleares para abrir camino a la formación de núcleos con grandes cargas. En estos
últimos, el número de neutrones ya supera en mucho el de los protones, razón por
la cual los núcleos de masa media y grande no pueden jactarse de ser muy
estables. Están más sujetos a la acción de cualquier casualidad y más propensos a
las transformaciones, debido a lo cual no son capaces de acumularse en cantidades
muy grandes.
Las leyes químicas nucleares dicen que cuanto mayor es la carga del núcleo tanto
más difícil es sintetizar tales núcleos y, por consiguiente, en tanta menor cantidad
se forman.
La composición química de nuestra Tierra es como una silenciosa copia, un mudo
reflejo de la dinámica de las leyes que rigen el proceso de génesis de los elementos.
Y sólo cuando los científicos conozcan estas leyes hasta el final, estará claro y
comprensible por qué distintos elementos químicos están difundidos en cantidades
tan diferentes.
Largo y arduo era el camino que seguían los descubridores de los elementos. Cual
una senda que apenas serpentea en los matorrales infranqueables para perderse
entre las angostas y abruptas rocas... Y a su lado pasa otro sendero hollado y
transitable, mas éste es el sendero de los soles falsos, de
los descubrimientos falsos de elementos químicos.
¡Cuáles no fueron los casos curiosos y paradojas con que
se tropezaba en aquel sendero! El caso de Kosman es
prácticamente una gota en el mar de agua.
El científico inglés Crookes separó del itrio un montón de
nuevas sustancias simples y las llamó metaelementos.
Pero, en realidad, eran mezclas de elementos conocidos
ya hace mucho.
El alemán Swienne, en los años 20, buscó elementos
transuránicos en las muestras del llamado polvo cósmico
recogido en los glaciares de Groenlandia por el famoso investigador polar
Nordenskjold. Y se apresuró en comunicar que, al parecer, logró encontrar en este
polvo el elemento con el número atómico 108... Swienne supuso que al final del
sistema periódico, después del dominio de los elementos inestables, debía aparecer
uno de los elementos estables a que pertenecía, en particular, el elemento número
108. En su tiempo esta idea fue refutada. Sin embargo, como veremos más
adelante, resurgió, sin que nadie lo esperase, en nuestros días.
Aquí no se puede dejar pasar de lado al inglés Freehand, que organizó expedición
especial a Palestina para "pescar" en las aguas exentas de vida del Mar Muerto las
huellas de los elementos 85 y 87. O al norteamericano Allison: éste, cuando otros
científicos se perdían en conjeturas, por qué faltan en la Tierra los análogos pesados
del yodo y cesio, de pronto empezó a descubrirlos en todas partes, en cualesquiera
disoluciones y minerales que ensayaba mediante un nuevo procedimiento elaborado
por él. Pero el procedimiento resultó ser equivocado. Los ojos del investigador se
cansaban durante el experimento y este cansancio engendraba fantasmas.
Ni siquiera los grandes hombres de ciencia se vieron libres de errores en el sendero
de los soles falsos. Al italiano Fermi le pareció que en el uranio bombardeado por
neutrones aparecían a la vez varios elementos transuránicos. De hecho, éstos eran
Pues hasta ahora los científicos no se han puesto de acuerdo respecto al sitio en que
debe colocarse el elemento numero l: en el primer grupo o en el séptimo de la tabla
de Mendeléev.
De modo análogo se formó el destino del uranio.
Pero, ¿es que Mendeléev no resolvió definitivamente la cuestión sobre su lugar, de
una vez y para siempre?
Durante decenios nadie discutió la situación del uranio en el sexto grupo del sistema
periódico, como el hermano más pesado del cromo, molibdeno y wolframio. Esta
posición parecía inconmovible.
Pero llegaron otros tiempos. El uranio dejó de ser el último en la serie de los
elementos. A su derecha se formó en fila toda una unidad de elementos
transuránicos obtenidos artificialmente. Se planteó el problema de dónde alojarlos
en la tabla de Mendeléev. ¿En cuáles de sus grupos y en qué casillas disponer los
símbolos de los transuránicos? Después de largas discusiones muchos científicos
llegaron a la conclusión de que todos deben ser colocados juntos, en un grupo y en
una misma casilla.
Esta decisión no cayó del cielo, algo semejante ya sucedió
en la tabla de Mendeléev, en su sexto período. Ya
mencionamos que los lantánidos, que en total son
catorce, se disponen en el tercer grupo en una sola
casilla, en la del lantano.
Los físicos predijeron hace mucho que en un período más
bajo debe revelarse el mismo cuadro. Indicaron que en el
séptimo período debe existir una familia de elementos
semejante a la de los lantánidos. Esta familia es la de los
actínidos.
Los químicos, en cambio, no todos lo están y no por completo, ya que por sus
propiedades el uranio sigue siendo en el tercer grupo el mismo forastero que en los
tiempos de Mendeléev. Tampoco conviene el tercer grupo al torio x al protactinio.
En general, los actínidos ligeros se comportan de modo muy distinto a los lantánidos
ligeros. Estos últimos, por regla, son trivalentes, y los actínidos se distinguen por
una riqueza de estados de oxidación. Hace poco, los químicos soviéticos. N. Krot y
A. Guelman han sintetizado compuestos de neptunio y plutonio heptavalentes.
¿Dónde está tu lugar, uranio? Los científicos tienen que discutir aún mucho este
problema.
En el umbral de lo desconocido
Nadie sabe cuándo sucederá esto, pero sabemos que sucederá. El hombre alcanzará
una gran victoria sobre la naturaleza, puede ser que la más grande en toda su
historia.
La causa de este fenómeno radica en que en los átomos de los elementos de esta
familia se completará la cuarta capa electrónica contando desde el exterior,
mientras que las tres últimas capas tienen estructura completamente igual. ¿Qué
diferencia notoria en las propiedades químicas se puede esperar en este caso?
Una de nuestras historietas se titula "Catorce hermanos gemelos". Si decidiéramos
describir las propiedades de esta familia hipotética, entonces, para encontrar un
título a propósito, tendríamos que resolver un rompecabezas. "Dieciocho
absolutamente idénticos" o "Dieciocho y todos con una misma cara". Ya que, como
dicen los físicos, la palabra "gemelos" aquí "no trabaja".
Mas nuestro libro no es de ciencia ficción. Por lo tanto, abstengámonos de
características concretas en espera de mejores tiempos...
A propósito. Hemos olvidado otro problema: ¿de qué modo ubicar en el sistema
periódico a los dieciocho "absolutamente idénticos"?
Palabra de honor, para nosotros esto no está bien claro. No se olviden, además, que
hasta ahora no cesan las discusiones acerca del lugar de los lantánidos y actínidos,
aunque es una cosa más sencilla.
Pero el cuadro ideal que acabamos de pintar es ideal en el sentido estricto de la
palabra. Si en la realidad todo resultara ser así, la tarea de determinar la naturaleza
química del elemento N° 126 sería para los químicos un asunto muy complicado
pero realizable.
Es mucho más probable otra cosa: en esa remota región del sistema periódico
podríamos tropezar con un amplio conjunto de elementos que se distinguirían por
una diversidad extraordinariamente rica de propiedades químicas. Existe ya un
precedente semejante: se trata de los actínidos ligeros que tienen poco de común
con sus análogos, los lantánidos. Mas en el "umbral de lo desconocido" la situación
puede llegar a ser mucho más compleja. En este caso es difícil hasta conjeturar qué
elemento de los precedentes puede asemejarse al 126. . .
Es más fácil hacer conjeturas acerca del número 114. Por ahora nadie pone en tela
de juicio que debe similar a su hermano menor por el grupo, el plomo. Sin
embargo...
A principios del siglo veinte se descubrió una enigmática emisión que penetraba a la
atmósfera terrestre desde las profundidades del Universo. Más tarde, cuando los
científicos la conocieron mejor, esta emisión recibió el nombre de cósmica. Aunque
se habla de los rayos cósmicos como si fueran un solo tipo de emisión, en realidad
tienen una composición compleja. Se diferencian las radiaciones primaria y
secundaria. La naturaleza de la radiación primaria es relativamente sencilla, pero al
pasar por la atmósfera entra en interacción con el aire. Por esta razón cambian
esencialmente la composición y las propiedades de la radiación primaria. Así nace la
radiación secundaria.
¿De qué se componen los rayos cósmicos primarios? Los científicos hace mucho que
intentan encontrar respuesta a esta pregunta empleando distintos métodos. En
1936 el físico austríaco Blau propuso aplicar para el estudio de los rayos cósmicos
placas fotográficas. Con este fin un paquete de placas especiales se coloca en una
caja opaca, en la que con facilidad penetra la radiación cósmica. Luego, empleando
globos–sonda, la caja se eleva a una altura lo más grande posible, donde
permanece algún tiempo. La emulsión fotográfica es mucho más densa que el aire,
por eso, al chocar con las capas de la emulsión, las partículas que entran en la
composición de los rayos cósmicos retienen su vuelo veloz y se retardan, dejando
huellas en la emulsión. Estas huellas se denominan trazas. Las trazas se estudian
bajo el microscopio, se miden sus distintas características, por ejemplo, el largo, el
ancho v la intensidad. Los datos obtenidos permiten juzgar sobre las propiedades y
la naturaleza de las partículas.
Se puso de manifiesto que en los rayos cósmicos primarios el 93% de las partículas
corresponde a los núcleos del átomo de hidrógeno, es decir, a los protones; casi el
6% son núcleos de helio, o sea, partículas alfa. El resto corresponde a los núcleos
de los elementos con números atómicos mayores. Esta correlación es muy
significativa. Es casi análoga a la que existe entre los elementos encontrados en las
más diversas partes del Universo: en el Sol, en las estrellas y en el espacio
interestelar. La única diferencia es que los rayos cósmicos contienen más elementos
pesados.
Mas, ¿cuáles de los elementos pesados? Al principio se consideró que debían ser el
litio, berilio y boro, en una palabra, varios elementos con números atómicos
relativamente pequeños. Pero el año 1948 trajo una noticia sensacional: al estudiar
las trazas que las partículas dejaban en las placas fotográficas subidas a la
atmósfera a la altura de 30 km, se logró identificar partículas pesadas con la carga
del núcleo desde 11 hasta 41. Después fueron descubiertos elementos más pesados
aún; entre ellos, el último era el indio cuyo número atómico es 49. Fin la actualidad,
ya se puede hablar, prácticamente, de la presencia en la composición de la
radiación cósmica primaria de todos los elementos conocidos en la Tierra.
Como es natural, el contenido cuantitativo de distintos elementos se distingue
radicalmente. Por ejemplo, hay centenares de miles de veces más hierro con el
número atómico 26 que de elementos con los números de 60 a 90. Estos datos son
muy interesantes, pero no se puede decir que provocan gran emoción entre los
científicos.
Y al fin llegó lo inesperado. En el verano de 1968, el célebre físico inglés Powell, al
hacer uso de la palabra en una asamblea de la Academia de Ciencias de la URSS,
habló de los trabajos de su discípulo, el profesor Fowler (a propósito, este último es
nieto del gran Rutherford).
En los últimos años Fowler lanzó globos–sonda con placas fotográficas a una altura
de hasta 40 km. Al estudiar las trazas dejadas por las partículas en estas placas
Fowler logró descubrir varias huellas muy gruesas. El estimó que pertenecían al
uranio. Se repitieron los experimentos. Volvieron a ascender los globos–sonda, y
decenas de metros cuadrados de placas fotográficas se examinaron
escrupulosamente bajo el objetivo del microscopio. Entre los millares de trazas fue
descubierta una que puso en alerta al científico. Esta traza era muy clara y larga. La
partícula que la dejó provocó en el proceso de su frenado en la capa de emulsión
fotográfica una ionización extraordinariamente intensa. Ninguno de los núcleos
antes descubiertos produjo cuadro parecido. Ni siquiera la traza del torio, elemento
con el número atómico 90, tenía un aspecto tan imponente.
Por consiguiente... Al parecer, Fowler vaciló cierto tiempo antes de sacar una
conclusión definitiva. Por consiguiente, la traza admirable debe pertenecer a una
partícula con una carga nuclear muy grande. Después de largas cavilaciones, Fowler
supuso que en la composición de la radiación cósmica primaria entra el elemento
con el número atómico 106. O sea, un elemento desconocido en la Tierra y no
obtenido aún artificialmente. Claro que no se podía estar seguro al cien por ciento,
pero el propio hecho es muy interesante. El interés que provoca este hecho radica
en que se corresponde bien con las deducciones de los físicos teóricos. Se confirma
la sugestiva posibilidad de irrumpir en el campo de los elementos muy pesados y
esta confirmación se ofrece desde otro lado. Resulta qué no sólo se pueden obtener
los elementos superpesados por vía artificial, sino que vale la pena emprender su
búsqueda en la naturaleza.
En una palabra, aún no ha terminado la época de los descubrimientos de nuevos
elementos.
Y, en fin, entérese de los resultados de los últimos experimentos de Fowler. Se han
encontrado 15 trazas que pertenecen a partículas con una carga mayor de 80, tres
trazas con una carga que supera 100 y una traza que corresponde a una partícula
con una carga superior a 114.
llamada escala física de los pesos atómicos. La base de esta escala es 1/16 de la
masa del isótopo de oxígeno más difundido, el oxígeno–16.
Sin embargo, paralelamente a esta escala existía otra: la escala química. Se
fundamentaba en una magnitud algo distinta, precisamente en 1/16 de la masa
media del átomo de oxígeno natural. Mas, como se sabe, el oxígeno natural tiene
tres isótopos:
Por esta razón, el valor de la unidad de oxígeno era distinto entre los físicos y entre
los químicos. Aunque si se conocía el valor del peso atómico por una escala se podía
calcular su valor por la otra. Así, para obtener el peso atómico "físico" era necesario
multiplicar el valor "químico" por un número bastante incómodo: 1,000275.
Realizar esta multiplicación es una cosa sencilla, pero la verdadera dificultad
radicaba en otro hecho. Como quiera que los físicos y los químicos empleaban "sus"
escalas, obtenían valores diferentes para muchas magnitudes importantísimas de la
química, por ejemplo, para el número de Avogadro o para la constante universal de
los gases. Además, el propio factor para pasar de una escala a otra tampoco era
una magnitud constante: varía en dependencia de las oscilaciones de la composición
isotópica del oxígeno natural. En fin, el oxígeno–16 resultó ser un isótopo poco
conveniente para la determinación de los pesos atómicos con un espectrógrafo de
masas.
Esta fue la causa de que los científicos llegaron a la conclusión de que tenían que
rechazar la unidad de oxígeno. En lugar de esta última fue introducida la unidad de
carbono, es decir, por la unidad de peso atómico fue tomada 1/12 de la masa del
isótopo de carbono–12. En vez de dos escalas se creó una sola, siendo ésta
universal.
No es difícil pasar de los pesos atómicos según el "oxígeno" a los de acuerdo con el
"carbono". Para este objeto existe una fórmula simple: el peso atómico en las
unidades de carbono es igual al peso atómico en unidades de oxígeno multiplicado
por 0,999957.
Cabe señalar que hubo otro pretendiente al lugar de la unidad de la nueva escala de
19
los pesos atómicos: el isótopo del flúor, F. Este también representaba muchas
ventajas, al extremo que los científicos durante mucho tiempo no podían decidir
cuál era preferible: el carbono o el flúor. El problema fue resuelto por mayoría de
votos, cosa que no ocurre en la ciencia cada lunes ni cada martes.
Capítulo 2
La serpiente mordiendo su cola
Contenido:
El alma de la ciencia química
Rayos y tortugas
Una barrera maravillosa
La serpiente mordiendo su cola
Cómo la "tortuga" se convierte en "rayo", y viceversa
Reacciones en cadena
Cómo la química trabó amistad con la electricidad
Enemigo número uno...
...Y cómo combatirlo
Un chorro luminoso
El sol como químico
Dos variantes de lazos químicos
La química y la radiación
La más larga de las reacciones
El alma de la ciencia química
Casi todo lo que nos rodea en la Tierra consta de compuestos químicos. De las más
diversas combinaciones de elementos químicos.
Sólo una parte infinitamente pequeña de la materia terrenal se presenta en forma
de sustancias elementales: gases nobles, metales de la familia del platino, oro,
plata, mercurio, antimonio, así como carbono en diferentes formas. Quizá no haya
nada más.
Es posible que en tiempos muy remotos el coágulo de la materia cósmica, del que
en fin de cuentas nació nuestro planeta, se hubiera formado únicamente de los
átomos de un centenar de elementos químicos. Habían transcurrido siglos, milenios,
millones de años. Se modificaban las condiciones. Los átomos entraban en
reacciones recíprocas. El gigantesco laboratorio químico de la naturaleza comenzó
su labor. La naturaleza-químico en el curso de su larga evolución aprendió a
preparar las sustancias más diversas. Desde la simple molécula de agua hasta las
complejísimas proteínas.
La evolución del globo terráqueo y de la vida que en éste existe se debe en grado
considerable a la química.
Ya que toda la diversidad de los compuestos químicos surgió gracias a los procesos
que se denominan reacciones químicas. Estas últimas son la verdadera alma de la
ciencia química y su contenido principal. Es imposible calcular ni siquiera
aproximadamente, cuántas reacciones químicas tienen lugar en el mundo, digamos,
durante un solo segundo.
Para que el hombre pueda pronunciar, por ejemplo, la palabra "segundo", en su
cerebro deben operarse numerosos procesos químicos. Nosotros hablamos,
pensamos, nos alegramos o entristecemos, y tras todas estas acciones se ocultan
millones de reacciones químicas. No las vemos aunque de paso, sin pensar en ello -
pero observamos diariamente una enorme cantidad de interacciones químicas.
...Echamos al té una rodaja de limón y el color del té se vuelve menos intenso,
encendemos un fósforo y el palillo de madera se quema convirtiéndose en carbono.
Todo esto son reacciones químicas.
El hombre primitivo que aprendió a encender la hoguera, al mismo tiempo era el
primer químico. De acuerdo con su deseo realizó la primera reacción química, la
reacción de oxidación. La más necesaria y la más importante en la historia de la
humanidad.
Esta reacción proporcionó calor a nuestros remotos antepasados, calentando sus
viviendas en los días de frío. En nuestros tiempos esta reacción abrió el camino al
cosmos, propulsando al espacio cohetes de muchas toneladas de peso. La leyenda
de Prometen que regaló fuego al hombre es al mismo tiempo la leyenda sobre la
primera reacción química.
Cuando entran en acción recíproca sustancias simples o complejas, por regla
general, dan señal de esta interacción.
Échese un pedacito de zinc a la solución de ácido sulfúrico. Al instante, empiezan a
levantarse burbujas de gas y pasado un rato el pedacito de metal desaparecerá. El
zinc se ha disuelto en el ácido, acompañándose este fenómeno del desprendimiento
de hidrógeno. Usted, con sus propios ojos, ha observado el proceso.
O bien, enciéndase una bolita de azufre. Arde con llama azulenca produciendo un
olor' asfixiante: el azufre se combina con el oxígeno y forma un compuesto químico,
el anhídrido sulfuroso.
Tan pronto como se moja con agua el polvo blanco de sulfato de cobre anhidro
CuSO4, éste adquiere coloración azul. La sal se combina con agua y se forman
cristales azules de vitriolo azul CuSO4·5H2O. Las sustancias de este tipo se
denominan hidratos cristalinos.
¿Conoce Ud. el proceso de apagar la cal? Sobre la cal viva se echa agua y se
obtiene cal muerta Ca(OH)2 . El color de la sustancia no cambia, pero es muy fácil
comprobar que la reacción ha tenido lugar. ¿De qué modo? Al apagar la cal se
desprende mucho calor.
La primera condición indispensable de todas las reacciones químicas, sin excepción,
es que se desarrollan con desprendimiento o absorción de energía térmica. A veces
se desprende una cantidad de calor tan grande, que esto es fácil determinar a
tientas. Y si esta cantidad es pequeña, acuden en ayuda métodos especiales de
medición.
Rayos y tortugas
Una explosión es algo terrible. Terrible porque ocurre instantáneamente. En
fracciones de segundo.
Pero, ¿qué es una explosión? Es una reacción química común y corriente, que se
acompaña de un desprendimiento de grandes cantidades de gas.
Es el ejemplo de un proceso químico que transcurre momentáneamente. Digamos,
la quema de la pólvora en el cartucho. O la explosión de la dinamita.
Sin embargo, la explosión es un caso extremo. La mayor parte de las reacciones se
desarrollan en intervalos de tiempo más o menos prolongados.
Hay muchas reacciones cuyo curso es tan lento que es difícil descubrirlo.
. . .En un recipiente de vidrio están mezclados dos gases: el hidrógeno y el oxígeno,
o sea, partes integrantes del agua. El recipiente puede mantenerse sin cambios un
plazo indeterminado: un mes, un año, cien años. Pero en la superficie del vidrio no
se ve ni una gota de agua. Parece que el hidrógeno, en general, no se combina con
el oxígeno. Mas en realidad sí se combina. Sólo que con extraordinaria lentitud.
Deben pasar milenios para que en el fondo del recipiente se forme una cantidad
apenas perceptible de agua.
¿En qué reside el quid de la cuestión? En la temperatura. A la temperatura ambiente
(15-20°C) el hidrógeno y el oxígeno interactúan, pero muy lentamente.
No obstante, tan pronto como se calienta el recipiente, sus paredes quedan
humedecidas, que es una señal segura de que la reacción está desarrollándose. A
550°C el recipiente se hace añicos, ya que a esta temperatura el hidrógeno y el
oxígeno reaccionan con explosión.
¿Cuál es la causa de que el calor acelere tanto el curso de este proceso químico,
obligando a la tortuga a moverse con velocidad de un rayo?
El hidrógeno y el oxígeno en estado libre se presentan en forma de moléculas H 2 y
O 2. Para unirse en la molécula de agua, deben chocar.
Cuanto más frecuentes son esas colisiones, con tanta mayor probabilidad se forma
la molécula de agua. A temperatura y presión ambiente cada molécula de hidrógeno
choca con una molécula de oxígeno más de... diez mil millones de veces por
segundo. Si cualquier choque hubiera llevado a la interacción química, la reacción se
realizaría más rápidamente que una explosión: ¡en 0,000 000 0001 de segundo!
Pero no notaremos ningún cambio en nuestro recipiente ni hoy, ni mañana, ni
dentro de diez años. En condiciones normales, sólo muy pocas colisiones llevan a la
reacción química. La explicación de este fenómeno reside en que las que chocan son
las moléculas de hidrógeno y oxígeno.
Antes de reaccionar estas moléculas deben disociarse en átomos. O, más
precisamente, deben distenderse los enlaces de valencia entre los átomos de
oxígeno y los de hidrógeno en sus moléculas. Deben distenderse hasta tal grado
que no impidan la asociación de los átomos heterogéneos de hidrógeno y oxígeno.
Es la temperatura la que hace las veces de látigo arreando la reacción. Obliga a las
moléculas a oscilar más fuertemente, lo que a su vez distiende los enlaces de
valencia. Y cuando el hidrógeno y el oxígeno se encuentran en el ámbito atómico, la
reacción entre ellos es instantánea.
2H2 + O2 H2O
2NH3 3H2 + N2
3H2 + N2 2NH3
sustancias iniciales (3H2 y N2 ) es mayor que el del producto obtenido (2NH3 ). Por
consiguiente, la reacción inversa prevalece sobre la directa. "El resorte se extiende".
En ambos casos se establece un nuevo equilibrio. Pero en el primero corresponderá
a la elevación del rendimiento de amoníaco y en el segundo, a su brusca
disminución.
Reacciones en cadena
... En un matraz de vidrio están mezclados dos gases: el cloro y el hidrógeno. En
condiciones normales reaccionan muy lentamente. Pero encendemos cerca del
matraz virutas de magnesio.
herrumbre. Este método puede ayudar algún tiempo. También recuérdese los
tejados de hierro de las casas, recubiertos con una capa gruesa de pintura al óleo.
Ablandar y disminuir la corrosión significa, además, retardar bruscamente, por
cualquier procedimiento, la velocidad de las reacciones electroquímicas que
constituyen el quid del proceso de corrosión. Con este fin se emplean,
precisamente, sustancias inorgánicas y orgánicas especiales, los así llamados
inhibidores.
Al principio los buscaban a tientas y los descubrían por casualidad.
Los armeros de Rusia del siglo XVII aplicaron un procedimiento interesante. Para
limpiar los cañones de los fusiles de la costra los lavaban (decapaban) con ácido
sulfúrico al que previamente añadían afrecho de trigo. Este método primitivo
permitía proteger el metal de su disolución por el ácido.
En la actualidad, la búsqueda de nuevos inhibidores no es una creación inspirada ni
la espera de una feliz casualidad, sino una ciencia exacta. Se conocen centenas de
diversos inhibidores químicos de corrosión.
Hace falta prestar atención a la "salud" de los metales antes de que se "enfermen"
de corrosión. Esta es la principal solicitud de los químicos "curanderos" de metales.
Un chorro luminoso
¿Cuántos estados de la materia se conocen? Los físicos modernos cuentan ni más ni
menos que siete. Tres de éstos son bien conocidos: están representados por el gas,
el líquido y el sólido. Propiamente hablando, en nuestra vida cotidiana no nos
encontramos prácticamente con ningún otro estado.
La propia química durante muchos siglos también se satisfizo con ellos. Tan sólo en
el último decenio esta ciencia empezó a tratar con el cuarto estado de la materia, el
plasma.
En cierto grado, el plasma también es un gas. Pero un gas insólito. En su
composición entran no sólo partículas neutras, átomos y moléculas, sino también
iones y electrones. Las partículas ionizadas existen también en el gas ordinario y su
cantidad es tanto mayor cuanto más elevada es su temperatura. Por eso no hay una
línea divisoria nítida entre el gas ionizado y el plasma. Sin embargo,
convencionalmente se considera que el gas se transforma en plasma cuando
empieza a manifestar las principales propiedades de este último, por ejemplo, alta
conductividad eléctrica.
Aunque a primera vista esto parece paradójico, el plasma, en el Universo, es el
dueño de la situación. La sustancia del Sol y de las estrellas y de los gases del
espacio cósmico se encuentra en el estado de plasma. Es el plasma natural. En la
Tierra, el plasma hace falta obtenerlo artificialmente, en unos dispositivos especiales
llamados plasmotrones. En estos aparatos, empleando el arco eléctrico, los distintos
gases (helio, hidrógeno, nitrógeno y argón) se transforman en plasma. Debido a
que el chorro luminoso del plasma está comprimido por el canal estrecho de la
tobera del plasmotrón y por el campo magnético, en el chorro se desarrolla una
temperatura de varias decenas de miles de grados.
Los químicos hace mucho que han soñado con esas temperaturas, puesto que es
difícil sobrestimar el papel que juegan las altas temperaturas en muchos procesos
químicos. Ahora este sueño se ha hecho realidad, dando comienzo al surgimiento de
una nueva rama de la química, plasmoquímica o química del plasma "frío".
¿Por qué frío? Porque existe además el plasma "caliente", encandecido hasta varios
millones de grados. Precisamente con su ayuda los físicos aspiran a realizar la
síntesis termonuclear, es decir, efectuar la reacción nuclear dirigida de
transformación de hidrógeno en helio.
Pero los químicos se conforman perfectamente con el plasma "frío". ¿Acaso existe
otra cosa tan sugestiva como el estudio del desarrollo de procesos químicos a una
temperatura de diez mil grados?
Los escépticos suponían que este trabajo es cosa perdida, ya que en esa atmósfera
incandescente lo único que espera a todas las sustancias sin excepción es su
destrucción, la disociación de las moléculas más complejas en átomos e iones
individuales.
El cuadro obtenido en la realidad resultó ser mucho más complicado. El plasma no
sólo destruía sino también creaba. En él transcurrían de muy buena gana procesos
de síntesis de nuevos compuestos químicos, entre ellos de aquellos que no se
podían formar por otros procedimientos. Eran sustancias asombrosas, no descritas
en ningún libro de química: Al2O, Ba2O3, SO, SiO, CaCl, etc. En estos compuestos los
elementos acusaban valencias insólitas, anómalas. Todo ello representaba gran
Figúrese una fábrica a la que por conductos se suministra agua, sosa, petróleo,
salitre, etc., y por cuyas puertas salen camiones cargados de pan, embutidos y
azúcar. Es pura fantasía, sin embargo, algo semejante se produce en las plantas.
Se puso de manifiesto que las plantas tienen sus catalizadores; éstos recibieron el
nombre de fermentos. Cada fermento obliga a la reacción que se desarrolle en un
solo y determinado sentido. Resulta que en la fotosíntesis no trabaja un solo
"químico", el Sol, sino también sus colegas, los fermentos (catalizadores). El Sol
abastece la energía indispensable para la reacción y los fermentos la orientan en la
dirección necesaria.
Y aunque por ahora no podemos privar a la naturaleza, en particular a las plantas,
de sus "patentes de invención" para la producción de muchas sustancias, en una
serie de casos ya sabemos hacerlas trabajar en la dirección que nos interesa. En
particular, en este caso a los científicos les ayudó el estudio de los procesos de
fotosíntesis. Hace muy poco se descubrió que al alumbrar las plantas con luz de
diferente longitud de onda, éstas, en el proceso de fotosíntesis, forman compuestos
de diferente naturaleza química. Por ejemplo, si las plantas se iluminan con rayos
rojo–amarillos, los compuestos principales que se forman como resultado de la
fotosíntesis son los hidratos de carbono. Y si los rayos son azules, se forman
proteínas.
Esto permite esperar que en un futuro no muy lejano los hombres, con ayuda de las
plantas, podrán obtener en gran escala sustancias orgánicas complejas, de las que
sienten necesidad. De veras, en vez de construir grandes fábricas, equiparlas con
aparatos únicos en su género y elaborar la complicadísima tecnología de la síntesis,
será suficiente instalar invernáculos y regular la intensidad y la composición
espectral de los rayos lumínicos. Y las plantas, por su cuenta, crearán todo lo
necesario: desde los hidratos de carbono más simples hasta las proteínas más
complejas.
¿Por qué, por ejemplo, existe un compuesto como moléculas de flúor? ¡Si es que los
átomos de flúor no pueden expulsar electrones de su capa exterior! En este caso no
aparecen iones de carga contraria.
El enlace químico entre los átomos de flúor se realiza mediante un par de
electrones. Cada uno de los átomos cede un electrón para uso común. Y así resulta
que el primer átomo parece tener en su capa exterior ocho electrones y lo mismo
ocurre con el segundo. El enlace de este tipo se llama covalente. La mayor parte de
los compuestos químicos conocidos se forma mediante el enlace químico o del
primer tipo, o del segundo.
La química y la radiación
Por ahora los químicos no han inventado la hoja verde. Pero la luz ya se aplica en la
práctica para realizar reacciones químicas, A propósito, los procesos fotográficos son
también ejemplo de actividad de la fotoquímica. La luz es justamente el fotógrafo
principal.
El interés de los químicos no se limita a los rayos luminosos. Existen también
emisiones de rayos X y radiactivas. Estas son portadoras de enorme energía. Por
ejemplo, la "intensidad" de los rayos X supera miles y la de los rayos 1 millones de
veces la intensidad de los rayos de luz.
¿Acaso pudieron los químicos no hacerles caso?
Y como consecuencia, en las enciclopedias y manuales, en los libros especiales y
artículos, en los folletos al alcance de todos y en los ensayos aparece un término
nuevo: "la química de la radiación". Así se denomina la ciencia que estudia la
influencia de las radiaciones sobre las reacciones químicas. Esta ciencia es joven,
pero ya tiene de qué alabarse.
Por ejemplo, los petroquímicos emplean en gran escala el proceso de craqueo del
petróleo. En este proceso, los compuestos orgánicos complejos contenidos en el
petróleo se desintegran en más simples. En particular, se forman hidrocarburos que
entran en la composición de la gasolina.
El craqueo es un proceso caprichoso. Se efectúa a altas temperaturas y en
presencia de catalizadores. Además, dura un período de tiempo bastante
prolongado.
Para simplificar, admitamos que la molécula de insulina consta de dos partes, dos
cadenitas: cadena A y cadena B. Estas cadenas están entrelazadas una con otra
mediante el llamado enlace disulfúrico. O, en otras palabras, parece que entre éstas
hay tendido un puente que consta de dos átomos de azufre.
El plan de la ofensiva general contra la insulina fue el siguiente. Sintetizar por
separado la cadena A y la cadena B. Después unirlas de modo que entre ellas se
tienda obligatoriamente el puente disulfúrico.
Ahora un poco de aritmética. Para obtener la cadena A los químicos tuvieron que
realizar cerca de cien diferentes reacciones consecutivas. La construcción de la
cadena B exigió más de ciento. En estas operaciones se invirtieron muchos meses
de trabajo minucioso.
Al fin y al cabo las dos cadenas fueron obtenidas. Llegó la hora de enlazarlas. Pero
precisamente aquí a los químicos les acecharon las principales dificultades. Más de
una vez los investigadores vieron frustradas sus esperanzas. No obstante, un buen
día en el diario de laboratorio apareció una anotación concisa: "la molécula de
insulina está sintetizada por completo".
Los científicos necesitaron pasar por 223 etapas consecutivas para obtener insulina
artificial. Fíjese bien en esta cifra. Hasta ahora no hubo compuesto conocido a los
químicos que exigiera tanto trabajo para su obtención. Diez hombres trabajaron sin
tregua durante casi tres años...
Mientras tanto los bioquímicos comunican una cosa muy interesante: en la célula
viva la proteína, para sintetizarse, necesita de 2 a 3 segundos.
¡Tres años y tres segundos! ¡Fíjese hasta qué punto el aparato de síntesis de la
célula viva es superior a la química moderna!
Capítulo 3
Museo químico
Contenido:
Pregunta sin respuesta
Causa de la diversidad y sus consecuencias
Anillos químicos
La tercera posibilidad
Breves palabras sobre los compuestos complejos
Sorpresas de un compuesto simple
Lo que no conocía Humphry Davy
76, 28, o algo completamente asombroso
Elogio al líquido de Cadet
Relato sobre el TEP
"Sándwiches" extraños
Antojos raros del monóxido de carbono
Todos en uno
Rojo y vede
El átomo más extraordinario y la química más extraordinaria
Otra vez el diamante
Lo desconocido bajo los pies
Cuando lo mismo resulta ser completamente distinto
Como regla, sintetizar una nueva substancia orgánica es mucho más fácil. Mientras
tanto, los químicos inorgánicos considerarían ideal, si pudieran informar cada día
sobre la obtención de nada más que un sólo compuesto nuevo. Aunque en los
últimos años las perspectivas infunden más esperanzas.
A los químicos orgánicos les ayuda la peculiaridad maravillosa de los átomos de
carbono.
Anillos químicos
Hay un número bastante grande de leyendas sobre cómo famosos hombres de
ciencia hacían sus descubrimientos.
Se cuenta que Newton estaba meditando en su jardín. De pronto a sus pies cayó
una manzana. Esto indujo al gran físico de sugerir la idea sobre la ley de gravitación
universal.
Se dice que Mendeléev vio su sistema periódico en un sueño. Lo único que debía
hacer era despertar y representar su "sueño" gráficamente en el papel.
En una palabra, se inventa todo género de sandeces sobre los descubrimientos y
sus autores.
Pero, la idea que se le ocurrió al célebre químico alemán Kekulé, efectivamente, fue
inculcada por un cuadro bastante curioso.
Los científicos ya hacía mucho que conocían el benceno, uno de los compuestos
orgánicos más importantes. Sabían que constaba de seis átomos de carbono y seis
átomos de hidrógeno y estudiaron muchas de sus reacciones.
Sin embargo, no tenían noción alguna de cómo el sexteto de átomos de carbono se
dispone en el espacio.
Este problema no dejaba a Kekuléen paz. He aquí cómo lo resolvió. Pero ofrecemos
la palabra al propio químico: "Estuve a mi mesa escribiendo un manual, pero el
trabajo se estancó. Mis pensamientos estaban muy lejos. Los átomos saltaban ante
mis ojos. Con mi vista mental distinguía sus largas series retorciéndose cual
serpientes. De pronto, una de las serpientes se agarró de su propia cola y en esa
postura empezó a voltear ante mis ojos como si me lanzara un reto. Me sentí como
despertado por la fulguración de un rayo..."
Una imagen eventual surgida en la conciencia de Kekuléen ayudó a hacer la
deducción de que las cadenas carbonadas son capaces de cerrarse y formar ciclos.
En pos de Kekulélos químicos empezaron a representar la estructura del benceno de
la forma siguiente:
Cada una de ellas en tal o cual grado describía las peculiaridades de la molécula
bencénica, pero al mismo tiempo no carecía de defectos esenciales. Estamos ante
un hecho paradójico: aunque la estructura del benceno se puede considerar
establecida definitivamente, hasta ahora no tenemos una representación gráfica de
la fórmula que refleje completamente esta estructura.
Los anillos pueden contener distinto número de átomos de carbono. Los anillos
pueden también acoplarse formando figuras geométricas caprichosas. En el mundo
de los anillos existe la misma diversidad de estructuras como entre las cadenas
abiertas de los átomos de carbono. Cualquier libro referente a química orgánica
recuerda en cierto grado un texto de geometría, ya que es rara la página en que no
La tercera posibilidad
Se consideraba que el elemento carbono era único en tres formas. Los científicos
denominaban alotropía a esa "triunidad". En otras palabras, el mismo elemento
puede existir en tres modificaciones alotrópicas.
Las tres formas del carbono son el diamante, el grafito y el hollín. Se diferencian
mucho entre sí: el diamante, "rey de la dureza", las escamas blandas del grafito y el
polvo negro-mate del hollín. La causa de esa diversidad es la distinta disposición de
los átomos de carbono en la molécula.
El diamante los tiene en los vértices de la figura geométrica llamada tetraedro. La
ligazón entre los átomos es, en este caso, de extraordinaria solidez. Por esta razón
el diamante se distingue por una dureza excepcional.
Al contrario, los átomos de carbono en el grafito tienen disposición planar y la
ligazón entre los distintos planos es bastante débil. Debido a esto el grafito es
blando y con facilidad se separa en escamas.
En cuanto a la estructura del hollín, ésta se discutía. Durante un largo período
dominó la opinión de que el hollín no era una sustancia cristalina. Se consideraba
como una variedad de grafito amorfa. No obstante hace relativamente poco se
averiguó que el grafito y el hollín son prácticamente una misma cosa. Tienen igual
estructura molecular. Entonces resulta que quedan el diamante y el grafito y lo
tercero no existe.
...Todo empezó cuando los químicos comenzaron a estudiar cómo los metales
reaccionan frente al amoníaco. Con ese fin tomaban cualquier sal corriente, por
ejemplo, cloruro de cobre y le añadían amoníaco en solución acuosa. Después se
evaporaba la solución y se obtenían cristales bonitos de color azul-verdoso. La
substancia obtenida se sometió al análisis químico. La composición de la substancia
era sencilla, pero de sencillez enigmática.
La fórmula del cloruro de cobre es CuCl 2 . El cobre en esta substancia es divalente y
todo está perfectamente claro. Los cristales del compuesto "amoniacal" tampoco
tenían una composición que se pudiera considerar muy compleja Cu(NH3)2 Cl2.
Más, ¿a qué fuerzas se debe que dos moléculas de amoníaco están enlazadas sólida
y seguramente con el átomo de cobre? Se sabe que las dos valencias de éste se
gastaron para el enlace con los átomos de cloro. Entonces, en este compuesto el
cobre debe de ser tetravalente.
Citamos otro ejemplo. Se trata de un compuesto análogo de cobalto: Co(NH3)6 Cl3.
¿Es que el cobalto, un elemento trivalente típico, aquí acusa valencia nueve?
Compuestos similares se sintetizaban a montones y cada uno de éstos representaba
una mina de acción retardada colocada en el fundamento del edificio de la teoría de
valencia.
Los cabos no se ataban. Muchos metales manifestaban valencias completamente
insólitas.
Fue Alfred Werner el que explicó este fenómeno extraño. El razonaba del modo
siguiente: los átomos, después de saturar sus valencias ordinarias y legítimas,
pueden manifestar valencias complementarias. Por ejemplo, el cobre, al gastar sus
dos valencias principales para los átomos de cloro, encuentra otras dos valencias,
complementarias, para añadir el amoníaco.
Este, por ejemplo, conoce muy bien que a veces las fotos se cubren con manchas
pardas. Sobre todo, si están expuestas a la acción de la luz o se guardan durante
mucho tiempo. "De seguro dirá un fotógrafo - que en el proceso de revelado de las
fotos la imagen no se fijó por completo".
Al enfocarlo científicamente, esto significa que el tiempo de permanencia de la placa
o el papel fotográfico en la solución fijadora fue insuficiente.
¿Para qué se necesita la fijación? Cualquiera que por lo menos se ocupó un poco de
fotografía puede contestar a esta pregunta.
Para eliminar de la superficie de la película los restos del bromuro de plata, que no
se descompuso por la acción de la luz.
Se han inventado muchos fijadores y entre éstos el más barato y más divulgado es
el hiposulfito. Su nombre químico es tiosulfato sódico.
Al principio diremos varias palabras sobre el sulfato sódico. Se conoce hace mucho,
muchísimo tiempo y fue descubierto por el químico alemán Johann Glauber. Por eso
se denomina también sal de Glauber. Su fórmula es Na2 SO4·HOH2O.
A los químicos les gusta representar los compuestos en forma estructural. El sulfato
sódico anhidro lo presentan de este modo:
Otro problema planteó ante los químicos un compuesto orgánico bastante simple, la
urea. Se unía de muy buena gana con muchos hidrocarburos y alcoholes. Esta
extraña "amistad" era motivo de sorpresa: ¿cuáles fuerzas son las que atraen entre
sí la molécula de urea y la de alcohol? Cualquiera, menos las químicas...
Pero, como quiera que sea, la nueva clase de compuestos - substancias sin enlace
químico crecía con terrible velocidad.
Mas resultó que en ese fenómeno no hubo rada sobrenatural.
Dos moléculas que contraen la unión no son iguales en sus derechos. Una se
presenta como el amo y la otra "viene de visita".
Las moléculas-amos forman una red cristalina en la que siempre existen lagunas o
cavidades no ocupadas por los átomos. En esas lagunas se internan las moléculas
huéspedes. Sin embargo, en este caso la hospitalidad tiene un carácter peculiar. Los
forasteros quedan de visita durante un período largo, ya que no pueden abandonar,
sin ningún pretexto, las cavidades de la red cristalina.
De este modo, las moléculas de los gases cloro, argón, kriptón y otros caen, como
en una trampa, en las lagunas de la estructura cristalina del agua.
Los químicos llaman a éstas y a una serie de otras substancias sin ligazón química
entre diferentes moléculas compuestos clatrados.
En los compuestos orgánicos complejos los ciclos parecen ser "soldados" entre sí
(aunque este término también es muy aproximado). Por ejemplo, tres anillos
bencénicos en el antraceno. Esto recuerda una cadena de ciclos. Cadena, mas no
del todo...
Los químicos se estaban devanando los sesos al buscar si se puede unir ciclos
aislados análogamente a como se acoplan dos eslabones en una cadena común y
corriente. Por ejemplo, así:
En una palabra: querían que dos moléculas cíclicas se unieran sin la participación
del enlace químico; puramente de manera mecánica, por así decirlo.
Esta idea sugestiva maduró durante muchos años en la mente de los científicos. La
teoría estaba de su parte. No ponía obstáculos infranqueables para la síntesis
pensada y hasta dio la posibilidad de calcular de cuántos átomos de carbono debían
componerse los ciclos para poder entrelazarse de modo conveniente.
Mas la práctica, durante un largo período, no tuvo de qué jactarse. En una de las
etapas, el proceso de síntesis iba a parar a un callejón sin salida. Y los químicos
tenían que ingeniárselas de nuevo.
El nuevo compuesto vio la luz un bonito día de abril de 1964. Sus progenitores eran
dos químicos alemanes. Lüttringhaus y Schill. Para lograr su objetivo necesitaron
veinte operaciones químicas consecutivas, veinte etapas.
El compuesto consta de dos moléculas cíclicas ligadas entre sí a modo semejante de
eslabones de una cadena. Un eslabón contiene 26, y el otro, 28 átomos de carbono.
De aquí procede el nombre tan prosaico del compuesto: "catenano 26, 28".'
Dos eslabones acoplados para la química de los catenanos es ya una etapa pasada.
En la actualidad, los científicos trabajan para obtener combinaciones más raras aún,
por ejemplo:
como otra cualquiera. Los químicos conocen compuestos mucho más interesantes.
Pero basta añadir al depósito con gasolina para automóviles nada más que 0,5% de
TEP y empiezan a efectuarse prodigios.
El motor de combustión interna es el corazón del automóvil o avión. El principio de
su trabajo es sencillo. En el cilindro se comprime la mezcla de gasolina y de aire.
Luego una chispa eléctrica produce la ignición. Se opera una explosión, se libera
energía y a sus expensas trabaja el motor.
Mucho depende del grado de compresión de la mezcla. Cuanto mayor es la
compresión, tanto mayor es la potencia del motor. Y tanto más económico es el
gasto de combustible. Así debe suceder teóricamente. Pero en la práctica la mezcla
no se puede comprimir lo bastante fuerte y de aquí proceden las "enfermedades"
del motor. La combustión incompleta y no uniforme del combustible provoca el
recalentamiento del motor y el gasto rápido de sus piezas. Además, crece en alto
grado el consumo de gasolina.
Los ingenieros introducían en la construcción de los motores todo tipo de
innovaciones, los químicos trataban de preparar clases de gasolina lo más puras
posible. La "enfermedad" hasta cierto punto se podía curar, pero no por completo.
En los motores seguía el "golpeteo", se recalentaban y las explosiones no uniformes
de la mezcla (detonación) acortaban el plazo de su servicio.
Después de largas reflexiones los científicos llegaron a la conclusión de que la
detonación se puede disminuir; se puede obligar a la
mezcla que arda uniformemente, pero este objetivo
es sólo posible alcanzarlo al cambiar por algún
procedimiento las propiedades del propio combustible.
¿Cuál es este procedimiento?
El ingeniero norteamericano Thomas Midgley buscaba
con tenacidad la respuesta a esta pregunta. Al
principio propuso la salida más inesperada: hay que...
teñir la gasolina de rojo. En este caso el combustible
adquirirá la propiedad de absorber más calor y será
más volátil. Entonces se logrará comprimir más fuertemente la mezcla de gasolina y
aire.
TEP es pionero entre los antidetonantes de los combustibles y hasta ahora sigue
siendo el más importante entre estos. Pero los científicos piensan seriamente en
sustituirlo por otra substancia que tenga la misma eficacia, pero que no sea nociva.
Una de esas substancias ya ha sido encontrada. Se denomina CTM. Si Ud. quiere
enterarse qué es esto, lea lo que sigue.
"Sándwiches" extraños
En nuestros días se conoce una multitud de compuestos organometálicos. No se
pueden limitar a unos diez mil. Pero hace unos tres lustros en la química
organometálica existió una molesta laguna. Los químicos de ningún modo podían
incluir en las moléculas orgánicas los llamados metales de transición, o sea, los
metales que en el sistema periódico de Mendeléev se disponen en los subgrupos
secundarios. Y estos metales son casi cincuenta. Incluso si los químicos a veces
lograban a obtener tales compuestos, éstos resultaban ser muy inestables, una
especie de "fruta exótica organometálica".
En 1951, como a veces suele suceder en la ciencia, en el asunto se metió Su
Majestad la Ocasión. El químico inglés Pauson dio a su estudiante Kealy un encargo.
No se podía decir que el trabajo era muy complicado. Kealy tenía que sintetizar un
hidrocarburo de nombre bastante largo: diciclopentadienilo. Con ese fin necesitaba
aparear dos ciclos hidrocarbonados pentagonales. O, en otras palabras, obtener de
dos compuestos con la fórmula C 5 H 5 uno solo: C 10 H 8 (se suponía que dos átomos
de hidrógeno se iban a separar).
Kealy sabía que esta reacción puede efectuarse sólo en presencia de un catalizador
y eligió el cloruro de hierro.
Una buena mañana Pauson y Kealy se quedaron estupefactos al ver que el producto
de la reacción en vez de ser un líquido incoloro se presentó en forma de bonitos
cristales anaranjados y, además, muy estables. Soportaban el calentamiento casi
hasta 500 °C, lo que es un fenómeno poco frecuente en la química orgánica.
Pero cuál no fue el asombro del profesor y del estudiante cuando los cristales
enigmáticos se sometieron al análisis químico. En efecto, había motivo para
quedarse perplejo: los cristales contenían carbono, hidrógeno y... hierro. El hierro,
un metal de transición típico, como si tal cosa, se juntó con substancias orgánicas
típicas.
La fórmula de este compuesto organometálico de hierro tenía un aspecto nada
usual:
Los dos anillos (ciclopentadienos) son pentágonos planos regulares. Parecen ser dos
rebanadas de pan entre las cuales se ha colocado un "fiambre", el átomo de hierro.
Los compuestos de este tipo se denominan "sándwich" (puesto que su estructura
recuerda este bocadillo inglés).
El ferroceno (tal es el nombre dado a este compuesto organometálico de hierro)
resultó ser el primer representante de la familia de los "sándwich".
Para simplificar, hemos representado la estructura del ferroceno de manera
sumamente esquemática, en un plano; pero en la realidad su molécula tiene una
estructura espacial más compleja.
La síntesis del ferroceno fue un éxito sensacional de la química moderna. Tanto los
teóricos como los prácticos tuvieron que revisar muchas de sus concepciones que se
consideraban infalibles, concernientes a las posibilidades de la química
organometálica. El ferroceno nació en 1951. En la actualidad existen varias decenas
de estos "cenos". Los compuestos de "sándwich" se han obtenido casi para todas los
metales de transición.
Por ahora ofrecen interés casi exclusivamente para los químicos teóricos. En cuanto
a su aplicación práctica, aquí hay aún muchas cosas no claras. Sin embargo...
Ahora sí que ha llegado el momento oportuno para presentar a CMT. La
denominación completa de esta substancia es muy larga, pero se puede recordar
fácilmente, pues suena a modo de un versecillo infantil:
Ciclopentadienilo-manganesotricarbonilo
Pero lo que los une es una cualidad común y muy interesante: para explicar la
estructura de los carbonilos son inaplicables las concepciones corrientes sobre
valencia.
Recuérdese: en los compuestos complejos a los iones de los metales se unen
moléculas neutras y, además, en diferentes cantidades. Por esta razón, en la
química de los complejos no se utiliza el concepto de valencia, sino el de índice de
coordinación. Este indica cuántas moléculas, átomos o iones complejos están
ligados con el átomo central.
Los carbonilos son frutos del ingenio de la naturaleza aún más extravagantes. En
ellos los átomos neutros están ligados con moléculas neutras. Resulta que la
valencia de los metales en estos compuestos se debe considerar igual ¡a cero!, pues
el monóxido de carbono es una molécula neutra.
Este es un ejemplo de otra paradoja química que, a decir verdad, .hasta ahora no
tiene explicación teórica estricta.
Aquí acabamos nuestra pequeña digresión teórica.
Los carbonilos de los metales resultaron un buen bocado para la práctica.
Por ejemplo, en calidad de catalizadores.
Pero este empleo de los carbonilos no es el principal. Hay algo más importante.
Volvamos de nuevo a la misma planta en cuyo almacén fue encontrado el viejo
balón en el fondo del cual se descubrió el líquido extraño que resultó ser el
pentacarbonilo de hierro, que...
"Que", en una palabra, empezaron a producir casi a escala industrial. Mas una vez,
el operario que atendía el aparato de síntesis se distrajo y empezó el escape del
pentacarbonilo. El vapor de esta substancia se depositaba en una chapa de acero
que estaba cerca del aparato. En fin de cuentas, el operario descubrió la avería y la
eliminó rápidamente, al mismo tiempo que por casualidad dejó caer la chapa al
vano del taller.
Los cazadores dicen en broma: "Una vez al año hasta el bastón dispara". La chapa
de acero que yacía en paz bajo los rayos del sol, al caer, explotó.
Fue creada una "comisión para la investigación" especial cuyos expertos después de
reiteradas sesiones pronunciaron su dictamen: la chapa "explotó" porque estaba
cubierta de polvo de hierro finísimo. Toda substancia reducida a polvo muy fino, en
Todos en uno
Al principio de los años treinta de nuestro siglo los geoquímicos sugirieron una
hipótesis muy interesante. Ellos afirmaron que en cualquier muestra natural –sea
esto un fragmento de piedra, un taco de madera, un polvillo de tierra o una gota de
agua -, en una palabra, por doquier, se puede encontrar átomos de todos los
elementos químicos conocidos en la Tierra, sin excepción.
Esta suposición al principio pareció fantástica. Pero el ojo de la química analítica
cada año se hacía más escudriñador. Los nuevos métodos de análisis permitían
descubrir la presencia de millonésima y milmillonésimas fracciones de gramo de
substancia. Y se puso de manifiesto que aunque la idea de los geoquímicos no es
exacta al cien por ciento, de todos modos se aproxima mucho a la verdad.
En efecto, resulta interesante que en cualquier piedra encontrada a la orilla de un
río puede descubrirse silicio y aluminio, potasio y zinc, plata y uranio, es decir, casi
todo el sistema de Mendeléev. Naturalmente, la mayoría de los, elementos se
presenta en cantidades ínfimas, prácticamente, en átomos contados. Pero de todas
maneras este hecho es muy interesante.
Sería ingenuo pensar que en la piedra encontrada todos los elementos forman parte
de la composición de un solo compuesto. ¡De ningún modo! Tenemos que vérnosla
con una mezcla muy complicada de substancias químicas complejas. En éstas, el
papel principal lo desempeñan el silicio, aluminio y oxígeno. Los demás elementos
se presentan en cantidades menores, con la particularidad de que algunos de ellos,
en general, constituyen una impureza despreciable.
Así ocurre en la naturaleza. ¿Y en el laboratorio químico? Pueden los científicos
formar un compuesto cuya molécula sea integrada por todos los elementos de la
tabla de Mendeléev?
Los químicos ya han preparado substancias muy complejas constituidas por más de
diez elementos. Pero sólo un poco más de diez. Y no hubo químico alguno que se
planteara la tarea de crear una tal estructura molecular en la que se atarían con
lazos químicos todos los residentes de la Gran Casa. Y no sólo porque no venga a
mano, sino también porque en la práctica esto carece de interés. Además, es muy
difícil construir tal molécula-monstruo. Es muy difícil, pero por lo visto, posible.
Es muy raro que un compuesto químico se logre obtener de una vez, realizando la
reacción en una etapa. Si nos planteáramos el objetivo de construir una molécula
que abarque todos los elementos químicos, se necesitarían muchas decenas e
incluso centenas de tapas. Un edificio tan complejo sólo se puede erigir por partes.
Ni siquiera nos atrevimos a representar gráficamente, la fórmula de una sola
variante de ese hipotético compuesto "omnielemental" aunque esta variante sea de
lo más simple, por la sencilla razón de que nadie aún ha analizado los caminos de
su creación.
Cuando no existe proyecto, ni hay planos de la obra, es imposible imaginársela
nítidamente. Lo único que se puede hacer es dejarse llevar por la fantasía.
Rojo y vede
Las dos son substancias orgánicas muy complejas. Para representar sus fórmulas
estructurales se necesitaría una página entera de este libro. Las dos son
compuestos complejos y, además, no comunes: su único átomo de metal parece
estar perdido en medio de una compleja armazón calada compuesta de varios
ciclos. Los químicos llaman a tales combinaciones compuestos de quelación.
Tómese el átomo de hidrógeno, el átomo más simple entre los elementos químicos.
Un electrón gira alrededor de un solo protón.
El átomo de positronio aparece durante transformaciones radiactivas de tipos
determinados que se acompañan de emisión de un positrón. El positrón y el
electrón, por un instante muy corto, forman un sistema estable.
En el positronio, el papel de protón lo desempeña la partícula elemental, el positrón.
Es el antípoda del electrón. El positrón tiene las mismas dimensiones y la misma
masa: la única diferencia consiste en que la carga es opuesta (positiva).
Si el positrón y el electrón chocan, los dos acaban con su existencia. Como dicen los
químicos, se aniquilan. En otras palabras, se convierten en la nada o, para ser más
exactos, pasan a ser radiación.
Pero antes de esfumarse, los dos enemigos jurados coexisten un breve instante uno
al lado del otro. Precisamente en este momento es cuando nace el átomo fantasma,
el positronio. El átomo sin núcleo, ya que tanto el electrón como el positrón giran
alrededor de un centro de gravedad común.
¿A quién le interesa el positronio? AL parecer, sólo a los físicos teóricos o, puede
ser, a los escritores de los libros de ciencia ficción que están buscando nuevos tipos
de combustible para sus astronaves. No obstante, hace poco en los Estados Unidos
se publicó un grueso tratado titulado "La química del positronio", que de ningún
modo es una novela fantástica. El libro está escrito por científicos serios y trata de
cómo los investigadores aprovechan para sus fines a tan extraordinario átomo. En
otros países, entre ellos en la URSS, también se editaron libros dedicados a este
tema. Y en el laboratorio del científico V. Goldanski se realizan investigaciones
multilaterales del positronio.
Durante su corta vida el positronio es capaz de participar en reacciones químicas. Lo
más fácil para él es reaccionar con compuestos químicos que conservan valencias
libres. Los átomos de positronio aprovechan estas valencias.
Empleando instrumentos especiales los químicos revelan el carácter de la
descomposición del positronio internado en la molécula de una substancia. Resulta
que, en dependencia de la estructura de la molécula, la descomposición del
positronio transcurre de diferente manera. Esto permite a los químicos investigar
El ejemplo del fósforo lo siguió el arsénico y otros no metales. Y cada vez los
científicos notaban cambios cardinales en las propiedades. La pesada mano de la
presión super alta varía estas propiedades prácticamente ante los propios ojos.
Desde el punto de vista físico aquí no se operaba nada extraño. Sencillamente, la
presión súper alta reordena la estructura cristalina de los elementos y sus
compuestos y los hace más metálicos.
Así apareció un término eminentemente físico: "metalización por presión".
Los hombres de la Tierra han pisado ya la superficie de la Luna. Ahora esperan
Marte y Venus. Luego les llegará su turno a otros mundos, más lejanos y aún más
misteriosos. Una y otra vez los hombres se encontrarán con lo insólito, inesperado y
desconocido.
Pero a nosotros nos interesa por ahora una cuestión particular.
¿Son por doquier iguales los elementos químicos? ¿Es que el poderío de la ley y del
sistema periódico de Mendeléev se extiende a todos los cuerpos cósmicos, sin
excepción? ¿O es que la creación genial del científico ruso es válida sólo en las
limitadas márgenes de la Tierra?
¡Que nos perdone el lector por haber puesto tantas interrogantes! Pero la verdad es
que es mucho más fácil plantear preguntas que responderlas.
Los filósofos sostienen una opinión bien determinada. Ellos estiman que la ley
periódica y el sistema periódico son iguales para todo el Universo. En ello reside su
universalidad. Son iguales, pero con una reserva esencial: en aquellas partes donde
las condiciones ambientales no se diferencian mucho de las terrestres, donde la
temperatura y la presión no se miden con magnitudes que constan de muchas
cifras.
Aquí está el límite de su aplicación.
Mejor es poner un punto. "Para conocer el sabor de una nuez, muérdale la cáscara".
Pero tendrá que pasar mucho tiempo antes de que se logre alcanzar el núcleo de la
Tierra.
¿Acaso no es paradójico que conozcamos mucho menos sobre la estructura del
núcleo de la Tierra que sobre la composición del núcleo atómico?
¡Sí, lo desconocido está bajo nuestros pies! Y para el químico es un verdadero
almacén de prodigios: elementos en estados cristalinos desacostumbrados; no
metales convertidos en metales; compuestos de lo más diverso, cuyas propiedades
es difícil hasta imaginar...
¡La asombrosa química de las profundidades!
Mas por ahora, como dijo con ingenio el científico soviético A. F. Kapustinski,
nuestra química sigue siendo una ciencia sumamente "superficial".
Empero, ¿mantiene el sistema periódico de los elementos su vigor en los estratos
más profundos? Sí, mientras no cambie la estructura electrónica de los átomos.
Mientras los electrones se dispongan en aquellas envolturas en que les está
prescrito.
No obstante, el " statu quo " se mantiene sólo durante un período de tiempo
determinado.
Lo dicho anteriormente es, por así decirlo, el pie de la figura. Ahora viene la propia
figura.
No vemos dificultad alguna en representar el átomo de potasio. Tiene cuatro niveles
electrónicos. Los más próximos al núcleo (K y L) están llenos por completo: el
primero contiene dos, y el segundo, ocho electrones. En ningunas condiciones en
estos niveles pueden caber más electrones. En cambio, los dos niveles restantes
están lejos de ser completos. En el nivel M hay sólo 8 electrones (aunque pueden
alojarse 18), y el nivel N sólo ha empezado a estructurarse (1 electrón), y además,
antes de que se haya estructurado totalmente el anterior.
El potasio es el primer elemento en que se registra la formación inconsecuente,
escalonada, de las capas electrónicas.
Pero podemos figurarnos otro cuadro. El "propio" electrón de potasio, en lugar de
alojarse en el cuarto nivel, empieza a proseguir la formación del tercero (pues en
éste quedan diez sitios vacantes).
Algo fantástico? En condiciones normales, sí. Mas apenas vuelven a aparecer en la
escena las presiones súper altas, la situación puede cambiar.
A presiones súper altas la envoltura electrónica del núcleo se comprime
fuertemente. Entonces se hacen posibles los "hundimientos" de todo género de los
electrones exteriores hacia las capas incompletas dispuestas a mayor "profundidad".
Por ejemplo, el electrón exterior de potasio del cuarto nivel se exprime hacia el
tercero. Ahora el nivel M tendrá nueve electrones.
Entonces, ¿qué resulta? El número atómico del potasio (19) es el mismo. La
cantidad de electrones también es la misma. En una palabra, no se operó ninguna
transformación de elementos.
No obstante, nuestro viejo conocido, el metal alcalino potasio, deja de ser nuestro
conocido. En su lugar aparece cierto forastero con tres capas electrónicas en vez de
cuatro y con nueve electrones en la capa exterior en lugar de uno, a que tanto
estamos acostumbrados. De aquí se desprende que es necesario estudiar el carácter
químico del "neopotasio" desde el mismo principio.
Y sólo se puede adivinar cuál será este carácter, ya que hasta ahora nadie ha tenido
entre sus manos ni un corpúsculo del "potasio" duende.
Capítulo 4
Con sus ojos
Contenido:
Unas palabras sobre la utilidad del análisis
Para que la pólvora sea buena
Cómo fue descubierto el germanio
Luz y color
El análisis químico... Del sol
Las ondas y la materia
Nada más que una gota de mercurio
El prisma químico
Cómo fue descubierto el prometio
El aroma de las fresas
La muerte de Napoleón, leyenda y realidad
Análisis por radiactivación
¡Cómo pesar lo imponderable!
La química de los átomos solitarios
¡Existe un límite!
El número que deja pasmada la imaginación
Insertamos aquí una receta interesante de análisis "al sabor" del salitre, encontrada
en un archivo de documentos antiguos. "Si el salitre tiene sabor salado y amargo,
no es bueno. El salitre bueno sólo muerde un poco la lengua y es dulzón.
Con toda razón se podía decir que un buen fabricante de pólvora se comía durante
la vida "un montón de salitre".
La calidad del azufre se determinaba por medio de un procedimiento aún más
original.
Un pedacito de azufre lo comprimían en la mano y lo acercaban al oído. Si se oía un
ligero chasquido, el azufre se consideraba bueno. En caso contrario, se desechaba
por contener muchas impurezas.
¿Por qué da chasquidos el azufre puro? Su conductividad térmica es muy pequeña.
El pedacito de azufre se calienta un poco por el calor de la mano y en él aparecen
porciones con diferente temperatura. En la substancia surgen tensiones y el azufre
frágil se desintegra en fragmentos. A eso se debe el leve chasquido. El azufre con
impurezas tiene una conductividad térmica mucho mayor y por eso es mucho más
resistente. Por así decirlo, esto es la base científica del análisis químico "al oído".
En una palabra, los aparatos analíticos principales de
los químicos de antaño eran los órganos de los
sentidos. Este hecho incluso se reflejó en las
denominaciones de algunas substancias simples y
compuestas. Por ejemplo, el berilio antes se llamó
glucina, porque sus sales tienen sabor dulce. También
de la palabra "dulce" procede el nombre de glicerina.
En cambio, el sulfato natural de sodio se llama
mirabilita, que quiere decir "amargo".
Al parecer, no fue en vano que casi cien años antes del descubrimiento del
germanio Henry Cavendish no se cansó en repetir que "todo se determina por la
medida, cantidad y peso". Clemens Winkler, al analizar la argirodita, mineral
bastante raro encontrado poco antes en Sajonia, puso de relieve que este mineral
contenía principalmente plata y azufre y, como pequeñas impurezas, hierro, zinc y
mercurio. Pero le sorprendió inmediatamente el resultado cuantitativo del análisis:
la suma de los contenidos porcentuales de todos los elementos encontrados en la
argirodita se mantenía tercamente en la cifra de 93% y de ningún modo quería
llegar hasta 100%.
¿Qué podían representar los 7% no atrapables? Para aquel entonces ya estaban
bastante bien elaborados los métodos de análisis de la mayoría de los elementos
conocidos y no debía haber ninguno que pudiera ocultarse ante los ojos del químico.
Winkler sugiere una hipótesis audaz: por cuanto estos 7% se escurren, al aplicar los
métodos conocidos del análisis, resulta que pertenecen a un elemento aún
desconocido. La suposición se confirmó. Al cambiar un poco el esquema del análisis,
el científico separó los 7% no atrapables y demostró que pertenecían a un elemento
nuevo aún desconocido en aquel tiempo. Este elemento, en honor de la patria de
Winkler, recibió el nombre de germanio.
Luz y color
Antes de cada fiesta notable podemos oír por la radio las palabras del locutor:
"Orden del ministro de defensa... En honor de... ordeno: disparar salvas en la
capital de nuestra Patria, Moscú, en las capitales de las repúblicas federadas, así
como en las ciudades héroes..."
¡Qué bonito es el cielo cuando se disparan las salvas! Al compás del tronar de los
cañones fulgura con luces amarillas, verdes, rojas. Esa tradición de celebrar las
fiestas con salvas y fuegos artificiales se remonta a los tiempos antiguos. Dos mil
años antes de nuestra era en China ya se conocía el arte de pirotecnia. Pero los
científicos concibieron la idea de aprovechar el color de la llama para el análisis
químico hace poco relativamente.
Algo más de cien años atrás, el químico alemán Kirchhoff observó que las sales de
diferentes metales tiñen de colores diversos la llama incolora del mechero de gas.
Así, las sales de sodio dan a la llama un color amarillo; del calcio, rojo–carmín; del
bario, verde, etc.
A Kirchhoff se le ocurrió que este fenómeno de determinada coloración de la llama
por las sales de distintos metales da la posibilidad de establecer rápida e
infaliblemente la presencia de tal o cual elemento químico en la substancia que se
investiga. Pero la alegría resultó prematura. Todo iba bien mientras el científico
usaba sales puras. Pero apenas se mezclaban, por ejemplo, sales de sodio y
potasio, resultaba que en el fondo amarillo vivo de la llama del mechero (color que
se debía a la presencia de sales de sodio) era imposible identificar, prácticamente,
la coloración violeta de potasio.
El físico Bunsen acudió a la ayuda del químico Kirchhoff. Bunsen propuso observar
la llama del mechero en la que se introducía la mezcla de sales a través de un
aparato especial, espectroscopio. La pieza principal de este aparato es el prisma,
que al pasar por él la luz blanca la descompone en espectro, es decir, en sus
componentes. El propio nombre de espectroscopio significa "observar el espectro".
En este camino a los científicos les esperaba el éxito. Resultó que, a diferencia de
otras fuentes de luz, la llama del mechero de gas en la que se introducía a la sal a
investigar daba no un espectro continuo sino de líneas, con la particularidad de que
la disposición de las mismas en el espectro era estrictamente fija. Así, al observar
en el espectroscopio la llama con sales sódicas introducidas en ella, se pueden
distinguir dos líneas amarillas de extraordinaria intensidad dispuestas muy cerca
una de la otra. Si en la llama se introducen sales de potasio en el espectro se ven
una línea roja y dos violetas, etc.
El prisma químico
Por un antojo extraño del destino el apellido y la especialidad de este científico
coinciden con la denominación del descubrimiento hecho por él.
Era botánico y llevaba el nombre de Mijaíl Semiónovich Tsvet. Tsvet en ruso
significa color.
El botánico Tsvet se interesaba por la clorofila. La materia colorante (o pigmento)
de la hoja verde ya conocida por nosotros.
Pero el profesor Tsvet fue enterado también de ciertos procedimientos químicos. En
particular, él conocía que existían algunas substancias (adsorbentes) en cuya
superficie pueden retenerse (adsorberse) muchos gases y líquidos.
Convirtiendo una hoja en masa verde el investigador preparó a partir de ella un
extracto alcohólico. La masa se decoloró. Esto significaba que todos los compuestos
colorantes habían pasado a la solución alcohólica. Luego Tsvet preparó un tubo de
vidrio, lo llenó de tiza pulverizada humedecida en benceno y echó en este tubo la
solución clorofílica.
La capa superior del polvo de tiza se tiñó de verde.
El científico empezó a lavar el tubo con benceno, echándolo gota por gota. El anillo
verde comenzó a moverse, desplazándose hacia abajo. Y después – ¡qué
maravilla!– se desintegró en varias franjas de distinto color. Hubo franjas amarillo–
verde, verde–azul y tres de distintos matices de amarillo. El botánico Tsvet observó
un cuadro muy interesante. Este cuadro resultó ser un verdadero hallazgo para los
químicos.
El resultado del experimento permitió sacar la conclusión de que la clorofila era una
mezcla compleja de varios compuestos, aunque próximos entre sí por la estructura
de sus moléculas y sus propiedades. Lo que ahora se denomina clorofila es tan sólo
uno de estos compuestos, aunque el principal. Todas estas substancias se pueden
separar una de la otra mediante un procedimiento muy sencillo.
Todas estas substancias se adsorbían por la tiza, pero cada una a su manera. Se
retenían en la superficie de la tiza pulverizada con distinta intensidad. Y cuando el
benceno (líquido lavador) pasaba por el tubo, arrastraba tras él las substancias en
una sucesión determinada. Al principio, las retenidas con menor intensidad, luego,
las más arraigadas. Así se operaba la separación.
De modo semejante a como un prisma descompone la luz solar en los colores del
espectro, la columna de adsorbente ("prisma químico") desintegraba la mezcla de
substancias compleja en sus componentes.
El nuevo método de análisis descubierto en 1903 por Mijaíl Tsvet fue bautizado por
el mismo autor que lo llamó cromatografía (del griego "khroma", color, y "graphe",
escribir).
En la actualidad se puede decir que el método cromatográfico es el arma casi más
importante de todos los laboratorios analíticos del mundo.
Pero el destino de muchos descubrimientos científicos es inconcebible. Unos caen en
el olvido y, además, por muchos años, para después fulminar en el horizonte
científico cual estrellas de primera magnitud. Así sucedió con la cromatografía. La
recordaron verdaderamente tan sólo en los años cuarenta. Pero una vez recordada,
nadie lo lamentó.
(El químico francés Urbain decidió una vez preparar tulio puro. Consiguió su
objetivo. Pero esto le costó cinco años de vida y tuvo que realizar más de 15 mil
operaciones químicas extremadamente monótonas y agotadoras.)
Separar el prometio puro es un poco más fácil, pero no mucho. Además, téngase en
cuenta que éste es radiactivo y se desintegra rápidamente. ¿No puede suceder que
no quede nada del prometio para el final del proceso de separación?
Entonces, se necesitan métodos más rápidos. Para que no se inviertan años, meses,
ni siquiera semanas en la separación de los lantánidos, sino horas. Pero la química
no poseía tales métodos.
En estas circunstancias se acordaron de la cromatografía.
... El tubo separador de Tsvet (ahora tiene un nombre más imponente, el de
columna cromatográfica) se llena de adsorbente ((no de tiza, como antes, sino de
resinas especiales de intercambio fónico). A través de la resina se deja pasar una
solución de sales de elementos de tierras raras. Aunque los lantánidos son muy
parecidos, no son idénticos. Cada uno forma con la resina un complejo.
Estos complejos son de estabilidad diferente. Esta diferencia está sujeta a un orden.
El primero de la familia, el lantano, se combina con la resina con mayor intensidad.
La combinación del último, el lutecio es, en cambio, la más débil.
Luego la resina se lava con una solución especial. Las gotas de la solución
envuelven dos granos de la resina y parece que arrastran los iones de los elementos
de tierras raras, observando, a su vez, una sucesión estricta.
De la columna se vierten gotas de soluciones puras de sales de tierras raras: en
primer lugar las sales de lutecio y, al final, las de lantano.
Precisamente por esta vía los científicos norteamericanos J. Marinsky, L. Glendenin
y C. Coryell separaron el prometio del neodimio y samario, empleando en todo este
proceso tan sólo varias horas.
¿Pero qué olor tienen las fresas? Confiese que nunca ni pensó en ello. Únicamente,
con delicia aspiraba la fragancia del pinar y el aroma del claro del bosque acariciado
por el Sol.
Sin embargo, resulta que el olor es algo muy complejo. Existe toda una ciencia de
olores. Hasta ahora los científicos no han llegado a un punto de vista único: ¿por
qué unas substancias poseen olor muy fuerte y otras son inodoras? ¿Por qué unos
olores son agradables y otros repugnantes?
No hay duda de que el olor de una substancia está ligado a la estructura de sus
moléculas. Mas, ¿de qué modo? Precisamente esto es lo que no se conoce aún hasta
el fin. Por ahora no existe una teoría física estricta del olor.
Para los químicos la vida es un poco más fácil. Está en su poder la identificación de
diferentes moléculas "responsables" por tal o cual olor.
Los químicos, por ejemplo, podrán decirle a qué
huelen las fresas.
El aroma de las fresas es una mezcla complicadísima
de noventa y seis olores de los más variados.
Cualquier perfumista, incluso el más experto, podría
envidiar la naturaleza creadora de excelentes
perfumes "de fresa".
¿De qué manera se logró descifrar la composición de
los perfumes "de fresa"?
Empleando el método de la cromatografía gaseoso–
líquida.
En este método sirve de adsorbente el dióxido de silicio SiO2 especialmente
preparado y humedecido con un líquido no volátil. El medio móvil es un gas noble
(por ejemplo, argón). No hay nada más.
También se puede humedecer un tubo de vidrio con un líquido no volátil, sólo que el
tubo debe ser muy largo. Por ejemplo, para "desentrañar" el olor de fresas frescas
los investigadores aprovecharon un tubo de... 120 metros de largo.
Claro está que necesitaron poner ese tubo en espiral y colocar el termostato en un
aparato especial.
Pero, ¿cómo demostrarlo? Las suposiciones no son nada más que suposiciones y
aquí lo que se necesita son confirmaciones seguras. No quedaron testigos, y sería
un sacrilegio exhumar de la sepultura los restos mortales del emperador para
investigarlos.
Sin embargo, transcurridos 140 años desde el triste acontecimiento, en la ciudad
escocesa de Glasgow comenzó una investigación insólita sobre la muerte violenta de
Napoleón. La investigación fue realizada por dos médicos: Smith y Forshufwood.
Empezaron la investigación dirigiéndose a varios
museos del mundo con una petición extraña: de si los
museos tenían entre sus colecciones... cabellos del
gran francés. Tuvieron que esperar un tiempo bastante
largo antes de que la suerte les sonriera. Les
mandaron varios cabellos cortados de la cabeza de
Napoleón unas horas después de su muerte.
Los médicos escoceses conocían que el arsénico, una
vez en el interior del organismo humano, se acumula
paulatinamente en los cabellos. Si se le descubriera en
los cabellos de Napoleón, resultaría...
Es fácil decir, si se le descubriera. No olvide que la cantidad de arsénico en los
cabellos es menos que insignificante. Claro, se pueden aplicar métodos químicos de
análisis, mas son poco sensibles y no excluyen errores posibles. Y en este caso hace
falta saber con seguridad.
Entonces en la investigación tomó parte el físico sueco Wassen.
El investigador colocó los preciosos cabellos, guardados con seguridad en un cilindro
de aluminio, en un reactor de uranio y los dejó en éste durante varias horas.
Cuando sacaron los cabellos y efectuaron las mediciones correspondientes se puso
de relieve: sí, Napoleón pereció a causa del arsénico. Sus cabellos contenían trece
veces más arsénico que de costumbre. Además, el arsénico fue suministrado al
emperador paulatinamente, en dosis pequeñas.
¿De qué modo, entonces, lograron los científicos a revelar la verdadera causa de la
muerte de Bonaparte y descubrir el arsénico sin aplicar ningunos, absolutamente
ningunos, métodos químicos?
Pero en el curso de las más diversas operaciones químicas los químicos tuvieron que
recurrir reiteradas veces a la pesada...
¿Acaso hay algo complicado en una balanza? Una balanza es una balanza. Hasta la
microbalanza analítica que permite pesar con la exactitud de una centésima de
miligramo es bastante sencilla por su construcción. Pero este grado de sensibilidad
hace mucho que no satisfacía a los científicos. A principios de nuestro siglo fue
creada una balanza que daba la posibilidad de pesar con una exactitud de hasta una
diezmilésima de miligramo. A propósito, precisamente con la ayuda de esta balanza
3
el químico inglés William Ramsay pesó cerca de 0,16 cm de radón y confirmó la
hipótesis de Rutherford sobre el mecanismo de la desintegración radiactiva del
radio.
Pero ni siquiera esta balanza era un límite. Dentro de algún tiempo el químico sueco
Hans Patterson construyó una balanza que permitía pesar con la exactitud de hasta
–10
seis diezmilésimas de microgramo, es decir, 6 · 10 gramo. Es en extremo difícil
imaginar tal exactitud.
La pesada super exacta, la pesada de lo imponderable, es uno de los logros de una
nueva ciencia, la utramicroquímica. Hay también otros logros de no menos
importancia.
Se han elaborado métodos que permiten efectuar diferentes operaciones químicas
con volúmenes de substancias extraordinariamente pequeños: hasta una
diezmilésima de mililitro (centímetro cúbico), con la particularidad de que en una
serie de casos la exactitud alcanza la magnitud aproximada de una diezmilésima de
–10
microlitro (1–10 litro).
Los métodos ultramicroquímicos encuentran aplicación vasta no sólo en las
investigaciones biológicas y bioquímicas, sino también, y especialmente, en el
estudio de los elementos transuránicos artificiales.
¡Existe un límite!
Todo en el mundo tiene su fin, excepto el Universo, que no tuvo comienzo y no
tendrá fin. De este modo, hablando en general, existe, sin duda alguna, el límite
para el análisis. Si aprendemos a determinar la naturaleza química de los átomos
solitarios de un elemento o de las moléculas de una substancia química, podríamos
poner aquí un punto.
Pero en este caso hablaremos de cosas algo distintas. Aún a principios de los años
cuarenta de nuestro siglo, o sea, hace unos 30 años los químicos sabían analizar la
mayoría de las impurezas si su contenido en la substancia principal constituía 0,01–
0,001%, y casi todos estaban satisfechos con ello. Mas en nuestros días la ciencia y
la técnica avanzan a paso de gigante y para el comienzo de los años sesenta ya
–12)
surgió la necesidad de poder determinar unas billonésimas (10 de tanto por
ciento de la impureza. Sin embargo, en aquel período, en cuanto a la posibilidad de
determinar elementos aislados sólo estuvimos acercándonos a estas cifras, mientras
que ahora estamos en condiciones de detectar algunos elementos y sus compuestos
en estas cantidades. En primer lugar aquí prestan ayuda los métodos del análisis
por radiactivación, la cromatografía gaseosa y la espectrometría de masas que
permiten a los científicos determinar esas "menudencias".
Las exigencias para el análisis de las impurezas crecerán sin cesar. El conocido
científico soviético, académico I. P. Alimarin estima que las exigencias para la
pureza de los materiales tienden a un límite en que será necesario determinar
átomos individuales de las impurezas, es decir cantidades de substancia del orden
–23
de 10 g. Esta tarea que está muy lejos de ser fácil va a resolverse por los
esfuerzos mancomunados de los físicos y los químicos. En la actualidad está
Es un cálculo muy fácil que Ud. mismo puede realizar, pero que da resultados
sorprendentes: cerca de 20 millones de años. Como se dice, hay más que motivos
para quedarse pasmado.
La inmensidad del número de Avogadro nos permite persuadirnos de que la idea
sobre la presencia universal de los elementos químicos descansa sobre una base
sólida. Podemos descubrir la presencia de por lo menos varios átomos en todas las
partes.
El número de Avogadro es tan inmenso que se hace evidente la imposibilidad de
obtener una substancia absolutamente pura, sin cualesquiera impurezas. No se
23,
puede ni pensar en atrapar un solo átomo de impureza entre los 10 sin que se
introduzca otra cualquiera.
22
En efecto, el gramo, digamos, de hierro contiene cerca de 10 átomos. Si la
impureza consistente, por ejemplo, en átomos de cobre constituye solamente 1%
20
(10 miligramos), esto dará ni más ni menos que 10 átomos. Si el contenido de la
impureza se rebaja hasta una diezmilésima de por ciento, en todo caso a los 1023
16
átomos de substancia principal corresponderán 10 átomos de impureza.
Supongamos que la impureza incluye todos los elementos del sistema periódico.
14,
Entonces cada elemento de la impureza será representado, en promedio, por 10
o sea, por cien billones de átomos.
Capítulo 5
La química se extiende ampliamente...
Contenido:
El diamante una vez más
Moléculas interminables
El corazón de diamante y la piel de rinoceronte
La unión de carbono y de silicio
Cribas maravillosas
Pinza química
La química vestida de bata blanca
Un milagro nacido del moho
Los microelementos, vitaminas de las plantas
¿Qué comen las plantas y qué tiene que ver con ello la química?
Una pequeña analogía o cómo los químicos alimentaron las plantas con
potasio
"Catástrofe del nitrógeno"
¡Exento de vida! No, de ningún modo
¿Para qué se necesita el fósforo?
Guerra química
Ayudantes del agricultor
Los fantasmas sirven al hombre
Otra vez el sol
¿De qué se compone el sol?
Dos mecanismos
¡Es que Hans Bethe tenía razón!
¡Por qué, en fin de cuentas, brilla el sol!
La cosmoquímica trabajando
¡Qué cuentan los meteoritos!
Química de la luna
Unas palabras para justificarnos
Sólo a mediados de los años cincuenta la técnica moderna encontró, por fin, llaves
para resolver el problema de los diamantes artificiales. Como era de esperar, de
materia prima inicial sirvió el grafito. Este fue sometido simultáneamente a la acción
de una presión de 100 mil atmósferas y temperatura de 3000 °C. Ahora los
diamantes se preparan en muchos países del mundo.
Pero en este caso los químicos sólo pueden compartir una alegría común. Su papel
no es muy grande, lo principal corre a cargo de los físicos.
Mas los químicos tuvieron éxito en otro campo. Ellos ayudaron a perfeccionar el
diamante.
¿Cómo se puede perfeccionar el diamante? ¿Acaso puede existir algo más ideal que
éste? Su estructura cristalina es la encarnación de lo perfecto en el reino de los
cristales. Precisamente debido a la disposición geométrica ideal de los átomos de
carbono en los cristales del diamante estos últimos son tan duros.
No se puede hacer que el diamante sea más duro de lo que es en la realidad. Pero
se puede preparar una substancia que será más dura que el diamante. Los químicos
crearon la materia prima para esta substancia.
Existe un compuesto químico de boro con nitrógeno, nitruro de boro. Su aspecto
exterior no ' tiene nada de particular, pero posee una peculiaridad que hace ponerse
alerta: su estructura cristalina es análoga a la del grafito. "Grafito blanco", ésta es
la denominación que hace mucho se asocia con el nitruro de boro. Aunque nadie
trató de preparar a partir de éste barras de lápices...
Los químicos encontraron un procedimiento barato de síntesis del nitruro de boro y
los físicos lo sometieron a pruebas más severas: cientos de miles de atmósferas de
presión, miles de grados de temperatura. La lógica de sus acciones era sencilla al
extremo. Por cuanto se logró transformar el grafito "negro" en diamante, ¿quizá se
pueda obtener a partir del "blanco" una substancia análoga al diamante?
Por fin obtuvieron el llamado borazón, substancia que por su dureza supera al
diamante. Deja rayas en las caras diamantinas lisas. Además, es capaz de soportar
temperaturas más altas. El borazón no es tan fácil de quemar.
Por ahora el borazón es aún caro. Se necesitarán bastantes esfuerzos para bajar su
precio en grado considerable. Pero lo principal ya está hecho. El hombre una vez
más se muestra más capaz que la naturaleza.
Insertamos aquí otra noticia que hace relativamente poco llegó de Tokio. Los
científicos japoneses lograron preparar una substancia que por su dureza supera en
mucho al diamante. Estos sometieron el silicato de magnesio (compuesto que
consta de magnesio, silicio y oxígeno) a una presión de 150 toneladas por
centímetro cuadrado. Por razones comprensibles no quieren pormenorizar los
detalles de la síntesis. El recién nacido "rey de la dureza" no tiene aún nombre. Pero
esto no es tan importante. Lo más esencial es que, sin duda, en un futuro muy
próximo el diamante que durante siglos encabezó la lista de las substancias más
duras, se verá desplazado a otro lugar, lejos de ser el primero.
Moléculas interminables
Cada uno conoce la goma. Son pelotas y chanclos, puck de hockey y guantes de
cirujano. En fin, neumáticos y bolsas de agua caliente, impermeables y mangueras.
En la actualidad, la goma y los artículos de ésta se producen en miles de fábricas.
Varios decenios atrás, para la producción de goma en todo el mundo se
aprovechaba el caucho natural. La palabra caucho procede del indio "cahuchu" que
significa "lágrimas de hevea". Hevea es un árbol. Al recoger y tratar de modo
determinado su látex, los hombres obtuvieron el caucho.
Con caucho se pueden hacer muchos artículos útiles, pero su obtención es muy
laboriosa y la hevea crece sólo en los trópicos. Fue imposible satisfacer las
necesidades de la industria solamente con la materia prima natural.
En este caso también la química acudió en ayuda del hombre. La primera pregunta
que plantearon los químicos era la de por qué él caucho es tan elástico. Durante
mucho tiempo estudiaron las "lágrimas de hevea" y, por fin, encontraron la
respuesta. Resultó que las moléculas del caucho tienen una estructura en sumo
grado peculiar. Constan de un número grande de eslabones iguales que se repiten y
forman cadenas gigantescas. Claro estaque esa molécula "larga" integrada por casi
quince mil eslabones es capaz de serpentear y posee elasticidad. El eslabón de esta
cadena es el hidrocarburo isopreno C5H8, y su fórmula estructural se puede
representar así:
Sería más correcto decir que el isopreno es una especie de monómero natural
inicial. En el proceso de polimerización la molécula de isopreno varía algo,
rompiéndose los enlaces dobles entre los átomos de carbono. A costa de estos
enlaces liberados los eslabones aislados se unen en la molécula gigante de caucho.
El problema de la obtención artificial de caucho hace mucho que atraía la atención
de los científicos e ingenieros.
Al parecer, no era un asunto muy complicado. Primero
es necesario obtener isopreno. Luego, obligarlo a que
se polimerice, o sea, ligar los eslabones de isopreno
aislados en cadenas largas y flexibles de caucho
artificial.
Pero una cosa es "parecer" y otra "resultar". Los
químicos, aunque con dificultad, sintetizaron el
isopreno, más en cuanto llegaron a su polimerización
no se produjo caucho. Los eslabones se ligaban entre
sí, pero caóticamente, sin observar ningún orden
determinado, creándose productos artificiales que a pesar de tener cierto parecido
con el caucho, en mucho se distinguían de éste.
Los químicos tenían que inventar métodos para obligar a los eslabones de isopreno
a formar cadena en la dirección necesaria.
Fue en la Unión Soviética, donde por vez primera en el mundo se obtuvo caucho
industrial sintético. El académico S. V. Lebedev eligió para su obtención otra
substancia, el butadieno:
de la industria química y tubos para los más variados propósitos. Ud. puede
creernos: en el mundo muchos objetos se hubieran hecho de platino si no hubiera
sido por su costo tan alto. En cuanto al fluoroplasto, este material es relativamente
barato.
Entre todas las substancias conocidas en el mundo el fluoroplasto es la más
resbaladiza. Una película de fluoroplasto echada sobre una mesa prácticamente se
"escurre" al suelo. Los cojinetes de fluoroplasto se puede decir que no necesitan
lubrificación. En fin, el fluoroplasto es un magnífico dieléctrico y, además, posee alta
termoestabilidad. El aislamiento de este material resiste el calentamiento hasta 400
ºC (¡esto es superior a la temperatura de fusión del plomo!).
Tal es el fluoroplasto, uno de los materiales artificiales más admirables creado por el
hombre.
Los fluoruros de carbono líquidos no son combustibles y su punto de congelación es
muy bajo.
Segundo, el silicio. Este es la base de todo la naturaleza inorgánica. Pero los átomos
de silicio no pueden formar cadenas tan grandes como los átomos de carbono. Por
eso, en la naturaleza se encuentra menos compuestos de silicio que de carbono,
aunque la cantidad de los primeros es considerablemente mayor que la de los
compuestos de cualesquiera otros elementos químicos.
Los científicos decidieron "corregir" este defecto del silicio. En efecto, el silicio, lo
mismo que el carbono, es tetravalente. Aunque el enlace entre los átomos de
carbono es mucho más estable que entre los de silicio, este último, en cambio, no
es un elemento tan activo.
Y si se lograse obtener, con su participación, compuestos semejantes a los
orgánicos, ¡qué propiedades maravillosas podrían acusar éstos!
Al principio los científicos no tuvieron éxito. A pesar de que se demostró que el
silicio podía formar compuestos en los cuales sus átomos se alternaban con los
átomos de oxígeno: estos compuestos resultaron poco estables.
El éxito llegó cuando se decidió combinar los átomos de silicio con los átomos de
carbono. En efecto, los compuestos obtenidos, que recibieron el nombre de
organosilícicos o siliconas, poseen una serie de propiedades únicas. Sobre su base
fueron creadas diferentes resinas que permitían obtener masas plásticas capaces de
resistir durante largo plazo la acción de altas temperaturas.
Los cauchos preparados a base de los polímeros organosilícicos tienen propiedades
muy valiosas, por ejemplo, termoestabilidad. Algunas clases de goma de silicona
son estables hasta la temperatura de 350° C. Figúrese una cubierta de neumático
hecha de esta goma.
Los cauchos de silicona no se hinchan en absoluto en disolventes orgánicos. Con
ellos se empezó a fabricar diferentes tuberías para transfusión de combustible.
Algunos de los líquidos y resinas de silicona casi no varían su viscosidad en un
intervalo amplio de temperaturas. Esto les abrió camino para ser utilizados como
materiales lubricantes. Debido a su pequeña volatilidad y alta temperatura de
ebullición los líquidos de silicona encontraron uso amplio en las bombas para
obtener alto grado de vacío.
Los compuestos organosilícicos tienen propiedades hidrófobas y esta valiosa
cualidad también se toma en consideración. Se empezó a aplicarlos para preparar
telas hidrófugas. Pero no se trata sólo de telas. Como se sabe: "gota a gota, se
ablanda la piedra". En la construcción de muchas obras importantes se probó la
Cribas maravillosas
La estructura de estas cribas es bastante peculiar. Son moléculas orgánicas
enormes que poseen una serie de propiedades interesantes.
En primer lugar, al igual que muchos plásticos, son insolubles en agua y en
disolventes orgánicos. En segundo lugar, forman parte de ellas los llamados grupos
ionógenos, o sea, grupos que en un disolvente (en particular, en agua) pueden dar
tales o cuales iones. De este modo, estos compuestos pertenecen a la clase de los
electrólitos.
El ion de hidrógeno puede sustituirse en estos compuestos por algún metal. Así
tiene lugar el intercambio de iones.
Estos compuestos peculiares recibieron el nombre de permutadores de iones. Entre
ellos, los que son capaces de reaccionar con los cationes (iones positivos) se llaman
cationitas, o cambiadores de catión, y los que reaccionan con los iones negativos
llevan el nombre de anionitas (o cambiadores de anión). Los primeros permutadores
de iones orgánicos fueron sintetizados a mediados de los años 30 de nuestro siglo e
inmediatamente conquistaron el más amplio reconocimiento. En ello no hay nada de
asombroso, pues mediante los permutadores de iones se puede convertir el agua
dura en blanda y el agua salada en dulce.
Imagínese dos columnas, una rellena de cationita y otra de anionita. Supongamos
que nos hemos planteado el objeto de purificar agua que contiene la sal común. Al
principio el agua se deja pasar por el cambiador de catión. En éste todos los iones
de sodio "se permutan" por los de hidrógeno, y en el agua, en vez del cloruro de
sodio se presentará el ácido clorhídrico. Luego, el agua se deja pasar por el
cambiador de anión. Si éste se presenta en forma hidroxilada (es decir, que sirven
de aniones capaces de permutarse los iones de hidroxilo) todos los iones de cloro en
la solución serán sustituidos por los iones de hidroxilo. Y estos últimos junto con los
iones de hidrógeno libres forman inmediatamente moléculas de agua. De este
modo, el agua que al principio contenía cloruro sódico, al pasar por las columnas de
intercambio fónico, llegó a ser plenamente desalada.
Por sus propiedades puede desafiar hasta la mejor agua destilada.
Sin embargo, no sólo el desalado del agua y su conversión en potable dio a los
intercambiadores fónicos fama general. Resultó que éstos, de distinto grado y con
distinta fuerza, retienen los iones. Por ejemplo, los iones de litio se retienen con
más fuerza que los de hidrógeno; los iones de potasio, más fuertemente que los de
sodio; los de rubidio, más que los de potasio, etc. El empleo de intercambiadores
fónicos proporcionó la posibilidad de efectuar fácilmente la separación de distintos
metales. Los agentes intercambiadores de iones, en la actualidad, desempeñan un
papel grande en diferentes ramas de la industria. Por ejemplo, durante mucho
Pinza química
Según afirma una vieja anécdota, lo más fácil en el mundo es coger leones en el
desierto. Ya que el desierto consta de arena y de leones, sólo hace falta coger una
criba y pasar por ella el desierto. La arena se infiltrará por los orificios y los leones
quedarán en la criba.
¿Y qué es necesario hacer si un elemento químico valioso está mezclado con una
enorme cantidad de otros que no representan para nosotros ningún interés? ¿O si
hace falta purificar cierta substancia de una impureza nociva que se presenta en
cantidades muy pequeñas?
Esto sucede a menudo. Por ejemplo, la impureza de hafnio en el circonio que se
utiliza en la construcción de los reactores nucleares no debe superar varias
Este ácido sirvió de base para muchos preparados medicinales, por ejemplo, la
aspirina. Por regla general, el plazo de "vida" de un fármaco es corto. Para sustituir
a las viejas vienen nuevos medicamentos, más perfectos, más "adiestrados" para
luchar contra distintas afecciones. En este sentido la aspirina es una excepción
peculiar. Cada año revela nuevas propiedades antes desconocidas y maravillosas.
Resulta que la aspirina no sólo es un preparado antipirético y analgésico, sino que la
esfera de su acción es mucho más amplia.
También es un medicamento muy viejo (nació en 1896) el piramidón, por todos
conocido.
En la actualidad, durante un solo día, los químicas sintetizan varios nuevos
preparados medicinales. Con las más diversas cualidades y contra las más diversas
enfermedades. Desde analgésicos hasta preparados que ayudan a curar
enfermedades psíquicas.
Restaurar la salud de las personas. No hay tarea más noble
para los químicos, ni, al mismo tiempo, más difícil.
Durante varios años el químico alemán Paul Ehrlich trató de
sintetizar un preparado contra la terrible enfermedad del
sueño. En cada síntesis se lograba cierto progreso, pero cada
vez Ehrlich quedaba insatisfecho. Sólo en el 606° intento fue
obtenido un remedio eficaz, el salvarsán, y decenas de miles
de personas pudieron curarse no sólo de la enfermedad del
sueño, sino también de otra afección pérfida, la sífilis. Y en su
914° intento Ehrlich obtuvo otro preparado, más poderoso
aún, el neosalvarsán.
Largo es el camino de un medicamento cualquiera desde el matraz químico hasta el
mostrador de una farmacia. Esta es la ley del tratamiento médico: mientras el
remedio no haya pasado la comprobación multilateral, no se puede permitir
recomendarlo para el uso práctico. Cuando esta regla se infringe, ocurren errores
trágicos. Hace relativamente poco unas firmas farmacéuticas germano occidentales
anunciaron ampliamente un nuevo soporífero, talidomida (contergán). Una pequeña
pastilla blanca sumía en un sueño rápido y profundo a las personas que padecían
insomnio constante. De la talidomida sólo cantaban poemas llenos de elogios, mas
ésta resultó ser un enemigo horrible para los embriones humanos. Decenas de miles
de niños desfigurados aún antes de nacer, éste fue el precio que pagó el hombre
por el hecho de que una medicina no del todo comprobada fue lanzada
apresuradamente a la venta.
Precisamente por esta razón para los químicos y para los médicos es importante no
sólo saber que tal o cual medicina pueda curar con éxito una enfermedad
determinada, sino también necesitan analizar detalladamente de qué modo actúa y
cuál es su mecanismo químico de lucha contra dicha enfermedad.
Insertamos un pequeño ejemplo. En la actualidad, tamo soporíferos se usan con
frecuencia los derivados de los llamados ácidos barbitúricos. Son compuestos en
cuya composición entran átomos de carbono, hidrógeno, nitrógeno y oxígeno.
Además, a uno de los átomos de carbono se añaden dos llamados grupos alquilo, es
decir, moléculas de hidrocarburo privadas de un átomo de hidrógeno. He aquí la
conclusión que sacaron los químicos. El ácido barbitúrico acusa sus propiedades
soporíferas solamente en el caso en que la suma de los átomos de carbono en los
grupos alquilo no es inferior a cuatro. Cuanto mayor es esta suma tanto más
prolongada y rápida es la acción del preparado.
Cuanto más profundamente penetran los científicos en la naturaleza de las
enfermedades, tanto más escrupulosamente realizan los químicos sus
investigaciones. La farmacología, que antes sólo se ocupaba de preparar diferentes
medicamentos y dar recomendaciones para su aplicación contra las distintas
enfermedades, ahora se hace una ciencia cada vez más exacta. Un farmacólogo
debe ser al mismo tiempo químico, biólogo, médico y bioquímico, para que nunca
vuelva a repetirse la tragedia de la talidomida.
La síntesis de substancias medicamentosas es uno de los logros más importantes de
los químicos, creadores de la segunda naturaleza.
A principios de nuestro siglo los químicos no cesaban en sus intentos tenaces de
preparar nuevos colorantes. Como substancia inicial tomaban el llamado ácido
sulfanílico. Su molécula es muy "flexible", capaz de distintas reestructuraciones. En
algunos casos, reflexionaban los químicos, la molécula de ácido sulfanílico puede
transformarse en molécula de un colorante valioso.
En efecto, así resultó. Hasta 1935 nadie pensó que los colorantes sulfanílicos
sintéticos son al mismo tiempo poderosos preparados medicamentosos. La caza de
substancias colorantes retrocedió a un segundo plano para dar paso a la búsqueda
de nuevos preparados medicinales que recibieron el nombre común de sulfamidas
(sulfonamidas). Los nombres de las sulfamidas más conocidas son: sulfapiridina,
prontosil, sulfadiazina y sulfatiazol. En la actualidad, las sulfamidas ocupan uno de
los primeros lugares entre los medios químicos antibacterianos.
... Los indios de la América del Sur obtenían de la corteza y de las raíces de una
planta de la familia de las loganiáceas un veneno mortal, el curare. El enemigo,
herido con la flecha cuya punta fue mojada en curare, perecía al momento.
¿Por qué? Para contestar a esta pregunta los químicos tuvieron que analizar
esencialmente el enigma del veneno.
Pusieron de relieve que el principio activo fundamental del curare es el alcaloide
tubocurarina. Cuando penetra en el organismo, los músculos no pueden contraerse,
se quedan paralizados. El hombre no puede respirar y muere.
Pero en condiciones determinadas este veneno puede ser útil. Puede servir a los
cirujanos, al efectuar algunas operaciones muy complicadas, por ejemplo, en el
corazón. Cuando es necesario desconectar los músculos pulmonares y transponer el
organismo para la respiración artificial. De este modo el enemigo carnal interviene
como amigo. La tubocurarina se introduce en la práctica clínica.
Y otra vez los químicos. Estos estudiaron la molécula de tubocurarina en todos sus
aspectos. La desintegraron en todas las porciones posibles, investigaron "los
fragmentos" obtenidos y, paso por paso, pusieron de relieve la ligazón que existe
entre la estructura química del preparado y su actividad fisiológica. Resultó que su
acción se determina por los grupos especiales que contienen un átomo de nitrógeno
cargado positivamente y que la distancia entre estos grupos debe ser estrictamente
definida.
Ahora los químicos pudieron pisar el camino de imitación de la naturaleza e incluso
tratar de superarla. Al principio obtuvieron un preparado que por su actividad no era
inferior a la tubocurarina. Luego lo perfeccionaron. Así nació la "sincurina" que es
dos veces más activa que la tubocurarina.
He aquí otro ejemplo, más evidente aún. La lucha contra el paludismo. Este fue
tratado con quina (o, científicamente, quinina), que es un alcaloide natural. Los
químicos, en cambio, lograron crear un preparado llamado plasmoquina, que es una
substancia sesenta veces más activa que la quinina.
La medicina moderna dispone de un enorme arsenal de remedios, y se puede decir
que para todos los casos posibles. Casi contra todas las enfermedades conocidas.
Existen remedios muy fuertes que tranquilizan el sistema nervioso y devuelven la
calma hasta a la persona más agitada. Hay, por ejemplo, un preparado que quita
plenamente la sensación de temor. Naturalmente, nadie recomendará este
preparado al estudiante que siente pánico ante un examen.
Existe un grupo entero de los llamados sedativos, medicamentos tranquilizadores. A
ellos pertenece, por ejemplo, la reserpina. La aplicación de esta medicina para el
tratamiento de algunas enfermedades psíquicas (esquizofrenia) desempeñó en su
tiempo un gran papel. En la actualidad, la quimioterapia ocupa el primer lugar en la
lucha contra las enfermedades mentales.
Sin embargo, no siempre las conquistas de la química medicamentosa se vuelven
con su lado positivo. Existe por ejemplo, un remedio nefasto (y es difícil encontrar
otro epíteto) llamado LSD-25.
En muchos países capitalistas se utiliza como narcótico que provoca artificialmente
distintos síntomas de esquizofrenia (todo tipo de alucinaciones, que por algún plazo
permiten olvidar las "dificultades de la vida"). Pero hay casos de muchas personas
que tomaron LSD-25 y nunca regresaron a su estado normal.
La estadística moderna testimonia que la mayoría de los casos letales en el mundo
son resultado de los infartos de miocardio o de hemorragias cerebrales. Los
químicos luchan contra estos enemigos inventando diferentes medicamentos
cardíacos y preparando remedios que dilatan los vasos cerebrales.
Mediante la "tubazida" y PAS, sintetizados por los químicos, los médicos triunfan
sobre la tuberculosis.
Y, en fin, los científicos buscan con tenacidad, los medios para combatir el cáncer,
esta terrible plaga del género humano. En este campo hay muchas cosas
desconocidas y confusas.
Los médicos esperan de los químicos nuevas substancias prodigiosas. Esta espera
no es vana. La química tiene que manifestar de qué es capaz.
Pero los químicos no retrocedieron. En este caso también podían decir su palabra y
no sólo decirla, sino también ayudar en la práctica. La esencia consiste en que el
moho de que se obtenía habitualmente la penicilina era de poco "rendimiento". Los
científicos decidieron aumentar su productividad.
Este problema fue resuelto al encontrar substancias que, internándose en el aparato
hereditario de los microorganismos, varían sus características. Además, los nuevos
rasgos eran capaces de heredarse. Precisamente con su ayuda se logró cultivar una
nueva "raza" de mohos que se mostró mucho más activa en la producción de
penicilina.
En la actualidad, el surtido de antibióticos es muy imponente: estreptomicina,
terramicina, tetraciclina, aureomicina, biomicina, eritromicina, etc. En total, ahora
se conocen cerca de mil antibióticos y una centena de ellos se aplica en el
tratamiento de distintas enfermedades. Y un papel importante en su obtención lo
juega la química.
Después de que los microbiólogos acumularon el llamado medio líquido de cultivo
que contenía colonias de microorganismos, comenzó el turno de los químicos.
Precisamente ante éstos se plantea la tarea de separar los antibióticos, el "principio
activo". Se movilizan diversos métodos químicos de extracción de compuestos
orgánicos complejos a partir de la "materia prima" natural. Los antibióticos se
absorben mediante absorbentes especiales. Los investigadores aplican la "pinza
química", la extracción de los antibióticos por diversos disolventes.
Los purifican en las resinas de intercambio fónico, los sedimentan a partir de las
soluciones. Así se obtiene el antibiótico crudo que de nuevo se somete a un ciclo
prolongado de purificación, hasta que, al fin y al cabo, se presenta en forma de
substancia cristalina pura.
Algunos antibióticos, por ejemplo, la penicilina, siguen sintetizándose con ayuda de
los microorganismos. Pero la obtención de otros es sólo a medias asunto de la
naturaleza.
Pero hay antibióticos, por ejemplo, la sintomicina, donde los químicos prescinden
totalmente de los servicios de la naturaleza. La síntesis de este preparado desde el
principio hasta el final se realiza en las fábricas.
¡Qué comen las plantas y qué tiene que ver con ello la química!
Ya los cocineros de la antigüedad eran famosos por sus éxitos culinarios. Las mesas
de los palacios reales estaban repletas de platos exquisitos. Los hombres
acaudalados se hacían melindrosos en la comida.
Las plantas, al parecer, eran mucho menos exigentes. En un desierto árido y en la
tundra polar sobrevivían hierbas y arbustos. Sobrevivían,
aunque eran de aspecto fláccido y consumido.
Algo era necesario para su desarrollo. ¿Pero qué? Este
misterioso "algo" los científicos lo buscaron durante
largos años. Experimentaban y discutían los resultados.
Pero no hubo claridad.
La respuesta fue encontrada a mediados del siglo pasado
por el célebre químico alemán Justus von Liebig. A él le
ayudó el análisis químico. El científica "descompuso" las
más diversas plantas en elementos químicos aislados. Al
principio resultaron ser relativamente pocos. Nada más
que diez: carbono, hidrógeno, oxígeno, nitrógeno, calcio, potasio, fósforo, azufre,
magnesio y hierro. Pero esta decena hacía agitarse el verde océano del planeta
Tierra.
De aquí se desprendía: para vivir, las plantas deben de cualquier modo asimilar,
"comer", dichos elementos.
¿Cómo, precisamente? ¿Dónde están los almacenes de alimentos para las plantas?
En el suelo, en el agua y en el aire.
Pero ocurrían cosas asombrosas. En unos suelos la planta se desarrollaba
impetuosamente, florecía y daba frutos. En otros, se ahilaba, se marchitaba y se
ponía inválida, enclenque. La causa estaba en que en estos suelos faltaban ciertos
elementos.
Los hombres, ya antes del descubrimiento de Liebig, conocían otra cosa. Si en el
mismo suelo, por fértil que fuese, año tras año, se siembran las mismas plantas
agrícolas, la cosecha disminuye cada año.
El suelo iba agotándose. Las plantas "se comían" gradualmente todas las reservas
de elementos químicos necesarios que en éste habían.
El suelo necesitaba "alimentación" adicional; necesitaba que se introdujeran
substancias deficitarias, en una palabra: abonos. Estos ya se empleaban en los
tiempos antiguos, se aplicaban por intuición, basándose en la experiencia de los
antepasados.
Liebig elevó la utilización de los fertilizantes al rango de ciencia. Así surgió la
agroquímica. La química se convirtió en una sirvienta de la fitotecnia. Ante ella se
planteó el problema de enseñar al hombre a aprovechar correctamente los abonos
conocidos e inventar nuevos.
Ahora se utilizan decenas de diferentes abonos. Entre ellos, los principales son los
de potasio, nitrógeno y fósforo. Pues precisamente el potasio, nitrógeno y fósforo
son elementos sin los cuales no puede crecer ninguna planta.
Una pequeña analogía o cómo los químicos alimentaron las plantas con
potasio
... Hubo tiempos, en que el uranio, tan célebre ahora, se ubicaba modestamente en
el rinconcito más apartado del campo de la química. Tan sólo el teñido de los vidrios
sin proteínas no hay vida. Engels dijo que la "vida es la forma de existencia de
cuerpos proteínicos".
Para formar moléculas proteínicas las plantas necesitan nitrógeno. Pero, ¿de dónde
lo sacan? El nitrógeno se distingue por su poca actividad química. En condiciones
normales no entra en reacciones. Por consiguiente, las plantas no pueden
aprovechar el nitrógeno atmosférico. Resulta como en el proverbio: "lo verás, pero
no lo catarás". En consecuencia, el almacén de las plantas es el suelo. Pero, por
desgracia, un almacén con reservas bastante escasas, ya que en el suelo hay pocos
compuestos nitrogenados. Por esta razón el suelo despilfarra pronto su nitrógeno y
es necesario enriquecer el suelo complementariamente con este elemento, o sea,
introducir abonos nitrogenados.
En la actualidad el término "nitro de Chile" pertenece ya a la historia. Sin embargo,
hace unos setenta años estas palabras estaban muy en boga.
En los vastos espacios de la República de Chile se extiende el triste desierto de
Atacama. Se extiende a miles de kilómetros. A primera vista es un desierto como
otro cualquiera, pero una circunstancia interesante lo distingue de todos los demás
desiertos del globo terráqueo: bajo una capa delgada de arena se encuentran
enormes yacimientos de nitrato sódico, o salitre. Estos yacimientos se conocían
desde hace mucho, pero se puede decir que se acordaron de ellos por vez primera
cuando en Europa comenzó a escasear la pólvora, pues antes para producirla se
empleaba carbón, azufre y salitre.
De inmediato se organizó una expedición para traer el producto de ultramar. Mas
toda la carga la tuvieron que echar por la borda, porque se
averiguó que para la producción de la pólvora sólo era
conveniente el salitre potásico. El salitre sódico absorbía
ávidamente la humedad del aire, la pólvora se recalaba
siendo imposible utilizarla.
Esta no era la primera vez que los europeos tuvieron que
echar por la borda los productos de ultramar. En el siglo
XVII, a las orillas del río Pinto fueron encontrados granos de
un metal blanco que recibió el nombre de platinó. El platino
apareció en Europa en 1735. Pero nadie sabía, en realidad,
qué hacer con este metal. De los metales nobles en aquel entonces sólo se conocían
el oro y la plata. El platino no encontró demanda. Pero hubo granujas que se fijaron
en que los pesos específicos del oro y del platino son cercanos entre sí. Valiéndose
de esta circunstancia, empezaron a añadir platino al pro que se destinaba para el
acuñado de monedas. Esto ya era falsificación. El gobierno español prohibió la
importación de platino y las reservas de este metal que ya quedaron en el Estado,
fueron reunidas y, en presencia de numerosos testigos, sumergidas en el mar.
Pero la historia del nitro de Chile no terminó así. Este salitre resultó ser un
magnífico fertilizante nitrogenado, que la naturaleza puso benévolamente a la
disposición del hombre. No se conocían otros abonos nitrogenados en aquel tiempo.
Empezó la elaboración intensa de los yacimientos naturales del salitre sódico. Cada
día abandonaban el puerto chileno de Iquique barcos que llevaban a todos los
rincones del mundo este valioso fertilizante.
En 1898 el mundo fue conmovido por el presagio lúgubre del famoso sir William
Crookes. En uno de sus discursos vaticinaba a la humanidad una muerte por
penuria de nitrógeno. Anualmente, los campos pierden nitrógeno que es llevado
junto con la cosecha. Y las reservas del nitro de Chile van disminuyendo. Los
tesoros del desierto Atacama resultaron ser una gota en el mar.
Entonces, los científicos se acordaron de la atmósfera. Se puede decir que el primer
hombre que prestó atención a las inmensas reservas de nitrógeno atmosférico fue el
eminente científico ruso Kliment Arkádievich Timiriázev. Timiriázev confiaba
profundamente en la ciencia y en la fuerza del genio humano. No compartía los
temores de Crookes. Timiriázev estimaba que la humanidad vencería la catástrofe
de nitrógeno y saldría de la crisis. Y tenía razón. Ya en 1908 los científicos Birkeland
y Eyde realizaron en Noruega, a escala industrial, la fijación del nitrógeno
atmosférico mediante el arco eléctrico.
Aproximadamente en este mismo período, en Alemania, Haber elaboró el método de
obtención de amoníaco a partir del nitrógeno e hidrógeno. Así fue resuelto
definitivamente el problema del nitrógeno combinado, tan necesario para la
nutrición de las plantas. La atmósfera contiene gran cantidad de nitrógeno libre: los
científicos calcularon que si todo el nitrógeno atmosférico se convirtiera en
fertilizante, esta cantidad bastaría a las plantas para más de un millón de años.
embriones asimilaban el nitrógeno directamente a partir del aire. Luego Volski pasó
al estudio de las ninfas de las abejas, del maíz y de otros objetos del mundo animal
y vegetal. Y en todos los casos, sin excepción, encontraba demostraciones del
hecho de que el organismo asimilaba el nitrógeno atmosférico.
Entonces surgió la pregunta: ¿Hasta qué punto el nitrógeno del aire es necesario
para el desarrollo del organismo? El científico tomó dos partidas de huevos de
gallina. Una pasó su período de incubación en la atmósfera común y corriente y la
otra en el aire cuyo nitrógeno casi por completo fue sustituido por la cantidad
correspondiente de argón. La diferencia era para quedarse estupefacto. Los pollos
que se desarrollaban en el aire de "argón" nacían deficientes y muy pronto morían.
Más tarde los científicos lograron demostrar que el nitrógeno afecta directamente el
proceso de formación del sistema vascular del embrión.
Según la opinión de varios bioquímicos alemanes el hombre también es capaz, en
cierto grado, de asimilar el nitrógeno. Es posible que el hombre no pueda vivir un
período prolongado en una atmósfera privada por completo de nitrógeno. Es muy
importante tener en cuenta esta circunstancia en la organización de los vuelos
cósmicos prolongados.
Tenemos pleno derecho para incluir el descubrimiento de Volski entre los más
notables de nuestro siglo. Pero es necesario seguir estudiando su esencia intrínseca,
el propio mecanismo de fijación del nitrógeno molecular del aire por los organismos,
porque en este sentido quedan muchos problemas por aclarar.
La llave para descubrir los enigmas la pueden dar los trabajos de otro científico
soviético, M. Volpin, que investigó (empleamos el lenguaje químico) los procesos de
fijación del nitrógeno en condiciones suaves. Para que se entienda mejor lo que
queremos decir, añadimos que, por ejemplo, no se puede llamar de ningún modo
suaves las condiciones en que se desarrolla la síntesis industrial del amoníaco, pues
en ésta se aplican presiones de centenas de atmósferas y temperaturas de centenas
de grados.
Volpin y sus colaboradores, en el curso de las investigaciones que duraron muchos
años, demostraron que algunos compuestos complejos de los metales transitorios:
cobalto, titanio, molibdeno, rutenio e iridio, pueden fijar el nitrógeno atmosférico
incluso a temperatura ambiente. Se supone que en los organismos vegetales y
La asimilación por la planta del anhídrido carbónico a partir del aire se verifica
mediante compuestos fosfóricos. Los fosfatos inorgánicos convierten el gas
carbónico en aniones de ácido carbónico que luego se dirigen para la construcción
de moléculas orgánicas complejas.
Naturalmente, no se limita con ello el papel del fósforo en la actividad vital de las
plantas. Además, no se puede decir que está revelada por completo su importancia
para las plantas. Sin embargo, incluso lo que se conoce, muestra el papel
importante del fósforo para su actividad vital.
Guerra química
Es una verdadera guerra. Sólo que sin cañones y tanques, sin cohetes y bombas. Es
una guerra "silenciosa", a veces invisible en muchos de sus rasgos, es una guerra a
muerte. Y la victoria en esta guerra significa dicha para todos los hombres.
¿Cuánto daño, por ejemplo, causa un moscardón común y corriente? Resulta que
esa criatura malvada, sólo en la URSS causa estragos calculados en millones de
rublos. ¿Y las malas hierbas? Su existencia cuesta a los
EE.UU. cuatro mil millones de dólares. O, por ejemplo,
la langosta, esa calamidad, esa plaga, que convierte
campos florecientes en tierra desierta y privada de
vida. Si se calcula todo el daño que causan a la
agricultura los expoliadores vegetales y animales en un
solo año, obtendremos una suma inconcebible. ¡Con
este dinero se podría alimentar gratuitamente, durante
un año entero, 200 millones de personas!
¿Qué significa el sufijo "cida"? Se traduce como
"matador". Y los químicos se preocuparon por la
creación de todo tipo de "cidas". Crearon insecticidas, que "matan insectos";
zoocidas, que "matan roedores"; herbicidas, que "matan hierbas". Todos estos
"cidas" encuentran ahora aplicación muy vasta en la agricultura.
Antes de la segunda guerra mundial, por lo general, se utilizaban ampliamente
substancias químicas tóxicas inorgánicas. Todas las especies de roedores, insectos y
índole es inofensiva para las plantas, pero representa un veneno mortífero para los
insectos.
La química protege las plantas no sólo contra los insectos, sino también contra las
hierbas malas. Se crearon los llamados herbicidas que ejercen una influencia
inhibidora en las hierbas malas, pero prácticamente no impiden el desarrollo de los
cultivos.
Por extraño que parezca, se puede decir que fueron los abonos los que se
presentaron como los primeros herbicidas. Los agricultores prácticos ya hace mucho
notaron que si se introducen en los campos cantidades elevadas de superfosfato o
de sulfato potásico, se inhibe el crecimiento de las hierbas malas, mientras que los
cultivos siguen desarrollándose intensamente. Pero en la esfera de los herbicidas, al
igual que en la de insecticidas, el papel definitivo pertenece a los compuestos
orgánicos.
emocionó por algún tiempo las mentes, pero el cálculo exacto demostró que era
también inconsistente. Si se toma en consideración la cantidad de calor que el Sol
emite con tanta generosidad, resulta que en el curso de su compresión,
independientemente del volumen inicial, debería haber adquirido su tamaño actual
hace ya veinte millones de años. Pero la vida en la Tierra existe hace unos tres mil
millones de años. Helmholtz, uno de los físicos más grandes del siglo pasado, se
equivocó.
El que más se acercó a la verdad fue un químico y, además, de gran renombre. Se
trata del fundador de la teoría de disociación electrolítica, el científico sueco Svante
Arrhenius. En 1923 enunció que existe una sola posibilidad, para explicar la
inconcebible prodigiosidad energética del Sol, posibilidad que consiste en la
suposición de que en el Sol se opera una condensación sui generis de los átomos de
hidrógeno en más pesados. En el curso de estos procesos se desprende una enorme
energía, que, hablando con propiedad, hace del Sol nuestro Lucero.
¿Era ésta una conjetura genial? Sin duda alguna. Sin embargo, necesitaba ser
plasmada, por así decirlo, en forma más material, de carne y hueso, necesitaba una
revelación del mecanismo intrínseco de los procesos. Los científicos se ocuparon
precisamente de este problema.
De por sí surge la pregunta: ¿De dónde procede esta diversidad? ¿Es que existía
desde los tiempos inmemorables o es que todos estos elementos se formaron
gradualmente, debido a los procesos de fusión de los núcleos ligeros en pesados, es
decir, como resultado de procesos que ahora se llaman termonucleares?
Precisamente en este sentido orientaba la hipótesis de Arrhenius. Mas, ya a
mediados de los años veinte los científicos se daban cuenta de que la fusión de los
núcleos, si es que tiene lugar de hecho, necesita temperaturas verdaderamente
fantásticas. No de 6000 grados, sino de millones y decenas de millones de grados.
Mas para entender de dónde aparecen estas temperaturas, era indispensable
esclarecer el mecanismo de la síntesis termonuclear más simple, o sea, el
mecanismo de formación de los núcleos de helio a partir de los núcleos de
hidrógeno. A la par, era preciso establecer si el calor, que se libera en este caso,
basta para que se pueda fundamentar la riqueza energética del Sol. De este modo
surgió un nexo entre dos problemas: el de la génesis de los elementos y el de la
fuente de la energía solar.
Dos mecanismos
Al principio se supuso que la formación de helio a partir del hidrógeno transcurre del
siguiente modo. Dos protones (núcleos del átomo de hidrógeno) se fusionan; este
sistema, de por sí, es inestable y uno de los protones se transforma en neutrón. De
este modo surge el núcleo del isótopo pesado de hidrógeno, deuterio. El deuterio y
un nuevo protón forman un isótopo raro de helio con el número másico 3. Dos
núcleos similares de helio, al interactuar entre sí, dan el isótopo corriente de helio,
helio-4, y un protón.
Esto es fácil suponer y difícil demostrar. Recordemos que el Sol en un segundo
derrama de un centímetro cuadrado de su superficie 1500 calorías. Esto es posible
sólo en el caso de que la temperatura de sus entrañas alcance 20 millones de
grados. A esta conclusión llegó el científico alemán Hans Bethe.
Mientras tanto, el proceso de formación del helio, a partir de hidrógeno (se llama
cadena protón-protón) antes descrito, transcurre a 10 millones de grados.
Pero ¿qué significa este hecho? Que en condiciones análogas no se pueden formar
elementos más pesados que el helio y que la verdadera fuente de la energía solar
Todo este ciclo admirable de reacciones nucleares dura un período muy largo.
Tienen que transcurrir 5 millones de años antes de que el núcleo de carbono-12,
después de todas las transformaciones, vuelva a convertirse en este mismo núcleo.
El hecho reside en que sólo una colisión con el protón entre muchas puede dar inicio
a la reacción nuclear. Son muy raras las colisiones que dan un resultado favorable.
Los 20 millones de grados exigidos se consiguen. Mas, lamentablemente, incluso en
estas condiciones la síntesis de los elementos no pasa más allá de la formación de
helio. Pero esta cuestión necesita ya un examen especial.
Cuando los físicos aprendieron a realizar en los laboratorios diferentes reacciones
nucleares, lograron también reproducir por separado cada una de las etapas del
ciclo del carbono-nitrógeno. Necesitaron para ello muy poco tiempo, pues los
aceleradores permiten comunicar a los protones tanta energía que supera
considerablemente la energía de éstos en las condiciones naturales del Sol. Por esta
razón crece inmensamente la probabilidad de colisiones favorables.
La cosmoquímica trabajando
Se puede decir que el nombre de esta ciencia interesante, la cosmoquímica, no
refleja estrictamente su contenido, pues, como sabemos, las reacciones que
transcurren en diferentes cuerpos y objetos del Universo - en el Sol, en las estrellas
y en el espacio cósmico- son, por, excelencia, procesos nucleares. No tienen nada
de común con las reacciones químicas ordinarias a que estamos acostumbrados,
que se desarrollan en 1-y- que se realizan en los laboratorios químicos. Pero el
término de "cosmoquímica" ocupó un puesto seguro en el arsenal de la ciencia. En
las páginas de las revistas y los libros especiales se publican anualmente informes
sobre sus alcances. A la cosmoquímica, en primer lugar, se debe el que conozcamos
cómo está estructurado y cómo evoluciona el inmenso e infinito Cosmos.
Bueno, ¿de qué se ocupa esta ciencia?
Estudia de qué elementos químicos constan los astros y los planetas, qué
compuestos contienen las atmósferas de los planetas del Sistema Solar y qué son
los meteoritos, mensajeros del lejano Cosmos que llegan a la Tierra.
La cosmoquímica investiga también un problema de primordial importancia para el
entendimiento de la evolución del Universo, el de cómo se efectúa la formación de
los elementos químicos. He aquí la respuesta que da esta ciencia: las estrellas
lejanas son una especie de fábricas colosales de síntesis nuclear, en las que en
condiciones de temperaturas y presiones inmensamente grandes se operan
diferentes procesos, debido a los cuales los núcleos atómicos se hacen más
complejos. Es un camino largo y complicado que empieza en el hidrógeno, elemento
más ligero y más difundido del Cosmos y termina con la síntesis de los elementos
muy pesados que no se ha logrado aún obtener artificialmente en la Tierra.
En fin, la cosmoquímica trata de penetrar en el espacio interestelar y esclarecer qué
es lo que existe allá: el vacío absoluto y perfecto o, aunque en concentraciones
ínfimas, ciertas partículas materiales.
Estos son los objetos fundamentales del estudio de la cosmoquímica.
¿Y cuáles son sus instrumentos y sus métodos? No será una exageración decir que
en el arsenal de la cosmoquímica se aprovechan los alcances de casi todas las
ciencias exactas. El cosmoquímico no sólo debe ser un químico excelente que se
orienta con soltura en el sistema periódico de los elementos, sino que debe
orientarse bien en los diversos campos de la física, saber utilizar su aparato teórico
y, además, poseer ingenio e inventiva de un magnífico experimentador. Luego,
tiene que conocer astronomía y radiotecnia. Y, en fin, debe saber soñar y creer en
su causa.
El arma principal del cosmoquímico es el análisis espectral, pues por desgracia no
hay ninguna posibilidad de llevar a los laboratorios terrestres muestras de la
substancia solar o estelar. Por eso, los científicos se ven obligados a estudiar la
composición del Sol y de las estrellas por los espectros que emiten sus atmósferas
incandescentes. Potentes telescopios y espectrógrafos sensibles, éstos son los
instrumentos imprescindibles para un cosmoquímico. En los últimos decenios la
cosmoquímica comenzó a utilizar ampliamente los métodos radioastronómicos.
Con estos métodos se puede investigar los cuerpos celestes o mediante la captación
de ondas de radio emitidas por estos cuerpos o bien por recepción de radioseñales
reflejadas que se envían desde la Tierra.
Química de la luna
El 21 de julio de 1969 los cosmonautas norteamericanos Armstrong y Aldrin pisaron
la superficie de la Luna y recogieron en un "container" especial muestras de piedras
lunares y de polvo lunar. Los círculos de negocios estadounidenses propensos a
valorarlo todo en dinero se apresuraron en comunicar que el precio de las muestras
era de 18 millones de dólares. Mas para la ciencia estos fragmentos lunares son
verdaderamente inapreciables, pues ayudarán a levantar el velo que cubre los
secretos del Universo. He aquí la razón de por qué los científicos esperaron con
tanta impaciencia el momento en que vería la luz el contenido del container. Este
acontecimiento tuvo lugar el 4 de agosto. Esta fecha significa que se abrió la
primera página de la química lunar.
La primera conclusión a que llegaron los investigadores era que las rocas lunares se
diferencian de todo lo que existe en la Tierra. El polvo lunar contiene muchas bolitas
vidriosas. No en vano afirmaron Armstrong y Aldrin que la superficie de la Luna es
resbaladiza. Los científicos suponen que el descubrimiento de vidrio en la superficie
de nuestro satélite es lo más inesperado. Para explicar el proceso de su formación
se sugirió lo siguiente: cuando los meteoritos chocan contra la superficie de la Luna,
la materia lunar se evaporiza y luego precipita en forma de pequeñas gotas de
vidrio esféricas. Las bolitas de vidrio tienen nada más que varias décimas partes de
milímetro de diámetro. Su color es marrón oscuro, amarillo o marrón amarillento.
No es menor el interés que representan las piedras lunares. Los investigadores las
clasificaron, distinguiendo tres tipos diferentes: rocas que recuerdan escorias y
contienen burbujas de gas; rocas porosas que también incluyen pequeñísimas
burbujas de gas, y fragmentos de substancia meteorítica y lavas. En fin, en las
piedras lunares se logró descubrir un alto contenido de óxido de titanio. Para la
superficie terrestre esto es un fenómeno raro.
La mayoría de las muestras recolectadas son rocas de origen volcánico. Los
minerales que las constituyen son casi los mismos que se encuentran en los
productos de la actividad de los volcanes en la Tierra. Pero también hay diferencia:
en la Luna estos minerales no son de granulosidad tan fina como en la Tierra. Ahora
los científicos tratan de resolver este enigma. En una palabra, no debe caber duda
que las piedras lunares ofrecerán aún muchas sorpresas.
Una vez fuimos testigos de una disputa acalorada, muy parecida a las que en su
tiempo se denominaban "problema de los físicos y de los líricos". Pero esta vez los
que discutieron eran los representantes de las ciencias exactas. Y uno de los
contrincantes declaró que, en general, la ciencia química, como tal, no existe, que
es simplemente un caso particular de la física. Así declaró, sin equívocos.
La ciencia química no existe – prosiguió -, porque cualquiera que sea el proceso
químico que consideremos, si surge la necesidad de explicar su mecanismo íntimo,
esto se puede hacer sólo sobre la base de las leyes de la física. Los átomos
interaccionan e intercambian sus electrones. Mas, ¿a qué está sujeta la posibilidad
de tal intercambio? ¿Cuál es la base del enlace químico? Leyes físicas...
¡Ud. puede imaginar cuál fue la indignación de los químicos al oír semejantes
razonamientos!
Claro que los electrones son electrones, mas la ciencia química, antigua, pero
eternamente joven, existe. Con sus reglas y leyes, con su historia y sus
perspectivas ilimitadas. Otra cosa es que con frecuencia tiene que recurrir a la
ayuda de la física, las matemáticas y la cibernética.
La peculiaridad de la química del siglo veinte que la distingue de los períodos
tempranos del desarrollo de esta ciencia, reside precisamente en que se subdividió
en muchas ramas independientes. ¡Y ni siquiera ramas, sino ciencias
independientes! Electroquímica, fotoquímica, química de la radiación. Química de
bajas temperaturas y altas presiones. Química de altas temperaturas y bajas
presiones.
Y no son raros los casos en que el científico que trabaja en una rama entiende mal a
su colega especialista que trabaja en otra. Esto de ningún modo es testimonio de la
baja calificación de estos químicos.
Los "dialectos" químicos se convirtieron en "lenguas" químicas independientes.
Pero tampoco con ello termina el asunto.
En la actualidad, la química se entrelazó íntimamente con otras ciencias: biología y
geología, mecánica y cosmogonía. Estas "alianzas" engendraron todo un "ramillete"
de las llamadas ciencias híbridas: bioquímica, geoquímica, cosmoquímica, mecánica
físico-química etc., etc.
Consideremos, por ejemplo, una rama tal como la bioquímica. Pues precisamente
esta ciencia debe, en fin de cuentas, revelar qué es la vida en sus innumerables
manifestaciones. Y será la bioquímica junto con la farmacología y la medicina la que
ha de encontrar nuevos y poderosos medios de lucha contra las enfermedades.
¡Y la cosmoquímica, o sea la química de los lejanos astros y planetas! Ciencia que
está en sus mismos albores y a la cual, sin embargo, pertenecerá una palabra muy
importante en el conocimiento de la evolución del Universo.
Aquí se puso de manifiesto una cosa del todo inesperada. Son precisamente las
ciencias híbridas las que traen casi diariamente frutos sorprendentes: hechos y
observaciones que nadie ni sospechaba. La práctica también cifra sus esperanzas en
estos "híbridos".
Ahora trátese de entender nuestra situación. Uno toma un pliego de papel y quiere
escribir algo puramente químico. Mas apenas ha compuesto dos o tres frases, en el
fondo de éstas ya se vislumbran las caras burlonas de la física y de la biología. Y la
construcción de perfil tan claro y nítido se hace borrosa y confusa. ¿Se acuerda Ud.
del proverbio que dice: "¡Qué tres: Araña, Concha y Cortés!"?En la ciencia moderna,
y, en particular, en la química, frecuentemente se pone al descubierto que existe un
vínculo concreto entre cosas tan incompatibles a primera vista como estos tres
personajes. Si alguna vez volvemos a estar ante la necesidad de escribir algo
popular sobre la química, puede ser que pondremos este proverbio como epígrafe.
Mientras tanto, en el libro que acabamos de presentar al lector intentamos no
rebosar los márgenes químicos.