Marco Conceptual (Tesis)
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- Por otra parte, existía una gran masa de ancianos maltratados en épocas difíciles, por su
poca posibilidad de producción y su gran necesidad de cuidados, imposibles de satisfacer
en épocas de crisis.
El viejismo como una actitud aceptada en nuestra sociedad, hacen del adulto mayor un
ser tremendamente vulnerable al maltrato y al abuso. Desde este enfoque se define la
vejez sobre aspectos deficitarios y negativos, fomentando los prejuicios que hasta la
actualidad prevalecen sobre la vejez. El prejuicio más extendido es el de que los viejos son
todos enfermos o discapacitados, asociando viejo con enfermo y terminan por incidir
incluso en los propios viejos. Siempre se hace hincapié en lo que ya no tienen o lo que no
tienen tiempo de tener.
El envejecimiento como proceso conjugan una serie de factores biológicos o físico, que se
relacionan con aspectos sociales, psicológicos que interactúan entre sí, resultando el
envejecimiento individual. El envejecimiento es un proceso diferencial que posee
características propias, es progresivo e individual, que comienza a partir del nacimiento y
termina con la muerte, caracterizándose por ser, universal, complejo y variable,
progresivo y además es un proceso lento que depende de factores internos y externos.
LA EDAD SOCIAL: relacionada con el rol social que ocupa el adulto mayor, es la edad
marcada por circunstancias económicas, laborales y familiares. De este modo, la jubilación
marca una edad social por pertenencia a un grupo social con importantes cambios en
diferentes aspectos (laboral, económico y de recursos).
ADULTO MAYOR: Persona de 60 años y más, criterio de Naciones Unidas y asumido por el
Gobierno de Chile establecido en la Ley 19.828 que crea el Servicio Nacional del Adulto
Mayor, SENAMA. Desde este servicio se ha promovido la utilización del término adulto
mayor, como también persona mayor, en reemplazo de tercera edad, anciano, abuelo,
viejo, senescente que pueden ser entendidos en un sentido peyorativo y que se asocian a
una imagen negativa, discriminatoria y sesgada de la vejez. Fuente: Servicio Nacional del
Adulto Mayor, Chile.
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Este paradigma se basa en el reconocimiento de los derechos humanos de los adultos
mayores de independencia, participación, dignidad, atención y autodesarrollo. El objetivo
es extender y mejorar la calidad de vida, la productividad o actividad y la esperanza de
vida de los adultos mayores, potenciando sus capacidades para mantener activos los
aspectos sociales, culturales, educativos y mentales. Desde esta perspectiva, el
envejecimiento implica un conjunto de determinantes, sociales, psicológicos, económicos,
personales, de salud, y no solo físicos. Por lo tanto, el envejecimiento activo, es un
concepto biopsicosocial que implica un equilibrio óptimo entre aspectos sociales y
psicológicos.
Se plantea un nuevo paradigma de Vejez, en este contexto actual donde el envejecimiento
poblacional es cada vez mayor y se hace más evidente en la estructura demográfica la
existencia de individuos que demandan satisfacción de necesidades y reconocimiento de
derechos. Por eso, esta nueva mirada propone que los adultos mayores deben ser
considerados sujetos de derechos y no meros objeto de asistencia o instrumentos de
políticas.
Desde esta visión se define la salud como: “el estado de completo bienestar físico, mental
y social y no solo la ausencia de enfermedad o dolencia” (OMS 1948). Salud que se
promueve en el marco de este envejecimiento activo. Uno de los pilares o principios de
este enfoque son, la autonomía, y la independencia y la solidaridad Intergeneracional, que
se refiere a dar y recibir de manera reciproca entre generaciones de jóvenes y viejos. Se
trata de pensar en el futuro, de esos jóvenes, que mañana serán viejos.
La OMS (2002) plantea que el envejecimiento activo depende de ciertas condiciones o
determinantes, los cuales ayudaran en el diseño de políticas y programas para lograr dicho
envejecimiento. Dichos determinantes se conjugan entre sí para lograr una mejor calidad
de vida en las personas de edad avanzada. Por ello estudiarlos e investigarlos es necesario,
para garantizar, a través de las políticas, un envejecimiento activo y saludable.
“EL MALTRATO FAMILIAR Y SOCIAL”:
“UNA MIRADA CRÍTICA DESDE LOS DERECHOS DEL ADULTO MAYOR”
UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO
VANESA JACQUELINE GREZ AMPUERO
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Para lo cual es necesario lograr y fomentar: - Promoción de la salud y prevención de
enfermedades, servicios curativos: Atención primaria de la salud, asistencia de larga
duración: se refiere a sistema de apoyo, formales (profesionales), e informales (familiares,
amigos) hacia una persona que no pueda valerse por sí mismo y Servicios de salud mental.
Determinantes conductuales:
Este factor hace hincapié en las costumbres y estilos de vida saludable, como actividad
física adecuada, una alimentación sana, el no fumar y otros, para lograr una mejor calidad
de vida y evitar la discapacidad y declive de las funciones tanto físicas como psíquicas,
logrando una prolongación del envejecimiento saludable.
Determinantes personales:
Aquí influyen en gran medida los factores biológicos y genéticos, ya que el envejecimiento
es un conjunto de procesos y cambios biológicos que están determinados genéticamente.
Si bien los genes determinan el envejecimiento funcional de los seres humanos, otra de las
causas de muchas enfermedades, es en gran medida, medioambiental y externa.
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Dentro de los factores personales, se encuentran los factores psicológicos, como la
inteligencia cognoscitiva y emocional, como por ejemplo la capacidad de resolver
problemas y adaptarse a los cambios, que son factores determinantes en el
envejecimiento activo.
Determinantes sociales:
Estos determinantes relacionados con el entorno social, se refieren a todos aquellos que
factores que tienden a mejorar la salud, la participación y calidad de vida de las personas
que envejecen, como por ejemplo la educación.
El aislamiento social, el analfabetismo, son factores de riesgo que exponen a los adultos
mayores a mayores riesgos de discapacidad. El apoyo social inadecuado o escaso se asocia
directamente a una disminución de la salud y el bienestar en general.
Los responsables políticos, las organizaciones no gubernamentales, la industria privada y
los profesionales sanitarios y sociales pueden ayudar a fomentar redes sociales para las
personas que envejecen. Es de total relevancia la construcción de redes primarias con
familiares y amigos, fomentando así, el fortalecimiento de los lazos sociales en los adultos
mayores.
Es determinante en la vejez contar con una red de apoyo y contención social entre los
distintos actores sociales (empresas, instituciones, asociaciones civiles, etc.), que logre
afianzar las relaciones sociales en distintos ámbitos, esto permite lograr un
envejecimiento activo y participativo.
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Determinantes económicos:
Existen tres componentes que influyen significativamente sobre el envejecimiento activo:
- Los ingresos: es necesario que las políticas se relacionen con los objetivos del
envejecimiento activo para reducir la pobreza en todas las edades, aunque los ancianos
son particularmente vulnerables.
- La protección social: generar mecanismos de protección social para personas de edad
avanzada que necesitan de cuidados y asistencia en ausencia de sus familiares.
- El trabajo: se refiere al reconocimiento del trabajo informal que realizan muchas veces
los adultos mayores, como tareas domesticas y actividades voluntarias, que no son
integradas en el mercado ni tampoco remuneradas.
Las políticas de acción propuestas por la OMS (2002) para potenciar los determinantes
psicológicos y conductuales del envejecimiento activo son: reducir los factores de riesgo
asociados a enfermedades e incrementar los de protección de la salud a través de hábitos
saludables y ejercicio físico; promover los factores de protección del funcionamiento
cognitivo; promover las emociones y un afrontamiento positivo; y promover la
participación psicosocial.
Este nuevo paradigma promueve la defensa y reconocimiento de los derechos del adulto
mayor. Desde un recorrido histórico se investiga que la Organización de las Naciones
Unidas (ONU) ha estudiado la temática de los adultos mayores desde el año 1948, cuando
la Asamblea General aprobó la resolución 213 relativa al proyecto de declaración de los
derechos de la vejez.
Desde entonces el tema fue abordado por la Asamblea y por los organismos interesados
por cuestiones sociales. Sin embargo, es hasta 1977 que se aborda el problema de forma
directa al hacer énfasis en la necesidad de organizar la primer Asamblea Mundial sobre las
personas de edad, por lo que se acordó que dicha conferencia tuviera lugar en Viena en el
año 1982. En ese encuentro se aprueba un Plan Internacional sobre envejecimiento, que
recomienda tomar medidas claves en distintos sectores como, empleo, vivienda, salud y
nutrición, bienestar y seguridad económica.
Durante la segunda mitad del siglo XX, en los Estados Unidos, se realizaron muchos
estudios e investigaciones relacionados con la situación del individuo en la etapa de la
vejez con sus posibilidades y limitaciones. Algunos de esos estudios tuvieron como
consecuencia teorías que sustentan el prejuicio y también en otras intentaron
desmitificarlo.
No existe una única acabada concepción de vejez, sino que, podemos encontrar
diferentes conceptos culturales como: tercera edad, viejo, abuelo, geronte, longevo,
anciano, adulto mayor etc., concepciones que se construyen en un contexto social e
histórico.
Existen dos paradigmas que muestran formas totalmente diversas de cómo concebir a las
personas adultas mayores, cada modelo teórico responde a momentos históricos
diferentes. El primer modelo construye una imagen netamente negativa sobre el
envejecimiento, basado en prejuicios que fomentan una mirada despectiva sobre la vejez.
El segundo paradigma propone la valoración del anciano como sujeto de derechos y no
como un mero objeto pasivo de cuidados. Ambos se contraponen en sus teorías, pero al
mismo tiempo se interrelacionan en las practicas cotidianas de los sujetos.
Un segundo factor que interviene en el aumento de la proporción de personas mayores dice relación
con la disminución en la tasa de natalidad, situación que ha ocurrido mucho más rápido en Asia y
en América Latina y el Caribe que en las regiones más desarrolladas. Al considerar el aumento en la
esperanza de vida, sumado a la baja sostenida en la tasa de natalidad a nivel mundial, se constata un
aumento de la proporción de personas que se ubican en los tramos etarios más envejecidos,
incrementándose a una tasa de 3% anual en promedio (United Nations (B), 2017). En este sentido
según el informe World Population Ageing (2017) el número de personas mayores pasará de 382
millones a 962 millones entre 1980 y el 2017. Esta tendencia persistirá según las proyecciones y se
espera que para el 2050 en todos los continentes exceptuando África, se verifique al menos un 25%
de personas de 60 años y más.
En comparación con otros estratos etarios, se proyecta que el 2030 las personas mayores superen a
los menores de 10 años y el 2050 habrá más personas mayores que personas de 10 a 24 años. A su
vez se estima que el número de personas de 80 y más años se triplicará entre 2017 y 2050, pasando
de 137 millones a 425 millones de personas (United Nation (A), 2017).
Subsecuentemente, las mayores potencialidades físicas que se observan hoy en las personas
mayores, así como los desequilibrios en el sistema de pensiones, tienen como corolario que las
personas continúen trabajando bastante más allá de la edad legal de jubilación.
En términos porcentuales respecto del total, las personas mayores en nuestro país en el año 2010
representaban un 13% de población, el 2020 se espera que alcancen un 17,3%, el 2030 el 22,4% y el
2050 un 30,7%, es decir casi un tercio de la población nacional.
Al observar ahora el número de personas según tramos de edad, se aprecia que el grupo que más
crecerá hacia el año 2050 será el de 80 y más años, lo que implica, que habrá un mayor contingente
de personas que presenten más probabilidad de sufrir deterioro cognitivo, mayor prevalencia de
discapacidad o riesgo de caer en situaciones de dependencia.
Esta realidad, sumado a la consideración de los diversos factores que producen diferencias en el
proceso de envejecimiento individual, como son la etnia, el sexo, el acceso a la salud, a la
educación, al trabajo e ingresos, entre otros, insta a que el fenómeno deba ser abordado de manera
multidimensional y considerando las distinciones de cada territorio, grupo y persona en particular,
traduciendo esta información en insumos para el diseño de intervenciones comprensivas, tanto de la
realidad del envejecimiento como de los alcances de los derechos en la vejez.
En nuestro país la legislación considera como Adulto Mayor a las personas desde los 60
años de edad, estipulando desde ese momento el inicio del proceso de envejecimiento.
Este envejecer no es solo una condición social, sino también un proceso individual,
enfrentando así condiciones cambiantes, tanto de su propio organismo, como del medio
social en que viven. A ello se agrega que la vejez tiene distintos momentos posibles para
su inicio, los cuales varían, como los de naturaleza social referidos a como es considerado
el adulto mayor en cada sociedad particular.
Al mencionar la política nacional para este grupo etáreo se hace imprescindible considerar
tanto los fundamentos valoricos como los principios que la sustentan. En cuanto a los
primeros, se haciendo”hacer justicia a personas que han sufrido marginación de distinta
naturaleza, reconociendo en plenitud sus derechos y dándoles lo que les corresponde por
lo que han aportado a la sociedad”; y la solidaridad Intergeneracional entendida como “el
logro de una integración social, entre distintas generaciones, basadas en el reciproco
respeto y comprensión, en definitiva, en el amor entre personas de distintas
generaciones.
Para generar el tránsito desde un enfoque asistencialista hacia uno de derechos, las sociedades han ido
forjando ciertos consensos producto de la generación de pactos y normativas relativas a los derechos civiles,
políticos, económicos y sociales de las personas mayores, todos los cuales han traspasado al Estado la
responsabilidad de brindar a las personas la protección necesaria para mantener su integridad física, psíquica
y social. En este sentido, son las instituciones de derechos humanos quienes han hecho un aporte fundamental.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la Organización Panamericana de la Salud
(OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) son algunas de las instituciones que han contribuido a
promover los derechos de las personas mayores a través de diversas acciones, tales como: la eliminación de
imágenes discriminatorias de las personas mayores y la vejez; el establecimiento de leyes y normas que
penalizan el maltrato y la violencia; facilidades para acceder a asistencia jurídica y psicosocial; aplicación de
programas y políticas para prevenir, sancionar, erradicar y dar a conocer las situaciones de abuso; el
establecimiento de garantías de protección especiales para este grupo etario; mecanismos judiciales de
protección a la explotación patrimonial y campañas informativas de prevención, entre otras.
El maltrato de las personas mayores es una violación de los derechos humanos y una causa importante de
lesiones, enfermedades, pérdida de productividad, aislamiento y desesperación (Organización Mundial de la
Salud, OMS, 2002) que −sobre todo a instancias del impulso de los organismos internacionales− se ha
constituido como un área de trabajo significativa. Su reconocimiento como un problema social data de la
década de 1980. A partir de entonces se ha producido un largo debate sobre su definición, tipología y formas
de evitarlo (Naciones Unidas, 2002). En la actualidad se lo reconoce como un asunto de salud pública y de
derechos humanos, lo que implica que la visión que se tiene de él, la forma en que se analiza y la manera en
que se aborda deben estar relacionadas con estas dos perspectivas.
La definición más usada -aunque, por cierto, no plenamente aceptada- se refiere al maltrato de las personas
mayores como “un acto único y reiterado, u omisión, que causa daño o aflicción y que se produce en
cualquier relación donde exista una expectativa de confianza” (Action on Elder Abuse, AEA, 1995). Los tipos
de maltrato reconocidos, en tanto, incluyen desde el físico y psicológico hasta el patrimonial y el abandono.
Tal como lo han establecido distintos organismos internacionales y regionales de derechos humanos y
agencias especializadas de Naciones Unidas. Generalmente, las personas mayores se encuentran en una
particular condición de riesgo, impotencia, abandono, discriminación, maltrato y/o explotación (Comisión
Económica para América Latina y el Caribe, Cepal, 2004), ya sea en instituciones que brindan servicios de
cuidado de largo plazo, psiquiátricas, centros de salud o penitenciarios, puestos de trabajo, en el seno familiar,
entre otros espacios. En todo caso, hay que dejar muy en claro que el riesgo de maltrato no radica en la edad
de la vejez, sino en otros factores de distinto orden que suelen ser interdependientes.
La detección del maltrato de las personas mayores depende de la toma de conciencia, el conocimiento y la
comprensión de este problema, así como del reconocimiento de los indicadores y de sus efectos manifiestos.
Sin embargo, los vacíos de información y la falta de conceptos compartidos y normas uniformes dificultan en
gran medida la comparabilidad de la actuación frente a las situaciones de maltrato o la identificación de sus
causas. Esto deriva comúnmente en la realización de generalizaciones relativas a este asunto basadas
únicamente en los casos que son denunciados.
Cabe destacar que la necesidad de una definición compartida de maltrato es un requisito jurídico, no una
exigencia académica. Se trata de precisar qué es lo que se quiere proteger y hacerlo de una manera
jurídicamente funcional, que dé respuestas a las nociones morales, sociales y académicas del maltrato
(Currea-Lugo, 2005). De hecho, existen muchas críticas al concepto tradicionalmente usado —que ya se
mencionó en párrafos anteriores—, debido a que excluye una amplia gama de situaciones que limitan el
espectro de alternativas de prevención, reparación o mitigación, dejando a vastos sectores de la población en
completa desprotección.
En el ámbito familiar, las causas que conducen al maltrato son múltiples y complejas. Por lo general, se creía
que el género, la edad avanzada o los problemas físicos eran un factor común a las situaciones de maltrato; sin
embargo, investigaciones recientes han demostrado que estos factores por sí mismos no explican la violencia,
aunque sí pueden ser coadyudantes. Lo mismo ocurrió con la dependencia económica de la víctima respecto
de la persona que la cuidaba o del agresor/a, aunque estudios posteriores permitieron detectar situaciones en
que, contrariamente a la creencia generalizada, era este último quien dependía de la persona mayor. El estrés
del cuidador/a también se identificaba como una causa común de maltrato, pero hay cada vez más datos
probatorios de que en realidad, más que el tipo de relación, lo que importa es su calidad (Organización
Panamericana de Salud, OPS, 2003).
A nivel comunitario, algunas variables que pueden asociarse al maltrato son aquellas que surgen como
consecuencia del proceso de modernización: la pérdida progresiva de funciones en el seno de una sociedad
cambiante, la erosión de las estructuras familiares tradicionales y sus dificultades para cumplir con las tareas
de seguridad y protección. En la sociedad china, por ejemplo, se han detectado motivos relacionados con la
falta de respeto de las generaciones más jóvenes, las tensiones entre las estructuras familiares tradicionales y
las emergentes, la reestructuración de las redes básicas de apoyo, la emigración de las parejas jóvenes a
nuevas ciudades, dejando a sus padres ancianos en zonas de viviendas cada vez más deterioradas, ubicadas en
el centro de las urbes, entre otras (Kwan, 1995).
En el campo institucional, una de las formas más visibles de maltrato ocurre en las residencias de cuidado de
largo plazo que no cumplen con estándares básicos de calidad. Las deficiencias del sistema de atención,
incluidas la capacitación insuficiente o inapropiada del personal, la sobrecarga de trabajo, la mala atención a
los residentes -que puede manifestarse en una disciplina demasiado estricta o en una sobreprotección- y el
deterioro de las instalaciones, pueden hacer más difícil la interacción entre el personal de estos centros y los
residentes, dando lugar a malos tratos, abandono y explotación. En los centros de atención psicológica y
geriátrica se han registrado casos de violencia tanto contra los residentes como de estos hacia los miembros
del personal (Vásquez, 2004).
En este ámbito es preciso distinguir entre los actos individuales de maltrato o descuido y el maltrato
institucional. El primero es consecuencia de actos individuales y se origina en fallas institucionales como
algunas de las recién mencionadas. El segundo, en cambio, es producto del régimen predominante en la
propia institución, en el que la negligencia o el descuido constituyen prácticas ya instauradas y el personal
perpetúa el maltrato institucional mediante la aplicación de un sistema reglamentado que no admite
cuestionamientos, establecido en nombre de la disciplina o la protección impuesta (OPS, 2003).
El incipiente desarrollo de estudios sobre el tema también ha permitido objetar algunas ideas instituidas
acerca de la prevalencia de ciertos tipos de maltrato que afectarían a las personas mayores. Con frecuencia se
piensa que el más común es el psicológico, expresado en insultos, intimidación, humillación o indiferencia.
Sin embargo, cada vez hay más evidencia de situaciones tan o más complejas que esa y que afectan a las
personas mayores. Por ejemplo, según la OMS, en Europa, las encuestas sobre personas mayores que viven en
la comunidad revelaron que en 2010 un 2,7% de ellas —equivalente a 4 millones de personas de60 años o
más— experimentó maltrato en la forma de abuso físico. La proporción afectada por abuso sexual fue 0,7%,
lo que representaba un millón de personas de edad avanzada. El abuso mental fue muy superior, legando a
19,4%, lo que correspondía a 29 millones de personas mayores, y 3,8% fue víctima de abuso financiero, es
decir, 6 millones de personas de este grupo etario (OMS, 2011). Estas cifras posibilitan un acercamiento a la
multiplicidad de formas que puede adquirir el maltrato en la vejez, todas las cuales tienen en común los
sentimientos de inseguridad y evasión que experimentan las personas mayores, con el consecuente refuerzo de
la construcción de los sujetos de edad avanzada como personas sin vinculaciones con su entorno. Las
repercusiones del maltrato son también de diversa índole: personales, sociales y económicas. El maltrato
físico de personas mayores puede tener consecuencias graves, principalmente debido a su fragilidad ósea, con
períodos de convalecencia más prolongados que pueden derivar en la muerte.
Desde una perspectiva social, la consecuencia más grave del maltrato es el aislamiento de la persona mayor,
la disminución de su autoestima y los sentimientos de inseguridad, que a la larga favorecen la creación de
estereotipos negativos de la vejez asociados a la desvinculación y a la falta de proyectos individuales.
A partir de un enfoque económico, se pueden mencionar los gastos necesarios para dar respuesta a una
demanda de servicios especializados y de entrenamiento del personal para prevenir y atender las situaciones
de maltrato. Si se incluyen las pérdidas patrimoniales de las personas mayores a causa del aprovechamiento y
despojo de fondos y/o haberes, los costos económicos son aún más altos.
Sin embargo, la arista más dramática de este escenario, tiene directa relación con el derecho a la vida. Una
investigación realizada en New Haven (Estados Unidos) demostró que, después de 13 años de iniciado el
estudio, las tasas de mortalidad del grupo de personas mayores que habían sido víctimas de maltrato —con
independencia de su tipo— eran ostensiblemente mayores que las de aquellas que