Cerebro Estresado PDF
Cerebro Estresado PDF
Cerebro Estresado PDF
El cerebro
estresado
ISBN: 978-84-9788-382-5
Depósito legal B.
Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño general y el de la cubierta, puede ser
copiada, reproducida, almacenada o transmitida de ningún modo ni a través de ningún medio, ya
sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, de fotocopia o por otros métodos sin la
previa autorización por escrito de los titulares del copyright.
Autor
Índice
Prólogo . ................................................................................................. 15
Introducción............................................................................................ 17
Bibliografía.............................................................................................. 417
© Editorial UOC 15 Prólogo
Prólogo
Introducción
Capítulo I
¿Qué es el estrés?
«En nuestra privilegiada vida hemos sido los únicos del mundo animal
con la suficiente inteligencia como para inventarnos ciertos agentes estre-
santes y los únicos lo bastante estúpidos como para permitir que dominen
nuestras vidas.»
Robert M. Sapolsky, why zebras don’t get ulcers?
The Acclaimed Guide to Stress, Stress–Related Diseases, and Coping, 2004.
dedicación que queda muy por encima de lo que se le podía exigir en relación
a la plaza que ocupa dentro de la compañía. Un día se tumba en la cama y
se da cuenta que le cuesta conciliar el sueño. Son las tres de la madrugada y
sólo piensa en cómo hacer frente a los gastos de este mes y en una importante
reunión que tiene al día siguiente en la oficina. Además, la gran cantidad de
tareas pendientes relacionadas con el trabajo le abruma y mentalmente intenta
recopilar y ordenar sus quehaceres para poder optimizar su tiempo durante la
jornada del próximo día. Pasan las horas y Óscar no consigue dormirse. Piensa
en que necesita dormir para estar descansado al día siguiente y que cada minuto
que se mantiene despierto es tiempo que pierde. Finalmente, exhausto y agota-
do se queda dormido en un ligero sueño que no resulta ser lo suficientemente
reparador. A la mañana siguiente se siente fatigado y con un estado de ánimo
considerablemente bajo. La situación se repite de forma similar durante las
noches sucesivas. La sensación de agotamiento se incrementa. Además, afloran
de forma intermitente molestos dolores de cabeza que cada vez resultan más
recurrentes. La sensación de embotamiento mental va a la par de un entumeci-
miento físico que acompaña a Óscar en el día a día. Se siente mal y piensa que
probablemente tenga un tumor cerebral. No tiene tiempo para ir al médico.
Finalmente, María consigue convencerle para que lo visite. Le hacen una reso-
nancia magnética y el facultativo descarta la presencia de un tumor cerebral
y de cualquier otra patología de origen neurológico. Aparentemente, Óscar se
encuentra en un perfecto estado de salud. El médico le recomienda que se tome
unos días de vacaciones para descansar ya que cree que ‘está sometido a mucho
estrés’. Le da la baja laboral por una semana. A pesar de que Óscar se siente muy
culpable por no ir a trabajar en un momento en que sobrevienen miríadas de
trabajo en la oficina, accede someterse a la prescripción médica de descanso. Al
segundo día de estar en casa, cuando parece que había podido desconectar de
los compromisos laborales, cae enfermo de gripe. Esto ha sido así, debido a que
la situación prolongada por la que pasaba Óscar había conseguido mermar su
capacidad de defensa contra la infección, el sistema inmunitario.
Ahora supongamos que nos trasladamos en el tiempo al anfiteatro de los
Flavios en la Roma imperial, al célebre Coliseo. Este espacio arquitectónico,
comenzado por Vespasiano y concluido por Domiciano, constituía el alma de
recreo y esparcimiento de la urbe romana. En él se ofrecían las luchas de gladia-
dores y demás entretenimientos públicos, sobre todo sangrientas escenas circen-
ses. Invito al lector a que intente recordar el film Gladiator de Ridley Scott llevado
a la gran pantalla, concretamente, una escena en la que un grupo de esclavos
© Editorial UOC 21 ¿Qué es el estrés?
1. Origen
1. Suprarrenal por estar ubicada encima de los riñones, aunque en la literatura especializada suele
denominarse glándula adrenal. A lo largo del libro, nos referiremos a esta glándula aludiendo
a esta última denominación.
© Editorial UOC 25 ¿Qué es el estrés?
estable. En los años cincuenta del pasado siglo, tal como hemos visto, Selye
señaló al eje hipotálamo hipofisario adrenal (HPA) como un mediador crítico
en la respuesta de homeostasis. Ya a finales de los años ochenta, Sterling y
Eyer ampliaron el concepto de homeostasis con el principio de alostasis. Se
trata de un proceso mediante el cual el organismo alcanza un nuevo punto de
ajuste estable fuera de la posición de equilibro homeostática normal. Dicho
proceso implica la puesta en marcha y la integración de diferentes señales en
todo nuestro organismo, con los parámetros de todos los sistemas fisiológicos
modificándose para establecer un reajuste en una nueva posición de equili-
brio, con el propósito último de promover la supervivencia del individuo. En
los noventa, Bruce McEwen integró en el modelo de alostasis otros mediado-
res como los glucocorticoides y las catecolaminas. Dichas sustancias fluctúan
en sangre en un amplio rango en respuesta a cambios en las condiciones
ambientales. El eje HPA y el sistema nervioso autónomo participarían en el
modelo como dos sistemas interactivos capaces de responder rápidamente y
de regresar a sus niveles basales estables una vez el cambio hacia el sistema ha
concluido (véase Figura 1).
El principal problema de la implementación del concepto de homeostasis
en el contexto del estrés es que parte del hecho de que algo ha de dejar de
funcionar para corregirlo sin dar posibilidad a la anticipación. Con la alostasis
podemos hablar de expectativas del agente estresante y de la aparición de dife-
rentes componentes de la respuesta para restablecer el equilibrio. En el capítulo
4 veremos que una emoción (como respuesta) presenta componentes endo-
crinos, componentes autonómicos y componentes conductuales. Lo mismo
sucede con la respuesta de estrés.
El cerebro recibe información del cuerpo y del entorno en el que se encuen-
tra el sujeto. Este órgano procesa esta doble entrada de datos (información
de origen interno e información de origen externo) para poder controlar y
coordinar las respuestas fisiológicas y conductuales que le permitan ajustar
los desequilibrios producidos por cambios acaecidos interna o externamente.
Estos ajustes pueden promover la adaptación, por ejemplo, al calibrar el trabajo
cardiovascular y la resistencia vascular periférica con el fin de proporcionar un
soporte hemodinámico y metabólico correcto a los músculos que lo necesitan
para una acción inmediata o anticipada, como es el caso de nuestro gladiador
en la arena del Coliseo. Algunos de los principales sistemas biológicos que
promueven dicha adaptación son: el sistema endocrino, el sistema nervioso
autónomo, el sistema metabólico, el sistema inmunitario, el sistema intestinal
© Editorial UOC 29 ¿Qué es el estrés?
y renal, etcétera. Los mediadores de estos sistemas2 operan en una compleja red
funcional interactiva, dinámica y no lineal, en la que se regulan en función de
diferentes factores como la concentración que presentan, su localización o los
patrones temporales bajo los que están sujetos. Tal como iremos analizando a
lo largo de los próximos capítulos, las acciones de estos sistemas se encuentran
2. Tal como veremos a lo largo del libro, los principales biomediadores son los glucocorticoides,
los neurotransmisores simpáticos y parasimpáticos, las hormonas metabólicas y las citoquinas.
© Editorial UOC 30 El cerebro estresado
Figura 2. Representación esquemática del modelo cognitivo transaccional del estrés, propues-
to por Richard Lazarus y Susan Folkman (1984). Según este modelo, el estrés es un estado
resultante de la relación que se establece ente el medio y el organismo, cuando la persona llega
a la conclusión, después de llevar a cabo una evaluación a varios niveles, de que no dispone de
las herramientas y de los recursos necesarios para hacer frente a las demandas del entorno. Tal
como se presenta en la imagen, el individuo interacciona con un entorno cambiante para llevar
a cabo la evaluación de la situación. En dicha evaluación, las metas que tiene establecidas la
persona, su escala de valores y sus creencias modulan el resultado del procesamiento cognitivo
llevado a cabo. La evaluación se hace a varios niveles, mostrándose claramente diferenciada en
dos bloques: evaluación primaria y evaluación secundaria. La primaria evalúa al agente para ver
si resulta ser o no estresante. La secundaria se centra en la valoración de las posibilidades que
tiene la persona de afrontar y de sobreponerse al agente tildado de como estresante. Autores
como Jordi Fernández Castro de la Universidad Autónoma de Barcelona sugieren que en este
punto resulta crítico recoger la teoría social–cognitiva de Bandura, en tanto que en la evalua-
ción secundaria cobra especial importancia la expectativa de resultados, o creencia en que una
acción puede producir un determinado resultado o efecto (en el caso de resolver la situación
estresante), y la expectativa de autoeficacia, es decir, la creencia que tiene una persona sobre
su capacidad para llevar a cabo la acción en cuestión. A partir del proceso evaluativo se pon-
drían en marcha las estrategias de afrontamiento dirigidas a modificar la situación estresante
actuando sobre uno mismo o sobre el entorno, dirigidas a las emociones para reducir el males-
tar emocional provocado por el agente estresante y dirigidas al significado para posibilitar una
reinterpretación de la situación (ver el vaso medio lleno en lugar de medio vacío). A medida que
se despliega el transcurso de afrontamiento, se pueden ir cambiando las valoraciones del sujeto,
haciendo una reevaluación de la situación. Adaptada de Jordi Fernández (2008).
© Editorial UOC 33 ¿Qué es el estrés?
Capítulo II
Supongamos que nos hemos cogido unos días libres para descansar en una
tranquila cala. Nos levantamos por la mañana sin ninguna prisa, desayunamos
en el apartamento en el cual estamos hospedados y nos dirigimos ataviados
con los menesteres playeros para darnos un chapuzón en el mar. Después de
haber instalado todas nuestras pertenencias en la arena y a continuación de un
breve pero gustoso baño, nos sentamos en una cómoda hamaca y sacamos un
viejo libro de tapas blandas de la mochila. Nos embaucamos en la lectura: «la
suave y cálida brisa marina acariciaba la piel de María y le inducía una placen-
tera y reconfortante sensación que evocaba recuerdos de su más tierna infancia,
cuando pasaba los veranos con sus padres en la playa de San Sebastián.» Parece
que el texto se esté refiriendo a nosotros mismos. Somos capaces de sentir lo
que siente María con gran facilidad y detalle dado que nos encontramos en una
situación parecida.
El cerebro controla y regula la mayoría de las actividades del organismo. La
información de nuestro entorno es captada por diferentes tipos de receptores
sensoriales distribuidos ordenadamente por nuestro cuerpo. Éstos recogen y
envían la información para que sea procesada e integrada por nuestro sistema
nervioso. Imaginémonos a María, tumbada en la playa, tomando el sol en un
© Editorial UOC 36 El cerebro estresado
La unidad estructural y funcional del cerebro son las neuronas y las células
gliales. Se calcula que existen alrededor de 100 billones de neuronas en el siste-
ma nervioso humano y unas diez veces más de células gliales.
Las neuronas son unas células especializadas que reciben, procesan y trans-
miten la información con gran especificidad y exactitud, permitiendo la comu-
nicación entre diferentes circuitos y sistemas. Para ello, estas células nerviosas
deben tener unas propiedades químicas y eléctricas determinadas que puedan
posibilitar los procesos de transmisión de la información. Se conjugan, por lo
tanto, dos tipos de señales: por una parte los mecanismos de comunicación y
© Editorial UOC 37 Una máquina bien engranada
patológicas, cuando hay variaciones del gen producidas por mutación. Por
ejemplo, en el cromosoma 4 se encuentra el gen cuya mutación puede provo-
car la enfermedad de Huntington, una enfermedad degenerativa del sistema
nervioso. El lugar que ocupa un gen en un cromosoma se denomina locus (loci
en plural). En el ser humano, al contar con una dotación diploide, los genes
están duplicados. Dichas duplicaciones no han de coincidir, ya que pueden
existir diferentes variantes para cada gen. Estas variantes se denominan alelos.
El grado de convergencia estará relacionado con el grado de homocigosis que
presenten los loci del par cromosómico determinado. Diferentes formas alter-
nativas de un gen pueden implicar diferencias en los rasgos observables (feno-
tipo). La dotación de alelos que contiene un organismo para un determinado
rasgo se denomina genotipo. Al disponer de dos cromosomas en cada par, el
genotipo para un determinado carácter podrá ser homocigoto o heterocigoto.
Será homocigoto si las formas alternativas para un mismo gen son iguales y
heterocigoto cuando son diferentes. Un individuo homocigoto para un gen
específico, al tener la misma forma alterativa del gen en sus dos cromosomas
homólogos, solo podrá producir un mismo tipo de gametos para dicho gen.
Mientras que un individuo heterocigoto para un gen, al tener dos alelos dife-
rentes, podrá producir gametos con una forma alternativa y gametos con otra
(véase Figura 3). De todas formas, cabe destacar que a pesar de que un indivi-
duo puede contener como máximo dos formas alternativas de un gen (alelos),
en la población general pueden existir múltiples variaciones. Aquí entra un
tema estudiado por la genética de poblaciones: el acervo genético o conjunto
de la totalidad de los genes de una población.
En definitiva, el ser humano presenta dos alelos para cada gen debido a que
los cromosomas de nuestro cariotipo (conjunto de cromosomas) se distribuyen
por pares (un alelo en cada cromosoma del par, ocupando el mismo lugar). La
combinación de los alelos constituirá el genotipo para ese gen. ¿Qué ocurrirá
con el fenotipo? ¿Cuál de los alelos se expresará? Imaginemos que tenemos el
gen A con dos formas alternativas: A1 y A2. Cada una de estas formas alterna-
tivas especifica un fenotipo concreto: el alelo A1 especifica el fenotipo 1 y el
alelo A2 especifica el fenotipo 2. Si tuviéramos sólo un alelo en nuestro geno-
tipo el resultado final fenotípico resultaría claro, pero ¿qué ocurre cuando se
presentan los dos alelos combinados en el mismo genotipo (una forma en un
cromosoma y la otra forma alternativa en el otro cromosoma)? Dentro de una
relación clásica de dominancia y recesividad, el alelo dominante será aquel que
se exprese en el individuo heterocigoto (A1A2). Por lo tanto, si un sujeto cuyo
© Editorial UOC 39 Una máquina bien engranada
Figura 4. Imaginemos que queremos sintetizar una proteína determinada, como por ejem-
plo la queratina. En la molécula de ADN, tendremos un fragmento que tendrá la información
necesaria para sintetizar la queratina; es el gen de la queratina. Ese gen se transcribe en ARN
mensajero y después éste saldrá del núcleo para sintetizar la queratina a partir de determi-
nados aminoácidos.
© Editorial UOC 42 El cerebro estresado
proteínas. Existen veinte tipos distintos de aminoácidos para crear los millares
de proteínas del ser humano. La secuencia concreta de aminoácidos que con-
formará una proteína específica determinará la estructura tridimensional de
la misma y su función biológica. El ADN dispone de la información necesaria
para especificar los aminoácidos que conformarán una proteína determinada y
en qué orden se establecerán dentro de la cadena polipeptídica. No obstante,
los ácidos nucleicos son largas cadenas de nucleótidos compuestos por cuatro
tipos diferentes de bases nitrogenadas. Con ello, queda patente la necesidad de
un código que permita llevar a cabo una traducción del lenguaje de los ácidos
nucleicos al lenguaje de las proteínas.
¿Cómo es posible codificar con cuatro letras la información existente sobre
los veinte aminoácidos que podrán unirse en un orden concreto para formar
una cadena polipeptídica? Si cada base codificara un aminoácido, el número
máximo de aminoácidos que podría formar parte de las proteínas sería de
cuatro. Si con cada dos bases se codificara un aminoácido, el número de ami-
noácidos que se podría utilizar sería de dieciséis. Por el contrario, si cada tres
bases codificaran un aminoácido, el número de combinaciones posibles sería de
sesenta y cuatro. Por lo tanto, al tener veinte aminoácidos se necesita llevar a
cabo una lectura de las bases de tres en tres. Por lo tanto, el lenguaje de la vida,
o código genético, se basa en una lectura de agrupaciones de tres bases. Dichas
agrupaciones de tres bases se denominan tripletes en el ADN y codones en el
ARNm. Para el ADN, las bases que podrán conformar los tripletes son: adenina,
guanina, citosina y timina. Por su parte, en el ARNm las bases que formarán los
codones son: adenina, guanina, citosina y uracilo. Las diferentes distribuciones
en que se ubicarán las bases en el triplete definirán los aminoácidos que se
irán uniendo para formar una proteína. Es decir, cada agrupación de tres bases
especificará un aminoácido. Una vez ya tenemos transcrita en el ARN la infor-
mación contenida en los genes, debemos «traducirla» a polipéptidos siguiendo
las reglas del código genético. Tal como hemos visto, las proteínas son cadenas
de aminoácidos que están plegadas en el espacio y que tienen una función
fisiológica muy específica. Hablamos de traducción porque pasamos de un
lenguaje basado en la complementariedad de bases y en las bases individuales
a un lenguaje basado en aminoácidos. La secuencia de aminoácidos que con-
forman la estructura primaria de una proteína queda codificada en el ARNm. La
síntesis de la proteína se lleva a cabo en los ribosomas. Mediante un intrincado
mecanismo enzimático, los ARN de transferencia (ARNt) van incorporando los
aminoácidos especificados por la secuencia lineal de codones del ARNm. Por
© Editorial UOC 43 Una máquina bien engranada
ello, hemos de tener presente que han de existir tantos ARNt como codones
diferentes en el ARNm. En el ARNt hay un triplete de nucleótidos (anticodón)
que es complementario al codón del ARNm, de manera que el aminoácido que
trasporta cada ARNt es el que especifica su codón. De esta forma, se puede seguir
las leyes del código genético para saber qué aminoácido corresponde y en qué
posición para la síntesis de una determinada proteína. Así, los ARNt transportan
los aminoácidos que correspondan al ribosoma para la síntesis de una proteína.
El primer ARNt que transporta el primer aminoácido se une al codón del ARNm.
Seguidamente se une el siguiente ARNt cuyo anticodón es complementario al
siguiente codón del ARNm. Se genera un enlace peptídico entre los aminoácidos
y el ARNt que se ha quedado sin carga (sin aminoácido) se desplaza, saliendo
posteriormente del ribosoma. El ARNm se transloca tres bases hacia la izquierda,
de modo que el ARNt que carga con los dos aminoácidos se mueve a la parte
del ribosoma en la que se encontraba el primer ARNt. Posteriormente, entra
en el ribosoma el tercer ARNt (cuyo anticodón sea complementario del codón
siguiente del ARNm) cargado con un nuevo aminoácido. Se lleva a cabo un
nuevo enlace peptídico formando un tripéptido. El ARNt que se ha quedado sin
carga (sin aminoácido) se desplaza, saliendo posteriormente del ribosoma. El
ARNm se transloca tres bases hacia la izquierda, de modo que el ARNt que carga
con los tres aminoácidos se mueve y, de esta forma, se continúa el proceso hasta
llegar al codón del ARNm que indica la terminación del proceso.
A excepción de las células sexuales (que tienen solo un cromosoma de cada
par), el resto de células de nuestro cuerpo tiene la misma información genética:
genes ubicados en diferentes lugares de los veintitrés pares de cromosomas.
Cada tejido del organismo se encuentra compuesto por diferentes tipos de
poblaciones celulares. ¿Cómo puede ser que todas las células tengan la misma
información genética y que su función sea tan diferente? Dicho de otra forma,
¿qué es lo que hace que, por ejemplo, una célula pancreática pueda liberar
insulina en ciertos momentos del día en relación con los procesos metabóli-
cos, mientras que una célula piramidal de la médula espinal libere acetilcolina
mediante su botón terminal para generar la contracción muscular? La res-
puesta inicialmente puede parecer sencilla, y es que cada tipo celular fabricará
unas proteínas específicas. ¿Y si nos centramos en las diferencias morfológicas
de las células? ¿Qué es lo que hace que un hepatocito tenga una morfología
determinada mientras que una célula muscular tenga otra significativamente
diferente? La respuesta inicial la podríamos completar argumentando que, en
cada tipo de célula, los genes que se expresan son distintos.
© Editorial UOC 44 El cerebro estresado
Figura 6. La mayoría de las conexiones entre neuronas se establecen entre un botón termi-
nal de una neurona y una espina dendrítica de otra.
Figura 7. Representación de las aferencias al sistema nervioso central (SNC) y las eferencias
del SNC en relación a la función neuronal (neuronas sensoriales y motoras).
© Editorial UOC 51 Una máquina bien engranada
Figura 9. Cuando el potencial de acción llega hasta el botón terminal, se abren canales
iónicos dependientes de voltaje que dejan pasar calcio al interior de la neurona presináptica.
El calcio hace que las vesículas sinápticas se fundan con la membrana presináptica y vacíen,
de esta forma, su contendido en la hendidura sináptica.
© Editorial UOC 55 Una máquina bien engranada
3. El término glía proviene del giego y significa «pegamento». Este término fue introducido por el
patólogo Rudolf Ludwig Karl Virchow, quien caracterizó a este tipo de células como una especie
de pegamento neural, dado que para este médico prusiano, las células gliales eran más bien ele-
mentos estáticos cuya funció principal era la de proporcionar soporte estructural a las neuronas.
© Editorial UOC 56 El cerebro estresado
4. Se trata de un nucleótido fundamental en la obtención de energía celular. Está formado por
una base nitrogenada (adenina) unida al carbono 1 de un azúcar de tipo pentosa, la ribosa,
que en su carbono 5 tiene enlazados tres grupos fosfatos.
© Editorial UOC 57 Una máquina bien engranada
las precursoras de los oligodendrocitos (otro tipo de célula glial) reciben pro-
yecciones glutamatérgicas de las neuronas piramidales del hipocampo (una
región del cerebro crítica en la formación de la memoria y en los mecanismos
de plasticidad cerebral).
Sobre la base de todos estos datos, es posible destacar que diferentes tipos
de células gliales expresan distintos tipos de receptores para sustancias neuro-
transmisoras y responden a éstas generando propagaciones lentas de corrientes
de calcio, sugiriendo que la reciprocidad de las conexiones entre las neuronas y
las células gliales podría desempeñar un papel crítico en la plasticidad sináptica
y en el procesamiento de la información en el cerebro. No obstante, los meca-
nismos moleculares subyacentes a las interacciones entre las células gliales y
las neuronas todavía se desconocen en su mayor parte. Una sustancia que está
recibiendo mucha atención por parte de la comunidad científica con relación
a la comunicación e interacción entre las células gliales y las neuronas es una
proteína que se encuentra asociada al calcio, la proteína S100β. Autores como
Nishiyama et al. (2002) han mostrado que la S100β modula claramente los
mecanismos de plasticidad sináptica neuronal a largo plazo. Estos autores han
podido comprobar que ratones mutantes carentes de la proteína S100β pre-
sentan un desarrollo normal, sin anormalidades detectables en la arquitectura
cerebral. No obstante, estos animales muestran un notable fortalecimiento de
los mecanismos de plasticidad sináptica en el hipocampo. Además, este forta-
lecimiento de la plasticidad viene acompañado por una facilitación clara de
la memoria espacial. Estos resultados además de indicar que la proteína S100β
puede actuar extracelularmente, también sugieren que podría ser un potente
modulador glial de la plasticidad sináptica neuronal.
forma que no guardan las mismas proporciones. Hay una gran desproporción,
de modo que el tamaño del área cortical dedicada a una determinada región del
cuerpo no obedece a su tamaño real, sino que depende de la importancia fun-
cional de esta parte y de la necesidad de precisión en lo relativo a la sensibilidad
de esa zona. En definitiva, en la región de la corteza cerebral que se encarga de
procesar la información sensorial que recibimos de las diferentes partes de nues-
tro cuerpo, podemos representar un mapa de éstas (es lo que se conoce como
una organización somatotópica de la corteza cerebral). Dicho mapa resulta muy
desproporcionado ya que la extensión del cuerpo no se encuentra equitativa-
mente representada, puesto que es más grande para aquellas regiones de nuestra
piel que desempeñan una función crítica en la discriminación táctil y de las que
necesitamos obtener una miríada de información sensorial de gran precisión
para posibilitar un control exacto de su movilidad.
Seguro que el lector tiene presente que no todas las partes de su cuerpo tienen
la misma sensibilidad sensorial. Las yemas de nuestros dedos o nuestros labios
presentan una capacidad muy alta de discriminación sensorial. Por ello, cuando
besamos otros labios o cuando acariciamos otra piel con nuestros dedos, somos
capaces de experimentar sensaciones muy ricas en cuanto a estimulación senso-
rial se refiere. Lo mismo ocurre con el movimiento. No es la misma la precisión
necesaria para llevar a cabo el movimiento de nuestros dedos cuando tocamos
un piano o una guitarra que el movimiento que podemos inferir a nuestro
tronco para girarnos noventa grados. Invito al lector a llevar a cabo un pequeño
experimento de discriminación sensorial. Pídale a alguien que le vaya tocando su
espalda con varios dedos de su mano, de tal forma que entre los dedos no exista
una separación superior a un centímetro y medio y las puntas de todos los dedos
toquen al mismo tiempo la superficie de su espalda. Pídale a la persona que vaya
variando aleatoriamente el número de dedos que tocarán su espalda e intente
adivinar cuántos son después de cada prueba. Lo que seguramente le sorprenderá
es que en muchas de las ocasiones percibirá un solo dedo aun cuando le estén
tocando con dos o tres dedos. Si este mismo experimento lo lleváramos a cabo en
otra parte de nuestro cuerpo con mayor capacidad de discriminación sensorial,
la detección de los dedos sería más certera.
La representación desmedida en la corteza sensorial de las diversas regiones
de nuestro cuerpo se encuentra proporcionalmente relacionada a la densidad
de las conexiones sensoriales que recibe de cada una de ellas. Las regiones que
presentan mayor capacidad de discriminación sensorial, en términos genera-
les, envían mayor cantidad de información que aquellas con baja resolución.
© Editorial UOC 59 Una máquina bien engranada
No obstante, hemos de tener presente que el espacio que ocupa una parte del
cuerpo en la corteza no es inmutable o estático. Además, tampoco se explica
únicamente por la densidad de las conexiones sensoriales que recibe. Si una
parte del cuerpo no se puede utilizar, su representación cortical disminuye de
tamaño, y también a la inversa. Por este motivo, el tamaño de la representación
cortical puede variar en función del uso y de la experiencia. Lo mismo ocurre
en caso de lesiones. Cuando hay una lesión en alguna de las vías o de los sis-
temas que llevan la información a la corteza, la región que queda desprovista
de entrada de información pasa a ocuparse de procesar la información de otras
regiones que siguen enviando información a la corteza sensorial.
En la corteza que recibe la información sensorial de las diferentes zonas de
nuestro cuerpo, la región que ocupa la mano o el área que ocupa la cara es
similar a la superficie cortical ocupada por el tórax y los brazos. Si analizamos
de una forma específica la región ocupada por la mano, podemos observar que
un 30% aproximadamente corresponde al dedo pulgar. Si hacemos lo mismo
con la cara, el 30% del área responde al contacto de los labios. Tal como
comentábamos inicialmente, se da una representación en la corteza muy des-
proporcionada en relación a la superficie real de nuestra piel. Esta despropor-
ción responde a importantes implicaciones de tipo funcional. De este modo,
las regiones de nuestro cuerpo que requieran gran cantidad de conexiones
y que proporcionen una información detallada necesaria para llevar a cabo
ciertas funciones contarán con más superficie cortical. No es de extrañar, por
lo tanto, que las manos, que se encuentran implicadas en la manipulación y
reconocimiento de los objetos, la piel de la cara, que resulta importante para
la expresión facial, y los labios y la lengua, que se encuentran relacionados
con el habla, queden representados en grandes áreas de la corteza, puesto que
la manipulación, la expresión facial y el habla constituyen funciones de gran
importancia para nuestra especie. Por consiguiente, los mapas de la corteza
sensorial no representan el cuerpo en proporción real. Las zonas con mayor
representación cortical son aquellas partes del cuerpo que desempeñan un
papel fundamental en la discriminación táctil y de las que se debe tener infor-
mación sensorial precisa.
Lo mismo ocurre con la corteza motora. En ella también se da una represen-
tación desproporcionada de las diferentes regiones del cuerpo. Constantemente
se están poniendo en marcha los cuidadosos planes motores que se desarrollan
en nuestro cerebro y que finalmente conllevan a la coordinación de diversos
grupos musculares para permitir un determinado movimiento. La visión, la
© Editorial UOC 60 El cerebro estresado
da en los lóbulos frontal, parietal, occipital, temporal y límbico; los ganglios basa-
les compuestos principalmente por los núcleos caudado, putamen y globo pálido;
estructuras del sistema límbico como el hipocampo y la amígdala; el diencéfalo
compuesto por tálamo e hipotálamo (podemos, incluso, distinguir otras subdivi-
siones); el tronco del encéfalo compuesto por el mesencéfalo, la protuberancia (o
puente) y el bulbo raquídeo; y por último el cerebelo. El sistema nervioso periférico
está compuesto fundamentalmente por los ganglios y los nervios craneales y
espinales que se imbuyen en casi todas las partes del cuerpo transportando infor-
mación hacia el sistema nervioso central y llevando la proveniente de éste hacia
la periferia. Los nervios espinales tienen dos componentes claramente diferencia-
dos: por una parte el componente sensitivo que envía la información sensorial de
los receptores distribuidos en la piel, músculos, articulaciones y órganos internos
hacia el sistema nervioso central, y el componente motor que transmite la infor-
mación elaborada en el sistema nervioso central a los mecanismos eferentes como
músculos y glándulas. El soma de la neurona sensorial se localiza en el ganglio de
la raíz dorsal, mientras que el soma de la neurona que conforma el nervio espinal
se localiza en la propia médula espinal. Un esquema conceptual similar se puede
extrapolar a la organización de los nervios craneales.
Es importante tener claro que el sistema nervioso periférico tiene dos com-
ponentes principales. Por un lado el sistema nervioso autónomo y por otro el
sistema nervioso somático. El sistema nervioso autónomo está implicado en la
regulación interna del cuerpo, estableciendo un equilibrio entre la respuesta
de los órganos internos, las glándulas y la vasculatura en función de las con-
diciones en las que se encuentre el organismo. El sistema nervioso somático
recoge la información sensorial, mediante neuronas sensoriales cuyo soma se
localiza en ganglios cercanos a la médula espinal y al tronco del encéfalo, de
los diferentes receptores dispersos por la superficie del cuerpo, los órganos de
los sentidos y la musculatura.5 Asimismo, el sistema nervioso somático también
proyecta los axones de las neuronas motoras, cuyo soma se localiza en el siste-
5. Los receptores sensoriales asociados a los músculos informan sobre las deformaciones mecáni-
cas que se producen en el cuerpo, proporcionando una idea bastante precisa de cómo, cuánto
y cuándo realizamos los movimientos, lo que el fisiólogo Charles Sherrington denominó
propiocepción. Entre los principales propioceptores destacan aquellos que se localizan en los
músculos: los husos musculares y los órganos tendinosos de Golgi. No obstante, los mecano-
rreceptores de las articulaciones (los corpúsculos de Ruffini, los corpúsculos de Pacini y las
terminaciones nerviosas libres) también nos proporcionan una información muy importante
para el procesamiento de diferentes aspectos propioceptivos del organismo.
© Editorial UOC 63 Una máquina bien engranada
7. El soma de las neuronas motoras somáticas se localiza en el asta ventral de la médula espinal,
mientras que las neuronas motoras viscerales se ubican en la parte lateral de la zona inter-
media en los últimos segmentos lumbares y en los segmentos sacros (fibras preganglionares
del sistema nervioso parasimpático), y en el asta lateral de los segmentos torácicos y de los
primeros lumbares (fibras preganglionares del sistema nervioso simpático).
8. Grupo de fibras nerviosas que tienen el mismo origen, final y función. Normalmente suele ser
equivalente a fascículo y a vía.
© Editorial UOC 65 Una máquina bien engranada
Figura 10. En la parte izquierda de la imagen se muestran la médula espinal y los nervios
espinales. En la parte superior derecha se muestra un corte trasversal de la médula espinal
donde se esquematiza la entrada de información sensorial y la salida eferente de la misma.
En la parte inferior derecha se muestran las principales subdivisiones de la sustancia blanca
y de la sustancia gris de la médula espinal.
Figura 11. En la parte superior izquierda de la imagen se muestra la ubicación del tálamo y
del hipotálamo y de los tres componentes principales del tronco del encéfalo: mesencéfalo,
protuberancia y bulbo raquídeo. En la parte inferior derecha se muestra un corte sagital
medial con las principales subdivisiones del diencéfalo.
9. Nótese que el nervio óptico es el único nervio craneal que entra en el sistema nervioso central
a la altura del diencéfalo.
© Editorial UOC 69 Una máquina bien engranada
tener la información visual necesaria para regular los diferentes patrones cícli-
cos conductuales y hormonales (tal como se explicará en el próximo capítulo).
Por otro lado, el hipotálamo también recibe información visceral a través de
las proyecciones ascendentes que llegan a un núcleo localizado en el tronco del
encéfalo, el núcleo del tracto solitario. Se ha podido comprobar que el núcleo
del tracto solitario envía proyecciones directas a neuronas ubicadas en el hipo-
tálamo lateral y en el núcleo paraventricular del hipotálamo. Pero no toda la
información sensorial que llega al hipotálamo es de origen sináptico. Teniendo
en cuenta que el hipotálamo está implicado en la regulación de diferentes pro-
cesos fisiológicos, como la ingesta, deberá tener un control de las concentracio-
nes de diferentes sustancias presentes en el plasma sanguíneo. De esta forma,
necesita tener una quimiosensibilidad a moléculas que se encuentran fuera del
sistema nervioso central, lo que le permitirá, por ejemplo, conocer los niveles
de glucosa en sangre, y poder regular los procesos de inicio o finalización de la
ingesta de alimentos (siguiendo el ejemplo).
Adyacente al mesencéfalo, en la parte posterior dorsal, se localiza el epi-
tálamo que está conformado por la estría medular, la glándula pineal y la
habénula. La estría medular se origina en la base de la epífisis dirigiéndose al
límite interno del triángulo de la habénula y ocupando el ángulo formado por
las caras superior e interna del tálamo. La estría medular se une a los pilares
anteriores del trígono hasta llegar a la sustancia gris. La glándula pineal queda
localizada en la parte posterior del techo del tercer ventrículo a nivel de la
línea media. Al igual que la hipófisis, esta estructura es impar y se encuentra
íntimamente relacionada con la regulación neuroendocrina. Si analizamos la
anatomía macroscópica de la parte posterior del tronco del encéfalo, podre-
mos observar que se localiza en una posición dorsal a los colículos superiores
del mesencéfalo. Esta glándula está funcionalmente implicada en la regula-
ción de los ritmos circadianos, sobre todo en aquellos donde la información
visual tiene un peso fundamental. La glándula pineal secreta melatonina,
sintetizada a partir de la ruta neuroquímica de la serotonina. En forma de
brida, adyacente al tálamo, y a ambos lados de la glándula pineal se localiza
la habénula. Algunas evidencias experimentales han sugerido que la habénula
podría formar parte de una puerta de enlace entre el hipotálamo y el mesen-
céfalo para el control y la regulación de diferentes procesos emocionales. Por
debajo del tálamo y posterior al hipotálamo se extiende el subtálamo hasta
llegar al mesencéfalo, concretamente a la sustancia negra.
En 1878, el neurólogo francés Paul Broca observó que en la superficie medial
© Editorial UOC 71 Una máquina bien engranada
del cerebro había todo un conjunto diferenciado de áreas corticales con forma
ovalada. Broca definió el lóbulo límbico como el tejido cortical que forma un
borde encima de la cara medial de los hemisferios, en torno al tronco del encé-
falo y del cuerpo calloso. Con posterioridad, estas estructuras del lóbulo límbi-
co descrito por Broca, junto con los bulbos olfativos se pasaron a denominar
rinencéfalo; es decir, se hablaba del cerebro olfativo, dado que se pensaba que
dichas estructuras tenían un gran peso en la percepción de los olores y en el
control de las conductas guiadas por el olfato. El anatomista C. Judson Herrick
observó que en animales más primitivos desde un punto de vista filogenético,
el olor tenía una función capital en la mayoría de sus conductas. Este investi-
gador propuso que la neocorteza era, en sí misma, el crecimiento evolutivo del
cerebro olfativo. El americano J. Papez describió que la corteza del rinencéfalo
era la única que tenía conexiones anatómicas demostradas con el hipotálamo
(estructura considerada clave en la expresión de las emociones). Así, Papez
propuso que el papel fundamental de estas estructuras era el procesamiento de
la información emocional. Papez describió un sistema anatómico emocional
localizado en la pared medial de los hemisferios, que interconectaba la corteza
y el hipotálamo. En 1952, el americano Paul MacLean, con el fin de obviar el
concepto de cerebro olfativo y enlazar su propuesta con la teoría emocional
de Papez, habló de cerebro visceral. De este modo, MacLean utilizó el término
sistema límbico para referirse a la corteza límbica y a sus conexiones con el tron-
co del encéfalo, a la vez que propuso que este sistema participaría en el control
y elaboración de las emociones, y no tanto en el sistema del olfato. En 1952,
MacLean introdujo en la literatura el concepto sistema límbico, recuperando
el término límbico descrito con anterioridad por Broca. Hoy en día sabemos
que desde un punto de vista anatómico, el sistema límbico está compuesto por
una serie de estructuras corticales y subcorticales ampliamente interconectadas
entre sí, con proyecciones directas sobre el hipotálamo y el tronco encefálico.
Como exponente de las estructuras subcorticales del sistema límbico tene-
mos a la amígdala. Se trata de un grupo de núcleos con forma de almendra
en el corazón del telencéfalo, que se ha relacionado con una amplia gama
de funciones cognitivas incluyendo la emoción, la cognición social, los pro-
cesos de aprendizaje y memoria, la atención y los mecanismos perceptivos.
Concretamente, se constituye a partir de un conjunto heterogéneo de trece
núcleos con regiones corticales asociadas localizados en el polo rostral medial
del lóbulo temporal, por debajo del uncus, anterior al hipocampo y al asta infe-
rior del ventrículo lateral. La amígdala se fusiona con la corteza periamigdaloi-
© Editorial UOC 72 El cerebro estresado
de, la cual forma parte de la superficie del uncus (véase Figura 13). La amígdala
también linda con el putamen y la cola del caudado. Los diferentes núcleos
amigdalinos y áreas corticales asociadas difieren citoarquitectónicamente, qui-
micoarquitectónicamente y en los patrones de conectividad. De este modo,
diferentes estudios de trazadores anterógrados y retrógrados han demostrado
que cada núcleo, y cada subdivisión nuclear se encuentra específicamente
interconectada con otros núcleos de la amígdala y/o con otras áreas cerebrales.
En el capítulo 4 haremos una descripción muy detallada de las implicaciones
funcionales de esta estructura subcortical.
Como exponente cortical del sistema límbico tenemos al hipocampo. El hipo-
campo, o información hipocampal, es una porción de corteza con una forma
curvilínea localizada en el interior del lóbulo temporal medial. Las secciones
coronales nos permiten distinguir tres zonas claramente diferenciadas: el giro
Figura 13. En la parte izquierda de la imagen se muestra un corte coronal donde se señala al
hipocampo y a la corteza que lo rodea en el lóbulo temporal medial. En la parte superior dere-
cha se muestran las principales aferencias que le llegan a esta estructura y en la parte inferior
derecha las principales eferencias que emite. También se muestra la ubicación de la amígdala.
© Editorial UOC 73 Una máquina bien engranada
10. A excepción de este punto de unión establecido entre el caudado y el putamen a la altura de
la cabeza del caudado, los dos núcleos se encuentran separados por la cápsula interna.
© Editorial UOC 75 Una máquina bien engranada
11. Con excepción de los núcleos profundos, que están constituidos por sustancia gris por debajo
de la superficie cerebelosa.
© Editorial UOC 76 El cerebro estresado
Figura 16. Representación de los principales haces de fibras que conectan regiones a dife-
rentes distancias dentro del mismo hemisferio.
12. Ya que son los núcleos pontinos del tronco del encéfalo los que proyectan sobre el cerebelo.
© Editorial UOC 84 El cerebro estresado
Capítulo III
provocando un aumento del riego sanguíneo en los órganos que necesitan res-
ponder con rapidez ante la situación estresante (como el corazón, los músculos
o el cerebro) y generando una serie de cambios fisiológicos generales que nos
pueden ayudar a poner en marcha respuestas adaptativas para facilitar nuestra
propia supervivencia, en este caso para evitarnos un posible mordisco. Ante
un estímulo estresante, como la aparición inesperada del estruendoso perro de
nuestro ejemplo, la rama simpática del sistema nervioso autónomo aumenta la
secreción de noradrenalina y estimula a la médula de la glándula suprarrenal a
fin de que segregue adrenalina, movilizando y poniendo en marcha diferentes
procesos metabólicos que proporcionan energía.15
15. Tanto el sistema nervioso simpático como el parasimpático envían información a un tercer sis-
tema que es totalmente periférico, el sistema nervioso entérico. Este sistema forma dos plexos
cuyos somas neuronales se localizan en múltiples ganglios. Funcionalmente, se encuentra
relacionado con el sistema digestivo.
16. Por este motivo, hablamos de sistema neuroendocrino, para referirnos a las regiones de nues-
tro sistema nervioso implicados en la regulación endocrina.
© Editorial UOC 91 Fisiología de la respuesta de estrés
3. La respuesta
17. Los circuitos cerebrales que regulan las respuestas autonómicas al estrés denotan una gran com-
plejidad. El núcleo paraventricular del hipotálamo presenta proyecciones considerables tanto a
núcleos del sistema nervioso simpático como a núcleos del sistema nervioso parasimpático, inclu-
yendo el núcleo del tracto solitario, el núcleo motor dorsal del nervio vago, el núcleo intermedio-
lateral, el locus coeruleus y el bulbo ventrolateral. El locus coeruleus, el bulbo ventrolateral rostral
y el núcleo paraventricular inervan directamente al núcleo intermediolateral y se les atribuye
el inicio de las respuestas simpáticas. El núcleo del tracto solitario a su vez recibe los estímulos
directos de las neuronas en la corteza infralímbica, la amígdala central y el núcleo paraventricu-
lar. Otras regiones del hipotálamo, muy particularmente el hipotálamo dorsomedial, modulan la
activación del sistema nervioso autónomo a través de conexiones con el núcleo paraventricular
(y posiblemente a través de otras vías descendentes). El flujo de salida parasimpático se transmite
principalmente mediante salidas descendentes del núcleo motor dorsal del nervio vago y del
núcleo ambiguo y se encuentra bajo la influencia directa de la corteza prelímbica, del núcleo
paraventricular y posiblemente de otras vías de relevo descendentes. Los efectos parasimpáticos
de la porción anterior del núcleo de la cama de la estría terminal se transmiten probablemente
mediante relevos en el núcleo paraventricular y en el núcleo del tracto solitario. La complejidad
anatómica de la integración del sistema nervioso autónomo queda subrayada por la combinación
de neuronas de proyección simpática y parasimpática en núcleos individuales.
© Editorial UOC 92 El cerebro estresado
Figura 17. Interacción de los sistemas neuroendocrino (eje hipotálamo pituitario adrenal –
HPA–) y autonómico en la respuesta al estrés. En respuesta a un agente estresante, las neuronas
parvocelulares del núcleo paraventricular del hipotálamo sintetizan la hormona liberadora de
corticotropina (CRH). Esta última es liberada junto con la arginina vasopresina (AVP) en la san-
gre (eminencia media), produciendo la secreción en la circulación sanguínea de la hormona
adrenocorticotrópica (ACTH) por parte de las células secretoras de la hipófisis anterior. La ACTH
activa la captación de glucosa en los músculos y estimula la secreción de glucocorticoides en
la corteza de la glándula adrenal. Los glucocorticoides facilitan la presencia de glucosa en los
tejidos que la requieren para poner en marcha la respuesta más adaptativa. Por otro lado, en
relación con el sistema autónomo, la activación del sistema nervioso simpático se inicia cuando
la información hipotalámica llega a las células preganglionares simpáticas de la médula espinal,
por medio del núcleo paraventricular del hipotálamo o, indirectamente, a través del núcleo del
tracto solitario. Esta información llega a la cadena ganglionar simpática paravertebral, donde
se localiza la sinapsis con las neuronas postganglionares. Estas últimas liberan noradrenalina
en los diferentes órganos que inervan. Asimismo, las neuronas preganglionares simpáticas pro-
ducen la activación directa de la médula de la glándula adrenal, estimulando la liberación de
adrenalina al torrente circulatorio. Las sustancias secretadas por la acción del sistema nervioso
simpático (noradrenalina y adrenalina) aumentan el flujo sanguíneo a los músculos y provo-
can que el glucógeno almacenado se convierta con rapidez en glucosa para ser utilizada. Los
glucocorticoides liberados en la circulación sanguínea promueven la movilización de la energía
almacenada y potencian los numerosos efectos mediados por el sistema nervioso simpático. El
sistema nervioso simpático también inerva directamente la corteza de la glándula suprarrenal,
participando en la regulación de la liberación de glucocorticoides. En definitiva, el eje HPA y el
sistema simpático tienen acciones complementarias en todo el cuerpo, incluyendo la moviliza-
ción de energía y el mantenimiento de la presión sanguínea durante el estrés
© Editorial UOC 94 El cerebro estresado
18. Los mecanismos funcionales de los receptores para glucocorticoides son bastante complejos:
pueden activar la trascripción génica (transactivación) y la pueden reprimir (transrepresión).
Asimismo, la codificación génica de los propios receptores es harto compleja, ya que intervie-
nen mecanismos de splicing alternativo, cambios epigenéticos, etcétera. Para una revisión se
recomienda leer Carlberg y Seuter (2010).
© Editorial UOC 97 Fisiología de la respuesta de estrés
crino cuando los niveles de glucocorticoides son elevados. De esta forma, las
neuronas del núcleo paraventricular del hipotálamo y las neuronas hipocam-
pales muestran una alta expresión de este tipo de receptores (recordemos que
el hipocampo envía proyecciones inhibitorias sobre las neuronas del núcleo
paraventricular del hipotálamo). De todas formas, es necesario destacar que las
neuronas del hipocampo también presentan receptores de corticosteroides de
tipo MR. Asimismo, en algunos núcleos de la amígdala y de la corteza prefron-
tal también aparecen niveles de GR que van de moderados a altos. Ya veremos
en capítulos posteriores cómo estos receptores, en estas tres estructuras cere-
brales, desempeñan un papel crítico a la hora de explicar los efectos que tiene
la respuesta de estrés sobre los mecanismos de aprendizaje y memoria. En defi-
nitiva, podemos concluir que nuestro cerebro es capaz de medir la cantidad de
glucocorticoides que hay en nuestra sangre. Asimismo, también puede analizar
la velocidad de cambio de nivel. De forma añadida, hemos de tener presente
que las respuestas diferenciales del GR dependen del patrón pulsátil de libera-
ción de glucocorticoides. Este aspecto lo trataremos al final de este capítulo.
En condiciones normales, un aspecto relevante del sistema pituitario–adre-
nal es la conexión de proalimentación19 positiva y retrasada entre la hipófisis
y la glándula adrenal y una retroalimentación negativa de los glucocorticoides
sobre la liberación de ACTH. En seres humanos, cada episodio de secreción
de ACTH es seguido de una respuesta retrasada de cortisol, además del rápido
efecto inhibitorio que éste ejerce sobre la secreción de ACTH. Tal como hemos
visto, al núcleo paraventricular del hipotálamo le llega información desde
diferentes estructuras del sistema nervioso. Estas neuronas reciben conexiones
del núcleo supraquiasmático, lo cual puede contribuir a los patrones rítmicos
de actividad del eje endocrino, tal como se describirá al final del capítulo.
Asimismo, el núcleo paraventricular también recibe información de diferentes
componentes del sistema límbico relacionados con el procesamiento de la
información emocional (en el capítulo 4, profundizaremos en esta relación).
El tronco del encéfalo proporciona información crítica sobre el medio interno
a esta región hipotalámica. Además, los glucocorticoides ejercen una retroali-
mentación negativa sobre la liberación de CRH y de AVP por parte de las neu-
19. El concepto de proalimentación (del inglés, Feed-forward) describe un tipo de sistema capaz de
reaccionar a los cambios en su entorno de manera predefinida. En contraposición un sistema
de retroalimentación que necesita que la variable de interés reaccione a los cambios para
detectar así su aparición.
© Editorial UOC 98 El cerebro estresado
ronas del núcleo paraventricular. Estas neuronas liberan CRH y AVP al sistema
porta, para activar a las células corticotrópicas de la hipófisis anterior a secretar
ACTH al torrente sanguíneo. En seres humanos y en otros animales, la prin-
cipal localización para la retroalimentación negativa de los glucocorticoides
circulantes es la hipófisis anterior. Tal como exponíamos anteriormente, existe
un retraso en el efecto de proalimentación de la ACTH sobre la secreción de
glucocorticoides. Este efecto resulta de la necesidad para la ACTH de inducir
la síntesis de glucocorticoides antes de que se liberen desde las células de la
corteza adrenal. Es necesario tener presente que la inervación simpática de la
glándula adrenal puede modular la sensibilidad de esta glándula a la ACTH
circulante. Esto podría ayudar a explicar, como mínimo parcialmente, la diso-
ciación existente entre ACTH y glucocorticoides.
Aproximadamente un 95% de la cantidad total de glucocorticoides circulan-
tes se encuentra unido a proteínas trasportadoras que hacen que esta hormona
no presente actividad biológica hacia sus células diana. La principal proteína
trasportadora de estas hormonas es la globulina de unión a los corticosteroides
(CBG). Cameron et al., (2010) han mostrado que el efecto de los glucocorticoi-
des sobre sus tejidos diana se encuentra más relacionado con el perfil pulsátil
pronunciado de esteroides libres y con actividad biológica que con el nivel
total de cortisol medido en el torrente circulatorio. Teniendo presente que
la forma libre de glucocorticoides es crucial para la consiguiente respuesta de
señalización intracelular, este efecto tienen una importante implicación fisio-
lógica. Además la CBG actúa como un sensor de temperatura, en tanto que
muestra una marcada reducción de la afinidad por los glucocorticoides cuando
la temperatura corporal aumenta durante los procesos de fiebre.
En definitiva, los glucocorticoides son secretados tónicamente (con varia-
ción en función de los ritmos circadianos) o de forma fásica en respuesta a
un agente estresante. En respuesta al estrés, los glucocorticoides refuerzan las
acciones del sistema nervioso simpático sobre el sistema circulatorio y contri-
buyen a mantener los niveles de glucosa en la sangre. Asimismo, facilitan la
disponibilidad de grasas como fuente de energía. Por ejemplo, estas hormonas
generan una inhibición del almacenamiento de glucosa en los tejidos periféri-
cos (por medio de la inhibición de la secreción de insulina e incrementando la
secreción de glucagón), estimulan la formación de glucosa a partir del hígado
y provocan un aumento de aminoácidos en la sangre, para generar nueva glu-
cosa y reparar los tejidos dañados (véase Figura 18). Entre otras acciones, una
secreción prolongada de glucocorticoides: 1) inhibe los procesos inflamatorios
© Editorial UOC 99 Fisiología de la respuesta de estrés
Figura 19. Cuando el cerebro detecta una amenaza, se activa una respuesta fisiológica
coordinada que implica componentes del sistema autónomo, neuroendocrino, metabólico
e inmunitario. Con relación a la respuesta de estrés a largo plazo, el sistema que se activa
es el eje hipotálamo hipofisario adrenal (HPA). Las neuronas hipotalámicas de la región
parvocelular medial del núcleo paraventricular liberan la hormona liberadora de corticotro-
pina (CRH) y arginina vasopresina (AVP). Esto activa la secreción subsiguiente de hormona
adrenocortico-trópica o corticotropina (ACTH) de la hipófisis anterior, lo que conlleva la pro-
ducción de glucocorticoides por parte de la corteza de la glándula adrenal. En la respuesta
de estrés a corto plazo, la médula de la glándula suprarrenal libera catecolaminas (adrena-
lina y noradrenalina). La capacidad de respuesta del eje HPA al estrés viene determinada en
parte por la capacidad de los glucocorticoides para regular la liberación de ACTH y CRH al
unirse a dos receptores de corticosteroides: el receptor de glucocorticoide (GR) y el receptor
de mineralcorticoide (MR). Tras la activación del sistema y una vez apaciguado el factor de
estrés percibido se desencadenan bucles de retroalimentación a varios niveles del sistema (es
decir, desde la glándula adrenal hasta el hipotálamo y otras regiones del cerebro, como, por
ejemplo, el hipocampo y la corteza frontal) a fin de ordenar la desconexión del eje HPA y
regresar a un punto homeostático. Por el contrario, la amígdala activa el eje HPA para poner
en movimiento la respuesta al estrés. Adaptada de Lupien, McEwen, Gunnar y Heim (2009).
© Editorial UOC 102 El cerebro estresado
región podría ser un sustrato neural crítico subyacente a las respuestas de adap-
tación y de afrontamiento ante el estrés.
En definitiva, a la luz de las investigaciones que hemos comentado podría
haber una diferenciación cuantitativa y cualitativa en relación al género en
las regiones cerebrales que se activan en la respuesta de estrés (sobre todo,
cuando el agente es de tipo psicosocial). Además, las variaciones en cortisol se
encontrarían asociadas con la actividad prefrontal asimétrica mostrada por los
hombres, mientras que la activación de diferentes componentes límbicos (en
especial, el estriado ventral) mostraría un menor grado de correlación con el
cortisol, en el caso de las mujeres.
Trabajos muy recientes sugieren que la actividad pulsátil del eje HPA parece
ser crítica para una óptima respuesta de diferentes procesos neurales que son
sensibles a los glucocorticoides. Algunos autores sugieren que este eje neu-
roendocrino está en un continuo estado dinámico que fluctúa con rapidez.
En organismos que no están sometidos a agentes estresantes, la actividad del
eje HPA presenta una ritmicidad muy marcada. Nuestro organismo, de hecho,
está sujeto a diferentes ritmos que siguen una regularidad. ¿Cómo son estos
ritmos?
Los períodos que pasamos durmiendo y en vigilia presentan una periodici-
dad. Si nos paramos a pensar, muchas de las conductas que implementamos
en nuestra dinámica diaria presentan cierta regularidad rítmica. Pero, ¿qué es
un ritmo circadiano? Un ritmo circadiano es un ciclo rítmico de aproximada-
mente veinticuatro horas de duración, es decir, un ciclo que ocurre con una
periodicidad circadiana.
Desde un punto de vista biológico, existen distintos tipos de ritmos
implicados en la regulación de diversos procesos. Sin ir más lejos, tal como
veremos en capítulos posteriores, los diferentes estadios del sueño presentan
una periodicidad de aproximadamente noventa minutos de duración (ritmo
ultradiano). En diferentes especies animales, las conductas copulatorias se
organizan en ciclos estacionales y son elicitadas por diversos y variados meca-
© Editorial UOC 109 Fisiología de la respuesta de estrés
20. Concretamente, parece que la población de neuronas crítica es aquella que se localiza en
la parte ventrolateral del núcleo adyacente al quiasma óptico y que contiene una proteína
específica de unión al calcio: la calbindina-D28K (se trata de una proteína fijadora de calcio
estimulada por la vitamina D).
21. Las neuronas preganglionares del sistema nervioso autónomo (rama simpática), cuyo soma se
localiza en la zona intermediolateral del asta lateral de la médula espinal torácica modulan la
actividad de las neuronas postganglionares, cuyo soma se ubica en el ganglio cervical superior
y proyectan sobre la glándula pineal.
© Editorial UOC 114 El cerebro estresado
Figura 21. Diagrama simplificado que muestra los circuitos moleculares básicos que con-
trolan la expresión del gen CLOCK en una neurona del núcleo supraquiasmático. Las líneas
discontinuas presentan el sistema de inhibición del circuito mediante las proteínas PER y
CRY. Estas proteínas interactúan con el complejo CLOCK–BMAL1 e inhiben su inducción
transcripcional en los genes Per y Cry. CLOCK–BMAL1, por su parte, induce la transcripción
de otros genes, como el gen de la vasopresina y el gen del DBP (un factor de transcrip-
ción que se expresa en los tejidos centrales y periféricos). NSQ: núcleo supraquiasmático.
Adaptado de Krueger et al. (2008).
© Editorial UOC 115 Fisiología de la respuesta de estrés
Ahora que tenemos una idea más o menos clara de cómo operan los ritmos
en nuestro organismo, vayamos a la respuesta de estrés. En el capítulo 1 se ha
intentado definir el concepto de homeostasis y de alostasis. En esta perspectiva,
una cuestión que nos hemos de plantear es la de si el organismo se encuentra
siempre en un equilibrio constante. Asimismo, otra cuestión derivada de ésta
y relacionada con el eje HPA, es si la secreción de glucocorticoides ocurre sólo
cómo un proceso de secreción tónica que varía de amplitud y que se encuentra
únicamente relacionado con los ritmos circadianos o con la respuesta fásica a
un agente estresante, o bien si la actividad de este eje ocurre de una forma más
pulsátil en aras de un equilibrio dinámico continuo. Autores como Stafford
Lightman y Becky Conway–Campbell abogan por esta última posibilidad.
Figura 22. Diferentes sustancias pueden modificar la actividad de los genes CLOCK.
Asimismo, la expresión de los genes CLOCK modula el estado de varios sistemas neuroquími-
cos cerebrales que pueden estar relacionados con la génesis de algunos estados patológicos,
como los trastornos del estado de ánimo y la adicción a las drogas. Los corticoides influyen
sobre la expresión de los genes CLOCK y están modulados, a su vez, por éstos. DA: dopami-
na; Glu: glutamato; 5–HT: serotonina; CORT: corticoides. Adaptado de Krueger et al. (2008).
© Editorial UOC 117 Fisiología de la respuesta de estrés
Según estos autores, el eje HPA funciona de una manera más efectiva cuando
fluctúa de forma rápida a lo largo de un rango amplio de valores fisiológicos.
Parece haber un patrón de secreción oscilatorio de glucocorticoides bajo una
periodicidad ultradiana (cada hora). En el contexto de esta hipótesis, la secre-
ción pulsátil de estas hormonas proporciona las bases para un mecanismo de
equilibrio dinámico y continuo, fundamental para los procesos de autorregula-
ción de la homeostasis y la alostasis.
Las personas presentamos una ritmicidad circadiana en el patrón de secre-
ción de glucocorticoides y de ACTH que anticipa la vigilia y el ciclo de acti-
vidad. Es decir, las hormonas del estrés en condiciones normales aumentan
aproximadamente una hora antes de despertarnos. Parece ser que resulta
necesaria esta liberación hormonal para poner fin al sueño. Seguro que al lec-
tor le ha pasado alguna vez algo parecido. Imagínese que está acostumbrado
a levantarse siempre a las siete de la mañana. Llega el sábado y decidimos
poner el despertador a las diez, no obstante cuando llegan las siete ya esta-
mos despabilados. Asimismo, algunas personas no necesitan despertador para
levantarse, parecen tener un control de cuando se despertarán. Supongamos
que nos vamos de viaje y tenemos que levantarnos a las cinco. Nos ponemos
el despertador para no dormirnos, pero resulta que a las cinco menos diez nos
despertamos. ¿Cómo es posible que cada día estamos acostumbrados a des-
pertamos a las siete y hoy nos despertamos antes de que la alarma suene a las
cinco? Jan Born et al. publicaron en 1999 un trabajo en la revista Nature donde
demostraron que la expectación de que el sueño finalizará a una determinada
hora induce un marcado aumento en la concentración de ACTH en sangre una
hora antes de despertar. Estos investigadores informaron a un grupo de sujetos
que los despertarían a las seis de la mañana. Resulta que a las cinco los niveles
de ACTH aumentaron intensamente. Con este trabajo se ha demostrado que la
regulación de la liberación de ACTH durante el sueño refleja un proceso prepa-
ratorio en la anticipación de la finalización del sueño.
Durante el invierno, cuando comienza la temporada de esquí, intento bus-
car tiempo para dejar que mis esquís se deslicen por la nieve andorrana. Para
aprovechar al máximo el día y poder estar a primera hora de la mañana en pis-
tas tengo que levantarme a las cuatro y media de la mañana. A pesar de que se
que mi despertador funciona a las mil maravillas, la noche anterior compruebo
varias veces que la alarma se ha programado correctamente. Cuando me voy a
dormir noto como que el sueño es mucho más ligero y de peor calidad. Tengo
sueños de contenido bastante inconexo que me dejan algo ansioso y me levan-
© Editorial UOC 118 El cerebro estresado
de esta forma, tanto en la actividad del eje HPA, como en la actividad del siste-
ma nervioso autónomo (dos de los componentes que estudiaremos en relación
a la expresión de una emoción y que hemos visto a lo largo de este capítulo
que son los principales constituyentes de la respuesta de estrés). Asimismo, la
amígdala responde a cambios rápidos en los niveles circulantes de glucocorti-
coides, lo cual la emplaza en una posición cardinal para la puesta en marcha de
la respuesta de estrés. En el capítulo 4 analizaremos la íntima relación entre la
respuesta de estrés y la regulación emocional. Asimismo, en el capítulo 9 vere-
mos qué correspondencia podemos demarcar entre las alteraciones del estado
del ánimo y el estrés.
Veíamos al comienzo del capítulo que solo un 5% del cortisol en sangre es
biológicamente activo, en tanto que el 95% del restante se encuentra unido a
Figura 23. Un aspecto que se ha utilizado como medida de las conductas defensivas es la
agresión. Para estudiar la agresión, se puede utilizar el paradigma del residente y el intruso.
Para ello se coloca una rata macho (intrusa) en la jaula de otra rata macho (residente), y
se evalúan las respuestas agresivas de la rata residente (erguirse sobre las patas posteriores,
ataques a la rata intrusa, etcétera.) y las respuestas defensivas de la rata intrusa (actitud de
sumisión, inmovilización, lucha, etcétera.).
© Editorial UOC 121 Fisiología de la respuesta de estrés
Capítulo IV
22. Se utiliza la terminología científica inglesa arousal para referirnos a un estado generalizado de
activación cortical inespecífica.
© Editorial UOC 126 El cerebro estresado
Figura 24. Las emociones son elicitadas generalmente por situaciones o estímulos específi-
cos que tienen lugar en determinados contextos. No obstante, en los seres humanos algunos
pensamientos o memorias pueden elicitar una emoción. Las emociones incluyen algunos
cambios fisiológicos y conductuales que pueden no ser accesibles de forma consciente.
Además, las emociones pueden facilitar las interacciones sociales, que son beneficiosas para
la supervivencia individual y para la perpetuación de la especie. Autores como Eric Kandel
sugieren un modelo de control de las emociones por parte de los sistemas neurales en el que
tiene lugar tanto un procesamiento cortical como subcortical de la información emocional.
En primer lugar, siguiendo dicho modelo, un determinado estímulo tiene que tener la capa-
cidad para elicitar la emoción en cuestión. Dicha capacidad puede estar relacionada con las
características intrínsecas del estímulo (relevancia subjetiva, saliencia, importancia biológica)
o bien puede haberse adquirido a través de los mecanismos de aprendizaje y memoria. Una
vez se ha procesado la información del estímulo (nivel de evaluación), se ponen en marcha
los mecanismos de respuesta (nivel efector) que englobarán los tres componentes que cons-
tituyen la reacción emocional: conductual, autonómico y neuroendocrino.
tancia biológica o que son relevantes para el sujeto, e incluso por aquellos que
son inicialmente neutros pero que, por medio de los principios del aprendizaje y
la memoria, llegan a posibilitar una respuesta apropiada. No obstante, en algunas
personas dichas asociaciones pueden contribuir al desarrollo de fobias y de otros
trastornos afectivos. Tal como analizaremos en el capítulo 9, desde un punto de
© Editorial UOC 128 El cerebro estresado
vista neural podemos constatar que ante un estímulo capaz de producir respues-
tas emocionales, se produce un procesamiento, tanto a escala cortical (llevado
a cabo por diferentes regiones de la corteza cerebral) como a escala subcortical
(llevado a cabo por estructuras de nuestro cerebro que quedan por debajo de la
corteza), de éste y se puede generar una respuesta musculo esquelética, auto-
nómica y neuroendocrina periférica. Esta respuesta periférica, a su vez, puede
influir sobre el procesamiento neural que se está llevando a cabo.
La expresión de las emociones es una forma de comunicación útil para
explicitar sensaciones y sentimientos, y también para indicar a los otros cómo
se tienen que comportar ante nuestro estado de ánimo. Como expresó Charles
Darwin hace más de un siglo: los integrantes de multitud de especies (incluida
la especie humana) son capaces de comunicar sus emociones a individuos de
su misma especie e incluso a individuos de otras especies mediante expresiones
faciales, sonidos no verbales, cambios posturales, etcétera. (véase Figura 25).
A partir de aquí, podemos decir que las emociones pueden constituirse como
patrones de respuesta útiles para determinadas interacciones sociales. El lenguaje
emocional es el lenguaje más primitivo, tanto en sentido filogenético como en
sentido ontogenético. La comunicación humana de la emoción depende prin-
cipalmente del sistema musculo esquelético, sobre todo de los músculos que
controlan expresiones posturales y faciales.
Llegados a este punto, cabría preguntarse si el lenguaje de la expresión facial
y postural de las emociones es innato o aprendido. Se ha podido comprobar
que individuos de diferentes culturas presentan expresiones faciales y postura-
les muy similares, cuyo significado emocional puede ser identificado por perso-
nas de todo el mundo. Estas expresiones faciales y posturales de las emociones
son automáticas e involuntarias, aunque pueden ser modificadas por aspectos
culturales y por las características concretas de la situación en la que se están
manifestando. En sus diferentes viajes, el naturalista inglés Charles Darwin
observó que las expresiones faciales emocionales de las personas que vivían en
nichos poblacionales aislados de otras culturas y de otros seres humanos eran
las mismas que las mostradas por los británicos, los franceses o los españoles.
Sobre la base de estas observaciones y teniendo presente que los grupos cultura-
les que han quedado aislados de otros desarrollan lenguajes diferentes, Darwin
sugirió que las expresiones emocionales eran innatas y que se constituían como
respuestas no aprendidas.
Como pasa en otras funciones cerebrales, hay una asimetría lateral en el
procesamiento neural de las emociones, dado que el hemisferio derecho tiene
© Editorial UOC 129 Emociones, sentimientos y salud
Figura 25. Charles Robert Darwin (12 de febrero de 1809 – 19 de abril de 1882), fotogra-
fiado por Julia Margaret Cameron. Darwin, entre otras muchas cosas, encontró que personas
de diferentes culturas utilizaban los mismos patrones de movimiento de la musculatura facial
para expresar un determinado estado emocional.
1. Miénteme
2. Teorías de la emoción
y los animales. Dentro de las ideas que integran su obra, asistimos a la con-
sideración de que determinadas expresiones faciales y posturales se acompa-
ñan de percepciones emocionales específicas. Así, Darwin elaboró una teoría
sobre la evolución de las expresiones de las emociones basándose en dos
premisas principales: (1) las expresiones faciales y posturales de la emoción
han evolucionado en las diversas especies a partir de conductas simples que
señalaban el comportamiento posterior del animal, y (2) estas conductas
«señal», si cumplen su función comunicativa sobre el estado emocional del
sujeto hacia los otros miembros de la especie, evolucionarán y perdurarán
en el tiempo.
En 1884, el psicólogo americano William James estableció la hipótesis de
que la sensación consciente de la emoción era secundaria a la respuesta fisio-
lógica. Más tarde, concretamente en el año 1887, el también psicólogo danés
Carl Lange propuso de manera independiente una teoría de las emociones tal
como había hecho W. James. Esta teoría sobre la emoción en la actualidad es
conocida como teoría de James–Lange. Básicamente, propugna que ante un
estímulo emocional hay un procesamiento sensorial de éste en la corteza. A su
vez, la corteza sensorial envía la información sobre la naturaleza del estímulo a
la corteza motora, encargada de desencadenar la respuesta física de la emoción
(la expresión). La sensación consciente de la emoción (sentimiento) tiene lugar
más tarde, concretamente cuando el córtex recibe las señales sobre los cambios
ocurridos en nuestro estado fisiológico (véase Figura 27a).
En la década de los años veinte del pasado siglo, el fisiólogo americano
Walter Cannon rebatió la hipótesis de William James exponiendo una nueva
teoría de las emociones basada en los experimentos de Philip Bard sobre lesio-
nes corticales. Según esta teoría, denominada de Cannon–Bard, la información
de un estímulo emocional llega a regiones talámicas especializadas en el proce-
samiento sensorial. Esta información es directamente enviada al hipotálamo, el
cual pone en marcha los mecanismos que generan las respuestas emocionales.
Asimismo, a la corteza cerebral llega la información sobre las características
sensoriales del estímulo, por medio de las vías ascendentes talámicas, y la infor-
mación sobre el significado emocional de éste, por medio de las fibras nerviosas
que suben desde el hipotálamo. En la corteza es donde se genera la experiencia
consciente de la emoción o sentimiento (véase Figura 27b).
En 1937, el científico americano James Papez propuso un circuito específi-
co de la expresión y la experiencia consciente de la emoción. Papez trabajaba
como anatomista en la Universidad de Cornell, en los Estados Unidos. Parece
© Editorial UOC 135 Emociones, sentimientos y salud
Figura 28. Mono Rhesus (Macaca mulatta). Al final de los años treinta del pasado siglo,
Heinrich Klüver y Paul Bucy, de la Universidad de Chicago, extirparon en monos Rhesus
una gran parte de los lóbulos temporales mediales (incluyendo la amígdala, la formación
hipocampal y la corteza temporal no límbica), generando un síndrome conductual muy
aparatoso conocido actualmente como síndrome de Klüver–Bucy. Tal como se analizará en
apartados posteriores, este síndrome se caracterizaba por diversas alteraciones en la con-
ducta de los primates. En primer lugar, Klüver y Bucy vieron que los monos eran incapaces
de reconocer visualmente objetos, aunque no presentaban problemas de agudeza visual.
Pudieron observar que los animales utilizaban la boca en lugar de las manos y/o los ojos para
explorar los objetos. Asimismo, mostraban una tendencia compulsiva a observar y reaccionar
ante estímulos visuales. Se pudo describir también un aumento de la conducta sexual, que
incluía prácticas homosexuales y con objetos inanimados y de otras especies. Se observaron
importantes cambios en la conducta emocional: aparente disminución del miedo y conduc-
tas de evitación ante estímulos aversivos, y disminución de las expresiones faciales y verbales
asociadas a las emociones. Klüver y Bucy expusieron que estas alteraciones conductuales
se debían, en parte, a la lesión de zonas del circuito descrito por Papez. Más tarde, se ha
podido comprobar que los déficits de reconocimiento visual en los monos eran debidos a
lesiones de áreas de asociación visual del córtex temporal inferior. También se ha visto que
las alteraciones emocionales podían ser generadas únicamente con la extirpación bilateral
de la amígdala y que estructuras como el hipocampo, los cuerpos mamilares o los núcleos
anteriores del tálamo cumplen una función más importante en los procesos de aprendizaje
y memoria que en los emocionales. Fotografía de J.M.Garg.
© Editorial UOC 138 El cerebro estresado
Figura 29. Teoría de Schachter–Singer o teoría de los dos factores de la emoción. Según
esta teoría, la persona recibe información sensorial de un determinado estímulo. Dicha infor-
mación es utilizada para desencadenar un patrón general de activación del sistema nervioso
autónomo (rama simpática). La persona interpreta este estado de agitación simpática en
función de las características contextuales de la situación y de las experiencias previas vivi-
das. Según estos autores, si una persona carece de explicaciones causales para un estado de
activación simpática determinado, lo etiquetará en función de las cogniciones disponibles.
Asimismo, en el caso de disponer de una explicación adecuada para el estado de activación,
resulta poco probable que se aplique un etiquetado cognitivo alternativo. Además, en «cir-
cunstancias cognitivas» equivalentes, una persona solo experimentará una emoción en tanto
que previamente se haya inducido el patrón general de activación simpática.
día exactamente con los patrones viscerales de respuesta. En relación con eso,
consideraron que los factores cognitivos podrían constituirse como los princi-
pales determinantes de los estados emocionales. Según esta teoría, la corteza
transforma las señales periféricas en sentimientos específicos. El córtex es capaz
de generar un procesamiento cognitivo de la información periférica en consis-
tencia con las expectaciones individuales y el contexto en el que se desarrolla
la emoción. Ésta fue la primera teoría que presentó un modelo de experiencia
emocional basado en etiquetas cognitivas en respuesta a una activación fisio-
lógica determinada. En un estudio clásico, Schachter y Singer administraron
adrenalina a un grupo de participantes. Una parte de este grupo fue informada
de las consecuencias fisiológicas de la sustancia, mientras que la otra parte no
recibió ningún tipo de información sobre los efectos de la administración de
adrenalina. Todos los sujetos fueron expuestos a una condición experimental:
o bien a una situación emocionalmente agradable o bien a una situación emo-
cionalmente desagradable. Los que habían sido informados de los efectos de la
adrenalina presentaron menos reacción emocional (tanto positiva como nega-
© Editorial UOC 140 El cerebro estresado
tiva, según la situación a la que habían sido expuestos) en comparación con los
sujetos no informados. La interpretación que los investigadores hicieron de los
resultados se traduce en el hecho de que los sujetos no informados atribuían
su estado de activación a la situación a la que habían sido expuestos, mientras
que los sujetos informados lo hacían a los efectos de la adrenalina.
Actualmente, investigadores como el neurocientífico lusitano Antonio
Damasio proponen que la experiencia de la emoción o sentimiento es una
creación del cerebro para explicar las reacciones del cuerpo ante una situación
determinada. En 1994, el neurólogo Antonio Damasio, que había estudiado pro-
fusamente las emociones en seres humanos, publicó el libro El error de Descartes.
Dicha obra trataba sobre el procesamiento neural de las emociones y sobre la
toma de decisiones y el comportamiento social. A partir de esta publicación, sur-
gieron otros tratados que intentaban abordar el estudio de las emociones desde
la neurociencia, teniendo presentes diferentes componentes y aspectos. De esta
forma, investigadores que habían estudiado las emociones en modelos animales
comenzaron a hacer sus aportaciones. Así, en 1996, Joseph LeDoux publicó El
cerebro emocional, y en 1998, Jaak Panksepp publicó Neurociencia afectiva. Esto
generó un punto de inflexión a partir del cual, diferentes grupos de investiga-
ción en Europa y en los Estados Unidos se embarcaron en el estudio sistemático
de las emociones desde un punto de vista neurocientífico. En su obra El error de
Descartes, Damasio intentaba establecer una relación entre emociones y razón23.
Damasio partía del estudio de diferentes casos clínicos que presentaban altera-
ciones en la toma de decisiones y desórdenes emocionales. A partir de dichas
evidencias clínicas, formuló la conocida hipótesis del marcador somático, según la
cual las emociones se relacionan con la razón, en tanto en cuanto pueden ayu-
dar en el proceso de razonamiento. Según Damasio, en determinadas ocasiones,
las emociones pueden sustituir a la razón. Por ejemplo, la emoción de miedo
constituye una respuesta que puede ayudar a mantener a un individuo lejos de
un estímulo que ponga en peligro su supervivencia. Para poner en marcha dicha
respuesta emocional, no es necesaria la razón. Según este autor, la razón hace
lo mismo que las emociones, pero lo consigue de forma consciente. Asimismo,
Damasio sugiere que por sí solas las emociones pueden resolver diferentes pro-
blemas de nuestro mundo cambiante y complejo. No obstante, en determinadas
23. Más recientemente otros autores han profundizado en el estudio de la relación entre emoción
y razón. Se recomienda la lectura del libro: Morgado, I. (2010). Emociones e inteligencia social.
Ariel, Barcelona.
© Editorial UOC 141 Emociones, sentimientos y salud
asimilado las convecciones sociales y las normas éticas que deberían regir su
comportamiento, mientras que los pacientes adultos conocían las normas, pero
no podían actuar de acuerdo con ellas (en los casos de lesión infantil nunca se
había llegado siquiera a aprender las normas). Los casos de lesiones de la corteza
frontal en edad adulta indican que las emociones son necesarias para mantener
un comportamiento social adecuado, mientras que los casos de lesión en edad
infantil parecen demostrar que las emociones también son necesarias para domi-
nar los conocimientos exigidos para tener un comportamiento social adecuado.
Para Damasio, los mecanismos de la homeostasis básica podrían constituir una
vía de desarrollo cultural de los valores humanos que nos permita juzgar las
acciones como buenas o malas y clasificar los objetos como bonitos o feos.
Buena parte de la investigación en neurobiología de las emociones se ha
centrado en la implementación de diferentes tareas de tipo emocional para iden-
tificar los sistemas neurales subyacentes a emociones concretas. De esta forma,
en función del tipo de tarea utilizada en la investigación, sería posible esperar
la implicación de diferentes sistemas neurales. Dichos sistemas podrían incluir
determinadas regiones cerebrales especializadas en el procesamiento emocional y
otras estructuras fundamentales para otras funciones (por ejemplo, las estructuras
relacionadas con el placer cerebral, estructuras implicadas en la consolidación de
diferentes sistemas de memoria, áreas de procesamiento sensorial, regiones aten-
cionales, etcétera), que serían movilizadas para desempeñar un papel específico
dentro del procesamiento emocional.
Supongamos que pasamos por debajo de un edificio en construcción. Justo a
unos metros de donde nos encontramos cae desde una altura considerable una
pieza grande de metal. De repente sentimos como se acelera nuestro pulso y una
sensación desagradable nos inunda, tenemos miedo. En dicha situación, además
de activarse diferentes zonas de nuestro cerebro que se encuentran directamente
relacionadas con el procesamiento de la información emocional (véase Figura 30)
también se movilizan otras regiones encargadas, por ejemplo, de procesar aspec-
tos atencionales y de vigilancia para facilitar la detección de posibles señales de
amenaza y de peligro.
El hipotálamo es un término que proviene del griego πό, ÿpó: «debajo de», y de
θάλαμος, thálamos: «cámara nupcial» o «dormitorio». Tal como hemos señalado
en el capítulo 2, el hipotálamo es una estructura que se encuentra localizada en
la región basal del encéfalo anterior, situándose por debajo del tálamo. Tálamo
e hipotálamo forman parte de una división del cerebro denominada diencéfalo.
El hipotálamo esta conformado por distintas agrupaciones de neuronas (núcleos)
ampliamente interrelacionadas. Cada uno de estos núcleos posee un patrón com-
plejo de conexiones con diferentes zonas del cerebro.
El hipotálamo desempeña una gran variedad de funciones fisiológicas y con-
© Editorial UOC 144 El cerebro estresado
ductuales, y para ello debe estar bien comunicado con diferentes sistemas neura-
les centrales y periféricos (véase Figura 31). Por esto, este conjunto de núcleos ha
de establecer conexiones con distintas zonas de la corteza, del tronco del encéfa-
lo, de la médula espinal, de la retina y del sistema endocrino. La mayoría de las
conexiones que llegan al hipotálamo provienen de 4 conjuntos de proyecciones
neuronales o fibras: el haz prosencefálico medial, el haz longitudinal dorsal, la vía
retinohipotalámica y el fórnix.
Tal como hemos comentado previamente, en la expresión de una emoción se
dan tres componentes claramente diferenciados: un componente motor somáti-
co o conductual, un componente autonómico y un componente endocrino. El
hipotálamo ejerce un importante control eferente de estos tres componentes. De
este modo, son diversos los núcleos hipotalámicos con proyecciones troncoence-
fálicas que regulan y modulan el funcionamiento de los sistemas motor somático
tálamo lateral, se provocaba una agresión predatoria sin esta elevada actividad
simpática. Experimentos realizados por Shaikh, Siegel y otros autores pusieron de
manifiesto la importancia de las interconexiones entre la amígdala, el hipotálamo
y la sustancia gris periacueductal para el desarrollo tanto de la agresión de ataque
(denominada por algunos autores agresión afectiva por la elevada actividad sim-
pática observada), como de la agresión predatoria.
Sabemos que la liberación de andrógenos (hormonas sexuales masculinas)
durante la época perinatal modifica el desarrollo del tejido nervioso, organi-
zando los circuitos neurales responsables de la conducta sexual masculina. De
igual forma y en diferentes especies de animales se ha podido comprobar que
los andrógenos también organizan el tejido nervioso para posibilitar la presencia
de unos circuitos sensibles a la testosterona que, al activarse, puedan facilitar la
puesta en marcha de conductas agresivas hacia otros machos. Podemos decir que
una androgenización perinatal aumenta las pautas de conducta agresiva acae-
cidas en la edad adulta en todas las especies que han sido analizadas, incluidos
los primates. Tanto en machos como en hembras de diferentes especies, se ha
podido comprobar que la agresión puede verse facilitada por la administración
de testosterona. En el ser humano, después de la pubertad, los andrógenos pre-
sentan importantes efectos activacionales. En la adolescencia, fundamentalmente
en el caso de los varones, la testosterona ejerce un gran efecto sobre diferentes
tejidos (entre ellos, el tejido nervioso). En esa época, aumentan los episodios de
conducta agresiva entre los varones. Llegados a este punto cabría cuestionarse si
este hecho es o no debido a los efectos activacionales de la testosterona sobre las
estructuras nerviosas organizadas durante la etapa perinatal. No hemos de olvidar
que durante la pubertad los niños experimentan cambios en el estatus social que
podrían ayudar a explicar la aparición o el cambio en algunas de estas pautas
conductuales. Por lo tanto, además de los factores endocrinos, es necesario tener
presentes otros aspectos, como la socialización.
¿Cómo la testosterona puede ser capaz de activar las conductas agresivas?
Parece ser que esta hormona pone en marcha las conductas agresivas movilizan-
do a las neuronas que presentan receptores sobre los que puede actuar y que se
localizan en el área preóptica medial del hipotálamo. El área preóptica medial
parece estar implicada en diferentes aspectos relacionados con la reproducción.
Por ejemplo, en el caso de la rata, se ha visto que esta estructura es crítica para la
conducta sexual de los machos, la conducta maternal y la agresión entre machos.
En la clínica humana, se ha podido comprobar el efecto que pueden tener los
andrógenos sobre la agresividad. Por ejemplo, en la hiperplasia adrenal congénita
© Editorial UOC 147 Emociones, sentimientos y salud
se produce una situación en la que las niñas que sufren esta enfermedad quedan
expuestas a una cantidad muy alta de andrógenos durante el desarrollo prena-
tal. Estas niñas muestran unos niveles de agresión altos en comparación con las
niñas que no presentan la afectación. Otra fuente de datos que ha estudiado la
relación entre andrógenos y agresión en seres humanos proviene del tratamiento
con esteroides sintéticos en convictos acusados de delitos de agresión sexual. Los
esteroides sintéticos inhiben la producción testicular de andrógenos. No obstante,
es necesario destacar que la mayoría de estudios que se han llevado a cabo en este
campo presentan diferentes amenazas contra la validez interna, lo que dificulta
notablemente la interpretación de los resultados.
En el ser humano y en otros primates, la relación entre agresividad y andró-
genos parece estar enmascarada por las relaciones de dominancia en las inte-
racciones sociales. Dicho de otro modo, existen evidencias experimentales que
sugieren que el principal efecto de los andrógenos sobre la conducta social es la
dominancia y no la agresión. Hay que tener presente que la mayoría de trabajos
que han estudiado las relaciones entre andrógenos, agresividad y dominancia han
utilizado una aproximación correlacional en el análisis de los datos. Para poder
contrastar una hipótesis causal resulta primordial apoyarse en otro tipo de análisis
distintos a la correlación. A partir de todos estos datos, nos podríamos plantear
las siguientes cuestiones: ¿unos niveles altos de andrógenos son los que provocan
que las personas sean más dominantes o se muestren más agresivas?, o bien ¿una
posición de dominancia social es la responsable de provocar un aumento de la
liberación de estas hormonas? Esperemos que en un futuro, surjan trabajos que
nos permitan dar una respuesta a estas preguntas. Ahora bien, existen factores
que pueden interactuar con los andrógenos y desempeñar un importante papel a
la hora de explicar la génesis de las conductas agresivas. Uno de ellos es el alcohol.
En esta línea se ha podido comprobar, por ejemplo, que el alcohol aumenta las
conductas agresivas entre machos de monos ardilla (Saimiri sciureus), haciendo
que los machos dominantes se vuelvan más agresivos hacia los otros machos en
las épocas de apareamiento (cuando los niveles de testosterona son más elevados).
Por lo tanto, el alcohol interacciona con el estatus social (dominancia/subordina-
ción) y con los niveles de testosterona (época de apareamiento).
Otra sustancia que se ha relacionado con la agresividad es la serotonina.
Diferentes estudios en seres humanos han mostrado que la disminución de los
niveles serotoninérgicos se encuentra asociada a la puesta en marcha de conduc-
tas agresivas y antisociales. Se ha podido comprobar que la lesión experimental
de los terminales serotoninérgicos del prosencéfalo en modelos animales facilita
© Editorial UOC 148 El cerebro estresado
Guillermo del Toro dijo en cierta ocasión que Terror es el miedo a sufrir un
atentado contra tu integridad física y Horror es el miedo a que sustraigan algo de tu
alma. El terror, el horror o el miedo tienen en común que para experimentarlos
es necesario llevar a cabo un procesamiento de la información emocional. Dentro
de las regiones y las estructuras que desempeñan un papel especializado en el
procesamiento emocional se encuentra la amígdala (véase Figura 32). Ésta es una
pequeña estructura subcortical con forma de almendra que se halla en el interior
del lóbulo temporal medial. En términos generales, podemos señalar que la amíg-
dala está implicada en las reacciones emocionales de especies muy variadas (entre
ellas el ser humano) y en los efectos de las emociones sobre diferentes procesos
cognitivos, como la atención, la memoria o la cognición social. Asimismo, esta
estructura resulta crítica en la modulación de los efectos del estrés sobre las capa-
cidades cognitivas y en el desarrollo de ciertas alteraciones del estado del ánimo
vinculadas al estrés, tal como veremos en el capítulo 9.
A finales de los años treinta, dos investigadores de la Universidad de Chicago,
Heinrich Klüver y Paul Bucy, llevaron a cabo una meticulosa descripción de las
reacciones emocionales que presentaban monos que tenían lesionada la amígda-
la. Estos animales mostraban una falta de respuesta de miedo ante estímulos que
en situaciones normales la elicitarían sin problemas (por ejemplo, ante una ser-
piente, ante el fuego, etcétera). Este cuadro de respuestas emocionales inusuales
se denominó síndrome de Klüver–Bucy. En los años cincuenta, se identificó a la
amígdala como la estructura principal responsable de esta alteración. El proble-
ma de estos trabajos pioneros era que además de lesionar la amígdala también
© Editorial UOC 149 Emociones, sentimientos y salud
quedaban afectadas por la lesión zonas próximas a ésta, como la corteza entorri-
nal y el polo temporal, que hoy sabemos que participan en la regulación de las
conductas sociales y en el procesamiento de la información emocional. Estudios
recientes en primates no humanos que han llevado a cabo lesiones selectivas de
la amígdala, han mostrado que los animales con este tipo de lesión muestran
menos precaución a la hora de acercarse a predadores potenciales y muestran
una menor evitación inicial hacia los seres humanos que no conocen (hechos
muy inusuales en el caso de monos que no presentan lesión). Estas conductas
se muestran especialmente marcadas en circunstancias de novedad y de falta de
familiaridad, lo cual concuerda con un papel de la amígdala en el procesamiento
de información ambigua e imprevisible. En los estudios iniciales, las lesiones no
selectivas de la amígdala generaban deterioros graves de la conducta social de
los animales, dando como resultado la pérdida de su estatus social y llevando,
en última instancia, al ostracismo del grupo, lo que implicaría una muerte casi
segura en la naturaleza. Hoy sabemos que las lesiones selectivas de esta estructu-
ra provocan deterioros más sutiles y complejos que parecen depender de otros
factores (como, por ejemplo, el tipo de interacción, el momento de la lesión, el
tamaño del grupo social, etcétera).
La lesión de la amígdala en seres humanos no produce el mismo cuadro de
síntomas que los mostrados por los monos de Klüver y Bucy. Un caso clásico en
© Editorial UOC 150 El cerebro estresado
la literatura médica es el que se conoce como el caso SM, una mujer de veinte
años que sufría crisis epilépticas severas. Inicialmente se creyó que SM tenía un
tumor cerebral que provocaba la epilepsia. No obstante, el equipo médico que
la trató pudo comprobar que las crisis eran generadas por una atrofia bilateral
que presentaba la amígdala (véase Figura 33). SM presentaba la enfermedad de
Urbach–Wiethe. Desde un punto de vista cognitivo y sensoriomotor, la explo-
ración neuropsicológica de SM mostró que ostentaba una inteligencia dentro de
los rangos normales, que las diferentes funciones cognitivas estaban preservadas
y que no existían problemas motores ni sensoriales o perceptivos. El principal
deterioro que mostraba la paciente se hallaba relacionado con el procesamiento
de la información emocional. Inicialmente se pudo comprobar que SM no parecía
mostrar dificultades a la hora de juzgar mediante fotografías las emociones que
expresaban los rostros de diferentes personas, a no ser que la emoción expresada
fuera la de miedo. Si SM veía una fotografía de un rostro que indicaba claramente
una reacción de miedo en la persona, era incapaz de identificarla como tal. SM
sabía que el rostro expresaba algún tipo de emoción, pero le costaba identificar
que se trataba del miedo. Parecía como si fuera incapaz de comprender y entender
las reacciones del miedo en el rostro de las personas. Desde un punto de vista teó-
rico, SM era capaz de describir situaciones que podrían elicitar miedo en las perso-
nas, y también era capaz de usar verbalmente diferentes conceptos para describir
forma añadida, el aprendizaje espacial (que podría constituirse como una tercera
forma de aprendizaje explícito) se refriere al aprendizaje de las relaciones que
pueden establecerse entre diferentes elementos o estímulos de un contexto espa-
cial. Otra de las expresiones con las que se denomina al aprendizaje declarativo
o explícito es también la de aprendizaje relacional, para poder incluir tanto el esta-
blecimiento de relaciones entre acontecimientos por lo que se refiere al contexto
temporal (episódico), como entre conceptos (semántico) y entre elementos de un
entorno espacial (espacial).
El aprendizaje implícito, por su parte, abarca una categoría heterogénea que
incluye diferentes formas de aprendizaje. Diariamente nos encontramos con
una miríada de aprendizajes que son probablemente implícitos. Con frecuencia,
llevamos a cabo tareas que pueden enseñarse y aprenderse de forma fácil con la
imitación o la repetición, pero que resulta difícil explicar y etiquetar de forma
explícita. Si en un contexto experimental, proporcionamos a los sujetos de la
investigación un conjunto de estímulos generados teniendo presentes una serie
de reglas simples, inconscientemente los sujetos experimentales inferirán las
regularidades subyacentes. Los niños aprenden el lenguaje sin etiquetar las pala-
bras que escuchan como nombres, adjetivos o verbos. Ellos prestan atención a los
sonidos del habla, aprendiendo de forma implícita las regularidades existentes. En
muy pocas ocasiones tenemos conciencia de los patrones abstractos del mundo
que nos rodea (las progresiones armónicas de una sinfonía, las regularidades de la
gramática, las pinceladas en una obra de arte, etcétera).
Dentro del aprendizaje implícito me centraré en un tipo de condicionamiento
que presenta claras implicaciones en el procesamiento de la información emo-
cional: el condicionamiento clásico de la respuesta de miedo. Imaginemos que
antes de comenzar su día de trabajo, un oficinista que presta sus servicios en una
compañía financiera se dirige a una entidad bancaria a recoger una documenta-
ción que necesita para cerrar una transacción de su compañía. En el banco tiene
que hacer cola para poder ser atendido en la ventanilla por el cajero al que le ha
tocado el primer turno de la mañana. Mientras está en la cola, entabla conversa-
ción con una joven que acaba de ocupar el último lugar. La conversación es breve
y versa sobre las prisas que tienen ambos para ser atendidos por el cajero y así
poder llegar a sus respectivas oficinas para comenzar su jornada laboral. Después
de que la conversación haya tenido lugar, dos encapuchados entran en la entidad
bancaria pistola en mano amenazando a los clientes y al personal del banco. El
atraco concluye con la muerte a tiros por la policía de unos de los atracadores,
que se había cobrado previamente la vida de un rehén (una anciana de setenta y
© Editorial UOC 154 El cerebro estresado
Figura 34. Conectividad en la amígdala. En la figura a, podemos ver las principales aferen-
cias y eferencias de la amígdala, En la figura b se muestra una microfotografía de una sección
de cerebro teñida con la técnica de acetilcolinesterasa, donde se puede observar las princi-
pales subdivisiones de la amígdala. ACh: acetilcolina; DA: dopamina; NA: noradrenalina; SE:
sistema endocrino; SNA: sistema nervioso autónomo; 5–HT: serotonina. Imagen procedente
del laboratorio de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona.
© Editorial UOC 155 Emociones, sentimientos y salud
dos años que estaba a punto de salir del banco cuando comenzó el atraco). Meses
después, nuestro oficinista es invitado a un cóctel que organiza una gran empresa
filial de la compañía para la que presta sus servicios. En la fiesta ve a una chica
que no reconoce, pero que le resulta extrañamente familiar. La chica se acerca al
oficinista y comienzan a hablar sobre un tema trivial relacionado con el servicio
de la fiesta. De repente, el oficinista comienza a ponerse nervioso y a sudar de
una forma súbita a la vez que desagradable, a pesar de que el aire acondiciona-
do del lugar funciona correctamente. Se da cuenta de que su pulso se acelera y
le sobreviene una sensación interna muy desagradable que le incita a correr y a
abandonar la fiesta. En ese momento es cuando el oficinista se da cuenta de que la
mujer con la que está hablando es la misma con la que entabló una conversación
justo antes del atraco que tuvo lugar meses atrás y en el que se vio involucrado.
Inicialmente, el oficinista es incapaz de reconocer conscientemente a la chica y
de relacionarla con el atraco (conocimiento explícito). Cuando habla con ella,
su respuesta emocional indica que tiene memoria sobre esa persona (memoria
implícita). Muestra diferentes signos de activación fisiológica que indican que
ha establecido una asociación entre la chica y el atraco. Se ha llevado a cabo un
tipo de aprendizaje asociativo que ha dejado una memoria emocional. Se trata de
un tipo de aprendizaje emocional en el que un estímulo que inicialmente podía
ser neutro (la chica joven) adquiere propiedades negativas al asociarse con un
estímulo o situación aversiva (el atraco al banco). Este aprendizaje se denomina
condicionamiento clásico de la respuesta del miedo. Se trata de uno de los prin-
cipales paradigmas experimentales que se ha utilizado para investigar el papel
que desempeña la amígdala en el aprendizaje emocional implícito, ya que este
tipo de condicionamiento opera de igual forma en un amplio rango de especies.
En este ejemplo, se ha descrito una forma de aprendizaje en la que un estímulo
que inicialmente resulta ser neutro para el sujeto adquiere un valor negativo (se
convierte en estímulo condicionado) al haberse asociado a un acontecimiento
aversivo (estímulo incondicionado).
Diferentes equipos de investigación han intentado delimitar las bases neu-
rales subyacentes al condicionamiento de la respuesta del miedo (véase Figura
34). Todas las investigaciones han conducido a la amígdala como la estruc-
tura responsable de la adquisición y la expresión de este tipo de aprendizaje.
Hemos de tener presente que la amígdala necesita recibir información del
medio externo para poder analizarla y determinar si un estímulo específico
puede resultar potencialmente peligroso o amenazador para el sujeto. Tanto
la información relacionada con el estímulo incondicionado como aquélla
© Editorial UOC 156 El cerebro estresado
Figura 35. Si vamos caminando por la montaña y nos tropezamos con una serpiente, la
información del animal llega a nuestra amígdala a través de dos vías: una vía larga (supe-
rior), que va desde el núcleo geniculado lateral del tálamo a la corteza visual y de ahí a la
amígdala, y una vía corta (inferior), que llega a la amígdala directamente del núcleo geni-
culado lateral del tálamo. La amígdala evalúa la situación, y si considera que ha de emitir
una respuesta ante el estímulo que puede ser potencialmente peligroso para la persona,
envía la información al hipotálamo y a diversos núcleos del tronco del encéfalo para que se
activen los tres componentes característicos de una respuesta emocional: el conductual, el
autonómico y el endocrino.
pero que no somos conscientes de qué se trata). La vía superior recibe la infor-
mación sensorial al mismo tiempo que la vía inferior, ya que de los receptores
sensoriales llega al tálamo en los dos casos. La diferencia estriba en que en la
superior del tálamo se dirige a la corteza sensorial. En la corteza se procesa
la información sensorial y desde ahí se envía a la amígdala (véase Figura 35).
Por lo tanto, nos encontramos con una información sensorial muy rica, pero
que tarda más tiempo en llegar a la amígdala (en nuestro ejemplo, sería el
© Editorial UOC 158 El cerebro estresado
momento en el que nos damos cuenta de que lo que se mueve en el suelo del
callejón no es algo peligroso, como por ejemplo una rata, sino que se trata
de una bolsa de basura). Aunque parezca que tener dos vías para procesar la
misma información sea redundante y no aporte nada nuevo al sujeto, resulta
tremendamente adaptativo. La vía inferior permite a la amígdala recibir la
información de una forma rápida para inducir una respuesta emocional con-
creta, que podrá ser confirmada a posteriori por la información proveniente
de la vía superior.
¿Qué sucede con las personas que tienen la amígdala lesionada en rela-
ción al aprendizaje emocional implícito? Estas personas son capaces de
mostrar los componentes (conductuales, autonómicos y endocrinos) de
una respuesta de miedo cuando se les presenta un estímulo que es capaz de
elicitarla. No obstante, son incapaces de adquirir y expresar una respuesta
de miedo condicionada. Además de la paciente SM, en la literatura médica
se ha estudiado otro caso clínico que nos ayudará a entender el papel de la
amígdala en el aprendizaje emocional implícito, el caso de SP. Esta paciente
presentaba una sintomatología epiléptica severa. Para reducirla, se le extirpó
una amplia sección del lóbulo temporal derecho (y con ella, la amígdala).
Cuando se le hizo una exploración estructural del cerebro con resonancia
magnética, se pudo comprobar que SP presentaba una lesión también en la
amígdala del hemisferio izquierdo. La lesión de la amígdala izquierda res-
pondía a la presencia de un síndrome que induce pérdidas de células nervio-
sas en diferentes regiones del lóbulo temporal medial, afectando en este caso
a la amígdala. Al igual que otros pacientes que presentan lesiones bilaterales
de la amígdala, SP era incapaz de reconocer la emoción de miedo en el rostro
de otras personas. SP tampoco era capaz de adquirir el condicionamiento
de la respuesta de miedo (véase Figura 36). De esta forma, se entrenó a la
paciente en una tarea en la que se le presentaba un estímulo inicialmente
neutro (por ejemplo, un cuadrado rojo) y justo inmediatamente antes de
que éste desapareciese, se le administraba un estímulo aversivo (por ejemplo,
una leve descarga eléctrica en su mano derecha). Después de llevar a cabo
diferentes sesiones de entrenamiento emparejando el estímulo neutro con
el estímulo aversivo, se hizo la sesión de prueba en la que se administraba o
bien el estímulo neutro (cuadrado rojo) o bien el estímulo aversivo, mien-
tras se medía uno de los componentes de la emoción de miedo. Así, ante el
estímulo aversivo, SP mostraba un aumento de la respuesta registrada. No
obstante, cuando se le presentaba el estímulo neutro, su respuesta emocio-
© Editorial UOC 159 Emociones, sentimientos y salud
está relacionado con el hecho de que la amígdala es necesaria para las res-
puestas emocionales indirectas a estímulos cuyas propiedades emocionales
se aprenden de forma explícita. Para entender esto, vayámonos a un ámbito
diametralmente diferente, la herpetocultura, es decir el mantenimiento de
reptiles y anfibios vivos en cautividad como hobby o con intenciones de
cría para propósitos comerciales. La herpetocultura está suscitando cada vez
mayor interés social y su popularidad está aumentando a pasos agigantados.
Son varias las ferias y exposiciones que tienen lugar anualmente en dife-
rentes países y que ponen en contacto a criadores profesionales con perso-
nas interesadas en el campo. Asimismo, se trata de una afición que mueve
miríadas de dinero y en la que se aplican los modelos de herencia genética
para la cría selectiva y para la obtención de diferentes fases de animales con
sorprendentes colores y patrones. No es extraño, por ejemplo, encontrar en
las ferias serpientes que se venden por 10.000 ó 15.000 euros. En la obra de
Bryan Christy The lizard king: the true crimes and passions of the world’s greatest
reptile smugglers, se retratan con gran lujo de detalles todos los entresijos que
rodean a la herpetocultura.
Imagínese la situación en la que una chica joven va a una tienda de
animales y pasa por delante del terrario de una pitón reticulada (Python
reticulatus). Los empleados de la tienda están llevando a cabo sus tareas
de limpieza y mantenimiento de los habitáculos de los animales y en ese
momento se hallan limpiando el terrario de dicha serpiente (con lo que las
puertas del mismo están abiertas). La chica, al ver que el terrario de la pitón
está abierto, se empieza a poner nerviosa y comienza a sentir miedo, de tal
forma que abandona la tienda de animales a pesar de que no existe ningún
peligro, puesto que el animal se encuentra con los empleados de la tienda.
Hasta aquí la historia no tendría ningún interés, puesto que muchas per-
sonas presentan aversión y miedo hacia animales como las serpientes o las
arañas. No obstante, lo curioso de la situación es que esta chica tiene como
afición la herpetocultura, y en su propia casa mantiene cuatro ejemplares
diferentes de pitón: una pareja de pitones birmanas (Python molurus bivit-
tatus) y una pareja de pitones reticuladas. Cada día manipula sus serpientes
y no presenta hacia ellas el menor atisbo de miedo o ansiedad. Asimismo,
cada año asiste a ferias nacionales e internacionales sobre el mantenimien-
to de reptiles en cautividad. ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué esta chica a
la que le gustan las serpientes tiene miedo de una serpiente en particular?
Podría ser que algún día hubiera entrado en la tienda de animales y hubiera
© Editorial UOC 163 Emociones, sentimientos y salud
Figura 37. Estudio del condicionamiento de la respuesta del miedo real e imaginado. En la
parte superior izquierda de la imagen (a), vemos una condición de entrenamiento en la que
se administra una leve descarga (estímulo incondicionado) en la mano de la participante del
estudio en presencia de un estímulo inicialmente neutro (un cuadrado de color rojo). Después
de administrar de forma contingente la descarga junto con el cuadrado rojo durante varios
ensayos, se le presenta al participante el cuadrado rojo (ahora estímulo condicionado) sin la pre-
sencia de la descarga eléctrica. Cuando el participante ve el cuadrado rojo presenta una reac-
ción aversiva (respuesta condicionada) parecida a la que presentaba cuando recibía la descarga
eléctrica (respuesta incondicionada). El cuadrado rojo ha adquirido la capacidad de predecir la
presencia de la descarga y, por este motivo, elicita respuestas de anticipación a la descarga. En
la parte inferior izquierda de la figura (b) se representa un fenómeno parecido, pero en este caso
se asocia la descarga eléctrica al cuadrado rojo mediante instrucciones verbales, sin experimen-
tar físicamente los efectos aversivos de la corriente. En la gráfica de la derecha (c), se representan
los resultados del estudio de la respuesta de conductancia eléctrica de la piel (un componente
autonómico de la emoción de miedo) ante el cuadrado rojo y la descarga eléctrica, después
de haberse realizado el entrenamiento (presentar de forma contingente el cuadrado rojo antes
de la presencia de la descarga eléctrica). Los pacientes con la amígdala lesionada de forma
bilateral (como la paciente SP) no muestran ningún aumento de la conductancia de la piel ante
el cuadrado rojo, mientras que los sujetos control presentan un aumento de esta reacción del
sistema nervioso autónomo. En la parte inferior derecha (d) se esquematiza la localización de
una glándula sudorípara en relación a los estratos de la piel. Medir la respuesta de conductancia
implica evaluar cambios en la conductividad eléctrica de la piel de una persona, habitualmente
a partir de unos electrodos posicionados en la mano del participante. Un aumento del arousal
emocional puede generar un mayor índice de sudoración, modificando, por ende, la conducti-
vidad eléctrica de la piel. Fotografías, Ingrid Sánchez Martín.
© Editorial UOC 166 El cerebro estresado
6. ¿Solo el miedo?
Volviendo otra vez al miedo, hay que destacar que el sujeto no ha de ser cons-
ciente de la expresión de miedo para que la amígdala responda. De esta forma, la
presentación subliminal de rostros que indican miedo también genera una res-
puesta en la amígdala, tan potente como la generada por rostros presentados de
forma que el sujeto es consciente de su presencia. Asimismo, la amígdala también
parece activarse ante la puesta en marcha de juicios sociales. Por ejemplo, segura-
mente el lector alguna vez, al ver el rostro de una persona que no conoce, haya
realizado el comentario siguiente o alguno parecido: «No conozco de nada a esta
persona, pero su cara no me da buenas vibraciones.» Inconscientemente, los seres
humanos utilizamos de forma continua diferentes claves como guía de nuestra
conducta social. Una de las claves que utilizamos es el rostro de otras personas.
¿Qué sucede en nuestros cerebros cuando realizamos un juicio de valor sobre
la confianza o la desconfianza que nos genera un determinado rostro? Cuando
miramos una cara, nuestro cerebro necesita construir la percepción del rostro,
proporcionándonos información acerca de los diferentes rasgos de la cara y su
configuración. Este proceso necesita de las áreas visuales más complejas. Winston
et al., en un trabajo realizado en 2002, mostraron un conjunto de imágenes de
rostros de personas desconocidas a los participantes de su investigación durante
la resonancia magnética funcional para intentar determinar qué regiones del
cerebro se activaban mientras las personas llevaban a cabo decisiones acerca de
la confianza que les generaba un determinado rostro. Parece ser que la amígdala
asocia la percepción de la cara con la respuesta emocional hacia el rostro de la per-
sona. Por su parte, la ínsula (una pequeña región de la corteza que queda oculta
por debajo de la superficie cerebral) participa en la representación de la respuesta
© Editorial UOC 168 El cerebro estresado
Figura 38. Confianza y desconfianza que nos genera un rostro. Cuando vemos un rostro
la información del mismo es enviada de la retina al núcleo geniculado lateral del tálamo
(NGL), de ahí se envía a la corteza visual primaria (V1). De V1 se envía la información a las
áreas visuales de asociación o corteza extraestriada, para generar una percepción completa
del rostro. Dicha información es enviada a la amígdala, la cual tal como hemos visto, resulta
crítica para el reconocimiento emocional a partir del rostro de otras personas. De la amígdala
la información pasaría a la ínsula, la cual parece participar en la representación de la respues-
ta emocional como una sensación que nos provoca la persona de quien vemos la cara. A:
amígdala; GF: giro fusiforme; NGL: núcleo geniculado lateral; STS: surco temporal superior.
Fotografía: Ingrid Sánchez Martín.
© Editorial UOC 169 Emociones, sentimientos y salud
de la cara se fijan las personas para discriminar entre expresiones diferentes. Estos
investigadores hallaron que parecía ser suficiente para los sujetos la información
procedente de los ojos, para que pudieran identificar la emoción de miedo a partir
de la expresión de un rostro. No obstante, en el caso de SM (recordemos que es
el caso clínico que presentaba una lesión bilateral de la amígdala), la paciente no
se fijaba en los ojos de los rostros (véase Figura 39). Muchas expresiones faciales
© Editorial UOC 172 El cerebro estresado
Figura 40. La amígdala está implicada en la dirección automática de la atención visual hacia
los ojos de un rostro ante cualquier tipo de expresión facial, de manera que esta información
es esencialmente relevante para identificar la emoción de miedo a partir del rostro. En la
parte izquierda de la imagen (a), se puede observar que la superficie blanca de los ojos (escle-
rótica) que vemos en el rostro de una persona es mayor en la expresión emocional de miedo
(en comparación con otras emociones, como la alegría). En la parte derecha de la imagen,
se presenta una gráfica con la actividad de la amígdala ventral del hemisferio izquierdo en
respuesta a ojos negros y a ojos blancos. Tal como es posible observar, la fijación en los
ojos blancos en expresiones de miedo aumenta la actividad de la amígdala. Modificado de
Whalen, P.J., Kagan, J., Cook, R.G, Davis, F.C., Kim, H., Polis, S. et al., 2004, «Human amyg-
dala responsivity to masked fearful eye whites.» Science 306 (5704), 2061
Capacidad para reconocer la emoción del miedo a través de la prosodia del lenguaje pero no a
través de la música.
Deterioro de la memoria emocional para lo esencial pero no para los detalles de un hecho.
Mejor ejecución para reconocer una emoción en una escena cuando los rostros de las personas
implicadas se borran de dicha escena.
Deterioro en la fijación y en el uso de la información de la región los ojos del rostro de una
persona.
Tendencia a fijar la vista en la boca de una persona en lugar de los ojos al mantener una
conversación.
Tendencia a juzgar positivamente la confianza que genera una persona a través del rostro.
Incapacidad para reconocer el arousal emocional a partir de estímulos con valencia negativa.
Falta de necesidad de disponer de un espacio personal para poder interactuar con las demás
personas de manera cómoda y ajustada.
Tabla 1.
© Editorial UOC 176 El cerebro estresado
Figura 41. En imagen de la izquierda (a) se puede ver una reconstrucción en tres dimen-
siones realizada por ordenador que representa el resultado de los análisis citoarquitectónicos
del cerebro humano llevados a cabo por Korbinian Brodmann. En la Imagen de la derecha (b)
se muestran las regiones corticales delimitadas originariamente por este autor. En los análisis
llevados a cabo por Brodmann, se incluían tres áreas para definir la corteza orbitofrontal:
las áreas 10, 11 y 47. Por desgracia, los análisis realizados por Brodmann no investigaron
en detalle toda la corteza orbitofrontal. Además, su descripción no era consistente entre las
especies estudiadas. Fuente: a) Cortesía de Mark Dow, investigador del Brain Development
Laboratory de la Universidad de Oregón; b) Modificada a partir de un escaneado de la obra
original de Ranson, S. W. y Saunders, W. B., 1920, Anatomy of the Nervous System, p. 288.
do por los hallazgos de Fulton y Jacobsen, y apoyado por estudios clínicos que
sugerían que la extirpación de los lóbulos frontales en pacientes con tumores no
provocaba deterioro intelectual, persuadió al neurocirujano Almeida Lima para
operar a toda una serie de pacientes con patologías psiquiátricas, estableciendo la
hipótesis de que esta intervención podría aliviar los síntomas de ansiedad y frus-
tración que sufrían los internos y minimizar sus conductas agresivas. La primera
intervención, realizada en noviembre de 1935, consistió en seis pequeños cortes
en el tejido prefrontal mediante una leucotomía. Moniz informó a la comunidad
científica que la leucotomía no solo no producía efectos adversos en sus pacien-
tes, sino que era capaz de reducir notablemente los síntomas psiquiátricos. Este
Figura 42. Red funcional de la corteza prefrontal orbital y medial. La corteza orbitofrontal
puede caracterizarse como integrante de una red funcional conocida como corteza prefron-
tal orbital y medial. Esta red incluiría la corteza orbitofrontal, ciertas regiones de la corteza
cingulada anterior y las conexiones con otras partes del cerebro: (1) la red orbital incluye las
áreas 11, 13 y 47/12 de la corteza orbitofrontal y recibe conexiones de todas las modalida-
des sensoriales, incluyendo aferentes viscerales, y (2) la red medial incluye las áreas 11, 13,
14 y el área lateral 47/12 de la corteza orbitofrontal, así como las áreas 25, 32 y 10 de la
pared medial. Se trata de una red con un importante output visceromotor.
© Editorial UOC 179 Emociones, sentimientos y salud
Cambios en la personalidad.
Tabla 2.
Figura 43. a) Phineas P. Gage (julio 1823 – mayo 1860). b) Reconstrucción de la trayectoria
que recorrió la barra desde la base del cráneo hasta la parte superior de la cabeza. Después
de esta lesión, Phineas Gage no podía hacer planes de futuro a largo plazo, ni actuar según
las normas sociales o decidir, en el curso de una acción determinada, sobre las consecuencias
ventajosas de ésta (es decir, anticipar consecuencias).Fuente: a) Fotografía de autor descono-
cido previa a 1860. b) Modificada del original de John M. Harlow, M.D., 1868.
© Editorial UOC 181 Emociones, sentimientos y salud
Decidir si se guardan los cerea- Supongamos que estamos Estamos dentro de una tele-
les en el estante superior o tomando una copa en una cabina en una estación de
inferior de la cocina sabiendo estación de esquí de los Alpes esquí a 50 metros del suelo.
que si se hace en el inferior franceses y oímos que un Resulta que una de las torres
facilitaremos el acceso a ellos grupo de esquiadores quiere que aguantan las telecabinas
para todos los miembros de la ir a una parte concreta de la cae y nuestra cabina pende de
familia es un ejemplo de esce- montaña. Al verles partir nos un fino cable de seguridad. La
nario sin implicación moral. damos cuenta de que bajan cabina no aguantará el peso
una pista en dirección contra- de los siete pasajeros hasta que
ria. Si no retroceden en una el equipo de rescate llegue.
estación intermedia no podrán Hay una persona que tras la
llegar a su destino, ya que no caída de la torre ha quedado
contarán con los enlaces nece- malherida y que difícilmente
sarios. No llevamos esquís y sobrevivirá, debido a la grave-
no podemos ir detrás de ellos. dad de las lesiones que presen-
No obstante, vemos una moto ta. Si tiramos a esa persona de
de nieve que tiene las llaves la telecabina, sabemos que el
puestas. ¿Cogeríamos prestada cable resistirá hasta la llegada
la moto de nieve (teniendo del equipo de salvamento.
presente que la sabemos con- ¿Tiraríamos de la telecabina a
ducir) para avisarlos y evitar la persona malherida sabien-
que se queden aislados en la do que le espera una muerte
montaña? segura?
Tabla 3.
Estos autores hallaron que los tres grupos de participantes del estudio no
diferían cuando se trataba de tomar decisiones sobre los dos primeros escena-
rios (escenario normal y escenario con contenido moral impersonal), ya que
para resolver estas situaciones no resultaba necesario el procesamiento emo-
© Editorial UOC 184 El cerebro estresado
24. Supongamos que estamos ante dos barajas de cartas. Bajo cada carta hay una cantidad de dinero
que podemos ganar o perder. En la baraja a, podemos ganar grandes cantidades de dinero, pero
también podemos perder mucho dinero. En la baraja b, se ganan cantidades menores, pero tam-
bién se pierde mucho menos dinero. De hecho, si siempre cogiéramos de la baraja a tenderíamos
a perder dinero, y si lo hiciéramos de la b, la tendencia sería la de ganar. Después de jugar duran-
te un rato, los jugadores aprenden a que cuando cogen de la baraja a hay grandes posibilidades
de perder, mientras que si eligen una carta de la baraja b, a la larga ganarán dinero. Si a una
persona sin lesión le hacemos levantar una carta de la baraja a, mostrará un gran aumento de
la respuesta simpática, en comparación a la que mostrará cuando haya de elegir una carta de la
baraja b, ya que anticipa unas posibles consecuencias negativas (poder perder mucho dinero de
una sola vez). Por el contrario, un paciente con lesión en la corteza prefrontal no mostrará esta
respuesta simpática anticipatoria cada vez que tenga que elegir de la baraja a.
© Editorial UOC 185 Emociones, sentimientos y salud
Figura 44. Los pacientes con lesiones de la corteza prefrontal ventromedial muestran redu-
cida su actividad autonómica ante imágenes con alto contenido emocional que provocan
un aumento de la misma en participantes control. Si se administran imágenes de contenido
emocional neutro (como una granja en medio de un prado), los sujetos control exhiben una
respuesta simpática baja, mientras que si se administran imágenes con alto contenido emo-
cional (como la cabeza de una serpiente con impactantes laceraciones), la respuesta simpática
aumenta notablemente. Los pacientes con lesiones en la corteza prefrontal ventromedial
muestran una respuesta simpática baja independientemente del tipo de imagen presentado,
tal como se muestra en la gráfica inferior en relación a la respuesta de conductancia eléctrica
de la piel (RCP). Asimismo, la respuesta autonómica de los pacientes prefrontales también es
mínima ante situaciones que pueden generar una alta reactividad simpática en personas sanas.
© Editorial UOC 186 El cerebro estresado
Figura 45. Diferentes autores han sugerido el posible mecanismo de acción, de modo que un
incremento de la actividad serotoninérgica aumentaría la actividad de la corteza prefrontal, la
cual, por su parte, inhibiría la actividad de la amígdala para suprimir las conductas agresivas.
Cuatro años más tarde, estos mismos autores hallaron una reducción del volu-
men de la sustancia blanca de la corteza prefrontal en personas con trastorno
antisocial de la personalidad. En esta misma línea, en el año 2005, Yang et al.
encontraron que la reducción del volumen de la sustancia blanca de la corteza
prefrontal se relacionaba con una disminución de los recursos cognitivos para
manipular y controlar a otras personas y para tomar decisiones en situaciones
determinadas, nada más lejos de nuestro psiquiatra caníbal. Esto podría expli-
car el porqué algunos asesinos son capaces de controlar su conducta y evitar
que las autoridades los atrapen. La gran pantalla continuamente nos presenta
asesinos que muestran este perfil. Se trata de personas meticulosas a la hora de
borrar sus rastros y que presentan las habilidades necesarias para tomar deci-
siones adecuadas en situaciones de riesgo, evitando así su detención. Este tipo
de asesinos presentan la sustancia blanca de la corteza prefrontal en perfectas
condiciones (en comparación con los asesinos y los delincuentes más impul-
© Editorial UOC 188 El cerebro estresado
Capítulo V
Estrés y enfermedad
«No solo de leche vive el hombre. El amor es una emoción que no hay que
alimentar con biberón o cuchara.»
Harry Harlow, The nature of love, 1958.
desarrollar con eficiencia el proyecto. Una situación de esta índole puede mer-
mar notablemente nuestra respuesta sexual y puede deprimir a nuestro sistema
inmunitario facilitando que caigamos enfermos.
El estrés depende no solo de los parámetros físicos de la estimulación
ambiental, sino sobre todo de cómo el organismo percibe y reacciona ante
dichos estímulos y esto, en última instancia, depende de nuestro cerebro. Por
ejemplo, muchas personas sienten ansiedad o miedo al tener que hablar en
público, sin embargo otras pueden encontrar placentera esta actividad.
Debemos tener en cuenta que no hay un único estado fisiológico que sea
específico del estrés. Está ampliamente aceptado que una elevación de los
niveles de glucocorticoides (en especial el cortisol) es un indicador del estado
de estrés, pero sin embargo, con muchas actividades placenteras como comer,
hacer ejercicio o el sexo aumentan los niveles de estas hormonas.
Por otro lado, la percepción de control que tenemos del agente que produce
el estrés parece tener una profunda influencia del impacto de una experiencia
aversiva sobre la conducta y fisiología de un organismo. Dos animales que son
expuestos a los mismos niveles de una descarga eléctrica pueden intentar evitar
el estímulo estresante, pero la experiencia puede tener efectos muy diferentes
sobre la respuesta fisiológica y conductual dependiendo de si el animal tiene o
no control para acabar con la descarga. El elemento de control (y del concepto
relacionado de «predictibilidad») resulta cardinal para la determinación de la
magnitud de la respuesta de estrés y la susceptibilidad de que ese estrés pueda
generar secuelas conductuales y fisiológicas sobre el individuo. Ampliaremos
este concepto en el capítulo 8.
Por otro lado, para que el estrés tenga consecuencias sobre la salud, la expe-
riencia deberá ser percibida como aversiva. Dicho de otro modo, el sujeto evi-
taría o atenuaría, si tuviera la oportunidad, la intensidad del agente estresante.
Además, el estrés requiere una alta excitabilidad cerebral. No obstante, debe-
mos tener presente que la excitabilidad cerebral aumenta tanto en actividades
aversivas como en actividades placenteras. Por ejemplo, hablar en público suele
producir este tipo de respuesta en el cerebro de casi todas las personas, no obs-
tante, para unas personas es estresante y para otras, no.
Desde los estudios de Seyle, numerosas evidencias experimentales han rela-
cionado el estrés con varios procesos patológicos. Por ejemplo, en 1953 Cohen
et al. mostraron que personas sometidas a estrés crónico (como, por ejemplo,
los supervivientes de campos de concentración) presentaban más problemas de
salud en las etapas posteriores de su vida que otras personas de la misma edad
© Editorial UOC 197 Estrés y enfermedad
ronas del hipocampo, deteriorando todavía más el sistema de control del eje
endocrino y acelerando el proceso de envejecimiento. Es el pez que se muerde la
cola. Volveremos a sacar a colación este tema en capítulos posteriores.
Hablando de peces examinemos un caso curioso, el caso del salmón del
pacífico. Los salmones nacen en el inicio de un río y nadan hacia la desembo-
cadura del mismo para vivir en agua salada. Cuando maduran sexualmente,
remontan el río que les vio nacer para desovar en su parte alta. El salmón
del pacífico muere después de esta larga migración y el subsiguiente desove
en su río natal. Numerosas evidencias sugieren que la mortalidad posterior al
desove constituye una «muerte programada» debida a los efectos deletéreos
de un nivel excesivo de glucocorticoides. En los años sesenta, Robertson y
Wexler relacionaron los altos niveles de cortisol en los salmones maduros
con la importante degeneración en diferentes órganos y glándulas del animal,
incluyendo el estómago, el hígado, los riñones, el bazo, el timo, la tiroides, las
gónadas, la hipófisis y el sistema cardiovascular. Asimismo, se demostró que
este efecto también aparecía al administrar de forma exógena cortisol a salmo-
nes inmaduros. Tomadas en su globalidad, estas observaciones indican que los
niveles excesivos de glucocorticoides pueden inducir una degeneración sisté-
mica general, lo cual implica, en última instancia, una muerte programada. De
forma añadida, y para complicar más la cosa, Maldonado et al. demostraron en
el año 2000 que estos salmones mostraban en sus cerebros importantes acúmu-
los de una proteína que resulta característica de la enfermedad de Alzheimer:
la proteína β–amiloide.
A principio de los años ochenta Bradley, McDonald y Lee establecieron una
relación entre el estrés y la mortalidad en los pequeños ratones marsupiales de
Australia (Antechinus stuartii y Antechinus swainsonii), poniendo de manifiesto
que el aumento en la concentración de glucocorticoides en sangre provocaba
inmunosupresión y la muerte de los machos después de la copulación. En
1986, estos mismos autores pusieron de manifiesto que este efecto era debido
a un deterioro en el control de retroalimentación negativa de la secreción de
ACTH, lo cual llevaba a un aumento desmesurado de la concentración en plas-
ma de cortisol generando unos efectos inmunosupresores muy fuertes, respon-
sables de la muerte de los animales.
© Editorial UOC 199 Estrés y enfermedad
Tal como se ha iniciado el capítulo con una cita de Harlow, puede susci-
tar en el lector el pensamiento de que este polémico y reconocido científico
sobreestimara el amor sobre la comida. Tal como veremos a lo largo de este
apartado aspectos como el apego y el amor de una madre hacia las crías pue-
den constituirse como factores esenciales para el bienestar biológico y psi-
cológico y ser preferidos incluso por encima de los alimentos. Para entender
mejor este aspecto en su globalidad, vamos, en primer lugar, a examinar qué
es lo que sucede cuando ingerimos los alimentos y movilizamos la energía
delante de un agente estresante.
Cuando ingerimos los alimentos, los nutrientes son almacenados y movi-
lizados (en caso de necesitar energía) de manera diferencial: las proteínas se
almacenan como tales; sin embargo, ante una situación estresante son movi-
lizadas como aminoácidos; el almidón, los azúcares y otros carbohidratos
son almacenados como glucógeno en los músculos y en el hígado, pero se
movilizan en forma de glucosa ante una situación de emergencia; las grasas
se almacenan como triglicéridos, pero ante la respuesta de estrés se movilizan
como ácidos grasos y otros compuestos. La mayor parte de las reservas ener-
géticas del cuerpo se almacenan como grasas (triglicéridos) y una pequeña
cantidad lo harán como glucógeno o proteínas. Es conveniente considerar
que un gramo de grasa es capaz de almacenar el doble de energía que un
gramo de glucógeno.
En una situación de estrés, los glucocorticoides, el glucagón (una hormo-
na liberada por el páncreas) y la adrenalina estimulan la conversión de los
triglicéridos en ácidos grasos libres. Asimismo, los glucocorticoides ayudan
a convertir las proteínas de los músculos inactivados en aminoácidos. Así,
tanto los aminoácidos como los ácidos grasos llegan al hígado, lugar donde
finalmente serán transformados en glucosa, por medio del proceso de glu-
coneogénesis. La glucosa almacenada en el hígado también es convertida
en glucosa (mediante un proceso denominado glucogenólisis). Durante el
estrés, la insulina (otra hormona pancreática) es inhibida dado que esta hor-
mona estimula el almacenamiento de los ácidos grasos como triglicéridos y
de los aminoácidos como proteínas (véase Figura 47). No obstante, siempre
puede quedar algo de insulina en circulación y por ello los glucocorticoides
© Editorial UOC 200 El cerebro estresado
Figura 47. En una situación de estrés, los glucocorticoides (como el cortisol), el glucagón
y la adrenalina estimulan la conversión de los triglicéridos (TG) en ácidos grasos libres.
Asimismo, el cortisol ayuda a convertir las proteínas de los músculos inactivados en ami-
noácidos. Así, tanto los aminoácidos como los ácidos grasos llegan al hígado, lugar donde
finalmente serán transformados en glucosa, por medio del proceso de gluconeogénesis.
La glucosa almacenada en el hígado también es convertida en glucosa (glucogenólisis).
Durante el estrés, la insulina es inhibida porque esta hormona estimula el almacenamiento
de los ácidos grasos como triglicéridos y de los aminoácidos como proteínas.
© Editorial UOC 201 Estrés y enfermedad
Figura 48. La hormona del crecimiento (GH) controla el proceso de crecimiento, actuando
directamente sobre las células del cuerpo y activando la secreción de somatomedinas para
que estas últimas fomenten la división celular. Las hormonas tiroideas (T3 y T4) activan la
secreción de GH y hacen más sensibles los huesos frente a la acción de las somatomedinas.
Los estrógenos contribuyen al crecimiento de los huesos largos y aumentan la secreción de
GH. La testosterona, del mismo modo que el estradiol, facilita el crecimiento de los huesos
largos y potencia el crecimiento muscular.
© Editorial UOC 203 Estrés y enfermedad
la densidad del receptor 5–HT1A durante el desarrollo podría ser un factor de vul-
nerabilidad a sufrir trastornos neuropsiquíatricos relacionados con el estrés en la
edad adulta. Asimismo, el hecho de encontrar un aumento en el caso de la corteza
prefrontal de las hembras podría explicar las diferencias en función del género a la
vulnerabilidad que se tiene en la edad adulta a sufrir este tipo de trastornos. En el
capítulo 9 profundizaremos en este tema.
En personas adultas existen numerosos datos que muestran la influencia
que tienen las relaciones sociales en la esperanza de vida. Cuando pensamos
en la esperanza de vida que tiene una persona, inmediatamente se nos viene a
la cabeza la cantidad de deporte que hace ese individuo, si presenta obesidad
o tiene hipertensión, si fuma y si muestra problemas con el azúcar. Seguro
que no se nos pasa por la cabeza el pensar en las relaciones sociales que tiene
la persona como un factor que nos posibilite explicar la esperanza de vida
que pueda tener. No obstante, los datos de los diferentes estudios van en la
misma dirección: teniendo presente el estado general de salud, el estilo de
vida (dieta, actividad física, tabaquismo, adherencia terapéutica, etcétera),
la edad, el género, el nivel socioeconómico y otras variables que podrían
enmascarar los resultados, las personas con un número menor de relaciones
sociales presentan más probabilidades de fallecer que aquellas que gozan de
numerosas relaciones. En este sentido, se ha podido comprobar que mujeres
con cáncer de mama y con pocas relaciones sociales presentan una menor
reactividad en uno de los componentes del sistema inmunitario encargado
del control tumoral. Asimismo, enfermos de sida aislados socialmente des-
pliegan una reducción importante de un tipo específico de linfocitos. Todos
estos datos ponen de manifiesto la gran valía de las relaciones sociales en la
edad adulta y la importancia que cobra el contacto y el apego en las primeras
etapas del desarrollo, por encima, incluso, del cuidado nutricional. No obs-
tante, la nutrición también tiene su importancia.
Supongamos que estamos en 1938, en plena guerra civil española, una
mujer embarazada ha quedado aislada en un pequeño pueblo junto con su
anciana madre y con dos criaturas de tres y seis años. Su marido ha muerto en
combate y ella se ve al frente de una familia a la que tiene que proporcionar
los cuidados básicos en un contexto que resulta terriblemente estresante. La
hambruna acecha al pueblo y el acceso a los nutrientes mínimos es arduo y
se encuentra lleno de inconvenientes. La cansada mujer no puede ingerir las
calorías necesarias y, por lo tanto, el feto en formación dentro de su vientre
tampoco. ¿Qué es lo que sucede? Si finalmente la mujer puede llegar a dar
© Editorial UOC 208 El cerebro estresado
25. Invito a lector que quiera profundizar en los mecanismos de plasticidad cerebral a leer el libro:
Redolar, D. (2009). El cerebro cambiante. Niberta, Barcelona.
© Editorial UOC 209 Estrés y enfermedad
más altos de corticosterona (en comparación con los otros ratones controles)
tanto a nivel basal, como en respuesta a un agente estresante. Además, cuan-
do se vuelve a una dieta normal, si los ratones que habían sufrido la dieta son
expuestos a un agente estresante, consumen más cantidad de comida que los
ratones que no habían seguido la dieta. Estos resultados cuadran con observa-
ciones clínicas de pacientes que habían perdido un peso significativo durante
un programa de dieta y que una vez terminado el programa, si pasaban por
una situación de estrés ingerían grandes cantidades de alimento, volviendo a
su peso inicial, o incluso, superándolo.
Las hormonas del crecimiento también participan en la reparación del
tejido óseo. La GH, las somatomedinas, la hormona paratiroidea y la vitami-
na D posibilitan que las partes viejas de los huesos estén desintegradas y se
vayan renovando constantemente. Las hormonas del estrés alteran el tráfico
de calcio e imposibilitan la renovación ósea. Los glucocorticoides inhiben el
crecimiento de nuevos huesos, dado que interrumpen la división de las célu-
las precursoras del hueso en sus extremos. Tal como hemos visto, durante el
estrés a corto plazo se estimula la secreción de GH, dado que dicha hormo-
na facilita la descomposición de los nutrientes almacenados y contribuye a
la movilización de energía. A largo plazo, sin embargo, la secreción de GH
es inhibida, puesto que su función principal consiste en estimular el creci-
miento, proceso que requiere mucho gasto energético. El estrés a largo plazo
aumenta los riesgos de osteoporosis y puede causar atrofia esquelética.
hacemos una larga fila de personas en las Ramblas para tocar y manipular al
conejo de nuestro ejemplo. Cada vez que una persona se acercara al animal,
el sistema cardiaco de este se aceleraría por acción del sistema nervioso sim-
pático. No obstante, al no derivarse consecuencias negativas del toqueteo de
la gente hacia el pobre animal, paulatinamente la reacción se iría habituando
y la respuesta sería menor.
La respuesta de estrés hace que tanto el corazón como los vasos sanguí-
neos trabajen durante más tiempo, con lo que se genera un mayor desgaste
fisiológico. De hecho, con el estrés se produce un incremento en la fuerza
motora del flujo sanguíneo, lo que aumenta la probabilidad de aparición de
pequeñas lesiones en los vasos si se mantiene esta respuesta a largo plazo.
Las grasas, la glucosa y las células sanguíneas de coagulación (plaquetas) que
circulan por la sangre se adhieren a la capa dañada del revestimiento interno
de los vasos sanguíneos y generan un engrosamiento de ésta. De este modo,
los vasos sanguíneos empiezan a obstruirse y disminuye, en consecuencia, el
flujo de la sangre. Tanto la adrenalina como los glucocorticoides agravan la
formación de estas obturaciones, denominadas placas ateroscleróticas. Ante
una situación de estrés, el corazón consume más glucosa y oxígeno y, por
lo tanto, necesita una vasodilatación; la presencia de placas ateroscleróticas
provocará vasoconstricción.
En seres humanos, cada vez son más las evidencias de que el estrés cróni-
co puede aumentar la probabilidad de sufrir enfermedades cardiovasculares.
No obstante, parece ser que tanto la personalidad como la capacidad que
mostramos de afrontamiento al estrés pueden explicar la gran variabilidad
encontrada en cómo el estrés afecta a nuestra salud cardiovascular. En 2003,
Yan et al. analizaron en un estudio observacional prospectivo un conjunto de
variables psicosociales como factores de riesgo para la hipertensión arterial.
Estos autores siguieron a un grupo de 3.308 personas de entre dieciocho a
treinta años. Los resultados del estudio mostraron que la impaciencia, el sen-
tirse presionado por el tiempo y la hostilidad de los sujetos eran factores que
se asociaban claramente con un aumento del riesgo de sufrir hipertensión.
Matthews et al. (2006) evaluaron si los cambios que tenían lugar durante el
estrés psicológico podían constituirse como un factor de riesgo para la ateros-
clerosis. Estos autores mostraron que la reactividad de la presión sanguínea a
un estresor de tipo psicológico estaba relacionada con la calcificación de las
arterias coronarias.
Seguramente el lector recordará el film de los años noventa, Un día de furia
© Editorial UOC 213 Estrés y enfermedad
4. ¿Problemas de estómago?
la infección por bacterias que pueden dañar las paredes del aparato digestivo.
En 1943 se publicó un trabajo que recogía las observaciones de Wolf y Wolff
sobre un sujeto neoyorquino (Tom) que, al comer sopa, se quemó el esófago
a la edad de nueve años. Este sujeto se alimentaba poniendo directamente la
comida en el estómago, mediante una fístula. Este accidente sirvió a Wolf y
Wolff para observar los cambios generados en la mucosa estomacal mientras
Tom experimentaba diferentes estados emocionales. Con el estudio, pusieron
de manifiesto que las reacciones emocionales pueden repercutir sobre los
cambios en los sistemas fisiológicos corporales. En base a todos estos datos,
inicialmente se pensó que el estrés era el principal factor para explicar la
aparición de las úlceras gástricas. No obstante, hoy en día sabemos que una
bacteria, la Helicobacter pylori, está detrás de estas enfermedades del sistema
digestivo. De todas formas, parece ser que la presencia de la bacteria es insu-
ficiente para explicar la enfermedad y que serían necesarios otros factores.
Diferentes autores creen que el estrés podría ser uno de estos factores.
[IFN: interferón; IL: interleucina; NK: linfocito Natural Killer o citolítico natural; TGF–β: factor transformador
del crecimiento β; TNF: factor de necrosis tumoral]
Tabla 4.
© Editorial UOC 220 El cerebro estresado
Entre los diferentes elementos del sistema de inmunidad innata, las pentraxi-
nas, las colectivas y las ficolinas son moléculas solubles presentes en el plasma
que al unirse a los ligandos de los patógenos estimulan su depuración a través
de mecanismos dependientes o independientes del sistema de complemento.
El sistema de complemento, por su parte, está constituido por un agregado de
proteínas plasmáticas que al activarse genera un conjunto de productos que
estimulan la fagocitosis y la destrucción de los patógenos, además de favorecer
las respuestas flogísticas. Las células NK, tal como hemos señalado, son linfo-
citos capaces de reconocer a sus ligandos sobre las células que se encuentran
infectadas o sobre aquellas que han sido agredidas, de tal forma que inducen su
eliminación. Este tipo de linfocitos reaccionan frente a la citocina IL–12 secre-
tada por los macrófagos, secretando la citocina IFN–γ que activa a su vez a los
macrófagos para que eliminen a los microbios que han fagocitado. Los fagoci-
tos mononucleares son leucocitos cuya función principal es la de fagocitar dife-
rentes elementos como bacterias, células muertas, células tumorales, etcétera.
Son células que participan en la activación de los linfocitos. Se calcula que su
ciclo vital va de días a meses y que las concentraciones medias por mm3 de san-
gre son de unos 400. Los monocitos no están diferenciados por completo, ya
que entran en la sangre justo después de dejar la médula ósea. Cuando la célula
entra en los tejidos, madura y se convierte en macrófago. Los neutrófilos son
granulocitos que intervienen en las fases iniciales de las respuestas flogísticas.
En pocas horas son capaces de migrar hacia los focos de infección. Su función
principal se decanta por la fagocitosis de agentes extraños, especialmente bac-
terias. Su ciclo vital va de horas a días y las concentraciones medias por mm3
de sangre son de unos 5.000. Las células dendríticas expresan receptores para
el reconocimiento de patrones y son capaces de secretar citocinas. Asimismo,
presentan una capacidad fagocítica importante. Dentro de esta tipología de
células un subtipo especializado (las plasmocitoides) son capaces de reconocer
a los virus endocitados y de secretar interferones de tipo i. Las células dendríti-
cas también participan en la inmunidad adaptativa al fagocitar a los patógenos
y presentar los antígenos a los linfocitos T. En la siguiente tabla se presentan
los principales componentes y sus funciones:
Evolutivamente, el sistema de inmunidad innata se ha desarrollado para pre-
sentar una alta especificidad a la hora de reconocer los productos de los patóge-
nos que resultan esenciales para su conservación y supervivencia, de modo que
éstos no pueden deshacerse de aquello que el sistema inmunitario innato puede
reconocer y, por lo tanto, que sirve para detectarlos. Teniendo presente que los
© Editorial UOC 221 Estrés y enfermedad
patógenos pueden mutar y perder algunos productos que son la diana del siste-
ma inmunitario adaptativo, el sistema de reconocimiento de la inmunidad inna-
ta proporciona grandes ventajas, en comparación con la inmunidad adaptativa.
La inmunidad innata se activa, por lo tanto, en las primeras fases de la respues-
ta a los microbios. No obstante, muchos patógenos han evolucionado desarrollan-
do características que les ha posibilitado sobrevivir a los diferentes mecanismos de
inmunidad innata. En contra de dichos patógenos, el organismo dispone de otros
mecanismos más especializados que pueden dar cuenta de ellos: los mecanismos
de inmunidad adaptativa. Decíamos al principio que dentro de la inmunidad
adaptativa es necesario hacer una división inicial en relación al tipo de respuesta
acontecida. Por un lado, tenemos la inmunidad dirigida por células o también
conocida como inmunidad celular y por otro la inmunidad dirigida químicamente
o también conocida como inmunidad humoral. La inmunidad dirigida por células
depende fundamentalmente de las células T (linfocitos T). Existen ciertas bacterias
y virus que puede proliferar y perdurar en el interior de células huésped, donde
las sustancias químicas liberadas por el sistema inmunitario no les afecta. En este
contexto es donde entran a actuar los linfocitos T para destruir a las células infecta-
das por el microbio intracelular. Por lo tanto, se trata de una respuesta crítica para
defender al cuerpo de los microbios intracelulares. La inmunidad dirigida quími-
camente depende del producto de secreción de los linfocitos B, los anticuerpos.
Estas moléculas son capaces de reconocer a los antígenos de diferentes microorga-
nismos, neutralizando la infección y señalándolos para su destrucción por parte de
diferentes dispositivos efectores. Se trata de una respuesta crítica para defender al
cuerpo de los microbios extracelulares y de las toxinas liberadas por éstos.
La inmunidad adaptativa presenta una elevada capacidad de respuesta dife-
rencial y específica para los diferentes microorganismos y moléculas lo que le
confiere una gran eficacia defensiva. Asimismo es capaz de reaccionar ante una
gran variedad de antígenos distintos. Cuando hablamos de antígenos, nos esta-
mos refiriendo a las regiones de las bacterias, los virus y otros microorganismos
que pueden desencadenar la respuesta inmunitaria. No obstante, es necesario
tener presente que también abarcaría a otras sustancias que pueden ser recono-
cidas por el sistema inmunitario y que no son patógenos (por ejemplo, sustan-
cias del propio organismo). La diversidad resulta fundamental para que nuestro
organismo se encuentre protegido frente a los múltiples patógenos existentes
en el medio. La inmunidad adaptativa dispone de memoria en tanto que cuan-
do una persona se encuentra expuesta a un antígeno ajeno se facilitan las suce-
sivas reacciones (reacciones inmunitarias secundarias) ante dicho antígeno.
© Editorial UOC 222 El cerebro estresado
que en esta situación ponen en marcha un ataque contra algunos de los com-
ponentes del propio cuerpo. Algunos datos recientes parecen apuntar hacia la
idea de que si se pone en marcha la respuesta de estrés de forma temporal pero
frecuente aumenta el riesgo de que la carga policial irrumpa contra la multitud,
es decir de sufrir una autoinmunidad. Subidas y bajadas de la función inmune
llevadas a cabo en intervalos temporales contiguos y de forma reiterada facili-
tan que la reacción del sistema se encuentre por encima del nivel basal normal,
facilitando de esta forma que haya mucha policía armada hasta los dientes.
Dejando de lado las manifestaciones y las cargas policiales, ahora supongamos
que el agente estresante se cronifica. En este caso, mantener despierto al sistema
inmunitario en condiciones normales de respuesta cuesta mucha energía y
no lo podemos costear para asegurar la movilización de los recursos de forma
correcta en relación a la respuesta de estrés sostenido y por ello tiene lugar una
inmunosupresión que deja a nuestro sistema de defensa por debajo de lo que
serían sus niveles basales.
Resumiendo, la aparición aguda de un agente estresante favorece la fun-
ción inmunitaria. Si este agente perdura en el tiempo, se ponen en marcha
mecanismos que deprimen al sistema inmunitario para dejar su funcionali-
dad a niveles basales y, de esta forma, evitar la autoinmunidad. No obstante,
si la aparición del agente estresante se cronifica entonces nuestro sistema
inmunitario se deprime, quedándose a unos niveles por debajo de lo que
sería su respuesta normal y aumentando el riesgo de enfermar. Varios trabajos
han demostrado que una amplia variedad de estímulos estresantes pueden
aumentar la susceptibilidad a sufrir ciertos procesos patológicos, como las
enfermedades infecciosas (por ejemplo, el resfriado común). Controlando
variables como la temperatura, edad, género, etcétera, si analizamos la inci-
dencia de casos de gripe en los estudiantes universitarios en época de exá-
menes veremos que se dispara al compararla con otros intervalos de tiempo
(como, por ejemplo, las vacaciones). Distintas investigaciones han mostrado
que algunos virus que están latentes en nuestro organismo durante un tiem-
po tienen más probabilidad de despertarse en situaciones de estrés. Por ejem-
plo, esto se ha podido demostrar en el caso del virus del herpes. Este virus
tiene la capacidad de migrar a los ganglios de las raíces dorsales quedando
latente durante tiempo. Asimismo, el virus del herpes es sensible a los niveles
de glucocorticoides, de manera que cuando éstos aumentan hasta un deter-
minado nivel besan a la bella durmiente para que despierte de su largo letargo.
Se trata de una estrategia muy astuta: permanecer dormido y callado en un
© Editorial UOC 231 Estrés y enfermedad
rincón hasta estar seguro de que el sistema inmunitario está por los suelos
y entonces aflorar y actuar, por ejemplo, contra nuestro tejido nervioso. En
el caso del sida, diferentes trabajos ponen de manifiesto que el estrés puede
alterar el curso de esta enfermedad. En este proceso infeccioso parece ser más
importante la actividad del sistema nervioso simpático que la actividad del
eje HPA. Recientemente, Burchell et al. (2010) han mostrado que el estrés de
tipo psicosocial aumenta el riesgo a sufrir una infección por el virus VIH y que
este efecto parece estar mediado por conductas de riesgo sexuales. De hecho,
el estilo de vida parece ser uno de los mediadores importantes en la relación
entre el estrés y la función inmunitaria (tal como también sucede en el caso
del cáncer). Por ejemplo, en 2009 Nakimuli–Mpungu et al. mostraron que el
estrés psicosocial constituye un factor de riesgo importante para disminuir la
adherencia terapéutica26 a la terapia anti–retroviral.
¿Qué sucede en el caso del cáncer? Los procesos tumorales requieren mucha
energía para su desarrollo. Podríamos pensar, de entrada, que la respuesta
de estrés al facilitar la disponibilidad de glucosa en sangre, podría influir en
el ritmo de crecimiento de un tumor. Otro aspecto a tener en cuenta es que
el estrés puede afectar a la efectividad de los linfocitos citolíticos naturales.
Teniendo presente que este tipo de células ayudan a evitar que los tumores se
desarrollen, podríamos pensar que el estrés podría tener un papel importante
en la extensión de un proceso tumoral. En modelos animales se ha encontra-
do que el estrés puede acelerar el crecimiento tumoral. No obstante, hasta el
momento no existen evidencias sólidas en seres humanos que aseguren una
relación directa entre cáncer y estrés, ni en relación a la incidencia, ni a la
recaída o al curso de la enfermedad. Autores como Robert M. Sapolsky creen
que existen múltiples razones para creer que el estilo de vida desempeña un
papel clave en la conexión entre estrés y el curso del cáncer.
Llegados a este punto, seguramente que el lector se preguntará si hay algo
que puede hacer para mejorar su sistema de defensa y evitar, por ejemplo, que
el estrés que tiende a cronificarse en nuestro estilo de vida sea un factor de ries-
go importante que facilite que enfermemos. Los medios de comunicación con-
tinuamente nos bombardean con publicidad de diferentes productos probióti-
cos que supuestamente «ayudan a nuestras defensas». Las bacterias productoras
de ácido láctico pertenecen a una comunidad microbiana presente en el intes-
Capítulo VI
preparado para tal menester. No obstante, hace unos años deportistas, militares
y adictos a las sustancias de abuso eran obligados a orinar en presencia de otras
personas para controlar la naturaleza de las muestras.
En una situación de estrés, se liberan unas sustancias denominadas opiá-
ceos endógenos. Estas sustancias pueden inhibir la producción de GnRH y,
por ende, afectar a los niveles de hormonas sexuales circundantes. ¿Qué son
exactamente los opiáceos endógenos? Volvamos al gladiador y a la descrip-
ción realizada en el capítulo 1 sobre su combate en el Coliseo. Resulta que
éste había sufrido una fuerte herida en el brazo y a pesar de que la sangre
le brotaba a borbotones no sentía el más mínimo dolor, parecía como si la
percepción del dolor hubiera quedado embotada y solo estaba concentrado
en las reacciones de su oponente sin apartar sus sentidos de los mandobles de
su arma. Hoy sabemos que durante la respuesta de estrés se liberan opiáceos
endógenos. Estas sustancias presentan una estructura química muy parecida
a opiáceos como la morfina. Dentro de los opiáceos endógenos, podemos
distinguir a grandes rasgos tres grupos: péptidos derivados de la proencefalina
(encefalinas), péptidos derivados de la proopiomelanocortina (endorfinas) y
péptidos derivados de la prodinorfina (dinorfinas). En el cerebro las neuronas
que sintetizan endorfinas se localizan en el hipotálamo y envían sus largas
proyecciones a una región del tronco del encéfalo denominada sustancia
gris periacueductal. Esta región es crítica para modular la información noci-
ceptiva y para producir analgesia. A lo largo de los pasados años setenta y
principios de los ochenta se pudo comprobar experimentalmente los efectos
que el estrés tenía sobre la percepción del dolor. En los trabajos iniciales
se puso de manifiesto que la exposición a descargas eléctricas de las que el
sujeto no tenía control elevaba el umbral del dolor (era necesario aumentar
la intensidad de la descarga para experimentar dolor) y que este efecto podía
ser parcialmente bloqueado por naloxona (una sustancia que bloquea los
receptores para opiáceos en el sistema nervioso). Posteriormente, otros tra-
bajos han intentado profundizar en esta relación mostrando que el control
que el sujeto tiene sobre el agente estresante puede ser uno de los factores
principales para que se produzca la analgesia inducida por estrés (si no hay
control de la situación se produce analgesia), asimismo, también se ha podido
comprobar que el efecto de la analgesia puede disminuir al aparecer el agente
estresante de forma repetida. Algunos trabajos recientes ponen de manifiesto
la existencia de otros mecanismos paralelos no opiáceos que podrían partici-
par en la analgesia inducida por estrés. Por ejemplo, la oxitocina bloquea la
© Editorial UOC 237 Sexo, placer y estrés
Tal como hemos visto en el capítulo 3, uno de los aspectos en los que la
plasticidad puede desempeñar un papel importante es en la conducta sexual
y en sentimientos complejos como el amor. Desde un punto de vista antropo-
lógico, sabemos que el ser humano durante mucho tiempo desconoció que el
acto sexual tenía como finalidad la reproducción. Esta separación del propósito
originario de dicha conducta puede constituirse como un rasgo característico
de la plasticidad.
Cuando elegimos una pareja, ¿en qué nos fijamos? ¿Es amor lo que senti-
mos?, ¿nos fijamos en el físico, en la forma de ser, en la personalidad? Diferentes
trabajos han mostrado que el ser humano presenta preferencias claras a la hora
de elegir la pareja con la que realizar el acto sexual. Estas preferencias parecen
estar relacionadas con diferentes rasgos morfológicos, como la razón existente
entre la cintura y la cadera en el caso de las mujeres, y la altura y el índice de
masa corporal en el caso de los hombres.
En el año 2005, Pawlowski y Jasienska pusieron de manifiesto que las pre-
ferencias sexuales de las mujeres parecían depender de la fase del ciclo en la
que se encontraban durante la investigación y de la duración esperada en la
© Editorial UOC 239 Sexo, placer y estrés
relación. En este estudio se mostró que las mujeres tendían a preferir a los hom-
bres más altos cuando se encontraban en la fase folicular de su ciclo menstrual
(fase en la que son muy fértiles) y cuando las parejas se elegían para relaciones
a corto plazo. De esta forma, estos resultados apuntan a que las mujeres que
se encuentran en una fase potencialmente fértil de su ciclo menstrual y eligen
a una pareja con la que podría ser menos probable embarcarse en la aventura
de tener hijos, seleccionan los genes de hombres más altos. Otros trabajos han
mostrado la existencia de una tendencia biológica a la elección de la pareja en
función de la simetría corporal. Parece ser que a las personas más simétricas se
las considera más atractivas. Es cierto que una mayor simetría es un indicador
de menor probabilidad de errores genéticos y de fertilidad.
En definitiva, ¿elegimos a la pareja libremente? ¿En qué grado nos limita
y determina la biología? Por ejemplo, hay evidencias históricas de que en la
época isabelina algunas mujeres se colocaban un trozo de manzana pelada
debajo de la axila para que se fuera impregnando de su olor. Después entre-
gaban la pieza a su amante como muestra de su amor. Algunos estudios han
mostrado que el olor corporal puede ser un factor importante para la elección
de la pareja, ya que el olor corporal puede proporcionar claves sobre la cali-
dad genética de la pareja sexual, su estatus reproductivo e incluso su salud.
En animales, un rasgo clave en la elección por parte de las hembras de
su compañero en las relaciones sexuales es la dominancia mostrada por el
macho. Recientemente, Havlicek y sus colaboradores han mostrado que las
mujeres que se encuentran en la fase fértil de su ciclo menstrual prefieren
el olor corporal de hombres que son más dominantes. Esta preferencia varía
en relación con la situación en la que se halla la mujer, de tal forma que es
mucho más fuerte en mujeres fértiles con relaciones estables que en mujeres
fértiles solteras.
Cada vez son más las evidencias que sugieren una correlación entre la elec-
ción de la pareja, la preferencia por un olor determinado y la similitud genética
en el complejo mayor de histocompatibilidad (MHC, acrónimo inglés de major
histocompatibility complex). El MHC es un grupo de genes que desempeñan un
importante papel en el reconocimiento inmunitario de los tejidos propios y de
los tejidos ajenos. Por este motivo, su descubrimiento fue un gran paso en el
tema de los trasplantes de órganos. Parece que sus productos constituyen una
variedad de sustancias que, en conjunto, contribuyen a generar el olor corporal.
Todos tenemos un olor corporal determinado. Seguro que hemos oído alguna
vez las expresiones siguientes: «esa colonia no huele bien en su piel», «me
© Editorial UOC 240 El cerebro estresado
encanta el olor de su cuerpo desnudo», «el olor de la piel de bebé resulta muy
tierno», etcétera. Diferentes evidencias experimentales sugieren que muchas
especies animales utilizan el olor corporal como una guía para identificar a posi-
bles parejas con un MHC determinado. La preferencia por una pareja con un
MHC diferente al del propio genotipo aumenta la heterocigosis de la progenie.
Las posibles ventajas adaptativas son claras: se trata de un mecanismo que nos
ayuda a evitar la endogamia, además de posibilitar que la progenie se muestre
heterocigota para el MHC, lo que le confiere una mayor inmunocompetencia,
es decir, una mejor capacidad del organismo para responder inmunológicamen-
te a la presencia de virus, bacterias y otros microorganismos.
El MHC parece influir tanto en el reconocimiento de uno mismo como en
las preferencias por la elección de la pareja. Este último efecto se ha demostra-
do en roedores, en peces, en pájaros, en reptiles e incluso en el ser humano.
Muchos mamíferos utilizan el olor corporal para proporcionar y obtener gran
variedad de información en relación con el sexo, el tipo de especie, la edad, la
colonia o la familia de procedencia, el estatus reproductivo y social, el estado
maternal, etcétera.
Según algunos apuntes históricos, parece que en la Edad Media, los olores
constituían un mecanismo de implementación habitual para el reconocimien-
to de individuos de las mismas familias y clanes. En algunas ocasiones, se ha
sugerido que si despertáramos de repente en la plaza de una urbe medieval,
podríamos sufrir un fuerte colapso por culpa de la amalgama de los penetrantes
olores reinantes.
Recordemos la novela del escritor alemán Patrick Süskind El perfume:
historia de un asesino. La obra se publicó en 1985 bajo el título original Das
Parfum, die Geschichte eines Mörders, y constituyó un gran éxito literario en
poco tiempo. En ella, Patrick Süskind nos describe la historia de Jean–Baptiste
Grenouille en la Francia del siglo xviii. El protagonista de la obra es una perso-
na con una capacidad extremadamente desarrollada del sentido del olfato. En
la novela se muestra cómo Grenouille es capaz de guiarse en el entorno por
medio del mundo del olfato. Para Grenouille todo son los olores: se mueve
a partir de ellos, vive para ellos, disfruta y sufre por ellos. Desde su infancia
Grenouille descubre que, a pesar de poder distinguir por el olor hasta la más
ínfima criatura, él carece de olor propio. Las vocablos solo tienen sentido
para Grenouille si designan objetos mediante el olor. Por ello el objetivo de
su vida se centrará en intentar mantener el olor más puro, la esencia en sí
misma. En la acertada adaptación cinematográfica del libro, llevada a cabo
© Editorial UOC 241 Sexo, placer y estrés
similar o demasiado diferente al suyo propio. Para llevar a cabo las pruebas
olfatorias, estos investigadores seleccionaron a cuarenta y cinco mujeres sol-
teras que nunca habían estado embarazadas. Para la obtención de los olores
corporales, los hombres debían llevar la misma camiseta interior durante dos
noches consecutivas. Para elegir las camisetas, las mujeres tenían que olerlas,
desconociendo su procedencia.
Recientemente, Sandro et al. han hallado que cuando las mujeres evalúan el
olor del sudor de hombres, el nivel de dificultad para decidir si dicho sudor es
agradable o desagradable aumenta a medida que el HLA resulta más similar entre
hombre y mujer. Las repercusiones sociales que pueden tener estos resultados
son notables. Muchas veces pensamos que elegimos a la pareja en función de su
personalidad, su apariencia, sus aficiones comunes, etcétera. Seguramente nunca
nos habíamos planteado que el olor corporal pudiera desempeñar un papel en
dicha elección y que esto pudiera tener ciertas implicaciones adaptativas. De
todas formas, hemos de partir de la idea de que la conducta sexual humana es
extremadamente compleja y que responde a múltiples factores de diversa índole:
educativos, sociales, biológicos, culturales, religiosos, etcétera.
En África oriental, los masais (también denominados maasai) son un pueblo
de unos novecientos mil individuos que habitan en Tanzania septentrional y en
Kenia meridional. Para comunicarse utilizan un lenguaje nilótico llamado maa,
aunque algunos hablan en suajili e incluso en inglés. Lo curioso del asunto en
relación con el tema que estamos tratando es que utilizan la orina de las vacas
para untársela en el pelo. En el seno de esta cultura se da mucha importancia a
las vacas, incluso para impregnarse con su olor y potenciar así el atractivo.
En nuestra cultura utilizamos caros perfumes que compramos en tiendas
especializadas del ramo, como complemento de la imagen que queremos dar
de nosotros mismos y con la intención potencial de aumentar nuestro atractivo
personal. Muchas de las preferencias que consideramos naturales son en reali-
dad aprendidas debido a los mecanismos de plasticidad de los que disponemos.
El amor y la selección de la pareja no son excepciones.
Hemos visto la importancia que puede tener el olor corporal en la conducta
sexual. Una cuestión interesante a plantearse es por qué lloran las mujeres y
si puede haber alguna relación con el deseo sexual y las conductas reproduc-
toras. Diferentes trabajos en ratones han mostrado que las lágrimas pueden
utilizarse como señales químicas entre los animales. Recientemente, Gelstein
et al. (2010) han publicado un trabajo en la revista Science en el que demues-
tran que las lágrimas humanas también cumplen una función de señalización
© Editorial UOC 243 Sexo, placer y estrés
química. Estos autores han puesto de manifiesto que el oler lágrimas de mujer27
reduce la excitación, el deseo sexual y los niveles de testosterona en hombres.
Asimismo, se observa una importante reducción de la actividad cerebral en las
áreas relacionadas con la activación sexual como, por ejemplo, el hipotálamo.
Los participantes del estudio declararon que las lágrimas carecían de olor. No
obstante, los hombres que olieron las lágrimas mostraron una marcada tenden-
cia a considerar (a partir de fotografías) a diferentes rostros de mujeres menos
atractivos sexualmente, en comparación a los participantes (hombres también)
que olieron una solución salina. Este trabajo muestra que los hombres respon-
den a las lágrimas sin tener que ver directamente a las mujeres llorar. Teniendo
en cuenta que las mujeres lloran más durante la menstruación, esta señaliza-
ción química a partir de las lágrimas podría ser un marcador evolutivo de que
cuando se ve llorar a una mujer no resulta un período útil y provechoso para
la interacción sexual en términos de éxito reproductivo.
2. El dormilón
27. Las lágrimas se recogieron en mujeres voluntarias miestras estaban visionando una película de
contenido triste.
© Editorial UOC 244 El cerebro estresado
Figura 50. Autoestimulación eléctrica intracraneal en una rata de la cepa Wistar procedente
del Laboratorio de Psicobiología de la Universidad Autónoma de Barcelona, del equipo de
investigación del Dr. Ignacio Morgado.
© Editorial UOC 246 El cerebro estresado
Figura 52. Representación de las estructuras mesencefálicas donde se ubican los cuerpos
celulares dopaminérgicos y sus proyecciones telencefálicas. Desde la sustancia negra se
forma la vía nigroestriada, mientras que desde el área tegmental ventral se forman las vías
mesocortical y mesolímbica. Al igual que las sustancias de abuso, se ha podido comprobar
que la estimulación eléctrica reforzante del haz prosencefálico medial (HPM) incrementa los
niveles de dopamina en el núcleo accumbens. Adaptada de Klivington (1992).
tos de la vida de una persona, podría implicar algún tipo de deterioro cognitivo
relacionado con el control de la conducta. Se ha podido comprobar que estas
alteraciones existen y que tendrían como sustrato neuroanatómico a la corteza
prefrontal. Las proyecciones glutamatérgicas de la corteza prefrontal al núcleo
accumbens parecen constituir un componente importante del sustrato neural
del refuerzo (véase Figura 53).
En definitiva, los sistemas dopaminérgicos mesolímbico y mesocortical des-
empeñan un papel capital en las conductas motivadas naturales, como el sexo
o la ingesta, así como en el uso de sustancias adictivas. Estos sistemas neurales
dopaminérgicos participan fundamentalmente en las conductas preparatorias
para nosotros era neutro (la presencia del arbusto con flores rojas) con un
refuerzo (el fruto que nos resulta tan delicioso al gusto y que apaga rápida-
mente nuestra sensación de hambre por su gran aporte calórico). Por lo tanto,
en este tipo de aprendizaje relacionamos un refuerzo con un estímulo inicial-
mente de valoración neutra para nosotros y/o con la conducta que llevamos
a cabo para obtenerlo. Las drogas parecen utilizar los mecanismos neurales
subyacentes a este tipo de aprendizaje. Por este motivo, parece ser que las
bases neurales de la persistencia de la adicción se deben a los mecanismos
celulares y moleculares que subyacen a las memorias asociativas a largo plazo
en diferentes circuitos del cerebro que reciben conexiones de neuronas que
utilizan la dopamina para comunicarse (véase Figura 54).
3. Sin control
4. El Greco
minado refuerzo) será comparado con lo que se había predicho que se podría
conseguir con esa acción. La diferencia entre lo esperado y lo obtenido es el
denominado error en la predicción del refuerzo.
Parece como si estuviéramos trabajando en un casino de las Vegas, donde
se analizan las respuestas fisiológicas de los jugadores para saber si un deter-
minado resultado (por ejemplo, una ganancia en la ruleta) es esperada o no.
Recordemos la tercera entrega de la saga de Ocean y sus intrépidos colabora-
dores. En la cinta titulada Ocean’s Thirteen, Cloney y sus colaboradores han
de poner a prueba un sofisticado sistema de detección del fraude en el juego:
El Greco. Este sistema es el último grito en el análisis de diferentes respues-
tas fisiológicas y conductuales para detectar si, cuando un jugador gana una
buena mano, el resultado era el esperado por el jugador. Si lo esperaba, quie-
re decir que había trampa por medio. ¿Realidad o ficción? Un equipo de la
universidad de Cambridge, el equipo liderado por W. Schultz, ha mostrado
que el cerebro parece realizar constantemente análisis muy parecidos en rela-
ción a las conductas de la persona y al efecto que tienen sobre la consecución
de una determinada ganancia. Según estos trabajos, la dopamina parece ser
la sustancia encargada de codificar la información relacionada con el error en
la predicción del refuerzo para posibilitar futuras conductas que maximicen la
consecución de refuerzos. Estos datos son consistentes con el papel de esta
sustancia en el aprendizaje relacionado con el refuerzo.
Partiendo de estos trabajos, ¿se podría explicar por qué las personas adictas
a las sustancias de abuso pierden su interés por otros reforzadores naturales?,
¿se modifican las memorias almacenadas en relación con la valencia positiva
de diferentes repertorios conductuales, debido a que el refuerzo obtenido por
las drogas (o su expectación) es mayor al esperado por la implementación
de conductas que llevan a la consecución de reforzadores naturales, como
la comida o el sexo? En el marco de esta teoría, una idea plausible sería que
en el sistema nervioso de una persona adicta ha tenido lugar una serie de
cambios plásticos subyacentes a las memorias almacenadas sobre el valor de
las posibles acciones que llevarán a la consecución de diferentes refuerzos.
De esta forma, se potenciará que el organismo actúe para maximizar la con-
secución de refuerzos de gran valor para el sujeto. Si el refuerzo esperado al
implementar en el repertorio conductual de una persona para conseguir una
droga es mucho mayor que el refuerzo esperado al comer o al llevar a cabo
una conducta sexual, la persona perderá interés por llevar a cabo las acciones
dirigidas a reforzadores que no sean la sustancia de abuso. Diferentes mode-
© Editorial UOC 260 El cerebro estresado
5. Estresados y adictos
Figura 55. Varios autores (Hyman et al., 2006; Nestler, 2002) han sugerido que la respuesta
de estrés podría estar relacionada con la adicción actuando a través de dos sistemas clara-
mente diferenciados: la activación del eje HPA y su afectación sobre la corteza prefrontal. DA:
dopamina; Glu: glutamato; HPA: hipotálamo hipofisario adrenal; CRH: hormona liberadora
de corticotropina.
© Editorial UOC 263 Sexo, placer y estrés
Capítulo VII
El estrés, la memoria y el sueño
Desde los primeros teóricos del estudio de la emoción, se ha sabido que las
situaciones con mucha carga emocional se recuerdan mejor que las situaciones
neutras. Tal como se ha señalado en el capítulo 4, la amígdala podría desempe-
ñar un papel esencial. Autores como Larry Cahill y James L. McGaugh sugieren
que los acontecimientos emocionalmente activadores y estresantes aumentan
la memoria al poner en marcha sistemas que regulan el almacenamiento de la
información que se está adquiriendo. La hipótesis de estos autores se conoce
como hipótesis de la modulación emocional de la memoria, que enfatiza el papel
de la amígdala en la facilitación del proceso de consolidación de la memoria
en otras regiones del cerebro después de que la situación emocional haya teni-
do lugar (véase Figura 56). Según esta hipótesis, las sustancias principalmente
implicadas en relación con los efectos de la amígdala sobre diferentes sistemas
de memoria serían tres: adrenalina, noradrenalina y glucocorticoides. Tal como
se ha explicado cuando se describía la fisiología de la respuesta de estrés, las
terminaciones nerviosas del sistema nervioso simpático liberan adrenalina a
partir de las células de la médula adrenal, mientras que el resto de terminacio-
nes simpáticas liberan noradrenalina. Por otro lado, las células de la corteza
adrenal liberan glucocorticoides en la sangre al ser activadas por la presencia de
la ACTH. La influencia de estas tres sustancias sobre la amígdala parece resultar
primordial para la modulación del almacenamiento de la memoria en la cor-
teza, afectando a los procesos de consolidación de la memoria en curso. Esto
© Editorial UOC 266 El cerebro estresado
las neuronas inducida por las interacciones que llevemos a cabo con un medio
variable puede modificar la estructura y la función de nuestro cerebro al cambiar
y reorganizar los circuitos y las conexiones presentes en éste. En una palabra, los
circuitos cerebrales pueden verse modificados como resultado de la experiencia.
Esta capacidad de cambiar el cerebro es más notable e importante durante unas
ventanas temporales denominadas períodos críticos. A medida que avanzamos
en el proceso madurativo, la conectividad entre las neuronas no resulta tan sus-
ceptible al cambio como ocurre en los períodos críticos del desarrollo. Podemos
decir que las experiencias nos cambian; interaccionar con el entorno en el que
vivimos cambia nuestra conducta y nuestra forma de pensar, al modificar nues-
tro cerebro. Por lo tanto, es indudable que el sistema nervioso presenta una
capacidad de cambio. Esta capacidad no sólo se da durante el desarrollo del
mismo, sino que también es posible una vez está completamente formado. A
esta capacidad de cambio la llamamos neuroplasticidad. «Neuro», debido a que
estamos tratando con el sistema nervioso, y «plasticidad», en cuanto que resulta
maleable. Recordemos cuando éramos pequeños y jugábamos con un trozo de
plastilina. Esa sustancia moldeable de colores que utilizábamos para hacer figuras
y formas, que se adaptaba con bastante facilidad cuando la utilizábamos en un
principio. Con el paso del tiempo, la plastilina se iba endureciendo y resultaba
más difícil darle forma. Con el cerebro sucede algo parecido: durante los estadios
iniciales del desarrollo resulta muy maleable y susceptible a la reorganización
estructural y funcional, pero a medida que avanzamos en su desarrollo nos
cuesta más modificarlo. No obstante, un cerebro adulto es capaz de aprender
cosas nuevas todos los días. Asimismo, cuando experimenta una lesión, también
puede reorganizarse para minimizar los efectos de ésta.
En definitiva, podemos decir que el sistema nervioso presenta plasticidad en
cuanto que puede cambiar, puede cambiar en respuesta a la información genética
de las células que lo componen y en respuesta a la experiencia, vista como el con-
junto de interacciones que éste tiene con un medio variable. Así, la neuroplasti-
cidad puede ejercer sus efectos tanto en el desarrollo del cerebro como en la edad
adulta. Hasta hace unos años, la comunidad científica creía que la neuroplastici-
dad se restringía únicamente al período de desarrollo del sistema nervioso. Fuera
de éste, el sistema estaba considerado como inmutable y reacio a la reorganiza-
ción. Esta idea se sustentaba, fundamentalmente, en el hecho de que pacientes
que habían sufrido lesiones cerebrales no recuperaban las funciones perdidas
después del trauma. De forma añadida, existía una concepción mecanicista del
sistema nervioso. Esta línea de pensamiento veía el cerebro como una máquina
© Editorial UOC 269 El estrés, la memoria y el sueño
que tenía diferentes partes, cada una de las cuales presentaba una función deter-
minada y preestablecida ya durante el desarrollo. La concepción preponderante
y científicamente aceptada, por tanto, veía el cerebro como un órgano con un
propósito fijo que no podía modificar ni cambiar. El único cambio admitido era
aquel que se asociaba a la pérdida neuronal originada por el envejecimiento o la
enfermedad. (Con la edad, perdemos neuronas y funciones). Hoy en día, sabemos
que el cerebro presenta plasticidad a lo largo de toda nuestra vida. Dicha plastici-
dad se manifiesta, por ejemplo, en los procesos de aprendizaje y memoria.
El aprendizaje es una propiedad fundamental del cerebro que se manifiesta
de distintas maneras por medio de múltiples sistemas diferenciados anatómica
y funcionalmente. Su organización ha sido objeto de controversia y su estu-
dio ha generado un gran número de trabajos experimentales en psicología y
en neurociencia. El entorno modifica nuestro comportamiento, puesto que
cambia nuestro sistema nervioso. Los mecanismos principales por los que las
experiencias cambian nuestra conducta se encuentran íntimamente relaciona-
dos con el aprendizaje, proceso por el cual adquirimos nueva información o
conocimiento. La memoria constituye el proceso por el que este conocimiento
es codificado, almacenado y, más tarde, recuperado; es decir, la persistencia del
aprendizaje en un estado que permite manifestarlo más tarde. Aprendemos y
recordamos muchas cosas; sin embargo, esta variedad de cosas no parecen pro-
cesarse ni almacenarse en las mismas regiones cerebrales. Ninguna estructura
cerebral o mecanismo celular puede explicar todos los tipos de aprendizaje.
Asimismo, la manera en que una información de un tipo particular está alma-
cenada puede cambiar a lo largo del tiempo.
El ser humano resulta excepcionalmente flexible en su interacción con el
medio que lo rodea. El aprendizaje le proporciona un fundamento claro para
dicha flexibilidad. Cuando las personas adquirimos información del mundo, ésta
se debe almacenar implicando una gran variedad de alteraciones y modificacio-
nes sinápticas en diferentes regiones de nuestra corteza. La actividad, producida
por el aprendizaje, que ocurre entre las neuronas permite el fortalecimiento de
las conexiones entre ellas a través de mecanismos excitatorios e inhibitorios.
Teniendo presente estos aspectos, toda la corteza cerebral tiene la capacidad
potencial de sustentar el aprendizaje mediante modificaciones en los mecanis-
mos de plasticidad sináptica y, posiblemente, mediante el nacimiento de nuevas
neuronas (este último se trata de un proceso conocido como neurogénesis).
Durante el aprendizaje, el proceso de formación de una memoria a largo
plazo parece ser gradual y presenta grados crecientes de estabilidad a medida
© Editorial UOC 270 El cerebro estresado
Figura 57. Robert Maurice Sapolsky (1957). Varios estudios llevados a cabo por Sapolsky
et al., han mostrado que la exposición a largo plazo a los glucocorticoides destruye las
neuronas de CA1 del hipocampo y las hace más sensibles a situaciones adversas como, por
ejemplo, la disminución del flujo sanguíneo.
© Editorial UOC 275 El estrés, la memoria y el sueño
Figura 58. Diferentes subregiones del hipocampo pueden verse marcadamente afectadas por
la exposición al estrés crónico. La parte superior de la figura representa la atrofia inducida por
estrés de las dendritas apicales en las neuronas de la región CA3 del hipocampo y la inhibición
de la neurogénesis en el giro dentado (DG). La parte inferior de la imagen muestra el incremen-
to de la arborización dendrítica en la amígdala basolateral (BLA). Adaptada de Sandi (2007).
© Editorial UOC 277 El estrés, la memoria y el sueño
Figura 59. Las características estructurales de las células piramidales CA3 en animales con
estrés crónico y ratones deficientes (knockout) de la proteína NCAM. El estrés crónico induce
la retracción del número y la longitud de las dendritas apicales, así como la contracción
de las excrecencias espinosas. Los ratones deficientes en la proteína NCAM (molécula de
la adhesión celular neural) muestran un número inferior y una distribución más amplia
de excrecencias espinosas que los controles sin esta alteración. Faltan evidencias sobre los
posibles cambios en el árbol dendrítico de los ratones deficientes de la proteína NCAM.
Adaptada de Sandi (2004).
© Editorial UOC 278 El cerebro estresado
28. El nombre de esta estructura deriva del término griego αμυγδαλή, que significa «forma de
almendra».
© Editorial UOC 279 El estrés, la memoria y el sueño
ción de la memoria y los efectos que el estrés agudo tiene sobre este mecanis-
mo. Seguidamente, describiremos cómo la exposición a agentes estresantes
severos y crónicos inducen cambios estructurales y funcionales en la amígdala
y en otras regiones cerebrales asociadas a los circuitos y a las redes funcionales
de esta estructura.
Tal como hemos visto al principio del capítulo, según la hipótesis de Larry
Cahill y James McGaugh, el componente de arousal de una emoción desempe-
ña un papel esencial para explicar la implicación de la amígala en la modula-
ción de la memoria. De forma añadida, el efecto modulador que tiene el arousal
sobre la memoria queda bloqueado al lesionar la amígdala. Hoy en día sabemos
que el arousal emocional influye sobre la memoria por medio de factores que
actúan durante la codificación de la información (atención y elaboración) y de
factores que modulan la consolidación de la memoria. Concretamente, parece
ser que las señales generadas ante una situación de arousal emocional con-
vergen en el complejo basolateral de la amígdala para modular la formación
de una traza de memoria de diferentes sistemas de memoria. Precisamente, la
amígdala basolateral es capaz de modular la información procesada y/o almace-
nada en otras regiones, como el estriado dorsal, el hipocampo e incluso el cór-
tex entorrinal y la neocorteza, por ejemplo, activando núcleos de proyección
difusa, como el núcleo basal magnocelular, o el locus coeruleus (véase Figura
60). No obstante, otras evidencias experimentales han puesto de manifiesto
que la amígdala basolateral es incapaz de modular la formación de memorias
que tienen su traza localizada en la propia amígdala.
Se ha podido comprobar que el efecto facilitador de la memoria explícita que
tiene el estrés queda bloqueado en pacientes que presentan una lesión bilateral
de la amígdala. Recientemente, Buchanan, Tranel y Adolphs (2006), analizando
a pacientes con lesiones unilaterales de la amígdala, han mostrado que sola-
mente la amígdala derecha parece estar implicada en el recuerdo de memorias
autobiográficas emocionales de valencia negativa y altamente arousalizantes.
La exposición a un agente estresante induce la activación de diferentes sis-
temas hormonales y de neurotransmisión que pueden influir sobre los meca-
nismos de aprendizaje y memoria. Vamos a analizar, en primer lugar, cómo
influyen la noradrenalina y la adrenalina sobre la consolidación de la memoria.
Seguidamente, nos centraremos en los efectos de los glucocorticoides.
Tal como hemos ido exponiendo a lo largo del libro, la adrenalina y la nora-
drenalina activan los receptores periféricos β(β–adrenérgicos de los terminales
sensoriales viscerales), mientras que el cortisol es una hormona liposoluble que
© Editorial UOC 282 El cerebro estresado
31. Estos autores pusieron de manifiesto que los glucocorticoides facilitaban los efectos de la esti-
mulación noradrenérgica en la amígdala basolateral sobre la consolidación de la memoria, a
través de la interacción con la vía del AMPc de los receptores β–adrenérgicos. Recientemente,
Roozendaal et al. (2008) han mostrado que el CRH (que se libera en la amígdala después del
estrés) tiene efectos moduladores sobre la consolidación de la memoria. Estos efectos también
parecen depender de las interacciones con la vía del AMPc de los receptores β–adrenérgicos.
© Editorial UOC 284 El cerebro estresado
afectar sobre la función hipocampal y cortical, modulando los efectos del estrés
sobre la consolidación de la memoria. En este contexto, Kim et al. (2001 y 2005)
han mostrado que la lesión o la inactivación de la amígdala basolateral antes de
la exposición al estrés, evitan los efectos deteriorantes del estrés sobre los meca-
nismos de plasticidad hipocampal y sobre la consolidación de la memoria.
¿Qué ocurre con el recuerdo y la recuperación de la información previamente
adquirida y almacenada? Diferentes trabajos llevan a pensar que la amígdala, a tra-
vés de sus proyecciones hacia otras regiones cerebrales, también cumple un papel
modulador importante en la regulación de los efectos de las hormonas del estrés
sobre la recuperación de la información almacenada. Se ha podido comprobar
que la exposición a un agente estresante o la administración de glucocorticoides
justo antes de una prueba de retención dificulta la recuperación de la información
almacenada. Al contrario que los efectos a largo plazo que el estrés tiene sobre
la consolidación de la memoria, sus efectos deteriorantes sobre la recuperación
parecen ser temporales. A pesar de que los efectos del estrés sobre la recuperación
de la información espacial o contextual en ratas y de la información declarativa
en seres humanos principalmente implican al hipocampo, algunos trabajos lleva-
dos a cabo con modelos animales indican que la amígdala basolateral interactúa
con esta estructura del lóbulo temporal medial en la mediación de los mismos.
Roozendal et al. (2003 y 2004) han mostrado que las lesiones de la amígdala
basolateral o las infusiones de un antagonista β–adrenérgico en esta estructura,
bloquean el efecto deteriorante sobre la recuperación de la información que tiene
la infusión de un agonista GR en el hipocampo. En seres humanos, se ha podido
comprobar que la exposición a un agente estresante de tipo psicosocial o la admi-
nistración de glucocorticoides deterioran sólo la recuperación de la información
emocionalmente significativa o sólo la recuperación de la información llevada a
cabo en condiciones de arousal emocional. Asimismo, otros trabajos llevados a
cabo en seres humanos indican que una recuperación satisfactoria de la informa-
ción emocionalmente significativa genera una mayor actividad en las conexiones
funcionales entre amígdala e hipocampo, lo que sería consistente con los datos
procedentes de los modelos animales que sugieren que los efectos que el estrés
tiene sobre la recuperación de la información requieren a la amígdala, a pesar de
que el acceso a la información almacenada dependa del hipocampo.
Por consiguiente, podemos destacar que la amígdala desempeña un papel
cardinal en la mediación de los efectos del estrés sobre la consolidación y la
recuperación de la memoria. No obstante, el estrés también modula los procesos
de aprendizaje y memoria en otras estructuras cerebrales que son sensibles a las
© Editorial UOC 286 El cerebro estresado
son más robustos, en tanto que el aumento en la densidad de espinas tiene lugar
tanto en las ramificaciones dendríticas primarias como en las secundarias. No
obstante, hemos de tener presente que el efecto del estrés crónico no se limita
sólo a las espinas, sino que también afecta al crecimiento de nuevas ramifica-
ciones dendríticas (véase Figura 61). Vyas et al. (2002, 2004 y 2006) han com-
Figura 61. Efectos del estrés agudo y crónico sobre las principales neuronas del complejo
basolateral de la amígdala. La exposición a un agente estresante agudo genera la liberación
de glucocorticoides (cortisol en humanos y corticosterona en ratas) y de glutamato. Un
nivel elevado de corticosterona, a su vez, provoca una reducción de las entradas sinápticas
inhibidoras de GABA en la amígdala basolateral. Esta desinhibición inducida por el estrés
pone en marcha mecanismos bioquímicos de plasticidad sináptica. Estos mecanismos de
plasticidad, una vez desencadenados, continúan una vez finalizado el estrés agudo, a pesar
de restaurarse los niveles normales de inhibición (funcionalidad gabaérgica). De esta forma,
se produce un aumento de la densidad de espinas en los segmentos dendríticos próximos al
soma de las principales neuronas de la amígdala basolateral. Si el agente estresante se repite,
su efecto es acumulativo. De esta forma, los cambios en la inhibición y excitación sináptica
ahora actúan sobre un sustrato celular que ya está sufriendo plasticidad como resultado de
las exposiciones anteriores al estrés. Así pues, la exposición crónica al estrés actúa sobre una
línea base que se refuerza continuamente, de entradas plásticas que se suman rápidamente
para producir cambios estructurales más sólidos y diseminados (incremento de la densidad
de espinas dendríticas a lo largo de las ramificaciones primarias y secundarias de las neuronas
y crecimiento de nuevas ramificaciones dendríticas). Cort: corticosterona; Glu: glutamato.
Adaptada de Roozendaal, McEwen y Chattarji (2009).
© Editorial UOC 288 El cerebro estresado
vuelo a sus espaldas. A pesar de todo ello, durante el aterrizaje, Andrés comete
diversos errores de cálculo que conducen a que el avión se estrelle en los alrede-
dores del Aeropuerto Internacional de Moscú–Sheremétievo. ¿Cómo es posible
que se haya equivocado y que haya cometido graves errores mentales, si este
tipo de aterrizaje lo ha llevado a cabo en numerosas ocasiones sin equivocarse
ni cometer el más mínimo error? El estrés puede alterar nuestra capacidad cog-
nitiva y hacer que cometamos errores mentales que en circunstancias normales
sería harto improbable que los cometiéramos. Diferentes estudios en los pasa-
dos años setenta, habían mostrado que la exposición a un agente estresante
podía deteriorar la ejecución de los sujetos en tareas que requerían la puesta
en marcha de habilidades y de pensamiento flexible y complejo, pero que, a su
vez, podía mejorar la ejecución en tareas simples o bien ensayadas. Hoy en día,
sabemos que el tipo de tareas que quedan deterioradas por el estrés dependen
de la corteza prefrontal, mientras que las tareas que no se ven afectadas o que
incluso pueden verse potenciadas dependen fundamentalmente de los circui-
tos de los ganglios basales.
Tal como veremos en el tema 8, la percepción de control que tiene una per-
sona de la situación es un factor crítico para modular la respuesta de estrés. La
ejecución de las personas que perciben que tienen control de la situación nor-
malmente no se ve afectada, mientras que en el mismo tipo de tareas una falta
de sensación de control sobre el agente estresante puede suponer un importante
deterioro de la ejecución mostrada. Quin et al. (2010) crearon una situación expe-
rimental que generaba en los participantes de su estudio (un grupo de mujeres)
una sensación de exposición a un estrés incontrolable. Estos autores mostraron
que cuando éstas veían películas con contenido emocional negativo presentaban
una activación reducida de la corteza prefrontal. En esta misma línea, Dolcos y
McCarthy (2006) analizaron los sistemas cerebrales que terciaban la interferencia
cognitiva de estímulos distractores de contenido emocional. Estos autores com-
probaron que los distractores emocionales reducían la actividad de la corteza
prefrontal en los sujetos que estaban realizando una tarea de memoria de trabajo.
Para algunas personas, hablar en público puede constituirse como una
situación marcadamente estresante. Luethi, Meier y Sandi (2009) encontraron
que este agente estresante deterioraba la memoria de trabajo (que depende
fundamentalmente de la corteza prefrontal) y mejoraba un tipo de aprendizaje
de condicionamiento clásico de estímulos negativos (que depende fundamen-
talmente de la amígdala). Esta investigación va en consonancia con trabajos
llevados a cabo en modelos animales que ponen de manifiesto que un estrés
© Editorial UOC 291 El estrés, la memoria y el sueño
tal a una regulación más automática y rápida llevada a cabo por la amígdala y
otras estructuras subcorticales. Tal como se ha expuesto en el capítulo 4, estos
mecanismos podrían facilitar nuestra supervivencia en situaciones de peligro
(posibilitando la puesta en marcha de reacciones más rápidas), pero irían en
menoscabo del control inhibitorio de la conducta y del análisis racional de la
información (malogrando la toma de decisiones).
Además de la noradrenalina y la dopamina, otra sustancia neuromodula-
dora que podría ser importante en relación al estrés y la funcionalidad de la
corteza prefrontal es la serotonina. Bland et al. (2003) demostraron que durante
la exposición a un agente estresante incontrolable se liberaba serotonina en la
corteza prefrontal. En un trabajo realizado en primates no humanos, Williams
et al. (2002) pudieron comprobar que niveles elevados de estimulación de los
receptores 5–HT2A suprimían la actividad neuronal en la corteza prefrontal dor-
solateral durante la ejecución de tareas de memoria de trabajo. Un estudio más
reciente llevado a cabo en ratas por Boulougouris et al. (2008) ha mostrado que
la estimulación de los receptores de la serotonina 5–HT2C deteriora la ejecución
de los animales en una tarea de inversión del refuerzo que depende fundamen-
talmente de la corteza prefrontal orbital.
Hasta el momento hemos analizado los efectos que tiene la exposición a un
agente estresante agudo, cabría preguntarse por los efectos que el estrés crónico
tiene sobre la corteza prefrontal. Estudios en ratas han puesto de manifiesto
que la exposición a estrés crónico genera remodelaciones neuronales en la
región medial de la corteza prefrontal. Algunos de esos cambios son la atrofia
dendrítica (en tanto en cuanto a una disminución de la longitud total como
a una disminución del número de dendritas apicales de las neuronas pirami-
dales) y la pérdida de espinas dendríticas (una disminución de la densidad de
espinas en las dendritas apicales). Además, ratas tratadas con glucocorticoides
muestran una pérdida neuronal y una atrofia de la capa II de las regiones
cingulada, prelímbica e infralímbica de la corteza prefrontal. Otros estudios
morfológicos han mostrado que la administración crónica de glucocorticoides
supone una reorganización dendrítica en las neuronas piramidales de las capas
II y III de la región medial de la corteza prefrontal, que consiste en un aumento
del material dendrítico proximal al soma y una disminución del material den-
drítico distal al soma.
En general, estos cambios dendríticos en la corteza prefrontal se han rela-
cionado con marcadas alteraciones en tareas atencionales y de memoria de
trabajo. Asimismo, Cerqueira et al. (2007) han mostrado que el estrés crónico
© Editorial UOC 296 El cerebro estresado
Figura 62. Los efectos morfológicos del estrés sobre la plasticidad de la amígdala son nota-
blemente diferentes a los acaecidos en el hipocampo y la corteza prefrontal, dos regiones
cerebrales que no sólo son sensibles al estrés sino que también desempeñan un papel muy
importante en su regulación. El estrés repetido que causa la remodelación de las neuronas y
las conexiones en la amígdala (promueve un incremento de la densidad de espinas a lo largo
de las ramificaciones primarias y secundarias, además de un aumento de las ramificaciones
dendríticas) produce una remodelación neuronal simultánea en el córtex prefrontal y en el
hipocampo. Estos cambios incluyen la contracción de las dendritas y una reducción de la
densidad de las espinas en las neuronas de la corteza prefrontal medial y, en el hipocampo,
la contracción de las dendritas de las neuronas piramidales CA3 y neuronas granulares del
giro dentado. El estrés crónico también reduce la neurogénesis y el número de neuronas del
giro dentado. En su mayor parte, estos cambios inducidos por el estrés en el hipocampo y
en la corteza prefrontal medial son reversibles con el tiempo, a pesar de que persistan en la
amígdala. Adaptada de Krugers, Casper, Hoogenraad y Groc (2010).
© Editorial UOC 298 El cerebro estresado
madres eran expuestas a estrés. Pascual y Zamora León (2007) pudieron compro-
bar que las crías de rata expuestas a una privación maternal extensa mostraban
una importante retracción dendrítica en la corteza prefrontal. En estudios de
privación maternal con primates juveniles, Patel et al. (2008) mostraron que los
monos que aprendían que la madre volvería después de un periodo de separa-
ción presentaban una reducción significativa de la expresión de los receptores de
glucocorticoides en la corteza prefrontal dorsolateral. Autores como Lupien et al.,
(2009), sugieren que estos cambios acaecidos en el útero o en edades tempranas
del desarrollo podrían contribuir a aumentar la susceptibilidad para sufrir enfer-
medades mentales durante la adolescencia o la edad adulta.
A lo largo de este capítulo, hemos visto cómo el estrés puede afectar al sis-
tema nervioso. No obstante, una pregunta que puede ser interesante plantear-
se es la siguiente: ¿tiene el estrés efectos diferenciales a lo largo del ciclo vital?
El estrés en el periodo prenatal afecta al desarrollo de muchas de las regiones
del cerebro implicadas en la regulación del eje HPA, es decir, el hipocampo, la
corteza prefrontal y la amígdala. Tal como sugieren Lupien, McEwen, Gunnar
y Heim (2009), el estrés postnatal tiene efectos diferenciales en función de
diferentes factores. De este modo, se ha podido comprobar que la separación
maternal durante la infancia produce un aumento de secreción de gluco-
corticoides, mientras que la exposición a abusos graves está relacionada con
una reducción de los niveles de glucocorticoides. Así pues, la producción de
© Editorial UOC 300 El cerebro estresado
sistema de retroalimentación negativa del eje HPA que se asociaba con dete-
rioros en la pérdida de memoria y con un aumento de pérdida en las neuro-
nas hipocampales.
En definitiva, no todos los animales viejos presentan el mismo patrón de
alteración del eje HPA y de las modificaciones estructurales acaecidas en el
hipocampo, con su consiguiente deterioro cognitivo asociado. Meaney et al.,
a finales de los ochenta y principios de los noventa demostraron, con un con-
junto de experimentos, que el patrón de liberación de glucocorticoides en la
edad adulta podía modificarse mediante la implementación de un programa
de manipulación (tocando y cogiendo a los animales) llevado a cabo en edades
tempranas del desarrollo. Estos autores demostraron que una manipulación
muy sutil de las ratas en edades tempranas del desarrollo podía retrasar la
hipersecreción de glucocorticoides, la muerte neuronal en el hipocampo y el
deterioro cognitivo asociado. Este mismo efecto lo encontraron en las crías
cuyas madres pasaban más tiempo lamiéndolas y acicalándolas. En 2006,
Fenoglio, Chen y Baram mostraron que las manipulaciones de las ratas en
etapas tempranas del desarrollo modificaba la actividad de diferentes regiones
cerebrales (como el núcleo central de la amígdala y el núcleo paraventricular
del hipotálamo), provocando una reducción de la producción de CRH en res-
puesta a agentes estresantes.
Investigaciones recientes que han analizado diferentes metabolitos en el
lóbulo temporal medial han encontrado una posible relación entre el estrés y
la viabilidad neuronal. En esta línea, Coplan et al. (2010) han mostrado que
la administración de estrés en edades tempranas del desarrollo en primates
no humanos podría reducir la viabilidad neuronal en el hipocampo. Otros
trabajos previos en ratas habían mostrado que el estrés prenatal podía causar
alteraciones a largo plazo en los mecanismos de aprendizaje y memoria al alte-
rar el desarrollo normal del hipocampo. Por ejemplo, en 2005, Brunson et al.
comprobaron que la administración de estrés en etapas tempranas del desarro-
llo alteraba la función hipocampal de los animales cuando éstos eran adultos.
De modo que los animales mostraban atrofia dendrítica en el hipocampo,
alteraciones de los mecanismos de plasticidad en esta estructura y un deterioro
importante en tareas de aprendizaje espacial. De igual forma, en 2006 Son et al.
encontraron que la administración de estrés en ratas gestantes alteraba en las
crías los mecanismos de plasticidad cerebral en el hipocampo y el rendimiento
en tareas de aprendizaje.
Tal como hemos visto en el apartado anterior, un estrés agudo proporciona
© Editorial UOC 302 El cerebro estresado
volvemos a recuperar. Las neuronas son unas células que se han especializado
tanto en comunicarse entre ellas que han perdido la capacidad de formar nue-
vas neuronas en un cerebro adulto.»
La verdad es que este tipo de afirmaciones angustiaba a más de un alum-
no que permanecía el resto de la clase intentando discernir cuántas neuronas
habría perdido en la borrachera del fin de semana y cuánto tiempo podría
seguir a ese ritmo hasta quedarse sin tejido nervioso. ¿Es cierto que no existe la
generación, el reemplazo y la renovación de las neuronas en un cerebro adulto?
¿Tiene el sistema nervioso adulto la capacidad de formar nuevas neuronas, por
ejemplo, en respuesta a una lesión degenerativa o a un trauma sufrido por el
propio tejido?
Durante más de cien años, en el ámbito de la neurociencia uno de los dog-
mas centrales ha sido que en el cerebro adulto de los vertebrados no se generan
nuevas neuronas. Se asumía que la producción de nuevas neuronas ocurría solo
durante el desarrollo y finalizaba con la pubertad del individuo. A finales del
siglo xix, la idea de que el cerebro adulto de los mamíferos permanece estruc-
turalmente constante fue aceptada por distinguidas figuras del momento como
Koelliker, His, o incluso el propio Santiago Ramón y Cajal, tal como lo exponía
en su obra Degeneración y regeneración del sistema nervioso. Koelliker, His y otros
científicos habían descrito con sumo detalle los procesos que configuraban el
desarrollo del sistema nervioso del hombre y de otros mamíferos. Estos autores
comprobaron que la estructura del cerebro permanecía muy estable casi desde
el momento del nacimiento, por tanto, era inverosímil pensar que pudieran
generarse nuevas neuronas en un cerebro adulto. De manera parecida, Ramón
y Cajal hizo un análisis descriptivo muy apurado de los mecanismos que ope-
raban durante el desarrollo del sistema nervioso sin encontrar ninguna muestra
de formación de nuevas neuronas en el cerebro adulto.
En la primera mitad del siglo xx, numerosos estudios clínicos parecían demos-
trar que las células nerviosas no mostraban una regeneración sustancial después
de una lesión. No obstante, autores como Schaper, Levi, Hamilton, Sugita, Allen
y Briñas encontraron indicios de la posible formación de nuevas neuronas en
el cerebro adulto de los mamíferos. Además, algunos vertebrados, como pájaros
y ranas, parecían experimentar un restablecimiento notable y una reinervación
de sus conexiones tras una lesión. Lo que no quedaba claro es si esta reparación
del tejido dañado se acompañaba de la formación de nuevas neuronas. A pesar
de todo esto, para esta época era comúnmente aceptado que en el cerebro de los
mamíferos, una vez desarrollado, no aparecían nuevas neuronas.
© Editorial UOC 304 El cerebro estresado
cerebro adulto era una idea que cobraba cada vez más importancia. Pero, ¿qué
sucedía en el caso del cerebro de los mamíferos? No fue hasta la aparición de
un conjunto de trabajos realizados por Michael Kaplan et al., llevados a cabo
con avanzadas técnicas de microscopía electrónica, cuando se pudo demostrar
de forma más directa los postulados del propio Altman. De todas formas, el tra-
bajo de Kaplan tuvo muy poco efecto en el ámbito científico de aquellos años,
probablemente debido a que investigadores con gran influencia en el pensa-
miento científico del momento como Eckenhoff y Rakic encontraron resulta-
dos contrarios. A partir de finales de la pasada década de los noventa, autores
como Gage, Goldman, Gould, Ericksson, Kornack y Rakic fueron demostrando
la formación de nuevas neuronas en el cerebro adulto de diferentes especies de
mamíferos, incluido el ser humano.
Hoy en día, sabemos que las neuronas una vez se han diferenciado no se
dividen en otras células, aumentando de esta forma su número. En lugar de esto,
lo que sucede es que en diferentes regiones del cerebro todavía existen células
indiferenciadas. Estas células, también conocidas como células madre, tienen la
capacidad de renovarse a sí mismas mediante divisiones celulares y pueden dar
lugar a la mayoría de tipos de células presentes en el sistema nervioso.
En una persona adulta, la mayoría de sus tejidos cuentan con poblacio-
nes definidas de células madre o indiferenciadas que posibilitan su renova-
ción periódica o su regeneración si se origina una lesión o daño en el tejido.
Imaginemos nuestra piel. Ésta sufre un continuo desgaste en el día a día, nece-
sariamente necesitamos contar con células que se encarguen de regenerarla y
evitar, de esta forma, una lesión en la misma.
Hasta hace muy poco se creía que un cerebro adulto carecía de este tipo de
células. Hoy sabemos que el cerebro de una persona adulta puede proporcionar
un entorno favorable que mantenga disponibles células madre, para que en un
momento dado se conviertan en neuronas maduras que reemplacen a las que
hemos perdido o aumenten las poblaciones existentes en respuesta a estímulos
que impliquen la necesidad de contar con más neuronas para llevar a cabo una
tarea determinada (por ejemplo, para dar soporte al aprendizaje o a la forma-
ción de las memorias). Este fenómeno de formación de nuevas neuronas recibe
el nombre de neurogénesis.
En el cerebro de los mamíferos se demostró inicialmente neurogénesis en
dos localizaciones: el bulbo olfatorio y el hipocampo. En el bulbo olfatorio, los
precursores neurales se localizan en la zona subventricular anterior. Éstos dan
lugar a neuroblastos postmitóticos que migran al bulbo olfatorio a través de
© Editorial UOC 306 El cerebro estresado
Existen algunas evidencias que sugieren que, bajo las condiciones adecua-
das, el reemplazo de neuronas podría utilizarse para reparar el tejido cerebral
dañado. En el ser humano, las regiones subventriculares proporcionan las
condiciones y el entorno óptimo para albergar a las células madre que darán
lugar al nacimiento de nuevas neuronas. ¿Cómo es posible, entonces, utilizar
la neurogénesis para ayudar a pacientes con lesiones provocadas por la obs-
trucción de la sangre que llega a la corteza o pacientes afectados por trastornos
degenerativos como la enfermedad de Alzheimer?
De momento, las aplicaciones terapéuticas a este tipo de alteraciones
se encuentran en vías de desarrollo. De cualquier forma, con pacientes de
Parkinson se han logrado algunas mejoras, aunque con efectividad limitada.
Las personas que padecen la enfermedad de Parkinson presentan alteraciones
motoras que incluyen una rigidez de las extremidades y del cuello, un enlente-
cimiento de los movimientos (denominado braquicinesia), la presencia de tem-
blor cuando se encuentran en reposo, mínimas expresiones faciales, etcétera.
En algunas personas, dichas alteraciones se asocian a un proceso de demencia
que afecta de forma gradual a sus funciones cognitivas. Esta patología suele ter-
minar con el fallecimiento del paciente unos 10 ó 20 años después de su inicio.
Existen diferentes trabajos que han mostrado el papel que desempeñan algunos
genes en las causas de esta patología, no obstante, todavía quedan muchos
aspectos etiológicos por esclarecer. Las alteraciones motoras son generadas por
la pérdida progresiva de neuronas dopaminérgicas en la sustancia negra. Por
este motivo, una de las aproximaciones terapéuticas llevadas a cabo con estos
pacientes ha sido el trasplante de tejido fetal en esta región. De forma añadi-
da, una estrategia que podría proporcionar grandes logros es la de trasplantar
células madre que puedan convertirse en neuronas dopaminérgicas y puedan
integrarse en el circuito neural alterado en los pacientes de Parkinson. Para
ello, sería necesario identificarlas correctamente e identificar los factores que
promueven su diferenciación en el fenotipo deseado (neuronas que sean capa-
ces de liberar dopamina). Hoy en día, se ha identificado correctamente a las
células madre que pueden convertirse en cualquier tipo de neurona, además,
también se conocen cuáles son los factores importantes para la diferenciación
de los precursores neurales en neuronas dopaminérgicas de la sustancia negra.
La neurogénesis podría ser un punto muy significativo con relación a los
mecanismos de plasticidad del cerebro adulto y su modulación estructural
mediante la experiencia. Aceptar la neurogénesis como un fenómeno real es
esencial a la hora de comprender cómo, en los cerebros más evolucionados
© Editorial UOC 311 El estrés, la memoria y el sueño
plo, la sensación «de caer al vacío». El sueño del estadio II es más profundo
que el del estadio I y el umbral para despertar es más alto. Los movimientos
oculares lentos que caracterizaban el estadio I desaparecen y el tono muscular
se reduce aún más. El estadio III y el estadio IV se denominan sueño de ondas
lentas (SOL) por la abundancia de un patrón de actividad cerebral denomina-
do ritmo delta. Se trata de un ritmo de baja frecuencia y de alta intensidad
resultado de la actividad conjunta de muchas poblaciones de neuronas (véase
Figura 63 y 64). Es como si las neuronas del cerebro se hubieran puesto de
Figura 63. El área preóptica del hipotálamo, especialmente el área preóptica ventrolateral,
parece que desempeña un papel crítico en la iniciación y el mantenimiento del sueño SOL.
Las neuronas en el área preóptica ventrolateral responden a altas tasas durante el sueño y
muestran una atenuación de su respuesta durante la vigilia. El GABA y la glicina son los prin-
cipales neurotransmisores inhibitorios del área preóptica ventrolateral. Esta región envía múl-
tiples proyecciones inhibitorias al locus coeruleus, al núcleo tuberomamilar del hipotálamo y
a los núcleos del rafe. En la parte inferior de la figura se representa el papel de la adenosina
en la regulación del sueño y la vigilia. El nucleósido adenosina se produce y se acumula
cuando las neuronas se encuentran marcadamente activas. Dicha acumulación desinhibe
las neuronas del área preóptica ventrolateral, promoviendo de esta forma la inhibición de la
vigilia. NA: noradrenalina; 5–HT: serotonina; HT: histamina.
© Editorial UOC 318 El cerebro estresado
Figura 64. Mecanismos con los que el sistema orexina estabiliza el sueño y la vigilia. Las ilustra-
ciones representan interacciones funcionales entre neuronas orexina, centros monoaminérgicos
activados durante la vigilia y el centro activo durante el sueño del área preóptica ventrolateral
(POVL) durante diversos estados de sueño y vigilia. Las flechas continuas muestran entradas
excitadoras y las líneas discontinuas muestran las inhibidoras. Los gruesos de las flechas y las
líneas representan las intensidades relativas de las entradas excitadoras e inhibidoras, respecti-
vamente. Las dimensiones de los círculos representan actividades relacionadas con cada región.
a) Estado de vigilia. Las neuronas orexinérgicas envían influencias excitadoras a las neuronas
monoaminérgicas, que envían proyecciones de retroalimentación inhibidoras a las neuronas
orexinérgicas. Este sistema podría mantener la actividad de las neuronas monoaminérgicas.
Una leve reducción en las señales hacia las neuronas monoaminérgicas hace que disminuya
la influencia inhibidora sobre las neuronas orexinérgicas. Así pues, las neuronas orexinérgicas
quedan desinhibidas y aumentan la influencia excitadora sobre las células monoaminérgicas
para mantener su actividad. Estas células monoaminérgicas envían proyecciones excitadoras
al tálamo y a la corteza cerebral, y envían proyecciones inhibidoras al centro del sueño del
área POVL. Estos mecanismos mantienen estados de vigilia; b) Estado de sueño. Las neuronas
del área POVL que se activan durante el sueño envían proyecciones inhibidoras a las neuronas
monoaminérgicas y a las neuronas orexinérgicas para mantener el sueño. NSQ: núcleo supra-
quiasmático del hipotálamo.
© Editorial UOC 319 El estrés, la memoria y el sueño
8. Sueño y memoria
Figura 65. Giulio Tononi y Chiara Cirelli (imagen tomada de The Scientist, 2009).
Figura 66. Hipótesis de la homeostasis sináptica propuesta en 2004 por Giulio Tononi y
Chiara Cirelli. Según esta hipótesis, si el cerebro necesita una reducción de las conexiones
sinápticas, dicha reducción necesita el sueño de ondas lentas para tener lugar. La hipótesis
de la homeostasis sináptica se centra en los cambios sinápticos en áreas corticales. No obs-
tante, no está claro si también ocurren este tipo de cambios en regiones fuera de la corteza,
como las estructuras del prosencéfalo basal que regulan el ciclo sueño–vigilia.
© Editorial UOC 323 El estrés, la memoria y el sueño
9. No puedo dormir
Capítulo VIII
vez. Hoy en día, cuando estoy delante de un auditorio y tengo que explicar
algo, las sensaciones que experimento son diametralmente diferentes. Es cierto
que noto un cosquilleo en el estómago, pero es una sensación muy agradable,
de hecho anhelo y me gusta encontrarme en dicha situación.
El estrés requiere una alta excitabilidad cerebral. No obstante, debemos
tener presente que la excitabilidad cerebral aumenta tanto en actividades
aversivas como en actividades placenteras. Por ejemplo, hablar en público
suele producir este tipo de respuesta en el cerebro de casi todas las personas,
no obstante, para unas personas es aversivo y para otras, no. En mi caso, tanto
durante mi primera clase como en clases o conferencias que he impartido años
después, la excitabilidad cerebral de buen seguro que era notable. No obstante,
la situación experimentada durante la primera clase que impartí la viví como
aversiva. En la actualidad, me sucede todo lo contrario cada vez que hablo en
público delante de la gente. En el capítulo 5 hemos visto que para que el estrés
tenga consecuencias negativas sobre la salud, la experiencia debe ser percibida
como aversiva. Dicho de otro modo, el sujeto evitaría o atenuaría, si tuviera la
oportunidad, la intensidad del agente estresante. Un mismo agente estresante
puede ser percibido como aversivo o no en función de nuestra historia previa y
en función de múltiples factores que describiremos a lo largo de este capítulo.
Un aspecto crítico es la percepción de control. La percepción de control que
tenemos del agente que produce el estrés parece tener una profunda influencia
del impacto de una experiencia aversiva sobre la conducta y fisiología de un
organismo. El elemento de control (y del concepto relacionado de «predictibi-
lidad») determina de manera última la magnitud de la respuesta de estrés y la
susceptibilidad de que ese estrés pueda generar secuelas conductuales y fisioló-
gicas sobre el individuo.
Desde los estudios de Seyle, numerosas evidencias experimentales han rela-
cionado el estrés con varios procesos patológicos. Por ejemplo, en 1953, Cohen
et al. mostraron que personas sometidas a estrés crónico (como, por ejemplo,
los supervivientes de campos de concentración) presentaban más problemas de
salud en las etapas posteriores de su vida que otras personas de la misma edad
y situación socioeconómica que no habían pasado por circunstancias crónicas
estresantes. La medicina ha ido avanzando a pasos agigantados y el concepto
de enfermedad ha cambiado en los últimos años. Tal como describíamos a
principio del libro, actualmente podemos decir que las patologías que afectan
en mayor medida a nuestra sociedad son aquellas que generan un daño acumu-
lativo y pausado, como las enfermedades neurodegenerativas y cerebrovascu-
© Editorial UOC 331 Factores psicosociales
que le ponga, ninguna de sus acciones parece ser apropiada y suficiente para
evitar o afrontar de una forma adecuada la situación. ¿La pérdida del control
que tenemos sobre una situación negativa, podría hacer que ésta fuera más
estresante para nosotros?
Figura 67. Dos animales que son expuestos a los mismos niveles de una descarga eléctrica
pueden mostrar arousal e intentar evitar el estresor, pero la experiencia puede tener efectos
muy diferentes sobre la respuesta fisiológica y conductual, dependiendo de si el animal tiene
o no control sobre la terminación de la descarga. La rata de la parte superior de la imagen
tiene control sobre la administración de una descarga eléctrica a la cola del animal, ya que
cada vez que presione sobre la palanca la descarga desaparecerá. La rata de la parte infe-
rior no tiene control, ya que no sucederá nada si presiona sobre la palanca. El número de
descargas eléctricas recibidas por los animales es el mismo, puesto que cuando la rata que
tiene control presiona la palanca desaparece la descarga para las dos ratas. Si observamos la
gráfica podemos comprobar que los animales que tenían control sobre la desaparición de la
descarga presentan ulceraciones más pequeñas que las ratas que no tenían control, a pesar
de recibir el mismo número de descargas. El elemento de control determina la magnitud
de la respuesta de estrés y la susceptibilidad de que ese estrés pueda generar secuelas con-
ductuales y fisiológicas sobre el individuo. Adaptada de Weiss, J.M., 1968, J. Comp. Physiol.
Psychol. 65 (2).
© Editorial UOC 333 Factores psicosociales
Figura 68. En el experimento de Joseph Brady, Robert Porter, Donald Conrad y John
Manson, ocho monos rhesus (Macaca mulatta) fueron divididos por pares. Los animales
fueron inmovilizados en sillas de plexiglás experimentales. Cada pareja recibió una breve
descarga eléctrica cada 20 segundos, a menos que el animal experimental presionara la
palanca, lo cual retrasaba la administración de la descarga otros 20 segundos para los dos
animales. Cada pareja recibía el mismo número de descargas eléctricas, la única diferencia
era que el mono experimental (izquierda de la imagen) podría presionar la palanca para
retrasar la administración de la corriente eléctrica. Fuente: Brady, J.V. et al., 1958, J. Exp.
Anal. Behav. 1 (1).
debajo del avión una estampa bastante desalentadora: unos negros nubarrones
con la presencia de rayos que surgen de forma intermitente y que parecen frag-
mentar el oscuro cielo. La tripulación deja los carritos de la comida anclados en
los pasillos y toma rápidamente sus asientos. No recibimos ningún comunicado
del comandante y las turbulencias cada vez van a peor. Ahora imaginemos la
siguiente situación: estamos haciendo el mismo trayecto en avión, pero cinco
minutos antes de la aparición de las perturbaciones, la comandante al mando
informa a los pasajeros que en unos minutos el avión pasará por una zona de fuer-
tes turbulencias. A la mayoría de personas nos disgusta e incluso nos puede llegar
a asustar el experimentar fuertes sacudidas cuando nos encontramos a 30.000 pies
de altura. No obstante, si nos avisan de forma previa a la aparición de las turbu-
lencias, la situación se hace más llevadera. En las dos situaciones experimentamos
una fuerte falta de control. No obstante, en la segunda la aparición de la situación
esta avisada, contamos con información. Esto es lo que denominamos tener capa-
cidad de predecir una situación. Ahora bien, ¿podría esta capacidad de predecir
hacer que los agentes estresantes tengan un menor impacto?
En 1970 Jay Weiss analizó en cuatro experimentos diferentes los efectos de la
predictibilidad de un agente estresante en un conjunto de aspectos: presencia de
ulceraciones estomacales, concentraciones de glucocorticoides en sangre y modi-
ficaciones del peso corporal. Este autor mostró que los animales (en este caso
ratas) que recibían el agente estresante (una descarga eléctrica) sin tener capaci-
dad de predicción mostraban mayores secuelas en comparación con los animales
que recibían el mismo número de descargas eléctricas pero que podían predecir
la ocurrencia del agente estresante a través de una señal (véase Figura 69).
El análisis posterior de estos animales mostró que las ratas que recibieron
la descarga eléctrica sin ningún tipo de señal predictiva desarrollaron conside-
rablemente más lesiones gástricas que los animales que recibieron el mismo
número de descargas eléctricas pero acompañadas de una señal de aviso o que
los animales que no recibieron descargas eléctricas. En relación a los niveles de
glucocorticoides, a las 5 horas de la manipulación experimental éstos eran más
elevados en las ratas que recibieron la descarga eléctrica en comparación con
los sujetos que no recibieron descarga. No obstante, al comparar los sujetos que
tenían capacidad predictiva de aquellos que no tenían, los últimos mostraron
unos niveles superiores. A las 24 horas, no habían diferencias entre el grupo
control y el grupo de animales que recibió las descargas de forma predictiva, no
obstante los niveles de estas hormonas todavía estaban elevados en el caso de
los sujetos que recibieron las descargas de forma no predictiva, sugiriendo una
© Editorial UOC 336 El cerebro estresado
Figura 69. En la parte superior de la imagen se representa con detalle el interior del habitá-
culo donde se encontraban los sujetos experimentales. En la parte inferior se representa un
triplete de sujetos experimentales: tres ratas macho con un peso corporal similar. El sujeto de
la derecha (sujeto 1) representa al control que no recibe descarga eléctrica alguna. Los otros
dos sujetos están unidos por sus colas al estimulador eléctrico, de forma que la descarga eléc-
trica recibida por ambos animales será de la misma intensidad y duración. Uno de estos dos
sujetos experimentales recibía una señal (un tono acústico audible por el animal) 10 segun-
dos antes de la administración de la descarga eléctrica (sujeto 2). El otro sujeto (sujeto 3),
recibía la misma señal, pero ésta era administrada de forma no contingente ni predictiva a la
presencia de la descarga eléctrica. Adaptada de Weiss, J.M., 1970, Psychosom. Med. 32 (4).
dicho mes. No resulta difícil de imaginar, ya que es lo que suele suceder. Ahora
suponga que en lugar de ello, su empresa ingresa el dinero en pequeños pagos en
diferentes momentos temporales, de forma que no sabe cuándo tendrá disponi-
ble el dinero en su cuenta. Al final, la cantidad de dinero ingresada es la misma
en ambas situaciones. No obstante, la incertidumbre que nos genera la segunda
situación hace que prefiramos con toda seguridad cobrar puntualmente la can-
tidad total a final de mes. En ratas, se ha podido comprobar que si le aplicamos
a un animal un programa de refuerzo, en el que siempre le proporcionamos
comida a intervalos temporales regulares, de forma que el animal puede llegar a
predecir cuándo recibirá su refuerzo y un determinado día se nos ocurre cambiar
el patrón de alimentación, proporcionándole la misma cantidad de comida pero
en momentos elegidos al azar (de forma que el animal pierde la capacidad de
predecir cuándo llegará la comida), se incrementa el nivel en plasma de gluco-
corticoides. Luego, perder la capacidad de predicción de la ocurrencia de algo
importante puede llegar a ser estresante en sí mismo.
En definitiva, tanto el control como la capacidad de predicción son dos fac-
tores importantes para modular la respuesta de estrés. Glass y Singer mostraron
la importancia que tiene la percepción de tener control a pesar de que se carez-
ca del mismo. En este sentido, se sometió a un grupo de personas a un agente
estresante (ruidos estridentes e intensos). A pesar de que ninguna conducta que
llevaran a cabo los participantes en el experimento podía disminuir la probabi-
lidad de la presencia del ruido, las personas que disponían de un botón, tanto
si lo pulsaban como si no lo hacían, se mostraban menos hipertensas que los
participantes que no tenían el botón en cuestión. Luego, la percepción que uno
tiene de control (tanto si lo ejerce como si no lo ejerce) parece ser un factor
importante para modular la respuesta de estrés.
¿Qué podría ocurrir si a alguien le proporcionamos control de la situación
y después se lo quitamos? Imaginemos a un ejecutivo que trabaja para una
corporación que aglutina diferentes empresas farmacéuticas. Dicho ejecutivo
dirige un grupo que se encarga de la gestión de residuos de las diferentes plan-
tas de fabricación de la corporación. Cada día ha de tomar de forma autónoma
diferentes decisiones y tiene el control del ritmo de trabajo y el desarrollo de las
situaciones diarias a las que se enfrenta el grupo de gestión de residuos. A veces,
este tipo de control puede ser contraproducente puesto que podría generar
presión en la persona. Supongamos que a este ejecutivo no le genera presión y
percibe que con su posición laboral ejerce control sobre la situación que vive.
En esta tesitura, si a este ejecutivo la corporación lo destinara a otra posición en
© Editorial UOC 339 Factores psicosociales
2. Ratas frustradas
3. Apoyo social
laris). Los macacos cangrejeros tienden a afiliarse a ritmos muy rápidos cuando
la condición social se vuelve inestable. Este hecho parece relacionarse con un
aumento de la reactividad del sistema inmunitario. En las poblaciones de machos
adultos de papión amarillo (Papio cynocephalus), la integración social se relacio-
nada con niveles basales de cortisol marcadamente reducidos. Por otro lado, el
acicalamiento reduce la tasa cardiaca e induce la liberación de β–endorfinas en
diferentes especies de primates no humanos. De forma similar, la tasa de conduc-
tas autodirigidas y el ritmo cardiaco que correlacionan con medidas fisiológicas
de la respuesta de estrés se ven reducidas cuando las hembras se reconcilian con
antiguas oponentes. Diferentes autores sugieren que el establecimiento de un
contacto social cercano con otros miembros del grupo podría proporcionar a las
hembras y a sus crías beneficios materiales directos, como la protección contra el
acoso y la facilitación del acceso a recursos valiosos para su supervivencia. En esta
línea, las hembras adultas de papión amarillo que pasan más tiempo con otros
animales de su línea familiar tienen más afiliados en las disputas agonísticas. Las
hembras de papión que pasan más tiempo con machos adultos, éstos protegen a
ellas y a sus crías del acoso de otros machos. En definitiva, las relaciones sociales
tienen un valor adaptativo para hembras de primates.
En 1992 Ray y Sapolsky analizaron profusamente la relación entre la domi-
nancia y la fisiología de los machos de papión de oliva (Papio anubis) que vivían
en libertad en un parque nacional de África. Encontraron que, en jerarquías
estables, estos primates muestran perfiles distintivos de secreción de glucocor-
ticoides y de testosterona. Según estos autores, estos rasgos endocrinos no se
constituyen como un marcador específico de dominio social, sino que solo se
encuentran entre los machos dominantes con determinados estilos de conduc-
ta social. De esta forma, encontraron que los machos que estaban implicados
con mayor frecuencia en conductas de cortejo mostraban niveles basales más
bajos de cortisol y una menor respuesta de esta hormona al estrés. Asimismo,
vieron que el grado de afiliación social (mostrar conductas de acicalamiento e
interacción con hembras no receptivas sexualmente y con sus crías) resultaba
ser un rasgo crítico. De modo que los machos que se encontraban altamente
afiliados presentaron concentraciones basales más bajas de cortisol y una res-
puesta de esta hormona atenuada en situaciones de estrés.
¿Qué sucede en el caso de las hembras? En hembras de primates no huma-
nos se ha mostrado que los vínculos sociales aumentan la supervivencia de las
crías, un componente cardinal de variación en la adaptabilidad a lo largo de la
vida de una hembra. Es conocido de las hembras que establecen fuertes lazos
© Editorial UOC 343 Factores psicosociales
con parientes y con otros miembros del grupo social. Dichos vínculos parecen
tener un gran valor adaptativo para éstas.
En 2003, Silk, Alberts y Altmann presentaron los datos conductuales reco-
gidos durante 16 años en la prestigiosa revista Science sobre una población de
papiones amarillos. Los papiones amarillos son altamente gregarios y viven en
amplios grupos de machos y hembras. Las hembras permanecen en sus grupos
natales durante toda su vida, mientras que los machos emigran del grupo que les
ha visto nacer cuando alcanzan la madurez sexual. Las hembras establecen jerar-
quías de dominancia en las que los parientes de las mismas ocupan rangos adya-
centes. Las hembras establecen relaciones fuertes y bien diferenciadas con otras
hembras adultas de sus grupos. Dichas relaciones se caracterizan por la presencia
de un frecuente acicalamiento, proximidad espacial y actos de apoyo social y de
alianzas. Las relaciones sociales entre las hembras parecen tener un gran valor
adaptativo en tanto que aumentan la posibilidad de obtener alianzas y apoyo
en las contiendas dentro del grupo y aumentan la tolerancia por parte de otros
miembros más poderosos del grupo. Asimismo, estas relaciones también propor-
cionan un contexto beneficioso para la socialización de las crías. Las relaciones
sociales entre las hembras y los machos adultos también son beneficiosas para las
hembras, dado que los machos apoyan a las crías de éstas en interacciones ago-
nistas e incluso protegiéndolas de predadores o de ataques infanticidas por parte
de otros machos. Estos autores demostraron los efectos directos de la sociabilidad
sobre la adaptabilidad biológica de las hembras, de forma que la sociabilidad de
las hembras adultas se asociaba positivamente con la supervivencia de las crías.
Los resultados mostraron que este efecto era independiente del rango de domi-
nancia, de la tipología de pertenencia al grupo y de las condiciones del ambiente.
De esta forma, las hembras que tenían más contacto social con otros adultos del
grupo mostraban una mayor integración en el grupo eran más aptas que otras
hembras para cuidar a sus crías de forma satisfactoria.
No sólo en primates no humanos se ha encontrado un efecto positivo del
apoyo social. En ratas, diferentes investigaciones han puesto de manifiesto este
efecto. Por ejemplo, Maslova, Bulygina y Amstislavskaya (2010) han mostrado
que un aislamiento social prolongado y la exposición a un contexto social
inestable a ratas adolescentes, tiene importantes secuelas fisiológicas y conduc-
tuales inmediatas y a largo plazo.
En seres humanos, diferentes trabajos han mostrado que la respuesta de
estrés puede verse reducida por el apoyo social. Por ejemplo, en esta línea,
Lepore, Allen y Evans (1993) pudieron comprobar que el soporte social podía
© Editorial UOC 344 El cerebro estresado
Supongamos que Pedro está trabajando para una multinacional con un con-
trato de 40 horas semanales. Cierto día, después de una reorganización interna
© Editorial UOC 345 Factores psicosociales
5. Novedad
A lo largo del capítulo hemos ido viendo que cuando un individuo es capaz
de controlar un estímulo o agente estresante (por ejemplo, al poder prevenir
su aparición o al poder evitarlo cuando ya se ha presentado), las consecuencias
conductuales y fisiológicas de la exposición a la situación no son las mismas
que cuando el individuo es expuesto al mismo estímulo estresante pero sin
tener la capacidad de controlarlo.
En general, a pesar de haber algunas excepciones, podemos decir que la
exposición a un agente estresante que no es controlable genera respuestas de
estrés más pronunciadas que la exposición al mismo agente pero con la capaci-
dad de poder controlarlo. Llegados a este punto una cuestión que emerge es la
© Editorial UOC 349 Factores psicosociales
A lo largo del libro, hemos visto que el estrés puede tener efectos negati-
vos sobre nuestro estado de salud. El eje HPA es un moldeador crítico de las
respuestas conductuales y fisiológicas de un organismo hacia un medio conti-
nuamente cambiante. Dicho eje endocrino parece ser un mediador importante
entre estrés y salud. Además es reactivo a estímulos emocionales y de tipo cog-
nitivo así como a diferentes aspectos del contexto social en el que se encuentra
la persona. Poder llegar a entender cómo los estímulos emocionales, cognitivos
y sociales modulan la actividad del eje HPA podría facilitar el desarrollo de
intervenciones capaces de aumentar la capacidad de recuperación y la resisten-
cia al estrés y reducir el impacto negativo que éste pueda tener sobre la salud.
La falta de control, de predecibilidad y de apoyo social, la novedad y otros
factores emocionales, cognitivos y sociales aumentan la reactividad del eje
HPA tanto en modelos animales como en el ser humano. Por ejemplo, en seres
humanos diferentes trabajos han mostrado que la activación del eje HPA puede
verse reducida con la familiaridad, el apoyo social y el control de la situación.
La mayoría de estos factores moduladores del eje HPA requieren un procesa-
miento cognitivo: identificar una ayuda como disponible, ver un desafío como
familiar o sentirse capaz de manejar una situación implica un procesamiento de
la información y, por lo tanto, pone en marcha diferentes procesos cognitivos.
La importancia de los factores psicológicos y sociales en la modulación de la
actividad del eje HPA queda manifiesta por las evidencias experimentales que
han mostrado que el control y la familiaridad son más salientes a este eje que
el miedo y que otros estímulos negativos.
En 2005, James Abelson et al., evaluaron diferentes moduladores psicosocia-
© Editorial UOC 355 Factores psicosociales
les del eje HPA en seres humanos utilizando paradigmas de activación farmaco-
lógica. Dentro de estos paradigmas destaca una sustancia: la pentagastrina. La
pentagastrina es un agonista del receptor de la colecistoquinina B. Esta sustan-
cia provoca una liberación dosis–dependiente de ACTH y de cortisol. Es decir,
a más pentagastrina mayor liberación de ACTH y de cortisol. Estos autores
demostraron que la activación farmacológica del eje HPA mediante la adminis-
tración de pentagastrina podía ser modulada con una intervención cognitiva
breve en sujetos sanos. Este mismo efecto lo encontraron en pacientes con
trastorno de pánico (un trastorno de ansiedad). La intervención cognitiva que
utilizaron estos autores reducía la novedad, aumentaba la sensación de control
y proporcionaba estrategias cognitivas de afrontamiento a los participantes del
estudio. Abelson et al. pudieron comprobar que esta intervención reducía de
forma importante los niveles de cortisol en las personas que la recibían.
En 2008, este mismo grupo de investigación intentó analizar cuál era el fac-
tor crítico en la reducción de la actividad del eje endocrino en cuestión. Estos
autores encontraron que la intervención psicológica reducía la actividad del eje
HPA, siendo las estrategias cognitivas de afrontamiento el factor que demostró
mayor eficacia, dado que su impacto para reducir la actividad del eje HPA era
el mismo que al combinar diferentes factores.
En definitiva, podemos concluir que las manipulaciones psicológicas pue-
den alterar la respuesta del eje HPA. La familiaridad, el acceso al control y
las respuestas de afrontamiento son altamente salientes al eje HPA. Dentro
de estos factores, parece ser que las estrategias cognitivas de afrontamiento
resultan críticas. No obstante, hoy en día todavía hacen falta más trabajos de
investigación que ayuden a aclarar cómo los estímulos emocionales, cognitivos
y sociales interactúan en la modulación de la respuesta de estrés, en aras del
desarrollo de técnicas dirigidas a la reducción del estrés. Al final, del capitulo
10, volveremos a retomar este tema.
Las diferencias individuales entre los individuos de una especie son eviden-
tes en múltiples dominios, incluyendo aquellos asociados con características
© Editorial UOC 356 El cerebro estresado
subordinados no muestran una reactividad del eje HPA, como sucede en el caso
del tití común (Callithrix jacchus).
Los estilos de afrontamiento que presenta un organismo hacia una situa-
ción estresante pueden explicar la capacidad individual de adaptación y la
vulnerabilidad que presente para sufrir enfermedades relacionadas con el
estrés. Diferentes estudios etológicos han mostrado la existencia de dos estilos
principales de afrontamiento: un estilo reactivo y un estilo proactivo. Dichos
estilos se caracterizan por la presencia de diferentes rasgos conductuales y neu-
roendocrinos. Desde un punto de vista conductual, los animales proactivos
presentan una tendencia a llevar a cabo una conducta cuando se presenta el
agente estresante para intentar reducir su impacto. Mientras que los animales
reactivos se limitan a evitarlo. Por ejemplo, supongamos que en una jaula
experimental con lecho de serrín colocamos a una rata. En el extremo de la
caja ponemos una pequeña barra metálica que proporciona pequeñas descargas
eléctricas si se toca. Una rata proactiva enterrará la barra metálica con el serrín,
mientras que una rata reactiva evitará estar en contacto con la barra y pasará
la mayor parte del tiempo en el otro lado de la jaula. En diferentes modelos
animales se ha podido comprobar que los sujetos con estilo proactivo de afron-
tamiento muestran en respuesta a la estimulación estresante una reactividad
más baja del eje HPA (bajos niveles de glucocorticoides) con una alta reactivi-
dad simpática (altos niveles de catecolaminas). En contraste, los animales con
un estilo reactivo presentan una mayor actividad tanto del eje HPA como de la
rama simpática del sistema nervioso autónomo. Estos estilos de afrontamiento
podrían explicar la vulnerabilidad diferencial al estrés que media la aparición
de enfermedad, en tanto que se caracterizan por presentar un valor adaptativo
diferente y un patrón neuroendocrino distinto.
© Editorial UOC 359 Estrés, depresión y ansiedad
Capítulo IX
Dentro de los trastornos del estado de ánimo podemos distinguir dos tipo-
logías principales: el trastorno depresivo mayor y el trastorno bipolar.
Según el manual de criterios diagnósticos DSM–IV–TR de la asociación de
psiquiatras americanos la depresión mayor se caracteriza por la presencia de un
estado de ánimo depresivo la mayor parte del día, así como por la disminución
acusada del interés o de la capacidad para experimentar el placer en todas o
casi todas las actividades de la vida de la persona. Se trata de una afectación
que puede cursar con modificaciones en el peso corporal y en el apetito, así
como con importantes alteraciones del sueño. Puede darse también agitación
o enlentecimiento de la conducta motora casi cada día y se puede observar
también fatiga o pérdida de energía. La persona suele presentar sentimientos de
inutilidad o de culpa excesivos o inapropiados (que pueden incluso ser deliran-
© Editorial UOC 360 El cerebro estresado
Figura 70. Retrato de Georg Friedrich Händel (1685–1759) por Balthassar Denner (1727).
del receptor, debe ser eliminado del espacio sináptico, ya que, de lo contrario,
volvería a unirse al receptor. La eliminación de los neurotransmisores del espa-
cio sináptico es fundamental para evitar la sobreestimulación de las neuronas
postsinápticas (por ejemplo, la cocaína actúa en la sinapsis impidiendo este
proceso, provocando que sustancias neurotransmisoras como la dopamina
estén durante más tiempo en la sinapsis, pudiéndose unir de forma repetida a
su receptor y sobreestimulando, de esta forma, a la neurona postsináptica). Una
parte del neurotransmisor liberado por la neurona presináptica simplemente se
difunde lejos del espacio sináptico y, por este motivo, no se necesita ningún
mecanismo específico para inactivarlo. El resto de las moléculas de neurotrans-
misor tienen que ser inactivadas; los principales mecanismos de inactivación
son la degradación por medio de enzimas y la recaptación. El primer mecanis-
mo consiste en degradar las moléculas de la sustancia transmisora. Los produc-
tos resultantes de esta degradación se llaman metabolitos, que, generalmente,
pasan a la sangre y después son eliminados por la orina. Esta degradación la
llevan a cabo enzimas específicas, de manera que cada neurotransmisor tiene
© Editorial UOC 362 El cerebro estresado
Figura 71. Esquema de una sinapsis serotoninérgica. Adaptada de Cooper et al. (2003).
sustancias de uso actual son los fármacos que tienen una acción dual sobre el
sistema serotoninérgico. En esta familia destacan los ASIR (por ejemplo, la nefa-
zodona) que actúan ejerciendo una combinación entre un potente antagonismo
de los receptores de la serotonina del subtipo 5–HT2A junto con un bloqueo,
menos potente, de la recaptación de este neurotransmisor.
Volviendo a nuestra hipótesis, viendo todo el repertorio de tratamientos
farmacológicos utilizados para potenciar los sistemas de neurotransmisión
serotoninérgica y noradrenérgica, no es de extrañar que la atención sobre las
bases neuroquímicas de la depresión se centrara sobre estas dos sustancias.
Además de la intervención farmacológica sobre las monoaminas, también
se han utilizado otras sustancias como los antagonistas del receptor NMDA del
glutamato y el carbonato de litio y los fármacos anticonvulsivos en el caso del
trastorno bipolar. En el trastorno afectivo estacional se utiliza la fototerapia
(tratamiento con luz). Resulta que esta afectación es un tipo de alteración del
estado de ánimo que se manifiesta en épocas de poca luz ambiental, como el
invierno. Además de por el cuadro depresivo, se caracteriza también por un
aumento en la ingesta de carbohidratos. Parece que la causa se debe a un exceso
de la hormona melatonina, sintetizada en la glándula pineal a partir de la sero-
tonina. La fototerapia parece impedir que la serotonina se transforme en mela-
tonina. Otras aproximaciones terapéuticas han sido el uso de la terapia elec-
troconvulsiva, la estimulación magnética transcraneal en la corteza prefrontal
dorsaleral y la estimulación cerebral profunda en la corteza cingulada anterior
subcallosa (una región de la corteza prefrontal medial, localizada por debajo de
la porción delantera del cuerpo calloso —subgenual, que significa por debajo
de la rodilla del cuerpo calloso—) y la estimulación eléctrica del nervio vago.
Figura 72. Hariri et al. (2002) mostraron en su estudio que la actividad relativa de la
amígdala derecha durante la ejecución de una tarea de elección de rostros, difería entre las
personas que presentan el alelo corto (grupo s) y las personas que presentan el alelo largo
(grupo l) del gen que codifica el transportador de la serotonina. La tarea consistía en selec-
cionar el rostro (elección 1 ó 2) que tuviera la misma expresión de ira o miedo que el rostro
mostrado en el ejemplo (muestra). Grupo l: alelo largo; grupo s: alelo corto. Modificado
de Hariri, A.R., Mattay, V.S., Tessitore, A., Kolachana, B., Fera, F., Goldman, D., et al., 2002,
«Serotonin transporter genetic variation and the response of the human amygdale.» Science
297 (5580), 400–403.
uno o dos alelos cortos mostraban una reducción del 25% del volumen de la
sustancia gris cercana a la rodilla del cuerpo calloso, fundamentalmente, en la
región de la corteza prefrontal medial correspondiente a la corteza cingulada
anterior subcallosa. Asimismo, también encontraron una reducción del 15%
en el volumen de la amígdala (véase Figura 73). Teniendo presente la implica-
ción de la serotonina en el desarrollo cerebral, una modificación del número
de trasportadores de este neurotransmisor podría afectar estructuralmente a
las regiones críticas en la regulación del estado de ánimo. Estos investigadores
© Editorial UOC 368 El cerebro estresado
Figura 73. Pezawas et al., utilizando un paradigma con resonancia magnética funcional,
han encontrado interacciones funcionales entre la amígdala y la corteza cingulada anterior
dorsal y subcallosa (subgenual). Según estos autores, la información relacionada con un
agente estresante llega a la amígdala para ser evaluada. Esta región subcortical del lóbulo
temporal medial activa a la corteza cingulada anterior subcallosa. Esta zona de la corteza
activa, por su parte, a la corteza cingulada anterior dorsal, la cual envía proyecciones inhi-
bitorias de vuelta a la amígdala. Estas proyecciones inhibitorias parecen formar parte de un
sistema de retroalimentación negativa para controlar la activación de la amígdala. Las perso-
nas con uno o dos alelos cortos de la región promotora del gen que codifica el trasportador
de la serotonina presentan unas conexiones funcionales más débiles entre la amígdala y la
corteza cingulada anterior subgenual, así como un volumen reducido en esta región cortical.
Este debilitamiento en las conexiones funcionales implica que el circuito de inactivación de la
amígdala no sea tan efectivo como en el caso de las personas que no presentan alelos cortos.
Adaptada de Pezawas et al., (2005).
© Editorial UOC 369 Estrés, depresión y ansiedad
Hoy en día sabemos que los agentes estresantes pueden inducir síntomas
parecidos a la depresión y pueden, a su vez, inhibir la formación de nuevas
neuronas en el giro dentado del cerebro de individuos adultos. Asimismo, algu-
nos de los tratamientos farmacológicos de la depresión pueden potenciar la
neurogénesis. Recordemos que este tipo de tratamientos suelen tardar semanas
en producir una mejoría de la sintomatología depresiva. El tiempo que tardan
en hacer efecto presenta una alta coincidencia con el tiempo que tardan las
neuronas recién formadas en madurar. Algunos trabajos han mostrado que la
supresión de la neurogénesis hipocampal provoca que el tratamiento farmaco-
lógico de la depresión deje de ser efectivo desde un punto de vista terapéutico.
Visto de esta forma, parece que un deterioro de los mecanismos de forma-
ción de nuevas neuronas en el hipocampo sea la causa de la sintomatología
depresiva. Pero, ¿qué ocurre en las personas que no tienen hipocampo? ¿Todas
tienen depresión? La lesión bilateral en el hipocampo provoca una marcada
amnesia anterógrada y una incapacidad para consolidar las memorias de tipo
declarativo o relacional pero no necesariamente genera depresión.
En relación al sueño, éste en las personas con depresión suele estar alterado.
Presenta un patrón fragmentado con la aparición de despertares a lo largo de la
© Editorial UOC 370 El cerebro estresado
por el GR. Por ello, la hiperactividad del eje HPA podría estar generada por un
sistema de retroalimentación negativa que no funcionara correctamente debi-
do a un GR alterado.
La dexametasona es un glucocorticoide sintético que se une de forma espe-
cífica al GR. Administrar esta sustancia en sujetos sanos, supone una reducción
de los niveles de cortisol, en tanto que activa el sistema de retroalimentación
negativa del eje HPA. Por contraposición, la administración de este glucocorti-
coide sintético en pacientes con depresión no consigue inhibir la secreción de
cortisol en aproximadamente un 55% de los casos. De forma añadida, estudios
post–mortem han encontrado una reducción de la expresión de GR en el cere-
bro de pacientes con depresión.
Llegados a este punto cabría preguntarse si las altas concentraciones de
glucocorticoides son una causa para el desarrollo de la depresión o bien son
un mero epifenómeno del trastorno. Diferentes trabajos en modelos animales
de depresión, han mostrado que la administración crónica de glucocorticoides
induce sintomatología depresiva. Asimismo, se ha podido comprobar en mode-
los animales de estrés severo y de depresión, que se puede inducir muerte celu-
lar y atrofia de los procesos neurales, así como una reducción de la formación
de nuevas neuronas en el hipocampo de animales adultos. En definitiva, un
incremento de los niveles de glucocorticoides podría ser una de las causas de la
reducción de neurogénesis y de la modificación estructural del sistema nervio-
so. En estudios in vitro se ha podido comprobar que la dexametasona reduce
la proliferación neural. Recientemente, Krinenberg et al., (2009) han mostrado
que los ratones que muestran una reducción del 50% de GR en el cerebro mues-
tran un aumento en la liberación de glucocorticoides (seguramente debido a
un sistema de retroalimentación negativa ineficiente del eje HPA mediado por
el GR) y una reducción de la neurogénesis. Estos datos podrían interpretarse
como que una reducción en la señalización del GR podría deteriorar los proce-
sos de neurogénesis.
Los estudios post–mortem de neurogénesis en tejido humano han llegado
a resultados contradictorios. Por ejemplo, Reif et al. (2006) encontraron una
reducción de la neurogénesis en los pacientes esquizofrénicos pero no en los
depresivos, mientras que Boldrini et al. (2009) encontraron una disminución
de la formación de nuevas neuronas en el cerebro adulto de los pacientes
depresivos.
En el capítulo 7 vimos que el tratamiento crónico con glucocorticoides
reduce el volumen hipocampal en estudios animales. Este dato va en con-
© Editorial UOC 374 El cerebro estresado
En el capítulo 3, vimos que en la actividad del eje HPA se daba una ritmici-
dad circadiana que determinaba la amplitud de los pulsos de glucocorticoides
(altos al comienzo de la fase de actividad y bajos en las fases de inactividad y
de descanso) y una ritmicidad ultradiana que caracterizaba la frecuencia de los
pulsos de estas hormonas. Cada vez contamos con más evidencias que respal-
dan a la hipótesis de que una alteración en el patrón pulsátil de secreción de
glucocorticoides se asocia con diferentes trastornos relacionados con el estrés y
con el estado de ánimo. Por ejemplo, las personas que presentan alteraciones
en el patrón pulsátil de la secreción de cortisol tienen mayor riesgo de sufrir
depresión. Asimismo, en pacientes con depresión se ha encontrado alteracio-
nes en el la intensidad del pulso o en la frecuencia del mismo. En condiciones
como estrés a largo plazo y los trastornos del estado de ánimo, la frecuencia del
pulso de glucocorticoides se ha visto incrementada por encima de las 24 horas.
En comparación con los hombres, las mujeres muestran mayor resistencia
a la retroalimentación negativa del cortisol. Las hormonas sexuales femeninas,
en tanto que modifican la reactividad del eje HPA y del sistema simpaticoadre-
nal, podrían enlentecer la retroalimentación del cortisol sobre el cerebro.
Algunos trabajos han relacionado los efectos de una retroalimentación defici-
taria del cortisol sobre la reactividad del eje HPA, como una posible explicación
a la tendencia de las mujeres a desarrollar depresión.
Tal como hemos visto en el capítulo 3, ante un agente estresante, las muje-
res presentan una mayor activación, en comparación con los hombres, en dife-
rentes regiones límbicas. Wang et al., (2007) sugieren que la activación persis-
tente del sistema límbico ante agentes estresantes sin la contención adecuada
de cortisol podría ser un potencial precipitante neurobiológico para desarrollar
depresión en el caso de las mujeres. Un aspecto importante a tener presente es
el estilo cognitivo que se desarrolla para interpretar una situación estresante.
Autores como Papadakis et al. (2006) sugieren que las mujeres presentan una
tendencia a un pensamiento decantado a considerar con ingente reflexión las
cosas. La respuesta de estrés a largo plazo en mujeres se caracteriza por una
activación persistente de la corteza cingulada anterior y posterior. La corteza
cingulada anterior se ha relacionado con el procesamiento atencional de la
emoción, con la autoevaluación del estado mental, con la empatía y la exclu-
sión social. Asimismo, se han encontrado alteraciones funcionales en la corteza
© Editorial UOC 377 Estrés, depresión y ansiedad
6. Trastornos de ansiedad
puestas de ansiedad. Por otro lado, es importante tener presente que el recep-
tor CRH–R1 se localiza fundamentalmente en la mayor parte de núcleos de la
amígdala, en el córtex prefrontal, en la corteza cingulada, en el córtex parietal
e insular, en el giro dentado, en la corteza entorrinal y en el locus coeruleus.
Además, tal como hemos comentado, las personas que sufren trastornos de
ansiedad como el trastorno de estrés postraumático presentan alteraciones en
el funcionamiento del eje HPA.
En relación a las Interacciones entre el eje HPA y la noradrenalina, podemos
decir que hay interacciones dobles entre los dos sistemas:
1. La secreción de CRH aumenta la actividad neuronal en el locus coeruleus,
lo cual provoca un aumento de la liberación de noradrenalina en distintas
regiones corticales y subcorticales.
2. La liberación de noradrenalina estimula la secreción del CRH en el núcleo
paraventricular del hipotálamo.
Tal como hemos visto en capítulos anteriores, la persistencia de las memo-
rias originadas por una experiencia traumática, o por un episodio determinado
de pánico, parece estar mediada por los efectos sobre la consolidación o recon-
solidación de la traza de dicha memoria mediante los sistemas del cortisol y
de la noradrenalina. En definitiva, podemos decir que algunos de los síntomas
de los trastornos de ansiedad parecen estar regulados por interacciones entre la
noradrenalina y los glucocorticoides.
Diferentes sustancias que afectan a los mecanismos de neurotransmisión
gabaérgica reducen los síntomas de ansiedad. Diversos estudios han demos-
trado que la exposición a estrés crónico o a estrés agudo inescapable altera los
dominios de unión para las benzodiacepinas en el complejo–receptor GABAA,
en diferentes regiones cerebrales como el córtex frontal, el hipocampo y el
hipotálamo. Parece que estos efectos se encuentran mediados por la presencia
de glucocorticoides en sangre, ya que estos esteroides alteran los niveles de
ARN mensajero para diferentes subunidades del receptor GABAA. Asimismo,
el estrés acaecido en momentos tempranos del desarollo provoca reducciones
significativas de:
1. Las concentraciones del complejo–receptor GABAA en el locus coeruleus
y en el núcleo del lecho de la estría terminal.
2. Los sitios específicos de unión para las benzodiacepinas en el locus coeru-
leus, en el núcleo del lecho de la estría terminal, en el córtex frontal y en la
amígdala.
3. Los niveles del ARN mensajero para las subunidades γ2 del complejo–
© Editorial UOC 384 El cerebro estresado
Capítulo X
Hemos ido viendo a lo largo del libro que la respuesta de estrés es el inten-
to del organismo de restablecer el equilibrio alostático y de adaptarse a unas
situaciones biológicas y/o psicológicas y/o sociales, que consiste en un con-
junto de cambios en el ámbito fisiológico (alteraciones de diferentes sistemas
del organismo) y psicológico (alteraciones en las percepciones y cogniciones),
donde interactúan los sistemas nervioso, endocrino e inmunitario. La respuesta
de estrés puede ponerse en marcha no solo ante una lesión física o frente a una
amenaza de tipo psicológico o social, sino también ante su expectativa.
La respuesta de estrés puede modularse por todo un conjunto de variables
cognitivas y personales del sujeto, así como por una serie de factores de ámbito
social. Desde un punto de vista adaptativo, el estrés permite la movilización
inmediata de las reservas energéticas del organismo; además, a más largo plazo,
posibilita un ahorro de energía, inhibiendo los sistemas fisiológicos que no
poseen la finalidad inmediata de la supervivencia del sujeto. Ante un agente
estresante, se genera todo un conjunto de cambios orgánicos con un patrón
muy general de respuesta. Además, también tienen lugar una serie de modifi-
caciones más específicas. Dependiendo del tipo de estrés, de la duración y fre-
cuencia del estímulo, así como de su naturaleza, se producirán unas respuestas
del cuerpo a corto o a largo plazo, con el fin de adecuar el medio interno del
individuo a las demandas del medio externo.
La respuesta de estrés, por lo tanto, posee un alto valor adaptativo, puesto
que genera cambios en el organismo con el propósito de facilitar el enfrenta-
miento de una situación de amenaza, pero también puede ser desadaptativa
en tanto que puede repercutir sobre el rendimiento de la persona y su estado
© Editorial UOC 388 El cerebro estresado
2. Hipocampo
en la fuerza de las sinapsis entre las neuronas de redes neuronales que proce-
san y almacenan información. Hace más de cuarenta años que los científicos
buscan los mecanismos neurales plásticos subyacentes al aprendizaje. Ya a
principio de los años setenta, Terje Lømo y Tim Bliss mostraron que la estimu-
lación eléctrica de alta frecuencia y administrada de manera breve en circuitos
excitatorios del hipocampo producía un aumento en la fuerza de las sinapsis
activadas que se mantenía a largo plazo. Este fenómeno experimental se deno-
minó potenciación a largo plazo (PLP). La PLP se constituyó como el fenómeno
de plasticidad cerebral más estudiado en el sistema nervioso de los mamíferos.
En la actualidad no cabe la menor duda de que este fenómeno experimental se
encuentra íntimamente ligado a los mecanismos celulares y moleculares sub-
yacentes al aprendizaje y a la formación de la memoria.35
Dejemos el aprendizaje y la plasticidad cerebral por un momento y vol-
vamos a la caracterización anatómica y neuroquímica del hipocampo. En la
actualidad sabemos que los esteroides adrenales y las principales hormonas
metabólicas ejercen diferentes efectos funcionales al unirse a receptores espe-
cíficos en el hipocampo. De este modo, estas sustancias pueden facilitar la
consolidación de la información relevante y significativa para la supervivencia
del individuo, pueden afectar al estado de ánimo y a la motivación e, incluso,
pueden promover un aumento de la actividad neural y tener efectos de neu-
roprotección. No obstante, en condiciones de estrés repetido, estas mismas
sustancias pueden ejercer efectos muy negativos en relación a la integridad
funcional y estructural del hipocampo.
Por lo que se refiere a los modelos animales que han estudiado la relación
entre estrés e hipocampo, hemos de tener presente que la exposición de forma
crónica a agentes estresantes puede promover la remodelación de las neuronas
hipocampales, dando como resultado cambios importantes en la morfología de
esta estructura: pérdida de espinas dendríticas, acortamiento de las dendritas y
supresión de los procesos de neurogénesis.
El hipocampo además de presentar una tremenda y adaptativa plasticidad
estructural, también es muy sensible y vulnerable ante determinadas circuns-
35. Se ha podido comprobar que los efectos de la PLP suelen ser más potentes y significativos en
estructuras neurales críticas para el aprendizaje y la consolidación de la memoria. De manera
añadida, la PLP puede producirse con intensidades de estimulación que se dan durante la acti-
vidad nerviosa estándar. También se ha demostrado que distintas tareas de aprendizaje inducen
cambios parecidos a los generados por la PLP en diferentes regiones del sistema nervioso.
© Editorial UOC 394 El cerebro estresado
tancias. A lo largo de toda nuestra vida (tal como hemos señalado en el capítulo
7) y de forma continuada, se producen nuevas neuronas en el giro dentado
del hipocampo. Hoy sabemos que el estrés suprime el proceso de formación
de nuevas neuronas y su supervivencia. De igual forma, las dendritas de las
neuronas piramidales de CA3 sufren importantes remodelaciones estructurales
ante el estrés. McEwen (2010) sugiere que el papel funcional de esta plasticidad
(que inicialmente parece consecuencia de una alteración cerebral) es proteger
al sistema de un daño permanente.
El reemplazamiento de las neuronas a través de los mecanismos de neuro-
génesis se puede modular mediante diferentes factores hormonales, neuroquí-
micos y conductuales. Por ejemplo, tal como hemos visto anteriormente, el
ejercicio físico voluntario, los fármacos antidepresivos, el aprendizaje, etcétera,
modulan la formación de nuevas neuronas y su supervivencia en el giro denta-
do del hipocampo. En relación al estrés, ciertos agentes estresantes agudos y la
mayoría de los agentes crónicos estudiados suprimen la formación de nuevas
neuronas o impiden su supervivencia en esta estructura.
Por lo que se refiere a la remodelación de las dendritas hipocampales, hoy
sabemos que el estrés crónico provoca su acortamiento y la pérdida de rami-
ficaciones en la región CA3 del hipocampo. Esta respuesta al estrés parece ser
reversible y depende no solo de la cantidad de glucocorticoides circulantes sino
también de aminoácidos excitatorios como el glutamato y de otros neurotrans-
misores y moduladores. McEwen (2010) sugiere que estos cambios en la longitud
y en la ramificación dendrítica no son el resultado de una lesión sino una forma
de plasticidad estructural, en tanto que pueden ser reversibles. De todas formas,
en este contexto es necesario tener presente que algunos trabajos han encontra-
do daños permanentes en el hipocampo como consecuencia de la exposición a
agentes estresantes crónicos (tal como hemos visto en el capítulo 7).
Los glucocorticoides son mediadores cardinales de los efectos del estrés
crónico sobre la neuroplasticidad hipocampal. De todas formas, su papel
mediador entre plasticidad y estrés parece depender de las interacciones que
establecen con diferentes sistemas de neurotransmisión como, por ejemplo, el
de la serotonina, el del GABA, el del glutamato, entre otros. Quizá el neuro-
transmisor más interesante por su relación funcional con los glucocorticoides
sea el glutamato. Se ha podido comprobar que el estrés crónico provoca una
elevación importante de los niveles extracelulares de este aminoácido excita-
torio. La liberación de glutamato en el hipocampo, regulada por los glucocor-
ticoides, parece desempeñar un papel crítico en la remodelación de la región
© Editorial UOC 395 ¿Un cerebro estresado?
36. En relación a una variante genética del polimorfismo del BDNF en seres humanos (val66met),
Szeszko et al. (2005) han mostrado que las personas portadoras de alelo val/met muestran un
menor volumen de la sustancia gris hipocampal en comparación con los portadores del alelo
val/val. Los genes que contribuyen a los trastornos depresivos y de ansiedad continúan siendo
un misterio aunque el gen BDNF se ha convertido en el objetivo de las investigaciones en este
campo ya que es necesario para la supervivencia, desarrollo y plasticidad de las neuronas. En
trabajos con animales se ha visto que la exposición a un agente estresante crónico regula a la
baja el BDNF, posiblemente contribuyendo a una remodelación celular en el hipocampo. El
alelo met podría afectar a la contribución del BDNF en los mecanismos de plasticidad sináptica
(e incluso en los mecanismos de neurogénesis) en respuesta al estrés.
37. Recordemos que la respuesta de estrés tiene tres componentes diferenciados, a saber: el compo-
nente endocrino, el componente autonómico y el componente conductual. Además de estos
componentes, tiene lugar una evaluación cognitiva que se lleva a cabo de la situación en la que
se encuentra el sujeto, relacionándola con las experiencias pasadas y con su estado actual.
© Editorial UOC 396 El cerebro estresado
coides en los efectos a largo plazo de una exposición al estrés crónico. En 1986,
Sapolsky, Krey y McEwen aplicaron este efecto al envejecimiento cerebral, sugi-
riendo la denominada «hipótesis de la cascada de glucocorticoides». Según esta
hipótesis, una activación excesiva del eje HPA, generada por la exposición a
estrés crónico, conduciría al deterioro hipocampal, impidiendo una regulación
efectiva del eje endocrino, lo cual llevaría a más actividad del mismo, entrando
en un círculo vicioso.
En relación al segundo ámbito (mecanismos de aprendizaje y memoria),
un deterioro hipocampal puede conducir a déficit en la memoria explícita,
contextual y espacial, lo que iría en detrimento de la capacidad del sujeto para
procesar la información en situaciones nuevas y para tomar decisiones de cómo
enfrentarse a los desafíos generados por los agentes estresantes.
Por lo que se refiere a los estudios de neuroimagen con seres humanos, ya en
el capítulo 9 adelantamos algunos datos que analizaban la relación entre la res-
puesta de estrés con la morfología macroscópica del hipocampo. Por ejemplo,
diferentes estudios han mostrado que pacientes que sufren depresión mayor o
trastorno de estrés postraumático muestran reducciones en el volumen de esta
estructura del lóbulo temporal medial. Además de estos estudios clínicos, otros
trabajos llevados a cabo en población sana han mostrado una relación impor-
tante entre la exposición a agentes estresantes crónicos y modificaciones en la
morfología hipocampal. En 2007, Gianaros et al. estudiaron a mujeres postme-
nopáusicas. Estos autores pudieron comprobar que aquellas que presentaron
altos niveles de estrés crónico percibido mostraban una reducción del volumen
de la sustancia gris en el hipocampo. Un año más tarde, Ganzel et al. observa-
ron que tres años después del atentado de las torres gemelas, las personas que
vivían en edificios colindantes al lugar del atentado mostraron una reducción
significativa del volumen de la sustancia gris en el hipocampo.38
Evidencias recientes apoyan la hipótesis de que la activación periférica del
sistema inmunitario podría estar relacionada con alteraciones cognitivas, emo-
cionales y conductuales y podría tener una importante implicación mediadora
en los efectos que el estrés tiene sobre el sistema nervioso. Tal como hemos
señalado en el capítulo 9, las citocinas pro–inflamatorias periféricas (como, por
ejemplo, la IL6) pueden atravesar la barrera hematoencefálica y penetrar en el
38. Tanto en el trabajo de Gianaros et al. (2007) como en el trabajo de Ganzel et al. (2008), además
del hipocampo, también se encontraron alteraciones volumétricas en otras regiones anatómi-
ca y funcionalmente conectadas con esta estructura.
© Editorial UOC 397 ¿Un cerebro estresado?
trol inhibitorio sobre el hipotálamo y, por lo tanto, sobre el eje HPA. Cuando
el hipocampo reduce su actividad bajo condiciones de estrés, el hipotálamo no
recibe la inhibición que le correspondería, lo cual repercute en un aumento de
la actividad del eje HPA y de la consiguiente liberación de cortisol.
3. Amígdala
A lo largo del libro hemos visto que la amígdala es una región cerebral loca-
lizada en el interior del lóbulo temporal medial, adyacente al hipocampo. Esta
región, en términos generales, está implicada en asignar de forma rápida un
significado emocional a los estímulos que nos rodean. Asimismo, la amígdala
regula las respuestas fisiológicas (fundamentalmente autonómicas y endocri-
nas) y conductuales hacia dichos estímulos, principalmente a través de sus
conexiones con el hipotálamo y el tronco del encéfalo. No obstante, evidencias
recientes la están vinculando cada vez más con diferentes aspectos de la cogni-
ción social, tal como hemos señalado en el capítulo 4.
Delante de una situación estresante, la amígdala actúa rápidamente asig-
nando un valor e importancia conductual y emocional a los elementos de
dicha situación. Por ejemplo, si la amígdala detectara una serpiente venenosa
en medio de un camino o un atracador detrás de una esquina, prontamente los
categorizaría como estímulos importantes desde un punto de vista emocional
y con relevancia conductual, en este caso como una amenaza contra nuestra
supervivencia o bienestar físico. Para ello, necesita integrar la información
sensorial de diferentes modalidades que le llega de distintas fuentes (corteza,
tálamo y tronco del encéfalo), más o menos procesada. Una vez ha integrado
y ha operado con esta información, una parte de ésta (el núcleo central) envía
señales a través de la estría terminal a los núcleos paraventricular y lateral del
hipotálamo y a otros núcleos del tronco del encéfalo, con el objetivo de poner
en marcha diferentes ajustes fisiológicos y cambios conductuales para permitir
que el organismo se adapte ante una situación estresante o de importancia
para su integridad y supervivencia (siguiendo con el ejemplo anterior, se pro-
movería un estado que nos permitiera evitar el camino o la esquina donde nos
esperan la serpiente y el atracador, respectivamente). Teniendo presente que la
© Editorial UOC 399 ¿Un cerebro estresado?
4. Corteza prefrontal
39. El test de Stroop es una prueba utilizada ampliamente en la evaluación de las funciones
ejecutivas. En esta prueba, el aspecto cardinal es el denominado efecto de interferencia Stroop,
que se refiere al patrón de respuesta típico que implica un mayor tiempo de reacción de los
participantes del estudio delante de estímulos incongruentes (por ejemplo, la palabra «azul»
escrita en color rojo), en comparación con los estímulos que son congruentes (por ejemplo, la
palabra «azul» escrita en color azul) o neutros.
© Editorial UOC 402 El cerebro estresado
que estaban realizando una tarea de memoria de trabajo y que dicha reducción
se asociaba con un deterioro en la ejecución en la prueba. De forma añadida,
observaron un patrón marcado de lateralización en el hemisferio derecho. Este
trabajo se ha constituido como la primera evidencia que ha puesto de manifies-
to que el efecto deteriorante de los distractores emocionales sobre la memoria
de trabajo se encuentra vinculado a las interacciones cognitivo–afectivas entre
los sistemas neurales asociados con el procesamiento ejecutivo y los sistemas
neurales ligados al procesamiento de la información emocional.
En el capítulo 7 hemos analizado cómo la respuesta de estrés puede afectar
tanto a la memoria de trabajo como a las funciones ejecutivas. Hoy sabemos
que la corteza prefrontal regula la respuesta de estrés a través de un conjunto
señales internas de flujo de información descendente hacia el hipocampo, la
amígdala. Esta región cortical envía proyecciones directas al hipotálamo y a
otras regiones implicadas en la regulación de las respuestas periféricas de estrés
(actividad del eje HPA, actividad autonómica, entre otras). Asimismo también
participa en los procesos de afrontamiento que se ponen en marcha delante de
una situación estresante (véase capítulo 8).
Tal como comentamos en el capítulo 7, en estudios en animales se ha podi-
do comprobar que el estrés crónico promueve cambios estructurales y funcio-
nales en la corteza prefrontal medial y en la corteza orbitofrontal. Por ejemplo,
se ha encontrado un marcado acortamiento dendrítico en la corteza prefrontal
medial después de la exposición crónica a un agente estresante. Liston et al.
(2006) mostraron que la remodelación estructural inducida por el estrés en la
corteza prefrontal estaba relacionada con importantes alteraciones atenciona-
les40. Recordemos que la corteza prefrontal contiene receptores para glucocor-
ticoides. Estas hormonas parecen desempeñar un papel cardinal en el efecto
que el estrés ejerce sobre la retracción dendrítica en esta región de la corteza,
dado que su administración produce los mismos efectos que tienen estresores
como la inmovilización crónica. Cerqueira et al. (2005) mostraron que un tra-
40. Resulta importante puntualizar que mientras que la corteza prefrontal medial muestra una
marcada pérdida de las conexiones sinápticas como resultado del estrés repetido, los resultados
encontrados en la corteza orbitofrontal son bastante diferenciales. En este contexto, Liston
et al. (2006) encontraron un crecimiento dendrítico en esta región de la corteza. Asimismo,
el efecto que tienen algunas sustancias de abuso sobre la densidad de las espinas dendríticas
en estas dos regiones prefrontales también es opuesto: la autoadministració de anfetaminas
aumenta la densidad de espinas en las neuronas piramidales de la corteza prefrontal medial,
mientras que disminuye la densidad de espinas en las neuronas piramidales de la corteza orbi-
tofrontal.
© Editorial UOC 405 ¿Un cerebro estresado?
tamiento con dexametasona (a una dosis suficiente para que pueda entrar una
cantidad considerable en el cerebro) promovía una pérdida neuronal en las
cortezas cingulada, infralímbica y prelímbica, mientras que un tratamiento con
corticosterona reducía el volumen pero no el número de neuronas en dichas
regiones de la corteza prefrontal medial. Desde un punto de vista funcional,
estos autores pusieron de manifiesto que el tratamiento con dexametasona
resultaba particularmente efectivo para deteriorar la memoria de trabajo y la
flexibilidad cognitiva en los animales experimentales.
Volviendo otra vez a los estudios de neuroimagen con seres humanos, la
corteza cingulada anterior pericallosa se ha relacionado con diferentes proce-
sos vinculados a la respuesta de estrés y al procesamiento de la información
emocional. Estos procesos incluyen la evaluación de los estímulos salientes
del entorno, la experiencia de los estados emocionales y la regulación de las
respuestas autonómicas y conductuales delante de agentes estresantes y de
estímulos de naturaleza emocional. De forma añadida, esta región de la corteza
cingulada se encuentra implicada en la mediación de las diferencias individua-
les que presentan las personas en relación a la reactividad del sistema cardio-
vascular delante de un agente estresante. Asimismo, en el capítulo 5 vimos que
esta región estaba relacionada con la reactividad del sistema cardiovascular
delante de un agente estresante.
En modelos animales, las áreas anatómicamente homólogas a la corteza
cingulada anterior pericallosa humana41 muestran cambios estructurales pro-
nunciados bajo condiciones de estrés crónico. En estudios volumétricos lleva-
dos a cabo con técnicas de neuroimagen en seres humanos, se ha relacionado
el volumen de esta región de la corteza cingulada anterior con el estatus social
percibido, siendo la relación de a menor estatus percibido menor volumen
encontrado. MacLullich et al. (2006) mostraron que un volumen inferior en
esta región en el hemisferio izquierdo se relacionaba con una regulación defi-
citaria de la actividad del eje HPA.
Diferentes trabajos llevados a cabo en población sana han mostrado una
relación importante entre la exposición a agentes estresantes crónicos y modi-
ficaciones en la morfología de la corteza prefrontal. En 2007, Gianaros et al.
estudiaron a mujeres postmenopáusicas. Estos autores pudieron comprobar
que aquellas que presentaron altos niveles de estrés crónico percibido mostra-
Tal como hemos ido viendo a lo largo del libro, una red funcional compleja
de estructuras cerebrales (corteza prefrontal, hipocampo, amígdala, hipotálamo
y núcleos del tronco del encéfalo) se encarga de la regulación del cortisol en
condiciones basales y, sobre todo, delante de un agente estresante. La implica-
ción de cada uno de los componentes de dicha red depende de factores especí-
ficos como la naturaleza del agente estresante, el género del sujeto e, incluso,
de las experiencias acaecidas en etapas tempranas del desarrollo.
Recientemente, el equipo de Jens Pruessner de la Universidad McGill de
Montreal ha postulado un modelo en relación a las estructuras cerebrales críti-
cas en el procesamiento de la información relacionada con agentes estresantes
de tipo psicosocial en seres humanos. Este modelo sugiere que los agentes
estresantes de tipo reactivo o físicos tenderían a implicar a diferentes núcleos
del tronco del encéfalo. Dadas las conexiones directas entre la amígdala y los
núcleos claves del tronco del encéfalo, ésta también podría desempeñar un
papel importante en el procesamiento de la información relacionada con este
© Editorial UOC 407 ¿Un cerebro estresado?
tipo de agentes estresantes. Por otro lado, según este modelo, los agentes estre-
santes de tipo anticipatorio o psicológico implicarían a diferentes regiones de
la corteza prefrontal y del hipocampo.
Estudios llevados a cabo con técnicas de neuroimagen han encontrado que
un descenso en la actividad de la región orbitofrontal de la corteza prefrontal se
asocia a un incremento en la secreción de cortisol en respuesta a la presencia de
agente de tipo psicosocial. Asimismo, incrementos en la actividad de la región
medial de la corteza prefrontal correlaciona con un descenso de la secreción de
esta hormona. Dado que estas regiones desempeñan un papel importante en
la integración de la información sensorial interna y del medio que nos rodea,
participan en la monitorización y en el control del estado emocional, monito-
rizan la percepción y el juicio que hacemos de los otros, entre otras funciones,
es lógico pensar que podrían ser también cardinales para el procesamiento de la
respuesta de estrés integrando la percepción, el afrontamiento pasivo y la per-
severancia. Estas regiones de la corteza prefrontal, tal como hemos señalado a
lo largo del libro, presentan una amalgama compleja de interconexiones con el
hipocampo, con la amígdala y con diferentes núcleos del tronco del encéfalo.
Después de percibir a un agente estresante de tipo psicosocial se observa un
aumento de cortisol. Una forma para generar este aumento es mediante la inhi-
bición tónica indirecta del núcleo paraventricular del hipotálamo a través del
hipocampo. Este proceso que va desde la percepción del estímulo hasta la res-
puesta podría ser modulado por la actividad de regiones de la corteza prefrontal,
como la región ventrolateral y la corteza cingulada anterior. La corteza prefrontal
ventrolateral está implicada en diferentes procesos ejecutivos (selección activa,
comparación y evaluación de estímulos, etcétera), así como en el procesamiento
de la información bajo condiciones de un esfuerzo consciente por parte de la per-
sona. Diferentes trabajos han encontrado una relación inversa entre la actividad
en este área y la liberación de cortisol, lo cual en base del modelo de Pruessner
podría significar que la corteza prefrontal ventrolateral desempeñara un papel
importante en el control activo de la liberación de cortisol. Anatómicamente, se
ha podido comprobar que esta región envía escasas proyecciones al hipocampo
pero presenta extensas conexiones con la región ventromedial de la corteza
prefrontal. Este podría ser el mecanismo que permitiera a la corteza prefrontal
ventrolateral contrarrestar el descenso de la actividad en las áreas medial y orbi-
tal de la corteza prefrontal en relación al estrés. Un control inadecuado se podría
asociar con un aumento prolongado en la secreción de cortisol.
En relación a la corteza cingulada anterior, su patrón de actividad varía con-
© Editorial UOC 408 El cerebro estresado
El título de este apartado parece un recetario a seguir para evitar los efec-
tos deletéreos del estrés sobre el cerebro. ¿Realmente podemos hacer algo por
nuestro cerebro estresado? En esta línea Pruessner et al. (2005) han mostrado la
importancia de diferentes atributos positivos en los efectos que el estrés tiene
sobre la morfología cerebral. Tal como comentábamos en el capítulo 8, el locus
de control es la percepción que tiene una persona de que los sucesos tienen
lugar principalmente como resultado de sus propias acciones (locus de control
interno), o bien de que los sucesos tienen lugar principalmente como resultado
de las decisiones de otros, del destino, del azar, etcétera (locus de control exter-
no). Hoy sabemos que delante de una situación incontrolable, las personas con
tendencia al locus de control interno presentan unas respuestas de estrés más
© Editorial UOC 409 ¿Un cerebro estresado?
elevadas que las personas con tendencia al locus de control externo. En el tra-
bajo de Pruessner et al. se ha podido comprobar que las diferencias en el locus
de control de las personas que modifican la evaluación que se lleva a cabo en
relación a los agentes estresantes que se experimentan, se han asociado a cam-
bios en el volumen hipocampal y en la capacidad para regular el eje HPA, tanto
en personas jóvenes como en ancianas. Estos datos abren las puertas a nuevas
aproximaciones para minimizar el efecto que el estrés pueda tener sobre nues-
tro cerebro. El desarrollo de técnicas que ayuden a las personas a modificar su
estilo de evaluación cognitivo de las situaciones estresantes podría minimizar
los efectos deletéreos del estrés sobre el tejido nervioso.
Estudios recientes muestran que un ejercicio moderado puede tener efectos
beneficiosos sobre el cerebro y sobre los sistemas metabólico y cardiovascular.
En el capítulo 5, vimos que los niveles elevados de azúcar en sangre pueden
conllevar a alteraciones en la morfología cerebral y a la presencia de problemas
en el procesamiento cognitivo. Diferentes estudios realizados en pacientes con
diabetes de tipo 2 han mostrado una reducción del volumen del hipocampo en
las personas con mayores niveles de hemoglobina glucosilada (que resulta indi-
cadora de los niveles de glucosa en sangre). Asimismo, el deterioro cognitivo
asociado al envejecimiento debido a una reducción del volumen hipocampal,
también se ha relacionado con niveles elevados de hemoglobina glucosilada.
Hoy en día, sabemos que uno de los tratamientos que pueden prevenir la dia-
betes de tipo 2 es la actividad física regular.
En modelos animales, Cotman y Berchtold (2002) encontraron que la acti-
vidad física voluntaria se relacionaba con un aumento de neurotrofinas en el
hipocampo y la corteza. Asimismo, van Praag et al. (2005) mostraron que el
ejercicio voluntario aumentaba la formación de nuevas neuronas en el giro
dentado tanto en animales jóvenes como en viejos. Lee et al. (2002) mostraron
que la restricción en la dieta también aumentaba la tasa de neurogénesis y los
niveles de BDNF en el hipocampo.
¿Qué revelan los estudios con técnicas de neuroimagen en seres humanos
sobre el ejercicio? Colcombe et al. (2004) estudiaron los cambios en la acti-
vidad cerebral a lo largo de un programa de ejercicio aeróbico de seis meses.
Estos autores descubrieron que las personas ancianas que hicieron el progra-
ma de ejercicio mostraron, después del programa, una mejora marcada en la
ejecución en tareas atencionales y de control ejecutivo, asimismo, la actividad
de regiones prefrontales y parietales se asemejaba a la mostrada por personas
mucho más jóvenes. Dos años después, el mismo grupo de investigación
© Editorial UOC 410 El cerebro estresado
encontró que los ancianos que siguieron un programa de ejercicio, que incluía
caminatas regulares, mostraron un aumento del volumen de la sustancia gris
en la corteza prefrontal y temporal. Estos cambios no se pusieron de manifiesto
en los participantes del grupo control, ni siquiera en personas mucho más jóve-
nes. Pereira et al. (2007) revelaron en un estudio que las personas de mediana
edad que habían completado un programa de ejercicio aeróbico de tres meses
mostraban un incremento del volumen sanguíneo cerebral (en estudios de
neuroimagen, un posible correlato de neurogénesis) en el giro dentado del
hipocampo. Asimismo, los cambios encontrados en el flujo sanguíneo covaria-
ron con una mejora en la capacidad cardiorrespiratoria y con la ejecución mos-
trada por los sujetos en tareas de aprendizaje y memoria verbal. Recientemente,
Erickson et al. (2009) han encontrado que el ejercicio físico se relaciona con
tener un hipocampo más grande.
En definitiva, tomando en su conjunto los estudios llevados a cabos en
modelos animales y los datos procedentes de los estudios de neuroimagen con
seres humanos, podemos concluir que el ejercicio tiene efectos beneficiosos
sobre la neuroplasticidad de dos regiones cerebrales que no solo son impor-
tantes para los procesos cognitivos sino que también resultan críticas para la
regulación de la respuesta de estrés.
Otro aspecto importante que tenemos que comentar es acerca de las rela-
ciones sociales que tienen las personas. Diferentes trabajos han relacionado
algunas de las dimensiones de las relaciones sociales con la longevidad y con
diversos aspectos de la salud mental y física. Dentro de las relaciones sociales,
el apoyo social que recibe una persona parece ser una variable importante en
relación a los marcadores fisiológicos de la exposición a un estrés repetido. Hoy
sabemos que el apoyo social puede modular cómo áreas cerebrales específicas
regulan la reactividad del cortisol en una situación de estrés. En esta línea,
Taylor et al. (2008) descubrieron que las personas que mostraban una menor
reactividad del cortisol delante de un agente estresante de tipo psicosocial
también mostraban una menor reactividad de la amígdala ante estímulos ame-
nazantes y una mayor actividad reguladora en la porción ventral de la corteza
orbitofrontal. Estos patrones en los niveles de actividad fueron observados
específicamente en personas que contaban con un nivel elevado de apoyo
social en su vida.
Otra dimensión de las interacciones sociales es la integración social.
Distintos estudios epidemiológicos han relacionado inversamente esta dimen-
sión con el deterioro cognitivo asociado al envejecimiento, con el riesgo a
© Editorial UOC 411 ¿Un cerebro estresado?
7. Apuntes finales
Una premisa muy importante que debería quedar clara al final del libro
es que el cerebro resulta crítico para la regulación del estrés y que el último
puede modificar el funcionamiento y la estructura del primero. El cerebro es
el principal órgano en la mediación de los procesos que se ponen en marcha
delante de un agente estresante o delante de su expectativa. Éste, ayudado por
diferentes procesos de evaluación consciente e inconsciente, determina qué es
estresante para la persona y regula los sistemas periféricos (fundamentalmente
el sistema neuroendocrino y el sistema nervioso autónomo) de la respuesta de
estrés que, a su vez, a través de diferentes biomediadores podrán actuar sobre
el cerebro e, incluso, modificar su función y su estructura (fundamentalmente
la del hipocampo, la de la amígdala y la de la corteza prefrontal).
En tanto que el cerebro es capaz de determinar qué tipo de estímulos han
de elicitar una respuesta de estrés en el organismo, se convierte en el órgano
clave para que una respuesta de estrés sea adaptativa o desadaptativa para la
persona. El estrés implica una comunicación bidireccional entre el cerebro, el
sistema cardiovascular, el sistema inmunitario y el sistema metabólico, a través
de mecanismos neuroendocrinos y autonómicos. A corto plazo, las hormonas y
otros mediadores asociados con el estrés, protegen al organismo y le posibilitan
la puesta en marcha de acciones con el objetivo de preservar la supervivencia y
promover su adaptación a un medio harto cambiante. A largo plazo, no obstan-
te, todo lo que era adaptativo puede convertirse en desadaptativo. Recordemos
al gladiador en la arena del Coliseo luchando por su vida y a Óscar, nuestro
representante comercial, luchando por llegar a fin de mes y por sobreponerse
a las presiones de un duro trabajo en una situación difícil. Que la respuesta
de estrés se adaptativa o no, no sólo depende de su duración sino también de
otros factores, como el control que percibe el sujeto que tiene de la situación
estresante o la tipología de agente estresante, entre otros. Cómo afecten estos
© Editorial UOC 414 El cerebro estresado
Bibliografía
Blair, R.J., Morris, J.S., Frith, C.D., Perrett, D.I. y Dolan, R.J., 1999,
«Dissociable neural responses to facial expressions of sadness and anger.»
Brain. 122, 883–893.
Bland, S.T., Hargrave, D., Pepin, J.L., Amat, J., Watkins, L.R. y
Maier, S.F., 2003, «Stressor controllability modulates stress–induced dopa-
mine and serotonin efflux and morphine–induced serotonin efflux in the
medial prefrontal cortex.» Neuropsychopharmacology. 28 (9), 1589–1596.
Boldrini, M., Underwood, M.D., Hen, R., Rosoklija, G.B., Dwork,
A.J., John Mann, J. y Arango V., 2009, «Antidepressants increase neural
progenitor cells in the human hippocampus.» Neuropsychopharmacology. 34
(11), 2376–2389.
Born, J., Hansen, K., Marshall, L., Mölle, M. y Fehm, H.L., 1999,
«Timing the end of nocturnal sleep.» Nature. 397 (6714), 29–30.
Boulougouris, V., Glennon, J.C. y Robbins, T.W., 2008, «Dissociable
effects of selective 5–HT2A and 5–HT2C receptor antagonists on serial spa-
tial reversal learning in rats.» Neuropsychopharmacology 33 (8), 2007–2019.
Bradley, R.G., Binder, E.B., Epstein, M.P., Tang, Y., Nair, H.P., Liu,
W., Gillespie, C.F., Berg, T., Evces, M., Newport, D.J., Stowe, Z.N.,
Heim, C.M., Nemeroff, C.B., Schwartz, A., Cubells, J.F. y Ressler,
K.J., 2008, « Influence of child abuse on adult depression: moderation by
the corticotropin–releasing hormone receptor gene.» Arch. Gen. Psychiatry.
65 (2), 190–200.
Brady, J.V., Porter, R.W., Conrad, D.G. y Mason, J.W., 1958, «Avoidance
behavior and the development of gastroduodenal ulcers.» J. Exp. Anal.
Behav. 1958;1:69–72.
Breier, A., Wolkowitz, O.M., Doran, A.R., Bellar, S. y Pickar, D., 1998,
«Neurobiological effects of lumbar puncture stress in psychiatric patients
and healthy volunteers.» Psychiatry. Res. 25, 187–194.
Bremner, J.D., 1999, «Does stress damage the brain?» Biol. Psychiatr. 45 (7),
797–805.
Brinks, V., de Kloet, E.R. y Oitzl, M.S., 2009, «Corticosterone facilitates
extinction of fear memory in BALB/c mice but strengthens cue related fear
in C57BL/6 mice.» Exp. Neurol. 216 (2), 375–382.
Brown, S.M., Henning, S. y Wellman, C.L., 2005, «Mild, short–term stress
alters dendritic morphology in rat medial prefrontal cortex.» Cereb. Cortex.
15 (11), 1714–1722.
© Editorial UOC 423 Bibliografía
Cambon, K., Venero, C., Berezin, V., Bock, E. y Sandi, C., 2003,
«Posttraining administration of a synthetic peptide ligand of the neural cell
adhesion molecule, C3d, attenuates long–term expression of contextual fear
conditioning.» Neuroscience. 122, 183–191.
Cameron, A., Henley, D., Carrell, R., Zhou, A., Clarke, A. y Lightman,
S., 2010, «Temperature–responsive release of cortisol from its binding globu-
lin: a protein thermocouple.» J. Clin. Endocrinol. Metab. 95 (10), 4689–4695.
Campolongo, P., Roozendaal, B., Trezza, V., Hauer, D., Schelling, G.,
McGaugh, J.L. y Cuomo, V., 2009, «Endocannabinoids in the rat baso-
lateral amygdala enhance memory consolidation and enable glucocorticoid
modulation of memory.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA 106 (12), 4888–4893.
Campolongo, P., Roozendaal, B., Trezza, V., Hauer, D., Schelling, G.,
McGaugh, J.L. y Cuomo, V, 2009, «Endocannabinoids in the rat baso-
lateral amygdala enhance memory consolidation and enable glucocorticoid
modulation of memory.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA 106 (12), 4888–4893.
Cannon, W., 1939, The Wisdom of the Body. New York: Norton Pubs.
Capitanio, J.P., 2010, «Individual differences in emotionality: social tem-
perament and health.» Am. J. Primatol. 71, 1–9.
Carlberg, C. y Seuter, S., 2010, «Dynamics of nuclear receptor target gene
regulation.» Chromosoma 119 (5) 479–484.
Carrasco, J., Márquez, C., Nadal, R., Tobeña, A., Fernández–Teruel,
A. y Armario, A., 2008, «Characterization of central and peripheral com-
ponents of the hypothalamus–pituitary–adrenal axis in the inbred Roman
rat strains.» Psychoneuroendocrinology 33 (4), 437–445.
Carvalho, L.A., Garner, B.A., Dew, T., Fazakerley, H. y Pariante,
C.M., 2010, «Antidepressants, but not antipsychotics, modulate GR func-
tion in human whole blood: an insight into molecular mechanisms.» Eur.
Neuropsychopharmacol. 20 (6), 379–387.
Caspi, A., Sugden, K., Moffitt, T.E., Taylor, A., Craig, I.W., Harrington,
H., McClay, J., Mill, J., Martin, J., Braithwaite, A. y Poulton, R.,
2003, «Influence of life stress on depression: moderation by a polymor-
phism in the 5–HTT gene.» Science 301 (5631), 386–389.
Cecil, K.M., Brubaker, C.J., Adler, C.M., Dietrich, K.N., Altaye, M.,
Egelhoff, J.C., Wessel, S., Elangovan, I., Hornung, R., Jarvis, K. y
Lanphear, B.P., 2008, «Decreased brain volume in adults with childhood
lead exposure.» PLoS Med 5 (5), e112.
© Editorial UOC 425 Bibliografía
Cerqueira, J.J., Pêgo, J.M., Taipa, R., Bessa, J.M., Almeida, O.F. y
Sousa, N., 2005, «Morphological correlates of corticosteroid–induced
changes in prefrontal cortex–dependent behaviors.» J. Neurosci. 25 (34),
7792–7800.
Cerqueira, J.J., Mailliet, F., Almeida, O.F., Jay, T.M. y Sousa, N., 2007,
«The prefrontal cortex as a key target of the maladaptive response to stress.»
J. Neurosci. 27 (11), 2781–2787.
Cirulli, F., Francia, N., Berry, A., Aloe, L., Alleva, E. y Suomi, S.J.,
2009, «Early life stress as a risk factor for mental health: role of neurotroph-
ins from rodents to non–human primates.» Neurosci. Biobehav. Rev. 33 (4),
573–585.
Clarkson, T.B. y Kaplan, J.R., 1998, «Psychosocial stress and coronary
artery atherosclerosis of monkeys.» Acta Physiol. Scand. Suppl. 571, 197–207.
Clayton, E.C. y Williams, C.L., 2000, «Adrenergic activation of the nucleus
tractus solitarius potentiates amygdala norepinephrine release and enhanc-
es retention performance in emotionally arousing and spatial memory
tasks.» Behav. Brain. Res. 112 (1–2), 151–158.
Coco, M.L. y Weiss, J.M., 2005, «Neural substrates of coping behavior in the
rat: possible importance of mesocorticolimbic dopamine system.» Behav.
Neurosci. 119 (2), 429–445.
Coe, C.L., Kramer M., Czéh, B., Gould, E., Reeves, A.J., Kirschbaum, C.
y Fuchs, E., 2003, «Prenatal stress diminishes neurogenesis in the dentate
gyrus of juvenile rhesus monkeys.» Biol. Psychiatry 54 (10), 1025–1034.
Colcombe, S.J., Erickson, K.I., Scalf, P.E., Kim, J.S., Prakash, R.,
McAuley, E., Elavsky, S., Marquez, D.X., Hu, L. y Kramer, A.F.,
2006, «Aerobic exercise training increases brain volume in aging humans. J.
Gerontol. A Biol. Sci. Med. Sci. 61 (11), 1166–1170.
Colcombe, S.J., Kramer, A.F., Erickson, K.I., Scalf, P., McAuley, E.,
Cohen, N.J., Webb, A., Jerome, G.J., Marquez, D.X. y Elavsky, S.,
2004, «Cardiovascular fitness, cortical plasticity, and aging.» Proc. Natl.
Acad. Sci. USA 101 (9), 3316–3321.
Collins, N.L., Dunkel–Schetter, C., Lobel, M. y Scrimshaw, S.C.,
1993, «Social support in pregnancy: psychosocial correlates of birth
outcomes and postpartum depression.» J. Pers. Soc. Psychol. 65 (6),
1243–1258.
Conboy, L., Bisaz, R., Markram, K. y Sandi, C., 2010, «Role of NCAM in
emotion and learning.» Adv. Exp. Med. Biol. 663, 271–296.
© Editorial UOC 426 El cerebro estresado
De Kloet, E.R., Joëls, M. y Holsboer, F., 2005, «Stress and the brain: from
adaptation to disease.» Nat. Rev. Neurosci. Jun 6 (6), 463–475.
De Kloet, E.R. y Sarabdjitsingh, R.A., 2008, «Everything has rhythm:
focus on glucocorticoid pulsatility.» Endocrinology. 149 (7), 3241–3243.
De Lange, F.P., Koers, A., Kalkman, J.S., Bleijenberg, G., Hagoort,
P., van der Meer, J.W. y Toni, I., 2008, «Increase in prefrontal cortical
volume following cognitive behavioural therapy in patients with chronic
fatigue syndrome.» Brain. 131 (Pt 8), 2172–2180.
De Martino, B., Kumaran, D., Seymour, B. y Dolan, R.J., 2006, «Frames,
biases, and rational decision–making the human brain.» Science 313, 684–687.
De Quervain, D.J., Aerni, A. y Roozendaal, B., 2007, «Preventive effect
of beta–adrenoceptor blockade on glucocorticoid–induced memory retrieval
deficits.» Am. J. Psychiatry. 164 (6), 967–969.
Dedovic, K., D’Aguiar, C. y Pruessner, J.C., 2009, «What stress does to
your brain: a review of neuroimaging studies.» Can. J. Psychiatry 54 (1), 6–15.
Delgado, M.R., Labouliere, C.D. y Phelps, E.A., 2006, «Fear of losing
money? Aversive conditioning with secondary reinforcers.» Soc. Cogn.
Affect. Neurosci. 1 (3), 250–259.
Delgado, M.R., Olsson, A. y Phelps, E.A., 2006, «Extending animal models
of fear conditioning to humans.» Biol Psychol. 73 (1), 39–48.
Delgado, M.R., Nearing, K.I., LeDoux, J.E. y Phelps, E.A., 2008, «Neural
circuitry underlying the regulation of conditioned fear and its relation to
extinction.» Neuron 59 (5), 829–838.
DeRubeis, R.J., Siegle, G.J. y Hollon, S.D., 2008, «Cognitive therapy versus
medication for depression: treatment outcomes and neural mechanisms.»
Nat. Rev. Neurosci. 9 (10), 788–796.
Desimone, R. y Duncan, J., 1995, «Neural mechanisms of selective visual
attention.» Annu. Rev. Neurosci. 18, 193–222.
Dettmer, A.M., Novak, M.F., Novak, M.A., Meyer, J.S. y Suomi, S.J.,
2009, «Hair cortisol predicts object permanence performance in infant rhe-
sus macaques (Macaca mulatta).» Dev. Psychobiol. 51 (8), 706–713.
Dias–Ferreira, E., Sousa, J.C., Melo, I., Morgado, P., Mesquita, A.R.,
Cerqueira, J.J., Costa, R.M. y Sousa, N., 2009, «Chronic stress causes
frontostriatal reorganization and affects decision–making.» Science 325
(5940), 621–625.
© Editorial UOC 429 Bibliografía
Karst, H., Berger, S., Turiault, M., Tronche, F., Schütz, G. y Joëls,
M., 2005, «Mineralocorticoid receptors are indispensable for nongenomic
modulation of hippocampal glutamate transmission by corticosterone.»
Proc. Natl. Acad. Sci. USA 102 (52), 19204–19207.
Karst, H., Berger, S., Erdmann, G., Schütz, G. y Joëls, M., 2010,
«Metaplasticity of amygdalar responses to the stress hormone corticoste-
rone.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA 107 (32), 14449–14454.
Keller, S.E., Weiss, J.M., Schleifer, S.J., Miller, N.E. y Stein, M., 1981,
«Suppression of immunity by stress: effect of a graded series of stressors on
lymphocyte stimulation in the rat.» Science 213 (4514), 1397–1400.
Keller, S.E., Weiss, J.M., Schleifer, S.J., Miller, N.E. y Stein, M., 1983,
«Stress–induced suppression of immunity in adrenalectomized rats.» Science
221 (4617), 1301–1304.
Keller–Wood, M.E. y Dallman, M.F., 1984, «Corticosteroid inhibition of
ACTH secretion.» Endocr. Rev. 5 (1), 1–24.
Kennedy, D.P., Gläscher, J., Tyszka, J.M. y Adolphs, R., 2009, «Personal
space regulation by the human amygdala.» Nat. Neurosci. 12 (10), 1226–1227.
Kern, S., Oakes, T.R., Stone, C.K., McAuliff, E.M., Kirschbaum, C.
y Davidson, R.J., 2008, «Glucose metabolic changes in the prefrontal
cortex are associated with HPA axis response to a psychosocial stressor.»
Psychoneuroendocrinology 33 (4), 517–529.
Kerns, J.G., Cohen, J.D., Mac Donald, A.W. 3rd, Cho, R.Y., Stenger,
V.A. y Carter, C.S., 2004, «Anterior cingulate conflict monitoring and
adjustments in control.» Science 303 (5660), 1023–1026.
Kesner, R.P. y Hopkins, R.O., 2006, «Mnemonic functions of the hippocam-
pus: a comparison between animals and humans.» Biol. Psychol 73 (1), 3–18.
Kim, J.J., Lee, H.J., Han, J.S. y Packard, M.G., 2001, «Amygdala is critical
for stress–induced modulation of hippocampal long–term potentiation and
learning.» J. Neurosci. 21 (14), 5222–5228.
Kim, J.J. y Diamond, D.M., 2002, «The stressed hippocampus, synaptic
plasticity and lost memories.» Nat. Rev. Neurosci 3 (6), 453–462.
Kim, J.J., Koo, J.W., Lee, H.J. y Han, J.S., 2005, «Amygdalar inactivation
blocks stress–induced impairments in hippocampal long–term potentiation
and spatial memory.» J. Neurosci. 25 (6), 1532–1539.
Kim, J.J. y Jung, M.W., 2006, «Neural circuits and mechanisms involved in
Pavlovian fear conditioning: a critical review.» Neurosci. Biobehav. Rev. 30
(2), 188–202.
© Editorial UOC 438 El cerebro estresado
Kim, J.J., Song, E.Y. y Kosten, T.A., 2006, «Stress effects in the hippocam-
pus: synaptic plasticity and memory.» Stress 9 (1), 1–11.
Kindt, M., Soeter, M. y Vervliet, B., 2009, «Beyond extinction: erasing
human fear responses and preventing the return of fear.» Nat. Neurosci. 12
(3), 256–258.
King, S., Mancini–Marïe, A., Brunet, A., Walker, E., Meaney, M.J. y
Laplante, D.P., 2009, «Prenatal maternal stress from a natural disaster
predicts dermatoglyphic asymmetry in humans.» Dev. Psychopathol. 21 (2),
343–353.
Kirschbaum, C., Klauer, T., Filipp, S.H. y Hellhammer, D.H., 1995,
«Sex–specific effects of social support on cortisol and subjective responses
to acute psychological stress.» Psychosom. Med. 57, 23–31.
Kiss, J.Z., Troncoso, E., Djebba ra, Z., Vutskits, L. y Muller, D., 2001,
«The role of neural cell adhesion molecules in plasticity and repair.» Brain.
Res. Rev. 36, 175–184.
Kitayama, N., Vaccarino, V., Kutner, M., Weiss, O. y Bremner, J.D.,
2005, «Magnetic resonance imaging MRI measurement of hippocampal
volume in post–traumatic stress disorder: a meta–analysis.» J. Affect. Disord.
88, 79–86.
Kleene, R. y Schachner, M., 2004, «Glycans and neural cell interactions.»
Nat. Rev. Neurosci. 5, 195–208.
Koolhaas, J.M., Korte, S.M., De Boer, S.F., van der Vegt, B.J., van
Reenen, C.G., Hopster, H., de Jong, I.C., Ruis, M.A. y Blokhuis,
H.J., 1999, «Coping styles in animals: current status in behavior and stress–
physiology.» Neurosci. Biobehav. Rev. 23 (7), 925–35.
Kramer, M.S., Lydon, J., Séguin, L., Goulet, L., Kahn, S.R., McNamara,
H., Genest, J., Dassa, C., Chen, M.F., Sharma, S., Meaney, M.J.,
Thomson, S., van Uum, S., Koren, G., Dahhou, M., Lamoureux, J. y
Platt, R.W., 2009, «Stress pathways to spontaneous preterm birth: the role
of stressors, psychological distress, and stress hormones.» Am. J. Epidemiol.
169 (11), 1319–1326.
Kronenberg, G., Kirste, I., Inta, D., Chourbaji, S., Heuser, I., Endres,
M. y Gass, P., 2009, «Reduced hippocampal neurogenesis in the GR(+/–)
genetic mouse model of depression.» Eur. Arch. Psychiatry Clin. Neurosci. 259
(8), 499–504.
Kudielka, B.M. y Kirschbaum, C., 2005, «Sex differences in HPA axis
responses to stress: a review.» Biol Psychol. 69 (1), 113–132.
© Editorial UOC 439 Bibliografía
Kudielka, B.M. y Wüst, S., 2010, «Human models in acute and chronic
stress: assessing determinants of individual hypothalamus–pituitary–adre-
nal axis activity and reactivity.» Stress 13 (1), 1–14.
Kuhlmann, S. y Wolf, O.T., 2006, «A non–arousing test situation abolishes
the impairing effects of cortisol on delayed memory retrieval in healthy
women.» Neurosci. Lett. 399 (3), 268–272.
Kuru, M., Ueta, Y., Serino, R., Nakazato, M., Yamamoto, Y., Shibuya,
I. y Yamashita, H., 2000, «Centrally administered orexin/hypocretin acti-
vates HPA axis in rats.» Neuroreport 11 (9), 1977–1980.
LaBar, K.S., LeDoux, J.E., Spencer, D.D. y Phelps, E.A., 1995, «Impaired
fear conditioning following unilateral temporal lobectomy in humans.» J.
Neurosci. 15 (10), 6846–655.
LaBar, K.S y Phelps, E.A., 1998, «Arousal–mediated memory consolidation:
role of the medial temporal lobe in humans.» Psychol. Sci. 9, 490–493.
LaBar, K.S., Gatenby, J.C., Gore, J.C., LeDoux J.E. y Phelps E.A., 1998,
«Human amygdala activation during conditioned fear acquisition and
extinction: a mixed–trial fMRI study.» Neuron 20 (5), 937–945.
Lamprecht, R. y LeDoux, J., 2004, «Structural plasticity and memory.» Nat.
Rev. Neurosci. 5 (1), 45–54.
Landfield, P.W., McEwan, B.S., Sapolsky, R.M. y Meaney, M.J., 1996,
«Hippocampal cell death» Science 272 (5266), 1249–1251.
Lanuza, E., Moncho–Bogani, J. y LeDoux, J.E., 2008, «Unconditioned
stimulus pathways to the amygdala: effects of lesions of the posterior intra-
laminar thalamus on foot–shock–induced c–Fos expression in the subdivi-
sions of the lateral amygdala.» NeuroScience 155 (3), 959–968.
Lazar, S.W., Kerr, C.E., Wasserman, R.H., Gray, J.R., Greve, D.N.,
Treadway, M.T., McGarvey, M., Quinn, B.T., Dusek, J.A., Benson,
H., Rauch, S.L., Moore, C.I. y Fischl, B., 2005, «Meditation experi-
ence is associated with increased cortical thickness.» Neuroreport 16 (17),
1893–1897.
Lazarus, R.S. y Folkman, S., 1984, Stress, Appraisal and Coping. New York:
Springer.
LeDoux, J.E., 1993, «Emotional memory: in search of systems and synapses.»
Ann. NY Acad. Sci. 702, 149–157.
LeDoux, J., 2003, «The emotional brain, fear, and the amygdala.» Cell. Mol.
Neurobiol. 23(4–5), 727–738.
LeDoux, J., 2007, «The amygdala.» Curr. Biol. 17 (20), R868–874.
© Editorial UOC 440 El cerebro estresado
Lundberg, U., 2005, «Stress hormones in health and illness: the roles of work
and gender.» Psychoneuroendocrinology 30 (10), 1017–1021.
Lupien S., Lecours, A.R., Schwartz, G., Sharma, S., Hauger, R.L.,
Meaney, M.J. y Nair N.P., 1996, «Longitudinal study of basal cortisol lev-
els in healthy elderly subjects: evidence for subgroups.» Neurobiol. Aging.
17 (1), 95–105.
Lupien, S.J., de Leon, M., de Santi, S., Convit, A., Tarshish, C., Nair,
N.P., Thakur, M., McEwen, B.S., Hauger, R.L. y Meaney, M.J., 1998,
«Cortisol levels during human aging predict hippocampal atrophy and
memory deficits.» Nat. Neurosci.1 (1), 69–73.
Lupien, S.J, Evans, A., Lord, C., Miles, J., Pruessner, M., Pike, B. y
Pruessner, J.C., 2007, «Hippocampal volume is as variable in young as
in older adults: implications for the notion of hippocampal atrophy in
humans.» Neuroimage 34 (2), 479–485.
Lupien, S.J., McEwen, B.S., Gunnar, M.R. y Heim, C., 2009, «Effects of
stress throughout the lifespan on the Brain, behaviour and cognition.» Nat.
Rev. Neurosci. 10 (6), 434–445.
Lutgendorf, S.K., Degeest, K., Dahmoush, L., Farley, D., Penedo, F.,
Bender, D., Goodheart, M., Buekers, T.E., Mendez, L., Krueger, G.,
Clevenger, L., Lubaroff, D.M., Sood, A.K. y Cole S.W., 2010, «Social
Isolation is associated with Elevated Tumor Norepinephrine in Ovarian
Carcinoma Patients.» Brain Behav. Immun. 25 (2), 250–255.
Lynch, E.B., Liu, K., Kiefe y C.I. y Greenland, P., 2006, «Cardiovascular
disease risk factor knowledge in young adults and 10–year change in risk
factors: the Coronary Artery Risk Development in Young Adults (CARDIA)
Study.» Am. J. Epidemiol. 164 (12), 1171–1179.
Lyons, D.M., Parker, K.J., Zeitzer, J.M., Buckmaster, C.L. y Schatzberg,
A.F., 2007, «Preliminary evidence that hippocampal volumes in monkeys
predict stress levels of adrenocorticotropic hormone.» Biol. Psychiatry 62
(10) 1171–1174.
Lyons, D.M., Buckmaster, P.S., Lee, A.G., Wu, C., Mitra, R., Duffey,
L.M., Buckmaster, C.L., Her, S., Patel, P.D. y Schatzberg, A.F., 2010,
«Stress coping stimulates hippocampal neurogenesis in adult monkeys.»
Proc. Natl. Acad. Sci. USA 107 (33), 14823–14827.
Lyons, D.M., Parker, K.J. y Schatzberg, A.F., 2010, «Animal models of
early life stress: Implications for understanding resilience.» Dev. Psychobiol.
52 (7), 616–624.
© Editorial UOC 443 Bibliografía
MacDonald, A.W. 3rd, Cohen, J.D., Stenger, V.A. y Carter, C.S., 2000,
«Dissociating the role of the dorsolateral prefrontal and anterior cingulate
cortex in cognitive control.» Science 288 (5472), 1835–1838.
MacLullich, A.M., Ferguson, K.J., Wardlaw, J.M., Starr, J.M., Deary,
I.J. y Seckl, J.R., (2006), «Smaller left anterior cingulate cortex volumes
are associated with impaired hypothalamic–pituitary–adrenal axis regula-
tion in healthy elderly men.» J. Clin. Endocrinol. Metab. 91 (4), 1591–1594.
Magariños, A.M. y McEwen, B.S., 1995, «Stress–induced atrophy of apical
dendrites of hippocampal CA3c neurons: involvement of glucocorticoid
secretion and excitatory amino acid receptors.» NeuroScience. 69 (1), 89–98.
Markgraf, C.G. y Kapp, B.S., 1991, «Lesions of the amygdaloid central
nucleus block conditioned cardiac arrhythmias in the rabbit receiving digi-
talis.» J. Auton. Nerv. Syst. 34 (1), 37–45.
Magariños, A.M., Verdugo–García, J.M. y McEwen, B.S., 1997, «Chronic
restraint stress alters synaptic terminal structure in hippocampus.» Proc.
Natl. Acad. Sci. USA 94 (25), 14002–14008.
Markovitz, J.H., Matthews, K.A., Whooley, M., Lewis, C.E. y
Greenlund, K.J. 2004, «Increases in job strain are associated with incident
hypertension in the CARDIA Study.» Ann. Behav. Med. 28 (1), 4–9.
Maroun, M. y Richter–Levin, G., 2003, «Exposure to acute stress blocks
the induction of long–term potentiation of the amygdala–prefrontal cortex
pathway in vivo.» J. Neurosci. 11, 4406–4409.
Marsland, A.L., Gianaros, P.J., Prather, A.A., Jennings, J.R., Neumann,
S.A. y Manuck, S.B., 2007, «Stimulated production of proinflammatory
cytokines covaries inversely with heart rate variability.» Psychosom. Med. 69
(8), 709–716.
Marsland, A.L., Gianaros, P.J., Abramowitch, S.M., Manuck, S.B. y
Hariri, A.R., 2008, «Interleukin–6 covaries inversely with hippocampal
grey matter volume in middle–aged adults.» Biol. Psychiatry. 64 (6), 484–490.
Maslova, L.N., Bulygina, V.V. y Amstislavskaya, T.G., 2010, «Prolonged
Social Isolation and Social Instability in Adolescence in Rats: Immediate and
Long–Term Physiological and Behavioral Effects.» Neurosci. Behav. Physiol.
40 (9), 955–963.
Mason, B.L., Pariante, C.M., Jamel, S. y Thomas, S.A., 2010, «Central
nervous system (CNS) delivery of glucocorticoids is fine–tuned by satu-
rable transporters at the blood–CNS barriers and nonbarrier regions.»
Endocrinology 151 (11), 5294–5305.
© Editorial UOC 444 El cerebro estresado
Medina, J.F., Repa, J.C., Mauk, M.D. y LeDoux, J.E., 2002, «Parallels
between cerebellum– and amygdala–dependent conditioning.» Nat. Rev.
Neurosci. 3 (2), 122–131.
Mershon, J.L., Sehlhorst, C.S., Rebar, R.W. y Liu, J.H., 1992, «Evidence
of a corticotropin–releasing hormone pulse generator in the macaque hypo-
thalamus.» Endocrinology 130 (5), 2991–2996.
Mitra, R., Jadhav, S., McEwen, B.S., Vyas, A. y Chattarji, S., 2005,
«Stress duration modulates the spatiotemporal patterns of spine formation
in the basolateral amygdala.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA. 102 (26), 9371–9376.
Mitra, R., Jadhav, S., McEwen, B.S., Vyas, A. y Chattarji, S., 2005,
«Stress duration modulates the spatiotemporal patterns of spine formation
in the basolateral amygdala.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA. 102 (26), 9371–9376.
Mitra, R., Sundlass, K., Parker, K.J., Schatzberg, A.F. y Lyons, D.M.,
2006, «Social stress–related behavior affects hippocampal cell proliferation
in mice.» Physiol. Behav. 89 (2), 123–127.
Mitra, R. y Sapolsky, R.M., 2008, «Acute corticosterone treatment is suffi-
cient to induce anxiety and amygdaloid dendritic hypertrophy.» Proc. Natl.
Acad. Sci. USA 105 (14), 5573–5578.
Moraska, A., Deak, T., Spencer, R.L., Roth, D. y Fleshner, M., 2000,
«Treadmill running produces both positive and negative physiological
adaptations in Sprague–Dawley rats.» Am. J. Physiol. Regul. Integr. Comp.
Physiol. 279 (4), R1321–1329.
Morey, R.A., Dolcos, F., Petty, C.M., Cooper, D.A., Hayes, J.P., LaBar,
K.S y McCarthy, G., 2009, «The role of trauma–related distractors on neu-
ral systems for working memory and emotion processing in posttraumatic
stress disorder.» J. Psychiatr. Res. 43 (8):, 809–817.
Morgado, I., 2010, Emociones e inteligencia social. Barcelona: Ariel.
Munafo, M.R., Brown, S.M. y Hariri, A.R., 2008, «Serotonin transporter
(5–HTTLPR) genotype and amygdala activation: a meta–analysis.» Biol.
Psychiatry 63, 852–857.
Muñoz E., 2005, El abandono terapéutico en salud mental. Madrid: Editorial Mapfre.
Muñoz–Abellán, C., Andero, R., Nadal, R. y Armario, A., 2008, «Marked
dissociation between hypothalamic–pituitary–adrenal activation and long–
term behavioral effects in rats exposed to immobilization or cat odor.»
Psychoneuroendocrinology 33 (8), 1139–1150.
Muñoz–Abellán, C., Daviu, N., Rabasa, C., Nadal, R. y Armario,
A., 2009 «Cat odor causes long–lasting contextual fear conditioning and
© Editorial UOC 447 Bibliografía
Olsson, A., Nearing, K.I. y Phelps, E.A., 2007, «Learning fears by observ-
ing others: the neural systems of social fear transmission.» Soc. Cogn. Affect.
Neurosci. 2 (1), 3–11.
Ons, S., Rotllant, D., Marín–Blasco, I.J. y Armario, A., 2010, «Immediate–
early gene response to repeated immobilization: Fos protein and arc mRNA
levels appear to be less sensitive than c–fos mRNA to adaptation.» Eur. J.
Neurosci. 31 (11), 2043–2052.
Onyango, P.O., Gesquiere, L.R., Wango, E.O., Alberts, S.C., Altmann,
J., 2008, «Persistence of maternal effects in baboons: Mother’s dominance
rank at son’s conception predicts stress hormone levels in subadult males.»
Horm. Behav. 54 (2), 319–324.
Oomen, C.A., Soeters, H., Audureau, N., Vermunt, L., van Hasselt,
F.N., Manders, E.M., Joëls, M., Lucassen, P.J. y Krugers, H., 2010,
«Severe early life stress hampers spatial learning and neurogenesis, but
improves hippocampal synaptic plasticity and emotional learning under
high–stress conditions in adulthood.» J. Neurosci. 30 (19), 6635–6645.
Otte, C., Hinkelmann, K., Moritz, S., Yassouridis, A., Jahn, H.,
Wiedemann, K. y Kellner, M., 2010, «Modulation of the mineralocorti-
coid receptor as add–on treatment in depression: a randomized, double–blind,
placebo–controlled proof–of–concept study.» J. Psychiatr. Res. 44 (6), 339–346.
Pace, T.W., Mletzko, T.C., Alagbe, O., Musselman, D.L., Nemeroff,
C.B., Miller, A.H. y Heim, C.M., 2006, «Increased stress–induced inflam-
matory responses in male patients with major depression and increased
early life stress.» Am. J. Psychiatry 163 (9), 1630–1633.
Packard, M.G. y Teather, L.A., 1998, «Amygdala modulation of multiple
memory systems: hippocampus and caudate–putamen.» Neurobiol. Learn.
Mem. 69 (2), 163–203.
Pankevich D.E., Teegarden S.L., Hedin A.D., Jensen C.L. y Bale T.L.,
2010, «Caloric restriction experience reprograms stress and orexigenic pat-
hways and promotes binge eating.» J Neurosci. 30 (48), 16399–407.
Papadakis, A.A., Prince, R.P., Jones, N.P. y Strauman, T.J., 2006, «Self–
regulation, rumination, and vulnerability to depression in adolescent girls.»
Dev. Psychopathol. 18 (3), 815–829.
Paré, D., Quirk, G.J. y LeDoux, J.E., 2004, «New vistas on amygdala net-
works in conditioned fear.» J. Neurophysiol. 92 (1), 1–9.
Pariante, C.M. y Lightman, S.L., 2008, «The HPA axis in major depression:
classical theories and new developments.» Trends Neurosci. 31 (9), 464–468.
© Editorial UOC 449 Bibliografía
Pariante, C.M., 2009, «Risk factors for development of depression and psy-
chosis. Glucocorticoid receptors and pituitary implications for treatment
with antidepressant and glucocorticoids.» Ann. NY Acad. Sci. 1179, 144–152.
Parihar, V.K., Hattiangady, B., Kuruba, R., Shuai, B. y Shetty, A.K.,
2011, «Predictable chronic mild stress improves mood, hippocampal neuro-
genesis and memory.» Mol. Psychiatry. 16 (2), 171–183.
Park, C.R., Zoladz, P.R., Conrad, C.D., Fleshner, M. y Diamond, D.M.,
2008, «Acute predator stress impairs the consolidation and retrieval of hippocam-
pus–dependent memory in male and female rats.» Learn Mem. 15 (4), 271–280.
Parker, K.J., Buckmaster, C.L., Justus, K.R., Schatzberg, A.F. y Lyons,
D.M., 2005, «Mild early life stress enhances prefrontal–dependent response
inhibition in monkeys.» Biol. Psychiatry. 57 (8), 848–855.
Parker, K.J., Buckmaster, C.L., Sundlass, K., Schatzberg, A.F. y Lyons,
D.M., 2006, «Maternal mediation, stress inoculation, and the development
of neuroendocrine stress resistance in primates.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA
103 (8), 3000–3005.
Parker, K.J., Rainwater, K.L., Buckmaster, C.L., Schatzberg, A.F.,
Lindley, S.E. y Lyons, D.M., 2007, «Early life stress and novelty seeking
behavior in adolescent monkeys.» Psychoneuroendocrinology. 32 (7), 785–392.
Pascual, R. y Zamora–León, S.P., 2007, «Effects of neonatal maternal
deprivation and postweaning environmental complexity on dendritic mor-
phology of prefrontal pyramidal neurons in the rat.» Acta Neurobiol. Exp.
(Wars) 67 (4), 471–479.
Patel, P.D., Katz, M., Karssen, A.M. y Lyons, D.M., 2008, «Stress–induced
changes in corticosteroid receptor expression in primate hippocampus and
prefrontal cortex.» Psychoneuroendocrinology 33 (3), 360–367.
Pavlides, C., Watanabe, Y. y McEwen, B.S., 1993, «Effects of glucocorti-
coids on hippocampal long–term potentiation.» Hippocampus 3 (2), 183–192.
Pavlides, C., Nivon, L.G. y McEwen, B.S., 2002, «Effects of chronic stress
on hippocampal long–term potentiation.» Hippocampus 12 (2), 245–257.
Paz, R., Pelletier, J.G., Bauer, E.P. y Paré, D., 2006, «Emotional enhance-
ment of memory via amygdala–driven facilitation of rhinal interactions.»
Nat. Neurosci. 9 (10), 1321–1329.
Peña, Y., Prunell, M., Rotllant, D., Armario, A. y Escorihuela, R.M.,
2009, «Enduring effects of environmental enrichment from weaning to
adulthood on pituitary–adrenal function, pre–pulse inhibition and learning
in male and female rats.» Psychoneuroendocrinology 34 (9), 1390–1404.
© Editorial UOC 450 El cerebro estresado
Qin, S., Hermans, E.J., van Marle, H.J., Luo, J. y Fernández, G., 2009,
«Acute psychological stress reduces working memory–related activity in the
dorsolateral prefrontal cortex.» Biol. Psychiatry 66 (1), 25–32.
Rabasa, C., Delgado–Morales, R., Muñoz–Abellán, C., Nadal, R. y
Armario, A., 2011, «Adaptation of the hypothalamic–pituitary–adrenal
axis and glucose to repeated immobilization or restraint stress is not influ-
enced by associative signals.» Behav. Brain. Res. 217 (1), 232–239.
Radley, J.J., Sisti, H.M., Hao, J., Rocher, A.B., McCall, T., Hof, P.R.,
McEwen, B.S. y Morrison, J.H., 2004, «Chronic behavioral stress
induces apical dendritic reorganization in pyramidal neurons of the medial
prefrontal cortex.» NeuroScience 125 (1), 1–6.
Radley, J.J., Rocher, A.B., Miller, M., Janssen, W.G., Liston, C., Hof, P.R.,
McEwen, B.S. y Morrison, J.H., 2006, «Repeated stress induces dendritic
spine loss in the rat medial prefrontal cortex.» Cereb. Cortex 16, 313–320.
Rauch, S.L., Shin, L.M. y Phelps, E.A., 2006, «Neurocircuitry models
of posttraumatic stress disorder and extinction: human neuroimaging
research—past, present, and future.» Biol. Psychiatry. 60 (4), 376–382.
Rauch, S.L., Shin, L.M., Segal, E., Pitman, R.K., Carson, M.A., McMullin,
K., Whalen, P.J. y Makris, N., 2003, «Selectively reduced regional cortical
volumes in post–traumatic stress disorder.» Neuroreport. 14, 913–916.
Ray J.C. y Sapolsky, R.M., 1992, «Styles of male social behavior and their
endocrine correlates among high–ranking wild baboons.» Am J Primatol. 28
(4), 231–250.
Redolar-Ripoll, D., 2009, El cerebro cambiante. Barcelona: Niberta.
Redolar-Ripoll D., Aldavert-Vera L., Soriano-Mas C., Segura-Torres
P. y Morgado-Bernal I., 2002, «Intracranial self-stimulation facilitates
memory consolidation, but not retrieval: its effects are more effective than
increased training.» Behav Brain Res. 129 (1–2), 65–75.
Redolar-Ripoll D., Soriano-Mas C., Guillazo-Blanch G., Aldavert-
Vera L., Segura-Torres P. y Morgado-Bernal I., 2003, «Posttraining
intracranial self-stimulation ameliorates the detrimental effects of parafas-
cicular thalamic lesions on active avoidance in young and aged rats.» Behav
Neurosci. 117 (2), 246–56.
Redolar-Ripoll D., 2008, «Consolidación de la memoria, sustrato nervioso
del refuerzo y adicción.» Psiquiatr Biol. 15, 109–24.
Redolar-Ripoll D., 2010, «L’estrès.» Barcelona: Editorial UOC.
© Editorial UOC 453 Bibliografía
Reif, A., Fritzen, S., Finger, M., Strobel, A., Lauer, M., Schmitt, A. y
Lesch, K.P., 2006, «Neural stem cell proliferation is decreased in schizo-
phrenia, but not in depression.» Mol. Psychiatry 11 (5),514–522.
Rodrigues, S.M., Schafe, G.E. y LeDoux J.E., 2004, «Molecular mecha-
nisms underlying emotional learning and memory in the lateral amygdala.»
Neuron. 44 (1), 75–91.
Rodrigues, S.M., LeDoux, J.E. y Sapolsky, R.M., 2009, «The influence of
stress hormones on fear circuitry.» Annu. Rev. Neurosci. 32, 289–313.
Rogan, M.T., Stäubli, U.V. y LeDoux, J.E., 1997, «Fear conditioning
induces associative long–term potentiation in the amygdala.» Nature 390
(6660), 604–607.
Roiser, J.P., de Martino, B., Tan, G.C., Kumaran, D., Seymour, B.,
Wood, N.W. y Dolan, R.J., 2009, «A genetically mediated bias in decision
making driven by failure of amygdala control.» J. Neurosci. 29, 5985–5991.
Ronn, L.C., Bock, E., Linnemann, D. y Jahnsen, H., 1995, «NCAM–anti-
bodies modulate induction of long–term potentiation in rat hippocampal
CA1.» Brain. Res. 677, 145–151.
Roozendaal, B., Portillo–Márquez G. y McGaugh, J.L., 1996, «Basolateral
amygdala lesions block glucocorticoid–induced modulation of memory for
spatial learning.» Behav. Neurosci. 110 (5), 1074–1083.
Roozendaal, B., Phillips, R.G., Power, A.E., Brooke, S.M., Sapolsky,
R.M. y McGaugh, J.L., 2001, «Memory retrieval impairment induced by
hippocampal CA3 lesions is blocked by adrenocortical suppression.» Nat.
Neurosci. 4 (12) 1169–1171.
Roozendaal, B., Quirarte, G.L. y McGaugh, J.L., 2002, «Glucocorticoids
interact with the basolateral amygdala beta–adrenoceptor––cAMP/cAMP/
PKA system in influencing memory consolidation.» Eur. J. Neurosci. 15 (3),
553–560.
Roozendaal, B., Griffith, Q.K., Buranday, J., De Quervain, D.J.
y McGaugh, J.L., 2003, «The hippocampus mediates glucocorticoid–
induced impairment of spatial memory retrieval: dependence on the baso-
lateral amygdala.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA. 100 (3), 1328–1333.
Roozendaal, B., Hahn, E.L., Nathan, S.V., de Quervain, D.J., y
McGaugh, J.L., 2004, «Glucocorticoid effects on memory retrieval require
concurrent noradrenergic activity in the hippocampus and basolateral
amygdala.» J. Neurosci. 24 (37), 8161–8169.
© Editorial UOC 454 El cerebro estresado
Roozendaal, B., Okuda, S., Van der Zee, E.A. y McGaugh, J.L., 2006,
«Glucocorticoid enhancement of memory requires arousal–induced norad-
renergic activation in the basolateral amygdala.» Proc. Natl. Acad. Sci. USA
103 (17), 6741–6746.
Roozendaal, B., Schelling, G. y McGaugh, J.L., 2008, «Corticotropin–
releasing factor in the basolateral amygdala enhances memory consolidation
via an interaction with the beta–adrenoceptor–cAMP pathway: dependence
on glucocorticoid receptor activation.» J. Neurosci. 28 (26), 6642–6651.
Roozendaal, B., McEwen, B.S. y Chattarji, S., 2009, «Stress, memory and
the amygdala.» Nat. Rev. Neurosci. 10 (6) 423–433.
Roozendaal, B., Hernández, A., Cabrera, S.M., Hagewoud, R., Malvaez,
M., Stefanko, D.P., Haettig, J. y Wood, M.A., 2010, «Membrane–associ-
ated glucocorticoid activity is necessary for modulation of long–term memo-
ry via chromatin modification.» J. Neurosci. 30 (14), 5037–5046.
Rosenkranz, M.A., Jackson, D.C., Dalton, K.M., Dolski, I., Ryff, C.D.,
Singer, B.H., Muller, D., Kalin, N.H y Davidson, R.J., 2003, «Affective
style and in vivo immune response: neurobehavioral mechanisms.» Proc.
Natl. Acad. Sci. USA. 100 (19), 11148–11152.
Rotllant, D., Nadal, R. y Armario, A., 2007, «Differential effects of stress
and amphetamine administration on Fos–like protein expression in corti-
cotropin releasing factor–neurons of the rat brain.» Dev. Neurobiol. 67 (6),
702–714.
Rotllant, D., Márquez, C., Nadal, R. y Armario, A., 2010, «The Brain
pattern of c–fos induction by two doses of amphetamine suggests different
brain processing pathways and minor contribution of behavioural traits.»
NeuroScience 168 (3), 691–705.
Rotter, J., 1954, Social learning and clinical psychology. New York: Prentice–
Hall.
Rotter, J.B., 1966, «Generalized expectancies for internal versus external con-
trol of reinforcement.» Psychol. Monogr. 80 (1), 1–28.
Rotter, J.B. y Mulry, R.C., 1965, «Internal versus external control of rein-
forcement and decision time.» J. Pers. Soc. Psychol. 2 (4), 598–604
Roy, A.K., Shehzad, Z., Margulies, D.S., Kelly, A.M., Uddin, L.Q. y
Gotimer, K. et al., 2009, «Functional connectivity of the human amygdala
using resting state fMRI.» Neuroimage 45 (2) 614–626.
Ruiz-Medina J., Morgado-Bernal I., Redolar-Ripoll D., Aldavert-Vera
L. y Segura-Torres P., 2008, «Intracranial self-stimulation facilitates a
© Editorial UOC 455 Bibliografía
spatial learning and memory task in the Morris water maze.» Neuroscience.
154 (2), 424–30.
Ruiz-Medina J., Redolar-Ripoll D., Morgado-Bernal I., Aldavert-Vera
L. y Segura-Torres P., 2008, «Intracranial self-stimulation improves
memory consolidation in rats with little training.» Neurobiol Learn Mem. 89
(4), 574–81.
Rushworth, M.F., 2008, «Intention, choice, and the medial frontal cortex.»
Ann. NY Acad. Sci. 1124, 181–207.
Russell, G.M., Henley, D.E., Leendertz, J., Douthwaite, J.A., Wood,
S.A., Stevens, A., Woltersdorf, W.W., Peeters, B.W., Ruigt, G.S.,
White, A., Veldhuis, J.D. y Lightman, S.L., 2010, «Rapid glucocorti-
coid receptor–mediated inhibition of hypothalamic–pituitary–adrenal ultra-
dian activity in healthy males.» J. Neurosci. 30 (17), 6106–6115.
Sahay, A., y Hen, R., 2007, «Adult hippocampal neurogenesis in depres-
sion.» Nat. Neurosci. 10 (9), 1110–1115.
Salm, A.K., Pavelko, M., Krouse, E.M., Webster, W., Kraszpulski, M.
y Birkle, D.L., 2004, «Lateral amygdaloid nucleus expansion in adult rats
is associated with exposure to prenatal stress.» Brain. Res. 148 (2), 159–167.
Saltzman, W., Mendoza, S.P. y Mason, W.A., 1991, «Sociophysiology of
relationships in squirrel monkeys. I. Formation of female dyads.» Physiol.
Behav. 50 (2), 271–280.
Sánchez, M.M., Young, L.J., Plotsky, P.M. y Insel, T.R., 2000, «Distribution
of corticosteroid receptors in the rhesus brain: relative absence of glucocorti-
coid receptors in the hippocampal formation.» J. Neurosci. 20 (12), 4657–4668.
Sandi, C., 2004, «Stress, cognitive impairment and cell adhesion molecules.»
Nat. Rev. Neurosci. 5 (12), 917–930.
Sandi, C., Davies, H.A., Cordero, M.I., Rodriguez, J.J., Popov, V.I. y
Stewart, M.G., 2003, «Rapid reversal of stress induced loss of synapses in
CA3 of rat hippocampus following water maze training.» Eur. J. Neurosci. 17
(11), 2447–2456.
Sandi, C., Woodson, J.C., Haynes, V.F., Park, C.R., Touyarot, K., Lopez-
Fernandez, M.A.,Venero, C. y Diamond, D.M., 2005, «Stress–induced
impairment of spatial memory is associated with decreased expression of
NCAM in hippocampus and prefrontal cortex.» Biol. Psychiatr. 57 (8), 856–864.
Sapolsky, R.M., 1992, «Cortisol concentrations and the social significance
of rank instability among wild baboons.» Psychoneuroendocrinology 17 (6),
701–709.
© Editorial UOC 456 El cerebro estresado
lar major depression: the role of stress and medical comorbidity.» Biol.
Psychiatr. 48 (8), 791–800.
Shively, C.A., Clarkson, T.B. y Kaplan, J.R., 1989, «Social deprivation
and coronary artery atherosclerosis in female cynomolgus monkeys.»
Atherosclerosis 77 (1), 69–76.
Siegel, A. y Victoroff, J., 2009, «Understanding human aggression: New
insights from neuroscience.» Int. J. Law Psychiatry 32 (4), 209–215.
Sigurdsson, T., Doyère, V., Cain, C.K. y LeDoux, J.E., 2007, «Long–term
potentiation in the amygdala: a cellular mechanism of fear learning and
memory.» Neuropharmacology 52 (1), 215–227.
Silk, J.B., Alberts, S.C. y Altmann, J., 2003, «Social bonds of female
baboons enhance infant survival.» Science 302 (5648), 1231–1234.
Silk, J.S., Sessa, F.M., Morris, A.S., Steinberg, L. y Avenevoli, S., 2004,
«Neighborhood cohesion as a buffer against hostile maternal parenting.» J.
Fam. Psychol. 18 (1), 135–146.
Silk, J.B., Beehner, J.C., Bergman, T.J., Crockford, C., Engh, A.L.,
Moscovice, L.R., Wittig, R.M., Seyfarth, R.M. y Cheney, D.L., 2010,
«Female chacma baboons form strong, equitable, and enduring social
bonds.» Behav. Eco.l Sociobiol. 64 (11), 1733–1747.
Silk, J.B., Beehner, J.C., Bergman, T.J., Crockford, C., Engh, A.L.,
Moscovice, L.R., Wittig, R.M., Seyfarth, R.M. y Cheney, D.L.,
2010, «Strong and consistent social bonds enhance the longevity of female
baboons.» Curr. Biol. 20 (15), 1359–1361.
Silton, R.L., Heller, W., Towers, D.N., Engels, A.S., Spielberg, J.M.,
Edgar, J.C., Sass, S.M., Stewart, J.L., Sutton, B.P., Banich, M.T. y
Miller, G.A., 2010, «The time course of activity in dorsolateral prefrontal
cortex and anterior cingulate cortex during top–down attentional control.»
Neuroimage 50 (3), 1292–1302.
Simson, P.G., Weiss, J.M., Ambrose, M.J. y Webster, A., 1986, «Infusion
of a monoamine oxidase inhibitor into the locus coeruleus can prevent
stress–induced behavioral depression.» Biol. Psychiatry 21 (8–9), 724–734.
Smith, K., Alberts, S.C. y Altmann, J., 2003, «Wild female baboons bias
their social behaviour towards paternal half–sisters.» Proc. Biol. Sci. 270
(1514), 503–510.
Son, G.H., Chung, S., Choe, H.K., Kim, H.D., Baik, S.M., Lee, H., Lee,
H.W., Choi, S., Sun, W., Kim, H., Cho, S., Lee, K.H. y Kim, K., 2008,
«Adrenal peripheral clock controls the autonomous circadian rhythm of
© Editorial UOC 460 El cerebro estresado