Ciencia Propia y Col Intelectual Los Nuevos Rumbos Fals Borda PDF

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ORLANDO FALS BORDA

CIENCIA PROPIA
Y COLONIALISMO
INTELECTUAL
LOS NUEVOS RUMBOS

g
CA R LO S V A L E N C IA E D ITO R ES
B ogotá/1987
P rim era ed ició n : E ditorial N u estro T iem p o , 1970
Q u in ta reim presión: 1981
S e g u n d a edición: Carlos V alen cia E d ito r e s , 1981
T ercera ed ición actualizada: C arlos V a le n c ia E d ito r e s , 1987

Fals Borda, Orlando


Ciencia propia y colonialism o intelectual / Orlan­
do Fals B orda.—3 * . e d . — Bogotá: Carlos Valencia
Editores, 1987.

ISBN 958-9044-32-8

1. CIENCIA - ASPECTOS SOCIALES - INVESTI-,


GACIONES 2. CIENCIA Y CIVILIZACION 3. HIS­
TORIA SOCIAL - INVESTIGACIONES I. Tí).

CDD 301.243

ICFES. Catalogación en la publicación

© O rlando F a ls B ord a, 1987

Derechos reservados sobre esta edición:


Carlos Valencia Editores
Apartado Aéreo 22197, Bogotá, Colombia

Im p reso en lo s ta lle r e s d e j V í. cAMAnaQ™. B o g o tá


CONTENIDO

Introducción a la nueva edición 9


Introducción a la p rim era edición 11

PRIMERA PARTE - CRISIS Y COMPROM ISO 13


1. ¿Es posible una sociología de la liberación? 15
2. La crisis como concepto in teg ra n te de la liberación 25
3. La crisis, el com prom iso y la ciencia 33
4. A ntecedentes de una idea 63
5. Casos de im itación intelectual colonialista 77 ^
6. El pro y el contra del reto 83

SEGUNDA PARTE - REFLEXIONES DE TRANSICIÓN 87


7. Irrum pe la investigación m ilitante 89
8. Urge trad u cir lo teórico a lo real 97

TERCERA PARTE - VIVENCIA Y CONOCIMIENTO 101


9. La ciencia y el pueblo: nuevas reflexiones 103 ^
10. Política y epistem ología 121
11. El nuevo d esp e rta r de los m ovim ientos sociales 131
12. Por un conocim iento vivencial 153
INTRODUCCIÓN
ALA NUEVA EDICIÓN

D iecisiete años d espués de la prim era edición, en 1970, de Ciencia


propia y colonialismo intelectual, el interés sostenido por este libro y
su tem ática d em uestran que A m érica Latina continúa teniendo la
m ism a y vieja necesidad de articular re sp u estas intelectuales y políti­
cas a los antiguos y nuevos problem as que la afectan: la liberación de
los pueblos, los efectos de crisis sucesivas de índole estructural, la
n atu raleza del com prom iso con el conocim iento, la últim a ta re a de las
ciencias, la inconveniente ru tin a académ ica. De allí que haya encon­
trado justificado realizar e sta nueva versió n .
P ara el efecto, hube de hacer algunos ajustes a las prim eras ed i­
ciones; esp ero que estos cam bios, m otivados por el paso del tiem po y
la evolución ideológica, sean com prendidos y tolerados por quienes
recuerden el texto original. Así, elim iné los capítulos dedicados al In­
form e Rockefeller de 1969, por obsoleto, y al estudio de la política
cooperativa en A m érica, por h ab e r sido incluido in extenso en el libro
que publicó la editorial Siglo XXI de M éxico en 1972 (El reform ism o
por dentro en A m érica Latina). En cambio — lo que d em uestra los
nuevos rum bos que m uchos de nosotros fuim os tom ando con rap i­
dez— he reten id o las peq u eñ as aunque dicientes reflexiones de tra n ­
sición escritas en 1973 sobre la investigación m ilitante de entonces, y
el m arxism o real.
A quellas p rim eras preocupaciones dieron im pulso adicional a la
b ú sq u ed a em p ren dida de alternativas viables. E ste proceso culminó
en la p ro p u esta sobre la m odalidad de trabajo en el terreno que se ha
10 Introducción a la nueva edición

llam ado “ investigación-acción p artic ip a n te’* o radical (Iap) conteni­


da en la conferencia de 1980 y p re sen tad a al T ercer C ongreso Nacio­
nal de Sociología, en Bogotá. E sta ponencia, hoy traducida a varios
idiom as, se incluye en este libro en versión un poco reducida. Le
siguen unas consideraciones epistem ológicas que hube de m adurar
en los cinco años siguientes, con el fin de resp ald ar el trabajo de cam ­
po em prendido con esta m etodología en N icaragua, Colombia y M éxi­
co en tre 1982 y 1984; fue el tem a de una rica discusión que tuve con
colegas de la U niversidad del Valle a finales de 1985.
Los procesos reales en que estas m etodologías se vieron envueltas
en una u otra forma, m e llevaron a observar igualm ente los movi­
m ientos sociales y regionales contem poráneos, y a p lan tear algunas
explicaciones teórico-prácticas. Ellas fueron p re sen tad as en el XII Se­
minario Latinoam ericano sobre M ovim ientos Sociales, Educación Po­
pular y Trabajo Social (M edellín, julio 1986). A dem ás, h u b e de seguir
introduciéndom e en cam pos filosóficos para trata r de en ten d e r lo que
tenem os en tre m anos: parece ser un tipo propio de conocim iento que
podríam os considerar “ vivencial’.’, de características especiales no
muy alineadas con la tradición eurocéntrica y académ ica form al. Así
lo sostuve al re g resar este año a l a U niversidad Nacional de Colombia
como Profesor Titular, en el Instituto de E studios Políticos y Relacio­
nes Internacionales.
Me he aferrado con entusiasm o a estas posibilidades de nuevos
desarrollos científicos y técnicos, porque son m uchos los peligros que
se ciernen sobre nosotros por el desbocam iento de la ciencia-fetiche
instrum ental que hem os hered ad o de los países dom inantes, por el
desprecio por la vida y la n aturaleza intrínseco a esa concepción cien­
tífica, el auge del m ilitarism o y la crisis de la dem ocracia re p re se n ta ­
tiva que vienen afectándonos como sociedad.
Son preocupaciones com partidas por m uchos, eso lo sé, y por eso
no he perdido la esperanza de que sea de en tre nosotros, en este ex­
plotado y despreciado T ercer M undo y de sus g entes sencillas e in te­
lectuales críticos, de donde p artan algunas luces orientadoras que
ayuden a salvar a la hum anidad am enazada. Ojalá que, al llegar el
siglo XXI, por lo m enos, podam os dar un p arte de victoria m ucho m ás
alegre y contundente que el corto avance reflejado quizás en la p re ­
sente reedición.

ORLANDO FALS BORDA


Bogotá, agosto de 1987
INTRODUCCIÓN
A LA PRIM ERA EDICIÓN

La A m érica Latina sigue su jeta a presiones críticas de todo g é n e ­


ro. Los ensayos del p re sen te tom o responden a la necesidad de articu ­
lar alguna re sp u esta intelectual, con consecuencias prácticas, a las
urgencias ex istentes.
Se dirigen, en especial, a los profesores y colegas y a los jóvenes
universitarios de varios países cuyas preocupaciones son convergen­
tes con los tem as aquí trata d o s. E spero que en c u en tren estím ulo en
las ideas que esbozo.
Quiero ag rad ecer a todos los am igos que m e han ayudado a re ­
orientar mi pensam iento y mi vida en estos últim os años, y que así
han hecho posible que p re p ara se este libro, d en tro de la p erm a n en te
crítica que d eb e distin g u ir a todo intelectual. En especial a mi esp o sa,
M aría C ristina, que ha com partido tan tas de m is preocupaciones
e ilusiones.

ORLANDO FALS BORDA


Ginebra, Suiza, enero de 1970
PRIMERA PARTE

CRISIS Y COMPROMISO
1

¿ES POSIBLE UNA SOCIOLOGÍA


D E LA LIBERACIÓN?

La vía propia de acción, ciencia y cultura, incluye la form ación de


una ciencia nueva, subversiva y reb eld e, com prom etida con la recons­
trucción social necesaria, autónom a frente a aquella que hem os
aprendido en otras latitu d es y que es la que h asta ahora ha fijado las
reglas del ju eg o científico, d eterm inando los tem as y dándoles priori­
dades, acum ulando selectivam ente los conceptos y desarrollando té c ­
nicas especiales, tam bién selectivas, para fines particulares.
Hace ap en as unos pocos años no era posible h ab lar en estos té rm i­
nos, escribir sobre una disciplina com prom etida, ni m ucho m enos
postular una ciencia rebelde y subversiva. H e aq u í que é sta parece
ser una de las consecuencias de la agudización de la crisis de todo
orden por la que pasa la A m érica Latina. Las estru c tu ra s políticas,
económicas, ideológicas y culturales sufren ten sio n es cada vez m ás
fuertes, y estas tensiones sacuden y cuartean las to rre s de m arfil en
que p referían acom odarse los científicos. No hay ahora escapatoria
posible, y quienes salen de esas to rres a re sp irar el aire del cam bio
tienen que h ablar un nuevo lenguaje científico, y sobre tem as in u sita­
dos, quizá esp elu zn an tes, a p a ren tem e n te anticientíficos p o rq u e no
encajan d en tro del m olde de lo norm al que nos viene de otros te rrito ­
rios o de nu estro s antiguos g rupos de referencia.
Uno de esos cam pos nuevos p ara la sociología sería, in d u d ab le­
m ente, el de la liberación, es decir, la utilización del m étodo científico
para describir, analizar y aplicar el conocim iento p a ra tran sfo rm ar la
16 ¿ Una sociología d é la liberación?

sociedad, trasto car la estru ctu ra de po d er y de clases que condiciona


esa transform ación y poner en m archa todas las m edidas conducentes
a ase g u ra r una satisfacción m ás am plia y real del pueblo.
Ya p u eden verse las arrugas en frentes venerables y las cejas
ceñ u d as de los críticos que p ertenecen a la tradición " re s p e ta b le ” de
la ciencia internacional. ¿Una “ sociología de la liberación” ? ¿Dónde
en caja esa tal disciplina? ¿Por qué no se sigue hablando del status-ro­
le s , de función, del pequeño grupo? P recisam ente, por razones de
p rio rid ad e im portancia. No hay ninguna causa lógica que nos haga
p e n sa r que el problem a de la "difusión de innovaciones” , por ejem ­
plo. sea m ás o m enos im portante que el de la “ liberación” , a m enos
q u e aceptem os el criterio sobre prioridades que im ponen los soció­
logos ru rales norteam ericanos y europeos. Pero la escala de valores
es o d eb e ser distin ta en estos países críticos, y quizá no haya persona
consciente que niegue la im portancia que para todos sus h ab itan tes
ten g a el proceso histórico, social y político que pueda llevarles a una
posición autónom a y digna, es decir, a su liberación. N ada podría
ser m ás vital en este m om ento p ara la colectividad. Por lo m ism o,
¿por qué no se justificaría entonces hab lar de una sociología del p ro ­
ceso liberador y, aún m ás, trab a jar p ara que el proceso se acelere y
así ap ren d er m ás de la sociología aplicada como ciencia a la liberación?
Por fo rtuna, las b arrera s del prejuicio se están rom piendo y ya se
p u ed en ver horizontes m ás am plios. Un buen ejem plo lo constituye el
opúsculo que ha publicado en la A rgentina el distinguido ingeniero
Ó scar V arsavsky, titulado Ciencia, política y cientificism o (B uenos
A ires, C entro E ditor de Am érica Latin^, 1969), en el q u e propone una
ciencia rebelde y " h a c e r ciencia g u e rrille ra ” , aplicable no sólo a lo
fsocial y económico sino tam bién a lo físico, exacto y n atural. "L a
m isión del científico rebelde —dice— es estu d iar con toda seried ad y
usan d o todas las arm as de la ciencia los problem as del cam bio de
sistem a social, en todas sus etap a s y en todos sus aspectos teóricos y
jjrá c tic o s . Esto es, hacer ciencia p o litiza d a". Sostiene que esto no es
d e stru ir la ciencia, sino enriquecerla; no es n egar su universalidad,
sino p recisam ente llegar a ella a través de la originalidad im puesta
por las realidades locales; no es producir por producir, como robots
d en tro de una econom ía de consúm o, sino como seres p en sa n te s a n i­
m ados por un verdadero espíritu de servicio; no es seg u ir las reg las
del ju eg o ni los criterios de im portancia fijados en otras latitudes, sino
fijar los propios y actuar en consecuencia. Una ciencia rebelde va en
co n tra de la ru tin a am iga de lo extranjero, entroniza la crítica inteli-
¿ Una sociología de la liberación? 17

g en te, batalla contra el colonialism o en todas sus form as (como el


integracionism o de la OEA) y estim ula la form ación de frentes inter-
disciplinarios en re sp u esta a las com plejidades que plantea la crisis.
Su justificación es la investigación del proceso de tom a del poder y la
Lconstrucción de un nuevo sistem a socialNPor eso, en e sa ciencia n u e ­
va no podrán participar sino científicos reb eld es, politizados, “ a q u ie­
nes poco im porta sacrificar su carrera científica dentro d el sistem a, y
que sab en (ten er en cuenta) esas condiciones am bientales: intereses
ho stiles y falta de fo n d os” .
¡Ni qué decir en cuánto Varsavsky tiene la razón! Sus preocupa­
ciones son las de un verdadero hom bre de ciencia, anim ado por el
p re sen te y el futuro de su pueblo, haciéndose las p re g u n ta s más p e r­
tin e n te s, levantando dudas sobre lo esencial y lo secundario en la
rciencia en el m om ento actual. En efecto, la m isión de la ciencia en
una sociedad como la n u estra consiste en “ participar directam ente en
el proceso de reem plazarla por otra m ejor, y en la definición e imple-
Lm entación de é s ta " .
; , La sociología debe reflejar, m ás que la física y la ingeniería, esas
preocupaciones científicas. Por fortuna, los síntom as de ap ertu ra si­
guen acum ulándose con rapidez. Ya en un congreso internacional de
sociología ru ral, realizado en E nschede (H olanda) en agosto de 1968,
em pezaron a escucharse voces discordantes del terc er m undo. Se
trató allí, en especial, el tem a del adiestram iento de los sociólogos.
T om ando la voz de Am érica Latina hice la siguiente exposición, que
he com plem entado en algunos de sus aspectos p ara hacerla más clara
y p ertin en te:
: En las actuales circunstancias históricas, el adiestram iento de so­
ciólogos (y de otros científicos sociales) en la A m érica Latina afronta
un problem a ideológico abrum ador. Es un problem a de orientación en
¡la política científica que im plica abrir o cerrar las p u erta s a la creativi­
dad y la originalidad de n u estra s gentes.
Si se acepta la prem isa general de que las concepciones científicas
están inevitablem ente condicionadas por —y ligadas a— la estructura
de la sociedad en la cual son concebidas, el sociólogo latinoam ericano
de hoy en casi todos nuestros países no puede dejar de reaccionar
ante las dram áticas incongruencias e inconsistencias sociales que le
rodean. M ientras m ás conciencia tiene de la conexión en tre conoci­
m iento y conflicto, m ás efectivo puede llegar a ser, bien como científi­
co o como m iem bro de la com unidad. E sta tesis no es nueva: fue
ex puesta por Dilthey y Cooley, en tre otros, quienes la practicaron.
18 ¿ Una sociología de la liberación?

Por lo tan to , un objetivo lógico del ad iestram iento en ciencia social


en estos países sería ayudar a los estu d ian tes a alcanzar una nueva
dim ensión de ia objetividad científica: aquella derivada del estudio de
las situaciones reales de conflicto y d esaju ste p re sen tes en la socie­
d ad , y de su participación activa en tales situaciones para b u scar la
1liberación de esa m ism a sociedad. Esto es, estudio y acción com bina­
dos para trab a jar contra la condición de dependencia y explotación
que nos ha caracterizado, con todas sus consecuencias d eg rad an tes y
opresivas ex p resadas en la cultura de la im itación y de la pobreza, y
jen la falta de participación social y económ ica de nuestro pueblo.
Es claro que en el caso cubano nos vem os ante otro horizonte. Allí
se en cu en tra la sociedad en otra etapa, la de la reconstrucción, y por
lo mismo sus urgencias científicas son otras: las de la superación.
Pero aun en ese país subsiste la disyuntiva política que llevaría a la
experim entación y a la creación de algo nuevo en las ciencias sociales,
si se perm ite que aparezcan y se m an tengan las coyunturas favora­
bles. Este reto especial a los cubanos proviene del hecho obvio de que
rom pieron el m arco institucional que ha lim itado el rem ozam iento de
la ciencia en el resto de Am érica Latina. Por eso las posibilidades que
se Ies abren de ser genuinam ente creadores e innovadores son muy
grandes. E stas posibilidades aum entan cuando los m arcos de re fe ­
rencia con que trabajan no son im portados, sino que se b asa n en la
propia realidad y se enriquecen m ucho m ás cuando logran ech ar ra í­
ces en la Am érica Latina, dentro del contexto actual de su crisis. Por
ejem plo, en C uba se puede hacer con relativa facilidad (porque no
hay m uchos intereses creados fuertes) una ciencia social v e rd a d e ra ­
m ente interdisciplinaria: esto sería una novedad en cualquier p arte
del m undo. Con esta ciencia social interdisciplinaria — quizá p u ed a
llam ársela sociología, pero de nuevo cuño— se podría no sólo artic u ­
lar diversas explicaciones de la revolución que ilustren el proceso
an te propios y extraños, sino seguir siendo útil a la causa rev o ­
lucionaria.
Pero esta ciencia nueva no puede alcanzarse si se insiste en seg u ir
los diseños funcionalistas y las m anías m etodológicas n o rteam erica­
nas y europeas que han encontrado un nuevo canal de difusión en la
Unión Soviética y en otros países socialistas, donde el p rurito de
p onerse al día (adem ás de otras razones de índole cultural) les ha
hecho releg ar el marxism o y olvidar la bondad de otros m étodos clási­
cos de investigación social m ás a tono con el am biente y la realidad
revolucionarias o prerrevolucionarias, en C uba y en n u estro s p aíses.
¿ Una sociología de la liberación? 19

Sem ejante desarrollo científico fru straría la potencialidad cread o ra


cubana e im pediría a su revolución proyectarse en el cam po científico-
cultural sobre el resto de Am érica Latina / l / .
< E n c u a n to a los otros países latinoam ericanos que todavía d eb e n
rom per sus m arcos politicosociales, en ten d e r bien el problem a de la
objetividad es fundam ental.
G eneralm ente se confunde la objetividad con la indiferencia a n te
situaciones reales en que pueda verse envuelto el hom bre de ciencia.
Pero aun M ax W eb er, el pontífice en esta m ateria, h a aceptado que
tal posición es erró n ea, ya que la indiferencia en e ste sentido equivale
a estar com prom etido con el statu quo. Para su p e ra r e sta tram p a
ideológica, el b u en científico social g en eralm en te da un paso m eto d o ­
lógico adicional: com bina los m odelos sincrónicos de corte seccional
con los del proceso social e histórico, diacrónicos, SÍ e sta com binación
es aceptable en universidades im p o rtan tes de o tras p arte s, se to rn a
aún más in d ispensable p ara en te n d e r la situación contem poránea en
América Latina, y p ara sen tar allí las b ases de un sólido a d ie s tra ­
miento social en este campo.
El ad iestram ien to sociológico por lo reg u lar h a estad o lim itado,
' como norm a, a d ar in terp retaciones estru c tu rales que han reflejado la
idealización de las respectivas sociedades en las cuales funcionan las
universidades. Con algunas excepciones muy re cien tes, los p e n s u m ,
cursos e investigaciones de centros universitarios en países av an za­
dos (aun en la URSS) reflejan en g ra n p arte e sta orientación estática ,
en la cual el " o rd e n ” y la "fu n cio n alid ad ” son las n orm as su p rem as.
a Desde luego, " o rd e n " y “ fu nción” no son características notorias
de los países en desarrollo. Por lo tanto, la orientación ofrecida en los
países avanzados a estu d ian tes venidos de aquellas regiones subde-
sarrolladas g en eralm en te no es suficiente. É stos llegan im pulsados
por cuestiones que tien en su origen en las realidades dinám icas de su
sociedad, y con frecuencia abrigan la idealista intención de hacer algo
tangible para m ejorar las condiciones sociales y económ icas de su
pueblo. Debido a la orientación incom pleta que reciben obtienen sólo
respuestas parciales a aquellas cuestiones: los tem as ofrecidos en las
universidades “ av an zad as” pueden re su lta r insulsos, y las técnicas
de investigación ap rendidas allí pueden ser ineficaces al aplicarse a
las realidades de su propia tierra.

1. Ver m esas redondas en la Universidad de La Habana, 7 y 8 de octubre de 1969.


20 ¿ Una sociología de la liberación?

E ste problem a de orientación abre por lo m enos dos cursos de


acción com plem entarios: 1) modificar las ideologías, los p en su m y los
m arcos de referencia investigativa en las universidades d e los países
avanzados, con el fin de reflejar la necesidad de en ten d e r la revolu­
ción, el conflicto y el cambio social, tanto en el propio país como en el
ex tranjero, y 2) establecer escuelas para graduados en naciones en
d esarrollo, las que intentarían construir autónom am ente sus m étodos
y filosofías científicas para m anejar los problem as sociales que les
atañ en y así tran sm itir a los estu d ian tes actitudes nuevas y m ás d ig ­
nas hacia sus realidades nacionales.
El prim er curso de acción (m odificar la ideología, los p en su m e
in tere se s en los países avanzados) significa crear disidencia dentro de
las actuales instituciones de educación superior. A ju zg ar por hechos
recien tes en Europa y en los E stados Unidos, el proceso de disidencia
h a venido ganando terren o . Esto p arecería positivo, porque podría
e stim u lar la creación de una antiélite intelectual en aquellos países
avanzados, que pudiera acercarse esp iritualm ente a los grupos qué se
h an rebelado por ju sta causa en el tercer m undo, y lleg ar a e n te n d e r­
los. Este descubrim iento de identidad de propósitos de cambio social
en diversos contextos puede justificar la colaboración internacional y
los program as de intercam bio en tre científicos y estu d ian tes de nacio­
n es m ás o m enos d esarrolladas, siem pre y cuando, adem ás, la an tiéli­
te intelectual de las naciones d esarrolladas libre su propia batalla
co n tra la injusticia económ ica internacional y contra el aparato de
“ co n train su rg en cia” que lim ita la independencia de nuestros p aíses.
E stas actitudes políticas tam bién condicionan la investigación y la
docencia, como ha sido am plia y tristem en te com probado en los ú lti­
m os años.
Pero visto desde el ángulo de las naciones en desarrollo, el se g u n ­
do curso de acción (estim ular la creación nacional de escuelas in d e ­
p en d ien te s) es m ás eficaz y conveniente. Este curso sig n ificar an te
todo, p oner fin a la im itación, a m enudo ciega, de m odelos y tem as
in co n g ru en tes concebidos en o tras partes y para situaciones d iferen ­
te s . Significa dism inuir el servilism o y el colonialism o intelectual de
los qu e vivimos en países en desarrollo, sin caer, n atu ra lm e n te , en el
d efecto de la xenofobia. Significa sen tar b ases firm es para hacer una
“ sociología de la liberación” en n uestro continente, que incluya el
ex am en de los procesos y m ecanism os de la tom a del poder por las
clases populares, la b ú sq u ed a de n u e stra razón de se r y una explica­
ción propia de n u estra s realid ad es, especialm ente de aquellas que-
I ¿ Una sociología de la liberación? 21

aparecen en los trópicos y subtrópicos hoy tan mal utilizados y tan


poco com prendidos, que ayudarían a q u e a q u e llo s procesos se d e sa ­
rrollaran con eficacia y prontitud.
• Pienso que el estu d ian te que lograra e sta orientación llegaría a
p rep ararse in su p erab lem en te para hacer contribuciones fu n d a m e n ta­
les al progreso de su sociedad y de la ciencia. Pero é sta no es una vía
fácil: exige labor ard u a y gran constancia y disciplina. El estudiante
aqu í descrito debe ser capaz de m anejar las técnicas de los países
avanzados, y al m ism o tiem po debe te n e r suficiente ingeniosidad,
sentido común y seried ad para diseñar sus propios instrum entos con
el fin de “ llegar al nivel de los hechos” . Por lo tanto, debe desarrollar'
una, m entalidad capaz de realizar sim u ltán eam en te dos tareas:
ado p tar e innovar, y pulir una personalidad capaz de com binar el
pensam iento.y la acción.
No hay duda de qu e esto es difícil; pero no debe ser im posible. De
otra m an era no podría explicarse la inventiva en los p aíses hoy dom i­
n an tes, que una vez estuvieron más atrasad o s que la A m érica’Latina,
E sp añ a o P ortugal.
-L En resu m en , opino que el adiestram iento en ciencias sociales para
la Am érica Latina debe incluir la investigación autónom a e in d ep en ­
dien te de los hechos sociales del área, estim ulando el pensam iento
cread o r y la originalidad p ara liberarnos de antiguas o p re sen tes tu te ­
las de to d a clase. E sto es indispensable, porque las realidades encon­
trad a s son de un tipo conflictivo y discrónico sobre el cual se conoce
muy poco en los países avanzados de donde se difunden las pautas
científicas; las m etodologías y orientaciones ofrecidas en estos países
pued en ser parcialm ente contraproducentes. En cam bio, de la o b ser­
vación d irecta y de la intervención personal en los procesos del cam ­
bio, profundo, m uchas veces revolucionarios —tan característicos de
las regiones en desarrollo— , pueden derivarse las m ás valiosas con­
tribuciones al conocim iento sociológico, siem pre y cuando se trabaje
en ello con seriedad y disciplina,
“ Por lo tan to , im pulsar activam ente el logro revolucionario de una
.sociedad su p erio r a la existente puede b rin d ar, en fin de cuentas, el
m ejor tipo de ad iestram iento sociológico en el m om ento a c tu a l.”
■ i--C ejas que se fruncen, voces airadas que se levantan en el público,
am enazas de pérdida de em pleo. E p u r si m u o v e. La tendencia sigue
m arcándose, p ara llegar a una expresión concreta en el IX Congreso
Latinoam ericano de Sociología, en M éxico, en noviem bre de 1969. Si
22 ¿ Una sociología de la liberación?

en alguna form a puede catalogarse ese congreso h ab rá de ser como la


culm inación de una actitud intelectual de real com prom iso con el
cambio social, con la acción necesaria p ara tran sfo rm ar revoluciona­
riam en te la sociedad latinoam ericana, sin p e rd e r la rigurosidad cien ­
tífica. La idea de crisis saturó ese congreso como nunca an tes, llev an ­
do a sus participantes a apoyar la ciencia rebelde. La declaración final
es muy elocuente. A dem ás de condenar la represión policiaca, m ilitar
y política, reclam ar la libertad de presos políticos y señ alar la in te r­
vención del im perialism o como un factor responsable de las condicio­
nes de dependencia que nos ahogan, los sociólogos p re se n te s p ro ­
clam am os:
‘ ‘En la fase actual de crisis y de transición hacia u n a nueva form a
de vida económ ica, social y política, los países de A m érica Latina
necesitan de la colaboración critica de los especialistas en ciencias
sociales, en los diversos procesos históricos de transform ación social.
Por esto, no anhelam os regalías académ icas ni privilegios sociales,
sino el derecho de ejercer n u estras actividades de en señ an za y de
investigación con plena identificación con los in tereses y an g u stias de
nuestros pueblos. Q uerem os y exigim os la existencia norm al de
condiciones de trabajo que perm itan convertir las ciencias sociales,
en nuestros p aíses, en instrum ento de conciencia crítica, en factor de
autonom ía cultural y política y en m edio de lucha contra la m iseria y
las d esig ualdades sociales. N uestro objetivo m ás am plio consiste en
poner las ciencias sociales al servicio de los derechos fu n dam entales
del hom bre y de la creación de form as auténticas de dem ocracia
económ ica, social y política.
"E sto s objetivos son esenciales tanto p ara el desarrollo autónom o
y la integración de los países de Am érica Latina como p ara la re o rg a ­
nización de las universidades y para el progreso de las ciencias socia­
les en una perspectiva latinoam ericana. Por esta razón defendem os
tales objetivos, conscientes de que form am os p arte de los pueblos
latinoam ericanos y de que somos sus actores intelectuales en los p ro ­
cesos de cam bio social. ’’
La "sociología de la liberación" queda así lanzada, en m arcad a
por la m áxim a entidad sociológica regional. Se vindica una posición.
Se abren nuevas perspectivas. El sentido de autonom ía crece a m edi­
da que se reenfoca la tem ática y se la relaciona con la crisis.
He aquí un concepto clave para la sociología de la liberación:
¿Qué es crisis? ¿Cuál es n u estra crisis? El congreso trató tam bién de
¿ Una sociología de la liberación? 23

contestar estas p reg u n tas inusitadas, rom piendo así otra tradición: la
del formalism o sociológico estilo euronorteam ericano, donde tales
tem as tabúes no se tratan .
i
2

LA CRISIS COMO CONCEPTO


INTEGRANTE DE LA LIBERACIÓN

El IX C ongreso Latinoam ericano de Sociología puede considerarse


como un jalón en n u estra historia intelectual, que m arca la voluntad
de m arch ar hacia una ciencia propia, libre del colonialism o intelectual
que nos ha caracterizado hasta ahora, con una tem ática especial m uy
de la etap a de crisis, acción y decisión en que nos encontram os.
En casi n in guna otra sección del congreso se reflejó m ayorm ente
ese deseo de autonom ía que en la dedicada al estudio de la crisis
social latinoam ericana. El tem a m ism o invitaba a ro m p er los m arcos
académ icos, a hacer ciencia rebelde. Y, en efecto, a p e sa r de la in m a­
durez conceptual re p resen ta d a en una aventura de tan reciente data,
los asuntos tratad o s y las conclusiones allegadas constituyeron un
buen punto de p artid a para hacer una sociología nueva en la América
Latina.
' He aquí el resu m en que preparé como coordinador de esa sección,
pá'ra la sesión p lenaria final, con los tem as y su b tem as que se su g ie­
ren p ara esta nueva sociología en n uestro m edio /1 / :

J; “ La sección VI de este congreso, en su consideración del tem a


propuesto, reflejó los dilem as de un grupo de intelectuales enfrenta-

1. Los ponentes fueron los siguientes profesores: Luis Pereira, Luis Soberón Álvarez,
Marco Virgilio Carias, Obdulio Nunfio, John Saxc-Fem ández, Enrique Valencia,
Florestán Fernandes, Luis Molina Piñeiro, Julio Cotler, Sergio Benvenuto, Germán
Guzmán, Orlando Fals Borda, y L. A. Costa Pinto y Sulamita de Costa Pinto (ausentes).
26 La crisis y la liberación

dos a la difícil ta re a de rendir, de la m anera m ás rig u ro sa y siste m áti­


ca, un concepto del había com ún, como es el de la crisis. Se repitió el
proceso de exam en que se ha hecho a tantos otros conceptos socio­
lógicos que antes pertenecían al terren o vernáculo y que hoy tien en
una tradición científica, como sería, por ejem plo, el de dependencia
hace cinco años.
“ El caso del concepto de crisis es tanto m ás agudo cuanto que en
el presente congreso se constituyó en tem a re cu rre n te, no sólo de
n u estra sección sino de m uchas de las otras, así como en las discusio­
nes de p lenarias. Hecho que obliga a ser doblem ente cuidadosos en
cuanto al contenido de la idea de crisis.
“ No se justificaría la ta re a de n u estra sección si no lograra, por
lo m enos, fijar algunos criterios básicos en cuanto a la definición y la
potencialidad de este concepto tan socorrido y estudiado.
“ Hubo consenso en n u estra comisión en que la crisis, como reali­
dad social y como conciencia que tengam os de ella, p u ed e d ar origen
a un legítim o y fructífero concepto sociológico. Es, sin em bargo, un
tipo de concepto que adquiere su significado pleno cuando se le locali­
za dentro de un proceso histórico y en determ inado am biente político,
social y económico. De ahí que resulte más valioso hablar de una
‘crisis latinoam ericana actual’ que tra ta r de buscar un planteam iento
m etafísico que, por lo general y difuso, no perm ita concretar la re a ­
lidad crítica. Esto es tanto m ás im portante cuanto que el estudio de
las crisis im plica consecuencias prácticas o proyectivas que invitan a
su resolución. No puede hab larse entonces de crisis dentro de un
vacío teórico, ni sin referencias em píricas.
“ Así planteado el problem a de la concepción de la idea de crisis,
procede esforzarse por delim itarla. D esgraciadam ente, para co m en ­
zar (lo cual Índica la etap a rudim entaria en que nos encontram os en
este campo), la sección no ten ía sino dos definiciones concretas de
crisis, que convergían esencialm ente en lo siguiente: se trata de„una
situación en que una sociedad o nación, en su desarrollo histórico,
experim enta contradicciones e incongruencias de tal entidad que la
solución de ellas no se logra sin producir transform aciones fu n d a m e n ­
tales, llevando a un nuevo tipo de estructura social. La discusión, en
general, siguió esta línea de razonam iento, pero esforzándose por
hacerla m ás concreta para identificar los factores e indicadores de la
crisis que afecta a la A m érica Latina actualm ente. Se advirtió, en este
sentido, que la crisis está ligada a un^proceso de cam bio producido
La crisis y la liberación 27

por las contradicciones de un tipo de sociedad d ep en d ien te que h a ido


ganando m ás y m ás im pulso,
‘‘En general, se destacaron dos gran d es tipos de problem as polí­
ticos como com ponentes de la crisis actual latinoam ericana. O bvia­
m ente, en este cuadro no encaja C uba, como se advirtió en el curso de
la discusión, debido a que allí se rom pieron ya los m oldes e stru c tu ra ­
les que producía la crisis local h asta 1959, cuando la revolución
socialista llegó al poder. Los dos tipos generales de problem as p o ­
líticos son:
"1 . El fracaso del reform ism o o desarrollism o y sus tácticas de
paliativos para crear el nuevo tipo de sociedad que propone. Siendo
que los problem as básicos estru ctu rales p ersisten , la dinám ica de la
crisis va exigiendo soluciones m ás radicales, aunque se concede que
algunos tipos de reform as g eneran cam bios irreversibles que crean
m ayores incongruencias para el futuro.
' "2 . La revelación de los m ecanism os de explotación y de dom ina­
ción, así en lo externo como en lo interno de n u e stra s sociedades o
naciones, lleva a una m ayor conciencia de las im plicaciones y co n se­
cuencias del im perialism o y el colonialism o que caracterizan m ucho
de n u estra historia. E sta revelación lleva a la articulación de grupos
subversivos, por una p arte , y de prácticas represivas violentas por
otra.
"L a elaboración de esto s tipos de problem as llevó a un in tere sa n te
planteam iento de diversos factores e indicadores de la crisis latin o ­
am ericana actual. Se m encionaron, por ejem plo, indicadores como la
corrupción ad m inistrativa, la ban carro ta m oral, la aparición de id e o ­
logías como la del populism o m ilitar, el control abusivo de la propa-
g anday los m edios de com unicación de m asas, la urbanización g e n e ra ­
lizada, el neonacionalism o desenfocado, el p ru rito reaccionario de la
seguridad nacional, la co ntrainsurgencia, etc., que corren por una de
las vertientes de la crisis; e indicadores como la vigencia de la g u e rri­
lla, la rebeldía clerical, la acción de p artid o s revolucionarios, el efecto
deletéreo de co n traélites, la aparición de antivalores, la vigencia y
pertinencia inm ed iatas del m odelo cubano en toda la región, etc., que
se deslizan por la o tra v ertie n te . El todo nos ofrece un cuadro com ple­
to y dinámico que refleja la realidad de la crisis actual latin o am e­
ricana.
" S e discutió la n ecesidad de estu d iar las crisis seg ú n tipos e sp e c í­
ficos y centrando sus orígenes por tipos de crisis. De especial in te ré s
28 La crisis y la liberación

se consideró ei estudio de la crisis neocolonial de los últim os decenios


de este siglo.
“ Se rechazó la idea de que la crisis sea solam ente una situación o
solam ente un proceso. M ás que sem ejanzas en tre situaciones de cri­
sis, habría que estudiar las diferencias específicas. La crisis puede
ser un proceso, por cuanto los cam bios sociales parciales o las re fo r­
m as no afectan a las clases dom inadas. En este últim o sentido se
intentó una definición de la crisis como una tensión social profunda
vivida por las clases dom inadas, y como un inconform ism o popular
que em erge, en su m ayor p arte , a través de portavoces indirectos.
“ Por lo que respecta al contexto espacial en que deben estu d iarse
las crisis, los d eb ates apuntaron hacia la inclusión de un contexto
supranacional, que incluya las contradicciones en tre y d en tro de los
estad o s m etropolitanos. En este sentido se llegó a d eterm in ar que la
^ relación de dependencia no es lineal, ni aun en el caso de las relacio­
nes en tre los cuadros m ilitares im perialistas y los cuadros m ilitares
locales. F ren te a esta concepción lineal, el análisis d ebería incluir las
v ariedades de nacionalism os que se en fren tan al dom inio total, así
como los procesos de socialización internos y la com posición de clase
de los cuadros m ilitares locales.
“ Pareció m uy difundida la idea de que es escasa la inform ación
disponible p a ra evaluar, en casos concretos, hasta qué punto las r e ­
form as y los reform adores tienen una m ayor o m enor independencia
relativa para efectuar cam bios estru c tu rales que hagan dism inuir la
situación de crisis, y h asta qué punto las reform as introducidas son
paliativos necesarios para el m antenim iento del equilibrio social.
“ E ntre las causas de la crisis que fueron señaladas con frecuencia
en los d eb a te s se pueden en u m erar las form as in tern as y ex tern as del
neocolonialism o, la insuficiencia económ ica generalizada y provocada
por ellas, el tipo de integración al m ercado internacional con la ap a ri­
ción de e m p re sas norteam ericanas filiales que p u ed en llevar al
en fren tam ien to de unos países con otros. El apoyo norteam ericano se
inclinaría pro b ab lem en te por aquel país donde los E stados Unidos
tuvieran m ayores inversiones e in tere se s, como en el caso del conflic­
to en tre H onduras y El Salvador. Se m encionó tam bién la d e p e n d e n ­
cia cultural y política de las clases dom inantes latinoam ericanas, que
les im pide introducir reform as que m odifiquen la situación de crisis
de las clases dom inadas. A este factor se p u ed e unir la corrupción
ad m in istrativa como un agravante* A su vez, para m a n ten e r el orden
La crisis y la liberación 29

o equilibrio que no llegue a la violencia, la m ism a dependencia cu ltu ­


ral y política de las clases dom inantes constituye un factor altam ente
negativo.
" P a ra ilu strar el contenido de esta p arte del trab ajo de la sección
se pueden m encionar tam bién los siguientes p lanteam ientos teóricos
específicos, hechos por algunos m iem bros de la m ism a:

- • Los conflictos en tre distintas clases y sectores de clases en el


Perú am plían o restrin g en la participación política de los m ism os.
Estos conflictos, al no ten er form a de solución v aledera p ara los dife­
ren tes protag o n istas históricos, provocan una grave fisura en la leg iti­
m idad del sistem a de dom inación im perante. Es entonces cuando las
fuerzas arm ad as procuran, m ed ian te su intervención directa en la
vida política, salvar e sta crisis — antagonism os sin solución viable
para todos los com ponentes— , m odificando las relaciones sociales
dentro de un m arco de m odernización-hom ogeneización del régim en
^existente. E stas alteraciones de las relaciones sociales am pliarían la
participación de las clases y sectores en proceso de em ergencia polí­
tica,.y se reducirían las tensiones sociales, dando cabida a una relegi-
Jim ació n del sistem a de dom inación.
; > La g u erra de guerrillas es a la vez causa y efecto de una situ a­
ción: de crisis. En este sentido es la expresión del conflicto entre
grumos qu e, o bien dom inan el poder como resultado de su influencia
en las estru c tu ras sociales, políticas y económ icas de un país, o bien
lo d eten tan en razón del som etim iento del poder nacional a un poder
extranjero, y grupos nacionales que rivalizan y desafían ese poder. La
crisis no sólo está dada por el conflicto de enfrentam iento sino ta m ­
bién por los factores que a él llevan: el planteam iento de un cambio
revolucionario en un caso, la g u erra de invasión o de conquista, en el
otró: Ahora bien, la guerrilla es causa de crisis porque el desafío que
supone tien d e a o riginar tensiones, conflictos y desorganización entre
los grupos y lu g ares en que opera. Pero la guerrilla es efecto de la
crisis en cuanto se p resen ta como alternativa para alcanzar el cambio
social que se ha detenido por otras vías.
En A m érica Latina la incom patibilidad de las estru c tu ras socia­
les, políticas y económ icas con las necesidades del desarrollo y cam ­
bió social ha dado lugar a un proceso y una situación de crisis, que ha
planteado la viabilidad de la g u erra de guerrillas y de la g u erra popu­
lar como un m ecanism o de cam bio. Pero a su vez estos fenóm enos
30 La crisis y la liberación

han gen erado inestabilidad, tensiones y conflictos que han contribui­


do a d esarrollar o acelerar el proceso de crisis.

“ En fin, puede verse que se concede al concepto de crisis una


dim ensión objetiva y que se considera como un hecho real identifi-
cable científicam ente. Es un concepto que m erece ser abordado y
esclarecido in d ependientem ente, con b ase en una m etodología in v es­
tigadora que todavía está por en say arse plenam ente (sólo dos p o n en ­
cias tocaron este tem a de la m etodología y de la utilización de m ode­
los conceptuales concretam ente), pero que puede fijar y aislar los
factores e indicadores aludidos y señalar las concatenaciones de
causas y efectos, pues el fenóm eno no puede ser ni unilineal ni uni-
causal. Así, es posible que d en tro del amplio cam po de la sociología
de la crisis pu ed an tra ta rse conceptos relacionados o subordinados,
como revolución, subversión, tensión, conflicto, clivage y qu ieb ra
estru ctu ral, que se han venido em pleando por diversos sociólogos
d esde hace m ucho tiem po.
‘1¿Qué perspectivas y problem as de m étodo se abren con e ste n u e ­
vo concepto? E videntem ente, como se dem ostró en la últim a reunión
de la sección, hay m ucho qué hacer todavía para refin ar el concepto
de crisis. La definición deja m ucho qué desear; el problem a de las
etap as, ritm os y puntos de p artid a sigue sin rum bo fijo; la m etodolo­
gía aplicable, como queda dicho, debe aún en sa y arse. Pero en todo
caso se considera que se ha dado ya un p rim er paso adecuado en esta
dirección, que no debe dejar de b rin d ar dividendos científicos en lo
futuro.
“ Se reconoce que son los hechos reales los que irán determ inando
si las in terpretaciones e hipótesis sobre la crisis son correctas o no, y
que, en fin de cuentas, la sociología en época de crisis no se ju stifi­
caría sino como reveladora de los m ecanism os que agudizan o m ed ia­
tizan esa crisis. Tal es su com prom iso,
“ Se su giere que en próxim os congresos se especifique m ás el área
de la sociología de la crisis y se preparen trabajos sobre aspectos
específicos del problem a como los m encionados an tes. No hay duda
de que el in terés en el estudio sociológico de la crisis latinoam ericana
suscitado por el congreso llevará a m uchos colegas a trab a jar en este
campo nuevo y fascinante, donde se está en la frontera del sab e r
científico-social y donde, si se trab a ja arduam ente, se podrá articular
un pensam iento autónom o latinoam ericano de validez universal.
La crisis y la liberación 31

“ Instam os a los colegas a p re sta r m ayor atención a este tem a, y a


exigir el rigor necesario p ara que el conocim iento así adquirido sea a
la vez válido para la ciencia y útil para la causa de la transform ación
profunda que nuestros pueblos n e c e sita n .”
i1

i 'f
B;
LA CRISIS. EL COMPROMISO Y LA CIENCIA

Ya varias veces se ha m encionado el concepto de “ com prom iso” ,


al relacionarlo con las ideas de liberación, crisis y ciencia propia que
preceden a este capítulo.
..y''.'1 No es posible h ablar de ciencia propia y colonialism o intelectual
sin hacer un planteam iento m ás o menos a fondo de todos estos con­
ceptos, m ás aún porque algunos de ellos, como el de com prom iso,
están sujetos a confusiones in tere sa d as.
^ Aprovechando la coyuntura del IX Congreso Latinoam ericano de
Sociología, antes de que se hiciera público el Inform e Rockefeller
— ¿lúe agudizaría aún m ás esta posición— , escribí el siguiente ensayo
qüe trata de aclarar lo que se debe en ten d er por com prom iso y cómo
esta idea se relaciona con las de crisis, ciencia rebelde y política n u e­
va, que acabam os de esbozar. El texto p resen tad o a dicho congreso
dice así:

“ Hay m uchos indicadores que m uestran que la A m érica Latina ha


venido pasando por una situación de crisis desde hace algún tiem po,
muy pro b ab lem en te desd e fines de la segunda g u erra m undial, pero
de m anera m ás visible al finalizar la década de 1950. Los estudios
técnicos a s ílo señalan, no sólo en el campo de la sociología sino ta m ­
bién en el de las otras ciencias sociales, políticas y económ icas.
“ La crisis que nos afecta es una fase crucial de n u estra historia
qué lleva al cambio de las estru c tu ras tradicionales de la sociedad
latinoam ericana. Es crisis porque las estructuras m ism as han llegado
34 La crisis, com prom iso y ciencia

a plan tearse contradicciones o a sufrir incongruencias de tal entidad


que no pueden resolver sin m odificar esencialm ente sus propias for­
m as y contenidos /1 / . La sociedad sufre así un proceso irreversible de
desorganización interna que crea cuerpos y anticuerpos, expresado
en valores, norm as, grupos, instituciones y técnicas en conflicto.
Según algunas interpretaciones teóricas, este conflicto debe ir re frac­
tando y agotando el orden social existente para form ar finalm ente un
nuevo tipo de colectividad.
“ Este proceso decisivo tiene alcance universal y llega a satu ra r
todos los niveles de la sociedad hasta tocar al individuo en sus g ru ­
pos. Por eso los científicos sociales, como todas las dem ás personas,
participan del conflicto e inevitablem ente reflejan y expresan las
disyuntivas, paradojas, com plejidades y dificultades de la crisis. Es
inoperante p reg u n tarse si en esas circunstancias los científicos ac­
túan como tales o como sim ples ciudadanos, o si son n eu trales o no.
No es posible hacer tal diferencia. E ste tem a de la objetividad y la
neutralidad valorativa, ya tan zarandeado, no vale la pena volver a
tratarlo. Aquellos que todavía dudan pueden acudir a innum erables
fuentes, en todos los idiom as: ya es un asunto de cultura g eneral y de
conocim iento histórico.
“ Aun tom ando en cuenta esa participación involuntaria en las cri­
sis que, como decía H ans Freyer, lleva a la sociología a ser una auto-
conciencia científica de la sociedad —su redom ada expresión in telec­
tu al— , queda por resolver si los sociólogos, ju n to a otros grupos
p articipantes, lograrán ilustrar y orientar aquel proceso decisivo e
irreversible. Este problem a práctico de la orientación e ilustración del
cambio social, que va m ás allá del planteam iento teórico m ism o para
situ arse en el de la ideología y en el de los m étodos / 2 / , es de la más
crítica im portancia, porque de su resolución d ep en d erán ja ju stifica­

1. L. A. Costa Pinto, La sociología del cambio y el cambio de la sociología. Buenos'


Aires, Eudeba. 1963, págs. 44-61, 215-218. 1'
2. Al hablar de ideología en la ciencia nos referimos a la modalidad que el juego de
ideas toma como “ representación del proceso de producción de conocim ientos", q u e ;
va ligado a "las interpretaciones sobre la naturaleza de la sociología y sus característj- (
cas", como lo indica Elíseo Verón en su estudio "Ideología y producción de conocí-'
mientos sociológicos en América Latina" (A m érica Latina, Año II, N °. 4, octubre-di­
ciem bre, 1968. págs. 23-30). Por lo tanto, no deben confundirse los conceptos teóricos,
ni los sistem as de valores, con la ideología así entendida, aunque todos, inclusive la
ideología, forman parte del cuerpo de la ciencia e intervienen sim bióticam ente en la >
acumulación del conocimiento.
La crisis, com prom iso y ciencia 35

ción y existencia de las ciencias sociales tanto en la actual época de


crisis como en la etap a posterior de reconstrucción social.
"P or lo m ism o, sobre estos aspectos prácticos de orientación cien ­
tífica quisiera dirigir la atención. Otros colegas están p re sen tan d o ,
por fortuna, sín tesis teóricas e interpretaciones específicas de la crisis,
tarea que tam bién se necesita. E sta división del trabajo es tan to m ás
necesaria cuanto que en n u estro s países subdesarrollados se acum u­
lan en tasa geom étrica los problem as por resolver, ya que tenem os
por delante no sólo el d eb e r de diseñar n u estra s propias técn icas de
investigación y m anejo sino de esta r al día con lo que ocurre en países
avanzados, p ara controlar sus im plicaciones en nuestro m edio.

VISIÓN DE LA CRISIS

"N o o b stan te, p ara sen tar las b ases del exam en ideológico y de
las tesis m etodológicas que siguen es inevitable e n tra r un poco en lo
sustantivo del tem a. Lo que sigue resu m e puntos de v ista ex p resad o s
por muchos colegas autorizados, en obras publicadas {citados en éste
y en otros trabajos de la sección 6 del congreso), y resp o n d e a o b se r­
vaciones y experiencias directas. No es, p u es, una expresión pontifi­
cal, ni una m era intuición. Por el contrario, debe tom arse como una
autocrítica, ya que de todo ello se ha sido a la vez actor y víctim a.
" P a ra com enzar, pu ede su g erirse que la crisis latin o am erican a,
en el m om ento actual, se alim enta de una m ayor conciencia colectiva
de determ inados tipos de problem as políticos que no p u ed e n reso l­
verse sin im plicar transform aciones profundas. Hay por lo m enos dos
tipos de problem as políticos que parecen esta r en el m eollo de la
cuestión. Ellos son:
"1 . Las lim itaciones del reform ism o (o desarrollism o) y sus cam ­
pañas, que, aunque bien intencionadas a veces, no h an inducido sino
cambios m arginales en la sociedad. Como é sta , a p e sa r de todo, se
sigue desorganizando, la crisis exige ahora soluciones m ás in teg rales
y significativas de tipo estru ctu ral.
"2. La revelación de los m ecanism os propios de una dom inación
bastarda y de una inicua explotación, lo que lleva a concebir la posibi­
lidad de cortar los vínculos coloniales internos y externos en que ellas
se basan, suscitando el en fren tam ien to en unos, y en otros la re p re ­
sión violenta.
36 La crisis, com prom iso y ciencia
. r'

“ Esto quiere decir que, en la actual etap a de la crisis, estaríam os


an te un m ovimiento colectivo prerrevolucionario de p ro testa y resis- [
ten cia, tanto a la m arginalidad producida por las políticas de p a lia -;
tivos cuanto al colonialism o opresor de tipo herodiano, que hasta hoy j
han caracterizado y condicionado el subdesarrollo latinoam ericano, [
esto es, el atraso, la pobreza y la dependencia del área. P uede colé- J
g irse de ahí que la crisis que nos afecta no sería re su elta sino cuando \
se lograran las transform aciones fundam entales exigidas, así en e lf
plano interno con una subversión total, como en el plano externo con i
un rom pim iento de los actuales vínculos de dom inación y explotación,:;
p ara llegar a construir una sociedad m ás satisfactoria, capaz de auto- ^
d eterm in a rse y de autorrealizarse. j I
“ La sociología latinoam ericana está en capacidad de contribuir
esta revelación de los m ecanism os políticos, al enfocar y d esm enuzar^
las condiciones objetivas de la crisis e inducir la racionalidad en lós¡
respectivos procesos. A dem ás, ella puede tam bién d em o strar, con los v
trab ajo s existentes y los futuros, que las dos tesis ex puestas se a d e -j'
cuan a la realidad. Ello se puede constatar c^n la investigación y con;
la aplicación práctica. En efecto, m uchas perdonas han venido adelan-í
tan d o estudios y trab ajo s, en todas p arte s, p ara en te n d e r m ejor ía
problem ática de la crisis y acercarse al pueblo que la sufre directa- !
m en te. R esulta de ah í una cadena de frustraciones no sólo para el j
observador sino para el pueblo m ism o, producidas por factores es­
tru c tu ra le s. Pero e s ta experiencia negativa no to rn a pasivos a sus!
su jeto s, sino que origina en ellos una corriente so terrad a de resisten-;
cia y esperanza. M uchas veces se en g añ a a las m asas haciéndoles;
p ro m esa s que no se cum plen, para pacificarlas; pero, por el proceso';
de las contradicciones de los sistem as vigentes, insensiblem ente
va llegando a un nivel de saturación y presión sem ejante al que p re -r
cede a una explosión. Así, h asta los paliativos se dinam izan y puedens
conv ertirse en catap u ltas de acción. Pero este ciclo de cam bio soéiaL ■
dirigido y controlado, de naturaleza m arginal y fru stra n te , parece!
lleg ar a su fin. i
“ Es evidente, por lo m ism o, que la crisis latinoam ericana es un!
asu n to cualitativo y no m eram en te cuantitativo. Lo cualitativo empezó;
a d e sb o rd ar lo cuantitativo, en el sentido de que las cam pañas ofi-f
cíales de desarrollo económ ico y social, los p lan es de fom ento de la*
inversión, la teoría del ‘d e s p e g u e 1 y los m itos de la inyección de ca-!
p ítales no han satisfecho ni a sus propios cam peones. El cerrado bas-j!
tión de las cifras y de los dólares no ha perm itido ver los valores p
La crisis, com prom iso y ciencia 37

sociales que se derivan de los im perativos históricos. Por eso tales


esfuerzos reform istas no han provocado sino las modificaciones su ­
perficiales señ alad as, deform ando a la sociedad, aum entando la
distancia en tre los grupos y creando una b arb arie técnica m oderna.
“ Este es un desarrollo social inútil, que hace sufrir en balde al
pueblo; porque no dinam iza suficientem ente los factores últim os de la
transform ación. En esencia, éstos no son de índole m aterial sino que
llegan al dom inio de lo m oral y espiritual. P ara g an a r la au todeterm i­
nación política y la autorrealización intelectual que perm itan a n u e s ­
tra región articularse como un todo ante el m undo se necesita form ar
un hom bre latinoam ericano nuevo.
" E ra m ás fácil para n u estro s abuelos organizar revoluciones, p o r­
que no existían entonces ta n ta s vinculaciones restrictivas de todo
orden con p aíses de fuera del área como hoy, que im piden un en fren ­
tam iento radical conjunto. Pero parece evidente que hay que hacer un
reto al m undo desarrollado, si querem os realm en te soltar las am a­
rras. Este reto p uede h acerse en varios sentidos, pero prim ordial­
m ente buscando acelerar el proceso de ajustes y desajustes internos
que en ese m undo de los privilegiados se h a desencadenado ú ltim a­
m ente, y de cuyo acontecer vienen llenos los diarios. La m aquinaria
im perialista es dem asiado fu e rte para que no p u ed a resistir los a ta ­
ques externos, aquellos que provienen de su periferia; pero es vulne­
rable desde el interior. De ahí que la crisis latinoam ericana, si se
Tm aneja bien, p u ed a ser un catalítico m ás en la crisis interna del
m undo occidental avanzado que parece perfilarse. Quizá no sea muy
ilusorio esp erar que las relaciones y los factores de poder varíen sus-
tancialm ente en esos p aíses, p a ra perm itir la form ación de un m undo
distinto, m ucho m ás ju sto y m enos cruel que el que hem os conocido
hastá ahora.
"L a sociología, respondiendo a esta crisis, e n tra ella m ism a en cri­
sis. Plantea entonces las im plicaciones que la situación tiene, así para
^ la teoría como para los m étodos clásicos de observación e inferencia.
Como verem os m ás ad elan te, la sociología, al sufrir la crisis, se reo ­
rienta hacia las urgencias actuales de la sociedad. Sin ánim o de a b u ­
sar de los adjetivos, p arecería que la sociología latinoam ericana, al
reorientarse en estos m om entos, fuera dejando poco a poco su servi­
lism o'intelectual — que la ha llevado a la adopción casi ciega de los
m odelos teóricos, y conceptos desadaptados a n uestro m edio, pero
que tienen sus referen tes en E uropa y los E stados U nidos— , para
trata r de ‘an d ar so la’ y en say ar su propia interpretación de n u estras
38 La crisis, com prom iso y ciencia

realid ades. Al m ism o tiem po, casi sin notarlo, va adquiriendo una
dim ensión política central para d ese n trañ ar el sentido de la crisis, i
convirtiéndose en ciencia estratég ica para el p re se n te y clave p ara el
porvenir del área.
“ SÍ esto es así, entonces la ciencia social verá el surgim iento de un í'
nuevo c interesante conjunto de teorías y conceptos construidos a lre ­
d edor del proceso político liberador, en re sp u esta a la superación de
la actual crisis: porque para cam biar el m undo es necesario com pren­
derlo. Esta ‘sociología de la liberación’ sería un acto de creación;
científica que satisfaría al m ism o tiem po los requisitos del m étodo y ■
de la acum ulación del conocim iento científico, aportando tanto a las^
tare as concretas y prácticas de la lucha inevitable como a las de la
restructuración de la sociedad latinoam ericana en esa nueva y supe*;
rior etapa. Teoría y práctica, idea y acción se verían así sintetizadas;
—o en fructuoso intercam bio— du ran te este periodo de dinam ism o
creador. ■:

ESBOZO HISTÓRICO DE LA “ SOCIOLOGÍA COMPROMETIDA”

“ Como dije an tes, estas ideas no son nuevas. C onstituyen, hasta


cierto punto, una convergencia en los trabajos y preocupaciones de ;
diversos colegas de varios países latinoam ericanos, cuyo esfuerzo vale :
la pena ahora colocar en perspectiva, desde el punto de vista de la e s­
tru ctu ra de su pensam iento ante la crisis m ism a de la sociología.
“ Juzgando por las fuentes publicadas pueden distinguirse varias
etap as en el desarrollo de este proceso de crisis y p ro testa intelectual. í
La prim era es la de la incubación del m ovim iento. Se reco rd ará que
d u ran te la d écada de 1950 se establecieron dep artam en to s u n iv ersita­
rios de sociología que protocolizaron el paso de la sociología filoso-""
fico-Iiteraria a la em pírica (especialm ente en la A rgentina, Venezuela
y Colombia), y se establecieron institutos de investigación como la
Facultad Latinoam ericana de Ciencias Sociales (Flacso), en Santiago
de Chile, y el Centro Latinoam ericano de P esquisas em C iencias-
Soctais, en Río de Janeiro. Estos d ep artam en to s y centros se inspira- r:
ron en modelos teóricos y conceptos que tendieron a siste m atiz ar el
conocim iento e incorporarlo a la corriente intelectual de Europa y los
E stados Unidos, donde se habían educado sus principales prom otó- ;
res. Pero pronto se descubrió que ese intento, aunque positivo en;
La crisis, com prom iso y ciencia 39

varios sentidos, im pedía el estudio de algunos tem as fu n dam entales


propios de la región, así como la conform ación de un pensam iento
autónomo sobre la problem ática latinoam ericana. E ste descu b rim ien ­
to fue relativam ente rápido, porque a com ienzos de la d écada de 1960
ya se registraron algunas expresiones articuladas de la p ro testa in te­
lectual, en re sp u esta a los crecientes problem as del hem isferio / 3 / .
No m enos p ertin en te había sido el ejem plo de econom istas latin o am e­
ricanos que acababan de adoptar una posición crítica resp ecto de su
propia disciplina / 4 / . O tros pen sad o res, como A lberto G uerreiro
Ramos y Sergio B agú, h ab ían añadido contribuciones iconoclastas de
gran interés / 5 / . G uerreiro Ram os, en especial, hizo disquisiciones
completas sobre la ‘ley de com prom iso del in v estig ad o r’ , la hetero-
nomía y autonom ía científicas, la ‘sociología co n su lar’ y otros con­
ceptos hoy corrientes que en aquella época eran heréticos, lo cual
hace de él un verdadero pionero de la ‘sociología co m p ro m etid a’ .
“ Así, de la incubación se p asa a una p rim era articulación de la n u e ­
va posición, todavía indecisa, que es m ás que todo un reflejo de lo que
ocurre en otras disciplinas y en otros lu g ares. Un m om ento clave en
esta transición parece h ab er sido la organización del sem inario sobre
Resistencias a mudanga en el C entro de Río de Janeiro, en 1959, e n ­
tonces bajo la dirección de Luiz A. C osta Pinto, otro de los g ra n d es
promotores de la ‘sociología com prom etida’ . Convocado d u ra n te los
tiempos prerrevolucionarios del B rasil, y luego del im pacto de la R e­
volución C ubana, dio ocasión a sus particip an tes p ara ex p re sa r una
crítica más firm e a la función de la sociología y de otras ciencias socia­
les en aquel m om ento histórico. El volum en con los estu d io s p re s e n ­
tados en ese sem inario, publicado en 1960, tuvo una am plia resonancia
y abrió la p u erta a av en tu ras de m ayor aliento en el nuevo cam po de
la sociología y de la autocrítica científica, que tan oportuna y te m p ra ­
nam ente hacían su irrupción en nuestro m edio / 6 / .

3. Por supuesto, ya habían aparecido obras preocupadas por el proceso general del
cambio social y económ ico, como las del grupo del Instituto Superior d e E studios Brasi-
leiros (Iseb), entreoirás: H elio Jaguaribe, O nacionalism o na atualidade brasileira, Río
de Janeiro, 1958; Alvaro Vieira Pinto, Ideología e d esen volvim en to nacional, Río de
Janeiro. 1960; y Cándido M endes de Almeida, P erspectiva atual da A m érica Latina,
Río de Janeiro, 1960.
4. Principalmente Celso Furtado, Jorge Ahumada, Aníbal Pinto, Osvaldo Sunkel y
Juan F. Noyola.
5. Alberto Guerreiro Ramos, La reducción sociológica, M éxico, Unam, 1959; Sergio
Bagú, Acusación y defensa d e l intelectual, Buenos A ires, Editorial Perrot, 1959.
6. Centro Latinoamericano de Pesquisas em Ciencias Sociais: R esistén cia s a m udan-
$a, Río de Janeiro, Editora Lioro/SA, 1960. En esta reunión se hicieron p resentes,
40 La crisis, com prom iso y ciencia !
i
“ En 1961 aparecen algunas observaciones críticas dirigidas a la
aplicación del m étodo científico y a la orientación de la sociología,: í
n o tablem ente la de Octavio Ianni / ! / . . i
“ Un evento internacional de gran trascendencia fueron las Jo m a- i
das Latinoam ericanas y A rgentinas de Sociología, realizadas en sep ­
tiem b re de 1961 en Buenos Aires. Allí, en tre otros trabajos m erito­
rios, se re g istra la ponencia de Camilo Torres, entonces profesor de la
facultad de sociología de la U niversidad Nacional de Colom bia, titu* V
lada ‘El problem a de la estructuración de una auténtica sociología
latin o am ericana’ , que es un planteam iento franco sobre la incidencia :
de los valores en los enfoques m etodológicos / 8 / .
“ La nueva sen d a se abre en los años sig u ien tes, pasando a una ]
eta p a m ás decisiva del m ovim iento, cuando éste ad quiere m ayor se- ;
g u rid ad y hace sus prim eros intentos firm es de autonom ía intelectual. '■
Así, en 1963 aparecen dos obras capitales en que se p lan tea con ma* ¡
yor precisión el nuevo papel del sociólogo —y del intelectual— ante el ?
desarrollo de la región y sus problem as: la de Luiz A. Costa Pinto, La |
sociología d el cam bio y el cambio de la sociología / 9 / , y la de Flores- ■
tán F ern an d es, A sociología num a era de revolugáo social /1 0 /.
“ La obra de C osta Pinto, en especial, tra ta del concepto sociológi-:
co de crisis, del que p arte n algunos de los planteam ientos del p resen te ;
estu d io. En esos años estas obras re p resen ta b an una posición coraju- ¡

entre otros extranjeros al área, C. Wright Mills y Jacques Lambert, cuyas obras siguie- >
ron ejerciendo alguna influencia en este movimiento. ;
7. Octavio Ianni, “ Estudo de comunidade e conhecim ento científico", R evista de :
A n tropología, vol. 9, Nos. 1-2,1961 (Sao Paulo), págs. 109-119. De este m ism o autor se ;
registran luego, dentro de este campo, “ Sociología da sociología na América Latina” , ¡
R evista Brasileira d e Ciéncias Sociais, vol. 4, N ° 1, junio, 1966, p ágs. 154-182, y ' ‘So- ^
ciology in Latin Am erica", en Social Science in Latín A m erica, editado por M. Diégues ¿
Júnior y B. Wood, Nueva York, Columbia University Press, 1967, págs. 191-216. ■■
8. Camilo Torres, "El problema de la estructuración de una auténtica sociología la t i- ;
noam ericana". Bogotá, Facultad de Sociología, Lecturas A dicionales, 1961; rep rod u-;
cido ahora en diversas recopilaciones. iL
9. Costa Pinto, op. cit. La obra de este autor, en la dirección del "com prom iso” ,
vien e de muy atrás. El primer capítulo del libro comentado fue una conferencia pronun- ¡
ciada en la Universidad del Brasil el 15 de mayo de 1947 y publicada en la revista Socio-
logia, de Sáo Paulo, m eses después, con alguna oposición. Los trabajos subsiguientes '
de Costa Pinto se fueron enfocando en el m ism o sentido: O negro no Rio de Janeiro
(1953), A s ciéncias sociais no B rasil (1956), “ Sociología y cam bio social: quince años j
d e sp u é s” , R evista Brasileira d e Ciéncias S ociais.(1961). Sin em bargo, el impacto firme y
en nivel continentallo da la obra citada en el texto. ■
10. Florestán Fernandes, A sociología numa era de r e v o lu to social, S5o Paulo, ¡T
Companhia Editora N acional, 1963. .,
La crisis, com prom iso y ciencia 41

da y algo insular. Pero estos libros se distribuyeron por toda la A m éri­


ca Latina, sem brando justificadas inquietudes / l l / .
“ Sea a trav é s de tales publicaciones o de m anera independiente
—pero que d em u estra la vigencia y am plitud del m ovim iento de
transform ación latinoam ericana— , la m ism a p ro testa vuelve a aflorar
al nivel intelectual en Colombia y la A rgentina en tre 1964 y 1965,
países am bos que a la sazón en trab an en crisis políticas ag udas. La
organización del Vil C ongreso Latinoam ericano de Sociología en Bo­
gotá da m ayor im pulso al m ovim iento intelectual de p ro testa, al e sti­
m ular un pensam iento propio sobre la problem ática regional, ex p re­
sado en m uchos de los estudios allí discutidos /1 2 /. Poco d espués, la
nueva R evista Latinoam ericana de Sociología, de Buenos A ires, se
convierte en portavoz de las nuevas ideas publicando trabajos que
expresan las in q u ietu d es corrientes, en tre otros los de Jorge Gracia-
rena /1 3 / y T orcuato S. di Telia /1 4 /. Ju a n F. M arsal, en su estudio
‘Los intelectuales latinoam ericanos y el cam bio social’, ofrece e n ­
tonces otra im portante contribución en este cam po /1 5 /. Casi sim ul­
táneam ente se organiza en Londres un sem inario sobre ‘O bstáculos
al cam bio’ , del cual fue coordinador Claudio Veliz, en el que se logró
cristalizar m ás el pensam iento común de los participantes latinoam e­
ricanos ante la crisis del área y la de sus respectivas disciplinas / I 6 / ;

11. Debe tomarse nota también de los comentarios pertinentes de José Medina
Echeverría en A sp e c to s sociales d e l desarrollo económico en A m érica Latina, Unesco,
1%3, vol. 2, pág. 4 6 y siguientes.
12. Varios trabajos e intervenciones (como en el acto de clausura) reflejaron el am­
biente y las expectativas que reinaron durante este congreso. Hubo una invitación a
seguir ensayando la vía autónoma de desarrollo científico en la sociología latinoameri­
cana. El efecto del congreso en Colombia protocolizó la tendencia marcada ya con la
publicación de La violencia en Colombia (1962-1964), tendencia que siguió el recién
creado Programa Posgraduado de Sociología del Desarrollo con los colegas latinoam e­
ricanos incorporados a la Facultad: Guillermo Briones, Jorge Graciarena, Luis Ratinoff.
.. 13. Jorge Graciarena, “ Algunas consideraciones sobre la cooperación internacional
y el desarrollo reciente de la investigación sociológica” , R evista Latinoam ericana de
Sociología, vol. l ,N ° 2 ,j u l i o , 1965, págs. 231-242,
14. Torcuato S. di Telia, “ La sociología en América Latina” , R evista Latinoam eri­
cana de Sociología, vol. 3, N° 1. marzo 1967.
15. JuanF. M arsal, “ Los intelectuales latinoamericanos y el cambio social” , D esa­
rrollo Económico, vol. 6, N° 22-23, julio-diciembre, 1966.V éase también su análisis de
teorías contenido en Cam bio social en A m érica Latina, Buenos Aires, Ed. So)ar/Ha-
chette, 1967.
16.Claudio V eliz, editor O bstacles to Change in Latín A m enea, Londres, Oxford Uni-
versity Press, 1965.
42 La crisis, com prom isoy ciencia |

y otro en Buenos A ires, del que resultó el volum en D el sociólogo y su *


com prom iso, editado por Ju an Carlos Aguila y otros /1 7 /. |
“ Tam bién se reg istran las im portantes aportaciones de Rodolfo )
Stavenhagen /1 8 /, Pablo G onzález C asanova / 1 9 /, M anuel Maído* |
nado Denís /2 0 /, Eliseo Verón /2 1 /, Theotonio dos Santos /2 2 /, y ¡
Aldo Solari /2 3 /. \
‘1La de Solari señala algunas debilidades y peligros de la ten d en cia :
e stu d iad a y se refiere, en p arte , a un estudio del p re se n te autor sobre ¡
el m ismo te m a /2 4 /. En otros p aíses, como Chile, P araguay, U ruguay, :
V enezuela y el P erú, hay expresiones varías de esta nueva sociología, ‘
no sólo en el plano intelectual y del conocim iento como se viene des- .
cribiendo, sino en el resultado de diversas investigaciones. La ;
ten d encia ha sido re g istra d a tam bién últim am ente en Cuba.
“ Como la crisis m ism a, este m ovim iento intelectual d e revisión y ;
autonom ía no tiene trazas de d eten e rse. Por el contrario, se ha e x te n - ;
dido a otras ciencias sociales como la antropología, la historia y la ,
ciencia política /2 5 /. Se constituyó, adem ás, en tem a central de la
i !'
17. Juan Carlos Aguila e t al., D el sociólogo y su compromiso, Buenos Aires, Edit. ,
Libera, 1966. ¡
18.Rodolfo Stavenhagen, "Siete tesis equivocadas sobre América Latina", Desarro- [
lio Indoarnericano, vol. I, N° 4, 1966. págs. 23-27. *
19. Pablo González Casanova, "La nouvelle sociologie eí la crise de 1’Amérique La- ;
tiñe", h'hom m e e t la s o c ié té , N ° 6, octubre-noviembre, 1967, págs. 37-47: y su libro, ■
Las categorías d el desarrollo económico y la investigación en ciencias sociales, México, ¡
Unam, 1967. j
20. Manuel Maldonado Denis, "Sobre el uso y abuso de las ciencias sociales", ■
Ciencias Sociales (Cumaná, Venezuela), vol. 4, N ° 1, junio, 1968.
21. Elíseo Verón, op. cit,, págs. 19-48; y su reciente libro, Conducta, estructura y ■
comunicación, Buenos Aires, Editorial Jorge Álvarez, 1968. i
22. Theotonio dos Santos, "La crisis de la teoría del desarrollo", Boletín del Centro :
de Estudios Socioeconómicos de la Universidad de Chile, N° 3, 1968; "La crise de la ¡
théorie du développem ent", L 'h om m e e t la société, N ° 12, abril-junio, 1969, p á g s .:
43-68, l
23. Aldo Solari, "A lgunas reflexiones sobre el problema de los valores, la objetivi- '
dad y el compromiso en las ciencias sociales", A portes, N ° 13, julio, 1969, p ágs. 6-24;
"La crise sociale, obstacle á Tinstitutionalísation de la sociologie en Am, Latine” , *
R eeu e Internationale des Sciences Sociales, vol. 21, N° 3 (1969), págs. 478-489. [
24. O. Fals Borda, "Ciencia y compromiso", A portes. N° 8, abril, 1968, págs. 117- f
128. Trabajos anteriores pertinentes del mismo autor: "N uevos rumbos y consignas 1
para la sociología en Colom bia” , Bogotá, Facultad de Sociología, Lectura A dicional'
179, octubre 1965; y su ponencia en et Congreso Mundial de Sociología en Evian (Fran- r
cia), sobre "Sociología subversiva", reproducida en K óln er Z eitsch rift Jur Soziologie, ■
año 18, N° 4, 1966, págs. 702-710. \
25. Para fines comparativos, en otras ciencias: Social Research, vol. 35, N° 4, invier- |
no. 1968; Current A nth ropology, vol. 9, N° 5, diciembre, 1968; números recientes de )
La crisis, com prom iso y ciencia 43

última asam blea del Consejo Latinoam ericano de Ciencias Sociales


(Clacso), en Santiago de Chile (octubre de 1969), donde figuraron
como ponentes Ju an F. M arsal, M iguel W ionczek y M arcos K aplan
/2 6 /. Llega así a cierta culm inación este m ovim iento, confirm ada por
los aportes p ara el p re sen te congreso y por la creación de su sección
especial sobre ‘La crisis latinoam ericana’ .
‘.‘En esta ocasión tan propicia conviene seguir delim itando el área
de discusión y señalando aspectos centrales. Con b ase en la división
del trabajo ya señalada, por n u estra p arte enfocarem os algunos p ro ­
blemas prácticos de la orientación científica en épocas de crisis, bajo
los siguientes aspectos:
“ 1. Algunas norm as y m étodos apropiados para el estudio en si­
tuación de crisis.
“ 2. La tendencia a convertir a la sociología, en tales c irc u n sta n ­
cias, en una ciencia política.
“ 3. La consecuente definición del ‘com prom iso’ del sociólogo,
‘‘4, Las dificultades de este ‘com prom iso’ p ara la acum ulación
sistem ática del conocim iento sociológico,
“ D iscutirem os cada uno de estos problem as a continuación.

NORMAS Y MÉTODOS

“ Es hum ano y n atu ral que en época de crisis se q u iera re fu g iarse


en instituciones m ás o m enos estables de las que puedan derivarse
normas claras, o ‘reg las del ju eg o ’ , tan to p ara la disciplina como
para la conducta de sus p racticantes. Sin em bargo, esta tendencia
em inentem ente escap ista —y algo acom odada y floja— debe contro­
larse en épocas críticas, p recisam ente porque tien d e a fosilizar la
acción y a ru tinizar el estudio en m om entos en que éstos re q u ie ren de

C atalysty áe\ B erkeley Journal o f Sociology, Rui Mauro Marini, “ La crisis de la socio­
logía latinoamericana", La G aceta {del Fondo de Cultura Económica), junio, 1968;
“ Necesidad de nuevos enfoques en la enseñanza e investigación en ciencia económica
en América Latina" (documento firmado por un centenar de econom istas, de 17 países,
reproducido en varias publicaciones); "Declaración de antropólogos m exicanos” ,
publicada en A m érica Indígena (1969); etc.
26. Parala Asam blea de Clacso; Juan F. Marsal, "Sobre la investigación social insti­
tucional en las actuales circunstancias de América Latina"; M iguel S. W ionczek. "Los
problemas de la investigación sobre el desarrollo económ ico-social de América Lati­
na"; Marcos Kaplan, "La ciencia política latinoamericana en la encrucijada". Todos
mimeografiados para una futura publicación del Consejo.
44 La crisis, com prom iso y ciencia /

la m ayor libertad y agilidad. E videntem ente, no se tra ta de abolir l a s ;


reg las del juego, sino de advertir sus lim itaciones cuando tienden a
convertirse en cadenas del pensam iento, im pidiendo la continuidad í
de é ste y el proceso de acumulación del conocim iento o su form aliza- f
ción, que distingue a toda ciencia. i
“ En efecto, es observable que la crítica científica y la crítica de l a ;
crítica —de las cuales se esperan las norm as propias de n u estra disci- j
p lin a— no ayudan a resolver el problem a de la ideología que tiene jp
cada investigador, siendo que éste es un asunto básico en m om entos |
de crisis. No es prom etedora esa guía, ni aun cuando el criterio q u e ;
se usa para tal fin es el de seguir las reglas que im pone la com unidad j:
de científicos, especialm ente si esta com unidad es num erosa y varia- ■■
da. Si por los frutos se puede conocer, la experiencia norteam ericana ¡
y eu ropea con sus respectivas com unidades científicas, tan num ero-;
sas y variadas, no ha sido suficiente para obviar el problem a de la i
ideología de sus m iem bros; antes al contrario, tal institucionalización'
ha producido en esos casos un nivelam iento hacia lo superficial oí
secundario. P ara el caso latinoam ericano de los últim os años, Verórri
observa que ‘el funcionam iento de un proceso autocorrectivo dentro i
de los m ecanism os de la com unicación científica’ , en sociología, no ■
fue nada eficiente: produjo, en cam bio, el reforzam iento de la orienta- í
ción ideológica dom inante (el funcionalism o) ¡ 2 1 /. E ste nivelam iento í
lleva a un refuerzo de los valores tradicionales, así de la sociedad;
como de la im agen ‘estereo tip ad a’ de la ciencia que esa sociedad ¡
tran sm ite. M uy conocidos son los peligros del m utuo ‘in cen sario ’ y ¡
el cruce de ideas dentro de tales grupos de intelectuales que llevan a ¡
la m ediocridad y la esterilidad científica. Por eso no se supera necesa*¡
riam en te el sociocentrism o —o el etnocentrism o— cuando se estable- ¡!
ce o am plía la com unidad de científicos, sino que se p u ed e reforzar;
aquella n egativa actitud, dism inuyendo las posibilidades de renova-l
ción y de reorientación de la ciencia. Así se consagran, m ás bien, los*
valores tradicionales de los adeptos, que pueden q u ed a r incongruen-;;
tes con los de la sociedad m ayor en un m om ento dado. Es lo ocurrido*
en las ven erab les academ ias de élites intelectuales tradicionales (his-^
to riad o res, lin g ü istas, jurisperitos, periodistas), sin contar con otras^
capillas de reciente constitución, como las de los econom istas ortodo-j
xos. En otras p alab ras, para creer a los críticos, éstos deb erían tam- ;:

27. Verón, op. cit., pág. 26. |


La crisis, compromiso y ciencia 45

bien reflejar y estar conscientes de los problem as reales de la sociedad,


aunque no llegaran a organizarse.
“ Las norm as g en erales que m ejor podrían guiar el trabajo científi­
co en época de crisis (las de una nueva ciencia rebelde) parecen ser
aquellas que resu ltan de la experiencia m ism a de la aplicación del
método a los procesos sociales, observando las actitudes de re sp o n sa ­
bilidad y honradez que deben distinguir a todo científico. La m ejor
m anera de sab er si se va por la m ejor dirección —y sab er, por lo
mismo, si se e stá siendo objetivo o no— es la de producir hechos y
hacer que las ideas se traduzcan a la práctica: que los estudios
dem uestren, an te todo, sus m éritos y su objetividad por el rigor con
que han sido concebidos y elaborados, y por su eficacia en la recons­
trucción de la sociedad, y que la teoría se deje guiar por la realidad
para que p u ed a enriq u ecerse. Así se iría form ando, en efecto, una
ciencia proyectiva y fu tu rista, adaptada a la com prensión y su p e ra ­
ción de la crisis existente y que a ella afecta, en la que podrían entrar
en juego alg u n as profecías autorrealizables /2 8 /.
“ Esto es así porque los datos del análisis y los hechos p u ed en ir
cam biando las situaciones reales en que se involucran, en form a tal
que las hipótesis se vuelven correctas. La idea de que tales hipótesis
puedan validarse ‘sólo por sus propios canales de verificación y no
por la acción política in m ed iata’ /2 9 / peca de m isplaced concrete-
ness, es decir, de confundir la n aturaleza de la evidencia. Ello puede
ser cierto en el campo de las ciencias naturales, pero no en el de las
sociales, porque im plica cierta plasticidad e inercia en los elem entos
naturales que los hechos sociales obviam ente, no tienen. En efecto,
es elem ental que éstos constituyan sistem as abiertos de naturaleza
volitiva y reflexiva. Esto induce a buscar canales de verificación sin
salir del m arco real de la acción social, política o económica. Por
ejem plo, la hipótesis de que las antiélites tienen tendencia a la claudi­
cación podría confirm arse dentro del proceso social e histórico inm e­
diato y, en efecto, anticipa esa posibilidad de acción. Tam bién puede
verificarse a trav és del exam en de una distribución de variables que,
en todo caso, estarían condicionadas por la dim ensión tiem po, y que

28. Cf. Kaplan, op, c it., págs. 10-40. Esta idea originalmente es m ertoniana. Pero la
han suscrito, m uchos otros científicos, notablem ente Bam ngton M oore. Véase tam ­
bién. de José Honorio Rodrigues, Vida e historia, Río de Janeiro, Ed. Civilíza?ao Brasi-
leira,1966;-
29. Marsal, Sobra la investigación, p á g . 12.
46 La crisis, com prom iso y ciencia

marcarían cierta tendencia proyectiva hacia el futuro: viene a ser


como la antigua idea de la predicción, pero puesta en nivel más diná­
mico y, si se quiere, más realista. Una técnica interpretativa distinta
nos llevaría a un plano de determinismo cientificista en el que la
ciencia aparece como un ente aparte, con volición y leyes propias,
desconectadas de la realidad social, como han intentado hacerlo, por
ejemplo, algunos demógrafos con el concepto de ‘opíim um de pobla­
ción’ . O llevaría también a aplicar normas naturalistas o exactas
improcedentes, lo que es otro error, como bien se sabe desde los ser­
mones de Sorokin sobre ‘Achaques y manías' .
“ Pero el reconocer esta distinción entre lo natural y lo social no
implica subrayar menos el rigorismo. Puede llegarse a la formaliza-
ción de la ciencia social en sus propios términos, y con mayor seguri­
dad, sin seguir aquella vía imitativa un tanto ridicula (que sólo d es­
precios y burlas nos ha traído de los científicos exactos), adoptando
reglas de juego basadas en la experiencia pasada y en la acción pro­
yectiva, sin salir del ámbito de lo social. Ahí radica, precisam ente, el
mérito que han tenido 'profetas' sociológicos como Rousseau, Mal-
thus y Marx, cuyas obras, hasta cierto punto, condicionaron la socie­
dad futura al emitir hipótesis y hacer proyecciones que se consti­
tuyeron en factores activos de cambio social. Es lo mismo que en
nuestros días están haciendo estudiosos como André Gorz y Herbert
Marcuse, visionarios del marxismo humanista, cuyas ideas (hoy vis­
tas a veces como ilusas) pueden en un momento dado catalizar la
acción y transformar las sociedades del Viejo Mundo y del Nuevo,
tornando así en verdaderas sus hipótesis. Esta tendencia proyectiva o
futurista en la ciencia social, que va confirmando o desvirtuando
conceptos en la realidad de la vida, es muy conveniente tenerla en
cuenta en épocas de crisis, por lo menos porque muestra ciertos pará­
metros posibles.
“ Algunos de los métodos requeridos para esta tarea de análisis y
proyección son conocidos, otros muy poco ensayados. Una regla
general puede ser aquella derivada del marxismo: la de afirmarse en
la realidad ambiente vinculando el pensamiento con la acción. Así, por
ejemplo, podrían concebirse las siguientes técnicas graduadas para
trabajos de encuesta en el terreno:

“ 1 .L a obser\>ación-participación, el grado más bajo, que tiene de­


fensores muy ortodoxos y una tradición respetable. Aquí la actitud
del científico es em inentemente ‘simpática’ en el sentido de Cooley,
La crisis, com prom iso y ciencia 47

es decir, se vuelve sensible a la personalidad de la g en te y puede lo­


grar una descripción fiel y piadosa de la com unidad estudiada.
■; “ 2. La observación-intervención, tam bién ya utilizada, aunque
mucho m enos, por sociólogos y antropólogos (en el P erú, Bolivia, El
Salvador y Colombia) que im plica experim entar con elem entos cu ltu ­
rales dentro de una situación para observar los efectos de los cam bios
inducidos dentro de cierto m argen. Aquí la actitud del científico sería
em inentem ente em pática, es decir, tiene visos de participación vica­
ria con la gen te estudiada, pero todavía condicionada por un envolvi­
miento parcial con ella. E stá un grado m ás ad e la n te que la anterior.
¡“ 3. La observación-inserción, vista como una técnica muy ap ro p ia­
da en época de crisis, que im plica no sólo com binar las dos anteriores
sino ir más allá para g an a r una visión interior com pleta de las situ a ­
ciones y procesos estudiados, y con m iras a la acción p re sen te y fu tu ­
ra; Esto im plica que el científico se involucre como agente dentro del
proceso que estu d ia, porque ha tom ado una posición en favor de
determ inadas alternativas, aprendiendo así no sólo de la observación
que hace sino del trabajo m ism o que ejecuta con los sujetos con q u ie ­
nes se identifica. Em plearía así lo que Dilthey llam ó la ‘com prensión
to ta f (verstehende E rfassen), para g an a r las m etas del cam bio p ro ­
puesto y el entendim iento científico del proceso respectivo /3 0 /.
“ Como no se ha delim itado bien este cam po d e los m étodos, e s tu ­
dios de casos con en trev istas no estru c tu rad as, de p re g u n ta s ab iertas
y con sondeos en profundidad, con m arcos flexibles bien diseñados,
todos ellos parecerían fu ndam entales. El m étodo de investigación
histórica es necesario: la bú sq u ed a de datos históricos y d o cu m en ­
tales y el trabajo en archivos deben com plem entar el corte seccional
con la perspectiva diacrónica.
“ En general, se buscaría lo cualitativo y el sentido d e las cosas y
los procesos, con una visión global e histórica, pero sin rechazar lo
m ensurable ni d esp reciar lo sectorial. No se tra ta de volver atrá s, a
la sociología elem ental d e hace veinte años (en lo que tien e razón
González Casanova) / 3 1 / , ni tam poco al ensayism o sin rigor de
tiempos pasad o s. Se busca seguir adelante en las técnicas, c o n stru ­
yendo sobre lo ya alcanzado, que en m uchas p a rte s no es d esprecia-

30. Debo a Kaplan la idea de “ inserción” com o la presenta en su trabajo ya citado,


p á g .40.
31. González Casanova, La nouvelle sociologie. pág. 44,
48 La crisis, com prom iso y ciencia

b le. Que las cifras y las series tengan sentido y trascien d an al con-]
ju n to ; que los m icroestudios adquieran la p erspectiva tem poral y se[
coloquen en un marco general; que las técnicas no ,se vuelvan un ■
m ero pasatiem po o ejercicio intelectual; que el diario de cam po vuelva:
a ser h erram ienta básica del sociólogo, que d em u estre cómo el mejor í
equipo que pueda ten er un investigador es su m ente observadora y n o :
el com putador. !
“ En lo que se refiere a la cuantificación m ism a, quizá valdría la:
pen a desarrollar técnicas proyeetivas de análisis sem ejantes a algunas i
establecidas en otras ciencias, com o la de ‘aceleración de sistem as'!
en psicología industrial, y el ‘análisis de p aso ' (path) de los materna* t
ticos. E stas técnicas, así como la del p a n e l, se han ensayado con reía- \
tivo buen éxito en países avanzados. A quí h ab ría que alim entar e s o s:
m odelos con variables y atributos críticos, con presuposiciones muy:
d iferen tes enraizadas en nuestros problem as, con el fin de evitar los -
peligros de reducida trascendencia que ya se observan en esas técni-;
cas. En sim ilares condiciones, valdría la pena seguir ensayando coh;
m odelos de sim ulación y con la cibernética, como se ha hecho enl
V enezuela, y con la probabilística de la ‘teoría de los ju e g o s' . Valdría í-
la p ena, tam b ién , volver a preg u n tarn o s sobre las diferencias entre!
‘tiem po social’ y ‘tiem po cronológico’, p lan tear las posibilidades;
de ‘correlaciones diacrónicas’ , hablar de ‘tra y e c to ria s’ hacia eH
fu tu ro y del punto en que los cam bios cuantitativos producen una ¡
transición cualitativa, como lo hace G altung en reciente artículo / 3 2 / . Í
“ Finalm ente, una observación sobre la com unicación de las ideas i
qu e p u ed e te n e r vigencia no sólo en época de crisis sino quizá en todo j
m om ento. La sociología ha tenido cierta tendencia a u sar eufem ism os i
y b arb arism o s innecesarios que, como es de e sp e ra rse , disfrazan la f-
realid ad . Sin perjudicar, por su p u esto , el proceso de conceptuali-i
zación (nom otecnia) que distingue a toda ciencia, el nuevo estilo debe í
se r preciso y claro, y las técnicas deberían sim plificarse al presentar* i
las al público. E ste público incluye tam bién a los planificadores y],
políticos, hecho que con frecuencia se olvida y que tiende a crear una j

i
32. Johan Galtung, “ Correlación diaerónica, análisis de procesos y análisis causal”
R e vista Latinoamericana d e Sociología, vol. 5, N° 1, marzo, 1969, p ágs. 94*121. No j.
deben confundirse estas proyecciones con los sim ples cálculos de tendencias que se
usan sobre todo en la dem ografía. Estos son modelos más dinámicos y de muchas f
variables. i::
La crisis, com prom iso y ciencia 49

ciencia de ‘recinto ce rrad o ’ en m om entos en que m ás se necesita en


la propia sociedad /3 3 /.
“ No cabe así p en sar que la sociología producida con estas preocu­
paciones intelectuales y técnicas pueda ser m ejor o peor que aquella
que defienden los puristas y los científicos que se dicen neutrales. Por
el contrario, juzgando por lo acontecido en épocas an terio res de sim i­
lares encrucijadas decisivas en la historia de la ciencia, p u ed e aseg u ­
rarse que los trabajos producidos en estas circunstancias, con plena
conciencia de la crisis y deseos de superarla en el sentido del cambio
real,y profundo, son los que justifican y aseguran la existencia de la
sociología en tales épocas. V erem os m ás adelante, al discutir los
aspectos políticos, cómo m uchos de los nom bres m ás resp etad o s de la
sociología están vinculados a este tipo de ciencia que responde a las
crisis. Por lo tanto, aquellos que siguen esta tendencia bien pueden
m antener la frente en alto. Pero esta justificación científica debe
provenir del trabajo arduo y constante y del contacto fiel y estrecho
con la realidad. E sta ta re a se delinea m ás claram ente en épocas críti­
cas que en etapas ‘n o rm ales’ del devenir histórico. Es una tarea
indispensable si querem os ase g u rar la continuidad de n u e stra ciencia
y la creación de una nueva y m ejor sociedad,

SOCIOLOGÍA Y POLÍTICA

“ Es posible d erivar diferencias de presentación y form a en tre la


‘sociología científica’ y el ‘género literario’ del ensayo político,
como a veces se ha hecho. Pero, en el fondo, tales diferencias parecen
espurias! Cabe p reg u n tarnos si en verdad puede concebirse una so ­
ciología sin política, esto es, sin que atañ a o afecte en una u otra fo r­
ma los in tereses de la colectividad. In trínsecam ente, ella es una
ciencia política, y la llam ada ‘ciencia política’ , bien hecha, es socio-
logía'científica. Pero lo m ism o puede decirse de otras disciplinas
sociales. En m om entos críticos, m ás que en otros, se acum ulan p ro ­
blem as y decisiones en una escala global tal que ninguna ciencia por
separado,logra articular re sp u estas satisfactorias. A parece así una
urgencia de sintetizar y com binar ciencias, lo que lleva al trabajo

33. González Casanova, La nou felle sociologie, págs. 42-43; W ionczek, op. c ít.,
pág. 8.
50 La crisis, com prom iso y ciencia

interdisciplinario. La crisis parece exigir una ‘ciencia integral del


h o m b re’ , sin distinguir fronteras artificiales o acom odaticias entre
disciplinas afines /3 4 /.
- “ Esto puede ser cierto en todo m om ento por la índole m ism a de los
p roblem as que se estudian, pero se refuerza e intensifica en épocas
de crisis colectiva. El caso concreto de la sociología y la ciencia polí­
tica lo ilustra plenam ente, y tam bién el de la ciencia económ ica. 1
“ Las obras sociológicas de m ayor influencia que se han concebido
con la su erte del polis en m ente han tenido siem pre un definido
im pacto político. Pero, al m ism o tiem po, han prom ovido escuelas de
pensam iento social e introducido im portantes teorías y conceptos.
Según M yrdal, ‘las principales orientaciones nuevas en teoría econó­
mica, aquellas conectadas con nom bres como los de A uám Smith,
M althus, Ricardo, List, M arx, John S tuart Mili, W alras, W icksell y
K eynes, eran todas re sp u estas al cam bio de condiciones y posibili­
dades políticas [y] estuvieron conscientes del subfondo político de sus
o b ra s’ /3 5 /. Esto, que parece obvio, debe rep etirse porque se olvida
con frecuencia. Lo m ismo, aunque en otro sentido, puede aducirse
de aquellos intelectuales ap a ren tem e n te m enos preocupados con la
política, como los sociólogos ‘científicos’ o ‘p u ro s’ de la escuela
em pírica, que han respondido a su m an era a las n ecesidades políticas
de sus sociedades, saturando sus obras de racionalizaciones y m edi­
ciones de los sistem as vigentes /3 6 / . H an llegado h asta a servir
(consciente o inconscientem ente) a estados belig eran tes a través de

34. Este punto de vista e s ampliamente reconocido, aunque no se haya llevado a la


práctica en universidades y centros sino en escala muy limitada. V éanse, entre otros,
los planteam ientos de Costa Pinto, Sociología d e l cambio; González Casanova, Cate­
gorías; Wionczek, “ Problemas de la investigación” , págs. 2-3, 9. Según Jean Lab-
bens, este esfuerzo integrador es un fenómeno original de América Latina, sin equi­
valentes en Europa ni en los Estados Unidos, del que puede resultar una nueva teoría
del cambio social, y hasta una sociología rejuvenecida. Véase ‘‘Les roles du sociologue
et le dcveloppem ent de la sociologie en Amérique Latine” , R evu e International des
Sciences Sociales, vol, 21, N° 3 (1969), págs. 460-464,
35. Gunnar Myrdal, Var Truede Verden, Oslo, P ax, 1965, traducido y citado por
Gutorm Gjessing, "The Social Responsibility of the Social Scientist” , C urrent Antkro-
pology, diciembre, 1968, pág. 398. "¡l
36. Cf. André Gunder Frank, “ Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la so­
ciología” , P en sam iento Crítico, N° 23, 1968, págs. 152-196; también publicado en
Desarrollo indoamericano (Barranquilla, Colombia), N° 10, mayo, 1969, págs. 30-43; y
su “ Latinoamérica: subdesarrollo capitalista o revolución socialista", Ruedo Ibérico
(París), N° 15, octubre-noviembre, 1967, págs. 78-82.
La crisis, com prom iso y ciencia 51

investigaciones sobre la ‘co n train su rg en cia’ , concepto que puede


llegar a ser científico en sí m ism o.
“ En la práctica parece ocurrir que los sociólogos de e sta escuela
‘científica’, como m uchos otros científicos políticos, no han sabido
estudiar el fenóm eno revolucionario de nuestros días y han hecho un
parcial análisis del mismo, fom entando ideas erró n eas sobre el socia­
lismo y otros m ovim ientos iconoclastas, deform aciones que sólo ahora
em piezan a Corregirse. Es fácil ver cómo el solo hecho de enfocar la
sociedad y su s realidades —especialm ente las conflictivas y p ro b le­
m áticas— ya concede al estudio sociológico una dim ensión política, si
no activa por lo m enos laten te, y lo convierte, si se q u iere, en un
ensayo político, Pero esta visión política no niega, ni m ucho m enos, el
quehacer cientificosocial.
“ Por eso la diferencia que se quiere hacer en tre sociología científi­
ca y ensayo político no existe e n el fondo. E sta d iferencia un poco falaz
se deriva del vacío conceptual y teórico producido en la sociología
desde fines del siglo XIX, que pretendió llenar la escuela em pírica,
cuantitativa y sincrónica de este siglo, dom inante h asta ahora, la que
se considera como ‘científica’ y ‘n e u tra ’ . La potencialidad política
de la sociología, tan evidente en el siglo XIX, vino a con sid erarse algo
anticientífico e.in d eseab le, que hab ía q u e com batir. En e ste cam bio
de enfoque tuvo, que ver la b ú sq u ed a de la objetividad á la science
naturelle, y la acum ulación fáctica que obsesionó en especial a los
pensadores norteam ericanos, una ta re a que, como ya hem os visto, es
y será fútil como tal. Como se sab e ya am p liam ente, lo que p ro d u je­
ron aquellos pioneros anglosajones fue una sociología que desem bocó
en modelos de equilibrio estru ctu ral cuyo efecto político fue el m a n te ­
nimiento del statu quo. En cam bio, los g ra n d es fundad ores d e n u e s ­
tra disciplina en el siglo XIX, aun aquellos que la cultivaron en la
América Latina, siguieron una v ertie n te diferente: la de la histo ria y
los procesos sociales. Su visión era diacrónica y su m odelo resultó ser
el del conflicto social. Ni qué decir que tam b ién ellos tuvieron p ro fu n ­
do efecto en la política; pero tam bién de ellos y de su síntesis socio­
lógica y política se deriva b u en a p arte de la teo ría y de los conceptos
vigentes hoy en n u estra ciencia y que em plean h a s ta los sociólogos
‘científicos’ y ‘n eu tro s’.
“ En consecuencia, la altern ativ a que se p re se n ta a los sociólogos
de hoy es sí van a seguir p re fere n tem en te los m arcos de re fere n cia del
equilibrio estru ctu ral y la acum ulación fáctica de ru tin a , con su
tendencia a tem as sin trascen d en cia y con las consecuencias políticas
52 La crisis, com prom iso y ciencia

sab id as, o los del desequilibrio y el conflicto, que parecerían e sta r


m ás a tono con nuestros tiem pos críticos y de cuya aplicación tam bién *
se esp erarían , com o antes, efectos tanto en lo político como en el jj
enriquecim iento de la ciencia, i
‘ ‘La tem ática reflejaría inm ediatam ente esta disyuntiva, porque los í
problem as que se presentan son g ran d es y com plejos. P ara p asa r por i;
encim a del vacío conceptual de este siglo habría que acudir a m uchos ¡
tem as de los sociólogos del siglo XIX y retom ar de ellos el hilo inves- )
tigativo que el em pirism o y la microsocíología mal en ten d id a dejaron !
tru n co . Así, por ejem plo, en el caso colom biano, p ara el estudio de la [
pobreza actual habría que tom ar como punto de partid a a M iguel jr
S am per (cuya obra fundam ental sobre este tem a es de fecha 1880) y t
no a ninguno del siglo XX. El tem a m ism o de la p obreza, bien enten- |
dido, ya tiene una dim ensión política, y é sta es inseparable de la
sociología de la pobreza. Como no podría evitarse su estudio si se r
q u iere su p erar la crisis latinoam ericana, e sta decisión es al m ism o \
tiem po política y científica. Lo m ism o habría de decirse de otros |
pioneros, como E steban E cheverría, Sarm iento, L astarria, Saco, j
M artí, Ju árez, Silvio Rom ero, José Bonifacio, así como de conceptos |
cen trales como ‘explotación’ , ‘im perialism o’ , ‘violencia’ , ‘po- í
d e r ’ , ‘liberación’ , ‘dem ocracia’ y ‘caudillism o’ ; todos tem as del
siglo XIX, que al m ismo tiem po son sociología y política y que se [
e n cu en tran en la esencia m ism a de la problem ática actual / 3 7 /. No ■
son m enos que otros g ra n d es tem as por estu d iar, como el neocolo- |
nialism o, la contrarrevolución y la dependencia.
“ Por eso, cuando afrontan los grandes problem as como d eberían ¡
hacerlo, los estudios de sociología son tam bién una form a de acción \
política, ya que la una va inextricablem ente m ezclada con la otra, aún I
m ás en épocas de crisis. M ientras m ás conciencia se h ag a sobre ello, ^
m ayor control tendrem os los científicos sociales sobre el resu ltad o de |
n u e stra s indagaciones y el efecto de n u estras en se ñ an za s, sin e sp e ra r j.
p or eso que lleguem os a ser ‘filósofos-reyes’ . C oncediendo que e sta ■
actividad se a crucial en toda época, una política sociológica, análoga
a la ya ex isten te política económ ica, sería el m en o r de los m ales,

37. Véase cómo este nuevo tipo de sociología comprometida va produciendo obras
im portantes, como los recientes libros de Pablo González Casanova, Sociología de la
explotación , M éxico, Siglo XXI, 1969, y Theotonlo dos Santos, Socialism o o fascism o,
d ilem a latinoamericano, Santiago, Prensa Latinoamericana, 1969.
La crisis, com prom iso y ciencia 53

como lo reconoce H an s-Jü rg en K rysm anskí en su estudio sobre la


sociología en Colombia / 3 8 / .

DEFINICION DEL COMPROMISO

; “ Tales dilem as se agudizan al estu d iar el problem a del com prom i­


so como un hecho social en sí m ism o. Debe decirse, ante todo, que no
se ha pretendido crear una nueva escuela sociológica ‘com prom etida’,
com parable a otras que, justificadam ente o no, hubieran precedido a
este m ovim iento. Ello n egaría la existencia m ism a de la sociología,
por cuanto ésta es una ciencia con un cuerpo propio de conocim ientos,
que se alim enta de lo que a ella le tra e n sus cultores, sean com pro­
m etidos o no. Pero, ev id entem ente, existe confusión respecto de la
naturaleza del com prom iso de que tanto se habla. Vale la pena acla­
rarlo, aun a riesgo de p arecer elem ental.
■ “ Hay aquí, d esde su origen, un grave problem a sem ántico que
debe resolverse, sem ejan te al de otros conceptos am biguos de n u e s­
tra lengua (como subversión, política, igualdad) que reflejan nuestro
acondicionam iento cultural y la socialización incongruente con el
cambio a que nos hem os visto som etidos desde la niñez. Los france­
ses tien en la ventaja de em plear dos palabras que dram atizan las
diferencias que en el español quedan cobijadas por una sola: engage-
m e n t y com prom is. La idea sartriana de en g a g e m en t, como se sabe,
es la que m ás se acerca al concepto de ‘com prom iso’ que querem os
;definir para la sociología de la crisis: es la acción o'la actitud del in te­
lectual que, al tom ar conciencia de su pertenencia a la sociedad y al
,mundo de su tiem po, renuncia a una posición de sim ple espectador y
coloca su pensam iento o su arte al servicio de una causa. En tiem po
de crisis social esta causa es, por definición, la transform ación signi­
ficativa del pueblo que perm ita sortear la crisis decisivam ente,
creando una sociedad superior a la existente. Por lo tan to , haciendo
por ahora abstracción de los m edios (lo que p lantea un problem a

38. H-J. Krysmanskí, Soziologische Politik in Kolum bien, Dortmund, Cosal. 1907.
Véase su traducción al español en ¡a revista Eco, N° 100, agosto, 1968, págs. 404-433, y
N°. 101 (noviembre 1968). Admito esta mezcla en mi propia obra Subversión y cambio
social (Bogotá, Tercer Mundo, 1968), pero parece generalm ente aceptado que los
conceptos (nuevos y viejos) allí introducidos son, en todo caso, sociológicos. Cf. Solari,
op. cit.. págs. 22-23.
54 La crisis, cóm prom iso y ciencia |

sociológico distinto, mas complejo y menos delimitado aun), el com- .f


promiso con esta causa de la transformación fundamental es la acción |
válida, el en g agem ent consecuente. Es el ‘compromiso-acción’ que |
justifica a los activistas y a la ciencia social en un momento histórico f
como el actual /3 9 /. |
“ El otro compromiso, el com prom is francés, implica el transigir, I
hacer concesiones, arreglos, arbitrajes, entregas o claudicaciones. Es I
el ‘compromiso-pacto’ que anima consciente o inconscientemente a [:
los que se creen neutrales en situaciones criticas, y a todos aquellos t
que abren sus flancos a procesos de captación. !
“ Naturalmente, habrá tantas modalidades de compromiso-acción f
cuantas decisiones personales se tomen sobre el particular. Por ello, |
para saber si la decisión es válida y consecuente, se hace necesario f
buscar criterios definidos, como aquellos ofrecidos por la definición |
sartriana de engagem ent. Demos un paso más en esta dirección. Lo r
que sigue no debe interpretarse como una posición insular. Represen- V
ta el consenso basado en la experiencia de los últimos tiempos de |
un buen número de sociólogos con quienes he trabajado o mantenido L
E-
correspondencia sobre el particular. En vista de la falta de un carta- "
bón de este tipo en la literatura disponible, he optado por presentar ■
estos puntos de vista como base de discusión, sin ningún ánimo pro- [
selitista. La articulación de las ideas es de mi sola responsabilidad.
“ El compromiso-acción es, esencialmente, una actitud personal
del científico ante las realidades de la crisis social, económica y políti­
ca en que se encuentra, lo que implica en su mente la convergencia de j
dos planos: el de la conciencia de los problemas que observa y el del
conocimiento de la teoría y los conceptos aplicables a esos problemas.
El punto de convergencia sobrepasa el nivel de la producción práctica
de conocimientos para tocar el nivel de la interpretación de la comuni­
cación social, quedando así dentro de la dimensión ideológica de la
ciencia que ha aprendido /4 0 /. Sabido es que estos dos niveles no son j
paralelos ni independientes: son dim ensiones simbióticas de un m is­
mo conjunto científico, que ejercen mutuos efectos en el procesó de '

39. Jean-Paul Sartre, Q uestions de m éthodes, París, Gallimard, 1960, págs. 26-31
(especialm ente). La idea de en gagem ent fue presentada con fuerza en la década de
1930 por Paul Nizan, Les chiens de garde. París, Fran^ois M aspero, edición de 1968,
págs. 37-45, quien se basó, en parte, en Lenin y su repulsa a la etiqueta de los “ sin
partido” .
40. Cf. Verán, op. cit., pág. 29.
La crisis, com prom iso y ciencia 55

sistem atización y avance del conocim iento. Por eso el com prom iso-
acción, aunque ideológico, no queda por fuera de los procesos cien tí­
ficos; antes por el contrario, como verem os m ás adelante, los e n riq u e ­
ce y estim ula.
’ “ Una vez ado p tad a esta actitud, el com prom iso-acción lleva al
científico a tom ar una serie de decisiones que condicionan su o rien ta­
ción profesional y su producción técnica. E stas decisiones tienen las
siguientes consecuencias en la acción, de donde se pu ed e juzgar el
tipo y la calidad del com prom iso adoptado:

“ 1. En la elección, por el científico, de los tem as o asuntos por in ­


vestigar y las prioridades que a éstos concede, así como los enfoques
y formas de m anejar los datos resu ltan tes. Algunos criterios p ara ello
se ven más ad elante.
“ 2. En las posibilidades de creación y originalidad que se abren
con su decisión, C uando se tiene la actitud de com prom iso con una r e ­
belión o insurgencia de significación que se considera necesaria, e stas
posibilidades au m entan porque se rom pen los m oldes antiguos, así
en la sociedad como en la ciencia, el arte y la cultura. (E sta es, p re ci­
sam ente, la posibilidad que se les ofrece a los latinoam ericanos de
seguir un curso investígativo propio, dejando de im itar lo hecho o
propuesto en p aíses avanzados y desarrollando un pensam iento a u tó ­
nomo, sin n ecesariam en te caer en la xenofobia. Es una de las g ra n d es
lecciones de la Revolución C ubana, como lo fue de la M exicana en su
prim era época. La ciencia del trópico y del subtrópico, por ejem plo,
está todavía por hacerse. (¿No hay ahí un cierto reto a la creatividad
de los latinoam ericanos?).
“ 3. En la determ inación de aquellos grupos claves que m erecían
ser servidos por la ciencia, y en la identificación con ellos, convirtién­
dolos así en grupos de referencia del científico, a quienes éste d e s ti­
naría de p referencia sus aportes. Los g rupos claves aplicarían y llev a­
rían a sus resu ltad o s lógicos el conocim iento que se les e n tre g a ra , y
serían fu en tes de d em anda y de apoyo. E sta asistencia m utua p erm i­
tiría una m ayor efectividad y un m enor m argen de error en la acción
de tales grupos /4 1 /.
“ Los prim eros dos tipos de consecuencia son am pliam ente reco ­
nocidos y existen m uchas referencias al respecto en la lite ratu ra . El

41. Cf. González Casanova, La nouveile sociologie, pág. 42; Kaplan, op . cit.,p ág. 49.
56 La crisis, com prom iso y ciencia |
í.
tercero tiene pertinencia m ás inm ediata en lo que se viene discu- j?.
tiendo, y a él debem os p restarle alguna atención. , |
“ Siendo que el tom ar un com prom iso es asunto propio de cada t
investigador, el cuestionarse uno m ism o sobre sus grupos de referen* T
cia —el sab e rse ubicar socialm ente, como diría M arx— brinda un |
buen punto de partida. Para definir los criterios de un com prom iso-
acción pertin en te en n u estra época de crisis, y para sab e r quiénes |
m erecen recibir la asistencia de n u estra ciencia en tre la plétora de ^
g rupos, m ovim ientos o partidos posibles, por lo m enos las siguientes ü
p reg u n tas deben ser absueltas por el hom bre de ciencia: I

“ 1. Sobre el previo com prom iso (pacto): ¿Con qué grupos h a esta- | I
do com prom etido h asta ahora? ¿A quiénes ha servido consciente o in* |
conscientem ente? ¿Cómo se reflejan en sus obras los in tereses de L
clase, económ icos, políticos o religiosos de los grupos a que ha
pertenecido? .¡
“ 2. Sobre la objetividad; ¿Cuáles son los grupos que no tem erían |
qu e se hiciese una estim ación realista del estad o de la sociedad y que, |
por lo m ismo, brindarían todo su apoyo a la objetividad de la ciencia? t
t y ^
“ 3. Sobre el ideal de servicio : Tom ando en cuenta la tradición y
hum anista de las ciencias sociales, ¿cuáles son los grupos, m ovimien- j..
tos o partidos políticos que buscan servir realm en te al conjunto de la ]
sociedad, sin p en sa r en sí m ism os sino en el beneficio real de las gen-
tes m arginadas que hasta ahora han sido víctim as de la historia y de ■
las instituciones? ¿Cuáles son los grupos que, en cam bio, se benefician '■
de las contradicciones, inconsistencias e incongruencias rein an tes? i
“ El no h ab e r podido articular antes estos criterios con claridad es J.
causa de las am bigüedades que se observan en diversas obras socio- j-
lógicas del género / A2/ . En e ste territorio sin d em arcar, tan lleno de j
fieras y trem ed ales, sólo la experiencia en se ñ a. Así, es in tere sa n te k
co n statar cómo diferentes sociólogos han visto la necesidad de reubi-
carse, ante la m agnitud de los hechos que analizan y que les envuel- f
ven al m ism o tiem po. E sto p u ed e seguir ocurriendo, aunque lleve a la í
íVJ
42. Mi primer libro sobre la subversión e s un caso claro de am bigüedad, y en ello se
justifica la crítica de Solari (op. cit,, págs. 18-19). Fue escrito antes de haberme ubica- j
do socialm ente, lo que produjo un desenfoque a) identificar grupos claves. Este defecto ;v
he intentado corregirlo en posteriores ediciones, incluyendo la inglesa (Subversión and f
Social Change in Colom bia, Nueva York-Londres, Columbia University Press, 1969). [
Cf. mí otro opúsculo. Las revoluciones inconclusas en A m érica Latina, 1809-1968, Mé* f
xico. Siglo XXI, 1968. [
La crisis, com prom isoy ciencia 57

pérdida de posiciones burocráticas o am enazas a las instituciones


sociológicas que no se som etan a la p au ta establecida /4 3 /.
“ El especificar la n atu raleza de esta transición personal, a veces
dolorosa, p uede ser útil e ilustrativo. Por ejem plo, el intento de iden­
tificar grupos claves en Colombia tuvo efectos tanto en la in te rp re ta ­
ción sociológica como en la política nacional. E sta fue una experiencia
interesante desde el punto de vista científico, porque quedó claro que
la noción de com prom iso no es un sim ple ejercicio académ ico, sino
que se aquilata, confirm a o desvirtúa con la acción. Como se dijo
antes {en la sección sobre norm as), son los hechos los que en últim a
instancia van indicando la consistencia de la realidad, hasta el punto
de que por ahí —por los hechos y las pru eb as dem ostradas en la ac­
ción— podríam os sab er si estam os llegando o no a los criterios finales
de la objetividad en la ciencia.
“ Parecería una ta re a urgente de la sociología latinoam ericana el
brindar p au tas para d eterm inar y conocer bien los grupos claves o
estratégicos que quieren reconstruir n u estra sociedad y que m erece­
rían, por eso, no sólo ser grupos de referencia para los científicos sino
tam bién ser servidos por la ciencia. P orque con ellos sería luego el
compromiso. E sta urgencia nos lleva m ás allá de la sociología de los
sociólogos p ara h acer la sociología de los políticos. En ello hay que ser
realistas y adm itir las dificultades teóricas y prácticas de la tare a. Si
aplicamos el criterio del ideal de servicio postulado antes, esta r e ­
gla podría perm itirnos identificar determ inadas agrupaciones que
tienen como fin organizar genuinos m ovim ientos de redención popu­
lar, y que están listas a responder de lleno al descontento y las asp ira­
ciones de las g en tes. Pero podríam os encontrar que los m ilitantes
están a veces obsesionados por consignas irreales, o dom inados por
sus em ociones, y que en la práctica no aprecian totalm ente el aporte
científico cuando éste contradice sus sim plificaciones o prejuicios. La
política puede sér ululante y acom odaticia, llevando a dilem as tácti­
cos que inducen la disensión en las propias filas deí grupo.
“ Pero la uluíancia, la em otividad y la falta de consistencia pueden
ser com batidas, así en el plano científico como en el orden político. En
lo científico, com petería al sociólogo ilustrar la situación como es,

43. El último caso importante puede ser el de Alain Touraine, cuyo libro Sociologie
de l'action, París, Seuil, 1966, pág, 15, ya manifiesta sus dudas, que luego encuentran
cauce apropiado en su último estudio sobre Le m ouvem ent de mai, ou le com m unism e
utopique, París, Seuil, 1968, otro magnífico ejemplo de sociología en gagée.
58 La crisis, com prom iso y ciencia

sum in istrar datos y participar como observador-inserto en la aplica­


ción de la política derivada de esos datos. Serta esencial entonces que |
la influencia y el ejem plo del sociólogo lograran racionalizar la acción [■
de los grupos claves, para que llegaran a ser m ás eficaces /'m e n o s |
erráticos, articulando con seriedad sus ideales y transform ando su |
em otividad en m ística. El sociólogo no fom entaría el dogm atism o, sino
que resistiría las m itologías/de los m edios políticos, oponiéndose a los
m acartism os y m ostrando/la vía de la evidencia y de los hechos, así '
sea ésta una tare a dura y inal agradecida. •
“ Con la identificación de tales grupos claves en países en e ta p a s •
prerrevolucionarias no sólo se resolvería el problem a práctico y con- ?■
S 4 ^
creto del com prom iso, sino que tam bién se ayudaría a ilum inar el ’
panoram a g eneral, hoy tan oscuro, para hacer m ás fácil la tare a del
cam bio político y social necesario. Así, tam bién la sociología dejaría i.
de ser la ciencia del p o stm o rte m , que llega a exam inar los volcanes ¡
cuando ya se han apagado, para ensayar nuevas y m ás responsables
técnicas proyectivas. :

EL COMPROMISO Y LA ACUMULACIÓN DEL CONOCIMIENTO ,

“ Veamos ahora si el com prom iso-acción, como expresión ideoló­


gica, es o no perjudicial para la ciencia cuando se inclina hacia grupos 1
políticos in surgentes o iconoclastas, especialm ente si im pide o favo­
rece la acum ulación sistem ática del conocim iento en tales circuns- I
ta n d a s . I
“ En prim er lugar, como ideología, es evidente que el compromi-, j
so-acción, no produce en sí m ism o una acum ulación de conocim ientos, [
porque lo que m aneja son intuiciones, concepciones o ideales (m ensa- j.
jes de com unicación social, según Verón) que pueden excluirse o
su p lan tarse m utuam ente. En cam bio, como hem os visto al nivel de la '
actividad de producción de conocim ientos con el que está ligado, \
ayuda a la identificación de grupos claves, ‘id eas-g u ías’ y tem as l
im po rtan tes, y puede llevar a la creatividad en la ciencia. \
“ Pero el com prom iso-acción no cum ple estas im portantes fu n d o - I
nes en un vacío m ental y conceptual, sino que tien e su fuente y su base i.
en la percepción de un conjunto de fenóm enos ya observados y de he- I
chos registrados en el p re sen te y en la historia: es decir, el compro- I
miso-acción tiene una función analítica seria. Aún m ás: exige trabajo |
arduo y responsable en el proceso de análisis. La percepción y la I
La crisis, com prom iso y ciencia 59

observación en que se b asa se hacen aplicando las reglas de la in fe­


rencia lógica, sin distorsionarlas, en tal form a que sub sista la posibi­
lidad del cambio en las ideas y en la visión personal por el im pacto de
los hechos y de la evidencia investigativa. O bviam ente, es d esh o n e s­
to ,e sté ril y contraproducente desvirtuar la evidencia para que arm o­
nice con la ideología o con un m ito, p a ra servir al in teré s que se ha
escogido (aunque se han visto casos en que el rigor de las p ru eb as
disminuye o aum enta según la atracción ideológica de la proposición
que se discute). Tam poco es conveniente d esc artar el conocim iento
serio obtenido por diversas escuelas o en etap a s anteriores, o consi­
derarlo como de ‘seg u n d a clase’ por venir de otras v ertien tes, países
o corrientes intelectuales. Eso sería un despilfarro trágico del recurso
hum ano. El aislam iento com pleto de lo que discurre en otras escuelas
y en países avanzados llevaría a un atraso que nunca lograría llen ar­
se, adem ás de que se p erderían contactos con grupos afínes en tales
países y escuelas, que podrían constituirse en actu ales o eventuales
aliados p ara el esfuerzo del cam bio.
f ;■“ Ahora bien, aun reconociendo las diferencias lógicas de nivel que
existen en tre el com prom iso ideológico y el proceso acum ulativo de
inferencias, ocurre que éste no avanzaría sin la ayuda catalítica del
primero. Como se ha observado en varios países y p ara otras ciencias
más avanzadas que la n u estra, el,conocim iento científico puede irse
acumulando ad m jin itu m , ritualm ente, sin que la ciencia avance,
produciendo en cam bio confirm aciones y reconfirm aciones de h ip ó te­
sis. o acum ulación de m eros datos, pasando inclusive al clisé y lo
insulso e im pidiendo síntesis com prensivas. H a sta se puede llegar a
saber m ucho de un problem a sin necesariam en te enriquecer la
concepción del m ism o ni llevar a la decisión de resolverlo; si así fu era,
gran parte de los que existen en la A m érica Latina ya estaría n re s u e l­
tos. Así, como puede fácilm ente o b serv arse, los científicos de d e te r­
m inadas épocas, tan d ilig entes en inferir hechos, confirm ar leyes y
acumular datos y evidencias, se van satu ran d o y h a sta aburriendo del
conocimiento adquirido —o fatigándose de la indecisión en que se
atascan sus p lan team ien to s— , llegando al reconocim iento de una
necesidad de cam bio, de una síntesis apropiada, de un m ayor e jerci­
cio d é la im aginación creadora, o de una reorientación científica. E ste
parece ser el caso actual de la A m érica Latina, donde se ha llegado a
una gran acum ulación de datos con proliferación de reuniones, d ec la­
raciones y consensos que piden ya, a gritos, o la im plem entación de
las tesis o su definitivo descarte. (En realidad es tal la acum ulación de
60 La crisis, com prom iso y ciencia | L a crisis, com prom iso y ciencia 61

palabras e ideas, que parecería conveniente declarar una moratoria! es una desgracia. El acto cognoscitivo que es la fu en te de n uestras
de sem inarios, conferencias y sim posios, hasta tanto no se realice una|' ideologías es tam bién el requisito previo de n uestro trabajo científico.
m ayor confrontación con la realidad, para enriquecer la expresión confe Sin él no es posible ningún nuevo punto de p artid a en ninguna cien­
la práctica y la teoría con la acción). cia. Por su interm edio adquirim os m aterial nuevo para nuestros
“ El m ecanism o que lleva a la ciencia a estas etapas re ite rad as de( esfuerzos científicos, y algo que form ular, que defen d er, que atacar.
producción (y de protesta) intelectual, no se encuentra en el proceso^ Nuestra provisión de hechos e in strum entos crece y se rejuvenece en
ritual o m ecánico de acum ulación del conocim iento, sino en aquelj. el proceso. Y así, si bien avanzam os len tam en te a causa de n u estras
otro nivel de comunicación social con el que está simbióticamente;.: ideologías, sin ellas podríam os no avanzar en ab so lu to ’ /4 5 /.
conectada. Este m ecanism o es ideológico y va im plícito en el com pro! “ El problem a de la reorientación acum ulativa de la ciencia a ca u ­
miso de renovación, creatividad y acción que los científicos asumen!! sa de los ‘cam bios en las p au tas so ciales’, dejado un poco en el aire
en un m om ento dado frente a la problem ática de su ciencia y su socie-j por Schum peter, qu ed a m ás concretam ente dilucidado por M yrdal. En
dad. Va tam bién im plícito en el em peño de en ten d er a la sociedad; apoyo a lo anteriorm en te citado sobre el envolvim iento político de los
como un todo (lo que no es o b ten er un sim ple dato cultural), de subir^ grandes econom istas, este autor aplica la tesis a la etap a actual:
a las alturas para ver los conjuntos, como aconsejaba M ax W eber. U ‘Ahora el liderazgo ha pasado a econom istas que dirigen su atención
reorientación resultante perm ite que se rean u d e la acum ulación del] a los problem as dinám icos del desarrollo y su planteam ien to . Lo m ás
conocim iento yendo en otra dirección que se considera m ás adecuada,! im portante que debem os destacar es que esta nueva dirección de
o hacia una etap a superior de técnica y teoría, redondeando el sentido; nuestro trabajo científico no resu lta de la autónom a reorientación de
de los hechos y enriqueciendo la visión de las cosas. Lleva así a unaj. las ciencias sociales, sino es consecuencia de trasc en d en tale s cam ­
nueva justificación de la ta re a científica. [ bios políticos' /4 6 /, M uchos otros científicos sociales concuerdan
“ E stas ideas, por su p u esto , son m uy conocidas, y la literatura^ con él.
sobre la sociología del conocim iento se ha venido enriqueciendo más!!, 1‘ ‘Y así se com pleta el círculo de n u estra argu m en tació n . El com pro­
y m ás. S chum peter, por ejem plo, colocado hace veinte años ante una; miso-acción es ideológico e implica una visión dentro de la ciencia.
crisis intelectual sem ejante a la n u estra en tre los econom istas, logró- Esta visión está condicionada por p au tas sociales y trascen d en tales
identificar el com prom iso-acción con ‘una visión o intuición delj cambios políticos que llevan a los científicos a una evaluación de su
in v estig ad o r1 , claram ente ideológica, que surge del ‘trab ajo cientíj disciplina y a una reorientación de la m ism a. De e ste proceso van
fico de nuestros predecesores o contem poráneos, o bien de las ideas/ resultando no sólo la acumulación del conocim iento científico sino
que flotan a nuestro alrededor en la m ente pú b lica’ /4 4 /. E sta visión; también su enriquecim iento, su renovación, su revitalización.
se puede ra stre a r en la historia económ ica con sus prem isas ideolój “ E stas son las coyunturas que se p resen tan hoy a los científicos
gicas, porque ‘la p au ta del pensam iento científico en una época dada; sociales ante la crisis de la Am érica Latina, p ara ju stificar su tare a y
va condicionada socialm ente’ . De ahí que tales prem isas se presen! la existencia m ism a de lá ciencia. Son una p ru eb a de decisión, de
ten por e ta p a s para ir conform ando el cuerpo de la ciencia. Ninguna;; laboriosidad y de creatividad en la p re sen te etap a histórica. Son una
ideología económica d u ra etern am en te — pues se van ‘agostando] prueba que lleva a com binar el rigor científico con la participación en
una tras o tra — , y la disciplina va saliendo de la una p ara llegar a la[ el proceso histórico, para lograr u na p ostura intelectual autónom a,
o tra, según los cam bios en las p autas sociales. ‘Siem pre tendremos[i aunque ella pueda ac arrear persecuciones e incom prensiones m o­
con nosotros alguna ideología’ , concluye S chum peter, ‘p ero esto no¡ m entáneas. Quizá de estos em peños resu lte no sólo una ciencia social
Ir más respetable, firm e y propia n u estra, con una m ás clara definición
I

44, Joseph Schumpeter, “ Science and Ideology", Am erican E conom ic Jíewew.jj


;f
N ° 2, vol. 39. marzo. I9 4 9 ,p á g s. 345-359; traducido como “ Ciencia e ideología” , Buej 4 5 ./6 /c /.,p á g s .40-41.
nos Aires, Eudeba, 1968, pág. 20. ;I 46. Myrdal, op. cít., pág. 398.

f
62 La crisis, com prom iso y ciencia

de la crisis latinoam ericana, sino tam bién una política eficaz de


cam bio que lleve a una sociedad superior a la existente. Tal es la
responsabilidad de los hom bres de ciencia, y tal el en g a g em en t que
adquirim os ante el m undo y ante la historia1’. ;
4

ANTECEDENTES DE UNA IDEA

Toda idea im portante requiere un proceso de gestación. Las que


anteceden, relacionadas con crisis, com prom iso, liberación y autono­
mía, me fueron en señ ad as por diversos colegas de varios países,
como se m enciona en el capítulo anterior. Pero m ás directam ente
debo m anifestar cuánto debo en este cam po a los de mi propia univer­
sidad, y especialm ente a Camilo T orres, A través d e la am istad y del
trabajo que realizam os en la facultad de sociología de la U niversidad
Nacional de Colombia fui absorbiendo las invaluables en señ an zas de
todos ellos.
/ Hacía poco que Cam ilo Torres había expuesto en B uenos Aires
sus ideas sobre u n a sociología auténtica latinoam ericana, que tánto
efecto han tenido d esde entonces, dentro y fu era de Colom bia. Sus
palabras rep lan teab an la función actual y la justificación de la sociolo­
gía .como ciencia rebelde y subversiva, p u esta al servicio de la causa
de la transform ación real de A m érica. Poco a poco sus ideas icono­
clastas fueron calando, d en tro de aquel am biente a la vez caldeado y
reaccionario que caracterizaba a la U niversidad N acional en tre 1963 y
1965. Se consolidó la facultad de sociología, es cierto, d en tro de las
normas tradicionales univ ersitarias y con un plan de estu d io s desarro-
llista que le perm itió sobrevivir y p ro g resar un tan to . P ero se trabajó
casi en seguida para re o rien tar la en señ an za y la investigación, d á n ­
doles un m ayor énfasis latinoam ericano y colom biano y buscando un
marco interdisciplinario enraizado en los m ás can d en tes problem as
sociales nacionales. De allí nacieron el P rogram a Latinoam ericano de
64 A n te c e d e n te s de una idea

E studios del Desarrollo, prim era escuela sociológica universitaria del,


g raduados en toda la región, organizada y dirigida por latinoam erica-r
nos m eritorios, y la nueva Facultad de Ciencias H um anas, que p re -|
ten d ía rom per las b arreras en tre las disciplinas sociales, p ara hacer I
de ellas un verdadero m otor de cambio dentro de la U niversidad y enj
el país. Parecía, pues, llegarse al clímax de la organización de las|\
ciencias sociales en Colombia. |
D entro de aquel am biente de restructuración in tern a y desafío ins*|
titucional, durante una sem ana de celebraciones en honor de la socio l
logia, el 28 de octubre de 1965 pronuncié las siguientes palab ras, conj;
el tem a de “ Nuevos rum bos y consignas para la sociología’’:*

“ Es lógico trata r aquí asuntos relacionados con nuevos rum bos j | (


consignas p ara la sociología en Colombia, porque esta facultad ha si-;
do el principal centro form ativo de esa ciencia en el país, y adem ás hav
sido foco de agitación intelectual y de creatividad académ ica. Hay!
razones p ara sentirse satisfechos por lo alcanzado en los años pasados j ,
d esd e 1959, cuando se creó el d ep artam ento de sociología; pero esf
tam b ién indispensable que se recapacite, para propender a una reo--
rientación necesaria. E ste puede ser un m om ento adecuado para el;
exam en, porque se cum ple una eta p a de siete años y se inicia otra
d en tro de la nueva política de integración universitaria. ;
“ H ace siete años se partió de nada: una p eq u eñ a oficina, un escriv
torio, un estan te de libros vacío, y dos profesores de cáted ra. Pero se:
crearon las b ases institucionales de la realidad actual. H ubo errores:;
quizá los naturales por falta de experiencia y de recursos. Además]!
fue casi inevitable que se identificara a la facultad con su primer:
decano, por la naturaleza de las luchas universitarias e ideológicas de[.
aquel entonces y la intensidad del esfuerzo por alcanzar una identi-J
dad profesional, en com petencia con otras carreras ya establecidas, ¡
“ A hora se inicia una nueva etap a integracionista, que comienza;
con m ucho: lo que se ha logrado g an a r atrás. En esta etap a , la nueva,
facultad que se crea (la de ciencias hum anas) no podrá confundirse;
con nin g u n a persona en particular. A dem ás, deberá seguir institucio-í
nalizando la autocrítica constructiva, p ara perfeccionar su acción. Loj.
que sigue es una expresión de esa autocrítica, como el esbozo de un
plan que p u d iera ad e la n tarse aqu í en los próxim os diez o quince años,;
"T
* Reproducido como Lectura Adicional N ° 179 de la Facultad de Sociología, Bogotá,¡
1965. f
¡.
■ f ■:
A n te c e d e n te s de una idea 65

EL PROBLEMA: NECESIDAD DE UNA REOR1ENTACIÓN

“ H asta ahora hem os sido quizá dem asiado provincianos en n u e s­


tra concepción de la sociología, probablem ente por la necesidad de
cim entarla como carrera (por la supervivencia de la facultad) y con el
fin de red o n d ear n u estra im agen profesional. A ctualm ente se siente
la urgencia de alcanzar una visión m ás amplia de los fenóm enos que
nos rodean, como condición indispensable para ser un verdadero
sociólogo. A esta m eta podría lleg arse por tres vías, que pueden ser
sim ultáneas:
“ 1. O btener una visión introspectiva de la cultura colom biana y
latinoam ericana, haciendo un m ayor uso de la autonom ía creadora.
Esto implica tra ta r de ‘andar solos’ , con fuerzas propias y en las
direcciones a que nos lleve una constructiva y fructuosa ‘im aginación
sociológica.’ , al estilo de las exigencias de C. W right M ills. La reali­
dad latinoam ericana en transform ación m erece ideas propias para
explicarla, y una m etodología propia para describirla, lo cual nos lleva
a poner, en principio, en cu a ren ten a aquellos conceptos conocidos
que hem os aprendido en textos y en aulas —tales como el orden p ri­
mitivo, élite,, casta, b u rg u esía, el uso parcial del form ulario— , no
para elim inarlos sino para buscar su exacta validez en nuestro am ­
biente local,
“ Implica tam bién re in te rp reta r los valores nacionales y regionales
(folclor, ciencia popular, tradición raizal) en el contexto del cambio,
destacando los nuevos que vayan surgiendo con autenticidad, y ta m ­
bién reconocer el gran desafío que en los órdenes tecnológico y social
represen tan los trópicos p ara la innovatividad hum ana.
“ Este. no es un nacionalism o a secas. No es aquel rom ántico,
sentim ental o em otivo de décadas pasadas. Es otro de naturaleza
selectiva, basado en elem entos relacionados con el desarrollo y el
cambio social profundo. Es un nacionalism o que m ira hacia el futuro y
que lleva, adem ás, a una especie de nacionalismo continental dentro
de la región latinoam ericana. Un nacionalism o am plio nos ayuda a
en tend er m ejor la realidad colom biana, porque nos perm ite colocarla
en una perspectiva adecuada, que destaca sus varias dim ensiones.
“ 2. C rear u n a sociología com prom etida con el desarrollo, es decir,
que dentro de las norm as científicas se identifique con las m etas r a ­
dicales de progreso, b ien estar y justicia social que se ha fijado el p u e ­
blo. No se crea que este afán de resp o n d er a las n ecesid ad es y a sp ira­
ciones de los pueblos lleve a actitudes irracionales o a la frustración
66 A n te c e d e n te s d e una idea

de la ciencia. Por el contrario, puede ser acicate para realizar d esc u ­


b rim ientos o invenciones de gran alcance, como ocurrió con C aldas
y la hipsom etría, dentro del contexto d esestim u lan te de la colonia a
com ienzos del siglo XIX. Aquel afán patriótico no elim ina la objetivi­
dad científica, sino que la coloca dentro de un contexto realista de
cambio social. Implica, en todo caso, una sociología dinám ica, p ro ­
blem ática, vital, al estilo de la de E ngels y W ard, o al de la resucitada
por Simmel y Mills. Es una ciencia que adquiere como norm a el ideal
de servicio, an tes que la fam a o el lucro.
“ 3. D eclarar la independencia intelectual, para estim ular n u e s ­
tros talentos y n u estra propia dignidad, com batiendo el colonialism o.
O bviam ente, esto no significa rechazar lo que hacen otros grupos de
diferentes latitu d es, sólo por se r de naciones extrañas; tal cosa sería
un miope etnocentrism o, un síntom a real de inferioridad.
“ Tam poco e sta independencia intelectual lleva a ignorar los d e s ­
cubrim ientos válidos de n aturaleza acum ulativa que se realizan en
m uchos sitios, y que deben tom arse en cuenta por todo científico
serio, au n q ue en este sentido d eb a anotar que nos favorece la proyec­
ción de la curva de acum ulación del conocim iento, que es geom étrica.
Así, en un tiem po relativam ente reducido seria posible que las d ista n ­
cias de hoy se acortaran b astan te . Ni mucho m enos debe convertirse
e sta independencia en capote bajo el cual esquivar com prom isos con
las m etas sociales propuestas, como bien lo señaló en su conferencia
de Buenos Aires nuestro profesor, el padre Camilo T orres.
“ La independencia intelectual de que aquí se habla significa,
en tre otras cosas, crear nuevas form as de trabajo y p ensam iento, que
sean a su vez aportes a la com unidad universal de científicos. Signi­
fica poder tra ta r de igual a igual con colegas de otros países hoy m ás
ad elantados, no por lo que digam os o escribam os en floridas frases,
sino por los hechos palpables de la ciencia que hagam os, como evi­
dencias p re sen tad as en macizos estudios, en im pecables trabajos de
investigación, en libros y m onografías, como resultado de nu estra
m etódica organización m ental y m adurez conceptual. Significa no
tem er a las nuevas corrientes intelectuales, sino ser receptivos a
todas, sin dogm atism os o prejuicios, porque sabrem os discrim inar
entre lo que nos sirve y lo que nos es inútil para el desarrollo de
n u estra ciencia.
“ En fin, d eclarar la independencia intelectual significa alcanzar
dentro del m undo de la ciencia y de las letras dignidad y autoridad
propias.
A n te c e d e n te s d e una idea 67

SOPORTES INTELECTUALES PARA LA POLÍTICA DE AMPLIA VISIÓN

“ Para alcanzar el éxito en e sta reorientación ideológica vam os a


tener que realizar varios actos de trascendencia.
“ U n o e s e l exam en de la propia realidad social p ara traducirlo en
investigación sistem ática y docencia, siguiendo el derro tero que
hemos llevado hasta ahora, pero colocándolo con m ás claridad dentro
del marco de la sociología com prom etida con el desarrollo, de que
hablaba antes. En este cam po es pertin en te recordar que no podría
haber sociologías dad as sin una aplicación específica. Así, la sociolo­
gía de la educación d ebería servir por lo m enos p ara p lan tear la p lan i­
ficación educacional; la sociología de la m edicina, p a ra la dem o­
cratización de la salud; la sociología urbana, para los problem as de
desarrollo regional; la sociología del conflicto, para racionalizar la
liberación de los grupos oprim idos o m arginados. A dem ás, sobresalen
campos nuevos como el desarrollo político y los problem as dem ográfi­
cos, actividades que en b u en a hora se h an confiado al P rogram a Lati­
noam ericano de Estudios del D esarrollo, basado a su vez en una
intensificada y reenfocada en señanza a nivel de p reg rad o .
“ El campo de la sociología de las transform aciones sociales y del
conflicto lleva a reconocer tam bién la interdependencia de la prim era
con otras ciencias sociales: la antropología, la historia, la econom ía, la
psicología y la geografía. Es posible que aquí en C olom bia —como en
los países en vía de d esarrollo— se en cu en tren factores m ás positivos
para llegar a una ciencia integral d el hombre, su cultura y su socie­
dad, que en países avanzados, porque en éstos la ciencia se en c u en tra
demasiado p arcelada y alrededor de las parcelas se han creado fu e r­
tes intereses. Aquí es posible aún llegar a concebir u n a ciencia de
síntesis.
“ Otro acto fundam ental para alcanzar las m etas de la política de
amplia visión es el exam en de fenóm enos com plejos de naturaleza
internacional Es necesario que conozcam os m ejor a nuestros veci­
nos, para ap ren d er de su experiencia histórica, pero sin re n d ir culto
a sus culturas. Así como científicos de países d om inantes vienen
aquí a estu d iarn o s, tam bién nosotros debem os in te n ta r estudiarlos a
ellos; y, como ellos, estab le cer en n u estra universidad cá te d ras de
estudios norteam ericanos, europeos, africanos y asiáticos,
“ Esto puede llevarnos a in v estig ar fenóm enos o instituciones
como el ‘im perialism o’ , para una determ inación p recisa y seria de
sus características, su s m anifestaciones, los lazos con diversos p a í­
68 A n te c e d e n te s de una idea

ses, su incidencia en las naciones independientes. Lleva tam bién a


vincularnos m ediante la investigación y la asistencia técnica a los
p aíses del terc er m undo, en tre los cuales es m eritorio destacar a los
del África, que son excelentes laboratorios sociales, casi todos en
p len a y acelerada evolución. Los africanos prefieren tra b a ja r con los
técnicos de países subdesarrollados, quizás por la m ayor afinidad del
atraso com ún y por la cercanía a los m étodos de trabajo y de encuesta
qu e hem os desarrollado fren te a problem as reales que tam bién nos
son com unes, como la falta de estadística, el analfabetism o y el atrasó
agrícola-técnico. Ya se ha hecho algo allí por latinoam ericanos. En
efecto, la Cepal ha destacado m isiones técnicas n u estra s en Egipto y
en G ana, y el médico colom biano Santiago Rengifo participó activa­
m ente en la planeación de la salud pública en el Congo. En fin, n u e s­
tro apoyo al desarrollo del África debe ser un reto científico y técnico
p ara nosotros, que nos beneficiará por las ventajas que trae el método
com parativo de investigación.
“ Tam bién será deseable prom over la colaboración de igual a igual
con científicos resp etab les de otros círculos. No cabe duda de que hay
g ru p o s de científicos sociales de avanzada en los E stados Unidos que
se identifican con nuestros problem as y que son conscientes de los
suyos propios; que no tienen em pacho en p ro testar por actos incon­
g ru e n te s como la invasión a la República Dom inicana, y que se han
com prom etido tam bién con el desarrollo de la sociedad n o rteam erica­
na, para llevarla a una nueva etapa de progreso y tolerancia. Hay
grupos fran ceses de quienes tenem os mucho que ap ren d er. Tourai-
ne en sociología del trabajo; M onbeig en geografía hum ana; Levi-
S trau ss en antropología; Lefebvre en historia social. Existen otros en
E uropa (holandeses, suecos, alem anes) que aportarían técnicas avan­
zadas en psicología social, econom ía y planificación. Y aun otros en
p aíses socialistas como C uba, la A lem ania oriental, Polonia y Y ugos­
lavia, donde ya conocen esta facultad.
“ Por supuesto, es indispensable continuar tam bién la conform a­
ción del equipo latinoam ericano que va a p lan tear los problem as te ó ­
ricos y prácticos del desarrollo de esta región, y cuya b ase se encuentra
hoy en el P rogram a Latinoam ericano. El concurso intelectual (y ojalá
personal) de los colegas de los países herm anos será invaluable para;
e sta im p ortante tarea: C ardoso, Sunkel, F urtado, González Casa-
nova, F ern an d es, Silva, C osta Pinto y tantos otros.
“ F inalm ente, hay dos m odalidades adicionales que tam bién son
soportes intelectuales para Ja nueva política de am plia visión: el conti­
A n te c e d e n te s de una idea 69

nuar estudios serios de ideologías m odernas {marxismo, integracio-


nismo, desarrollism o, pacifism o, etc.), con su espíritu crítico y objeti­
vo. Por ejem plo, sería muy útil tom ar como punto de partida para
exam inar los aspectos metodológicos del m arxism o los que plantea
Sartre en su libro Problemas del método, Y luego, continuar así m is­
mo con n u estra aspiración a cátedra libre, bajo la m odalidad de ofre­
cer cursos opcionales de tem a libre. Esta vieja aspiración estudiantil
puede concretarse bien en esta form a.

CAMBIOS EN LA ORIENTACIÓN ECONÓMICA

“ Los rum bos y consignas anteriores im plican tam bién un cambio


en la orientación económica de n u estras instituciones universitarias.
H asta ahora se ha dependido m ucho de las contribuciones y aportes
de entidades internacionales y extranjeras {fundaciones Rockefeller
y Ford, Unesco, U niversidad de M ünster, aportes de Francia), que
seguram ente han sido im portantes para nuestro progreso, pero que
tienen funciones lim itadas, como bien lo reconocen los donantes. La
limitación surge del hecho de que aquellas contribuciones no se conci­
b en .— ni se acep tan — sino como partes de una eta p a dada de d esa­
rrollo institucional. Por lo m ism o es necesario g an a r la independencia
financiera, echando raíces en entidades colom bianas que se interesen
tanto por lo que hacen los sociólogos que no vacilen en contribuir
generosam ente para el progreso de nuestras escuelas e institutos.
“ E sto llev a a reconocer que tanto los colom bianos como los latino­
am ericanos debem os responsabilizarnos de nuestros propios p ro g ra­
mas y estar listos a absorber sus costos. Por supu esto, esto debe al­
canzarse sin com prom isos, consagrando siem pre la autonom ía de la
facultad y de la universidad en el plano científico, académ ico e ideoló­
gico. Los program as de investigación y docencia no podrán supedi­
tarse nunca a los deseos de los donantes, excepto en cuanto estos
cíeseos confirmen nu estra orientación independiente,
“ A p esar de todas estas m etas e ilusiones, que im plican m ucha
dedicación y constancia, no debem os contentarnos con crecer solos.
T am bién debe crecer la universidad m ediante n u estra acción y n uestra
filosofía de la vida y de la ciencia. D espués de todo, se involucra toda
una generación en una em presa gigantesca como la que se propone.
Un grupo pequeño, aislado, no podrá ten er éxito. Por lo tanto, hay
que levantar el ánim o colectivo en busca de la dignidad histórica de
70 A n te c e d e n te s de una idea

n u estra generación. Es esta una misión que debe llenar de orgullo y


satisfacción a los sociólogos de hoy.
“ Hem os cum plido una etapa intensa de siete años de la que ya se
ven grandes y óptim os frutos. Nos enorgullece h aber contribuido a la
transform ación de la universidad colom biana. Ahora em pieza una
nueva etapa: la de p en sa r en g ran d e a través de la ciencia que hem os
escogido como la ciencia de síntesis. D ebem os usarla como h e rra ­
m ienta de liberación espiritual, política, intelectual, en el plano p e r­
sonal y en el plano colectivo.
“ Puede ser que la universidad, como antes, siga por la nueva
trocha que querem os ab rir en la cuesta del conocim iento, para llegar
a ver los más am plios horizontes de nuestro porvenir, como nación
digna y como pueblo erguido, dueño de su destino, dueño de sus
propios recursos y dueño de su propia alm a” .

Pero las circunstancias para aquella g ran aventura intelectual y


científica que se proponía no resultaron propicias. Quizás se sobresti-
mó el potencial real de la facultad de sociología. Y aunque se re g istra ­
ron efectos positivos en m uchos cam pos, a p artir de la creación de la
facultad de ciencias hum anas se em pezaron a sentir nuevos proble­
m as y tensiones para los cuales no se estab a com pletam ente p re ­
parado.
El im pacto de la nueva facultad — que no respondió a lo esp erad o —
hizo descontrolar el equilibrio político sobre el cual se había su s te n ­
tado la de sociología. A dem ás, la m uerte de Camilo T orres en febrero
de 1966 produjo crisis personales y colectivas de entidad que debían
llevar a una nueva concepción de la sociología en Colombia. Ya en
agosto de 1967, al organizarse el lí C ongreso Nacional de Sociología
en Bogotá, se sintió la necesidad de volver a d ar una cam panada de
alerta. En la sesión inaugural se invitó a los sociólogos p resen tes a
m ed itar sobre el problem a del com prom iso, posición que no m ereció
com entarios sino algunas observaciones críticas. Este punto de vista
no había de q u edar consagrado sino en el plano internacional M é­
xico, en 1969, como se ha dicho en capítulos anteriores.
Mi discurso de 1967, titulado “ H acia una sociología com prom e­
tid a ” , dice así:*

* Publicado en Gaceta d e l Tercer M undo, Nos. 42-43, Bogotá. Reproducido aquí con
revisiones menores para hacer más clara la presentación del pensam iento; octubre
de 1967.
A n te c e d e n te s de una idea 71

“ Hace poco m ás de cinco años fue fundada en Bogotá la A socia­


ción C olom biana de Sociología, por un grupo de profesionales in te re ­
sados en el progreso de las disciplinas sociales en Colom bia. F ue un
com enzar m odesto, porque la sociología ap enas se esbozaba en el país
como una profesión m oderna, que cruzaba los um brales dejados a
medio fran q u ear por un distinguido grupo de p en sad o res. Aún así,
aquella p eq u eñ a asociación adquirió el im pulso suficiente p a ra o rg a ­
nizar el P rim er C ongreso Nacional de Sociología entre el 8 y el 10 de
marzo de 1963, y el VII C ongreso Latinoam ericano de Sociología en tre
el 13 y 18 de julio de 1964.
“ Estos dos eventos científicos dem ostraron ser jalones en el d e sa ­
rrollo de la sociología en nuestro país y en el hem isferio. El Prim er
Congreso estuvo presidido por n u estro inolvidable am igo y colega y
m iem bro fundador de n u e stra Asociación, el padre Cam ilo Torres
Restrepo, a quien rendim os hom enaje de agradecim iento y em ociona­
da recordación en este m om ento. El p adre Torres encabezó el m ovi­
m iento de independencia intelectual de aquel entonces, no sólo
respecto de la herencia teórica y un poco superficial que habíam os
recibido, sino en relación con la orientación de la labor científica, que
había de dirigirse m ás y m ás hacia la problem ática colom biana.
“ El Vil C ongreso Latinoam ericano protocolizó la m arcada tra n si­
ción que se venía operando hacia una sociología in d ep en d ien te y
autóctona de la región. Se buscó articular una voz propia de los cientí­
ficos sociales de n u estros p aíses. El éxito en e ste sentido fue tan e s ti­
m ulante que a partir de ese congreso cristalizó un gran m ovim iento
intelectual latinoam ericano y latinoam ericanista, que llevó a renovar
parcialm ente la anticuada asociación regional y que dio ánim o a los
sociólogos locales p ara producir obras de en v erg ad u ra que enaltecen
la ciencia sociológica.
“ Es obvio que la sociología ha crecido en C olom bia, como en
muchos otros países, a p esar de todos los obstáculos, las incom pren­
siones y las cam pañas de descrédito p u estas a su paso por los cam ­
peones de in tereses creados. Nuevos valores hum anos de e sta ciencia
han aparecido, en núm eros crecientes, sujetos ya a una estricta d is­
ciplina universitaria. El im pacto de estos nuevos elem entos em pieza a
sentirse, y a ellos debe abrírseles el paso para que ocupen pronto las
posiciones m ás em inentes de la profesión en el país. E stos científicos
de nueva estam p a ya han producido im portantes estudios, como los
presentados en este congreso. E stán desarrollando técnicas m ás p re ­
cisas, ofreciendo una adecuada tem ática de investigación y novedosos
72 A n te c e d e n te s de una idea

criterios p ara fijar prioridades en ella y tran sm itir el conocim iento


adquirido a sucesivas prom ociones de sociólogos.
“ Ver este im presionante progreso de la sociología en los últim os
años es algo que estim ula, y que a m í personalm ente m e em ociona.
‘‘Pero en los actuales m om entos históricos de Colombia ya em p ie­
za a sen tirse la necesidad de algo m ás trasc en d en te. A hora el país se
ag ita de m anera positivam ente subversiva, p ara buscar nuevas fo r­
m as de organización y de acción social y económ ica que reem placen
las que no le satisfacen. El país está tratan d o de articular nuevas
m etas valoradas para la acción colectiva, con el fin de g an ar, por la
razón o por la fuerza, un futuro m ejor. Siendo esto así, los sociólogos
y otros científicos nacionales adquieren una nueva obligación: la de
tra b a ja r por el advenim iento de ese nuevo orden social a que el país
asp ira y por el cual el pueblo deja sen tir sus urgencias y anhelos,
d en tro de una época de transición azarosa y llena de riesgos y p e ­
ligros.
“ El riesgo, el azar y el peligro de este m om ento histórico son las
condiciones dentro de las cuales la p resen te generación de sociólogos
y otros intelectuales debe hacer una contribución original y fructuosa
de alcance universal. Si no por otra causa, porque esa es la situación
real en que se vive y trabaja día a día. La plenitud del sab er, en estas
circunstancias, no podrá venir de la lectura rutinaria de los libros
— u su alm ente im portados, para protocolizar el coloniaje cultural— , ni
del rito vacío de la enseñanza universitaria, que en m uchas p a rte s se
detuvo en décadas pasadas, quedando sujeta a estériles repeticiones
insulsas o a la ola de falsos m itos y héroes con pies de barro. La p le­
nitud intelectual surgirá de la resp u esta autónom a que se dé a los'
problem as del riesgo y del azar de nuestro desarrollo, m ediante la in­
vestigación disciplinada e independiente, la m editación seria y la
acum ulación sistem ática del conocim iento adquirido.
“ La creatividad intelectual y artística que quiere recibir la estim a­
ción universal no puede e sta r sujeta a m arcos conform istas. Hoy m ás
q u e nunca es necesario rom per los m oldes existentes y lanzarse m ás
allá para esta r de frente a la contradictoria, azarosa y peligrosa reali­
dad de la subversión moral y de la potencialidad revolucionaria, que
son síntom as evidentes de nu estro m undo y n u estra época. E sta es la
ta re a de una generación decisiva, quizás la n u estra, y por eso son
pocos los años disponibles p ara realizarla. Im plica esta tare a un com ­
prom iso con el futuro de n u estra sociedad y la adopción de nuevos
criterios para fijar prioridades y decidir qué es lo m ás im portante en
A n te c e d e n te s de una idea 73

relación con ese futuro. La re sp u e sta a los in terro g an tes científicos y


el estím ulo al esfuerzo necesario p ara contestarlos deb erán provenir
de un a ciencia com prom etida con esa gran lucha social, económica y
política que es la creación de un nuevo país.
“ Existe un peligro en esa función creadora del com prom iso con el
desarrollo moral subversivo: tradicionalm ente los intelectuales co­
lom bianos hem os sido muy dados a sólo h ab lar y escribir, y a pensar
que en esta form a llenam os n u estra obligación m oral p ara con la so­
ciedad que se transform a. E videntem ente, eso no es suficiente. Así
se ha venido haciendo desde hace m ucho tiem po sin que se produzca
casi ningún efecto en el sistem a social y económico com batido. Por el
contrario, el dejar discutir ideas y publicar artículos y libros (no im ­
p orta cuán extrem istas sean) p u ed e ser benéfico p ara el sistem a, ya
que perm ite a sus defensores d e sta c a r la «am plitud» del debate y lo
«dem ocrático» de sus instituciones. Lo im portante es dar el segundo
paso m ás allá de la expresión p u ram en te literaria, científica o a rtís­
tica, para to rnarse en participantes o im pulsores activos del d esarro ­
llo, en críticos honestos de los sistem as im perantes, en vigilantes de
los peligros de frustración que experim enta ese desarrollo, para que
las palab ras y las tesis vayan resp ald ad as por los hechos o ilum inadas
con el ejem plo.
“ Alguno podrá p reg u n tarse legítim am ente sí esto va m ás allá de
la ciencia para p asar a la política. No puede discutirse que tales rie s ­
gos existen, aunque com parados con los otros que p re sen ta la vida
corrien te en n u estras sociedades en crecim iento no p re sen ten n in g u ­
na desventaja especial. El hecho es que no podem os evitar esos rie s­
gos ni ignorarlos para perm anecer por encim a o por debajo de ellos,
sino que nos com pelen a tom ar una actitud definida ante ellos.
“'""‘"“ Por eso no es posible so sten er que sólo existé com prom iso en los
científicos o personas que favorecen el desarrollo, pues tam bién exis­
te otro com prom iso en las p erso n as o científicos que por acción u
om isión favorecen el statu quo. Su com prom iso puede ser inconscien­
te, es decir, creen que su actitud de apoyo a los sistem as im perantes
es objetiva y libre de prejuicios. Pero en el fondo eso no es así: en la
realidad están com prom etidos con esos sistem as y llevan el prejuicio
de su continuidad y defensa. En consecuencia, es im portante sacar a
luz esas ideas e ideologías conscientes o inconscientes, tom arlas en
cu en ta en la investigación y proceder según tales hechos con toda s e ­
ried a d , guardando los cánones del m étodo científico. Esto es p arte
74 A n te c e d e n te s de una idea

de la aventura intelectual que hoy propongo a la com unidad univer­


sitaria especialm ente.
"N o se diga tam poco que esta av en tu ra es to talm en te heterodoxa
o novedosa. En las ciencias económ icas, por ejem plo, se ha venido
haciendo investigación com prom etida desd e hace unos veinte años,
con G albraith, H agen, H irschm an, C urrie, F urtado y Prebisch, eco­
nom istas muy conocidos y resp etad o s, A nadie se le ocurre decir que
ellos no son científicos porque se com prom eten con sus valores o
ideologías; por lo contrario, se reconoce que su productividad y origi­
nalidad se afianzan en este com prom iso.
1‘Hoy la sociología está llegando a esa m ism a etap a de eficacia en
la acción y en la planificación. En efecto, ya existe una corriente
innovadora sobre el particular en la A m érica Latina. La sociología
com prom etida tiende a form ar p arte de un serio aporte conceptual y
teórico de un distinguido grupo de sociólogos latinoam ericanos, como
Pablo González Casanova, F ernando H enrique C ardoso, Rodolfo
S tavenhagen, José A. Silva M ichelena y Jorge G raciarena.
"T odos estos científicos han tenido o tienen la posibilidad de p a r­
tic ip a re n la lucha por el cam bio con fines de observación y de conoci­
m iento de la dinám ica intrínseca en tales procesos. Son claras las
ventajas que esto tiene para la ciencia. La ciencia deriva de tales
experiencias de acción nuevos conceptos, nuevas teorías y un nuevo
entendim iento a fondo de los fenóm enos que le com peten. Este es,
precisam ente, el reto científico del m om ento: el llegar a d em ostrar
que aun com prom etiéndose activam ente con el esfuerzo nacional
revolucionario tam bién se puede hacer ciencia, y ciencia resp etab le
en nivel universal. El diseñar nuevos m arcos conceptuales basados en
n u estra s realidades conflictivas, sin apoyo en m uletas ideológicas
forán eas —el andar solos y sin m iedo— , respondería a la necesidad
de servirle al país, y al m ismo tiem po enriquecería la ciencia social.
"N o es esto tam poco cosa nueva en la sociología m ism a. D esafíos
in telectu ales de este tipo, condicionados por la historia y por el creci­
m iento de sus sociedades, fueron aceptados y utilizados científica­
m ente por M althus, Sm ith, M arx, Com te, W ard y otros sociólogos
com prom etidos del siglo XIX, como tam bién tiende a ocurrir, de
m an era creciente, hoy, cuando se descarta el funcionalism o estru c­
tu ral o se com plem enta éste con el modelo del desequilibrio social.
Tal es el desafío del conflicto subversor y revolucionario que nos
ab so rb e y que no puede p asa r por alto el científico en los países que
A n te c e d e n te s de una idea 75

avanzan y crecen. La actitud necesaria lleva a un com prom iso del


científico con su pueblo, con el cual se identifica en sus aspiraciones.
La ciencia nacional d eberá reflejar esa s aspiraciones, como se e n rai­
zarán las ideas e in terpretaciones de su cultor en las an g u stias de las
g e n te s y en el diario trajín de la vida del pueblo.
“ En conclusión, puede verse que en la sociología com prom etida
se aplica el m étodo científico de investigación con una nueva d im en ­
sión de la objetividad, dentro de un marco de referen cia ideológico
que señala prioridades de trabajo. E sta ideología es la del cambio
revolucionario, entendido como un esfuerzo total y profundo para
cam biar el actual orden social y llegar a otro que se considera su p e ­
rior. La sociología q u eda así com prom etida con el cam bio en cuanto
se o rien ta a estu d iar problem as reales y agudos, vividos por la socie­
dad. E stá en oposición a una sociología que estu d ie problem as form a­
les con b aja probabilidad de aplicación para la solución de los proble­
m as del desarrollo.
“ Un desafío de la natu raleza del que describo no aparece sino en
m om entos cruciales de la nacionalidad: es el reto a la v erd ad era c re a ­
tividad, que tiene dim ensión universal. Según síntom as observables,
éste parece ser uno de tales m om entos. El hecho de que celebrem os
el segundo congreso d u ra n te esta extraordinaria coyuntura de n u e s­
tra historia puede abrir grandes perspectivas científicas, y de este
congreso cabe esp erar indicaciones adecuadas para tan trascen d en tal
tarea.
“ La contribución de cada uno de nosotros a trav és de ponencias
o de la discusión de ellas podrá servir como hilo conductor que nos
lleve a esa m eta que buscam os: la de la p erm an en te superación de la
ciencia sociológica p u esta al servicio de n u estra sociedad. Claro que
éste es el sino del científico com prom etido. Sólo que hoy esa m isión
de crear, contribuir, construir, guiar, criticar y luchar por una m ejor
sociedad se siente con m ayor urgencia que n u n c a ’\
CASOS DE IMITACIÓN INTELECTUAL COLONIALISTA

H asta ahora hem os enfocado aspectos teóricos del colonialism o


intelectual im plícitos en diversas m odalidades del com prom iso (el
com prom iso-pacto), o al h ab lar de m anera g eneral sobre una ciencia
reb eld e que responde a una crisis, o de una sociología de la liberación.
Es necesario ser m ás específico y señ alar ejem plos concretos de
colonialism o intelectual en tre nosotros. El p re se n te capítulo enfoca
sum ariam en te el problem a, relacionándolo con los científicos socia­
les*. El siguiente lo hace en cuanto a la política reform ista o desarro-
llista que ha caracterizado la form ación (y deform ación) de co o p e ra­
tivas en A m érica Latina.
C om encem os haciéndonos una p reg u n ta:
¿La fuga de talen to s p u ed e realizarse sin em ig rar de un país a otro?
C uando un científico que p erm anece en su tie rra adopta como patrón
de su trabajo exclusivam ente aquel desarrollado en o tras la titu ­
d es, sin hacer un esfuerzo crítico p ara d eclarar su in d ep en d en cia in te ­
lectual, p u ed e producirse tam b ién aquel despilfarro de la inteligencia

* Estudio publicado originalm ente en Diálogos (Colegio de M éxico), N° 29, se p ­


tiem bre-octubre, 1969, y basado en la intervención que hice en un sim posio sobre
“ Colaboración internacional en ciencias sociales", realizado en la Universidad del
estado de N ueva York, Stony Brook, marzo, 1968. Cf. la conferencia que dicté en la U ni­
versidad de Columbia, Nueva York, el 2 de diciembre de 1966, bajo los auspicios del
Nacía {North A m erican C ongress fo rL a tín A m erica), sobre “ Prejuicios ideológicos de
norteamericanos que nos estudian"; y otras criticas sim ilares hechas por mí en los
Estados Unidos.
78 Casos de imitación intelectual

y del esfuerzo autóctonos que caracteriza al “ robo internacional de


ce reb ro s” . La creatividad personal da paso entonces al servilism o y
a la im itación fatua y m uchas veces estéril de m odelos extranjeros
considerados avanzados, que sirven m ás p ara la acum ulación del
conocim iento en las naciones dom inantes que p a ra el entendim iento
de la propia cultura y la solución de los problem as locales.
Este asunto del servilism o está muy vinculado a la práctica de
colaboración en tre investigadores de distin ta nacionalidad y d e dife­
ren tes disciplinas. Vale la pena exam inar algunos aspectos aplicables
a las ciencias sociales, para deducir pau tas que perm itan com batir el
despilfarro del talento, especialm ente en nuestros países latin o am eri­
canos, que tan necesitados están de realizar el m ás am plio uso de sus
escasos recursos hum anos, económ icos y tecnológicos.
Como punto de partida tom em os la tesis de que te n e r un com pro­
m iso social es no sólo una form a apropiada p ara reconstruir la socie­
dad , sino tam b ién un reto para crear una ciencia seria que se a propia
a la vez. E sta es aquella disciplina que, al enfocar las necesidades y
objetivos suprem os de la sociedad local, llena tam bién todos los r e ­
quisitos académ icos de acum ulación del conocim iento, la form ación
de conceptos y la sistem atización universal.
El reto de la ciencia com prom etida ha sido aceptado en to d a su
p o tencialidad creadora por científicos como B arrington M oore, M au-
rice Stein, Louis W irth, G unnar M yrdal, A rthur Vidich, Irving Horo-
witz y algunos otros que derivaron su inspiración de la tradición de la
sociología dinám ica, la sensibilidad política y el celo m isionero por el
cam bio social, actitudes que resucitó C. W right M ills. E stos soció­
logos llenaron los requisitos exigióles en cuanto a idoneidad, p e rti­
n en cia e in teg rid ad , para producir una ciencia propia y seria, poco
su jeta a la fuga del talento en sus respectivas sociedades.
C uando se aplican estos criterios a la ciencia social latin o am eri­
can a — con el contexto m undial en m en te— puede descubrirse un p a ­
n o ram a triste “ que no in sp ira” , como dijo una vez un profesor n o rte ­
am erican o , p o rq u e m u estra “ estad o s de d e so rd e n ” y de “ confusión” .
Aún m ás: se ha señalado el peligro de que “ siga habiendo u n a ciencia
social de se g u n d a c la se ” (al su r del río Bravo) si los norteam ericanos
“ se pliegan ro m á n tic a m e n te ” a las decisiones latinoam ericanas en
cu an to a la selección de tem as de investigación. E ste asunto se re la ­
ciona con el problem a de la im itación colonialista, que es o tra m an era
de ex p resar la “ fuga e s p iritu a l” del talento en una región d ada.
Casos de im itación intelectual 79

Soy el prim ero en adm itir que nosotros, los científicos sociales de
A m érica Latina, todavía tenem os m ucho que ap ren d er para llegar a
ser tan resp etad o s y hábiles como los científicos físicos o los n a tu ra ­
listas, y tan in d ep en dientes como ellos. C om enzam os la ca rre ra m ás
tard e , y n u estra ju v en tu d posiblem ente nos lim ite un poco. Sin e m ­
bargo, el trabajo de m uchos colegas latinoam ericanos puede com pa­
ra rse favorablem ente, desde el punto de vista técnico y desde m uchos
otros, con cualquier trabajo realizado por cualquier científico en
cualquier p arte del m undo. De hecho, ellos p u ed en resp o n d er con
p ropiedad algunas de las p re g u n ta s form uladas por los colegas de
o tras p artes, y se verá que no son trán sfu g as intelectuales. Su e jem ­
plo como profesionales creadores y originales es digno de estudio,
porque puede esta r indicándonos cómo com batir la fuga del talento
y cómo salir de la m ediocridad en que nos hallam os, especialm ente
aquellos que, como yo, hem os seguido ru tin aria m e n te , a veces, los
m odelos extranjeros “ asé p tic o s” de la ciencia no com prom etida,
creyendo de b uena fe que estos eran los cánones m ás altos de la
m etodología de la investigación.
Sin duda es in teresan te descubrir que la creatividad de algunos de
los m ejores profesionales latinoam ericanos contem poráneos va en
relación inversa a su d ependencia de los m odelos de investigación y
de los m arcos conceptuales diseñados en o tras p arte s, tales como los
que se acostum bran en N orteam érica y en E uropa. En otras p alab ras,
a m ayor creatividad y perspicacia en la investigación local, m enor
dependencia de la versión actual de la ta re a intelectual que se o b ser­
va en los países avanzados, y m enor el im pacto posible del “ robo de
ce reb ro s” . Pero e sta conclusión no d eb e ría so rp ren d er a nadie,
porque de hecho la ciencia social de seg u n d a clase que se observa
en tre nosotros p u ed e deb erse a la cándida im itación que hem os hecho
de las teorías de seg u n d a clase y de la conceptualización estéril que
se originan en los países avanzados, y que se difunden de ellos a
nosotros.
Los trasp lan te s conceptuales de una cu ltu ra a o tra, a diferencia de
los injertos de órganos en el cuerpo hum ano, no han recibido toda la
atención que m erecen. Sin em bargo, el principio de la aceptación o
rechazo de ideas nuevas puede ir al meollo del problem a de la inves­
tigación colaborativa y del servilism o científico. N aturalm ente, es
inevitable que las ideas y conceptos se difundan ráp id am en te en
m edios propicios, y en el m undo de hoy el com pañerism o y la com uni­
cación en tre los científicos son m ás estrechos que nunca. Pero la ex ­
80 Casos d e im itación intelectual

periencia nos d em u estra que tal facilidad de contactos científicos y


cu lturales p u ed e te n e r efectos positivos así como negativos. La im ita­
ción sim ple, ap a rte el deseo honesto de confirm ar una hipótesis, con
frecuencia ha resultado ser un callejón sin salida, como p u ed e verse
en las disciplinas sociales cultivadas en la A m érica Latina.
Por ejem plo, en la sociología y en la psicología social el trasp lan te
del m odelo del equilibrio para explicar transform aciones locales, o el
de la hipótesis de la anom ia como una variable d ep endiente au to m á­
tica de la urbanización, o el de la m edida de actitudes n-A ch, en g e n e ­
ral, no ha tenido éxito. En antropología, los esfuerzos para aplicar el
concepto de “ indecisión social” a los g rupos cam pesinos en tra n s i­
ción, así como algunas tipologías bipolares, han resultado algo e s té ­
riles. En g eografía hum ana, el m étodo K óppen de clasificación de
clim as y la b ú sq u ed a de las óptim a loci no han llevado a ninguna
p arte . En econom ía, la teoría del “ d e sp e g u e ” o take o ffá e \ desarrollo
no parece te n e r b ases firm es.
Por otro lado, habrá m ucho que ap ren d er de los principios de o r­
ganización social que se aplican a la “ civilización selvática” y a la
tecnología desarrolladas por las guerrillas del Vietnam y de otras
p artes; y tam b ién hay m ucho que deducir de los experim entos socia­
les de Cuba que se llevan a cabo en gran escala, y sobre los cuales ha
de existir, por lo m enos, la curiosidad natural de los científicos.
Por lo tan to , aquellos que recibim os el im pacto de culturas dom i­
n an tes debem os ahora m ás que nunca te n e r la precaución y el buen
juicio de sab er ad ap tar, im itar o rechazar los m odelos extranjeros.
D ebem os desarrollar un sexto sentido para descubrir esq u e m a s y
conceptos que no darían resultado; o, por lo m enos, d esarro llar un
diseño experim ental p ara controlar la difusión de teorías sin im por­
tancia ap aren te, evitando así el desperdicio posterior de recu rso s y de
tiem po a que daría lu g ar la imitación colonialista, y la eventual fuga
de talen to s. : ¡-
Así m ism o, nosotros, los científicos del terc er m undo, deberíam os
esforzarnos por ser verdaderos creadores, p ara sab er u sar m a te ria ­
les autóctonos y norm as conceptuales originadas en situaciones loca­
les. N atu ralm ente, el desarrollar esta capacidad autónom a de “ andar
solos” es una p ru e b a final,, en cualquier p arte , de ciencia fecunda y
provechosa, y req u iere trabajo arduo, m ás duro aun que el que noso­
tros hem os podido realizar hasta ahora en la A m érica Latina y que nos
hace tan perezosam ente inclinados a ad o p tar lo extranjero. E sta tare a
exige que los científicos-sociales de: la A m érica Latina “ lleguem os a
Casos de imitación intelectual 81

los h ech o s” , nos “ ensuciem os” las m anos con las realidades locales
y dem os un m ejor ejem plo de dedicación industriosa y productiva que
pueda igualarse a la de los colegas de otras p artes.
Algunos latinoam ericanos pueden esta r evitando los tem as m ás
can d en tes y delicados de nuestra sociedad, lo cual es un defecto
porque coarta la originalidad. Pero afortunadam ente esa no es la
tendencia actual. No es com prensible que la colaboración en la in v es­
tigación y el acercam iento interdisciplinario no puedan b rin d ar
contribuciones en este sentido, especialm ente si los in teresad o s se
m ueven dentro de los m ism os m arcos de referencia, se re sp etan
m utu am en te y se inspiran en el m ism o com prom iso social. Una c ien ­
cia universal m ás rica sería el producto natural de esta colaboración
hasta cierto punto “ cen tríp eta” . De hecho, tam bién es tiem po de que
los científicos de regiones m enos d esarrolladas realicem os con a u d a ­
cia y autonom ía m ás estudios sobre los E stados Unidos y otras nacio­
nes avanzadas e im perialistas en etap a s de superdesarrollo. Pero no
p ara protocolizar la fuga del talen to , sino para conocer m ejor a los
po d eres dom inantes, con m iras al progreso y a la realización de la
‘p otencialidad de los países dom inados.
Pero m ás que asistencia técnica unilateral lo que se está n ecesi­
tan d o es colaboración honesta. H ay m uchos profesionales de p aíses
avanzados que no solam ente conocen los problem as sociales de otras
p a rte s, sino q u e se sienten políticam ente atraídos por ellos. La cola­
boración con esa clase de profesionales reb eld es, que m iran con sim ­
patía los esfuerzos nacionales hacia una profunda renovación social,
p u ed e ser productiva. Se observa en esos profesionales el nacim iento
de una antiélite intelectual articulada. Y la antiélite p u ed e s e r signo
salu d ab le del cam bio subversivo necesario en un a sociedad. Esta
renovación en las academ ias de los países avanzados p u ed e estarse
produciendo con rapidez, y ya se ex p resa en m ovim ientos de p ro te sta
social y política y en la aparición de publicaciones iconoclastas.
Así, es im p o rtan te te n e r un sen tid o real del com pañerism o in te ­
lectual, un com prom iso firm e con el cam bio social necesario y un
sincero afán de crear una ciencia propia y re sp etab le, p ara ev itar la
fuga espiritual del talento, así como la em igración del científico fru s ­
trad o .
EL PRO Y EL CONTRA DEL RETO

Una de las características de n u estra ciencia im itativa es la de no


contar con suficiente inform ación ni docum entación sobre casos como
los que anteceden, que pueden m ultiplicarse en lo educativo, lo
comercial, lo artístico, etc. La situación se explica: análisis como éstos
sirven para revelar los m ecanism os sociales q ue han venido funcio­
nando para m an ten er el sta tu q u o . Siendo que parecen actuar tam bién
con ese objeto, ¿para qué preocuparse? E videntem ente, quienes se
preocupan por tales cosas no pueden ser sino ag e n te s provocadores o
científicos reb eld es, com prom etidos con la subversión del orden exis­
tente. En consecuencia, m ientras m ás silencio e ignorancia haya
sobre estos asu ntos, m ejor.
Aún así, el m ero escarb ar por tales cam pos dram atiza la crítica
situación por la que pasan las m asas latinoam ericanas y, con ellas,
quienes las dirigen y orientan. Ni siquiera los científicos com prom e­
tidos con el sta tu quo pueden p asa r por alto tales problem as: la si­
tuación se les evade y descom pone con gran rapidez, en tal form a que
se agotan las form as de parche, de acom odo, de bom bero, de refo r­
ma, en fin, de “ desarrollo*’, sin que se logre aliviar los problem as
encontrados. De ahí que la crisis actual del reform ism o constituya, en
esencia, tam bién la crisis de toda una form a de vida y de su concep­
ción explicativa; es decir, de la ciencia y del conocim iento sobre los
que se ha construido*.

* Véase un análisis de los mecanism os o “'le y e s” del reformismo (desarrollismo) en


84 E l pro y el contra d el reto

El reto del Inform e R ockefeller de 1969 {Quality o f Life in the


A m ericas) lleva este problem a al clímax, bajo el signo del m ercado
del dólar y de la espada de Damocles del Pentágono y el Consejo In-
teram erican o de D efensa. F ren te a la crisis del reform ism o se aconse­
ja ahora oficialm ente la im posición de m edidas de violencia. A la
am enaza político-m ilitar siguen la coacción científica y tecnológica y
la penetración cultural y esp iritu al. Así se cree que term in ará, de una
vez por todas, la crisis social.
Pero tam poco podrá haber m ás enferm o, porque la m edicina viene
a ser m ás perjudicial que la enferm edad. Con tal política, los Estados
Unidos alienan a aquellos de sus am igos que esp e raría n una posición
m ás positiva, m ás com prensiva, m enos dogm ática y m acartista. Es
una política que aleja m ás que une a los pueblos del norte y del sur,
que dram atiza las incongruencias in tern a s del im perio y que m ina su
credibilidad.
Hem os visto cómo la ofensiva cultural hem isférica ya va andando.
E stá debilitando la autonom ía intelectual y científica de la Am érica
Latina, lo único que le queda a é sta como identificación de su p erso ­
nalidad y de su historia. Los ejem plos de infiltración cultural que se
p re sen tan en capítulos anteriores revelan en cierta m edida los p eli­
gros que se afrontan, los despilfarros que han ocurrido y que van a
venir, las hum illaciones que se esp eran . ¿Qué podem os ap ren d er
nosotros, científicos del tercer m undo, de ese avance de A rm agedón
que p reten d e reducirnos a robots y servidores de m odelos extraños,
p ero que nos consum e al m ism o tiem po de inanición porque chupa
como sanguijuela nuestros recursos de toda clase, que son m uchos?
¿Será que estam os condenados a servir siem pre de carne de cañón,
com o objetos de una política fabricada en otra p a rte , como curiosi­
d ad es antropológicas que van a adornar m useos e in stitu to s de lu g a ­
res extraños?
Por fortuna ha habido casos que nos señalan la vía autónom a y
q u e nos en señ an una gran lección: m ientras m ás latinoam ericano,
m ayor el respeto que se suscita en nivel universal. Se es resp etad o
por lo que se es, no por lo que se im ita; por el aporte propio, que crea
un nicho en la ciencia o en el arte m undial. Es así como fulguran

América Latina, vistos a través de la organización cam pesina, en el volumen E stu dios
d e la realidad cam pesina (N° 2 de la serie sobre "Instituciones rurales y el cambio
dirigido"), publicado por el Unrisd (Instituto de las Naciones Unidas de Investigacio­
nes para el Desarrollo Social), Ginebra, Suiza, 1970.:
E l pro y el contra del reto 85

peg o n a]id ad es como Caldas, Finlay, Lleras Acosta, Houssay, F e r­


nando Ortiz, que sin p erder su esencia latinoam ericana, sin dejar de
echar raíces en su propio m edio, m erecieron el respeto universal. Es
la razón de ser y la gloria de un Rivera, de una M istral, de un N eruda,
de un García M árquez. Éstos son genios de la cultura latinoam ericana
que lograron lib erarse del servilism o que ha caracterizado a m uchos
de nuestros intelectuales y artistas. Levantaron la cabeza y vieron el
verdadero horizonte de nuestro pueblo. C ontestaron anticipadam ente
el reto de Rockefeller, cada uno en su sitio y en su época,
' ■ T ener estas actitudes de rebeldía intelectual puede p arecer p eli­
groso a algunos, como un salto al vacío que llevara a la pérdida de lo
que ya tenem os en el campo de la cultura, la ciencia y el arte, porque
pertenecem os todos a la corriente de la civilización occidental. E sta
critica no se justifica, a m enos que se p iense según los m arcos de
referencia y los criterios de im portancia que nos tien tan desde afuera.
Si se recu erd an las b ecas, preb en d as y cargos que d ependen de ese
contacto con las instituciones dom inantes ex tran jeras (y con algunas
nacionales); si se aceptan porque sí los m odelos y conceptos que
hem os aprendido en libros y sistem as im portados, podríam os lleg ar a
te n e r la sensación de que saltam os al vacío, Pero la experiencia puede
ser so rp ren d en te: el tal vacío no existe sino en cuanto a la parq u ed ad
intelectual. Hay vacío donde no se trab a ja, donde no se p iensa, donde
no se investiga y se p reg u n ta y se critica. El rigor de la ciencia es
disciplina p ersonal, y é sta no se ap ren d e ni se g u ard a necesariam en te
en m edios artificiales extraños: se lleva consigo, se m ad u ra y fo rta ­
lece en el contacto con la realidad am biente.
Por eso el esfuerzo de te n e r ciencia propia y de lib rarse del colo­
nialism o intelectual es ta re a esencial, así en nivel personal como en
nivel colectivo. Y e ste esfuerzo, riguroso y serio, g an a rá el resp eto del
m undo y se unirá, ta rd e o tem prano, a la corriente intelectual u n iv er­
sal. Pero esta relación ya será en otro plano: de igual a igual y no de
dom inante a d ep en d ien te.
¿Qué se pu ed e p erd er con una decisión del tipo que proponem os,
si casi nada escapa ya, en nuestro m edio, a la órbita ag ig an tad a de la
hom ogeneización a lo Puerto Rico y del m ercado de consum o a lo
obsoleto? C iertam en te, el reto de Rockefeller p u ed e galvanizar el
poderío laten te de n u estro su b co n tin en te, p a ra producir una n u ev a
sociedad, con un a cu ltura y una ciencia rem ozadas. D ejad, en to n ces,
qu e;se frunza el ceño ante la ciencia reb eld e y subversiva, la sociolo­
gía de la liberación, el com prom iso-acción y el estudio de la crisis.
86 E l pro y el contra del reto

D ejad que se rom pa el cordón um bilical con n u estra s m adres p u ta ti­


vas de las zonas tem pladas.
Las leyes estadísticas sobre la distribución norm al de la inteligen­
cia pueden seguirnos favoreciendo. N uestro pueblo seguirá en acele­
rado crecim iento en todo sentido. Pero faltaría la decisión del trabajo
arduo y constante. Los científicos e intelectuales deberíam os esta r a
la cabeza y dar ejem plo, con n u estra industriosidad e ingeniosidad,
con nu estra adaptabilidad creadora, con n u e stra filosofía de servicio,
con nu estra seriedad de propósitos.
¿Será esto una sim ple ilusión? No n ecesariam en te. Otros pueblos
— aquellos que hoy nos dom inan— nos han m ostrado cómo trab ajar
p ara realizar algunos ideales. El reto d estaca la acción e im pele hacia
ad elan te. O ciencia rebelde, nueva, constructiva, o ciencia de seg u n ­
da clase, im itativa y d esa d ap tad a. Se ju e g a el porvenir de nuestro
pueblo, su propia identidad, su explicación de sí m ism o, su razón de
ser. La su erte está echada. P ueda ser que recojam os ese porvenir.
SEGUNDA PARTE

REFLEXIONES DE TRANSICIÓN
7

IRRUMPE LA INVESTIGACIÓN MILITANTE*

T res años han tran scurrido desde la publicación de la prim era


edición de este libro, y siete desde cuando dicté en la U niversidad de
Colum bia en Nueva York una conferencia sobre “ Prejuicios ideológi­
cos de norteam ericanos que estudian la A m érica L atin a’\ texto que
agitó el im pensable tem a de la sociología subversiva en un m edio
entonces im preparado p ara ese debate y que, en cierto modo, fue un
punto de p artid a p ara p re p ara r el volum en sobre Ciencia propia y
colonialismo intelectual.
De entonces acá, evidentem ente, la tex tu ra intelectual de las
ciencias sociales, y de la sociología en particu lar, h a cam biado b a s ­
ta n te , hasta el punto que ya hoy se aceptan n orm alm ente tesis antes
escab ro sas como la de la ciencia valorativa, las lim itaciones de la o b ­
jetiv id ad , y la función del com prom iso en la producción científica,
tem as discutidos ex ten sam en te en este libro.
Tam bién en los últim os años han aparecido, en casi todos los p a í­
ses, h u estes de científicos sociales “ ra d ic a le s” o “ re b e ld e s ” que han
p u esto a p ru eb a la e stru c tu ra tradicional de sus disciplinas, d em o s­
tran d o fallas teóricas y técnicas; otros están trab a jan d o en diferentes
form as por el cam bio estru ctu ral de sus sociedades como p arte de la
ta re a vital del científico.
Así, los prim eros esbozos que en este sentido hicieron G uerreiro

♦Este capítulo apareció como apéndice en la edición de Ciencia propia y colonialis­


m o intelectual de 1973.
90 Irru m p e la investigación m ilitante

R am os, C osta Pinto, Bagá, Moore y otros, han surtido efecto en la


ciencia social, creando un movimiento intelectual renovador que la
pone a tono con las necesidades del m om ento histórico actual. Ahora
se cuenta con las m aduras obras de G ouldner, M yrdal, Garfinkel y la
escuela de etnom etodología, que confirm an los puntos de vista antes
anotados. Se tienen las obras de Varsavsky y Verón, al sur, las de
González Casanova y los antropólogos reb eld es m exicanos (“ de eso
que lla m a n ...” ), al norte, en tre otras, que van bordeando esa m ism a
frontera del conocim iento. Pasó el m om ento álgido de la polém ica con
Aldo Solari y la histórica discusión sobre la crisis latinoam ericana,
du ran te el IX C ongreso de Sociología reunido en México en 1969, que
tanto im pacto hicieron en su oportunidad p ara d esp e rtar a m uchos
científicos que persistían en rendir culto a la “ ciencia un iv ersal” , sin
definir m ejor y d estap ar sus alienantes m ecanism os.
En estos m om entos, un buen núm ero de científicos sociales lati­
noam ericanos se han propuesto confrontar estas tesis con la realidad
am b ien te. La teoría se está llevando a la práctica desde el C anadá
h asta Chile, y en otros países del tercer m undo. El reavivam iento del
m arxism o, ad ap tado a las condiciones concretas y a la historia de
Am érica Latina, está ayudando a enfocar esta tare a, abriendo nuevos
surcos así en el m undo científico como en el desarrollo político local.
D entro de e sta línea, el com prom iso y la inserción de que habla este
libro han perm itido dar un paso adelante en la m etodología y las p rá c ­
ticas de investigación social, recu p eran d o una técnica que había
quedado releg ad a a segundo plano en los m edios académ icos: la
investigación m ilitante, dentro del conocido m étodo de estudio-acción
(el basado en la dialéctica en tre la teoría y la práctica).
Se reco rd ará que la inserción bien ejecu tad a /1 / req u iere com bi­
n a r las técnicas usuales de investigación social (participación e in te r­
vención) e ir m ás allá para adoptar las m etas y valores de los grupos
q u e asp iran a tran sfo rm ar la sociedad. Estos no son cualquier o rg a ­
nism o. Se tra ta de grupos claves cuya principal característica es la de

1, La inserción puede desenfocarse y producir efectos contraproducentes cuando no


se tiene un com promiso consecuente y se llega a una comunidad sim plem ente a
‘‘agitar’’, sin tomar en cuenta el nivel de conciencia política de las gentes de la locali­
dad; o cuando se llega con el fin de “ m anipular” las masas. Sobre este particular y
otros tem as relacionádos con la investigación militante, véase el libro de Víctor D.
Bonilla, Gonzalo Castillo, Orlando Fals Borda y Augusto Libreros, Causa popular,
ciencia popular, Bogotá. Publicaciones de la Rosca de Investigación y Acción Social,
1972.
Irrum pe la investigación m ilitante 91

estar involucrados en los procesos de producción. La experiencia


Índica que se encuentran en m ovim ientos obreros y cam pesinos o rg a­
nizados contra form as dom inantes de explotación por el im perialism o
y las oligarquías locales, que tienen en sus m anos la clave del pro g re­
so económico y político de una región.
, En tales circunstancias, el conocim iento se obtiene no sólo o b ser­
vando los procesos sociales concretos en que se ejecuta la inserción
(en un d eterm inado sitio o coyuntura) sino actuando en ellos y m ili­
tando para provocar cam bios políticos, sociales y económ icos en una
dirección determ in ad a. Así se adquiere una inform ación fiel y m ulti-
dim ensional que se niega, por lo general, a los etnólogos clásicos, y
que sirve p ara estim ular el esfuerzo y ganar las m etas de los grupos
claves.
Como la inserción, según la definición p ro p u esta en e ste libro, se
realiza d en tro de un proceso histórico y social de cam bio, ella no viene
a ser una experiencia exclusiva de intelectuales externos que p re te n ­
den “ in s e rta rs e ” en grupos claves, como si éstos fueran polos de
atracción. La práctica ha enseñado que, dentro del m arco del grupo
clave, cualquier persona capaz puede ejecu tar la inserción. Por eso
ésta descarta la m anera tradicional de distinguir en tre “ g e n te s o b ser­
v adas” y “ o b serv ad o res” del proceso. Allí tan to los unos como los
otros trab ajan conjuntam ente, todos son sujetos p en sa n te s y actu an ­
tes dentro de la labor investigativa. No ocurre así que unos exploten
a los otros, como “ objeto” de investigación, principalm ente porque el
conocimiento se genera y se devuelve en circunstancias controladas
por el m ism o grupo (véase m ás adelante). A lo m ás h ab rá una divi­
sión funcional del trabajo b asada en capacidad y experiencia p e r­
sonales.
Al concebirse en esta form a, la inserción lleva consigo dos d e te r­
m inantes: 1) la de constituir una experiencia intelectual d e análisis,
síntesis y sistem atización, realizada por un personal com prom etido
con grupos claves o p erten ecien te a éstos, o sea, por elem entos cientí­
fico-políticos de diversos niveles de capacitación técnica; y 2) la de
ceñirse a d iferen tes modos de aplicación local seg ú n alternativas o
coyunturas históricam ente condicionadas. Estos d eterm in an tes confi­
guran la técnica básica de la investigación m ilitante. En otros círcu­
los, con algunas m odificaciones, se le llam a “ investigación-agita­
ción” , o innovation fro m below.
El objetivo de esta técnica no es sim plem ente acum ular el conoci­
m iento científico en un m edio revolucionario, lo que puede ocurrir
92 Irru m pe la investigación m ilitante

au tom áticam ente en estos casos. La m eta principal es au m en tar la


velocidad de la transform ación, o subir el nivel de las confrontaciones
de clase, gracias a la mayor eficacia que habrán ganado los grupos
organizados con estos fines, lo cual puede llevar, en la práctica, a
articular o reforzar un m ovim iento y una organización política de
avanzada. Por eso es suicida (o contraindicado) para las tendencias-
conservatizantes de derecha, aplicar e sta técnica.
Según las experiencias observadas / 2 / , el investigador m ilitante
sigue un derrotero que le perm ite ac tu a r en el terren o y arm onizar
con los fines de los grupos con los cuales se identifica políticam ente,
así:
1. A nálisis de clase. Ante todo, analiza la e stru c tu ra de clases de
la región donde se ejecutan los trabajos de los grupos claves que,
como queda dicho, están vinculados a los procesos de producción, sea
como proletariado industrial o como cam pesinado (p eq u eñ a agricul­
tu ra, pesca, m adera, m inería, etc.). Una vez en la región, advierte la
m an era como la tradición y los factores de índole etnocultural y dem o­
g ráfica inciden en la concepción de clase y afectan el trabajo político
(cf. punto 3).
2. Generación d el conocimiento. El investigador e stá atento a los
tem as y enfoques que preocupan de m an era prioritaria a los grupos o
sectores: con ellos escoge los tem as y prosigue a elaborarlos de acuer­
do con el nivel de conciencia política y capacidad de acción que allí se
en c u en tra (no según el nivel político del propio investigador, que
p u ed e ser dem asiado avanzado, au n q u e éste p u ed a estim ular los
sig u ien tes pasos). De este esfuerzo surgen técnicas apropiadas de
estu d io , y aparecen investigadores locales y otros colaboradores
(m uchas veces espontáneos) que facilitan la labor y hacen los contac­
tos necesarios. Así se va generando el conocim iento dentro de los
gru p o s.
3. Recuperación crítica. El investigador y sus colaboradores b u s­
can luego las raíces históricas de las contradicciones que,dinam izan la
lucha de clases en la región, especialm ente aquellas instituciones que
en el pasado sirvieron al gyeblo p ara d efenderse de sus explotadores.

2. La Rosca de Investigación y Acción Social y otras entidades están aplicando estas


técnicas en varias regiones colombianas. Tareas similares o convergentes se realizan
en Chile e Indonesia {comunicaciones de Darcy Ribeiro y Gerrit H uizer). En algunos
países africanos se intenta lo mismo. El interés por estas técnicas parece crecer, hasta
el punto de que será tem a de discusión en el próximo Congreso Mundial de Sociología
que se realizará en Toronto, Canadá, en 1974.
Irrum pe la investigación m ilitante 93.

Al lograr dinam izarlas nuevam ente en el contexto actual para vigori­


zar esa lucha — y sin provocar reacciones nativistas o rom ánticas de
tipo folclórico— se efectúa un proceso denom inado “ recuperación
critica” . Ejem plos de recuperación critica en casos colom bianos, son:
la revitalización de resguardos de tierra colectiva y cabildos en regio­
nes hoy ocupadas por un cam pesinado indígena que, mal que bien, ha
logrado sobrevivir, con ellos, las invasiones de conquistadores y
laíi-íundistas; el uso del “ com bo” , el “ p alen q u e” -y la “ m in a ” como
elem entos etnoculturales de rebeldía provenientes de la época de la
esclavitud, que sobreviven hoy entre grupos de trab ajad o res explota­
dos m ulatos y negros de.zonas costaneras y fluviales; la organización
de “ b alu artes de auto gestión” en la costa atlántica, con b ase en
experiencias cam pesinas socialistas de la década de 1920.
ú: 4. D evolución sistem ática. Por últim o, el investigador m ilitante
devuelve los resultados de la investigación a los grupos con quienes
se identificó, de una m anera sistem atizada, ord en ad a y racional / 3 / .
No trab a ja entonces para publicar nada (esto puede ser inconveniente
tácticam ente), ni para g an arse un título académ ico, aunque el conoci­
m iento adquirido sea válido p a ra esos fines rutinarios de la sociedad
burg u esa.
El trabajo realizado en esta form a con trab ajad o res urbanos y
cam pesinos está dem ostrando la utilidad de e sta orientación para
producir, no sólo una ciencia social propia y fresca, m uy de nuestro
pueblo, sino p ara crear u n a serie de hechos políticos que llevan a
tran sfo rm ar radicalm ente n u e stra sociedad.
Los datos que se obtienen y las publicaciones que al fin salen a luz
(una vez autorizadas) constituyen contribuciones de rigor científico, y
contienen inform ación m uchas veces fundam entál p a ra el conoci­
m iento político y social de una región o del país en g en eral / 4 / , Son
datos serios y fidedignos que no habrían podido reco g erse en archivos
ni bibliotecas de academ ia, ni en obras de científicos de clase alta,
sino que han sido producto de experiencias perso n ales d irectas, m uy

3. Cf. el principio de Mao T se-tung, “ de las m asas, a las m asas” , O bras escogidas,
Pekín, 1968, tomo III. M edidas pertinentes tomó Vo Nguyen Giap en el Vietnam en
relación con sus investigaciones cam pesinas.
¡ 4 . Se encuentran publicaciones de este género en Colombia, como las siguientes:
M anuel Quintín Lame, En defen sa de m í raza (1971); E l petróleo es d e l pu eblo colom ­
biano (1971); Lom agrande, e l baluarte d e l Sinú (1972); Tinajones, un p u e b lo en lucha
por la tierra (1972).
94 Irrum pe la investigación m ilitante

ricas en sentido y contenido; o son datos rescatados de la m em oria


popular o sacados literalm ente de baúles destartalados donde el p u e ­
blo común ha atesorado su propia historia. E sta es la h istoria y los
hechos ignorados en los textos oficiales, o desvirtuados y deform ados
por los cronistas de nota. Así, lo que e stá em ergiendo de este e sfu er­
zo es un análisis cultural del conflicto de clases y una v erd ad era histo­
ria y sociología de la lucha popular y sus héroes en A m érica Latina,
que bien estab an haciendo falta.
A dem ás, esta ciencia social propia de estirpe popular exige una
claridad de exposición y explicación que lleva a técnicas especiales de
redacción y concepción de m ateriales, claridad que no se en cu en tra
m uchas veces en los textos tradicionales —de derecha o izquierda—
tan afectados de petulancia y dogm atism o conceptual. Y exige ta m ­
bién desarro llar una serie de técnicas sencillas, pero igualm ente
efectivas, p ara llegar a las m etas que se proponen.
D esde el punto de vista estrictam en te m etodológico, el resultado
es una serie de conceptos e hipótesis que encuentran confirm ación o
rechazo, no según el veredicto formal de grupos de científicos o aca­
dém icos situ ad o s en universidades o en países extranjeros dom inan­
te s, sino en el contacto inm ediato con la realidad viva, según el juicio
directo de las g entes que participan en el estudio y en la acción p e rti­
n en tes; E stos se constituyen así en grupos de referencia del investi­
g ad o r m ilitante.
Si hay alg u n a form a de rom per las cadenas que nos h an atado a
esa clase de ciencia euro-norteam ericana que h a justificado e ideolo-
gizado n u e stra explotación, ésta de la investigación m ilitante referida
a g rupos claves en lucha contra el sistem a político-económ ico dom i­
n an te, parece ser una salida natural y factible. Vale la p en a seguirla
ensay an d o , au n q ue siga im plicando el cierre de facultades y escuelas
de ciencias sociales y la persecución a m aestros y estu d ian tes lib era­
dos de aq u ella influencia. Ya llegará el m om entos del resurgim iento
digno y productivo de-nuestras disciplinas. M ientras tan to , debem os
se g u ir lu ch an d o p a ra que n u estro s trabajos sean concebidos en
n u estro s propios térm inos, p ara n u estro s pueblos, y en defensa de
n u estro s recu rso s hum anos, n atu rales y culturales, hoy am enazados.
En re su m e n , las tesis g en e rales de e ste libro están encontrando
justificación p ráctica. Su tem a central parece confirm arse. La ciencia
se va to rn an d o m ás y m ás en un in stru m en to crítico de cam bio social,
esp ecialm en te útil cuando sus m arcos g en e rales de referen cia se
Irrum pe la investigación m ilitante 95

rom pen, como ahora, para d ar paso a form as m ás ad ecuadas de expli­


cación y acción.
P ara llenar ese vacío cultural de n u e stra época, ha reaparecido el
m étodo de estudio-acción, con las técnicas^adecuadas de la investiga­
ción m ilitante.
1

I
i
URGE TRADUCIR LO
TEÓRICO A LO REAL*

Los n o tables progresos teóricos de la sociología latinoam ericana


du ran te los últim os años a que hago referencia en mi com entario, han
quedado dem ostrados una vez m ás d u ran te el p re se n te sem inario.
Tanto, que este desarrollo teórico com ienza a ser p reocupante.
Si algo pu d iera criticarse legítim am ente en esta ocasión, ello sería
un cierto afán de buscar una excesiva precisión conceptual referid a a
secuencias cerrad as de razonam iento lógico ó a fu en tes p rim arias
y au to rid ad es contem poráneas del m arxism o (la actitud “ ta lm ú d ic a ” ).
Claro qu e e sta práctica no es censurable en sí m ism a, sino que tiende
a convertir los Sem inarios en Concilios. O a confirm ar ten d en cias
an tig u as — y hoy ab solutam ente in n ece sarias— de colonialism o in te ­
lectual de izquierda (o de derecha) que deben ser n eu tra liz ad as si
querem os v er progresos m ás re ales en n u e stra s disciplinas.
U rgente p arece ahora confrontar con m ayor in ten sid ad lo teórico
á lo real, el traducir a la práctica lo que aquí se exam ina con esp íritu
crítico, analítico y codificatorio. De otra form a, fu tu ras reu n io n e s s i­
m ilares no serán otra cosa que variaciones sinfónicas (o cacofónicas)
sobre un m ism o tem a. A dem ás, parece esencial decidirse a resolver el

♦Comentario final del autor en el Seminario sobre ‘ ‘Clases sociales y crisis política en
América Latina’’, auspiciado por el Instituto de Investigaciones Sociales de la U niver­
sidad Nacional Autónoma de M éxico, que se realizó en Qaxaca (M éxico) entre el 18 y el
23 de junio de 1973.
98 D e lo teórico a lo real

problem a del com prom iso científico-político que im plican la praxis y


la proyección social en las actuales circunstancias de n u estro s países.
Me sorprendió que, en tre m arxistas, hubiera habido cierta te n ­
dencia a esquivar la discusión sobre estos tem as y aún a tratarlos
desde el punto de vista, muy académ ico, de la epistem ología. Quizás
esto se deba a la tendencia natural que ha existido a no tra ta r asuntos
de tal entidad sino en grupos de confianza o con com pañeros que tie ­
nen un mínimo de consenso sobre la naturaleza y form a de ese com ­
prom iso y, m ás aún, que lo están poniendo en práctica como o b ser­
vadores-m ilitantes.
En esencia, convendrá enfatizar el sentido práctico de nuestros
actuales trabajos. ¿Tienen ellos significado político-social? ¿Pueden
trad u cirse a la accipn? ¿Son ellos com unicables al nivel de las m asas y
de los grupos de base? O, como lo expreso en el com entario, ¿pueden
las g ra n d es tesis fraccionarse progresivam ente h asta llegar al nivel
local y regional, para ser validadas en vivo, por la seg u rid ad adicional
e in m ed iata que les dé el respaldo del pueblo organizado?
Si la resp u esta a estas p reg u n tas es m ayorm ente negativa, e sta ­
rem os en una situación insostenible y d esastrosa de teoría esotérica
que contradice la tradición y el m étodo m arxistas y q u e, aún peor,
d esp ilfarra la coyuntura histórica actual y traiciona la im periosa nece­
sidad de cambio en nuestros pueblos. En esas circunstancias no se
justificaría n u estra existencia ni como científicos ni como personas.
Por fortuna ha quedado e sta preocupación en tre los p articipantes,
lo cual es prenda de fructuosos nuevos trabajos. En consecuencia,
p u ed e anticiparse que el análisis de las clases sociales y las crisis
políticas en nuestro m edio será m ás agudo; que la teoría de la d ep e n ­
dencia sald rá de su ap aren te estancam iento p ara alcanzar vigencia
universal y regional. P robablem ente se harán m uchos sondeos b a sa ­
dos en conceptos centrales y am plios del m arxism o (en contraste con
otros conceptos específicos y reducidos a la experiencia europea) que
nos p erm itirán en te n d e r m ejor n u estra propia realidad con m iras a
su p erarla.
Por todo ello, é ste parece ser el m om ento de la investigación
m ilitan te con todas las ventajas y desventajas que ella im plique (como
cu alq u ier otro m étodo) p a ra las ciencias sociales. La m ilitancia nece­
sita la luz de la teoría científica para que sea re alm en te eficaz. Ella
m ism a — la m ilitancia— puede ser una experiencia científica, seria y
resp o n sa b le.
D e lo teórico a lo real 99

Es tiem po de p asa r así a la síntesis estudio-acción. La escuela


m arxista latinoam ericana, obviam ente, es la que m ás cerca se e n ­
cuentra de rendir los m ejores frutos en este cam po científico que a la
vez es estratégico p ara la revolución popular necesaria.
TERCERA PARTE

VIVENCIA Y CONOCIMIENTO
LA CIENCIA Y EL PUEBLO:
NUEVAS REFLEXIONES*

Sigue creciendo el interés m undial por la m etodología d e la inves­


tigación-acción p articip an te que se aplica p ara ayudar a producir
cambios radicales en la sociedad. D esde el Simposio M undial de C ar­
tagena (1977) se h an realizado encuentros internacionales sobre el
mismo asunto en F ilipinas, India, B angladesh, Tanzania, P erú, C ana­
dá, V enezuela, M éxico, Suecia y Yugoslavia. Casos de aplicación
concreta se han reg istrad o tam bién en otros países de los cinco conti­
nentes, Unesco, Oit, F ao y U nrisd han inaugurado divisiones especia­
lizadas con el m ism o objetivo. M uchos artículos y varios libros en seis
idiomas distintos h an aparecido sobre el tem a en el últim o año. Y el
asunto será motivo central de discusión en los próxim os congresos
m undiales de sociología y antropología.
Claro que no se perciben en Colombia, por razones obvias, expre­
siones dram áticas del m étodo de investigación-acción, y una de las
instituciones qu e lo auspiciaban (Fundarco) dejó de existir el año p a ­
sado. Pero es natu ral q ue el in terés p e rsista en tre nosotros, que se
estén llevando a cabo diversos ensayos en varias regiones del país,
y que algunas de las fallidas experiencias anteriores se reaviven p e­
riódicam ente. No es p ara m enos, puesto que este asunto científico-

♦Verstón parcial de la conferencia dictada en el Tercer Congreso Nacional de Socio­


logía, Bogotá, agosto 1980, cf. Asociación Colombiana de Sociología (Gonzalo Cataño,
presidente), La sociología en Colombia: balance y p ersp ectiva s (Bogotá, Editora Gua­
dalupe, 1981), págs. 149-174.
104 La ciencia y el pueblo

político de tantos alcances tuvo uno de sus prim eros puntales en Co­
lom bia. A dem ás, el pueblo trab ajad o r sigue necesitando de este tipo
de m etodología teórico-práctica para adquirir experiencia y conoci­
m ientos que lo lleven a ad elan tar las luchas y reivindicaciones de cla­
se que cada día se hacen m ás u rg en tes y aprem iantes.
De estos trabajos y experiencias, así como de la discusión en las
reuniones nacionales e internacionales efectuadas, se deduce que uno
de los p roblem as centrales a aclarar en la m etodología de la investiga­
ción-acción para el cambio radical es el de la producción del conoci­
m iento científico. Del proceso de producción de este conocim iento de­
pende m ucho el alcance y el sentido del trabajo de campo que se reali­
za con grupos de base, sea táctica o estratégicam ente. Como en el
m om ento actual se experim enta tam bién una crisis global en la ju sti­
ficación ideológica del ap arato científico dentro del sistem a capitalis­
ta, conviene reflexionar sobre estos problem as.
Uno de los aspectos p ertin en tes a reexam inar y revalorar es aquel
que se ha identificado como “ ciencia p o p u lar” o “ ciencia del pueblo”
d esde com ienzos del p re sen te siglo. Aquí advertim os una línea de es:
tudio y acción que puede hacer aflorar conocim ientos subyacentes y
articular una voz resp etab le que ha sido reprim ida en aras de la cien­
cia in stru m en tal, cuyos avances hoy nos aturden e hipnotizan. Una
voz y un conocim iento seculares que, en su aparen te sim plicidad,
puedan ofrecernos algunas de las re sp u estas vivenciales que m ás ne­
cesitam os p ara continuar la lucha y los esfuerzos.

BASES GENERALES

C om encem os por sen tar bases generales sobre las cuales poda­
mos construir alguna argum entación coherente sobre tan im portante
asunto como es el de la ciencia popular.

C oncepto de ciencia

En prim er lugar, no es correcto hacer de la ciencia un fetiche, co­


mo si ésta tuviera entidad y vida propias capaces de g o b ern ar el uní-
verso y d eterm inar la form a y contexto de n u estra sociedad p ré sen te y
fu tu ra. La ciencia, lejos de ser aquel m onstruoso agente de ciencia
ficción, no es sino un producto cultural del intelecto hum ano, produc­
La ciencia y el pueblo 105

to que responde a necesidades colectivas concretas —incluyendo las


consideradas artísticas, sobrenaturales y extracientífícas— y tam bién
a objetivos determ inados por clases sociales que aparecen dom inan­
tes en ciertos periodos históricos. Se construye la ciencia m ediante la
aplicación de reg las, m étodos y técnicas que obedecen a un tipo de r a ­
cionalidad convencionalm ente aceptada por una com unidad m inorita­
ria constituida por personas hum anas llam adas científicos que, por
ser hum anas, quedan precisam ente sujetas a las m otivaciones, in te ­
reses, creencias y supersticiones, em ociones e in terpretaciones de su
desarrollo social específico.
Por lo m ism o, no p uede h ab e r ningún valor absoluto en el cono­
cim iento científico, ya que su valor variará según los intereses objeti­
vos de las clases envueltas en la formación y acum ulación del conoci­
m iento, esto es, en su producción. P ara nuestros fines del m om ento
nos in teresará exam inar este proceso de producción del conocimiento
científico — incluido el tecnológico y cultural— m ucho m ás que el p ro ­
ducto final m ism o re p resen ta d o en objetos, artefactos, leyes, princi­
pios, fórm ulas, tesis, p aradigm as o dem ostraciones. Estos productos
son los que aparecen como absolutos en textos y tratados, sin que
necesariam ente lo sean.

N iveles de producción del conocim iento: dom inante y em ergente

En segundo lu g ar, si lo que m ás in teresa es el proceso de p roduc­


ción del conocim iento para fines prácticos, tácticos y estratégicos,
cabe p reg u n tarn o s sobre los niveles de form ación y com unicación en
que cristaliza este conocim iento para ten er consecuencias en la con­
ducta colectiva y en el acaecer cotidiano.
Uno de tales niveles es el de la com unidad de científicos occiden­
tales especializados que hoy p re te n d e m onopolizar lo que es la ciencia
y dictam inar sobre lo que es o no es científico. E ste nivel tiene claras
consecuencias en el m antenim iento del statu quo político y económico
que se revuelve alred edor del sistem a capitalista e industrial dom i­
nante. En estas condiciones, la producción del conocim iento a este
nivel se dirige obviam ente a m a n ten e r y fortalecer este sistem a.
P ara ello, los científicos del sistem a prefieren m anejar objetos,
datos y hechos co n g ru en tes con las finalidades del sistem a c a p ita lis­
ta, y releg an , rep rim en , o suprim en otros que, de d estacarse o in v en ­
106 La ciencia y el pueblo

tarse, revelarían alternativas contradictorias, inconsistencias y debili­


d ades in h eren tes al sistem a.
A priori, estos datos y objetos incongruentes del sistem a poseen,
como los otros, su propia estru ctu ra cognoscitiva, y pueden te n e r su
propio lenguaje y su propia sintaxis. Pero como responden a otros in­
tereses, desem bocan en un nivel de formación y com unicación que
aquí vamos a identificar como el de la “ ciencia o cultura e m e rg e n te ”
o “ sub v ersiv a” .
A posteriori, ello no significa que este nivel reprim ido o em erg en ­
te sea anticientífico ni que vaya en contra del proceso de acum ulación
general del conocim iento científico, tecnológico y artístico que ha sido
una constante desd e la aparición de los hum anoides. Sin em bargo,
reconoce una antigua y respetable dim ensión del quehacer científico
y cultural que ha ido y va por fuera de canales institucionales, form a­
les, g u b ern am en tales y académ icos. Y que, por el contrario, ha sido
factor positivo de anim ación, creación e innovación aun en las propias
instituciones establecidas que han sido retad as (Nowotny y Rose,
1979).

Concepto de ciencia popular

En este nivel de la ciencia em erg en te o subversiva —o de cultura


rep rim id a y silenciosa— puede incluirse la llam ada ciencia popular
cuando p reten d em os dinam izarla políticam ente y, en consecuencia,
incorporarla al desarrollo socioeconómico y a la corriente científica
g en eral para que d eje oír su voz.
Por ciencia p opular —o folclor, sab er o sabiduría popular— se
en tien d e el conocim iento em pírico, práctico, de sentido com ún, que
ha sido posesión cultural e ideológica ancestral de las g entes de las
b ases sociales, aquel q u e les ha perm itido crear, trab a jar e in te rp re ­
tar p re d o m in an tem en te con los recursos directos que la naturaleza
ofrece al hom bre.
E ste sa b e r popular no está codificado a la usanza dom inante, y por
eso se desp recia y re le g a como si no tuviera el derecho de articularse
y e x p resarse en sus propios térm in o s. Pero el sab er popular o folclóri­
co tien e tam b ién su propia racionalidad y su propia e stru c tu ra de
cau salid ad , es decir, p u ed e d em o strarse que tiene m érito y validez
científica en sí m ism o. Q ueda n atu ralm en te por fu era del edificio
científico form al que ha construido la m inoría intelectual del sistem a
La ciencia y el pueblo 107

dom inante, porque rom pe sus reglas, y de allí el potencial subversivo


que tiene el saber popular.
Así, por ejem plo, el conocim iento de un curandero cam pesino es
inadm isible p ara un médico doctor. Y no es adm isible porque ignora
y sobrepasa, en este caso, los esquem as institucionales del médico de
consultorio con sus equipos im portados, cuyas fórm ulas abstractas
juegan como fichas en un gran dom inó explotador. Lo m ism o se p u e ­
de decir de las ciencias económ icas y agrícolas y de sus practicantes.

Ciencia e interés de clase

Sería preferible no u sar adjetivos cuando hablam os de ciencia o


de cultura, si querem os verla como un único proceso form ativo de co­
nocim ientos válidos que tienen consecuencias en la conducta colecti­
va y en el acaecer cotidiano. Como se sugirió an tes, la ciencia es un
proceso totalizador y co n stante que se m ueve en varios niveles y que
se expresa a través de personas y grupos perten ecien tes a diversas
clases sociales. Puede, por lo m ism o, sum ar y re sta r datos y objetos,
enfatizar ciertos aspectos y oscurecer otros, acordar m ayor im portan­
cia a determ inados factores, en fin, construir y d estru ir paradigm as
de conocim ientos.
Por eso, estrictam en te hablando, no puede h ab e r “ ciencia popu­
lar” como tam poco “ ciencia b u rg u e s a ” o “ ciencia p ro letaria” .
Ocurre que, en d eterm in ad as coyunturas históricas, diversas conste­
laciones de conocim ientos, datos, hechos y factores se articulan
según los in tereses de las clases sociales que en tra n en p ugna por el
dominio social, político y económico (K uhn, 1970: 23, 181-187). Así,
existe un aparato científico construido para defender los in tereses de
la bu rg u esía, y este ap arato es el que dom ina hoy a nivel local y g e n e ­
ral en las naciones llam adas occidentales, el que condiciona, lim ita o
reprim e el crecim iento de otras construcciones científicas y técnicas;
por ejem plo, las que responden a intereses de clases cam pesinas y
proletarias, o las de otros grupos populares a quienes se les ha aplica­
do la ley del silencio.
El devenir histórico lleva a un cam bio en esta relación de subor­
dinación de clases, sin que necesariam ente esta revolución lleve a
descartar todos los conocim ientos que han hecho posible la dom ina­
ción b u rg u e sa, como an tes la feudal. Al contrario, puede anticiparse
que m uchos de los elem entos tecnológicos descubiertos por los cientí-
108 La ciencia y el pueblo

fíeos b u rg u e ses servirán para beneficiar a las clases proletarias y


afianzar el po d er de éstas, una vez que lo ganen por la acción política.
No es im prescindible d estru ir todo lo anterior para construir según
nuevos o revolucionarios esquem as científicos o técnicos. (Así lo indi­
ca el m ism o Lenín en uno de sus ensayos: “ Tareas de la asociación
ju v en il” ).

Ciencia y p o d er político

E videntem ente, esta am plia interpretación de lo que es la ciencia


lleva a reconocer en ella una dim ensión ideológica y política im por­
tan te. P aradójicam ente, el triunfo actual de la ciencia al im ponerse
casi como un fetiche de ficción h a llevado a que se le caiga tanto la
careta de la neutralidad valorativa con que deam bula, especialm ente
en las u n iv ersidades, como la peluca de objetividad con que quiso im­
p resionar al gran público.
La ciencia no pudo escaparse por esos recovecos, sino que quedó
en garzada en los avatares de la política corriente. El concepto de ver:
dad, por lo tanto, ya no parece fijo ni term inado, sino que se da desde
una posición de poder que form aliza o justifica el conocim iento acep­
table. Y esta aceptación va condicionada a visiones concretas de la so­
ciedad política y su desarrollo. Por eso, ser científico hoy es estar
com prom etido con algo que afecta el futuro de la hum anidad. Así, la
sustancia de la ciencia resulta ser cualitativa y cultural; no es la sola
medición estadística, sino la com prensión de las realidades.
SÍ el proceso de producción del conocim iento va ligado, como
viene dicho, a una base social, es necesario descubrir esta b ase para
en ten d er los vínculos que existen en tre el desarrollo del pensam iento
científico, el contexto cultural y la estru ctu ra de poder de la sociedad.
Hoy no existe la urgencia m ítica de hacer ciencia p u ra o exacta ence­
rrado en un laboratorio lleno de pipetas y cubetas, o en una facultad
universitaria clásica, sino que el científico alerta y verdadero se p re­
gunta: ¿Cuál es el tipo de conocim iento que querem os y necesitam os?
¿Para quiénes es el conocim iento científico y a quiénes va a benefi­
ciar?
Por lo tanto, debem os seguir exam inando fríam ente e im pulsando
la ciencia em erg en te y reprim ida y la cultura subversiva, y trabajar
por un reordenam iento del q u eh acer científico que sea útil y conve­
niente. P ara ello es inevitable tom ar en cuenta las necesidades de las
La ciencia y el pueblo 109

g randes m ayorías, víctimas del avance que ha traído el progreso d es­


equilibrado de la m ism a ciencia.
A las sugerencias del pueblo que trabaja y produce, el que padece
los efectos de la experiencia capitalista, se le da hoy, a regañadientes,
gran atención por la am enaza que presenta al sistem a dom inante.
Hay, pues, que acercarse a las bases no sólo para en te n d e r por dentro
la versión de su propia ciencia práctica y reprim ida extensión cultu­
ral, sino para buscar form as de incorporarla a n ecesidades colectivas
m ás gen erales, sin hacer que pierd a su identidad y sabor específico.
A este problem a, y ap arente dilem a, m e referiré en las páginas que
siguen.

ENSEÑANZAS DE LA INVESTIGACION-ACCION

^A cercarse a las bases populares ha sido uno de Jos propósitos de la


izquierda política y de sus grupos com petidores en todas partes. Con
ello se ha buscado fu n d am entar una acción consecuente con fines r e ­
volucionarios o conservadores. Pero no siem pre se ha actuado con s a ­
biduría y prudencia en esta b ú sq u ed a . Conviene tom ar en cuenta las
experiencias h abidas al respecto, pues de allí p u ed e n derivarse for­
mas ad ecuadas de incorporación del conocim iento del pueblo a la
corriente científica y cultural g eneral con efectos radicales, y vice­
versa.

A p o rtes d el saber popular

Si aceptam os la prem isa de que la ciencia del pueblo com ún o fol­


c lo r— es decir, el conocim iento práctico, vital, em pírico que le ha p e r­
m itido sobrevivir, in te rp re ta r, crear, producir y tra b a ja r por siglos
con m edios directos n atu ra les— tien e su propia racionalidad y su p ro ­
pia e stru c tu ra de causalidad, conviene em pezar por tra ta r de e n te n ­
d er aquella racionalidad y esta e stru c tu ra en lo que tien en de propio o
específico. G ram sci señaló una ru ta cuando sostuvo que en las clases
trab ajad o ras existe una “ filosofía esp o n tá n e a ” contenida en el le n ­
guaje (como conjunto de conocim ientos y conceptos), en el sentido
com ún y en el sistem a de creencias que, aunque incoherente y d isp e r­
so a nivel g en eral, tien e valor p a ra articular la práctica diaria (G ram s­
ci, 1976: 69-70).
110 La ciencia y el pueblo

En efecto, no sobra recordar lo mucho que este saber y cultura;


popular ha hecho por la civilización, lo cual va desde productos agrí*1
colas indígenas hasta prácticas em píricas de salud y ricos aportes a r­
tísticos. No es infrecuente encontrar personas cultas que se apropian
del saber popular o de sus técnicas y artes y los transform an hacién­
dolos ap arecer como nuevos descubrim ientos y m odas: es el caso de
artículos como la “ ru a n a ” en la caballería española, bailes como la
cum bia en los salones, el prim itivism o en pintura, la narrativa cos­
tum brista. M uchos inventos m ecánicos im portantes se diseñaron con
base en la experiencia rústica, como ocurrió con los de Franklín.
M cCormack, Le Tourneau, y los herm anos W right. Las interpretacio­
nes new tonianas de K ant en su Crítica de la razón pura llevaban el
signo de una racionalidad que no era otra cosa que el sentido común
de su época; y Galileo plasm ó en su De m otu una teoría del ím petu
que era la expresión técnica de la opinión común sobre el m ovimiento
que venía d esd e el siglo XV (Mills, 1969: 111; F eyerabend, 1974:
63, 189). ,
D ram aturgos como S hakespeare eran de estirpe n etam ente popu­
lar, así como lo fueron sus trag ed ias; y los clásicos film es de Cantin-'
fias y de C haplin, o la m úsica de los B eatles no se habrían producido
si no h u b ieran tenido sus raíces en el m undo de la gente común.
Foucault en cu en tra en esta dim ensión popular elem entos suficientes
p ara la “ historia viva” que postula en su arqueología del saber
(Foucault, 1970: 22-23). Por otra p arte , Lévi S trauss se le acerca al re ­
ferirse al “ pen sam iento salv aje” ; y m uchos antropólogos llegan a ad ­
m itir que “ no hay m ejores colectores de datos que los propios nati­
v o s” y que el papel de los científicos debería reducirse a anotarlos y
editarlos (R adin, 1933: 70-71).
A dem ás, la interpretación cam pesina y o b rera de la historia y la
sociedad, “ com o ésta sale de la propia entraña del pueblo trabajador,
del recu erd o de sus ancianos inform antes, de su tradición oral, y de
su s propios b aú les archivos” , es una interpretación válida que corri­
ge la versión d eform ada que corre en m uchos textos académ icos, y
que p u ed e “ re c u p e ra rse crítica m e n te” así como aspectos críticos de
la cu ltu ra en g en e ral (Fals B orda, 1978: 235). |
De e sta m an era p u ed e verse cómo se articula el sab e r popular, có­
mo se ex p resa a la p rim era e sc a rb a d a investigativa, y cómo se defien­
de de los a taq u e s externos a su clase y de otras influencias desorien-^
tad o ras. De allí el resp eto con que el observador y el activista deben
La ciencia y el pueblo 111

acercarse a la cu ltu ra del pueblo y a la “ filosofía esp o n tá n e a " de que


habla Gram sci. Pero d esafortunadam ente no ha sido siem pre así.

M etodología (1): autenticidad y com prom iso

Una prim era falta de re sp eto a esa cultura y filosofía es el de sim ­


plem ente ap arentarlo. Fue lo ocurrido en los últim os años de la déca­
da de 1960 y com ienzos de 1970 en varios países, cuando h uestes de
fervorosos activistas in telectuales desertaron de la universidad para
adentrarse en el pueblo y b eb e r de sus fuentes m im etizándose con él.
La intención era honesta; pero resultó equivocada. El diplom a que se
buscaba entonces era p re sen tar m anos encallecidas y la piel tostada
al sol, como pru eb as de que el intelectual había aprendido la lección
de que “ el pueblo nunca se eq u iv o ca", una de las falacias m ás soco­
rridas por revolucionarios desorientados. Pero el pueblo no se equivo­
có esta vez al desautorizarlos rep etid am en te por su falta de a u ten ti­
cidad, h asta cuando los intelectuales se convencieron de que eran
víctimas de un objetivism o extrem o que sólo podía corresponder a la
intelectualidad p eq u eñ o -b u rg u esa (M andel, 1972: 51-61).
La lección se aprendió parcialm ente: en efecto, en las luchas po­
pulares hay cam po p ara los intelectuales, para los que no se cam uflen
como cam pesinos u obreros natos. Sólo que deben m ostrar h o nesta­
m ente el com prom iso que les anim a, en el aporte concreto de su disci­
plina p ara los fines que los m ovim ientos populares buscan.

M etodología (2); antidogm atism o

Aún así, esta im portante ap e rtu ra política y científica ha sido m a­


lograda a veces por los m ism os intelectuales com prom etidos en la in­
vestigación-acción, cuando estos han pretendido aplicar ciegam ente
sus conocim ientos técnicos y los principios ideológicos de diversas o r­
ganizaciones políticas. En algunos países la situación se ha com plica­
do cuando se ha im partido, por los cuadros activistas, la consigna de
buscar y construir en el terren o una “ ciencia p ro leta ria".
Las experiencias realizadas en varios países en señ an que no con­
viene aplicar con rigidez en el terren o los principios ideológicos puros
que anim an a los inv estig adores o cuadros, sea porque estos p e rte ­
nezcan a partidos cerrados (verticales) o porque hayan sido fu e rte ­
112 La ciencia y el pueblo

m ente indoctrinados en universidades y otros m edios. Lo mismo


ocurre con lo aprendido en facultades científicas como técnicas o es-
pecializaciones. El dogm atism o no sólo es anticientífico sino que se
constituye en obstáculo p ara el avance de iniciativas que puedan ser
positivas p ara la lucha de clases (M arx, 1971: 109). E sto es aplicable
tanto al colonialism o intelectual de las derechas políticas como al de
las izquierdas (Fundación Rosca, 1972: 72). Pero no quiere decir que
el investigador actúe contra la organización o la sobrepase: al contra*
rio, se la reconoce como instancia m ediadora en tre la teoría y la prác­
tica política, como lo sostuvo Lukacs, en tre otros. D epende de la orga­
nización, no o b stan te, el que logre asim ilar con la debida am plitud
por las ideas críticas, a los intelectuales involucrados en estos tra b a ­
jos de b ase, así como a los trabajos m ism os, para darles la cobertura
política necesaria.
Para estos fines, en casi todas p artes se ha em pleado con éxito el
m aterialism o histórico como guía científica abierta y orientación ad éj
cuada p ara en ten d er las realidades problem áticas encontradas. No es
conveniente usarlo sólo como m eta probatoria anticipando sus tesis,1
lo que lo d esvirtuaría como ciencia.
En cam bio, la bú sq u ed a de una “ ciencia p ro leta ria” en sí m ism a
ha resultado contraproducente e inoficiosa. Si se es dogm ático en
estas labores, p u ed e ocurrir que se vaya produciendo una “ ciencia
p a ra e 1 pu eb lo” , en tre g ad a y concebida de arriba abajo e im puesta de
m anera p aternalista, y no como un conocim iento genuino y ordenado
del pueblo trab ajad o r que éste pueda en ten d er y controlar para d e­
fen d er sus propios in tereses (Fals B orda, 1978: 235).

M etodología (3): devolución sistem ática

El problem a gram sciano de cómo convertir el sentido común po­


pular en “ buen sen tid o ” ha tenido, en cambio, un desarrollo m ás po­
sitivo en varios países. Se p arte del hecho de que la cultura popular,
especialm ente la cam pesina (la tradición) no es tan conservadora
como se ha pretendido sino realistam en te dinám ica, pues aunque
incluye elem entos contradictorios provenientes de las clases dom i­
n an tes urbanas, responde a necesidades específicas im puestas por el
medio rural y el sistem a político-económ ico. De allí proviene en parte
la alienación que ha llevado al cam pesinado con frecuencia a actitu-.

\
La ciencia y el pueblo 113

des pasivas o resisten tes ai cam bio, y a im itar valores sociales que
provienen de clases terraten ien tes o urbanas.
Hay, p ues, en la tradición y cultura cam pesinas elem entos positi­
vos y negativos hacia el cambio social que abren posibilidades para
transform aciones revolucionarias en el conocim iento y en la acción.
Esto es obvio: no en otra form a se explicarían tan tas revueltas cam pe­
sinas como han ocurrido en la historia universal. En m uchos casos es
fácil d eterm inar algunas de las fu en tes y canales de la alienación que
im piden una acción consecuente cam pesina, aquella proveniente de
la difusión de valores b u rg u eses. Se puede, por tanto, equilibrar el
peso de estos valores alienantes m ediante una devolución enriqueci­
da del m ism o conocim iento cam pesino, especialm ente de su historia y
realizaciones, que vaya llevando a nuevos niveles de conciencia políti­
ca en los grupos. Así se va transform ando el sentido com ún de éstos
p ara hacerlo m ás receptivo al cam bio radical de la sociedad, y a la ac­
ción necesaria, así como para hacer oír, a nivel general, la voz de las
b ase s populares antes silenciosa o reprim ida.
E sta devolución, extensiva a todas las clases trab ajad o ras, no p u e ­
de d arse de cualquier m anera: debe ser sistem ática y ordenada a u n ­
que sin arrogancia intelectual, en lo que se tra ta de seguir el conocido
principio m aoísta, “ de las m asas a las m a sa s” (Mao T se-tung, 1968,
III: 119). Por eso se llam a “ devolución sistem ática” a esta técnica de
de;salienación y de formación de nuevos conocim ientos a nivel popu­
lar. C uatro reglas pueden d estacarse en este sentido:

1. D iferencial de com unicación. U na prim era reg la de e sta técnica


es la de devolver m ateriales culturales e históricos regionales o loca­
les, de m anera o rd enada y aju stad a según el nivel de desarrollo políti­
co y educativo de los grupos de b a se que sum inistran la inform ación o
con quien es se hace la inserción investigativa o técnica, y no según el
nivel intelectual de los cuadros que, por lo g eneral, es m ás a d e la n ta­
do o muy distinto.
Por eso los m ateriales re su lta n te s se pueden publicar prim ero en
lo que se llam a el nivel 1 de com unicación, que son como folletos e sti­
lo “ com ics” , bien ilustrados y sencillos. Las b ases son las prim eras
en conocer así los resultados de las investigaciones que em prenden
en e sta “ recuperación histórico-cultural” . A estos “ com ics” se p u e ­
den añadir d esp u és m ateriales audiovisuales, film inas, tra n s p a re n ­
cias, grabaciones, conjuntos m usicales y dram áticos propios del
pueblo y películas cortas hechas con la m ism a g e n te del pueblo (la
114 La ciencia y el p ueblo

técnica que desarrolló Jorge Sanjinés en el P erú y Bolivia). D espués


se p u ed en publicar los m ism os textos a un nivel m ás complejo y com*
pleto, p ara los cuadros (nivel 2); y por últim o, los m ism os tem as
tratad o s a nivel descriptivo y teórico más g en eral, tom ando en cuenta
contextos nacionales y regionales, para los intelectuales com prom eti­
dos, los universitarios, profesores y funcionarios (nivel 3). No todo se
p uede publicar o com unicar: ello depende de necesidades tácticas y
de anticipar el mal uso que los enem igos de clase pu ed an hacer de la
información que se sum inistra.
2. Sim plicidad de com unicación. La segunda regla es expresar los
resultados de los estudios y trabajos en lenguaje accesible, d esc artan ­
do el dirigirse ante todo a la com unidad tradicional de científicos do­
m inantes en su propia term inología com plicada y esotérica, o em ­
pleando sus esq uem as clasificatorios latinescos y sim bólicos. Esto
exige un nuevo estilo de p resentación de m ateriales científicos que
p u ed e ilevar a una cierta liberación político-económ ica de la produc­
ción científica y a una m ayor efectividad en la difusión de las ideas
(Fals Borda, 1979).
3. A utoinvestigación y control. La tercera regla se refiere al con­
trol de la investigación por los m ovim ientos de b ase y el estím ulo a su
propia investigación. Ningún intelectual o investigador debe d eterm i­
nar por sí m ism o lo que se p u ed a investigar o hacer en el terreno, sino
que debe definir sus tareas en consulta con las b ases populares y sus
p ersoneros m ás esclarecidos (constituidos como grupos de referencia
como ad elan te se explica), y tom ando en cuenta las n ecesidades y
prioridades de las luchas populares y las de sus organizaciones a u tén ­
ticas. Así se ha resuelto no sólo el problem a del “ para q u ién ” de los
trabajos y estu d io s, sino el de la inserción m ism a del científico o cu a­
dro d en tro del proceso social y su justificación personal en el m edio
donde le toca actuar. P ara el efecto se pueden adoptar técnicas dialó-
gicas que rom pan el esquem a asim étrico del objeto y sujeto de la in ­
vestigación y de la acción (F reire, 1970).
4. Vulgarización técnica. La cuarta, regla es la de reconocer la g e ­
neralid ad de las técnicas científicas m ás sim ples de investigación, y
colocarías a! servicio de los m ejores cuadros populares. Así se pueden
e n se ñ a r cursos so bre m etodología corriente de la investigación a los
cuadros m ás ad elan tad o s, p ara que rom pan su dependencia de los .in­
telectu ales y realicen fácilm ente la autoinvestigación.
La ciencia y el pueblo 115

Sum ando la aplicación de estas cuatro reg las en los países referi­
dos, exam inando los m ateriales acum ulados y evaluando la m archa
de las luchas populares en algunas p artes, puede concluirse que el
conocim iento de la realidad se enriquece b a sta n te con la devolución
sistem ática. Se llega, por ejem plo, a desplazar héroes culturales b u r­
gueses por otros propios de las luchas. El cam pesinado logra equili­
b ra r un poco la alienación en que vive como p a rte de su tradición, y
p u ed e m an ten er vivos m ovim ientos que, a p esa r de la represión,
ponen en jaq u e a los gobiernos reaccionarios. P uede así verse cómo el
sentido com ún de las g en tes trab ajad o ras va adquiriendo nuevas a ris­
tas m ediante la educación política, p ara asum ir una voz propia e irse
convirtiendo en “ buen sen tid o ” . Em pieza a p arir una nueva tradición
a un nivel m ás alto de conocim iento, práctica e im pulso vital.

M etodología (4): reflujo a intelectuales orgánicos

Por su p u esto , no todo el proceso pedagógico-político se reduce a


recu p erar críticam ente la historia y la cultura y devolverlas sistem áti­
cam ente a las b ases populares. Tam bién se realiza un reflujo dialécti­
co o “ feed b ack ” de las b ases hacia los intelectuales y cuadros com ­
prom etidos. Esto es p arte im portante del proceso total de b ú squeda e
identificación de la ciencia del pueblo.
Una consecuencia y condición de este reflujo dialéctico es la nece­
sidad de diferenciar p apeles (roles) en el terreno, en tal form a que el
científico o investigador no te n g a que recu rrir a cam uflarse de cam pe­
sino u obrero, como queda dicho, sino que sea reconocido y respetado
por las bases y sus organizaciones políticas y grem iales como quien
es. Al advertir la inevitable división del trabajo científico que ha im ­
puesto la acum ulación del conocim iento (ya que no todos pueden h a ­
cer todas las tare as con la m ism a eficiencia), se ve la posibilidad de
d esarro llar en la práctica el concepto del “ intelectual orgánico” p ro ­
puesto tam bién por G ram sci. Estudiem os un poco este im portante
asunto.
Los intelectuales com prom etidos con la lucha popular en algunos
países han in te n ta d o jo rm a r grupos de referencia ad hoc conform ados
por los cam pesinos, obreros e indígenas de m ayor experiencia, a l­
truism o y visión que estuvieron involucrados en tare as organizativas
y agitactonales, con el fin de d esplazar a los grupos de referencia
116 La ciencia y el p u eb lo

constituidos por académ icos y profesores universitarios (la élite


dom inante) (Fals B orda, 1978: 233).
E stos grupos ad hoc, de donde deberían salir los verdaderos inte­
lectuales orgánicos de las clases trabajadoras, h asta ahora no han al­
canzado a responder totalm ente a la discusión científica m ism a, como
se ha planteado, sino que han contribuido más a los aspectos prácti­
cos y políticos del trabajo en el terreno. La discusión científica de cier­
to nivel actual sobre lo que se va haciendo se sigue realizando entre
perso n as p reparadas m ás tradicionalm ente, en una m inoría m ás o
m enos seleccionada por el conocim iento y la experiencia. A este nivel
se hace la articulación en tre lo específico regional y lo teórico general
o nacional, p ara producir una visión totalizante e in teg rad a del cono­
cim iento adquirido.
P ero esta discusión de m inorías ya viene enriquecida por la p rác­
tica en el terreno, por el contacto con las gentes de b ase y sus proble­
m as concretos y por las opiniones y conceptos de los cuadros cam pesi­
nos del grupo ad hoc de referencia. Hay un aporte intelectual crítico
de p arte de estos cuadros que se ex presa en exigencias tales como de
claridad y precisión en la exposición de la teoría; observaciones a la
aplicabilidad de la teoría en el contexto inm ediato; descripciones fie­
les y vividas de procesos sociales; explicaciones de estra te g ia y tácti­
ca en la lucha popular; inform ación profunda sobre m otivaciones de
conducta individual y colectiva no visibles para personas extrañas al
m edio; elem entos de cultura como la herbología y los m itos; térm inos
em pleados en la agricultura, la pesca y la caza; y principios técnicos
en el m anejo de utensilios y h erram ien tas rusticas.
Todo esto es inform ación valiosa de prim era m ano, sobre un
know -how que enriquece los análisis realizados a nivel científico m ás
g eneral por los grupos de intelectuales externos.
Se tien e así la convicción de que el folclor del pueblo cam pesino,
su conocim iento em pírico, vital y práctico. puede encontrar un nicho
en el curso del desarrollo de la ciencia como proceso totalizador y
constan te, y que su voz apagada p u ed e adquirir nueva resonancia.
Los ag en tes de este proceso dialéctico han sido o son intelectuales o r­
gánicos. P ueden te n e r la m ism a sensación que en su tiem po tuvieron
K ant y Galileo cuando bebieron de fuentes populares, o la de quienes
diseñaron tan tos inventos m ecánicos contem poráneos con b ase en la
experiencia rústica, como se dijo anteriorm ente.
La ciencia y el pueblo 117

M etodología (5): ritmo reflexión-acción

En consecuencia, u n a de las responsabilidades principales de los


investigadores (intelectuales orgánicos) ha sido la de articular el co­
nocim iento concreto al general, la región a la nación, la formación so­
cial al modo de producción y viceversa, la observación a la teoría y, de
vuelta, la de ver en el terreno la aplicación específica de principios,
consignas y tareas. P ara que esta articulación sea eficaz, se ha adop­
tado un determ inado ritm o en el trabajo que va de la acción a la refle­
xión y de la reflexión a la acción en un nuevo nivel de práctica.
El conocimiento avanza entonces como una espiral en que se p ro ­
cede de lo más sencillo a lo m ás com plejo, de lo conocido a lo descono­
cido, todo en contacto perm anente con las bases y los grupos ad hoc
de referencia. De estos se reciben los datos; se actúa con ellos; se d i­
giere la inform ación en un prim er nivel; y se reflexiona a un nivel m ás
general. Luego se devuelven los datos de m anera m ás m adura y o rd e­
nada; se estudian los efectos de esta devolución y así indefinidam en­
te, aunque d entro de plazos prudenciales determ inados por la lucha
m ism a y sus necesidades.

M etodología (6): ciencia m odesta y técnicas dialógicas

Las condiciones m ínim as para el desarrollo de este ritm o de re fle­


xión-acción y del reflujo cultural de las b ase s hacia la m inoría cientí­
fica orgánica p u eden reducirse a dos ideas;

1. La de que la ciencia puede avanzar h asta en las situaciones m ás


m odestas y prim itivas y que, en efecto, en las condiciones populares
en co ntradas la m odestia en el m anejo del aparato científico y en la
concepción técnica (especialm ente descarte de instrum entos muy so­
fisticados y m ayor uso de elem entos locales, económ icos y prácticos)
es casi la única m an era de realizar los trab ajo s necesarios, lo cual no
qu iere decir que, por m odesta, e sta ciencia sea de segunda d a s e , o
carezca de am bición.
2. La de que el in vestigador debe a) d escartar la arrogancia del le ­
trad o o del doctor, ap ren d er a escuchar discursos concebidos en o tras
sintaxis culturales, y asum ir la hum ildad de quien realm en te desea
ap o rtar al cam bio social necesario; b) rom per las relaciones a sim é tri­
cas que se im ponen g e n e ralm en te e n tre en trev istad o r y en trev istad o s
118 La ciencia y el pueblo

para explotar unilateralm ente el conocim iento de éstos; y c) incorpo­


rar a las g en tes de base, como sujetos activos, pensantes y actuantes,
en su propia investigación.

Ciencia m odesta y técnicas dialógicas o participantes se constitu­


yen así en referencias casi obligatorias para todo esfuerzo que busque
estim ular la ciencia popular o aprender del sab er y cultura del pueblo
para m ultiplicarlo a nivel m ás general. E s lo que se p reten d e hacer
con el m étodo de investigación-acción en su m odalidad participante
radical, y con el apoyo de las ciencias em erg en tes y subversivas.

La región: valores sustanciales y marginales

Lo increíble es que los conocim ientos populares de los países po­


b res, de origen precapitalista, hayan podido resistir tantos im pactos
in stru m en tales desde hace tanto tiem po, y que todavía queden e le ­
m entos útiles para la identificación regional y nacional, con posibili­
dades de recuperación y creación. Esto lleva a p en sar que en el apara-
taje cultural de las g entes en sus regiones — hasta llegar al nivel de
caserío, barrio y com unidad— existen por lo m enos dos clases de v a­
lores: los m ás acendrados y sustanciales, que podrían com pararse con
el alm endrón de una fru ta o la savia de un árbol; y los ajustables o
m arginales q u e, aunque van intrínsecam ente envueltos con los otros,
pu ed en m odificarse por distin tas causas sin que sufra el aparato cul­
tu ral total.
La racionalidad propia del aparato cultural popular, su estructura
y sabor específicos derivan de los valores sustanciales, y de estos d e ­
p en d e la versión especial que los grupos populares dan a la com unica­
ción y sus niveles, como cuando el intelectual com prom etido o el acti­
vista se les acerca con m ensajes de devolución del conocim iento o
p ara recu p erar la historia y la cultura.
¿C uáles, son, pu es, esos valores sustancíales? Es posible que
sean aquellos fu n d am en tad o s en la especial visión del m undo ( W el*
tanschauung) o filosofía de la vida que caracteriza a los grupos popu­
lares reg ionales m ás incontam inados, especialm ente los que se ar­
ticulan aún con la praxis original, como los cam pesinos, y los que han
defendido el an cestral contacto con la n aturaleza y am biente regional
específico. En últim as, éstos son los valores que se arraigan en c reen ­
cias sobre lo so b ren atu ral y extracientífico, los m ismos por los cuales
La ciencia y el pueblo 119

se han arm ado g u erras en el pasado, con los cuales se crean y d e stru ­
yen m itos, se fabrican ideologías y m ovim ientos, se conform an uto­
pías. Son los que han hecho del hom bre lo que es, los que le han dado
a la historia su sentido teleológico.
La racionalidad de estos valores sustanciales parecería por lo ta n ­
to, irracional, si le aplicáram os los criterios cartesianos sobre la R a­
zón que nos han inculcado en universidades y academ ias, y sobre los
cuales se ha construido la idea contem poránea dom inante de ciencia.
Pero se tra ta de una contextura racional diferente que tiene su propio
lenguaje expresivo y su propia sintaxis. P ara en tender y llegar a los
valores de e ste tipo racional popular es necesario sobreponerse a las
b arreras cognoscitivas dom inantes y asum ir actitudes vivenciales que
sean tan extracientíficas como las de los grupos populares. Y, si se
puede, lograr el dom inio sim ultáneo de dos o m ás lenguajes científi­
cos o niveles de com unicación diferentes.
Para em p ezar a ad quirir e sta vivencia popular y el dom inio sim ul­
táneo de lenguaje d iferentes que ello im plica, quedan pocos cam inos
aparte de d estacar estratég icam en te la región y em plear las técnicas
ya su g erid as cuando nos referim os a la investigación-acción radical,
esto es, el em pleo subversivo y crítico de la ciencia m odesta con téc­
nicas participantes.

REFERENCIAS

Fals Borda, Orlando, Por la praxis; e l problem a de cómo investigar la realidad para
transformarla. En Simposio Internacional de Cartagena, vol. I, págs. 209-249, 1978.
Fals Borda, Orlando, M o m p o x y Loba: H istoria doble de la Costa, vol. I, Carlos Valen­
cia Editores, Bogotá, 1979.
Feyerabend, P., Contra e l m étodo. Ediciones Península, Barcelona, 1974.
Foucault, M ichel, La arqueología d e l saber. Ediciones Siglo XXI, M éxico, 1970.
Freire, Paulo, P edagogía d e l oprim ido. Ediciones América Latina, Bogotá, 1970.
Fundación Rosca, Causa popular, ciencia popular. Ediciones Rosca, Bogotá, 1972.
Gramsci, Antonio, La form ación de los intelectuales (De cuadernos de la cárcel). Edi­
ciones América Latina, Bogotá, 1976.
Kuhn, T. H., The S truc ture ofScien tific Revolutions. Macmillan, Chicago, 1970.
Man’del, Ernest, La form ation d e la p e n sé e économ ique d e Marx, M aspero, París,
1972.
M aoTse-tung, Obras com pletas. Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1968.
Marx, Karl, La m iseria de la filosofía. Ediciones Siglo XXL Buenos Aires, 1971-
Mills, C- Wright, D e hom bres sociales y m ovim ientos políticos. Ediciones Siglo XXI,
México, 1969.
Nowotny, H elga y Hilary, Rose, ed s. Counter-M ovem ents in the Sciences. D. Reidel
PublishingC o., Dordrecht (Holanda), 1979.
120 La ciencia y el p u eblo

Radin, Paul, M eth od and Theory ofE thnology. McGraw-Hill, New York, 1933.
Simposio Internacional de Cartagena, Crítica y política en ciencias sociales. Editorial
Punta de Lanza, Bogotá, 1978 (2 vols.).
10

^ %S POLÍTICA Y EPISTEMOLOGÍA *

Cuando iniciamos los estudios de sociología en Colombia, ésta no


era sino un apéndice del derecho que fue tom ando visos críticos re s­
pecto a los problem as del país. En la U niversidad Nacional, desde
1959 cuando se fundó la F acultad de Sociología, aquella actitud críti­
ca se fue convirtiendo en autocrítica, para ver si lo que seguíam os h a ­
ciendo era consistente con los ideales originarios y de b ú sq u ed a de
una nueva orientación. La anterior provenía de nuestros m aestros en
E uropa y E stados Unidos. E ntonces em pezam os a acercarnos al m ar­
xismo, escuela a la cual n i Camilo Torres ni yo habíam os tenido
Íi acceso en n u estras respectivas universidades. E ste acercam iento al
fc m arxism o 11evo ja l nuevo planteam iento de lo que clásicam ente se
consideraba como la escuela del conflicto social. De allí salen los dos
tom os-de La Violencia en Colombia (1962). P ero su aplicación no fue
suficiente y los problem as in tern o s fueron llevando a los dos prim eros
profesores de la Facultad (Camilo y yo) por vías diversas hacia una
negación p arcia[o total de la U niversidad.

♦Transcripción magnetofónica de una intervención sobre la investigación-acción


participativa en el Coloquio de Sociología de la Universidad del Valle, Cali, octubre de
1985, presidido por el profesor Alvaro Camacho Guizado; cf. A. Camacho, ed., La
Colombia de hoy (Bogotá, CEREC, 1986), págs. 10-16. E ste mismo tema — con am plia­
ciones— fue motivo de otra presentación realizada junto con el antropólogo brasilero
Carlos Rodrigues Brandáo durante la Asam blea Mundial de Educadores de Adultos en
Buenos Aires (noviembre 1985); el texto completo de estas intervenciones fue publica­
do en 1986 por Ricardo Cetrulo con el título Investigación participativa (Instituto del
Hombre, Canelones 1204, M ontevideo, Uruguay).
C:

122 Política y epistemología

En mi propio caso, determ iné ejercer un compromiso m ás directo


con el cam pesinado más allá de mi prim er libro, Cam pesinos de los
A n d e s / l / . Ya había una distancia grande entre el tratam iento del
cam pesino que ustedes encuentran en ese libro, enm arcado aún en el
análisis de observación participante, y el planteam iento de la posibili- (
dad de que de la acción m ism a pueda oSfénerse conocim iento cientí­
fico. "Ahí está la diferencia en tre lo uno y lo otro, en el sentido de que
en lo prim ero se insiste en una diferenciación alta en tre teoría y p rác­
tica, m ientras que por el otro lado se advierte la posibilidad de que
por la acción en la praxis se haga una síntesis de las dos, aunque
dándole a la práctica un papel d eterm inante.
A p artir de allí se alcanzó una dinám ica propia en este tipo de tra ­
bajos que nos fue confirm ando en un tipo de ciencia que era m ás útil
que aquel que la academ ia persistía en producir, como en una especie
de rito auto-objetivo. ¿Util para qué y para quiénes? Surgió en la d é ­
cada de 1970 otro grupo de referencia que no eran ni los profesores de
la U niversidad de Florida, ni los profesores de Europa, ni los científi­
cos académ icos. A parecen otros grupos de referencia distintos, pro­
pios, locales, colom bianos, cam pesinos. Esto fue llevando a la m eto­
dología de la investigación-acción participativa.
E sta experiencia colom biana de los años seten ta no fue una expe­
riencia aislada, ni tam poco fue un invento absoluto propio. Es de la
n atu raleza de este proceso de b ú sq u ed a de conocim iento, que sea co­
lectivo d esde su nacim iento, y que ninguno de los que participam os
en este proceso de b ú sq u ed a podam os considerarnos “ p a d re ” de
n ada. Ni siquiera los colom bianos del equipo de la “ fjundación Ros­
c a ” que en aquellos m om entos tom am os la b andera dél cambio; por­
que al m ism o tiem po que estábam os haciendo este tipo de trabajo
aquí en Colom bia, tam bién lo estab a n ejecutando sin que nos conocié­
ram os, equipos sem ejantes en M éxico, en la India y otras p artesi Fue
un descu b rim iento sim ultáneo como tan to s otros en la historia de la
ciencia. Pero del T ercer M undo ante todo.
No fue sino h asta d esp u és de algunos años, en el Simposio M un­
dial de C artag e n a en 1977, cuando nos vimos las caras. S eguram ente
u sted es conocen los dos tom os publicados de ese sim posio. Alvaro
C am acho, G ustavo de Roux, Elias Sevilla estuvieron allí, y siguieron

1. Publicado originalm ente en inglés bajo el título P easant Society in the Colombian
A ndes, G ainesville, Um versity of Florida P ress, 1955, y luego como Monografía Socio­
lógica N° 7, Facultad de Sociología, Universidad Nacional, 1961.
Política y epistem ología 123

en un a u otra form a interesados en ver cómo enriquecían e s ta vertien­


te del conocim iento. Algunos como Rodrigo P arra vincularon la litera­
tura con la sociología, lo que d em u estra la nueva ap e rtu ra intelectual,
como otro de los rescates que se han hecho con esta m etodología de la
investigación activa.
E n tre otras cosas, se tra ta de obviar ese inconveniente que tiene
la academ ia de hab larse a sí m ism a con su jerg a especial. Acá nos
obligam os a com unicarnos los descubrim iento y a com partirlos con
aquellos que son sus verdaderos propietarios, en quienes se originó la
inform ación obtenida, en los grupos de b ase. E sto lo obliga a uno a
ex p resarse por lo m enos con claridad, lo cual exige un acercam iento a
la lite ratu ra y a la cu ltu ra popular.

CÓMO NACE Y SE DESARROLLA LA IAP

En esencia, lo que fue surgiendo de todos esos esfuerzos, fue una


com binación de dos retos, la situación existente en dos condiciones
distin tas. El prim ero en cuanto a la ciencia m ism a, o sea la naturaleza
del conocim iento: era im portante reconocer que por fuera de la acade­
mia tam bién había b u en a s fuentes del sab er que podían enriquecer
eso que se ha llam ado la universalidad de la ciencia. Como no nos sa ­
tisfacía la academ ia, é sta era una m anera de llegar a las m etas que
nos proponíam os de ren ovar el pensam iento social. Lo segundo, tenía
que ver con la pertinencia del conocim iento, en relación con la acción
y la aplicabilidad de utopías y otros conceptos que se e stab a n desarro­
llando. De esa com binación de los dos retos nació la investigación-
acción participativa (Iap).
La m etodología Iap es in teg ra n te , es decir no es solam ente un m é­
todo de investigación, ni solam ente una form a de llegar a los grupos
de b ase , a los adultos, ni tam poco solam ente una form a de acción po­
lítica. Es una com binación de esas tres form as de procedim iento. Por
eso en el libro que Alvaro Cam acho ha presentado, C onocimiento y
poder popular (Bogotá, Siglo XXI, 1985), se plantea la tesis de que la
Iap es’ una m etodología de vida y de trabajo productivos que exige la
com binación de diferentes perspectivas sobre la ciencia y la acción
política, que tra ta de acom odarlas para llegar a determ inadas m etas y
producir determ inados efectos de transform ación de la sociedad. Exi­
ge entonces de quienes la practicam os una adopción m etodológica
vital, in teg ral, es decir, u n a vivencia como concepto existencial y un
124 Política y epistem ología

com prom iso entendido como esa en tre g a a los ideales de una tran s­
form ación radical por la justicia, por las m etas finalistas de las tran s­
form aciones sociales. D entro de la Iap no es tan to la utopía lo que
cuenta, como el telos o el propósito de transform ación.
Este tipo de problem as lleva a una problem ática m uy grande, en
cuanto a la conform ación del conocim iento m ism o. Por eso me place
tanto que m e hubieran invitado p a ra la sesión d,e hoy en este colo­
quio. Porque los problem as d e la m etodología Iap como tal, y las téc­
nicas que se han desarrollado en é sta em piezan a exigir una m ayor y
m ás seria sistem atización. E ste m om ento aparece por prim era vez
con la aplicación del m étodo com parativo, en tre p aíses con diferentes
tipos de estru ctu ra social cam pesina. E ntran grupos de negros, m es­
tizos y blancos e indígenas que se com paran dentro de un mismo m ar­
co conceptual de una m an era seria, atendiendo a que la m etodología
pu ed a ser reproducida en m uchas otras partes. M e he dado cuenta de
la aceptación que h an tenido estas técnicas y estos enfoques durante
la reciente A sam blea M undial de Educación de A dultos que se cele­
bró en Buenos A ires hace quince días, donde los delegados de M éxi­
co, Brasil y N icaragua en especial, dieron testim onios sum am ente in­
teresan tes sobre e sta aplicabilidad. Todos estuvieron de acuerdo en
que estas técnicas se sobreponen, sin n egar la im portancia del aporte
de la dialógica que hizo Paulo F reire. Otros retos provienen de los
tiem pos de la Violencia, de las form as de explotación y por últim o, de
los problem as de reconstrucción sociopolítica de N icaragua. Allí las
técnicas de participación popular se han visto como indispensables.
H asta los com andantes de la revolución están leyendo este libro para
ver cómo se m ultiplica la experiencia inicial, pues la consideraron
positiva.
En cuanto a lo que hacen los com pañeros de la Iap en m uchos p aí­
ses del m undo donde,esta m etodología se está aplicando, las noticias
son igualm ente alentadoras. Tam bién está llegando al m undo acadé­
mico, pues se h an establecido departam entos de investigación-acción
en universidades de V enezuela, Tanzania, F inlandia e India. Hay m ás
seg uridad de que se anda,por donde se debe, por lo m enos sobre un
tipo de conocim iento m ás pertin en te y útil a la sociedad.

DILEMAS DE LA IAP

Pero quedan problem as de otra índole, que m e atrevo a p resen tar


aquí, porque com peten a este tipo de audiencia. En este m om ento,
Política y epistem ología 125

tengo que sintonizarm e a otro nivel de com unicación, distinto al de


com pañeros cam pesinos donde estos problem as se entienden ta m ­
bién, pero en otros térm inos y con otra racionalidad.
E stos problem as se refieren a tres aspectos que tienen que ver con
la construcción del conocimiento y las im plicaciones teórico-prácticas
de la Iap. El prim ero es sobre el dilem a del sujeto y el objeto; el se­
gundo la dialéctica en tre teoría y práctica; y el tercero las relaciones
en tre razón y conocim iento. Hay colegas que creen advertir en la in ­
vestigación-acción participativa los com ienzos de formación de un p a ­
radigm a nuevo en las ciencias sociales. Un paradigm a como complejo
de nuevos conocim ientos que retan una explicación científica acep ta­
da y que rep lan tean la esencia de esa explicación. Un paradigm a no
es necesariam ente excluyente: puede h ab e r convivencia de parad ig ­
m as, cuando unos sobresalen y otros dism inuyen su incidencia. E ntre
los prim eros colegas que propusieron esta posibilidad se encuentra
un epistem ólogo suizo-alem án, H einz M oser, quien así lo sostuvo,
precisam ente en C artagena / I / . E sta posición la h a reforzado recien ­
tem en te un epistem ólogo colom biano, profesor en la U niversidad de
California: A rturo E scobar, quien sostiene que adem ás hay una
racionalidad en la cu ltura popular que re ta a la racionalidad científica
o académ ica. Yo m e he resistido a creer h asta ahora que estem os al
borde, de una revolución científica porque no hay nada nuevo bajo el
sol y los replan team ientos que se hacen en este cam po se pueden ver
en pasado. Hay indicaciones, por ejem plo, en el libro de Sorokin
sobre A ch aques y m anías en la sociología contem poránea. Hay que
ser hum ildes en cuanto a lo que se e stá intentando hacer, y la crítica,
indispensable en este caso, debe q u ed a r al nivel de la epistem ología.

E l sujeto y el objeto

Vamos a ver entonces el p rim er punto, el del sujeto y el objeto. No


vam os a rem o ntarnos a la vieja polém ica aristotélica, retom ada por
H egel, sobre la diferencia form al en tre sujeto y objeto. Eso nadie lo
discute, sobre si el sujeto y el objeto son realidades distintas. Pero
cuando las expresiones hum anas y las instituciones se consideran

1. “ La investigación-acción como nuevo paradigma en las ciencias sociales'*, en


Crítica y política en ciencias sociales, Tomo I, Bogotá, Punta de Lanza, 1978, págs.
117-140.
126 Política y epistem ología

como objetos, es decir como cosas m edibles —y por lo tanto cosifican-


do el fenóm eno d e la sociedad— esta cosificación de la sociedad-se
vuelve inadm isible. P ara e n ten d e r la realidad es necesario adoptar
otro sistem a de interpretación del sujeto y el objeto que proviene de
advertir que se trata de p erso n as p ensantes y actuantes autónom as.
La relación debe plantearse en tre sujeto y sujeto, no en tre sujeto y.
objeto como ha sido en la aplicación concreta de la escuela positivista.
E sta constatación lleva a conceder im portancia al concepto de la
“ participación” , no como lo h aría un científico político como Samuel
H untíngton, por ejem plo, quien hace ver la participación como un
esquem a de control político por gobiernos existentes. Así se entiende
hoy en tre lib erales, y tam bién por Alvaro Gómez H urtado, quien colo­
có la “ participación nacional” en el centro de su cam paña p re sid e n ­
cial. Pero esto no es participación en el sentido social. P orque la p arti­
cipación au téntica es el rom pim iento de la relación de dependencia y
sum isión que se ha im plantado histórica y tradicionalm ente en tre un
sujeto y un objeto. Cuando se rom pe esta relación y p asa a ser de su ­
jeto a sujeto, aparece la v erd ad era participación, que ya no es parcial
sino total en las sociedades, que exige un cambio de orientación y de
filosofía de la vida, y entonces el rom pim iento existencial se expresa
en actos cotidianos.
E sta cotidianeidad es esencial para en tender e sta problem ática.
Por ejem plo, d iariam ente se observa en tre nosotros que la relación en
la fam ilia se exp resa m ucho en el m achism o. SÍ se re-enfoca el ma-
chism o, la relación debería ser en tre iguales, de sujeto a sujeto, entre
esposos. En la educación, de igual m anera, el educador va por un
lado, los educandos por el otro. Cuando se rom pe esta relación de
sum isión ocurre otro fenóm eno distinto que es participativo. En la
m edicina, cuando el médico adopta la actitud de científico y m ira a
sus clientes como a conejillos de laboratorio —y m ás que eso como
con signos de pesos en cada ojo— , se persiste en esa relación de
dependencia y explotación. Se transform a esa relación con otro-tipo
de m edicina, la m edicina social. En la práctica económ ica, va en tre
explotadores y explotados, en tre patronos y obreros.
En fin, si se aplica realm ente, e sta filosofía de la participación,
ocurre una transform ación personal y tam bién una transform ación so­
cial. De allí que en el estudio de la participación, algunos epistem ólo-
gos sostengan que el rom pim iento de la relación sujeto-objeto eq u i­
valga en las ciencias sociales a la fisión del átomo.
En las ciencias sociales los m étodos de investigación social q u e ­
Política y epistem ología 127

dan tam bién afectados porque ya no se va al terren o con un form ula­


rio con el que el investigador hace las p re g u n ta s y el investigado, de
m anera tem blorosa y m uchas veces m intiendo, las contesta. No. En la
Iap se exige la participación en la investigación, porque los que se
entrevistan son en tes p ensantes y actuantes. T anto derecho tiene el
investigador p a ra ad o p tar a la investigación como el investigado a
trae r las preocupaciones que tiene en m ente. P recisam ente del inves­
tigado puede salir u na inform ación valiosa e im portante para los té r­
minos de la ta re a m ism a. Y algo m ás: porque cuando se rom pe ese
binom io en la relación in v estig ad o /in v estig ad o r, aparecen otras té c ­
nicas posibles p ara b u scar el conocim iento que son procedim ientos
colectivos. Es entonces el grupo el que produce el conocim iento, el
que lo recibe, el q ue lo practica, el que lo enriquece. No es el indivi­
duo ni el investigador solo. Es el m ovim iento popular que nos deja
cam po para hacer trab ajos colectivos sobre problem as colectivos.
Estoy seguro de q ue la inform ación obtenida en e sta form a no puede
o bten erse de m an era individual.
Este rom pim iento caracteriza la búsqueda, a otro nivel, de los
m ism os científicos que em piezan a preocuparse del asunto reflejado
en iniciativas como la ciencia de la ciencia {distinto a la filosofía de la
ciencia, o a la histo ria de la ciencia). Los epistem ólogos han llegado a
una etap a tal de saturación, que en cu en tran necesario exam inar a los
científicos y a la ciencia como tales, con los instrum entos y técnicas de
la ciencia q ue ellos m ism os han desarrollado. En e ste caso, resultan
ser sujeto y sujeto, y así lo han planteado, lo cual es interesante. El
m étodo de la ciencia h a pasado a otras disciplinas como la historia, y
ahora se está hablando de la historia de la historia, que es igualm ente
el rom pim iento de aquellas relaciones de sujeto a objeto en el estudio
de esta disciplina.

La teoría y la práctica

El segundo aspecto problem ático que quiero analizar es el de la


te o ría ’y la práctica. ¿Por qué los científicos ingleses se plantearon
aquello de la ciencia de la ciencia? P orque llegaron a ver el espectro
de la m uerte en las investigaciones científicas que estab an haciendo.
Se asu staro n con su propia objetividad, y al verse en el espejo de la
realidad, determ in aro n que no estab an yendo por donde deberían,
que la práctica les esta b a indicando la necesidad de m odificar el se n ­
128 Política y epistem ología

tido de su trabajo científico, que la tendencia cientifista —la de ver a


la ciencia como tal con re sp u estas a todas las preocupaciones de la
v ida, y a la tecnología como derivación natural de esa ten d en cia— ¡, ya
no era h um ana sino que llevaba a la destrucción de la sociedad. Des­
g raciad am en te a esa conclusión llegaron sólo con la S egunda G uerra
M undial, encabezados por John D. B ernal, un sefardita de origen es­
pañol. E ste grupo descubrió el concepto m oderno de “ operacionali*
d a d ” qu e com bina la teoría y la práctica. E m pleando en la g uerra, el
concepto de operacionalidad — el de los “ operativos” como la toma
del Palacio de Ju sticia en Bogotá— como conjunción de teoría y prác­
tica, dio elem entos de retroalim entación para el conocim iento inm e­
d iatam en te, una vez puesto en acción con el fin de elevar el nivel de
eficacia de esa acción.
El concepto de operatividad desarrollado por los belicistas pasó a
alg u n as ciencias sociales. Por ejem plo, la técnica del p a th analysis
im plica m ecanism os de retroalim entación en la teoría y en la práctica.
En los p aíses socialistas se sostiene que la planificación social y eco­
nóm ica debe ser de este estilo teórico-práctico.
Así, el reto de cómo com binar el pensam iento y la acción persiste
y tom a e sto s canales. El punto central es si, a través de e s ta com bina­
ción, esp ecialm ente de la determ inación de la práctica, se está enri­
queciendo el conocim iento en su totalidad. P orque lo bueno sería que
a trav és de estos esfuerzos salieran teorías nuevas.
Por lo poco que se ha visto parece que sí es posible ob ten er conoci­
m iento teórico en la práctica m ism a, lo cual va contra aquella actitud
tradicional que nos in siste en la separación en tre teoría y práctica, ol­
v idando qu e en los inicios de la tradición académ ica social, tal separa­
ción no existía. N uestros g ran d es fundadores de las ciencias sociales
en el siglo XIX reconocían la sim biosis en tre teoría y práctica. Fue en
los E stad o s Unidos donde apareció esa insistencia en la separación de
la teo ría y la práctica, pensando que el em pirism o, a trav és de la su-
p erinvestigación de datos y su acum ulación, produciría alguna teoría
in teg ra d a p ara explicar la sociedad norteam ericana. De aquí se pro­
d ucen teo rías del sistem a social que, al releer A ch a q u es y m anías...,
se ve que no son m uy originales y algo vacías de sentido.
D esg raciad am ente, esas tesis fueron retom adas por colegas fun-
cionalistas soviéticos, para explicar la estabilidad de las instituciones
en un país revolucionario como la Unión Soviética.
El otro día me encontré un folleto de sir Francis Bacon publicado
en 1607 en el que decía, si mal no recuerdo, que "con la práctica tam ­
P olíticay epistem ología 129

bién se p u ed e justificar la ciencia” ; así como en la religión, el justo


por las obras se conocerá. La práctica viene a ser determ inante para
Bacon. Es curioso, aunque com prensible, que con el paso de los años
Bacon desaparezca en estas discusiones y sobresalga Newton en cam ­
bio. ¿Por qué Newton? E ste re p resen ta al científico no com prom eti­
do, el que va descubriendo sobre la m archa, con sim ple observación,
leyes universales, sistem áticas, objetivas. Crece así un tipo de ciencia
instrum ental que no es baconiana, y Newton va quedando como padre
de la tecnología m oderna, como una form a concreta de expresar las
relaciones en tre razón y conocim iento.

La razón y el conocim iento

E ste es el últim o punto de mi presentación. E videntem ente, en el


caso de Bacon y Newton se tra ta de dos razones distintas. Para New­
ton se trata b a de la razón operativa, capaz de autoexplicarse en toda
lógica, y con esa razón llegar al universo, para controlarlo, para dom i­
n ar a la n aturaleza. Ese era el propósito de la ciencia y del conoci­
m iento, Bacon en cam bio reconoció con toda franqueza que lo que él
sabía, debía servir a la g en te que convivía con.él. Quiso sistem atizar
la sab id u ría del com ún, con otra racionalidad, la de la sociabilidad co­
m unicada, o sea la razón de las g entes com unes y corrientes que con­
viven cáda día, que explican a su m anera, científicam ente por la rela­
ción de causa a efecto, los hechos del m undo.
Con Newton surge la escuela científica, muy respetable y podero­
sa, que en cu en tra expresión en las universidades y en la tecnología
m oderna, Todo esto im plica el poder del hom bre sobre la naturaleza,
el que llevó a los in g leses nerviosos a crear la ciencia de la ciencia. Es
la razón in strum ental que va por sus propios canales creando ese peli­
gro que se llam a el cientifism o, que es exam inar el propio ombligo
todo el tiem po, pen sando que ese om bligo es el centro del universo.
Estos com pañeros olvidan que ha habido y hay otra racionalidad, tan
científica como la otra, pero aparte, que es la racionalidad de lo coti­
diano, la racionalidad de lo com unicado socialm ente.
Hoy la Iap trata de acercar estas corrientes, porque advierte que
de p ersistir aquel divorcio y la separación entre am bas racionalida­
des, el m undo puede llegar a su destrucción. Los científicos puros o
cartesianos pueden descubrir cómo llegar a la luna, pero sus sistem as
de valores no les perm iten resolver los problem as de la m ujer que
130 Política y epistem ología

todos los días tiene que ir a pie por agua para su casa. Son dos priori­
dades y dos valores distintos. Lo prim ero, es posible como “ d esarro ­
llo” , lo segundo es el gran reto de nuestro tiem po. E stas m odalida­
des, justificadas cada cual a su m anera, al ju n tarse eventualm ente
d eberían em plear un nuevo tipo de conocim iento, m ás útil y válido
que los que cada cual desarrolló. Si es posible llegar a ello habría un
nuevo paradigm a en las ciencias sociales. Y no solam ente en las cien­
cias sociales, sino tam bién en las n atu rales.
Para que eso ocurra, es necesario que el concepto de Razón se
equilibre y se enriquezca con el concepto de Sentim iento. No puede
h ab er ciencia real sin sentim iento, porque la ciencia sobre todo es
fenóm eno hum ano. Los científicos somos hum anos. Tenem os n u es­
tras raíces en lo cotidiano. Todos los días tenem os que acudir a lá cul­
tu ra del pueblo, somos producto de la cultura popular.
Cuando olvidamos nuestros orígenes y volvemos a la ciencia un
fetiche, nos convertim os en un peligro para la hum anidad. E sé ; feti­
chismo fatal se supera con el sentim iento. Con el sentim iento e n ten ­
dem os por qué n u estra tierra no necesita del 40% de presupuesto
nacional p ara com pra de arm am entos, sino para lo que el pueblo real­
m ente requiere: educación, justicia, salud y todo lo dem ás.
Producir este nuevo tipo de conocim iento m ás útil, que salva al
país y a la hum anidad en general, es un problem a cósmico que todos
tenem os. E se es el reto de la Iap y de un posible paradigm a que pode­
mos seguir construyendo indefinidam ente. No hay prisas en esto. De
allí lo bello que es e sta tare a ¿Qué tal que todo estuviera cuadrado,
m edido y circunscrito, con re sp u estas ya dadas? Sería preferible irse
al cielo a tocar arpa de día y de noche.
11

EL NUEVO DESPERTAR DE LOS


MOVIMIENTOS SOCIALES*

T rabajando silenciosam ente du ran te veinte años, como horm igas


construyendo sus paracos, los m ovim ientos sociales p ro g resistas h an
vuelto a hacer otra significante irrupción para convertirse en sujetos
históricos, a nivel universal / l / .
O pacados, silenciados, suplantados o asim ilados por partidos polí­
ticos desde m ediados del siglo pasado, especialm ente en Europa, los
m ovim ientos de b ase con m iras a o b ten er reivindicaciones hum anas
fun dam entales o a b ien tran sfo rm ar sociedades deseq u ilib rad as, h a ­
bían vuelto a su prim itiva y su b terrán ea condición de m agm a popular.

♦Trabajo presentado en el XII Seminario Latinoamericano sobre M ovimientos So­


ciales, Educación Popular y Trabajo Social, M edellín, julio 7-11 de 1986; cf. R evista
Foro (Foro Nacional por Colombia, Bogotá), N° 1 (septiem bre 1986), págs. 55-64.

1. Algunos estudiosos observan el resurgir de los movimientos sociales en América


Latina como reacción al autoritarismo militar que em pieza con los acontecim ientos bra­
sileños de 1964. Otros, com o el sociólogo francés Alain Touraine, fijan las revueltas
estudiantiles de mayo de 1968 en Francia, Alem ania y Austria como un desencadenan­
te de los movimientos sociales que siguieron en Europa (véase La voix e t le regará,
París, 1978, 250-252), El marco teórico de este autor es sólo parcialmente aplicable en
el Tercer Mundo por la diversidad en la naturaleza de los movimientos de las regiones
(totalizantes o unidim ensionales en unas; cruzadas por conflictos de clases sociales y la
realidad de democracias restringidas, en otras). La interesante metodología de inter­
vención sociológica presentada por Touraine en este libro, estim ulada en parte por la
Iap (investigación-acción participativa), que él conoció, se diferencia en el compromiso
vivencial del investigador con los grupos de base que por su parte la lap e xige. Otro e n ­
foque europeo interesante es el de Jürgen Habermas, "N ew social m ovem ents” ,
Telos, N ° 49 (1981).
132 D espertar de los m ovim ientos sociales

F u e un adorm ecim iento de decenios interrum pido por varias guerras


to tales y dictaduras m ilitares alim entadas dialécticam ente por otras
clases de m ovim ientos enem igos —los regresivos o los reacciona­
rio s— , una pausa larga rota por m uchos conflictos regionales y por
u na cadena de erupciones anticoloniales en países periféricos.
Por supuesto, había habido desde m ucho antes una larga tradición
de lucha, m uchas veces violenta y autodefensiva, por el progreso de
g en tes am enazadas, oprim idas y explotadas. Com enzó quizás con la
resisten cia cívico-religiosa de M oisés en Egipto y las rebeliones liber­
tarias de E spartaco en Italia, y continuó espasm ódicam ente con las
organizaciones m onacales m edievales que p ro testab an contra la
riqueza ostentosa, la heg ira m ahom etana, la defensa de fueros
antiseñoriales en Iberia, el indigenism o, las g u erras cam pesinas de
B ohem ia, el socialismo utópico, los cartistas de In glaterra, el coope­
rativism o, la antiesclavitud, el sufragio universal, el movimiento p e­
dagógico, el fem inism o, el b ie n e sta r y el trabajo social, el pacifismo
y, en especial, el m ovim iento universal de los trab ajad o res victimiza-
dos por el capitalism o naciente. Q uedan m ás en el tintero: se tra ta de
una g ran lista. P orque en e sta form a el pueblo ha estad o haciendo su^
historia verd ad era, la historia que vale, en la que encajan los movi­
m ientos actuales como protagonistas para darle nuevo sentido y reno:
vado im pulso por la ju sticia, la paz y el progreso colectivo.

..-.i

R E D E F IN IE N D O LA POLÍTICA

D esconfianza en lo político
.1
La m ayoría de esto s m ovim ientos sociales, si no todos, com batie­
ron el statu quo de la deshum anización de m anera altruista, con o sin
violencia, con una o con varias clases sociales com binadas. Com enza­
ron casi de m anera esp o n tán ea y sin buscar el po d er como tal, aunque
a veces lo alcanzaron por caram bola o por la inercia de instituciones
v etu stas. Con ello im partieron carácter a las m asas com batientes por
sus derechos y le dieron a los m ovim ientos sociales progresistas de
todos los tiem pos, incluyendo los actuales, su im pronta principal, la
q ue les caracteriza en los periodos de revolución y acción cuando apa-*
recen como ángeles vengadores o como centellas esclarecedoras del
am biente social: la m arca de la desconfianza en lo político formal'.
Desconfianza palpable en los m ovim ientos sociales policlasistas con­
D espertar de los m ovim ientos sociales 133

tem poráneos, tales como los cívicos, educativos populares, “ v erd es”
o ecológicos, com unales, por los derechos hum anos, los culturales y
artísticos, cam pesinos, negritudes, viviendistas, antinucleares, estu ­
diantiles, y los de com unidades cristianas de base, que sum an varios
cen ten ares en cada país con m illares de m iem bros / 2 / .
Probablem ente sea m ás exacto desig n ar aquella im pronta histó­
rica an te todo como desconfianza de las ideas y form as de actuar y vi­
vir de las oligarquías, o como desilusión con procedim ientos reaccio­
narios de m aquinarias políticas o partidos jerárquicos que dejaron de
ser interm ediarios válidos con instancias del poder form al. No es ig­
norancia ingenua d é lo que es éste, ni de.lo que^significa o re p resen ta
en la vida .de los pueblos. Se tra ta en realidad de una peculiar redefi­
nición dél poder que obliga a revisar los conceptos de grandes m aes­
tros y a re p en sar sobre el proceso sociopolítico de m anera realista y
práctica.
Se recordará, en efecto, que en tre los m aestros trata d istas, tanto
para Max W eber como para Lenin el poder es la capacidad de im po­
ner por la fuerza o por coacción la voluntad de una persona, grupo o
clase social sobre la de otros; y cuando es resultado de pactos o con­
sensos, como ocurre con el Estado, el poder y la fuerza concom itante
se legitim an y dan lugar a la violencia estructural. Pues bien, en los
m ovim ientos sociales este uso de la fuerza y la am bición de dominio
sobre otros — cuya culm inación es el poder estata l— , se rechazan
como fines en sí m ism os. En cam bio, los m ovim ientos buscan un po­
d er alterno no necesariam ente form al que les perm ita decidir autóno­
m am en te sobre form as de vida y de trabajo productivo satisfactorias.
E sta definición m enos darw iniana y m ás am plia y generosa que la
w eberiana-leninista, se acerca al concepto de “ aparato de hegem o­
n ía ” dé G ram sci. Tanto allí como aquí quedan de lado partido formal
y caudillos, y la sociedad civil (en sus diversas expresiones vitales, es­
pecialm ente la antim ilitar o no-violenta) re scata su papel como consti­
tuy en te prim ario, con posibilidades de efectuar procesos autónom os y
libres. El ciudadano tom a la palabra. Por eso los m ovim ientos socia­
les atesoran su independencia como en tes civiles y actores históricos
genuinos, y desconfían de los partidos políticos tradicionales. Por eso
tam b ién m iran con recelo y pavor a las instituciones regim entadas y

2. Los movim ientos nativistas, m ilenaristas, fascistas y contrautópicos, cuyas carac­


terísticas regresivas para el desarrollo social son ampliamente conocidas, quedan por
diseño excluidos del presente análisis.
134 D espertar de los m ovim ientos sociales

auto ritarias, en especial al que es el m ayor engendro de los partidos:


el E stado-nación. Los m ovim ientos ven que, en general, se han tra i­
cionado los pactos originales con la sociedad civil, para en carnar en el
Estado expresiones de m onopolio, autocracia, centralism o, m ilitaris­
mo, m anipulación, robo a gran escala, y engaño de opinión, en fin,
abuso de poder / 3 / .

E l Estado fe tic h e

En efecto, es difícil defender hoy al E stado-nación como lo han le­


gado y m anejado los partidos políticos form ales de casi todas las v er­
tientes. No puede d efenderse a este Dios alienante y orw elliano sin
suficientes controles, que re sp ira y b ro ta represión, despilfarro de re ­
cursos y guerrerism o interno e internacional por todos los poros. Algo
no ha funcionado en él, en relación con las m etas ideales expuestas
por los filósofos liberales del siglo XVIII.
Al resistir a ese E stado fetiche y sin control, o para buscarle alter­
nativas hum anizantes como lo haría un p adre Victoria o santo Tom ás
de Aquino, los m ovim ientos sociales han dem ostrado te n e r claridad
de convicción. Por una p arte , han sufrido en carne propia las fallas de
la dem ocracia rep resen tativ a concebida por aquellos filósofos y actua­
da por los grupos oligárquicos. Saben por eso que no funciona bien y
que, quizás, nunca funcionó bien en ninguna p arte desde el com ien­
zo, especialm ente si le aplicam os los criterios originarios sobre la
equidad y el progreso de los pueblos que se concibieron desde Les-
sing h asta H enry G eorge. ¿Cuál equidad cuando en el m odelo gu b er­
nam ental copiado por los políticos latinoam ericanos pesaron m ás
Fouché y Bism arck? ¿Cuál progreso cuando reaparecieron en cambio
los inexcusables fenóm enos de la pobreza, la explotación y la ignoran­
cia al com pás con el capitalism o m oderno?
Por otra p arte, sí por el lado liberal bu rg u és se han advertido tales

3. Es útil revisar la polémica auspiciada por la revista Crítica y Utopía de Buenos


Aires, sobre sociedad civil, autoritarismo, participación, movimientos y democracia,
especialm ente los artículos de Norbert Lechner, Angel Flisfisch, Mario R. dos Santos y
Francisco Delich en los números 1 (septiembre 1979), 6 (marzo 1982), 8 (noviembre
1982) y 9 (mayo 1983). También el trabajo de D eseo, Qué significa hacer política (Lima,
1982); y los materiales resultantes de los seminarios sobre democracia local auspicia­
dos por el Instituto de Cooperación Iberoamericana y el Consejo Latinoamericano de
Ciencias Sociales (1985-1986).
D espertar de los m ovim ientos sociales 135

fallas históricas, por el lado socialista los m ovim ientos sociales con­
tem poráneos han descubierto tam bién patéticos erro res causados por
una inexplicable m im esis de form as b u rg u esas de poder. Cuando se
afianzaron las luchas o b reras en Europa y se triunfó en R usia, qu ed a­
ron olvidadas por la conveniencia del m om ento las experiencias de la
com una de París y las del poder popular de los prim eros soviets, se
repudiaron las en señ an zas de K ropotkin sobre la ley de la ayuda m u­
tua y la autonom ía com unal, y se sepultaron las advertencias de Rosa
Luxem burgo. A parecieron entonces E stados m onolíticos tam bién in­
controlables por la sociedad civil, y partidos-aparatos. Del stalinism o
re su ltan te nuestros p ad res tom aron pau tas políticas como dogm as in ­
tocables que sólo parcialm ente podían te n e r éxito en los diferentes
contextos culturales e históricos de los países am ericanos, aun en las
condiciones favorables p ara la lucha de los pueblos en desgracia.
F rustración, pues, p o r lado y lado. Con razón los partidos form a­
les p ro puestos por am bas vertientes y sus d irigentes fueron p erd ien ­
do credibilidad en tre las m asas, así como su sistem a de dem ocracia
re p resen tativ a. En cam bio, fueron surgiendo casi esp o n tán eam en te
tos m ovim ientos sociales contem poráneos com o actores d e la historia,
para llenar el vacío político re su ltan te y re ta r a los regím enes a b e­
rran tes.

P oder p o p u la r y región

Es evidente que, de p ro seg u ir en e sta b ú squeda de alternativas


con una redefinición d e la política dentro del espacio que provee la so­
ciedad civil, los m ovim ientos sociales podrían articular estru ctu ras
paralelas de poder. En efecto, así han ocurrido y está ocurriendo. Pa­
ra distinguirlas de las form ales o estata le s, a estas estru c tu ras para­
lelas las denom inarem os aq u í como populares, esto es, como basa-
m entas de un poder po p u lar paralelo. Al p o d er popular lo concebim os
entonces como aquella capacidad política que refleja los in tereses de
clases y g rupos subordinados y m arginados del E stado, a quienes ins­
pira un' ethos altruista p a ra convertir aquellos en in tereses g enerales
m ediante la educación, el ejem plo, la vigilancia, la acción, y la lucha
abierta contra sistem as dom inantes, en defensa de una vida digna y
plena p ara todos.
Los prim eros esfuerzos observables en la construcción de un po­
der p o pular paralelo, con m ovim ientos sociales altruistas y policlasis-
136 D espertar de los m ovim ientos sociales

tas en nuestro s países latinoam ericanos se relacionan con la idea de


espacio o regionalidad. Las gen tes involucradas y sus activistas b u s­
caron afianzarse en las realidades cotidianas locales y en el pensa­
m iento y sabiduría populares, trata ro n con problem as concretos en el
m edio am biente natural y su explotación económica en b arriad as, ca­
seríos, veredas, e irrigaron raíces hum anas, étnicas, culturales y so­
ciales que, como la ayuda m utua, con dem asiada frecuencia han sido
descuidadas, despreciadas o d estru id as por los partidos corrientes,'
por los estad istas, y h asta por académ icos y por los llam ados “ ex­
p e rto s” . >
Nacieron entonces fundaciones, entidades y m ovim ientos cívicos,'
educativos, políticos, grem iales (sindicales), y culturales urbanos y
regionales autónom os que desarrollaron m étodos y técnicas participa-'
tivas con estos fines educativos y m ovilizadores. Se dieron nom bres a
veces curiosos, como La Rosca, Los Inconform es, Hijos de la Tierra,
C ausa Com ún, T area, Q hana, Diálogo, Sociedad de Amigos, y Cen­
tro s de Estudio-Acción bautizados en honor de héroes populares
desconocidos. A dem ás, fueron apareciendo talleres, com ités, equi­
pos, asesorías, m icroem presas, ju n tas com unales, asociaciones,
federaciones, asam bleas, colectivos, cabildos y otras expresiones
particu lares o específicas que articularon distintas aspiraciones de las
clases su b o rd in adas y oprim idas en cada localidad, y fom entaron en
ellas actitudes dem ocráticas in tern am en te.
E sta articulación m icrointerna ha sido lenta, desigual y hasta
arriesg ad a, y ha necesitado de contactos de fu era y apoyos con acti­
vistas externos que se identificaran con las m etas propuestas por los.
grupos, m ovim ientos y entidades locales, y que actuaran como agen­
te s catalíticos del cam bio necesario. Pero ya sabem os que es posible
realizar e sta articulación prim aria así en la ciudad como en el campo;
y conocem os tam bién principios m etodológicos y técnicas básicas de
investigación y acción que pueden guiar estos trabajos. í

Las redes

Una vez afianzadas, a veces form alizándose, otras quedándose en


relaciones dem ocráticas inform ales internas, un buen núm ero de
estas entid ad es locales descubren convergencias en tre sí, desarrollan
actitudes p lu ralistas o de com prensión y tolerancia m utuas, y d e te r­
m inan form ar un a red horizontal de intercam bio de inform ación y ex­
D espertar de los m ovim ientos sociales 137

periencias (el prom otor m exicano Gustavo E steva prefiere llam arla
“ h am ac a” ). E stas red es o ham acas pluralistas (form ales e inform a­
les) se van expandiendo en el espacio geopolítico de la ciudad o del
cam po para prom over en tre todos la ayuda m utua, la unidad popular,
la defen sa de la vida, la investigación social, la concientización y la
educación de adultos. Proceden de las bases hacia arrib a y de la peri­
feria al centro, en lo cual contradicen la ortodoxia y ru tin a partidistas.
P u ed en entonces decidirse a organizar com ités m ás am plios de ac­
ción y hacer política abierta p a ra ’aspirar a cargos como concejales o
diputados; E ste últim o paso puede ser peligroso para la coherencia de
los m ovim ientos cuando no hay suficiente claridad ideológica ni m a­
durez en los d irig en tes, como ha ocurrido en varios lugares, o en cam ­
bio afianzador de las m etas p ro p u estas, como ha sido en organizacio­
nes de S antander (F rente Amplio del M agdalena M edio), Tolima
(M ovim iento Amplio Dem ocrático), Nariño y el Valle del Cauca en
Colombia (Los Inconform es y Em codes). Una evolución parecida se
observa en luchas que em piezan con com ités de acción de personas
necesitad as, como Los D estechados de El Peñol (Antioquia), prosi­
guen con com ités cívicos m ás am plios y culm inan con movimientos
políticos gen erales y pluriclasistas, como en el m ismo caso con Acción
Peñolita, que triunfó localm ente en las elecciones parlam entarias co­
lom bianas de 1986. Lo m ism o se observa en otras regiones y paí­
ses ¡A L
A v eces ocurren contactos en tre m ovim ientos sociales y guerrillas
ideológicas que buscan enraizarse igualm ente en la sociedad civil re ­
gional o u rb an a p ara d esarrollar su “ brazo cívico” o “ desarm ad o ” .
Esto es explicable porque en un b u en núm ero de casos las guerrillas
se form an como m ovim ientos sociales de autodefensa local que por la
ley de la acción y la reacción se van radicalizando y desbordando la
n atu raleza de los conflictos. La reciente experiencia colom biana de

4. La literatura sobre movim ientos sociales ha venido creciendo a medida que se


descubre lo estratégico de su aparición. A partir de la atención internacional suscitada
por la publicación en Uppsala (Suecia) sobre el Bhoomi Sena de la India (1979), véanse
algunas de las m ás recientes: D.I. Sheth, "M ovem ents” , Sem inar (New Delhí, octubre
1982); R. Kothari, "The Non-party Political P rocess", Economic and Political W eekly,
XIX, N ° 5 (febrero 1984); Ernesto Parra Escobar, La investigación-acción en la Costa
Atlántica (Cali, 1984); Luis Alberto Restrepo, "Las nuevas formas de organización
social en Colombia” , Fescol (Bogotá, 1985); Tilman Evers, "Identidad: la faz oculta de
los nuevos movimientos sociales en América Latina” , Procesos y políticas sociales
(Bogotá, marzo 1986), 7-24; Orlando Fals Borda, Conocimiento y p o d e r popular
(Bogotá, 1986), 62-78, 134-136; Fernando Calderón G., Los m ovim ientos sociales ante
la crisis (Buenos Aires, Clacso, 1986).
138 D espertar de los m ovim ientos sociales

pacificación, prom isoria parcialm ente, resultó deform ada por presio­
nes bélicas generalizadas y por el abuso de la violencia estatal. Estos
fenóm enos deben ser motivo de reflexión, no sólo en el ám bito in te­
lectual sino en el seno de los grupos arm ados.
Al cabo de cierto núm ero de m eses o años, con el reforzam ientó de
redes regionales y urbanas, y sin presionar la iniciativa desd e los cen­
tros ni desde arriba ni desd e el m onte, se siente la necesidad de o rg a­
nizar redes verticales o nacionales. Ello porque se descubre que la
eficacia final de las acciones depende en g ran m edida de factores que
desbordan lo local, es decir, se determ ina que los problem as son es­
tructurales. Así ha ocurrido en México, por ejem plo, con entidades
como A nadeges, Pdp y C ese que cubren grupos ecologistas, educati­
vos populares y prom ocionales de todo el país; en el Perú con la Anc;
en N icaragua con el C epa y la Unag; en V enezuela con el C esap; en
Colombia con Dim ensión Educativa, C inep, Foro Nacional y Onic,
entre otros; y en m uchos países m ás. E ste trabajo nacional se hace sin
descuidar lo regional y respetando el liderazgo, la autonom ía y la
composición de clases de las entidades de base.
El desarrollo de los organism os nacionales como los citados, ha
llevado a crear tam bién redes internacionales, como Cries y Alforja
en C entroam érica, y C eaal, Alop, Solidaridad, y la Red de M ujeres en
Salud, que cubren toda A m érica Latina. El siguiente paso, ya en re a ­
lización, es in stau rar redes intercontinentales especialm ente entre
países del T ercer M undo (Diálogo Sur-Sur, Iggri). M uy poco o nada
de ello im plica estru ctu ra burocrática (se evita como a la peste), pues
son los m ismos activistas de los niveles básicos quienes m ultiplican
sus funciones como viene descrito.

F ren tes y partidos-m ovim ientos

Un p oder popular así expresado y construido de las b ases hacia


arriba y de la p eriferia al centro, con investigación, concientización y
educación p ara la unidad popular en lucha por una vida digna y plena
para to das las clases sociales, ese poder popular adquiere su propia
dinám ica y, poco a poco, va reform ulando las reglas del juego político
tradicional y exigiendo definiciones ideológicas. M archan de reivindi­
caciones tácticas a exigencias estru ctu rales que, según las circuns­
tancias o coyunturas, p u ed an llegar a ser revolucionarias: esto no es
regla segura. De allí la aparición reciente de partidos-m ovim ientos
D espertar de los m ovim ientos sociales 139

que son m enos jerárquicos y verticalistas, m ás consensúales, con te n ­


dencia al su p rap artid ism o y al pluralism o, cuyos efectos positivos se
han observado en V enezuela, P erú y Bolivia (en Colom bia acaba de
p o sterg a rse un a experiencia sim ilar). E ntonces se proponen frentes
te rg a rse una experiencia sim ilar). E ntonces se proponen fre n te s am ­
plios coordinadoras y com ités ad hoc sin aparatos ce n trales cuyos
com ponentes se van rotando en la ejecución de las iniciativas conjun­
tas. U na de las m ás im portantes expresiones de esta unidad plural es
la del boletín o periódico com partido, de distribución nacional o r e ­
gional. /
A esto s fren tes políticos y coordinadoras m últiples y rotatorias las
clases dom inantes por re g la g eneral no sab en cómo acceder. Los cau­
dillos, caciques, gam onales y coronéis clientelistas qu ed an descon­
certados an te estos fenóm enos tan inusitados para ellos, sin en ten d e r
de qué se tra ta , sin sab er qué hacer. T ales fueron los casos de la caída
de d ictad u ras en Filipinas y H aití donde hubo expresiones dram áticas
del poder popular arm ado y d esarm ado de esta estirp e, b asa d as en
grupos cívicos, laborales, religiosos y educativos. Algo sem ejante
ocurre ah o ra en las luchas antidictatoriales en Chile y P araguay, que
han reb asad o a los p artidos antiguos y sus divididas je ra rq u ía s. Otros
políticos im itan o copian las ideas de los m ovim ientos (caso de los car-
tistas y el nacim iento del partido laborista en Inglaterra; el del Poder
P opular Liberal en Bogotá hoy) o los sabotean por d en tro y los con­
vierten entonces en apéndices de m aquinarias electorales, como ocu­
rrió con las ju n tas de acción com unitaria o com unal en varios p aíses.
No o b stan te, las tendencias generales hacia el suprapartidism o y
los partidos-m ovim ientos ind ep en d ien tes han tenido graves altibajos.
Sólo d esd e hace poco tiem po se em pieza a su p erar una fru stran te e ta ­
pa de incapacidad en g rupos de izquierda y progresistas de articu lar­
se como fuerzas nuevas de alguna presencia nacional. Sobre estos
grupos h a pesado m ucho el dogm atism o sectario de sus orígenes p a r­
tid istas verticales y la falsa creencia de ser vanguardias y om bligos
del m undo, por lo cual han tendido a defen d er sólo la propia identidad
de cada cual y a im poner sus proyectos políticos desconociendo o sa ­
boteando alianzas con ten d en cias d iferen tes que bien pudieron ser
co n v erg en tes. En fin, h a incidido sobre ellos y su trabajo, neg ativ a­
m ente, cierta inm adurez práctica e intelectual de no sa b e r concebir
visiones autóctonas del fu tu ro socioeconómico de n u estra s socieda­
des, d iferen tes de las im portadas o recitadas de m em oria. A dem ás,
en el caso colom biano, las guerrillas principales vacilaron por m ucho
140 D espertar de los m ovim ientos sociales

tiem po en asu m ir el com prom iso de trab a jar conjuntam ente con movi­
m ientos sociales y cívicos para aprovechar la últim a ap e rtu ra dem o­
crática g u b ern am en tal, dentro de un proceso que h ab ría retado a fon­
do al “ establecim iento’’.
E sta etap a d e frustraciones p arece d estinada a dar paso a los de­
sarrollos positivos m encionados atrá s. A estos pu ed en añadirse otros
casos: el del B rasil, por ejem plo, con el rápido crecim iento del movi­
m iento p au lista de trabajadores que em pezó como acción sindical y
culm inó d esp u és en el PT. Ello explica tam bién la aparición en Co¿
lom bia de un a docena de coordinadoras nacionales de diversas clases
de redes y actividades que, tom ando los m ovim ientos cívicos como co­
lum na central, están organizando en B ogotá el Segundo C ongreso de
M ovim ientos Cívicos y O rganizaciones P opulares (julio 18-21, 1986),
E ste es un evento de consecuencias significativas en la b ú sq u ed a de
un au tén tico po d er popular en Colom bia, que articulará las etapas su­
cesivas de la acción del pueblo fren te al E stado y la sociedad. Se lee
en su ponencia central: “ [Buscamos] la conform ación de un fren te de
m asas o bloque popular alrededor de los problem as centrales que
aquejan a la s m ayorías populares. Lo que se pone a p rueba es el g ra ­
do de m ad u rez q ue hem os alcanzado durante estos años de m archar
separados. Al orden del día está la ta re a de construir la U nidad P opu­
lar practicando un pluralism o dem ocrático en tre los 'sectores popula­
res [respetando la autonom ía de sus com ponentes] p ara el logro de
n u estra s com unes reivindicaciones.” Un Congreso del Pueblo remi-
niscente del anterior se p rep ara en U ruguay para octubre de este año
p o r diversas re d es nacionales, en el cual se discutirá “ un proyecto
nacional y po p u lar de desarrollo in d ep en d ie n te” . Y siete m ovim ien­
to s políticos regionales colom bianos acaban de constituirse en un Co­
m ité de Im pulso para adelantar a nivel nacional “ una alternativa d e­
m ocrática de m asas con participación del m ovim iento social”
(junio 15, 1987).

Hacia una ideología com ún

¿Es esto política? Sí, y de la b u ena, de la que es necesaria para los


pueblos, d e la q u e se sale de los canales verticales y de los aparatos
centrales y caciquistas conocidos. No nos avergoncem os, pues, de
proclam ar como activistas que é sta es n u estra política y que asp ira­
mos a que triu n fe en defensa de la vida y del progreso en todas p a r­
D espertar de los m ovim ientos sociales 141

tes, p referiblem ente sin la violencia de otras épocas y circunstancias,


p ero listos a asum ir las consecuencias a las que lleve la reacción.
E lim p a cto sobre las m aquinarias y partidos jerárquicos tradicio­
nales de todo este esfuerzo altru ista, h u m an ista y pluriclasista de
construir e n te s, re d e s, ham acas, coordinadoras, congresos y frentes
am plios por vía in d ep endientes y autónom as ya em pieza a sentirse,
no sólo en la cooptación de consignas e ideas por otros, como queda
dicho, sino en los propósitos ideológicos m ism os de algunos partidos
im portantes. Así, por ejem plo, ocurrió con el C ongreso Socialista La­
tinoam ericano celebrado.en M ontevideo en abril pasado, cuando se
dijo: “ No creem os en partidos-guía, ni en E stados-guía, sino en
id eas-g u ía .” ¡Inusitada declaración que no habría sido posible escu­
char hace apen as cinco años!
¿Nos dirigim os con estos actos hacia otro tipo de dem ocracia m ás
funcional y eficaz que lá rep resen tativ a, desde el punto de vista de los
in tere se s de las clases populares? ¿E stará creciendo en tre nosotros y
en nu estro s m ovim ientos una ideología com ún que nos una y cobije a
todos, por fin, en n u estra diversidad y dispersión? Algunos nos a tre ­
vem os a p en sa r que sí, y que las tendencias están dadas por las razo­
n es históricas y políticas aducidas atrás. E sta alternativa ideológica
podría in terp re tarse como una dem ocracia participativa afincada en
una utopía pluralista, am bas orientadas por m ovim ientos sociales o
por partidos-m ovim ientos en lucha por la justicia y el progreso, como
tra ta ré de esbozar a continuación.

REDEF1NIENDO LA PARTICIPACIÓN

Los paliativos oficiales

D esde cuando las Naciones Unidas d esganadam ente proclam aron


el com ienzo de la S egunda D écada del Desarrollo en 1970 —con d es­
gano porque ya sabían que el tal “ desarrollo” no se podía dar en los
térm inos eurocéntricos propuestos, como tam poco ocurrió después— ,
los ideólogos de las b u rguesías dom inantes em pezaron a buscar alter­
nativas prom ocionales. D escubrieron entonces el concepto de “ p arti­
cipación” que, diseñado prim ero por los filósofos de la Ilustración
como “ idea corona” del proceso de construcción del m ovim iento so­
cial universal, había quedado m arginado u olvidado en los tratados
económicos y sociales del siglo XIX.
142 D espertar de los m ovim ientos sociales

Pero en vez de volver a las buenas ideas originales de sir Francis


Bacon, A dam Smith y John S tuart Mili al respecto (quienes habían
pedido inequívocam ente la participación social en los beneficios del
trabajo com binado), los ideólogos contem poráneos del “ estableci­
m ien to ” prefirieron por conveniencia proponer una participación po­
pular acomodaticia e in tere sa d a que ha buscado ante todo afianzar a
las oligarquías y a los gobiernos establecidos. Así, quieren conven­
cernos de que políticas estata le s liberales tales como la reform a ag ra ­
ria condicionada, la revolución verde, la acción com unitaria, el coope­
rativism o rochdaleano y otras parecidas, concebidas como paliativos
dentro del sistem a dom inante y con m iras a cau sar sólo cam bios m ar­
ginales en sociedades in ju stas, son participativas. Y allí han quedado
anclados y enceguecidos m uchos de nuestros políticos y estad istas,
como ocurrió hace poco en la últim a cam paña presidencial colom bia­
na, cuyos candidatos principales se declararon desarrollistas y parti-
cipativos. Pero eso no era ni es desarrollo o participación au tén ti­
c a /5 /.

Filosofía de la participación

Los m ovimientos sociales de A m érica Latina, en cam bio, han veni­


do trabajando con otra filosofía de participación que es m ás profunda
y com prom etida con transform aciones significativas de la sociedad y
del m undo, y que retom a el hilo perdido del progreso propuesto como
ideal en E uropa hace tres siglos. La m eta final del progreso, como
antes, sigue siendo la abolición de la explotación, la dom inación y la
dependencia en las sociedades a todo nivel, desde el cotidiano hasta
el institucional. Pero ahora se define mejor su m ecanism o ideológico.
E ste no es muy com plicado desde el punto de vista teórico, puesto
que se lim ita a una sim ple fórm ula fenom enológica: transform ar la
relación su jeto /o b jeto en o tra su jeto /su jeto , reconociendo que se tr a ­
ta de perso n as sen tip en san te s en interacción, capaces de aportár de
lo que tien en y lo que son a los procesos vivenciales.
E sta transform ación existencia! satu ra las principales expresiones

5. La crítica al desarrollismo va en crescendo, con justa razón, como quedó patente


en el último Congreso Mundial de la Sociedad Internacional de Desarrollo (SID) en
Roma, en agosto de 1985. Véanse: Majid Rahnema, “ Under the Banner of Develop-
m em ” , D evelopm ent (Roma, 1986), 1-2; Arturo Escobar V., “ La Invención del desa­
rrollo en Colombia” , ponencia en el Festival Retorno a la Tierra, Bogotá, marzo 18-20,
1986.
D espertar de los m ovim ientos sociales 143

de la conducta h um ana y exige desarrollar una filosofía totalizante de


la vida. Por eso la participación popular parcial e in teresad a como la
p rop u esta por los teóricos neoliberales y los políticos d esarrollistas no
puede ser eficaz ni adecuada. La ad ecu ad a es aquella que rom pe la
relación de dom inación y dependencia en tre g o bernantes y g o b ern a­
dos y la tran sfo rm a en sim étrica como d ebería ser, para acercar unos
a otros en planos resp etu osos de derechos y deb eres m utuos, los que
term inen con la soberbia de los em pleados públicos. Tam poco las po­
líticas participativas dictadas e im puestas desde arriba y desd e los
centros de poder son positivas p ara los pueblos subordinados y explo­
tados. P orque la participación que necesita apoyarse en leyes form a­
les, o que ap ela a adjetivos como “ d irig id a” u “ o rien ta d a” p ara ser
enten d id a, no pu ed e ser auténtica.

Pluralism o

Una filosofía satu ra n te de la vida de e ste tipo lleva a condicionar


ideológicam ente el trab ajo de los m ovim ientos sociales en varias for­
m as. Una de las principales es la negación del verticalism o en las
relaciones sociales y políticas, y la articulación alterna de actitudes
pluralistas y de puntos de vista d ivergentes, con posibilidades distin­
tas de in terpretación de la realidad. Se busca la unidad en la diversi­
dad, el resp eto al derecho de ser diferente, la convergencia dialéctica
de contrarios cuyas desigualdades se nivelan al q uedar recu b iertas
por las m etas com partidas del cam bio. Dos grupos oprim idos se han
distinguido especialm ente en estas luchas: la m ujeres y los jóvenes,
quienes han enarbolado casi solos el e stan d a rte del cam bio.
Algunos pioneros de estas tendencias, como Camilo T orres Res-
trepo, postularon el pluralism o en térm inos utópicos y de subversión
m oral con la contraviolencia ju sta, y le dieron herram ientas de trabajo
a sus m ovim ientos en la form a de F ren tes Unidos de grupos disím i­
les, como él mismo lo hizo en Colombia en 1966. E sta p ro p u esta u tó ­
pica, ya decan tad a por la realidad, ha cum plido su destino para
desem bocar en ideologías renovadoras como la teología de la lib era­
ción, así como en la experiencia m ultipartidista y de partidos-m ovi­
m ientos de la N icaragua sandinista. El pluralism o, como o tras utopías
del p asado, se perfila así como m ovim iento ideológico y organizativo
im portante en el cam bio de las sociedades contem poráneas. Por lo
144 D esp erta r d e los m ovim ientos sociales

m ism o, es factor de prom oción y apoyo para los actuales m ovimientos


sociales y políticos p ro g resistas / 6 /.

Colectivism o

El pluralism o participativo, respetuoso y to leran te de diversida­


d e s y convergencias internas lleva tam bién a proponer fo rm a s demo-
eróticas o colectivas de conducción de m ovim ientos y a revisar los an ­
tiguos precep to s sobre “ cu a d ro s” y “ v an g u ard ias” concebidos por
los socialistas revolucionarios de com ienzos de siglo p ara partidos
u n iclasistas, o del proletariado.
C om encem os observando que las vanguardias autoproclam adas y
v erticales, como es obvio, han dem ostrado ser antiparticipantes en la
práctica. Lo m ism o se constata en cuadros sectarios e im positivos, e s­
pecialm ente cuando buscan la figuración personal o cuando tra ta n de
im ponerse con procedim ientos obtusos como la m ala fe, la calum nia y
el chism e. E stos cuadros y vanguardias ínauténticas pueden interferir
la propagación de las ideas y reducir el nivel de eficacia, al distanciar­
se de las b ase s y consolidar dentro de sus partidos y guerrillas formas
abusivas de acción y m onopólícas de poder, a veces corruptoras de la
conducta, contra las cuales habían protestado y luchado en los siste­
m as dom inantes.
El descubrim iento de estos peligros contrarrevolucionarios por
o rientadores de m ovim ientos sociales actuales ha llevado a redefinir a
la vanguardia como “ el pueblo esclarecido” que destaca a dirigentes
que se lo m erecen por su trabajo honesto, desinteresado y eficaz, por
su esp íritu de servicio y porque no pierden el contacto respetuoso y
sim biótico con las b ase s de las cuales derivan su autoridad y su razón
de ser. A sí se ha postulado en N icaragua, por ejem plo. No debe olvi­
d arse tam poco que en las luchas se necesita siem pre de disciplina,
m ás aún en condiciones de g u erra como en C entroam érica, pero se
tra ta de aquella disciplina que se crea interiorm ente por convicción y
m ística y por com prom iso con causas superiores, no por el terro r y la
im posición de fuerza.

6. Orlando Fals Borda, Subversión y Cam bio Social en Colombia (Bogotá, 1986),
151-160. Sobre los conceptos filosóficos e ideológicos de subversión y contraviolencia,
véanse del mismo autor: Subversión y desarrollo: e l caso de A m érica Latina (Ginebra,
Suiza, 1970) y Revoluciones Inconclusas en A m érica Latina (M éxico, 1969).
D espertar de los m ovim ientos sociales 145

Con este tipo de vanguardia esclarecida, disciplinada y de servi­


cio, arm ada o desarm ada, se ensayan entonces procedim ientos de
dirección colectiva o vocería por rotación con la regla dem ocratizante
del prim as inter pares. En esta form a se defiende el sabio principio
de la redundancia en los cuadros y.dirigentes, y se evita la tentación
del excesivo y peligroso personalism o en líderes “ in d isp en sab les” .

Socialización d el p o d er :

Por últim o, la filosofía de la participación social cuestiona a las


autocracias cen tralistas y prom ueve la socialización del poder, e sp e ­
cialm ente la descentralización del poder que las oligarquías han acu­
m ulado o m onopolizado en el E stado. Ya se explicaron las razones
que se aducen p ara desconfiar del Estado. A hora veam os cómo se
propone su difum inación.
En esencia, se b usca in stau rar el poder en los com ponentes h u m a­
nos de regiones y localidades, según nuevas expresiones de fed eralis­
mo, autonom ía y p oder popular dentro del ám bito de la sociedad civil.
Ello significa fom entar de m anera diferencial y cuidadosa form as
autogestionarias de econom ía y dem ocracia directa con corporaciones
regionales, plebiscitos, asam bleas del pueblo, cabildos abiertos, con­
sejos sectoriales de ciudadanos, elecciones locales, y otras form as de
acción, pasos y m edidas que se acercan a lo que se ha llam ado d em o­
cracia participativa.
Según parece, los prim eros síntom as de estas tendencias sociali­
zantes del p o d er estatal se observaron desde la Segunda G uerra
M undial en sitios como Y ugoslavia cuando, gracias a la experiencia
autonóm ica del conflicto, se estableció un fu e rte régim en regional,
rem iniscente del de C ataluña hacia el final de la g u erra civil española.
Precisam ente, en la península ibérica se revivieron hace poco las
autonom ías catalana, valenciana, andaluza y vasca que tienen raíces
en los viejos fueros m unicipales. Las iniciativas de este tipo crecen.
Por ejem plo: la consulta popular —basada en el K orán— se em plea
en la Libia actual. La consigna constitucional del “ poder popular” en
Cuba puede verse como una gradación hacia la socialización del poder
estatal. Una p ro p u esta de autonom ía para el litoral Caribe en Zelaya
ha sido p re sen tad a oficialm ente por el gobierno de N icaragua. Hay
una cam paña en pro de un gobierno regional en P uno.(P erú). Ideas
146 D espertar de los m ovim ientos sociales

sem ejan tes, basadas en planteam ientos antropogeográficos y socio­


económicos de regiones concretas, se están estudiando en Colom­
bia / ! / .
La contribución específica de los m ovim ientos sociales en este
campo se entiende como un serio esfuerzo de desalienación en estru c­
tu ras de poder y en el E stado fetiche y sin control al que nos hem os
referido antes. Se busca devolverlas, sin las m áscaras que se han
puesto, a los lugares que les corresponden en la sociedad civil y a sus
orígenes en la dim ensión hum ana. Se quiere quitar los elem entos
destructivos, bélicos y am enazantes para la vida que caracterizan a
las oligarquías en la m ayor p arte del m undo, y que nos han llevado a
todos al borde de la destrucción nuclear y del desastre ecológico.

RECONCEPTUALIZANDO LAS DISCIPLINAS SOCIALES

Del technós a la praxis

¿Cómo ju eg an dentro de este gran contexto ideológico de cambio,


acción y lucha por un m undo m ejor, las disciplinas sociales, especial­
m ente las de trabajo social y sociología? La resp u esta d ebería ser ob­
via: como conocim iento es poder, las b ases populares que se constitu­
yen en sujetos históricos de este cambio deben sab er cómo hacerlo y
dirigirlo. Ello im plica que las ciencias sociales en general, y la socio­
logía y el trabajo social en particular, queden disponibles y al servicio
de las bases tanto en sus aspectos teóricos como en los prácticos.
A dem ás, se requiere que en e sta experiencia conjunta cuente tam ­
bién el rom pim iento de las relaciones de subordinación y desprecio
(sujeto/objeto) que han caracterizado las relaciones en tre la ciencia
académ ica y la de los grupos populares de base,
P ara que las disciplinas sociales sean realm ente eficaces en este

7. Las propuestas modernas sobre autogestión se remontan a las ideas de revo­


lucionarios del siglo XIX como las del príncipe Kropotkin, cuya experiencia en las
comunidades de Siberia más alejadas del gobierno zarista, lo llevó a concebir fórmulas
anarcosocialistas (cf. sus M em orias de un revolucionario, New York, 1970). V éanse los
estudios convergentes de Edvard Kardelj, “ Marxism outside the Bloc” , en C.Wright
Mills, The M arxists (M iddlesex, 1962), 421-423; Svetoyar Stojanovic, ‘‘The Statist
Myth of Socialism ” , Praxis (Zagreb), 111, N° 2 (1967), 176-187. Sobre Nicaragua:
E statuto de Autonom ía de la Costa Atlántica {M anagua, 1986). Sobre Colombia: Orlan­
do Fals Borda, H istoria Doble de la Costa: R etom o a la Tierra (Bogotá, 1986, Tomo 4),
208-216.
D espertar de los m ovim ientos sociales 147

contexto, es necesario reco rd ar que todas ellas tuvieron origen en la


síntesis praxiológica de los m ovim ientos sociales de los siglos XVIII y
XIX, dentro de la p ro testa colectiva que se agitó contra la m iseria
causada por el capitalism o. En todos los fundadores de la sociología
había im pulsos utópicos y teórico-prácticos, y el que se considera
padre de n u estra disciplina, A ugusto C om te, no tuvo em pacho en
im pulsar su s p ro p u estas científicas h a sta el lím ite de lo que se llamó
la “ religión positiv ista” , cuyo lem a “ orden y p ro g reso ” sigue llen an ­
do iglesias en el Brasil. De la m ism a m anera, sólo que m ás ta rd e , se
desarrolló el trabajo social a la som bra asistencial de la legislación la­
boral en In g laterra y los E stados Unidos. Recordém oslo de nuevo: el
propósito original de am b as disciplinas era trasc en d er el technós a ris­
totélico y com binar teoría y práctica en una p raxis concreta, la del s e r­
vicio a l a sociedad en lucha contra las injusticias rein an tes. E stas dos
disciplin'as nacieron conectadas um bilicalm ente con los m ovim ientos
sociales de la época.
C onstituye un historial de frustración que tan to el trabajo social
como la sociología h u b ieran abandonado después aquellos ideales
hum anistas y praxiológicos. Tuvieron an te sí el invitante espejism o
de llegar a ser ciencias exactas como las n atu ra les, olvidando las dife­
rencias ontológicas de cada cual. M ientras tanto, im pensadam ente,
los m ism os n atu ralistas com etieron el error cientifista que ha llevado
a la actual autoobjetivación en la ciencia y a su m ortal desenfoque
tecnológico. Falso cam ino que los peligros d e d esa stre nuclear y g e ­
nético están obligando a d esa n d ar a todo nivel en todas las ciencias,
apelando a motivos éticos, al sab er popular prim ario y al sentido
com ún que, por fo rtu n a, sobreviven aún en las com unidades de b ase
para defen d er y rep ro d u cir la vida. Esto sin olvidar la sabiduría k an ­
tian a ni sus principios cardinales de Razón e Inferencia hoy tan idola­
trados en las u n iversidades.

La o p eratividadpor la vida

Uno de los p resu p u esto s originarios del m ovim iento crítico de las
ciencias sociales en la d écada de 1960 en A m érica Latina fue p recisa­
m ente el de creer que p o dría construirse la teoría en la acción m ism a
y no sólo sep arad a de ésta. Tal creencia, llam ada operatividad en las
ciencias físicas y m atem áticas donde se h a llevado a la práctica (d e s­
graciadam ente m ás en contextos bélicos desde su concepción d u ra n te
148 D espertar de los m ovim ientos sociales

la S egunda G u erra M undial) / 8 / , ha dejado de ser sim ple conjetura


p a ra convertirse en el reto del m om ento en las ciencias sociales del
T ercer M undo y tam bién, de rebote, en los m ovim ientos sociales lati­
noam ericanos contem poráneos. „¡
C oncretam ente, el concepto de operatividad lleva a reorientar las
disciplinas h erm anas de sociología y trabajo social p ara hacerlas re­
co n stru ir los lazos con los m ovim ientos sociales por la vida como los,
que les dieron origen, sin d esc artar la acum ulación científica que han
alcanzado h asta hoy; y p ara hacerlas realizar tan im portante tarea
histórica no sep a rad a s sino conjuntam ente. P orque si estas tesis son
acogidas y trad u cidas a la realidad, podríam os descubrir que un so­
ciólogo, p ara realizarse como tal, debería s e r un buen educador popu­
lar y trab ajad o r social; y viceversa, que un trab a jad o r social eficaz
d eb ería tran sfo rm ar su asistencialism o técnico y convertirse en un
práctico-teórico, es decir, en un buen sociólogo y educador popular.
Por fo rtu n a este reto e stá recibiendo la atención que m erece en
m uchas p arte s del hem isferio. H ace poco tuve el honor de consta­
tarlo en las un iv ersidades de C osta Rica, N icaragua y Caldas (Colom­
bia). Allí, como en otras p arte s, se siente la urgencia de desem ba­
ra zarse de escuelas europeizantes y del m odelo fichteano de los
d ep artam en to s universitarios estancos, p ara prom over una ciencia
afuerin a, al aire libre, en contacto vivo, con m ovim ientos sociales, en
u n a síntesis académ ica y popular m ás útil, p ertin e n te y auténtica. Por
su p u esto , no se sab e aún cómo cristalizaría e se m ovim iento científico
d en tro de las estru c tu ras académ icas actuales. Quizás en la form a de
facultades o in stitutos de praxiología como q u ería el filósofo m exicano
Adolfo Sánchez, o sim plem ente en escuelas de “ teoría y práctica
so cial” que cobijarían varias disciplinas in teg rad as.

M etodología d el cómo

En este sentido, los trab ajad o res sociales recordarán que desde
1970, casi al tiem po con los sociólogos, se prom ovió una cam paña de
“ reconceptualización” en la disciplina que, de hab erse proseguido

8. Esta ciencia práctica tam bién se expresa en el concepto de "retroalimentación de


sistem as’’, John D. Beraal sostiene que la nueva estrategia de investigación "no se
puede formular a priori con el m étodo científico del pasado, sino descubriéndola a
través de los modos de acción” , y vincula el progreso científico a la comunicación y a la
educación general. Cf. su libro colectivo, l a ciencia de la ciencia (M éxico, 1968),
342-358.
D espertar de los m ovim ientos sociales 149

(pues se fru stró pronto) nos h ab ría ayudado hoy a absolver m uchas
dudas. P arte del problem a había sido resolver la cuestión del
“ cóm o” , esto es, la de la m etodología adecuada para facilitar la sínte­
sis praxiológica. No había seguridad en ello, pues el m arxism o escle­
rótico ál que se apeló por un tiem po tam poco satisfizo.
Pero ya el problem a del “ cóm o” no es excusa para no proceder a
la síntesis m encionada y a com binar estas disciplinas afines p a ra que
retom én su histórico papel de inspirados e inspiradores de m ovim ien­
tos sociales por la vida, con el apoyo del conocim iento científico serio
que han venido acum ulando. En efecto, como se explicó antes, d u ra n ­
te estos m ism os lustros se desarrolló junto con los grupos de b ase y
los m ovim ientos sociales y sus cuadros una posibilidad teórico-prácti-
ca re p re se n ta d a en la investigación-acción participativa (lap). E s un
invento colectivo propio del T ercer M undo e inspirado en nuestras
realidades y problem áticas, que se p lan tea como una bú sq u ed a seria
y resp etab le de las g randes soluciones a que aspiran los m ovim ientos.
Es cierto que la lap resultó ser m ás exigente que otras m etodologías
conocidas, req u iere de m ayor conocim iento técnico, creatividad, em ­
patia, capacidad de com unicación y com prom iso p ersisten te en los
científicos que la practican. Pero con ella, como se sabe, se intenta
contestar n ad a m enos que el cómo, el p a ra qué y el porqué del cono­
cim iento social en n u estra época de expectativas y conflictos. Con la
lap, en fin, quizás nos podam os acercar m ás a las m etas pluralistas y
participativas pro p u estas por los m ovim ientos sociales y políticos en
estos años, y culm inar el im portante proceso autógeno de acerca­
m iento en tre n u estra s disciplinas y con la sociedad, que se dibuja
como necesidad c o le c tiv a /9 /.

PERSPECTIVAS Y PROYECCIONES

T erm inem os, p ues, las p re sen tes reflexiones. Les-he convidado a
redefm ir la política, a filosofar sobre la participación y a com binar

9. Ya es.abundante la literatura mundial sobre la lap, sus planteamientos epistem o­


lógicos y sus aplicaciones en América Latina, Asia, y África. Véase una bibliografía en
Fals Borda, Conocimiento y p o d e r popular, citado, y en diversas publicaciones perti­
nentes de la Crefal en Pótzcuaro (M éxico). Lo argumentado aquí sobre la suma de
Sociología y trabajo social puede extenderse a otras ciencias sociales como la Antropo­
logía social, la Geografía humana, la psicología, la historia, la ciencia política, y, en
parte, la econom ía. Para una discusión pertinente sobre "Transferabilidad de destre­
zas” ,"véase del sociólogo Gonzalo Cataño, La Sociología en C olom bia!Bogotá, 1986),
48-51,54.
ISO D esp erta r de los m ovim ientos sociales

n u estras disciplinas sociales en aras de transform aciones necesarias.


Todo esto con el fin de asum ir n u estra s responsabilidades dentro de
un m ovim iento social macro que, como un gran paraguas ideológico,
cobije a todas las expresiones ind ep en d ien tes, espontáneas, su eltas y
todavía en p arte inarticuladas que han aparecido du ran te los últim os
veinte años en nuestros países como protesta social y política contra
las oligarquías g o bernantes. N uestros pueblos esperan que resp o n d a­
mos con inteligencia e integridad a la problem ática p ersisten te de la
pobreza, la explotación y la injusticia que nuestros antecesores plan*
tearon en E uropa y Am érica, pero que dejaron sín resolver ni allá
ni aquí.
Algunos observadores de estos m acrofenóm enos creen advertir
que, como vam os, de reto en reto no sólo dispondríam os de una ideo­
logía com ún, sino que tam bién podríam os llegar a construir un nuevo
paradigm a en las ciencias sociales que reem plazara parcialm ente a
las escuelas funcionalistas y positivistas. Ni una cosa ni otra sería po­
sible sin la contribución teórico-práctica de los diversos m ovim ientos
sociales cuya realidad nos congrega en el p resen te sem inario. No hay
duda de que necesitam os de e sa e stru c tu ra alternativa de p en sam ien ­
to y acción que suplantó la que nos explota y dom ina, la que es fuente
de nuestra alienación y dependencia.
Los retos nos conducen tam b ién a tra ta r de llevar a la práctica la
undécim a tesis de M arx sobre F euerbach, la m ás difícil de todas: la
transform ación n ecesaria del m undo. P ara ello se necesita no sólo
crear ese nuevo conocim iento de índole revolucionaria que com bina
el saber académ ico kantiano con la sabiduría, popular práctica, sino
tam bién reflexionar y actuar ahora y siem pre con el poder paralelo y
autogestionario, y con red es y frentes populares regionales y naciona­
les, vigilantes y autónom os. No es fácil la tare a, puesto que im plica
com batir h asta con sus propias arm as, a aquellos m ovim ientos e
intereses creados reaccionarios, egoístas y violentos que se aferran al
viejo engendro de E stado-nación autoritario y monolítico: o que viven
de estru ctu ras establecidas que necesitan reform as, como las univer­
sitarias y p artid istas. Sin em bargo, es ta re a indispensable y, ya lo
sabem os, posible de realizar.
En esta lucha sabem os que cuenta investigar seriam ente y tr a ­
bajar duro en los m ovim ientos sociales progresistas como si fueran
operativos por la vida, no por la m uerte. H ay que alim entarlos con
conocimientos adecuados y accesibles; inspirarlos en una filosofía
participativa que lleve a com partir y convivir como seres hum anos;
D espertar de los m ovim ientos sociales 151

anim arles con opciones políticas altruistas y dem ocráticas; e infundir­


les la decisión de luchar por el cam bio hasta las últim as consecuen­
cias cuando sea necesario. Sabem os que la diversidad de nuestros
propios in tereses o m iras específicas no es obstáculo p ara com binar­
nos en la identidad de nuestros propósitos de superación y liberación.
La idea del progreso com ún, retom ada de los clásicos, nos une e id en ­
tifica así en el pensam iento como en la acción.
No será im p ertin en te que, p ara reforzar e ste argum ento, recu erd e
p ara term in ar el viejo consejo de sir Francis Bacon en sus P en sa m ie n ­
tos y conclusiones de 1607, D ecía entonces aquel sabio, desplazado
luego en m ala hora de la atención de los científicos por Newton y por
el rígido enfoque tecnológico de éste;

En la filosofía n atural, los resultados prácticos no sólo son el m e­


dio p ara m ejorar el b ien esta r, sino la g aran tía de la verdad. La
reg la de la religión de q u e un hom bre debe m o strar su fe por m e­
dio de su s actos, tam bién rige en la filosofía natu ral. La ciencia
debe ser reconocida igualm ente por sus obras. La verdad es re v e ­
lada y estab lecid a por el testim onio de las acciones m ás que por
la lógica o inclusive por la observación.

Tal es el reto del conocim iento como poder que el m om ento actual
vuelve a p resen tarn o s, con esos protagonistas históricos que, al d e s ­
p e rta r de nuevo en A m érica Latina y en el m undo, se han constituido
en M ovim ientos Sociales.

SIGLAS

Alforja: Red de M etodología en Educación Popular (San José, Costa Rica).


Alop: Asociación Latinoamericana de Organizaciones de Promoción (Quito, Ecuador).
Anadeges: Análisis, Descentralización y Gestión (M éxico).
Anc: Asociación Nacional de Centros (Lima, Peni).
Ceaal: Consejo de Educación de Adultos de América Latina (Santiago, Chile).
Cepa: Centro de Estudios y Promoción Agraria (Nicaragua).
Cesap: Centro al Servicio de la Acción Popular (Venezuela).
Cese: Centro de Estudios Sociales y Ecológicos (M éxico).
Cinep: Centro de Investigación y Educación Popular (Bogotá, Colombia).
Cries: Coordinadora Regional de Investigación y Estudios Sociales (M anagua).
Emcodes; Empresas de Cooperación al Desarrollo (Cali, Colombia).
Iap: Investigación-acción participativa.
152 D espertar de los m ovim ientos sociales

Iggri: International Group for Grass Roots Initíatives (Roma, Italia).


Onic: Organización Nacional Indígena de Colombia.
Pdp: Promoción del Desarrollo Popular (M éxico).
Pt: Partido de los Trabajadores (Brasil).
Unag: Unión Nacional de Agricultores y Ganaderos (Nicaragua).
POR UN CONOCIMIENTO VIVENCIA!*

A raíz de mi reciente retorno a la U niversidad Nacional de Colom­


bia (Instituto de E studios Políticos y Relaciones Internacionales), un
colega m e p reguntó qué tendencias dentro del campo científico social
m e habían parecido las m ás significativas du ran te el periodo de vein­
te años de mi retiro de las aulas. Me puso a pensar: no había duda
sobre la gran significación de algunos procesos vividos d u ra n te el p e­
riodo. Decidí entonces valerm e de esta conferencia m ensual del Ins­
tituto, que form aliza mi reintegro al m undo académ ico, para articular
una prim era y rápida re sp u e sta a aquella incitante p reg u n ta.
E ntre las tendencia de los últim os dos decenios dignas de tal refle­
xión, hay una m edio escondida que m erece salir del claroscuro. Me
refiero a la incidencia sobre determ inados grupos académ icos y políti­
cos de E uropa y N orteam érica de una contracorriente intelectual
autonóm ica que se ha form ado en tre nosotros los del T ercer M undo.
Ju n to a este fenóm eno, como elem ento de refuerzo de la m ism a te n ­
dencia, figura un m ayor y respetuoso conocimiento de la realidad
cultural y hum ana de n u estra s sociedades tropicales y subtropicales
adquirido durante este periodo tanto por nosotros cuanto por los euro-
am ericanos. Tiendo a p en sa r que m uchos de estos descubrim ientos
se han realizado dentro de un m arco crítico común que invita a retar

♦Conferencia inaugural en la Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, abril 7 de


1987, auspiciada por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de
la misma.
1^4 Por un conocim iento vivencial

políticam ente a las instituciones del poder formal así en los países
dom inantes como en los dependientes. Pero el orto de este m ovim ien­
to, con sus im pulsos raizales y rem olinos revolucionarios, parece
hallarse más en tre nosotros los periféricos que en el m undo d e sa ­
rrollado.
Por supuesto, estas prem isas im plican varios puntos debatibles.
El prim ero, que en los últim os años en verdad se h a configurado, en
nuestros países pobres y explotados, un grupo de científicos sociales
y políticos retad o res del statu quo cuya producción independiente ha
tenido efectos localm ente y m ás allá de las fronteras nacionales. El
segundo punto diría que se ha acum ulado ta n ta inform ación fresca
sobre sectores de n u estra s sociedades como p ara d ar b ase a una refle­
xión teórica y m etodológica propia que modifica anteriores in te rp re ta ­
ciones por lo re g u la r exogenéticas o eurocéntricas. Claro que los tra ­
bajos rutinarios no han desaparecido de en tre nosotros, ya que sus
m arcos de referen cia continúan reproduciéndose por inercia en in sti­
tuciones académ icas y en m edios de com unicación m asiva controla­
das por perso n as caracterizables como colonos intelectuales. No o b s­
tan te, la producción de estas personas por regla general no ha
trascendido las fronteras nacionales precisam ente por el m im etism o
que despliegan.
Todo esto es d ebatible, pero quizás haya acuerdo general en que
existen pru eb as p ara dem ostrar en principio las dos prem isas su g eri­
das, lo que m e excusaría de tom ar el tiem po de e sta conferencia para
hacerlo. M ás bien m e dedicaré a explorar una hipótesis com plem em
taria. Sostendré que aquella incidencia intelectual del T ercer M undo
tropical sobre grupos hom ólogos críticos de países dom inantes e n ­
cuentra acogida en razón de la crisis existencia! que afecta a las socie­
dades avanzadas de las zonas tem pladas, sea por las proclividades
auto-objetivantes de la ciencia y la técnica m odernas desarrolladas
allí, sea porque hoy surgen am enazas serias para la supervivencia de
todo el género hum ano relacionadas con los avances inconsultos de
esa m ism a ciencia euroam ericana fetichizada y alienante.
Los euroam ericanos, evidentem ente, progresaron y se enriquecie­
ron con el desarrollo científico-técnico, mucho a expensas de nosotros
los del T ercer M undo. Pero ello fue tam bién a expensas de su alm a y
de los valores sociales, como en el contrato mefistofélico. Ahora, d e s­
pués de haber botado la llave del arca del conocim iento prístino de
donde partió el progreso, hastiados de éste por la form a deseq u ilib ra­
da que tomó, y avergonzados de la deshum anización resultante, los
P or un conocim iento vivencial 155

nuevos F austos p reten d en reen co n trar la llave del enigm a en las vi­
vencias que todavía palpitan en las sociedades llam adas atra sad as,
rurales, prim itivas, donde existe aún la praxis original no d estru id a
por el capitalism o industrial: aquí en Am érica Latina, en África, en
Oceanía.
Si esto fuese cierto, tal constatación de las fallas existenciales e
ideológicas en la zona tem p lad a podría darnos todavía m ás certeza y
justificación a los del T ercer M undo en la b ú sq u ed a autónom a para
in terp re tar n u e stra s realidades. Y m ás seguridad en n u estra capaci­
dad de sab e r m odificarlas y co n stru ir form as alternativas de acción
política y social p ara beneficio n u estro y, de contera, tam bién p ara el
de todos los pueblos explotados y oprim idos de la tierra .

LA FRUSTRACIÓN DEL EUROCENTRISMO

No es nuevo lo que voy a decir a continuación p a ra sostener estos


puntos de vista iniciales, y lo re p etiré sucintam ente. D esde com ien­
zos del p re sen te siglo, y en especial a partir de los d e sa stre s m ateria­
les y esp irituales de la P rim era y S egunda G uerras M undiales,
m uchos científicos y filósofos europeos reconocieron el problem a
existencial aludido y cuestionaron el propósito final de sus conoci­
m ientos y acum ulaciones técnicas, así en las universidades como en
los laboratorios. El inspirador de esas tare as había sido el c a rte sia ­
nism o analítico junto con la tentación teleológica d e o b ten er control
sobre los procesos natu rales. A dem ás, en lo político se habían d ise­
ñado form as dem ocráticas rep resen tativ as apu n talad as en un positi­
vismo funcional y en las ideologías de la libre em p resa y la propiedad
absoluta. Como no todo anduvo b ien , la sociedad europea se dividió
en tre utopistas y realistas, dando origen a esa controversia p erm a­
nente que p arte de H obbes y e n c u en tra su nadir en el fascism o.
Al cabo de casi dos siglos de experiencias, la desilusión y la p ro ­
testa se convirtieron en alim ento diario de aquella sociedad. R ecorde­
m os, en tre otras voces díscolas, el pesim ism o de S pengler sobre los
resultados de la b ú sq u ed a del desarrollo económico, y la crítica feno-
m enológica de H usserl sobre el desvío del positivism o, creando e s ­
cuelas que desem bocaron en revisiones sustanciales de la in te rp re ta ­
ción ontológica. H asta las ciencias naturales experim entaron esta
desazón y buscaron una revisión orientadora. Encabezados por los
físicos cuánticos, descubrieron la infinitud de la e stru c tu ra in tern a de
156 P or un conocim iento vivencial

las p artíc u la s atóm icas y dieron el salto del paradigm a m ecánico de lo


cotidiano, de Newton, al infinitesim al y relativo de E ínstein, com ple­
m entándolo con la in esp erad a y herética constatación (de Heiseq-
berg) sobre la indeterm inación del conocim iento experim ental y el
papel antrópico del observador.
En el cam po filosófico hubo tam bién esfuerzos p ara alejarse del
cartesian ism o y del positivism o que vale la pena recordar: en tre otros
los de la E scuela Crítica de F rankfurt al com binar el rechazo al nazis­
mo con el rescate antidogm ático del m arxism o; y el de la filosofía de
la ciencia (G astón B achelard). Todos estos esfuerzos fueron de gran­
des proporciones para el su bsecuente desarrollo científico y técnico y
para la revisión de actitudes ante el conocim iento y el progreso hum a­
no. En los países del T ercer M undo, quizás por razones de lenguaje,
ap en as si llegaron los m urm ullos de esa revisión. En lo concerniente a
las ciencias sociales, por ejem plo, éstas siguieron ap eg ad as al cienti­
ficism o positivista, y todavía hoy se hallan en la anticuada etapa del
p arad ig m a new toniano.
Sin em b arg o , hubo igualm ente lastres p ersisten tes en el desarro­
llo de la rein terp retación crítica europea. Por lo general, los intelec­
tu ales iconoclastas p retendieron resolver, com prensiblem ente, sus
pro b lem as d e concepción y orientación todavía dentro de los p arám e­
tro s del conocim iento tradicional. E uropa seguía siendo el ombligo
del m undo, el modelo a seguir por todos los dem ás aunque su socie­
dad fu e ra p erdiendo sabor y sentido para sus propios m iem bros. Se
pensó ento n ces que la solución de los problem as existenciales de las
naciones avanzadas podía alcanzarse si se desanduviera allí m ism o el
recorrido h asta retrotraerlo al com plejo cartesiano como reconocido
punto de p artid a del desvío cientificista. Y luego tom ar el perdido
rum bo h u m an ista que corregiría los peligros de la alienación de los
in telectuales y de los científicos.
E stas p ro p u estas de enm ienda, evidentem ente p arroquiales, si­
guieron discutiéndose por un buen tiem po. H asta H aberm as, la ulti­
m a gran fig u ra de la E scuela de F rankfurt, cayó en el sim plism o de la
continuidad eurocéntrica y del modelo del desarrollo avanzado. Ello
limitó las im plicaciones universalistas de sus tesis sobre conocim iento
e in terés como fórm ula para su p erar el síndrom e de la deshum aniza­
ción m oderna que advirtió, interpretó y condenó en toda su am plitud.
D esde cierto punto de vista, el eurocentrism o umbilical es inexpli­
cable, po rq u e la sociedad y la ciencia europeas son en sí m ism as el
fru to histórico del encuentro de culturas diferentes, incluyendo las
Por un conocim iento vivencial 157

del actual m undo subdesarrollado. Es natural preg u n tarse, por ejem ­


plo, si Galileo y los dem ás genios de la época hubieran llegado.a sus
conclusiones sobre la geom etría, la física o el cosm os sin el impacto
del descubrim iento de A m érica, sus productos y culturas, o sin la in­
fluencia d eslum brante de los árabes, hindúes, p ersas y chinos que
b om bardearon con sus decantados conocim ientos e invenciones a la
E uropa rudim entaria del pre-R enacim iento.

EL REVEZO DE LA VIEJA CORRIENTE COLONIZADORA

U ltim am ente, los grupos de intelectuales sufrientes de Euroam é-


rica han tratad o de corregir aquella tendencia narcisista y parroquial.
Es posible encontrar ahora en tre ellos expresiones de reconocim iento
resp etu o so del m undo m arginal pauperizadó, un q u erer sentir y com­
p ren d er em páticam ente los valores de las sociedades tropicales y
subtropicales no industrializadas, cierta adm iración nostálgica por la
resistencia de los indígenas y cam pesinos analfabetas y explotados
del T ercer M undo ante los daños y perjuicios del desarrollo capitalista
y de la racionalidad in strum ental .
No podré hacer ahora un trata d o sobre tales grupos de pro testa in­
telectual y científica que van m ás allá de las descripciones de asp a­
viento de viajeros y m isioneros de siglos anteriores, Pero vale la pena
recordar algunas expresiones notables, y exam inar sus lazos o afini­
dades ideológicas con lo nuestro. Verem os cómo m uchos asuntos
principales tratad o s por ellos se enraizan en la problem ática del T er­
cer M undo y se articulan con ella. Esto dem ostraría cómo las viejas
corrientes intelectuales colonizadoras del norte hacia el sur pudieran
estar cam biando p arcialm ente de curso en estos años p ara volverse
en dirección contraria, del su r hacia el norte, y crear in teresan tes olas
de convergencia tem ática inspiradas en la vieja consigna de conocer
para p od er actuar bien y transform ar m ejor. En cuyo caso, lo que e s ­
taríam os observando sería realm ente el comienzo de una herm andad
universal com prom etida políticam ente contra sistem as dom inantes,
una herm an d ad conform ada por colegas intensam ente preocupados
por la situación social, política, económica y cultural de todos noso­
tros los que heredam os este m undo injusto, deform e y violento, allá
como acá, y que querem os cam biarlo de m anera radical.
P ara em pezar n u estra revisión de datos y experiencias relaciona­
das con este fenóm eno, veam os una expresión de la convergencia te ­
158 Por un conocim iento vivencial

m ática y com prom iso espiritual y político en quienes h an rescatado la


cu ltu ra popular e indígena. Con este esfuerzo se ha descubierto o tra
visión del m undo muy distinta de la transm itid a por culturas opreso­
ras. Como se sabe, p ara alcanzar esa visión Claude Levi-Strauss hizo
viajes frecuentes a A m érica Latina y África, y plasm ó en páginas a d ­
m irativas el “ pensam iento salv aje” que allí detectó. Son las realid a­
des cosmológicas sobre circuitos de la bioesfera y el m ecanism o del
“ eco hum ano” que com unicaron tam bién los indios d esana de n u e s­
tra Am azonia a G erardo Reichel-Dolmatoff. Estos estudiosos, como
m uchos otros autores, recogieron aquella sabiduría precolom bina que
los científicos occidentales habían despreciado, pero que el pueblo
común tercerm u n dista preservó a p esar de todo en sus lejanos case­
ríos y vecindarios.
No nos so rp renda que allí, en ese m undo rústico, elem ental o a n ­
fibio (El del hom bre caim án y el hom bre hicotea) que ha atraído a los
antropólogos, se haya configurado tam bién el com plejo literario del
M acondo, hoy de reconocim iento universal. Científicos e intelectua­
les del norte y del sur convergieron así creadoram ente con novelistas
y poetas p ara ab rir surcos nuevos de com prensión del cosmos y re ta r
versiones facilistas y parciales del conocim iento que provienen de la
ru tina académ ica. Los M acondos, junto con los bosques brujos de los
yaquis, las selvas de los m undurucú y los ríos-anaconda de los tupis
son sím bolos de la problem ática tercerm undista y de la esperanza
euroam ericana: reúnen lo que querem os p reserv ar y lo que ansiam os
renovar. Retan lo que cada uno cree que piensa de sí mismo y de su
entorno. En fin, lo m acondiano universal com bate, con sentim iento y
corazón, el monopolio arrogante de la interpretación de la realidad
que ha querido hacer la ciencia cartesiana.
Tampoco se salvan de los retos del m undo sub des arrollado los
p racticantes de las ciencias naturales, especialm ente aquellos que
p ersisten en ver el universo como si fuese constituido de partículas o
bloques elem entales finitos, m edibles y m atem atizables. La concep­
ción m ecanicista del m undo que heredó el físico austríaco Fritjof
C apra, por ejem plo, em pezó a caer cuando éste y sus colegas analiza­
ron los problem as ecológicos de explotación de la naturaleza y ad ­
virtieron form as no lineales en procesos vitales com unes. Eso no lo
descubrieron solos, sino que lo aprendieron m ayorm ente de com uni­
dades indígenas y de la sabiduría intuitiva de éstas. C apra protestó
por la desorientación inhum ana de la ciencia m oderna, y encontró fac­
tores de equilibrio para esa tendencia mortal sólo en el I-Ching y en
P or un conocim iento vivencial 159

enfoques holísticos basados en el yin y el yang y en el m isticism o de


los pueblos olvidados del Lejano O riente. Con b ase en estos p o stu la­
dos tercerm u n d istas, p resentó su desafiante doctrina del “ Punto de
re to rn o ” y su p ro p u esta de una m eta-física que com parten otras au to ­
rid ad es científicas (no todas, por supuesto).
De m an era sim ilar, el epistem ólogo canadiense M orris B erm an
descubrió las lim itaciones de los conceptos académ icos de circuito,
cam po de fuerza, conexión e interacción a través del estudio de la al­
quim ia m edieval, del totem ism o y de los cultos a la n aturaleza de los
indígenas am ericanos. Fueron trabajos de africanos (C hinua A chebe
y otros) de los que m ás le ilum inaron para re p la n tear la im portancia
que tien en p ara la ciencia m oderna tesis derivadas de esas form as no
académ icas, y la n ecesidad de “ re en ca n ta r el m undo” con lo que él
llamó “ conciencia p articip ativ a” . Así hizo eco a clam ores sim ilares
de g rupos latinoam ericanos e hindúes que p lanteaban, desde antes,
m etodologías innovadoras con e sta clase de conciencia.
¿Qué llevó a Foucault, por su p a rte , a postular la conocida tesis
sobre “ insurrección de conocim ientos su b yugados” en su prim era
conferencia de T urin? Él m ism o lo explica como u n a reacción a la te n ­
dencia eru d ita de producir un solo cuerpo unitario de teoría como si
fu e ra la ciencia, olvidando otras dim ensiones de la realidad, especial­
m ente las de las luchas populares no re g istra d as ni oficial ni for­
m alm ente. No sabem os con exactitud, por su p re m a tu ra m uerte,
cuánto incidió en Foucault el co n statar la difícil situación de los indí­
genas am ericanos a quienes visitó, y de quienes alabó sus su p erv i­
vencias culturales y uno que otro alucinógeno. No debió ser poco, ya
que la hom ologa con las luchas olvidadas que él m ism o docum enta
sobre el loco, el enferm o y el preso. De allí se derivan sus análisis so­
b re las relaciones en tre el saber y el poder político y los condicionan­
tes sobre el p oder científico, análisis que convergen con claras p re o ­
cupaciones tercerm u n d istas anteriores y contem poráneas.
Puede p arecer antipático h acer un exam en sobre la originalidad
de las ideas en grupos de intelectuales del norte y del sur; pero como
la hipótesis com plem entaria sobre la acogida existencial e ideológica
de los norteños que he venido explorando lleva hacia allá, voy a in ten ­
tarlo con la consideración debida. M e parece que los hechos hablan
por sí solos, de modo que procederé no m ás que a m encionar los polos
tem áticos respectivos, declarando fuera de concurso, anticipadam en­
te, a escritores-historiadores latinoam ericanos como E duardo Galea-
160 Por un conocim iento vivencia!

no y Alejo C arpentier, por las obvias razones de su dem ostrada uni­


v ersalidad.
La dialógica m oderna se propuso prim ero en el Brasil (Paulo F rei­
ré). D ar voz a los silenciados y fom entar el juego pluralista de voces
d iferen tes, a veces discordantes, se convirtió en consigna de estudio y
acción para sociólogos influyentes del C anadá (Bud Hall) y Holanda
(Jan de Vries), en tre m uchos otros, y para todo un m ovim iento reno­
vador de la educación de adultos a nivel m undial.
Las teorías de la d ependencia y el sistem a capitalista m undial, así
como del desarrollo del subdesarrollo, encontraron sus prim eros
cam peones en Egipto, Senegal (Sam ir Amin) y A m érica Latina (Fer­
nando H. Cardoso, Celso F urtado, A ndré G under Frank), con replica-
d o n e s posteriores en Europa (Im m anuel W allerstein, Dudley Seers).
De la m ism a m anera han tenido repercusiones los aportes de la Comi­
sión Económ ica p a ra A m érica Latina (Cepal) en las teorías sobre el
equilibrio económico regional, así como la crítica tercerm undista de
los “ econom istas descalzos” (M anfred M ax-Neef) que d em uestra las
grav es fallas técnicas y teóricas de esta disciplina, sus objetivos y
alcances.
La pro p u esta praxiológica de la subversión m oral que se extendió
por todo el m undo, incluyendo las universidades de los países avahzá-
dos, tuvo su cuna en tre las gen tes de n u estras islas y m ontañas y en
sus luchas (Camilo T orres, Ché G uevara). Asim ism o, y en similaréfc
circunstancias, em ergió de nosotros la teología de la liberación (Gus­
tavo G utiérrez, Leonardo Boff) que ha llevado a revisar la rutina écíe-
sial católica y ecum énica. El rescate de las luchas populares y de la
perso n alid ad y cultura de los “ grupos sin h isto ria” h a sido iniciativa
de ben g alíes, hin d ú es y ceilaneses (da Silva, R ahm an y otros) cón
resonancias posteriores en trabajos euroam erícanos (Eric Wolf, Geór-
ges H aupt).
A dem ás del im pacto de las revoluciones ele C uba y N icaragua que
han colocado a Latinoam érica en las vanguardias de m ovim ientos'!dé
liberación sociopolítica, reg istram o s el positivo efecto sobre el m ar­
xism o esclerosado de los europeos con aportes concretos de nuestros
investigadores sobre problem as de la periferia en A m érica, Africa,
Asia y A ustralia (B artra, S tavenhagen, González Casanova, Benár-
je e , T aussig, M ustafa). Algo sem ejante ha ocurrido con las teorías'del
E stado y la dem ocracia originadas en el cono sur am ericano (Léch-
n er, O ’Donnell); sin olvidar el extraordinario aporte original de lob
h in d ú es a la física cuántica.
1 Por un conocim iento vivencia! 161

| El Simposio M undial de C artagena sobre investigación-acción en


j el que las voces y experiencias del T ercer M undo fueron determ inan-
\ tes, sostuvo tesis sobre intervención y participación social que com-
! plem entaron o reorientaron trabajos convergentes en Francia, Aus-
; tria, Suiza, H olanda, Suecia y los E stados Unidos.
La lista puede seg uir. Pero quizás lo que viene dicho sea suficien­
te para confirm ar p arcialm ente la hipótesis com plem entaria que he
propuesto sobre la originalidad a que invita el estudio autonóm ico de
nuestro s problem as y el acoplam iento a estos estudios en tre los norte-
| ños que sufren su propia crisis existencial e ideológica. Es evidente:
l asfixiados por sus n u bes tóxicas, basureros radioactivos y lluvias áci-
j das, aturdidos por la vacuidad juvenil, asustados por m isiles y cohe­
tes m ilitares, los euroam ericanos buscan re sp u estas, soluciones y
equilibrios en nuestro s aires frescos y horizontes vitales. Lo que ven-
| go relatando m u estra tam b ién cómo la corriente del pensam iento del
i centro hacia la p eriferia se ha venido revezando, y cómo ella está to ­
m ando igualm ente la in teresan te derivación sur-sur.
I Parece que se ha venido form ando así, desde hace unos veinte
I años, un m ovim iento conjunto de colegas de diversos orígenes nacio-
j n ales, raciales y culturales preocupados por la situación del m undo en
j su totalidad, cuyos p u ntos de vista confluyen a nivel de igualdad de
| m an era com prom etida y crítica contra el statu quo y los sistem as do-
I m inantes. En este m ovim iento conjunto m e parece que hem os queda-
| do involucrados m uchos de nosotros en n u estras propias búsquedas,
] algunos, como yo, por fu e ra del ám bito universitario.
i
UN RETO POLITICO UMVERSALMENTE COMPARTIDO
'i

; En últim as, el efecto de todos estos trabajos es de carácter polí-


1 tico y seg u ram en te de alcance universal. P uede verse que la herm an-
■ dad de los intelectuales críticos del norte y del sur propende por un
m undo m ejor en el que queden proscritos el poder opresor, la econo­
m ía de la explotación, la injusticia en la distribución de la riqueza, el
i dom inio del m ilitarism o, el reino del terro r y los abusos contra el
m edio am biente n atu ral. Como hem os visto, sobre estos asuntos vita­
les nos reforzam os m utuam ente los unos a los otros.-Por encim a de
\ las diferencias culturales y regionales, reiteram os el em pleo hum a-
'■1 n ista de la ciencia y condenam os e! uso totalitario y dogm ático del
conocim iento. T ratam os de brindar, por lo tanto, elem entos para
162 Por un conocim iento vivencial

nuevos paradigmas que recoloquen a Newton y Descartes. Buscamos


dejar atrás a los dos tétricos hermanos: el positivismo y el capitalismo
deformantes, para avanzar en la búsqueda de formas satisfactorias de
sabiduría, razón y poder, incluyendo las expresiones culturales y
científicas que las academias y los gobiernos han despreciado, repri­
mido o relegado a segundo plano. Es lo que, en términos generales,
se llamó durante el decenio de 1960, “ ciencia social comprometida” .
Una revisión detallada de los trabajos mencionados puede dem os­
trar que existe en todos ellos no sólo el ideal del “ compromiso” de
la década de 1960 y la reacción contra el monopólico paradigma posi­
tivista, sino el afán .político de dar un paso más y ofrecer una alterna­
tiva clara de sociedad. Esta propuesta —queda dicho— se alimenta
de un tipo de conocimiento vivencial útil para el progreso humano, la
defensa de la vida y la cooperación con la naturaleza. Quienes hemos
querido ayudar a construir esta propuesta, hemos hablado de partici­
pación cultural, económica y social desde las bases, la construcción
de contrapoderes populares, la proclamación de regiones autónomas
y el ensayo abierto de un federalismo libertario. Además, la propues­
ta vivencial alternativa invita a revisar concepciones antiguas sobre la
autodefensa justa, el tiranicidio y el maquiavelismo sólo sancionadas
antes en España e Italia.
Queremos, pues, fomentar actitudes altruistas que equilibren la
parcial visión hobbesiana de la sociedad del hombre-lobo-para-el-
hombre que nos han transmitido en la escuela europeizante y fuera de
ella como verdad universal y eterna. En fin, queremos sondear las
relaciones dialécticas que existen entre conocimiento y poder y colo­
carlos al servicio de las clases explotadas para defender los intereses
de éstas.
La propuesta alternativa también se construye como neutralizador
ideológico de las soluciones nazifascistas, xenofóbicas y de fuerza que
acabaron con Europa y amenazan aún a democracias maduras, para
favorecer en cambio salidas pluralistas, tolerantes, de diferencias y
puntos de vista diversos construidos con movimientos sociales de
base, lo cual ha sido una contribución específica de esfuerzos popula­
res del Tercer Mundo con m etástasis en el Primero. Paradójicamente,
éste era el tipo ideal de conocimiento y acción, medio utópico quizás,
por el que propugnaron los filósofos principales de los siglos XVII y
XVIII, empezando con la invitación de sir Francis Bacon de crear una
tecnología humanista. Supongo que Descartes nunca imaginó las dis­
torsiones vivenciales y los desastres ecológicos que sus tres reglas de
Por un conocim iento vivencial 163

análisis positivo im pusieron a la sociedad. Ni que Galileo hubiera


querido que la m atem atización de la n aturaleza iniciada por él, lleva­
ra a la bom ba atóm ica.
Aún así, los ideales de b ien estar hum ano de aquellos filósofos y
científicos persisten . Las recientes generaciones de intelectuales
com prom etidos del norte y del sur, sin volver atrás el reloj de la histo­
ria, han em pezado a revisar m itos y tab ú es creados desd e la Ilu stra­
ción alrededor de las instituciones sociales, religiosas y políticas vi­
gen tes, ya que éstas, con el paso de los años, han perdido su espíritu
para to rn arse en cosas y fetiches. Tal el caso con los conceptos de
Estado-nación, el partid o político, la dem ocracia rep resen tativ a, la
soberanía, y la legalidad del poder público, por una p arte; y por otra,
los conceptos de iglesia-E stado, el concordato eclesial, la prisión, el
servicio m ilitar, y el desarrollo económico. El desem peño contagiante
de estas instituciones en ferm as y alienantes ha sido claram ente d e ­
nunciado por la h erm an dad crítica del norte y del sur, aunque del
Tercer M undo se hayan levantado voces m ás claras producidas quizás
por el efecto em peorado de la experiencia regional derivada. Porque
aquí sí parece que se cum pliera la tesis leninista sobre el rom pim ien­
to del sistem a por el eslabón m ás débil.
No es sorp ren d en te, por lo mismo, que estén sobre el tap ete las
fórm ulas alternativas de dem ocracia y sociedad m encionadas atrás.
Ello invita a ensayar estilos nuevos de hacer política y entenderla. Por
eso tanto en Europa como en la India y en Colombia buscam os m éto­
dos frescos y alegres de organización popular diferentes de los im ­
puestos por los dogm as (así liberales como leninistas) sobre los p a r­
tidos con sus solem nes tesis sobre racionalidad, verticalidad del
m ando, centralism o de cuadros y monopolio de la verdad, dogm as y
tesis que se han constituido en parte de n u estra s crisis actuales. Y
salen voces “ b a c a n a s” y luces correctivas desde nuestros países sub-
desarrollados que ilum inan la potencialidad creadora de los azares de
las luchas, de la esp o n tan eid ad y de la intuición de las m asas para ir
organizando m ovim ientos regionales sociales y políticos independien­
tes.
Por últim o, si la revisión que acabo de hacer resu ltara cierta, así
fuese parcialm ente, ten d rem os que cam biar los viejos m itos h e re d a ­
dos sobre la superioridad del faro intelectual euroam ericano que
tanto ha condicionado n u estra vida política, económica y cultural y
que nos m antiene en el atraso y en la pobreza p erm anentes. Aun a d ­
m itiendo la sintonía positiva con ese faro, sería triste m antenernos en
164 Por un conocim iento vivencial

los p arad ig m as ya superados por los desarrollos técnico-científicos


m odernos, y seg u ir repitiendo e im itando autores, filósofos e ideólo­
gos cuya vigencia puede re su ltar discutible. ¿P ara qué seguir llevan­
do flores a ídolos dudosos, citar acríticam ente a escritores obsoletos,
o elevar como m aestros a colegas cuyo pensam iento ha sido eco o
desarrollo de n u estro s propios análisis, un eco a veces am pliado por
la resonancia de aparatos hegem ónicos? Si según muchos euroam eri-
canos p rom inentes la llave del arca del conocim iento vivencial se
en cu en tra en tre nosotros los de la periferia del T ercer M undo, ¿no re ­
sulta absu rd o p ersistir en hallarla a través de terceros que, por razo­
nes histórico-culturales, no saben bien de los cofres tropicales y ma-
condianos en que pueda esta r escondida?
Como dije al principio, estos datos debieran darnos a nosotros los
periféricos todavía m ás certeza en la interpretación de n u estras reali­
dades, m ás seg u ridad en sab er transform arlas, y m ás confianza en
construir autónom am ente nuestros propios m odelos alternativos de
dem ocracia y sociedad. Sin em bargo, habría que ponernos de acuer­
do, los g rupos críticos de todas p artes, por lo m enos en una condición
de justicia histórica: que los esfuerzos de interpretación, cam bio y
construcción de los m odelos nuevos se dirijan prioritariam ente a b e ­
neficiar al pueblo hum ilde y trab ajad o r que celosam ente guardó
aquella llave del arca vivencial a través de siglos de penuria, explota­
ción y m u erte. Todavía podem os ap ren d er m ucho de las form as de
creación y d efen sa cultural así como de las tácticas de resistencia
secular de nuestros hum ildes grupos de b ase, form as y tácticas que
pu ed en servir p ara que todos conjuntam ente sorteem os con éxito la
época de grav es peligros en que nos ha tocado vivir.
H aber llegado a sentir, principalm ente con colegas de países de- *
p en d ien tes, cómo iban conform ándose estos procesos sociales, cien­
tíficos y políticos en tan tas p arte s del m undo, fue de los tónicos que
m ás me estim ularon durante estos jalonantes, aleccionadores veinte
anos de alejam iento de la U niversidad Nacional.

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