Capítulo II y III Piedad Popular Ciro García

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Capítulo II

LITURGIA Y PIEDAD POPULAR EN EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA


Ya se ha señalado la atención que presta a la piedad popular el Magisterio del Concilio
Vaticano II, de los Romanos Pontífices y de los Obispos. Parece oportuno proponer ahora
una síntesis orgánica de las enseñanzas del Magisterio en esta materia, para facilitar la
asimilación de una orientación doctrinal común respecto a la piedad popular y para
favorecer una acción pastoral adecuada.
Los valores de la piedad popular
El Magisterio, la piedad popular es una realidad viva en la Iglesia y de la Iglesia: su fuente
se encuentra en la presencia continua y activa del Espíritu de Dios en el organismo
eclesial; su punto de referencia es el misterio de Cristo Salvador; su objetivo es la gloria
de Dios y la salvación de los hombres. Por eso el Magisterio ha expresado muchas veces
su estima por la piedad popular y sus manifestaciones; ha llamado la atención a los que la
ignoran, la descuidan o la desprecian, para que tengan una actitud más positiva ante ella
y consideren sus valores; no ha dudado en presentarla como "un verdadero tesoro del
pueblo de Dios".
Los documentos del Magisterio ponen de relieve las actitudes interiores y algunas virtudes
que la piedad popular valora particularmente, sugiere y alimenta: la paciencia, "la
resignación cristiana ante las situaciones irremediables"; el abandono confiando en Dios;
la capacidad de sufrir y de percibir el "sentido de la cruz en la vida cotidiana"; el deseo
sincero de agradar al Señor, de reparar por las ofensas cometidas contra Él y de hacer
penitencia; el desapego respecto a las cosas materiales; la solidaridad y la apertura a los
otros, el "sentido de amistad, de caridad y de unión familiar".
La piedad popular dirige de buen grado su atención al misterio del Hijo de Dios que, por
amor a los hombres, se ha hecho niño, hermano nuestro, naciendo pobre de una Mujer
humilde y pobre, y muestra, al mismo tiempo, una viva sensibilidad al misterio de la
Pasión y Muerte de Cristo. En la piedad popular tienen un puesto importante la
consideración de los misterios del más allá, el deseo de comunión con los que habitan en
el cielo, con la Virgen María, los Ángeles, y los Santos, y también valora la oración en
sufragio por las almas de los difuntos.
Así pues, la transmisión de padres a hijos, de una generación a otra, de las expresiones
culturales, conlleva la transmisión de los principios cristianos. El Magisterio subraya
además la importancia de la piedad popular para la vida de fe del pueblo de Dios, para la
conservación de la misma fe y para emprender nuevas iniciativas de evangelización. La
piedad popular ha sido un instrumento providencial para la conservación de la fe, allí
donde los cristianos se veían privados de atención pastoral; que donde la evangelización
ha sido insuficiente, "gran parte de la población expresa su fe sobre todo mediante la
piedad popular".
Algunos peligros que pueden desviar la piedad popular
El Magisterio, que subraya los valores innegables de la piedad popular, no deja de indicar
algunos peligros que pueden amenazarla:
 Presencia insuficiente de elementos esenciales de la fe cristiana, como el
significado salvífico de la Resurrección de Cristo, el sentido de pertenencia a la
Iglesia, la persona y la acción del Espíritu divino;
 La desproporción entre la estima por el culto a los Santos y la conciencia de la
centralidad absoluta de Jesucristo y de su misterio;
 El escaso contacto directo con la Sagrada Escritura;
 El distanciamiento respecto a la vida sacramental de la Iglesia;
 La utilización de "signos, gestos y fórmulas, que a veces adquieren excesiva
importancia hasta el punto de buscar lo espectacular";
 El riesgo, en casos extremos, de "favorecer la entrada de las sectas y de conducir
a la superstición, la magia, el fatalismo o la angustia".
Para poner remedio a estas eventuales limitaciones y defectos de la piedad popular, el
Magisterio de nuestro tiempo repite con insistencia que se debe "evangelizar" la piedad
popular, ponerla en contacto con la palabra del Evangelio para que sea fecunda,
purificándola, haciendo que lo ambiguo se aclare en lo que se refiere a los contenidos de
fe, esperanza y caridad".
El sujeto de la piedad popular
El Magisterio de la Iglesia, al recordar que "la participación en la sagrada Liturgia no
abarca toda la vida espiritual" y que el cristiano "debe entrar también en su cuarto para
orar al Padre en secreto; reza privadamente, movido por el Espíritu Santo y reza
comunitariamente en grupos de diverso origen o naturaleza.
De una manera más particular, el Santo Padre Juan Pablo II ha señalado a la familia
como sujeto de la piedad popular. La Exhortación apostólica Familiaris consortio, después
de haber exaltado la familia como santuario doméstico de la Iglesia, subraya que "Para
preparar y prolongar en casa el culto celebrado en la iglesia, la familia cristiana recurre a
la oración privada, que presenta gran variedad de formas.
También son sujeto igualmente importante de la piedad popular las cofradías y otras
asociaciones piadosas de fieles. Entre sus fines institucionales, además del ejercicio de la
caridad y del compromiso social, está el fomento del culto cristiano: de la Trinidad, de
Cristo y sus misterios, de la Virgen María, de los Ángeles, los Santos, los Beatos, así
como el sufragio por las almas de los fieles difuntos. Además, disponen de una especie
de calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas particulares, los oficios, las
novenas, los septenarios, los triduos que se deben celebrar, los días penitenciales que se
deben guardar y los días en los que se realizan las procesiones o las peregrinaciones, o
en los que se deben hacer determinadas obras de misericordia. A veces tienen
devocionarios propios y signos distintivos particulares, como escapularios, medallas,
hábitos, cinturones e incluso lugares para el culto propio y cementerios.
La Iglesia les pide que, evitando toda forma de contraposición y aislamiento, estén
integradas de manera adecuada en la vida parroquial y diocesana.
Los ejercicios de piedad
Los ejercicios de piedad son expresión característica de la piedad popular, los cuales, por
otra parte, son muy diferentes entre sí tanto por su origen histórico como por su
contenido, lenguaje, estilo, usos y destinatarios. El Concilio Vaticano II ha tenido en
cuenta los ejercicios de piedad. Los ejercicios de piedad deben ser conformes con la sana
doctrina y con las leyes y normas de la Iglesia; además deben estar en armonía con la
sagrada Liturgia.
La acción de los Pastores respecto a los ejercicios de piedad se ha realizado de muchas
maneras: recomendaciones, estímulo, orientación y a veces corrección. En la amplia
gama de ejercicios de piedad, hay que distinguir:

 Ejercicios de piedad que se realizan por disposición de la Sede Apostólica o que


han sido recomendados por la misma a lo largo de los siglos;
 Ejercicios de piedad de las Iglesias particulares que "se celebran por mandato de
los Obispos, a tenor de las costumbres o de los libros legítimamente aprobados";
 Otros ejercicios de piedad que se practican por derecho particular o tradición en
las familias religiosas o en las hermandades, o en otras asociaciones piadosas de
fieles, con frecuencia, estos han recibido la aprobación explícita de la Iglesia; los
ejercicios de piedad que se realizan en el ámbito de la vida familiar o personal.
A algunos ejercicios de piedad, introducidos por la costumbre de la comunidad de los
fieles, y aprobados por el Magisterio, se han concedido indulgencias.
Liturgia y ejercicios de piedad
La enseñanza de la Iglesia sobre la relación entre la Liturgia y los ejercicios de piedad se
puede sintetizar en lo siguiente: la Liturgia, por naturaleza, es superior, con mucho, a los
ejercicios de piedad, por lo cual en la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia "el lugar
preeminente que le corresponde respecto a los ejercicios de piedad"; Liturgia y ejercicios
de piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y a la naturaleza específica
de ambas expresiones cultuales, "sin fusionar o confundir las dos formas de piedad.
Capítulo III
PRINCIPIOS TEOLÓGICOS PARA LA VALORACIÓN Y RENOVACIÓN DE LA PIEDAD
POPULAR
La vida cultual: comunión con el Padre, por Cristo, en el Espíritu
En la historia de la revelación, la salvación del hombre se presenta continuamente como
un don de Dios, que brota de su misericordia, de una manera absolutamente libre y
totalmente gratuita. Todo el conjunto de los acontecimientos y palabras mediante los
cuales se manifiesta y se actualiza el plan de salvación, se configura como un diálogo
continuo entre Dios y el hombre, diálogo en el que Dios tiene la iniciativa y que exige por
parte del hombre una actitud de escucha en la fe, y una respuesta de "obediencia a la fe"
(Rom 1,5; 16,26).
Dios, que había hablado ya en los tiempos antiguos muchas veces y de diversas maneras
a los padres por medio de los profetas, en esta etapa final de la historia nos ha hablado
por medio del Hijo, a quien ha constituido heredero de todas las cosas y por medio del
cual ha creado también el mundo" (Heb 1,1-2). El misterio de Cristo, sobre todo su
Pascua de Muerte y de Resurrección, es la plena y definitiva revelación y realización de
las promesas salvíficas. En Cristo tenemos el modelo de una existencia que en todo
momento refleja la actitud de escucha de la Palabra del Padre y de aceptación de su
querer, como un "sí" incesante a su voluntad: "mi alimento es hacer la voluntad del que
me ha enviado" (Jn 4,34).
En su vida de comunión con el Padre, los fieles son guiados por el Espíritu Santo (cfr.
Rom 8,14), que les ha sido dado para transformarles progresivamente en Cristo; para que
infunda en ellos el "espíritu de los hijos adoptivos", para que adquieran la actitud filial de
Cristo, de transformación; para que suscite, alimente y dirija su oración. El culto cristiano
tiene su origen y su fuerza en el Espíritu, y se desarrolla y perfecciona en Él. Así, se
puede afirmar que sin la presencia del Espíritu de Cristo no hay auténtico culto litúrgico y
tampoco puede expresarse la auténtica piedad popular.
A la luz de los principios expuestos se muestra que es necesario que la piedad popular se
configure como un momento del diálogo entre Dios y el hombre, por Cristo, en el Espíritu
Santo.
La piedad popular se detiene con gusto en la figura de Cristo, Hijo de Dios y Salvador del
hombre: se conmueve ante la narración de su nacimiento e intuye el amor inmenso que
se esconde en ese Niño, Dios verdadero y verdadero hermano nuestro, pobre y
perseguido. Le gusta contemplar los misterios de la Pasión de Cristo, porque advierte en
ellos su amor ilimitado y la medida de su solidaridad con el sufrimiento humano: Jesús
traicionado y abandonado, flagelado y coronado de espinas, crucificado entre
malhechores, bajado de la cruz y sepultado en la tierra, llorado por amigos y discípulos.
"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo" comienza la celebración de la
Misa, se confiere el Bautismo y se da el perdón de los pecados; sabe que en el nombre
de las tres Divinas Personas se realiza toda forma de oración de la comunidad cristiana y
se invoca la bendición divina sobre el hombre y sobre todas las criaturas. Así pues, es
preciso que en la piedad popular se fortalezca la conciencia de la referencia a la
Santísima Trinidad que, como se ha dicho, ya lleva en sí misma, aunque todavía como
una semilla. Para este fin se dan las siguientes indicaciones:
- Ilustrar a los fieles sobre el carácter particular de la oración cristiana, que tiene como
destinatario al Padre, por la mediación de Jesucristo, en la fuerza del Espíritu Santo.
- Por lo tanto, es necesario que las expresiones de la piedad popular muestren claramente
la persona y la acción del Espíritu Santo. La falta de un "nombre" para el Espíritu de Dios
y la costumbre de no representarlo con imágenes antropomórficas han dado lugar, al
menos en parte, a cierta ausencia del Espíritu Santo en los textos y en otras formas de
expresión de la piedad popular.
- Las expresiones de la piedad popular pongan de manifiesto el valor primario y
fundamental de la Resurrección de Cristo, sólo así se trazará el rostro genuino del
cristianismo, que es victoria de la vida sobre la muerte, celebración del que "no es un Dios
de muertos, sino de vivos" (Mt 22,32).
- La devoción a la Pasión de Cristo lleve a los fieles a una participación plena y consciente
en la Eucaristía, en la que se da como alimento el cuerpo de Cristo y la sangre de Jesús
como bebida.Esta participación tiene su momento más alto y significativo en la
celebración del Triduo pascual, culminación del Año litúrgico, y en la celebración
dominical de los sagrados Misterios.
La Iglesia, comunidad cultual
La Iglesia, "pueblo reunido en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" es una
comunidad de culto. Por voluntad de su Señor y Fundador, realiza numerosas acciones
rituales que tiene como objetivo la gloria de Dios y la santificación del hombre. En las
diversas acciones rituales, la Iglesia anuncia el Evangelio de la salvación y proclama la
Muerte y Resurrección de Cristo, realizando a través de los signos su obra de salvación.
En la Eucaristía celebra el memorial de la santa Pasión, de la gloriosa Resurrección y de
la admirable Ascensión, y en los otros sacramentos obtiene otros dones del Espíritu que
brotan de la Cruz del Salvador, en los sacramentales, instituidos para socorrer a los fieles
en diversas situaciones y necesidades.
Sin embargo, en la celebración de la Liturgia no se agota la misión de la Iglesia por lo que
se refiere al culto divino. Los discípulos de Cristo, según el ejemplo y la enseñanza del
Maestro, rezan también en lo escondido de su morada (cfr. Mt 6,6); se reúnen a rezar
según formas establecidas por hombres y mujeres de gran experiencia religiosa, que han
percibido los anhelos de los fieles y han orientado su piedad hacia aspectos particulares
del misterio de Cristo. Las formas auténticas de la piedad popular son también fruto del
Espíritu Santo y se deben considerar como expresiones de la piedad de la Iglesia: porque
son realizadas por los fieles que viven en comunión con la Iglesia, adheridos a su fe y
respetando la disciplina eclesiástica del culto. Es necesario, por otra parte, que las
expresiones de la piedad popular estén siempre iluminadas por el "principio eclesiológico"
del culto cristiano. Esto permitirá a la piedad popular:
- Tener una visión correcta de las relaciones entre la Iglesia particular y la Iglesia
universal; la piedad popular suele centrarse en los valores locales, con el riesgo de
cerrarse a los valores universales y a las perspectivas eclesiológicas;
- Situar la veneración de la Virgen Santísima, de los Ángeles, de los Santos y Beatos, y el
sufragio por los difuntos,
- Comprender de modo fecundo la relación entre ministerio y carisma; el primero,
necesario en las expresiones del culto litúrgico; el segundo, frecuente en las
manifestaciones de la piedad popular.
Sacerdocio común y piedad popular
Mediante los sacramentos de la iniciación cristiana el fiel entra a formar parte de la
Iglesia, pueblo profético, sacerdotal y real, al que corresponde dar culto a Dios en espíritu
y en verdad (cfr. Jn 4,23). Este pueblo ejerce dicho sacerdocio por Cristo en el Espíritu
Santo, no sólo en ámbito litúrgico, especialmente en la celebración de la Eucaristía, sino
también en otras expresiones de la vida cristiana, entre las que se cuentan las
manifestaciones de la piedad popular. El Espíritu Santo le confiere la capacidad de ofrecer
sacrificios de alabanza a Dios, de elevar oraciones y súplicas y, ante todo, de convertir la
propia vida en un "sacrificio vivo, santo y agradable a Dios" (Rom 12,1; cfr. Heb 12,28).
Desde este fundamento sacerdotal, la piedad popular ayuda a los fieles a perseverar en la
oración y en la alabanza a Dios Padre, a dar testimonio de Cristo (cfr. Hech 2,42-47) y,
manteniendo la vigilante espera de su venida gloriosa, da razón, en el Espíritu Santo, de
la esperanza de la vida eterna.
Palabra de Dios y piedad popular
La Palabra de Dios, contenida en la Sagrada Escritura, custodiada y propuesta por el
Magisterio de la Iglesia, celebrada en la Liturgia, es un instrumento privilegiado e
insustituible de la acción del Espíritu en la vida cultual de los fieles.
Como en la escucha de la Palabra de Dios se edifica y crece la Iglesia, el pueblo cristiano
debe adquirir familiaridad con la Sagrada Escritura y llenarse de su espíritu. En las
palabras de la Biblia, la piedad popular encontrará una fuente inagotable de inspiración,
modelos insuperables de oración y fecundas propuestas de diversos temas.
Pero "la lectura de la Sagrada Escritura debe estar acompañada de la oración, para que
pueda realizarse el diálogo entre Dios y el hombre"; por lo tanto, es muy recomendable
que las diversas formas con las que se expresa la piedad popular procuren, en general,
que haya textos bíblicos, oportunamente elegidos y debidamente comentados. En la
elección de los textos es deseable que se recurra a pasajes breves, fáciles de memorizar,
incisivos, fáciles de comprender aunque resulten difíciles de llevar a la práctica. Por lo
demás, algunos ejercicios de piedad, como el Vía Crucis y el Rosario, favorecen el
conocimiento de la Escritura: al vincular directamente los episodios evangélicos de la vida
de Jesús a gestos y oraciones aprendidas de memoria, se recuerdan con mayor facilidad.
Piedad popular y revelaciones privadas
Recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: "A lo largo de los siglos ha habido
revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la
autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función
no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a
vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. (n.67).
Enculturación y piedad popular
La piedad popular está caracterizada, naturalmente, por el sentimiento propio de una
época de la historia y de una cultura. Realmente "la religiosidad popular es la primera y
fundamental forma de "enculturación" de la fe, que se debe dejar orientar continuamente y
guiar por las indicaciones de la Liturgia, pero que a su vez fecunda la fe desde el
corazón".
El proceso de adaptación o de enculturación de un ejercicio de piedad no debería
presentar dificultades por lo que se refiere al lenguaje, a las expresiones musicales y
artísticas y al uso de gestos y posturas del cuerpo. Los ejercicios de piedad, por una parte
no conciernen a aspectos esenciales de la vida sacramental y por otra son, en muchos
casos, de origen popular, nacidos del pueblo, formulados con su lenguaje y situados en el
marco de la fe católica. Sin embargo, se debe mantener la competencia propia del
Ordinario del lugar o de los Superiores Mayores, cuando se trata de ejercicios de piedad
que afectan a toda una nación o a una amplia región, conviene que se pronuncie la
Conferencia de Obispos. Es preciso una gran atención y un profundo sentido de
discernimiento para impedir que, a través de las diversas formas del lenguaje, se insinúen
en los ejercicios de piedad nociones contrarias a la fe cristiana o se abra la puerta a
expresiones contaminadas por el sincretismo. Esto requiere que se mantenga
reconocible su origen histórico y las líneas doctrinales y cultuales que lo caracterizan. En
lo referente al empleo de formas de piedad popular en el proceso de enculturación de la
Liturgia, hay que remitirse a la Instrucción de este Dicasterio sobre el tema en cuestión.

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