Los Delirios Creíbles
Los Delirios Creíbles
Los Delirios Creíbles
Año 4- Vol.2 Nº 3
PSIQUIATRÍA FORENSE
SEXOLOGÍA PRAXIS
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"El furor es cruel, agua que desborda de la cólera... ¿mas quién resiste ante la envidia?"
Proverbios 27,4
Introducción
A raíz de la práctica forense comencé hace algunos años a pensar sobre la problemática en torno a estos delirios que
llamo "creíbles", y escribir algo esclarecedor y de carácter funcional tanto para juristas como para médicos respecto de
esta difícil y compleja patología.
En efecto, los numerosos pedidos de Habeas Corpus con fundamento querulante, las cuantiosas "falsas denuncias", el
examen detallado de personajes que litigan portando tal patología, la dificultad de internación de los mismos, etcétera,
etcétera, me hicieron concebir la tarea de escribir dichas reflexiones, repito, con criterio funcional y utilitario de tan
escabrosas cuestiones médico-jurídicas a que nos llevan los delirios paranoicos.
Es notable advertir que los avances de tan complicada materia en el plano de la Justicia son paralelos o similares a cómo
se generó la investigación de la misma en la evolución del pensamiento médico psiquiátrico.
En efecto, a partir del momento en que desde la nosología psiquiátrica se produce un espacio para el estudio de la
paranoia como un trastorno judicativo severo, lúcido, verosímil, ausente de alucinaciones y con un gran sustentaculum
afectivo en su tronco estructural, creo que se inicia una nueva época para la investigación y desarrollo de las
alteraciones mentales.
Es difícil conocer cuándo se produce este momento en el decurso de las ideas psiquiátricas. Sin embargo, basta saber
que casi siempre la locura estuvo históricamente ligada a lo extravagante, a lo bizarro y a lo inverosímil. Por ello quizás
se tardó un tiempo considerable para que la llamada "locura razonante" (folie raisonnante) fuera investigada con método
y sistematización y se empezara a concebir científicamente. Muchos disparates lógicos también eran peligrosamente
creíbles por la poderosa fuerza afectivo-emocional que los sostenían.
Se advirtió con sorpresa y alarma que la verosimilitud de los delirios paranoicos podía también mover multitud de
voluntades y personas.
La escuela francesa, por citar a algunos, con Pinel (1745–1826), Esquirol (1772–1840), Lasegue (1816–1883) y Falret
(h) (1824–1902), Magnan (1835–1916) y J. Séglas (1856–1939), consiguió avances notables. Con Sérieux y Capgras,
Genil Perrin y G. De Clérambault (1872–1924) logró su culminación.
Demás está decir el enorme aporte que realizó la escuela alemana con Gaupp (1870–1953, Griessinger (1817–1868),
Kalhbaum (1828–1899) y Kraepelin (1856–1926).
En Argentina los estudios de la paranoia comenzaron con José María Ramos Mejía(48) y más recientemente
continuaron con Nerio Rojas, P.E.F. Bonnet (1905–1983), Capelli y Horacio San Martín. Con Vicente Cabello (1901–
1986), según creo, alcanzaron su máximo exponente.
Las recientes nomenclaturas, tanto el DSM-IV(20) y el CIE-10(16) abarcan una descripción que no agota la totalidad
del problema para estos delirios desde el punto de vista clínico. Sin embargo, alertan respecto de su epidemiología. Les
otorgan una prevalencia del orden del 0.03%, pero no se discrimina dicho índice entre los diversos subtipos: la CIE-10
(OMS) incluye en los "trastornos delirantes persistentes" la paranoia, la parafrenia y el delirio sensitivo de
autorreferencia.
Estudiaremos ahora el trastorno, distinguiendo a modo didáctico las distintas perturbaciones en el área intelectual,
afectiva y conativo-pulsional de la personalidad. Desarrollaremos los rasgos clínicos más relevantes, advirtiendo que los
mismos se producen simultáneamente en cada área junto con las alteraciones psicopatológicas que se imbrican en ellos.
Área intelectual
Como la paranoia es una "locura razonante", el grupo de ideas delirantes con los postulados antedichos adopta la
expresión discursiva de un sistema verosímil y carente de elementos semiológicos objetivables como las
alucinaciones,(23, 24, 35) que hagan factible de manera más o menos sencilla un diagnóstico certero. Lo único extraño
o absurdo resulta ser la ostentosa manera que posee el enfermo de defenderse y atacar por medio de sus ideas.
Para lograr que su código de defensa y ataque funcione, como luego veremos, deberá primero falsificar el silogismo
lógico. Luego tendrá que vigorizar afectivamente sus equívocas conclusiones para transformar posteriormente la
mentira de sus afirmaciones en algo creíble. Finalmente pasará a la acción.
Todo el ciclo comporta un camino novedoso de la adulteración de la verdad, pero, curiosamente, realizado por la vía
lógica, por lo cual adquiere un sentido de gran verosimilitud y credibilidad.(60)
En efecto, en el fragor del discurso delirante, un profano y a veces no tan profano puede no darse cuenta de la colosal
perturbación del juicio crítico.
El paranoico desvirtúa —como el sofista— uno o dos términos de lo más jerarquizado que poseemos en la escala del
pensamiento humano, cual es el silogismo que posibilita el razonamiento inductivo-deductivo.(31, 11)
Veamos, en el silogismo válido si el concepto A es igual a B, y este B es igual a C; es probable que A pueda ser
equivalente o similar al concepto de C.
Representa un tránsito intelectual del razonamiento y del proceso cogitativo espontáneo y normal del hombre, usual en
las demostraciones científicas y técnicas. En la judicación alterada del paranoico no está perturbada la captación de las
premisas, pero se desvirtúa el razonamiento porque se brindan conclusiones erróneas.
Un paranoico litigante me decía ansioso y confidencialmente de un Juez de Instrucción: "¡Doctor, lo veo cuchichear en
los pasillos con el Secretario!" (primer término). "Los dos saben que han querido matar a mi suegro" (segundo término).
"No cabe duda que hay un complot para encerrarme por loco" (tercer término). (Causa Penal Nº 33.760).
En el primer término tenemos logrado un percepto exacto y normal ("los veo") por el que se transita a un segundo
término donde se filtra un fuerte componente afectivo ("saben que han querido matar a mi suegro"). Ello nos conduce a
un tercer término erróneo ("complot") por medio de una generalización de una idea que demuestra para sí mismo la
presencia de una "evidencia clara" y convincente, aunque desatinada.
Las premisas iniciales poseen lo que Dromard y Schneider atribuían a la percepción delirante primaria: percepción
normal atribuida a una interpretación o inferencia equivocada de la realidad, por la mediación de un criterio
afectivo.(18)
La mayoría de los tratadistas(49, 27, 34, 35, 41, 45, 52, 57) coinciden en afirmar que el paranoico posee una
megalomanía feroz y una idolatría de su ego plasmada en un narcisismo salvaje hacia su persona. Por lo que he
estudiado, este narcisismo esencial en la enfermedad posee un fuerte componente de envidia para con el que puede ser
mejor o está en vías de serlo.
La vanidad del paranoico es desviada y perversa; posee siempre un principio de envidia, de odio y voluntad de triunfo,
cuyo resultado final es el despotismo de la persona para con los otros (Genil Perrin, op. cit. págs. 202–27). Ello se
agrava si en el medio existe dinero y/o poder.
El agravio del Yo patológicamente insuflado o infatuado busca la vía exutoria de la globalización del silogismo, para
demostrar, fundamentalmente, que se le ha infligido una "ofensa e injusticia". Cuando ésta se ha registrado, mueve el
Yo, centrípeta y centrifugamente, hacia la realidad, porque es autorreferente y posee la fuerza conmutadora del
afecto.(8)
Necesita vitalmente que sea cobrada, porque el paranoico es un "recaudador de injusticias" y no un mero coleccionista
de iniquidades.(52)
Ahora bien: para deslizarse y correrse del silogismo válido hacia el falso, por la presencia de una "ofensa e injusticia"
consecuencia del Yo lacerado, debe hallarse durante el proceso perceptual, y de manera constante, la idea de un
"descubrimiento" que intuitivamente no puede dejar de soslayar.
Aclarémoslo. De un modo muy rudimentario, el paranoico se coloca ante el mundo como un creador intelectual. Los
autores que han estudiado la mente creativa humana (entre ellos, Koesler) sostienen que el descubrimiento intelectual
novedoso y original se logra "por encontrar una analogía allí donde nadie antes la había visto".(10, 36)
El paranoico, como veremos, también descubre "analogías y evidencias", pero la patrimonia para la reivindicación de
las ofensas e injusticias que han lastimado su orgullo y envidia. En el caso del real creador, existe conciencia de la
novedad registrada y de que ésta deberá someterse todavía a sucesivas y rigurosas pruebas, propias del método de la
investigación científica.(7, 10, 59)
Vayamos a los ejemplos clínicos tomados de nuestra tarea cotidiana en el Cuerpo Médico Forense.
Un abogado de 32 años, tan inteligente como delirante, encontró analogías entre ciertos llamados telefónicos
equivocados registrados en su Estudio con lo que creía era un "complot" pergeñado por el amante de su ex mujer.
Simplemente interpretó que este señor lo estaba "amenazando" (sic). Indignado, querelló y estableció la denuncia en un
Juzgado Federal, el cual habiendo estudiado seriamente el caso, concluyó que el causante podría tener razón, pero no
existían (como era obvio) pruebas o culpables evidentes. Entonces, el ofendido "descubrió" que el propio juez "estaba
en su contra y metido en el complot", y le inició un juicio político que naturalmente no prosperó (Causa Nº 55.575).
De manera similar elucubró y actuó contra mí una paranoica internada en mi Servicio (N.S., HC Nº 69.239) porque le
modifiqué la medicación; no vaciló en denunciarme por "tentativa de homicidio" (!?). Me explicó luego que había
actuado por una "corazonada" (palabra que quedó grabada en mí durante muchos años): constituía para ella la evidencia
de una intención mía macabra. Del mismo modo, cuando el juez no halló culpables, el abogado interpretó "la evidencia
del complot". Las "evidencias" descubiertas por las analogías y coincidencias no son fortuitas, pues para el paranoico ha
desaparecido el azar, y se prodigan en los "momentos fecundos" del delirio.(22)
El temple delirante en que emerge, como luego veremos, da fe a la intuición morbosa que, como dijimos, el enfermo no
puede soslayar desde la lectura que realiza de la realidad. Pero para el ejercicio del sano juicio o "frónesis" (como dice
Mario Bunge) es necesario para que la intuición no se convierta en caóticamente invasora.(11)
La claridad y transparencia de la intención malvada "descubierta" tiene que fraguarse en una mezcla ignota de intuición
e imaginación tendenciosa unida a una chispa reveladora que descubre su verdad desde los hechos percibidos,
haciéndola evidente.
Hoy día las apasionantes investigaciones de Pierce (1839–1914) en relación al descubrimiento creador llaman a este
proceso ideacional de captar corazonadas "pensamiento aductivo". Su desarrollo excede los límites del presente trabajo.
Un notable filósofo y médico argentino, el Dr. Eugenio Pucciarelli, advertía sobre las alternativas peligrosamente
subjetivas que sufría el proceso del pensamiento frente al descubrimiento de la evidencia y la veracidad de la
misma.(45)
Pues bien, el rasgo clínico más importante en el área judicativa e intelectual del paranoico me parece que resulta del
corrimiento o deslizamiento desde la verdad hacia el error, por el tránsito cuasi legítimo de una aparente lógica formal
aportados desde la percepción normal de la realidad y por la imaginación e intuición tendenciosa. Se conjuga finalmente
todo ello en una "corazonada" salvajemente convincente que lo obliga al acto.
La intuición, magnífico acto del psiquismo para poder captar la esencia de las cosas (tal como quería Bergson [1859–
1941]),(5) también representa la manera más elegante y sutil del ser humano para justificar su pereza intelectual. Si está
tendenciosamente orientada y exaltada por la imaginación o viceversa, perturba la razón con los resultados que hemos
visto.
En condiciones normales las creencias con las que nos manejamos cotidianamente se mueven por la evidencia de la
percepción y por el proceso de nuestro razonamiento.
Creemos y llegamos a una conclusión creíble (si somos maduros) después de sopesar y valorar lo que es superfluo,
tendencioso o directamente emocional. Poseemos sí, una cierta lógica afectiva, hasta donde consideramos que ello es
válido y posible; pues si no, estaríamos judicando fuera de la realidad, como los locos o los niños. No obtendríamos más
que un antojo, un capricho o una extravagancia.
Volviendo al deslizamiento o corrimiento de la sensatez hacia el silogismo falsificado, consideramos que la paranoia
representa un delirio interpretativo sistematizado, creíble, verosímil, lúcido, carente de alucinaciones que justifica sus
ofensas en el plano de la acción reivindicativa. Concibe su sistema uniendo bloque ideico con bloque ideico, en una
sucesiva cadena asociativa que lo llevará al desvío del juicio crítico. Las interpretaciones acuden a su mente como una
forma de ajuste mórbido llamado a restaurar homeostáticamente el narcisismo injuriado y la envidia resultante.
Esta última sumerge al Yo en el resentimiento, sufriendo por el bienestar de los demás,(55) dejándolo solo frente a los
"beati possidentes".(8)
Emil Kraepelin (1883–1915) define la paranoia y le pone como subtítulo la palabra alemana "Verrücktheit".(35)
Pero no es casual que toda la literatura alemana y francesa escrita sobre el tema (aun hoy), cuando se refieren a la
paranoia usan este vocablo alemán para definirla cabalmente: "Verrücktheit".
En sí la palabra significa sólo "locura"; es equivalente al "nut" o "mad" o "folie". Sin embargo, el vocablo es
"verrücken", se traduce también por "correr", "empujar" o bien "deslizar",(20) que conceptualmente lo acerca más a las
consideraciones que hemos mencionado, o sea "empujar, deslizar o correr" el sentido de la verdad hacia el error.
Veremos ahora cómo se combinan estos elementos constitutivos anómalos del plano judicativo con los de la esfera
afectiva y conativo-pulsional.
Área afectiva
La Escuela Francesa tuvo la sagacidad clínica de dividir los delirios razonantes en reivindicativos e interpretativos.(57)
Los primeros, sustentados por una fuerte pasión, podrían a su vez dividirse en celotípicos y erotomaníacos: estos
últimos fueron desarrollados posteriormente por Clérambault como "delirio de ser amado" (le délire d’être aimé).(15,
25)
Los segundos, de naturaleza más elaborada y sistematizada en su grandiosidad y megalomanía, fueron denominados
"delirios interpretativos" por tener una carga afectiva fuertemente pleitista o querulante.
Genil Perrin(27) otorga a los paranoicos las características clínicas de desconfianza, susceptibilidad, orgullo patológico
y falsedad del juicio.
El mismo autor explicita que cualquiera sea la temática de las ideas erróneas (léase: celotipia, erotomanía, místico-
religiosa o de autoacusación), todos ellos poseen como fondo mental homogéneo un denominador común habitual: la
venganza y la reivindicación, pero rara vez existen formas clínicas puras.
El vigor y la fuerza conmutadora del afecto se extrae en la paranoia desde el deseo de cobrarse una "ofensa-injusticia" y
la judicación falseada se pone al servicio del Yo omnipotente.
Son muchísimas las hipótesis o conjeturas etiopatogénicas del delirio paranoico. Existen teorías constitucionalistas que
hacen intervenir factores hereditarios y/o genéticos de tipo biológico,(29, 44) que aún no se hallan bien determinadas.
Hay hipótesis psicogenéticas, como la psicoanalítica, donde jugaría un rol importante la fijación a la etapa anal
expulsiva de la libido con exaltación de los componentes homosexuales (Freud, [1856–1939])(26) y otras de índole
similar que adscriben al factor autopunitivo una vital importancia (J. Lacan [1901–1981]).(40)
Diversas teorías psicogenéticas demuestran también que en la mayoría de los paranoicos han existido antecedentes en
su historia vital de sevicias graves, crueldad paterno o materno filial o abuso emocional y/o sexual.(43)
Frente a la tremenda hosquedad, vacío interior, soledad con auto y heterodesprecio, vividos de manera constante y a
través del tiempo, unidos a un factor disposicional endógeno, es verosímil que un sujeto pueda generar un desarrollo
paranoico.(9) La entidad se forjaría con la ayuda de un buen cociente intelectual y una "espina esténica" afectiva
importante, lo suficientemente sensible y capaz de facilitar la capacidad reaccional del Yo ante la menor "ofensa-
injusticia" desde la realidad.
El trípode "megalomanía, susceptibilidad reaccional hacia la realidad y excelencia intelectual" hacen posible la
emergencia del delirio paranoico con toda su rutilancia. El afecto se conmuta al plano conductal.
En efecto, en el período de incubación del delirio el sujeto debe mantener a raya el caótico estado afectivo sufrido por la
"ofensa-injusticia" asociado al Yo narcisísticamente mortificado,(3) similar a sofrenar un verdadero "potro salvaje
interior".(45) Exteriormente disimula una normalidad aparente. Se lo observa tranquilo, tiene la semiplena prueba de los
hechos, ha observado, oído, pero calla. Sostiene un personaje social, tan vano y hueco como externamente robusto y
poderoso, sujeto a los vaivenes de una doble axiología práctica.(56, 3) Lo que está "bien" para el Yo (cobrarse las
injusticias) está "mal" para con la realidad; y viceversa, lo que está "mal" de la realidad (la ofensa) tienta al Yo para que
actúe "bien", cobrándoselas en su ejecución. Es una aventura maniquea dramática de los dos principios activos Bien y
Mal, luchando desesperadamente para adquirir el uno supremacía sobre el otro.2
La urdimbre afectiva señalada es equivalente a lo que Jaspers define como "temple delirante".(32) Representa un estado
liminar particular en el cual el sujeto puede negar aún la razón de sus emociones o bien reprimir la pasión de sus
razones. Recordemos que el vocablo fue extraído de la físico-química como temple, "punto de dureza o elasticidad de
un metal o vidrio".(19)
Pero vayamos ahora a los temas del delirio. El sujeto puede sentir celos, envidia, pasión amorosa o simplemente deseos
de venganza. Cada tema nos ubicaría frente a un cuadro nosológicamente distinto, por ejemplo celotipia, erotomanía y/o
reivindicación. Sin embargo, todos ellos guardan de común la ambivalencia afectiva vivida desde la realidad y el
menoscabo del Yo en el seno de su subjetividad. El sistema reivindicativo permanece incólume.
Se siente grande y omnipotente, soberbio y a la vez un indigente por la realidad mortificante que padece; la
megalomanía niega la afrenta, pero la realidad le recuerda su miseria. El Yo conmiserado entonces de sí mismo (valga
la expresión) no puede aguantar ni soportar más el riesgo de quedar al descubierto en su minusvalía. Debe ejercer su
venganza legitimando su odio, soltando los frenos inhibitorios de la pasión.(53, 38, 48)
Veamos un caso notable recabado también en el Cuerpo Médico Forense como el ejemplo clínico. Lo protagonizó un
personaje muy importante, de 62 años, divorciado, portador de abundantes títulos y honores, por ejemplo contador,
actuario y procurador. Se había desempeñado con relativo éxito en la Administración Pública, pero el estallido psicótico
lo hizo cuando internaron a su hija con diagnóstico de esquizofrenia. Aunque la dolencia de la misma era por demás
evidente, su metódico sistema de negación no le permitía admitir la enfermedad. Si bien ello es admisible y normal en
casi todo progenitor, en este caso particular la enfermedad de su hija era una ofensa diagnóstica que le habían
prodigado, y decidió obrar de manera querulante con decidido empaque paranoico. Conseguía con argucias la
externación y justificaba que se descompensaba porque su ex esposa le sustraía la medicación. Su discurso en el
expediente consistía en demostrar, una y otra vez, que su hija no era una enferma mental, "no podía serlo", puesto que
era "tan inteligente como él" (sic) y "la verdadera causa de su malestar la tenía su madre" (sic), etcétera, etcétera.
Durante largos años acumuló pruebas de acusación contra la esposa y contra los médicos forenses hasta que fue
diagnosticado como delirante paranoico, con lo cual el Tribunal no dio más curso a sus querellas (Causa Nº 72.566).
El paranoico acusa para no sentirse acusado y ataca para no sentirse atacado, tal es su estrategia y su método de
conducta, como dice Henry Baruk. El propio Baruk cuenta que siendo Director de la Charenton en París vivía
amenazado de muerte por un paranoico antisemita internado en el asilo. Cuando los nazis ocupan Francia, este loco
pasa a tener un jerarquizado cargo administrativo emprendiéndolo contra el científico judío, que salvó su vida
milagrosamente.(2)
Una enferma, M.T. (HC Nº 77.585), de 58 años de edad, gallega de origen, internada en mi Servicio por orden judicial
con el diagnóstico de paranoia, tuvo en jaque a su ex marido acusándolo de incestuoso y obsceno "porque se acostaba
con su hermana" (sic). Aunque jamás se comprobó el incesto, cuando la internaron psiquiátricamente la primera vez no
le pudieron constatar su delirio en base a los elementos de una verosimilitud arrolladora. La enferma consiguió su alta y
le ganó a su esposo un juicio por "privación ilegítima de libertad" (!?). La evolución demostró la terrible patología
delirante cuando intentó matar a su ex marido, al que llamaba "verdugo y gusano" (sic).
La Escolástica define la pasión como un movimiento apetitivo de los sentidos: "Passio est motus appettitus
sensitivi".(59, 1, 31)
Vicente Cabello define la pasión como una emoción prolongada en el tiempo e intelectualizada. La misma cautiva,
"invade y subyuga", guardando las características de las ideas fijas o sobrevaloradas.(13, 14, 15) Pero, ¿qué es lo que
cautiva al Yo para prolongar el movimiento emocional de una idea o de un grupo de ideas? Respondo que sólo me
queda la conjetura científica lícita de pensar que únicamente se busca en ello aliviar la tensión instintual de Vida o de
Muerte. Pues sólo el riesgo del instinto de Vida o de Muerte es capaz de movilizar la conducta en grado extremo como
lo hace el paranoico. Literalmente "se juega" la vida en el delirio.
Globalmente, se puede considerar el instinto como un organizador biológico jerarquizado, innato, que regula y es
regulado por pautas comportamentales perceptivas y comunicacionales.(37) En lo referente a la paranoia, sólo se puede
entender esta "lógica de los afectos" si se comprende que el orgullo herido coloca al paciente como si estuviera ante un
peligro inminente de muerte. De ahí su terror y su desesperación. Concibe que su accionar lo salvará, legitimando aun
más su orgullo y su odio. O sea armándose más, con mayor empaque y con mayor saña. Eso sí lo podrá reivindicar; no
la estupidez de tornarse humilde o generoso. La humildad es tan desconocida al paranoico como la culpa y la depresión
lo son al psicópata, y representan sentimientos que el enfermo no entiende ni comprende. Sólo sabe que está en peligro,
que lo siguen, lo acechan, lo acosan, y comienza a buscar adeptos. Lo hace para tranquilizarse y calmar su terror, pero
también para buscar un tercero —a veces de más jerarquía, como por ejemplo, un juez—, que le dé la razón. Ésta es
quizás la base de muchos pedidos de Habeas Corpus y falsas denuncias, como hemos tenido la ocasión de constatar en
el Cuerpo Médico Forense.
Una abogada de cierto predicamento desarrolló durante años un delirio paranoico que obligó a su internación (Causa Nº
54.535). El esposo y familia se negaron con ahínco a internarla, argumentando ante el Juzgado, la Cámara y la Corte
Suprema, la remanida fórmula de "privación ilegítima de la libertad", usual criterio de defensa tribunalicio, por demás
lamentable para médicos y jueces.
Los diferentes estadíos de terror marcarán las distintas etapas de la persecución. La vivencia avasallante que lo
vectoriza es la resultante del terror sentido desde la realidad. La querulancia, la impostación y el miedo que suscita
posteriormente a sus allegados, representará la etapa de reivindicación de su narcisismo ultrajado y deberá librar la
batalla en el avance procursivo arrollador hacia la realidad.
El terror de sentirse perseguido se verá en la observación detenida de las personas u objetos por las que registra
perceptualmente las injusticias. La fase de persecución se apreciará por la acción querulante y el uso del reflexivo "se",
"se" me ataca, "se" me persigue, "se" me acusa,(49) y a la intemperancia de sus actos. La querulancia litigiosa por el
honor ofendido son comunes hacia todo tipo de personas. Magistrados, policías, profesionales notables, etcétera. Otras
veces se observa la inducción de las ideas paranoicas por la altísima virulencia y penetrabilidad social que poseen.
Los conoceremos en tal sentido por los seguidores que consiguen por cauteloso proceder tanto de magistrados como de
médicos en estos casos. Puede ser uno solo (folie-à-deux), o dos (folie-à-trois) o muchos (à plusierus), según lo hemos
visto en la práctica forense.(39)
Área conativo-pulsional.
La voluntad de aniquilar. Su peligrosidad
La conación representa la expresión conductal impulsada desde la intención, considerada como primer acto psíquico.
Representa el ciclo completo del comportamiento, traducido en la motivación, en el acto cogitativo y la acción
conductal. Para la escuela anglosajona la conación es la fase psicomotriz de la actividad personal.(58)
La pulsión representa un proceso dinámico consistente en un impulso-carga energética, factor de motilidad que hace
tender un organismo hacia un fin.(42) Pulsión y conación se imbrican porque el Yo se moviliza si tiene carga instintual
energética, con el añadido de por lo menos una fantasía o proceso ideativo concomitante. A la vez hemos ido
recorriendo los diversos procesos en el área judicativa y afectiva en el presente estudio y hemos visto cómo la razón se
desliza o se corre de su carril normal —el silogismo— hacia la falsificación de silogismos, tornando una conjetura tan
mendaz como válida y creíble. Asimismo pudimos observar cómo la pasión únicamente se moviliza si se pone en juego
la vida y/o si se está ante un peligro eminente de muerte.
Pierre Janet (1859–1947) se preguntaba por qué las ideas se vuelven "fijas" y en cierto modo inaccesibles, hallándose
como aisladas del resto de las demás ideas.(32) Pues esas ideas fijas —respondía— actúan como paradigmas liminales
o inconscientes de la conducta, tal como ha sido demostrado hoy día por las terapias cognitivas, que se nutren de las
geniales concepciones del célebre filósofo y psiquiatra francés.
Existen perturbaciones psíquicas muy serias como la esquizofrenia, en la que la conducta está totalmente difractada de
la intención voluntaria del enfermo, predominando la bizarría del gesto, la extravagancia y las estereotipias cinéticas no
controlables. En la paranoia la conducta acompaña al sistema judicativo alterado y es coetánea y egosintónica con el
círculo pasional reivindicativo del enfermo. Representa un trastorno global desviado de la conducta no parcial o
difractado como el citado para la esquizofrenia. La voluntad concordante con la judicación desviada vuelve al sujeto
más creíble y verosímil, imprimiéndole un peligroso sesgo de impulsividad a sus actos y afirmaciones. Como ejemplo,
tenemos la procursidad de los "delirios de los inventores", parafrenia sistemática, entidad vecina a la paranoia.
Lamentablemente, el sello o la impronta del delirio se conoce al final del eslabón comportamental. Otro ejemplo
interesante lo podemos extraer de un caso que tuve oportunidad de examinar en el Cuerpo Médico Forense.
Lo protagonizó un adulto de 59 años, relojero, residente en Mar del Plata que tardó años en inventar una especie de
control remoto denominándolo "autogenerador eléctrico de bolsillo". El paciente lo trató de patentar sin éxito en Buenos
Aires. Desesperado entonces por una serie de vicisitudes y grandes sinsabores vitales (muerte de la esposa, soledad,
alejamiento de los hijos, más una buena dosis de orgullo herido), decide hacerse de dinero, pues estaba sin un peso. Para
ello no encuentra nada mejor que llegarse a la ventanilla de un banco y luego de esperar pacientemente su turno le
entrega al cajero tres elementos: una foto de la explosión de la Embajada de Israel en la Argentina, el control
(autogenerador) y una inscripción que rezaba "Dame la guita porque aprieto un botón y explotamos todos" (sic). Lívido,
el empleado le entrega mil pesos, y luego —he aquí lo loco de su conducta— el inventor toma el camino más largo y
más solitario para salir del banco, dando lugar a que siete custodios caigan sobre su persona y lo detengan. Su locura
pudo ser demostrada horas después en el Palacio de Justicia (Causa Penal Nº 59.497). El causante resultó inimputable.
Los actos delirantes paranoicos chocan finalmente con la realidad porque dramatizan en el escenario de la misma el
conflicto subjetivo e interno que tiene el enfermo para salvar su Yo desmedrado. Para reafirmarlo debe —como
dijimos— legitimar su odio y ahondar en el proceso o destrucción y aniquilamiento.
Otro caso clínico de lo antedicho lo pudimos observar en el Cuerpo Médico Forense. Se trataba de un hombre de 47
años, oriundo de Misiones, hacendado, que luego de varias sospechas fundadas sobre la dudosa fidelidad de su mujer
decide seguirla y espiarla. Como todo chacarero habituado a tareas rurales, llevaba consigo siempre una pistola de
grueso calibre. Durante un año y medio estudió los movimientos de su esposa; sus idas y venidas a la Capital, hasta que
en apariencia ésta se vincula realmente en un affaire amoroso en esta ciudad. Luego de una serie de hechos
caleidoscópica y dramáticamente vividos, el sujeto acompaña a la mujer de Posadas a Buenos Aires. Durante el trayecto
la nota fría y disgustada por su compañía; se suma a esto que llegando a Buenos Aires la señora se coloca adelante,
entre los choferes del Expreso, para conversar y reír de manera ostentosa. El sujeto repara que está al borde de estallar
de ira y de indignación, no obstante le reclama a la mujer su comportamiento. El viaje prosigue, llegan hasta las afueras
de Buenos Aires, y su cónyuge cansada de los reclamos infructuosos del marido le grita: "¡¿No te das cuenta que no te
quiero más?!" Aquí se sucede un flash mnésico por parte del actor donde no recuerda nada de lo acaecido, recobrando
sus facultades mentales en la cárcel: le había descerrajado varios balazos vitales a su mujer, matándola en un típico
crimen pasional celotípico (Causa Penal Nº 51571). La frase gatilló la reacción y desencadenó el ilícito.
La psicopatología del crimen es compleja aun cuando Hesnard y De Graff insisten en que juegan un papel
preponderante el resentimiento y la inferioridad sensitivamente vivida.(22, 30) Lacan mismo en el Caso Aimée
vislumbra la posibilidad de que el ataque a la actriz hecho por la enferma haya sido una forma de suplantar y agredir,
ver en esa famosa mujer a su envidiada hermana que pudo criar a su propio hijo, sumiéndola en una paranoia de
autopunición y de autocastigo por la inferioridad, envidia y resentimiento que sentía.
Pero siempre es la pasión la que moviliza al Yo congelando la emoción de inferioridad y prolongando la reacción
pulsional a través del tiempo.
En la celotipia el objeto del amor resulta dañado por la acción deletérea de un tercero que excluye sádicamente al Yo de
la relación triangular amorosa. La forma de reacción está signada por la patología pasional puesta en juego, no por la
autenticidad o veracidad de los hechos. Crudamente expresado, el sujeto puede ser un delirante celotípico y
simultáneamente un "cornudo".
En la envidia, la patología es diádica y el círculo pasional se vectoriza a la postre por la voluntad de aniquilar el objeto
envidiado.
En el "delirio de ser amado" el Yo se agiganta por la fantasía de poseer el amor y reconocimiento del Objeto al sujeto;
representa una desviación de la relación amorosa normal, cuyo componente activo —amar— se halla en detrimento del
componente pasivo —ser amado—.(25)
Una enferma en extremo inteligente afectada de este "delirio de amor" persiguió durante años a un distinguido
ginecólogo con tenacidad delirante encomiable para que la amase. Utilizó (sin éxito) todos los recursos imaginables e
inimaginables para lograr su objetivo, por ejemplo pancartas en la calle, llamados por teléfono, encuentros y visitas
furtivas, envío de regalos y flores, etcétera. Cuando el Objeto amado falleció, también ella participó su dolor con un
emotivo aviso fúnebre. Actualmente se halla enfrascada en escribir sus "Memorias" de tal amor (Causa Nº 91.925).
En los tres casos (celos, envidia y delirio de ser amado), si la pasión está en juego, el ilícito de sangre culmina en un
acto esencialmente vengativo. El Yo demoró la emoción de ira e indignación para cobrarse su patológica aspiración de
venganza. Con la rudeza de las expresiones populares latinas se hace verdad aquello de que "la vendetta è un piatto che
si mangia freddo" (Fouillé, 1911).
Existen muchísimos criterios clasificativos de los delincuentes. Algunos creen que la clasificación de Seelig es la más
funcional, pues combina lo disposicional y lo actual delictivo en el encuadre del delincuente.(12) De un modo genérico
diríamos que existen crímenes paranoicos, utilitarios o pasionales.(30) Los primeros serían más imputables que los
segundos,(51) aun cuando no desarrollaremos el tema de inimputabilidad de la paranoia, pues sería motivo de un
extenso estudio. En general los criminólogos y psiquiatras forenses entendemos más la dinámica delictiva a través de la
psicopatología que por la clínica, enredada muchísimas veces por la mendacidad o falsedad de las argumentaciones
tanto en los delitos de sangre como contra la propiedad.
Bergler habla de tendencias erostráticas presentes en estos subtipos.(6) El nombre lo extrae de Eróstrato, ser tristemente
célebre, que en el 356 a.C. incendió el bello Templo de Artemis en Grecia para ser famoso. Así, el criminal obraría con
la pasión reivindicativa de un enano resentido que busca llamar la atención de un gigante para revelar ante la sociedad
que él también existe.
Es indudable que la búsqueda o la obtención de la grandeza, la fama o la celebridad pueden trastornar a una persona y
sacarla de la sensatez o del juicio crítico. Un viejo adagio español salmantino cifraba: "Dime de qué alardeas y te diré
de qué careces".
El paranoico con su sistema creíble, razonante, en extremo lúcido y vigoroso, para llevar a cabo la reivindicación de sus
falencias y narcisismo ofendido es capaz de cobrarse por sí mismo lo que entiende que son injusticias u ofensas
irreparables. El conjunto de la implacabilidad, tenacidad en el deseo de destruir los hace muy peligrosos.
Y como reflexión final, podemos afirmar que son más peligrosos cuando poseen dinero y poder, pues ambos elementos
flexibilizan y aceitan los engranajes que existen en el cuerpo social para protagonizar y desarrollar su psicopatía.(50,
28)
Su terror y arrolladora convicción patológica lamentablemente logra, como vimos, adeptos obsecuentes y adulones. No
hace falta más que lograr un clima enrarecido, uno o dos enemigos comunes, con un líder carismático —paranoico—
que ponga fin a la ansiedad y desorganización social.(45) El resto de la patología debemos leerla en la Historia para
abrevar y nutrirnos sobre el conocimiento más exhaustivo de tales personajes y poder inmunizarnos de esta desgraciada
patología mental.(50, 45)
Conclusiones psiquiátrico-forenses
De la casuística y del estudio teórico aplicado a los ejemplos clínicos expuestos, tomados del Cuerpo Médico Forense
—tanto del Fuero Civil como del Fuero Penal— exponemos nuestras conclusiones psiquiátrico-forenses acerca del
delirio paranoico.
La mayor parte de los casos investigados constituyeron "casos-problemas" por la dificultad diagnóstica y la intrincada
psicopatología que ofrecían.
Se pone de relevancia que la mayor complejidad radica esencialmente en poder detectar la idea o grupo de ideas
delirantes sostenidas con fuerte y arrollador vigor afectivo, potenciadas por el enfermo en un discurso verosímil, creíble,
que puede ser tomado peligrosamente como cierto y valedero.
Se enfatiza que la vectorización de las ideas paranoicas se halla axialmente incorporada en la lucha querulante y
persecutoria por la defensa de "sus derechos" y de las "injusticias" sufridas. La espontánea disposición a creer el texto
delirante, lo representa —como hemos dicho— su gran verosimilitud, la ausencia de alucinaciones y la extraordinaria
pasión reivindicativa a cobrarse las citadas "injusticias", fruto de la megalomanía, la susceptibilidad, la desconfianza y
la falsedad del juicio.
En su totalidad los casos presentados del Fuero Penal fueron considerados como inimputables, y dentro de los previstos
del art. 34 del CP.
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