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Raymundo González Anuario de Estudios Americanos, vol.

48 (1991)

PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTORICO


DE LA NACION DOMINICANA

RESUMEN

El carácter de la formación nacional ha sido un tema clásico


del pensamiento sociopolítico dominicano. Desde principios de
siglo se ensaya dentro de la tradición liberal democrática fundada
por Hostos y continuada por Américo Lugo. Peña Batlle se forma
en la atmósfera hostosiana, pero no fue menos sensible a los cam­
bios intelectuales de la época posterior a la Gran Guerra ( 1914-
1918); ambas vertientes las reflejan sus primeros escritos. A par­
tir de los años 40 formuló una tesis alternativa del problema
nacional de carácter autoritario,. pretendiendo apoyarse en Lugo.
En este trabajo se aborda el proceso de su evolución ideológica y
se examinan los componentes de su proposición alternativa en re­
ferencia a su producción histórica.
Pese a que este artículo se ciñe a un solo aspecto de la
obra de Peña Batlle, 1 el tratamiento no podrá sino esbozar en
forma general la discusión sobre su concepto acerca de la forma­
ción nacional dominicana. Este límite atiende no sólo al hecho de
que el tema está vinculado a la comprensión de las nociones de lo
1 Manuel Arturo Peña Batlle (1902-1954), nació en Santo Domingo (Repú­
blica Dominicana); licenciado en derecho (1921) por la universídad de es� ciudad.
Inició su carrera politica dentro del movimiento nacionalista contra la ocupación
norteamericana (1916-1924). Se opuso al gobierno de Trujillo (1930-1961) en los
primeros años, aunque a partir de 1935 comienza su aproximación pública hacia.
el régimen; ya desde 1941 es de las figuras clave del mismo. Desempeñó Itas
carteras de Interior y Policía: Economía Nacional y Relaciones Exteriores: fue
conseJero de la Embajada dominicana en Haití y embajador extraordinario y
plenipotenciario. Historiador y ensayista, fue profesor de la Universidad de Santo
Domingo, miembro de la Academia Dominicana de la Historia, del Instituto de
Investigaciones Históricas de México, de'l Instituto de Historia de Cuba, y de
honor en el Instituto de Cultura Hispánica de Madrid. Bajo su dirección en 1944
se publicó la Colección Trujillo ( 40 volúmenes) con motivo del centenario de ·1a
República. gn 1946 apareció su Historia de la cuestión fronteriza domínico-haitiana
Y en 1951. La isla de La Tortuga, dos de sus obras más importantes.

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nacional esbozadas previamente en la tradición liberal del pensa�


miento sociopolítico dominicano, lo que de por sí amerita un es­
tudio crítico, 2 sino, y sobre todo, a que es una pieza clave de su
pensamiento de historiador y político. Tal es la importancia de
dicha problemática en este autor que se puede afirmar, sin temor
a equivocarse, que lo más característico de su producción intelec­
tual lo constituye el intento de otorgar a aquélla una sólida funda­
mentación conservadora. Su tentativa es principalmente de carácter
histórico y político, aunque no deja de tener múltiples implica­
ciones en otros campos que no podemos desarrollar en el breve
espacio de estas páginas, por lo que nos limitaremos a presentar en
las líneas siguientes sólo aquellos argumentos que conciernen a
su producción historiográfica.
Por tal fundamentación conservadora se entiende la empresa
ideológica de dar razón de la existencia del conglomerado domi­
nicano que: a) parte de una formación nacional «pura» ubicada
en abstracto en el pasado contra la que se oponen «conspirado�
nes» que impiden su desarrollo. b) Reduce el campo de análisis
de lo social a lo nacional. e) Adopta para ello el punto de vista
de la autoridad, del poder; proponiendo el problema en términos
del rescate o defensa frente al «enemigo» -el «otro»- de las
«esencias verdaderas» de la nación identificadas, en el momento
en que escribe, con el orden vigente.
No se nos escapa el papel que jugó Peña Batlle durante el
dominio despótico truj illista ( 19 3 0-19 61) , 'y en efecto, una de las
motivaciones profundas que lo impulsó a acometer la empresa
intelectual de superar la noción liberal precedente estuvo dada por
la preocupación de ajustar en una correspondencia duradera, orgá­
nica, la relación entre proyecto nacional y esa modalidad de la
dominaci6n social burguesa. En los hechos, hasta entonces esos
dos elementos estuvieron disociados y a menudo en conflicto,
pues desde antes, en el plano teórico, las aspiraciones de una
sociedad burguesa habían encontrado asidero en los proyectos

2 Un planteamiento preliminar de esta problemática en Rodríguez, Genero


et al.: Actualidad y perspectivas de la cuestión nacional en la Rtepú�ka Domini-.
cana, Santo Domingo, 1986.

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liberales que desde finales del siglo pasado se apoyaban en las


concepciones democráticas de Eugenio María de Hostos (1839-
1903). Por otra parte, en su eficacia inmediata, nada desdeñabl�,
su labor apuntalaba el régimen de Trujillo al conferirle el sentido
histórico de «rescatar» las bases económicas y «purificar» de
taras y elementos sospechosos la nacionalidad dominicana; mas
el alcance de la obra de este autor no parece restringirse a ello. 3

UNA HERENCIA INCÓMODA

A través de sus escritos se advierte un curioso itinerario


ideológico que va desde las posturas nacionalistas y antiimperialis­
tas, radicalizadas hacia los años treinta en un discurso socializante,
aunque sea de carácter burgués, 4 hasta las concepciones reaccio­
narias que denotaban «una explícita modalidad de autoritarismo>>. 5
Sus presupuestos iniciales· remiten a la escuela hostosiana, 6
la que más tarde será el blanco de sus críticas más enconadas. Entre
ambos momentos puede señalarse un elemento común que fue
tornándose crucial a medida que avanzaba en su teorización des­
pótica: el prejuicio antihaitiano, cuyos antecedentes trascienden
el alcance de este artículo. 7 Aunque racista, a tono con la concep-

3 La semblanza que de él hiciera Joaquín Balaguer algunos años después


de la caída de la dictadura bien puede tomarse como indicador de la trascendencia
que para el pensamiento conservador tiene la obra de este autor: «Manuel Arturo
Peña Batlle, sucesor del genio y del patriotismo de Emiliano Tejera, sigue siendo
la inteligencia más sólida y la conciencia más pura de. su generación a pesar de'
haber sido en sus últimos años el mentor de Trujillo en el campo de las .relaciones
internacionales y el teorizante de la magna empresa patriótica que ha pasado a la.
historia con el nombre de 'nacionalización fronteriza'». Balaguer, Joaquin: Entre
la sangre del 30 de mayo y la del 24 de abril. Santo Domingo, 1983, pág. 193.
4 En particular, cabe. mencionar el prólogo que escribiera en 1932 para
la obra de Enrique Jiménez. Economía social americana (Santo Domingo), donde
se autoproclama socialista.
5 Cassá, Roberto: Capitalismo y dictadura, Santo Domingo, 1982, pág. 774.
6 Véanse González, Raymundo: Notas sobre el pensamiento social 11 político
dominicano, «E.studios Sociales>, Año 20, núm. 67, págs. 1-2�, Santo Domingo,
enero-marzo 1987.
7 Al respecto véase Cassá, Roberto: El racismo en la ideología de, la clase
d(?r,iinante dominicana, «Ciencia», Año :3, núm. 1, págs. 59-86, Santo Domingo, enero­
marzo 1976.

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.,
c1on pos1t1v1sta que asumta , 8 en dicha escuela operaba una suerte
de compensación, gracias a los postulados democráticos que de­
fendía, que el propio Hostos subrayó en más de un lugar para el
caso dominicano. 9 De manera que dentro de una concepción hos­
tosiana ortodoxa no podía sustentarse un concepto nacional cuyo
eje fuese el racismo, aun cuando lo contuviera en forma subsidiaria.
Pero el racismo no fue el elemento que determinó la infle­
xión en la evolución ideológica de Peña Batlle. La relativización
de las concepciones liberales que heredaba, formó parte de un pro­
ceso global de frustración de las energías intelectuales y morales
del nacionalismo radical, incapaz de articular un proyecto viable
de organización nacional, a pesar de haber ocupado casi todo el
tiempo la dirección política desde la caída del dictador Heureaux
en 1899 hasta la ocupación imperialista en 1916. También para
aquellos que defendieron esta última como alternativa económica,
por cuanto significaría un sensible avance de los principios de la
economía liberal, fue cuesta arriba sostenerse en sus posiciones.
Los efectos de la Gran Guerra, finalizada en 1918, habían declara­
do la crisis de la economía liberal; en el país la reducción de los
precios internacionales del azúcar desde 1921, fue un primer gol­
pe. Pero la época de entreguerras iba a tener muy pronto una re­
cesión generalizada que estalló en 1929 afectando todas las eco­
nomías y generando una parálisis del comercio internacional, que
sólo se recuperará tras la Segunda Guerra. Volviendo a la Repú­
blica Dominicana, la crisis iniciada en 1929 borraría los vestigios
de progreso que pudieron haberse atribuido a la economía mono­
pólica azucarera. Así las cosas, el panorama desde la perspectiva
liberal se tornaba particularmente sombrío. Ese clima intelectual

8 El racismo en la actitud cientificista deq siglo XIX constituye un lugar


común y de ninguna manera pertenece con exclusividad a la escuela hostosiana;
cfr. Hobsbawm, Eric: La era del capitalismo, tomo II, Barcelona, 1977. Sin embargo,
anotar el hecho de que las recusaciones de ese criterio racista en el C.aribe,
desde el mismo siglo XIX, estuvieron asociadas a proyectos políticos que involu­
craban un fuerte carácter popular, como fue el caso de la ideología revolucionaria
de la guerra de independencia cubana.
9 Los escritos de Hostos en Rodríguez Demorizi, Emilio: Hostos en Santo
Domingo, 2 vols., Ciudad Trujillo (rnl. 1), 19:39 y (vol. 2), 1942.

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no es ajeno al giro que dará la producción de nuestro autor que se


dirigirá en forma determinante hacia la historia.
El impacto de la crisis económica y política, estuvo además
potenciado por el influjo mundial de la revolución bolchevique
cuyos ecos se hicieron sentir desde temprano en Santo Domingo.
En ese orden las propuestas sociales burguesas requerían redifini­
ciones en las que fueron pioneros algunos intelectuales procedentes
del liberalismo, como fue el caso de Enrique Jiménez, cuya obra
prologara Peña Batlle. De esa forma, en una línea paralela a la
crisis del liberalismo se desarrollaba una nueva pugna ideológica
que resultaba del desarrollo de nuevos sectores sociales explotados
a partir de la expansión de la economía capitalista y de sectores no
capitalistas que crecieron subordinados a ella en el ámbito urbano,
influidos por el auge comercial externo. 10 Pero fuera del prólogo
citado, todavía no son manifiestas estas consecuencias políticas en
los primeros estudios históricos de Peña Batlle.
Si nos atenemos a sus palabras, el primer trabajo de enverga­
dura lo realizaría en 1928 cuando acopiaba los materiales necesa­
rios para la tarea de demarcación de la línea fronteriza entre la
República de Haití y la República Dominicana. 11 Su publicación,
dieciocho años más tarde, habla de la metamorfosis de sus concep­
ciones, como tendremos ocasión de ver más adelante. Otro escrito
temprano que sí vio la luz en este período fue publicado en España
en 1931. Eleborado durante su estancia en la frontera dominico­
haitiana, contiene una visión sintética del período colonial de la isla
opuesta a la que sustentará con ahínco posteriormente.
El descubrimiento de América y sus vinculaciones· con la

10 Un excelente estudio de esas manifestaciones ideológicas se halla en


Cassá, Roberto: Movimiento obrero y lucha socialista en la República Dominicana.
(Desde los orígenes hasta 1960), Santo Domingo 1990.
11 Según anota en las «Palabras previas� de su Historia de la cuestión
fronteriza dominico-haitiana, tomo I, Ciudad Trujillo, 1946, � material de ese libro
había sido preparado desde 1928, aunque el mismo autor señala que en esa forma
el escrito no hubiera visto la luz nunca. Peña Batlle al año siguiente presidió
la Comisión nombrada por el gobierno de Horacio Vázquqz con la finalidad de
establecer la línea fronteriza con Haití; cfr., pág. 380 n.

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política internacional de la época, 12 es un escrito breve donde Peña


Batlle llega a algunas conclusiones similares a las de Hostos res­
pecto a la política colonial ibérica. Con las providencias de estable­
cer un Consejo para la dirección de los negocios de Indias, una
lonja en Sevilla y una aduana en Cádiz, que darían origen a la¡
Casa de Contratación, <<se echaban desde entonces las bases de la
funesta política comercial que estableció España en sus relaciones
con las colonias de América», cuyo comercio quedó cual coto cerra­
do «para formar parte en cierta manera de las rentas exclusivas
de la Corona>>. Contrapone l.? idoneidad del plan de colonización
por el sometimiento de los territorios y los pueblos indígenas a la
jurisdicción real con la expansión poblacional y económica _que
implicaba, a las «férreas y absurdas disposiciones que, casi al mis..
mo tiempo, se dictaban sobre el comercio con las Indias y que se
convirtieron más tarde en el funesto sistema colonial español de
los siglos XVI, XVII y XVIII». 13
Frente a España colocaba las demás potencias europeas que
el autor considera como interlocutores válidos de la política colo­
nial hispánica: «Holanda e Inglaterra eran dos potencias protes­
tantes que no se sentían ligadas a la arbitraria disposición de la
Santa Sede; Francia, aunque católica, impulsada por la conserva­
ción de sus propios intereses, no podía menos que seguir la misma
política de las otras dos naciones». Este juicio se articula a la
actitud que siguieron esos países para contrarrestar la política
colonial española: «La reina Isabel de Inglaterra y el rey Francis­
co I de Francia mantuvieron una constante protesta contra las
donaciones de Alejandro VI y contra el Tratado de Tordesillas.
Para ellos estos instrumentos no les eran oponibles ( ... ) . La lucha
de intereses dio nacimiento al corso. Para hacer efectiva su pro­
testa contra las concesiones pontificias, el rey Francisco I autori­
zaba -por patentes especiales- a sus armadores y capitanes, a
realizar toda empresa guerrera contra españoles y portugueses en
12 El ensayo fue concluido en «Matayaya, República Dominicana. Mayo
de 1930� y publicado en Madrid en 1931. Está dedicado «A mi querido amigo Don
Rafael A. Espaillat, ex Secretario det Estado de Agricultura y Comercio», conspicuo
representante del liberalismo político de entonces.
13 Ibídem, págs. 16-24.

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el Nuevo Mundo. Los gobiernos ampararon y protegieron la pira­


tería para defenderse con ella de la absurda política ibérica. La
lucha entre corsarios y españoles fue larga 'y heroica: duró hasta
que España se decidió a abandonar el monopolio que había que­
rido mantener en su comercio con América». 14 Se advierte en
esta interpretación el criterio liberal que la anima, que no le con­
cede a España sino una justificación inicial frente a la expansión
portuguesa; mientras el ideal de la libertad de comercio se ase­
guraba el triunfo, siendo su vehículo la protesta de las naciones
que competían con España por él, teniendo al corso y la guerra
comercial por sus instrumentos.
Incluso la conferencia que pronunciara en 1938 sobre las
devastaciones en la Isla Española (1605-1606), contiene elemen­
tos, retomados de las precisiones históricas que realizó Américo
Lugo (1870-1952), 15 que lo acercan al planteamiento de raíces
liberales hostosianas. Aquí se le ve particularmente crítico frente
a la política colonial española. Con la pasión que caracteriza su
estilo, arremete contra la «absurda política comercial>>, corres­
pondida a la postre con el absurdo histórico de las devastaciones.
Todavía no ocupa la cuestión ideológica el centro de su argumento.
Tal como él mismo señala en ese escrito, la causa fundamental es
económica; el cambio de este criterio constituye uno de los puntos
nodales de la metamorfosis de su pensamiento histórico, todavía
sin producirse. Esa conferencia constituye el último de sus escritos
en que se expresa la tradición liberal.
Relacionaba el contrabando y las maniobras de los extran­
jeros a la venalidad de los funcionarios y los pésimos sistemas admi­
nistrativos españoles en sus colonias, lo que se agravaría con la
introducción del sistema de flotas, pues a su juicio: « ...se condujo
a extremos increíbles la política comercial de puerta cerrada se­
guida por España en América. De hecho se declaró un riguroso
y permanente estado de sitio en los puertos coloniales haciéndose

14 Ibídem, págs. 73-75.


15 Las precisiones históricas de Lugo se dieron a conocer a través de¡
conferencias pronunciadas en 1932 en la sociedad «Acción Culturab, fundada por
Pe.ña Batlle. Fueron publicadas en la «Revista Bahoruco».

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del comercio hispano-americano una monstruosa institución de Es..


tado, de sostenimiento casi imposible ( ...). A todas luces resultaba
ya imposible sostener en el Atlántico y en el Pacífico la política
italiana y medieval del Mediterráneo; no eran las mismas entonces
las fuerzas contrarias, ni era el mismo el teatro en que debía des­
arrollarse una política tan absorbente y tan ambiciosa ( ...). Aun­
que parezca paradójico, es ·cierto que la extremada y rigurosa me..
dida puesta en práctica por el Real Consejo al crear las Flotas de
la carrera de Indias, produjo el acrecimiento del tráfico ilegítimo.
La lucha cobró entonces proporciones gigantescas y no comenzó
a decaer sino en 1713, cuando España, en el Tratado de Utrech,
concedió, por primera vez, derechos sobre los beneficios del co­
mercio hispano-americano». 16
Si esto no fuera suficiente habría que señalar las consecuen­
cias jurídicas que se desprendían de este análisis. En su Tratado.
de Sociología, Hostos, después de argumentar contra la política
comercial española en términos similares como causante del con­
trabando en la isla, señalaba: « ...esta burla de las leyes comer­
ciales de la Metrópoli; lejos de ser delito común, era verdadero
ejercicio de un derecho de necesidad». 17 Peña Batlle por su parte,
concluye: « ...nada es más libre que -el comercio. El contrabando,
mejor que un crimen, era un imperativo de las circunstancias». 18
En 1938, pues, todavía los conceptos de Peña Batlle sobre la situa­
ción colonial corroboran los puntos de partida de 1931. 19
Por el momento, conviene apuntar que a lo largo de la dé­
cada de los treinta están presentes en Peña Batlle las preocupa­
ciones históricas sobre la relación con Haití y la política comer­
cial del imperio español.

16 Devastaciones de 1605 y 1606. ( Contribución al estudio de la realidad


dominicana), Ciudad Trujillo, 1938; el trabajo fue agregado como introducción en
Historia de la cuestión ... , con algunas modificaciones; entre ellas el titulo q�
en 1946 pasó a ser: «Causas de la dualidad social y política existe¡nte en la Isla
de Santo Domingo», págs. 5 y sigs. Hemos citado a través de esta última versión.
17 Hostos, E.. M. a de: Tratado de Sociología, en: Obras Completas, tomo XVII,
La Habana, 1939, págs. 188-189.
18 Peña Batlle, M. A.: Historia de la cuestión... , pág. 13.
19 No sucedía así fuera del campo histórico, como tendremos ocasión de
ver más adelante.

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A lo anterior hay que añadir una tercera preocupación que


tocó a Hostos introducir como una categoría para pensar lo na­
cional: la noción evolutiva de lo social como base del desarrollo
nacional. El concepto es recurrente en la obra posterior de Peña
Batlle, aunque sustancialmente redefinido. Esta observación su­
giere varios comentarios, pues el terreno de la problemática na­
cional y las categorías para pensarla provenían de la escuela
hostoniana.
20
En este sentido, la tarea de legitimación del des­
potismo no contaba con una base ideológica adecuada, situación
que fue aclarándose ante sus ojos a medida que profundizaba en
el conocimiento del régimen. Reconoció en ello una seria incom­
patibilidad entre la herencia ideológica y el régimen imperante que
se mostraba agresivamente nacional. Sin duda esta circunstancia
tuvo un peso considerable en la recusación global que hará de la
obra de Hostos. En cierto modo esta recusación irá configurándose
en una dialéctica con las demandas de la política despótica, que
irán precisando el sentido glob�l de su discurso hasta llegar a las
matizaciones sobre el carácter particular, sui géneris, que la evolu­
ción histórica de dicha sociedad imponía a la democracia domini­
cana que él entendía no podía sino basarse en un principio fuerte
de autoridad.
21
Mas esa conclusión suponía una interpretaci6n
histórica conservadora que él quiso encontrar y finalmente preten­
dió atribuir a Américo Lugo.
Las dos preocupaciones históricas y la noción apuntadas, se
resumían en la cuestión de los orígenes de la «dualidad social y
política» existente en la isla. Y así quedará patente en las obras
posteriores. Resolver esa cuestión era, en su criterio, hallar la
solución teórica del problema nacional. Pero antes de ocuparnos
de este nuevo punto de partida de la labor historiográfica de P�ña
Batlle, vale la pena precisar la imputación que hace este autor
a Américo Lugo.

20 Tras nueve años de dictadura trujillista, Balaguer, Joaquin, en: Dis­


cusos escogidos, Santo Domingo, 1977, consideraba a Hostos como el forjador de
la conciencia nacional: «La cultura nacional -escribe en 1939- es, en sus aspectos
esenciales, obra de Hostos. ( ... ). Las proyecciones de su genio iluminan, desde
hace más de medio siglo, la conciencia dominicana», pág. 180.
,- 21 Cfr. Peña Batlle, M. A.: Política de Trujillo, Santo Domingo, 1954.

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ÜNA IMPUTACIÓN VICIOSA

Américo Lugo abriría las puertas a la conservatización del


liberalismo, pero no dio el paso decisivo. La relativización de sus
concepciones democráticas en aras de constituir un verdadero
estado nacional, por una parte, y la defensa de las raíces hispá­
nic�s de la nacionalidad dominicana, por otra, constituyen las dos
direcciones en que se produjo la dicha apertura.
En rigor, la tarea de Lugo fue reconciliar el hostosianismo con
el hispanismo. Esto no lo haría sin introducir serias ambigüedades
en la comprensión de la relación entre pasado y presente, y en
el continuum de categorías sociedad-nación-Estado en el sentido
democrático desarrollado por el racionalismo hostosiano. 22 Así lo
advirtió Peña Batlle al señalar «la grave contradicción» que atra­
viesa su pensamiento político. 23 Mas conferirle a esta evolución
todo el contenido que sólo el propio Peña Batlle pudo dar a su
noción hispanista, racista, autoritaria y antihaitiana de la nación
dominicana, es una falsificación del pensamiento de Lugo. Ni si­
quiera es aceptable su conclusión de que la recusación del pensa­
miento de Hostos fue realizada ya por Lugo, 24 puesto que si bien
es cierto que él entendió que los conceptos histó2"icos del maestro
debían ser rectificados en muchas partes, aprovechando el acervo
documental que reunió en sus años de investigación en Europa,
aún conservaba las categorías y la problemática misma de ese pen­
samiento. 25 A tal punto, que la Historia de Santo Domingo que

22 Baste con señalar la insistencia de Hostos en desarrollar el espíritu


gregario del pueblo dominicano, que veía en correspondencia con la necesaria des­
centralización requerida por el sistema politico democrático. Véase Rodríguez
Demorizi, Hostos .. . , y Hos�os, E. M.a: Lecciones de derecho constitucional (1886).
en: Obras completas, tomo XV, La Habana, 1939.
t-3 Peña Batlle, M. A.: Semblanza de Américo Luyo, en: Lugo, Américo:
Historia de Santo Dominoo. Desde 1556 hasta 1608. Edad Media de la Isla Española,
Ciudad Trujillo, 1952, pág. XXII .
.24 Tras comentar la labor de Lugo contra la ocupación en quei resaltó los
rasgos hispánicos de la nación dominicana, afirma: «La posición de Lugo resultaba,
pues, negatoria de toda la influencia que hasta entonces había recibido él de su¡
Maestro, el señor Hostos». Ibídem, pág. XXXII.
25 Lugo, Historia ... Afgunos juicios sobre la organización social, el comercio,
la política, dan cuenta de ello, aunque también la obra está salpicada de otras
nociones. El racismo, matizado en función de la tesis de Vasconcelos, no deja de

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preparaba, publicada póstumamente en 1952, llevaba el sugestivo


título de: Edad Media de la Isla Española. Ciertamente Lugo con­
sideraba <<Ínexacta» la apreciación que de la situación colonial de
la sociedad dominicana hacía Hostos al juzgar «la enfermedad de
carácter jurídico que aqueja a la República Dominicana» como
señalara en su Tratado de sociología, sin dejar por ello de poner,
el acento en el peso excesivo del aspecto militar y en el daño que
los criterios comerciales de la Corona provocaron en la vida social
de la colonia. 26
Todavía más: Peña Batlle silencia dos elementos fundamen­
tales, que no debió obviar al señalar los hitos del pensamiento de
Lugo: el primero atañe al carácter mismo de la reconciliaci6n
realizada por Lugo, puesto que el movimiento hispanista no se
produce sólo en la República Dominicana sino que tiene dimen­
siones continentales, y un sentido muy preciso que le otorga la
confrontación con el imperialismo norteamericano.
Con motivo de la reacción latinoamericana ante la agresi6n
imperialista del coloso del Norte, el pro'yecto sajón con que se
reconocía la propuesta política hostosiana debió redefinirse. Desde
este momento, la guerra hispano-cubano-norteamericana de 1898
y la secesión de Panamá de la República de Colombia, planteaba
el problema de la oposición a los Estados Unidos de una manera
urgente y dramática. Surgieron así autores: « ...conscientes de
que era necesario establecer una línea de defensa frente al avance
imperial de la cultura anglosajona, que inevitablemente consoli­
daría la dominación económica, y hasta la política anexionista, que
planteaban frontalmente los Estados Unidos». 27

expresar, hasta cierto punto. una derivación de las posiciones hostosianas de


tolerancia y tutelaje frente a las razas inferiores. Al juzgar esta obra habrá que
tomar en cuen�a la advertencia que formulara el autor al iniciar su publicación
en 1940: «Aunque esto lleva ,el nombre de historia, no pasa de ser una compilación
histórica basada en la cronología y en la divisiva regla clásica de lo secular Y lo
eclesiástico; y sólo tiene por objeto que otros escriban historia, seleccionando lo
que en ella hubiere de histórico. Claro está que con el método simplista empleado
aquí no se puede escribir una verdadera historia». «Clio», núm. XL, Ciudad Trujillo,
26 Lugo, Historia ... , pág. 235-237.
27 Rama, Carlos M.: La ima,1en de los Estado.� Unidos en América Latina.
México, 1981, pág. 25.

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A nivel continental el Ariel de José Enrique Rodó, desde su


aparición en 1900, se convertiría en la divisa del nuevo rumbo
del liberalismo latinoamericano. 28 Al comenzar ese año Hostos
publicará un artículo admonitorio, que al mismo tiempo que cons­
tituía una denuncia del imperialismo reclamaba un «esfuerzo su­
premo de desviación» por parte de los pueblos que se veían ame­
nazados por éste. Había sonado la hora para la patria antillana de
acceder por vías propias a la civilización, o todo su esfuerzo corría
el peligro de perderse. 29 En esa dirección La raza cósmica, 1925),
de José Vasconcelos, será otro puntal del nuevo panorama intelec­
tual que se configuraba desde inicios de siglo. Todos ellos influi­
rán de manera decisiva en el pensamiento postrero de Lugo, sin
que abandonase los criterios liberales y democráticos de su forma­
ción hostosiana. Lo más destacado fue su intento de definir con
precisión la dirección del «esfuerzo de desviación» indicado por
Hostos como única alternativa de los pueblos que no querían
perecer. 30 Para él, la tradición cultural hispana constituía el valla­
dar más importante para frenar el influjo absorbente del imperia­
lismo norteamericano. Sólo la oposición tajante que hizo a la
postura pronorteamericana que exhibía Francisco J. Peynado
(1867-1933), apoyándose pretendidamente en el maestro (Hostos),
le confiere sentido progresivo a esta postura. Por si fuera poco,
el Manifiesto de los intelectuales que escribiera en defensa de la
República española, declara con toda nitidez el signo de su his­
panismo. Este «olvido» tiene consecuencias, puesto que sin estos
elementos, 1� posición hispanista de Lugo aparece fácilmente sin
signo progresivo alguno que la distinga de las posiciones reaccio­
narias que campeaban en la España de los años cuarenta y cincuen­
ta, cuando escribe Peña Batlle.
28 Aunque referido al período inmediatamente posterior, el trabajo de Arís­
tides Incháustegui señala las influencias que tuvo esta obra desde inicios de siglo
en el pensamiento dominicano, El ideario de Rodó en el trujillismo, «Estudios'
Socia�es,, Año 18, núm. 60, págs. 51-63, Santo Domingo, julio-septiembre 1985.
29 El articulo en cuestión es Civilización o Muerte, publicado en «Letras y
Ciencias», Santo Domingo, enero de 1990. También en: Rodríguez Demorizi,
Hostos ... , tomo II.
30 Lugo, Américo: El imperialismo norteamericano, conferencia pronunciada
en 1922 y publicada en varios editoriales del periódico «Patria», incluida en Julia,
Julio Jaime: Antolooía de Américo Luyo, tomo I, Santo Domingo, 1976, págs. 147-155.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 13

El segundo <<olvido» es todavía 1nás relevante, pues involucra


la actitud frente a Haití. A Lugo pertenece la iniciativa de formar
una confederación de las dos repúblicas que comparten la isla.
Lo hacía no en la etapa en que estaba «fatalmente imbuido de las
ideas hostosianas» -para utilizar la expresión de Peña Batlle-,
sino precisamente cuando casi ha completado su período de inves­
tigaciones en los archivos de Francia y España, esto es, en el
año 1913. 31 ¿Cómo es posible que llegara tan lejos? Peña Batlle
no pudo recuperar desde el discurso reaccionario esta actitud de
Lugo; por eso la silencia. Le tocará a un émulo suyo hacerlo. 32
Tampoco en este punto Lugo se ha separado un ápice de las
enseñanzas del maestro; entiende esa posición como un desarrollo
lógico, como una consecuencia, de los planteamientos de Hostos,
que en ningún momento proponía una fusión entre los dos pue­
blos que conviven en la isla. Ya en 1901 había expresado que
«Haití y Santo Domingo tienen un deber común supremo: con­
servar la independencia de la Isla»; ·y agregaba: « sólo la confe­
deración puede ayudarnos a cumplirlo». 33 Que considerara válida
esta propuesta en 1913, de cara a la amenaza imperialista, signi­
fica, casi sobra decirlo, que no había variado ese concepto.
Una referencia a las relaciones personales que entablaron
Américo Lugo y Peña Batlle, corrobora en otro sentido lo que
acabamos de ver a través de sus escritos. Dice Peña Batlle: «Fue
en este momento, poco después de haber sido llevado a las barras
del Tribunal Militar, cuando nosotros entramos en contacto con
Lugo. Lo conocimos en su modesta e iluminada casita del Parque
Duarte, rodeado de sus libros, de su pobreza, de su familia y de
sus convicciones. Aquella casa era el centro de la ortodoxia na-

31 Desde Sevilla (e:n diciembre de 1913) escribe Lugo en su artículo Pro-·


testa: «¿Por qué no llama a ·Haiti, su hermana de más edad y cordura y la abraza
y le dice: quiero unirme a tí que has sido hasta ahora el único paladín de la
soberanía de esta isla, en estrecha confederación que la garantice perpetuamente?
(. .. ). ¿Por qué no comprende que la confederación dominico-haitiana, en una
palabra, es la única fórmula que puede salvar. junto con la soberania de la isla,
la nacionalidad patria?». Julia. Antología .... tomo I, pág. 17.
32 Joaquín Balaguer ha querido recuperar en una perspectiva conservadora
la
,. referida propuesta de Lugo en su libro, La isla al revés, Santo Domingo, 1983f.
33 Lugo, Américo: A punto largo, Santo Domingo. 1901, págs. 239 y 244.

Tomo XLYll1
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14 RAYMUNDO GONZÁLEZ

cionalista dominicana, continuamente frecuentado por la juventud


que se daba a estas cosas. A nosotros no nos atraía solamente las
ideas políticas que allí tomaban cuerpo de expresión, sino también
el encantado ambiente de tranquilidad y cultura que irradiaba
en aquella casa. Nos seducían los restos de la biblioteca de Lugo,
su afición a la buena música, sus interminables conversaciones
sobre arte, su erudición, tan amena y desleída, y sobre todo, las
finas maneras del escritor y de su esposa, toda consagrada al culto
del marido». 34
Como hemos visto, Lugo dejó abierta una puerta a la con­
servación del liberalismo de matriz hostosiana que nunca cruzó;
el tránsito hacia las posiciones .derechistas lo cumplirá Manuel
A. Peña Batlle, quien quiso acarrear el pensamiento del más re­
presentativo de aquella tradición democrática. 35 Hacia 1923 co-­
noció a Lugo, y enseguida despertó su interés por las materias
históricas. Hay razones para ver a Lugo en las primeras conclu..
siones que esbozara Peña Batlle en 1931. Hasta es dable suponer
que algunos de los libros que utilizara entonces pertenecieran a la
biblioteca que tanto llamó su atención, cuyo recuerdo recoge entre
los que la gratitud le inspiraba muchos años después. El impacto
de las ideas de Américo Lugo debió ser suficientemente fuerte en
la mente del joven nacionalista que era entonces Peña Batlle, 36 como
para que pagara tributo a las mismas. Por lo tanto, quien mejor
nos habla de las ideas que sustentara Lugo en los años veinte, no
es el Peña Batlle que emite juicios desde el statu quo de 1952 sino
el que escribe todavía bajo esas influencias en 1931, 1932 y 1938.
Sólo a partir de entonces, cuando Peña Batlle acepta la par..
ticipación en el poder que el propio Américo Lugo rechazara en

34 Peña Batlle, Semblanza ... , pág. XXXVIII.


35 En marzo de 1945, escribe Lugo con pesar cómo contemplaba horrorizado
el resultado del «inconcebible menosprecio» de los principios del liberalismo demo­
crático, «substituido en la práctica por un régimen estatal capitalista que convierte
a los pueblos en hatos de ganado; y se ve escarnecido por liliputienses super­
hombres que predican el sensualismo (... ), la prescindencia de las normas jurídicas
liberales ( ...), la destructiva violencia, la desapoderada ambición de poderío>. Se
refería a los regimenes fascistas y, por supuesto, al trujillista. Julia, Antología...
36 Sobre la militancia nacionalista de Peña Batlle, véase Mejía, Luis F.:
De, Lil.ís a Trujillo, Santo Domingo, 1977.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 15

19 36, 37 se separa <le él, y de las concepciones liberJles y demo­


cráticas que el discípulo de Hostos representaba. Separados ideo­
lógicamente, nuestro autor no tardará en convertirse en el paladín
del pensamiento histórico reaccionario de entonces. Ya sí está
Peña Batlle en la situación que le deparó la integración al poder,
Para darnos una idea de lo que esto significó, bastará tomar el
testimonio de uno de sus compañeros de fortuna: «Peña Batlle
alcanzó -son palabras de Rodríguez De.morizi- esta envidiable
preeminencia en el arte y ciencia de gobierno: La de ser el más
sagaz y decidido intérprete de las ideas políticas de Trujillo». 38

VALIDACIÓN IDEOLÓGICA DEL DESPOTISMO

El período que siguió a su integración al poder es el más


prolífico de su vida intelectual y el más importante desde el punto
de vista de la transformación de su pensamiento. Durnnte casi
diez años estuvo formándose, en pugna con las concepciones libe.,
rales originarias, en una constante trabazón con tareas políticas
inmediatas, la conceptualización conservadora de la nación. Pese
a que se vio precisado a sacrificar en bloque el sentido de sus
conclusiones históricas y políticas precedentes, algunas de las
publicaciones que verán la luz en este período las contienen formal­
mente con la impronta singular de la transformación. No son ya
los criterios hostosianos los que animan la matriz de sus preocu­
paciones. El vehículo de esta metamorfosis del pensamiento peña�
batlleano en el campo histórico está dado por la asin1ilación de las
corrientes historicistas y especialistas desarrolladas por. el pensa­
miento irracionalista europeo entonces en boga. 39

37 En carta dirigida al Generalísimo Rafael L. Trujillo, fechada en Ciudad


Trujillo, 13 de febrero de 1936, en la que renuncia a escribir como «historiador
oficial, la historia del pasado y del presente», reitera Lugo sus criterios el problema
nacional. Julia, Antología ... , tomo III, págs. 23-27.
38 Prólogo, en: Peña Batlle, Política ... , pág. 8. Las cursivas están en el
original.
S9 El propio Peña Ballle da cuenta de sus lecturas de Croce, Taine, Renán
.Y otros historicistas.

Tumo XLJ'IIJ
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16 RAYMUNDO GONZÁLEZ

Aunque publicado en 1942, Transformaciones del pensamien­


to político 40 fue escrito entre 1932 y 1933 y constituye el primer
anuncio del nuevo derrotero de su pensamiento. Hay todo un
debate acerca de si debe o no llamarse claudicación a su integración
al poder, como quiera que procedía de una tradición que aparte
de nacionalista se había destacado en la defensa de la democracia
liberal. 41 Probablemente en esa forma juzgaron su actitud sus
contemporáneos y quizás repercutió en la afirmación de los cri ..
terios de quienes, al igual que Lugo, prefirieron cargar hasta la
muerte con sus ideales democráticos. 42 Acaso la pregunta más
relevante se refiere al contenido de ese cambio que tan radical­
mente ocasionó una ruptura en el modo de comprensión del fe..
nómeno nacional. Si es así, entonces habrá que prestar atención
a la valoración del poder en la tradición liberal democrática que
fundara Hostos y la valoración del mismo que resultaba de las
concepciones irracionalistas tal como las observaría Peña Batlle en
el período entre guerras.
Otro exponente nutrido en la tradición democrática bosto­
niana y atento a los cambios que se producían en la posguerra fue
Pedro Henríquez Ureña. Podría resumirse con una frase suya la
valoración que persistía en aquella tradición: «El poder es siem..
pre efímero», decía en su Utopía de América escrita en 1925. A la
inversa, el poder cobraba a los ojos de Peña Batlle una trascenden­
cia hasta ahora oculta para los que no pensaban sino en «la utopía
de una revolución pedagógica». Para él tras la guerra de 1914-
1918, los estados no serían más la expresión de un derecho par­
ticular como creyeron los liberales, sino instrumentos para el bien­
estar adecuado a un estado social dado. Este último correspondía
entonces al de las clases organizadas con sentido corporativo de

40 Con un prólogo de Héctor Incháustegui Cabral (Santiago, 1942).


41 Aunque ampliado al conjunto de los intelectuales, el debate ha girado
en tomo a la figura de Peña Batlle y la cuestión nacional. Cfr. las intervenciones
en el Coloquio celebrado en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo y publicado
por «El Nuevo Diario>, Papel de las generaciones. Suplemento «Intelecto>, núm. 2,
abril 1988.
42 Nolasco, Flérida de: Pedro Henríquez Ureña y otros ensayos, Santo Do­
mingo, 1966, refiere cómo lla actitud radical de Lugo se mantuvo inquebrantable
hasta sus últimos días.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 17

acuerdo con normas internacionales que el Tratado de Versalles


habría propuesto por encima de la soberanía individual de las
naciones; la creación de la Organización Internacional del Trabajo
era una muestra de ese nuevo concepto supranacional que res­
pondía a una evolución social moderna y requería de un nuevo
tipo jurídico que lo expresara. Despojado de su halo jurídico, el
estado habría quedado como simple instrumento de poder para
ser empleado en favor de los ciudadanos colectivamente conside­
rados. El derecho individual cedía ante el derecho corporativo. 43
Ese instrumento de poder era lo que necesitaba el colectivo do­
minicano para colocarse «definitivamente en el carro de la civiliza­
ción y de la cordura», como afirmara años más tarde.
En efecto, en el plano político el panorama nacional e inter­
nacional era realmente novedoso: el estado dominicano había re•
chazado con dosis crecientes de represión una tras otra las ame­
nazas desestabilizadoras, dando muestras de una fortaleza inédita.
Al incremento de la represión política y económica se agregó la
matanza de miles de nacionales haitianos en territorio dominicano.
El hecho, perpetrado por el régimen despótico en octubre de 19 3 7,
muestra hasta qué punto se vivía un clima de terror y xenofobia. 44
Junto a ello, en el plano internacional, la derrota de la República
española por el ejército franquista, y la reimplantación de la dic­
tadura «nacional» con base en la ideología del falangismo; el
auge obtenido por el nazismo y el fascismo en Alemania e Italia,
respectivamente; todo ello aparecía devolviendo el espíritu cor­
porativo y de cohesión nacional que el liberalismo individualista
había fracturado en el orden burgués. 45
Desde ese punto de vista, el sentido del sacrificio en aras

43 Peña· Batlle, Transformaciones.... págs. 129-170.


44 Recientemente ha sido publicado el estudio de Bernardo Ve�a. Trujillo
Y Haití (1930-1931 ), tomo I, Santo Domingo, 1988. Entre los escritos inmediatamente
posteriores a los hechos no deja de ser sintomático el de un connotado publicista
del régimen que, glosando el famoso discurso de Peña Batlle, El sentido de una,
política (1942) en Elía Piña, encuentra el quid de la cuestión haitiana. Hernández
Franco, Tomás: «Síntesis, magniturl, y solución de un problema», «Cuadernos Do­
minicanos de Cultura», núm. 1, s eptiembre 1943, págs. 77-89.
45 La quiebra ideológica del liberalismo individualista era una cuestión
eviden�e durante el período entreguerras, aunque,. desde antes lo señalaba la fuerza
del--pensamiento antidemocrático e irraciona lista europeo.

1'omo XLJ'lll
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18 RAYMUNDO GONZÁLEZ

de un bien colectivo como era el estado, que serviría de instru­


mento para el <<engrandecimiento» o la «reconstrucción nacionah>
aparecía, en medio de la crisis mundial que se prolongaba desde
el año 1929, cómo la vía más expedita para lograr lo que el Uhe­
ralismo no pudo conseguir en sus ensayos dominicanos: una na­
ción moderna. 46 En el plano intelectual, las filosofías irraciona­
listas, que apelaban a la «razón vital» o la «razón histórica» se
prestaban a esta tentativa al mismo tiempo política e histórica.
Bernardo Vega ha publicado párrafos de un discurso de 19 3 5 en
que Peña Batlle se muestra particularmente elocuente:
«De Trujillo me ha interesado en sus cuatro años de admi­
nistración el sentido francamente 'nietzscheziano' que ha impreso
al Gobierno y, como secuela, el hondo arraigo nacionalista con
que ha desenvuelto sus gestiones de gobernante. Ni por inclina­
ción, ni por temperamento, ni por educación libresca, yo soy
un 'nietcheziano' del Gobierno, ni un nacionalista cerrado;
pero después de haberlo pensado mucho, después de haber en­
focado con reposo todos los aspectos de la situación, me formé
el criterio de que las contundentes necesidades del momento en
que el General Trujillo vino al Gobierno tal vez no hubieran podi­
do conjurarse con éxito dentro de la ideología que hasta entonces
sostuvieron nuestros hombres de estado, sino mediante la adopción
de un sentido nuevo y extraordinario de Gobierno, que sólo un
hombre singular hubiera podido imponer. Ese hombre fue Tru­
jillo. Comprendí, sin esfuerzo, que era necesario reprimir ambi­
ciones para contemplar el paso de aquel hombre a quien las cir­
cunstancias mismas habían tomado de la mano para colocarlo a la
cabeza de los dominicanos en los precisos instantes en que la

46 La descomposición que reflejaba la posguerra de los años veinte y el


estallido de la crisis económica mundial, no eran precisamente el panorama auspi­
cioso que prometiera la «era científica» anunciada por los positivistas. Los movi•
mientos fascistas nacionales, aunque conservadores, se presentaban como los ver­
daderos portadores de la grandeza nacional y aun de da modernización requerida
por las circunstancias. No hay que olvidar que esos regímenes llevaron adelante
la modernización induslrial dentro de un si5tema que comprendía una legislación
laboral «avanzada» respecto de las sustentadas por las economías ortodoxas libera­
les. Esta auspiciosa «modernización» económica y política desde el estado se
denominó en la época «corporativismo».

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 19

República, frente al cuadro pavoroso de la crisis, necesitaba fuer­


zas supremas y energías inagotables. Oponerse a la trayectoria de
esas fuerzas y de esas energías, hubiera sido insensato y lo es
todavía. Por eso me inscribí, hace apenas quince días en las
nutridas listas del Partido Dominicano». 47
A diferencia de otros intelectuales que no se plantearon el
problema de su apoyo al régimen más que como una cuestión prag­
mática, Peña Batlle asume en términos ideológicos el contenido de
las acciones del régimen despótico, las que encuadra en el marco
de las transformaciones del pensamiento político de la época. Lo
hacía con entera libertad de juicio, por esa razón debió advertir
que hablaría sin cortapisas en ocasión de aquel discurso. 48 Toda
su energía se volcará en la construcción de una corriente ideológica
adecuada al contenido de tal obra de gobierno, pues «dentro de
la ideología que hasta entonces sostuvieron nuestros hombres de
estado» no podía encontrar sus soportes. Alcanzó tal arraigo en
la mente de este autor esta conv�cción que Joaquín Balaguer llega
a afirmar que «Trujillo no parece haber comprendido cabalmente
a Peña Batlle, ni haber dado a sus servicios el valor que realmente
tuvieron». 49
Bajo estas n1iras el pensamiento de Peña Batlle salta a la
posición conservadora que caracteriza su obra de madurez. Sus
concepciones políticas, estimuladas por los requerimientos del ré­
gimen despótico consiguen desplegarse con mucha más soltura
que las concepciones históricas fueron a la zaga. En más de un
sentido, la acción y el pensamiento político de Peña Batlle ilumi­
naban e indicaban las tareas en el campo histórico. La matanza de
haitianos, había convertido en cuestión de estado la historia de las
relaciones fronterizas con Haití. Como contrapartida, la ideología
nacionalista, en el sentido fanático, xenófobo, sólo campatible con
las variantes irracionalistas del pensamiento europeo, lo era también

47 Vega, Bernado: Peña Batlle, Niettzsche y Trujillo: cJl enigma de una


claudicación, «Listín Diario», Santo Domingo, ;3 de febrero de 1989, pág. 6.
48 «He HECHO LA PROMESA DE HABLAR CON CLARIDAD Y FIRMEZA
Y CUMPLIRE CON MI PALABRA» mayúsculas en el original). Ibídem.
49 Balaguer, Joaquín: Memorias de un cortesano de la «Era de Trujillo»,
Santo Domingo, 1988, pág. 234.

Tomo XLYlll
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en lo que respecta a la consolidación y legitimación del régimen.


Agudamente Peña Batlle captó que el momento reclamaba una
visión histórica ajustada a ella, sin el compromiso liberal que hasta
entonces exhibían los intelectuales al servicio del régimen.
La tarea presentaba dificultades reales en términos históricos
que sólo podían afrontarse con un carácter profundamente con­
vencido de esta necesidad y una sólida inteligencia que lo secun­
d.ara. Peña Batlle fue representativo de ese carácter y esa inteli­
gencia. No obstante, sus obras de este período expresan de dife­
rentes formas esas dificultades.
Más arriba se ha mencionado la Historia de la cuestión fron­
teriza domínico-haitiana; pues bien, el tomo I de esta obra fue
publicado en 1946. El libro realmente presenta los elementos toda­
vía yuxtapuestos que conforman su visión histórica hispánica y
antihaitiana. La introducción -ya citada- es un texto de 1938,
con modificaciones, que no entronca sino superficialmente con la
cita de Marcelino Menéndez Pelayo puesta como epígrafe. 50 En
cierto modo, el libro puede entenderse como muestra de la con­
dición adversa que ha supuesto el diferendo fronterizo, el cual no
se consigue resolver en forma definíti va por utilizarse para plan­
tearlo criterios únicamente jurídicos, o, incluso, geométricos. Le
contrapone un criterio social que aparece en la introducción casi
de manera aislada. El libro se justifica por el carácter que da al
Tratado de Aranjuez, al considerarlo como el instrumento que había
creado el único régimen fronterizo valedero entre las dos naciones,
lo cual situaba a Haití como usurpador de casi una tercera parte del
territorio que ocupaba antes de los acuerdos fronterizos llevados
a cabo por Trujillo en 1935.
Por otra parte, el cuerpo del libro -exceptuando la introduc­
ción, y algunas partes iniciales- está redactado en un estilo que
recuerda las historias en forma de protocolos de inspiración posi­
tivista. Incluso, las matizaciones antihaitianas aparecen más como

50 La referencia la da el propio Peña Batlle: Menéndez Pellayo, Marcelino:


Historia de la poesía hispanoamericana, Madrid, 1911, tomo I. pág. 312. El capítulo
fue reproducido por la Universidad de Santo Domingo, junto al discurso de Fran ..
cisco Prats Ramírez, Homenaje a l\Ienéndez Pelayo, Ciudad Trujillo, 1957.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 21

imputaciones que como desarrollos lógicos. Es el caso, por ejemplo,


del capítulo IX donde trata de la cuestión del apoyo haitiano a los
restauradores. Se detiene a explicar las consecuencias que tuvo en
las relaciones dominico-haitianas la anexión a España: «Es ne­
cesario ( ... ) tener en cuenta que este hecho contribuyó mu'y eficaz­
mente a estrechar las relaciones entre dominicanos y haitianos,
quienes, en presencia de un mismo peligro, optaron por olvidar,
momentáneamente, sus .odios y rencores para aunar sus esfuerzos
en un legítimo propósito de defensa común. El presidente de Haití,
Fahré Geffrard, dándose cuenta de la significación del momento
por el que atravesaban los dos pueblos, empeñó toda su voluntad
en favor de la aspiración dominicana de restaurar la secuestrada
soberanía de la República, inconsultamente comprometida en em­
presa de éxito dudoso». Para superponer inmediatamente motivos
que no necesitaban de los anteriores: « ... desde luego, el estadista
haitiano no obedecía a impulso de un altruismo sentimental. Al
enfrentarse a España y ayudar a los insurrectos dominicanos hasta
el punto de comprometer la suerte de su propio Gobierno, cumplía
una finalidad básica de la política nacional haitiana: descoyuntar el
sentido hispanista de la nacionalidad dominicana». 51
Para quien está leyendo el libro, esta conclusión viene a ser
una afirmación que no sale de ningún argumento anterior, incluso,
luce por su tono como un añadido. Y, en efecto, si el t'exto no fue
reescrito en su totalidad --como deja ver el prefacio de su autor-,
la sustentación de lo que hemos subrayado en la cita anterior no
se encuentra desarrollada en él y, probablemente, ni siquiera -en
ese momento- en la cabeza del autor. Acaso por las razones que
hemos mencionado arriba, consideró necesaria la publicación de
este libro, para lo cual debió introducir algunos cambios. El párrafo
citado es, seguro, uno de los intercalados.
No obstante la debilidad argumentativa de la obra, La Histo­
ria de la cuestión fronteriza domínico-haitiana tiene el valor de pre­
sentar los nuevos puntos de partida para construir la concepción
de lo nacional. El autor aprovecha la publicación de los materiales

51 Peña Batlle: Historia ... , ¡lágs. 149 y sigs.

Tomo XLVIII
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22 RAYMUNDO GONZÁLEZ

._¿unidos en 1928, para enunciar sus propósitos en el ámbito his:­


tórico; de esta manera, en las «Palabras previas» recalca este obje­
tivo: «La historia de nuestro país está estrechamente ligada a sus
problemas fronterizos. Para los dominicanos, la frontera, conside­
rada no como expresión geográfica, sino como un estado social,
es elemento integrante de la nacionalidad y envuelve en sí proble­
mas sustanciales de los cuales depende en enorme proporción el
porvenir de la República. Consideró muy útil, en consecuencia, pro­
fundizar en el estudio del asunto, para que nos sea posible afrontar
estos problemas con cuidado y conciencia, libres de prejuicios,
pero debidamente informados sobre el proceso y evolución de los
hechos que han determinado en el curso de nuestra historia las
situaciones especiales por que ha atravesado la cuestión fron­
teriza y para poder estimar, con el conocimiento de causa requeri­
do, las necesidades que puedan derivarse de tales situaciones». 52
Mas el propósito que anuncia, sólo más tarde -y no en el interior
de ese libro- tendrá ocasión de materializarse.
La obra que cierra este período de transición hacia sus con­
cepciones maduras es La rebelión del Bahoruco. 53 Aquí Peña
Batlle se revela como sesudo polemista, al mismo tiempo que
avanza en la comprensión de las concepciones jurídicas que ani­
maron la implantación colonial española en sus orígenes. Reem­
prendía el camino de 19 31, pero ahora con vistas a desentrañar
las raíces hispánicas de la nacionalidad dominicana. El capítulo VII
constituye un alegato jurídico sobre el derecho a la sublevación
que asistía a Enriquillo sobre la base de las doctrinas cristianas
entonces vigentes que los dominicos de la Española convirtieron
«en programa de acción política para las Indias». Ese programa
estuvo en la base de la sublevación del cacique sin que se tratara
de un levantamiento fundado en el «principio de independencia
nacional propiamente dicho». 54
<<En el terreno científico y doctrinario -continúa diciendo
más adelante- fijó el padre Vitoria conclusiones definitivas sobre
52 «Palabras Previas». Ibídem.
53 Ciudad Trujillo, 1948.
54 Ibídem. pág. 92.

606 Anuario <le Estudios AmericanoJ

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 23

la extensión del derecho de los indios ( ... ) . En la doctrina genial


del insigne Maestro de Salamanca no cabe dudarse sobre el prin­
cipio básico de la igualdad entre indios y españoles 'como si se
tratase de naciones europeas' ( ... ) . De la igualdad natural, al estilo
cristiano, de todos los hombres, cual que sea su condición socia:!
0 étnica, se desprende con gran facilidad el postulado vitoriano
de que también son iguales las naciones en que aquéllos viven
organizados, aunque se trate de pueblos no creyentes ni civilizados
en la forma europea ( ... ) . Aplicando concretamente toda la teoría
al caso concreto del Bahoruco, Fray Bartolomé reconoce especí­
ficamente a Enriquillo como sujeto de Derecho Internacional. Es
esta una premisa que debe tenerse muy en cuenta, porque de su
consistencia teórica dependerán en mucho nuestras conclusiones». 55
Llama la atención cómo se conjugan en esta obra las doctrinas
jurídicas de Salamanca con las que representará, más adelante, el
nacionalismo protestante: «De Vitoria --escribe- pasó el legado
al insigne holandés Hugo Grocio y de éste a la inquietud de
hombres y pueblos deseosos de encontrar el eje de sus relaciones».56
Pero su significación sobrepasa nuestro asombro.
Rebatiendo los conceptos de fray Cipriano de Utrera, Peña
Batlle advirtió una brecha desde donde reconstruir las bases de
la formación nacional dominicana. Este punto remite, en particu­
lar, al terreno ideológico, donde radicaba de manera fundamental
el obstáculo más importante de la conceptualización conservadora.
Había estado bregando en esa tarea convencido de la necesidad
y ahora encontraba la posibilidad de llevarla a cabo. La resistencia
de Enriquillo, cuya base estuvo en el «programa político de los
dominicos», aunque no constituía «propiamente» una reivindica­
ción nacional, la anunciaba; era su presagio.
En esta «tradición» que parte del pensamiento colonial en
la isla se inaugura, a s'u entender, una ideología nacional domini­
cana, preliberal, conservadora, libre de las influencias racionalistas
francesas. No importa que en aquel momento el intento de resis-

55 Ibídem, págs. 94-95. Subrayado en el origin�-


56 Ibídem. pág. 96.

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24 RAYMUNDO GONZÁLEZ

tencia encabezado por Enriquillo se saldara con el fracaso. Ello


constituiría una de las tantas adversidades con que ha tropezado
la formación nacional. Ni siquiera que el humanismo cristiano de
los dominicos asumiese contenidos erasmistas, puesto que a la
postre sus doctrinas fundaron los justos títulos de la dominación
española en Indias; y aún se les puede considerar fundidas en el
bloque ideológico que saldrá del Concilio de Trento y la Contra­
rreforma. A tal punto llega su contento que adoptando en su
argumentación la doctrina de Santo Tomás, según la cual la base
de la legitimidad del poder reside en el bien común, ¡recrimina por
«impolítica» la matanza perpetrada por Ovando contra los
aborígenes! 57
Después de 1948, en el pensamiento peñabatlleano la forma­
ción nacional dominicana se asentará en perfecta correspondencia
con el tradicionalismo, sin los abigarramientos de este período
transicional. En lo sucesivo se aclara la dimensión global de la
recusación del pensamiento hostosiano, que nadie hasta él había
emprendido; pues está claro que no se le puede dar esa entida'd
al señalamiento de «inexactitudes» que había realizado Lugo al
final de los años treinta e inicios de los cuarenta. Esa recusación
trascendía el marco de las necesidades políticas del momento,
pero aseguraba una larga trayectoria al dominio burgués despó­
tico, aun cuando se planteara su recambio.

AJUSTE DE 'CUENTAS CON LA HERENCIA HOSTOSIANA

Fruto de los diferentes esfuerzos que hacía desde su doble


situación de político e historiador, por concretar un pensamiento
histórico coherente con las características del régimen y de la ideo­
logía burguesa de la época, concibió con claridad una empresa
colosal que marca el inicio de la última etapa de su pensamiento.
Ella implicaba dos tareas, la una en sentido negativo: la impug­
nación de la tradición hostosiana; y la otra en sentido positivo:

57 Cfr. Ibídem, pág. 216.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 25

la reconstrucción histórica de una ideología nacional sobre bases


conservadoras. Dos caras de una misma moneda.
El criterio con que abordará la segunda tarea lo había for,..
mulado en 194 5, rebatiendo las opiniones del ministro cubano
de Relaciones Exteriores, doctor Jorge Mañach. Aparte del anti­
haitianismo visceral que refleja, lo más relevante, en cierto modo,
es que la formulación de ese criterio se inspira en la misma lógica
con que Hostos llamó la atención frente al imperialismo norte­
americano. Por supuesto, Peña Batlle le confirió al planteamiento
un contenido aberrante. El texto no tiene desperdicios:

« ...los dominicanos -dice en su carta a Mañach- hemos vivido


frente a un dilema aterrador, de vida o muerte: nosotros o nos
organizamos consistentemente para la civilización o perecemos ab­
sorbidos por esos factores negativos de que le hablo más arriba.
Por no haber podido hasta ahora dar suficiente consistencia eco­
nómica y social a la nacionalidad perdimos mucho más de la ter-+
cera parte del territorio de la isla que fue nuestra en el principio
y que hoy compartimos con los causahabientes de filibusteros,
ladrones y malhechores de toda laya. Los errores políticos de la
España decadente y estadiza del Conde Duque los estamos pa.­
gando nosotros todavía con sangre y sudores. Francia canalizó
contra España las fuerzas proditorias del bucanerismo y sentó
reales en la isla desde el segundo tercio del siglo XVII para
afincar allí una colonia que ni aprendió a hablar francés. Desde
entonces se inició en la isla de Santo Domingo una lucha tremenda
entre dos fuerzas sociales opuestas cuya determinaci6n no es pre­
visible todavía». 58

Huelga decir que este criterio resulta absolutamente in­


aceptable para Eugenió María de Hostos y Américo Lugo, por
sólo mencionar dos figuras de la escuela hostosiana que influyeron
-el primero con sus obras y el segundo con sus obras y su per­
sona- decisivamente en la formación inicial de Peña Batlle. Re-

58 Peña Batlle, Carta al Dr. Jor,ae Mañach, en: Política ... , págs. 95-96.

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26 RA�MUNDO GONZÁLEZ

chazo intelectual y moral que la más ligera confrontación de sus


obras advierte. De tener la oportunidad, Hostos le hubiera de­
vuelto la aseveración que hace en esa misma carta, cuando dice
que: «Con la única excepción de Eugenio M.ª de Hostos, maestro
amado de los dominicanos, las cabezas señeras del Continente no
han mirado la encrucijada en que nos debatimos los hijos de
est.a tierra». 59 Se la hubiera devuelto por falsa y gratuita. Hostos
no vio ni podía ver de esa manera.
Para tranquilidad de sus restos, Peña Batlle lanzaría un con­
juro contra la obra de Hostos equiparable al odio que sentía por
el pueblo haitiano. Recusación que era un corolario de la tarea
pendiente de fundar una noción conservadora de la nación
dominicana.
Son bien conocidos los términos del famoso prólogo al libro
de Antonio Valle Llano. 60 Introduce su diatriba acusando a Hos­
tos de superficia], de no haber contribuido a acrecentar el «caudal
de conciencia» hispanista. El magisterio de Hostos se había inicia­
do cuando «estaba en crisis extrema de valores la experiencia social
dominicana»; en razón de esta crisis, resultaba que no podía ser
«ningún medio más incauto que el dominicano para confrontar la
doctrina del Maestro». Esa crisis tenía su origen en Haití: «Desde
1801 estuvimos sujetos a la influencia haitiana que llegó a su
clímax durante los veintidós años de Boyen>. Y después de señalar
el contexto, continúa con la enumeración de los cargos: «Filósofo
materialista ( ... ). Político liberal ( ... ). Anticatólico ( ...); visible
sentimiento de simpatía calvinista ( ...), admiración por los movi-
mientos religiosos y políticos de La Reforma. ( ... ) grandes líneas
del pensamiento político hostosiano se desprenden de la Revolu­
ción Inglesa y del enciclopedismo francés del XVIII ( ... ). Ni
estudió ni comprendió los problemas de este país y los miró siempre
imbuido en sus sentimientos antihispánicos ( ... ) . Apasionada (y)
desconcertante justificación de la influencia haitiana en Santo Do-

59 Ibídem, págs. 94-95.


60 Peña Batlle, M. A.: Prólogo, en: Valle Llano, Antonio, S. J.: La Compañía
de Jesús en Santo Domingo durante el período hispánico, Ciudad Trujillo, 1950,1
págs. 1-15.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 27

mingo. En su sañuda desobediencia a lo español, el señor Hostos


nos prefería haitianos». 61
Y luego del maestro, seguían sus enseñanzas: «Ni la ciencia
ni la razón son en sí elementos vivos de un verdadero ideal na­
cional. Eso dejó de discutirse desde hace muchos años. La Escuela
Normal formó varias generaciones dominicanas, pero no creó un
auténtico programa de recuperación colectiva. No enseñó a los do­
62
minicanos a gobernarse ni a conducirse con sentido corporativo».
Sólo faltaba hacer auto de fe con Hostos y el hostosianismo.
El resto de los intelectuales trujillistas, la mayoría de los
cuales venían torciendo y retorciendo los planteamientos demo­
cráticos de la escuela hostosiana en un acoplamiento grotesco con
el despotismo, se solazaba en esta recusación. Si embargo fue el
caso que a la altura de los años cincuenta era muy difícil echar a
andar una nueva construcción ideológica. A lo sumo se adoptó un
discurso que aceptaba nadar en las dos aguas, por lo que la ideo­
logía trujillista siguió presentando las contradicciones y falsifica­
ciones que la caracterizan. 63 Fuera de ese inconveniente, es pro­
bable que operaría la incapacidad intelectual de muchos que se
hacían pasar por tales medrando a la sombra de la dictadura. Pero
lo cierto fue que entre las dos cosas dieron al traste con 1a recusa­
ción de Hostos que Peña Batlle captó como un elemento primor­
dial de un reactivamiento ideológico propio: de la dictadura; la
que en su desfase no tuvo solución de continuidad. 64
En 1956 el diario «El Caribe» 65 tomó el pulso de la impug­
nación peñabatlleana, por lo menos en lo tocante al punto de la
61 Ibídem, págs. 9-10.
62 Ibídem, págs. 12-13. El subrayado es nuestro.
63 Un ejemplo puede verse en el d1srurso de Pedro Troncoso Sánchez, Es4
piritualidad y cultura del pueblo dominicano. «llevista Dominicana de Filosofía>,
Año, I, núm. 1, Santo Domingo, enero-junio 195b, págs. 5-29; donde se exalta e\
tradicionalismo de Peña Ballle a propósito de la cdl�\1ra y lo nacional y se ataca
el liberalismo (págs. 11-12) mientras a propósito de lo mismo se exalta la obra:
de Hostos (pág. 23).
64 Sobre el aparato ideológico trujillista, véase Cassá, Roberto: Capita­
lismo ... , cap. IX.
65 La infiueticia de Hostos en la cultura dominicana. ( Respuestas a la en­
cttesta de El Caribe). Ciudad Trujillo, 1956.

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28 RAYMUNDO GONZÁLEZ

«influencia cultural». Casi todos ( con la excepción de Andrés Ave­


lino y Robles Toledano) se inclinaron por una interpretación que
colocaba a Hostos habiendo cumplido con una tarea histórica, en
su tiempo, positiva; aunque Trujillo, por supuesto, representaba
una situación superior.
Peña Batlle había sido crítico frente a la inconsistencia de la
«dialéctica» --como él la denominaba- de sus amigos y otros
servidores del régimen, quienes se empeñaban en compaginar el
liberalismo hostosiano con el trujillato. Más de una vez llamó
la atención sobre este particular. Casi como una ironía, tras la
muerte de Peña Batlle, Rodríguez Demorizi, haría el último intento
por colocar a Peña Batlle como uno más de ellos, compartiendo el
grotesco dualismo que tanto había criticado:

«.. .la impugnación de Peña Batlle es el mejor tributo que hoy


puede rendírsele al insigne Educador; revisar su obra, vivificar
lo permanente de esa obra; extraer de ella lo útil y valedero, cons­
tituiría una nueva modalidad del hostosismo. Peña Batlle inició
la bella empresa. Al Hostos de ayer podrá oponerse el Hostos de
hoy y de mañana ... ». 66 ¡ Hasta ese extremo llegaba la «dialéctica»
de sus amigos!

A la hora de escribir aquel prólogo Peña Batlle veía con


claridad la otra cara de su empresa ideológica. Y, en efecto, al
final del mismo enuncia la tarea positiva:

«...una conciencia social, no podrá crearse en Santo Domingo por


sistemas contrarios a la idiosincrasia hispánica y católica del pue­
blo dominicano. Si deseamos verdaderamente crear un ideal de
civilización para vincular en él los factores de nuestra expresión
nacional obligados estamos a exaltar aquellos dos valores esenciales
de nuestra constitución. Hacer otra cosa equivaldrá a secar las
raíces de nuestro espíritu». 67

66 Ibídem, págs. 14-15.


67 Peña Batlle, Prólogo, págs. 14-15.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 29

FUNDAMENTACIÓN HISTÓRICA CONSERVADORA

La isla de La Tortuga y El Tratado de Basilea... 68 son obras


complementarias. Persiguen un mismo objetivo y siguen un mismo
plan. Difieren en el período que abarcan y en la calidad del tra­
tamiento de las fuentes documentales y bibliográficas. En realidad,
sólo la primera es un verdadero resultado de investigación histó­
rica, mientras la segunda queda a nivel de hipótesis como ensayo.
Por esta razón La isla de la Tortuga constituye el remate de k1
tentativa peñabatlleana en el campo historiográfico; y en la Re­
pública Dominicana, acaso la obra cumbre del pensamiento con­
servador en esta materia.
Con el pretexto de estudiar La Tortuga, construyó toda una
teoría del desenvolvimiento histórico dominicano y la formación
nacional acorde a sus prejuicios antihaitianos e hispanistas.
En la elección de la pequeñita isla de La Tortuga, convergen
diferentes razones: desde temprano se interesó por los problemas
del comercio de contrabando y las devastaciones de Osorio; el nexo
entre estas últimas y la ocupación occidental de la isla por los
franceses ya había sido establecido en la historiografía. 69 Los do­
cumentos de la Recopilación Diplomática realizada por Américo
Lugo, que Peña Batlle había dado a la publicidad, 70 contenían
prolijamente los detalles de esa historia, junto a otros que en esos
años había dado a la publicidad Emilio Rodríguez Demorizi, gra­
cias al trabajo realizado por fray Cipriano de Utrera; 71 era ma­
terial de primera mano procedente de los archivos franceses y
españoles, respectivamente. E1los, sin embargo, si bien son con-

68 Peña Batlle. M. A.: La isla de La Tortuga. Plaza de armas. refugio y


seminario de los enemigos de España en Indias. 2.a ed., Madrid, 1977. La primer�
edición apareció en República Dominicana en 1951; y del mismo autor, El TratadQ
de Basilea y la desnacionalizáción del Santo Domingo español, Ciudad Trujillo, 1952.
69 Véase Sánchez Valverde, Antonio: Idea del valor de la Isla Española,
Cuidad Trujillo, 194 7; Monte y Tejada, Antonio del: Historia de Santo Domingo,,
:1,a ed., tomo II, Ciudad Trujillo, 1952; García, José Gabriel: Compendio de' la_,
Historia de Santo Domingo, 4.a ed., tomo 1, Santo Domingo, 1968.
70 Colección Trujillo. Publicaciones del Centenario de la República. Serie III,
vol. 1, tomo 13, Recopilación diplomática, 1640-1701. Santiago, 1944.
71 Rodríguez Demorizi, Emilio: Relaciones históricas de Santo Domingo,
vol. III, Ciudad Trujillo, 1948.

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diciones básicas, no constituyen razón suficiente para decidirse


por el tema.
En realidad, La Tortuga tiene todo un valor simbólico. En
primer lugar, ante la mirada conservadora de Peña Batlle, en los
poco más de cincuenta años que forman el ciclo de la historia de
esta islita en el siglo XVII se resume, hecho realidad, el contenido
de todas las metáforas sobre el quebrantamiento del orden, de
la vida sin sujeción a la autoridad, sin principio de orden alguno;
esa sociedad que no puede ser nación, reúne todo lo vituperable de
la existencia humana desordenada, abandonada al libre albedrío.
Para Peña Batlle, aquí reside una parte del pecado original de la
nación haitiana. En segundo lugar, lo que fue la vida de los hom­
bres de La Tortuga constituía, en alguna manera, un referente de
una premisa básica del pensamiento liberal: el «hombre natural»
de Rousseau. La disputa que el pensamiento conservador sostiene
con el liberalismo y el racionalismo tiene allí en su favor, a los
ojos de Peña Batlle, un argumento irrefutable. Por último, allí el
enfrentamiento de los poderes europeos alcanzaría, a su juicio,
la altura de la epopeya, para no decir que cobraría vida el mismo
don Quijote en la figura de Montemayor de Cuenca, arquetipo
dominicano. Y aún más: la islita menospreciada, se convertiría
en el talón de Aquiles del incontrastable Imperio español... cual
«piedra que desecharan los que construyeron» ..
Si a este valor simbólico se agrega el hecho de que en ese
punto del Caribe se dieron cita las naciones que disputaban a
España el predominio comercial y sus posesiones coloniales, siendo
un contrafuerte singular de estos poderes a lo largo del siglo XVII;
siglo cuyo saldo en Europa fue la hegemonía de la monarquía fran­
cesa y en el Caribe la formación de hecho de la colonia francesa,
que está en el origen de la República de Haití, no cabe duda de
que la elección había sido acertadav
La tesis de La isla de la Tortuga es que la nación dominicana
se formó desde el mismo siglo XVI bajo el influjo estatista del
imperio español. A ese influjo se debe además la preponderancia
de la civilización moderna occidental y cristiana. El estado con­
formó de una vez y para siempre el sentido hispánico y católico de
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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 31

la nnción dominicana. Sujeta al estado para sobrevivir, la 1Ltción


no pudo adquirir rasgos peculiares co1no resultado del desarrollo
de la sociedad en un medio diverso. De esa manera la nación do­
minicana se define como «un rincón espiritual de España». Lo
que se haya perdido de los rasgos originarios se debe a la inci,
dencia perniciosa de la decadencia del imperio en general y en
particular de la colonia occidental (Haití).
Sin restar originalidad al concepto de nación que desarrolla en
este libro, no hay duda de que Peña Batlle se inspira directainente
en las tesis tradicionalistas de Menéndez Pelayo 'y en la idea de
la «hispanidad» popularizada por el falangismo. 72 En la Historia
de la cuestión fronteriza ... ya ha colocado de epígrafe la cita con
que el santanderino concluye su capítulo sobre la «Poesía en Santo
Domingo». 73 Pero el leitmotiv de esa obra no corresponde al
sentido profundo que el concepto del tradicionalismo implicaba;
había entonces una relación exterior entre el contenido, la cita y
el libro propiamente dicho, puesto de manifiesto por la inserción
de la conferencia de 19 38 como introducción. 74 Pero en este otro
libro, aunque sin mencionarlo para este propósito, hay una com­
penetración con el sentido de aquella cita. Lo que en la primera
ocasión había quedado como expresión de propósito, ahora que­
daba cumplimentado.
En suma, la concepción peñabatlleana de la nación domini­
cana es rigurosamente el desarrollo de la tesis de Menéndez Pelayo
según la cual España, «... Martillo de herejes, Espada de Roma,
luz de Trento y cuna de San Ignacio ( ... ), en aras del interés
católico y cultural del mundo y en defensa de las libertades na­
cionales, se desangró y arruinó a sí misma en la época de su �ayor
grandeza». «Pero fuimos el único pueblo de Europa que cuando
todos los demás volvían de una manera o de otra la espalda a la
tradición medieval, supimos mantener la continuidad histórica,
salvando la unidad espiritual de Occidente, por lo menos en e!

72 La dic�adura de Primo de Rivera intentó galvanizar un proyecto nacional


apoyado en estas tesis junto a las elaboraciones de Ramiro de Maeztu.
73 Supra, núm. 50.
74 Peña Batlle no completó el proyecto anunciado de un segundo volumen de
la '-Historia de la cuestión fronteriza.

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32 RAYMUNDO GONZÁLEZ

Mediodía y trasplantarla a otros continentes. Nuestra muerte fue


la salvación de Europa y la vida de infinitos pueblos de América.
Quedamos para lección y ejemplo del mundo por nuestra postura
gallarda y nuestra manera típica de realizar la idea imperial a base
de una Monarquía cristiana ( ...) >>. 75
El hecho de estar inspirado en esta tesis y en el contexto polí­
tico anotado, da pie a una discusión -todavía pendiente- sobre
las posiciones de principio, filosóficas y políticas, de Peña Batlle,
aunque éstas no sean elaboraciones suyas. 76 Mas lo que nos cumple
tratar aquí es el entramado de la concepción histórica nacional
que constituye el objetivo central de las obras publicadas por Peña
Batlle en este último período.
Veamos, «sin digerir», como lo expone el autor:

«La independencia dominicana ( ... ) comenzó a producirse dos


siglos antes de que despertara en estas tierras una conciencia polí­
tica de autoeterminación ( ...).
«Durante más de dos tercios de los quinientos luchamos con­
tra la Reforma. El contrabando de los productos de la isla fue un
activo agente de la lucha del calvinismo contra los poderes cató­
licos. ( ... ). A fines de la centuria la isla de Santo Domingo vivía
un penoso período de inquietud en el que estuvieron a punto de
perderse nuestra raíz hispánica y nuestra tradición católica. En el
transcurso de los seiscientos vivimos en constante estado de guerra
con bucaneros y filibusteros, luchando contra el individualismo
crudo y descarnado que dio origen a todo el sistema capitalista
moderno. ( ... ). Los setecientos los pasamos en un cruento y pro­
longado esfuerzo para obtener la divisoria fronteriza que nos sal­
vara de la penetración francesa. En 1795 nos pagó España aquel
denodado esfuerzo vendiéndonos a Francia como si fuéramos un
'hato de bestias', en el momento preciso en que triunfaban en

75 Menéndez Pelayo, Marcelino: Historia de los heterodoxos espaftoles, to­


mo VII, Madrid, 1933, págs. 513-515; apud, La conciencia española. (Recopilación
de Antonio Tovar). Madrid, 1948, págs. 262-263.
76 Fernando Ferrán ha llamado la atención sobre la necesidad de estudiar
la influencia del historicismo y otras corrientes en el pensamiento social dominicano.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 33

aquel país las ideas por las que habíamos sufrido nosotros todas
nuestras vicisitudes. Los ochocientos nos trajeron el predominio
de los esclavos Y la influencia de las ideas y los sistemas del ma­
terialismo y el positivismo francés, traducidos en 1nás de cincuenta
años de opresión haitiana, y en otros cincuenta años de descon­
cierto y turbulencias derivados de la influencia de Haití». 77

Un momento culminante de la consolidación nacional se re­


laciona con La Tortuga:

«Durante los once años del gobierno de D'Ogeron se desarro­


lló el más espantoso drama por la conservación de la isla de Santo
Domingo. Los dominicanos, celosos de su heredad, resistieron
hasta extremos increíbles el empuje de los bucaneros y de los
colonos franceses para adueñarse de la isla. La epopeya no ha sido
todavía reseñada en toda su magnitud, pero de sus resplandores
surgió nuestro país en sus proporciones geográficas actuales. En
aquella lucha sin cuartel, de in.sospechada ferocidad, se templó
para siempre el temperamento colectivo y el espíritu nacional de
los dominicanos. Después que Peñalba abandonó La Tortuga se
perdió definitivamente el contrafuerte en la lucha por el predo­
minio marítimo y comenzó a desintegrarse el imperio de España
en América como elemento de supremacía comercial. Pero al mismo
tiempo se inició el conflicto social, todavía existente en Santo
Domingo». 78
Otro momento marcado por el Tratado de Basilea inicia el
período de dislocación; tras lo cual se impuso el instinto de
conservación:

«La única manera de llegar alguna vez a la independencia la


vieron los dominicanos de aquella época en la conservación de sus
formas sociales tradicionales. Nuestra independencia tiene con­
figuración conservadora. Es el resultado de un fenómeno de intros­
pección Social. El contacto con el materialismo haitiano, nos ena-
77 Peña Batlle, El 'Tratado.... págs. 20-24.
,, 78 Peña Batlle, La isla ... , págs. 2i.6-227.

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jenó muchas de nuestras modalidades originarias, pero lo recón­


dito de nuestras esencias hispánicas se mantuvo y se mantiene
inalterado». 79

En resumen: «La independencia dominicana representa un


movimiento social de introspección. Continuamente nos hemos vis­
to obligados a volver hacia atrás -por vías de conservación- para
no · perder nuestras características permanentemente amenazadas
por el imperialismo calvinista, por el materialismo y por el africa­
nismo básico de la formación social haitiana». 80
Analicemos este concepto. Tal como aparece desarrollado en
sus últimos trabajos, el concepto de nación implica para Peña
BatlJe una doble dimensión: una dimensión material y otra espiri­
tual. La primera está sometida a la contingencia del cambio en el
tiempo, mientras la segunda es de carácter inmutable, eterno; de
ahí la preeminencia de esta última sobre la primera. Ambas están
unificadas por una fuerza trascendental que tiene expresión en
el Estado.
1. La primera de esas dos dimensiones está compuesta por
la sociedad-territorio. Aquí comienza a hacerse particular su con­
cepto de lo nacional: la insistencia en el autorreconocimiento, me­
diado por el interés que despierta en el hombre el territorio donde
vive y comparte con los de su mismo colectivo, está en la base
de esta noción. Aquél da pie a la interiorización de la unidad del
colectivo con el territorio: se trata de un vínculo «entrañable».
No puede haber fractura en esta noción: territorio y sociedad que­
dan forzosamente implicados bajo una misma unidad analítica;
separarlos es falsear la concepción de Peña Batlle de la «vida so­
cial». En efecto, la sociedad-territorio es la que está sometida «a
la inestabilidad», a «la inquietud»; es por aquí que se introduce
todo el dinamismo social que cabe en el concepto de nación de
Peña Batlle, quien atribuye carácter de ley a ese tipo de cambios
dentro de esta dimensión material: «...La ley fundamental, el
elemento básico de nuestra formación social son la inestabilidad

79 Peña Batlle, El Tratado .... pág. 37. Subrayados en el original.


80 Ibídem. pág. 24.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 35

y la inquietud. La nacionalidad dominicana se integró en un in­


confundible an1bientc de recelo y desconfianza que nos obligaba
a vivir sobre el escudo en función constante de combate y
. ·1 . 81
v1g1 ancta».
Con el establecimiento de esta relación unívoca entre socie­
dad y territorio se asegura, de un lado, la confinación de lo social
al interés imperial de conservación de sus posesiones americanas y,
de otro lado, la supeditación de lo social a lo nacional, en cuanto
la equivalencia de ambos extremos coincide en el término central
dado por el territorio. De ahí también que identifique la frontera
como estado social, el cual habría evolucionado desde una situa­
ción «completa» configurada en el siglo XVI, hasta la situación
<<mutilada» de mediados del siglo XVII. Ambas situaciones re­
presentan estados sociales distintos.
A propósito de la consulta promovida por el presidente de la
Audiencia de Santo Domingo sobre el futuro de la guarnición des­
tacada en La Tortuga tras el rechazo de las fuerzas inglesas en 1655,
Peña Batlle caracteriza esa evolución. Los participantes de aquella
reunión tenían claro que La Tortuga era otra cosa que la costa
norte de la isla, y no iban a arriesgarse por algo que ya no recono­
cían como propio: «La mutilación de Osario había cobrado ya
carácter social en 1655>>. Bayajá, Puerto Real, Govaines o La
Tortuga, ya no eran parte de lo «entrañablemente dominicano».
Para los dominicanos de entonces no cabía el sacrificio por aquellas
posesiones, su sangre correría «solan1ente en defensa de la here­
dad local, de la patria chica, de lo que nos dejó a nosotros la dis­
gregación del Imperio». 82
Correspondiente a esta sociedad-territorio, está un pueblo­
territorio o una masa-territorio, vaciados en los moldes culturales,
las «formas sociales» de. que nos habla Peña Batlle. En efect�,
se violenta toda la conflictividad social para reducirla a la constitu­
ción de un «frente nacional» permanente contra la amenaza pri­
mero de los «enemigos de España», luego trocados por «el enemi-

,. 81 El Tratado ... , pág. 19.


82 La isla ... , págs. 201-2020. Subrayado en el original.

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36 RAYMUNDO GONZÁLEZ

go»: Haití. Esta doble continuidad -entre autoridades y pueblo,


por una parte, y entre «enemigos de España» y «el enemigo» de
República Dominicana- tiene un contenido «social» -en el sen­
tido que atribuye Peña Batlle a esta nación- que se expresa par­
ticularmente a través del enfrentamiento armado. Se descontex­
tualiza la situación histórica para resaltar la fiereza de los enfren­
tamientos. 83 A continuación la asimilación de aquella lucha ar­
mada en los inicios de la colonización francesa como una caracte­
rística básica de la sociedad-territorio, proporciona una justifica­
ción histórica de la matanza perpetrada por el régimen trujillista
en 19 3 7. La asociación se asegura constantemente subrayando la
continuidad de esa «lucha social» y su carácter «inconcluso».
En realidad recurre a una imagen de lo nacional por fuera y
por encima de lo social. En esa visión «los dominicanos» actúan
-en una brillante muestra de disciplina- como un solo bloque
tras el líder espiritual que encarna el sentimiento de <<la hispani­
dad», representado por su autoridad. A eso queda circunscrita la
actuación del pueblo-territorio, que no conoce otra voluntad que
ajustar su comportamiento a las opiniones de su autoridad, sea ésta
eclesiástica, político-militar o social.
No es por casualidad que sea en este nivel don<le se producen
todos los acontecimientos de orden interno -odios, intrigas- a
veces detalladamente referidos. Queda excluida cualquier observa­
ción sobre los grupos sociales explotados, nivelados por su arbi­
traria categoría de sociedad. La mención de los esclavos es sólo
para identificarlos a Haití -y al tremendo enfrentamiento entre
y
haitianos dominicanos-, o en el mejor de los casos para descartar
la importancia que tuvo esta institución social en la isla Española.
No hay ninguna mención de las sublevaciones de esclavos que pre­
cedieron y sucedieron a la rebelión de Enriquillo. Mientras que
esta rebelión es asociada con la resistencia frente a los ocupantes
franceses de una manera realmente artificiosa. 84 Pero esa exclusión

83 <<Era, sin embargo, difíci1 salir vivo de aquellos encuentros, en los que los
hombres se portaban como fieras. ( ... ). La guerra se hacía sistemáticamente a
muerte». Ibídem, págs. 227-228.
84 Ibídem, pág. 231.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 37

arrastra consigo los procesos demográficos, económicos y sociales


en general. En esto su concepto se aparta del de Américo Lugo,
quien prestó atención a la dinámica demográfica en función de fac­
tores políticos y económicos.
Con relación a las configuraciones sociales, todo su empeño
está puesto en no reconocer más distinciones que los caracteres
definidos por los personajes individuales. Asume una visión psi­
cologista de la historia, con lo que asegura una visión heroica com­
patible con la exaltación nacionalista que procura sostener. No
hay clases sociales por definición. Pero este arbitrario proceder
tiene consecuencias. Por una parte, la única fuerza de cohesión
posible de esa sociedad-territorio es la amenaza externa: la pre­
sencia del enemigo como una entidad cuasi demoníaca, a la que
tiene que apelar incesantemente. Esa sobredimensión, apenas deja
espacio para la vida propia de la sociedad: «La colectividad do­
minicana no tuvo reposo ni espacio moral para darse a la tarea
de su propia formación. Vivió · como le permitieron los otros
que viviera: en la agonía de no perderse para siempre. Perdernos
era dejar de ser españoles». 85
La relación entre nación y sociedad, que supone la supedita­
ción de la segunda a la primera, se traduce en el escaso margen
para entender el funcionamiento interno de la sociedad-territorio.
No hay más que caracteres, funciones y jerarquías. La existencia de
tales caracteres daría la medida de los hombres destacados en esa
sociedad: su virilidad, arrojo, dotes de autoridad, o por el con­
trario, su vileza, perversidad, etc. De ello proceden diferentes con­
flictos que aquejan la sociedad-territorio; frecuentemente. se en­
cuentran en lucha los caracteres nobles con los perversos; 86 son
casos paradigmáticos: el arzobispo Dávila Padilla frente al gober­
nador, capitán general y presidente de la Audiencia, Antonio Oso­
rio, en los años finales del siglo XVI; o el caso de Montemayor de

85 Peña Batlle, El Tratado ... , pág. 19.


86 Por ejemplo: <<El Presidente Peñalba sólo desarrolló un programa:
destruir por todos los medios posibles la obra material de gobierno realizada por su
antecesor, y con ella el prestigio de Montemayor de Cuenca», Peña Batlle, LlJI
isla.:�, pág. 193.

Tomo XLVIII.
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38 RAYMUNDO GONZÁLEZ

Cuenca 87 frente a un haz representado por el arzobispo, 88 los oido­


res y el presidente de la Audiencia, el conde de Peñalba, y don
Rodrigo Pimentel. 89
Resultado de lo anterior, la sociedad-territorio se disuelve en
una concepción psicologista de la historia. 90 La materialidad de
esta dimensión se revela en el héroe y su contrincante, en la fuerza
de su confrontación y su enorme impacto en la configuración de
la· realidad. Pero la razón de ese conflicto que compacta a toda la
sociedad tras los individuos que encarnan la nación, está dada en
un nivel distinto de lo propiamente material.

2. La dimensión espiritual de lo nocional está formada por


la cultura, entendida como «molde» social -«forma social», es­
cribe Peña Batlle-, que por extensión abarca las letras, las artes,
las ciencias, así como sus instituciones (la escuela, seminarios, uni­
versidades); pero también los actos cotidianos, ya sean compor­
tamientos religiosos, hábitos alimenticios o manera de vestir. La
cultura, pues, define patrones de comportamiento, estéticos, mo­
rales, etc., inmutables, fijados arbitrariamente. No sólo la cultura
no es un proceso dinámico, un quehacer creativo y colectivo, sino
que se la desfigura para aparecer como simple mimetismo, repro­
ducción inevitable de lo dado en este caso por el término domi­
nante que es el Imperio. Así entendida, la cultura no es más que
lecho de Procusto que constituye la mirada del poder, a la que
forzosamente tiene que acomodarse lo dominicano. Pero en su

87 «La llegada de Monte mayor al gobierno en 1653 produjo el mismo ef ect�


del guijarro que cae en las aguas estadizas de un remanso, pues estaban todos1
acomodados a las facilidades, dejadeces e imbecilidades de •los Pérez Franco (el
Presiden�e anterior, R. G.), y cada uno vivía en el cotejo de sus intereses par­
ticulares, sin preocuparse mayormente de la cosa pública ( ... ). El hombre era duro.
recto, honrado y valiente, y todos lei tenían miedo�. Ibidem, págs. 190-191. El
subrayado es nuestro.
88 «De los apurados por irse (. .. ) fue el Arzobispo Francisco Pío de Guada­
lupe y Téllez, cobarde, insidioso e intrigante. Luego se defendió (...), acumulando
odio y veneno sobre Montemayor». Ibídem, pág. 187,
89 «Bribón redomado, al decir de Utrera, contrabandista, usurero, rico, so­
bornador, por cuyas manos pasaban todos los resortes de la vida coloniaJ1, y sin
cuya anuencia era difícil el gobierno». Ibídem, pág. 191.
90 Esta concepción psicologista de la historia le permite obviar los procesos
sociales que están involucrados en los hechos que refiere.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 39

determinación más estricta, la noción de cultura en Peña Batlle


remite a una forma de control social.
Refiriéndose a las formas religiosas y culturales de la cons­
titución dominicana, señala cómo su contenido social reflejaba la
«influencia del Patronato» y la Contrarreforma: la «aplicación
estricta y exigente» de las resoluciones del Concilio de Trento y
el Patronato indiano fijó el carácter al «gobierno canónico de las
Indias»; con su aplicación la corona castellana no sólo modeló
las instituciones sino los prejuicios y sentimientos de la colectivi­
dad dominicana durante su formación. «De aquellas formas de
gobierno tenía que surgir necesariamente un sistema de cultura
y una manera de vivir adecuados a las modalidades de la
administración». 91
Esto implicaba encerrar la cultura en una forma definitiva
alcanzada en una situación pasada, que Peña Batlle parece iden­
tificar con el catolicismo colonial. Los valores que reflejan la visión
del poder se resuelven en <<forma cultural>> sin mediación alguna:
se traducen en «prejuicios tradicionales». La sociedad no inter­
viene sino como receptora. Todavía más: la cultura se acata del
mismo modo que una ley, cuando no, la cultura se aplica sobre el
colectivo social. La sociedad no cuenta para crear la cultura sino
para actuar conforme a lo establecido de antemano por leyes y
resoluciones desde el poder, lo que confiere un sentido restrictivo
y autoritario a esta noción de cultura.
Una vez dado el contenido estático de la cultura, con esta
noción cabía oponer en términos ontológicos los pueblos domini­
cano y haitiano, sin necesidad de apelar, de primera intención, al
racismo: «El dominicano no podía vivir ni comportarse como
vivía y se comportaba el haitiano. El uno y el otro procedían de
formaciones muy distint.as. No es necesario detenerse en distingos
raciales para seguir adelante en este orden de ideas. El dominicano
había construido su sentido de grupo en un mundo de valores y
jerarquías sociales de carácter netamente español; el haitiano,
por el contrario, representa, como tipo social, la negación de todos

91 Peña Batlle, El Tratado ... , págs. 16-17.

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aquellos valores». 92 La alternativa era la perdición: «Perdernos


era dejar de ser españoles» -dice-. En consecuencia, el racismo
aparecía mediatizado dentro de esa noción cultural, aunque esa
atenuación va cediendo a medida que avanza en su teorización,
hasta llegar incluso a negarle calidad nacional al colectivo
haitiano. 93
Pero, además, esa noción ofrecía la posibilidad de introducir
la iinpugnación de Hostos extendiéndola a todo el pensamiento
liberal, incluso más allá de nuestras fronteras. Según su planteo,
los movimientos de independencia en América Latina se produjeron
a despecho del liberalismo, <<cuando les maduró su conciencia»
formada en los modelos imperiales; a lo sumo, el liberalismo
proporcionó un «molde político» a la independencia. 94
Al disminuir el papel de la ideología liberal que dio sentido
al movimiento Trinitario y a todo el viejo liberalismo nacional
-la tradición de pensamiento liberal anterior al de signo hos­
tosiano-, de paso descartaba toda contribución del liberalismo a
la conformación nacional. Considera que la independencia domi­
nicana dependió no de un ideal político sino de «un definido sen­
timiento de cultura». Fue un movimiento instintivo, hallándose
los dominicanos «obligados por necesidades apremiantes de pre­
servación cultural, para resguardo y defensa de las formas de
nuestra vida social propiamente dicha». Y puntualiza sobre el
término cultura: «Téngase presente que la palabra cultura se usa
aquí en su más estricta acepción sociológica»; 95 esto es, los pre­
juicios del hispanismo y del antihaitianismo de las clases domi­
nantes -exacerbados desde principios de siglo-- que en su
«sociología» se extienden a todos los grupos sociales dominicanos
de todas las épocas.
92 Peña Batlle, M. A.: Prólogo, en: Emiliano Tejera. Antología, Ciudad Tru­
jillo, 1951. pág. 21. Nótese que las ventajas de esa noción de «cultura» propia de los
defensores de ta «diferencia», ya eran conocidas para nuestro autor.
93 Es el máximo empeño de la obra que dejó inconclusa: «Pensamos (. ..):
que el solo hecho de la necesidad de conquistar por la fuerza la condición básica
de hombre, (. .. ) significa en un grupo social la ausencia completa de toda caracte-4
rística de nación». Peña Batlle, M. A.: Orígenes del Estado Haitiano (1954), en:
Ensayos históricos, Santo Domingo, 1989, pág. 179.
94 Ibídem, págs. �4 y 52.
95 Peña Batlle, Emil'iano .. ., pág. 20.

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3. Junto a los caracteres analizados más arriba, la jerarquía


es un elemento interno de la unidad analítica sociedad-territorio
en el concepto peñabatlleano de lo nacional. Ella remite a la cues­
tión del orden, noción clave del pensamiento conservador. Peña
Batlle se esfuerza en presentar este orden como un sistema reli­
gioso de convivencia en el que no existen mayores contradicciones
sociales y del cual se exluye todo signo de explotación; no duda
en negar el carácter colonial de la dominación española: «El sis­
tema de la colonización propiamente dicha o de la explotación no
es engendro español, ( ... ) España creó su Imperio a través de un
sentimiento religioso. ( ... ) España no fomentó colonias ni fundó
Compañías privilegiadas de colonización. Confundió sus esencias
con las de las regiones adonde llegaba para hacer de ellas provin­
cias y entidades, que luego se convirtieron en naciones a su seme­
janza. España civilizó medio mundo sin explotarlo. No tuvo el
genio comercial de los pueblos protestantes, pero sí incomparable
sentido de convivencia». 96
Este orden, al igual que los individuos descollantes de la so­
ciedad-territorio que actúan guiados por un sentimiento cultural,
tiene conexión con la dimensión espiritual. Las manifestaciones
concretas del orden pueden verse en derecho privado y público,
así como en el derecho entre las naciones, el derecho internacio­
nal; w pero la fuente de este derecho, remite al punto cardinal:
el estado. Para el caso de la noción histórica que nos ocupa, Peña
Batlle ubica señaladamente esa fuente en el estado imperial católico
de Carlos V y Felipe 11.
Detengámonos un mo1nento en el problema del estado. El
planteamiento de la cuestión en el pensamiento social dominicano
se debe en primer lugar a Hostos y a Américo Lugo. Ellos enten­
dieron, como momento decisivo de la formación de un estado de­
mocrático, la asunción efectiva por los ciudadanos de las nociones
del deber y el derecho sociales inscritas en una moral racionalista.

96 Peña Batlle, La isla ... , págs. 220-221.


97 La importancia que le, concede en el plano histórico también la prestó
en �.us funciones como canciller, hasta el punto que se denominó como da diplo­
macia extravertida>.

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Este concepto otorgaba primacía a la iniciativa de los individuos


como expresión del desarrollo de la sociedad, antes que a las insti­
tuciones puramente estatales. Sin que entremos a analizar esos
conceptos, cabe anotar que la relación entre sociedad, nación y
Estado, ya había sido establecida en una solución democrática por
l-Iostos desde finales del siglo XIX. La solución autoritaria que
da Peña Batlle a esta relación es lo que veremos de inmediato.
Para ser legítimos, el orden y la jerarquía que supone deben
tener sus fuentes en la tradición. Todo orden ha de estar justificado
en la historia. Si bien los elementos de su concepto nacional son la
sociedad-territorio y la cultura, la nación supone la articulación de
esas dos dimensiones. Pues bien, esa correspondencia viene dada
'constitutivamente', esto es, de manera originaria, aunque está
sometida a contingencias temporales, históricas. A ella se refiere
la noción fundamentalísima de tradición.
La tradición como categoría abstracta en Peña Batlle, pero
también en el pensamiento conservador, equivale a esa corrts­
pondencia a la que se atribuye carácter originario y esencial. Esos
dos atributos no son casuales: rota la unidad inicial, entonces la
tradición estaría en el fondo de cualquier actuación consecuente
de la sociedad o los individuos sobresalientes que la encarnan para
restituirla. Como expresa en un arranque de inspiración:

«Eso sí ha sido duro y consistente. A ese hueso sí que no


pudieron hincarle el diente ni ingleses, ni fr.:inceses, ni holandeses,
ni herejes, ni negros, ni bucaneros, ni filibusteros, ni malandrines,
ni ladrones. Eso ha persistido ·y persistirá, porque se nutrió de la
más pura leche imperial, de la que amamantó a Carlos V y a Fe­
lipe II. Eso persiste porque es brote de la perenne semilla hispá­
nica que aquí sembraron los dominicos, los Casas, los franciscanos,
los Ovando, los Ramírez de Fuenleal, los Alonso Suazo, los Fuen­
mayor, Los Montemayor de Cuenca, los Solano y Bote, los Joaquín
García. Eso persiste porque lo inmortal no muere, porque Cer­
vantes, Santa Teresa y Fray Luis pudieron escribir en Santo Do­
mingo, a la sombra de nuestras piedras ilustres, sus obras eternas.

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Eso persiste porque aprendimos a hablar en español a sentir en y


católico, porque nos amparó la Contrarreforma y somos los causa­
habientes lejanos, pero los mejor probados en América, de aquella
magna e invencible concepción religiosa y política que salvó para
siempre a lo hispánico del naufragio y el hundimiento». 98

Pues bien, rota la unidad originaria (por las contingencias


históricas), una vez hallada (gracias a la heroicidad de algunos in­
dividuos sobresalientes guiados por su sentimiento de cultura) toca
al estado asegurar la correspondencia entre sociedad-territorio,
en cuanto dimensión material, y la cultura, en cuanto dimensión
espiritual. Vale decir, el estado perpetúa la tradición que otorga
consistencia a la nación. Aplicar esta noción a las situaciones his­
tóricas, implica matizar el enunciado anterior: El estado debe ase­
gurar en su duración, es su obligación, su función, la tradición
que mantiene cohesionadas las dimensiones material y espiritual
de la nación. Perpetuar la tradición es mantener la esencial de la
nación, lo que dejaría espacio pa�a elevar su bienestar material y
espiritual; como instrumento, el estado es voluntad y fuerza eje­
cutoria para reponer en su cauce nacional a la sociedad.
Conforme a este concepto, tras cobrar «carácter social la mu­
tilación de Osario», la acción del Estado imperial en el siglo XVII,
dio consistencia a la frontera: «( ... ) una evidencia ya· concluida
en 1680 (... ) es la de que en esa fecha la ocupación francesa
encontró un límite, que no sobrepasó jamás». Los bucaneros­
filibusteros habrían conseguido en la segunda mitad del siglo XVII
«destruir las vías de comunicación del Imperio español y aniquilar
su comercio. El Tratado de Utrecht de 1713 es hijo de los buca­
neros-filibusteros con todas sus implicaciones y consecuencias, pero
este conglomerado tan activo y tan duro no pudo destruir ni el
espíritu ni el país de los dominicanos. Lo español-dominicano,
prendido en la parte oriental de Santo Domingo, resistió y super­
vivió por obra de su propia consistencia». 99 En 179 5, con la cesión

98 Peña Batlle, La isla.... pág. 222.


,- 99 Ibídem, págs. 234-235.

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a Francia de la parte oriental de la isla, se inicia el período de la


desnacionalización. La influencia de la Revolución Francesa y de
la Revolución Haitiana son los dos agentes inmediatos. El Tratado
de Basilea envuelve la «tragedia de Santo Domingo», y es en sí
mismo un hecho antínacional por su inconsecuencia con la tradi­
ción. «Si se tiene en cuenta -escribe Peña Batlle- el contenido
catastrófico de los reinados de Carlos IV y Fernando VII y todo
el daño que le causaron a España, nada de sorprendente se encon­
trará en la tragedia de Santo Domingo». 100
Se produjo desde entonces la disociación entre los factores
que componen la nación y, por tanto, la tradición quedaba sepul­
tada. Detrás de toda acción sensata, por ejemplo, la independencia
nacional, no podía haber otra cosa que una vuelta a la tradición
para así sacar a flote la nacionalidad. Después de Juan Sánchez
Ramírez, le cabe el mérito a Pedro Santana: «Si se coloca el fondo
de la independencia dominicana en su justo sentido social de re­
conquista contra la influencia de Haití y de regreso a la valoración
hispánica de nuestra nacionalidad, necesariamente se llegará a
la conclusión de que el caudillo no sólo no traicionó a su país
sino que trató de consolidar sus cimientos sociales con la anexión
a España». 101
La influencia racionalista y positivista en los dirigentes domi­
nicanos contribuía a debilitar las fuerzas espirituales de la tradición.
Lo peor fue la influencia hostosiana que planteó la educación ra­
cionalista y la descentralización como vías para realizar el ideal
nacional. Pero si fracasaron en ese empeño se debió, a los ojos de
Peña Batlle, a que no era la sociedad la que podía regresar por
sí sola a sus cauces originarios hispánico y católico, puesto que ella
se hundía en «el caos de la anarquía» y todo el país en «el des­
orden y la incapacidad de gobierno». Esa tarea no podía realizarse
sin el concurso de una voluntad suprema que encarnara la tradi­
ción, concentrando en sí misma toda la fuerza necesaria para res-

100 Peña Batlle. El Tratado .... pág. 12.


101 Peña Batlle, Emiliano .. . , pág. 26.

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 45

catar las esencial de la nacionalidad. Por supuesto, Pefia Batllc


ha identificado esa voluntad en Trujillo. 102
Según esto, desde el Tratado de Basilea, pues, había desapa­
recido el Estado que se apoy· aba en la tradición. Con ello se había
puesto en peligro la existencia de la nación. Si bien la independen­
cia de 1844 respondía a un imperativo dictado por la «cultura»,
todavía faltaba la presencia fundamental del estado que mantu­
viera cohesionada esa cultura con la sociedad-territorio. Por falta
de un estado el problema nacional -que consistía en el descoyun­
tamiento de sus dos dimensiones- no tenía solución. Esto fue
lo que aportó el despotismo trujillista:

«La nación se encuentra a sí misma, después de un largo pro­


ceso de desarrollo material y espiritual, en las formas finales de
su organización política. que son las del Estado. La nación es
historia y tradición, el Estado es derecho y objetividad legal_. (... )
La convivencia de un grupo nacional descansa sobre la eficacia de
la ley, y ésta no podría resultar útil sino cuando descanse, a su vez,
sobre el principio de autoridad bien entendida. La causa eficiente
del Estado, es pues, la autoridad acatada y respetada. Del respeto
a la autoridad dependen el orden y la disciplina sociales, factores
ínsitos en el progreso de un país. Nuestros pensadores políticos
echaron de menos siempre en la vida pública dominicana la cohe­
sión de sentimientos que hace viable una máquina administrativa
nacional. Eso equivalía, precisamente, a la ausencia del Estado,
porque éste no se concibe sino como medio de expresión de un
ideal nacional definido v concreto». 103

102 «La única Revolución posible en Santo Domingo la hemos visto realizarse
ya. Ha sido el resultado de una genuina comprensión de nuestras esencia3 sociales
(. .. ). Eso no se ha obtenido con los maestros de escuela, ni por vías de de.scentraU­
zación ficticia y teórica. El resultado social y político en que nos encontramos es,
por el contrario, obra de una sola voluntad creadora, de una suprema concentración
de energías, de una imprescindible concentración de tiempo y de una fe ciega
en los destinos de la Nación: todo eso es Trujillo». Peña Batlle, Semblanza ... ,
pág. XXV.
,- 103 Peña Batlle, Política ... , págs. 194-195.

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46 RAYMUNDO GONZÁLEZ

Ese estado había sido creado nuevamente. Pero no desde la


sociedad, inmersa en el caos y la pobreza, como habían pensado
los hostosianos. Sucede al estado lo mismo que a la cultura que
resultaba de una voluntad exterior, impuesta por la providencia.
Así se cerraba el circuito de toda la construcción peñabatlleana
de lo nacional: colocando a Trujillo como el «creador» del estado
y resolviendo definitivamente «la tragedia» nacional. Se consagraba
así ·e1 estado despótico como la forma adecuada para conseguir
el progreso y el bienestar.
Peña Batlle colocó al estado en el centro de su concepto na­
cional, que concibe como instrumento. Desde el estado se orga­
nizaría la sociedad mediante la fuerza y el consenso, implantando
instituciones a las que se obligaría a adaptarse a la sociedad. Exac­
tamente era la relación contraria a la propuesta por Hostos, quien
partía de la formación de los hombres y no de su domesticación,
para alcanzar la constitución de un estado democrático, distinto
al existente entonces en el país de carácter oligárquico. El estado
despótico orquestado por la dictadura, aseguró el dominio de
un bloque de poder estatal y la sujeción del estado al sistema
imperialista.
Aparte de las premisas subjetivistas en que se apoya ese
concepto, el planteamiento no parece ofrecer mayores dificultades.
Visto en general, su esquema lógico es sencillo y cerrado. Pero su
montaje en términos históricos resulta, como consecuencia de las
premisas que lo sustentan, necesariamente artificioso y fraudu­
lento. Ni la sociedad ni la cultura ni el estado podrían reducirse
a los términos planteados por Peña Batlle, puesto que sus premisas
rechazan cualquier confrontación empírica. Su valor y significado
reside en haber superpuesto esta solución teórica conservadora,
«libre» de impurezas liberales al debate procedente de la herencia
ideológica hostosiana. Ciertamente, tenía en favor suyo el hecho
de que el debate había sido cerrado ya mediante la integración
de un contingente importante de los intelectuales liberales al ré­
gimen. Pese a todo, su propuesta de ajuste ideológico entre pro­
yecto nacional y dominio despótico, por varias razones, no fue
universalmente seguida por el conjunto de los intelectuales tru-
Anuario de Estudios Americano,
630

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PEÑA BATLLE Y SU CONCEPTO HISTÓRICO 47

jillistas, y hasta el final de la dictadura las concepciones libcrJlcs


hostosianas se entremezclan con los postulados ad hoc de la dic­
tadura, dentro de los cuales se encuentran, desde luego, las formu­
laciones peñabatlleanas.
En este sentido las elaboraciones históricas de Peña Batlle
no representan la continuidad del debate liberal sino su cierre
autoritario. Abandonada la preocupación por la cuestión nacional
con sentido democrático, vemos a un Peña Batlle que falsifica a
Hostos, imputa y silencia a Lugo, obvia e hipertrofia informaciones
históricas que tiene a la mano, con gesto autoritario en la impu­
nidad que garantizaba el estado despótico. A la justificación his­
tórica y política de ese dominio apostó todas las fuerzas de su
genio. Aun dentro de la misma racionalidad burguesa esa reflexión
resulta un sofisma viciado por sus prejuicios. La conceptualización
histórica de la nación dominicana elaborada en los estudios de
Peña Batlle, deliberadamente no ofrece otra salida que el
despotismo.
Mueve a la reflexión, empero, que bajo el mando intelectual
con que lo cubrió Peña Batlle, el prejuicio antihaitiano siga siendo
exaltado en la República Dominicana a la categoría de «esencia
nacional», actuación que no puede ocultar sus propósitos políticos
reaccionarios; cierto que esto es posible porque queda más de un
prejuicio de herencia despótica en la mentalidad dominicana. De
esa manera seguirá siendo su concepto histórico de la nación
dominicana un recurso del pensamiento antidemocrático.
Pero por esa misma razón el debate sobre el proyecto y la
construcción nacional sigue abierto y no donde pretendidamentc
lo situara Peña Batlle.

RAYMUNDO GoNZÁLEZ

1' omo XLJ'JJI


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