Textos Generación Del 98
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A un olmo seco, Campos de Castilla, Campos de Castilla, Antonio Machado Miguel de Unamuno, Rosario de sonetos líricos
Antonio Machado
Allá, en las tierras altas, Sed de Dios tiene mi alma, de Dios vivo:
Al olmo viejo, hendido por el rayo por donde traza el Duero conviértemela, Cristo, en limpio aljibe
y en su mitad podrido, su curva de ballesta que la graciosa lluvia en sí recibe
con las lluvias de abril y el sol de mayo, en torno a Soria, entre plomizos cerros de la fe. Me contento si pasivo
algunas hojas verdes le han salido. y manchas de raídos encinares, una gotica de sus aguas libo
¡El olmo centenario en la colina mi corazón está vagando, en sueños... aunque en el mar de hundirme se me prive,
que lame el Duero! Un musgo amarillento pues quien mi rostro ve —dice— no vive,
le mancha la corteza blanquecina ¿No ves, Leonor, los álamos del río y en esa gota mi salud estribo.
al tronco carcomido y polvoriento. con sus ramajes yertos? Hiéreme frente y pecho el sol desnudo
No será, cual los álamos cantores Mira el Moncayo azul y blanco; dame del terrible saber que ser no muda;
que guardan el camino y la ribera, tu mano y paseemos. no bebo agua de vida, pero sudo
habitado de pardos ruiseñores. y me amarga el sudor, el de la duda:
Ejército de hormigas en hilera Por estos campos de la tierra mía, sácame, Cristo, este espíritu mudo,
va trepando por él, y en sus entrañas bordados de olivares polvorientos, creo, tú a mi incredulidad ayuda.
urden sus telas grises las arañas. voy caminando solo,
Antes que te derribe, olmo del Duero, triste, cansado, pensativo y viejo.
con su hacha el leñador, y el carpintero Miguel de Unamuno, “Castilla”, Poesías
te convierta en melena de campana, “A orillas del Duero”, Campos de Castilla, Antonio
lanza de carro o yugo de carreta; Machado Tú me levantas, tierra de Castilla,
antes que rojo en el hogar, mañana, en la rugosa palma de tu mano,
ardas de alguna mísera caseta, […]Castilla miserable, ayer dominadora, al cielo que te enciende y te refresca,
al borde de una camino; envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora. al cielo, tu amo.
antes que te descuaje un torbellino ¿Espera, duerme o sueña? ¿La sangre derramada Tierra nervuda, enjuta, despejada,
y tronche el soplo de las sierras blancas; recuerda, cuando tuvo la fiebre de la espada? madre de corazones y de brazos,
antes que el río hasta la mar te empuje Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira; toma el presente en ti viejos colores
por valles y barrancas, cambian la mar y el monte y el ojo que los mira. del noble antaño.
olmo, quiero anotar en mi cartera ¿Pasó? Sobre sus campos aun el fantasma yerra Con la pradera cóncava del cielo
la gracia de tu rama verdecida. de un pueblo que ponía a Dios sobre la guerra.[…] lindan en torno tus desnudos campos,
Mi corazón espera tiene en ti cuna el sol, en ti sepulcro
también, hacia la luz y hacia la vida, “Por tierras de España”, Campos de Castilla, A. y en ti santuario.
otro milagro de la primavera. Machado Es todo cima tu extensión redonda
y en ti me siento al cielo levantado,
“Proverbios y cantares”, Campos de Castilla, Antonio […]Abunda el hombre malo del campo y de la aldea, aire de cumbre es el que se respira
Machado capaz de insanos vicios y crímenes bestiales, aquí en tus páramos.
que bajo el pardo sayo esconde un alma fea, Ara gigante, tierra castellana,
Todo pasa y todo queda; esclava de los siete pecados capitales. a ese tu aire soltaré mis cantos,
pero lo nuestro es pasar, si te son dignos bajarán al mundo
pasar haciendo caminos, Los ojos siempre turbios de envidia o de tristeza, desde lo alto
caminos sobre la mar. guarda su presa y llora la que el vecino alcanza;
ni para su infortunio ni goza su riqueza;
le hieren y acongojan fortuna y malandanza. […]
GENERACIÓN DEL 98 – TEXTOS
Después de comer, Azorín se tumba un rato. A esta siesta la llama Azorín la siesta de las cigarras. No porque las cigarras duerman, no;
antes bien, porque Azorín se duerme a sus roncos sones.
La habitación está en penumbra; fuera, en los olmos, comienza la sinfonía estrepitosa. Las cigarras caen sobre los troncos de los olmos,
lentas, torpes, pesadas, como seres que no conceden importancia al esfuerzo extraestético. Son cenicientas y se solapan en la corteza cenicienta.
Tienen la cabeza ancha, las antenas breves, los ojos saltones, las alas diáfanas. Son graves, sacerdotales, dogmáticas, hieráticas. Se reposan un
momento; saludan un poco desdeñosas a los arácnidos agazapados en las grietas; miran indiferentes a las hormigas diminutas, que suben rápidas
en procesión interminable. Y, de pronto, suena un chirrido largo, igual, uniforme, que se quiebra a poco en un ris-ras, ligero y cadencioso.
Luego, otra cigarra comienza; luego, otra; luego, otra... Y todas cantan con una algarabía de ritmos sonoros.