Fueguinos
Fueguinos
Fueguinos
h
\ L
A 1
1
E n la regidn m i s meri-
dional de Amkrica del Sur,
en la temida y helada Tie-
rra del F u e g o , viven 10s
fueguinos. AI borde d e la
extinci6n conservan las for-
mas d e vida del hombre pri-
mitivo en 10s m& ancestrales
estadios de cultura. La civili-
zaci6n europea n o ha hecho
mbs que rozarles, sin influir
apenas sobre ellos. El profe-
sor austriaco MARTIN
GU SI N DE ha compartido
durante varios aGos su vida.
En el noble y desinteresado
servicio de la ciencia ha sabi-
do captarse su confianza y
participado sin atenuaciones
d e la existencia ruda y mise-
rable d e estos d m a d a s , para
de esta manera estudiar su
cultura, mitos, tradiciones, re-
ligi6n ... llegando incluso a
asistir a las ceremonias mris
P R O L O G 0
A 10s pueblos slalvajes que viqen en l a t e k d a y helada
Tierra de Fuego se refiene la presente obra. En forma
a l g u m se traita de la descripcio'n d e urn viaje a la que
cstamos acostucwtbrados. Con la idm de iq en busca d e avm-
turas, no he hecho un despluamiento a1 Cejatzo y cast des-
conocido archipie'lago meridional del Nwevo Mundo. Quevia
ver y conocer a 10s indios que alli vivian y compartir corn
cllos sus qmehaneres ordinaries en la IN& estrecha con-
nivencia.
M,erced a las modernas ciencias sobre el hombre, prin-
cipalmente a la E tnologza, Prehistoria; y Antropogeografia,
se ha llegado a la conclusidn de que 10s fueguinos repw-
sentan un resto del mds antiguo estrato poblador de Awe'-
rica. Por ello se a p r o x h a n rtz& que minguna otra tribu ct
la prirtzitiva f o r m de wivir que tuvo la Humanidad. S e le
califica de "pueblo primitivo", p w s su organizacibn y cos-
tumbres, bienes mteriales y espiritmles, constituyen una
segura linea de retroceso para Aaber lais comdiciones de la
existencia y la forma de &vir de 10s primeros representaw
tes de nuestro ge'nero en este globo terrdqueo. i A qui& no
le agrada pensur co'mo ha vivid0 y tfabajado la flumanidad
en sus primerols dim, y cdmo ha pensado y sentido!
I.-M. Gnsinde.
2 Martin Gusin.de
*.-M. Gusinde.
18 Martin Gusinde
S E Gse~deduce
~ N de sus ligeras y ocasionales observacio-
nes, se han presentado 10s fueguinos a la mayoria de 10s
viajeros de tiempos at&, por su ind6mita y salvaje apa-
riencia, de una manera tan extraordinariamente repulsiva,
que han visto en ellos a1 “hombre-mono personificado”, y
10s consideraban como seres que no habian evolucionado
lo suficiente del verdadero estado animal. Mas que n i n g h
otro ha contribuido Charles Darwin (1809-1882) a la ge-
neral expansi6n de esta falsa hip6tesis. Parti6 de la fun-
dzmental consideracih que hombre y mono son idknticos
o parecidos en muchas caracteristicas y que dicha coinci-
dencia s610 puede explicarse con referencia a un c o m h
punto de origen.
La teoria de Darwin alcanz6 en muy poco tiempo una
extraordinaria difusih. Sobre Csta da el profundo fil6sofo
y bi6logo Bernhard Bavink (1940), la siguiente explica-
ci6n: “La fabulosa rapidez con que el darwinismo -y la
entonces significativa teoria de la herencia- se impusie-
Ton, s610 se comprende si se considera en conjunto el es-
fado espiritual de aquella Cpoca, el derrumbamiento de la
filosofia natural especulativa y la penetraci6n del empi-
rismo puro en la historia natural; el resurgir, unido a 61,
de las tendencias materialistas ; la industrializaci6n general
Y simultanea en todos 10s pueblos a l t o s europeos y la
el zoblogo norteamericano Gregory. Ambos sostienen que
d e una especie de mono que vivi6 en el mioceno se sepa-
rarian a1 mismo tiempo las lineas evolutivas para la forma
del chimpack, del gorila y del hombre. Dicha especie pas6,
antes de tener la verdadera formla humana, por el especial
cstado de Dryopithecus, y han transcurrido desde su pre-
sentaci6n en el mundo mas’ 800.000 generaciones. Si cal-
clllainos la duraci6n de una generaci6n en 2 5 aiios, enton-
ces habrkn transcurrido desde la separaci6n del hombre de
5~ forma simia original #cerca de 20 millones de aiios.
Unicamente es admisible en estas insostenibles hip&
tesis la siguiente: el origen y principio del gCnero humano
data de tiempos incalculablemente remotos, aunque hayan
desaparecido hace tiempo 10s lconcretos puntos de referen-
cia. Es evidente que s610 una rarisima casualidad o la
extraordinaria suerte de algGn investigador, podria descu-
brir alguna huella que alumbrase algo el profundo e in-
calculablemente largo desarrollo de tanta oscuridad. Por lo
tanto, cada paso avanzado en nuestra ciencia, trae consigo
nuevos problcmas y plantea nuevas dudas. E n realidad, las
ciencias naturales se consideran incapaces de responder afir-
mativa y satisfactoriamente a1 trascendental problema del I
3.-M. Gusinde
”Fueguinos” 35
K-M. Gusinde
J’Fueguinos” 51
tan muy bien a las ‘que 10s libros de gigantes suelen contar-
nos sobre ellos.
Sin embargo, aquellas tripulaciones de espaiioles no se
comportaron de esa forma intachable que parecen hacernos
creer 10s phrafos anteriores. Su traici6n y a h s o de pader
queda demostrado al someter por la fuerza a un robusto
indio, encadenhdolo y Ilevhdolo arrastrando a su barco.
E l indio se opus0 desesperadamente, rechaz6 todo aliment0
. y se mostr6 inconsolablemente triste. El diario ‘de a bordo
no hace la m5s minima menci6a sobre su ulterior suerte.
L a flota de Sarmiento no se encontr6 con m k grupos
de dicha tribu Selk‘nam. Siempre han sidoi considerados sus
escasos supervivientes en la Bahia Gente Grande como per-
tenecientes a una raza bien desarrollada y de elevada esta-
tura, a la que le corresponde con toda propiedad el cal’fica-
1 1
EL DESIERTO FUEGUINO
LAS mSs primitivas agrupaciones humanas, m5.s exac-
tamente, las que viven de la caza y recolecci6n inferior,
dominan una regi6n cuya extensih no guarda relaci6n con
el escaso nhnero de habitantes que la pueblan, siendo por
ccmpleto independiente de la zona econ6mica o parte del
mundo en que vivan. Semejante incongruencia entre espacio
y nbmero de ha6itantes se da entre 10s Bosquimanes de 10s
desiertos de Kalahari y entre las razas enanas de la selva
virgen del Congo Belga, asi como entre 10s Botocudos de
10s terrenos pantanosos del Brasil oriental. Precisamente la
economia de la libre recolecci6n obliga a dicho desequilibrio.
Una ojeada a1 mapa nos da a conocer que tampoco
nuestros indios fueguinos e s t h asentados en un espacio
reducido. Cada una de las tres tribus denomina su patria
a una dilatada comarca. E n general comprende la “Tierra
del Fuego” todo el conjunto de islas situadas a1 sur del Es-
trecho de Magallanes. Esta enorme masa de tierra en el ex-
tremo meridional del Nuevo Mundo, se subdivide en tres
grupos: la Isla Grande de la Tierra del :Fuego que, sepa-
rada del continente por la parte oriental del Estrecho de
Magallanes, constituye en su parte principal la continuaci6n
territorial de (la Argentina meridional; en ,ella tienlen su mod
rada 10s Salk’nam. El archipiilago del Cab0 de Hornos, a1
sur de la Isla Grande, es decir, entre el Canal de Beagle y
las rocas del Cab0 de Hornos: la patria de 10s Yknanas.
Por bltimo, el grupo de islas suroccidental, a1 sur de la sa-
90 Martin Gusinde
7.-M. Gusinde
98 Martin Gusinde
8.-M. Gusinde
114 Martin Gusindt?
A ULTIMA HORA
Los escasos supervivientesl de las tres tribus fueguinas se
encontraban a1 principio de este siglo ante el peligro de una
inmediata desaparicih. Esta triste realidad no puede corn-
prenderla el lector sin la lectura del capitula anterior.
Se trataba de obtener, por lo tanto, antes de su total
extincibn, una descripcih completa de las principales carac-
teristicas raciales de 10s fueguinos, y habian de iniciarse in-
rnediatamente las investigaciones. Esta urgente necesidad
me hizo ( d a m e prisa, siaido la causa de muchas faltas en
mis preparativos. No obstante, a liltima hora me fuC posi-
ble, despuCs de silencioso y penoso trabajo de investigacih
durante rapetidas estancias en la Tierra del Fuego, acumu-
lar un inesperadu y rico material cientifico y hacerme cargo
del valioso tesoro espiritual de aquellos indigenas.
AI principio de diciembre de 1918,abandon6 Santiago
para ernbarcar en Valparaiso hacia Punta Arenas. Me de-
cidi p r la ruta a lo largo de la costa chilena central y mo-
abtonamente transcurrieron 10s cinco primeros dias. A1 Sur
del grupo Guaitecas atravesb el buque una f o r m a c i h de
islas, de paisajes muy pintorescos, mientras marchaba por
la 6nica via maritima utilizable, 10s canales Messier y Smith.
A veces se movia tan cerca de las rocosas orillas que. pa-
recia que poldian alcanzarse con la mano, a derecha e iz-
quierda de la cubierta, las colgantes ramas del espeso I---
que de helechos. E n muchas apartadas bahias, que se at
de pronto en el confusa laberinto de 10s casi siempre
9 . 4 . Gusinde
630 Martin Gusinde
con respecto
10s europeos
de sus cam-
n 10s blanlcos.
eclido cordial-
:abalguC hacia
ima selva vir-
ras se
,e tor-
i6n se
rmaba
: hele-
verdes
le car-
iuevos
aisaje.
‘ entre
144 Martin Gusinde
zos de lefia que por encima estaban cubiertos con unos ha-
rapientos trozos de cuero; en este lecho me tendia, envuelto
Jnveri Alacnlrif confrccionando sii canasta
\ 1a r 11111f en (.endie n d o fu P so
en una gran lpiel de guanaco. Et men6 ofrecia poca varia-
ci6n: para el desayuno se daba carne de guanaco, asado a1
fuego vivo, y ademis, agua fresca; a1 mediodia, lo mismo,
y por la tarde, se repetia la raci6n. Cuando de vez en cuan-
do conseguia de alglin estanciero un poco de pan o de cafe
Q de tC con aztkar, se lo entregaba a 10s indios y, en una
sola comida derrochaban estas escasas golosinas. Y o tam-
biCn recibia, como es Ibgico, mi raci6n de todo lot que se
habia cazado o recolectado ; si hubiera ocultado algunos
alimentos, no habria pasald’o por alto1 este egoism0 a su
penetrante mirada y me habria quedado inmediatamente
con las manos, mejor dicho, con el est6mago vacio. Como
mi existencia se encontraba en todo pendiente de 10s in-
dios, quedk envuelto sin darme cuenta en su cotidiana fa-
bor; todas sus actividades las llevaba a cab0 con tanta
tranquilidad como si hubiese cstado siempre entre ellos.
Precisamente por eso pude observar y colmprender con to-
da pureza y sin influencia extraiia alguna su peculiar ma-
nera de vivir. Para mi objeto cientifico sirvi6 mucho el
que me hiciese levantar una cabaiia india propia dentro
de Ias indigenas; en ella vivi acompahado de un joven que
sostenia el fuego y tomb a su cargo otros servicios: tenia
que prescindir de vivir en una tienda de campaiia c6mo-
damente instalada; con kste y otros egoismos parecidos
me habria aislado de toda relaci6n con la comunidad
india.
En un principio mi conducta y proceder les pareci6
extraiios a 10s Selk‘nam del Lago Fagnano, pues hasta
ahora no se habia establecido nunca en su campamento
uno de sus odiados rrKoliot”, y que ademSs se hubiese
acoplado sin dificultades a su actividad econirmica y que
se hubiese ainoldado tan completamente a su diaria labor
y a su manera de vivir. Dia tras dia fui perdiendo pafia
ellos aquella especial curiosidad, mostrLndose cada vez m b
ro.-M. Gusinde
146 Martin Gusintle
JI.-M. Gusinde
6c Fueguinos lY 163
I~.-M. Gzlsinde
’178 Martin Gusindg
c
.196 Martin Gusinae
15.-M. Gusinde
226 Martin Gusinde
L
Pinturas faciales
En la primera menstruacih Novio Selk'nam Novia Y6mana
16.-M. Gusinde
242 Martin Gusinde
LA FAMILIA FUEGUINA
ADEMAS de 10s vinculos antes mencionados, que man-
tienen estrechamente unida toda alianza matrimonial en la
Tierra del Fuego, tambiCn el hijo contribuye a su conso-
Iidacibn. Todo matrimonio se realiza, por asi decirlo, con
vistas a la descendencia : una importante circunstancia que
se repite en otros pueblos de actividad econ6mica n6mada.
Todas Ias tribus fueguinas se encuentran subdivididas en
numerosas familias aisladas, dedidndose cada una de ellas
a la bfisqueda de sus comidas con independencia de las de-
mis. A su diaria labor va unida fatalmente una gran mo-
notonia, que rige m i s entre 10s Selk’nam que entre sus ve-
cinos 10s nbmadas acuhticos. De incalculable valor y de ne-
cesidad casi imprescindible constituye para cada pareja
matrimonial tener varios hijos, pues Cstos no s610 mantie-
nen intimamente unidos a sus padres, sino que t,ambiCn
contribuyen eficazmente a su enriquecimiento espiritual,
sirvihdoles de estimulo moral. No es de extrafiar, pues,
que el deseo de tener hijos se acentfie de tal manera, que
toda pareja siente un irresistible malestar cuando no vienen
Y que el cuidado del reciCn nacido, que se ha presentado
tras larga espera, constituye la mayor felicidad de sus pa-
dres. Ahora bien, estos no se ciegan en su felicidad de tales,
ni esa felicidad les hace desistir en su deber de darles una
s6lida elducacibn. Esta es no s610 buena, sin0 seria y con-
veniente; todos 10s padres se dedican conscientemente a ella
con su mejor voluntad y pensando en el bien de sus hijos.
250 Martin Gusinde
2ses de
-e a su
manera
eza. Le
quitarle
ma di-
rnisma.
:n a su
nimales.
la ma-
lecie de
)cedente
I de las
ntado y
1 la bo-
sucisi-
le bom-
uida se
pecho y
osa que
v
Aparato para colocar a1 lactante
3 y car-
(1,lO m. de alto)
nas pe-
la Tierra del Fuego. Meses des-
ir un trocito de carne tierna
256 Martin Gusinde
17.-M. Gusinde
258 Martin Gusinde
”Y,.
ili-
lor
260 M a r t i n Gusinde
cosa haga venir a todos sus amigos para que destruyan to-
das tus cosas y rompan a martillazos tu canoa y a1 fin t e
quledas sin nada, precisamente por tu robo. Ningtin YBmana
p e d e soportar a un l a d r h .
-- IT?-
.?o.-M. Gusinde
4cFueguinos” 307
ZI.-M. Gusinde
322 Martin Gusinde
EE.-M. Gusinde
338 Martin Gusincle
23.-M. Gusinde
354 Martin Gusinde
pasado ; est0 es, que todos habian arrojado sus arpones sin
&xito alguno y durante much0 tiempo contra aquella balle-
na y que, a1 fin, el pequeiio Lktschich se habia metido de
tin salto en su boca. Cam0 aspirante que eran no lo habian
llegado a notar, porque no podian abandonar la Gran Ca-
baiia, mientras 10s demks se habian estado preocupando de
matar fuera de ella a la ballena.
Los dos j6venes vohieron a la Cabaiia de 10s hom-
bres portando cada cual un gran trozo de carne. Colocaron
estas piezas ante el jefe de las ceremonias y se fueron co-
rriendo sin decir nada hacia sus sitios. Todos 10s hombres
miraron 1.0s trozos de carne y 10s juzgaron muy oportunos
en cuanto a su tamaiio. El jefe les mand6: “iAsad esos
‘trozos y repartirlo entre todos 10s hombres!” Entonces se
sentaron ambos j6venes junto a1 fuego y 10s asar.on; des-
puCs 10s partieron y se 10s dieron a cada uno de 10s horn-
’bres. En ese momento dijeron lo que habian oid’o cuando
cortaban 10s trozos de carne de la ballena. A1 oirlo se sor-
prendieron todos. Habian gastado intitilmente toldas sus ar-
mas en aquella ballena y se acordaron de que antes el pe-
que60 Latschich habian intentado matarla ; que estaba
desaparecido desde, entonces y que la ballena se habia
alejado de la icosta. Todos estaban de acuerdo y pensaron
con raz6n: “Luego aquel animal que est5 en la orilla tiene
que ser la ballena que nosotros arponeamos: en ella se me-
ti6 de un salto el pequeiio LAtschich. iPor lo tanto vive
todavia !”
Apenas habia empezado a amanecer, salieron corrien-
do todos 10s hombres de la Gran Cabafia directamente ha-
cia la iorilla donde estaba la gran ballena. Salieron tan tern-
prano para que ni las mujeres ni 10s niiios del campamento
pudieran notar lo que pasaba. Cada hombre c l a d cuida-
dosamente su cuchillo a todo lo largo del enorme animal
Y levantaron todos la parte de came que cubria las oosti-
‘Fueguinos” 367
Mira c6mo est5 todo cubierto con una espesa capa de nie-
ve. Espera a la primavera; entoaces podras recorrer ese
Lfatigoso camino !”.
No podia justificar una larga demora. Cuando le ha-
blC encarecidamente a1 fie1 T6in, se decidi6, por la sin-
cera amistad que me tenia, a servirme de acompafiante.
Conseguimos despu6s la del valeroso Hbtech, que estabs
con nosotros desde hacia‘ tiempo. Despu6s que lo medita-
ron les pareci6 a ambos que nuestra enipresa era en ex-
tremo audaz y peligrosa; s610 yo na queria comprenderIo
asi. Con muchas promesas de pago 10s mantuve firmes en
sus palabras. Honradamente hablando yo no conocia 10s
peligros de las altas montafias salvajes; de otra forma hu-
biera actuado con m&s prudencia. Ademjs nos faltaba a
10s tres el equipo necesario. Con mi prisa perdieron tam-
biCn el juicio mis dos indios tan conocedores del terreno,
y nos preparamos para la penosa marcha. E l viejo Tene-
nCsk estaba nerviosisimo y temia mucho Sobre nuestra suer-
te; hablaba con sinceridad con cada uno de nosotros y juz-
gaba la situaci6n con arreglo a su experiencia. Enfadado
con mi incomprensi6n trat6 de llevarme a la raz6n y me
gritaba: “icon tanta ligereza no se juega con la propia
vida! ~QUCte propones? Los tres moriedis. Quedaros
aqui.” Con el mayor gusto hubiera ahorrado a1 buen viejo
su enorme disgust0 ; per0 me pareci6 oportuno llevar a ca-
bo mi decisi6n con la mayor rapidez, porque otros indios
empezaron a advertir a mis dos compafieros de la temeri-
dad de nuestro prop6sito.
Mientrasl tanto nos fuimos preparando una especie
de zapatos para la nieve, est0 es, dos tablillas fuertes, de
sesenta por veinte centimetros, que por medio de correas se
sujetarian a1 calzado. Me llevC un fusil que podria ser-
virnos en el camino ; de provisiones de boca del campamen-
to no podiamos cargar apenas nada. Sabiendo 10s tres que
388 Martin Gusinde
p u R L I c A c I O N E s :
A 1 , F O N S O S I I , 12-SI<\’ILI,A