Lucífora - Las Autopoéticas Como Máscaras
Lucífora - Las Autopoéticas Como Máscaras
Lucífora - Las Autopoéticas Como Máscaras
FACULTAD DE HUMANIDADES
TESIS DOCTORAL
Hablar ex-persona:
en Cernuda y Valente
2016
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HABLAR EX-PERSONA:
LAS AUTOPOÉTICAS COMO MÁSCARAS EN CERNUDA Y VALENTE
ÍNDICE
Agradecimientos 4
Introducción 5
Tabla de abreviaturas 10
CONCLUSIONES 445
BIBLIOGRAFÍA 457
4
AGRADECIMIENTOS
En primer lugar, quiero agradecer a mi directora, la Dra. Laura Scarano, quien con sus
lecturas y correcciones me desafió intelectualmente para enfrentar y resolver los dilemas
que este trabajo me planteara. A ella mi agradecimiento, por su presencia constante y por
su apoyo incondicional en este camino. No puedo dejar de mencionar aquí al Dr. Arturo
Casas Vales, primer director de esta tesis, co-director de mis becas de la UNMDP y
académico ejemplar, que siempre estuvo presente con material, planteos teóricos y
enormes palabras de aliento, que llegaron justo a tiempo en cada etapa. También quiero
expresar mi gratitud a Alejandro, amigo y colega de larga data, cuyos consejos, estímulo y
contención fueron cruciales en este laborioso proceso.
Por otro lado, quiero ponderar el acompañamiento fundamental y la comprensión de mis
colegas y amigas del Grupo de Investigación “Semiótica del discurso” de la Universidad
Nacional de Mar del Plata, Verónica Leuci, Sabrina Riva, Liliana Swiderski, Nora
Letamendía y, en especial, a Marcela Romano y a Marta Ferrari, que son ejemplo de vida
intelectual comprometida no sólo con el conocimiento, sino ante todo con las personas,
virtud de la cual fui beneficiaria en cantidad de ocasiones.
Por último, quiero agradecer el sostén incondicional y paciente de mi familia, a lo largo
de estos cinco años, en especial de Ana, Lidia, Inés, Lucas, Martín, Andrés, Sofía, Silvia,
José, Bettina, Santiago y Francisco. Y también la presencia de los amigos a uno y otro lado
del océano, que siempre tuvieron palabras cariñosas de aliento y me regalaron momentos
de solaz espiritual en este fatigoso camino.
No quiero terminar este apartado sin agradecer además a las instituciones que me
otorgaron las becas de investigación con las que llevé adelante esta tesis doctoral: las becas
de Iniciación y de Perfeccionamiento, otorgadas por la Universidad Nacional de Mar del
Plata, con la dirección de la Dra. Laura Scarano y la codirección del Dr. Arturo Casas
Vales; y la beca de Finalización de doctorado, financiada por el CONICET (Consejo
Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), dirigida también por la Dra. Laura
Scarano. Finalmente, cabe destacar el gran aporte que implicaron los subsidios de
investigación obtenidos por el grupo al que pertenezco, ya sean los otorgados por la
UNMDP para los distintos proyectos bianuales, como el PICT 2011, nro. 0333, concedido
por el Fondo para la Investigación Científica y Tecnológica. Esto me posibilitó tanto la
adquisición de bibliografía e insumos, como la asistencia a variados congresos nacionales e
internacionales, todo ello en provecho de mi formación académica y del avance de este
trabajo.
5
INTRODUCCIÓN
El título de nuestro trabajo surge de la cita de José Ángel Valente utilizada como primer
epígrafe, pues coincidimos con él en que hablar de uno mismo es hacerlo “ex-persona”, es
decir, desde o a través de una máscara (si atendemos a la etimología de la palabra, la cual
deriva del vocablo griego “prosopon” que designa las máscaras teatrales). En estas
escrituras del yo, la máscara autoral se configura de un modo muy particular, porque se
asimila al sujeto histórico que la porta, a la vez, que se distancia de él por su carácter de
construcción. Esto último es, en principio, consecuencia del uso del lenguaje que implica
directa, total y auténtica del yo, propia del imaginario de la modernidad. Pero, por otra
parte, ese sujeto que pretende expresarse no es una unidad sólida y unívoca, sino una
diseminadas a lo largo de una vida. Es por eso que estas escrituras se convierten, entonces,
siendo la imagen “verdadera”, porque finalmente es lo único que tenemos y contiene las
pistas para profundizar en toda una serie de fenómenos (físicos, psicológicos, sociales,
Los textos que conforman nuestro objeto de estudio, las autopoéticas ensayísticas,
pertenecen a estas escrituras del yo. Entendemos que su abordaje requiere como punto de
tendencia a la identificación, es posible pensar que las autopoéticas ensayísticas son una
plataforma de presentación adecuada para un autor y su obra, pues le otorgan una instancia
poco trabajado hasta el momento, como las autopoéticas, constituyó el origen de nuestra
investigación. Los comienzos fueron más bien oscuros y ambiguos, pues la variedad de
formas, contenidos y funciones de este corpus textual, así como la escasez de bibliografía
específica (tanto en la teoría como en la crítica de los autores) hacía difícil la obtención de
autorreferencialidad tan peculiar, sin reduccionismos. Por otro lado, el análisis que
pretendíamos llevar a cabo suponía rastrear las huellas de un posicionamiento, advertir los
signos de una teoría poética, conjeturar posibles intenciones comunicativas evitando, por
7
un lado, caer en psicologismos que falsearan las conclusiones, y por otro, en una confianza
El camino no fue fácil y el resultado está lejos de ser una mirada definitiva y cerrada de
la cuestión. Por eso, durante la lectura, se observará esta tensión entre lo que el poeta dice,
lo que el poeta hace, lo que la crítica dice que hace y el contexto, que generalmente, abre
Nuestro trabajo se fue desenvolviendo, además, a horcajadas entre dos instancias: teoría
y práctica. Si bien la organización de las partes, establece una clara distinción entre ellas,
los textos cada autor; y a la vez, estos últimos fueron abordados desde los conceptos
“ensayísticas” (en cuanto permanecen fuera de los géneros ficcionales), la cual nos
producción total de la mayoría de los autores. Para ello, recurrimos a una serie de
La segunda instancia, presentada en las Partes II y III, está constituida por el análisis
españoles del siglo XX: Luis Cernuda (1902-1963) y José Ángel Valente (1929-2000). La
continuidad que se puede establecer entre sus propuestas estéticas. En principio, una de
esas coincidencias es que ambos postulan modos alternativos de pensar el quehacer poético
nuestra hipótesis, pues sus autopoéticas llevan cabo una operación de autofiguración
si bien los dos son clasificados por sus contemporáneos como parte de sendas generaciones
por sus acciones de adhesión o incluso de fundación (Luis Cernuda de la “generación del
27” y José Ángel Valente de la "generación de los 50”), ninguno de los dos permanece
atado a esta etiqueta y, sin duda, toman caminos nuevos que escapan a cualquier intento de
circunscribirlos a categorías definitivas. Por ello, nos propusimos hacer un estudio de sus
En consonancia con las bases de nuestra investigación, los textos son abordados desde
sus respectivos contextos histórico-culturales, con un claro enfoque semiótico, que supera
discurso social, desde una perspectiva sociológica y pragmática. Es por ello que no sólo
estudiamos las estrategias textuales de autofiguración que utiliza el sujeto, sino también los
literarias de los autores (Capítulo 1). Desde esta base, estudiamos también el modo en que
cada poeta construye su propia genealogía para insertarse en una determinada tradición y
las implicancias que esto tiene en su imagen autoral (Capítulo 2); por otro lado,
reconstruimos las relaciones de acuerdo o polémica que establecen con sus pares en el
campo literario para mantener o alcanzar una determinada posición (Capítulo 3). A partir
de nuestro análisis, sugerimos nuevas funciones para las autopoéticas en el ámbito de los
estudios literarios, que exceden las que frecuentemente se les adjudica de ser guías e
cómo, siguiendo la metáfora teatral, un autor selecciona para sí mismo distintas máscaras
que le permitan interpretar su papel en los escenarios artístico/culturales en los que le toca
desenvolverse a lo largo de su vida; papel que se encuentra a mitad de camino entre sus
imagen de un autor.
10
TABLA DE ABREVIATURAS
TRAZADO DE UN
ESPACIO AUTOPOÉTICO
12
CAPÍTULO 1
DE “POÉTICA” A “AUTOPOÉTICA”
desde tiempo inmemorial. Las modalidades, los temas y las intenciones de esta operación
autorreferencial son enormemente variados, pero como advierte Carmen Bobes Naves,
desarrolla el quehacer artístico (31). Las primeras reflexiones en torno al arte y la belleza
épica, cuyos máximos representantes son Homero y Hesíodo, como en los de la tradición
Antigüedad, sobre todo en los trabajos de Demócrito, de los “físicos de Jonia” (Tales,
los sofistas, Sócrates, Platón y Aristóteles (36ss). Por supuesto, éste último es quien mayor
peso tiene si de poética hablamos, pues utiliza por primera vez el término para titular su
preceptiva sobre la tragedia (escrita alrededor del 334 a.C.), cuyo objeto de estudio era, por
Así, el término “poética” nace unido a estos dos aspectos de la creación literaria,
acepciones que hoy en día todavía conserva. La operación fundacional del Estagirita
13
adquiere tal importancia para la historia de la literatura que la apropiación del concepto en
sus múltiples acepciones guarda siempre, en mayor o menor medida, una relación con la
En el presente trabajo, haremos foco en una zona específica del amplio espectro al que
referimos particularmente a aquellos textos, de diversos géneros, en los que los artistas
Hemos dado prioridad al vocablo “autopoética” (acuñado por Arturo Casas en el año
2000), compuesto por dos giros griegos: “autos”, que significa “de o por sí mismo” y
decir, “hacer” o “realizar” (DRAE, 2011). De este último, deriva el título que Aristóteles
discurso artístico para construir modelos de realidad, como mímesis o imitación” (García
Berrio 1998: 11), y haciendo hincapié en la idea del arte como tekné, como praxis.
La preferencia por este rótulo está basada en que, a diferencia de la expresión “poética
de autor”, el vocablo “autopoética” pone en el centro de la reflexión la idea del “sí mismo”
1
Además, este prefijo nos lleva directamente a otra relación fónica: podríamos sumar al prefijo auto- una (r)
opcional y lo transformaríamos en esta condición que ostenta quien escribe una autopoética: ser un autor. Así
lo hacen algunos críticos de la literatura, quienes otorgan a este prefijo un doble significado: el que proviene
de la palabra griega ya mencionada y el que proviene de la palabra latina auctor, cuyo origen no está
relacionado pero que, afortunadamente para los juegos del lenguaje, comparten las mismas letras. Por
ejemplo, en Alemania, Ana Luengo y Vera Toro (2010), proponen la categoría “auto(r)ficción” al estudiar la
autoficción, siguiendo estas combinaciones lingüísticas. También Scarano (2014) utiliza este juego al hablar
de “autorgrafemas”, para dar cuenta de aquellos indicios dentro del texto poético que “nos reenvían al autor
que firma el libro, pero que siempre mantienen su carácter de representación retórica” (65).
14
19). Desde sus inicios, entonces, esta categoría posee un carácter prescriptivo, basado en
determinados saberes fácticos que se distinguen de otros saberes teóricos, lo que conlleva
una instancia de valoración. Éste es el significado predominante del término, por lo menos,
Si bien Antonio García Berrio postula como las más famosas formulaciones de la
Poética clásica, tres obras: la Poética de Aristóteles, la Epístola a los Pisones o Arte
poética de Horacio y el tratado De sublime del Pseudo Longino (13), nos interesa en
dos, centrándose en “los aspectos de constitución estética del sistema literario, en la teoría
dispositiva del texto literario […]; así como en un tratamiento incipiente y desorganizado
de las modalidades textuales y géneros literarios” (13). Sin embargo, la posición desde la
cual el latino escribe es diversa: es el único de los tres tratadistas que ejerce el oficio
poético. Esto, sin lugar a dudas, no es un dato menor, pues su reflexión estará teñida de
subjetividad en cuanto que no habla de forma teórica y ajena acerca del acontecer artístico,
sino a partir de su propia praxis, por lo tanto, no es posible separar sus afirmaciones,
los cuales se basa. En este sentido, si bien la Epístola, como afirma García Berrio, no tiene
originalidad, “ya que sintetiza y divulga opiniones y doctrinas habituales en las gramáticas,
sus afirmaciones algunas de las posiciones estéticas del Horacio poeta. Entre ellas,
contamos, por ejemplo, con la ponderación del principio del decoro como “ideal de
(como la correspondencia entre discurso y dignidad de los personajes o entre los metros y
cuantitativa” (García Berrio: 18) y responde al modo en que Horacio concibe el oficio
poético. Incluso esta cuestión determina la forma de la misma Epístola, pues la escritura en
verso revela su carácter literario, con un tono dialogístico de cuño retórico, de modo que
no puede ser asimilado a un tratado teórico, como la Poética, sino que es claramente el
Por otro lado, como todos los escritores latinos, Horacio adscribe (sin explicitarlo) a la
concepción mimética del arte y la literatura, pues admira la cultura griega y sigue de cerca
las teorías platónicas y aristotélicas, aludiendo al orgullo que sentían de imitar a los
clásicos griegos, antes que ejercer su invención creadora (182). Otro ejemplo es el
tratamiento in extenso del subgénero de los sátiros (piezas breves de carácter satírico
representadas luego de las tragedias para distender al público), cuya representación no era
común en el ámbito romano. Según García Berrio, este anacronismo podría suponer por
parte del poeta una invitación para los escritores romanos a cultivar este género, en
lugar de encuentro para la relación interactiva entre el poeta y sus lectores” (189). En
función de esto, Horacio plantea la necesidad de que el poeta posea por igual ingenium
(buscando el deleite del lector a través de lo formal) y ars (propiciando la formación del
lector con un contenido rico y profundo), en un equilibrio entre lo dado por la naturaleza y
naturaleza o del arte. Yo ni creo en el estudio sin inspiración, ni veo qué aprovecha un
genio sin educar; una cosa necesita el auxilio de la otra y son perfectamente compatibles”
(vv. 409-411). García Berrio advierte que esta solución equilibrada responde al carácter
didáctico del texto y al hecho de que Horacio, como autor al servicio de la política augusta,
no podía contradecir su papel de tratadista teórico. Es por eso que afirma que el arte
literario es de carácter aprendible, aun cuando entre líneas, le estaría dando prioridad al
16
en el trabajo poético (189): “ni los dioses, ni los hombres, ni los carteles de las librerías
admiten a los poetas mediocres” (vv. 371-373). El aprendizaje de la tekné, que resultaría
Por otro lado, si bien conserva su posición de tratadista durante toda la Epístola, los
autores no dejan de notar que su condición de poeta le da un gran conocimiento del oficio
y del ambiente literario de la época, lo que, sumado a sus grandes dotes como observador,
partir de estos elementos, podríamos aventurar que la Epístola horaciana es el primer texto
autopoético, pues no sólo hay teorizaciones abstractas acerca del arte, sino
largo de los siglos siguientes. La reflexión sobre la naturaleza del arte y el funcionamiento
de las obras literarias se presentará en forma de tratado, según el modelo propuesto por
Aristóteles y Horacio. Con el avance del humanismo y el racionalismo, a partir del siglo
normas a partir del análisis de las obras ya escritas, pasarán a fijar un conjunto de reglas a
las cuales las obras literarias deberán adaptarse para ser consideradas como literatura. Por
2
Carmen Castillo estudia cuál ha sido el centro de la reflexión en torno a la persona del autor en las poéticas
clásicas. Indica que esta figura se ha abordado en función de un tensión entre la normativa teórica y la
experiencia práctica, ejes ambos de su formación literaria. Algunos autores hacen hincapié en la importancia
de las reglas técnicas (como el caso de Quintiliano); otros se vuelcan a observar los que han hecho sus
predecesores (como el concepto agustiniano de elocuencia). Ars e imitatio serán entonces los dos polos entre
los cuales se debatirá el mundo antiguo (251). Para conocer más acerca del desarrollo de las poéticas y las
teorías literarias en la Antigüedad clásica, consultar: Bobes Naves (2003), Tomo I; García Berrio (1988);
Dolêzel (1997); Weinberg B. (2003); Bessière et al (1997).
17
Ilustración llevará este género a su máxima expresión, dándole a las poéticas preceptivas
controlada y oficial del clasicismo racionalista es la que practican, por ejemplo, Luzán y
Pero a partir del siglo XIX, este esquematismo de reglas fijas e inmutables pierde
vigencia y el desarrollo del análisis poético adquiere flexibilidad y libertad. Bobes Naves
en esos largos siglos que van desde la Antigüedad clásica hasta el siglo XIX […] la
teoría literaria mantiene inalterado el principio de mímesis como proceso generador
del arte y el efecto de catarsis como `teoría del efecto´ […][A] finales del siglo XVIII
las poéticas miméticas empiezan a ser sustituidas por un nuevo paradigma teórico en
la investigación sobre el arte literario, su génesis, sus forma y sus efectos, y surgen las
poéticas expresionistas que se caracterizan por el abandono de las concepciones
heterónomas del arte y por el reconocimiento de su autonomía plena, con lo que dan
lugar o justifican las vanguardias artísticas y el arte moderno (8).
(García Berrio 40), que implicará no sólo un cambio formal, sino también una variación en
una nueva sensibilidad que transforma el paradigma (Rivas Hernández 2005: 16). Por su
parte, Rosa Fernández Urtasun (2000) estudia este giro en el ámbito español y señala el
Los primeros tratados que podemos llamar de poética, que ofrecen una teoría de la
literatura que va más allá de la sistematización retórica, aparecen a finales del siglo
XIX, en torno a la polémica surgida por el naturalismo. La problemática que plantea
esta corriente es capital: seguir sus postulados no suponía solamente, como había
18
ocurrido hasta entonces con las distintas modas literarias, una cuestión de gusto
estético sino que conllevaba una opción ética. El culteranismo y el conceptismo eran
elecciones retóricas, aunque comportaran una determinada visión de la vida. La
ilustración empieza a comprometer a los escritores haciéndoles responsables de su
influencia en la sociedad, pero, por así decirlo, respeta las determinaciones personales
de cada autor. El romanticismo, siendo más personal, podía ser `utilizado´ desde
distintos puntos de vista… Incluso el realismo podía ser neutral. Pero el naturalismo
ya no… (537-538). 3
especulación sobre el hecho artístico por parte de los propios practicantes, en formatos y
Con este cambio de perspectiva y la sujeción del carácter prescriptivo a otros fines,
Los responsables de esta fusión semántica serán, en principio, los formalistas rusos. Por
utiliza para nombrar “todo aquello que se relaciona con la creación o con la composición
así un nuevo alcance: “La palabra Poética se referirá en este texto a toda la literatura, sea o
no versificada” (23). Su objeto ya no serán una serie de normas, sino el estudio de aquello
que los formalistas llamaron “literariedad”, es decir, “las propiedades de ese discurso
Más tarde, en 1983, el mismo Todorov junto con Osvald Ducrot (1995), avanzan en la
1) toda teoría interna de la literatura; 2) la elección hecha por un autor entre todas las
posibilidades (en el orden de la temática, de la composición, del estilo, etc.) literarias:
“la poética de Hugo”; 3) los códigos normativos construidos por una escuela literaria,
conjunto de reglas prácticas cuyo empleo se hace obligatorio” (98).
3
Esta cita de Fernández Urtasun resulta útil para reflexionar acerca del desplazamiento de sentido que va
experimentando el término “poética”, hacia finales del siglo XIX, y preguntarse cómo las variaciones de
significado y de importancia dentro de la teoría literaria responden a distintos modos de concebir la figura del
autor, dentro del campo literario pero también en la sociedad.
19
primera acepción, es decir, a la que se refiere a la teoría literaria como disciplina del
virtualidad, donde no importan las obras particulares, sino la generalización teórica de los
principios estéticos que rigen el quehacer literario. 4 Esto habilita, por lo tanto, la distinción
entre poéticas antiguas (de tipo descriptivo) y poéticas modernas, las cuales influidas por el
4
En la línea de Todorov y según los principios del estructuralismo y su derivación, el post-estructuralismo,
Barthes recupera el valor de la Poética en su artículo “El retorno a la poética” (incluido en El susurro del
lenuguaje, 2013). El pensador francés considera que esta disciplina estudia cómo está hecho un texto literario
(257), es decir, toma en cuenta el lenguaje (el texto en sí). Nada tiene que ver con el autor del texto ni con su
proyecto literario o ideología artística; sólo el texto en sí. Podemos observar, entonces, el parentesco tanto
con la idea de Todorov que atribuye a la Poética el estudio de la literariedad de la obra, como con las ideas de
la muerte del autor y de la escritura que desarrolló el post-estructuralismo. Al hacer hincapié únicamente en
la constitución textual tanto del texto estudiado, como de la misma tarea de la Poética, sitúa esta disciplina en
el límite entre lo retórico y lo semiótico; pero no en cuanto que la poética se ocupe del sentido del texto que
analiza, sino principalmente, porque el propio producto de sus análisis es un nuevo texto que permanece en el
nivel del significante (260). Al mismo tiempo que los formalistas proponen pensar la poética en términos
puramente teóricos, tanto Rivas Hernández (17) como Fernández Urtasun (542) indican que hay tendencias
neo-aristotélicas en los seguidores del New Criticism y de la escuela de Chicago (EEUU), y en la Estilística
europea que intentan recuperar las antiguas nociones de poética, centrados principalmente en las obras
concretas como práctica.
20
de paradigmas que no permiten asegurar cuál es “el” modo, es decir, el mejor modo, el más
vocablos, pues como advierte Zonana, la identificación impide advertir que ambos saberes
alcanza su punto de constitución en las décadas del 60/70 del siglo XX, cuando delimita su
objeto de estudio y su método (los cuales luego irán variando) y pone su interés en el
“análisis de las categorías utilizadas para dar sentido a las cosas en literatura y el resto de
las prácticas discursivas” (Culler, citado por Zonana 20), tratando de explicar con cierto
del texto aristotélico: el saber fáctico que permite “producir una obra bien hecha” (20).
Éste es, en definitiva, el significado que pretendemos recuperar del término “poética” en
relación con nuestro conjunto textual, eliminando, por un lado, el lastre puramente teórico
partir de un saber fáctico: el análisis de las obras concretas y reales. Coincidimos así con la
Se entiende por poética el estudio del arte literario en cuanto creación verbal (Dolezel,
Eco, Genette, Carreter, Ricouer, Schaeffer, Valéry, Aguirre, Maturo, Paz). Desde el
punto de vista epistemológico, presenta las siguientes características: es un saber de
carácter factivo que tiene, empero, un conocimiento del universal […]; aspira, al
menos en su formulación aristotélica original y en las reformulaciones modernas, a un
estatuto sistemático, descriptivo y explicativo de los fenómenos que estudia; toma
como objeto específico de estudio la creación de la obra artística verbal y los efectos
que provoca su recepción (2007: 21).
5
Zonana advierte la diferencia entre el uso del término “poética” y su posterior reemplazo por “teoría de la
literatura”. Para ello, el primer término lo toma del uso que propone Aristóteles, acentuando en el carácter
descriptivo del proceso de producción de una obra de arte (y la valoración de los resultados de dicha
producción) que comporta toda poética. La teoría de la literatura, en cambio, posee para Zonana un carácter
más bien teórico, “modélico, axiomático y sujeto a un sistema de validaciones constantes de sus enunciados
en forma de un todo coherente” [20].
21
estudio de la especificidad del discurso literario (que cristaliza en el texto de Todorov), hoy
Partiendo de estas definiciones, podemos advertir que los usos se multiplican, pues este
conjunto de principios puede ser expresado por la crítica que se lanza a la tarea de
determinar los presupuestos estéticos de tal o cual autor (por ejemplo, la poética de X), de
tal o cual movimiento o escuela artística (por ejemplo, la poética del romanticismo), de tal
o cual autor (por ejemplo, la poética de Miguel de Cervantes). 6 Por último, también estos
principios pueden ser formulados por el mismo escritor, dando lugar a un cuarto vector del
término poética que se suma a los ya enunciados por Todorov y Ducrot: el que “se refiere
al ejercicio teórico del escritor en torno al objeto literario” (Zonana 2007: 19). Éste es el
caso de las autopoéticas que, en las últimas décadas, han suscitado el interés de la teoría y
la crítica literaria por aquello que los mismos escritores tienen para decir de sus obras y de
qué modo esos discursos influyen en los circuitos de producción y recepción de aquéllas.
estudios literarios: 7
6
Incluso se podría hablar de la poética de una obra en particular, pues consideramos que un escritor puede
presentar diversas poéticas a lo largo de su obra, dado que los principios artísticos que rigen su quehacer
literario pueden variar de acuerdo con múltiples vicisitudes.
7
También la multiplicidad de términos para referirse a un mismo conjunto textual es advertida por Rocío
Badía Fumaz (2015), quien habla de una “vacilación terminológica” para designar estos textos (163).
22
Tal como señalábamos al inicio del capítulo, la reflexión metaliteraria tiene una
tradición de larga data: desde la Antigüedad clásica, los autores se han preguntado sobre la
condición y la esencia del poeta, la naturaleza de la obra artística, las vicisitudes del
lenguaje en el arte, etc. Sin embargo, lo que sí se puede pensar como un giro reciente es el
cambio en la consideración de los autores dentro del campo literario como instancia de
suficiente para ser escuchadas y tenidas en cuenta. Es por eso que se abre la posibilidad de
pensar estos textos como objetos de estudio en cuanto testimonio de la forma en que un
autor se ve y se percibe a sí mismo (en sus múltiples facetas), así como el modo en que
pretende que lo vean y lo perciban los demás. En este fenómeno (sin menospreciar el
trabajo.
hacia finales del siglo XX, en el contexto de la explosión de las escrituras del yo. A
continuación, repasaremos las contribuciones más importantes con las que contamos para
El primer aporte relevante en torno a este conjunto textual es un artículo breve pero
pionero en la cuestión, escrito por Walter Mignolo (1982). Este crítico y teórico argentino
reflexiona acerca de la figura del poeta en la lírica de vanguardia. Para ello, establece, en
primer lugar, la diferencia entre la imagen (o rol) “social” y “textual” del poeta y asegura
que en la tradición lírica estas dos imágenes permanecían en estrecha relación, pues no
había clara distinción entre el poeta que enuncia y el que actúa (133). Sin embargo, la
23
entre ambos roles “en la medida en que la imagen del poeta que construyen los textos se
aleja de la imagen del poeta que nos provee nuestra concepción del hombre y de la
sociedad” (134). Para esta diferenciación, propone el análisis de dos niveles: el de los
procedimientos, que en los poemas actualizan la figura del poeta; y el del “metatexto”, en
nivel es el que nos interesa, pues podremos encontrar rápidamente la relación con lo que
Mignolo determina en esta definición los tres elementos que constituyen los metatextos:
en primer lugar, la trama textual constituida por una manifestación conceptual; en segundo
lugar, los practicantes (es decir, autores) como sujetos de la enunciación; por último, el
necesidad de tener en cuenta estos textos para comprender de forma integral el quehacer
poético, proponiendo establecer una correlación entre los principios obtenidos por
Por otro lado, Mignolo indica dos problemas que presenta la enunciación lírica: si hay o
no correferencialidad entre el yo del poema y el autor (es decir, entre el rol textual y el rol
social), y qué figura o imagen del poeta que se construye en los versos (143). Respecto del
primer problema, el crítico argentino intuye que hay ciertos criterios pragmáticos que
permiten distinguir la imagen textual de la imagen social, para lo cual sería fundamental
8
En 1989, Genette utiliza el término “metatexto” para denominar unas de las cinco relaciones de la
transtextualidad (es decir, “todo lo que pone al texto en relación, manifiesta o secreta, con otros textos”
[10]). Para Genette, la metatextualidad “es la relación –generalmente denominada `comentario´– que une un
texto a otro que habla de él sin citarlo (convocarlo), e incluso, en el límite, sin nombrarlo […] La
metatextualidad es por excelencia la relación crítica” (13). Es decir, que según la clasificación genettiana, las
autopoéticas entrarían en la relación de metatextualidad. Veremos en el apartado sobre las características más
sobresalientes de las autopoéticas que la metatextualidad se da en ellas de un modo peculiar y específico.
24
tener en cuenta el pensamiento de los artistas (144). Esto resulta ineludible, a nuestro
entender, porque asumir la existencia de esta instancia textual de reflexión permite pensar
origen no desde la instancia biográfica del autor, sino desde su ubicación en diferentes
la figura del poeta se construye por la información que nos provee el texto
interpretable en correlación con el metatexto que guía la producción literaria en un
momento histórico. […] La modificación necesaria es la de agregar al paradigma
conceptual (que se expresa en el metatexto) un paradigma que podríamos llamar
estructural, y en el que se contemplarían los procedimientos dominantes y
privilegiados en un conjunto de textos que se escriban en relación con el paradigma
conceptual (148, el destacado es nuestro).
elaboración de los textos artísticos. Si bien estamos de acuerdo en una cierta centralidad
del metatexto en el conjunto de la obra de un autor, sería pertinente preguntarse qué sucede
en los casos en que los presupuestos estéticos deducibles de una obra no coinciden con los
Mignolo presupone una coherencia que no siempre tiene lugar entre ambas instancias, o
por lo menos, no advierte las posibles incoherencias o fisuras. Otra observación viable en
este aspecto es que los metatextos suelen ser escritos con posterioridad al quehacer
literario, por lo tanto, en muchos casos, esta reflexión posterior podría falsear los
Por ello, insistimos en el hecho de no presuponer una coherencia entre los textos y los
9
Ver en Scarano 2000: esto remite a la idea de la voz textual como espacio de cruce de distintas voces.
25
Tres años después (1985), también en Argentina, Delfina Muschietti publica su artículo:
plantea el problema que aquél no había advertido: el hecho de que al estudiar la relación
entre los textos poéticos y los “extratextos”, es posible encontrar no sólo correspondencias
sino también contradicciones entre la imagen de sujeto que surge de la estrategia textual y
la de autor que surge del “extratexto”. La reconstrucción de la figura autoral debería darse,
entonces, a partir de la correlación entre ambas instancias (159). Muschietti coincide con
Mignolo en otorgarle a estos textos la función de guía para la interpretación de los textos
literarios; sin embargo, da un paso más que para nosotros resulta insoslayable en el estudio
de esta categoría: la búsqueda no sólo de coincidencias, sino también de fisuras entre los
niveles textuales.
los textos ficcionales y los metatextos periféricos, que surgen de la misma pluma, del
embargo, en esta primera etapa, se consideran estos textos desde una función primordial
pero subsidiaria de los textos ficcionales, por eso, son denominados como “meta-textos” o
“extra-textos”. Además, sólo atienden al contenido, del cual consideran factible obtener el
pensamiento de los autores en torno del hecho literario, para ponerlo al servicio de la
Unos años después y al otro lado del océano, Jeanne Demers e Yves Laroche (Francia,
textos que denominan: “poéticas de poeta”. Tanto la introducción como el cierre estarán
26
corpus de poesía francesa del siglo XIX en adelante. Por lo tanto, los rasgos que atribuyan
a estas poéticas tendrán como horizonte la serie literaria mencionada, un recorte específico
En el apartado final del monográfico, los autores aseguran que el corpus de “poéticas de
artificial, ni establecer la existencia de un género; por eso, advierten que este monográfico
evidente (156).
Este conjunto está compuesto ya sea por textos desconocidos o difíciles de encontrar
porque, a veces, no fueron pensados para su publicación y son de carácter más bien íntimo,
como las cartas, notas, diarios; ya sea por textos escritos “a demanda” (discursos,
conferencias, etc.) (155), ensayos dispersos en revistas o incluso poemas, como por
ejemplo, los titulados “arte poética” (156). En cuanto a la función, pueden servir como
antologías. Nosotros veremos que estas funciones pueden extenderse a las autopoéticas
10
Los autores no incluyen en este conjunto a los manifiestos, porque, según ellos, estos poseen un elemento
subversivo del que las poéticas de poetas prescindirían (159). Sin embargo, esto resulta discutible, pues las
autopoéticas o las poéticas de autor pueden guardar un afán subversivo respecto del estado del campo
literario. La subversión es, por supuesto, muy clara y contundente en los manifiestos vanguardistas, pero
puede presentarse en formas menos agresivas o declarativas y sin embargo, tener la misma fuerza
revolucionaria que un manifiesto propiamente dicho.
27
Por otro lado, los autores advierten una gran diversidad de circunstancias de
de definir la poesía, en función de sus propias prácticas, reconocen finalmente que este
fenómeno artístico escapa a toda definición que no sea parcial, provisoria y abierta (157).
Por este motivo también, señalan que estos textos se rehúsan a caer en el didactismo (al
contrario de las preceptivas clásicas) y poseen, antes que cualquier otra cosa, un carácter
Por su parte, en la presentación del monográfico, Demers describe otros rasgos de este
categoría de las “poéticas del yo” (7), pues se sustentan sobre la pura subjetividad y
con las ideas románticas, modernistas y simbolistas de finales del siglo XIX (8). De hecho,
estas reflexiones personales, cuya proliferación responde al descubrimiento por parte de los
Advierte, tal como vimos en la sección anterior, que la acepción actual del sustantivo
discursivos, aunque a veces (como en este caso) incluye la concepción explícita o no que
tiene un escritor sobre la poesía en general y sobre la suya en particular (8). Aclara,
además, que su objeto de estudio es lo que denomina “poética explícita del poeta”, y no la
11
Tal como observamos en el punto 1, los autores sitúan en el romanticismo el cambio de rumbo en el modo
de teorizar acerca del arte.
28
“poética inmanente”, es decir, aquella incluida en toda práctica literaria, que es una
(10), es decir, una fuerte implicación del sujeto por el uso del yo fingido (o no),
claramente del discurso legislativo del arte poética y del manifiesto, cuyas fases
pre/proscriptivas implican siempre una verdad absoluta (10). Finalmente, esta fuerte
presencia de la subjetividad del escritor supone para Demers una retirada al margen de la
institución literaria, pues el poeta que expresa su concepción de la poesía busca, antes que
adscribir su práctica a una tradición, situarse a sí mismo con sus ritmos interiores
(intelectuales, emotivos, corporales) en relación con la poesía. Por eso, estos textos estarían
a mitad de camino entre el arte poética que crea la institución literaria y el manifiesto que
la rechaza (10). Demers estaría sugiriendo que lo central es la subjetividad del poeta y la
tradición. Nosotros disentimos con esta última afirmación, pues resulta quizá un poco
ingenuo o una característica atribuible sólo a una porción de esta categoría textual, dado
que consideramos que ambos factores (institución literaria y tradición) son ineludibles a la
Otro aporte dentro del ámbito europeo, pero mucho más breve y con pocas
reclamo de atención para este conjunto textual al que ella denomina “poética de autor”
(1994). Señala que, durante el siglo XX, luego de la excesiva atención que se brindara a la
necesario, en una nueva fase, recuperar al autor como “instancia de una nueva historia de
comunicación literaria. Por eso, Rubio Montaner expresa en su texto que “la necesidad de
una recuperación de todo lo relacionado con una Poética del emisor, sin olvidar
Hoy en día, es cada vez más extenso el listado de críticos que abogan por una
interpretación integral de la obra desde una pragmática del autor, como figura sociológica
Para Rubio Montaner, el análisis de los textos teóricos sobre literatura y arte elaborados
fenómeno de las autopoéticas en relación con los textos de ficción y su importancia como
12
También podemos aludir a Darío Villanueva, Arturo Casas, el ya mencionado Walter Mignolo, Beatriz
Sarlo y Carlos Altamirano, Laura Scarano, entre otros.
30
herramienta para el análisis de las obras. Sin embargo, nuestra intención es superar esa
función instrumental y estudiar este corpus como una fuente de indicadores no sólo para la
Por último, hemos de mencionar el curioso caso de un autor estadounidense que utiliza
el término “auto-poetica” sólo en el título de su libro, con un sentido que, de algún modo,
enriquece nuestra perspectiva. David Lewes publica, en 2005, una recopilación de ensayos
nacida hacia finales del siglo XVIII. Estas primeras exploraciones de la mente del artista
aparecer, reflejando la fascinación que sus autores sentían por la naturaleza del arte, el
proceso creativo y la evolución del artista, a pesar de las obstrucciones sociales que
indica un vector de análisis interesante para nuestro trabajo: “The essays in this collection
examine such aspects of the genre, including the artist-novel as a commodity in which
authors quite literally sell themselves in the market-place…” (XII, el destacado es nuestro).
de las obras ficcionales autorreferenciales (que es el que propone el autor), sino también en
textos autopoéticos, en los cuales el escritor buscaría de algún modo “venderse a sí mismo”
13
Afirma Lewes que la Künstlerroman (“artist novel”) es la novela sobre los artistas y su trabajo, aparecida
recién en los últimos años del siglo XVIII (Cf. 2005: ix): “And ever after the novel had become staple of
European literature (frequently denounced as responsible for everything from masturbation to hysteria to the
decline of civilization), the sub-genre that was to be a Künstlerroman had to wait for the liberating and
confessional nature of Romanticism” (2005: x).
31
otras (según las coordenadas témporo-espaciales en las cuales se ubica), con el fin de
En el año 2000, el teórico gallego Arturo Casas se detiene en su artículo “La función
exhaustivo el tema, sino que propone algunas líneas de trabajo que quedan abiertas para
estudios posteriores.
“autopoética” que nosotros retomamos. 15 Define estos textos como una “clase textual”,
anclados en la intencionalidad del autor, que es una de las siete normas de la textualidad
(209). Sin embargo, advierte que, desde una perspectiva hermenéutica, deben examinarse
los mecanismos reactivos contra la voz del autor, propios de la prevención gadameriana,
14
Bourdieu habla de la “economía de los bienes simbólicos”, pues aplica las estrategias del campo
económico a los otros campos. Dice Gutiérrez: “Se trata de espacios sociales como el mundo del arte, el de la
religión, el de la ciencia, el de la política, el de la economía doméstica, etc., en los cuales el “desinterés” –en
sentido estrictamente económico- es recompensado con la obtención de otros beneficios –especialmente
simbólicos- y que descansan sobre el rechazo o la censura del interés económico y sobre la denegación
colectiva de la verdad económica” (2012: 38).
15
En consonancia con las conclusiones de Arturo Casas, muchos investigadores de la Universidad de
Santiago de Compostela utilizan el término en sus trabajos de investigación, aplicándolo a los textos de los
autores que estudian, pero sin entrar en la discusión teórica en torno a él.
16
Más adelante, Casas sumará a esta prevención gadameriana dos advertencias más respecto de teorías que
involucrarían la aceptación o rechazo de una instancia como la de las autopoéticas: en primer lugar, evitar
darle preeminencia a los programas por sobre las obras, movimiento advertido por Vattimo, cuyo inicio lo
sitúa en el movimiento romántico y en la obra de Hegel. De acuerdo con esto, Vattimo afirma que el discurso
sobre la obra artística “`llega a ser el modo esencial y fundamental de encontrar y de gozar la obra de arte,
con respecto al cual todos los otros actos en que consiste el acercamiento son sólo preparatorios´ (Vattino
1993: 81)” (211). Esta valoración indicada por Vattimo exagera el grado de importancia de las poéticas de
autor, otorgándoles una función mediadora imprescindible entre el receptor y la obra de arte. Por lo tanto,
también nos apropiamos de esta advertencia. En segundo lugar, Casas realiza una advertencia terminológica:
el vocablo “autopoética” no está relacionado con la concepción organicista y constructivista de la
32
(Gadamer 1994: 79)” (211). Coincidimos con esta advertencia, pues es sabido que el
discurso teórico de los autores sobre su propia obra suele ser posterior a ella y su
resultan herramientas fundamentales. Por lo tanto, siguiendo a Casas, sería deseable que
especializados (210). 17
Por otra parte, Casas afirma que no hay consenso teórico acerca del dominio de lo
autopoético, quizá porque no hay especificidad textual, y sus presuntas marcas, tal como lo
tienen dificultad para identificar esta clase de textos, lo cual es sugerido también por
ambos críticos franceses al afirmar que estos textos poseen un parentesco evidente.
En función de estos rasgos, Casas propone una definición para esta clase textual:
“autopoiesis”, enunciada por el biólogo H. Maturana en los años 70 y seguida después por la teoría
sociológica de Niklas Luhmann (211). También Ira Livingston utiliza el término “autopoiesis” adaptando la
noción de Maturana al ámbito del lenguaje y la literatura, haciendo hincapié, por lo tanto, en el cuño
biologicista del concepto. A pesar de la homonimia con nuestra categoría, dejaremos de lado este trabajo por
alejarse de nuestra perspectiva.
17
Esto último es necesario tenerlo en cuenta, pues la prevención gadameriana no debería llevarse al extremo
en los casos de lectores especializados. En esto, estamos de acuerdo con lo planteado por Mignolo y
Muschietti acerca de la necesidad de poner los textos en relación con los metatextos (poéticas de autor,
autopoéticas y otros) para lograr una correcta interpretación de la obra. Es importante tenerlos en cuenta para
comprender el circuito de la comunicación literaria en su totalidad, en cuanto son textos que circulan y
colaboran en la formación de una imagen pública del autor, cosa de la que éste es consciente, y que incide en
su obra y en la consideración por parte de sus contemporáneos.
33
presentan las autopoéticas es muy amplia. Sin embargo, hay algunos elementos en esta
definición que nos interesa rescatar: por un lado, la declaración o postulación de principios
o presupuestos estéticos; por otro lado, el hecho de que el escritor los hace públicos en
postular luego la “pluralidad tipológica” de esta serie (215), que genera resultados diversos
según el tipo textual que predomine (narrativo, descriptivo, argumentativo, etc.). Estos
elementos pueden guiarnos al momento de decidir qué textos ingresan de lleno bajo el
paraguas de esta categoría y cuáles no, teniendo siempre presente el hecho de que habrá
casos indefinidos e inclasificables que no por eso falsean los conceptos teóricos, sino que
más bien los enriquecen. Así el horizonte de nuestro trabajo contempla por un lado, la idea
de que estos textos son fácilmente identificables por los lectores y, por otro, la necesidad
de evitar una caracterización cerrada (ambos puntos señalados tanto por Casas como por
Demers y Laroche). 18
Luego, al reflexionar acerca de la relación entre estos textos y los mismos escritores, el
teórico gallego advierte la recurrencia de una especie de “guiño”, que implica “un
(212). A veces incluso presentan un tono paródico que termina convirtiéndolos en textos
literarios (como sería el caso de Vázquez Montalbán o Martínez Sarrión) y darían cuenta,
de este modo, de una ideología epocal que desequilibra la función autopoética. Así para
18
En este texto, el teórico español identifica la existencia de una función autopoética a la cual todo texto
autopoético se asocia y que mantiene “dependencia directa con las dimensiones ilocutiva y perlocutiva del
macroacto de habla generador del enunciado en cuestión, y que potestativamente propenderá a lo
representativo, lo comisivo, lo directivo, lo expresivo, lo instaurativo” (211). Si bien no volverá a mencionar
el término “función autopoética” se volcará a lo largo del artículo a reflexionar acerca de sus implicancias. Si
bien consideramos fundamentales las dimensiones ilocutiva y perlocutiva en estos textos, no tomaremos la
categoría de “función” por considerada reductiva y en relación directa con una tradición teórica determinada.
34
su obra (212). 19 Sin embargo, esto que pareciera restarle importancia a esta clase textual,
aparece como un dato para tener en cuenta, pues el hecho de que algunos grupos
como grupo en un gesto fundacional, contrasta significativamente con aquellos grupos que
restan importancia a estos textos utilizándolos como espacio paródico, lúdico. Una acción
tan diversa puede ser considerada un síntoma de los diversos modos distintos de concebir
cual sin duda deberá ser tenida en cuenta al momento de analizar los casos concretos. Esto
generación del 70 española (citados por Casas) y las escritas en los inicios de la generación
siguiente, con un estilo más cercano al manifiesto vanguardista. Por eso, una conclusión
interesante que es posible extraer del artículo, entre otras, es el hecho de que los textos
criterios que, discutibles o no, sirven para detenerse en algunos aspectos que habrá que
tener presentes en el estudio de esta serie textual. En primer lugar, distingue entre
(214), teniendo en cuenta que las primeras ya son de por sí testimonio de un marco previo
ficción. Coincidimos con Casas en que hay que distinguir ambos conjuntos pues se rigen
19
Casas cita en este punto a García Montero: “Entre todos los deberes literarios que conozco, me parece el
más enojoso la formulación de una poética personal” (213), como ejemplo de “deslegitimación más o menos
virulenta de esta modalidad textual” (212). Sin embargo, es por lo menos interesante que el autor que
confiesa su disgusto sea justamente el poeta granadino, quien ostenta una obra ensayística (compuesta por
más de diez libros) tan prolífica como su obra poética, en la cual formula en términos claros y firmes (en
ocasiones, rotundos) los fundamentos de su poética personal.
35
habla por sí mismo o de acuerdo con una ideología compartida con un grupo al que
pertenece (215). Esta cuestión será importante para indagar los mecanismos a partir de los
Luego, considera las relaciones entre la obra y la poética del autor en el plano
correlación el discurso teórico de un autor con su praxis artística para examinar si hay
embargo, es válido preguntarse: ¿hay que exigir coherencia?, ¿es necesario que haya
correlación entre ambos?, ¿sería un defecto por parte del autor la incoherencia entre ambas
instancias? Quizá en ocasiones la incoherencia sea buscada o quizá también el escritor sólo
Otras líneas que el teórico español dejará planteadas serán la correlación entre
acto de escritura y el acto de lectura, base para la comprensión que no debe olvidarse o
autobiográfico y la literatura del yo, entre otros. Este texto, si bien es breve, condensa una
20
Demers también advierte esto. Si bien no menciona la palabra “antología”, se refiere en parte a ello al decir
que la función de las poéticas de poetas es explicar, advertir o justificar una selección de poemas inéditos,
editados o traducidos. En el armado y publicación de una antología, un autor o un antólogo toman decisiones
importantes que se ven fuertemente influenciadas por diversos factores que determinan, sin duda, la escritura
de una autopoética en ese contexto (como prólogos, notas preliminares, epílogos, etc.).
36
Otro hito en este recorrido es el estudio de Víctor Zonana, que ya hemos mencionado al
espacio (pues su autor es argentino), pero también más concreto y preciso respecto de la
(desde 1950) (vol. I), Zonana (2007) utiliza la categoría de “poética del creador literario”
para referirse a “la especulación de los autores sobre el hecho literario”, cuyo “carácter
que toma de Antonio Rodríguez y que invita a pensar en qué tipo de relación pretende
El pacto crítico se distingue, por un lado, del pacto lírico que está centrado en la
afectividad y por otro, del pacto fabulante, centrado en las acciones; pues, según
Rodríguez, se centra en “el mundo de los principios y valores y halla su canal de expresión
en el ensayo y el tratado teórico-crítico” (24). 21 Según Zonana, este pacto permite una
distinción respecto de aquel propuesto por un creador narrativo, dramático o lírico, pues se
sitúa en un marco institucional distinto, que puede modificar las instrucciones de lectura,
21
Afirma Rodríguez (2003) que el pacto crítico está centrado en la evaluación y presenta una visión crítica de
los valores humanos, tanto estéticos, éticos u ontológicos, que se relacionan con realizaciones concretas
(construcciones, obras, acciones) o abstractas (normas, ideas, conceptos). Su efecto global consiste en volver
a poner en cuestión ciertas normas y en convencer a los lectores de una nueva valoración (92). En este punto,
se encuentra en consonancia con lo planteado por Adorno (1962) respecto del ensayo pensado como forma
crítica. Los textos en los que se instaura este pacto poseen un punto de vista fuertemente ligado al del autor y,
en raras ocasiones, se presenta una complejidad de voces, a través de personajes que encarnan diferentes
posiciones de la argumentación, uno/s de los cuales representa/n el punto de vista autoral (93). Para
Rodríguez, por lo tanto, no es común que este pacto se funde sobre el estatuto de ficción, salvo que sea para
ilustrar la reflexión (mitos, personajes legendarios) o para imaginar otros puntos de vista, distintos a los del
autor. Generalmente está anclado en lo factual para instaurar un contrato de realidad o de verdad con los
lectores. De hecho, el pacto crítico se funda sobre una formación referencial normal que determina
considerablemente la forma (95). No lo tomamos como categoría definitiva para delimitar nuestro corpus
pues consideramos que el pacto crítico podría darse también en manifestaciones autopoéticas líricas,
narrativas o dramáticas.
37
los roles y los efectos esperados (24-25), adquiriendo una proyección pragmática y
propósitos, sus intereses. Por eso, la reflexión teórica que realiza el creador literario posee
para Zonana algunas características particulares, todos ellas altamente pertinentes para
nuestro trabajo: está influenciada por los problemas poéticos surgidos al calor de los
debates propios del sistema literario en que se inscribe; está implicada en los problemas
que se le plantean como creador en función de sus elecciones de estilo, lenguaje y género,
continuidad o divergencia; y finalmente, puede servir para delinear el espacio que defina
(éste sería el sentido programático de manifiestos, programas, prólogos, etc.) (25). Estas
características se entrecruzan, además, con las tensiones en las que estos textos participan y
que orientan sus estrategias argumentativas, su estilo, las fuentes en que se apoya y los
géneros que utilizan. Algunas de estas tensiones se producen por la articulación contexto-
ajena (30), por la vinculación entre poética de autor y representación del yo (31). En
38
función de esta última, Zonana señala una cuestión que resulta altamente relevante para
nuestra hipótesis:
Por último, cabe destacar la imagen que el escritor desea dar de sí en el espacio
público. Esta imagen incide en su interpretación y en su recepción de un modo más
dramático. Epistolarios, entrevistas, manifiestos, prólogos, que permiten reconocer
una figura que se diseña en función de estrategias específicas y de la búsqueda de una
legitimación de la poética personal en el campo de las prácticas ya canonizadas del
sistema […] Estos ejemplos muestran cómo esa imagen está en relación con la
situación emergente, canónica o remanente que ocupa el escritor en determinado
momento y cómo esas posiciones pueden relacionarse también con la definición de los
principios que guían su actividad creadora (32-33; el destacado es nuestro).
había sido considerado de forma explícita por los teóricos anteriores: el contexto de
inserción del autor, ese espacio público que influye de forma decisiva en la auto-figuración
que el autor pretende diseñar en sus textos para obtener legitimidad y que incide
el planteo de todas estas cuestiones, que funcionarán como disparadores de nuestro trabajo
espacio autopoético.
advirtiendo que los géneros o subgéneros textuales en los que cristalizan son amplios.22
Entre los más utilizados Zonana distingue tres grupos: 1) textos teóricos-críticos, 2)
últimos se distinguen de los anteriores por darse en el marco de la obra de arte (34-35). 23
22
Incluye, por ejemplo, los manifiestos (que habían sido rechazados por Demers) o también las entrevistas,
no mencionadas hasta ahora.
23
Zonana utiliza el giro “poética implícita” para referirse a la extracción de principios que guían la praxis
creadora a partir del trabajo del investigador en función de los textos, biografías, etc. Lo mismo a lo que
Demers denomina “poética inmanente”
39
Para cerrar este recorrido, nos referimos ahora al aporte de la argentina Graciela Ferrero
“meta”, en el nivel de la empiria, como “primera reflexión sobre una obra concreta, que
supera la aprehensión del lector común” y que es “un primer distanciamiento respecto al
objeto [estético]” (12). En cuanto fenómeno “meta”, le atribuye una índole espacial:
A este “espacio meta” le otorga una dimensión “trans”, en cuanto que “atraviesa la red
discursiva como una formación discernible y adaptada a las modalidades de cada tipo de
discurso” (14). Partiendo de esta base, Ferrero indaga la relación entre los fenómenos
“meta” y las autopoéticas dentro de una obra, pero también en el marco de la teoría de la
comunicación literaria. Para ello, retoma el artículo de Arturo Casas, que analizamos
anteriormente, pero se permite ensayar una mirada diferente, desde una “perspectiva
sistémica”, según el modo en que el que las autopoéticas “actúan hoy en un sistema en el
que la crítica ajena tampoco pretende ser portadora de verdad ni autoridad exegética, ya
que es también escritura, hibridez, ficción y hasta ejercicio deliberado de impostura” (30).
pueden presentarse. Sin embargo, al preguntarse si los metapoemas pueden ser incluidos en
esta clase, la respuesta es enfáticamente negativa: “los metapoemas como textos hacen
orientan la comprensión de los lectores” (32). Por lo tanto, la relación entre metapoemas y
40
para los poemas autorreferenciales y el segundo para los textos que se encuentran fuera de
la obra de creación (32). El modo en que esta relación de analogía se produce entre ambos
que las autopoéticas “constituyen una reflexión sobre la praxis poética, pero realizada por
el sujeto empírico en rol de poeta, de crítico, de ensayista, al margen del texto objeto”
(199). Luego, previene a los lectores acerca de que “la percepción global de coherencia
ensayos escritos a lo largo del tiempo; la madurez del sujeto poético es inescindible de la
Nos interesa la perspectiva de la crítica argentina por el modo en el que define las
autopoéticas en prosa como un discurso contiguo respecto de las autopoéticas en verso, sin
relación jerárquica, aunque distintas en cuanto a las instrucciones de lectura que cada una
establece y a las competencias que un lector debe poner en marcha para interpretarlas
permaneceremos quizá en una posición menos definitiva que la adoptada por Ferrero: la
cuestión de si puede haber poemas autopoéticos o si el término cede por completo su lugar
“espacio meta” y lo que nosotros llamaremos más adelante “espacio autopoético”. Sin
la posición del observador la que decide estudiar esos poemas como metapoesía –en el
contexto de un estudio más amplio sobre los procesos de autorreflexión que los versos
* * *
Hasta aquí, hemos realizado un recuento de la atención diversa (y escasa) que este
conjunto textual ha tenido en los estudios literarios. Si bien son textos con los cuales los
instrumental, constituyendo una instancia de contraste con la obra de creación literaria para
la verificación del “cumplimiento” de las ideas enunciadas. Sin embargo, los mismos
autores nos advierten respecto de estas operaciones críticas, las cuales si bien son válidas,
requieren del estudioso una actitud alerta y cuidadosa para no caer en las posibles trampas
que estos textos esconden, como por ejemplo, la de pretender encontrar en las palabras del
propio autor una “tabla de salvación” para la interpretación del hecho artístico. Por eso,
para cerrar este capítulo, retomamos la advertencia realizada por Umberto Eco en una
peligros de la “sobreinterpretación”:
Existe, no obstante, un caso en que puede ser interesante recurrir a la intención del
autor empírico. Hay casos en que el autor aún está vivo, los críticos han dado sus
interpretaciones del texto y puede ser entonces interesante preguntar al autor cuándo y
en qué medida él, como persona empírica, era consciente de las múltiples
interpretaciones que su texto permitía. En este punto la respuesta del autor no tiene por
qué utilizarse para validar las interpretaciones de su texto, sino para mostrar las
discrepancias entre la intención del autor y la intención del texto. El objetivo del
experimento no es crítico, sino más bien teórico (1995: 86).
Es en este “experimento teórico”, propuesto por Eco, y en sus múltiples aristas, donde
pretendemos bucear a lo largo de esta investigación. En nuestro caso, si bien ambos poetas
estudiados han fallecido, sus textos autopoéticos cumplen, en cierto modo, la función que
CAPÍTULO 2
delimitar una serie de conceptos que marcan los derroteros teóricos de nuestra propuesta.
fundamentales para definir cuáles son los parámetros principales según los cuales el artista
genealogía; y por último, la dinámica del campo literario donde éste se inserta.
1. El problema de la autoría
La cuestión del autor es uno de los ejes fundamentales que se deben abordar al
emprender casi cualquier análisis teórico en torno a los textos literarios. En el caso de
principio, es necesario señalar que los intentos de respuesta respecto de esta problemática
han sido muchos y sería imposible recabarlos en su totalidad; por ello, aludiremos
principalmente a aquellos que más nos ayuden a reflexionar acerca de nuestro objeto de
estudio.
1
Como advertimos en el capítulo 1 (nota 1), es necesario pensar en principio las autopoéticas desde el prefijo
auto-, que compone el rótulo, el “sí mismo”, que en esta oportunidad posee la condición de ser un autor y a
esto se debe el juego lingüístico que titula este capítulo.
43
atendido, negado e incluso dado por muerto. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo
XX, esta figura tan controvertida y siempre presente en la reflexión literaria, ha sido
retomada (“resucitada”, dicen algunos) desde diversas perspectivas, con el fin de encontrar
su punto medio entre dos extremos: la biografía del sujeto empírico y la figura ficcional
construida en el discurso. Así esta noción compleja pone en relación dos instancias,
cada época. Pozuelo Yvancos indica a propósito del autor: “[…] el emisor de la
comunicación literaria es una categoría construida culturalmente y que las distintas épocas
han modelizado en los términos de su propia concepción de creación” (1993: 122). Sin
categoría, sino también las teorías filosóficas y las visiones del hombre y del mundo que
cada cultura elabora. Es por eso que, como afirma Premat, “la problemática del autor
que una sociedad piensa la subjetividad” (23). Todas estas variables impactan, de forma
directa, en el estatuto que la figura de autor asume en cada período histórico, oscilando
entre ser puro lenguaje o ser identificada sin mediaciones con un sujeto empírico, y las
las investigaciones en torno a la autoría se abren dos perspectivas: aquellas que llamamos
junto con Laura Scarano (2000) “teorías negativas del sujeto” (26); y aquellas otras que
enlace entre el sujeto discursivo y aquel otro que permanece fuera de los límites del texto,
artístico que se desarrolló a principios del siglo XX. Estos teóricos de la literatura
limitado. Por ejemplo, en Obra abierta, Eco (1992) advierte que durante la Edad Media, la
interpretación de textos seguía las pautas de los exégetas de las Sagradas Escrituras, de
modo que para cada texto era posible reconstruir cuatro sentidos: el literal, el alegórico, el
moral y el anagógico (76). Lo que indica Eco es que, en la poética del Medioevo, la
“apertura” de las obras literarias estaba limitada a “una rosa de resultados de goce
no escape nunca al control del autor” (76). Si bien Eco está abriendo camino en torno a las
Esta idea del autor se extiende, entonces, con diversas modulaciones, hasta principios
del siglo XX, cuando los formalistas, en pos de encontrar la especificidad de la literatura,
proponen el estudio inmanente de los textos, sus rasgos formales y sus estructuras propias.
Si el lector sólo necesita leer el texto y considerar los elementos que lo componen para
obra. Como indica Swiderski, el formalismo ruso parte del estudio de la literatura como
fenómeno social, pero en cuanto historia de las formas; es por eso que tanto Eichembaum
como Tinianov niegan las posibles relaciones entre la obra literaria y las series sociales y
través de los desarrollos teóricos de Mukarovsky. Sin embargo, esto no significa que
recupere la instancia autoral. En este sentido, hacia el inicio de su artículo “El arte como
instancia autoral acentúa los afanes formalistas de liberar a la obra de los vaivenes
El desarrollo de esta línea teórica también tiene una fuerte presencia en Francia, donde
estructural de los relatos” (1982), Roland Barthes distingue entre los participantes de la
como el necesario tú, oyente o lector de cualquier texto. Pero al hablar del dador y las
distintas perspectivas desde las cuales se lo ha estudiado, pone en un mismo nivel las
teorías sobre el autor como “persona” (en el sentido plenamente psicológico del término), a
quien identifica con el “autor”, que constituye un “yo exterior” a la novela; las teorías
sobre el narrador, como “conciencia total, aparentemente impersonal, que emite la historia
desde un punto de vista superior, el de Dios”; y por último, aquellas corrientes que
vivencias aquél debe limitarse (32-33). Para dirimir la cuestión, Barthes realizará una
afirmación muy lúcida que poco después lo llevará a declarar la muerte del autor:
Ahora bien, al menos desde nuestro punto de vista, narrador y personajes son
esencialmente “seres de papel”; el autor (material) de un relato no puede confundirse
para nada con el narrador de ese relato; los signos del narrador son inmanentes al
relato y, por lo tanto, perfectamente accesibles a un análisis semiológico; pero para
decidir que el autor mismo (ya se exponga, se oculte o se borre) dispone de “signos”
que diseminaría en su obra es necesario suponer entre la “persona” y su lenguaje una
relación signalética que haría del autor un sujeto pleno y del relato la expresión
instrumental de esta plenitud: a lo cual no puede resolverse el análisis estructural:
quien habla (en el relato) no es quien escribe (en la vida) y quien escribe no es quien
existe (33-34).
De este modo, Barthes zanja de forma definitiva una cuestión que hoy en día es moneda
llamada “falacia intencional”. Resaltamos este aporte temprano del pensador francés pues
pone de manifiesto la espinosa problemática que conlleva la relación entre vida y relato,
así como la imposibilidad de pensar en una identificación directa entre quien habla, quien
escribe y quien existe. Para el estructuralismo, entonces, sólo hay textos y rasgos
gramaticales que permiten establecer actores o figuras actantes, los cuales entran en
Pocos años después, en la misma figura de Barthes, pero también de Kristeva, Derrida y
Paul de Man, esta postura estructuralista evoluciona hacia una nueva modulación. En el
2
Los antecedentes de la muerte del autor no son sólo literarios o artísticos, sino también filosóficos; por
ejemplo, incide en ella la afirmación de la disolución del sujeto en el Todo cósmico, según los postulados de
Schopenhauer y Nietzsche. Este último declara el declive del sujeto cartesiano y propone una nueva noción:
“El "sujeto" no es nada dado, sino algo añadido, imaginado, algo que se esconde detrás […] El "yo" es puesto
por el pensamiento, pero hasta ahora se creía, como cree el pueblo, que en el "yo pienso" había una especie
de conciencia inmediata, a cuya analogía entendíamos todas las demás relaciones causales. Pero por muy
habitual y necesaria que sea esta ficción, nada demuestra esto contra su carácter fantástico” (1967: n. 480;
882). También Casas advierte que esta noción de sujeto propuesta por el pensador alemán nos invita a pensar
en la (im)posibilidad de captarnos como totalidades, veladas por múltiples escudos, sombras o espejos que
median, por el doblez dialógico de toda conciencia, por la reverberación de la alteridad, por la cambiante
puesta en discurso histórica de la noción de sujeto/autor (2005: 16). Esta crisis filosófica del sujeto cartesiano
47
[…] la escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar
neutro, compuesto, oblicuo, al que va a parar nuestro sujeto, el blanco-y-negro en
donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del
cuerpo que escribe (2013: 75).
Anunciará, de este modo, la muerte de un Autor con mayúscula, nacido gracias a los
(76), por los cuales se le concedía una máxima importancia a la “persona” del autor. Esto
había generado un movimiento centrípeto cuyo centro era el Autor, “su persona, su
historia, sus gustos, sus pasiones”, propietario de la única voz que se oye en la obra total,
como entregando sus “confidencias”; un Autor que era garantía del significado último del
texto, cerrando la escritura (76).Como afirma Helena Buescu (2005: 58), el autor cuya
un texto.
Pero el pensador francés no apunta sus dardos únicamente a la figura del Autor, sino
principalmente a lo que la Crítica (también con mayúscula) ha hecho del autor: “… no hay
nada asombroso en el hecho de que, históricamente, el imperio del Autor ha sido también
el del Crítico, ni tampoco en el hecho de que la crítica (por nueva que sea) caiga
desmantelada a la vez que el Autor…” (81). Ha sido esa Crítica también la que “ha
alegoría más o menos transparente de la ficción, fuera, en definitiva, siempre, la voz de una
sola y misma persona, el Autor” (76). Esta advertencia con la que Barthes pretende
pronunciarse contra las modalidades anteriores de analizar los textos es válida al ingresar
iniciada por Nietzsche impactará fuertemente en la concepción del sujeto literario que entrará en un proceso
general de desvinculación respecto del autor empírico, de modo que este último ingresará en una fase de
agonía, cuyo fin será el anuncio de su muerte. De este modo, estas “teorías negativas del sujeto” desmantelan
“con eficacia la falacia intencional y la idea del texto como vehículo de transmisión de significados desde su
autor empírico, [pero] trasladan la cuestión a la noción hipermagnificada de texto (intertextualidad),
hipostasiando la faceta meramente discursiva de la subjetividad” (Scarano 2000: 29). El comienzo de la
escritura para estos teóricos post-estructuralistas se produce al mismo tiempo que la desaparición del autor
como origen.
48
al terreno de las autopoéticas, pues suele aparecer la tentación de tomar las palabras del
autor, de forma acrítica y directa, para llevar a cabo la interpretación de una obra.
luego habrá que resucitar, pero en un cuerpo distinto, en un cuerpo atravesado por los
discursos históricos, culturales y sociales de los que emerge. Si bien el paso definitivo en
esta dirección lo dará, dentro del mismo panorama del post-estructuralismo, Michel
más adelante), sin embargo, otros ya se han preguntado anteriormente acerca de estas
mismas cuestiones. Es el caso de Mijail Bajtín, quien en los textos reunidos en Estética de
categoría discursiva. Nos interesa aquí tener en cuenta dos cuestiones: por un lado, el
concepto de enunciado, que abre la noción de autor a la otredad; por otro, la distinción que
oyente (no ya un emisor y un receptor), ambos de modo activo. Todo enunciado tiene
carácter de respuesta y está preñado de respuesta, pues la genera de una u otra forma en su
oyente. De este modo, cada enunciado es “un eslabón de una cadena complejamente
texto: “una obra determina las posturas de respuesta de los otros dentro de otras
Este planteo de Bajtín es un corolario de sus teorías acerca del dialogismo de la palabra,
1929:
49
ajenas (sociales, culturales, políticas, etc.), preñado de las posibles respuestas de sus
Por otro lado, en torno a sus reflexiones sobre la actitud del autor respecto de su héroe,
Bajtín tiene claro que la instancia autoral no puede confundirse con la instancia de los
personajes, pero tampoco con la del autor real. Por eso, advierte el error de las corrientes
En unos fragmentos recuperados por David Lodge, escritos por Bajtín entre 1959 y
¿No se encuentra siempre el autor fuera del lenguaje en las posibilidades de éste como
material de la obra literaria? ¿No es siempre todo escritor (incluso el más puro poeta
lírico) un dramaturgo en la medida en que distribuye todos los discursos entre voces
ajenas, incluida la de la imagen del autor (así como las otras personas del autor)?
(107).
50
En esta cita, los dos puntos que nos interesan de las reflexiones de Bajtín se unen para
establecer el alcance de la figura del autor y la cada vez más compleja relación entre el
texto y la vida.
torrente discursivo, alejado ya del carácter monolítico y unívoco del sujeto cartesiano y
[…]Porque tanto el yo como sus enunciados son heterogéneos: más allá de cualquier
ilusión de identidad, siempre estarán habitados por la alteridad. Toda comunicación
requiere la existencia del otro, del mundo, de lo ajeno y lo no-yo, por eso todo
discurso es dialógico y polifónico, inclusive los monólogos y los diarios íntimos: su
naturaleza es siempre intersubjetiva. Todo relato se inserta en un denso tejido
extratextual, entramado con otros textos e impregnando de otras voces; absolutamente
todos, sin excluir las más solipsistas narrativas del yo (38).
muerte del autor, Foucault se da a la tarea de reconstruir no ya una persona real, sino una
se desliza luego hacia el intento de determinar el alcance del pronombre personal “yo”, que
no es un simple elemento del discurso, sino que ejerce cierto papel en relación con él;
caracteriza un “cierto modo de ser del discurso” (19). Se trata, continúa, de una palabra que
“debe recibirse de cierto modo y que debe recibir, en una cultura dada, un cierto estatuto”.
Así, este nombre de autor “corre en los límites del texto, los recorta, sigue sus aristas” (20).
Se plantea, entonces, lo que Scarano denomina el “dilema del borde” (2000: 30) y que ya
instancia, algo que ya Mukarovsky había advertido: que una obra no puede ser analizada e
la obra (el narrador, los personajes, etc). Por eso, el pensador francés plantea la posibilidad
matemática para distinguir el ego de quien habla en el prefacio, de aquel que habla al
egos, que constituyen diversas “posiciones-sujetos” que pueden ocupar distintos individuos
(29). Esta consideración poliédrica del autor, que se instituye en la dispersión de yos, será
fundamental para nuestro planteo, pues el sujeto de las autopoéticas puede ser pensado
como uno de esos egos que conforman la función-autor en una obra completa.
proceso de resurrección de la figura autoral, evitando caer, por un lado, en las posturas
biografistas o psciologistas previas que postulaban al autor como “amo” del texto y del
sentido, y por otro, en la eliminación total de esa instancia. Así proliferan las reflexiones en
torno a este tema. Por ejemplo, en el ámbito de los estudios literarios argentinos, Carlos
Altamirano y Beatriz Sarlo (1983) aseguran que las preguntas de las que parte Foucault
resumen, de algún modo, desde la perspectiva sociológica, la problemática del autor, cuya
argentinos abogan por una aprehensión adecuada de la cuestión del autor situándolo “en un
históricamente” (114).
En consonancia con ellos, son muchos los estudiosos que, desde los años 80, pretenden
resucitar al autor (esta vez con minúscula). 3 Por ejemplo, Domingo Miliani (1985) propone
pensar “al autor individual como hombre-signo histórico dentro de un contexto social en el
relevancia que tiene la figura del autor, la cual “no implica restituirlo al trono desde el cual
gobernó la crítica, sino reconocer el hecho obvio de que el poema recibe su intención
como hombre con biografía, sino como “productor de un sentido creado –producido- en
Por su parte, Roger Chartier (1994) al observar los intentos de rearticulación del texto
3
El grupo “Semiótica del discurso” de la UNMDP (Argentina), dirigido por la Dra. Laura Scarano, tiene una
amplia producción en torno a la problemática del sujeto discursivo, centrada en su mayoría en el género
lírico, que estudia las múltiples y problemáticas relaciones entre el yo que habla en el texto literario y el
sujeto histórico. Sus conclusiones ayudan a reflexionar con mayor profundidad acerca de esta figura tan
controvertida y cambiante que es el autor. Entre ellos, contamos con los libros conjuntos: La voz diseminada:
Hacia una teoría del sujeto en la poesía española (1994) y Marcar la piel del agua (1996); los libros de
Laura Scarano: Los lugares de la voz: Protocolos de la enunciación literaria (2000), Palabras en el cuerpo.
Literatura y experiencia (2007), Ergo Sum: Blas de Otero por sí mismo (2012) y Vidas en verso.
Autoficciones poéticas (2014); el libro de Marcela Romano: Almas en borrador. Sobre la poesía de Ángel
González y Jaime Gil de Biedma (2003); el libro de Marta Ferrari: La coartada metapoética. José Hierro,
Ángel González, Guillermo Carnero (2000); el libro de Liliana Swiderski: Pessoa y Antonio Machado.
Autores en tensión. Los autoremas como enlaces entre literatura y sociedad; la tesis doctoral de Verónica
Leuci: Poetas in-versos: ficción y nombre propio en Gloria Fuertes y Ángel González (2014). A esto, se
suman gran cantidad de publicaciones en revistas especializadas y de divulgación, congresos, jornadas,
conferencias, seminarios de grado y posgrado, tesis, etc.
53
Finalmente, Julio Premat propone una visión superadora del estatuto autoral al afirmar
que “el autor no es un concepto unívoco, una función estable ni, por supuesto, un individuo
Este breve (y sin duda, arbitrario) recorrido, nos proporciona variados puntos de
textual, cuya primera y más evidente condición es la de ser un autor, situado precisamente
en este borde paradójico que extiende fuertes lazos tanto hacia el espacio discursivo como
2. La textualización de un yo-autor
En las autopoéticas, la primera persona que habla posee un afán referencial que pretende
identificarse con el nombre propio que firma el texto y con el sujeto empírico que lo
sustenta; sin embargo, es necesario superar la tentación de una mirada ingenua y ver en ese
54
afán sólo una “voluntad de identificación” que, como afirma Fernando Cabo en relación
Hablar del ethos implica observar, antes que nada, que el sujeto discursivo es una
construcción lingüística. Lozano, Peña Marín y Abril (1989) retoman la teoría de Greimas
y Courtés para afirmar que sólo es posible conocer al sujeto a través de su discurso, “por
cómo se presenta a sí mismo […] y [por ser] el responsable del conjunto de operaciones
puestas en marcha a lo largo del texto” (89). De este modo, cuando leemos un discurso,
[produjo] el texto” (90). Para establecer esta distinción, los autores le agregan el adjetivo
“textual” al término “autor” para referirse al sujeto discursivo, “definido por su enunciado
más bien de constituirse a través de los papeles que pueda asumir” (116). Si bien esto se
condición precaria del sujeto, son conscientes de cómo los textos construyen a sus
Téchne rhetoriké. En su Retórica, define a esta práctica como “la facultad de teorizar lo
que es adecuado en cada caso para convencer” (I, 2, 1355b, 25). El Estagirita establece tres
argumentos o pruebas retóricas que se obtienen a través del discurso, para lograr la
persuasión del oyente: “[…] unas residen en el talante del que habla, otras en predisponer
al oyente de alguna manera, y las últimas, en el discurso mismo, merced a lo que éste
55
demuestra o parece demostrar” (I, 2, 1356a, 1). Estas tres especies a las que hace referencia
son lo que, a partir de ese momento, se identifica en la ciencia retórica como ethos (talante
o carácter del hablante), pathos (pasiones o emociones del oyente) y logos (argumentos o
posible alcanzar la persuasión del oyente “cuando el discurso es dicho de tal forma que
hace al orador digno de crédito […] si bien es preciso que también esto acontezca por obra
del discurso y no por tener prejuzgado cómo es el que habla” (1356a). Así Aristóteles pone
en discusión si es necesario que el orador sea considerado una persona honesta por el
auditorio para que se lleve a cabo la persuasión, para terminar afirmando que, en definitiva,
es el ethos discursivo el que mayor fuerza tiene, más allá de la honradez del hablante
(1356a). Por otro lado, este talante es una cuestión de “impresión”: “otorgamos nuestra
confianza según la impresión que nos cause el orador, es decir, según parezca bueno o bien
dispuesto o ambas cosas” (I, 8, 1366a, 10). En este sentido, Dominique Maingueneau
la prueba por el ethos consiste en causar buena impresión, por la manera en la que se
construye el discurso, en dar una imagen de sí capaz de convencer al auditorio
ganando su confianza. El destinatario debe atribuir ciertas propiedades a la instancia
que se establece como fuente del acontecimiento enunciativo (2).
(2). Es por eso que, muchas veces, el ethos ha sido visto con recelo en el ámbito de las
retóricas antiguas, tal como advierte Ruth Amossy (2006: 3), al considerarlo incluso más
eficaz que el logos. Es por eso que, si bien Aristóteles no hace hincapié en la vida personal
dimensión moral de ese yo, planteando un debate que se extenderá a lo largo de los siglos:
la “buena impresión” que causa el hablante, su autoridad, ¿se construye sólo en el discurso
56
Sobre esta breve base inicial, nos adentraremos en los aportes de estos dos teóricos
franceses mencionados y que han retomado la cuestión del ethos en sus estudios sobre el
primera definición que dan del ethos es la imagen de sí que construye un orador en su
discurso, con el fin de causar una buena impresión, generar confianza en su auditorio para
entonces, pone en juego la imagen de quien enuncia, así como la actitud que debe generar
en quien escucha. Se caracteriza, además, por ser una representación estática dinámica, que
no se presenta en el primer plano del texto, sino que se instala de manera lateral, apelando
el siglo XX, el estudio del ethos se incorpora a las ciencias del lenguaje contemporáneas
como objeto fundamental. Desde la perspectiva lingüística, contamos con los aportes de
Benveniste y su noción de “marco figurativo”; así como con la actualización del concepto
elaborada por Ducrot como ficción discursiva (Amossy 2006: 3-4). Integrando las
intencionalidad del sujeto que habla (5). Por otro lado, Kerbrat-Orecchioni trabaja en pos
de poner en relación los fenómenos lingüísticos con aquellos propios de las interacciones,
para lo cual la construcción del yo y del otro son fundamentales (6). También Bourdieu
4
En Instituciones oratorias, Quintiliano afirma: “Porque ni yo tengo por buen orador al que no sea hombre
de buena vida, ni lo aprobaría aun cuando pudiese lograrse lo contrario” (I, 2).
57
retomando a los latinos, considera que la autoridad previa del orador es importante
(dejando de lado las connotaciones morales) y que el poder de las palabras reside no sólo
recepción. La autoridad del discurso se constituye si todos sus componentes (la persona
que lo pronuncia, la situación en que se produce, los receptores y las formas) están
En este contexto, y desde la perspectiva del análisis del discurso, Maingueneau (2002)
liga necesariamente con los contenidos del discurso, sino con una manera de decir
Esto genera una serie de dificultades en torno al tratamiento del tema, entre las que se
ritmo, etc., los cuales en conjunto construyen una percepción compleja que moviliza la
ethos. Todo esto genera una gran cantidad de desarrollos posibles en torno al concepto (3-
4). En este extenso contexto, el teórico francés se focalizará en el análisis del “proceso más
evidente cuando se trata de discursos […] que deben ganar un público que está en derecho
históricamente especificado. De este modo, propone una concepción más encarnada del
ethos, anclado “no solamente [en] la dimensión verbal, sino también [en] el conjunto de
colectivas” (5); una vez más, no hablamos del sujeto empírico, sino de su representación
social a partir de sus intervenciones públicas de diverso orden. En efecto, la palabra define
una situación y a la vez se despliega en función de ella: “Un texto es en efecto la huella de
situación o marco es analizada por el teórico francés en función de tres escenas que juegan
en planos complementarios:
transportada por cierto ethos que, a la vez, se valida progresivamente a través de esa
palabra misma. Esto quiere decir que hay un movimiento recíproco entre la imagen del
interacción entre varios factores: “ethos prediscursivo, ethos discursivo (ethos mostrado),
pero también los fragmentos del texto donde el enunciador evoca su propia enunciación
(ethos dicho)”, directa o indirectamente (9). Finalmente, queda el “ethos efectivo”, aquel
5
Esta idea está estrechamente relacionada con la noción de “enunciado” propuesta por Bajtín, pues en el
enunciado de un sujeto está presente, aludido e interpelado, el otro, el destinatario.
59
intervienen en el discurso y que varían aleatoriamente según diversos factores (10). Este
lenguaje, sino también la experiencia sensible. Tanto las ideas como la manera de decir
(que es también manera de ser) suscitan la adhesión por parte del lector, pues éste participa
del mundo configurado por la enunciación y accede a una identidad encarnada (10).
discursiva, pues la fuerza ilocutiva del enunciado está compuesta en parte por “la imagen
que el locutor construye deliberadamente o no en su discurso” (7), pero también por los
datos preexistentes, que influyen en cómo los destinatarios perciben al orador, qué
autoridad e importancia le confieren. Estos datos constituyen lo que Amossy llama “ethos
pre-discursivo”, el cual se elabora en base al rol del hablante en el espacio social (estatus
persona (funciones o posición en el campo que confiere una legitimidad a su palabra) (7).
condiciona (aunque no totalmente); además, deja marcas o huellas en el discurso. Por eso,
esta imagen previa es uno de los componentes de la autoridad discursiva: el hablante debe
prever esa idea anterior al discurso que su destinatario tiene de él para poder lograr un
intercambio eficaz, pero también para reproducir (podríamos decir, reforzar) y/o
representación social. El ethos discursivo, por su parte, produce una imagen que deriva de
(tal como teorizaba Maingueneau), pero también de la imagen que el locutor proyecta de sí
En toda estas elaboraciones teóricas sobre el ethos, no hay que perder de vista que si
como tal), el otro protagonista es el público, pues como el principal objetivo de quien habla
presente como horizonte las expectativas, las percepciones, los pensamientos de los
[El orador] intenta captar la atención y la benevolencia del público […] desde el
comienzo del discurso. El receptor, unas veces será juez; otras, parte activa en una
decisión de trascendencia política; otras, simplemente espectador. Pero hay que tener
en cuenta que, de cualquier modo, el público es en cierta manera juez del orador, y
sabe distinguir un discurso bien dicho de otro poco logrado (249).
De este modo, para comprender el modo en que el orador construye su ethos hay que
pareja yo-tú, pues sólo en esa relación con el otro el hablante puede construir su propia
imagen, condicionada siempre por la doxa, las perspectivas de los receptores y sus
reacciones, todo lo cual supone una negociación de la identidad, de cuyo éxito depende la
6
Hay una línea de estudios del funcionamiento del ethos del poeta en la lírica contemporánea. Uno de los
aportes más importantes al respecto en el ámbito español es el de Pere Ballart, quien escribe “Una elocuencia
en cuestión o el ethos contemporáneo del poeta” (2005). Él estudia cómo la noción de ethos como “el modo
en que la voz que habla en el poema consigue (o no) erigirse en instancia significativa y llegar a establecer (o
no) una potencial comunicación con el conjunto de los lectores” (75), alcanzando (o no) la “difícil
complicidad” entre poeta y público. Se centra, principalmente, en los autores de la llamada poesía de la
experiencia. No lo desarrollamos en su totalidad aquí, porque al ocuparse de la lírica, las convenciones
genéricas producen cambios significativos en el armado del ethos, su circulación y su relación con el lector.
En esta misma línea de reflexión, se desarrolló el simposio “El pacto ethico: autor y lector en la poesía
española”, durante el Congreso Orbis Tertius (La Plata, 3 al 5 de junio de 2015, coordinado por las Dras.
Marta Ferrari y Marcela Romano, cuyas actas se encuentran en prensa.
61
la enunciación que cualquier texto realiza, nos lleva a reparar ahora en lo que sucede
específicamente cuando ese sujeto es un autor. En el artículo: “La double nature de l’image
entre la “imagen de autor” y la persona real. La primera es una figura discursiva que se
elabora tanto en el texto literario como en sus alrededores, por lo tanto, se constituye en el
cruce de dos regímenes de imágenes: las que emergen de la obra literaria y las que
emergen del metadiscurso. Aunque ambas tienen gran interdependencia, pues se cruzan y
se combinan influidas por la interacción entre el lector y el texto (párrafo 2), poseen
libro tiene autorización para tomar la palabra en su propio nombre (párrafo 9).
distingue entre aquellas producidas por fuentes externas y aquellas elaboradas por el
mismo autor en su metadiscurso. Éstas últimas son las que nos interesan. En ellas no hay
una presentación del sí mismo, sino una representación (párrafo 4), razón por la cual el
en esa posición. Así es como en el abanico que va de la imagen que le atribuyen los otros
hasta el ethos que el autor construye en su discurso (ficcional o metadiscursivo), hay una
autoral que es un efecto del texto y designa la manera en que el garante del texto, con su
nombre propio, construye su autoridad y su credibilidad a los ojos del lector potencial
62
(párrafo 22). Esta imagen autoral es la que veremos construirse y desenvolverse como
responsable del discurso autopoético, y delineada ya sea de acuerdo con lo que afirma
sobre lo que implica ser un autor (ideología artística), como desde los modos discursivos
En el ámbito argentino, esta cuestión cuenta con los aportes de María Teresa
construyen las diversas figuras de escritor que proyectan los textos en sentido amplio, ya
una ficción narrativa o incluso en una entrevista (nota 1, 14). Estas figuras que cuajan en
las diversas modalidades discursivas nos invitan a preguntarnos, en primer lugar, “cómo el
sociedad” (3). Ambas cuestiones, que constituyen lo que Gramuglio denomina “ideología
literaria” y “una ética de la escritura”, son fundamentales para profundizar la función de las
autopoéticas en los estudios literarios, tanto en el contexto total de una obra, como en la
inserción de esa obra y de su autor en el campo artístico y en una determinada época. Para
denomina con Alain Viala “estrategias de escritor”, es decir, “el conjunto de operaciones –
discursivas y no discursivas– que los escritores realizan para hacer carrera; son estrategias
que ponen en juego el estatuto social del escritor y definen, de acuerdo con las
históricas. Esta elaboración textual del yo será, para Molloy, una forma de re-presentación
63
y de exhibición del yo, a partir de una “retórica de la autofiguración” (15), que constituirá
surgen (12). Estas relaciones del hablante con el contexto de inserción se advierten a partir
de las tácticas de represión o autoevaluación que aquél activa y que permiten, por un lado,
dar cuenta del lugar fluctuante del sujeto en su comunidad y por otro, oír otras voces, voces
de autofiguración, también para José Amícola (2007), porque su objetivo es lograr que la
imagen pública y la que él tiene de sí mismo coincidan (14). Por eso, este proceso se puede
imagen que el escritor ha llegado a labrarse dentro del ámbito en el que su texto se inserta
(15).
Por otro lado, Premat ahonda en el estatuto del sujeto que lleva a cabo esta operación y
de sus textos” (13). De este modo, la identidad de los escritores no es constante ni unívoca,
sino
determinado, sino que, bajo la égida de Borges, los escritores producen una figura de sí
mismos en tanto que autores, desde todas las acciones relacionadas con su quehacer
artístico (la escritura del manuscrito, las decisiones editoriales, las puesta en escena ficticia
del momento de creación, los debates estéticos subyacentes, sus intervenciones públicas,
64
condicionada desde fuera, por el campo literario en el que se incluye, condicionada desde
dentro, por las resonancias con el yo ideal y con las ficciones de escritura” (27). Más allá
de este condicionamiento, lo que Premat pretende es poner de manifiesto las dos vías de
este proceso: por un lado, la acción que el discurso realiza sobre el sujeto en tanto
construcción, y por otro, la que el sujeto busca adrede a través del discurso:
la identidad del escritor es inestable […] ver en él una ficción implica leerlo a partir de
la ambivalencia de cualquier ficción: polisémico, a medias entre lo biográfico y lo
imaginado, a la vez fantasmático y socialmente determinado, involuntario y consciente
de sus actos y, en todo caso, operativo en la circulación de sus textos (28).
un autor es el de Judith Butler, quien afirma que toda construcción de uno mismo a través
del discurso nunca es solitaria ni se realiza aisladamente, al contrario, convoca siempre una
escena de interpelación, tal como lo pensaba Foucault (154). Por eso, el discurso del sujeto
Contar la propia historia ya es actuar, pues relatar es una especie de acción, ejecutada
con algún destinatario, generalizado o específico, como rasgo implícito. Es una acción
dirigida a otro y que también lo exige, una acción que presupone al otro […] el relato
lleva a cabo una acción que presupone a Otro, postula y elabora al otro, se da al otro o
en virtud del otro, con anterioridad al suministro de cualquier información” (114).
Y en este relatarse para otro, la recreación del yo es ineludible, casi una fatalidad:
Este aporte de Butler nos permite sugerir que la operación de autofiguración no es sólo
discursiva, sino que es un acto, una acción que presupone al otro y, por tanto, tiene siempre
una dimensión social y ética que no es posible ignorar y habrá que analizar en cada caso.
un proyecto de escritura, de la imagen que surge de los textos ficcionales, del contexto en
imprescindible aludir a la tradición con la cual entabla relación, ya sea para apropiársela,
frustrará casi desde el inicio, sino que también podría derivar en generalizaciones falsas o
reductivas. Sin embargo, algo sí se mantiene constante en torno a esta cuestión: la tensión
entre pasado y renovación. En cada momento, hay un grupo conservador que pretende
atenerse a la tradición para continuarla y un grupo subversivo que pretende dar por tierra
con lo heredado, “matar al padre” y renovar el campo. Entre estos dos polos, se multiplican
T. S. Eliot, uno de los críticos que más ha reflexionado en torno a este tema, es un poeta
establecer una serie de preguntas en torno a la tradición del poeta; preguntas que
extensamente sobre esta noción. El signo más claro de ello es su ensayo “La tradición y el
Eliot comienza su ensayo repasando algunas de las formas más comunes de entender la
tradición: como adjetivo para una obra, muchas veces peyorativo; como indicación de
crítica de cual o tal nación; como continuación de los usos de la generación inmediata
anterior. Sin embargo, propone un nuevo modo de concebir este fenómeno como un
66
“asunto de significado mucho más amplio. No puede heredarse y quien la quiera deberá
obtenerla tras mucha fatiga” (13). Así, Eliot sustenta su definición de la tradición en la idea
de que el escritor debe trabajar para obtenerla, para hacerse cargo y adscribirse a ella, para
lo cual deberá cumplir con determinadas condiciones. En primer lugar, tendrá que
desarrollar lo que llama “sentido histórico”, es decir, “una percepción, no sólo de lo que en
el pasado es pasado, sino de su presencia” (13). De este modo, para Eliot, un escritor será
repitiendo lo dicho por sus predecesores; sino que debe, de forma vital y dinámica,
contemporáneos).
sentido completo, por sí solo; sino que siempre debe apreciárselo (a él y a su obra) en “su
relación con los poetas y artistas muertos” (15). Pues cada escritor, así como posee una
hecho. Por otro lado, su obra, su aporte, produce un desplazamiento en el modo de leer y
organizarse de las obras previas: “[…] lo que ocurre cuando se crea una nueva obra de arte
es algo que le ocurre simultáneamente a todas las obras de arte que le precedieron” (13).
Esta modificación del orden a partir de la aparición de una nueva obra es lo que produce
una conformidad necesaria entre lo viejo y lo nuevo (14). La existencia de esta relación
bilateral entre pasado y presente implicará la conciencia por parte del poeta de sus
hecho, el escritor sabrá que será juzgado por los modelos del pasado, según el grado de
ajuste y/o de novedad que su obra tenga en relación con las precedentes. Para ello, el
crítico deberá ser muy cauteloso y tener cuidado en sus juicios, pues este pasado sobre el
que se delinea la nueva obra no es una masa indistinta, no es uniforme, no está compuesto
por uno o dos poetas, ni tampoco por un único período; incluso tampoco debe pasar
De este modo, Eliot define la tradición como la corriente principal (“la mente de
Europa, la mente de su propio país”, más grande que la suya propia) de la cual el poeta
debe tener gran conciencia, teniendo en cuenta que el material del arte va variando, nunca
es el mismo (15) y que su aporte, el aporte del presente, no implica siempre una mejora.
Sin embargo, este pasado que no se inhabilita, que no pasa de moda, es más y mejor
conocido a partir del presente, pues éste le aporta a aquél un conocimiento que no podría
adquirir por sí mismo (15). Ésta es la contracara de aquella necesidad del poeta de
En otro ensayo sobre Philip Massinger, Eliot distingue diversos caminos por los que se
One of the surest of tests is the way in which a poet borrows. Immature poets imitate;
mature poets steal; bad poets deface what they take, and good poets make it into
something better, or at least something different. The good poet welds his theft into a
whole of feeling which is unique, utterly different from that from which it was torn;
the bad poet throws it into something which has no cohesion. A good poet will usually
borrow from authors remote in time, or alien in language, or diverse in interest” (Eliot
1921: n. 5).
Para Eliot, el buen poeta es quien toma lo recibido, a través del caudal de la tradición, y
lo transforma, lo convierte en algo nuevo. Además, la tradición de la que abreva puede ser
cualquier otra que le interese. De este modo, este fenómeno no puede ser pensado como
una estructura cerrada, sino como “una forma dinámica”, por la cual el pasado y el
permanente donde el escritor se inserta” (Armando López Castro 2003: 254). Esta
trasformación de lo pasado en algo nuevo que señala Eliot nos resultará muy fructífera para
Poetry of Experience, advierte que las connotaciones del término tradición, peyorativas en
el momento de publicación del ensayo de Eliot, han ido adquiriendo un matiz positivo, un
“brillo de novedad”:
El término nos ayuda a construir una imagen de nosotros mismos que constituye el
sentimiento moderno, una imagen de nosotros mismos como seres emancipados hasta
la desmemoria, hasta ese punto en que cada uno es libre de aprender por sí mismo que
la vida, sin tradición, carece de sentido (1996: 61).
las acusaciones que se han hecho al siglo XIX y XX, por un lado, de “no ser
otro lado, de “rechazar la tradición”, aquella que Eliot llama “la corriente principal” de la
cultura humanista-cristiana (62). Para superar esto, se debe admitir la “naturaleza especial
del tradicionalismo moderno, apoyado sobre un rechazo inicial del pasado que conduce al
intento de reconstruir, sobre la árida desolación creada, un nuevo principio de orden” (62).
Así, Langbaum hace hincapié en el hecho de que “la constitución del precursor no se
recibe como gracia, sino que se edifica con esfuerzo. Entenderse con la tradición no es
heredarla, sino elegirla, y elegirla en función de encontrar el poema que se quiere escribir”
Desde una perspectiva totalmente diversa pero complementaria, el aporte del autor
tradición, pero generada por las estructuras e instituciones dominantes de cada época.
hegemónicos” (1997: 137). De este modo, hace hincapié en el hecho de que el armado de
una tradición no es algo ingenuo, sino una operación “selectiva”, en cuanto es sólo la
versión de un pasado que configura y un presente que es configurado, proceso que resulta
“pasado significativo”, aunque sea sólo una versión de ese pasado cuyo interés radica en la
dominación de una clase específica (138). Este proceso es caracterizado por el autor como
Esta lucha en torno a las tradiciones selectivas (a favor y en contra) es una parte
significativa y a veces decisiva sobre el desarrollo activo de una cultura” (139), que entran
en relaciones diversas con las instituciones formales. Mientras Eliot piensa la tradición
su propia tradición, de conquistarla con esfuerzo; Williams alude a las estructuras de poder
de cada sociedad y nos invita a pensar que la conquista personal de la tradición que todo
70
autor lleva a cabo no es tan lineal, ni tan sencilla, pues se encuentra cruzada e influenciada
perspectiva individual del artista, Elisa Calabrese estudia la operatoria que Borges pone en
marcha respecto de la tradición argentina, la cual puede ser pensada en función de otros
configurativo, con lo cual Borges provee de una energía operante a su lectura de esa
tradición cultural” (105). Tal como indica la crítica argentina respecto del ensayo: “El
lectura y reescritura de la tradición son el modo en que Borges construye una genealogía”
(110).
escribe sobre Nietzsche, pues nos permite escapar de las estructuras fijas y las etiquetas de
la historia literaria para pensar en las relaciones entre escritores, obras y culturas de un
modo más amplio y, usando una metáfora deleuziana, “rizomático”. Si bien el artículo se
resultan sugerentes para nuestro estudio: “La genealogía […] trabaja sobre sendas
objeto, este intento de reconstruir una genealogía que, a simple vista, pareciera no coincidir
con los recorridos establecidos por la historia literaria, funcionará como punto de partida
para entender cómo un modo de pensar la poesía, atraviesa épocas históricas, territorios
culturales tan diferentes e incluso distantes entre sí. Por ello, el concepto de genealogía
71
nos sirve para pensar en la posibilidad de saltar por encima de los rótulos y las
dominantes de la época en la que viven. Tal como decía Eliot, la tradición no se hereda
simplemente, sino que se elige y esa elección dice mucho de quienes la realizan, aun
cuando, como afirma Williams, esa “operación selectiva” esté condicionada por la
Calabrese (1996) retoma esta “teoría genealógica de la lectura crítica” (130) a propósito
forma: “una teoría de la lectura crítica donde el escándalo de invertir el orden cronológico
pone en escena la operación genealógica; el pasado puede ser leído de una determinada
manera porque esa actividad se ejerce desde el presente” (131). Borges afirma en su
ensayo:
Si bien Borges saca esta conclusión por una reconstrucción que él como lector crítico
realiza, 7 podríamos tomar la palabra “precursor” para referirnos a aquellos autores que
7
“Si no me equivoco, las heterogéneas piezas que he enumerado se parecen a Kafka; si no me equivoco, no
todas se parecen entre sí. Este último hecho es el más significativo. En cada uno de esos textos está la
idiosincrasia de Kafka, en grado mayor o menor, pero si Kafka no hubiera escrito, no la percibiríamos; vale
decir, no existiría” (89).
72
cada escritor define como su propia genealogía, la cual a veces le llega de la tradición
determinado de ejercer el quehacer poético. Lo que sin duda Borges indica aquí es lo que
ya había advertido Eliot: que no sólo el pasado posee influencia sobre el presente, sino que
cada obra de arte del presente produce modificaciones en el orden y por lo tanto, en la
“genealogía” literaria nos permite pensar en una serie de predecesores que no sólo
anteceden al escritor, sino que son elegidos expresamente por él, lo cual incidirá
directamente en la lectura posterior de aquellos. Así estos forman parte de esa figura que el
autor pretende construir para sí mismo, pues así como uno comparte con sus predecesores
biológicos rasgos genéticos, físicos, psíquicos que integran nuestra identidad personal, el
escritor compartirá con sus precursores presupuestos estéticos, modos de ver el mundo,
familiar, puede variar a lo largo del tiempo de acuerdo con las relaciones de afinidad u
hostilidad que cada escritor establezca con sus antecesores, en cada etapa de su obra. Las
autopoéticas resultarían así un espacio fructífero para manifestar esta clase de selecciones,
Siguiendo la línea borgeana, Ricardo Piglia (2011) afirma que el escritor debe “hacerse
cargo de la tradición, construir una relación con los antepasados”, lo cual implica que el
8
En un estudio de la obra artística, no se deberían dejar pasar tampoco aquellas influencias que quizá pasan
inadvertidas, pero que el escritor recibe a través de su formación (intelectual, sentimental, familiar), del
imaginario social de su época, entre otros.
73
escritor se genera un origen, se autocoloca en una línea elegida por él: “Así todo escritor lo
hace desde un lugar, construye sus territorios y sus rituales”. Por lo tanto, podemos decir
que, por un lado, está el conjunto de la tradición “dada”, es decir, aquella con la que el
escritor se relaciona por el sólo hecho de haber nacido y/o vivido en un lugar y en una
Dentro de esta tradición, está la línea dominante, consagrada por las instituciones o
formaciones (tal como indica Williams) y respecto de ella, cada autor tiene derecho a
aceptarla o rechazarla. Por otro lado, tiene la libertad de elegir conscientemente su propia
tradición, la cual responde, sin dudas, al lugar que quiere ocupar en la literatura, en la
escritor puede indagar en la tradición dada y rescatar autores que han quedado fuera del
canon, puede incorporar algunos de la tradición dominante, e incluso puede acudir a otras
tradiciones y apropiárselas. En este sentido, coincidimos con la imagen que propone Piglia:
siempre con un ojo puesto en nuestra propia tradición, y el otro ojo puesto en aquella
Esta relación del escritor con sus predecesores no siempre es armoniosa y varía entre la
Nietszche y Freud, Harold Bloom explora los conflictos que suscita en el escritor el
vínculo con sus precursores, en su libro La angustia de las influencias (1973). Bloom
declara como objetivo “desidealizar las maneras aceptadas de cómo un poeta contribuye a
formar a otro” (13), pues lejos de establecer una relación armoniosa de simpatía, el “poeta
fuerte” lucha con sus “grandes precursores”, inundado de las “inmensas angustias de
sentirse deudor” (13). Esta relación conflictiva entre el poeta y sus precursores es llevada
por Bloom a un nivel extremo de autoafirmación del poeta fuerte y negación o rebelión
74
contra los poetas precursores: “Los poetas, cuando ya se han vuelto fuertes, no leen la
poesía de X, ya que los poetas verdaderamente fuertes sólo se leen a sí mismos” (29). Sin
embargo, el hecho de que todos los poetas, sin excepción, sean deudores de sus
influencias poéticas no hacen a los poetas menos originales, sino que “los vuelven más
originales, aun cuando no necesariamente mejores” (15). Es por eso que considera que el
trabajo de la crítica en torno a esta cuestión debe superar el estudio de las fuentes, la
historia de las ideas o la modelación de imágenes, para centrarse en “el estudio del ciclo de
¿De qué modo los poetas se “sirven” de sus precursores y los crean (tal como afirmaba
Borges)? Bloom responde a esta pregunta: “Si los poetas muertos, como insistió Eliot,
embargo son la creación de sus sucesores, hecha por los vivos para salir al encuentro de las
necesidades de los vivos” (29). Es en la recepción de las obras que hacen los sucesores,
donde los precursores adquieren profundidad y sentido para la posteridad. Así, Bloom
establece una relación de reciprocidad entre unos y otros que, en cierto modo, supera los
límites de lo cronológico. Pero esta recepción por parte de los sucesores tiene una
particularidad:
Las influencias poéticas –cuando tienen que ver con dos poetas fuertes y auténticos, –
siempre proceden debido a una lectura errónea del poeta anterior, gracias a un acto
de corrección creadora que es, en realidad y necesariamente, una mala interpretación.
La historia de las influencias poéticas fructíferas, lo cual quiere decir la principal
tradición de la poesía occidental desde el Renacimiento, es una historia de angustias y
caricaturas autoprotectoras, de deformaciones, de un perverso y voluntarioso
revisionismo, cosas sin las cuales la poesía moderna como tal no podría existir (41).
Las influencias poéticas serán, para el crítico norteamericano, las “lecturas erróneas”, es
decir, creativas, que los poetas hacen de sus precursores, con los cuales luchan en un agón
constante y conflictivo, pero sin los cuales no podrían llegar a ser nunca escritores de
75
influencias, aun cuando causen angustia y ansiedad: “Los precursores nos inundan, y
nuestra imaginación puede morir ahogada allí; pero no puede haber ningún tipo de vida
Retomando la noción de “lectura errónea creativa”, afirma que la lectura correcta de una
obra literaria sublime es imposible, porque “repetiría el texto, al tiempo que afirmara
hablar por sí misma” (29). Además, explica que su motivación para hablar de una
que todo escritor experimenta no es un proceso benigno, tal como considera la mayor parte
de la crítica, sino una lucha por la supremacía (22). 9 Por eso, afirma que “en una obra
literaria siempre hay una ansiedad conquistada, la haya experimentado su autor o no” (20-
21), ansiedad que se produce no entre las personas, sino entre los poemas, tal es así que lo
único que importa en la interpretación es “cómo un poema revisa a otro” (21). Para Bloom
la grandeza de una obra de literaria, esa especie de destello del pensamiento que produce,
no sólo se encuentra fuera del escritor, sino que surge de la relación con un precursor; la
libertad creativa puede eludirlo, pero no huir, porque siempre debe haber una lucha por la
supremacía (21), siendo el agón un rasgo central de la cultura occidental desde los griegos.
Lo que está en juego en esta lucha no es un poder terrenal (aunque puede darse), sino
literario: “Un poeta poderoso no busca simplemente derrotar al rival, sino afirmar la
9
En esto, entabla una relación directa con las teorías de Foucault o Bourdieu, que presentan el campo
literario como “un reino hobbesiano de pura estrategia y batalla” (22).
76
De este modo, define la influencia como “amor literario, atenuado por la defensa” (23),
la cual varía de un poeta a otro. De forma muy peculiar, el crítico norteamericano pone al
defensa, con el impulso de volver a la inversión narcisista del ego, “poseído por toda
ambivalencia de Eros, el escritor nuevo pero potencialmente poderoso forcejea para apartar
cualquier compromiso totalizador” (30). No se puede decir que ese poeta esté
desamparado, y quizá incluso nunca perciba la ansiedad de esta lucha, sin embargo, Bloom
asegura que la relación conflictiva con su pasado literario se verá reflejada en sus poemas
(31). Es por esto que vuelve aquí a la idea que ya había expresado en su libro de 1973: el
crítico no debe sólo rastrear ecos o alusiones, sino que debe atender a la trasmisión de
posturas e ideas poéticas (25), teniendo en cuenta que “borrar el nombre de tu precursor
mientras te ganas el tuyo propio es la meta de los poetas poderosos o severos” (25). La
influencia literaria no puede pensarse, entonces, de modo lineal, sino laberíntica, siendo
proyecta en el futuro de la literatura, pues los que hoy son sucesores, mañana serán
precursores de las generaciones futuras. Y en este proceso, los poetas más poderosos serán
aquellos que se vuelvan más “dueños de sí mismos”, agotando “a sus precursores para
10
Para explicar su noción de “influencia” (“único contexto auténtico de un poema poderoso”), Bloom la
compara con la influenza, pues podemos sufrir la angustia del contagio, pero a pesar de esto, algo continúa
siendo libre: el “daimón”. Este daimón o genio es de carácter divino y lo define como “un yo oculto o alma
no racional”, que ha sido identificado desde la época helenística hasta Goethe con el genio del poeta (27). En
una teoría que roza peligrosamente el idealismo romántico, el crítico norteamericano estaría afirmando que
hay en el poeta una parte de su ser que está determinada por las influencias (casi al modo de una enfermedad)
y otra parte libre constituida por su daimón; ambas conformarían elementos activos del proceso creador.
77
Estas teorías en torno a las influencias y los precursores nos permiten poner en suspenso
modelos elegidos por un grupo, sino también de las trayectorias y de los proyectos de
escritura individuales. Este punto será fundamental en nuestro trabajo sobre Cernuda y
Valente.
armado de una figura autoral, no son menos importantes sus múltiples y complejas
relaciones con el presente, lo cual implica remitirnos a la dinámica del campo literario en
la que todo autor se inserta al constituirse como tal. Las autopoéticas serán un elemento
sobre los pasos de Bourdieu y sus conceptos de “campo”, “posición”, “toma de posición”,
“proyecto creador”; todos constructos teóricos que resultan útiles y esclarecedores para
nuestro propósito.
relativamente autónomas de `juego´ que no pueden sumergirse bajo una lógica societaria
que pensar cada una de estas “esferas” (campos) como espacios más o menos autónomos
que establecen sus valores particulares y se delimitan según sus propios principios
reguladores. En este espacio socialmente estructurado, los agentes luchan desde la posición
78
que ocupan ya sea para cambiar de posición o para preservarla (42). Un campo es, por lo
rivalización es el monopolio del capital propio del campo (por ejemplo, la autoridad
monopolio otorgaría a los agentes la potestad de decretar la jerarquía del campo y las
“tasas de conversión” entre todas las formas de autoridad del campo de poder (43).
histórico determinado, pues la distribución del capital específico varía tanto temporal como
espacialmente, por lo que la fijación del estado de un campo resulta útil sólo para los fines
suscribe. Para nuestro estudio, esta advertencia resulta fundamental, pues no requiere el
Tenemos, entonces, un campo constituido por relaciones complejas entre agentes. Pero
no cualquiera puede ser parte ni posee las capacidades necesarias para desempeñarse en
ese campo. Cada uno de los agentes que participa de este “juego” desarrolla una serie de
[Es] el principio generador de estrategias que permite a los agentes habérselas con
situaciones imprevistas y continuamente cambiantes […] un sistema de disposiciones
duraderas y trasladables que integrando experiencias pasadas, funciona en todo
momento como una matriz de percepciones, apreciaciones y acciones y hace posible la
realización de tareas infinitamente diversificadas (Bourdieu 1977: 72, 75)
79
Si bien no estudiaremos aquí las disposiciones de los escritores que los llevan a actuar
de tal o cual manera, el concepto nos resulta útil por varios motivos. En primer lugar, nos
impide olvidar que un autor o un artista actúan tanto de acuerdo con decisiones personales
largo de su vida. En segundo lugar, nos permite afirmar que, según este modo de
considerar al hombre, no hay acción que realice que no sea en función de su trayectoria
social y de su posición en las distintas redes sociales en las que participa (parámetros según
Por otra parte, nos da pie para pensar que, de modo más o menos consciente, al escribir
un texto, un escritor tiene en mente el sistema de relaciones que lo conectan con sus
colegas, con la tradición a la que adscribe, con la generaciones futuras; a la vez que posee
consideración de lo que un “autor” es, como de la adjudicación de esa condición por parte
del resto de los agentes del campo. 12 Esta cuestión no es menor, pues no todo aquél que
quiera puede ostentar la palabra en la arena pública. Por eso, es plausible preguntarnos
quiénes tienen la potestad de escribir y hablar sobre su propia obra y sobre su condición de
autor. Según Bourdieu y Wacqant, sólo aquellos que poseen la “capacidad lingüística”, de
tipo estatutaria, el “acceso a un lenguaje legítimo”, “monopolizado por unos pocos” (2005:
11
La trayectoria social es la “serie de posiciones sucesivamente ocupadas por el mismo agente (o el mismo
grupo) en un espacio que está a su vez en evolución constante, sujeto a transformaciones permanentes. Tratar
de entender una vida como una serie única y autosuficiente de eventos sucesivos sin ningún otro vínculo que
la asociación con el `sujeto´ cuya constancia es sin duda meramente la de un nombre propio, es casi tan
absurdo como tratar de darle sentido a un recorrido de metro sin tomar en cuenta la estructura de la red de
subterráneos, esto es, la matriz de relaciones objetivas entre las diferentes estaciones de tren” (2005: 257).
12
Bourdieu afirma: “…la representación que los agentes se hacen de su propia posición y de la posición de
los otros en el espacio social (así como por lo demás la representación que dan de ella, consciente o
inconscientemente, por sus prácticas o propiedades) es el producto de un sistema de esquemas de percepción
y apreciación que es él mismo el producto incorporado de una condición (es decir de una posición
determinada en las distribuciones de las propiedades materiales y del capital simbólico) y que se apoya no
sólo en los índices del juicio colectivo sino también en los indicadores objetivos de la posición realmente
ocupada en las distribuciones que ese juicio colectivo toma en cuenta” (2010: 225).
80
monopolios en el mercado de los bienes lingüísticos, así como los hay en el mercado de los
bienes económicos” (2005: 190). Por lo tanto, para escribir una autopoética que sea
espacio público sobre su propia obra, sobre sí mismo como autor y sobre la literatura (en
general o en particular).
Por otro lado, el hecho de que el escritor pertenezca al campo literario implica que
forma parte de la illusio, 13 esto es, que juega con las reglas y los intereses específicos del
condiciones de existencia del campo, por lo tanto, todos los agentes (que se jacten de serlo)
Es el estado de las relaciones de fuerza entre los jugadores lo que define la estructura
del campo […] su fuerza relativa en el juego [de cada jugador], su posición en el
espacio del juego como así también los movimientos que haga, más o menos
arriesgados o cautos, subversivos o conservadores, dependerán tanto del número total
de fichas como de la composición de la pila de fichas que conserve, esto es, del
volumen y estructura de su capital (2010: 137)
13
Bourdieu define la illusio como la “adhesión colectiva al juego que es a la vez causa y efecto de la
existencia del juego” (1997: 253). Más adelante, explica: “Cada campo produce su forma específica de
illusio, en el sentido de inversión en el juego que saca a los agentes de su indiferencia y los inclina y los
dispone a efectuar las distinciones pertinentes desde el punto de vista de la lógica del campo, a distinguir lo
que es importante […] Resumiendo, la illusio es la condición del funcionamiento de un juego del que
también es, por lo menos parcialmente, el producto” (337). También utiliza el concepto al hablar de la lógica
de la práctica en El sentido práctico (2010: 132ss) de forma similar.
81
este campo (que es la posición dominada del campo de poder) son aquellos que ostentan la
autoridad cultural.
Hemos hablado hasta aquí, reiteradas veces de posiciones en el campo literario, esto es
porque los campos también son pensados por Boudieu como “sistemas de posiciones y de
relaciones entre posiciones” (1988: 108). Cada campo se estructura en función de ciertas
posiciones, las cuales se definen según la distribución desigual del capital en juego. Alicia
“lugar ocupado en cada campo en relación con el capital específico que allí está en juego”
(59). Los criterios de distribución del capital son: posesión o no; posesión mayor o menor;
Las posiciones de un campo también son relativas y se definen en función de las otras
posiciones, por lo tanto, cuando alguna de ellas cambia, se modifica el estado completo del
campo.
toda una serie de relaciones que se establecen entre ellas y son las que Bourdieu denomina:
relaciones de poder entre los agentes en lucha. En función de estas relaciones, tendremos
posiciones dominantes (los que poseen capital acumulado) o dominadas (los que no lo
poseen o lo poseen en menor medida); aunque también entre el grupo de las posiciones
mayor o menor de posesión del capital y el grado de legitimidad social (60). Si nos
peculiar:
la relación que un creador mantiene con su obra, y por ello, la obra misma, se
encuentran afectadas por el sistema de relaciones sociales en las cuales se realiza la
creación como acto de comunicación, o con más precisión, por la posición del creador
en la estructura del campo intelectual (la cual, a su vez, es función, al menos en parte,
de la obra pasada y de la acogida que ha tenido (1971: 135).
82
según su “poder” en el campo (que se define también a partir de la posición). Además, esta
Por otra parte, de la noción de “posición” se desprende otra que resulta fundamental
para nosotros: la de “toma de posición”: “los puntos de vista [de un escritor] son vistas
tomadas a partir de un punto” (61-62). Es decir, cada escritor se sitúa (y escribe) desde una
determinada perspectiva en función de la posición (punto) que ocupa. En Las reglas del
arte (1997), Bourdieu asegura que para reconstruir el punto de vista artístico a partir del
cual se define su poética inconsciente, hay que reconstituir “el espacio de las tomas de
proyecto artístico” (137). Para el sociólogo francés, elaborar el punto de vista del autor
“proyecto creador” y para eso, es necesario “reconstruir el mundo de las posiciones dentro
del cual estaba situado y donde se definió lo que trató de hacer” (138). De este modo, no
sólo la realidad externa del campo tensiona la escritura de un autor, sino que también su
proyecto creador da forma y establece criterios para las elecciones que implica el acto
creativo.
De esta forma, el campo literario es, al mismo tiempo, un campo de fuerzas ejercidas
sobre los que entran en él y un campo de luchas de competencia que tiende a conservar o
texto es una toma de posición, es necesario delimitar la intención subjetiva del autor, lo
proyecto creador, donde obra y campo se interceptan y entran en conflicto: “El proyecto
Con esto, Bourdieu señala que el proyecto de un artista no se construye sólo en función
que le devuelve la sociedad (145). Para entender esto, debemos tener presente la
importancia que tiene el hecho de que “un autor escribe para un público” (145). La imagen
que el artista tiene de sí (y también en definitiva, lo que es) depende en gran medida de “la
imagen que los demás tienen de ellos y de lo que los demás son” (145). Es cierto que
algunos se inclinan más por seguir las necesidades que plantea la propia obra, dejando de
lado las expectativas o presiones sociales; otros, por el contrario, responden casi
convicciones, pero sin duda, afirmamos con Bourdieu que, en diferentes grados, ambos
análisis. Y en esta instancia, las objetivaciones que realiza el discurso crítico al intentar
y del autor, es decir “el juicio [colectivo] objetivamente instituido sobre el valor y la
verdad de la obra” (158), 14 conforme al cual “el autor se define y con relación al cual debe
dado del tiempo” (153). Este sentido público también mediatizará la relación que el autor
mantiene con su propia obra (159). Por ello, no es posible realizar un análisis inmanente e
sociales.
Ahora bien, en este texto, Bourdieu se refiere reiteradas veces a las obras literarias (que
nosotros llamaríamos ficcionales para distinguirlas de las ensayísticas). Observa que ellas
son testimonio de “las representaciones que un autor hace de su empresa, sobre los
conceptos en los cuales imaginó su originalidad y su novedad” (148); que son el objeto de
análisis del crítico actual, cuyo fin es objetivar el proyecto creador de un artista (que se
encuentra implícito, elidido) (152, 172); que participan de (y son influidas por) todo el
circuito del campo intelectual: desde el autor que las elabora hasta quien las comercializa
(153ss); etc. Sin embargo, sólo hace una mínima referencia a aquellos textos que
estudiamos: “discurso teórico que el creador puede tener de su obra” (154). Quizá porque
14
Para esta teoría, la génesis de este sentido público tiene que ver con “quién juzga y quién consagra, cómo
se opera la selección que, en el caos indiferenciado e indefinido de las obras producidas e incluso publicadas,
discierne las obras dignas de ser amadas y admiradas, conservadas y consagradas” (153).
85
sólo los considera eso: discurso teórico sobre el quehacer literario. Sin embargo, en
función de todo lo dicho por él, las autopoéticas resultarían un espacio privilegiado de
explicitación y objetivación del proyecto creador, así como un testimonio claro de los
conflictos o intersecciones entre obra y campo y del impacto que el sentido público puede
nuestro análisis por varios motivos. Nos permite, en primer lugar, superar la inmanencia
del texto y tomar en cuenta su contexto de enunciación, es decir, el espacio de las redes
importante tener en cuenta estas dos dimensiones: por un lado, el texto es escrito por un
posición dentro del campo literario; por lo tanto, el autor espera ciertos efectos de
recepción (desde la edición y circulación del texto hasta la llegada a determinados lectores)
Estos textos también son producto del campo en el que se insertan, porque el autor posee
estructuran sus modos de pensar y que le otorgan las “reglas de juego” (illusio) que deben
relaciones de ese campo. En segundo lugar, esta perspectiva nos permite advertir que toda
obra surge de un determinado “proyecto creador”, que se va modificando con el paso del
tiempo, según las interacciones que se produzcan entre el autor y sus colegas, sus editores,
su público, la crítica literaria, las instituciones académicas, etc.; pues este proyecto no
consiste sólo en una serie de premisas artístico-ideológicas que van mutando, sino que
literario son todos vectores fundamentales que confluyen en la escritura de una autopoética
CAPÍTULO 3
1. El dominio de lo autopoético
especulación o reflexión que los autores realizan en torno al hecho literario (Zonana), en
dominio una cantidad muy diversa de textos, cuyo parentesco es fácilmente reconocible
incluso por los lectores medios, pero que, sin embargo, escapan a toda sistematización,
Casas). Los textos que podemos encuadrar en esta categoría poseen un fuerte carácter
fáctico, porque se originan en las prácticas de los escritores e intentan, en muchos casos,
lenguaje o la condición del artista (Zonana). Sin embargo, no hay en ellos pretensión de
universalidad, pues buscan alejarse del tratado teórico, para postular los principios o
presupuestos estéticos del autor que firma y cuyo nombre coincide con el de las portadas
de sus libros (Casas). Esta perspectiva subjetiva genera, por un lado, una fuerte
focalización en el yo, y por otro, la construcción de una figura de autor que se distingue de
la persona real (Mignolo, Muschietti, Casas, Zonana). Esta diferenciación entre el rol
textual y el rol social es una consecuencia directa de la puesta por escrito del sujeto de la
En función de estas consideraciones, son diversos los usos que muchos críticos o
teóricos (muchos de ellos aludidos aquí) han otorgado a esta serie textual. Entre ellos, por
ejemplo, Mignolo les exige la función de ser una orientación para interpretar o un
coincidencias sino también las contradicciones que se producen entre el sujeto textual y la
imagen de autor extratextual, todo lo cual conforma una figura de autor compleja. En
Mignolo, afirmar que estos textos no deben ser utilizados como guía para interpretar las
obras, pues esa función le corresponde únicamente a los lectores. Por su parte, Demers
asegura que, a través de ellos, el autor explica sus presupuestos estéticos, realiza
una obra para los lectores potenciales, produce un salto al exterior y agrega a esta
advertir que esta serie reviste una gran variedad genérica, tipológica, formal, de
manifestaciones, sino sólo plantear algunas líneas de análisis abiertas y flexibles que
89
permitan analizar no sólo los textos de los poetas seleccionados para este trabajo, sino la
características peculiares.
que un yo-autor realiza en el marco de su propia escritura para reconstruir, de algún modo,
que conlleva, autobiografía. De este modo, se produce un proceso unitario que pone en
con preeminencia de uno u otro aspecto, según la intención del texto. Somos conscientes
de que esta separación es artificial y posee sólo un fin metodológico porque de hecho,
como veremos, la obra constituye parte de la vida de un autor, de modo que muchas
reflexiones sobre el quehacer poético incluyen una reconstrucción autobiográfica, así como
Pero esta referencia nos resulta útil para establecer un paralelismo entre ambos procesos
coincidencia nos permite aludir a los discursos estudiados dentro de las llamadas
“escrituras del yo”, cuyo protagonista es un sujeto-autor, que entabla relaciones complejas
Esta estrecha relación entre yo empírico y yo textualizado deja marcas en los textos de
diversa importancia, función y condición. Por este motivo, Del Prado Biezma, Bravo
90
toda coincidencia en relación con el nombre y, por supuesto, con la historia vivida” (1994:
modos y formas del proceso autobiográfico como acto literario (211). Por eso, es un
concepto que excede los límites genéricos y permite pensar lo autobiográfico como una
zona permeable que establece vinculaciones múltiples y diversas entre la vida y la obra de
que nos otorga un marco metodológico más flexible y factible de ser aplicado a las
variadas formas y circunstancias en las que el gesto autopoético tiene lugar. Este espacio
poética que el autor pretende seguir (una especie de “credo” poético), como su figura de
autor, conformada por diversas piezas. Estas señales, lejos de conformar una estructura
cerrada y homogénea, se extienden como una red que puede presentar fisuras,
cierto modo, inasible en su totalidad. Esto no es una debilidad, sino un hecho de la vida:
1
Para Lejeune, el espacio autobiográfico es diseñado por los autores y es en el que desean que se lea el
conjunto de su obra (1975: 82), pues este espacio no se nutre sólo de la autobiografía del autor, sino de la
“verdad” del autor que puede encontrarse en cualquier obra (aún aquellas en las que el pacto autobiográfico
no se establece). Este espacio es luego reconstruido por el lector a partir de sus efectos de lectura (83). Sería
un “lugar diseñado por el receptor para leer las construcciones ficcionales como fantasmas reveladores de un
individuo [… pacto fantasmático], como claves autobiográficas…”. Del Prado Biezma, Bravo Castillo y
Picazo utilizan la noción de espacio autobiográfico para flexibilizar los límites establecidos por el pacto
autobiográfico y darle forma al hecho de que “todo texto lleva los trazos más profundos o más ligeros, más
evidentes o más recónditos, más cruciales o más periféricos en la estructuración del texto; pero ni la levedad,
ni el secreto, ni la marginalidad de algunos de estos trazos los hace más insignificantes en la epifanía del yo.
[Nos estamos refiriendo] a las presencias que caen bajo la denominación de lo que definimos y describimos
como espacio autobiográfico –más secreto, pero más efectivo de cara al descubrimiento del autor
intratextual” (207-208).
91
los hombres cambiamos a lo largo del tiempo y también cambian muchas de nuestras
En definitiva, para distinguir los contornos de este espacio textual que pretendemos
movedizo” (Amossy 2009), compuesto por los fragmentos de las figuraciones que se
materializan en los diversos textos. Estos índices son de diferentes tipos: 1) temáticos:
creador, el lenguaje, la obra; 2) del sujeto, en tanto autor: el yo se predica a sí mismo como
sí que puede incluir referencias biográficas supeditadas a ella, así como las circunstancias
(de diacronía): aluden al armado de una genealogía, una línea de precursores a la cual el
autor se adscribe, incluyendo aquí aquello que considera su tradición; 4) del campo
literario (de sincronía), que pueden ser de polémica, es decir, referencias al conjunto de
actores del campo literario a los cuales el autor se opone en las autopoéticas, respondiendo
aquellos en los que el poeta da cuenta del reconocimiento obtenido de parte de sus pares o
A partir de la mayor o menor presencia de estos índices y del grado de importancia que
poseen en el texto, es posible distinguir dos conjuntos textuales que conforman el espacio
92
autopoético. Por un lado, aquellos textos que poseen considerable cantidad de índices
autopoéticos, en posición dominante, y que pueden adoptar una gran diversidad de géneros
Por otro lado, advertimos que, dentro del espacio autopoético, también hay textos en los
poema, una novela o un ensayo; pueden estar exhibidos ostensivamente u ocultos sólo a la
vista del lector especializado. Sin duda, estas marcas aportan elementos significativos en la
construcción de la ideología estética del autor; sin embargo, su función será inmensamente
variada y deberá ser analizada de acuerdo con múltiples parámetros que incluyen la
constitución del texto en el que se ubican, la obra total en el que éste se inserta, el autor, el
contexto, etc. Es otra de las proyecciones en las que no entraremos en este trabajo por
cuestiones de extensión, pero que puede desarrollarse a posteriori. Quedan fuera de este
espacio autopoético las obras en las que no es posible rastrear ninguno de los índices
mencionados y, por lo tanto, los presupuestos artísticos sobre los cuales se sustentan sólo
En la serie de los textos que llamamos autopoéticas, es posible distinguir dos conjuntos
discursivos. El primero de ellos está formado por las obras sujetas a la convención de
por Walter Mignolo (1981), quien afirma que la marca distintiva para el reconocimiento de
decir que en el texto se crea un “espacio ficticio de la enunciación” (88). Pozuelo Yvancos
retoma las reflexiones de Mignolo en su libro Poética de la ficción (1993) y afirma que el
discurso narrativo “es ficticio en tanto no pertenece a una acción del autor, sino a una
fuente de lenguaje que se establece imaginaria, y desde la cual se otorga verdad irrestricta a
verdaderos o falsos los actos de lenguaje de los personajes” (86). Es decir, que la condición
con el autor. 4 En el caso de los autores estudiados en esta investigación, la mayoría de los
textos que responden a esta convención pertenecen al llamado género lírico. 5 Las
autopoéticas que se rigen por la convención de ficcionalidad suelen poseer una voluntad
El segundo conjunto está conformado por aquellos textos regidos por las convención de
veremos luego), pues sus propiedades genéricas son propicias para esta discurrir reflexivo.
Si bien esta convención no es teorizada de este modo por los autores mencionados, es
4
Para un desarrollo más extenso de esta cuestión, ver los artículos de Mignolo, 1981a y 1981b; Schmidt
1987; Pozuelo Yvancos 1993; Scarano 2000, etc.
5
Si bien los principales trabajos citados en torno a esta convención de ficcionalidad se refieren a los
discursos narrativos, adherimos a los postulados teóricos que postulan el carácter ficcional del sujeto poético,
que puede extender lazos más o menos fuertes con la realidad extratextual, pero que implica siempre una
instancia de mediación (el yo hablante o sujeto lírico) que asume la voz en primer lugar. Para ahondar en esta
problemática, ver: Culler 1978; Mignolo 1982; Lázaro Carreter 1987; Pozuelo Yvancos 1994; Cabo
Aseguinolaza et al. 1998 y 1999; Combe 1999; Scarano, Romano y Ferrari 1994; Scarano 2000 y 2014, etc.
6
Las implicancias de la autorreferencialidad en los poemas (o metapoesía) es estudiada en profundidad por
Ferrari, en la introducción de su libro La coartada metapoética… (2001). Es cierto que las autopoéticas
incluidas en el género lírico pueden ser pensadas en términos metapoéticos también. Como ya advertimos al
final del capítulo 1, al pensar las posibles relaciones entre los fenómenos meta y las autopoéticas, siendo
ambos autorreferenciales, consideramos que hablar de uno u otro es una decisión metodológica, que depende
de la posición del observador.
94
hablar del tipo de enunciación propia de las autopoéticas que integran este conjunto, sin
embargo, en principio, podemos decir que es aquella en la que la fuente del lenguaje
significa, por supuesto, eludir el hecho de que el yo que emerge de estos discursos es una
construcción, producto de la mediación verbal, que no coincide con el sujeto histórico. Sin
embargo, las autopoéticas de este conjunto, que constituyen nuestro objeto de estudio,
esa identificación ganan gran parte de su fuerza perlocutiva, pues el lector no duda de ella,
más allá de que reconozca (aunque a veces lo olvide en el fluir de la lectura) el carácter de
relaciones y tensiones que cruzan las instituciones literarias y artísticas de una época.
hacer sobre ella, por lo menos, dos aclaraciones. En primer lugar, los límites entre ambos
conjuntos pueden tornarse difusos y puede haber textos que podrían caer de un lado o del
otro, sin mayores dificultades. Por eso, es necesario precisar que sus fronteras son
poema adopte una función ensayística (por ejemplo, los poema-proemio/prólogo) o que un
ensayo se acerque a la prosa lírica (por ejemplo, prefacios o prólogos en prosa cuyo estilo
7
En una nota al pie, Mignolo (1981a: 87) indica que los conceptos de correferencialidad y de no-
correferencialidad son necesarios para “capturar la función del pronombre de primera persona en los
discursos ficcionales y no ficcionales”. Luego afirma que en los discursos no ficcionales “se establece una
relación de correferencialidad entre la instancia pronominal yo y la persona que lo pronuncia; en cambio, en
los discursos ficcionales, se establece una relación de no-correferencialidad entre la instancia del yo y la
persona que lo pronuncia”.
95
aclarar que ambos discursos autopoéticos presentan problemas teóricos específicos de cada
de publicación, etc. Por eso, Ferrero (2012) los caracteriza como “discursos contigüos”,
Si bien nuestro corpus estará formado por textos que podríamos situar, sin mayores
entre ambos grupos del espacio autopoético, así como la gran potencialidad e interés que
identificadas por Amossy como parte del metadiscurso que el autor elabora sobre sí mismo
utilizando el adjetivo en sentido amplio, pues la mayoría de las formas textuales en las que
Haro 2005), que determinan, en gran parte, los marcos institucionales y genéricos dentro
de los cuales deben ser interpretados. 8 Nos referimos a formatos y estilos tales como
8
Se evita, de este modo, otras expresiones, como por ejemplo, “en prosa”, pues puede haber cuentos, novelas
o prosa lírica regida por el pacto de ficcionalidad, que pueden considerarse autopoéticas; o también
“referenciales” o “metatextuales” por las complejidades teóricas que conllevan cada uno de los términos.
Elegimos “ensayísticas”, pensando en el ensayo como “archigénero” en términos de Casas (1999), y en tanto
las características de la enunciación ensayística son las que podemos observar en este corpus textual y las que
utilizaremos para describirlo.
96
los diversos autores incorporan bajo el paraguas de esta denominación (Aullón de Haro
2005: 22; Arenas Cruz 2005: 43). 9 Esto es así en parte porque, como dijimos en el capítulo
1, a partir del siglo XIX, la forma ensayística, prefigurada por Montaigne, se convierte para
los artistas en el espacio propicio para albergar este ejercicio de autorreflexión y también
para intervenir en la escena pública (social, cultural, literaria, etc.). Por este motivo, para
trazar las características enunciativas de la escena del habla que se constituye en las
cristalizar.
Quedarían fuera de este rótulo las entrevistas en vivo, formato adoptado también por lo
autopoético, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, que a pesar de tener
sus rasgos propios, comparte algunos con los géneros ensayísticos: justamente aquellos que
los escritores aprovechan en las instancias autopoéticas. Sin embargo, en torno a este
género es necesario realizar una aclaración: las entrevistas que aparecen en diarios y
revistas (las que tomaremos en el caso de nuestros autores), suelen tener una instancia de
validación con el autor, previa a su publicación, por lo cual el control sobre lo que se dice
es mucho mayor que en el caso de entrevistas en vivo (por radio, televisión o internet). Es
por ello que aquí consideraremos el corpus de entrevistas como una herramienta auxiliar
9
Con una progenie que se remonta a la Antigüedad clásica, a través de nombres como Cicerón, Horacio,
Marco Aurelio o San Agustín, el ensayo posee su acta de nacimiento en la obra de Michel de Montaigne,
quien propone el vocablo mismo utilizado para conformar el género. Nacido en la modernidad, se propone
como un espacio de libertad, de búsqueda, de apertura e indeterminación que hace difícil la definición de su
constitución y características propias. Aullón de Haro sitúa en las reflexiones de Theodor Adorno la “gran
poética del género” en el siglo XX (en “El ensayo como forma”, 1942), junto a los aportes de George Lukács
(“Sobre la esencia y forma del ensayo”, 1910) y de Max Bense (“Über den Essay und seine Prosa”, 1947).
Sin embargo, para el teórico español, estos autores que fundan la poética del género lo hacen desde una
perspectiva filosófica, que no alcanza a conformar una teoría del discurso ensayístico, objetivo que muchos
teóricos y críticos de la literatura se han propuesto en los últimos años, como veremos en este recorrido por
los aportes más significativos en torno del género. Si bien la teoría sobre el ensayo tiene una extensión
considerable en los estudios literarios, no nos detendremos exhaustivamente en ella, pues no es el objetivo de
nuestro trabajo, sino sólo observar las características de estos géneros que potencian las posibilidades y los
efectos de la reflexión autopoética. Para ver el lugar del ensayo en el sistema de los géneros literarios, así
como un desarrollo más extenso de la teoría sobre este género, ver: Adorno 1962; Mignolo, 1986;
Starobinsky 1998; Casas, 1999; Aullón de Haro, 2005 y 2007; Arenas Cruz, 2005; Hernández 2005; Pozuelo
Yvancos 2005; Hutnik 2007; Weinberg 2006, 2007a, 2007b y 2012; etc.
97
para contrastar con las conclusiones que surgen de las autopoéticas ensayísticas, pues en
libremente sino a partir de preguntas. Lo que sí comparten con las entrevistas en vivo es el
grado de legitimación del entrevistado del que parten, así como la aparición en medios de
Como hemos visto, podríamos identificar al sujeto de las autopoéticas con el nombre
propio que firma y que aparece en la portada del libro o al pie del artículo, y que suele ser
psicológica o biográfica puede postularse como garantía para determinar a quién nos
referimos con este vocablo. En cambio, hacemos referencia a una figura que permanece en
el borde: ni dentro, ni fuera del texto, instancia de producción cruzada por las
determinaciones del espacio cultural e histórico al que pertenece, inasible como sujeto
empírico, pero factible de ser reconstruida desde las coordenadas de su trayectoria social y
discursiva.
Además, como vimos también, al pasar por el tamiz del lenguaje, este sujeto-autor
inconscientemente) al modo en que desea ser considerado por sus pares y por sus lectores.
10
En el caso de autores que desarrollan su obra hacia finales del siglo XX y/o siglo XXI, habrá que estudiar
las entrevistas en vivo como un género con particularidades más acusadas, en cuanto que se construyen en
base a la apariencia de “mostración directa” del ser, la personalidad y los pensamientos del autor
entrevistado, favorecida por los medios audiovisuales en los que aparecen y que ocultan con mayor éxito el
artificio que implica la puesta en escena de la subjetividad. Para un mayor detalle en torno a este género
dialógico, ver: Arfuch (1995); De Llano y Scarano (2004).
11
Así como lo advertían Demers y Casas, en el estudio de los textos, será necesario tener en cuenta si poseen
referencialidad individual o colectiva, porque los circuitos de recepción, así como los efectos tanto en la obra
como en el campo serán diversos de acuerdo con este parámetro.
98
Como todo orador pretende generar empatía con sus receptores, y a la vez que ese ethos
forjado en el discurso genere efectos en la circulación de sus textos por el campo literario,
construye para sí mismo una máscara autoral, que le permite hablar de sí mismo de forma
Yvancos, pues él no sólo analiza el género ensayo, sino que lo caracteriza como “escritura
del yo”, es decir, una norma histórico-literaria que nace con la obra de Montaigne, donde
encuentra su denominación y su sentido, saliéndose del esquema de los géneros al uso que
habían regido hasta ese momento los estudios literarios (181). 12 Esta denominación se
refiere al énfasis que estos textos ponen en la intervención personal y autobiográfica (en
modalidad supone que haya una escritura, que tenga como protagonista al yo y que ese yo
sea el autor, como parte de una forma dada de unidad creativa, donde se da la coincidencia
La Literatura del yo […] nace cuando se hacen solidarios los espacios del sujeto y del
objeto de la representación, creando, con la invención, un espacio de creación
imaginaria, que se sostiene en su propia verosimilitud. No es ya el documento que fija
el evento (las batallas del rey de Irlanda) sino la “representación” es decir la
sustitución de lo que realmente ocurrió (que es objeto de la Historia) por el signo que
da entrada a la poiesis como sinónimo de construcción, de configuración (184).
Esta sustitución de lo real por el signo no se produce sólo en los hechos, sino también
más importante del texto y la novedad de la obra de Montaigne. Más que el tema o la
12
Pozuelo Yvancos propone considerar los géneros literarios como “norma histórica”, es decir, aquella que
determina “el horizonte de expectativas de los modelos intertextuales en un funcionamiento en todo caso
polisistémico, que comprende junto a posiciones enunciativas, tradiciones temáticas, moldes estilísticos y
niveles de lengua” (181). Este concepto de “norma histórica” se acercaría más a la noción de “estilo” para el
teórico español.
99
impronta personal. Por eso, según Pozuelo, el escritor francés titula como “ensayo” su
obra, en la medida en que el modo de tratar los asuntos se adapta totalmente a los límites
tema, sino también a la operación de autocomprensión del autor, quien “debe ensayarse a sí
exterior, conforma un mapa donde sujeto y materia son una misma cosa (37), de modo que
este modo, el alto grado de subjetividad es uno de los rasgos fundamentales de la escritura
ensayística (Arenas Cruz 2005: 55), lo cual se acentúa aún más cuando conlleva una
En relación con el tipo de enunciación que asume este yo, Pozuelo advierte que es una
escritura “no susceptible de ser ficcionalizada, es decir, que impone su resistencia a que se
separen las categorías de la Enunciación y la del Autor” (188). Esto no significa, como ya
advertimos, que el yo textual no sea una construcción interesada del texto, pero sí implica
metamorfosearse tras la apropiación que de ella hace el Discurso” (188). En torno a esta
misma cuestión, Arturo Casas afirma que en la enunciación ensayística, se produce una
“fusión sincrética entre los sujetos de la enunciación y del enunciado y el autor real” (1).
Asimismo, Beatriz Sarlo advierte las “refracciones entre el nombre del autor y la forma de
autor”, que se producen en el ensayo, lo cual no significa un borramiento del autor, como
en la ficción, sino una subsistencia de éste sin importar lo engañoso que pueda resultar una
coincidencia simple (29). El aporte de Weinberg, en su libro Situación del ensayo (2006),
acuerda con lo ya dicho al afirmar que “la voz autoral pesa mucho en el ensayo y se apoya
100
nos muestra así tanto en su dimensión privada como social y universal” (79). Este sujeto
lleva las “marcas del emisor real pero no se agota en él, sino que da también lugar a un yo
construido por el texto, de modo tal que la primera persona verbal se complejiza” (81). En
voz que se hace cargo de la enunciación; pero también aludiría tangencialmente a lo que
para ese escritor un poeta es o debe ser, de forma directa o indirecta, pues al hablar de ello,
Este autor que se hace responsable del texto con su nombre propio, hombre de letras,
lenguaje es muy propicia para esta operación de dar cuenta de sí mismo, pues, en la línea
de la retórica clásica, genera efectos de sinceridad frente a los cuales resulta difícil el
distanciamiento por parte de los receptores, gracias a la tendencia (muchas veces ingenua)
depende también de la imagen pre-discursiva que circula entre los receptores y dialoga con
aprobación, ya sea para entrar en polémica con él. Es por eso que como contraparte de este
101
La mayor parte de los críticos coinciden en la condición dialógica del ensayo, que
Pozuelo Y.: 190; Hutnik 84; Weinberg 2006, 2007a y 2007b, etc.). Este diálogo se
corresponde, por un lado, con el carácter opinable y personal de las afirmaciones del autor,
y por otro, con la libertad de pensamiento y de opinión que se le atribuye al lector, al que
se busca convencer. Este ingreso del tú con el que el yo dialoga es, para Weinberg,
poder y solidaridad entre los sujetos participantes (2006: 81). Esta relación que se
configura como íntima o privada tiene como finalidad última la persuasión del receptor y
pretende lograr una respuesta o efecto perlocutivo, que apunta a convencer no de la verdad
necesidad de pensar acerca de ellos, con el fin de inspirarlo y motivarlo para que pueda
reflexionar por su cuenta” (57). En definitiva, el recorte que realiza el texto postula un
camino interpretativo que, a su vez, define un tipo de diálogo con el lector (Weinberg
2007b: 287). Por eso, las autopoéticas son un terreno eficaz para que el autor proponga un
modo de pensar no sólo su obra, sino también la literatura, tratando de conducir al lector
La persuasión del lector por parte del autor es lo que justifica que estos textos
13
No hay que perder de vista que, como veíamos en el capítulo 2, Bajtín considera que todo discurso posee
un carácter dialógico, pues está preñado de la respuesta del oyente teniéndola en cuenta al momento de su
formulación. Sin embargo, esto es especialmente visible en los géneros ensayísticos y en particular en las
autopoéticas.
102
credibilidad de una idea o de una opinión, lo hace a través de pruebas que no son
principalmente en los ensayos sobre temas humanísticos (arte, política, historia, literatura,
sociedad), donde predominan los valores y las opiniones, en vez de las verdades definitivas
(Arenas Cruz 2005: 45). Esto se da particularmente en las autopoéticas, pues la materia
tratada está en directa relación con la perspectiva y con las convicciones del hablante,
quien realiza una justificación razonada y argumentada de ese punto de vista, con el
objetivo de convencer al lector no sólo de aquello que enuncia, sino del tipo de persona (y
en este caso con su doble significación etimológica y cristiana) que pretende encarnar.
Además, en este caso, la persuasión se refuerza con el nombre del autor reconocido y
consagrado por el campo intelectual, y su consiguiente autoridad para hablar del tema.
capaz) para seguir el hilo de las argumentaciones que entretejen el texto. Este proceso
postulados u opiniones que el autor hace explícitos, justificando sus elecciones; procurar
como creador, entre otros. Pero todo esto no hace más que poner de manifiesto posiciones
del sujeto de la enunciación y por eso, al hablar de la figura de lector, configuramos una
En este punto, hay que distinguir entre el lector medio (por ejemplo, el que se acerca al
conferencia en una universidad), pues en cada caso, las estrategias que el sujeto de la
enunciación ponga en marcha serán diferentes, dado que las condiciones de lectura como
(cartas, diarios). El funcionamiento pragmático será diferente en cada caso, según si fueron
pensados para ser publicados o si fueron escritos con otras intenciones de circulación. Por
ejemplo, De Profundis, de Oscar Wilde, es una excelente autopoética, sin embargo, es una
carta dirigida a una persona particular. Si queremos estudiar la figura autoral que proyecta,
los efectos en su obra y en el campo, entre otras cosas, sería útil conjeturar qué modo de
circulación pensó Wilde al escribirla: pública o privada. Si fue pensada para el espacio
espacio público? Y por otro lado, ¿se puede considerar como autopoética un texto que no
fue pensado por el autor como tal? En este sentido, habría que plantearse si la condición
escrito que, en principio, fue pensado con otros fines. Consideramos que esto último es
posible siempre que el crítico tenga en cuenta estas circunstancias diversas de elaboración
14
En general, las autopoéticas tienen como horizonte también la mirada y la consideración de los colegas del
medio literario (principalmente escritores, pero también críticos, antólogos, editores, académicos, etc.), que
genera una determinada mirada crítica respecto de una obra, un estado de opinión, del cual el autor es
consciente y respecto del cual se pronuncia: para mantenerlo, para modificarlo, o incluso para contradecirlo.
En este último caso, el más frecuente en los dos autores que estudiamos, las valoraciones del sujeto hablante
difieren con las de aquéllos estableciendo en el terreno textual una polémica, cuestión fundamental para
nuestro análisis, a la que nos referiremos atendiendo a la teoría discursiva de Angenot.
104
En cuanto a la materia tratada, podemos afirmar que en el corpus que nos ocupa hay
una correferencialidad entre sujeto y objeto, pues es un sujeto hablando sobre sí mismo
(auto-) en cuanto autor de una obra literaria (poética); esto implica que el contenido de las
relación con la propia obra, la trayectoria literaria, ya sea por la exposición de los
presupuestos abstractos sobre el arte, la literatura, el lenguaje, etc. Pero este contenido
puede adoptar los modos de presentación más variados, pues como afirma Demers, el
espacio de este conjunto de textos está signado por la libertad, siendo factibles de
presentarse en las más diversas formas y circunstancias. En este sentido, las autopoéticas
Aullón de Haro (2007) propone pensar este “libre discurso reflexivo” como una
discursiva unificada por la consideración crítica de la libre singularidad del sujeto” (63-
64). Por tanto, la libertad en la organización discursiva y textual como en la elección del
tema es propia del ensayo, que puede tratar sobre “todo aquello susceptible de ser tomado
la literatura misma, el arte y los productos culturales” (64). Del mismo modo, Sarlo (2001)
una permanente apertura que no cierra. Su forma es la de una pregunta sin la necesidad de
una respuesta; es, en definitiva, un trayecto que conduce a la incertidumbre. Es por eso que
el ensayo no puede resumirse ni en partes ni en hipótesis (16ss). Así articula dos rasgos
y su carácter conclusivo. Y la retórica del género acompaña esta tensión entre ambos
105
polos; signada por la condensación, que incluye recursos como la paradoja, la elipsis, la
Pero en cuanto a este discurrir reflexivo se refiere, es Liliana Weinberg quien ha hecho
los aportes más relevantes, al definir la dinámica del ensayo como una “poética del
pensar”, pues “recoge ante todo una forma de conocer activo, recoge el momento
enunciativo del pensar, es un estilo del pensar y del decir […] en un presente activo” (282).
También Elizabeth Hutnik se refiere a ello: “El ensayo se sitúa en una zona fronteriza
aludido como `pensamiento´, pues explora, indaga, examina, relee, desde una postura que
no es ni neutra ni objetiva, sino que posee la marca del autor y su voluntad de transmitir
ideas” (2007: 83). Esta libertad del discurrir ensayístico está en consonancia con el modo
refinamiento artístico. Por ser pensado como un diálogo con el lector, posee rasgos del
afectivos, ordenación subjetiva de la frase, apelación al tú) (Arenas Cruz 2005: 54).
En el caso de las autopoéticas, la libertad ensayística se presenta a través del uso de las
más diversas formas de tratamiento de los temas, pero también en las múltiples estrategias
que utilizan los escritores para dar cuenta de sí mismos y de sus obras. Esta libertad, unida
autopoética discurrir sólo en torno a las partes de la realidad y el universo literario que le
interesan para fundamentar sus valoraciones y elaborar una autofiguración funcional a sus
intereses y también para utilizar su experiencia personal como punto de partida para una
Otro de los rasgos fundamentales que Weinberg propone para el estudio del ensayo es
su condición de “texto situado”, pues establece una remisión continua al aquí y ahora de su
comunicable (2012: 26). De este modo, cobra relevancia el presente del ensayo, “el
presente del acto de entender y de decir, la puesta en evidencia del momento enunciativo y
escritural así como el permanente reenvío a las condiciones propias de una situación
enunciativa” (26). Por eso, la autora afirma que el ensayo puede pensarse como una “caja
negra”, que cifra en sí mismo la clave de su proceso interpretativo, que permite entender
qué pasó dentro y fuera del texto (Weinberg 2007b: 282). Para descifrar estas huellas, es
las cuales se inserta, las convenciones literarias y las tomas de posición ética y estética o su
enlace con estilos, debates intelectuales, etc. En definitiva, permite atisbar una visión de
comunidad específica, que forma parte de esa situación de enunciación de la que emerge el
texto y para la cual el ensayista amplía los límites de lo decible y lo pensable (2012: 29-
30). Estas cuestiones son especialmente relevantes en el conjunto textual que nos atañe,
sí mismo y en el conjunto de una obra. Cada producto textual nace en relación directa con
ligado a las circunstancias que lo rodean. Además, son un espacio oportuno para proponer
modos nuevos y originales de considerar el universo literario, cultural, social, etc., pues
como afirma Weinberg, el ensayista tiene esa potestad de ampliar los límites de lo que una
vez que fueron publicadas, esas valoraciones quedan fijadas para siempre; pero puede
juicios volcados en dichos textos y también de la propia figura que emerge de ellos. Sería
el caso, por ejemplo, de los tres primeros libros de ensayos de Jorge Luis Borges, que él
mismo decidió desconocer, olvidar e incluso eliminar del proyecto de edición de sus obras
completas. Algo similar sucede con algunos textos de Cernuda. Esta cuestión pone de
manifiesto cómo, en ocasiones, el autor pretende tender los hilos de Ariadna que guíen por
el laberinto de su vida y de su obra a los lectores y a los críticos que se acerquen a ellas; así
como también para pensar cuál es el alcance de esta operación constructiva, que es
una porción de la obra por parte del autor (Cernuda, Borges y otros), se suele dar hacia un
últimos son apartados, nunca se ruega para ellos la condena del olvido; al contrario, la
mirada benevolente casi paterna del autor los considera como etapas propias o lógicas de la
evolución de una obra (y los lectores otorgan esta licencia). Nos atreveríamos a conjeturar
que es justamente este estatuto de “discurso de verdad” lo que hace que estos textos
escritos por el escritor joven constituyan una especie de amenaza para el escritor maduro.
Podría pasar que un crítico desprevenido compare los ensayos iniciales de un autor con sus
estéticos, que no es coherente o que la inspiración le ha jugado una mala pasada, abriendo
una brecha insalvable entre la reflexión y la praxis. También puede suceder que, con el
aparición de sus ensayos de juventud sean tan ajenos o quizá contrarios a esa nueva
108
posición, que pudieran perjudicar su imagen pública o la percepción que el resto de los
presente ya desde Montaigne, el ensayo establece una relación crítica entre un sujeto y el
mundo; por eso, se concibe como una forma de intervenir en la realidad por mediación de
la palabra, desde una perspectiva personal, individual e incluso privada, a la vez que
pública y social (Weinberg 2007b: 272; 286). En este enlace entre la experiencia inmediata
lo uno y lo diverso (279). En este sentido, el ensayo es siempre un puente entre las
Este modo de intervención social propio de la escritura ensayística debe respetar, según
Weinberg, dos exigencias: por un lado, “la asunción responsable de un punto de vista” y
por otro, “la puesta en valor, la interpretación […] inscripta en un horizonte de sentido” de
un tema (285). Esta interpretación desde una perspectiva y hacia un sentido, que se
relaciona, además, con un determinado orden ético y moral de una sociedad, instalándonos
la cual se funda la dimensión dialógica del ensayo que ya hemos destacado (285).
constructiva del conocimiento que prevé la participación de ese otro que es el lector (2012:
31). Este ingrediente fundamental para Weinberg no debe ser dejado de lado. La
imitación de lo ya dicho para ser puesto en diálogo y permitir la mediación entre discursos
y saberes (22). Es por eso que el sujeto deja de lado la afirmación de “lo ya sabido” y “lo
ya aceptado” para instalar el “sin embargo” (23), que habilita el examen, la exploración, el
juicio del mundo, desde una perspectiva crítica propia, que se desembaraza de lo
Esta condición de tanteo, de exploración, de apertura inconclusa que los críticos del
ensayística. Para Adorno, en esa duda y en esa negación a afirmar conceptos reside un
ponderación del fragmento en detrimento de la totalidad (19). Es por eso que para Adorno,
“pensamiento”) como modelo (23) y deja de lado el método del pensamiento tradicional
para adentrarse en el objeto desde el primer momento con la profundidad y el espesor con
que se le presentan al sujeto (25). Por eso, para el teórico alemán la verdad que proponen
estos textos es una no-verdad, que retrocede ante lo dogmático y se libera del concepto
esta liberación de la autoridad y de los preceptos literarios lo que da lugar a estos textos. Se
levantan contra los tratados y preceptivas de los siglos anteriores para proponer una verdad
propia, subjetiva, siempre válida y provisional: la del propio autor, ligada a su praxis de
110
modo de comprometerse (de muy diversas formas) con la realidad desde el quehacer
poético. Un autor que escribe una autopoética se dispone a establecer, más allá de los
qué no es literatura, cómo debe considerarse el lenguaje, qué autores forman su canon
cuanto persona que actúa en función de esos valores), que puede tener o no alcances
políticos. Además, tal como indica Adorno, las afirmaciones contenidas en estos textos
pueden variar a lo largo del tiempo, pero el autor no dejará por ello de escribirlos, aunque
en ocasiones, como vimos, pretendan negar y olvidar aquellas líneas pasadas en las que se
Por otro lado, esta definición del ensayo como modo de intervención social, toma
especial relevancia en el caso de las autopoéticas, cuando éstas pretenden polemizar con un
conjunto de actores contemporáneos al autor, en general críticos y colegas, a los cuales éste
se dirige ya sea directa o indirectamente. Si bien la alusión a ellos puede darse en términos
(especialmente pensando en Cernuda y Valente) los casos en los que se establece una
polémica, en abierta oposición a las posturas, opiniones y quehaceres del conjunto de “los
otros”, que en general bregan por mantener el status quo del campo literario. En estos
casos, el texto ensayístico se tiñe de lo que podemos llamar siguiendo a Marc Angenot
111
“discurso agónico”, que parte justamente de esta característica del discurso ensayístico, de
los contornos genéricos es extrema y los consensos sobre los criterios de definición son
ilusorios (28). Es por eso que propone una nueva clasificación de los discursos, según la
cual distingue dos tipos: los narrativos y los “entimemáticos” (1982: 30). 15 En esta última
categoría, ubica al ensayo, vinculándolo con la llamada “prosa de ideas” y con los géneros
que Bajtín denomina “extraliterarios”, por su relación con el presente, las ideologías y las
Dentro del discurso entimemático, Angenot diferencia, por un lado, los textos que
siguen el modelo axiológico y afirmativo de las ciencias y la filosofía; y por otro, las
formas doxológicas del discurso persuasivo (el ensayo, la homilía, la sátira discursiva, la
polémica y el panfleto). Estas últimas poseen una función institucional y un doble carácter:
corriente (la doxa) (33), manteniéndose en una posición media: ni expresión directa de lo
polémica, la sátira y el panfleto. En ellos, se entabla una lucha (agon) entre la dinámica de
15
La unidad de los discursos narrativos sería el narrema o secuencia. La unidad de los discursos
entimemáticos sería el entimema. Este término deriva de la retórica (del griego eνθύμημα o enthumēma [en +
thumos (mente)- “que ya reside en la mente”) y ya lo menciona Aristóteles en su Retórica (1355- 1357).
Consiste en un silogismo en el que se ha suprimido una de las premisas o la conclusión, las cuales se dan por
obvias o se consideran implícitas en el enunciado, es decir, se parte de que éstas ya residen en la mente del
auditorio y por tanto no tienen que enunciarse. Es por eso que, para Aristóteles, es la prueba retórica de más
valor y la que mayor efecto tiene en el auditorio, pues su mecanismo se basa en la existencia real de unas
creencias compartidas por las personas, que la ciencia no admitiría, pero que la voluntad y el deseo (en
definitiva, las pasiones) sí. Ahí radica la fuerza de su carácter persuasivo. Angenot define los entimemas
como: “todo enunciado que, tratando de un tema cualquiera, plantea un juicio, es decir, realiza una puesta en
relación de ese fenómeno con un conjunto conceptual que lo integra y lo determina. Tal puesta en relación no
se realiza excepto que derive de un principio regulador más general que se encuentra, por lo tanto,
presupuesto en su enunciado” (1982: 4).
112
ocupar dos terrenos: el propio y el del adversario, poniendo en evidencia las insuficiencias
de la postura contraria, estos discursos poseen una ambigüedad esencial: son una búsqueda
de la verdad (o por lo menos de lo opinable) y a la vez, un acto que supone una presencia
fuerte y explícita del enunciador en el enunciado, frente a una palabra antagonista que se
las mismas premisas. Por eso, el sujeto debe poder identificar la palabra adversa, jugar con
sus postulados para lograr un efecto de represalia (36). Como en todo discurso agónico,
protagonizan un drama donde héroe e impostor se enfrentan (38). El emisor pretende poner
de manifiesto el error en el argumento del oponente, con el fin de hacer triunfar la tesis
mismas premisas, donde las palabras enfrentadas coexisten, pero una (la verdadera) triunfa
por sobre la otra (39). Para ello, además de los argumentos racionales, el escritor incluye lo
que la retórica antigua llamó “la marca de las pasiones” (pathos), rasgo propio de los
discursos doxólógicos que exigen más que demostraciones racionales con el objetivo de
Por su parte, Eliseo Verón (1988) estudia cómo se da la polémica en el discurso político
con los tres: “El lazo con el primero reposa en lo que podemos llamar la creencia
113
presupuesta […] Corresponde a un receptor que participa de las mismas ideas, que adhiere
a los mismos valores y persigue los mismos objetivos que el enunciador”. Este “Otro-
tipo, que identifica con los “indecisos”, aquellos que permanecen “fuera de juego”
(siempre en términos políticos) y en los que se produce una suspensión de la creencia. Son
los “paradestinatarios” a quienes “va dirigido todo lo que en el discurso político es del
orden de la persuasión” (17). Así para Verón, el discurso político es “de refuerzo respecto
que concierne el paradestinatario” (18). En las autopoéticas de tipo individual, como las
función del paradestinatario, que es el lector a quien el autor se dirige con el fin de
persuadirlo (aquel al que nos referimos al hablar del tú de la enunciación ensayística), y del
Valente, por su permanencia deliberada en los márgenes del canon, este último destinatario
Carlos Mangone retoma estas nociones de Verón para analizar el discurso de los
manifiestos, en los que reconoce tres elementos que comparten con las polémicas: la
que se combate no son sólo razonamientos, sino también personas que los encarnan (58).
Estas nociones nos serán útiles al momento de estudiar los textos de nuestros autores, pues
la polémica que establecen con sus contemporáneos es prolongada, profunda y tiene lugar
Pero ¿realmente tienen interés teórico las poéticas redactadas, con frecuencia, a
vuelapluma, si no a regañadientes? ¿Conceden los poetas verdadera importancia a
estos textos en el conjunto de su obra? ¿Corresponden estas poéticas a la poética
implícita en los poemas de cada autor? ¿Tienen características comunes en diferentes
autores, de manera que puedan ser admitidas en conjunto como objeto de estudio
global? (1988: 10).
Es cierto que, como afirma Provencio, cuando el lector se encuentra con una
autopoética puede percibir, con cierta decepción, que se producen contradicciones entre lo
que el autor hizo efectivamente en la obra literaria y lo que dice que hizo. También hay
claros ejemplos de que, según lo que indican Casas y también Provencio, a veces esta
instancia discursiva resulta, para los autores, una tarea engorrosa que cumplen a disgusto,
generalmente por encargo de editores y antólogos. Por otro lado, quien se acerque a la obra
literaria puede inferir, con mayor o menor esfuerzo, la poética implícita que ha guiado el
quehacer artístico, sin necesidad de explicaciones extras. Frente a estas cuestiones, cabe
respuestas posibles.
En principio, hay que decir que esta pregunta está fuertemente ligada con la noción de
La producción de un texto, por tanto, supone una acción que responde a un plan previo
del escritor, que debe ser captado por el receptor para que el circuito comunicativo se
cobra una dimensión más profunda, pues pretende generar un efecto en su destinatario.
ella:
Afirma que si bien puede llegar a “atascarse en cálculos introspectivos un poco inciertos”,
también es cierto que es un problema que “no puede dejarse de lado en la medida en que
16
Para evitar caer en la falacia intencional, Kerbrat-Orecchioni propone dos afirmaciones que guíen el
análisis: “1. La intención significante del emisor […] no es lingüísticamente pertinente, salvo cuando el
receptor la identifica como tal. 2. Los mecanismos interpretativos integran generalmente una hipótesis
formulada implícitamente por el receptor, concerniente al proyecto semántico-pragmático del emisor” (232).
116
“construirse” (en una operación similar a la de Montaigne): “Yo soy mi problema más
interesa” (11). Si bien no podemos encontrar esta intención radical y excluyente al hablar
de sí mismo en todos los autores, sí podemos pensar en la conciencia que un escritor tiene
de esa posibilidad de dar cuenta de sí desde una figura construida adrede. Para Premat,
escritor reconocido, adquirir prestigio sin estar dentro de un medio literario asfixiante”
lingüísticas como gestos o prácticas realizadas a través del propio lenguaje, que buscan
caso del corpus textual que nos atañe, esta dimensión performativa puede ayudarnos a
trascender lo que parecería su primera función y la más evidente: dar cuenta de los
presupuestos estéticos, aportando un camino interpretativo de los propios textos y del arte.
En efecto, nos alienta a ir más allá del contenido para considerar ciertas estrategias
circulación del texto, entre otras particularidades, que den cuenta del impacto que este
conjunto textual puede tener en el marco de una obra o en el medio literario en el que ésta
se inserta.
justificar su proyecto creador, nos exige dar un paso más y reparar en el hecho de que ese
yo puede escribir ese texto, porque posee la condición de autor y la detenta legítimamente
histórico, lo que supone que el nombre de autor que aparece en la tapa de sus libros es él
mismo que se hace cargo de la escritura y responde por ella. Es por este fenómeno que los
respecto de lo hecho en la obra literaria, para encontrar en las palabras del autor un
resguardo seguro para nuestras interpretaciones. Pero por este fenómeno también los
que se adscriben, una posición en el campo literario y, por tanto, obtener (mantener) cierto
grado de reconocimiento y prestigio (ya sea positivo o negativo) tanto para su condición de
autor como para su práctica. Decimos que es un espacio privilegiado, porque suele resultar
más eficaz para esta tarea de moldear una identidad que la obra ficcional, justamente por el
estatuto de su enunciación: al ser el propio autor quien se hace cargo del discurso, al lector
doble. Esta dificultad para separar ambos sujetos resulta ventajoso: a través de estrategias
lectores por el camino que desean, ejerciendo mayor control sobre su escritura y
“la muerte del autor” hoy superado, caracteriza cualquier obra de ficción literaria.
cuyos rasgos son similares a los del rostro verdadero, pero en cuanto a estatuto existencial
se refiere, no tiene nada que ver con él. Por eso, es fundamental para una interpretación
adecuada tener presente que el autor de estos textos (lo mismo que en los textos de ficción)
118
no es una persona real, de carne y hueso, sino que participa también del dilema del borde,
en un espacio cruzado por las múltiples voces que conforman el tejido de lo cultural, lo
histórico, lo social. Por lo tanto, para los estudios literarios, las autopoéticas son más que
“residuo ex-machina” (Casas 2000: 212); de hecho, no son en absoluto desechables, sino
todo lo contrario.
Sin embargo, no negamos que, muchas veces, los autores reniegan de esta práctica,
porque advierten la trampa que encierra esta instancia discursiva, ante las frecuentes
contradicciones que se plantean entre el nivel del hecho artístico y el de la reflexión. 17 Así
Es cierto que todo poeta genera una poética, pero esto no quiere decir que tenga que
ser consciente de ella hasta el punto de poder describirla. La poética está
fundamentalmente encarnada en la obra, y el trabajo de hallarla y darle forma es tarea
propia del crítico. Y del poeta, por supuesto, cuando tal quehacer sea de su gusto. Pero
siempre que estemos avisados de que es posible que algo o bastante de aquello no sea
lo que él dice. Hay, no obstante, una generalizada creencia de que el poeta, cuando
habla de su obra, lo hace ex catedra. Y el crítico así lo presenta, como si de un dogma
se tratase. Se olvida demasiado la comprobación que hacemos cada día de lo mucho
que el hombre se equivoca al hablar de sí mismo o de aquello que más íntimamente le
concierne (1995:13-14).
Respecto de esto, también Jenaro Tales, crítico y poeta, realiza una advertencia similar
Conozco los riesgos de que los demás conviertan en testimonio de claridad lo que no
son sino balbuceos de quien, aunque siempre cree haber tenido claro lo que no quería
hacer, no está muy seguro de poder explicar en positivo lo que reconoce y asume
desde la negatividad. Por ello, prefiero exponer, no tanto mi visión de lo que escribo,
cuanto la conciencia con que quisiera colocarme en una determinada posición para
hacerlo; en una palabra, hablar, no de los poemas, sino del lugar desde el que hablo (o
pretendo hablar).
Lo más seguro, entonces, es que encontremos estas discordancias entre ambos niveles y
también, fisuras o diferencias entre la figura de autor que surge de la obra y la que surja de
las autopoéticas, pero esto no tendría que ser visto como un problema para el análisis
17
Por este motivo, a veces pretenden “hacer desaparecer” una parte de su producción ensayística, como el
caso de Borges que mencionamos, o modifican los textos seleccionando la versión que pretenden que perdure
en el tiempo, guiando, en cierto modo, la lectura de sus receptores.
119
crítico, sino como un elemento más de la significación. El desafío es, entonces, integrar
esta problemática en los estudios literarios y advertir por qué se producen esas diferencias,
así como las características de la figuración autoral que emerge de las autopoéticas, en
estrecha relación con las de otros textos del escritor. Todas ellas son fragmentos de una
tomamos de Amossy).
Si volvemos sobre la perspectiva sociológica, decíamos que Bourdieu afirma que cada
actor de un campo (ya sea literario, cultural, económico, político, etc) participa del “juego"
(illusio) de ese campo con el fin de mantener o mejorar su posición (acercarse cada vez
más al centro), manteniendo u obteniendo una cantidad cada vez mayor de capital
simbólico. Para ello, sus acciones se dirigen a lograr estos objetivos. Si pensamos la labor
del escritor en este sentido, veremos que las autopoéticas propiamente dichas serían una
herramienta fundamental para este juego, porque le permiten proyectar una imagen, que,
Entonces, cabe preguntarnos: ¿qué clase de “ficha” para este “juego” del campo literario
serían las autopoéticas? Podemos caracterizarlas como aquellas “tomas de posición”, que
poseen una particularidad muy útil para los escritores, que mencionamos como una
ventaja: 18 no hay instancia de mediación (narrador o yo lírico) y por lo tanto, quien se hace
cargo del texto es el sujeto como autor, el que coincide con aquél en nombre propio y
existencia histórica. Por lo tanto, así como toma la palabra porque es un autor, a la vez,
alimenta esa condición a través de esa palabra, al poder construirse una figura de escritor,
indiferente a la imagen que de él proyectan sus textos y por eso desea controlarla y
por un agente que ocupe una posición dominante (que para preservarla intente mantener las
reglas del juego más o menos estable), que la escrita por un agente que ocupe una posición
dominada o marginal, pues éste tratará de subvertir las reglas del campo, de modo que
cambie la distribución del capital y él pueda pasar, a su vez, a una posición dominante.
creador de un escritor, pues le devuelve una imagen de sí y de la obra, ante la cual el autor
con las obras artísticas propiamente dichas, los textos autopoéticos son un espacio
favorecido de relación con el público para el que el artista produce, porque constituyen una
especie de plataforma desde la cual éste habla sin más intermediarios que el lenguaje y
donde puede expresar de modo explícito sus convicciones estéticas, en primer lugar, pero
también políticas, económicas, sociales, etc. De este modo, las autopoéticas funcionan
como nexo entre la obra y el campo, incidiendo en la imagen del autor y de su obra
proyectada hacia el exterior y condensada en un nombre propio. Pero por otro lado,
respecto de sí mismo en cuanto autor, como del sujeto respecto de su obra, es decir, de la
vinculaciones dentro del conjunto textual del autor, así como respecto de discursos ajenos.
En definitiva, no son sólo textos o discursos que funcionan como epifenómenos de los
textos ficcionales, sino que son gestos concretos, acciones lingüísticas de un autor. Es por
eso que las diversas estrategias de autofiguración, los procedimientos y operaciones que
éste pone en marcha al escribir un texto de estas características, son medios que le
121
permiten construir para sí una figura de escritor distinta (en diversos grados) de su
existencia histórica y también diversa de aquella que surge de su obra literaria; una figura a
grupo, un movimiento, una tendencia y/o una tradición. Así, podemos pensar en estos
textos como testimonios de las múltiples y complejas relaciones que un autor entabla con
su propia obra, con el contexto contemporáneo, con la tradición y con el futuro; y a la vez
como un posicionamiento ideológico, a partir del cual expresa su postura respecto del arte,
del lenguaje, del hombre y del mundo, y actúa en consecuencia, haciéndose responsable de
19
En algunas ocasiones, este posicionamiento puede buscarse además en otros campos como el político o el
económico (es cuando, según Bourdieu, el artista se transforma en “intelectual” [1995: 197]).
122
PARTE II
CAPÍTULO 1
demasiado extenso. Si bien su obra en prosa ocupa dos tomos de casi 1000 páginas cada
uno, se destacan en ellos los textos del ejercicio crítico, siempre en relación con otros
escritores a los que admira o a los que se opone. Sus tres autopoéticas más importantes
conforman la Sección III de la recopilación Prosa y Literatura (II, 599) 1 y son: “Palabras
antes de una lectura” (PAL en adelante) “El Crítico, el Amigo, el Poeta. Diálogo ejemplar”
atención en este trabajo, pues consideradas por el mismo Cernuda como dignas de
atención.
Sin embargo, también aludiremos a otros textos para los que el poeta sevillano pide el
El autor quisiera también indicar que prefiere olvidarse de aquellos trabajos suyos
anteriores de crítica, publicados en revistas o periódicos y no incluidos en este
volumen o en otros ya editados; e invita ahora a quien por azar recordase alguno de
dichos trabajos o todos, aunque esto ya no sería azar, sino milagro, a que también los
olvide (II, 467).
1
Los 3 tomos de las Obras Completas de Cernuda, incluidos en la sección final de Bibliografía, se citarán
por número de Volumen y por página.
2
Este libro de ensayos fue publicado por primera vez en Barcelona por Biblioteca Breve, en 1960. Este
proyecto de recopilar y publicar sus textos ensayísticos se remonta hacia finales de los años 30 (Cf. II, 845-
846). Es necesario tener en cuenta que para ese momento había realizado una acción similar respecto de su
poesía al publicar La Realidad y el Deseo por primera vez en 1936.
124
Aunque permanecen en los márgenes de la obra por voluntad del autor, nos resultan
sumamente útiles para validar nuestra hipótesis por dos motivos. En primer lugar, se
constituye en ellos una figura diferente a la de las autopoéticas mencionadas, que responde
lugar, dan cuenta de una operación autoral que pretende la supervivencia de sólo una parte
posicionamiento del Cernuda maduro. Vale la pena, entonces, saber qué es lo que éste
consideró digno de ser enterrado en el tiempo y qué relación tiene con su trayectoria
Por otra parte, también citaremos a textos que no podríamos caracterizar como
autopoéticas, pero que se encuentran dentro del espacio autopoético, pues presentan
nuestra ayuda para confirmar o refutar algunas de las cuestiones observadas en el análisis
de nuestro corpus.
investigación, nos proponemos identificar los índices de sujeto presentes en los textos para
bosquejar las diversas máscaras de poeta, que se conforman en la intersección entre lo que
Cernuda afirma sobre esta figura, sobre su propio ejercicio literario y los modos en los que
se expresa. También haremos foco en la figura de crítico que propone y aquella a la que se
parte gracias al trabajo de edición y compilación, que Derek Harris y Luis Maristany
Luis Cernuda y Bidón (Sevilla, 1902 - México, 1963) inicia su trayectoria literaria
tempranamente tanto en la poesía como en los ensayos. La primera serie de nueve poemas
XXX). Todos ellos serían incluidos luego en su primer poemario, Perfil del Aire, publicado
dos años después, en 1927. En cuanto a los textos ensayísticos, en el volumen III de las
Esta serie en prosa, titulada “Matices” será recordada por Cernuda en HL como unas
“líneas de prosa en una revista estudiantil” que lo pondrán en contacto con Salinas (Notas
III, 829). Perdidas en el tiempo, estas líneas son muy peculiares, pues están conformadas
muere Larra. Surge Zorrilla. (Una desgracia nunca viene sola)” (728). 3 En este ejemplo, el
efecto sarcástico y definitivo del paréntesis da cuenta de una actitud enunciativa que se
acuerda (la consagración de Zorrilla) y proponer una valoración propia (lamentar la muerte
largo de su obra. Sin embargo, estas notas fueron publicadas cuando todavía no había
3
En los otros fragmentos, presenta una crítica a un análisis de Gómez de Baquero, ironiza respecto del
pensamiento tradicionalista católico de Ramiro de Maeztu, alaba a Juan Ramón Jiménez provocando a
Ortega y, con la metáfora de las sirenas, advierte el peligro de quien quiera leer a Azorín y no pueda resistirse
a la imitación.
126
tenido contacto con los poetas de su época. De hecho, son estas líneas las que llaman la
atención de Salinas y por las que éste convierte en su discípulo al joven poeta.
Por eso, los siguientes fragmentos que nos interesan son una serie de versos y frases
otros escritores ya se ha iniciado. Aunque pertenezcan al género lírico nos interesan aquí
porque el gesto que predomina en estas líneas es el del homenaje a sus mayores, con un
afán claramente referencial. Por ejemplo, le dedica una estrofa a Soledad Salinas (pequeña
hija del poeta): “La Gracia prendada está/ del pintor de los bebés/ que color y forma da/
con un primor japonés”; o también a Jorge Guillén: “Del cristal, a un lado, el cielo./ Al
otro, la estancia. ¿Quién/ sueña, en el sillón, su vuelo?/ El Cantor: Jorge Guillén” (III,
731). También elogia a otros personajes importantes del campo literario de la época: Juan
Guerrero Ruiz (quien les hacía el contacto con Juan Ramón Jiménez y los ayudaba a
participar de las mejores revistas del momento), José Bergamín (quien luego defenderá a
Cernuda ante los ataques por su primer poemario), Gerardo Diego (otro de los poetas
todo lo contrario. Es por eso que Díez de Revenga (2004) afirma que este conjunto de
al joven poeta que quiere congraciarse con los que ya son importantes en la `joven
literatura´, los prometedores paladines de su generación, que, algo mayores que él, todavía
no lo han acogido entre los suyos” (87). Y el crítico también lo relaciona con la
personalidad del poeta: “Cernuda era así, y buscaba entre los más poderosos que su obra
127
fuera admitida y admirada por ellos y por los demás, y no dudaba en deshacerse en elogios
por la generación anterior, expresado en el epígrafe de este apartado (que es una reescritura
evangélica) y que completa un fragmento anterior: “¿Todavía el 98? ¡Qué fastidio!” (732).
Esta postura crítica será constante en la escritura cernudiana y responde a una actitud vital
del poeta, tal como lo indica Jiménez Millán: “Cernuda es muy consciente de que lo
Podemos hablar aquí, entonces, de una primera figuración autoral caracterizada, por un
lado, por una agudeza crítica que no acepta lo dado y formula sus propias valoraciones; por
otro, por una pretensión de congraciarse con algunos de los miembros más destacados del
medio literario.
publicación de su primer poemario, titulado Perfil del Aire, cuya crítica no resultó
imitación de Guillén, sin originalidad. El efecto que esto tuvo en Cernuda fue no sólo
4
También García Montero acuerda con esta conclusión: “Aunque haya quien mantenga ingenuamente que
sus desprecios y sus injusticias son fruto de su independencia moral, los rencores de Cernuda nos muestran
un individuo que necesitaba obsesivamente el reconocimiento de los demás, que dependía de los otros hasta
límites desesperados” (citado en Díez de Revenga 2004: 91). Esta relación entre escritura y personalidad es
muy frecuente en la crítica de Cernuda. Evidentemente, tenía una personalidad compleja, pero sus
intenciones o motivaciones psicológicas exceden el ámbito de nuestro trabajo, por eso, nos referimos a
algunos aportes en esta dirección, pero sólo como referencia de los sentidos que se le han dado a algunas
particularidades de su obra.
128
virulenta hacia todo el medio literario (con muy pocas excepciones). Este traspié inicial lo
llevó a convertirse, como bien señala Moreiro Prieto (2014), en un “robinsón literario”
(76), es decir, en un personaje prometeico, en lucha contra el mundo y justificado sólo por
sus críticos) llamó su “leyenda” 5, pues tanto sus intervenciones en la vida pública como su
obra se verán teñidas por esta percepción de sí mismo como un poeta incomprendido y
“apartado” (siguiendo el epígrafe), de trato difícil, que perdurará a lo largo del tiempo,
convirtiéndose en “un espíritu que con admirable e inflexible terquedad, [que] no cesó
Respecto de sus autopoéticas, veremos los primeros efectos en las anotaciones inéditas,
que datan de agosto de 1927, en las cuales desarrolla otras dos tendencias que
defensivo): “La obra poética, por serlo, lleva en sí la total claridad. No cabe, pues,
aclararla, añadirle una claridad que resultaría necesariamente ficticia: oscura, como la luz
artificial frente a la del día, propia y verdadera” (20/8/1927). En estas frases, Cernuda
de soslayo a través de palabras como “aclararla”, “claridad”. Y por otro, atendemos los
5
En el poema “A sus paisanos”, incluido en Desolación de la Quimera (1956-1962), podemos leer los
siguientes versos: “Porque no es la persona y su leyenda/ Lo que ahí, allegados a mí, atrás os vuelve./ Mozo,
bien mozo era, cuando no había brotado/ Leyenda alguna, caísteis sobre un libro/ Primerizo lo mismo que su
autor: yo, mi primer libro” (vv. 4-8).
6
Es el tercer centenario de la muerte de Góngora el evento nuclear por el que recibe nombre este grupo de
poetas: “Generación del 27”. El número se refiere al año del homenaje, 1927, en el que todos los miembros
de la generación estaban presentes y en el que se leyeron sus versos, aunque algunos (como Cernuda)
permanecieron entre el público. La nómina está compuesta por Salinas, Guillén, Diego, Aleixandre, García
129
incomprendido, que cultivará hasta su muerte (aun cuando haya claros indicios de su
excepcional. El primer hito de esta figura está contenido en un conjunto de cuatro textos
autopoéticos, escritos y publicados entre 1929 y 1934, que el sevillano pretendió olvidar
Entre ellos, contamos con: “Paul Éluard” (1929), descripto por Luis Maristany como una
“provisional y muy vaga declaración de su poética” (23); “El espíritu lírico” (1932), “una
interesante divagación, acaso todavía algo inmadura pero con atisbos muy reveladores,
sobre el poeta y el alcance de los propósitos del acto creador […], un provisional
para las dos ediciones de la antología elaborada por Gerardo Diego: Poesía Española.
Antología, 1915-1931.
En el año que escribe el primero de esos textos, 1929, Cernuda regresa a España luego
de una estancia en Francia, durante la cual había estado en contacto con los surrealistas y
cuya estética decide adoptar temporalmente (según el mismo reconoce en HL). Este
prohibidos), sino principalmente una actitud vital que le permite canalizar su rebeldía
Lorca, Alonso, Cernuda, Prados, Alberti y Altolaguirre. El desarrollo de esta generación se ve truncada por la
guerra civil y el posterior régimen franquista. Tal como indica Víctor de Lama, “la guerra creó una brecha
profunda en el grupo aunque no se rompen las amistades totalmente. El asesinato de Lorca nada más empezar
la contienda fue un golpe brutal para todos los miembros del grupo […] Cuando termina la guerra,
desaparece la conciencia de grupo y ellos mismos limitan en el año 1936 su actividad generacional. Salinas,
Guillén, Cernuda, Alberti, Prados y Altolaguirre se ven desgajados en su exilio americano, aunque se
mantienen en contacto y, en general, cada uno sigue la obra de los demás; sólo Cernuda se mantendría
bastante distanciado” (De Lama 1997: 19). Sobre la Generación del 27, ver: De la Concha (1984), Rodríguez
Puértolas (1987), De Lama (1997), Neira (2009: 17-35), AAVV (2004), etc.
130
frente a las constricciones sociales (II, 634) y por consiguiente, aceptar y afirmar su
honosexualidad. Gracias a esto, en este primer conjunto autopoético, emerge una figura de
poeta fuertemente ligada al movimiento francés y, a través de él, a las corrientes poéticas
del artista, 7 enfrentado con una sociedad que, para Cernuda, tiene su más clara
críticas y sarcasmos: “el hombre que no pisa un terreno virgen: sus huellas se imprimen
El poeta, por su parte, se debate entre el sueño y la vida, conflictiva relación barroca,
planteada desde el epígrafe del texto “Paul Éluard”: “Sueño y pienso que vivo”, extraido
de Perfil del Aire (III, 16). Esta reflexión en torno a la condición ilusoria de la vida se
reconoce una “lógica íntima, invisible” [III, 17]), que sólo el poeta puede intuirla:
“pregunta implícita que todo poeta adivina en sí mismo” (III, 16). La imagen del poeta
inmóvil, que domina la escena en “El espíritu lírico”, tendido en su habitación, indolente,
apariencia” creada por los hombres para su tranquilidad (III, 47-48), sino la otra “que se
7
Partiendo de esta excepcionalidad y de su particular imagen externa (su vestimenta y sus modales), algunos
han estudiado el dandismo de Cernuda. Si bien él no predica para sí mismo esta condición, es posible
pensarlo en función de la actitud vital que adquiere en su relación con el surrealismo. Seguimos en esto a
Suárez Rodríguez (2005), para quien el dandismo de Cernuda (como el de Wilde o Baudelaire) no es sólo
estético, sino principalmente una actitud vital, crítica, de rebeldía “ante el mundo [y] escapa de él por los
caminos del arte, transfigurando la realidad en la palabra poética” (627-628). Según esta crítica, el dandi
“adopta una postura aristocrática basada en la primacía del mundo y de la belleza […] Debe reunir una serie
de condiciones internas y externas: aspecto muy cuidado, orgullo y dominio de sí mismo y refinamiento
cultural. Desprecia la sociedad que busca la utilidad y el progreso, pero a la vez la necesita porque su vanidad
pide el aplauso y la admiración del público, o porque simplemente no la puede ignorar al ser parte de ella. No
hay un dandi que valga si no es capaz de cuestionar el orden que le proscribe” (631). Según el cuento “El
indolente” (1929) de Cernuda, el narrador afirma: “de todas las formas que ha revestido esa vieja aspiración
humana de la soledad, ésta del dandismo aparece así como la más refinada de todas” (III, 272). De este
modo, la figura del dandi se conecta directamente con la excepcionalidad y la correspondiente soledad del
artista, que veremos profundizarse en las autopoéticas cernudianas. No nos extendemos en el desarrollo de
esta perspectiva, pues en el espacio autopoético Cernuda no se atribuye a sí mismo la condición de dandi. Sin
embargo, puede ser una instancia de análisis posterior, considerando tanto la vida como la obra del sevillano.
131
esconde siempre” caracterizada por una “diversidad abigarrada” (III, 48). La intuición de
esa realidad, identificada con la poesía y la verdad (III, 48-49), hace que la poesía sea sólo
un “reflejo enigmático y solitario de esa busca, desesperada unas veces, descuidada otras,
que constituye su propia vida” (III, 48). La poesía, búsqueda e intuición de la verdad,
Pero el poeta no elige esta vocación, sino que es elegido por la poesía y no tiene más
opción que responder a ese llamado: “tú me escogiste para ti, yo ¿qué había de hacer sino
seguirte?” (16). Esto implica que ha sido dotado fatalmente del “espíritu lírico” (47; 53) y
por lo tanto, su organismo (todo su ser, sin distinción de materia y forma) es “único por
esencia” (III, 53). Es “un hombre que natural y secretamente est[á] en contradicción con el
orden exterior [y que] no puede conformarse con seguir en bloque el curso de lo habitual”
(III, 53) y busca “el límpido y prístino aire paradisíaco” (II, 53), volver al principio,
recuperar la unidad perdida (tal como pretendía Hölderlin). De este modo, este poeta, cuya
actual “que no tolera excepciones”; por tanto, no le queda otra opción que el “heroísmo”
para poder cumplir con “la curva que un invisible poder demoníaco parece haberle
asignado” (III, 53). Así, Cernuda es ese poeta excepcional en lucha radical con el medio,
cuya vida se ve justificada únicamente por la poesía: “un espíritu que sigue, a lo largo de
Por esta lucha constante, el poeta se gana la incomprensión de los otros: “los demás le
estiman mal y pretenden `saberlo´ o, lo que es peor, juzgarlo: estúpida blasfemia…” Pero
nieve por fuera y de llama por dentro. Quien lo toca se hiela, mientras él se abrasa. No sabe
amar y está amando siempre… No sabe vivir y está vivo” (III, 48). Este poeta es, entonces,
el “extranjero”, pues “su sitio no está en parte alguna. Siempre deseará un lugar diferente”
132
(III, 48). Y aquí se encuentra una noción clave para comprender la producción cernudiana:
Tanto ese debate interior como exterior del que el artista es víctima encuentra una
imposible” (III, 54), que finalmente traiciona a la poesía (III, 16), por sus limitaciones en
expresar aquella realidad intuida. Sin embargo, el poeta no tiene opción: debe seguir su
destino, cumplir su misión y rebelarse; debe perseguir su deseo, aun cuando vaya en contra
del orden social y el único modo de “acercar el deseo, mi deseo, a la realidad” sea la
escritura. Por ello, afirmará: “el poeta escribe sus versos cuando no puede hallar otra forma
Se plantea, entonces, en estos textos de forma vaga y confusa, qué es un poeta para
camino y a enfrentarse con el medio social, respondiendo no sólo a un mandato externo del
diferencia del resto de los hombres. El poeta, en este conjunto inicial, es presentado como
un ser excepcional, distinto, que, en cierto modo, justifica la incomprensión que percibe
por parte de sus contemporáneos (que tuvo cierta concreción real en la recepción de su
primer poemario). De este modo, también argumenta a favor de su postura crítica frente a
españolas, como la tendencia al verbalismo de la poesía, que asimila a un desierto (III, 16)
península, que incluye algunos nombres ibéricos, como Garcilaso, San Juan de la Cruz,
Bécquer y Juan Ramón Jiménez, entre una nómina mayor de anglosajones y franceses:
enrarecido, que peca en parte de lo mismo que acusa a otros textos de la literatura
de modo que las emociones desbordan las páginas del joven escritor. Quizá por eso el
Cernuda maduro quiso desplazarlos del conjunto de su obra, pidiendo para ellos el olvido,
pues le resultaban demasiado imbuidos de una estética de la que pronto querrá distinguirse,
aun cuando prefiguran muchas de las nociones que desarrollará en autopoéticas posteriores
y ya muestran “un poeta dotado de un instrumental y con una vocación crítica en pleno
Esta operación selectiva de Cernuda respecto de su propia obra está motivada por el
cambio que la asimilación de las lecturas inglesas produce tanto en sus versos como en su
prosa, “momento de criba y revisión de lo escrito hasta entonces” (18), que la crítica sitúa
expresada en una carta de 1962, dirigida a Philip Silver: “En modo alguno estoy dispuesto
a tolerar que nadie se permita publicar de nuevo cosas viejas y estúpidas que no he
recogido ni pienso recoger en libro” (Epistolario: 1047). En este sentido, Doce (2005)
equipara a Cernuda con Eliot, en cuanto que los dos pretenden “un lector obediente a las
indicaciones del autor. Asimismo favorecen un control casi absoluto del escritor sobre su
obra que apenas deja sitio para otras interpretaciones” (270). 8 La permanente obsesión de
8
Esto lo observa Jordi Doce (2005) en cuanto a que ambos artistas coinciden en el modo en que el poema se
elabora y se recibe. Dice el crítico español que los dos “establecen una conexión directa entre experiencia
germinal y efecto emocional: no hay lugar ni en el autor ni en el lector para el libre albedrío. Como explica
Brian Hughes, Eliot habla de una fórmula específica para cada emoción (se trataría, pues, de una
correspondencia biunívoca), de tal modo que la enunciación precisa de los hechos, rematados en una
134
Cernuda por controlar los procesos de edición y publicación de sus textos, que Antonia
recepción tiene como contraparte cierta inseguridad respecto de sus logros como escritor,
que observamos también en el texto citado de 1946: “No me considero ligado, para lo
futuro, por estas afirmaciones. Todo lo dicho son observaciones posteriores o al margen de
mi trabajo, no anteriores a él” (III, 773). También en CAP, encontramos la zozobra que le
vanidad, nunca o raramente piensa bien de un libro suyo anterior […] Porque un libro no
siempre puede el escritor, ni sabe, ser fiel a sus gustos” (II, 651).
De este modo, Cernuda lleva a cabo una operación consciente al fijar él mismo, en HL,
el inicio de una nueva etapa marcada por su estancia en Inglaterra. Con una estrategia
valoración explícita sobre la experiencia, pero la sugiere en el uso de palabras con matiz
Esta cita también parece sugerir que el sevillano no había tenido contactos previos con
la tradición poética inglesa. Sin embargo, si bien en esta etapa establece mayor contacto
con ella, ya la conocía y la valoraba en 1932 como “tal vez aquella que ha dado el ciclo
lírico más alto con que cuenta la poesía” (57). Además, la serie literaria en la que pretende
insertarse (o que le resulta digna de atención) ya incluye para ese momento una mayoría
notable de escritores ingleses (como dijimos). Por lo tanto, el Cernuda anterior al exilio ya
experiencia sensorial, debe evocar necesariamente dicha emoción […] sus posturas parecen desdeñar el
compromiso creativo de la lectura” (270).
135
principalmente la del período romántico. Así, tanto en la selección que realiza de sus textos
estancia británica, Cernuda colabora con la crítica para establecer este punto de inflexión.
ese punto de inflexión y la evaluación del impacto que esto tuvo en su poesía.
En función de esta operación, la crítica se divide en dos: los que consideran que este
cambio, producido por su contacto directo con la tradición inglesa, motivó resultados
memorables, como José Teruel (2013), Brian Hughes (2004), Emilio Barón (2002) o Philip
Silver (2004); 9 y por otro, quienes suponen que la estancia en Inglaterra le quitó frescura y
modos ingleses, y prefieren al poeta vanguardista anterior a 1935, como Octavio Paz
(1976), Tomás Segovia (1959), Julián Jiménez Heffernan (1998, 2004). 10 Incluso Jiménez
Heffernan (2004) sostiene que el mejor Cernuda crítico también se da en esa primera
época, pues lo percibe como “lector sorprendido que escribe sobre Vaché o Éluard, en
1929, con una hermosa y reveladora imprecisión […]: fatalismos, brumas, desplantes,
fijación conceptual, acentuada por el contacto con la tradición inglesa, no implicaría una
El diagnóstico es severo y arriesgado, pero algo es seguro: nos ayuda a pensar esta
controvertida figura de la literatura española fuera de los moldes y las etiquetas que le
fueron atribuidas por la crítica a lo largo de los años e incluso que él mismo pretendió
atribuirse. Doce (2005), por su parte, realiza un análisis moderado, pues reconoce una
paradoja en el Cernuda maduro: por un lado, abre un espacio en el verso español para la
el Gran Bretaña) (274); pero por otro, padece la pérdida de frescura e inmediatez de sus
Esta diversidad de opiniones nos ayuda a descubrir que, a pesar de los esfuerzos del
propio Cernuda, 1940 no es una fecha tan definitiva en la evolución de su obra poética,
porque en los textos previos, por un lado, ya se prefigura una imagen de poeta que se irá
consolidando a lo largo de los años: el sujeto que se siente extranjero, fuera de lugar,
incomprendido por sus contemporáneos, en actitud de desprecio hacia ellos; por otro, se
11
Jiménez Heffernan postula la existencia de dos historias de la poesía lírica en castellano: una real, interna,
que no posee cronología secuencial, que incluye a Garcilaso, San Juan, Lope, Góngora, Juan Ramón, A.
Machado, Vallejo, Neruda, Cernuda, Lorca, Valente, Gimferrer, Milán; y otra, aparente y externa, que busca
un orden narrativo como historia, a la que “los poetas fuertes perpetran erráticamente con declaraciones,
ensayos, prólogos. Esta historia externa es una defensa: es la coartada existencial del poeta, su hogar
hermenéutico, su refugio de mentiras habitables […] La filología y la crítica literaria suelen habitar,
promocionar y recrear la historia externa. Nacen de una concesión múltiple a la debilidad: a la ambición de
los poetas que aspiran a engrosar las nóminas generacionales, a la inanidad de la narrativa evolutiva
historiográfica, a la desvergüenza de la cuantificación compensatoria, a la fragilidad de los metalenguajes
hermenéuticos… a la debilidad del sinvalor de lo damnificado frente al valor de la escritura fuerte y su
historia intempestiva” (79-80). En este sentido es que dirá que “Cernuda fue un crítico débil de su poeta
fuerte. Dicho poeta fuerte murió en 1937. El crítico lo sobrevivió veinte años más […] Cernuda se empeñó en
construirse un crítico literario desde las cenizas de su inmenso poeta juvenil, y el resultado fue desolador”
(81)
137
posterior. La fecha sí intenta ser definitiva en el discurso del Cernuda maduro que pretende
literario, más allá de su praxis poética concreta. Entendemos que esta afirmación supone
un análisis más detenido de las relaciones entre las autopoéticas de tipo ensayísticas y los
poemas, pero sirve como advertencia respecto de la validez de las palabras del poeta en
relación con su propia obra y como confirmación de nuestra hipótesis de trabajo acerca de
3. El poeta solitario
partir del exilio con una característica que atenúa la rebeldía anterior para volcarse ahora
hacia la afirmación de su soledad, como condición necesaria para el ejercicio poético. Para
ello, estudiaremos dos textos: “Palabras antes de una lectura” en sus dos versiones y la
lectura de algunos de sus poemas (850-852). La segunda versión data del 16 de enero de
(1975) señala que este texto es “quizá el escrito teórico más importante de su juventud”
posibilidad de observar que cada una de ellas construye una imagen en algunos sentidos
diversa del propio poeta, pues a pesar de mediar sólo seis años entre una y otra, las
autopoética. 12
El sujeto que lee estas palabras, ante un público, en 1935, es un poeta que ha
publicado tres poemarios: Perfil del Aire (1927), Invitación a la poesía (1933), Donde
habite el olvido (1932-1933) y ha escrito otros tres que a la fecha permanecen inéditos:
Égloga, Elegía, Oda (1927-1928), Un Río, Un Amor (1929); Los placeres prohibidos
(1931). Además, todos ellos (publicados o no) están incluidos en su firme proyecto de
en diversas revistas con poemas y textos ensayísticos. Además, ha sido incluido por
Gerardo Diego en sus dos antologías: Poesía española. Antología 1915-1931 (1932) y
27 en cuanto tal. Por lo tanto, lo vemos incluido en la plana mayor de la generación, junto
con Salinas, Guillén, Diego, Aleixandre, García Lorca, Alonso, Prados, Alberti y
en pleno desarrollo. Incluso José Teruel (2013) indica que la publicación de Donde habite
el olvido, en cierto modo, “`cimentó´ su `lugar entre los autores de su generación, con
Deseo, en 1936, cuya recepción fue muy buena en principio, pero la difusión fue truncada
12
Si no se toman en cuenta ambas versiones y sus contextos de escritura para analizar el texto, es posible
caer en conclusiones apresuradas y relacionar, por ejemplo, como Jiménez Millán (2004), fragmentos de la
segunda versión con la iniciativa de Cernuda de participar de las Misiones Pedagógicas, que están alejadas no
sólo en tiempo y espacio del Cernuda del 41, sino también en apreciación política y social: “[`Palabras antes
de una lectura´] revela el núcleo de la escritura cernudiana, el contraste entre realidad y deseo: `El instinto
poético…´ Lo que más cuenta en ese momento para Cernuda es la tragedia del poeta, su destino sellado por
la fatalidad (así es como recupera a Hölderlin) y sin embargo no deja de comprometerse con determinadas
iniciativas culturales del periodo republicano. Su colaboración con el Patronato de las Misiones Pedagógicas
queda reflejada en prosas como `Soledades de España. Con el Museo del Pueblo´” (52-53).
139
por el inicio de la Guerra. Sin embargo, ese mismo año recibe un homenaje de sus
compañeros de generación, organizado por García Lorca, para celebrar la publicación del
libro. Dos años después de este reconocimiento generacional, Cernuda inicia su exilio
definitivo, que lo mantendrá cada vez más distanciado de sus contemporáneos españoles,
muchos también exiliados. Por eso, en 1941, está ya instalado en el Reino Unido (entre la
perspectiva y la situación del poeta han cambiado. Es por eso que cada versión de PAL
Si bien diferirá en cada caso según la posición del poeta en el panorama literario,
veremos que en ambos textos la figura construida es la de un poeta solitario (de fuertes
figuración ya iniciada en sus primeros textos. Es por ello que las dos primeras frases del
texto permanecen sin cambios sustanciales en ambas versiones: “Puedo decir que por
primera vez en mi vida arriesgo un contacto directo con el público. La sensación para mí es
extraña, ya que generalmente el poeta no puede suponer que le escucha un público” (II,
601; Cf. 850). Este comienzo establece las posiciones o roles en la escenografía literaria.
Por un lado, afirma la condición solitaria del poeta en su quehacer y con ello, se predica a
sí mismo como tal; por otro lado, y en relación directa con ello, habla de la “extrañeza” de
estar ante un público y de un cierto “peligro” que implica ese contacto (idea reforzada por
140
el uso del verbo “arriesgar”) (II, 601; 850). 13 La segunda versión hace foco, además, en esa
soledad como condición para el ejercicio poético. “El poeta habla a solas, o con alguien
que apenas existe en la realidad exterior” (II, 601). Se establece ya aquí una tensión
conflictiva entre el yo y los otros (el público, los lectores, los colegas, etc.). 14
comunicativa, es decir, para qué arriesgar este contacto directo con el público. En la
indispensable como prólogo de la lectura” (850). Así considera fundamental sus aportes
como creador de los versos que se leerán a continuación. 15 En la versión de 1941, a este
primera instancia, justifica la escritura de este texto conjeturando una falta propia respecto
textos autopoéticos: “Quizá porque crea cómo la deficiencia mía pudo no expresar en ellos
cuanto yo pretendía”. Pero en un segundo momento, esa deficiencia podría no ser propia,
sino de los otros: “o porque crea que la deficiencia de otros puede no ver en ellos cuanto yo
he puesto” (601). Así el sujeto elabora para sí un ethos doble: el aparentemente humilde,
13
En ambas versiones, introduce el término “minoría” como término ajeno, para caracterizar al conjunto de
lectores de poesía: “el público se ha reducido tanto que han llegado a llamarle minoría…” (II, 850; 601).
Utiliza de este modo un sustantivo de clara raíz juanramoniana. Esta minoría se verá adjetivada de modo
complaciente al final del texto de la segunda versión: “un auditorio reducido y de buena voluntad” (II, 606),
con un claro gesto teñido de la captatio benevolentiae. Esta minoría inicial se opondrá, luego, a las
expresiones con las que introducirá ciertas distinciones en el conjunto de la humanidad, sobre todo en
aquellos cuyas inquietudes o existencias se encuentran totalmente alejadas de la realidad del poeta.
14
Harold Bloom considera que los comentarios de esa lectura son “herméticos y escritos para sí mismo” y
que “deben de haber desconcertado a su auditorio” (Valender 2002a: 25).
15
Este convencimiento va a desaparecer luego, como vemos en la cita correspondiente al esquema de una
charla que ofreció en el King´s College de Londres, en 1946, que ya consignamos antes: “Todo lo dicho son
observaciones posteriores o al margen de mi trabajo… (III, 773)”
141
aunque sea fragmentariamente, proyecta una figura de autor preocupado por el rumbo
advertido y que se intensifica ante el rechazo y la incomprensión que percibe por parte de
público futuro que logre interpretarlo “correctamente”, 16 de acuerdo con sus indicaciones.
epígrafe de Nerval que lo precede: “He escrito mis primeros versos con entusiasmo de
juventud, los segundos por amor, los últimos por desesperación” (850). Esta mención del
futuro volumen, que reúne sus colecciones de poemas escritos hasta el momento, así como
la justificación de la cita de Nerval presentan un sujeto que debe dar cuenta de su trabajo y
exponer aquello que ha producido (aunque todavía esté inédito), uniendo, además, su
propone un modo de leer sus versos, signado por el vitalismo estético que distingue su
concepción del quehacer poético en esta etapa: “es tan difícil que un poeta pierda el
pues para 1941 ya se habrán publicado dos ediciones (1936 y 1940), por lo tanto, no es
16
Aquí hay que estar atentos a no caer en las trampas del poeta (no sólo en el caso de Cernuda, sino en el de
cualquiera) y evitar tomar como verdades inconmovibles ciertas afirmaciones presentes en los textos que
pretenden no tanto explicar la propia poética, sino posicionarse estratégicamente. Contra esto nos advierte
Jiménez Heffernan (2004): “Los ingleses llaman arenque rojo (red herring) a la pista falsa […] El máximo
responsable de esta profusión de arenques cárdenos, cuya demografía hodierna hace sospechar un
crecimiento exponencial, fue el propio Cernuda” (105). En la cita de “Palabras…”, el poeta propone
implícitamente utilizar los textos de corte autopoético para explicar aquello que se encuentra escondido en
los versos, siendo consciente de que la interpretación que pudiera ser obtenida por los lectores a partir de una
inferencia, no siempre coincide con los resultados previstos por el autor y por ello, aparece la necesidad de
explicitarlos. Es nuestra tarea evitar caer en esa trampa. Además, recordemos que unos años antes, en el texto
de la conferencia en el King´s College había renegado de este modo de interpretar una obra: “No intento
explicar mis versos. La poesía no se explica, y quien descomponiendo los elementos del poema trata de
explicarla, destruye el poema” (III, 773).
142
al poeta posterior a 1940, más maduro y cuya poética ha tomado otros rumbos.
Por otro lado, la imagen de poeta que se proyecta en ambos textos se encuentra
atravesada por dos luchas, que ya mencionamos: una externa, basada en el conflicto con la
sociedad que lo rodea; y otra interna, entre lo que desea y lo que realmente puede hacer. 17
altamente crítica (603; 851), como fruto de su contacto con el romanticismo y luego con el
surrealismo. Esta sociedad moderna se asimila a una prisión (una “férrea jaula”, había
dicho en 1932 [III, 53]), pues limita a los hombres y les quita la libertad, dando la
(imagen de fuerte ascendencia surrealista). Por eso, la figura principal de este orden será el
favor de la soledad del poeta y de su condición de apartado, pues es el medio social el que
lo expulsa al pretender atarlo; pero también, establece su propia posición como poeta, en
contra tanto de la sociedad burguesa y capitalista que le repugna (HL, 637) como del
medio literario (que plantea otras formas de atadura) del que reniega. 18
Ante esto, Cernuda se preguntará sobre la potestad del artista: “¿qué puede el poeta por
romántica del término), que a diferencia de los otros hombres que aceptan la limitación de
su libertad, “choca innumerables veces contra los muros de su prisión”, es decir, no acepta
las limitaciones del orden exterior, aun cuando no pueda liberarse de ellas y esto le
17
Como veremos, la concepción de la relación del poeta con el mundo exterior y consigo mismo está
fuertemente atravesada por la lectura del Hyperion de Hölderlin, que en cierto modo, sigue las teorías de
Schelling y Hegel. Sabemos que Cernuda había leído esta obra y lo había impactado, ya que la menciona
entre las vidas dignas de recordar en su “[Poética]” de 1934 (III, 64). Abrams (1992) advierte que la idea
central de la obra de Hölderlin es la “caída desde la unidad paradisíaca del ser hasta la división y el conflicto
entre la persona y el mundo exterior, que resulta haber sido una partida necesaria por el que camino que lleva
a una reunión más alta con la naturaleza enajenada” (230). Esta nostalgia de la unidad inicial y la pretensión
de regresar a ella es uno de los presupuestos teóricos de la obra cernudiana.
18
La conjunción de lo social y lo literario como objeto de su repugnancia se ve en HL donde afirma que le
repele el fondo burgués que adivina en otros poetas de su generación (637).
143
observamos en sus textos iniciales, es lo propio del pensamiento cernudiano y aquello que
Ahora bien, esta condición represiva de la sociedad que constriñe la satisfacción del
deseo del poeta se conjuga con otra lucha aún peor, la de su constitución interior, regida
por la acción de un poder oscuro, indefinido, vasto, que maneja los destinos de los hombres
segunda, 19 elemento que ya había aparecido en los textos previos a 1940. Este poder es el
que impulsa al poeta a actuar, incluso en una situación social que le es adversa, pero ¿qué
papel le corresponde? En la versión de 1935, Cernuda asegura que el poeta “intenta fijar el
espectáculo transitorio que perciben su cuerpo y su espíritu” (851). 20 Sin embargo, para el
poeta este afán nunca se satisface, por eso, el misterio del mundo, esa raíz incógnita que
intuye, le resulta inefable: “si me preguntaseis más sobre ese poder, nada más podría
sido la causa de “la trágica vida de los grandes poetas”, como Goethe o Hölderlin,
arrastrados a su propia destrucción. De este modo, al reconocer que él mismo intuye este
poder oscuro, se sitúa en la misma línea de estos que llama “grandes poetas”, que
funcionan para él como ejemplos del verdadero artista, dispuestos a sacrificarse en aras de
19
La noción de poder daimónico la toma Cernuda de Hölderlin y la completa con algunas ideas sobre “lo
demoníaco” de Goethe (Harris 1992: 103). Por otro lado, la noción de “daimon” proviene de la filosofía
platónica, quien utiliza el término en tres sentidos, a lo largo de su obra: 1. cada alma debe encontrarse con su
daimon en el trance de elegir el propio destino (Libro X de La República); 2. el daimon es un genio divino,
don de la divinidad, una parte del alma del hombre a la que hay que mantener en buen estado a través del
ejercicio del amor a la ciencia y a la verdad (Timeo 90ad); 3. el daimon es una guía del alma hacia el Hades,
en un terreno oscuro, lleno de bifurcaciones (Fedón 107ad y ss) (Cf. Peñalver Gomez 1986: 256-257).
20
La figura que simbolizará esta cuestión será la de Satán, mediada por un grabado de Blake al que Cernuda
interpreta en función de una historia sobre un teólogo musulmán: “Satán ha sido condenado a enamorarse de
las cosas que pasan y por eso llora; llora la pérdida y la destrucción de la hermosura” (852). Y esta paradoja
entre la hermosura del mundo y la imposibilidad de fijarla generará en el mismo texto, una sucesión de
términos opuestos en tensión irresoluble, como bien-mal, tristeza alegría, armonía superior-pobres y
lánguidos deseos, Jesús-Judas (852).
144
En la primera versión, estos postulados sobre la condición del poeta se presentan con un
tinte más fatalista y con un estilo similar al de sus primeros textos, por el cual la lógica
racional cede su lugar a una sucesión fluida de afirmaciones, atravesada por el ritmo de las
de términos que denotan indefinición, incertidumbre, oscuridad, oposición. 21 Esto hace que
la imagen configurada tenga una tendencia prometeica, de aquél que se enfrenta al poder
que lo constriñe, convencido de lo que hace y dispuesto a llegar al final, aunque eso
reflexivo y consistente. Esto se observa, por ejemplo, en la inclusión de una pregunta que
no había planteado en 1935: “¿cuál es el propósito del poeta?” Preguntarse por el propósito
de algo o de alguien implica llevar a cabo una operación de tipo filosófica más reposada,
que pretende encontrar asideros más firmes para sus convicciones y que el sujeto del
El pedido de permiso al público para hablar de su experiencia propia, así como el reparo
de atribuirse la condición de poeta que observamos en esta cita es una constante en los
textos ensayísticos de Cernuda. Sin embargo, podemos identificar esta actitud con uno de
los recursos para alcanzar la indulgencia de su público, propios de la retórica, más que con
21
Incluso en el último párrafo del texto de 1935, el sujeto afirma: “No era mi intención dar una definición
sobre la poesía sino abrir al oyente su atmósfera fatal y misteriosa” (852). Con esta advertencia final, estaría
previendo un posible reproche del auditorio por una intervención indefinida y nebulosa, justificándose.
145
La visión del mundo que presenta en esta versión será similar a la anterior, pero lo que
alcanzará en este texto es una reflexión más coherente y detenida de la función del poeta,
Cernuda, de aquí en adelante: la de “instinto poético”, como una especie de corriente que
le llega desde fuera de su voluntad, sobre lo que él no tiene dominio, que lo excede y lo
reclama desde el exterior de su conciencia (II, 602). Él sólo puede percibirlo y adecuarse a
ello, asumiéndolo como una misión, a la cual deberá dedicar fatalmente su vida, aunque
experiencia presenta respecto de filósofos y poetas que admira y “con los cuales concluyo
(602). Esto abona lo que ya dijimos: la coincidencia con sus maestros y precursores no es
realidad y deseo, en cuyo conflicto radica, según él, “la esencial del problema poético”: “el
conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad”, basado principalmente en las
ideas de Fichte. Ésta será la base sobre la cual el sujeto de esta nueva versión establecerá la
función del poeta como un revolucionario en la sociedad moderna, arrastrado también por
¿En qué consiste este poder? Confieso mi recelo a las definiciones, porque el tiempo
se encarga de que nuestro pensamiento sobrepase las definiciones que hicimos.
Además, ese poder daimónico al que aludo está estrechamente unido a mis creencias
poéticas, y ni lo daimónico ni lo poético pueden definirse. Pero voy a precisar algo
más en este punto, por lo que a mis creencias poéticas atañe (604).
Esta cita nos recuerda los problemas que la versión anterior presenta al momento de
pretender explicar qué significa este poder tan indefinido y vasto, que envuelve no sólo la
vida del poeta, sino la de todos los hombres, pues “maneja nuestros destinos” (604), y que
146
es la base del credo poético cernudiano, de tal forma que el poeta ha reemplazado con él la
idea del Dios cristiano en su escala axiológica. 22 Este poder daimónico posee mayor
presencia porque permite entender, en cierto modo, el significado de nuestra vida, pero
también advertir el sentido de la poesía: “Todo nos es preciso y necesario, porque en todo
vibra un eco de la poesía, y ella no es sino expresión de esa oscura fuerza daimónica que
rige el mundo” (605). La poesía, entonces, no nacería en el poeta, sino que éste sólo
debería descubrirla, seguir el don lírico que habita en él, aunque esto lo arrastre a su propia
ruina (como sucedió con Goethe y Hölderlin, o incluso con Moisés al enfrentarse con la
Por otro lado, la cita presenta también una procedimiento discursivo frecuente en
que limitan sus dichos a su experiencia personal: “yo por lo menos así lo creo” (603); “mi
recelo a las definiciones”; “por lo que a mis creencias poéticas atañe” (604). 24 Todas estas
expresiones que constriñen lo expresado a su propio modo de ver las cosas, no resultan
distanciamiento respecto del común de los hombres, que recorre la obra cernudiana y que
seguramente se inicia con la mala recepción de su primer poemario; por otro lado, generan
su actitud existencial signada por el escepticismo, tal como responde a Roa Bastos en una
22
Así, distraídamente, entre referencias sufíes y griegas, propone una primera definición de poesía: “Gracias
a ella lo sobrenatural y lo humano se unen en bodas espirituales, engendrando celeste criaturas, como en los
mitos griegos del amor de un dios hacia un mortal nacieron seres semi-divinos” (604). En esta multiplicidad
de referencias, desde el surrealismo al romanticismo pasando por los mitos griegos, para Octavio Paz,
“Cernuda recobra su doble herencia de poeta y español: la tradición europea, el saber y el sabor del mediodía
mediterráneo” (177-178). Esta será una característica también de la obra valentiana.
23
Esta fuerza misteriosa y destructiva que, para Cernuda, experimentan tanto Goethe como Hölderlin y
también Moisés enfrentado a la zarza como imagen de Dios, parece un poco excesiva en relación con el resto
de la teoría poética cernudiana, que si bien se mantiene en esa línea de incertidumbre respecto de la vocación
poética y la naturaleza del poeta, no la traspasa. Sin embargo, nos permite ver en el precursor la figura del
heredero, pues la idea del fuego, de la destrucción, del nombre o la imagen de Dios, serán todos temas que
aparecerán reiteradamente en la teoría estética que veremos emerger del estudio de los textos de José Ángel
Valente en la tercera parte de nuestro trabajo.
24
Cuando una definición se le presenta como insoslayable, así lo expresa: “Aquí la definición es inevitable y
se nos presenta casi fatalmente: la poesía fija la belleza efímera” (604).
147
entrevista: “Me invita usted a dogmatizar, cosa para un escéptico no muy atractiva”, III
795). Estos tres puntos reafirman la condición solitaria de un sujeto que, tal como sostiene
Octavio Paz, no se siente “maldito” (porque esto implicaría consagrar la autoridad que lo
aislamiento que reclama el poeta para sí, no será una torre de marfil, sino “un trampolín
Hacia el final del texto, el poeta se atreve (a diferencia de la primera versión) a referir
auditorio, para generar cierta “simpatía honda y recatada” hacia sus versos. De este modo,
el ethos autoral constituido en el texto busca congraciarse con sus receptores una y otra
vez. Lejos del tono magisterial y el discurso argumentativo que veremos en Valente, el
sujeto cernudiano de estos textos no afirma nada sin considerar, al mismo tiempo, el efecto
posible de sus posiciones. La pregunta sobre qué respuesta puede esperar el poeta en este
mundo es negativa: “yo respondería que ninguna, o si alguna, tan poco firme que de nada
le sirve” (606). Para Harold Bloom, esta negatividad es tan profunda “que sólo Nietzsche o
Leopardi pueden rivalizar con ella” (Valender 2002a: 26). Esto y el cierre abrupto del
texto: “Y aquí digo: basta. Acaso estas palabras no hayan sido sino un tanteo en las
creencia de la poesía, pero desde una perspectiva más bien nihilista y trágica. En esta
segunda versión, por lo tanto, el sujeto que emerge del texto (un texto reescrito, en este
caso, para ser incluido en un volumen de prosa, junto a otros textos de reflexión poética),
de modo prudente, se atribuye el rol de poeta de modo que su reflexión teórica se sustenta
en su propia praxis poética. El sujeto es más reflexivo; sus ideas conforman un tejido
fundamentado.
148
otro texto autopoético: “El Crítico, el Amigo, el Poeta. Diálogo ejemplar” (607-624).
y la escena final del texto (que encuentra sus coordenadas en la realidad), fue suscitado por
publicado en New York, en 1948. En esta especie de manual, la valoración de Cernuda por
parte de Del Río, fue, sin duda, causa de gran malestar para el poeta: “Luis Cernuda es
poeta de tipo intelectual, muy influido por Guillén en sus comienzos, pero en el cual el
intelectualismo se complica con un fondo romántico” (citado en II, 853). Esta afirmación
vaga y superficial desatará las furias del poeta sevillano, quien en esta entrevista apócrifa
que analizaremos, atacará, con virulencia y sarcasmo, a la persona de Ángel del Río como
crítico, y en él, a todos los críticos españoles que caracteriza peyorativamente como
“eruditos”.
texto nunca existió, sí podríamos hablar de una referencialidad indirecta, en cuanto que
nos empuja a conectar estrechamente la situación ficcional con la real o histórica a través
comentarios críticos, etc.; también el juego que establece Cernuda entre el nombre de su
personaje del Crítico A. Del Arroyo y el del crítico real Ángel Del Río (en clara
25
En consonancia con ello, en una carta dirigida a Philip Silver, fechada el 9 de enero de 1961, Cernuda
aclara: “No estimo mal a los críticos, sino a los analfabetos que se meten a hablar de lo que no saben, como
mi personaje en el diálogo a que alude usted. ¿Sabe usted que tuvo en realidad un modelo? A. del Arroyo es
lo mismo que A[ngel] del Río, individuo a quien no conozco y usted sí conocerá; las palabras que cito en la
conclusión de mi diálogo están calcadas sobre las que ese individuo escribe sobre mí en una Historia de la
Lit. Esp. (?). El dato no es secreto ni mucho menos, y celebraría que fuera publicado, con mi nombre como
fuente informativa del mismo” (Valender 2003: 892; carta n° 887).
149
Española; finalmente, la cita del libro también presenta unas leves variaciones lexicales
por Guillén, aunque su intelectualismo se complica con un escenario romántico” (II, 624;
el destacado es nuestro para resaltar las diferencias con la cita original). Es un texto
ineludible no sólo para reconstruir la figura de Cernuda como poeta, sino también y
desprecia y en relación con la polémica permanente que establece con el campo literario
manifiesto la mediocridad de toda la crítica española; cosa que en una entrevista real, no
hubiera sido tan fácil de demostrar. En segundo lugar, la particularidad de este texto se da
en los dos personajes: el Amigo (quien también asume el rol de narrador) y el Crítico, que
así en el alter ego del poeta: “Mi amistad con Cernuda me permite hablar de él como de
otro yo” (619), pero el efecto es mucho más rotundo, pues este desdoblamiento produce un
tanto sufrimiento llegue en algún momento, imagen que había empezado a delinear en los
textos anteriores. Por eso, uno de los ejes del diálogo es su leyenda (ya mencionada),
constituida por el prejuicio de ser una “persona de acceso difícil”, de trato frío y
desagradable.
150
centrada sobre todo en la interpretación del primer poemario de Cernuda, Perfil del Aire y
en probar la ausencia de influencia de la obra de Guillén sobre éste (sobre lo que en los
próximos capítulos nos explayaremos). Otro de los puntos destacables de esta autopoética
en relación con la figura de poeta es la presentación del Cernuda juvenil como poeta atento
Stephane Mallarmé y Pierre Reverdy. Incluso en unas cuartillas eliminadas también remite
(854). Por lo tanto, es presentado como un poeta que, ya desde su juventud, está abierto a
la literatura universal, característica que el Cernuda maduro que escribe en 1948 (y luego
también en HL), se encargará de ostentar, pues éste es otro de los rasgos sobre los que se
sustentará su diferencia radical respecto de sus colegas españoles. Todo esto abonará una
definitiva, sugieren una superioridad del poeta y un desprecio de los otros. Esto se plasma
claramente en una frase del texto que utilizamos de epígrafe de esta sección y que
darse aquí, como la otra cara de la moneda del aislamiento y la incomprensión. Y en este
caso, es una virtud que destaca la excepcionalidad del poeta, frente a los críticos que
funcionan como una masa indiferenciada que repite siempre lo mismo. Esta “manada”, a la
que él denomina “crítica erudita”, permanece en el texto no sólo como una instancia de
contraposición respecto del poeta, sino también como la instigadora principal de éste,
La condición excepcional y solitaria del poeta, que le vale la marginación por parte de
Fue publicada por primera vez en 1958, en la revista México en la Cultura. 26 Para esta
fecha, Cernuda se encuentra instalado en México desde hace seis años. Es un colaborador
en América. En 1947, la editorial Losada publica en Buenos Aires una versión pirata de
Como quien espera el alba (mencionada en HL); en noviembre, recibe un ejemplar, que
sólo lo mortifica por las erratas que presenta: “ante una de las exageraciones y manías de
quien se sintió siempre perseguido por el olvido y el menosprecio” (Teruel 2013: 56). Ha
sido objeto de un homenaje por parte de la revista Cántico (1955), 27 lo cual lo sitúa si no
en el centro, por lo menos, en un lugar destacado del campo literario español, a pesar de la
distancia. Entre 1957 y 1958, publica dos de sus libros de crítica más importantes: Estudios
edición del primero, debió suprimir ciertos capítulos que provocaron escándalos al
publicarlos en revistas (Cf. I, 43). El segundo, si bien según Jiménez Heffernan (1998) o
Maristany (1994: 41) no alcanza el nivel de análisis al que Cernuda nos tiene
26
A partir de las circunstancias de su publicación, podemos observar la conflictiva relación que Cernuda
establecía con los espacios literarios o culturales en los que se insertaba, gracias a una personalidad que
podríamos caracterizar como “muy susceptible a las opiniones del entorno”, tal como indican Harris y
Maristany en las notas, al explicar que la última parte de este texto (que se publicó por entregas) no llegó a
salir en dicha revista al parecer por “un incidente ofensivo para la persona de Cernuda provocado por algunos
miembros de la redacción del periódico, lo cual explicaría que, a partir de ese momento, cesase su
colaboración en él” (II, 855).
27
Aun cuando fue un homenaje que no lo satisfizo, como veremos en el capítulo 3.
152
Heffernan 1998: 294), pues da cuenta del grado de influencia que la lírica inglesa tuvo en
Emmanuel Carballo (de México en la cultura), que serán la base de este ensayo
analizaremos a continuación). Todos estos datos nos indican que, para el momento en que
Cernuda produce este texto, es un poeta reconocido; si bien ha sido cuestionado e incluso
ámbitos literarios donde su obra es conocida. De este modo, es un poeta maduro y con
(tal como lo presenta Jenaro Talens en su tesis doctoral [1975]). Esto es un punto
sujeto que emerge del texto se construye en relación estrecha con aquél, tal como el mismo
Cernuda afirma:
Debemos tener en cuenta, además, que volver al pasado desde la madurez resulta siempre
(y gracias a los mecanismos de la memoria) una construcción que, en este caso, se centra
en el quehacer poético y, por lo tanto, arma una imagen de poeta funcional a los intereses e
intenciones del Cernuda maduro al cual nos referimos (no ya de “los Cernudas” niño,
153
adolescente o joven que se vayan cuajando y luego desintegrando a lo largo del relato). En
este sentido, Jiménez Millán define HL como “una mirada crítica sobre su propia obra y las
condiciones históricas en las que fue surgiendo” (2004: 27). Por lo tanto, la perspectiva
afirma Teruel, “situado en un indefinible más allá, donde fuera posible sopesar las
reacciones de los demás ante sus propias confesiones” (22). Pero la escritura de este relato
se sostiene, además, en un afán por vincularse con las prácticas del grupo de los poetas
rasgos similares: Biographia Literaria (1815), en el cual, según indicaciones del mismo
Cernuda, es posible encontrar “el cuerpo principal de las mismas [sus ideas poéticas]” (II,
Veamos que lo que hace Cernuda en HL es justamente esto: exponer sus ideas poéticas
relato biográfico para dar un hilo a la obra” (1). Por eso, es necesario situarlo en el
construir una imagen de poeta que, por un lado, responda a la leyenda que impregnaba el
campo literario; y por otro, deje una línea clara de cómo leer su poesía 28
En efecto, si bien la mayor parte de la crítica utiliza este texto como marco de referencia
para estudiar la poesía cernudiana, aludiendo a diferentes fragmentos para explicar tanto la
obra como la vida del sevillano, sostenemos que es ineludible la tarea de contextualizar y
28
Teruel alega a favor de esta hipótesis que “las diferencias que arrojan `Historial de un libro´ y su
Epistolario con respecto a la identidad del poeta son evidentes. En el ensayo autobiográfico prevalece su yo
más literario; en cambio, en su correspondencia el lector se encontrará con alguien `invadido de manías
persecutorias, orgulloso y cominero hasta la exageración´ (Mainer 2002: 182)” (117).
154
Debo excusarme, al comenzar la historia del acontecer personal que se halla tras los
versos de La Realidad y el Deseo, por tener que referir, juntamente con las
experiencias del poeta que creó aquéllos, algunos hechos de la vida del hombre que
sufriera éstas. No siempre será aparente la conexión entre unos y otras, y al lector
corresponde establecerla, si cree que vale la pena y quiere tomarse la molestia (625).
Este inicio nos otorga algunas claves de lectura. En primer lugar, observamos la
acusación por parte de los otros (lectores y colegas), excusándose por sus elecciones
poéticas y vitales que a éste pueden parecerle erradas. Por otro lado, se plantea también
una problemática que lo desvela: la relación entre el poeta que crea y el hombre que vive.
Al escribir esta excusa, está pensando seguramente en la sentencia de T.S. Eliot según la
cual “cuanto más perfecto el artista, más completamente separados estarán en él el hombre
que la sufre y la mente que crea” (18). 29 Cernuda utiliza casi las mismas palabras para
referirse a este fenómeno. Temiendo el haberse salteado esta máxima, no duda en advertir
su posible error tanto al principio (625) como al final del ensayo (660). Incluso en
Variaciones sobre tema mexicano (1952) ya había aludido a esta misma dificultad en
29
Esta sentencia forma parte de la “teoría impersonal de la poesía”, que Eliot desarrolla en la segunda parte
de su ensayo: “La tradición y el talento individual” (1947), donde se dedicará a establecer los vínculos entre
este proceso de despersonalización que considera fundamental y el sentido de la tradición, tal como él la
entiende. Concibe a la poesía como el “conjunto viviente de toda la poesía que haya sido escrita” y al artista
como un “catalizador”, en el sentido de que obra sobre la experiencia del hombre mismo, pero la perfección
del artista se logra cuando la separación entre el hombre que sufre y la mente que crea es más completa (18).
30
Estas advertencias son útiles al momento de analizar La Realidad y el Deseo, evitando caer en la lectura de
esta obra en clave autobiográfica. Cabanilles advierte que las apreciaciones que la definen como “biografía
espiritual” (Paz, Maristany, Silver, Delgado) o “autobiografía espiritual” (Barón) precisa de muchas
matizaciones, las cuales se encarga de indicar a lo largo de su libro. Refuerzan esta advertencia las palabras
del propio Cernuda en “[Presentación a una lectura poética]”, de 1946: “Hallé conveniente a veces, en mis
versos, suponer un ser ficticio, quien colocado en circunstancias determinadas pudiera dar voz a mi propia
experiencia” (III, 770).
155
conviene retener que Cernuda dice esto cuando ya está escribiendo Desolación de la
Quimera (1962), su último libro, y tiene a sus espaldas la mayor parte de su obra
poética. Pienso que Cernuda no se siente seguro de la consistencia estética de su
lenguaje y que esta inseguridad tiene que ver con la impostación realista y, en cierto
modo, `neoclásica´, que adopta principalmente, a partir de Las Nubes (227). 31
Para Gamoneda, Cernuda se habría volcado a los realismos cuando advirtió, como
(227-228). Esto implicaría que en 1958, al escribir HL, Cernuda estaría evaluando su
propia poesía desde su perspectiva de crítico y estaría sufriendo una “reticencia”, causada
por “el exceso de cercanía, es decir, de autobiografía, [que] debe localizarse en el curso
poemático hecho con palabras verosímiles, con expresiones que no perturban las
habría causado una amargura aún mayor. Es posible que estos hayan sido los sentires de
Cernuda y por ello inicia este texto con dos palabras que indican la percepción de una falta:
“Debo excusarme”.
entre ambas instancias: la poética y la existencial. Sin embargo, a lo largo del relato, ambas
estarán tan íntimamente imbricadas que será difícil para el lector elegir si esas
correspondencias son pertinentes o no. Esta frase pareciera ser más un síntoma de esa
31
En este mismo trabajo, anteriormente Gamoneda realiza un aporte en cuanto a la consideración simultánea
del poeta y el crítico: “En términos generales, que incluyen a Cernuda, cabe pensar que el pensamiento
crítico y el pensamiento poético no sean acordes y que cada uno de ellos pueda ser causa en la modificación
del otro […] No es infrecuente que el pensamiento crítico de un creador conduzca, pongamos por caso, a una
racionalización de su escritura y que, en este mismo creador, el pensamiento poético esté, haya estado o vaya
a estar abierto a irracionalismos” (223-224).
32
Se debe tener en cuenta que al hablar de las “significaciones establecidas” de las palabras propias del
realismo, Gamoneda está en plena consonancia con lo que teorizará Valente respecto del lenguaje público,
institucionalizado y su diferencia radical con la palabra poética.
156
Ahora bien, el recorrido del camino que el sevillano pretende plasmar en HL se inicia
con un llamado. Aquella vocación poética que vimos emerger, casi fatalmente, en los
textos anteriores, se manifiesta en tres hitos concretos de la vida del poeta: en la niñez, la
lectura de Bécquer motivada por el traslado de los restos del poeta a Sevilla; la “tentativa
caballo, durante el servicio militar, donde “las cosas se me aparecieron como si las viera
por vez primera” (626). Ugarte (1999) indica que este inicio “señala la separación del
lugar y ha sido aceptada. Una vez establecida la singularidad del poeta, el autor puede
este texto está seguro de haber sido llamado para “servir a la poesía” (633), y por lo tanto,
la incomprensión que padece, la soledad e incluso el martirio, son instancias necesarias que
debe atravesar para cumplir con ese destino poético (según la cita final que toma de
Heráclito: “carácter es destino”). Para ello, da cuenta de las dificultades que tuvo que
atravesar en los diversos lugares donde fue viviendo y con las personas con las que fue
riqueza de su interior y las múltiples influencias y lecturas que abonan su obra y su teoría
este modo, establece una “ficción de origen”, 33 utilizando toda una serie de mecanismos
literarios, entre los que encontramos, como advierte Ugarte, la puesta en escena de un rito
de iniciación que resulta doble: “ha nacido un poeta y ha habido un bautizado y, al mismo
33
En un estudio sobre Macedonio Fernández, Mónica Bueno discurre en torno a la importancia que la escena
del origen de su vocación literaria posee para los escritores: “Construye la ficción de origen que todo escritor
siempre sueña con dar a sus lectores. (No dejamos de encontrar en las autobiografías, en las entrevistas a los
escritores, el relato casi obsesivo de ese principio que se torna emblemático. Pensemos en el sinfín de diarios
juveniles, novelas y cuentos olvidables que los autores consagrados y las editoriales regalan al mundo de
lectores.) `La popularidad y la autobiografía o la confesión biográfica son las dos oportunidades más logradas
de ocultarse, al par de la fiel fotografía´ ironiza Macedonio al respecto”. (2000: 155-156).
157
origen establece un niño/joven, que descubre una vocación poética, frente a la cual no
decisión de ser poeta, de dedicar su vida a la poesía; sino que lo presenta como un
despertar a algo para lo que ya estaba predestinado: “el despertar de la vocación”, “el
camino que yo parecía seguir casi sin iniciativa propia” (625). No elige dedicarse a la
poesía, sino que la poesía lo elige a él (idea que ya había expresado en 1929, III: 16). 34
del término:
forma brillante” (63). Así, tal como indicábamos antes, la memoria selecciona y
Este modo de concebir el quehacer poético resulta totalmente ajeno a la idea de que la
34
En este sentido, Jiménez Millán (2004) afirma que desde la perspectiva de Cernuda “vida y poesía resultan
inseparables” y que “la fatalidad de la escritura como un destino está, incluso, por encima de la voluntad
propia” (27).
158
queda claro al especificar su relación con ella, en línea con las percepciones de otro poeta
Entrevía también que yo servía a algo que, en mí casi, no admitía se le diese devoción
secundaria ni compartida: la poesía. Tenía además horror a lo que el mismo Rimbaud
ha llamado “la mano”, el acomodamiento espiritual a un oficio o profesión, y
comprendía, no sin terror, ya que la sociedad exige tal acomodamiento de los que
deben ganarse la vida, que nunca tendría esa “mano” (633).
Este fragmento colabora en el planteo de una cuestión que se rodea, pero nunca se
aborda, acerca del modo en que para Cernuda se adquiere la categoría de poeta: ¿quién le
otorga esa condición?, ¿la academia, las instituciones, sus pares?; o bien: ¿la posee porque
recepción de su primer poemario, una de las cuestiones que más lo mortifican es recibir
esos ataques que seguramente ponían en duda su condición de poeta, cuando “ya
existencia” (630). Para contrarrestar este contexto inicial adverso, se afana en establecer su
voluntad, casi fatal. A su yo pasado le atribuye verbos que suponen una presencia externa
respecto de la cual se actúa: como percibí, encontré, no sabía; y a los versos o a la poesía
los pone en ese exterior desde el cual apelan al poeta: “dictados por un impulso”, “me
expresiones la mirada del sujeto ensayístico que va revelando el significado de cada hito de
“darme cuenta”, “reconozco”, “comprendo”, etc. Esto implica que entre aquellos impulsos
intelectual y artística del sujeto favorece el aprendizaje del oficio poético y el ejercicio de
la voluntad del poeta. Esto se plasma en el uso de verbos que implican una actividad
consciente y libre del sujeto: querer, aprender, observar, comprender, orientarse, usar,
estudiar, leer, reflexionar, corregir, etc. Este cambio en el paradigma verbal se produce de
159
a poco. La primera vez que utiliza la forma verbal “aprendí” es cuando se refiere a la etapa
de formación de los poemarios surrealistas, poco antes de alcanzar la mitad del relato
(638). A partir de ese momento, la voluntad del poeta tomará protagonismo y la inspiración
cuyas posibilidades las conoce de antemano el poeta como limitadas, en el cual, lo mismo
que en el relámpago, basta un instante de iluminación” (653). Sin embargo, la poesía como
siento y percibo la poesía como una fuerza hostil que actúa sobre mí y sobrellevo unas
veces con gusto, otras con disgusto, no sólo al tratar de expresarla en mis escritos sino
en casi todos los actos de mi vida. Su presencia la reconozco contra mí desde mis años
primeros, y ha dispuesto siempre, a pesar mío, de mi vida (III, 804)
no siempre puede el escritor, ni sabe, ser fiel a sus gustos, y también en poesía, como
en todo, el azar nos conduce en ocasiones, no siempre mal, contra nosotros mismos.
La relectura de mis versos […] constituyó un ejercicio ascético, mortificante de la
vanidad, ya que pocas composiciones parecían concertarse, y aun en éstas el
concertamiento era sólo fragmentario (651).
A medida que avanza el tiempo, lo mortifica cada vez más la percepción de las
discordancias entre su poesía y su poética (tal como lo atormentaban las erratas de las
ediciones de sus libros), lo cual quedaría medianamente salvado (por lo menos en términos
del relato) con la aceptación de que a pesar de que crece la acción voluntaria del poeta,
Este afán de auto-justificación alcanza su propia condición de poeta. Es por eso que uno
de los puntos más fuertes de HL se da en la frase que funciona de epígrafe de esta sección:
“La poesía, el creerme poeta, ha sido mi fuerza, y aunque me haya equivocado en esa
creencia, ya no importa, pues a mi error he debido tantos momentos gozosos” (655). Aun
que Cernuda se considera justificado por la poesía, incluso cuando prevé la posibilidad de
haberse equivocado al actuar de tal manera (o anticipa posibles objeciones a asignarle ese
rótulo). En definitiva, esta cita confirma su acción voluntaria de elegir este camino y
persistir en él. Así, aquella experiencia poética que en el inicio del relato proviene de un
desplazamiento que responde a una convicción interior y personal, a una consciencia más
firme de su condición de poeta, ratificada para ese momento también por el campo
literario:
Esta autofiguración como sujeto dedicado totalmente a la poesía se une a la del poeta
sufriente, víctima de un medio que no lo comprende, que advertimos en otros textos. Pero
y ostenta ahora cierto estoicismo. Por ejemplo, cuando narra su primer contacto con
Salinas, reconoce ser una persona de trato difícil, aunque esconde una riqueza interior:
“por una incapacidad típica mía, la de serme difícil, en el trato con los demás, exteriorizar
lo que llevo dentro, es decir, entrar en comunicación con los otros, aunque algunas veces lo
desee, durante el curso no fui para Salinas sino un alumno más” (627). También uno de sus
mayores disgustos, la mala recepción de Perfil del Aire, será presentado en esta ocasión
“cayeron sobre mí […] las reseñas”, “me dolió”, “me sentí confundido”, “ataques”, “me
mortificó” (628-629). Se suma a esto que por su causa otros también sufrieron: por
“ambiente literario madrileño” [631]). Otro ejemplo de esta marginación que el Cernuda
contacto con el surrealismo: “Un mozo solo, sin ninguno de los apoyos que, gracias a la
hostilidad hacia esa sociedad en medio de la cual vivía como extraño” (632). Aquí justifica
las relaciones necesarias para insertarse socialmente, lo cual actúa en el texto de forma
ambivalente: la causa de ese sentimiento es, por un lado, externa (el funcionamiento
burgués de la sociedad, que no le da cabida); pero por otro también es interna, pues implica
cierto resentimiento de Cernuda frente a esa situación en la cual le toca vivir y que otros no
usa el poema-canción pretendiendo darle una nueva expresión, afirma con resignación:
Estos motivos de padecimiento ya habían sido expresados en otros textos, aunque desde
figura de víctima sufriente; por ejemplo, cuando decide permanecer en París y no volver a
España antes de viajar a Inglaterra, se sincera: “Fue aquella una de las épocas más
Escocia (648); e incluso lo insoportable que le resulta la vida en una sociedad burguesa
hacia la cual siente hostilidad, “en medio de la cual vivía como extraño” (632). Se suma,
además, “otro motivo de descuerdo, aún más hondo, [que] existía en mí” (632), quizá uno
de los más importantes si consideramos al hombre que vive, pero que permanece eludido
En definitiva, esta figura del apartado encuentra su síntesis hacia el final del texto, en
una frase que condensa mucho de lo narrado (y de lo no narrado): “siempre padecí del
sentimiento de hallarme aislado y que la vida estaba más allá de donde yo me encontrara;
162
de ahí el afán constante de partir, de irme a otras tierras” (659). Así, las mudanzas como
modo de ser que define también su quehacer poético. Por eso, HL se constituye
principalmente a partir de las ciudades donde vivió y sus mudanzas, de sus lecturas y de su
escritura. Son estos movimientos (interiores y exteriores) los que justifican su vida y le dan
sentido. Por eso, si bien podemos acordar con Pozuelo (2004) en que el leit motiv del texto
porque constituye una defensa de sus elecciones, de su trayectoria, una especie de triunfo
final en la poesía: podemos hablar de desarraigo respecto del mundo, pero su contracara es
exiliado), sino que se convierte luego en una pose literaria y ética, porque le permitirá, por
materiales diversos; y por otro, mantener una actitud crítica e inconformista con los
Hacia el final, se refiere a la poesía como el último bastión desde donde defender sus
creencias y sus elecciones no sólo estéticas, sino también existenciales: “Yo no me hice, y
sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la mía, que no será mejor ni peor
que la de otros, sino sólo diferente” (659). 35 Así, la figura final del poeta maduro
esta postulación relativista del hombre, que le permita desembarazarse de las convenciones
35
En consonancia con esta afirmación, un año después de la publicación de HL, en 1959, en una carta
enviada a Camilo José Cela, recuerda unos versos de Rubén Darío y los modifica: “Mi memoria de esos dos
versos [«Aquí, junto al mar latino,/ digo la verdad», de Rubén Darío] me jugaba una travesura, ya que no me
decía: «Digo la verdad», sino «Digo mi verdad». El error acaso no fuese del todo inconsciente, porque me
parecía más justa, si no es pedantería corregirle la plana a un gran poeta, la alusión a la verdad relativa y
personal designada por el posesivo, que no a la verdad abstracta y general designada por el artículo” (III,
223).
163
veces criticado por otros como defendido por él (desde su forma peculiar de hacer poesía
Los índices de sujeto que delinean una figura de crítico suelen aparecer en las
autopoéticas, cuando el escritor lleva adelante también este ejercicio. Dado que en la obra
de creación las referencias a ello son exiguas, las autopoéticas ensayísticas resultan un
espacio propicio tanto para establecer los postulados que pretenden guiar el trabajo crítico,
Si volvemos sobre las palabras del epígrafe de este apartado, obtendremos una pista
muy clara acerca de la figura de crítico que Cernuda construye en sus textos. En una
entrevista con Fernández Figueroa (1959), afirma: “Puesto que soy, o me figuro que soy,
que reconoce en sí mismo una “actitud pragmática de poeta-crítico” (II, 809). Siguiendo a
Eliot, 36 el sevillano considera que hay una íntima correlación entre ambas actividades, por
lo que no es posible pensar la labor crítica separada de la de poeta, pues la primera “debe
surgir y es consecuencia, del uso de la poesía” (19). Es decir, para Cernuda, no es posible
pensar en un crítico que no sea poeta (o novelista, dramaturgo, etc.), y en esto continúa en
la línea de Eliot, “quien ya había sugerido que este tipo de crítica es el más genuino en la
36
En “The Frontiers of Criticism”, Eliot definía su crítica como “a by-product of my private poetry-
workshop” (citado por Maristany: 21), aunque Cernuda no explicita este vínculo directo.
164
medida en que es el único que tiene como uno de sus objetivos «crear poesía»” (Maristany
1994: 21). De este modo, establece una frontera infranqueable entre los escritores que
eliotianos, Cernuda propone, entonces, un nuevo modo de hacer crítica, según el cual el
crítico no tiene que descubrir nada nuevo, “sino que proponía temas para dialogar,
entendiendo que, hasta cierto punto, el lector era una parte fundamental en el proceso de
escritura. Creo que por primera vez había una especie de inversión del dispositivo (un poco
quien Cernuda detesta y hostiga cada vez que tiene oportunidad; y el Amigo, quien expone
lo temático sino en las operatorias realizadas. Para construir esta figura del “crítico
profesional” o “erudito”, el texto está plagado de ironías y guiños al lector, así como de
comentarios sarcásticos. Por ejemplo, el primer párrafo de este diálogo ejemplar no sólo
describe el marco de la acción, sino que también plantea la relación entre ambos
personajes:
interpretación, “quien así llama […] debe ser persona de autoridad”, se convierte en una
ironía, al leer la totalidad del texto y la consideración que Cernuda tiene de esta clase de
a este señor que está a la puerta en un inadaptado social que no advierte los modos
adecuados del trato. Para tratarse de un crítico, estas primeras notas negativas no son
165
menores. A continuación, se inicia el diálogo cuyo núcleo temático será la valoración del
guilleniana en él. Lo peculiar de esta entrevista son las posiciones que asume cada
luces), nos remite una y otra vez al tono y las palabras del propio Cernuda: “Detesto las
conclusiones. A usted [al crítico] es a quien le toca concluir” (615). Por otro lado, el
Crítico, que intenta obtener un juicio simple y definitivo sobre el poemario del sevillano
tengo mi dudas. Pero estamos aquí los dos solos; ¿por qué no dice lo que opina?” (609); o
también: “No deseo sino algunos datos, aunque sean incompletos” (614).
Mientras hablan, el Amigo va deslizando las razones para negar la influencia de Guillén
en Perfil del Aire, aunque “con algunos blancos argumentativos”, como afirma Granata
del crítico profesional (o erudito)”, que nos servirá para entender cuál es la figura de crítico
que Cernuda repudia: 1. Opinar sobre un escritor es repetir lo que otros dijeron: “Opinar
acerca de un escritor clásico es cosa fácil […] Hay un estado de opinión, un terreno sólido
[…] No hay sino repetir lo que otros dijeron […] Con ligeras variantes” (El Crítico, 608);
obras acerca de las cuales la opinión será bien diferente al cabo de algún tiempo?” (608); 3.
Se puede obviar la instancia de lectura de la obra criticada: “No hace falta leer un libro
37
Dice Granata: “[Las razones] dejan sin resolver cómo la crítica pudo hablar de la influencia de Guillén si
no se conocía su obra, como pretende Cernuda. Es cierto que Cántico apareció un año después que Perfil del
aire, pero también es cierto que Guillén era conocido como poeta mucho antes de que se publicara Cántico”
(67). La autora afirma que, más allá de los esfuerzos de Cernuda por demostrar lo contrario, la influencia de
Guillén es clara en Perfil del Aire, sobre todo en lo que se refiere a temas y métrica (66).
166
para hablar de él” (El Crítico, 609); 4. Es importante atenerse a la crítica “oficial” para que
lo dicho sea reconocido: “Recuerde que se trata de un concurso oficial. Varias veces me
establecido” (El Crítico, 610); 5. Las obras deben considerarse sólo en el momento de su
publicación: “Entre nosotros las obras literarias no tienen sino actualidad; quiero decir que
sólo interesan, cuando interesan, una vez, que es a su aparición. Luego pasan a manos de
los eruditos, quienes las embalsaman y sepultan en sus bibliotecas” (El Crítico, 610); 6. La
unidad temática y expresiva de una obra no importan: “[La unidad temática y expresiva del
libro] es una cuestión demasiado sutil para que interese a nadie” (El Crítico, 611); 7. No
hay que leer lo que otros han estudiado o escrito sobre una obra: “No me siento inclinado a
escudriñar bibliotecas, y a través de publicaciones viejas que nadie recuerda ahora” (El
Crítico, 614); 8. Las conclusiones pueden presentar falta de lógica: “Veo que no siente
empacho en asentir a una proposición lógica, cosa que le diferencia de la mayoría de sus
compañeros en crítica” (El Amigo, 611); 9. No hace falta leer poetas extranjeros: “Un
crítico español para considerarse como tal, no necesita leer a todo poeta extranjero”. (El
poeta compatriota nuestro, a conocer todas sus concomitancias extranjeras” (El Crítico,
619).
Esta descripción de los modos profesionales de hacer crítica que Cernuda desdeña con
ironía resultan la contrapartida de la función y los modos que, según él, debe ostentar un
buen ejercicio crítico y que él mismo practicará en CAP respecto de su propio poemario,
con el fin de argumentar en contra de la opinión generalizada que lo caracterizó como una
imitación de Cántico, de Guillén. Para él, la crítica consiste en determinar el valor de una
obra y para ello, “pretende examinar[la] sin prejuicios, sin ideas preconcebidas; de ahí su
167
carácter desmitificador e independiente” (Utrera Mocha 2002: 529). 38 Por otro lado, su
autoafirmación “a veces más por rechazo que por adhesión”, la “marcada rareza en España
establecido que veíamos en sus primeras prosas serán las bases de su ejercicio crítico y
Esta propuesta cernudiana rehúye, por tanto, las aseveraciones absolutas, siempre y
cuando sea posible (muy propio de Cernuda, como vimos); indaga en las circunstancias
históricas de la enunciación; tiene en cuenta no sólo la obra del escritor analizado, sino
también los múltiples factores que se cruzan cuando el nacimiento de esa obra tiene lugar
en el tiempo. Así lo afirma en conversaciones con Fernández Figueroa: “…lo que como
crítico trato de hacer, que es reunir y exponer los elementos que estimo decisivos en la
obra del autor comentado, dejando lo del juicio a cuenta del lector” (II, 809). Por eso, el
conocimiento del contexto literario, ideológico, histórico en el que se inserta una obra
también es fundamental para Cernuda. Él mismo atiende este postulado no sólo en sus
textos críticos, sino también en las entrevistas, durante las cuales se rehusa a opinar sobre
aquello que no conoce; por ejemplo, cuando Augusto Roa Bastos le pregunta: “¿Qué opina
usted sobre la poesía actual en Gran Bretaña?” (III, 794), Cernuda afirma: “Apenas la
pregunta anterior bajo otra forma. Siento no poder tampoco responderle. Hace tiempo que
cesé de leer poesía francesa” (794). En una entrevista con Raúl Leiva (1955), el poeta
“Por lo que antes dije sobre mi conocimiento insuficiente de la poesía americana en lengua
38
En este sentido, Utrera Torremocha (2002) señala también que “Cernuda era consciente de los aspectos
revolucionarios de su crítica, una crítica de disidencia que le dificultaba enormemente encontrar editor para
sus estudios. En este sentido, en sus trabajos es apreciable la conciencia que tenía de ir muchas veces a
contrapelo de las ideas dominantes” (530). Juan Goytisolo, por su parte, señala como logro crítico de
Cernuda no el “formular esquemas que, de modo fatal, implican la condena subsiguiente de toda aquella
vertiente literaria que no encaja en ellos, sino en aproximarse con tacto y competencia a la obra que se trata,
aquilatando su valor desde todos los niveles y puntos de vista, utilizando simultáneamente los instrumentos
de las diferentes técnicas esclarecedoras” (1967: 140).
168
extensamente aquello de lo cual se dispone a opinar. De modo que sin ese conocimiento
que le permita conocer “la verdad” sobre una obra o un escritor, evita pronunciarse, aun
Otro de los elementos fundamentales que el crítico no puede perder de vista al efectuar
su tarea son las influencias. Un crítico que se jacte de serlo no puede, según Cernuda,
desconocer los autores nacionales y extranjeros que han ejercido una influencia notable en
y características expresivas:
estudio de las influencias de un autor sobre otro: un análisis minucioso y detenido de los
distintos elementos de la obra que ostentan una deuda con poetas mayores a los que el
escritor admira. Otra de las influencias que admite es la de Pierre Reverdy, de quien el
Respecto de Guillén, el Crítico afirma: “En confianza le diré que la relación entre ellas
[algunas composiciones de Perfil del Aire] y las de Guillén me parece oscura” (610). Otro
169
de los argumentos para negar esta influencia es el tiempo que una fuente debe ser conocida
—En abril de 1927 se publica Perfil del Aire. Usted no estimará que las influencias
obran de manera inmediata como ciertas medicinas.
—Quiero decir que entre 1924 y 1927 pudo Guillén publicar en revistas cierto número
de poemas, que Cernuda tuviera ocasión de conocer, y de quedar influido por ellos.
Usted mismo indicó esa posibilidad antes.
—También hace un momento le dije que no creo en influencias de efecto inmediato,
que si existen son en extremo superficiales y pasajeras (612).
Si Guillén escribía al mismo tiempo que Cernuda (y de hecho Perfil del aire se publica
un año antes que Cántico), éste sería uno de los argumentos más fuertes para negar la
influencia guilleneana en el poemario; sin embargo, sabemos por el mismo Cernuda que
Guillén, siendo un poeta nueve años mayor, era reconocido y respetado en el medio
literario, aún antes de publicar su poemario más exitoso. El sevillano construye en su texto
trampa. Por lo tanto, con esta autopoética, parece querer “corregir” la historia de su libro,
en función de sus intereses actuales. Esto abona nuestra hipótesis sobre la utilidad de las
pretende ocupar en el medio literario, aunque esto signifique “modificar” posiciones del
obra son las fuentes, en este caso, los periódicos y las fechas de publicación de los poemas
sueltos de ambos autores y de sus poemarios: “Busque usted dichas primeras poesías en las
creo que casi todas con modificaciones, en Cántico. En cambio no creo que allí se
incluyera cierto poema publicado en Índice” (615). Los detalles que el Amigo va sumando
pretende confirmar la hipótesis que Cernuda quiere demostrar, y por otro, pone de
170
crítico debe hacer. Sin embargo, este trabajo no debe indagar únicamente en las
más fuertes de su ideología artística. Uno de ellos es la apertura necesaria del escritor pero
también del crítico al conocimiento y al gusto por la literatura universal, pues la tradición
no es sólo la literatura nacional, sino todo lo escrito hasta el momento. El otro presupuesto
obra, aún después de su muerte física. Esta idea horaciana, que ha obsesionado a tantos, no
permanece como un faro al cual mirar y que ilumina lo escrito antes de ella y lo escrito
después. 39
Coleridge y Eliot, como veremos): “Todo poeta es, o debe ser, un crítico; un crítico
este texto y en otros el modo correcto de hacer crítica, así como las operatorias realizadas
por él mismo en sus textos sobre otros autores, podemos concluir que el conocimiento
39
A esta idea hemos hecho referencia en el artículo: “`Palabra encendida´: Góngora como precursor de
Cernuda” (Lucifora 2013a).
171
condición propia del poeta es la de la soledad y el silencio, es lógico que Cernuda atribuya
profesional” o “erudito”. Este contraste entre ambas figuras de crítico queda zanjado en
una respuesta del propio Cernuda en una entrevista realizada por el Sr. Fernández Figueroa
(1959):
Todas las características mencionadas son radicalmente opuestas a las que atribuye a su
personaje. Así, con esta entrevista apócrifa, veinte años después de aquel desprecio
primero, Cernuda se da a la tarea de hacer una crítica adecuada de su texto, la que parece
no haber hecho nadie. Pero para eso, se inventa un personaje, que no es crítico literario,
pero que conoce bien sus versos y los de sus maestros y puede hacer un análisis sino
favorable, por lo menos, “justo” (según su parecer) de ese primer poemario. El personaje
del Amigo aduce que no es un libro perfecto, sino “mal entendido”. En definitiva, lo que el
sevillano propone es que el crítico no fije una posición teórica previa, sino que sea
Para terminar este apartado, aludiremos al inicio de uno de sus textos de crítica literaria,
40
En esta apreciación, Cernuda sigue a otro de sus maestros: Arnold, quien reclamaba para el crítico un
“requisito semejante, el trato al menos con una gran literatura, apostillando: «y cuánto más diferente a la
suya, mejor»” (Maristany 21).
172
¿Cómo acercarse a él [Cervantes], cómo hablarle, cómo conocerle, por gusto y a solas,
sin investigaciones, sin academias? Tan densa puede ser la masa de comentarios
eruditos acumulada sobre una obra, que es ya difícil adelantarse hasta aquélla sobre la
cual recaen, y ésta, extraña y lejana, se nos pierde de vista, como la lucecilla que brilla
remotamente entre las sombras nocturnas del camino. Resulta así que la crítica erudita,
antes que acercarnos un texto, nos lo separa, y antes que aclararlo, lo oscurece. […]
Hoy parece olvidarse que a quienes frente a una obra literaria no persiguen sino, y
nada menos, que el deleite estético, les ha bastado siempre para conseguir ese fin un
poco de buen gusto propio, tanto como les ha estorbado la erudición indigesta ajena.
Todo lo que tales lectores necesitan es que les deparen un texto puro y fiel, y
aceptando, agradecidos esta labor, dejan a un lado, con raras excepciones, la ingente
masa de erudición que sobre la obra original se ha acumulado (II, 669-670).
En estas palabras, es posible reconocer, en principio, los dos tipos de público de una
obra que Cernuda tiene en mente cuando escribe: el lector medio y los críticos eruditos; en
segundo lugar, la autoridad que le otorga al primer grupo para acercarse a una obra y
valorarla adecuadamente, frente al segundo grupo que sólo la esclaviza y la sepulta bajo
una cantidad de palabrería inútil. Por último, nos permite afirmar que la tarea crítica de
Cernuda revoluciona el interior del campo literario, pues propone un nuevo modo de
ejercer este oficio, con procedimientos que se acercan más a los del lector común que a los
La crítica sólo da testimonio de una reacción literaria subjetiva, que en ciertos casos
quizá represente la de un grupo de lectores a quienes une común intención estética.
Pero sí puede y debe la crítica insistir en la necesidad individual de verificar esa
reacción por sí, de experimentarla, para que el conocimiento del pasado, histórico,
literario, artístico, sin ser información, es decir, erudición, redima la ignorancia natural
del hombre y enriquezca su vida. Y ésta ha sido la finalidad de esta divagación: no
descubrir a Cervantes, sino descubrirnos a nosotros mismos, hombres de hoy, en
Cervantes (II, 691).
El título de esta sección reescribe el del poema citado en el epígrafe. Esta variación
responde al hecho de que Cernuda no piensa sólo en los poetas futuros que puedan
escuchar su voz y quizá seguirla (o por lo menos, no despreciarla u olvidarla), sino que
también piensa en un lector que sea capaz de comprender su obra “correctamente” (lo cual
Desde sus inicios como poeta, concibe la existencia de dos clases de obras literarias que
suponen dos clases de público: aquellas obras que ya encuentran su lector constituido al
“nacer” y aquellas que deben formar su público, es decir, hacerlo nacer y darle forma. En
observamos cuán tempranas son sus reflexiones sobre esta cuestión: “Toda obra implica,
me parecen existir, con respecto a la acogida de que los lectores les dispensan, dos
tipos de obras literarias: aquellas que encuentran a su público hecho y aquellas que
necesitan que su público nazca; el gusto de las primeras existe ya, el de las segundas
debe formarse (II, 641).
De más está decir que Cernuda se sitúa a sí mismo y a su obra entre los segundos, por
eso, tiene la esperanza de que, más allá del traspié inicial, su obra tenga la recepción que él
espera, cosa que de hecho consigue antes de morir. 41 En una carta a Rica Brown, del 28 de
Yo nunca he deseado la popularidad, porque sabía que las calidades estéticas que
siempre me esforcé por alcanzar traían consigo, una vez conseguidas en todo o en
parte, la falta de popularidad. Hay un tipo de escritor, y es el único tipo de escritor que
me interesa, que tiene que crear su público, y eso es tarea de siglos. Sólo me interesa
el público “a la medida”, si puedo decirlo así; el público hecho, como las ropas
hechas, no vale la pena (Epistolario, 359).
41
En CAP menciona también esta teoría de los dos tipos de obras según el público al que están dirigidas,
afirmando que los versos de Cernuda “se dirigían, desde un principio y durante no pocos años, a unos
lectores entonces inexistentes y que no hallaron eco hasta que surgió una generación nueva” (622).
174
dinámica entre pasado y presente es muy propia de quien se auto-configura como una
víctima, que ofrece su dolor presente por la recompensa de un premio futuro. Esta imagen
de cuño cristiano es vaciada por Cernuda y rellenada con sus propios términos: la víctima
Tres cuestiones guían, entonces, la configuración del lector en estos textos: por un lado,
la idea de que es necesario formar a un nuevo lector, moldearlo a la medida de su obra; por
Luis Cernuda era cada vez más consciente de que su público estaba por nacer, siendo
el rechazo a la supuesta indiferencia de sus contemporáneos uno de los pilares de su
mito sobre la figura del poeta. Nuestro poeta, en suma, necesitaba rozar la
condenación para salvarse. (40).
Por último, la obsesión de Cernuda por ser finalmente comprendido y valorado por las
futuras generaciones, que expresa explícitamente en una carta a Nieves Mathews: “Si hay
destino envidiable para un poeta es hallar camino hacia las gentes que vivan después de él,
están íntimamente relacionados e imprimen una huella tanto en la obra poética como en la
ensayística.
Otros textos que incorporan índices autopoéticos del lector son las Notas Preliminares
de PL y de PLII, pues otorgan indicaciones claras para el abordaje de los ensayos que
conforman los libros. Por ejemplo, la Nota de PL aporta una guía de lectura en cuanto
establece las fechas de escritura de los textos que componen el libro, poniendo de
42
Sabiendo que Cernuda ha leído detenidamente y valora a Manrique, podríamos pensar que de las tres vidas
propuestas en las Coplas: la vida histórica, la vida eterna y la vida de la fama, Cernuda se queda con la
primera y con la última.
175
producida por el paso del tiempo. Además, indica el motivo del carácter misceláneo de los
artículos, sujeto al interés del autor en cada momento de su vida, siendo sus “preferencias
poéticas y literarias” el nexo conductor de todos los textos. Estas dos indicaciones primeras
ponen al lector en situación para que pueda interpretar “correctamente” los textos. Si no
estuviera esta advertencia inicial, quien enfrentara la lectura del libro podría acusar al autor
encontrar la unidad del libro. En cambio, éste acompaña a sus lectores a la puerta de
entrada de su colección y les muestra el camino. Por otro lado, en esta nota, realiza el
pedido de olvido para los textos no incluidos, sobre el que ya nos explayamos y que se
posible”) los que son agrupados en esta colección de estudios literarios. Olvido y
preservación: dos actitudes opuestas que implican el recorte de una obra, donde lo que se
deja de lado debe ser considerado como nunca escrito y lo que se selecciona quiere ser
salvado del olvido, pero que apelan, además, directamente a modificar la recepción.
Esta especie de guía para la lectura se establece una vez más en el “Aviso al lector”, que
precede EPEC (II, 67). Cuando el libro se edita en 1955, la mayor parte de los ensayos de
este libro habían sido publicados en México en la Cultura y habían provocado escándalos
(por ejemplo, los dedicados a Juan Ramón Jiménez, Salinas, Guillén y otros, que
finalmente debió suprimir en la edición de 1957), es lógico que el autor suponga prejuicios
en su lector. 43 Por eso, el Aviso inicial presenta una consideración para con él: “Deseo que
43
En las “Notas” a las Obras Completas de Cernuda, Harris y Maristany indican que en la edición de
Guadarrama, de 1957, en la página 206 figuraba una advertencia: “Al editar este libro el autor ha suprimido
el resto del capítulo presente [Pedro Salinas], sobre Jorge Guillén, así como tres capítulos más de la sección
IV, uno sobre Gerardo Diego y Rafael Alberti, otro sobre Vicente Aleixandre y otro sobre Manuel
Altoaguirre. El motivo de dichas supresiones quedó ya indicado en las líneas del “Aviso al lector”: desagrado
a opinar por escrito y en público, acerca de la obra de escritores contemporáneos, cuando éstos puedan ser
amigos o conocidos” (II, 835-836). Esto capítulos que él menciona, salvo el dedicado a Diego y Alberti,
176
el lector presunto de este libro tenga en cuenta lo siguiente”. El listado de prerrogativas que
sigue tiene como objetivo justificar sus elecciones ante posibles críticas y, por eso, es
válido pensarlo en función de distintos niveles de lectores. Por un lado, tienen como
horizonte de recepción a los lectores medios (no especializados) interesados por la poesía
española contemporánea, ante los cuales se justifica por posibles deficiencias, como la
Sin embargo, estas advertencias también tienen en cuenta indirectamente a sus colegas
del campo literario, como contradestinatarios, por ejemplo, cuando contrapone su opinión
con la de los otros: “según la opinión de los entendidos confrontada con la personal del
Jiménez, Salinas, Guillén, etc.). Además, utiliza la primera persona del plural para referirse
a la poesía española, aun cuando han pasado 20 años de su exilio, lo cual no es un dato
(que podríamos caracterizar como “in absentia”, pues está fuera de la zona
dedicada a la poesía que hoy se escribe en España”, lo cual él secunda por considerar
“prematuro pronunciarse” sobre ella. Hacia el final del libro, ratifica esta reticencia:
Llegamos a lo que hoy puede llamarse poesía joven española, que es la aparecida
durante los quince años últimos y de la cual yo sólo quisiera indicar algunas
particularidades, por ser todavía materia maleable, sujeta a mutaciones que dejen atrás
cualquier opinión prematura sobre autores y tendencias. Suele además, al comienzo de
una generación literaria, formarse cierto juicio arrogante acerca de quiénes son sus
componentes de más valor, juicio que el tiempo luego desmiente […]; demos tiempo
al tiempo, reservando nuestra opinión, que aún no dispone ahí de elementos bastantes
para pronunciarse (II, 247-248).
fueron publicados en México en la cultura, y agregados a este volumen de Estudios… recién por los editores
de la obra completa que utilizamos como referencia en este trabajo.
177
Teniendo en cuenta este fragmento, el punto 3 se convierte no sólo en una excusa, sino
también en un reproche para la crítica por precipitarse en el juicio valorativo sobre los
autores, sin esperar que su obra se desarrolle en el tiempo y madure, algo similar a lo que
hay, pero en el caso de Cernuda, hay que tener presente que esa herida siempre abierta
discursivas están en directa relación con el tipo de relación que Cernuda pretende
establecer con los lectores inmediatos de sus textos. En PAL, se observa esto en el uso de
preguntara…” (606). El uso de preguntas directas no sólo prevé las posibles intervenciones
del lector, sino que funcionan como mecanismos para acompañarlo a través del desarrollo
de sus ideas, desde un lugar más cercano (casi de identificación): “¿Por qué lo hago
ahora?” (601); “¿cuál es el propósito del poeta” (601); “podemos preguntarnos ahora:
dicho conflicto entre apariencia y verdad, que el poeta pretende resolver en su obra, ¿qué
fases y qué posibilidades ofrece a través de la vida del poeta?” (602); “¿Qué sabemos
nosotros lo que nuestra vida sea en el pensamiento de los dioses?” (605). En ocasiones,
utiliza la primera persona del plural para acortar las distancias entre el yo de la enunciación
él en la condición humana “Todo nos es preciso y necesario; porque en todo vibra un eco
función magisterial, pues si Cernuda considera que su obra debe “hacer nacer” a su
público, sería lógico que estuviera indicando a este lector en formación cómo pensar la
poesía, qué preguntarse acerca de ella y del poeta, estableciendo cierta empatía a partir de
178
En cuanto a CAP, la introducción al texto (607) puede otorgarnos algunas pistas sobre
la instancia de recepción. Desde una posición externa a la situación ficticia que construye
el texto, Cernuda enmarca el desarrollo de la entrevista con una carta enviada por el
supuesto Amigo, dejándole libertad para publicar esas cuartillas o no. A continuación,
plantea la duda sobre si este texto será de interés para alguien y en seguida adelanta las
presencia de la mirada del otro y de sus posibles críticas se extiende como una sombra
sobre el texto. La auto-justificación no tarda en llegar: uno de los motivos es ficticio (“el
cuidado amistoso”, dado que dicho Amigo no existe); y el otro, real: la importancia
(relativa, según dice) que tiene para él en cuanto se refieren a “su trabajo”. Esta centralidad
desarrollada en otros textos y para lo cual, más allá de posibles réplicas, aguarda la
comprensión de su lector.
Finalmente, en un texto tan extenso como HL, la figura de lector se va delineando con
las mismas estrategias textuales que advertimos en otros textos: adelantarse a los
guía discursivo, a través del uso frecuente de los verba dicendi; evitar las afirmaciones
categóricas; etc. 44 Ya desde el primer párrafo, que citamos anteriormente, nos aporta
44
La justificación de sus elecciones previendo la crítica ajena la hace tanto desde el contenido: su falta de
lectura de los poetas clásicos (628), la posible inadecuación de su experiencia poética (632), lo complejo de
su personalidad (659), las posibles fisuras entre sus afirmaciones teóricas y su praxis poética (651), como
desde las expresiones concretas: “Acaso extrañe…” (628); “No se olvide…” (636); “Ya se recordará
cómo…” (646); “Aunque parezca increíble, no había pensado…” (652); “No se extrañe que…” (652);
“Téngase en cuenta que…” (654; 656). También se observa el uso frecuente de los verba dicendi en los
siguientes giros: “Ya he aludido a mi disgusto…” (634); “Al decir eso comprendo que yo mismo doy ocasión
para una de las objeciones más serias que pueden hacerse a mi trabajo” (660); “conviene señalar la
coincidencia con el despertar sexual…” (626); “es justa su mención aquí…” (627); “quisiera recordar ahora
cómo les vi comportarse…” (650); “Con lo dicho se relaciona íntimamente mi escasa simpatía por la rima…”
(651); “No sería justo si no mencionase ahora…” (656); etc.
179
indicios acerca del receptor con el que Cernuda pretende dialogar en su texto, en una
Sin embargo, también se lo invita a tener una actitud activa y a tomar decisiones durante
la lectura: a pensar, a valorar, a hacer el esfuerzo, “si cree que vale la pena y quiere
Sólo la obra del poeta, a lo largo de su vida, puede indicarnos qué caracteres
esenciales entreveía en la poesía. Y si algún lector de buena voluntad cree que tal
labor vale la pena, a su cuidado dejaría la tarea de deducir de mis versos, cuando yo ya
no exista, mi concepto particular y relativamente final de la poesía (III, 788).
En otra entrevista con Fernández Figueroa, Cernuda cierra su última respuesta con una
invitación similar para el lector: “Creo que hay que dejar algo a cargo del lector, y yo
quisiera dejarle, si éste es tan amable como para aceptar la tarea, el decidir cuáles serían
esos versos [los estimables]” (II, 814). Sin embargo, esta libertad de decisión que el
sevillano pretende habilitar para sus lectores en lo discursivo, contrasta fuertemente con su
de defender sus elecciones poéticas (y en último sentido, vitales), sino también entre darle
libertad para interpretar y señalarle el camino, tensiones que se mantienen a lo largo de las
autopoéticas analizadas.
180
CAPÍTULO 2
UN POETA EN DISIDENCIA
Como vimos en la primera parte de este trabajo, los textos autopoéticos son un terreno
fructífero para la construcción de una tradición propia. Lo mismo que en una trayectoria
estéticas que dan origen a una obra. Pero antes de rastrear estos índices genealógicos que
dan cuenta de las series literarias/culturales en las que los escritores se insertan, es
Cernuda considera que cada poeta debe descubrir su tradición, lo cual entraña realizar
cuestionar lo establecido y proponer nuevas valoraciones. Otro de los textos en los que se
extiende respecto de este concepto no es una autopoética, sino que son las notas para un
ensayo que nunca publicó, llamado “Góngora y el gongorismo” (1937). Allí, fiel a su
rechazo por los modos españoles, expone la nociva falta de atención a la tradición propia
1
El sevillano sigue la idea ya expresada por Eliot en “The Use of Poetry and The Use of Criticism” (Cf.
Maristany 1994: 44; 45).
181
entre nosotros no se continúa el esfuerzo por los que nos precedieron. Cada español se
enfrenta con el mundo como un primitivo, mirando, sintiendo, comprendiendo, como
si nadie antes que él hubiera mirado, sentido y comprendido. Falta el lazo precioso de
la continuidad, de la tradición. Cuánto esfuerzo perdido en nuestros antepasados;
cuanto tiempo perdido para nosotros. […] Los españoles no quieren nada con la
tradición. Y si a veces parece que son fieles a ella no es sino para mejor anonadarla
luego, para mejor destrozar y pisotear lo que ella representa (III, 137).
La cuestión de la tradición será, por tanto, un punto más de desacuerdo con sus
indeferenciado). Esto le permite, por un lado, concluir en que ese defecto produjo el
desprecio y el olvido de un gran poeta como Góngora; y por otro, distinguirse de este
misma marginación que al cordobés. 2 Sin embargo, hay que aclarar que si bien muchos
españoles puede que guarden una actitud de desprecio hacia la tradición (que, por otro
lado, es propia del espíritu vanguardista europeo de la época), no es posible pensar en ellos
como una masa indiferenciada de escritores y críticos sordos o ciegos frente a los nombres
y obras que los preceden. La injusta operación de generalización se condice con la postura
“ser español”. La tradición sería como un espíritu que insufla el ser nacional y lo hace
perdurar en las obras de los españoles pasados y presentes. Se inmiscuye aquí también la
idea horaciana de la perduración de la propia obra en el futuro (más allá de la muerte): “si
2
Ya nos referimos a esta operación que Cernuda emprende para identificarse con Góngora en términos
existenciales y no estéticos (Lucifora 2013a).
182
nuestro esfuerzo de hombres vivos puede perdurar”. Cernuda es un poeta consciente de que
como al futuro nos otorga una clave del lugar que el poeta sevillano pretende ocupar en el
devenir de la historia literaria. Así como también permite volver sobre la noción de
leídos sin tener en cuenta su escritura, al igual que muchos escritores posteriores. De este
modo, Cernuda no sólo crea sus precursores, sino que prevé a sus “sucesores”. 3
En las notas para la conferencia “Acerca de mis versos” que dictó en King´s College
(Londres, 1946), apunta: “Dos elementos esenciales en la obra del artista: tradición y
adquirido y accidental” (III, 772). En CAP, dice algo similar: “a través de la lectura de
podemos y debemos descubrirla y hacerla nuestra, porque no basta con heredarla” (II,
621). Estas nociones parecen contradictorias, por un lado, la tradición es algo dado,
inevitable que hay que descubrir y por otro, debe ser escogida y el escritor debe apropiarse
de ella; sin embargo, consideramos que, tal como afirmamos en la primera parte, Cernuda
estaría sugiriendo aquí el doble caudal de la tradición: el que se recibe por el contexto en el
que el poeta se inserta y el que se elige a medida que avanza en la trayectoria literaria;
ambos caudales requieren, igualmente, un esfuerzo de apropiación por parte del poeta y en
esto, el sevillano sigue una vez más a Eliot, cuando dice que la tradición es una conquista
fatigosa.
Por otro lado, esta posibilidad de elegir una tradición propia es otra particularidad de
Cernuda (que veremos también en Valente), porque no toma la tradición canónica del
campo, sino que decide adscribirse a una línea distinta, estableciendo un nuevo punto de
3
Esta idea se expone principalmente en su poema “A un poeta futuro” (de Como quien espera el alba), pero
es una idea que recorre la obra de Cernuda de modo persistente.
183
disidencia respecto de sus contemporáneos. Según Pozuelo Yvancos (2004), es otro de sus
modos de enajenación: “no encuentra su lugar en la tradición poética hispana” (146). Así,
selecciona del acervo cultural y literario aquellos autores y obras que considera mejores y
construye la línea genealógica de la cual hará derivar su poesía (con mayor o menor éxito)
y que orientará su tarea de crítico, para la cual considera necesario tanto “el trato frecuente,
durante años, con lo mejor que se haya escrito y pensado” (II, 810) así como el aprendizaje
española e incorpora toda la línea de la poesía europea moderna, reside uno de los méritos
más grandes de su obra y uno de los aportes más importantes a la literatura española, que le
otorga el título de “disidente”. Así lo advierte tempranamente Octavio Paz (1976) cuando
reconquista de la herencia europea, una búsqueda de esa corriente central de la que España
española, sino que, como afirma Siles, produce “una desviación del paradigma poético
español” (AAVV 2002: 60), lo cual engendra una nueva voz en la poesía española. Tal
como vimos, Cernuda considera que hay que descubrir la tradición, revisarla y cambiar su
su obra, siempre rescatando y valorando lo que le llega por vía de la tradición. Esto ya lo
De este modo y partiendo del trato asiduo con sus referentes españoles (desde Manrique
y Garcilaso hasta Bécquer), explora tradiciones ajenas y se las apropia, insertándose así en
los últimos años” (Bloom en Valender 2002a: 23-24). De este modo, las autopoéticas
ideología artística.
Finalmente, uno de los pilares sobre los que Cernuda construye su relación con la
los escritores clásicos, griegos y latinos, que “forman la columna vertebral de nuestro
del latín; a lo cual se suman las precarias traducciones de los clásicos al español, que pudo
apenas subsanar con mejores traducciones al francés (II, 628). Más adelante, el aprendizaje
del francés lo hace entrar en contacto con el surrealismo; el del alemán le permite estudiar
y traducir a Hölderlin; el del inglés le da profundo acceso a los románticos ingleses. Estos
a construir una genealogía muy peculiar para su obra, con influencias diversas que
poética.
Por último, nos apropiamos de una advertencia de Jiménez Heffernan (1998) en torno a
en sus autopoéticas no coinciden con los que podemos observar en su praxis poética. Por
ello, el crítico español establece la necesidad de distinguir, por un lado, “los movimientos o
precursores”; y por otra, “las presencias reales que –velis nolis– señorean
185
excede nuestro objetivo. Pero vale como prevención para este punto: rastrear la genealogía
que los escritores construyen en sus textos autopoéticos supone observar con quiénes
pretenden establecer una vinculación directa para armar sus familias poéticas, pero no
implica que encontremos estas mismas influencias en el trazado de sus versos, los cuales
deben ser estudiados a través de las técnicas propias del análisis literario para descubrir sus
precursores.
Las influencias españolas serán permanentes desde el inicio hasta el final de su vida
tradición nacional, James Valender afirma que si bien entabló con ella una “relación muy
conflictiva”, sí tuvo precursores que quería emular, como Garcilaso, Bécquer o San Juan
de la Cruz (Valender 2002a: 30). El aislamiento y el desamparo con el que insiste Bloom
(31) está más relacionado con el vínculo complejo que Cernuda entabla con la tradición
española inmediata y consagrada por sus contemporáneos, que con su valoración de las
etapas previas. No debemos dejarnos arrastrar por las generalizaciones en torno a “los
españoles” que Cernuda suele realizar en sus textos (muy frecuentes en los escritos
valoración de la obra poética a cuya línea pretende seguir y el de la identificación con una
capítulo anterior.
primer poeta con quien entró en contacto es Gustavo Adolfo Bécquer (HL, II, 624). La
lectura de sus versos en su niñez, con motivo del traslado de los restos del poeta a Sevilla,
el Cernuda maduro le otorgará un sentido teleológico: “No sabría decir lo que entonces
percibí, hacia 1911, aunque no estoy seguro de la fecha, a mis ocho o nueve años, en esa
lectura; pero algo debió quedar, depositado en la subconsciencia, para algún día, más tarde,
primera versión de PAL. Allí se afana en argumentar que la poesía española es “pomposa y
solemne” y que el romanticismo supone todo lo contrario: “la liberación de la pompa y del
ornato” (III, 69), en pos de una “poesía [que] está en todo y el verdadero poeta la siente en
todo su fluir misteriosamente” (III, 70). Bécquer será, entonces, el único representante de
Goethe, Victor Hugo, Shelley y el propio Cernuda. Uno de los puntos clave de la
presentado no sólo como un ejemplo poético, sino también vital: “Un artista no sólo puede
ser incomprendido cuando se le desdeña, sino también cuando se le admira. Y éste ha sido,
187
después de su muerte, el caso de Bécquer” (III, 75). Así lo observa Maristany: “se percibe
claramente en este ensayo una tácita complicidad del firmante con el autor objeto del
artículo” (31). En “Gustavo Adolfo Bécquer” (1957, EPCE), reforzará las mismas ideas,
Bécquer, Campoamor y Rosalía de Castro. La primera frase del ensayo marca esta
poesía magnífica y sonora, una poesía hija de la imaginación del arte, que se engalana con
todas las pompas de la lengua […] Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma como
una chispa eléctrica…” (94). Esta última sería la propia del romanticismo y por tanto, de
Bécquer, pero Cernuda se arroga el mérito de haber sido el primero en llamar la atención
sobre esta distinción, porque de hecho, le interesa identificarse con ese modo de hacer
otra línea tradicional en la que le interesa insertarse: Garcilaso, San Juan de la Cruz,
Bécquer y Juan Ramón Jiménez. Todos ellos serían románticos según la perspectiva
cernudiana, y entre ellos, es Bécquer el que tiene el mérito de “reanudar la corriente ya casi
tradición de “una poesía [de] fuerza apasionada y desesperado ímpetu” (III, 54). Además,
los tres primeros serán considerados por el poeta como “clásicos”, pues “crea[n] una nueva
tradición, que lega[n] a sus descendientes” (97); otra operación que él pretende llevar a
Cernuda produjo.
188
Luego de experimentar con el surrealismo hacia principios del ´30, durante su estancia
antídoto para los excesos surrealistas y como punto de inflexión de su obra, pero también
Es por esto que al estudiar la influencia de Bécquer en la obra de Cernuda habrá que
tener en cuenta todos estos aspectos para matizar en qué consistió y en qué grado se dio.
Para el Cernuda autopoético, Bécquer se configurará como el puente hacia los ingleses.
En cuanto a otros autores españoles, Cernuda pondera especialmente a seis, que son
“Tres poetas clásicos” (1941; II, 488-501) y “Tres poetas metafísicos” (1946; II, 502-516).
Cernuda explora las obras de Garcilaso de la Vega, Fray Luis de León y San Juan de la
porque es válido preguntarse si San Juan y Fray Luis no serían también poetas metafísicos
o Jorge Manrique un poeta clásico. Pero no podemos dejar de advertir que Cernuda está
replicando una operación de rescate y consagración realizada por otro artista admirado por
angloamericano pretende rescatar del olvido a los poetas metafísicos ingleses y por tanto,
establecer “hasta qué punto esa supuesta escuela o movimiento constituye una digresión de
4
En términos vitales, esta relectura y la escritura de Donde habite el olvido acompañarán una anécdota
personal, “sórdida”. Sabemos que esa experiencia es la ruptura con Serafín Fernández Ferro y el primer
desengaño amoroso del poeta. Como indica Jiménez Millán (2004), esta ruptura supone para Cernuda “la
quiebra total de los ideales expuestos en Los placeres prohibidos, porque ahora ya no puede echársele la
culpa a las imposibilidades sociales, a las `leyes hediondas´ o a los códigos morales represivos, y esa amarga
realidad lleva también al hundimiento definitivo de los ideales de la adolescencia” (46). El deseo comienza a
adquirir a partir de allí “una fuerza telúrica que unifica a los hombres anulando la dimensión social […] y
deja atrás la mentira del amor individualizado” (47).
189
la corriente principal” (2011:74). Por lo tanto, Cernuda está imitando a Eliot en este “acto
un esfuerzo” (1998: 295), como señala Jiménez Heffernan. Tal como hizo el
angloamericano, Cernuda pretende recrear una nueva historia literaria española con “gestos
de restitución marginal” (296ss). Por lo tanto, aquí se cruza la línea genealógica española
Los seis nombres presentes en estos ensayos serán reiterados una y otra vez en las
mencionará a Manrique, Garcilaso, Aldana, Fray Luis, San Juan, Quevedo, Calderón y
Góngora, este último como puerta de entrada a la poesía francesa (en especial, Mallarme)
(621). 5 En HL, vuelve a mencionar su trato frecuente con los “poetas españoles clásicos”,
alrededor de 1924, entre los que menciona a Garcilaso (a quien caracteriza como su “poeta
español más querido”), Fray Luis, Góngora, Lope de Vega, Quevedo, Calderón. Como
vemos, los autores que él destaca pertenecen a los siglos XV, XVI y XVII. Sin embargo,
hay que volver sobre la distinción de los dos caminos que mencionamos al inicio de esta
sección: por un lado, Cernuda rescata a aquellos poetas cuya escritura admira y pretende
continuar: Garcilaso, Manrique, Fray Luis, Aldana, San Juan; 6 por otro, están aquellos en
5
En unas anotaciones de 1946, “Acerca de mis versos” (III, 774), suma a esta lista el nombre de Bécquer.
6
Jiménez Heffernan (1998) afirma que en “en el mejor Cernuda, está siempre Garcilaso” y que el
alejamiento de este modelo produjo que su poesía de madurez perdiera frescura y dinamismo (292). Valender
(2002a), por su parte, señala que la figura a quien Cernuda admiraba más era San Juan de la Cruz, a quien
convirtió “en una especie de Hölderlin avant la lettre”, pues reconoció en él ese aspecto de la tradición
moderna europea que no existe en la tradición española: la negatividad sublime (30).
190
(Quevedo), en el sentimiento (Espronceda)” (III, 772). 7 Díez de Revenga estudia estos dos
Es por esta reivindicación de los poetas despreciados por sus contemporáneos que
veremos también la admiración de Cernuda por el Cervantes poeta (y más tarde, por el
como narrador. Por eso, no nos puede asombrar esta admiración, cuyo objetivo era
“seguramente […] llevar la contraria a los demás, a todos aquellos que, antiguos y
184).
Ahora bien, en cuanto a los escritores más cercanos en el tiempo, el listado será mucho
española, durante los siglos XVIII y XIX, arrastra una existencia dudosa?” (III, 54).
referentes en la poesía española de esos dos siglos, sino también la importancia que, para el
7
Cf. Pozuelo Yvancos 2004: 153; Rodríguez Puértolas 2005: 67ss.
8
En su artículo Díez Revenga, rastrea las opiniones ambivalentes de Cernuda respecto de Góngora y
Quevedo (a veces de admiración, a veces de dura crítica) y la ausencia de juicio positivo sobre Lope de Vega
(179ss). La admiración que Cernuda siente por los poetas renacentistas se pondrá de manifiesto, para Díez
Revenga, en el poemario Égloga, elegía, oda, aunque también puedan rastrearse claras influencias de
Mallarmé y en algunos aspectos, de Góngora.
191
sevillano, poseen durante el romanticismo las otras dos tradiciones que seguirá: la francesa
y la anglosajona.
Más allá de esto, en sus autopoéticas, aludirá a las tres figuras más importantes del fin
quienes siempre leerá en correlación. Con el primero, entabla una relación personal y
literaria conflictiva, como puede verse tanto en los textos que le dedica, como en su
En contraste con ello, leemos en el ensayo sobre Juan Ramón que incluye en EPEC, en
1957:
Jiménez rara vez ha mostrado curiosidad intelectual por sorprender lo que haya bajo la
apariencia; ese atenerse a sus impresiones, ese conocer por sensaciones le bastó
siempre. Es quizá el único escritor español de su tiempo para quien intelecto,
pensamiento, razón, fueron nombres y nada más; ha vivido como si la inteligencia,
que guía al hombre descubriendo lo que hay de verdadero tras de una impresión, lo
que hay de objetivo tras de nuestra opinión subjetiva, no fuera cualidad humana (II,
143).
hecho, esta actitud belicosa hacia Juan Ramón tiñe también las opiniones de Cernuda sobre
Machado y Unamuno, pues los suele ponderar en relación con aquél: “Para mí, tanto
Unamuno como Machado (Antonio), como poetas, son muy superiores al autor de Platero
patrióticas a las que él experimenta al exiliarse en Inglaterra (como indica en HL), serán
objeto más tarde de sus reflexiones. Entre sus textos críticos, contamos con dos artículos
refundición de otro publicado en 1940 (III, 211-217); el segundo constituye uno de los
capítulos EPEC (II, 130-140). En el primero, un ensayo con opiniones encontradas sobre la
“lo vago y lo fragmentario pueden expresar un afán sin límites […] Y esto, aunque no
equivalga al arte nítido de Jorge Manrique […] no por ello deja de ser una de las
adquisiciones más preciosas de nuestra poesía moderna” (III, 217). En la primera frase,
encontramos el sentido de la poesía para el propio Cernuda: “expresar el afán sin límites” y
Machado, que no vuelve a repetirse en el segundo ensayo. En este último (EPEC), Cernuda
rescatará especialmente las notas en prosa de Abel Martín y Juan de Mairena, a las que
caracterizará como “el comentario más agudo de la época” (II, 131), menospreciadas por
sus contemporáneos y valoradas tardíamente (una vez más, la situación es similar a lo que
Cernuda cree que le sucede a él mismo). Por otro lado, hacia el final, duda de que el
prestigio de la poesía machadiana resista el paso del tiempo, pero vuelve sobre la idea
algún eco vivo a cierta angustia de `lo eterno humano´” (II, 140). Es, entonces, esa
cuestión inefable, vaga, `lo eterno humano´, lo que Cernuda rescata de la poesía de
lado la línea poética más histórica y social, que decide obviar en función de sus propios
postulados estéticos.
aludido por la crítica cernudiana, en el que, a pesar de reconocer los defectos que observa
probablemente el mayor poeta que España ha tenido en lo que va del siglo” (II, 121); que
193
para la mirada crítica de Cernuda no es decir poco. 9 Gracias a una intervención temprana
el vínculo expreso con la lírica inglesa. Sin embargo, es llamativo que, en este capítulo,
haya sólo una mención entre paréntesis (inexplicada, por otra parte) sobre la relación entre
el vasco y la poesía inglesa: “(Unamuno conocía bien la poesía inglesa victoriana)” (II,
ambos (como el desprecio por la suntuosidad del lenguaje modernista y cierta unidad entre
obra. 10 Otro de los rasgos que rescata del vasco y en el que podemos observar cierta
Pero en Unamuno esa lucha por Dios era paralela a la de crearse a sí mismo y no tenía
otra causa que la crearse a sí mismo y creer en sí mismo […] Vivo y afanándose lejos
de lo que sólo era actualidad […] Unamuno esperaba crearse a sí mismo, o al menos
crear su mito personal, y ser lo que pasó quedando (II, 76-77).
identificación velada que ya hemos visto en relación con otros escritores, todos ellos
Baviera, el mismo Machado en sus apócrifos, etc. Poner de manifiesto este padecimiento, y
la posterior reivindicación por parte del mundo literario de estas figuras, es el modo en el
9
Esta misma valoración la repite en el artículo sobre Machado de 1953 que mencionamos, donde rescata sólo
un reducido grupo de poemas del vasco en los que “halla nuestra poesía moderna su expresión más alta” (III,
215).
10
El hecho de recuperar la figura de Unamuno como poeta, lo mismo que haría con Cervantes, como vimos,
y con la figura de Góngora, forma parte de esta operación de identificación con los grandes artistas que
sufrieron la incomprensión por parte de sus contemporáneos. Reivindicarlos es una forma de reivindicarse
ante sus colegas del campo.
194
aquella frase de reconocimiento podría estar funcionando como una provocación a sus
Unamuno poeta.
Incluso en una carta del 15 de febrero de 1963, dirigida a Gil de Biedma, Cernuda
destaca la figura de Cervantes, “al que no hallo igual en nuestra cargante literatura donde
hay demasiados Unamunos y Lopes, máximos tipejos, para mí, de ella, aunque semejante a
ambos estaban haciendo ingresar una tradición diversa a la poesía española; pero si fue así,
Sin embargo, advertimos que la crítica posterior ha reforzado la idea de una continuidad
entre ambos autores. Al parecer el primer responsable de esta lectura es José Ángel
Valente, en su ensayo “Luis Cernuda y la poesía de la meditación” (La caña gris, 1962). El
gallego arma en este texto una serie literaria a la que denomina “poesía meditativa”,
término que el propio Unamuno propuso, que iría desde Manrique y los místicos españoles
hasta el vasco y Cernuda, pasando por los metafísicos y los románticos ingleses, para
finalizar en Valente mismo. En esta línea, Unamuno es señalado como “el antecedente más
profundizar, y que Valente sustenta en esa frase dubitativa con la que Cernuda valora a su
antecesor. Al mismo tiempo, Gil de Biedma, señala a Unamuno como “único predecesor”
el vínculo: “el mismo Cernuda […] lo sospechaba [su parentesco con Unamuno], o al
menos lo deseaba” (1977: 343). Sin embargo, gran parte de la crítica posterior asume este
195
que José Teruel hace de esta relación en su biografía, en la que establece la lectura de
Unamuno como un hito decisivo en la trayectoria poética de Cernuda, “porque nos revela
encuentro con otras zonas de la poesía española, entre las que, sin duda, estará Unamuno”
sus ensayos de haber leído exhaustivamente al poeta vasco ni de tenerlo presente, como sí
lo hace con otros artistas. Además, Teruel utiliza casi las mismas palabras que Valente. Por
eso, es necesario matizar sus afirmaciones (u otra similares) y ser conscientes de que, si
bien desde la perspectiva crítica, es posible establecer una continuidad entre ambas obras
(y hablar de precursores), no fue una operación genealógica del propio Cernuda, o por lo
menos no una tan fuerte como la que llevó adelante con otros. 11
2. La influencia francesa
En las primeras autopoéticas, escritas entre 1929 y 1933, la presencia de los franceses es
evidente. Hay textos dedicados a Éluard, Vaché, Rimbaud, Aragon, Nerval, Baudelaire,
Gide. Según la cronología que elabora en HL, a principio de los años 20, Cernuda
comienza a leerlos por indicación de Salinas (627). Antes de esto, indica cómo el
aprendizaje del francés determina el inicio y avance de sus lecturas: “Salinas me indicó la
necesidad de que leyera también a los poetas franceses, de que aprendiera una lengua
11
Un indicio de esto lo da el análisis de un crítico tan agudo como Jordi Doce (2005), quien al estudiar la
presencia inglesa en cuatro poetas españoles: Unamuno, Machado, Jiménez y Cernuda, si bien indica las
similitudes entre las opciones estilísticas del primero y del último, no hace referencias a una atención especial
que Cernuda le haya brindado a Unamuno (271ss).
196
Al primer francés que lee es a Baudelaire, cuya “admiración y devoción vivas” (HL II,
centenarario de Las flores del mal, escrito en 1959, en el que Cernuda hace una lectura
occidental y “primer poeta que tuvo la vida moderna” (749). El sevillano admira a su
determinado éste por aquella y viceversa; tratando de conocer lo que significaban sus
insobornable” (II, 758). Vemos cómo en la figura de Baudelaire Cernuda encuentra ecos de
su propio modo de concebir la poesía; así como también descubre, una vez más, un caso
obtusos” (II, 750). Como tantos otros, el francés se convierte en ejemplo de poeta tanto por
su praxis como por su vinculación con el medio y los rasgos atribuidos a él.
También da cuenta de la lectura de Mallarmé (cuyo verso le parece “de hermosura sin
igual”, 627), de Rimbaud (quien le dejara una huella que no llegó a dimensionar en ese
momento) y finalmente, de Pierre Reverdy. 12 Claro que la mención de este último, al que
según dice no guarda gran estima, no es casual, pues le sirve para darle continuidad a
aquella tesis planteada en CAP de que su primer libro había sido fuertemente influenciado
por él y por Mallarmé y no por Guillén, como creyó la crítica: “En todo caso es justa su
mención aquí, porque la huella de Reverdy, aunque ningún crítico la percibiera, es visible
12
La mención de diversos autores se ve mediada por esta mirada del sujeto maduro, que puede dar cuenta del
impacto posterior que esas primeras lecturas tuvieron en su obra y del que, en principio, no fue consciente.
Lo observamos al hablar de Bécquer (625), Rimbaud (627), Lautreamónt (628). Esta especie de anticipación
(recurso que Cernuda utiliza mucho en HL) abona la perspectiva teleológica y el sentido de totalidad que el
sujeto maduro le da a los diversos momentos de su vida.
197
sus dos primeros poemarios (Perfil del Aire y Égloga, elegía, oda) tanto en los temas
concomitancias entre su propia poesía y la del francés le resultan útiles, en ese caso, para
llegado a Mallarmé de forma más directa que su compatriota, quien lo habría hecho a
través de la poesía de Valery. Así justifica las similitudes entre su poesía y la de Guillén en
el hecho de que ambas abrevaban de una misma fuente: la poesía mallarmeana. De este
modo, pretende debilitar la tesis sobre la influencia que Guillén y la poesía pura tuvieron
Otro de los escritores franceses que impacta de modo decisivo en Cernuda, será André
Gide, de quien resalta el enorme aporte existencial más que literario, al permitirle
esa lectura me abría el camino para resolver, o para reconciliarme, con un problema
vital decisivo mío […] No creo que los pocos versos que escribí en 1951 (In
Memoriam A.G.), al morir André Gide, puedan dar al lector cuenta bastante de cuánto
significó su obra en mi vida” (II, 628). 13
permitió reconciliarse con esa parte de su vida y asumirla, por lo cual su importancia es
fundamental para “el hombre que vive”, tal como Cernuda se auto-nomina al principio de
sexual el centro profundo de su subjetividad” (Teruel 32), pero claramente Cernuda, cuyos
autopoéticas ensayísticas. 14 Como dijimos, la deuda es más existencial que literaria, pero la
elipsis de los motivos de esta deuda es un signo de que Cernuda entiende la distancia entre
13
La elipsis de su homosexualidad (constante en sus textos ensayísticos) resultará llamativa y será necesario
tenerla en cuenta al hablar de su contexto histórico y también de su formación personal.
14
Maristany le asigna a Gide un papel de “mediador o guía” en lo literario también, pues lo supone, por
ejemplo, como la causa de que Cernuda se haya acercado a Goethe tempranamente (II, 42).
198
el estatuto del sujeto poético y el de los textos ensayísticos: en poesía se puede decir, lo
Así la lectura de Gide, Mallarmé, Baudelaire y Rimbaud preparan el espíritu del joven
poeta para el encuentro con otro paradigma estético, que producirá un giro tanto en su vida
elidida una vez más), encuentran el cauce adecuado en el surrealismo, por el cual consigue
Y más adelante, señala: “había deparado ya su beneficio, sacando a luz lo que yacía en
silencio” (638). Por eso, la crítica afirma que su adhesión al surrealismo fue más
que atañe a su quehacer estético. Por ejemplo, Octavio Paz entiende su acercamiento a esta
Paz entiende que, gracias a este modo de aceptar el surrealismo y la lectura de Gide,
aceptará su homosexualidad como “destino libremente aceptado y vivido” (175). Por eso,
señala que “si Gide lo reconcilia consigo mismo, el surrealismo le servirá para insertar su
rebelión psíquica y vital en una subversión más vasta y total” (175-176). El impacto es
199
definitivo. En la misma línea, García Montero (2004), retomando las palabras de Paz, hace
expresar el “desprecio que sentía ante la amarillenta sociedad burguesa española y para
superar sus fatigadas relaciones con la poesía pura” (194). Pero advierte que esta
insatisfacción cernudiana, esta moral negativa, que enraíza con “la palabra romántica, el
esperanza; sólo una aceptación de la derrota que implica un estado de lucidez del poeta,
para quien no queda más que la soledad (198). De este modo, el surrealismo le aportará a
Cernuda una conciencia ética que irá encontrando nuevos cauces expresivos a lo largo de
Sin embargo, Cernuda no es el único poeta español que se siente atraído hacia este
Aleixandre, García Lorca y Alberti) encuentran en él, tal como afirma Jiménez Millán
(2004), un impulso para apartarse de los modelos puristas y neoclásicos de Juan Ramón
Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, para acercarse a una órbita más afín a sus
inquietudes vitales y a una situación histórica de crisis (42-43). Esto significa que, más allá
de que Cernuda señale este acercamiento al surrealismo como una experiencia individual,
fue parte también de una vivencia grupal y como tal debe ser considerada, de modo que el
Escritos los dos poemarios de inspiración surrealista: Un río, un amor (1929) y Los
placeres prohibidos (1931), Cernuda señala el abandono de sus postulados: “Ya no tenía
necesidad del superrealismo y comenzaba a ver, por otra parte, la trivialidad, el artificio en
aquello que más temía, puro manierismo, decide apartarse de este movimiento. En este
hacia una nueva etapa. Si bien reconoce la importancia del surrealismo para su obra, en HL
hará todo lo posible por distinguir etapas y distanciarse de la tradición francesa, situándola
preferencias poéticas de los superrealistas franceses, cosa natural en ellos, como franceses
que eran, mi interés de lector comenzó a orientarse hacia otros poetas de lengua alemana e
inglesa” (640). Sin embargo y más allá de este distanciamiento que el poeta ostenta, Jordi
Doce sopesa la importancia del surrealismo para estudiar toda la obra de Cernuda, incluso
todo análisis de la deuda de Cernuda para con la poesía inglesa debe referirse, ante
todo, al linaje surrealista de su actitud moral y existencial. Esa moral, antepuesta o
superpuesta a un anhelo profundo de equilibrio y mesura clásica que está detrás de su
pasión por la norma literaria renacentista, le empuja corriente arriba por el río del
romanticismo y le entrega las herramientas de análisis e introspección crítica que
harán de su obra madura el testimonio de una conciencia en perpetuo conflicto
consigo misma y con su entorno, algo que la singulariza entre la de sus
contemporáneos (304)
Esto significa que la escritura de Cernuda no hubiera sido lo que es, si no hubiera
transitado los caminos de la literatura francesa y por más que el poeta intente circunscribir
su importancia a un momento, es posible ver cómo esa radical sacudida interior que le
causa el surrealismo, produce un giro definitivo tanto en su trayectoria literaria como vital.
habite el olvido e Invocaciones a las gracias del mundo (cuyo título fue reducido luego a
Invocaciones). Es durante la escritura del segundo, que gracias al trato con el poeta alemán
Hans Gerber en Madrid, puede aprender alemán y emprender la lectura y la traducción del
poeta alemán que más impactará en su itinerario: Hölderlin (una vez más relaciona el
“no sólo una nueva visión del mundo, sino consonante con ella, una técnica nueva de la
como poeta” (641). Señala incluso una influencia técnica directa del alemán en el uso del
frase por sobre el ritmo del verso, idea que, además, abona la especulación en torno a la
necesaria unión entre poesía y pensamiento o filosofía, que marcará la poética cernudiana y
que pretenderá plasmar en sus versos. De hecho, para Talens (AAVV 2002), Cernuda tiene
con Hölderlin una relación mucho más estrecha de lo que parece, por la capacidad del
racionalidad, sino en otra forma de raciocinio” (66). Gracias a Hölderlin, Cernuda habría
con lo observado en los otros textos de nuestro corpus, en los que, además, de esta
existencial.
una pieza de 1929, titulada “El indolente” (III 270-303), donde da cuenta de su primer
encuentro con la prosa poética del Hyperion, libro al que también se refiere en “[Poética]”
(III, 64), como ejemplo de esa constitución conflictuada y misteriosa del poeta. Sin
lectura y la traducción de Hölderlin impacta de lleno: PAL, en sus dos versiones. Allí, el
alemán es presentado como el poeta “consumido” por la fuerza del poder daimónico,
ejemplo heroico del poeta mártir al que Cernuda tratará de asimilarse. Así lo expresa en la
siguiente cita: “¿Quién no recuerda la vida trágica de los grandes poetas? El mismo don
lírico que en ellos habita parece impulsarlos a su destrucción, para llegar a no sé qué
202
indescifrable libertad” (II, 852; Cf. 605). 15 Hölderlin y Goethe (e implícitamente el sufrido
Cernuda) son esos “grandes poetas”, arrastrados a la destrucción por la poesía. Esta
identificación es analizada por Harris cuando indica que en el alemán Cernuda “encontró
un espíritu afín al suyo que iba a ayudar a clarificar sus actitudes, con lo cual la influencia
1992: 103). Ya Gil de Biedma en “Como en sí mismo, al fin” advierte la importancia del
conocimiento del poeta alemán en el armado de la mitología personal de Cernuda: “su idea
de la poesía y su idea de poeta están directamente emparentadas con sus ideas acerca de la
Cernuda encuentra cuestiones que le interesan y de las cuales deja constancia en PAL: el
tema romántico de la nostalgia por la unidad paradisíaca perdida; la idea del poeta
desligado de sus contemporáneos, como ser sin función “en tiempos de miseria” y con un
destino trágico, marcado por la fatalidad; 16 la hostilidad por parte de la sociedad que el
poeta experimenta, causada por la posesión del poder daimónico que es, al mismo tiempo,
fuerza y destrucción; la idea platónica de que la realidad está conformada en dos niveles:
uno invisible y superior y otro aparente y engañoso, que el poeta debe combinar.17
También en la “Nota marginal” que acompaña las traducciones del alemán, publicadas en
Cruz y Raya (1935), Cernuda se refiere a la importancia de recuperar los mitos paganos, en
vulgaridad del hombre” (III, 103); idea que luego le sirve para reafirmar la figura de poeta
en rebeldía respecto de las convenciones sociales, que encarna Hölderlin, pero también el
sevillano acogió:
15
Munárriz, en su prólogo al Hiperion o El eremita de Grecia (1976), señala que “era la fidelidad […] de
Hölderlin a su destino […] lo que admiraba Cernuda. Esa entrega incondicional del poeta a no se sabe qué
fuerzas que hablan por su boca y dictan y ordenan las palabras de sus poemas” (citado en Balzer Haus 165).
16
“¿Para qué poetas en tiempos de miseria” es un verso de la elegía de Hölderlin “Pan y vino”, que da cuenta
de la desaparición de lo divino del horizonte humano y el vacío y los cuestionamientos que esto abre,
principalmente respecto del rol de la poesía y de los poetas. Este verso ha sido interpretado desde diferentes
enfoques (Cf. Caro Valverde 1999: 62ss).
17
Cf. Talens 1974: 13; Juliá 2005; 383; Harris 1992; 103; Jiménez Millán 2004: 52.
203
[En nuestra literatura y en la francesa] los mitos griegos son únicamente un recurso
decorativo; pero nunca eje de una vida perdida entre el mundo moderno y para quien
las fuerzas secretas de la tierra son solas realidades, lejos de estas otras convencionales
por las que se rige la sociedad; reglas prolongadas y ennoblecidas por otros poetas,
pero que alguien como Hólderlin no puede jamás reconocer, a menos de negarse a sí
mismo y desaparecer (III, 104).
curioso de este texto es que más que estudiar las coincidencias o diferencias estéticas entre
ambos poetas se centra en la torpeza de Hölderlin al tratar con Goethe y cómo le acarreó la
antipatía de éste:
su propia situación inicial y al reproche de no haber sido apoyado por los poetas mayores
verdadero, que debe pagar con un alto precio la fidelidad a su vocación poética, y
encabeza, de este modo, la lista de los “héroes románticos, héroes trágicos por excelencia”,
Por otra parte, el contacto con otras personalidades alemanas le permiten expandir
los cuales toma citas, ideas o impresiones de lectura, como Fichte, Niestzsche,
18
Cf. Teruel 2013: 36-27.
204
entre Goethe y Eckermann o entre Goethe y Schiller. Esta asiduidad con la que Cernuda
Siguiendo esta línea poética, Cernuda entraría de lleno en lo que Silver llama un
que se suma la figura del italiano Leopardi (II, 643). Esta asimilación al movimiento
romántico europeo sería el aporte más importante y decisivo del sevillano a la poesía
Esta serie literaria de cuño romántico en la que el poeta pretende insertarse, se completa,
el país, me faltaría la experiencia más considerable de mis años maduros” (645). Según él,
esta estancia británica “corrige” y “completa” tanto en su vida como en sus versos lo que
19
Contrariando la mayoría de las líneas críticas y las “indicaciones” del mismo Cernuda que marcan el
contacto con la tradición inglesa como el punto de inflexión de su trayectoria, Berit Balzer Haus (2005)
indica que ese cambio se produjo por las lecturas de los románticos alemanes: “El resdescubrimiento del
romanticismo [a través de la figura de Bécquer] […] corrió parejo con unas pormenorizadas lecturas de los
románticos alemanes. Unos y otros referentes estéticos imprimieron por tanto un decisivo giro a la actividad
creativa y lírica de Cernuda. Antes y después de ese punto de inflexión –las fechas de los primeros contactos
con pensadores alemanes son en algunos casos imposibles de fijar-, leyó a una variedad de escritores, de los
que surgen referencias esporádicas en sus escritos. Si algo ya conocía de Goethe, Schiller y Novalis, no
sabemos, sin embargo, con exactitud qué obras o partes de obras. En cuanto a referentes germánicos, también
menciona Cernuda en su prosa en alguna ocasión a Kant, Winckelmann, Schelling, Fichte, Hegel,
Schopenhauer, Nietzsche y Freud; a Bach, Mozart, Beethoven, Schubert y Wagner; a Lessing, Jean Paul
Richter y E.T.A. Hoffman, lo cual no hace más que corroborar la amplia formación cultural que poseía”
(157). Es interesante este aporte en cuanto da cuenta, de manera completa, de las influencias alemanas que
tienen lugar en la poesía y poética de Cernuda. Sin embargo, consideramos que es necesario ver su obra
como un todo integral en la que cada precursor elegido, cada movimiento asimilado, cada lectura produce
cambios y reconfiguraciones. Por eso, no creemos adecuado adscribir a la teoría del “giro definitivo” de la
obra cernudiana, ya sea por su contacto con el surrealismo, con el romanticismo alemán o con el
romanticismo inglés, sino que proponemos pensarlo más bien como una evolución en la que las obras
abrevan, de diferente forma y con intensidades diversas, del caudal poético total que el escritor adquiere en el
trato con sus precursores.
205
necesitaba ser corregido y completado, casi al modo de una pieza de rompecabezas que no
se sabía perdida, pero al hallarla le da coherencia final al todo. Por eso, también interpreta
teleológicamente este encuentro con la poesía inglesa como aquello para lo que estaba
preparado (casi predestinado), aún sin saberlo: “Creo que fue Pascal quien escribió: «no
experiencia de la poesía inglesa fue porque ya la había encontrado, porque para ella estaba
(1932) ya había leído a figuras como Byron, Shelley y Keats y ponderaba esta tradición
inglesa, como “el ciclo lírico más alto con que cuenta la poesía” (III, 57). 21 Por eso, más
que una epifanía, lo que esta estancia le permite es un trato más directo y frecuente con las
obras de esta tradición, gracias a su acceso a las bibliotecas de las universidades para las
que trabaja como profesor (648). 22 Esta inmersión en la obra y la cultura de los poetas
ingleses no hace más que profundizar su altísima valoración de este fenómeno cultural,
La riqueza y variedad de la poesía inglesa en cada una de sus épocas no tiene igual en
literatura alguna; en ella las épocas se suceden sin esos períodos muertos que en otras
ocurren. No bien conocida por los lectores extranjeros, pocos se dan cuenta de que la
poesía inglesa es una de las glorias mayores del arte occidental (255).
20
Esta predisposición es la que toma Valente en su ensayo “Luis Cernuda y la meditación” para afirmar que
la poesía meditativa practicada por el sevillano, fuertemente influenciada por la poesía inglesa de los
metafísicos, entronca directamente con la tradición española áurea, relación que el mismo Cernuda había
sugerido en su ensayo sobre San Juan: “Sería curioso relacionar nuestra poesía mística y nuestra poesía
gongorina con el grupo de poetas metafísicos ingleses del siglo XVII […] ¿Existirían entre unos y otros algo
más que afinidad fortuita?” A esta pregunta, Valente dará una posible respuesta en su texto: "Una nota sobre
relaciones literarias hispano-inglesas en el siglo XVII”, incluido en La piedra y el centro (2008: 349-364).
21
En “[Poética]”, la versión de 1934, menciona a Byron, Shelley y Keats; junto a Teócrito, Goethe y
Hölderlin. En el Epistolario, en 1928, describe su propio estado de ánimo como “tristeza byroniana” (151).
En una carta del 10 de octubre de 1938, le confiesa a Edward Sarmiento: “Shelley, que yo admiraba mucho
[antes de su estancia británica], ahora que lo comprendo mejor me interesa menos” (259).
22
Quizá Cernuda quería indicar que si bien ya conocía la obra de algunos ingleses (como Byron o Shelley), a
partir de su estancia en Inglaterra leyó los versos de aquellos poetas que más le impresionaron como
Coleridge, Wordsworth, Yeats, etc. En relación con esta posible división, Octavio Paz señala dos etapas o
grupos de influencia de la poesía inglesa en Cernuda: por un lado Blake y Keats (y podríamos sumar a
Shelley), a quienes Cernuda admiró desde su juventud, pero “pertenecían a lo que podría llamarse su mitad
demoníaca o subversiva: alimentaron su rebeldía moral”; por otro lado, el interés por Wordsworth,
Browning, Yeats y Eliot (podríamos agregar a Coleridge) tiene que ver, para el mejicano, con una
“conciencia estética” (178), porque en las reflexiones de estos últimos es donde Cernuda encontró muchas de
los respuestas a sus preguntas sobre la naturaleza de la poesía (en su sentido más amplio).
206
admiración y alabanza. Y en esta operación, por un lado, opone esa excepcionalidad a las
verbal, barroco en gran medida, de la poesía española, que de manera sutil me parecía
otro lado, pone de manifiesto el poco conocimiento de esta poesía por parte de la masa de
lectores españoles, lo cual supone otorgarle un carácter sino superior, por lo menos, de
distinción o excepcionalidad al grupo de aquellos que leen asiduamente este corpus (entre
ellos, él mismo). La poesía inglesa le otorga, por un lado, postulados estéticos que
como poeta extranjero, alienado respecto de una tradición propia, que busca sus “padres
adoptivos” en otra serie literaria. En HL, a medida que avanza en su derrotero literario, irá
Pronto hallé en los poetas ingleses algunas características que me sedujeron: el efecto
poético me pareció mucho más hondo si la voz no gritaba ni declamaba, ni se extendía
reiterándose, si era menos gruesa y ampulosa (646).
Este efecto poético (que tempranamente ya había señalado como rasgo distintivo de
también señala su afinidad con la producción crítica de estos poetas en cuanto antecedentes
de su propio quehacer: Dr. Johnson, Coleridge, Keats y Arnold (647); y podríamos agregar
profunda entre el ejercicio poético y el ejercicio crítico y cómo éste se nutre de aquél. De
hecho, en el Prefacio de PPLI, da cuenta del hecho de que este contacto profundo y
acaso más que a los de otros países, reflexionar sobre las cuestiones concernientes a la
esencia íntima del arte que practicaban y, por tanto, sus reflexiones son consecuencia del
De este modo, estas lecturas resultan para Cernuda “uno de los mayores sustentos
creativos e intelectuales” a partir de 1938, pues en estos poetas encuentra “modelos críticos
sumamente satisfactorios” (Maristany 40), que si bien dejan su huella en sus versos, es en
su ejercicio crítico donde hacen mella especialmente (sobre todo, el ejemplo de Coleridge).
Si para los ingleses, “el ensayo sobre la propia obra, la exposición del pensamiento poético
poeta aplicado a sí mismo y a otros” (Utrera Mocha 2002: 535). De hecho, si observamos
la crítica cernudiana podremos notar el entrecruzamiento de estos tres ejes (la propia obra,
modo, propone un modo nuevo de hacer crítica en la literatura española, aportando una
“visión singular, no meramente subjetiva, capaz de situar las elecciones y los juicios en un
orden teórico sólido y sistemático” (536), que se corresponde con la figura de crítico que
Finalmente, hay que destacar dentro de esta tradición, una figura cuya influencia es
23
Utrera Mocha continúa explicando esta novedad: “[Cernuda] se sirve de la crítica para reflexionar sobre sí
mismo y sobre el tipo de poesía que le interesa, abriendo así, el camino a una literatura que pone en
entredicho buena parte de los procedimientos y hábitos literarios anquilosados de la lírica española de su
tiempo” (Utrera Mocha 2002: 536).
208
pues Cernuda se nutre principalmente de las obras publicadas hasta la década del ´40.
Según Maristany, son tres los ensayos que ejercen un importante influjo en la constitución
definitiva de la poética cernudiana: “Tradition and the Individual Talent” (1920), “The
Methaphysical Poets” (1921) y “Yeats” (1940); y dos obras poéticas: The Waste Land
(1922) y Four Quartets (1943). Por otro lado, el nombre de Eliot es el que más aparece en
su Epistolario, valorado como poeta y/o como crítico. En una carta del 2 de mayo de 1943,
¿Por qué no te gusta Eliot? Yo temo dar apreciaciones sobre contemporáneos por
diversas razones, egoístas y generosas, pero creo que probablemente [Eliot] es uno de
los poetas hoy vivos que más posibilidades tienen de que mañana siga
considerándosele como tal poeta. Y es también, al mismo tiempo, crítico excelente.
Creo que debes leer sin dejarte seducir por él (aunque tiene muy poco de seductor),
porque gana al releérsele, como casi todos los poetas verdaderos (341)
En una “Declaración estética” que envía a Camilo José Cela en 1959, describe el oficio
del poeta con unos versos de la sección V de Four Quartets (691). Y en una carta a Derek
correlativo” que utiliza en HL: “es frase muy conocida de ensayo de Eliot. Como mis
libros están ya en Los Ángeles, no puedo decirle en qué ensayo ocurre…” (1037).
Sin embargo, el único contacto (indirecto) que tienen no es éxitos, pues en 1947 Eliot
ciudad” e “Impresión de destierro”), afirmando: “Now I have read the Cernuda, and I got
the impression that he is an interesting poet. That is to say, I can see in the translations
something of what inspired your interest in the original. But I don´t feel that the translation
in themselves are very exciting” (Epistolario: 427n). Aunque no queda claro si el problema
son los poemas o la traducción, Cernuda lo toma como algo personal, fiel a su costumbre.
lo odiaba (294). Esta tensión se observa en otra carta a Derek Harris, de diciembre de
1962, donde asegura: “T. S. Eliot es poeta que admiro y cuya obra conozco bien. Alguna
vez le oí como conferenciante, por ejemplo, hablando sobre The music of poetry, en 1942
interesan sus escritos sociales, políticos o religiosos; no le cae bien el hecho de que sea una
figura privilegiada del mundo de habla inglesa; tampoco acuerda con él en la valoración
como “ortodoxia” (II, 43). Más allá de esto, las afinidades son más fuertes, porque Cernuda
logra sobreponerse a las cuestiones extra-literarias para quedarse con un Eliot que lo
deslumbra.
encontramos con la ausencia del nombre del inglés en la obra ensayística de Cernuda, con
excepción de un único texto titulado “Mr. Eliot y Goethe”, en el que critica su forma de
acercarse al poeta alemán. Sin embargo, es posible rastrear, tal como lo ha hecho la crítica,
praxis. Ya Octavio Paz señala que “Eliot fue el escritor vivo que ejerció una influencia más
profunda en el Cernuda de la madurez” (179). Sirvan como ejemplo de esa influencia los
siguientes puntos analizados por la crítica: la idea de que el crítico debe reconstruir la
propia tradición, estableciendo un orden nuevo de poetas y de poemas (Cf. Paz 1076: 179;
Maristany 1994: 44; Jiménez Heffernan 1998: 295); fundar un nuevo estilo de hacer crítica
posiciones (Cf. Paz 179; Maristany 45); la doctrina de la impersonalidad poética (Cf.
Hughes 2004: 100); el uso del “equivalente correlativo” (sobre el que volveremos luego) y
su consecuente noción de experiencia (Cf. López Castro 2003; Doce 2005); entre otras.
210
Algunas de estas cuestiones ya se encontraban latentes en los textos del joven Cernuda.
Por ejemplo, el cuestionamiento del canon consagrado y la posibilidad de armar uno nuevo
aparece en las primeras prosas del sevillano, “Matices”, donde la resistencia a aceptar lo
establecido por el establishment y la propuesta de una nueva mirada supone uno de sus
mejores logros como crítico. Más tarde, esta idea parece haberlo sostenido en su tarea, a
pesar del rechazo que experimentaba por parte de sus colegas, pues la posibilidad de un
de hecho sucedió. En definitiva, Eliot es uno de los artistas que Cernuda más admira y al
que atribuye palabras de elogio poco comunes en la obra del sevillano, aun cuando tuviera
una relación conflictiva con la persona. Es testimonio de esto la valoración que expresa en
Creo que Eliot es sin duda el más grande de todos [los poetas ingleses de la
actualidad] y uno de los grandes poetas del mundo. Especialmente su última obra,
Cuatro Cuartetos es de una trascendencia extraordinaria y en ella donde Eliot se ha
logrado mejor desde el punto de vista del lenguaje (III, 788).
asimilación de las lecciones que aprende en los románticos ingleses. Esto repercute, de
modo decisivo, en su obra de creación y crítica, así como en los postulados de su poética,
reafirmando un movimiento que ya se había iniciado al calor de los primeros contactos con
los ingleses (y también con los alemanes), antes de 1938. 24 Por eso, no acordamos con la
propuesta de Brian Hughes (2005), quien afirma que la relación con los ingleses fue de
“coincidencia” más que de “influencia” aduciendo que cuando escribe Donde habite el
olvido e Invocaciones todavía no había leído a los ingleses. Ya señalamos que para 1932
24
Cf. Doce: “[Hay que leer HL como] el relato de la influencia que la tradición poética inglesa tuvo en Luis
Cernuda, influencia que si bien confirmó ciertas inclinaciones latentes de su poética, no por ello fue menos
decisiva” (2005: 255). Jiménez Heffernan afirma que la lectura de la poesía y el ejercicio crítico de los
escritores ingleses “determinó sus hábitos de pensamiento” (1998: 294). Consideramos que hablar de
“determinación” es demasiado, si tenemos en cuenta que había cierta predisposición en Cernuda (por su
recorrido existencial y literario) que lo llevó a admirar y seguir a los ingleses. Por eso, preferimos hablar de
“influencia”.
211
tenía algunas lecturas de esta tradición; además, ya conocía de sobra a otros románticos
versión inglesa. 25 Por otro lado, como ya vimos, puede descubrir y hacer propio ese aporte,
porque antes ha vivido plenamente las propuestas vitales y morales del surrealismo, pero
Por eso, proponemos pensar este vínculo como un recorrido de ida y vuelta: Cernuda
profundiza en la línea inglesa, porque ya conocía algunos ejemplos que lo atraían y en los
obra, al reconstruir su recorrido literario en HL, exagera ese encuentro dándole el estatuto
de una epifanía, que habría producido en sus versos un giro radical (algo que no se puede
observar tan claramente en el análisis de su poesía). Por ello, la poesía inglesa le habría
dado una tradición que validaba sus propias preferencias literarias (como afirma Harris),
que le daba una baraja donde insertarse como “naipe cuya baraja se ha perdido” y que le
permitía “legitimar sus experimentos”, de modo que su devoción por la tradición poética
inglesa sería parte de una serie de “ejercicios estratégicos” para adscribirse a ella (Jiménez
en cuenta la tradición que le corresponde como español (que es inevitable), pero situando
25
Hughes (2004) también afirma, leyendo PAL, que en 1935, Cernuda ya habla de la necesidad de modular
la voz en poesía y que el poema permanezca bajo el control de la imaginación; sin embargo, elige como
ejemplificación uno de los fragmentos que Cernuda agrega a la versión de 1941, cuando ya hace tres años
que vive en Gran Bretaña: “El instinto poético despertó en mí gracias a la percepción más aguda de la
realidad…”, que ya hemos citado. Justamente el agregado no es ingenuo: ha redireccionado su poética y su
quehacer en función de sus nuevas lecturas (97).
212
adscribirse a una tradición que no le pertenece por linaje “de sangre”, sino por elección.
con la serie literaria a la cual pretende adscribirse en cada momento. Para entender este
credo estético, hay que advertir, en principio, que se encuentra fuertemente cruzado por el
del hecho de que Cernuda concibe el romanticismo de dos modos: como el movimiento
histórico que aparece en el siglo XIX, hito de nacimiento de la “poesía moderna” (III, 66-
67); y por otro lado, como un hecho eterno, una forma de concebir el mundo y al hombre,
particular, esa extraña conmoción vital que siempre le caracterizan” (III, 67). Este segundo
impere. Recapitulamos aquí las ideas más importantes que desarrollamos en el capítulo 1.
La realidad es incognoscible y lo que vemos es sólo apariencia, elaborada por los hombres
para su tranquilidad (III, 47). Sin embargo, el poeta, dotado fatalmente del poder
daimónico, puede intuir aquella realidad escondida (la verdadera) y por ello, la persigue,
tratando de fijarla en sus versos para satisfacer su deseo de ella, empresa en la que
finalmente fracasa: “El poeta intenta fijar el espectáculo transitorio que perciben su cuerpo
y su espíritu” (II, 851). Esto produce, por un lado, un sentimiento de hostilidad hacia esa
realidad y por otro, un conflicto con la sociedad que lo rodea, que no lo comprende, que lo
constriñe: “los demás le estiman mal” (III, 48); por eso, es, en definitiva, un
“revolucionario” (II, 851). Este conflicto, a la vez exterior e interior, es la causa de que la
constitución del poeta sea fundamentalmente contradictoria: “Es de nieve por fuera y de
llama por dentro” (III, 48). De este modo, este espíritu misterioso distingue al artista de
poesía que ejerce es parte de este destino fatal que le cabe (III, 16) y al cual no puede
responder más que con heroísmo, para “realizar exteriormente la curva que un indivisible
poder demoníaco parecía haberle asignado” (III, 53), pues sabe de antemano que no tiene
A partir de estas nociones iniciales, el joven Cernuda trata de definir en qué consisten
con fecha del 23 de agosto de 1927: “…la Poesía no es esto ni aquello. Esto y aquello no
se excluyen, si existen, verdaderamente, como aspiración hacia la Poesía” (III, 753). Dos
años más tarde, en “Paul Éluard”, define el poema como “algo cuya causa, a manera de
fugacísima luz entre tinieblas eternas o sombra súbita entre la luz agobiadora, permanece
escondida; ya es bastante difícil la huella incierta, falsa a veces, no importa, para buscar
214
además el cuerpo invisible negado eternamente” (III, 15). En medio de esta incertidumbre,
el poeta es, entonces, “un buen conductor de poesía”, pues sólo es posible “conocer la
poesía a través del hombre” (III, 15). En “El espíritu lírico”, ya influido por el surrealismo,
las definiciones contienen el mismo grado de imprecisión: “…un poema es casi siempre un
fantasma, algo que se arrastra lánguidamente en busca de su propia realidad. Ningún sueño
vale nada al lado de esta realidad, que se esconde siempre y sólo a veces podemos
En este contexto, las palabras traicionan (II, 852; III, 16), no significan lo que el poeta
quiere expresar, resultan insuficientes. Por lo tanto, la pompa y el ornato (que Cernuda
advierte en la literatura española) no hacen otra cosa que entorpecer aún más esta búsqueda
de la verdad en el poema. Por eso, pondera como mérito del romanticismo en sentido
amplio el haberse librado “de la pompa, del ornato que como vano ramaje rodeaba con sus
anchas hojas decorativas el cuerpo esbelto y ligero de la poesía” (III, 69; Cf. III, 16). 26
versión de PAL nos permite advertir este cambio y observar cómo su trato con la tradición
y la poesía inglesas impacta de forma directa en sus postulados estéticos. En ese sentido, la
constitutiva del poeta. Este concepto, de raíz eminentemente romántica, 27 que había sido
atracción del mundo circundante” (II, 602). Es este instinto poético, como movimiento
interior, el que le exige salir de sí mismo y fundirse con “el vasto cuerpo de la creación”.
26
Por este motivo, no es extraño que el sevillano afirme con seguridad que Garcilaso o San Juan de la Cruz
son “románticos” y no pueda adjudicarle esta característica tan certeramente a Bécquer (III, 15; III, 55). Se
observa aquí, una vez más, su reticencia a aceptar lo dado sin más y su búsqueda de nuevos parámetros de
evaluación de los artistas y de las convenciones historiográficas de la literatura.
27
C. M. Bowra (1972) define la noción de intuición como concepto clave de la poética romántica: “Insisten
en que [la imaginación] revela una forma importante de verdad. Creen que, al actuar la imaginación, ve cosas
para las que la inteligencia ordinaria es ciega, gracias a una íntima percepción o intuición. La imaginación y
la intuición son inseparables y constituyen, para todos los efectos prácticos, una sola facultad” (19).
215
también de raigambre romántica, es germen de la poesía (Silver 2004: 17; Harris 1992).
Pero estar en el mundo implica para el poeta una existencia separada e incompleta que le
El deseo me llevaba hacia la realidad que se ofrecía ante mis ojos como si sólo con su
posesión pudiera alcanzar certeza de mi propia vida. Mas como esa posesión jamás la
he alcanzado sino de modo precario, de ahí la corriente contraria de hostilidad ante el
irónico atractivo de la realidad (II, 602).
Deseo vs. realidad, apariencia vs. verdad serán los polos entre los que se dirima la vida
y la escritura de Cernuda-poeta. Es por eso que, bajo la égida de Fichte y otros filósofos
idealistas, afirmará que “la realidad exterior es un espejismo y lo único cierto mi propio
deseo de poseerla”, lo cual le da pie para definir “la esencia del problema poético” como
“el conflicto entre realidad y deseo, entre apariencia y verdad, permitiéndonos alcanzar
alguna vislumbre de la imagen completa del mundo que ignoramos” (II, 602). 28 De este
modo, el arte se convierte en una vía media entre la abstracción filosófica o metafísica y la
materia, de modo que “la tarea del arte consiste tanto en corporeizar la entelequia como en
diferente a los otros hombres, que consigue entrar en contacto con el mundo de las
realidades invisibles.
28
También la noción de instinto poético, el conflicto entre el deseo y la realidad y la naturaleza de este poder
daimónico que posee al poeta al modo de un fatum lírico, corresponden, como indica Pozuelo Yvancos
(2004: 149) al sistema filosófico neoplatónico de Fichte y de Schelling. A la vez que expresa su teoría
estética, se constituye como poeta enajenado, pues construye sus textos ensayísticos de tal modo que imbrica
íntimamente pensamiento poético, necesidad lírica y experiencias personales, presentando la poesía como
resultado de una fatalidad, un destino inevitable y una experiencia vital que él mismo padece (150).
29
Insausti señala que este modo cernudiano de considerar lo estético como indagación espiritual y, a la vez,
como satisfacción de la sensibilidad externa, se puede entender sólo desde la angustia romántica: “la escisión
de la conciencia y su agudísimo instinto de unidad por medio de la reconciliación entre contrarios” (261).
216
como:
cierta forma de lirismo, no bien reconocida ni apreciada entre nosotros, que atiende
con preferencia a lo que en la vida humana, por dignidad y excelencia, parece imagen
de una inmutable realidad superior. Dicho lirismo, al que en rigor puede llamársele
metafísico, no requiere expresión abstracta, ni supone necesariamente en el poeta
algún sistema filosófico previo, sino que basta con que deje presentir, dentro de una
obra poética, esa correlación entre las dos realidades, visible e invisible del mundo (II,
502).
Si bien este texto no es una autopoética, nos permite observar cómo Cernuda mantiene
una coherencia al proclamar la necesidad de unir poesía y filosofía, tal como ya lo había
filosofía y la poesía son “las dos ramas más altas del árbol humano”, las “dos caras de una
misma y enigmática realidad”. Olvidar esta afinidad (como sucede, según su parecer en la
poesía española) produce “la no existencia de la poesía como tal” (III, 31). Estas mismas
nociones son las que hallará en la lectura de los románticos ingleses, pues esta correlación
entre el mundo sensible y el mundo de las realidades espirituales es afirmada ya por Blake,
define el modo en el que el poeta conoce lo real, lo “verdaderamente” real, que se esconde
partida, tal como afirma en “[Presentación a una lectura poética]”, lo que distingue al poeta
es, por un lado, una conciencia más clara del mundo, que la del resto de los hombres (III,
769); y por otro, “la contemplación desinteresada, despersonalizada” de lo real (III, 770).
Esta mirada implica no sólo (ni primeramente) la acción que realizan los ojos, sino que
217
“inteligencia”, intus-legere, es decir, “leer dentro” de las cosas, una “percepción más aguda
También en HL esta mirada será la protagonista del hito decisivo que lo lleve por el
una tarde a caballo por los alrededores de Sevilla, “las cosas se me aparecieron como si las
viera por vez primera, como si por vez primera entrara yo en comunicación con ellas, y esa
decir dicha experiencia” (II, 626). Esta mirada inaugural es la piedra fundamental de su
vocación poética. De allí parte entonces “la urgencia de decir”, la palabra, los versos. Por
eso, no es posible obviar este modo que Cernuda tiene de concebir la poesía, como una
forma nueva, distinta, más consciente de mirar el mundo y como paso previo al ejercicio
de la escritura.
Estos presupuestos filosóficos y estéticos fundan, en efecto, las opciones formales que,
en HL, el Cernuda maduro manifiesta haber seguido a lo largo de su trayectoria (más allá
de que lo haya logrado efectivamente o no). Uno de los primeros problemas a los que se
enfrenta es la cuestión de cómo expresar lo que permanece en su interior. Así, por ejemplo,
indica que, durante la escritura de Égloga, Elegía, Oda, “no dejaba de darme cuenta cómo
mucha parte viva y esencial de mí no hallaba expresión en dichos poemas” (II, 631).
experimentaba […]; mas, inhábil para conseguirlo, sus ecos me perseguían como una
advertencia dramática: […] [yo no sabía] decir en poesía esa urgencia de todo el ser” (II,
quince años después de la escritura de estos poemarios, para explicar lo que pretendía
plasmar en sus versos, sin éxito (Doce 2005: 271). Este desfasaje entre la escritura y el
concepto con el que pretende explicarla, sumado al hecho de que no menciona el nombre
del escritor angloamericano, puede ser un indicio de cómo el poeta sevillano pretende
inglesa. Él habría estado tratando de hacer lo mismo que Eliot proponía incluso antes de
producción. Finalmente, parece encontrar una solución para este problema expresivo al
encontré de pronto camino y forma para expresar en poesía cierta parte de aquello que no
materia poética era susceptible de amplitud mayor que la acostumbrada entre nosotros” (II,
632). Con el poemario Invocaciones, se reafirma esta tendencia: “percibí que la materia a
informar en ellos exigía mayor dimensión; mayor amplitud”. Se suma a esto que se
“sintiera capaz […] de decirlo todo en el poema” (640). Reconoce que esto lo lleva a dos
defectos: por un lado, cierta divagación y por otro, una ampulosidad en la expresión, dos
cosas que reprueba de la literatura española. Pero el logro que le ve a esta elección es la de
haberse liberado de las limitaciones que proponía la “poesía pura”. Esta elección poética,
da pie para liberar el verso y prepararlo para la expresión del pensamiento. Por otro lado,
justifica que sus versos hayan ganado cada vez más extensión hasta llegar a convertirse en
prosa lírica (como sus últimos libros), previendo seguramente posibles objeciones: como el
219
hecho de no ser un género demasiado común en el ámbito hispánico o también por incurrir
medio (aunque imperfecto) de acceder a lo real. Si el poeta debe dar cuenta de las
realidades invisibles que presiente (en la línea del lirismo metafísico) y el lenguaje resulta
contenido (y los problemas que ello conlleva) que la perfección de la forma. Esto supone ir
pos de un ritmo verbal que priorice el pensamiento y una “expresión coloquial” (en
Prohibidos: lo que él quería decir le parecía “más urgente que lo que resultara al seguir los
laberintos de la rima” (II, 635). El Cernuda maduro advierte que esta urgencia lo hace
por la rima” (636). Y por este camino, reforzará el uso del encabalgamiento: 30
La reflexión sobre la dinámica entre ambos ritmos (el de la frase y el del verso) lo lleva
a establecer una íntima relación entre “su escasa simpatía por la rima” y su preferencia por
30
El uso inteligente del encabalgamiento es lo que Cernuda exaltaba en la poesía de Aldana: “Aldana parece
buscar en el verso, también como Manrique, un equilibrio entre el ritmo métrico y el ritmo de la frase, bien
visible en su uso del enjambement, de manera que no sea el primero, sino el segundo quien dirija el
movimiento melódico”(II, 511).
220
vocablos de empleo diario: el lenguaje hablado y el tono coloquial hacia los cuales creo
que tendí siempre” (651). Hay que tener en cuenta que en el mismo texto, Cernuda justifica
sus posibles fracasos en el intento de aplicar este postulado estético: “No digo que no se
halle en mis versos excepción a estas preferencias que vengo indicando”; y más adelante,
Esta justificación puede ser tomada como un recurso de la captatio benevolentia, pero
es muy probable que Cernuda (con su aguda mirada crítica) realmente haya experimentado
este desasosiego si es que percibió, como parte de la crítica advierte, que se alejaba cada
vez más de sus objetivos. De hecho, por ejemplo, Octavio Paz asegura que “por las
palabras que emplea, casi todas cultas, y por la sintaxis artificiosa, más que `escribir como
se habla´, a veces Cernuda `habla como un libro´” (182). Otros críticos (Doce, Segovia,
Jiménez Heffernan, etc.) también advierten que Cernuda no logra la limpieza retórica que
Lo que nos permite determinar esta preferencia es que, al momento de escribir HL,
Cernuda se hallaba claramente, por lo menos en sus reflexiones teóricas, bajo la influencia
cotidiano de los hombres, dejando de lado la ampulosidad de una poesía artificiosa, será
uno de los modos en que los románticos logren plasmar en sus poemas la realidad íntima
del hombre. Así lo explica el mismo Cernuda al hablar de la poética del inglés: “Su
intención primera es hallar una dicción poética no inventada a capricho por el poeta, sino
imitada del lenguaje real, del lenguaje hablado […] de aquél que, en circunstancias
221
extraordinarias, dicta al hombre su propia emoción (II, 292). Encuentra, entonces, en los
poetas románticos ingleses el modo de que el lenguaje acompañe aquella intuición esencial
punto de partida de lo poético, “lo que todavía creemos esencial” (III, 770), despojándose
de lo superfluo a través del uso del lenguaje común. En clara reminiscencia al “Prefacio”
poética” (1946):
Quisiera que otros pudieran estimar que nuestra lengua común aparece en mi trabajo
con decoro equivalente al que tienen tantos poetas de la larga y rica tradición nativa.
Sea cual sea la expresión que el poeta adopte, o a él se imponga es siempre la lengua
lo que materialmente más le importa. Yo deseo una lengua precisa mas sin pedantería,
usual mas sin vulgaridad (III, 770-771).
En esta cita, se observa cómo Cernuda expresa su deseo de que esta intención expresiva
que lo obsesiona sea reconocida en su obra: “Quisiera que otros pudieran estimar”; o
también: “Yo deseo”, lo cual supone cierta advertencia de sus dificultades para concretarla
que le causa al sevillano la concisión de la poesía inglesa, “el contorno exacto” del poema,
cuyo efecto poético resulta más hondo “si la voz no gritaba ni declamaba, ni se extendía
reiterándose, si era menos gruesa y ampulosa” (646). Nos interesa aquí establecer la
relación entre esta dicción liberada de las limitaciones previas de la extensión, de la rima,
que el propio Cernuda pretende para su poesía. 31 Si bien la crítica posterior retomó los
postulados estéticos a los que aludiremos a continuación como piedra de toque para fundar,
por un lado, una línea poético-cultural denominada “poesía del pensamiento”, y por otro (y
ambos conceptos no se oponen sino que se complementan, como partes del proceso
31
Valente establece esta misma relación entre el equilibrio entre el lenguaje escrito y hablado y la sumisión
de la palabra al pensamiento poético como los dos polos de la poesía cernudiana (2008: 134).
222
poético. Es por eso que evitamos aquí adscribir la poesía del sevillano a una u otra
propuesta, dejando esto para un estudio posterior sobre la recepción del poeta por parte de
sus sucesores.
experiencias vitales, algo que ya advertimos en el devenir discursivo de PAL. Los tres
hitos iniciáticos con los que comienza su texto presentan tres experiencias que lo
prepararán, de uno u otro modo, para el oficio poético. La más importante de ellas es la que
mencionamos más arriba: ese “aparecerse” de las cosas como si las viera por primera vez
que le provoca una urgencia expresiva. A partir de ese momento, sus reflexiones se
dedicarán a indagar la relación entre experiencia y poesía, buscando darle forma teórica a
ese proceso.
Si seguimos el desarrollo del ensayo, veremos que la primera noción que utiliza es la ya
de Eliot. Cernuda entiende este mecanismo como la búsqueda de una expresión poética
apropiada para experiencias que impactan directa y fuertemente en sus sentidos: “por
ejemplo, al ver a una criatura hermosa […] o al oír un aire de jazz. Ambas experiencias se
proceso por el que se presenta el impulso poético, ajeno a su propia voluntad, parte de la
una experiencia implacable, una necesidad expresiva, eran, por lo general, el punto de
arranque […] esos motivos externos eran sólo el pretexto, y la causa secreta un estado
de receptividad, de acuidad espiritual que, en su intensidad desusada, llegaba, en
ocasiones, a sacudirme con un escalofrío y hasta provocar lágrimas, las cuales
innecesario es decirlo, no se debían a la efusión de sentimientos. Aprendí a distinguir
entre lo que pudiera llamar la causa aparente y la causa real de aquel estado a que
acabo de referirme y, al tratar de dar expresión a su experiencia, vi que era la segunda
la que importaba, aquella de la cual debía partir el contagio poético para el lector
posible (II, 638).
223
Al final de esta cita, se suma un actor más en este proceso: el lector. Tenemos, entonces,
Por otra parte, el trabajo de mis clases me hizo comprender como necesario que mis
explicaciones llevaran a los estudiantes a ver por sí mismos aquello de que yo iba a
hablarles; […] también el trabajo poético exigía algo equivalente, no tratando de dar
sólo al lector el efecto de mi experiencia, sino conduciéndole por el mismo camino
que yo había recorrido, por los mismos estados que había experimentado y, al fin,
dejarle solo frente al resultado (645).
Si observamos las palabras que Eliot utiliza en su ensayo sobre Hamlet, veremos que
The only way of expressing emotion in the form of art is by finding an `objective
correlative'; in other words, a set of objects, a situation, a chain of events which shall
be the formula of that particular emotion; such that when the external facts, which
must terminate in sensory experience, are given, the emotion is immediately evoked (:
145
Sin embargo, hay un problema en la aplicación que Cernuda hace del concepto y que
muy bien advierte Jiménez Heffernan (2004: 84). Cernuda parte de la “experiencia
que luego es proyectada en el poema. Este último pretende, por tanto, a través de una
experimentó en primer lugar, pasando antes por los mismos estados. En cambio, en Eliot el
sino sólo una “niebla de angustias personales en la que se condensaban, súbitamente, las
palabras” (84), la emoción es provocada en el proceso mismo de crear el poema. Por eso,
explicación de lo que sucede en el proceso mismo de creación (algo sobre lo que Cernuda
224
misma emoción al momento de la lectura: Cernuda habla del “mismo camino” y Eliot, de
“la única forma de expresar” y de “la emoción evocada”, no cualquier emoción, sino esa
misma que experimentó el poeta. Para ambos autores, cada emoción posee, por necesidad,
un modo único de expresión y es tarea (y destreza) del poeta descubrirlo y deber del lector
detectarlo y acatar obediente la orden del autor. Este afán magisterial hace referencia a la
obras. Frente a este modo de concebir la relación entre experiencia y poema, Cernuda
[tanto] pathetic falacy […], lo que pudiera traducirse como engaño sentimental,
tratando de que el proceso de mi experiencia se objetivara, y no deparase sólo al lector
su resultado, o sea una impresión subjetiva; otro, como purple patch o trozo de
bravura, la bonitura y lo superfino de la expresión, no condescendiendo con frases que
me gustaran por sí mismas y sacrificándolas a la línea del poema, al dibujo de la
composición (II, 647). 33
experiencia emotiva sobre una situación dramática, histórica o legendaria […] para que se
objetivara mejor, tanto dramática como poéticamente” (647). 34 El propósito es, entonces,
poniendo la expresión (la forma) al servicio del pensamiento (el contenido). Como asegura
Maristany, en esta etapa, Cernuda “aspiraba hacia una poesía capaz de ensanchar y
32
Según Jiménez Heffernan, esta tergiversación que Cernuda hace de la teoría de Eliot produjo después
importantes desvaríos dogmáticos en sus seguidores. Gil de Biedma o Valente sí comprenden la idea
eliotiana y la incorporan, pero luego la confusión de Cernuda generará las infructuosas polémicas que
inundaron el medio literario de la segunda mitad del siglo XX: comunicación vs. expresión y comunicación
vs. conocimiento. (84).
33
Al hablar de la “pathetic falacy”, Cernuda menciona a Ruskin como su creador, aunque con ciertas dudas.
Es efectivamente este escritor británico, quien define este defecto como “la reacción excesiva de una mente
que no logra dominar sus emociones” (citado en Doce 2005: 269)
34
En una lectura poética de 1946, afirma respecto a esta técnica: “…cansado de la subjetividad excesiva de
nuestra poesía moderna, hallé conveniente a veces, en mis versos, suponer un ser ficticio, quien colocado en
circunstancias determinadas pudiera dar voz a mi propia experiencia […] [Se cita aquí el poema
“Quetzalcóalt”]” (III, 770).
225
objetivar la experiencia emotiva, una poesía que no fuera simplemente emanación y aroma
que le producen una urgencia expresiva y casi todas ellas tienen que ver con la visión de un
cuerpo juvenil hermoso (relacionado con el goce y el amor), con la audición de una pieza
musical o con la experiencia del cine, cúmulo de experiencias del que el poeta abreva y
que enriquecen su escritura. Es por eso que encontraremos reiteradas referencias a estos
El segundo vicio tiene que ver con su desprecio por el ornato del lenguaje, al que ya nos
referimos, pero también con la idea de que el poema es una estructura total, en la que cada
elemento tiene una función y aporta algo singular. No debe haber elementos superfluos que
respondan únicamente a motivos sonoros o de preciosismo expresivo, sino que cada unidad
se corresponde con el armado total del poema y está allí por necesidad. Esto está en
estrecha relación con la noción romántica de “forma orgánica”, que subyace en la obra de
Cernuda. 35 Esta idea del poema como unidad total supone que el poeta “explor[e] todas las
composición, para que un poema adquiera existencia” (653). Los elementos del poema,
entonces, se vinculan entre sí según la necesidad del tema y el poeta sólo debe seguirlas.
Sin embargo, esta exploración no es siempre necesaria pues “cuando se trata de un poema
cuyas posibilidades las conoce de antemano el poeta como limitadas […] basta un instante
de iluminación, sólo hay que trasladar lo esencial de la experiencia” (654). Esto implica,
poético, un germen que permanece fuera del proceso poético (a diferencia de Eliot y de lo
35
Doce (2005) analiza cómo la noción de “forma orgánica” romántica estructura, en cierto modo, las
reflexiones teóricas de Cernuda. Si bien el análisis es a posteriori, pues el sevillano no era consciente de esta
coincidencia, Doce establece tres certidumbres que hilvanan HL: “el poema como organismo compuesto de
partes subordinadas a una totalidad” (ligado a la noción de “necesidad”); [la reivindicación del] papel de la
mente consciente y la razón crítica en la construcción del poema”; “la relación proporcional entre el contorno
del poema (su perímetro) y su germen de experiencia (o médula irradiadora)” (268). Las dos primeras
corresponden a la lectura de Coleridge y la última enlaza directamente con el concepto de “correlato
objetivo” (o “equivalente correlativo”, según Cernuda) de Eliot (268), que ya indicamos.
226
antemano, como es natural, el germen del cual nace” (654). Esa experiencia inicial
actualizarlas (cosa que puede hacer bien o mal, completamente o a medias, según su
destreza técnica e intuitiva) (Doce 2005: 256). En definitiva, tanto el poema como sus
partes se componen en función de la necesidad, de modo que nada aparece como superfluo
En definitiva, lo que nos interesa destacar es que Cernuda está haciendo camino. Tal
como afirma la crítica, será un caso especial (quizá único, podríamos afirmar) en el marco
promoción: “Su frialdad es la apasionada frialdad del hombre que, a cada momento, está
intentando entender y entenderse […] El poema, sus poemas, no se encaminan a otra cosa.
(1980: 71). Finalmente, el propio Valente advierte este cambio de tono introducido por
La obra de Cernuda no sólo nos ofrece un cuerpo poético de desusada calidad, sino
que acarrea al propio tiempo una renovación del espíritu y la letra el verso castellano.
Quiero decir con ello que la obra de Cernuda rebasa su propia órbita […] para venir a
dar una nueva inflexión a la tradición literaria a la que pertenece (2008: 132).
36
Jiménez Millán (2004) afirma a este respecto: “… lo importante es advertir cómo Cernuda, sin alejarse
excesivamente de unas constantes propias de su generación, deja en todos esos libros una impronta
inconfundible, una distinción -considerada a veces `rareza´- que está por encima de modas y oscilaciones
estilísticas” (29). También Hughes Cunningham (2004) remarca en Cernuda la creación de una “voz propia a
partir de una mezcla paradójica de reserva y desnudez” (92). Marta Ferrari (2010) asegura, por su parte, que
Cernuda aporta “un nuevo tono de voz, próximo a la austeridad y la reticencia y alejado de la redundancia, el
énfasis y la retórica” (8).
227
establecen los contornos inevitables del poema que el poeta debe ser capaz de descubrir,
aunque no de crear. Una vez más, la voluntad del artista se somete al dictado de un
elemento externo que parece determinar el desarrollo de los versos y su virtud supone
descubrirlo y saber plasmar esto en el lenguaje del poema. Veamos que aquella idea inicial
de que hay algo externo al poema y al hombre, que debe ser descubierto y al que sólo el
poeta tiene acceso sigue siendo una constante de su pensamiento poético y lo que
paradigma trascendental del arte de la vanguardia, que tuvo entre sus denominaciones la de
“poesía pura”, ajena a la historia, y emerge lo que la crítica llamará luego “poesía social”,
una poesía que “baja a la calle” y se compromete con los hechos político-sociales del
extremas, se extiende una gran variedad de matices que hoy deben ser retomados y
praxis poética una dimensión ética que se fundamenta en el modo en que ellos conciben
tanto el fenómeno poético como la figura y la función del poeta en la comunidad humana.
Sin entrar en el complejo debate de los estudios literarios actuales en torno a la cuestión
del compromiso, nos disponemos aquí a establecer en qué sentido Cernuda habla de un
228
“arte comprometido” y de un sentido ético del quehacer poético, más allá de lo que la
crítica pueda evaluar en su propia obra. Muchos estudiosos de la línea más social, de las
llamadas “poéticas del compromiso”, podrían afirmar que la obra de Cernuda o de Valente
no debería ser incluida en esta etiqueta, pues la noción de la que parten se fundamenta en
obstante, consideramos que no por ello la palabra “compromiso” debe estar atada o
circunscripta a aquellos que han pretendido apropiársela a lo largo del tiempo, sino que
debe ser resignificada en cada propuesta teniendo en cuenta en qué sentido el autor
propone comprometerse con la realidad y con la comunidad en la que vive, desde sus
propias convicciones. De este modo, continuamos con lo que nos hemos propuesto en este
trabajo de rehuir las etiquetas o rótulos que han sido establecidos por la crítica como
verdaderos en el estudio de los poetas. Por eso, si los mismos poetas conciben su quehacer
podemos quitarle esa dimensión. Si su arte resulta para él una apuesta ética, un aporte
fundamental para los hombres, un modo de buscar y/o revelar la verdad, no podremos
nosotros negarle esa condición (aun cuando pudiéramos no estar de acuerdo con sus
escritores manifiestan respecto de los usos y costumbres del campo literario de sus
respectivas épocas.
excepcional, gracias al don que ha recibido, y por ello, se presenta como un marginado, un
generación no sólo por el modo en que concibe el quehacer poético, sino también por la
tradición en la que decide insertarse, aportando un nuevo tono y una nueva modulación de
la voz en la poesía española del siglo XX. Pero eso no es todo. El poeta sevillano está
229
convencido de que la praxis poética supone, por su misma naturaleza, una acción ética, en
tanto que es en la “misión” que le toca en el seno de una sociedad, aquello para lo que
“sirve” (como afirma el epígrafe de esta sección) y por lo tanto, lo que puede aportar a la
lleva a escribir versos” (II, 479). Como ya habíamos indicado en el capítulo 1, esta
vocación, que procede de una instancia superior y a la que el poeta debe responder con su
sociedad burguesa y capitalista. Ya lo dice en PAL: “La mayoría de las gentes produce hoy
efecto que la sociedad actual produce en sus miembros; pero hay algunos que deciden
“revolucionario” (en términos románticos), que con su praxis, debe librar esta lucha contra
el medio social, incluso cuando conozca de antemano su fracaso. Si el poeta considera que
“responsabilidad” (III, 121); y cuando aparecen estos conceptos, aparecen también los que
suponen que actuar bien es cumplir con la misión (aunque eso suponga malestar, dolor y
fracaso y por eso, el poeta se convierta en un mártir) y actuar mal (o por lo menos,
reprochablemente) implica no cumplir con ello. Así se abre, entonces, la dimensión ética y
poeta con una acusada conciencia de ciertos valores éticos y morales que, a su juicio, debía
La diferencia con otras poéticas (las llamadas “sociales” o “del compromiso”) es que la
testimonio y una intención denunciadora; sino que, por el contrario, sigue la línea
propuesta por Adorno en los múltiples fragmentos de Teoría estética (2004), pero
toleran nada interior que no se exteriorice, nada exterior que no sea portador de lo interior,
del contenido de verdad” (401). El teórico alemán explica su posición con una obra de
Goethe:
bien no estudiamos aquí la poesía de los autores, sí podemos hacer un paréntesis para
pensar en los poemas de Los placeres prohibidos en los que la evolución de la experiencia
del amor homosexual (a veces desagarrada y a veces extasiada; a veces furiosa y a veces
funcionan como forma de protesta y rebeldía contra los valores, tanto de la sociedad
Claro está que la posición desde la cual el sujeto poético se expresa es la de la distancia; no
Cernuda piensa esta relación entre poesía y ética. Este final está constituido por una
anécdota familiar del bautismo del propio Cernuda, cuya protagonista es su hermana:
Alguna vez me contaron en la casa familiar, en Sevilla, cómo durante la fiesta que
siguió a mi bautizo, al arrojar mi padre desde un balcón al patio lo que allí llamaban
“pelón”, mis primos y primas, que eran numerosos, se arrojaron sobre el montón de
monedas, mientras mi hermana Ana, segunda hermana mía, se quedaba en un rincón,
mirando el espectáculo, sin participar en él. Al preguntarle alguno por qué no entraba,
ella también, en la refriega, respondió: “estoy esperando a que acaben” (II, 660).
Cernuda ve en esa actitud un talante familiar que él también ha heredado, pero lo hace
funcionar como una analogía de su propia relación con el resto de los hombres:
Así, frente a la turbamulta que se precipita a recoger los dones del mundo, ventajas,
fortuna, posición, me quedé siempre a un lado, no para esperar, como decía mi
hermana, a que acabara, porque sé que nunca acaban, o si acaban, que nada dejan, sino
por respeto a la dignidad del hombre y por necesidad de mantenerla; y no es que crea
no haber cometido nunca actos indignos, sino que éstos no los cometí por lucro ni por
medro (II, 660-661). 37
conflictiva relación que establece con el campo literario español. Pero además, este
apartamiento tiene un fundamento estético, que deriva en uno ético: la forma en que
vemos dos posiciones. La primera se identifica con la “turbamulta” ansiosa de recoger los
dones del mundo, “dones” en sentido irónico, pues lo que recogen, en definitiva, atenta
contra la dignidad humana. Estos dones pueden ser materiales (dinero, posesiones) o
inmateriales (éxito, fama, pleitesía, consagración, etc.); ninguno de ellos obtenido de forma
37
Hay que entender estos últimos términos, “lucro” y “medro”, no sólo en sentido económico, sino en
función de todos los elementos que enumeró más arriba: ventajas, fortuna, posición, etc.
232
completa y constante por Cernuda. 38 En este grupo, podríamos incluir a los agentes
dominantes del campo literario (poetas, críticos, editores, etc.), pero también a la sociedad
burguesa que el sevillano desprecia y cuya escala axiológica otorga a estos “dones” un
lugar primordial. Por otro lado, está la posición de la hermana y del propio poeta, descripta
como un “quedarse a un lado”, por respeto a la dignidad del hombre y para mantenerla.
Ésta es, en definitiva, la actitud que para Cernuda caracteriza al poeta, al artista, en el
Creo que una de las cualidades, y no la menos esencial, que el arte requiere de quien a
él se dedica, es entera independencia espiritual; una inteligencia y una imaginación
que no estén sujetas sino a sus propias limitaciones naturales. No quiero decir, sin
embargo, que el artista no deba aceptar y servir dogma o creencia, ya religiosa, ya
moral, y hasta política si usted quiere, como materia para la cual puede hallar
expresión artística. Al hacerlo así, dogma o credo pasan a ser cosa adjetiva, no siendo
ellos quienes del arte se sirven, sino el arte quien se sirve de ellos. Ahí el dogma, sea
cual sea, sólo y por sí, por mucha sinceridad y convicción con que mueva a su
expositor, no sirve (III, 795).
espiritual” que debe tener el artista implica justamente, por un lado, un rechazo de los
otorgue una conciencia más clara del mundo (III, 769). Esta contemplación (que supone un
alejamiento para poder analizar y conocer con mayor objetividad) es una actitud siempre
requerida, tanto en los textos autopoéticos referenciales, como en los meramente poéticos.
dispone a conocer el mundo y a advertir, detrás de las apariencias, el fondo de verdad que
diverso:
38
A esta cuestión, se refiere frecuentemente en sus autopoéticas. En HL, por ejemplo, la ausencia de una
situación económica adecuada en los diversos lugares donde reside es una referencia usual. También los
problemas que se le presentan para ser conocido y reconocido en España se presentan en la mayoría de los
textos.
233
A mí parecer el poeta no debe tener compromisos con nada ni con nadie, excepto con
aquello a quien sirve, que es la poesía. Pero con eso no puede excusar, si la hubiera en
él, la falta de contacto con el mundo en que vive y el conocimiento del mismo.
Permítame ahora que cite unas líneas, referentes a su pregunta, de mi libro
Pensamiento poético en la lírica inglesa: “Ahí tenemos un problema artístico que no
es exclusivo de aquel tiempo (el de Swiburne), ni de ningún otro, sino que se da
siempre, aunque hoy se le crea exclusivo del nuestro bajo la denominación de arte
`comprometido´. En la literatura y en la poesía siempre ha entrado, en proporción
mayor o menor, cierto elemento cambiante, ajeno a las mismas, que unas veces es
religioso, otras moral, otras social, otras político, y al cual alguna gente interesada, y
sobre todo alguna gente ajena a la literatura y a la poesía, pretende darle importancia
mayor que a la calidad artística misma, que es la única que decide el valor de una obra
literaria” (Entrevista con Raúl Leiva, II, 811). 39
…es el artista a quien debo haber gozado del más puro deleite; y al escribir eso
recuerdo cómo algunos discuten acerca de que el arte debe `comprometerse´, ser útil.
No conozco obra de arte comprometido que me haya servido tanto, ni mejor, en su
pureza irreductible, como la de Mozart (II, 649).
Para Valender (2002c), estas afirmaciones son una muestra del hecho de que Cernuda es
uno de los primeros en comprender -antes que sus compañeros, que escribían poemas de
más justo era irreal. Y allí reside la importancia de su testimonio. Por eso, consideraba que
verdad, cabe preguntarse qué es la verdad para Cernuda y recordar que hacia el final de HL
confiesa: “Yo no me hice, y sólo he tratado, como todo hombre, de hallar mi verdad, la
mía, que no será mejor ni peor que la de otros, sino sólo diferente (II, 659). Más allá de
esta posición relativista, “mi verdad” tendrá un significado más universal y uno más
personal. El primero tiene que ver con el modo en que Cernuda concibe la sociedad en la
que vive, responsable de construir esas apariencias de lo real que domestican al hombre y
39
Por eso, no hace poesía militante durante la guerra, sino que “opta desde el principio por un tono
discursivo en el que domina el sentimiento elegíaco. A diferencia de Alberti, Prados, Altolaguirre, Moreno
Villa, Juan Gil-Albert e incluso Vicente Aleixandre, no escribe ni un solo romance durante la guerra”
(Jiménez Millán 64).
234
lo limitan: “Tantas limitaciones se han impuesto a la vida, que hoy el hombre no pisa un
terreno virgen: sus huellas se imprimen servilmente sobre las de sus predecesores y a ellas
se acomoda. No vive, es decir, no crea: imita” (III, 53). También en PAL afirma: “Nunca
como ahora la sociedad ha reducido la vida a tan estrechos límites” (II, 602). En HL, se
refiere en diversas ocasiones a la hostilidad que siente hacia esa sociedad burguesa que le
repugna y en la cual se siente extraño, para la que sólo guarda sentimientos de rebeldía e
inconformismo (II, 632; 636-7; 659). Ante esto, el poeta, “ser excepcional”, “único en su
especie” (III, 53), se subleva contra las normas y las instituciones consagradas:
La imagen del poeta siempre se sitúa en un nivel superior que difícilmente tolera la
normalidad convencional y suele cuestionar las instituciones, empezando por la
familia. Es algo que ya estaba presente en André Gide, tan admirado por Cernuda […]
Esa imagen del artista que sufre en un mundo hostil no desaparece de la escritura
cernudiana (Jiménez Millán 2004: 63).
En consonancia con ello, Octavio Paz caracteriza a Cernuda como “uno de los
y la negación de los valores establecidos por la moral burguesa: “La poesía de Cernuda es
una crítica de nuestros valores y creencias; en ella destrucción y creación son inseparables,
pues aquello que afirma implica la disolución de lo que la sociedad tiene por justo, sagrado
o inmutable” (169).
nuevos, por lo menos, no en un nivel general, aunque sí personal y aquí entra el segundo
significado del giro “mi verdad”, la cual se arma a partir de diversos elementos: su
fuerza ineludible de un amor diferente, entre otros. En consonancia con esto, Derek Harris
…el principio fundamental de la teoría poética del último [Cernuda]: por debajo de la
apariencia estética del poema yace escondida una verdad ética […] La propia poesía
de Cernuda es una tentativa de medir y dar significado a su existencia, de llegar a una
aceptación moral y espiritual de sí mismo según los dictados de su conciencia” (37-
38).
Cernuda pretende alcanzar una verdad del mundo y de sí mismo, que sea válida para él
y también para quienes encuentren en ella una respuesta a sus propios interrogantes,
Zambrano destaca algunas características de Cernuda que, afirma, no han sido observadas:
dignidad ante las adversidades económicas, su inclinación a abandonar con todas las
consecuencias el entorno habitual” (Teruel 2013: 141). Esta serie de valores que el poeta
va levantando como estandarte de su propia vida y de su oficio poético son los que, por un
una posición estética y ética que da sentido a su vida y a su obra, aun cuando sea tratado
por sus contemporáneos como un marginado o un extranjero. Esto explica también esa
“conducta que mantuvo durante toda su vida y que lo llevó a forjar una identidad
auténtica”, más allá de que esto lo alejara de los demás y le trajera más de una enemistad,
como “intolerante juez de la hipocresía de la época” (Porrúa 2002: 82). Es ésta actitud
tanto su autofiguración como la batalla sostenida y virulenta que mantiene con el campo
literario. Esta propuesta poética conlleva una convicción ética, sustentada en su disidencia
prometeica y justificada por valores altruistas innegociables, frente a los valores mundanos
del resto de sus contemporáneos que resulta, si no totalmente errónea, por lo menos
CAPÍTULO 3
En el libro Escritores a la greña, Julián Moreira Prieto (2014) afirma que para un
escritor no hay
nada peor que sentirse ninguneado. Antes de eso, el escritor prefiere el vapuleo: la
existencia de enemigos eleva la propia posición […] Los escritores andan a la greña
tanto por celos o envidias como por la necesidad de hacerse ver. Y el enemigo se tiene
o se busca; quien no dispone de alguno, no puede dormir tranquilo (11)
La construcción del enemigo es una de las operaciones que Cernuda lleva a cabo para
tomar posición dentro del campo literario español. La actuación en un determinado campo
implica siempre, como vimos, una posición de la que el agente parte y una posición a la
que quiere acceder o en la que quiere permanecer. En este proceso, son múltiples los
factores que determinan la eficacia o la inutilidad de las estrategias utilizadas por el artista
para alcanzar su objetivo. En el caso de Cernuda, hay una íntima correlación entre las
posiciones estéticas y genealógicas disidentes, con una dimensión ética, que recorrimos en
vector que abordaremos, todo lo cual nos permite establecer el modo en que los textos
Para esto, es necesario recordar que en cada uno de estos textos podemos advertir dos
tipos de lectores: aquellos con los que el poeta pretende congraciarse y a los que quiere
persuadir y los otros, los “contra-destinatarios” (en palabras Verón), con los que establece
sarcasmos o críticas brutales: los miembros del campo literario español, sobre el cual se
agosto de 1926: “He hecho algo. Pero cada vez estoy más desalentado. Veo, toco, cuanta
publicación en prosa de Cernuda, “Matices”, donde, como vimos, establece una posición
controversial respecto del estado de opinión del campo literario español, y decide convertir
queda plasmado en los fragmentos de homenaje también mencionados que Cernuda escribe
hacia 1926 (III, 731). Sin embargo, si observamos su Epistolario en el período que va de
diversas ocasiones (8, 6, 13, 32). Pero en una carta del 2 de diciembre de 1926, se produce
un cambio: “Figúrate que dicho señor [Salinas] dice de mí, a escondidas, desde luego, que
soy muy raro y que sólo me gusta estar escondido en casa. Creo, sin embargo, que no vale
la pena disgustarse con una persona que lo desconoce a uno hasta el punto de verle al
revés” (39). En una nota al pie, Valender indica que, por unas cartas de Salinas a Guillén,
es posible observar que, al parecer, la antipatía era mutua (Epistolario, 49). Por lo tanto,
recepción de Perfil del Aire (que le estaba dedicado) como “unas cortas líneas evasivas”
(629), aun cuando la epístola, a simple vista, no parece ni tan corta, ni tan evasiva o carente
de afecto.
238
Otro caso es su relación con Guillén, la cual entabla a instancia de Salinas. La primera
que Guillén tuvo de “El indolente” (29). El mismo año, Cernuda se dirige al poeta mayor
para agradecerle una carta (al parecer muy afectuosa y elogiosa) referida a unos poemas
del sevillano. Allí el joven Cernuda declara abiertamente: “Soy, por tanto, un discípulo
suyo: no hago más que adelantarme a lo que otros poetas jóvenes harán, sin duda, gracias
al espléndido ejemplo de poesía que usted nos va dando” (44). Esta declaración es
Sin embargo, estos vínculos colapsan definitivamente con la publicación de Perfil del
movimientos ofensivo-defensivos, que incluso décadas más tarde, dan cuenta de una herida
poeta sino también como crítico, tal como lo expresa en la siguiente cita: “En realidad la
crítica, como yo la entiendo, tal vez sea cosa ajena a la mentalidad española” (“Entrevista
con un poeta”, 2002: 813). Cernuda se ve a sí mismo en una posición opuesta a la de sus
medio literario inmediato deja de ser el español, sin embargo, no tenemos referencias
1
Un interesante artículo de James Valender (2002c) realiza un rastro de la recepción de la obra de Cernuda
en la crítica mexicana, cuyo reconocimiento definitivo es póstumo: llega con el homenaje que le rinde la
239
poética” (1946): 3
Para quien vive separado de su tierra, si alcanzó ya esa edad en que se ha completado
la formación del hombre, ello no significa pérdida ni desventaja alguna. Con él, lleva
fundido inseparablemente, el espíritu de su tradición, de su lengua, de su gente, pero
desprendido de todo lazo de comunidad inmediata, enojoso a veces por ligero que sea,
ya que ese lazo no existe para quien vive entre extraños. Y esto le permite conocer
mejor su tierra, a distancia y en silencio, gozando en resumen, de magnífica
independencia (III, 770).
Observemos cuán interesante resulta este texto para las cuestiones que venimos
tratando. En primer lugar, explica por qué, a pesar del exilio, continúa atado a España, lo
cual no tendría nada de particular, sino postulara este alejamiento como una ventaja, una
posición privilegiada para el escritor; así pondera su trabajo y su posición de crítica radical
en torno al campo español como el mejor estado de relación con la tierra nativa. Por otro
lado, este texto se contrapone a la imagen del escritor aislado que Cernuda pretende
construir, pues caracteriza la situación de “vivir entre extraños” como lo contrario a algo
“enojoso”, de modo que la distancia y el silencio no sólo dan independencia (algo muy
hiperbólico que exalta la posición del exiliado. Además, reconoce de soslayo que posee
cierto reconocimiento de sus contemporáneos americanos: “El lector español actual parece
estimar particularmente, y esperar del poeta, otra cosa. Quizá por esto no sea en España
sino en América donde mi trabajo parece haber hallado mayor simpatía” (III, 771). Este
Revista Mexicana de la Cultura, a principios de 1964, en el que participan Octavio Paz, Ma. Dolores Arana,
Enrique Azcoaga, Fernando Charry Lara, Salvador Elizondo, Isabel Fraire, Elizabeth Müller, José Emilio
Pacheco y Ramon Xirau. Ese mismo año se suma otro homenaje póstumo: el ensayo de Octavio Paz: “La
palabra edificante”, que hemos citado reiteradas veces.
2
Maristany (1994) afirma: “La salida de España reforzó casi de inmediato en su prosa la distancia crítica
respecto de nuestra tradición española” (II, 37); y también: “…casi sorprende la fidelidad de Cernuda en
tratar temas literarios exclusivamente españoles […] En el fondo se lo imponía su propio aislamiento como
escritor, sin contacto vivo con su lengua. El exilio rompe lazos y a su modo los afianza; fuerza a la mudanza,
pero robustece, por obra de la memoria, la continuidad” (II, 39).
3
Hacia al final de este texto, Cernuda refiere nuevamente a esa incomprensión hacia su obra por parte del
lector español de la época en contraposición con el lector americano.
240
autoconfigurarse como ser apartado, pero con total independencia de pensamiento, lo cual
también le da pie para acentuar la necesidad y arbitrariedad del medio español, donde no es
reconocido (según él quiere dar a entender) respecto de otros medios donde halla
adhesiones.
Ya nos referimos reiteradas veces a 1927 y a la mala recepción del primer poemario de
Cernuda, como un suceso clave para comprender su trayectoria. Pero el disgusto no es sólo
del joven poeta, sino también del maestro cuya poesía influye en el libro: Jorge Guillén.
Esto se observa en una carta que Salinas le envía a este último poco antes de la salida del
poemario cernudiano, al parecer en respuesta a una de aquél que se perdió, donde se refiere
Las palabras de Salinas resultan incluso extremas e hiperbólicas (al punto de ofrecerse a
matar a Cernuda), por lo cual podemos deducir que el disgusto de Guillén fue grande.
hay que preguntarse hasta qué punto había influido en los círculos mandarinescos el
agravio de Jorge Guillén al verse en los poemas de Luis Cernuda o si más bien, como
ha indicado Guillermo Carnero, “Guillén, nueve años mayor, temió que la aparición
de Perfil del Aire antes que la del primer Cántico ocultara o acaso invirtiera, la para él
evidente dependencia del primer libro con respecto al segundo” (Carnero 2002: 287)
(21).
241
Sin embargo, en mayo de 1927, el mismo Guillén le dirige a Cernuda una carta de
alabanza de Perfil del Aire: “¡Precioso Perfil del Aire! No es posible más digna, más
nombre inauguración poética […] mundo completo y suficiente. ¡Qué justeza! Un solo
acorde exactísimo. ¡Y qué blanco todo!” (53). A continuación, Guillén se dedica a definir
andaluza […] la suya […] irreductible a todas las demás” (53-54). Luego, se niega a
asumir la posición de “maestro” que le ha dado la crítica: “No, yo no soy maestro de nadie.
un Poeta […] Hay poeta. Con mayúscula” (54). Pero es necesario leer entre líneas.
advierte el doble lenguaje que éste utiliza en esa carta (y que Cernuda no advierte), así
como “la hipocresía y las traiciones a golpe de ironía y malsana voz baja” con las que tanto
(2013) señala este doble juego de Guillén, quien puede darse el lujo de “ser magnánimo”,
sobre todo porque, como le había vaticinado Salinas, “el libro de Cernuda había resultado
`casi un éxito tuyo´” (24). Sabemos que Cernuda no advirtió la hipocresía, pues un mes
después le envía a Guillén una carta con palabras que retomaremos luego al hablar de
CAP:
Una de las cosas que más viva simpatía me inspira es la juventud: no sabría, no podría
prestar atención a un viejo. Usted es joven ahora: en el tiempo. En la poesía lo será
usted siempre; y magistral, porque no conozco una poesía suya que no posea esa
decisiva cualidad –esa admirable calidad–. Por eso es tan cierto lo que dice Bergamín
en un reciente artículo; el libro que usted publique será, ciertamente `capital y único´.
Esto es lo que no comprenden –ni comprenderán nunca- esos periodistas que se
extrañan de que usted ejerza influencia sin haber publicado ningún libro (Epistolario,
55-56).
Cernuda reconoce en estas líneas el magisterio y la influencia del poeta, no sin antes
expresar la punzada de dolor que le causa la incomprensión de sus colegas y que no cejará
nunca: “¡cuántas cosas perdidas! Se me han caído, verdaderamente, las alas del corazón”
(55). Hacia el final de su vida, Cernuda dará cuenta de esta supuesta operación realizada
242
por ambos poetas mayores para crear y difundir su leyenda, como lo indica en una carta a
Las críticas iniciales acusan al libro de ser una imitación de Guillén y de falta de
novedad. Estas reseñas, a cargo de Juan Chabás (La Libertad, 29/4/1927), Francisco Ayala
(La Gaceta Literaria, 1/5/1927), Salazar Chapela (El Sol, 18/5/1927), son mencionadas por
Cernuda en HL: “Poco después cayeron sobre mí, una tras otra, las reseña acerca de Perfil
del Aire: todas atacaban mi libro” (II, 629). Sin embargo, llegan luego las reseñas
favorables, principalmente las dos a las que Cernuda también alude (II, 630): la de José
catalana L´Amic de les Arts (febrero de 1928). También habrá cartas de los principales
poetas de la generación, todas favorables y que Cernuda evita citar: Pedro Salinas (29/4),
Juan Guerrero (3/5), José Bergamín (6/5), Manuel Altolaguirre (13/5), Jorge Guillén
(26/5), Juan Ramón Jiménez (12/6), Gerardo Diego (19/6). Advertimos, con Pérez Bazo,
cierta adulación cínica en algunas de estas epístolas (principalmente por parte de Salinas y
Guillén) (399), motivo por el cual quizá el Cernuda maduro prescindió de contabilizarlas
Más allá de las posteriores valoraciones positivas que la obra de Cernuda va obteniendo,
que conviven, por supuesto, con críticas adversas, el poeta no logra correrse del eje del
rechazo de ese primer libro y superar el resentimiento. Una de las causas la indica él
mismo en HL: considera que la crítica a su libro fue mucho más dura que con otros
conociendo cómo a todos los libritos de verso que por aquellos años aparecían en
España, se les había recibido, por lo menos, con benevolencia, la excepción hecha al
mío me mortificó tanto más cuanto que ya comenzaba a entrever que el trabajo poético
era razón principal, si no única, de mi existencia (II, 630).
243
Con esta frase, Cernuda conforma su figura autoral de víctima inocente (permanente a
lo largo de su vida), motivada por un hecho real: el ensañamiento con su primer libro, y
Todas estas cuestiones están inteligentemente tejidas en sus escritos ensayísticos, en sus
poemas, en sus cartas. Tan fuerte es este hecho que produce una especie de torsión en la
trayectoria literaria de Cernuda, transformándola en algo distinto, tanto en lo que tiene que
ver con su escritura como en su pertenencia al campo literario. A partir de ese momento, se
víctima inocente y la figura de “ellos”, los otros, como hostigadores incansables e injustos,
figura autoral de Cernuda. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Vicente
Aleixandre publican viñetas despectivas sobre él que llegan a un gran público; por su parte,
delicado y frágil que quería habitar un mundo privado de atmósfera rarificada” (Harris
1992: 30). Se suman a estas otras muchas semblanzas similares (Luis Felipe Vivanco,
Eugenio Florit, Birute Ciplijauskaite, Ricardo Gullón, Juan Chabás, Max Aub, Tomás
Segovia, etc.), que perpetuarán características del Cernuda joven (la indolencia, la soledad,
obra, lo cual resulta claramente injusto (31-33). En un pasaje del artículo “Cervantes”,
Todos sabemos cuán difícil, para no decir imposible, resulta entendernos unos a otros;
todos sabemos con cuánta frecuencia el error, el prejuicio y el recelo opinan torcida o
falsamente acerca de personas y hechos contemporáneos nuestros […]
Dichos comentarios biográficos deben considerarse, cuando más, como leyenda o
disfraz que encubre un irreparable vacío humano; y respetarse sólo cuando no sean
244
Un año más tarde, en una entrevista con Jaime Tello, cuando éste le pregunta algunos
datos de su vida, Cernuda responde con un verso de Machado: “Mi historia, algunos casos
Moreno Villa al aludir a mí en su Vida en claro” (III, 788). Estas intervenciones están en
clara consonancia con las preocupaciones que Cernuda siente en cuanto a la recepción
controlar sus derroteros. Sin embargo, él mismo era consciente de su trato difícil y por eso,
reclama que se le deje de lado en favor de su personaje poético: “sé perfectamente que mi
trato es difícil. Pero qué voy a hacer. Acaso mi trabajo sea una compensación para quienes,
con alguna simpatía hacia mí, se sienten ofendidos con aquella dificultad. Mi trabajo vale
más que yo, y cambiando éste por aquél, quedándose con el trabajo y dejando la persona,
se sale ganancioso” (carta a Nieves Mathews, 23/2/1946, Epistolario: 413). En las cartas
de los años finales de Cernuda, podemos observar la angustia y los problemas concretos
Ángeles): “me hicieron el servicio de contar horrores de mí, para impedir, no sólo el
para impedirme venir del todo” (28/11/1962; Epistolario 1074). Unos meses después se
lamenta de encontrarse envuelto en rumores “sobre que soy `imposible y grosero´, famita
que, desde nuestra bendita tierra, llega hasta mí aquí […] No te diré que un paisano […]
dijo a otro chismoso del departamento que, como poeta, sí valgo la pena, pero que, como
Ahora bien, la crítica cernudiana posterior acuerda en que esta leyenda personal tiene
(Neira 2009: 204; García Montero 2002: 36; Dennis 2002: 163, Jiménez Millán 2004: 29-
30; Pérez Bazo 2002: 398-399). Pero esto no puede sesgar el análisis de su obra y
sus decisiones literarias, sobre todo, porque no es posible (ni nos interesa para nuestro
y condenar sus defectos (Dennis 2002; Harris 1992). De hecho, coincidimos con Valender
(2002c) en afirmar que parte de esta leyenda hunde sus raíces en el modo en que Cernuda
se tomó la vocación poética: “vivió por y para la obra que él esperaba fuera a sobrevivirle”
(14); y por otro, del hecho de que “muy pocos comprendían una vocación tan absoluta a la
poesía, y menos todavía estaban dispuestos a aceptar esta sustitución del hombre por su
trabajo que se derivaba de ella” (15). Paloma Altolaguirre (2002) reclama, en este sentido,
El Luis Cernuda que yo conocí era una persona respetuosa, agradable, tranquila,
dotada incluso de un excelente sentido del humor. Y estoy cansada de contarles lo
mismo [a los que preguntan sobre su personalidad difícil], porque, claro, los que me
hacen la pregunta no quieren oírlo como respuesta. Resulta mucho más fácil y
divertido para ellos seguir reiterando y difundiendo la leyenda del Cernuda “grosero e
insoportable”. Yo no quiero convertir a Luis en un santo, cosa que, desde luego, y para
gran fortuna de todos, no era, ni quiso ser jamás. Como todos nosotros, habrá tenido
sus momentos de egoísmo o de enojo, a veces justificadamente, a veces no. Pero, para
usar sus propias palabras, yo creo que ya ha llegado la hora de dar la espalda a la
leyenda negra y preguntarnos por la compleja persona que vivía y sufría debajo de
ella. Se lo debemos al poeta, desde luego, pero también se lo debemos al hombre (88).
Esta cita nos permite tomar distancia de las opiniones sobre la personalidad del Cernuda
puntapié inicial para desestabilizar la dinámica del campo literario español y proponer
nuevos modos de pensar la poesía (el arte en general) y la función/misión del poeta, nuevas
formas de ejercicio crítico, un nuevo papel para el lector, un aporte renovado y no-
246
dogmático sobre el hombre y el mundo. Todo esto lo llevó a cabo a través de diversas
fama de su alrededor. Por eso, algunos críticos advierten el modo en que Cernuda, por una
parte, soportó su leyenda, pero por otra, también la cultivó, en función de sus objetivos
(Teruel 2013: 22; Harris 1992: 19; Carnero en AAVV 2002: 44): tanto los que responden a
mantiene y alimenta durante toda su vida, posee un punto de partida concreto: la recepción
establecido, que vimos en sus primeros textos; cuenta, además, con un condimento real: la
personalidad singular, susceptible, obsesiva del sevillano, de la que muchos hablarán y que
podemos observar en su Epistolario. Responde también a una voluntad explícita del poeta
resentimiento que sin duda sintió y se convirtió exactamente en lo que pretendía: el poeta
Si bien esta polémica, iniciada en 1927, es mantenida por Cernuda durante toda su vida,
tiene otro punto álgido en 1948, relacionado con dos hechos: uno literario y otro
académico. No es el único, pero nos interesa en particular porque da origen a dos textos
autopoéticos fundamentales.
247
Ese año, Dámaso Alonso publica en la revista Finisterre un artículo titulado: “Una
generación del 27 y por supuesto, de Cernuda. Ése es el hecho literario. Por otro lado, en el
verano del mismo año, Cernuda es invitado a dar dos cursos en la Escuela de Español de
Middlebury College (Vermont), donde se reencuentra con Salinas y otras figuras del exilio
republicano. Éste es el hecho académico. Teruel narra los sucesos de ese verano y los
malestares que causaron en Cernuda (69). El primero es el encuentro con Salinas (que
siempre fue su benefactor), 4 teñido de recelo a causa de las palabras que éste le había
dedicado al sevillano en el libro Literatura española siglo XX de 1941, sobre las cuales
Cernuda escribe: “Escrito con la mejor intención, no me parece, sin embargo, que se dé
cuenta de lo que dicen mis versos” (Epistolario 450). Se suma a esto el retrato de
1945. 5 El segundo es la lectura del artículo de Dámaso Alonso: “Una generación poética
crítica española prestigiosa de la época de que “la mejor poesía de su generación procedía
Española, de Ángel del Río, con una lectura de Cernuda que lo enfureció.
4
Teruel nos señala que incluso ese mismo año acababa de escribirle a Cernuda “una carta de recomendación
para el puesto de assistant profesor que ocupaba en Mount Holyoke” (70). Además, si vemos Epistolario de
Cernuda por esa época, le escribe cartas bastante afectuosas a Salinas para felicitarlo por ser abuelo, recordar
el nacimiento de su hija Soledad, el deseo de verlo y la promesa de una visita y agradecerle por una carta que
Salinas le ha enviado por su libro (446-448). En otras habla, sin muestras de desprecio o reproche de Dámaso
Alonso (448), de Guillén (447, 451, 455, 469-9). También se muestra afectuoso con Aleixandre (461). Si
observamos las cartas de ese año, se reiteran los nombres más importantes de la generación: Salinas, Guillén,
Alonso, Aleixandre, Lorca, etc; además de una comunicación fluida con José Luis Cano. Esto implica que
Cernuda no estaba aislado en Norteamérica tampoco.
5
Pedro Salinas lo describe como el “Licenciado Vidriera”: “Por dentro, de cristal. Porque es el más
licenciado Vidriera de todos, el que más aparta a la gente de sí, por temor a que le rompan algo, el más
extraño” (“Nueve o diez poetas”, incluido en la antología Contemporary Spanish Poetry , editada por Eleanor
L. Turnbull, en 1945). Cernuda responde esto que considera una ofensa en el poema “Malentendu” de
Desolación de la Quimera: “Él escribió de ti eso de `Licenciado Vidriera´/ Y aun es de agradecer que
superior inepcia no escribiese,/ Siéndole tan ajenas las razones/ Que te movían. ¿Y te extrañabas/ De su
desdén a tu amistad inocua,/ favoreciendo en cambio la de otros? Éstos eran los suyos” (vv. 13-18; I, 525).
248
Todos estos sucesos motivan al poeta sevillano a publicar dos textos autopoéticos:
“Carta Abierta a Dámaso Alonso” y la entrevista apócrifa que ya analizamos, “El Crítico,
el Amigo, el Poeta…”, con la intención, en primer lugar, de contestar a esa leyenda creada
en torno suyo (la carta); y en segundo lugar, de dar, de una vez por todas, una crítica justa a
El primer texto surge, entonces, de la lectura del artículo de Dámaso Alonso sobre la
generación del 27, el cual, según afirma Teruel, tenía como objetivo “afianzar la fotografía
del Ateneo de Sevilla como acto fundacional del 27” y ser “una crónica sentimental y de
publicaciones más importantes del panorama literario español de esa época (incluso hoy en
día). Si bien Alonso no utiliza el rótulo “generación del 27”, sí establece su vínculo
estrecho con el tercer centenario de Góngora, que implicó el viaje a Sevilla y el encuentro
entre amigos, que luego se dispersaron en el exilio; por ello, el tono del artículo es
nostálgico. Por lo tanto, pone el acento en las relaciones humanas y de amistad como factor
aglutinante de la generación. Si bien menciona a Cernuda entre los poetas más importantes
del grupo, volverá sobre Perfil del Aire para indicar que no era un poemario maduro y
(citado por el mismo poeta en su carta; III, 198). La respuesta pública es inevitable.
Cernuda escribe, entonces, “Carta Abierta a Dámaso Alonso” (III, 198-200) y la publica
de él; y la tercera, en autofigurarse como un sujeto sufriente y pasivo hasta ese momento,
en que decide abandonar el silencio para levantar su voz en contra de los que lo maltratan.
249
“Aunque poco calificado yo para opinar acerca de una crítica informativa o erudita, como
suele ser la de usted” (198). El inicio de aparente humildad de la frase deriva en una
caracterización demoledora del trabajo de Alonso: quien conoce la obra de Cernuda sabe
que los adjetivos “erudita” e “informativa” para el ejercicio crítico son poco menos que un
y hechos conectados con cierta generación poética” (198). Por lo tanto, si Cernuda no está
rectificar algunos puntos que creo equívocos, si no inexactos?”, utiliza los tres términos
destacados por nosotros para acentuar la desautorización del artículo, que extiende (aunque
sin desarrollarlo) al resto del contenido: “Sólo me refiero, naturalmente a cuestiones que a
mi persona y trabajo atañen, dejando aparte el que yo esté o no de acuerdo con las
afirmaciones generales allí expresadas” (198). Con estas palabras, arma la figura de crítico
Pelayo en el poema “Góngora”) las palabras y acciones de todo un sector del campo
determinadas estrategias textuales, en una especie de enemigo necio, que juzga y valora sin
comprender. Esta identificación entre el crítico y sus colegas la enfatiza más adelante:
“esas palabras suyas reiteran una opinión vulgar en ciertos medios literarios hacia 1927”
(199). 6
datado en Londres entre 1946 y 1948, que fue pensado, originariamente para Ocnos, según
6
Según indica Teruel, “esta suspicacia cernudiana deja traslucir posibles rumores o intuiciones captados por
su atento radar de aquel verano de 1948. En el fondo está respondiendo a algo que pudo volver a oír en el
encuentro de Middlebury College, sobre todo, después de la publicación de la Historia de la Literatura
Española, de Ángel del Río, porque Dámaso Alonso no se pronuncia abiertamente sobre la influencia de
Guillén en su primer libro” (75).
250
las notas de Harris y Maristany (III, 815). En estas líneas, utiliza el apóstrofe para
ahora, asumiendo además la potestad de declarar quién es “más” o “menos” poeta y quién
conocerte entonces, ni a ti ni a tus versos, te dicen que ahora eres mejor y más poeta”.
lo dicho por otros veinte años más jóvenes” (200). La repetición de lo dicho por otros que
decir, que es una imposición externa, que no acepta. Además, en el fragmento inédito, al
Cernuda: “Atención insuficiente, algo enojosa de constatar cuando ya habían dado por
válidas sus estimaciones perentorias, que quisieron ahora disimular bajo pretexto de
con la sinceridad que el sujeto se atribuye a sí mismo y con la recepción de ese público
nuevo, esas “mentes nuevas” sobre las que actúan ahora con eficacia los mismos escritos
Por otro lado, Cernuda se dedica a desmantelar esas opiniones que tanto Alonso (como
por un lado, que él era “muy joven” en 1927, al momento de formarse el nuevo grupo
7
En otros textos, Cernuda considera que Salinas y Guillén son de otra generación. En una carta escrita a un
estudioso de su obra ese mismo año de 1948, afirma: “Sé que Salinas habla de romanticismo respecto de mí,
pero con toda su benevolencia y condescendencia para conmigo, él, como Guillén, como Dámaso Alonso,
pertenece a otra generación, y ya no alcanza este mundo en el cual nos debatimos, intentando expresarlo,
realizarlo” (454). Esto continúa una operación crítica temprana que se observa ya en su texto: “Málaga-París.
Líneas con ocasión de un poeta (1931)”, en el cual no incluye a Salinas y a Guillén (aunque sí a Alonso) en la
nómina generacional, en la que él todavía se consideraba adscripto.
251
poético y estaba “casi aislado en Sevilla”; y por otro, que su primer poemario “tampoco
primer lugar, a su propia valoración de Perfil del Aire, con palabras similares a las que
luego utilizará en HL (630): “…yo al menos creo que es obra de uno que sabe, tanto lo que
quiere, como lo que no quiere decir. Entre otras notas distintivas, pienso que están ya allí
estas dos: visión y tono” (198-9). Este comentario se encuentra en consonancia con la
reivindica para su poemario, pero según su perspectiva, que la crítica no supo ver. 8 Para
el campo literario que sirve de contexto para la publicación de Perfil del Aire:
A pesar de la crítica adversa, este fragmento da cuenta del lugar que Cernuda tenía entre
sus colegas y es de las pocas ocasiones que, en sus autopoéticas, da cuenta del
curioso es que en HL, diez años después, él se caracterizará a sí mismo como “inexperto,
aislado en Sevilla” (629), dos de las características que Alonso indica y que él rechaza de
plano en la carta. Esto es porque, como indica Teruel, en esta carta lo que Cernuda le
8
Aquí se observa también la continuidad en cuanto a la actitud discursiva del sujeto por el uso de
expresiones que restringen lo dicho a la perspectiva propia: “yo al menos creo”; “pienso”. Incluso cuando
está defendiendo su propia obra desde un punto de vista que él considera el correcto, no utiliza un discurso
categórico ni absoluto. Resaltamos una vez más esta cuestión ya que no es tan común, incluso en aquellos
que predican la tolerancia y la pluralidad de ideas desde el contenido, pero utilizan estrategias discursivas de
tono dogmático y categórico que no dan lugar a posiciones contrarias o intermedias.
252
Lorca y Alberti, Diego y Salinas y sobre todo, Guillén (75). Luego, la intención y el
Asunto es éste [la opinión común sobre él] sobre el cual he dejado siempre la palabra a
los demás, esperando yo algún día añadir la mía, y apenas lo hago ahora sino en parte
[…] Hubo cosas, dichas por ciertas gentes y en cierto momento, acerca de mi primer
libro, que yo, sincero conmigo mismo y esperanzado en cuanto a mi vocación, pude
oír en silencio; pero el silencio ya no es posible, ni justo, cuando aquellas mismas
cosas las oigo repetidas por una persona como usted, y al cabo de más de veinte años
de tarea, que precisamente se inicia toda con aquel primer libro (199-200)
Como si de alguien resignado que decide ponerse de pie y pelear se tratara, Cernuda
construye su propia figura como la del poeta atacado y menospreciado, cuya obra va
evolucionando de modo coherente, aunque sólo algunos pocos lo noten, y que soportó
estoico y en silencio las críticas injustas sostenido sólo por su condición de poeta (por eso,
las frases adjetivas que se atribuye: “sincero conmigo mismo” y “esperanzado en cuanto a
estoico no era una característica muy propia de su estilo, y por otro, cuenta con
Además, en esta construcción de este sujeto sufriente que decide tomar la palabra,
Cernuda valora sus primeros versos por sobre otros posteriores, haciendo hincapié en el
incomprendido:
Este trabajo tuyo de hoy, con respecto a este de ayer, sólo tiene de diferente lo mismo
que el tú de hoy con respecto al tú de ayer, el acrecentamiento natural dispensado por
el tiempo a quien se mantuvo despierto y supo aprovecharle: el hombre es el mismo, y
el poeta también (III, 200). 9
Por otro lado, reitera una vez más su teoría acerca de la relación entre los autores y el
público, teoría que cultiva la excepcionalidad de Cernuda como poeta, así como su espera a
que nazca el público que lo entienda y la consiguiente paciencia que ello requiere, pues el
encuentran nacido su público y quienes deben aguardar que su público nazca, siendo de
estos últimos tú” (200). Para Teruel, en estas citas se ve la autocomplacencia de Cernuda
(76). A diez años de su exilio, la herida de esa crítica impiadosa inicial sigue abierta y por
reprochables.
En el mismo año de esta carta, se publica la entrevista apócrifa: “El Amigo, el Crítico,
el Poeta”, sobre la que ya hemos hablado y que pretenderá dejar para la posteridad una
crítica “justa” de Perfil del Aire. 10 En este texto, Cernuda da cuenta de los comentarios
negativos que, por esa época (y en los años posteriores a Perfil del Aire), se hacían de él en
9
La idea de “permanecer despierto” tiene en la obra de Cernuda importantes connotaciones éticas y poéticas.
Refiere a la capacidad del poeta de ver la realidad tal como es y no adormecerse en la ilusión en la que
permanece el hombre común (así lo distingue en el poema “Noche del hombre y su demonio”, de Como
quien espera el alba). Juega, además, con la dupla barroca de vigilia-sueño, en la que no se sabe a, ciencia
cierta, de qué lado está la realidad.
10
Cabanilles nos señala que en 1952, el poeta estaba tratando de publicar un libro con diferentes ensayos en
España, pero el intento fracasó cuando le pidieron que quitara de la selección la “Carta abierta a Dámaso
Alonso” y CAP. El segundo texto lo incluye luego en Poesía y Literatura I. Vemos aquí la importancia que
tiene para él la persistencia en esta cuestión que es capaz de rechazar una oportunidad de publicación por no
poder integrar estos textos.
254
los ambientes literarios españoles: “Tengo copia de lo que de Cernuda escriben… […]
Todas mis papeletas dicen lo mismo: `Cernuda imitó a Guillén´” (609); “Algunos hablan
de él” (609); “Todos aluden [a la influencia de Guillén sobre Cernuda]” (609); “Nadie ha
mencionado a Mallarmé en relación con los primeros versos de Cernuda” (616); “…oí
decir que era bastante frío” (622); “No dirá que hoy no le escuchan algunos” (622).
-¡Cómo! No creía que los escritos primeros de Cernuda fueran contemporáneos con
las publicaciones primeras de su generación.
–Sí, yo también he notado ese curioso y falso efecto de perspectiva en la crítica […]
Usted tal vez comprenda ahora que en esos años Guillén era un poeta poco menos
inédito que Cernuda (613-614).
este texto, además de ser circunstanciales, no logran convencer al lector totalmente; pero
quizá el objetivo del ensayo no era tanto el contenido en sí, como poner de manifiesto la
indefensión del autor que, de hecho, es el único personaje que permanece in absentia,
frente a los argumentos de un crítico que no posee opinión propia, sino que es eco de otras
libro de Ángel del Río (1948), sino también a las obras de Aubrey F. G. Bell (1938), Ángel
Valbuena Prat (1946), Guillermo Díaz-Plaja (1948), Federico C. Sainz de Robles (1950) y
crítica sobre Perfil del Aire que estaba instalada desde su publicación: la fuerte influencia
255
valoración que recorre este texto, no logra borrar el hecho de que efectivamente el
primero, a quien estaba dedicado el libro, orientó al joven poeta literariamente y gestionó
la publicación del libro; el segundo fue puesto en el centro de la polémica por los críticos
De hecho, esta influencia puede establecerse a partir de las propias palabras del joven
Cernuda en las cartas que envió al maestro y que ya mencionamos, donde se proclama
como su discípulo y por tanto, su lector. Por eso, frente al desgranamiento de argumentos
posible conjeturar acerca de los motivos que mueven a uno y otro Cernuda (el joven y el
maduro) para adoptar ciertas posiciones. En principio, pareciera que esa “ilusión obsesiva”
de Cernuda (de la que habla Salinas por ver publicado el libro), con el paso de los años se
favorable, por lo menos, justa como afirma el Amigo: “-Yo no he defendido Perfil del Aire
(623). Además, el Cernuda que le escribe a Guillén reconociéndolo como maestro y faro de
su generación, es un poeta joven, recién iniciado (como el que escribía los versos de
homenaje en 1926), que todavía no tiene reconocimiento del medio literario ni experiencia.
Por eso, necesita el respaldo de los artistas de renombre (los que se encontraban en el
11
Uno de sus argumentos es que no había leído Cántico. En una carta a José Luis Cano, fechada el 21 de
marzo de 1952, se niega a suprimir CAP de la compilación de ensayos que pretende publicar, afirmando: “Tú
sabes tan bien como yo, que todas esas cotorras que ejercen crítica repiten hace más de veinte años lo de la
influencia de Guillén (yo, que no he leído ninguna edición de Cántico). ¿Es que no tengo, no sólo derecho,
sino necesidad ya de defender mi trabajo contra una aserción tan absurda?” (Epistolario 532).
256
centro del campo literario del momento) para fortalecer su condición de poeta y ascender
en la jerarquía del campo, dos cuestiones que luego de la crítica adversa de Perfil del Aire,
serán dificultosas para él, porque la crítica del libro efectivamente condicionó la trayectoria
literaria del poeta. E incluso una vez que lo alcance, no podrá reconocer ese logro
claramente ni dejar de empañarlo con el recuerdo de su tortuoso inicio como poeta, como
dispositivos falaces de consagración, avalados por la academia, que le dan pie para juzgar
peyorativamente los circuitos del campo literario español: “Recuerde que se trata de un
concurso oficial. Varias veces me han reprochado cierta presunción en mis juicios, con la
del Crítico, luego de la extensa charla con el Amigo, parece formarse en nosotros la ilusión
de que algo ha cambiado; ilusión que pronto desaparece cuando leemos su apreciación de
aunque su intelectualismo se complica con un escenario romántico” (624). Esta cita casi
textual del libro real de Ángel del Río da por tierra con cualquier esperanza de
“razonamiento” por parte de la crítica española y en cierto modo, justifica la dureza final
de Cernuda, que llega al extremo de adjetivar a su personaje (y por ende, a Del Río y a
momento por las críticas lapidarias del contexto) y retrocediendo en sus movimientos de
257
ofensiva contra sus contemporáneos, 12 podemos observar de qué forma reconstruye sus
relaciones literarias para saber en qué lugar pretende posicionarse para la inmortalidad.
Algo definitivo serán las relaciones conflictivas con los miembros de la llamada
“generación del 27”, a cuya pertenencia sólo hace una referencia circunstancial al referirse
cambio de nombre de la generación en su libro EPEC.13 Es por ello que evitó las
identificaciones con sus compañeros y mantuvo cierta distancia, sobre todo con los
integrantes más destacados, distancia que, como bien describe Pérez Bazo, “con el
transcurso del tiempo, se mudó en recelo y enemistad, dilatando las grietas de la relación
hasta los límites del desprecio e incluso del insulto” (398). Sin embargo, es señalado por
los críticos su pertenencia al núcleo de poetas jóvenes del momento, que principalmente a
partir de los postulados del surrealismo, pretenden alejarse de los poetas mayores: Salinas
y Guillén, pero también Juan Ramón Jiménez (Jimenez Millán 2004: 42). El mismo
Chabás, uno de los críticos más acérrimos de su obra, 14 le reconoce un lugar entre los
poetas más jóvenes: Emilio Prados, Manuel Altolaguirre, José María Hinojosa (Pérez
donde muchos de estos poetas incipientes publicaban; se suma a estos dos, José María
12
Esto no se observa en su poesía, cuya última fase “se fraguó con recuerdos ingratos y rencores en auténtico
ajuste de cuentas con los poetas españoles de su tiempo. Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas y Jorge Guillén,
e incluso su gran amigo Manuel Altolaguirre están presentes de modo explícito o elidido en los poemas […]
En este sentido, el texto que cierra el poemario “A mis paisanos”, es una descarnada y a la vez patética
invectiva contra aquellos que tanto mal le han causado, a él y a su obra, desde la primera crítica de Perfil del
Aire, episodio que persiste treinta y cinco años después como síntoma del componente paranoico de su
personalidad” (Neira 2009: 218).
13
En el capítulo dedicado a esta generación, la denomina como “Generación de 1925”: “A falta de
denominación aceptada, la necesidad me lleva a usar la de generación de 1925, fecha que, aun cuando nada
signifique históricamente, representa al menos un término medio en la aparición de sus primeros libros” (II,
184). Se desmarca así del consenso en torno a considerar el homenaje al tercer centenario de la muerte de
Góngora como elemento aglutinante de esta promoción poética.
14
Pérez Bazo realiza un recorrido por las intervenciones críticas de Juan Chabás sobre Cernuda (de 1927 y
1952), signadas por la dureza e incluso cierta injusticia.
258
Respecto de la plana mayor de poetas, aparece Salinas como su maestro, para el cual
guarda un agradecimiento ambivalente: “No sabría decir cuánto le debo a Salinas” (II,
627); también se refiere a sus “líneas evasivas” de 1927 (II, 629) y al hecho de que le
consiguió un cargo de lector de español en Toulouse (II, 633). Guillén es mencionado sólo
en relación con las críticas de su primer poemario (629). Diego aparece como editor de su
amistad y camaradería que entabla con García Lorca y Aleixandre, pero que, sin embargo,
no lo satisfacen totalmente. Esto puede tener que ver con el desprecio que le causa el
“fondo burgués” (637), que advierte en algunos escritores que conocía y a quienes podría
estar identificando con ciertos valores de los dos poetas. También menciona a Bergamín
por su crítica positiva a Perfil del Aire, por ser el editor de la primera versión de La
de Hölderlin, que al poeta lo mortifican por los errores que advirtió y no le dieron la
sabemos que Cernuda tuvo relación (de diverso signo) con la mayoría de ellos hasta el
final de su vida.
15
Harris afirma: “¿Qué hay de verdad en todo este cruce de acusaciones y recelos? El hecho es que,
siguiendo muy de cerca la enseñanza de JRJ y las últimas tendencias literarias europeas, buena parte de la
joven poesía española de los años veinte hace suya una estética formalista que muy pronto lleva a una
especial síntesis entre tradición y vanguardia, nacionalismo y cosmopolitismo […]” (33)
259
otras ciudades, como Sevilla, en la que Cernuda se considera aislado luego de la mala
recepción de Perfil del Aire. Alude además, a estos “medios literarios distantes” del
madrileño como el origen de críticas benevolentes de ese poemario (630). Esto nos da una
idea de que la movida literaria madrileña marcaba tendencia en la década del 20,
principalmente en los nombres de Salinas, Guillén y Diego, y que fueron más benevolentes
con otros libros similares a los de él. ¿Por qué, entonces, la diferencia de valoración?
Cernuda asegura saberla: “La experiencia me iría indicando luego las causas de aquellos
ataques” (629), causas que sin embargo, no explicita, pero podemos suponer como
con la simpatía de algunos lectores. Sin embargo, el comienzo de la guerra civil enfría la
realidad española y los eventos culturales pasan a segundo plano. Su relato fragmentado
del comienzo de la guerra civil hasta su exilio no nos interesa tanto por la guerra en sí, sino
por la reafirmación de su relación ambivalente, sin embargo, cada vez más negativa con
España:
que va a permanecer es la primera: “La marcha de los sucesos me hizo ver poco a poco que
no había allí posibilidad de vida para aquella España con que me había engañado” (643).
Sin embargo, todavía guarda la esperanza de aportar algo con su quehacer poético. En
medio del relato, un paréntesis hace alusión no sólo a la guerra civil, sino a su propia
una obsesión secular: que dentro del territorio nacional hay enemigos a los que deben
exterminar o echar del mismo)” (643). Esta obsesión no sólo avanza sobre el territorio
que debe ser expulsado, lo cual justifica la narración de su exilio que comienza siendo
una pesadilla recurrente en los primeros años del exilio, que él interpreta como su relación
inconsciente con España: “me veía allá [en España], buscado y perseguido. Sufrir de tal
sólo con el país, sino con el campo literario de España durante toda su vida, incluso
momento más rico de su trayectoria poética; tiempo de soledad y aislamiento en el que lee
lugares donde vive durante el exilio. Su referencia, en este sentido, es siempre España. Lo
que se advierte en HL, respecto de esto, es un aislamiento progresivo del poeta respecto del
mundo exterior, una disposición a la soledad que responde a su vocación poética y que sólo
el amor puede relativizar en algunos momentos: “Pero el amor tiraba de mí hacia México.
Con tanta más fuerza cuando que siempre padecí del sentimiento de hallarme aislado y que
la vida estaba más allá de donde yo me encontrara; de ahí el afán constante de partir, de
irme a otras tierras” […] (659). En este sentido, la mención de México estará signada por
por voluntad más que por necesidad, no sólo pone de manifiesto un sentir del hombre
261
Cernuda, sino que también caracteriza al Cernuda escritor, tanto de prosa como de poesía,
movimiento o tendencia.
española actual (de la cual él forma parte según lo indica el entrevistador), Cernuda afirma:
No sé, ni puedo, ni debo responder a eso. En primer lugar, porque hace a estas fechas
veintiún años que vivo fuera de España y, por lo tanto, carezco de contacto y noticia
suficiente para opinar sobre el tema, suponiendo legítimo para mí el responder a él,
que no lo es (II, 810).
poesía española que poseía Cernuda, así como contactos asiduos con sus integrantes a
través del Epistolario o de los testimonios de sus amigos más cercanos. Más adelante, al
ser indagado sobre si sabe del efecto que tuvo la edición de Guadarrama de su libro en
Sólo las [noticias] que me deparó tal o cual reseña sobre el libro. Algunas eran
amables; pero en general la única reseña inteligente, que yo sepa, es la de una
hispanista francesa, Mme. Marie Laffranque, publicada en Bulletin Hispanique. En
una de las publicadas en España, se decía que yo carezco de respeto; no me interesa
muchos opinar sobre si carezco o no de sentido reverencial, pero sí indicar que para
sentir respeto ante algo o alguien estimo indispensable (otra perogrullada, a pesar mío)
que ese algo o alguien sean previamente respetables. La tendencia ingénita mía a no
aceptar como respetable aquello que no me lo pareciera, ya latente cuando vivía ahí, se
afirmó con los años de alejamiento, no sintiendo sobre mí la presión hipnótica del
medio literario nacional acerca de los nuevos valores intangibles, respecto de los
cuales tanta tontería y falsedad veo repetida. A eso ayuda otro instinto mío, más fuerte
que yo en ocasiones, de no decir sino lo que pienso, instinto del cual di hace muchos
años una prueba indudable a la que me he mantenido siempre fiel, prefiriendo la
verdad a toda consideración mundana (II, 812-813).
recepción española, refiere únicamente los puntos negativos: haber sido tachado de
irrespetuoso o demasiado sincero, así como la “presión hipnótica” (de valor negativo) que
262
ejerce el campo literario sobre sus integrantes, que completa con los fuertes términos de
dado por otros y la fidelidad a sí mismo diciendo la verdad. Ambas cuestiones reafirman lo
aunque ello le traiga el desprecio ajeno. A pesar de que en 1959, muchos poetas han
la del medio siglo), que ha sido objeto de homenajes y que el nacimiento del nuevo lector
Veo que fue empeño inútil y que el libro ofendió a algunos y molestó a muchos. Lo
lamento, pero la crítica no consiste, como creen ahí, en administrar un compuesto de
azúcar, melaza, sacarina y jarabe a aquellos escritores admirados y palo tras palo a
aquellos detestados por el crítico, sino otra cosa. Creo que en España nadie parece
haber querido interesarse de los dos o tres puntos, en mi opinión acaso de algún
interés, sobre los que quise basar mi criterio de poeta-crítico. En realidad, la crítica,
como yo la entiendo, tal vez sea cosa ajena a la mentalidad española; y no deja ser
muy significante que la historia de nuestra literatura no nos ofrezca el nombre de un
solo crítico; hay, sí, profesores, eruditos, historiadores (Menéndez y Pelayo fue una
mezcla de todo eso, operando en un organismo de una sola pieza, un organismo de
fanático, uno de los fanáticos más extraordinarios jamás producido por una tierra fértil
en ellos), lo que se quiera, menos un crítico. Tampoco ha habido en España ningún
filósofo, y no es raro, ya que el pensamiento crítico y el pensamiento filosófico son
hermanos (II, 813-814).
Completando lo que vimos en el apartado sobre la figura del crítico, aquí Cernuda se
define a través de esta forma compuesta de “poeta-crítico” (muy propia de los románticos
ingleses y de Eliot, como vimos) y, con el sarcasmo que caracteriza sus opiniones sobre
quienes cifra en la figura de Menéndez y Pelayo). Ahora bien, en definitiva, hay una
voluntad de reforzar y exagerar su polémica con la crítica, pues ello respondía a su modo
de concebir al poeta y al crítico y su quehacer, en libertad total y sin rendir cuentas a nadie,
263
pero que como afirma Valender (2002c: 14) también le valió el desprecio y la indiferencia
de muchos de sus contemporáneos. Es el precio que Cernuda, como el poeta auténtico que
se consideraba, era consciente de que debía pagar y al cual decidió no sólo no renunciar,
sino incluso potenciar para construir su imagen de poeta, con esta coda que suaviza la
virulencia y desde una mirada más serena, pretenda dar cuenta de la riqueza interior del
poeta.
2. El reconocimiento
dejadas en el camino por él para no perdernos, podríamos llegar a concluir en que este
poeta-crítico fue un marginado por todo el campo literario español, durante toda su vida.
encontrarse aislado, padecido por un sujeto que resiste sufriente y estoico, pero convencido
leemos en relación con la red conformada por su escritura (pública y privada), como con
algunos acontecimientos del medio literario, veremos que esta conclusión no es del todo
cierta. Éste es el punto en el que podemos observar que hay una operación de
que tienen como objetivo elaborar una imagen interesada (en términos de proyecto estético
que, así como le había sucedido a otros genios de la historia del arte que no habían sido lo
suficientemente apreciados por sus sociedades pero sí por las generaciones siguientes, a él
le pasara lo mismo. Hay muchas muestras de ello, algunas ya las hemos citado, pero
264
volvemos aquí a una carta, fechada el 27 de agosto de 1940, que escribe a Manuel
Yo os recuerdo y pienso en Paloma, que nos irá dejando viejos. No se dirá que como
poetas hemos tenido una vida poco accidentada. Cuando Paloma tenga nuestra edad
actual, acudirán a ella nuestros futuros admiradores (suyos también, por descontado) a
inquirir detalles auténticos de nosotros, que seremos tan legendarios entonces como
Garcilaso y Bécquer (carta citada en Altolaguirre 2002: 74).
A la misma poeta le parece curioso que Cernuda haya previsto, con tanta exactitud, su
gloria póstuma (75). 16 Si pensamos en términos amplios de éxito, podemos decir que el
primer texto que Cernuda publica en 1924: “Matices” ya lo tiene, al atraer la atención de
primer poemario, es un poeta presente en las revistas más prestigiosas de la época (Revista
del Aire le vale tres reseñas malas, pero también dos buenas (HL, 629-630) y diversas
cartas de sus contemporáneos (algunos más sinceros que otros) elogiando sus versos. La
1936, que, según él, obtiene “la simpatía del algunos lectores” (HL, 642). Sin embargo, al
parecer la recepción fue mucho más amplia, pues recibió elogiosas críticas en Madrid y fue
convocó un homenaje al poeta en abril de ese año que fue firmado por Vicente Aleixandre,
Rafael Alberti, Manuel Altolaguirre, Concha Méndez, Concha de Albornoz, María Teresa
León, Rosa Chacel, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Pablo Neruda,
Arturo Serrano Plaja, Pedro Salinas, José Bergamín y José Moreno Villa, entre otros. El
libro, además, recibió reseñas positivas de Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca,
Arturo Serrano Plaja, Juan Gil-Albert, Enrique Azcoaga y Lorenzo Varela (Teruel 57).
16
A una operación similar responde el poema “A un poeta futuro”, de Como quien espera el alba.
265
pero para cuando Cernuda abandona España en 1938 ya era considerado un gran poeta.
En HL, se refiere de soslayo a otros tres hechos que sugieren que su fama continuaba en
España e incluso se había extendido hasta América. En primer lugar, menciona la segunda
edición de La Realidad y el Deseo, publicada por Bergamín, en 1940, a la cual suma Las
nubes (647). Esto implica que, a pesar de su exilio, era un poeta publicado en España, por
el que valía la pena el trabajo que suponía superar las trabas de la censura. El segundo hito
es la edición pirata de Las Nubes que aparece en Buenos Aires, en 1943 (647), lo cual es
público: “Que de mis versos se hiciera, no sólo una edición segunda, sino hasta una edición
pirata, me permitió vislumbrar para el mismo posibilidades menos pesimistas” (II, 648).
Veamos que para valorar ambos hitos utiliza una frase negativa: “menos pesimistas”, en
ejemplares de Como quien espera el alba, publicados en Buenos Aires, en 1947. Su primer
comentario acerca del libro es la presencia de erratas, que si bien no eran muchas, lo
Seguía imposibilitado por la distancia para conocer la reacción directa ante el libro;
confusamente, de aquí y de allá, me llegaban indicaciones de que algunos acogían mis
versos de manera diferente a como fueron acogidos en Madrid los primeros: el tiempo
comenzaba quizá a hacer su obra. Lo curioso era que, aun cuando mis publicaciones
anteriores no hubieran sido objeto de atención particular, no quedaban olvidadas, y mi
nombre surgía, aquí o allá, al hablarse de poesía española. Era un reconocimiento más
bien tácito que expreso, y aunque no dejara de sorprenderme, lo más sorprendente
resultaba cómo había resistido yo, durante años, lleno de una fe absurda, trabajando,
aunque sin facilidad para publicar mis escritos, en medio del aislamiento continuo.
(654-655).
266
En esta cita, es posible leer entre líneas algunas cuestiones que el poeta deja un poco de
lado, quizá para continuar forjando esa imagen del poeta marginado. En primer lugar, la
primera reacción ante una segunda publicación en Buenos Aires es la mortificación por los
errores. No pondera en ningún momento que este hecho implica que su obra tiene interés
para Latinoamérica, pues es la segunda edición que se hace de sus versos en siete años. En
segundo lugar, si bien puede vislumbrar una recepción amable de sus versos, no puede
sus primeros versos; situación que hasta el final de su vida media en su relación con los
contextos literarios. En tercer lugar, su nombre continúa unido a la literatura española. Más
allá del exilio y de sus conflictivas relaciones con los poetas renombrados de España, él
continúa atado a esta tradición y a este campo. Finalmente, cierra este fragmento con una
nuevamente, más allá de que pueda ser cierta o no; aunque sabemos que esta salvedad no
la hace por sí mismo, porque como hemos visto, él está convencido de que nació para ello,
sino que la hace para quienes, al leer el texto, pudieran ponerlo en duda.
Por otro lado, el año que marcamos como punto álgido de la polémica con sus
indica Teruel. Ese año se publican dos estudios de su obra: uno en España, titulado “Sobre
el lenguaje poético de Cernuda”, de José Luis Cano; y otro en América, “Luis Cernuda, un
Charry Lara (57). En una carta enviada a éste último (23/4/1948), se puede observar que
Cernuda estaba satisfecho con el trabajo, “ya que por primera vez se encontró con un
análisis conjunto de su obra poética, tanto en verso como en prosa, anterior a Como quien
espera el alba” (57). Además, ese mismo año se publica en Londres: A Critical Antholgy
of Spanish Verse, donde Edgar Allison Peers señala que Cernuda es quizá el poeta más
poderoso del siglo XX y que desde el inicio se forjó su propia tradición, siendo la
267
más está decir que no hay referencias de estos hechos en ninguno de los textos suyos que
estudiamos.
Cántico. Según Jacobo Muñoz, hablar de esta revista es hablar “de un hacer poético
entonces nuevo” (349). Los poetas que editaban esta publicación (Juan Bernier, Vicente
Núñez, Ricardo Molina y Pablo García Baensa, entre otros) querían darle a Cernuda el
que indica lo que sucede apenas comienza a vislumbrarse la influencia cernudiana en los
localizar y eliminar, naturalmente, esta filtración subversiva” (200). El problema era que
poesía andaluza, indolente, nutrida de paganismo, con un dominio `clásico´ de los recursos
formales” (200-201). Como Octavio Paz, hacen hincapié en el primer Cernuda y quizá fue
por eso que el monográfico no fue del agrado del poeta sevillano y no lo menciona en
HL. 17 Entre la reticencia del medio literario español y la disconformidad del poeta, el
17
Esta omisión de la referencia al homenaje de la revista Cántico puede deberse al profundo malestar que le
produjo, tal como expresa en la carta a José Luis Cano (coordinador del monográfico), en un párrafo breve y
lapidario: “Lo más flojo [del número] es el trabajo de Adriano del Valle, el cual además inventa todas sus
anécdotas; yo no viví nunca en esa calle Mármoles que él dice, ni llevé jamás esas corbatas claro de luna,
guantes amarillos o zapatos de charol. Qué horror. Me extraña que a nadie se le ocurriera comentar mis libros
en prosa. Pero ya es mucho que le acepten a uno como poeta para esperar que además se le tenga en cuenta
como prosista. Lo mejor (y no por sus elogios) me parece el trabajo de Vicente Núñez. ¿Quién es? Lo curioso
es que no creo una palabra de todos esos elogios, aunque suponga (¿escribiría si no?) que en lo que escribo
hay algo de algún interés para algunos” (4 de mayo de 1956, carta n° 621; p. 590-591).
268
gris y participan de él (en orden de aparición) Vicente Aleixandre, Octavio Paz, María
Zambrano, Vicente Gaos, Rosa Chacel, José Hierro, Juan Gil Albert, José María Castellet,
José Ángel Valente, Carlos P. Otero, José Olivio Jiménez, Robert K. Newman, Derek
Harris, Jaime Gil de Biedma, Francisco Brines y Jacobo Muñoz. Como bien señala
singularidad de la obra del sevillano, sino también una clara disposición a orientar la
poesía española hacia rumbos nuevos” (2002c: 208). Si bien estos poetas se habían
una forma de salir del impasse en que sentían que la poesía española había caído.
Pero más que un modelo literario, Cernuda parece haberles servido como un ejemplo
de disidencia y subversión de valores que los habría animado (y autorizado) a asumir
una actitud paralela; es decir, a buscar su propio camino, libre de esquemas impuestos
(2002c: 208).
En cuanto a la recepción por parte de Cernuda, si hacemos un recorrido por las cartas
en aumento. En una carta del 3 de mayo de 1961, escribe a Jacobo Muñoz: “Mi gratitud,
con un abrazo, a usted y a sus compañeros y amigos, por ese proyecto tan grato que
incluso a creer que le han gastado una broma. El 26/2/1962 comienzan las muestras de
impaciencia en una carta dirigida a Derek Harris: “No parece que dicho numero aparezca
pronto” (1015), muestras que van aguzándose hasta llegar a concluir en que la dilación
18
El 2 de abril de 1962, escribe a Ma. Dolores Arana: “El famoso numerito a mí dedicado está impreso ya
pero no sé cuándo saldrá” (1024) y el 10 de mayo, vuelve sobre el tema: “De la dichosa revistita La Caña
269
cuestión: “De la dichosa Caña Gris, ni palabra. Sólo mentiras, en las que no creo, dada su
gratuidad y su ninguna necesidad. Me parece que la cosa cayó en manos de uno de los
miles de irresponsables, que tanto abundan entre mis paisanos” (1048). Ese año recibe la
pruebas del número y puede leer allí los trabajos que le han dedicado. Es el momento en
trabajo: a José Olivio Jiménez le agradece su “magnífico trabajo” (1061); a José Ángel
precioso, por su mérito y por venir de un poeta español” (1062); a Harris le asegura que su
“gentileza y buenas palabras” (1064). Esta serie se completa con la carta que le escribe a
Perdóneme. Había llegado a pensar que el número de la revista, en proyecto, era una
broma. Otra vez le pido que me disculpe. Ya ha oído que soy persona “antipática, fría,
etc., etc.” […] Ha sido mi primera satisfacción entera como escritor. No sólo es
cuestión de vanidad personal, de la que tengo, cómo no, mi dosis; sino de verme
comprendido al fin enteramente. Gracias (1051-1052).
Luego de otra serie de dudas sobre la efectiva publicación del número (1068; 1069;
sentimental de la que se siente imbuido al tener el número entre sus manos. El 28/11 le
cuenta a Concha Méndez: “Ayer recibí al fin el número de esa revista que me dedican en
España. ¿Querrás creer que me entristece verla?” (1074). Y un día después escribe a
Jacobo Muñoz en los mismos términos: “Cómo darle las gracias por él. El número me
propio fin histórico y el comienzo de lo que será su posteridad. La valoración del número
Gris no sé nada” (1033). El 21 de mayo le escribe a D. Harris: “…Dios sabe cuándo aparecerá, si es que
aparece” (1038). En carta a Gil de Biedma, de julio, ya casi ha perdido las esperanzas: “lleva un año y pico, a
estas fechas, sin terminarse, y no tengo del mismo sino noticias en las que ya no creo” (1046).
270
la expresa a Muñoz en dos oportunidades más. El 29/11 escribe: “El resultado de ese
especialmente, le agradece afirmando: “Lo guardaré, con los ejemplares que llevo siempre
suma a esto el hecho de que el número tuvo gran éxito en España, como cuenta Francisco
Brines, donde se conocía poco su obra por la dificultad en acceder a las sucesivas ediciones
Entre los poetas de este homenaje tan grato al poeta, se encuentran quienes se
proclaman como sus herederos, quienes lo eligen como precursor: entre ellos, Jaime Gil de
Biedma, José Ángel Valente, Francisco Brines y Jacobo Muñoz, entre otros. Nos interesa
en este caso, especialmente, las figuras de los dos primeros, pues en cierto modo, dividen
las aguas de la poesía española a partir del magisterio cernudiano: Jaime Gil de Biedma
meditación”. Ambas líneas, en definitiva, no hacen más que dividir dos cuestiones que, en
la obra total de Cernuda (poesía y prosa), se hallan íntimamente ligadas. 21 Los artículos de
uno y otro, incluidos en La caña gris, ya instauran estas dos líneas de lectura de Cernuda
19
Lamentablemente, esta satisfacción se verá empañada por el tormento que le causaron sus rivalidades con
Ricardo Gullón, quien se incorporó a la UCLA en 1963. En las cartas previas a este hecho, manifiesta cierta
alegría y bienestar respecto de su vida en Los Ángeles, pero a partir de febrero de 1963, se produce un
cambio de tono y comienzan a abundar las expresiones de cansancio, hastío e incluso ira contra sus
contemporáneos españoles de los que vuelve a tener noticias por este profesor (Epistolario: 1097, 1099,
1100, etc.).
20
Brines afirma: “[había] extraordinaria dificultad […] para llegar al conocimiento de la poesía de Luis
Cernuda. Hasta el punto de que yo lo conocí en una antología […] Tampoco era fácil encontrar los libros que
publicó en España anteriormente y tampoco lo era encontrar la segunda edición de La Realidad y el Deseo,
publicada en México” (AAVV 2002: 45). Gil de Biedma menciona esta circulación entorpecida de la obra de
Cernuda en 1962: “no es demasiado insólito un tipo de prejuicio que parece aplicarse por igual a la obra y al
autor: el poeta Cernuda es `frío´, o `raro, o `antipático´. Es posible que esa peculiaridad, y no sólo la
circunstancia de su prolongado exilio, nos explique por qué la poesía de Cernuda no ha tenido nunca, por lo
menos hasta ahora, la directa influencia en el tono poético de unos cuantos años, la resonancia inmediata de
la de otros grandes poetas de su promoción” (1980: 69).
21
Es por eso que Jaime Siles afirma que es Brines, en realidad, el que propuso una visión más equilibrada en
este sentido (AAVV 2002: 59).
271
José Ángel Valente, en “Luis Cernuda y la poesía de la meditación”, señala como uno
de los aportes capitales del sevillano dar a la poesía en español una inflexión meditativa,
tarea que había iniciado Unamuno al proponerse “abrir para el verso español la posibilidad
Leopardi (2008: 133). En esta misma línea, según el gallego, la obra de Cernuda crecería
orientada hacia dos polos: “la sumisión de la palabra al pensamiento poético y el equilibrio
entre el lenguaje escrito y hablado” (134). Valente atribuye esta evolución de Cernuda a su
encuentro con la tradición poética inglesa y la incorporación del caudal que ésta le aporta,
voz, poco escuchado hasta ese momento (135). Pero, no todo lo hace su conexión con los
ingleses: Valente retoma la frase de Cernuda de HL, donde afirma haber estado
primer lugar, como antecedente más directo, y luego, la poesía mística y gongorina
española que plantea (a Cernuda y a otros) algo más que una afinidad azarosa con los
metafísicos ingleses (138). Luego, a través de las tesis del libro de Louis Martz: The Poetry
madurez de Cernuda”, recibido en el contacto con toda una tradición poética que existe por
experiencia [que] es [….] la culminación y virtud última del proceso poético” (140-141).
Es así como el nuevo tono que Valente advierte en su precursor responde, según él, a este
272
movimiento peculiar del poema meditativo, de modo que “la capacidad de servidumbre del
medio verbal, que no ha de tener ni más ni menos desarrollo que el necesario para que el
objeto del poema agote en la forma poética todas sus posibilidades de manifestación o de
relación de Cernuda con San Juan de la Cruz, a partir de una valoración del sevillano que
estética, pero internamente ética” (143). Valente destaca en este final el “subsuelo ético”
Por su parte, Gil de Biedma, en “El ejemplo de Luis Cernuda”, advierte en la poesía del
sevillano “la actitud o tesitura poética del autor implícita en cada verso, en cada poema,
de Wordsworth, pues asegura que en ese texto lo que se encuentra es “the growth of a
personal son una y la misma cosa. La Realidad y el Deseo es una íntima reflexión sobre la
sobre la vida” (70). Para Gil de Biedma, quien al igual que Valente advierte la singularidad
como “el ejemplo más próximo, las más inmediata cabeza de puente hacia el pasado” (73);
y finalmente, “el más vivo, el más contemporáneo entre todos los grandes poetas del 27,
precisamente porque nos ayuda a liberarnos de los grandes poetas del 27” (74). Como
hacen valorando elementos diferentes y desde teorías estéticas diversas, lo que podríamos
Igualmente, más allá de las visibles diferencias entre ambas lecturas, que generaron esta
recepción diversa (casi en términos de oposición), Doce (2011) establece los ineludibles
22
En “Como en sí mismo, al fin”, Gil de Biedma reflexiona sobre sus vivencias ante la lectura completa de
La Realidad y el Deseo: “aquella visión poética de la realidad resultaba más afín que la de ningún otro poeta
español a la realidad de la experiencia común de cada uno. Y en cuanto materia de poesía, la realidad de la
experiencia común de cada uno nos interesaba entonces a varios poetas jóvenes por encima de todo” (333).
Luego desarrolla las diferencias que su propia teoría de la identidad tiene con el modo en que Cernuda
concibe ese concepto. En su capítulo “Ni experiencia, ni meditación: Cernuda por razones equivocadas”,
Jiménez Heffernan (2004) cuestiona la operación de Gil de Biedma y Valente (entre otros) de situar a
Cernuda como el antecedente directo tanto de la poesía de la experiencia como de la poesía de la meditación,
afirmando que en Cernuda no puede verse ni la una ni la otra. Aunque su estilo resulta bastante sarcástico y
llega a ser despiadado con el sevillano, su perspectiva resulta interesante por el conocimiento que el crítico
tiene de la poesía inglesa de la que éste abreva y de los libros de Langbaum y Martz, a los que Gil de Biedma
y Valente respectivamente aluden para transformarlo en su precursor. Otras perspectivas de esta relación
pueden verse en Romano (2003c) y Maqueda Cuenca (2005).
274
En la misma línea, Talens propone un modo de leer a Cernuda que nos resulta más
obra de Cernuda, creo que conviene precisar [que] cuando hablamos de su grandeza […]
sería posible discutir casi todas las posiciones de lectura de la poesía del siglo XX tomando
Villena pondera algo similar: “Lo que me gustó esencialmente en Cernuda […] es su
pluralidad. Me gustó haber encontrado un poeta que no era adscribible a ningún registro.
Porque él mismo estableció muchos registros” (56). Estos autores como otros (Harris 1992:
17; López Castro 401; Valente 2008: 132; Martínez de Castilla y Valender 2002:12) hacen
una sola línea poética, se convirtió en el poeta con mayor influencia en las nuevas
promociones, pasando de ser un caso extraño y marginal a ser uno de los puntos de
Repasando esta serie de reconocimientos, es cierto que son menores quizá respecto de
otros escritores de la época y que conviven con críticas muy duras; sin embargo, no son
275
pocos y es para tenerlos en cuenta, sobre todo, si hablamos de una obra que, en muchos
aspectos, se alejaba de los cánones y las prerrogativas del establishment literario. Por eso,
nos resulta extraño como lectores que el poeta haya sido tan reacio a ver y a aceptar ese
Por este motivo y volviendo a nuestra hipótesis de trabajo, afirmamos que las
pueden ser tomadas ingenuamente como una presentación sincera del poeta. Cernuda
construye en ellas una figura de sí mismo que abona la leyenda de la cual, a la vez, reniega:
genealogía que construye para sí y que impacta de lleno en sus creencias poéticas, las
Sin embargo, no logra que como lectores dejemos de vislumbrar la distancia que hay
entre esta figura y su inserción real en la vida literaria española, así como su temprana
influencia sobre las promociones más jóvenes, que vemos plasmada tanto en el homenaje
de la revista Cántico como en el homenaje de la revista La caña gris. También dan cuenta
México, con el fin de “considerar en la perspectiva del tiempo, mi trabajo” (660). Además,
las reseñas de sus libros (cuya lista recaba Maristany en la nota 9 de su artículo) son
síntoma de que “en el contexto español de entonces, sus obras tuvieron lentamente un
efecto renovador muy saludable y atrajeron sobre todo a lectores jóvenes que,
curiosamente en muchos casos no habían tenido ocasión de leer su poesía” (Cf. Maristany
58).
276
En este sentido, podría decirse que Cernuda tiene la suerte (a diferencia de otros
artistas) de conocer a su público, aquel en el que pensaba cuando escribía, aquel que debía
nacer al contacto con su obra, antes de morir. Juan Gil-Albert (1962) cierra su artículo de
La caña gris con una frase que da cuenta de esto: “Delicioso es, sin embargo, […] el que
antes de morir advierta el hombre la sonrisa que le adelanta la posteridad con el nombre de
Gloria” (27). Y de hecho, él sabe que sus contemporáneos tanto españoles como
Es cierto que el campo le es desfavorable en sus inicios: la crítica adversa de Perfil del
Aire, los juicios sobre su personalidad (que él se jacta de repudiar cada vez que puede), la
compromiso social en una época en la que la resistencia al franquismo parecía exigir de los
intelectuales una respuesta directa y contundente, su ausencia definitiva. Sin embargo, esta
un magisterio invaluable para los escritores que comienzan a escribir en los años 50.
Es por eso que esta trayectoria del sevillano nos permite verificar nuestra hipótesis
porque aún reconocido por el mundo de habla hispana, él no logra (y al parecer no quiere)
correrse del lugar del marginado, escribiendo desde la periferia no sólo espacial por su
condición de exiliado (aun cuando continúa atado a la dinámica del campo literario
español), sino también poética, pues se inserta en una serie literaria que desconoce el canon
consagrado de la poesía española y selecciona los nombres con los cuales quiere
emparentarse y los enlaza con los importantes aportes de la literatura anglosajona, pero
también (aunque no declarado por él) de la literatura francesa. Esto le permite postular su
retomar los aportes de sus precursores. Por último, la periferia es también existencial y
supone ese espacio de libertad en el que las reglas no constriñen, porque pueden ser
277
contradicción.
centro del campo y obtener reconocimiento público. Esta tensión nunca resuelta es una de
CAPÍTULO 1
ensayos, artículos, conferencias, cartas, entrevistas. Si bien estudiar todos los textos
trabajo.
La selección del corpus de trabajo presentó una serie de dificultades. En primer lugar, se
textos ensayísticos de Valente, lo cual quizá motive la observación del lector especializado
sobre la necesidad de agregar otros al conjunto elegido; sin embargo, y por una cuestión de
orden, hemos establecido el criterio metodológico de seleccionar aquellos en los que habla
principalmente de su teoría estética, sin prestar atención a otros autores, a una situación
histórica, a una institución, etc., y sin que por ello, dejemos de lado el hecho de que, en una
instancia posterior será necesario poner en diálogo todos los textos para trazar un diseño
más integral de este espacio autopoético poliédrico, en el que es posible incluir la gran
Hemos comprobado, por otro lado, que si bien las autopoéticas son aquellos textos en
este trabajo, cada corpus estudiado exige un análisis que siga sus propios derroteros. Es por
eso que el desarrollo del estudio, en muchos casos, será diverso respecto de lo trabajado en
hermenéutico doble, que implica separar el contenido de lo dicho del modo de decirlo y
distinguiendo de algún modo el sujeto de la enunciación del sujeto histórico. Este esfuerzo
de distanciamiento lidia también con el hecho de que muchos textos críticos sobre Valente
presentan una dificultad: el discurso de sus autores tiende a mutar hasta convertirse en una
glosa del propio discurso valentiano, hecho que nos planteó el desafío de evitar que
nuestro propio discurrir se mimetice con el suyo. Uno de los elementos que nos permiten
persona” del título) y también en otros textos. Por ejemplo, en una lectura de sus versos en
Tenerife, asegura: “Evidentemente, es muy difícil hablar de uno mismo. Es imposible. Para
otro o de los otros que fuimos […] Naufragio radical de la automemoria en la infinitud de
fuerza para, más allá de las dificultades, mantener la distinción entre el sujeto histórico y el
“cernudiano”, es decir, su elección del poeta sevillano como precursor inmediato del
quehacer artístico. Por ello, podremos estudiar, con mayor profundidad y a través de un
caso concreto, cómo las autopoéticas resultan un espacio propicio para instituir estas
genealogías desde lo discursivo, más allá de la praxis poética concreta (que supone otra
instancia de análisis).
Finalmente, vale realizar algunas distinciones dentro del corpus seleccionado, que se
abre con una autopresentación de 1961 y se extiende hasta su muerte en el año 2000.
Dentro de este conjunto, podemos establecer dos vertientes: una de ellas está integrada por
los ensayos publicados hasta 1970 aproximadamente y continúa en los textos publicados en
sección “Textos dispersos e inéditos” del tomo II de su obra completa. Se incluyen aquí
también los textos que conforman la primera parte de Las palabras de la tribu (1971, en
Revista de Occidente, Papeles de Son Armadans, Amauru y La Nación). Esta vertiente está
marcada, en un primer momento, tanto por una postulación de su teoría estética como por
vigente y sus paladines, lo que implica, además, su progresivo distanciamiento del llamado
“grupo de los 50”, aquél que había ayudado a conformar. Podríamos atribuirle a estos
textos las palabras con que Jordi Doce caracteriza PT: “libro de un poeta joven que
tradición inmediata” (2011: 208). En un segundo momento, hacia el final de la década del
80, esta vertiente se aboca principalmente a reconstruir la trayectoria literaria del poeta. Se
Madrid (1989) y el Círculo de Bellas Artes también en Madrid (1999), en las que marca el
Doutor Honoris Causa]” (2000), en los que establece su genealogía literaria gallega. Entre
aquellos ensayos iniciales y estas lecturas poéticas, Valente publica además un sinnúmero
de textos críticos sobre otros autores o sobre hechos políticos, académicos, literarios, etc., y
otorga una gran cantidad de entrevistas en diversos medios, de las cuales tomaremos
algunos fragmentos, pues se encuentran en consonancia con la teoría poética que expresa
en el resto de su obra.
Sin embargo, es posible advertir también, una segunda vertiente que se inicia hacia fines
aparece lo que la crítica ha definido como “un brazo de la escritura poética, uno de sus
afluentes o ramales laterales, suerte de glosa o paráfrasis de una palabra autotélica que
(Doce 2011: 221). En una entrevista con Danubio Torres, el poeta mismo hace referencia a
ensayo la estructura del poema sin desvirtuar la precisión que exige el género. He tratado
1
Jordi Doce (2011) considera estos dos libros, PC y VPR, como “siameses”, elaborando “retratos sucesivos y
cada vez más aproximados a su poética”. Este sujeto eclipsó durante mucho tiempo al Valente de PT (221).
También Milagros Polo se refiere al “salto considerable” que marcan estos dos libros respecto de “los
planteamientos estéticos anteriores a su escritura” (1994: 183).
283
experiencia abisal (1978-1999, en adelante EA). De este conjunto, destaca para nosotros
NS, pues es el libro que consideramos enteramente autopoético y el que más se acerca, en
algunos ensayos de los otros libros, de corte meramente autopoético, como los textos
iniciales de PC: “La piedra y el centro”, “Las condiciones del pájaro solitario” y “Pasmo de
Narciso” (II 273-277); “Sobre la operación de las palabras sustanciales” (PC); “Sobre la
(literarios o no) en los que Valente se presenta en calidad de poeta y crítico, con la fuerza
tal en el campo artístico” (Romano 2011: 333). Presta palabras, voz y cuerpo a una imagen
autobiografía.
2
Aunque esta distinción resulta altamente compleja por los índices autopoéticos que se presentan
constantemente en la mayoría de los textos ensayísticos valentianos, seleccionamos el corpus basándonos en
los criterios que indicamos como autopoéticas: textos que realizan una clara declaración sobre los postulados
estéticos del autor, su trayectoria literaria y la posición como escritor en el campo literario.
284
Ciervo, acompañando una serie de versos del autor. Para ese año, José Ángel Valente
(1929, Ourense – 2000, Ginebra) ya cuenta con una trayectoria literaria signada por una
prolífera actividad educativa, literaria y política, 3 que se inicia en 1944, cuando publica su
primer artículo: “La piedad en el adolescente” (revista Auria. Boletín del Consejo
Diocesano de los Jóvenes de Acción Católica, Orense, 15 de abril de 1944). Si bien éste y
otros textos aparecidos en este boletín no son recogidos en la obra completa por decisión
del propio Valente (Rodríguez Fer 2008: 9-10), 4 son un indicio de su temprana vocación
como escritor de ensayos al que lo caracteriza, desde sus comienzos, un especial interés
por el debate teórico. Así lo afirma Marta Agudo en el capítulo en el que repasa la
halla en el eje del pensamiento metapoético en España, entre otros factores, por su relación
con Carlos Bousoño” (2012: 211). También lo atestiguan la gran cantidad de textos críticos
que publica en torno a diversos temas y esferas del pensamiento y desde distintas
3
Recomendamos la lectura de la primera parte de su biografía: Valente Vital (Galicia, Madrid, Oxford), a
cargo de Rodríguez Fer, Agudo y Fernández Rodríguez (2012). Allí se da cuenta de las diversas posturas
políticas, religiosas e intelectuales que fue tomando el autor, así como sus lecturas, sus vínculos con los
miembros del campo intelectual de la España franquista, los temas que le interesaban y los medios donde
publicó la primera parte de sus textos ensayísticos (reunidos hoy en el tomo II de su Obra Completa, en la
sección “Textos críticos dispersos e inéditos”).
4
Lo mismo que Cernuda, Valente toma decisiones respecto de los textos que quiere que perduren en el
conjunto de su obra y los que no. Como estudiosos de su obra, podríamos desatender este criterio y
acercarnos a esos textos tempranos, pero la diferencia la establecen aquí los editores, que en el caso del
gallego, deciden respetar sus indicaciones y dejar de lado esas publicaciones iniciales para la edición y
publicación de la obra completa.
285
actividad escrituraria se ve, además, secundada por una intensa actividad pública en las
participación en tertulias del grupo gallego conocido con el nombre de “Los Silenciosos”
(Rodríguez Fer 2012: 71) hasta su intensa actividad antifranquista en Ginebra, pasando por
su fecunda estancia en Oxford y sus perdurables relaciones con ese ambiente académico. 5
logro como poeta: en 1954 publica el que luego será su primer poemario recogido en Punto
cuando al año siguiente, el poeta se muda a Oxford para ocupar el cargo de Lector de
poeta y ensayista galardonado con el Premio Adonais” (Agudo 2012: 313). Sólo tiene
supone un punto de diferenciación muy importante respecto del itinerario vital y literario
“responde a una calidad que se hace perceptible a la crítica y a los poetas coetáneos, fueran
5
Una excelente cartografía de las relaciones personales, políticas, literarias y académicas de Valente lo hacen
los dos tomos de su biografía: Valente vital (Galicia, Madrid, Oxford) (2012) y Valente vital (Ginebra,
Saboya, París) (2014) y sendas entrevistas que originan los libros, realizadas por Rodríguez Fer al poeta en
1998 y en el 2000. Cabe destacar aquí la gran tarea que realizó Valente desde el exterior, sobre todo durante
su estancia en Ginebra (entre 1959 y 1982), para la resistencia antifranquista, desarrollada en “La solidaridad
política antifascista” (Rodríguez Fer y Blanco de Saracho 2014: 201ss) e indicada por el propio poeta en la
entrevista del año 2000 (193-194). También se desarrolla extensamente su trayectoria en la Universidad de
Oxford y las relaciones que mantuvo con este ámbito académico a lo largo de los años.
6
Antes había publicado un libro titulado Nada está escrito (1952-53) con el que se había presentado, sin
éxito, al concurso por el Premio Boscán en 1953, aunque Barral lo consideró “la auténtica `revelación´ del
premio” (citado en Agudo 2012: 220). Según Agudo, en este primer poemario todavía no se escucha una voz
propia y resultan patentes los ecos de Bécquer y Cerrnuda; destacan, además, los homenajes a Antonio
Machado, Catulo y San Juan de la Cruz, y la convivencia entre la poesía “culta” y las estrofas populares
(220). Al igual que Cernuda, Valente publica un primer poemario que no tiene éxito. Sin embargo, esto no
produce efectos en su obra posterior como sí sucedió con el sevillano.
286
2011: 75).
Para esta época, ya vive de modo estable en Ginebra, adonde se muda entre 1958 y
1959, para trabajar como funcionario de la ONU, en el área de traducciones. Sin embargo,
el poeta continúa viajando a Oxford para trabajar en su tesis doctoral (que luego
abandona), dar conferencias, realizar lecturas poéticas y mantener relaciones con el ámbito
sección de la revista Índice de Artes y Letras, titulada “Once poetas” (iniciada en 1955),
que pretendía dedicarse a la “poesía joven”, como aclara en una nota previa: “nombres de
poetas que no pasen de los treinta años y no hayan sido acogidos aún en el ancho y
sus fines el de “ayudar –modestamente, claro- a que tome cuerpo el grupo de poetas a
`medio hacer´” (1628). Sólo se publicaron seis números de la serie, los dedicados a L.
trabajo que la crítica lo considera como el primer antólogo del grupo de los 50 (González
Herrán 1994: 16). En el epígrafe de esta sección se refiere justamente a ello: el hecho de
que llevó adelante este trabajo porque había una “cohesión generacional” en ese momento.
mantener esta “presencia creadora” en España: “Eu decidín […] que a presencia non é
unha presencia física, que a presencia é unha presencia de tipo literario. Eu viña moi pouco
a España, pero mantiña unha colaboración continua” (Rodríguez Fer 2000: 188).
Se suma a estos datos sobre la posición de Valente por esos años su participación en el
Partido Comunista de España. Tal como indican Rodríguez Fer y Blanco de Saracho, este
homenaje brindó a la posteridad la famosa fotografía de los ocho poetas civiles reunidos
allí: Valente, Otero, González, Caballero Bonald, Costafreda, Gil de Biedma, Barral y J.A.
Goytisolo (202); foto que, como afirmaba Caballero Bonald, ilustró “la operación realista”
que había iniciado el grupo generacional (203). Además, este encuentro da lugar al
en Barcelona. Valente publica en ella Sobre el lugar del canto, en 1963. Su pertenencia a
este grupo poético inicial y el compromiso con su constitución como tal son ineludibles en
enorme capacidad artística e intelectual, sino también sus múltiples relaciones iniciales con
el conjunto de actores que pujaban por alcanzar el centro del campo literario, desplazando
tanto a los maestros del 27, como a los hermanos mayores de la generación del 40.
Tomamos como epígrafe una cita que el propio Valente usa para preceder su libro Las
imagen autoral del gallego se conformará aquí a partir del ethos configurado en cada uno
de sus textos, que responde a sus pensamientos y sentimientos en torno a la poesía, la cual
será el núcleo central de sus reflexiones, mientras que el rol del poeta será menor y
operaciones discursivas que como sujeto ensayístico lleva a cabo en sus textos.
288
Ciervo, 7 donde se publican algunos poemas del gallego en la sección “Los poetas”,
acompañados de una autopresentación (1102-1103). Este breve texto tiene dos partes: una
autobiográfica (un breve primer párrafo) y otra autopoética. Los hechos enumerados en el
primer párrafo mencionan principalmente las ciudades donde vivió, los años de
libros: “Tengo tres hijos. He publicado dos libros”. Son una especie de coordenadas de
vida, que muy lejos se encuentran de representar sus treinta y dos años de vida. Pero
llamativamente esta enumeración parece resultarle, por un lado, necesaria y, por otro,
recuento de datos biográficos de este estilo, sino sólo algunas referencias sueltas,
Los párrafos posteriores se dedican de lleno a definir en qué consiste la poesía, con el
primado de la primera persona del singular. Allí, declara en primer lugar: “Escribo poesía”
poético me ofrece una vía de acceso, para mí insustituible, a la realidad”. En este caso, esta
valentiana hasta el final de su vida, que si bien la irá expresando de diferentes formas y
7
El Ciervo es una publicación de inspiración cristiana en la que Valente participa desde sus inicios. En la
sección “¿Quiénes somos?” de su página web, se puede leer lo siguiente: “El Ciervo es una
revista independiente de opinión y cultura. Sus temas son variados y suele abordarlos con ironía (y también
con seriedad). La redacción está en Barcelona y sus lectores están bien repartidos por toda España. […] La
idea del ciervo surgió (¡en 1951!) de un salmo. El ciervo es un animal simpático y huidizo, que busca las
aguas frescas de las altas montañas. Igual que la revista, que busca las opiniones puras de mentes despejadas
[…] En política, independiente. El Ciervo no pertenece a ningún grupo mediático ni está afiliado a ninguna
corriente ni partido político. Al ciervo le gusta andar suelto. Cada colaborador dice lo que quiere. Su única
referencia es una inspiración cristiana, con muy poco interés por las disputas eclesiales.[…] El Ciervo tiene
más de 60 años y algunos de los colaboradores han pasado de los 70. Ya tiene pues su experiencia (es de
hecho la revista cultural más antigua de España de trayectoria ininterrumpida)” (en
http://www.elciervo.es/index.php/quienes-somos).
289
indeclinable en una polémica vigente en la época: poesía como comunicación vs. poesía
como conocimiento.
Esta polémica había sido inaugurada por Vicente Aleixandre en 1950 (con los aforismos
(en su libro Teoría de la expresión poética). Como indica Lanz (2009a), este concepto de
poesía como comunicación era defendido por la mayor parte de los poetas incluidos en la
Antología consultada de la joven poesía española, de 1952 (de Francisco Ribes), pero fue
cuestionado en tres momentos por la nueva generación que comenzaba a publicar en esos
años: entre 1953 y 1955, lo hacen los textos de Barral y Gil de Biedma; en 1958, el artículo
Poesía última (elaborada también por Ribes) y en la que Valente publica la primera versión
conocimiento, pero, como indica Lanz y vemos en los textos, esta conceptualización tiene
Herrán (1994) afirma que más allá de los artículos de sus contemporáneos, la fórmula de
poesía como conocimiento “tiene su más destacado y acaso primer defensor en el poeta
orensano”, no por haber acuñado la idea pero sí por haberla defendido con mayor rigor e
insistencia (20). Tanto Romano (2002) como Payeras Grau (2011) secundan esta opinión,
afirmando que Valente es el que se posiciona en el centro de este debate con mayor
intensidad, tomando distancia del concepto de poesía como comunicación de los sociales y
8
Para el desarrollo de los pormenores de esta polémica ver: Lanz, 2009a, tanto su estudio preliminar como la
antología de textos en los que se debatieron ambas posturas.
290
distingue (como suele suceder en sus ensayos) por qué considera que en esta fórmula el
orden de los factores sí altera el producto; para él, postular la comunicación como lo
primordial “no es [el] propósito […] [d]el impulso original de la operación poética”
bien aclara que es una perspectiva propia, a partir del giro “a mi juicio”, su toma de
lo oscuro”. Este efecto es reforzado por el primado de los verbos en presente del indicativo
del arte con lo real como condición para que se produzca la “gran poesía o cualquier otro
tipo de arte superior”, y como fundamento para afirmar la condición realista de todo gran
arte (en contraposición a lo que llama “realismos à la mode de chez nous”, tal como se
Sólo cuatro párrafos para definirse como poeta y definir su concepción de la poesía,
para lo cual deslinda conceptos, es decir, precisa su propia postura en la cuestión planteada
y la distingue de otra con la que polemiza y a la que ataca, ya sea directamente con ironías
inversas (siempre negativas) a la de su propia postura. Por ejemplo, en este caso, al hablar
de la “gran poesía” o el “arte superior” como aquél que surge del reconocimiento de la
implica que el “arte menor o inferior” (al que desprecia) niega ese compromiso con lo real.
9
El autor habla, en la primera etapa de su producción, de “poesía” como “toda forma de auténtica creación
por el lenguaje” (II, 55). Luego, extenderá el concepto de “palabra poética” incluso a otras artes.
291
Este tipo de valoraciones negativas de sus contemporáneos que se extienden por la mayoría
de sus textos ensayísticos, le merecen las palabras con las que Agudo (2012) describe su
escritura: “empresa opinante” (216), de “tono extremadamente belicoso” (222), con una
uso de la ironía y la sátira como “herramientas privilegiadas para la crítica social” (259).
utilizando los mismos modos discursivos para explicar su propia poética. No podemos aquí
hacer un análisis exhaustivo de cada texto por cuestiones de extensión, pero sí podremos ir
viendo las coincidencias en cuanto al sujeto discursivo delineado a lo largo de una década,
antologías (Ribes, 1963; Leopoldo de Luis, 1965; Molina, 1966). En este itinerario,
elaborada por F. Ribes, Poesía última (1963); las respuestas de la encuesta que Ínsula
realizó en 1963 sobre la “nueva poesía”; el breve texto “La crítica como participación” (de
1965); las respuestas de la encuesta realizada por Batlló para su antología de 1968; la
sucesión de artículos publicados entre 1968 y 1971, que incluirá luego en la primera parte
(1970). Se suman a estos, otros dos textos de 1970 aproximadamente, que permanecieron
inéditos hasta la publicación de las obras completas, pero dan cuenta del sentir del poeta
10
Si bien algunos textos de esta primera parte de PT, no serían estrictamente autopoéticas, pues hay un
ejercicio de crítica en torno a otros textos, los postulados sobre los que se basa ese análisis colaboran en la
visión de conjunto, cuyo objetivo es definir y fundamentar una poética.
292
Este conjunto autopoético es una fuerte apuesta de Valente, pues implica un gesto de
podríamos incluso caracterizarlo como un manifiesto tal como es definido por Mangone:
“escrito que hace pública una declaración de doctrina o propósito de carácter general o más
concepción cognoscitiva del arte será una constante generacional, que compartirá, por lo
menos en esta primera etapa, con Barral, Gil de Biedma, Rodríguez y Sahagún. Luego, el
gallego se irá desplazando de este eje grupal para recorrer su propio camino y constituirse
una de las bases de su quehacer poético, como veíamos también en Cernuda. Así lo afirma
Lo que tú tienes que hacer es la carrera del corredor solitario. Tú asumes tu carrera y
corres dentro de tu carrera y corres con ella. Corres hasta donde llegas, corres
infinitamente. Y pierdes toda conexión con el resto de los corredores (Valente 1999d:
12).
En ella, vuelve sobre la misma imagen de la carrera y el corredor, con la cual justifica
su alineamiento inicial con la nueva promoción poética así como su participación activa en
como parte de él. Instalada, entonces, esta idea de que el escritor debe recorrer su camino
en soledad, se configura en sus textos posteriores la instancia del “nosotros” para referirse
a los integrantes del campo literario español (escritores, críticos, editores, etc.), a los que
Hasta nos hemos habituado –quizá de buena fe– a pensar que ciertos escritores valen
por su tendencia, sin reparar en que tal modo de valorar puede ser nocivo… (47)
En los últimos años, cuanto se ha escrito entre nosotros sobre poesía ha girado de
modo concorde sobre la idea de la poesía como comunicación (en Ribes: 1963, 155).
concepción de la poesía como comunicación. Ese “nosotros” en algún punto se divide entre
falsa, errónea. Este segundo se identifica, por ejemplo en “Tendencia y estilo”, con la
originalidad”; y termina siendo “paralizadora” para la literatura (47). Aquí, como vemos,
enlaza dos elementos de los textos polémicos: el ataque al oponente, que en este caso,
determinados contenidos quedan por vicio de naturaleza asociados a una expresión literaria
294
burda, desañida e ineficaz” (1134). En este mismo texto, denuncia a la poesía social de
producir lo que él llama “la falacia de la doble voz”, por la cual el escritor utiliza una “voz
para expresar su experiencia privada; esto genera una “suerte de esquizofrenia lírica [que]
Batlló, atribuye a esta nueva poesía expresiones muy peyorativas: “veleidosa y menguada
Esta valoración negativa tiene su contraparte en la posición del propio sujeto, que se
compone, por un lado, de sus fundamentos teóricos, pero por otro, de la tradición que
delimita el rol del lenguaje y del poeta en el proceso creador. Hacia el final, encontramos
una síntesis de estas cuestiones: “La poesía aparece así, de modo primario, como
revelación de un aspecto de la realidad para la cual no hay más vía de acceso que el
conocimiento poético. Ese conocimiento se produce a través del lenguaje poético y tiene su
realización en el poema” (1963: 160). Otro ejemplo son las respuestas a la encuesta de
Ínsula, en las que define también la poesía “como conocimiento de la realidad” y al poema
También en las respuestas al cuestionario de Batlló establece lo que debe ser la poesía,
que supone otro modo de definición, en este caso, por necesidad: “La poesía ha de
Estas definiciones se ven reforzadas con generalizaciones definitivas (con expresiones que
suelen involucrar los términos: todo, nada, siempre, nunca), apelan también a la doxa, y el
sujeto de la enunciación las utiliza como punto de partida para sus conclusiones,
indiferentes. Por ejemplo, en “Tendencia y estilo” leemos: “Nada hay que amenace más
comunicación”, afirma: “Todo el mundo sabe que los grandes (y felices o terribles)
acontecimientos de la vida pasan, suele decirse `casi sin que nos demos cuenta´” (156),
para indicar en qué zona de la realidad opera la poesía y establecer un punto de contacto,
criterio definitivo para afirmar que algo es o no es auténtico, bueno, verdadero, superior.
realidad encubierta, en la que tan sólo encuentra su libre razón de ser la obra de arte
auténtica” (61). La contracara de esto implica que los fenómenos que no cuadran con estas
“No es otro, ciertamente, el destino de todas las grandes formas de arte, pero muy en
particular el de la tragedia” (69). A veces, la palabra “sólo” establece esta frontera: “La
palabra sólo es poética cuando alcanza ese estado de disponibilidad infinita…” (II, 1169).
296
determinados nombres, a veces incluidos como citas de autoridad y a veces como ejemplos
de lo que afirma, aunque los mismos nombres pueden cumplir una u otra función, según la
Cernuda, Keats, Otero, Machado, Engels, Adorno, Luckács, Eliot, Cioran, Flaubert,
Scholem, Abulafia de Zaragoza, entre otros; como ejemplos del “buen hacer” poético,
figura de Antigona), Miguel de Molinos, Fr. Luis de León, Kafka, Huarte de San Juan,
Juan Ramón Jiménez, entre otros. La importancia de estos nombres dispersos entre todos
los textos de esta primera etapa tiene diversos alcances sobre los que luego volveremos:
por un lado, dan cuenta de un autor que tiende a considerar el arte (a nivel general) como
un fenómeno universal, sin constricciones de tiempo ni espacio, por lo cual los nombres
evocados pertenecen a distintas épocas históricas y son de nacionalidades diversas (en este
determinados nombres implica una cierta valoración respecto de la historia literaria, que
muchas veces no coincide con el canon consagrado. Además, estas apreciaciones son
es notable: por ejemplo, caracteriza el inicio de las Coplas de Manrique “como una de las
dos o tres cimas soberanas de la poesía castellana” (157); o estima a Blas de Otero como
“uno de los poetas españoles de postguerra cuya obra ofrece más evidente interés” (159)
(en la segunda versión dice: “el mayor poeta…”); pero a la vez, deja de lado otros nombres
Por otro lado, este yo autopoético suele hacer diagnósticos de la actualidad para valorar
justificar su propia propuesta. “Pero la ciencia ha abandonado hoy la rígida faz de dogma
omnipotente” (1963, 155); “Hoy la ciencia piensa la materia sobre bases completamente
diferentes” (156). “Tendencia y estilo” se inicia con la siguiente frase: “Hoy cuando tanto
comunicación ha sido manifiesto…” (57). Lo mismo sucede en sus respuestas para Ínsula:
“El hecho más caracterizador, según creo, de la evolución última de nuestra poesía es la
conciencia –hasta hace poco tácita, hoy plenamente declarada- del desgaste de ciertas
fórmulas” (1133).
Por último, este sujeto está sumamente atento al avance de su propio discurso. Es por
ello que utiliza con frecuencia expresiones metadiscursivas que orientan el desarrollo
argumentativo, ya sea con giros que dan cuenta de su propia perspectiva (los que con el
tiempo irán desapareciendo): “por mi parte”, “para mí”, “creo”, “a mi modo de ver”; ya sea
con giros explicativos que funcionan como orientaciones: “Quiero decir”, “Quizá podría
servirnos para ilustrar nuestro discurso” (1963: 158), “Tal vez lo dicho hasta aquí se
entenderá mejor si…” (159); “Acaso baste para cerrar estas líneas…” (53); “Más adelante
lo veremos” (55), entre muchos otros. Estas expresiones acercan estos textos de tipo
resultan una guía para el lector, en cuanto funcionan como indicadores en el itinerario
Estos ejemplos del primer corpus textual nos permiten observar la construcción de un
poeta. En general, es un sujeto que se ha desplazado del centro de sus textos (a diferencia
sino más bien al contrario. Como vimos, las estrategias textuales utilizadas por Valente
conforman un sujeto fuerte, que respalda las afirmaciones de su discurso, elaborando una
trama argumentativa sólida y consistente. Por eso, es posible afirmar que emerge como un
por una sucesión de ideas coherentemente conectadas. Esto responde al hecho de que en
“determinar nada menos que la especificidad de lo poético más allá de asideros temáticos o
altos vuelos” (220). Este conjunto se constituye así en un núcleo importante dentro del
hecho literario, para lo cual el sujeto ensayístico funciona como una especie de maestro.
Por otro lado, no sólo argumenta a favor de su postura, sino que resulta sumamente crítico
e incisivo respecto de un cierto estado de cosas del campo, con el que no acuerda; por eso,
si tenemos en cuenta toda la obra de Valente, podemos ver ahí los inicios de una polémica,
sostenida durante su vida en una virulencia progresiva, con ese “vosotros” secundario e
implícito constituido por los literatos españoles de la época, respecto del cual define su
La configuración explícita de la figura de poeta en esta primera etapa tiene dos rasgos
la palabra, la poesía, el poema, es decir que el sujeto se desplaza en favor del objeto que se
299
sitúa en el centro. Es por esto que la figura de Valente que podemos rearmar es no tanto a
partir de lo que dice sobre el poeta, sino de los modos de su enunciación (como vimos
hasta ahora).
Ahora bien, en cuanto al rol que Valente le atribuye al poeta, contamos con la
(Cernuda decía que debe pensar que nadie lo escucha) y a la vez, escribe para “una
inmensa mayoría”, retomando el postulado de los poetas sociales, pero dándole un nuevo
significado: el mismo poeta “es el primero en formar parte” de esa mayoría, porque el
conocimiento que revela el poema “se le comunica a él en primer lugar, en el acto mismo
de la creación” (1963: 161), y luego a los demás lectores. Aquí se observa, por un lado, la
real a través del poema; y por otro, la ponderación de la soledad del acto de escritura en
En cuanto a la posición de adelantado, nos lleva a pensar que el poeta es concebido aquí
en términos románticos, como un iluminado, un ser superior, que recibe un saber para
luego transmitirlo; sin embargo, Valente pretende evitar esta identificación situándolo en
medio de esa “inmensa mayoría”, por lo cual la particularidad del poeta está planteada en
(como sí lo afirmaba Cernuda). Ahonda en esta visión cuando afirma que al iniciar el
proponga transmitir”, pues ese contenido sólo es conocido “en la que medida en que llega a
existir en el poema” (II, 59). La diferencia con su predecesor estaría, entonces, en dónde se
encuentra “la verdad” (o “lo real”): para Cernuda en el fondo absoluto e invisible que sólo
el poeta intuye y que con grandes dificultades expresa en los versos; en Valente, en el
propio proceso de creación del poema se revela algo que no se conoce fuera ni antes que
300
él. 11 Es en ese mismo momento de la creación, donde el poeta permite que la forma verbal
sin buscarla (si alguna vez así me ha sido dado) la comunicación (pues el lenguaje es mi
instrumento) por añadidura” (1161). Este “encontrar sin buscar” da cuenta ya del estado de
determinación” (1279). La gran protagonista es, entonces, la poesía, la palabra poética que
revela, y el poeta se presenta como el receptor de esa palabra, sin que se le atribuyan
condiciones de ser superior o iluminado. Sin embargo, no podemos dejar de advertir que
seguiría estando presente la singularidad del artista respecto del resto de los hombres: es
depositario de una revelación que, a través de la palabra del poema que crea, alcanza al
resto de los hombres. Pero esta revelación no le llega de modo súbito, ni intuitivo, sino que
Ambos procesos, escritura y lectura, son en cierto modo, complementarios y requieren una
trabajosa labor para que esta acción de conocer se concrete. 12 Así, a la vez, establecerá la
11
La diferencia es muy similar a la que planteábamos respecto del proceso creador en Cernuda y Eliot: para
Cernuda, la experiencia concreta del poeta es el germen del poema; en cambio, para Eliot, no hay experiencia
fuera del proceso creador, es decir, la experiencia que funciona de punto de partida está en el mismo interior
del poeta y es ya parte de la creación. De modo análogo, para Valente no hay una realidad previa que el poeta
conoce y luego comunica en el poema, sino que conoce mientras escribe el poema, no hay instancias previas
al proceso creador. En realidad, esta diferencia es justamente porque Cernuda malinterpretó la teoría de Eliot
y Valente la comprendió bien, según ya vimos.
12
Esta idea de que el quehacer poético es trabajoso para el escritor la enuncia Valente en un texto inédito de
1956, que según los editores de su obra completa podría haber sido una conferencia dictada en la Universidad
de Oxford, titulada: “La formación del escritor como profesional”. Allí Valente brega por la necesaria
formación humanística de los escritores y por la importancia de la tradición en la formación como poetas. Y
hace confluir dos idearios estéticos en conflicto: el del paradigma trascendentalista del arte que afirma la
existencia de la inspiración y la del paradigma figurativo de las poéticas sociales que hablan de la poesía
como un oficio: “El poeta visto llanamente y dejando de lado las gracias de orden inspirado o divino que
puedan obrar en él –gracias en las cuales creo- es simplemente profesional de un oficio extremadamente
difícil, cuya dificultad parece tenerse en cuenta menos de lo que fuera de desear cuando la atención revierte
301
conocimiento del poema por parte del poeta y del lector es sólo cronológico. Sin embargo,
a la vez, asimilará al poeta con el místico y, en ese sentido, la figura del poeta se
singularizará fuertemente respecto del resto de los hombres. La posición es, sin duda,
ambigua.
El otro rasgo, la valoración de la soledad del poeta, está en consonancia con aquella
imagen que ya citamos de la escritura como una carrera, en la cual el poeta va solo como
la actitud que Valente pretende poner de manifiesto en sus textos y en sus gestos públicos.
El final de “Fuera del cuadro” anticipa el nuevo giro que tomará su teoría en torno del
autor: “Así es como cabría describir en manuales o antologías veraces al autor de los libros
firmados con mi nombre: Poeta español relativamente contemporáneo, situado entre dos
apariciones del cometa Halley” (1285). Esta referencia ambigua y lábil anticipa la
operación de pretendida borradura del sujeto que se va acentuar a partir de la década del
80.
Esta reflexión teórica se presentará unida a otra metáfora tomada del poeta inglés John
Keats y fundamenta este giro en otro texto de 1970: “el “camelion Poet carece de yo, es
todo y es nada, y no tiene contenido, ni luminoso, ni sombrío, que le sea propio” (1168). Y
continúa luego:
Este estado de no identidad es el propio del poeta y el único que puede dar paso en él a
la libre circulación del universo, a lo que espera encontrar su identidad en un medio (el
propiamente creador), donde otra identidad no condicione o aborte su manifestación.
La palabra sólo es poética cuando alcanza ese estado de disponibilidad infinita al que
corresponde en el poeta la carencia de identidad […] Porque es la fluidez manifiesta
de éste [el universo] lo que la poesía aloja, desde un estado que es, en la palabra y en
sobre otros aspectos más brillantes: libertad y entusiasmo creador, espontaneidad, sinceridad, etc.” (1046-
1047). Valente se encuentra a mitad de camino entre ambos paradigmas y en cierto modo, encuentra en cada
uno de ellos elementos que le sirven para describir su modo de concebir el proceso de creación. Esto supone
un conflicto al momento de tener que definir su adscripción a determinados movimientos o corrientes
culturales, porque de hecho una adscripción definitiva falsearía, en cierto modo, los derroteros de su
teorización.
302
disponibilidad del yo, que fundamentará la labor literaria de Valente hasta el final. Luego
acota esta definición a su propia experiencia, siempre con la aparente modestia de por
medio:
borramiento del sujeto, la impugnación de la identidad. Es por eso que a partir de este
Valente pretende poner en acción estos axiomas y tratará de profundizarlos a medida que
discursivo muy presente que afirma, define, distingue y juzga; todas ellas son acciones
303
lógicas cuando lo que se pretende es proponer un nuevo modo de pensar la literatura, que
impacta directamente en la lectura de los textos del autor y también en su posición dentro
del campo. Pero hacia la década del 70, se produce la bifurcación de su obra en una
modalidad de los versos valentianos, que pareciera que quiere llevar adelante la idea de
sugerencia, el enigma, la apertura y el fragmento. Es curioso, por otra parte, que a medida
hacia los márgenes del texto y, a la vez, se multiplique en diversas máscaras. Esto supone
manifiesta con más fuerza son los textos de PC: “La piedra y el centro”, “Las condiciones
del pájaro solitario” y “Pasmo de Narciso” (II, 273-277); “Sobre las palabras sustanciales”
(1977-1983); y el texto de VPR: “Sobre la lengua de los pájaros” (II, 1984-1991). 13 Estos
críptico y fragmentario de NS. Si bien hay en ellos aún una continuidad lógica en el
desarrollo de las ideas, el hilo discursivo comienza a romperse, con el uso, por ejemplo, de
ampliar una idea. Por ejemplo, en “Sobre las palabras sustanciales”, leemos: “Meditación
13
Dejamos fuera de este conjunto el ensayo “La experiencia abisal”, incluido en el libro homónimo, que data
de 1999 y en el que si bien se retoma un tema de difícil comprensión, como es la Nada, el discurso adquiere
nuevamente un desarrollo lógico, de corte académico, con la aparición de la primera persona del singular
guiando el discurso, fragmentos expositivos y argumentativos, citas de autoridad, inclusión de datos de la
historiografía literaria, etc. Lo analizaremos en el apartado sobre la reconstrucción de la genealogía de poeta
para observar en un ejemplo concreto cómo Valente realiza esta operación de selección en torno a la
tradición que le interesa recuperar para sí.
304
absoluto de la creación” (301); o también: “Palabra total y palabra inicial: palabra matriz”
(302). Son frases que interrumpen el ritmo del discurso expositivo-argumentativo para
ajenas (o auto-citas) en el flujo del discurso, que produce el efecto de una multiplicación de
“Según esto –dice aún Juan de la Cruz al pie de la canción primera de la `Llama´-
diremos que la piedra […] está en el más profundo centro suyo”. ¿Centro de qué?
¿Centro de sí, ese centro suyo? La piedra y el centro son, en verdad, lo mismo. La
separación es padecida en el desgarramiento de lo uno: “Fui la piedra y fui el centro/ y
me arrojaron al mar” [de una copla popular]. ¿A quién? ¿A la piedra o al centro? ¿O
solamente a la piedra que era el centro a la vez? (430)
Para Polo (1994), la ruptura del hilo discursivo genera “pasajes laberínticos” o el
místicas (cristiana, judía, sufí, etc.), ingresan para dislocar el hilo lógico del pensamiento.
Tal es el caso de la siguiente explicación que toma sus conceptos de la mística sufí: “El
propio movimiento creador, el Ursatz, el movimiento primario, que podría ser otro aspecto
es correcta pero los conceptos se complejizan, adquieren un espesor que implica una
dificultad para la comprensión. Lo mismo sucede con el uso de otros símbolos, como la
pájaros (273-275).
305
Sin embargo, este quiebre del discurso lógico no descarta expresiones definitivas (como
las que encontramos en PT), para delimitar, incluso de modo más radical, qué es lo
poético: “Sin una consideración de esa palabra total, toda consideración en profundidad de
lo poético está negada de antemano. En efecto, lo poético exige como requisito primero el
del alba” (303); o también: “Esa palabra interior, que en lo interior, se forma y en lo
interior de tal modo se sustancia, es asimismo la palabra-materia del poeta” (305). Otro
elemento que se observa en estas citas es la repetición, que se utiliza para ahondar cada vez
El sujeto discursivo que se corresponde con esta modalidad discursiva suele optar por la
impersonalidad, salvo en algunos casos en los que ingresa la primera persona del plural, en
ensayístico: “Oímos, pues, una voz que sube descendiendo, que dura milagrosamente
función del poeta. Tal es así que en “Sobre la operación…”, son definidos con un
límite de lo religioso” y “el poeta, es decir, del hombre cuya experiencia se produce en el
extremos” (306). La misma idea se repite en “Sobre la lengua de los pájaros”: “Tal es la
306
figura del místico no sólo se relaciona con el estado de trance a través del cual busca la
unión con la divinidad que supone un momento de revelación, sino que también implica un
hombres no acceden.
Hacia el final de su vida, reconoce: “Alguna gente dice: `Valente es un poeta místico´.
No lo soy. Simplemente me parece que el esquema que sigue el místico se parece mucho al
que sigue el poeta”. Así las palabras de Keats sobre el poeta-camaleón, que debe vaciarse
de sí para dejar entrar al universo, le sirven para profundizar esta similitud, pues el místico
Los ensayos de PC y VPR constituyen, entonces, una especie de puente hacia uno de los
textos autopoéticos más radicales de Valente: Notas de un simulador. Este libro extraño
otros discursos valentianos, pero de forma extrema. Nos interesa de modo particular
porque, a diferencia de los otros, todo él es autopoético. Tiene dos puertas de entrada que
ya nos dan la pauta de la condición del sujeto que emerge del discurso. En primer lugar, el
título que replica el de otra obra, escrita por Calvert Casey (1924-1969), 14 periodista y
novelista cubano, amigo de Valente, con quien compartía su modo heterodoxo de pensar y
escritura como “notas”, es decir, algo fragmentario, disperso, provisional; y por otro lado,
velado por el lenguaje. La segunda puerta de entrada al texto, en consonancia con el título,
14
Nos referimos al libro de Calvert Casey, Notas de un simulador, publicado en 1969, año de su muerte.
307
desprendido notoriamente de la primera persona del singular, la que usa en muy pocas
ocasiones. Incluso una de sus apariciones es para dar cuenta, al modo machadiano, del
unívocas:
llamamos igual. ¿Seríamos el mismo?” (465). Las marcas deícticas, en este contexto,
los sujetos: yo, tú, nosotros, y por otro lado, ella (la palabra), siempre en una instancia
superior.
Por otro lado, el texto ha perdido aquel hilo argumentativo tan sólido que caracterizaba
sentencias, citas, anécdotas, separados por blancos espaciales, que van armando un
rompecabezas de piezas diversas entre sí, pero que en ese mismo acontecer, pretenden dar
cuenta de una poética que se piensa a sí misma de igual forma. Al tiempo, esta
fragmentación impide delinear, de forma definitiva, una figura unívoca y total que se haga
amplia labor ensayística de Valente y su escritura lírica” (citado en Badía Fumaz 2015:
308
la “fascinación del enigma”, donde el sujeto pretende que la verdad de la palabra poética (y
del mundo) se manifieste. Por eso, éste parece suspenderse, esperar, reclamar incluso la
una dimensión primordial (por primera y por esencial): “La escritura es lo que queda en las
arenas, húmedas, fulgurantes todavía, después de la retirada del mar. Resto, residuo.
Pero un detenido análisis de esta aparente disolución del yo, nos permitirá advertir los
matices y la complejidad de esta cuestión que atraviesa toda la poética valentiana. Sobre
ella, Jordi Doce señala que no está libre de problemas, porque, por un lado, la noción de
una decisión de orden político, con el fin de proteger las palabras de las perversiones y
manipulaciones del poder y las instituciones, pero por otro, la poesía no es sólo “hacerse”,
sino también “hacer”, y en ese sentido, el autor y el lector conservan su importancia (216-
217). 15 Por su parte, Sánchez Robayna advierte este problema e indica que en su poesía:
“una obra en la que el yo es una y otra vez cuestionado o impugnado; el rostro de ese yo es,
según un poema de A modo de esperanza, una `máscara de nadie´” (2011: 11). Pero luego
la extiende a otros aspectos del quehacer literario de Valente, como por ejemplo, al intento
15
Marcela Romano indica estos desencuentros también respecto de su poesía, al postular la alternancia entre
dos modos de pensar y construir la subjetividad, condensadas en el término “nadie”: como sujeto vaciado de
sentido, enfrentado a la clausura sin absolutos de la muerte y como voz autoengendrada que es “nadie” y es
“todos” y cuyo aniquilamiento es fuente de nuevos tesoros (como en la mística sufí), es decir, como una
aniquilación que engendra (2002: 119).
309
El mismo nombre del cuaderno de notas que Sánchez Robayna está introduciendo
apócrifo, papeles inéditos de personajes que probablemente no existen, pero que de algún
aparición del otro, que denuncian la irreparable vaciedad del sí mismo” (457). La tensión
entre identidad y anonimia se cuela en todos los textos y no encuentra resolución posible,
porque tal como afirma Doce, escribir es un hacer, una acción que requiere de una
voluntad. La anonimia puede, por tanto, permanecer como idea y ser sugerida por las
formas que adquiere la escritura, pero no puede ser alcanzada efectivamente en el mundo
real. Esto es importante tenerlo presente, a medida que avancemos en la teoría estética del
poeta gallego.
Por otro lado, más allá de la pretendida disolución del yo, en NS se configura una
imagen autoral en el cruce tanto de las estrategias discursivas que pone en marcha el sujeto
nos da una pista: el sujeto (y el poeta) es un simulador, un “fingidor”, como afirma Pessoa,
la dis-locación del poeta: “El poeta no tiene, en realidad, lugar que le sea propio. Es ave de
antiguo. Rara ave, el poeta. Suele darse uno cada siglo bisiesto” (455). Permanece en un
lugar exterior, un no-lugar respecto a las convenciones humanas, lo cual se reforzará con la
idea de que el poeta es un ser solitario, que vive aparte de la vida de sus contemporáneos,
experimenta la no contextualidad:
En esta lucha, el poeta se hace servidor de la palabra poética y su soledad deja de ser
sólo una característica para convertirse en una necesidad, una trinchera para resguardarse y
tenía un sentido similar: el alejamiento para escuchar “las voces de los dioses”.
Pero, como ya advertimos, esta dislocación no sólo la expresa, sino que pretende
ponerla en práctica a través del discurso, por un lado, con la fragmentación y la predicada
ininteligibilidad que mencionamos; por otro lado, con la incorporación de citas y nombres
de otros autores, que no son ya referencias de autoridad, sino máscaras que este simulador
ampliado para incluir ahora también elementos de otras tradiciones culturales como el tao,
Joyce, Lezama Lima, Calvert Casey, Witold Gombrowicz, Edmond Jàbes, Miguel de
Molinos, Webern, Lévinas, Flaubert, Borges, y a otros menos conocidos como Max Frisch
o Ludwing Hohl, entre otros. Como sucedía en los ensayos anteriores, las citas irrumpen en
el discurso no como una incrustación ajena, sino como un devenir propio de la escritura,
porque, en cierto modo, el sujeto encuentra en las palabras de esos otros, su propia palabra:
“Las horas rescatadas: `Paso horas, a veces en el Terreiro do Paço, a la vera del río
meditando en vano, explica Pessoa en Livro do desassossego. Salvación del tiempo” (466).
Por otro lado, el uso de paradojas o expresiones de sentido críptico convierten este
apartamiento del poeta en una especie de abismo insalvable: “Gime el logos por la
rayo oscuro, la aparición o desaparición del cuerpo o del poema en los bordes extremos de
la luz” (461). Los términos que conforman el campo semántico del extremo: la frontera, el
borde, el umbral, el límite, colaboran con esta percepción de que el sujeto (ensayístico y
311
alude a objetos culturales que simbolizan este aislamiento: “En la cerámica china, el
blanco, sobre el vacío esencial” (459); o también la cita sobre los maestros japoneses y su
práctica del tiro al arco: “El tirador , haga lo que fuere, se convierte en centro inmóvil, y
sucede así lo extraordinario, lo último: el arte queda despojado de arte; el tiro se convierte
tiempo se plantea aquí como la dinámica última de esta palabra poética, en la que los
críptica de la escritura, el ethos autoral que emerge tiene características muy definidas y se
constituye en un punto de referencia entre las ruinas que conforman estas notas. En primer
lugar, al modo de aquel de PT, el sujeto no deja de definir y distinguir los conceptos que le
interesan. El uso del verbo ser se multiplica: “el poema es…”; “la palabra poética ha de
ser…”; “el logos es…”; “la corrección nunca es…”, “escribir es…”; “la poesía […] es,
antes que nada…”. Se suman también el uso del presente del indicativo para afirmar
categóricamente características del poeta, del poema, de la escritura, etc.: “El lector […] se
forma por…” (461); “Toda obra personal empieza a partir de una lectura crítica…” (465);
“Las palabras crean espacios agujereados…” (463). En este afán por definir, todo lo que no
se atenga a estas aserciones, queda fuera; no es palabra, poesía, poema o escritura. Por eso,
Por otro lado, aquel interés por distinguir que ya mencionamos sigue intacto y es aún
más fuerte aquí donde las expresiones de matización (“a mi modo ver”, “por mi parte”) han
más definitivo. Al mismo tiempo, la presencia del sujeto hablante se fortalece, filtrándose
por los intersticios del discurso y pretendiendo desde este discurso dislocado, resistir a los
El señor estaba hinchado de su propia dignidad. La llevaba puesta como una especie
de barriga que lo precedía siempre con un adelanto de tres a seis centímetros, según
las circunstancias. Después pasaba todo lo demás. Es decir, nada (455).
Tan fuerte es esta presencia cuestionadora en el libro, que Miguel Gallego Roca (2011)
lo define como “una colección de aforismos sobre la poesía en los años noventa; en
realidad sobre la precaria modernidad lírica española, eje argumentativo de la obra crítica
necesidad del propio Valente de “nadar contra la corriente”, algo que expresa
explícitamente:
Por otro lado, si leemos el texto en su totalidad y observamos los temas que trata, es
posible advertir las ideas principales que Valente ha desarrollado en sus autopoéticas
313
anteriores, pero aquí se ha producido una fusión más fuerte y profunda entre las
implicancias del ejercicio poético y la función social de ese ejercicio, pues en este libro la
“verdad” del hombre y del mundo se acentúa y contrasta con las propuestas de una
instituciones. Este desarrollo tiene su punto culminante cuando el sujeto realiza una
Luego, veremos con mayor detenimiento esta dimensión de la propuesta valentiana. Nos
desarrollo de los diversos apartados, que implica, además, pensar la poesía como una
acercan y se alejan sobre una superficie líquida que impide la fijación. Cada vez que
leemos estas notas, cada vez que consideramos el todo, el cuadro es distinto, porque en
enigmático de la palabra que fluye directamente del manantial del origen, ése que no
conocemos ni podremos conocer, pero que intuimos porque forma parte de la memoria del
cuerpo, del mundo. Ideas (éstas y otras) que manan de la escritura poética de Valente. En
esta vertiente, la palabra poética traspasa las fronteras de los poemas e ingresa en el ámbito
del ensayo, proponiéndole al lector poner en acto una serie de competencias que no podrá
314
eludir para afrontar la lectura del poemario. Por eso, más allá de su fragmentariedad y
cierto carácter enigmático, NS se presenta como otro núcleo autopoético que irradia hacia
el resto de la obra los postulados de una poética que ha evolucionado con bastante
coherencia hacia posiciones más radicales, y por eso funciona también como una especie
valentiana. Sin embargo, el estatuto discursivo de uno y otro es distinto. Se podría decir,
la cábala judía: que el poeta debe generar en sí un vacío, una nada positiva, tratar de
eliminar los condicionamientos externos e internos para que la palabra poética encuentre
lugar para ser engendrada. De este modo, la búsqueda de esta anonimia y de la libre
manifestación de la palabra es más bien una idea teórica, útil para el análisis de los
poemas, que responde a cierta poética (sobre la que luego volveremos), pero que encuentra
una circunstancia histórica y en un medio artístico, que llega al mundo en formato de libro
en cuya portada está el nombre del autor. La anonimia sería, de este modo, una especie de
utopía, siempre incumplida, que otorgaría una vía de interpretación en términos filosóficos
hacia adentro de cada obra, la cual como objeto cultural, se inserta en un contexto histórico
definido y circula atada al nombre del autor. Se suma a esto el hecho de que es un poeta
16
Jordi Doce (2011) afirma: “Valente es uno de los grandes maldecidores de nuestra literatura: perpetuo
insatisfecho, como Cernuda `apocalíptico´ -según el esquema tan maniqueo como ilustrativo de Umberto
315
desaparición de sí mismo.
En ese sentido, las autopoéticas son parte de ese orden histórico que pone de manifiesto
los límites de esta concepción absoluta de la palabra poética, porque el autor asedia ese
espacio cuasi-sagrado que ha creado, desde fuera, para explicarlo, para dar pautas de
sentido, traicionarlo. En estos textos, en los que la identificación entre sujeto textual y
sujeto histórico es difícilmente sorteada, esa poderosa imagen de autor como intelectual
poéticas, que toman una dimensión antropológica. El pretendido borramiento se vuelve así
sólo una máscara imaginaria en el decir poético, que no logra desligarse de su presencia
como escritor e intelectual cada vez más contundente en el campo literario y en el sello de
su nombre propio al final de sus textos y en las portadas de sus libros. Por eso, afirmamos
con Romano, que Valente no tiene éxito en esta empresa de borrarse, “porque su poderosa
imagen de autor como profeta del exilio y del desierto lo entronizó, otra vez, en la senda de
los vates modernos, y no sin su consentimiento” (330). Él discurre sobre esta tensión
Yo siempre me he relacionado mucho con el mundo. Durante los años que he vivido
fuera he tenido incluso actividad política, me he movido muchísimo en el mundo de la
emigración. Quiero decir que el que tú vivas en esta perspectiva que estoy presentando
no quiere decir que seas ajeno a las preocupaciones circundantes. Sólo que en el
momento que tú te remitas al estado de escritura todo eso queda suspendido. En cierto
modo, todo eso alimenta la escritura, pero queda suspendido (22).
En esta cita, el mismo poeta advierte estas dos dimensiones de las que hablamos para
través de acciones concretas (su acción social tanto en Ginebra organizando la resistencia
Eco-, incapaz de estar a gusto con su sombra, adepto a denunciar cualquier forma de impostación y a pinchar
globos retóricos –que son, o suelen ser también, globos ideológicos-, pudoroso y escéptico, reticente y
víctima ocasional de la bilis negra, vibra también en nuestro poeta (¡y hasta qué punto!) la furia del profeta
bíblico” (213).
316
franquista o en Almería trabajando junto a Juan Goytisolo para ayudar a los sectores más
desfavorecidos); y el poeta que crea, que suspende la dimensión personal para bucear en la
En este apartado, estudiaremos un tipo de texto muy peculiar que se presenta de modo
frecuente en la última etapa de la obra de Valente: las lecturas poéticas. El modo de auto-
respecto de los libros contemporáneos (PC, VPR, NS, EA). El discurso se presenta con una
deja de lado las circunstancias vitales para referirse al desenvolvimiento del oficio poético,
con un estilo más claro, evitando expresiones crípticas y acercando la figura del poeta que
escribe a la del hombre que frente a sus coetáneos se hace cargo de esa escritura.
ellas otros dos textos complementarios: “Figura de home en dous espellos” (conferencia
Las tres primeras lecturas realizan un recorrido muy similar por la trayectoria poética de
Valente, incluso con fragmentos que se reiteran; sin embargo, difieren en su inicio de
modo significativo. El primer hito del recorrido de la Lectura en Tenerife es calificado por
Valente como “mi primera experiencia de la poesía”: tenía unos siete años y fue elegido
por las monjas de su colegio para la tarea de “echar un ejemplo”. Este volver a los orígenes
de la propia experiencia literaria parece sólo un modo de iniciar esta lectura, como una
estrategia de inicio. Como vimos en HL, Cernuda también remite a su primera experiencia
Valente, la experiencia infantil posee la función superficial de apertura del discurso, lo cual
lecturas. En una entrevista con Danubio Torres Fierro, aporta otras precisiones respecto de
¿Qué hay en lo que podríamos llamar mi prehistoria? Por lo menos dos cosas. La
primera, sin duda, esta precariedad de una capital de provincia española a comienzos
de los cuarenta en la que no había nada […] y en donde la vida cultural se hacía en
torno a cierto movimiento galleguista […] que en esos momentos estaba
particularmente perseguido y a consecuencia del cual podías pasar a la clandestinidad
o emigrar […] Allí, entonces, la escritura se me apareció como la única huida posible
[…] La segunda, impulsada por el azar, -que, como sabes, es quien fabrica el destino-
fue que mi familia guardó los libros […] de un sacerdote gallego llamado Basilio
Álvarez, que tuvo su importancia porque fue uno de los fundadores del movimiento
galleguista y llegó por ello a ser suspendido ad divinis […] [Allí] tenía un mundo
prohibido en el que podía moverme con absoluta libertad […] Me formo, entonces,
sólo, y leyendo” (1993: 69-70).
pues estas dos circunstancias (retomadas luego en diversas entrevistas) no son presentadas
por Valente como un “llamado” o una vocación, sino más bien como azarosas, sin motivo
escribir versos. Esto implica un posicionamiento muy distinto de uno y otro poeta en
maestro para Valente y para muchos otros intelectuales. Tal es la importancia que el
gallego le otorga que asegura: “…hay en esa lápida [la de Jiménez Fraud] toda una página
Así, en cierto modo, sitúa esta figura decisiva en el inicio y el desarrollo de su propia
trayectoria intelectual.
vitales del sujeto, sino en lo que éste considera como un inicio posible de la palabra y su
recepción por parte de una tribu indígena, los canacos, cuyo jefe de la comunidad es
valentiana. Estas referencias iniciales parecen dar cuenta de “un sentido profundo de lo
sagrado que se conjuga con lo ancestral” (Iglesias Sernas 2010: 62). Pareciera que, en este
último caso, la “mirada final, realizada, probablemente, con la conciencia de saber que es
misma. Es por ello que, en los tres textos, la propuesta es la misma: realizar una
Todo esto implica que, como indica el epígrafe de esta sección, el objetivo de Valente
no es reconstruir la trayectoria de su quehacer poético, sino compartir con los oyentes una
319
secundario del poeta; la otra es la propuesta de “compartir” con el otro, con el oyente-
lector esta experiencia; como dice en otro texto, esta palabra se come, nutre y se comparte
(II, 306). La imagen es tomada de una visión del libro del profeta Ezequiel, pero también
remeda la Eucaristía cristiana en la que se come al Verbo de Dios; sin embargo, en el caso
este mundo: desde su origen al presente, sin alusiones al “más allá” de la muerte.
En este recorrido, el primer paso es tratar de establecer un punto de partida: ¿en qué
misteriosa:
Luego, fiel al estilo del sujeto ensayístico valentiano, define “lo que llamamos `poema´”
habitación donde el estar y el ser se unifican” (1388; Cf. 1432, 1593). Las resonancias
observan claramente en esta definición: Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Heidegger,
Machado, etc. A partir de allí, enlaza citas de autores que lo han guiado en este camino con
observamos más arriba. Otro de los puntos que tiene valor iniciático para el sujeto de estas
lecturas es el primer verso del primer poema: “Serán cenizas…”, de su primer libro
de Bellas Artes, este poema y específicamente su primer verso con la mención del desierto,
poética, aun cuando el mismo Valente no lo había advertido (1389, 1433, 1594). Como
afirma Andújar Almansa (2011), en ese verso “creyó advertir que el desierto cruzado en
aquel lejano verso de 1955, más que a una `secreta desolación sin nombre´, había acabado
(119). Esto implica, por un lado, que la palabra poética tiene cierta independencia del
sujeto y se manifiesta aun cuando éste no sea consciente o no lo haya buscado; y por otro
lado, el hecho de que toda su poética, signada por la imagen del desierto en sus múltiples
predestinado fatalmente a ser poeta, como lo veíamos en el caso de Cernuda, pero hay un
Otro de los puntos llamativos es que, en general, en las lecturas poéticas, los escritores
contexto de producción. Aquí los elementos biográficos quedan reducidos a verbos como
escribí, trabajé, traté, publiqué, todos relacionados con circunstancias generales del
quehacer poético: por qué elige los títulos, cómo evoluciona su concepción de la palabra
poética, qué quiso hacer en términos literarios al trabajar con tal o cual palabra (por
ejemplo, “mandorla”) o elemento cultural (por ejemplo, las letras del alfabeto hebreo).
17
En varias entrevistas de sus últimos años, Valente indica que comienza a escribir poesía a los 14 años “a la
manera de…” y casi sin darse cuenta, por el contacto permanente con la biblioteca del P. Basilio Álvarez que
estaba en su casa: “Mi aprendizaje fue mimético. Empecé a escribir poesía a los catorce años a la manera
de… hasta que un día, cuando ya has hecho mucho ejercicio, y Dios quiere, empiezas a hablar con tu voz,
tienes la sensación de que ya caminas solo. Te caes pero te levantas y sigues escribiendo porque ya la
escritura te ha mordido. El fenómeno interno de la creación desencadena procesos anímicos muy fuertes, y
nunca más puedes abandonar eso. Ahí nace el escritor” (Berger 1998: 4).
321
presencia de sólo tres referencias biográficas: la muerte de su hijo (aunque alude a él como
“una persona que me fue y me es todavía muy próxima y que ha desaparecido” [1603]); su
estancia forzada en la ciudad de Figueras, donde lo detuvo una huelga de trenes (1607); y
están lejos de reconstruir una trayectoria vital y que se ven mediadas por otros elementos
culturales, como el cuadro de Paul Klee que le da nombre a la serie elegíaca dedicada a su
hijo; o las Coplas de Manrique, que lo asisten para hablar de su posibilidad de morir antes
de la operación. Para este sujeto retrospectivo, sólo la palabra importa y debe ocupar el
centro del escenario; el resto es superfluo, incluso lo es su propia vida que queda sujeta a la
voluntad de esa palabra, como él mismo lo indica: “… mi último ciclo poético, que se
muera” (1605).
Sin embargo, en los tres textos, realiza una acción importante respecto de la lectura y el
análisis de su propia poesía: distingue en ella tres ciclos o fases simultáneas: el ciclo de
descenso a la memoria de la materia, de la memoria del mundo (1395; Cf. 1436, 1595). Si
bien el lugar destacado en los contenidos no es el del poeta, sino el de la palabra poética
que, con vida propia, se manifiesta cómo y cuándo quiere, la acción de este sujeto es la de
realizar una lectura crítica sobre su propia obra, aportando elementos sustanciales para su
y la figura de lector que Valente tiene en mente (que veremos luego), es lógico que elabore
estas directrices para orientar la lectura de su poesía. En cierto modo, nos recuerda aquella
Los otros dos textos complementarios a estas lecturas, “Figura de home…” y las
Llama la atención que, siendo tan universal en sus expresiones y tan poco afecto a
establecer coordenadas vitales al hablar de su labor poética, establezca con tanto detalle su
texto en el que sólo recupera estas influencias culturales, cuando conocemos de sobra la
comienzan también haciendo referencia a una de las cuestiones teóricas de este trabajo: la
sujeto, condensada en la figura de Narciso. Para él, el lenguaje es el espejo del poeta y es
por eso que, al ser bilingüe, su figura se ve “delineada en dos espejos, esparcida en dos
lenguas, nada de dos adentradas fuentes” (1649). Sin embargo, el cierre de “Figura…”
plantea una contradicción: “En resumen, mi escritura gallega de aquellos años va muy
ligada a mi biografía. En este sentido, esta intervención de hoy es un descenso a los fondos
crear un “otro” en la escritura, resulta difícil confiar en esa afirmación sobre su biografía,
sin establecer los reparos necesarios en cuanto a la posibilidad de que lo dicho se aleje de
rastrear en estas palabras y que contrastan con la modalidad de otras autopoéticas en las
que casi ha reducido a cero ese tipo de alusiones. Si atendemos a estos dilemas, entonces,
podríamos pensar que lo que construye en estos textos es su máscara gallega, una más de
las tantas que se ha otorgado en los diversos textos. Retomaremos estos textos en el tercer
Las reflexiones sobre el ejercicio crítico son tempranas en la obra de Valente, siendo
temprano también el inicio de sus publicaciones en ese ámbito (su primer artículo es de
1944). Uno de los primeros aportes en esta línea de reflexión es “La `crítica´, ese
secretario) (853-839). De tono directo, severo e incisivo, establece aquí cuál es la función
discurso dos formas de hacer crítica: la que él caracteriza como “verdadera” o “auténtica”
combativa” (835), “diferenciadora, esclarecedora”, una “crítica `en contra´” (836). Esta
última noción está en clara consonancia con lo postulado por Cernuda desde la perspectiva
Para Valente, entonces, el crítico responsable debe elogiar lo bueno y abstenerse “de
creador puro, puesto que se dirige al público y al artista mismo. En él importa tanto el
hallazgo de la verdad como el hacer que esta verdad opere sobre su contorno” (837). La
crítica debe utilizar para ello virtudes apologéticas, sin las cuales no se puede hablar de
verdadera crítica. Hacia el final del ensayo, retoma las palabras José Antonio Portuondo
que definen el deber de un “buen crítico”: “el buen crítico literario debe poseer, por encima
de todas las virtudes intelectuales que tradicionalmente se le exigen, una eminente cualidad
324
moral: el heroísmo”. Puede parecer quizá excesivo, pero es en estos términos en los que
claridad, de exigencia crítica”, las cuales hacen dudar, por ejemplo, de las auténticas
motivaciones por las que un crítico realiza un elogio: ¿es porque sí o porque pertenece a la
protesta” que se alzan cuando se realiza una crítica combativa, “en contra”,
crítica auténtica. Incluso el gallego lamenta la falta de literatura invectiva que permite, en
esto, según Valente, son las consecuencias sociales que produce, porque un intelectual que
“permite que otros, en el ámbito social donde él está inexorablemente obligado a actuar, se
equivoquen acerca de su postura ante tal o cual fraude, está empezando a traicionar la
inteligencia" (837). Quiere decir que este oficio tiene una dimensión ética incluso mayor
que la del poeta, por su responsabilidad de crear opinión en torno a las obras y orientar a la
comunidad lectora.
actividad de la inteligencia de la época. Pero el crítico debe superar ambas, sobre todo la
última, pues “su libertad será, no la que le den, sino la que él, a costa de lo que sea, se
haga” (837). Ahí la raíz del heroísmo (ya mencionada) que Portuondo le atribuye y a la que
interpela a sus colegas a cumplir con la función que les corresponde: “La crítica debe,
pues, como toda tarea de la inteligencia, afrontar esta responsabilidad, hacer, a pesar de
todo, su propia libertad, porque así lo exige de ella un compromiso social del que
social son las palabras-fuerza con las que esta exhortación valentiana define el ejercicio
crítico desde una consideración ético-moral que no es común para referirse a esta
actividad, pero que es afín a la función social que Valente le atribuye al arte.
española y a los desafíos que esta actividad reviste para el intelectual de la época. Es un
texto inédito, una posible conferencia dictada en Oxford, titulada “La formación del
escritor como profesional” (1036-1048). Aquí Valente denuncia la falta de buena crítica en
la vida literaria española: “en España no hay crítica, es decir, no hay un cuerpo coherente
penosa”; la de las revistas literarias es un poco mejor, pero está lejos de perfeccionarla y
las reseñas están “en manos de improvisados resumidores de solapas” (1047). De este
modo, el gallego advierte que este ejercicio pierde su misión orientadora, pierde la
capacidad de juzgar lo contemporáneo con ciertas garantías de validez: “se echa de menos
lo que podía ser una crítica universitaria competente y honesta” (1048). Con palabras de
similar dureza, en el texto “Fuera del cuadro” (1283), caracterizará a los antólogos y a los
críticos como personajes funestos que, para facilitar sus tareas, suelen confundir la
situación inicial del grupo literario con las trayectorias posteriores de sus miembros, sin
distinciones. Aquí la dureza de sus opiniones sobre la crítica a nivel general se unen con
los reproches personales que tiene para hacerle a los críticos españoles sobre la valoración
molesta.
326
Un ejemplo de una de las confusiones que atribuye a la acción de los críticos literarios
lo da al final de “Tendencia y estilo”, donde advierte las dificultades que éstos tienen para
distinguir entre ambos conceptos. Una vez más, diferencia entre la crítica “honesta” y
aquella superficial y formalista, la cual prioriza las tendencias. Es una crítica “miope para
ideológico del que se es […] partidario o promotor” (49). Importa aquí resaltar que lo que
considera como poesía “verdadera”, la que da existencia a un estilo, corre paralela con una
crítica (también “verdadera”) que logra distinguir con éxito la creación de un estilo, frente
a la proliferación de tendencias (50). La poesía, y por lo tanto la crítica, que no cumpla con
estas condiciones serían falsas, superficiales. Es una afirmación categórica que define, en
términos morales (verdadero/falso; bueno/malo), el ejercicio del oficio crítico, acorde a las
De este modo, Valente va delineando dos tipos de críticos, que podríamos caracterizar
él, la mayor parte de los críticos de España, con quienes establece una polémica al enunciar
las características del buen crítico. Evidentemente, él sería un ejemplo de esto último, aun
vemos en la “Nota preliminar” de PT: “el autor no ignora la rareza con que la crítica
literaria se produce, y muy particularmente en nuestro tiempo y lugar” (37). En esta misma
Los oradores y los poetas, los sabios, los santos y los héroes, aun siendo raros por
comparación con las zarzamoras, son más frecuentes que las reapariciones del cometa
Halley; los críticos literarios son menos frecuentes.
a otorgarle esa categoría a otros, dado que considera que principalmente en España (medio
327
literario donde se inserta su libro, aunque él ya no esté viviendo allí) no es fácil encontrar
verdaderos críticos y que no todo el que se hace llamar crítico o practica este ejercicio lo
es. Pero esta reticencia sobre su propia condición se convierte en un recurso de la captatio
críticos. Sobre esta reticencia, insistirá también en el artículo “La crítica de la crítica”: “en
momentos de personal euforia, llegó a pensar que acaso podría acercarse al ejercicio de la
crítica” (1297), pero advierte que no ha recorrido todo el camino necesario para ser
considerado como tal, aunque su experiencia sí le permite reconocer lo que un “crítico bien
temperado es o debería ser”. De este modo, admite sus posibles límites y acepta seguir
trabajo, dado que lo mismo que Cernuda, está promoviendo nuevos modos de ejercer el
oficio.
(1139), donde se apresura a indicar que sus propias conclusiones pueden alcanzar su obra
poética y que está de acuerdo con ello. Al pasar, advierte las contradicciones a las que se
expone un escritor que oficia también de crítico, pero de forma coherente con su posición
no negociable, está dispuesto a ser juzgado por caer en esa contradicción. Valente está
preparando el terreno para el giro que se está produciendo en su obra por esa época.
Esta actitud de abierta polémica que entable incluso si es necesario, con su propia obra,
literaria española, representada, en este caso por el jurado del Premio de la Crítica, en
tendencia, en principio distingue que sus reparos no son con el ejercicio en sí, por el cual
siente “un considerable respeto”, sino con quienes lo ejercen. Con la sugestiva y
328
provocadora pregunta: “¿Qué otra actitud que no sea crítica cabría adoptar ante un premio
de la Crítica?”, abre su justificación por haber realizado ciertas declaraciones respecto del
premio, las cuales, fuera de contexto, “han podido parecer, cuando menos, excesivamente
abruptas” (1297). Lo que sabemos luego es que el objetivo de este artículo no es retractarse
de lo dicho, como podemos suponer al inicio de su lectura, sino restituir el contexto de sus
crítica española: 18 el hecho de que el premio que le otorgaron no surge de una posición
crítica, es decir, no surge de que los electores hayan leído el libro y considerado que valía
la pena premiarlo; sino que, por el contrario, responde a un estado de opinión, a una moda,
implantada por otros, a quienes Valente denomina como “intermediarios” de los que los
titulares deberían prescindir. Se queja de que la crítica titulada se pronuncie “por ejercicio
reflejar el estado de opinión crítica, sino crearlo. Frente a ello, se hace una pregunta que
resulta una denuncia implícita de la dinámica del campo literario: “¿Por qué también seguir
un medio cultural que es una fábrica de aire?” (1298). Es por eso que exhorta a los titulares
que actúan de ese modo (pues advierte que hay excepciones) a cumplir con su función.
Asegura que su libro no fue leído por la crítica (hablando de “la lectura en su plenario
sentido” [1298]), porque si así hubiera sido, hubiera obtenido “una manifestación crítica y
no una manifestación parlamentaria” (1298). Por todo eso, el poeta gallego se niega a
recibir el premio “en el orden de las significaciones críticas”. Si algo hay que reconocerle,
es que, tal como él lo advierte (cuestión que para su modo de pensar y de presentarse en el
18
Esta misma postura frente a los premios la hace explícita en varias entrevistas: “Cuando me dan un premio
literario aprovecho para hacer una crítica de la política de premios. La cultura no se hace a base de premios
literarios, que crean un falso valor” (1996a).
329
(1299).
La valoración final de la crítica española actual está en consonancia con el resto de los
textos en los que nos hemos detenido. Afirma, en primer lugar, que la crítica “no florece”
en ese medio, para luego caracterizar las descripciones de su libro como “oprobiosas,
Utiliza, entonces, una frase escrita 100 años antes por Clarín para la última estocada: “En
Nueve novísimos, como “una justa o macabra alusión crítica a las postrimerías”. La última
oración del artículo, y en un gesto muy irónico, pone sus reflexiones a consideración de la
titularidad y el estamento. Valente conoce bien al grupo sobre el que se pronuncia y decide
pronunciar, de forma explícita y cruda, su evaluación del medio literario español, del cual
toma distancia.
“crítica académica” en función de su “radical opacidad, siendo así que toda aproximación
crítica no puede empezar más que por una larga y paciente exposición al poema como
objeto irradiante” (457). En esta breve intervención, expone tanto su opinión sobre la
este fragmento con otro, en el que, sin utilizar nombres, seguramente habrá herido la
susceptibilidad de muchos de sus colegas: “De un señor, crítico y poeta, al que habían
conferido, no se sabe bien a título de qué, el título de académico, pensaba él que, como
poeta, no era ni bueno ni malo ni todo lo contrario, y que, como crítico, era todo lo
Valente pedía una nueva crítica y una nueva manera de entender la literatura. Sabía
que la historia literaria se construye fundamentalmente a base de excepciones, y que
todo su esfuerzo crítico personal tenía que centrarse con precisión en desentrañar esas
excepciones que, según él, componían el canon de nuestra poesía española (47).
Es por eso que lo incorpora a lo que Doncel llama “la tradición del malhumorismo
intelectuales para su actitud “regañona”, por el modo en que los críticos españoles leían la
poesía contemporánea.
Por último y en relación con el ejercicio crítico, podemos ver en las tres lecturas
biográficas para apuntar los caminos culturales recorridos por cada texto. Enfatiza, por
ejemplo, las referencias culturales que han influenciado su escritura: el inicio del
Evangelio de San Juan o la concepción del jefe de los cánacos como “encarnación de la
palabra” (1592), la mística (1594; 1595), el mundo trovadoresco (1596), el alfabeto hebreo
1599) etc. Con la lectura de los poemas, además, va desgranando la forma en que la
Al introducir el último poema de la serie leída en esa ocasión, aprovecha Valente para
realizar una valoración que cruza diversos ejes de análisis en un breve párrafo: “…les voy
a leer un poema que escribí la víspera de entrar en el sanatorio para hacerme una operación
muy grave, y que es una aceptación del morir. Es un poema que podía llevarnos a la
del hombre frente a la realidad de la muerte, cruzada por una referencia literaria: las
Coplas de Manrique. Pero estas lecturas no son sólo un ejemplo (breve) del ejercicio de
crítica que se puede realizar en torno a su propia poesía, sino también una serie de
indicaciones acerca de cómo ésta debe ser leída, indicaciones que se distribuyen en la
mayoría de las autopoéticas y pretenden “hacer nacer” ese lector del que hablaba Cernuda,
Como ya dijimos, no hay que perder de vista que hablar de una imagen de autor implica
siempre la conformación de una figura de lector que se corresponde con aquella y que es
lector es aún más relevante, pues sigue la convicción de Cernuda de que hay dos tipos de
obras: las que encuentran su público constituido al publicarse y aquellas que deben formar
su público, es decir, hacerlo nacer y darle forma, a las que pertenecen las obras de los dos
poetas. De acuerdo con esto, este lector en formación debe ser capaz de llevar adelante las
será una recreación del texto y él será un co-creador: “La lectura te obliga a reconstruir el
poema, es un acto de creación. Al leer el poema, lo estás haciendo nacer de nuevo, lo estás
pariendo una vez más” (Valente en Rojo 1999: 13). Si, como vimos, esto es para el poeta
una gran responsabilidad para la que debe prepararse, lo mismo cabría esperar del lector, y
por ello, pareciera necesitar la guía del autor. En este sentido, las autopoéticas funcionan
En “Obra, autor, público” (1279), afirma que no se puede escribir para satisfacer o
responder a la demanda de un público, sino que, siguiendo a Cernuda, “el público de una
obra de creación poética no existe antes de producirse la obra poética misma”. Para
corroborar sus palabras (estrategia que suele poner en marcha), cita un texto de otra
producción no produce sólo un objeto para un sujeto, sino un sujeto para un objeto”. En
consonancia con un poeta que no posee conocimiento previo sobre la realidad, sino que ese
esa “epifanía de lo nuevo”. Así, poeta y lector se hayan incluidos en el conjunto llamado
los distingue el hecho de que el poeta accede primero a esa revelación al escribir el poema
dificultades que se nos presentan para pensar esta figura de poeta ya sea como el poeta-
Aires: 19 sería obra del azar que el yo sea el autor y el tú, el lector. Una diferencia
poema es aprehendido por el lector, tal como lo fue por el poeta en el momento de la
escritura, porque no hay acuse de una insuficiencia del lenguaje que no permita expresar
esas realidades invisibles intuidas por el poeta romántico. Como ya advertimos, por el
contrario, lo que conoce el poeta es lo que el poema mismo revela (nada previo) y por
tanto, el lector participativo que propone tiene el mismo acceso a ese conocimiento que el
19
“A quien leyere. Si las páginas de este libro consienten algún verso feliz, perdóneme el lector la descortesía
de haberlo usurpado yo, previamente. Nuestras nadas poco difieren; es trivial y fortuita la circunstancia de
que seas tú el lector de estos ejercicios, y yo su redactor” (Fervor de Buenos Ares, 1923).
333
poeta (sólo que con posterioridad) y cada lectura resulta ser una reescritura del texto. Por
eso, en el apartado III de NS, el sujeto define al lector como “ése, el generado en la
seminación de lecturas- se forma por agregados orgánicos, como el poema mismo” (461).
Y a continuación, aseverará que “el poema en la lectura se hace de nuevo –una y otra vez–
material del fondo”. Como vemos, el proceso de escritura y lectura se presentan como un
flujo significante, en el que cada lectura significa una nueva escritura del poema, poniendo
20
en el mismo nivel tanto al escritor como al lector.
En el apartado IV, se reafirma esta similitud entre ambas instancias discursivas, en los
fragmentos ya citados en los que juega con la intercambiabilidad de los pronombres yo-tú,
al modo machadiano (II, 465), la pone en duda o precariza la condición de los sujetos.
conjunta, pero sí sucesivamente” en la vía introspectiva, como señala María Payeras (242)
y como el mismo Valente afirma en el texto ya mencionado: ambos, poeta y lector, deben
“esperar lo inesperado” (1279); sólo los distingue el hecho de que el poeta accede primero
a esa revelación en la escritura. En una entrevista con Blanco se refiere a esta cuestión:
“[El poeta es] el primero y único [destinatario de su poema], porque nunca sabe cómo va a
ser cuando comienza a escribirlo. Luego, cada lector que se aproxima al poema vuelve a
crearlo” (1997c: 10). La misma idea la expresa dos años más tarde: “La lectura te obliga a
nuevo, lo estás pariendo una vez más” (Valente en Rojo 1999: 13).
Pero más allá de estas referencias explícitas acerca del lector que Valente elabora en sus
de las acciones verbales del sujeto ensayístico, es decir, el lector implícito que se convoca
20
Debicki señala que considerar el acto de creación poética como un “descubrimiento de significados
nuevos” implica darle un “papel más activo al lector”, pues “transforma el acto de leer en un acto de
descubrimiento a través del lenguaje, lo cual resulta una labor creativa, y de ahí, paralela a la que realiza el
propio poeta” (55).
334
a la escena de lectura. Nos interesan, en este sentido, las autopoéticas que funcionan de
paratexto, ya sea de los libros ensayísticos como de los libros de poemas. Por ejemplo, la
primera “Nota Preliminar” (37) de Las palabras de la tribu (ya aludida) puede
considerarse una especie de guía para el lector sobre cómo leer el libro. En principio,
busque unidad metodológica, pues los métodos utilizados no son los elegidos por el autor,
sino los que cada texto imponía. Esta justificación tanto de la unidad del libro como de las
metodologías utilizadas es una forma de anticiparse a las posibles objeciones del lector y
Preliminar” (38) no reemplaza, sino que se suma a la primera; hay una vez más un pedido
de disculpas “ante el posible lector” por reeditar el libro. Algo similar sucede con “A modo
ensayos reunidos no sólo por una “comunidad o continuidad de temas”, sino también por la
teórica de los textos, indicando la deficiencia de estos términos y utilizando las palabras de
Eliot: “Para teorizar se requiere de una inmensa ingenuidad; para no teorizar hace falta una
inmensa honestidad”. Pareciera que el intento de Valente es modificar los modos de lectura
y de valoración que los lectores realizan no sólo respecto de la poesía, sino también de la
contenidos para acercarse a otros niveles de percepción: “unidad de fondo”, voluntad del
construye en este texto es más bien argumentativo, con una fuerte tendencia teórica. El
335
través del nosotros, lo convierte en palabra autorizada para explicarnos lo que está
modo de conocer de la poesía, afirma: “Supongo que habrán sido las inmensas
actual: “la ciencia ha abandonado hoy su rígida faz de dogma omnipotente…”; “Hoy la
conoce; por lo tanto, si afirma, es porque sabe. El desarrollo posterior conformará una
indicativo y de proposiciones asertivas, la reiteración del verbo ser para proponer nuevas
como un maestro que explica esta nueva forma de concebir el proceso creador. El poder de
la argumentación y la convicción que emana del discurso, arrastra al lector a acordar con él
en sus afirmaciones. Aunque el yo se desplaza a los márgenes del texto en cuanto al uso de
deícticos, en las estrategias discursivas es un sujeto que parece extenderse para cubrir todos
Los extensos desarrollos en torno a los temas candentes del campo literario de la época,
su mayoría, la alternancia entre la primera persona del singular y la primera persona del
plural con la que apela al nosotros universal, son elementos que permiten advertir que el
lector implícito convocado, en sus primeros textos, requiere de la guía del sujeto y de
demostraciones claras y coherentes de las ideas que se exponen, pues resultan innovadoras
dudar, tampoco adopta una perspectiva subjetivista; si bien en ocasiones indica que es su
propio modo de ver las cosas (lo que implica que puede haber otros), los rasgos del
Por otro lado, tenemos el sujeto de “Como se pinta un dragón” (NS), por ejemplo, que
poesía. Las marcas deícticas casi han desaparecido; sólo asoman algunos pronombres en
primera plural que establecen la posición de los actores: en un nivel superior, la palabra
poética, el poema, la escritura, términos que generalmente funcionan como sujeto de las
Los fragmentos que componen este texto se presentan, como dijimos antes, al modo de
iluminaciones instantáneas, que no por serlo pierden el espesor semiótico que las
21
En general, las autopoéticas suelen tener una mayor impronta subjetivista, porque el autor declara su propia
ideología artística, siendo consciente de que es su modo de considerar el fenómeno estético. Por eso, en
general, los postulados indicados se circunscriben a las circunstancias y sentires personales respecto de la
poesía. Esto se ve claramente, por ejemplo, en la antología de autopoéticas que Lanz (2009) reúne en torno a
la polémica conocimiento vs. comunicación. En cambio, Valente se aleja de esta modalidad, objetivando su
discurso lo más posible y dejando de lado las declaraciones en torno a sus propios sentires respecto del
ejercicio poético.
337
incomprensible, se presenta una vez más como una guía para el lector, pero no a partir de
determinados contenidos, sino de lidiar ya con los modos de la propia palabra poética que
que estas palabras iniciales lo desafían, lo mejor será mantenerse al margen, porque en los
versos no le espera algo distinto. Sería una especie de entrenamiento, una puerta de entrada
al enigma del poema, el cual debe ser abordado desde una actitud de escucha, de pasividad,
San Juan de la Cruz que funciona de epígrafe: “nunca te quieras satisfacer en lo que
Por otro lado, este sujeto de “Cómo se pinta un dragón”, cuya escritura es abierta y
sugestiva, desafía al lector a recorrer sus mismos caminos para, lejos de alcanzar
suponer que el intento es el de liberar a la palabra de las manipulaciones del poder y las
y germinal. Para ello, se diluyen los sujetos discursivos, se multiplican las citas de otros
autores que hacen del texto una especie de collage heterogéneo, donde todo queda
para realizar una interpretación nunca acabada, para emprender su propia aventura
lectura del poema, pero que el lector puede practicar ya en estos textos para poder lograr
que el lector sepa que “lo primero que tiene que ver es el poema en su brusca aparición,
CAPÍTULO 2
daremos cuenta aquí de aquellas que conforman los índices genealógicos de sus
autopoéticas, pues consideramos que son los que quiso poner de relieve al momento de
misma función que le asignaba Eliot: la obra es influida por ella y a la vez, influye en ella,
Toda obra personal empieza a partir de una lectura crítica de la tradición recibida. Tal
es el modo según el que la obra individual es generada por la tradición a la que, a su
vez, inflexiona, es decir, hace venir a la luz –alumbra– recargada de sentido (465).
Sin duda, la obra de Valente, imbuida de una tradición poco común, genera una
posterior. Por otro lado, alejarse de la tradición tratando de innovar no resulta fecundo para
la literatura:
Una tradición no es una serie de repeticiones, sino una cadena creciente de imitaciones
fecundas. Todo lo que sea intento de innovación de espaldas a un legado que la
339
tradición nos fuerza a imitar no conduce más que a experimentos a veces ciertamente
heroicos, que después de producir a lo más un par de aciertos parciales, entran
vertiginosamente en vías de radical esterilidad (1039). 1
supone trabajo y esfuerzo: “El escritor necesita estar de manera consciente en la tradición
de la que forma parte y esta consciencia no se adquiere más que por vía de un estudio
orgánico de los materiales que la tradición acarrea” (1039). Valente sigue a Eliot también
apropiación; es una “conquista fatigosa” (1042), necesaria para dar a luz una creación
La tradición para el escritor es a la vez una sujeción y una libertad, un orden dentro
del cual y con respecto al cual la libertad creadora toma sentido. La originalidad de
una obra literaria, el supremo acto de libertad que la ha engendrado, no puede
entenderse más que en función de la tradición dentro de la cual se produce. La
tradición gravita sobre el escritor con el peso específico de lo “históricamente
existente” (1043).
estaba convencido del trato permanente y profundo que el escritor debe tener con la
tradición. En su caso, podemos hablar de tradiciones muy variadas, que ocupan una parte
significativa de sus anaqueles con libros que se observan no sólo leídos sino estudiados por
él. Lo que nos interesa en este punto es trazar el “mapa” de influencias que Valente diseña
en sus autopoéticas, el cual nos permite establecer en qué posición sitúa su propia obra (en
el orden diacrónico), bajo la influencia de qué maestros y de espaldas a qué otros escritores
1
En un ensayo sobre “Alfonso Costafreda”, escrito en 1955, Valente realiza una aclaración en torno a la
tradición y habla de aprendizaje, para evitar los términos “influencia” o “imitación”: “Entiéndase cuando
hablo de `aprendizaje´ me refiero a algo bastante más profundo que a lo que suele designarse en la jerga
crítica con el nombre de `influencia´. La palabra influencia está convirtiéndose en una especie de eufemismo
con el que evitamos otras más fuertes, tales como mimetismo, repetición. Yo hablo, en este caso, de
aprendizaje y los que imitan son precisamente los que no aprenden, de hecho, nada” (963).
2
En septiembre de 2014, tuvimos el gusto de acceder a ella, por la generosidad de su Director, Dr. Claudio
Rodríguez Fer.
3
En una entrevista que se publicó en El Español, en 1955, a raíz de la obtención del Premio Adonais,
Valente ya establece una primera genealogía, conformada por: Manrique, Quevedo y Machado, en la línea de
la poesía de corte meditativo que ya le interesa; la Biblia, Catulo, Aleixandre, Eliot, Cernuda, Neruda y
340
estará sólo motivado por el ejercicio poético de los autores evocados, sino también por sus
trayectorias vitales. Payeras Grau advierte que “la misma elección de los poetas con los
que establece el diálogo es significativa puesto que encarnan en sus trayectorias personales
la coherencia de unos principios que aceptaron llevar al límite de sus consecuencias” (240).
su apuesta política y poética; John Cornford murió defendiendo la causa republicana; César
aportarán, entonces, un modo de hacer poesía, sino un modo de vivir como poeta, aunque
recepción de las pruebas del número de La caña gris (24 de agosto de 1962), en una carta
septiembre, le escribe al joven poeta unas líneas en agradecimiento por su artículo para la
revista, con elogiosas palabras que ya mencionamos (1062). Por esta carta, sabemos que
Cernuda conocía la poesía de Valente y hasta le había enviado alguna nota seguramente
respecto de Poemas a Lázaro, con la que no contamos. En la última misiva que el sevillano
contado (en una carta anterior que no figura en el Epistolario) de publicar su poesía y le
Vallejo; entre los contemporáneos: Costafreda, Ferrán, Caballero Bonald, (Agudo 2012: 258-259). Se suma a
esto una intensa labor como traductor de “Hopkins, Duncan, Cavafis, Celan, Jabès, Auden, Günter Kunert,
entre otros” (Agudo 2012: 272).
341
confiesa que no tiene ganas de escribir: “La broma duró bastante y se aburre uno de tenerlo
todo en contra” (1149). Aquí Cernuda, en actitud de resignación, comparte con el gallego
el tedio existencial que le produce la supuesta marginación que percibe de los otros,
utlizando una expresión “en contra” que el propio Valente utilizará más tarde como
llegado a conocerse personalmente, pero han tenido una relación epistolar en la que han
podido intuirse mutuamente. Al morir, Cernuda sabe que el público que esperaba,
considera su heredera, siguiendo cada uno su propio camino. La herencia cernudiana será,
entonces, una de las matrices iniciales de la escritura del gallego. Por eso, estudiaremos por
adjetivo.
bíblica) implica que Valente toma a Cernuda como un precursor, casi un maestro que lo
guía y con quien comparte rasgos de su identidad de escritor; sin embargo, a medida que
avanza el tiempo, adquirirá características muy personales que lo llevarán por derroteros
poema titulado “A un poeta futuro”, que luego incluirá en Como quien espera el alba. En
sociedad en la que vive, cuya esperanza vital consiste en la existencia futura de alguien que
sepa escucharlo y comprenderlo, una vez que él haya muerto. Medio siglo después, en
1993, Valente visita su tumba en México y escribe otro poema, “A Luis Cernuda con unas
4
La expresión “a imagen y semejanza” que proviene del relato de la creación del Génesis, supone que el
hombre es creado por Dios a su imagen (en cuanto comparte con él determinadas características cifradas en
su ser personal) y que camina hacia la semejanza con Él, con el Paraíso como destino final. En este caso,
Valente nace como escritor a la sombra de Cernuda, pero avanzando en el camino, se va distanciando del
maestro, va hacia la “desemejanza”.
342
“Entre ellos soñaste a un poeta futuro/ y al final lo engendraste/ y hoy puede así el futuro
hablar contigo”. Traemos a colación este episodio que enmarca la escritura de este poema
de Valente, porque consideramos que, a través de este poema, realiza un gesto muy
este gesto del poeta gallego nos llevara a considerarlo como un simple continuador de la
Cernuda es más bien compleja y conflictiva, pues se trata, tal como afirma Harold Bloom
mismo afirma, implica no copiarlo sino recorrer los mismos senderos que transitó Cernuda
Cernuda es el poeta con el que yo establezco esa relación difícil del poeta que te
influye tanto que quieres matarlo. Quieres saltar por encima de él y para eso tienes que
seguir su camino e ir más lejos. Yo soy cernudiano no porque imitara a Cernuda,
aunque probablemente haya poemas míos con su influencia, sino también por
proximidad [temporal] (1999e: 4).
influyó decisivamente. Pero la suya no era una influencia que procede de la imitación
directa de su obra, sino más bien la que deriva de haber seguido su trayectoria, de haber
leído las mismas cosas que él leyó, de haber tratado de ir más allá de él” (1999d: 12). Seis
años antes, en entrevista con Danubio Torres Fierro, afirmaba en torno a esto mismo: “Yo
entiendo las influencias de otra forma: hay que seguir los pasos de quien admiras,
(1993: 71). 5 En esta entrevista da cuenta también del modo en que el sevillano lo acercó a
porque me condujo, a la vez, a recorrer los modelos que él había seguido” (71).
es, sin embargo, inocente, pues por un lado, reitera la figura de Cernuda como ejemplo de
artista que llevó sus convicciones hasta el final y fue despreciado por sus contemporáneos,
para identificarse con él (operación que el propio Cernuda había hecho respecto de
Góngora, Beethoven, Luis de Baviera, etc.); por otro lado, le sirve como nexo para
conectarse con una tradición española, que no sigue los cánones de la época y que tiene
(según los propios estudios de Valente) fuertes lazos con los metafísicos ingleses; se
suman a esto los románticos ingleses, para terminar de declarar la existencia de una
poético. En “Luis Cernuda y su mito”, texto escrito con motivo de la muerte del poeta,
Valente finaliza remarcando esta revalorización: “Empieza ahora a crecer ese mito, a
(231). También en “Poesía y exilio” lo evoca como el “poeta de la gran ausencia de 1939
que con más decisivo poder –y contra viento y marea– gravitó sobre mi obra personal y
sobre la de los principales escritores que me son o me han sido contemporáneos” (688).
Treinta años después de la muerte de Cernuda, Valente afirma: “la voz mayor de los poetas
de su generación” (688); y también: “Ciertamente, es su voz, entre todas las de los poetas
españoles de su tiempo, la que con mayor proximidad parecería llegar a nosotros” (690).
5
Esta relación conflictiva con el maestro también la menciona Valente en su ensayo sobre Machado:
“Machado y sus apócrifos”: “Con los maestros –con los que uno ha escogido, no con los que de algún modo
le fueron impuestos y eran como gruesos pedruscos que cerraban la boca de la gran caverna- hay que seguir
andando bien que mal a lo largo del tiempo, entendiéndolos y desentendiéndolos, haciendo y deshaciendo
caminos, tentando la salida o la entrada al laberinto, subiendo a la luz de su día o bajando a veces a estadios
infernales. Otra, la fidelidad a los maestros que en mucha angostura de nuestra biografía fueron por nosotros
entre escogidos y reinventados. De tal fidelidad nace un diálogo de por vida” (113).
344
Esto es sabido; la mayoría de los poetas de la llamada generación del medio siglo dan
cuenta de la influencia que Cernuda tuvo en sus obras y en sus poéticas. Pero Valente se
apropia de su precursor, y en cierto modo, lo utiliza para sus propios fines. Uno de ellos ya
por parte de sus contemporáneos; esto causó su rebeldía y la virulencia frecuente para con
ellos; pero también esta rebeldía cobró un valor ético de resistencia y de denuncia frente a
español. Esto lo vimos al estudiar a Cernuda, pero la relación entre estas tres cuestiones no
está tan clara, porque el rechazo de sus contemporáneos no fue tan definitivo ni su actitud
rebelde y agresiva tenía sólo que ver con una postura ética. Sin embargo, Valente retoma
estas condiciones para convertirlo en una especie de héroe que prefigura su propia figura
autoral:
A ella [la deuda con Cernuda] vino a sumarse algo que, frente a los profesionales del
conformismo, del miedo o del halago, necesitábamos para vivir: su no gesticulante
rebeldía, su hosca soledad, su hirsuto gesto de desprecio ante la vulgaridad y el rencor,
ante el cerco de lo soez, ante el sobresalto de la envidia, ante las “supervivencias
tribales del medio literario”, su irrenunciable raíz ética (689).
Y en esta descripción del poeta admirado, las palabras parecen volverse una auto-
imágenes que podemos atribuir al propio Valente a partir del estudio de sus textos.
valentianas (sí en otros ensayos), muchos de sus presupuestos estéticos y vitales subyacen
345
a la escritura del gallego (algo similar a lo que habíamos advertido en Cernuda respecto de
Eliot). Uno de los rasgos que vincula a ambos escritores es la afirmación del poeta como
un solitario. Valente reconoce: “Yo he asumido esa soledad no como una condena, sino
como una vocación. El destino del poeta está en la soledad. Por eso siempre he querido
estar solo” (cita). Lo que quizá valga aclarar es que si para Cernuda quizá comienza siendo
siendo resignificada por él como una vocación también: sólo hay poesía y se es poeta en
soledad. La soledad es entendida así como condición del ejercicio poético, postulado en el
Por otro lado, también Valente conserva el sentido ético de ese ejercicio, coincidencia
que bien observa Peinado Elliot. A pesar de su reconocimiento desde joven como artista e
intelectual, ese afán por polemizar con el medio literario (aunque también político y social)
lo delinea como un sujeto solitario y erguido frente a la supuesta tormenta que pretende
abatirlo.
En la primera etapa de su poesía, Valente reivindica esta imagen del poeta duro,
insobornable, que no puede ser sometido por nadie y se enfrenta contra todo poder
[…] En la segunda etapa del poeta, la raíz de su obra sigue siendo ética. Pero, frente a
una poética de la violencia, la fidelidad a la palabra que se revela le lleva a concebir la
creación como retracción (tsimtsum), como asunción del otro (Peinado Elliot 2002).
Si esto es aplicable a la poesía, tal como advierte el crítico español, no es aplicable a sus
textos ensayísticos, donde aquel poeta duro e insobornable persiste, cada vez con más
autoridad y con menos reparos en decir la verdad. La asunción de esta figura autoral
supone, además, una relación tensa y conflictiva con el medio literario que conlleva una
generacional que la crítica, los antólogos y los editores pretenden poner en funcionamiento
Otro de los rasgos compartidos es la cuestión del exilio. Ambos se van de España
desterrados, sino que se van porque las circunstancias así se los permiten. Sin embargo,
trascendente: “de los poetas de su generación, del que más hondamente encarnó el exilio,
porque lo asumió como una misión o un destino” (688). Este significado que le da al exilio
del sevillano es la que el gallego le da a su propio exilio, que pasa de ser físico a ser
interior, un modo de existir como poeta e incluso una condición indispensable del ejercicio
poético:
Por otro lado, resulta interesante retomar la operación genealógica interesada que
en alta estima como para situarlo en su genealogía. La falta de una afirmación contundente
realizó la crítica posterior, guiada por Valente, de erigir a Unamuno como precursor
lectura interesada de la tradición según la cual, por un lado, San Juan de la Cruz es un hito
de importancia fundamental en la línea de la poesía meditativa; por otro lado, en esa misma
moral, que es el que en 1961 Valente atribuía a su propio modo de entender y hacer poesía
el hecho poético, pero es Valente quien fuerza tanto la obra de Cernuda como sus
conexiones con Unamuno para poder establecer esta línea poética que le interesa; de
hecho, suele referirse a ambos autores cuando habla sobre la relación entre poesía y
cuyos postulados se suelen afirmar en sus autopoéticas. Sin embargo, si para Cernuda la
poesía es un espacio de contemplación y de sosiego, que busca la verdad aún sin alcanzarla
(permaneciendo anclado al deseo); para Valente la palabra poética no sólo será una
búsqueda, sino que alcanzará el conocimiento, constituyendo “un gran caer en la cuenta”,
una “aparición”, el único modo de que una porción de lo real se revele (postulados que irán
Valender, en esta centralidad del pensamiento, “Valente fue el más ambicioso de los dos,
ritmo más relajado de la divagación, encontraba una expresión a la vez más concentrada y
más intensa” (566). Jiménez Heffernan es incluso más radical al decir: “Cernuda no llega
nunca ese carácter violentamente sagrado que tiene en Valente” (280). Esta diferencia se
observa concretamente en la evolución de la poesía de cada uno de ellos: los últimos libros
de Cernuda contienen extensos poemas en prosa y los de Valente, están conformados por
6
Jiménez Heffernan (2004) asegura que tanto Valente como Biedma fueron astutos y silenciaron al poeta
previo a 1937 (que es el que el crítico cordobés considera el mejor), al poeta fuerte, y le dieron prioridad al
poeta posterior y explicable, siguiendo las huellas que el propio Cernuda había dejado en HL (101).
7
Esta corriente se estudia hoy bajo el nombre de “poesía del pensamiento”, en consonancia con los planteos
valentianos pues no es aludida no como un movimiento desarrollado en España, un momento determinado de
la historia literaria, sino tal como lo piensa Marta Ferrari, como una “constante lírica transhistórica”,
“aplicada a escritores de épocas y geografías muy diversas –desde los místicos y barrocos españoles, pasando
por los metafísicos y románticos ingleses, los alemanes Novalis, Rilke y Hölderlin, hasta Cernuda, Valente y
Brines en España u Octavio Paz, Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges en nuestra América, entre
muchos otros” (8).
348
breves fragmentos.
Así, entre estos dos poetas es posible percibir una serie de “conexiones y
el exilio, la relación entre poesía y pensamiento […] la indistinción entre verso y prosa
[…], el desdoblamiento de los personajes […] y el ir contra corriente, fruto de una
disidencia que ambos, Cernuda y Valente, sintieron respecto de su propia generación,
pero sólo la claridad del núcleo puede dar razón de todos ellos: la actitud ética de
renuncia, de vivir en permanente desposesión (280).
Bajo la égida del maestro sevillano, Valente se afana en la tarea de establecer su propia
tradición. Según sus figuraciones autorales y su propio credo estético, este sujeto
poliédrico, de múltiples máscaras, encuentra sus raíces estéticas en una serie de artistas de
general) se revela cuando se produce el estado de disponibilidad por parte del sujeto, puede
en la música de Webern, etc. Es por eso que si hablamos de precursores la lista se alarga y
se vuelve ampliamente heterogénea, pero sin duda, si la tradición es, como él mismo dice,
“una sujeción y una libertad”, así como también una “conquista fatigosa”, es necesario
corte más universal que quiere rescatar y en la que quiere insertarse. En este sentido,
Alfredo Saldaña (2007) piensa en esta obra ensayística como “palimpséstica”, pues
observa huellas
349
de la mejor poesía castellana de los Siglos de Oro (San Juan de la Cruz y Quevedo), la
escritura meditativa y contemplativa (ascéticos y místicos cristianos, judíos y
musulmanes, metafísicos ingleses), el pensamiento oriental, la poesía de la
modernidad (romanticismo alemán e inglés, simbolismo francés, surrealismo) y
autores posteriores de la talla de Celan, Lezama Lima o Jabès (148).
reconoce y valora el papel fundamental de la tradición española pues, tal como advierte en
esa experiencia [el encuentro de Cernuda con la tradición poética inglesa] tampoco
habría sido posible de no haber en la tradición a la que el poeta pertenece elementos
“predispuestos” para ella. Por esa razón el encuentro de Cernuda con la tradición
poética inglesa es a la vez un encuentro con los elementos de la tradición propia
gracias a los cuales dicha experiencia iba a resultar posible y fecunda (II, 136).
española…”, asegurando que el contacto con lo ajeno se hace siempre desde la base de lo
propio: “Las conexiones con lo ajeno son, por supuesto, necesarias, pero sólo tendrán
propio” (1172). Sin embargo, hay que tener en cuenta que “lo propio” no es lo consagrado:
“la tradición propia y con frecuencia próxima, que no ha de confundirse con la pétrea o
córnea visión tradicionalista de esa misma tradición” (1172). Así, a la parte dada de la
instituciones dominantes (de la que habla Williams) y que el poeta recibe por su formación
en un espacio cultural determinado, hay que sumarle la nueva selección y apropiación que
él mismo hace para encontrar sus verdaderos precursores y establecer puentes y conexiones
tradición poética española que retoma Valente y que, junto a la gallega, influye primero en
él, principalmente por una cuestión práctica: antes de su estadía en Madrid él no leía otras
literaturas por no conocer el idioma, como afirma en la entrevista con José Méndez:
…creo que el contacto con la poesía en lengua no española viene cuando ya estoy en
Madrid, en el curso 1948-1949. Empecé a leer poesía francesa, la única lengua a la
350
que tenía algún acceso. Me faltaba instrumentación lingüística, por eso el contacto con
la poesía extranjera se produce más despacio. Me instalo en el Colegio Mayor
Guadalupe y allí entro en contacto con la literatura latinoamericana, leo a Borges
cuando no era aún un mito, cuando no lo habían inventado los franceses, como él dice.
Ahí comienza mi interés por la poesía inglesa y norteamericana, pero eso más bien se
produce a fondo cuando estoy en Oxford, cuando se completan mis conocimientos del
inglés (1999e).
Comparte este criterio con Cernuda respecto de la importancia de poder leer los textos
en sus lenguas originales para comprenderlos, hacer crítica e incluso retomarlos en las
(2004), quien afirma que más allá de las remisiones foráneas y extragenéricas que la crítica
busca fervientemente en la obra de Valente (y que es necesario estudiar), hay que poner de
manifiesto en principio a sus “precursores reales”: “San Juan, Quevedo, Góngora, Juan
Ramón, Machado, Unamuno, Cernuda y Lorca” (187); todos españoles a los que hay que
sumar también a los latinoamericanos, como afirma el propio Valente en la entrevista con
Berasátegui: “Los poetas en lengua española del presente siglo por los que me considero
engendrado son Darío, Unamuno, Machado, Juan Ramón Jiménez, Cernuda, Lorca y
Vallejo” (1994a: 18). 8 Para Valente, esta comunidad de lengua es fundamental y debe ser
tenida en cuenta: “me afilo al lado de Lezama Lima, Emilio Westphalen y hasta de Neruda
[…] Los escritores españoles tienen que entender –y mira lo que cuesta- que sin sus pares
71).
En sus autopoéticas, los poetas españoles que aparecen con más frecuencia son: San
Juan de la Cruz (sobre el que volveremos en la próxima sección), Jorge Manrique, Antonio
Machado, Juan Ramón Jiménez y Blas de Otero (en orden cronológico). La primera
8
En el próximo capítulo, haremos hincapié en las relaciones amicales y literarias que Valente estableció con
los latinoamericanos y cómo ponderó altamente la obra de algunos de ellos como hitos fundamentales para la
tradición poética en lengua española. Uno de ellos es César Vallejo, precedente fundamental para Valente:
“A Vallejo, más que leerlo, lo bebí: influyó en mí de manera muy medular, como me ocurrió con otros
muchos como Lezama” (Castro 1999: 9). Ya lo menciona como precursor junto a Cernuda en 1968: “Creo
que las dos influencias, prácticamente simultáneas, que con más vigor inciden en la actualidad sobre los
escritores jóvenes son, desde costados distintos, las de Cernuda y César Vallejo” (1161).
351
padre de Jorge Manrique son consideradas por Valente como un ejemplo de su propio
modo de concebir el hecho poético: “Por eso toda poesía es, ante todo, un gran caer en la
cuenta. Pocas expresiones más exactas de esa verdad podrían espigarse en el arranque de
lo que constituye una de las dos o tres cimas soberanas de la poesía castellana, las Coplas
de Jorge Manrique” (1963: 157). No es casual que siendo uno de los primeros aludidos,
Manrique también sea uno de los últimos. En “Lectura en el Círculo de Bellas Artes…”, en
1999, cierra su intervención con un poema sobre la aceptación del morir y que remite para
por Valente como “la auténtica obra de arte sobre el tema medieval de la muerte” (912), 9
las Coplas de Manrique son aludidas en distintos textos ensayísticos, como un hito literario
sus autopoéticas, porque no es posible dejar de lado que su lectura está atravesada por la
peculiar: ser el primero de la serie de “poetas metafísicos” a los cuales dedica el ensayo:
“Tres poetas metafísicos”. Con razón, Valente ve en ello la recuperación por parte de
Cernuda de una línea poética olvidada por sus antecesores y contemporáneos, la de una
“poesía meditativa”, que tiene en la tradición inglesa sus más relevantes exponentes, pero
esta línea de poesía meditativa, de la que él mismo constituye un eslabón. De este modo, la
Eliot: las obras del presente modifican el mapa de las obras pasadas; y también se plasma
9
Valente realiza esta valoración en la introducción a una conversación que tuvo con Massimo Campigli y
que reproduce en el texto denominado justamente: “Conversación con Massimo Campligli”, que figura en
sus Obras Completas (911-916)
352
proceso de creación del poema: la poesía es un “avance por tanteo […] cuyos elementos, a
medida que van emergiendo, van corrigiéndose a sí mismos […] en busca de la precisa
formulación de su objeto” (1963: 158). Esto implica, por un lado, que la corrección
que caracteriza a Juan Ramón) y por otro, que la corrección se produce por necesidad en el
creación: por contención, por eliminación, por búsqueda y por espera”; y luego, cierra la
En el caso de Blas de Otero, Romano (2011) advierte las relaciones que Valente
establece con el que considera el mayor poeta de la generación de postguerra, entre ellas,
“la obsesión depurativa” (320), pero también la máxima de la militancia que el gallego
concretará hasta el final de su vida aunque por otras vías (320); y finalmente, “la
convicción de trabajar por `la paz y la palabra´”, con la que Valente responde a la
De este modo, la relación con Otero atiende más a la posibilidad de que la palabra poética
se ejerza desde una ética innegociable, aun cuando la concreción de esta convicción sea
tan diversa en ambos poetas. Sin embargo, en una entrevista con Fernández, Valente valora
del vasco su capacidad de no regirse por moldes fijos, sino “de abandonar una línea en la
que ya había obtenido un gran éxito para arriesgarse por otros caminos. Tuvo mucho valor
El otro nombre, el de Antonio Machado, se repite con mayor frecuencia, siendo así uno
pero lo será en el caso de sus autopoéticas desde su apócrifo Mairena, en cuyos textos se
despliega con mayor profundidad la reflexión sobre la identidad y la alteridad que tanto
desconfianza ante los dogmas y la clausura autoritaria de sentidos” (Romano 2011: 322-
desde el sistema pronominal, el problema de determinar a quién nos referimos al decir yo-
Valente para cuestionar lo que el campo está consagrando: “Una escritura glanduloide y
amanerada florece –si a eso, como diría Mairena, puede llamársele florecer…” (455).
“La experiencia abisal”, que analizaremos para entender en un caso concreto cómo Valente
Machado es, en definitiva, uno de los “verdaderos” o “auténticos” poetas para Valente, de
esos que crean el espacio para que nazca la palabra poética y parten de una estrecha
Valente cuando cita a Machado para reconstruir a través de citas de diversos autores su
modo de entender la poesía: “los seres se hacen estares” (1432; 1593). Los conceptos
fundamentales de la teoría estética de Valente tendrán la mayoría de las veces una cita de
Este vínculo entre poesía y pensamiento también lo reconocerá en Juan Ramón Jiménez,
aunque con éste la relación será ambivalente. Sin embargo, esto no impide que Jiménez sea
también considerado por el gallego un ejemplo de poeta y así lo pone de manifiesto en NS:
“J.R.J., gran poeta […] Fue también J.R.J. pensador de aforismos heliocéntricos: `Cada vez
que se levante en España una minoría, volverá la cabeza hacia mí como el sol´. Tenía
razón. Es decir, luz propia” (455). A pesar de que el gallego toma distancia de su
predecesor, muchos críticos ven entre ellos más coincidencias que las que el mismo
354
Valente podía advertir y se preguntan, por ejemplo, si una descripción de J.R.J. como la
que sigue: “ Lo estilístico `consciente´ […] lo ató a una ronda perpetua, a una solitaria e
constituido por los puntos de vista de J.R.J. sobre la poesía, sobre el poeta, sobre el arte”
(107), no serían posibles descripciones de la propia poética valentiana (Doce 2010: 41).
aniquilamiento del yo, ambos pueden llegar en los extremos a asimilarse y de hecho, hacia
el final de su vida, el gallego advierte las coincidencias de su propio credo poético con las
últimas obras del poeta de Moguer. En la entrevista con Rojo, Valente reflexiona sobre el
Durante mucho tiempo oscilé entre Machado y Juan Ramón Jiménez. Encontraba que
Juan Ramón no había llegado a romper su yo, pese a ser un grandísimo poeta. Si
Machado hablaba de la `esencial heterogeneidad del ser´, Juan Ramón representaba la
`esencial homogeneidad del yo´. Yo me moví mucho tiempo en ese dilema: entre el yo
hegemónico de Juan Ramón y la voluntad de Machado de ir hacia la alteridad, hacia el
otro. El desdoblamiento de este último […], esa fractura del yo, me parecía esencial y
no terminaba de encontrarla en Juan Ramón […] Y sin embargo, la reciente aparición
de los libros que Juan Ramón escribió en el exilio muestran que fue en su último ciclo
poético donde consigue hacer estallar su yo, su caparazón […] Juan Ramón llega de
verdad muy lejos. Yo afirmo que el siglo se abre con la obra de un joven que llega de
Moguer y se cierra con la publicación de su obra escrita en el exilio. Una obra, por
otro lado, que casi no ha gravitado sobre la poesía española de este siglo, que no la ha
influido […] Así yo creo que la gran figura del siglo, con toda la admiración que tengo
por Antonio Machado, es Juan Ramón Jiménez (1999d: 13).
propia poética. Ese estallido final del yo que reconoce en el poeta de Moguer es lo que él
busca cumplir en sus propios versos. Así, como lo vimos también en su alusión a Otero o a
las esferas de lo humano (en estrecha relación con la filosofía y en el extremo opuesto del
discurso público).
Por eso, junto a estos nombres de la tradición vernácula se suman en Valente una
355
Nicolás de Cusa, Dante, Keats, Shelley, Coleridge, Auden, Eliot, Goethe, Novalis,
Gombrowicz, Nietszche, Bataille, Blanchot, René Char, Webern, el Bosco, Couperin, entre
muchos otros; y no faltan tampoco los contemporáneos a los que admira y con los que
traba amistad en la mayoría de los casos: Jimenez Fraud, Costafreda, Zambrano, Calvert
Casey, Lezama Lima, Edmond Jabès, Paul Celan, etc. Por otra parte, no olvida establecer
sus vínculos con su tierra natal, Galicia, mencionando como influencias significativas a
Manuel Antonio, Rafael Dieste, Luís Pimentel, Vicente Risco, Rosalía de Castro y un poco
más alejado en el tiempo: Alfonso el Sabio y toda una tradición de cancioneros galaico-
como heterogénea. Sin embargo, la incorporación no es azarosa. Cada uno de estos autores
le otorga a Valente una idea, una cita, una poética en la que encuentra coincidencias con
sus propias convicciones estéticas. En sus textos, va enhebrando sus ideas con citas o
ejemplos de estos artistas que le resultan iluminadoras de sus propias ideas. El sentido de
este ingreso de citas al texto, encuentra una posible explicación en una frase de Emanuel
Lévinas, que Valente usa como epígrafe en uno de sus textos de VPR: “[Las citas] no
tienen aquí por función probar, sino dar testimonio de una tradición y una experiencia” (II;
430). Esta incorporación de citas es de algún modo caótica, en el sentido de que no hay
orden cronológico o de importancia, ni hay un desarrollo de la poética del autor citado. Las
múltiples voces ingresan al texto autopoético para dejar su huella, como breves
iluminaciones que el autor aprovecha para construir su edificio poético, dando cuenta,
10
No faltan en su genealogía los nombres de la tradición gallega, lo cual supone una voluntad firme de
posicionarse en ella, siendo el lugar de inicio de su existencia y de sus primeros pasos en la carrera literaria y
política. Esto lo desarrollaremos con mayor profundidad en el capítulo 3, al hablar de su relación con la
galleguidad y su inserción en esta tradición, tarea a la cual dedica varios textos.
356
como dice Lévinas, de una tradición y de un tipo de experiencia poética compartida. Como
afirma Romano (2011), estos nombres y otros que aparecen a lo largo de su obra
con los que “intentó una palabra diversa que, despojada de cualquier pretensión
misma” (325).
Sobre esta extensa lista, nos interesa realizar algunas observaciones. En principio, nos
permite observar la multiplicidad de tradiciones de las que Valente abreva, que responde a
música, arquitectura, pintura, etc). En la entrevista que le hace Amalia Iglesias, Valente
afirma:
De este modo, se suma un nuevo sentido para la autofiguración como poeta, como
Por otro lado, esta nutrida nómina da muestra de su enorme enciclopedia, que su talante
curioso y reflexivo le permitió ir formando, a partir de las lecturas que llegaban a sus
manos o que él mismo se afanaba en conseguir y que alimentó el interés por encontrar
También esta incorporación al parecer caótica da cuenta del modo en que él “usa” la
citas de distintos artistas e intelectuales y las incrusta en sus textos, fundiendo materiales
diversos en una misma trama. Si Borges en su ensayo “El escritor argentino y la tradición”
(1996a), proponía que la tradición del escritor argentino es la tradición universal de la que
puede apropiarse sin el respeto que le guarda un europeo, por ser una literatura de la
periferia occidental, en este caso, Valente parece guiarse por ese criterio y situarse en la
periferia de la palabra para apropiarse de estos fragmentos. Esta acción implica también
En esta lista, pueden reconocerse, por un lado, una fuerte presencia de autores
esto con Ibon Zubiaur (2010), quien observa que el programa formulado como “a mayor
del espíritu” (152). Valente posee una raigambre romántica a la que llega en parte a través
con el acercamiento a la obra de Paul Celan y Edmond Jabès (Fernández Rodríguez 28).
de la obra de arte con “el mundo de las ideas, elaboradas o formuladas artísticamente”
11
El ensayo de Fernández Rodríguez (2007) realiza un excelente recorrido por las confluencias entre el
Romanticismo y la obra de Valente. También Andújar Almansa (2011) se detiene en la relación entre Valente
y Keats, haciendo hincapié en la noción del “poeta camaleónico”, que se conecta directamente con el ensayo
de Eliot “Tradition and the Individual Talent” (124), para apuntar el aniquilamiento del yo al que apunta el
gallego.
358
eminentemente crítica sobre el acto creativo que se advierte tanto en la obra de creación
como en la ensayística, será otro de los elementos que adscribirá a Valente a la modernidad
literaria, vinculándolo tanto con la línea española constituida por Unamuno, Machado,
Jiménez, Cernuda y Zambrano (todos ellos preocupados por establecer la relación entre
poesía y pensamiento) como con la línea llamada por Octavio Paz, “tradición de la
ruptura” (14-15), abandonada en España durante diversas etapas (17) y que consiste en
Dentro de esta línea iniciada por el romanticismo, se sitúan los nombres de pensadores o
artistas que llevaron la reflexión sobre la palabra poética hasta sus últimas consecuencias,
alumbrando la poesía moderna, que “bajo los signos de la desdicha, la herida, la laceración
[…], sacudieron los cimientos del lenguaje poético y lo aproximaron al silencio” (Saldaña
2007: 157). Entre ellos, podemos mencionar a Hölderlin, Rimbaud, Baudelaire, Mallarmé,
Pessoa, Celan, Kafka, Eliot, Borges, Vallejo, Gombrowicz, Nietszche, Bataille, Blanchot,
René Char y también: Zambrano, Calvert Casey, Lezama Lima, Edmond Jabès. Valente los
cita en sus autopoéticas para profundizar en los núcleos temáticos más fuertes y también
exilio (o “trastierro”) le otorgó “una radical apertura hacia las formas de la modernidad, y a
En definitiva, como afirma Romano (2002), Valente aspira a diseñarse como un poeta
Doce (2010), “su trabajo está inequívocamente en el centro de los conflictos, tensiones y
ámbito literario, siempre ha sido cosa precaria, casi vergonzante o clandestina” (40). Y en
Yeats, Eliot, Rimbaud o Rilke, consiste uno de sus logros más importantes (García 289).
temporales, espaciales ni genéricas, sino por el contrario, pretende advertir las conexiones
y confluencias entre diversos autores, dando por tierra con los criterios tradicionales y
española, con el fin de incorporarlos al flujo del devenir literario de la península. Arma,
torno a la palabra poética (la línea inglesa); la purificación de esa palabra frente a la
silencio y la nada no implican su destrucción, sino su aparición (la línea mística, Blanchot,
Mallarmé, Celan, Bataille, Jabès); el borramiento del sujeto, el exilio, la identidad vaciada,
para dejar paso a la manifestación de la palabra (Keats, Goethe, Eliot, Mairena, Char);
Otro punto interesante es que esta serie de citas y nombres de artistas e intelectuales,
desafío de reconstrucción para el lector, quien debe buscarse por su cuenta el bagaje de
encasillamientos que aten al autor a un único punto de referencia en el mapa literario, sino
más bien un intento de acercamiento que se parece más al rizoma de Deleuze que a
comprensión fijos; ante esto, el único punto seguro, para desgracia del propio autor, es su
nombre propio, signo de la invariabilidad del sujeto histórico José Ángel Valente, que
vivió entre 1929 y 2000, y al cual se anclan todas sus producciones. Él se erige como una
diverso: “el canon del escritor resistente, que, desde la supuesta periferia, prescribe,
igualmente una poética posible, que apunta al centro desde la fuerza y desde la convicción
de su `diferencia´” (Romano 2002: 138), en consonancia con las máscaras que el autor se
atribuye.
sus diversas corrientes, y en ella, el principal precursor es San Juan de la Cruz, quien junto
con Manrique, es la otra gran influencia que revela aquel primer ensayo: “Conocimiento y
comunicación”. Si Manrique era un ejemplo de lo que significa que la poesía sea un “gran
caer en la cuenta”, San Juan es “el” caso propuesto por Valente para entender la relación
Hemos escogido el caso del poeta místico por creer que en la experiencia del místico
se da de modo especialmente claro para cualquiera aquella condición de toda
experiencia que hace que ésta, en su plenitud factual, desborde la conciencia de un
posible protagonista envuelto en ella. Sobre el material dado de su experiencia mística
–vivida pero especialmente desconocida y oscura-, San Juan de la Cruz, por ejemplo,
361
La importancia de San Juan en la poética de Valente tiene que ver con dos aspectos: en
primer lugar, la identificación que el poeta gallego llega a hacer entre la figura del poeta y
la del místico, pues ambos se mantienen en el límite extremo uno del lenguaje, el otro de lo
sustanciales”, PC, 305-306). Por otro lado, nos da la pauta del modo en que Valente lo
Para este tema, aludiremos, en primer lugar, a diversos ensayos dedicados a la mística
cuanto que deben ser dilucidados en la totalidad de la obra valentiana como una clave de
interpretación del modo en que concibe la poesía y construye su propia genealogía. Por
Juan:
Quisiera señalar, en primer término, con cuánta mayor claridad cabe ver hoy hasta qué
punto es Juan de la Cruz la figura en la que culmina nuestra tradición lírica. Sin
embargo, dicha tradición va a evolucionar desde el s. XVII hasta comienzos del
presente siglo con un radical desconocimiento –al menos funcional– del más poderoso
núcleo de su propia escritura, que permanece marginado o recluido en la órbita de lo
devocional (705).
Más adelante, la caracteriza como “la obra clave de la tradición poética española”. De
este modo, podríamos decir que aquella primera mención de San Juan marca el punto
Onomástico del tomo de Ensayos de sus obras completas, veremos que después del
término “Dios”, “San Juan de la Cruz” tiene el mayor número de apariciones. Esto no es
de la palabra poética y del poeta mismo, desde el primer momento. De hecho, utilizará
diversas imágenes del místico español para explicar sus propios postulados estéticos: la
piedra y el centro (título de su segundo libro de ensayos), el pájaro solitario, las palabras
362
Además, le sirve como punto de partida (y referencia) para adentrarse en la mística católica
occidental, incluso en autores condenados por la Iglesia Católica, como Miguel de Molinos
o el maestro Eckhart; y también para explorar otras corrientes místicas como la cábala, el
Con recurrencia casi obsesiva, vuelve sobre la figura de San Juan para ilustrar aquello
que pretende explicar o para conectarlo con los autores que le interesan. El nombre del
místico abulense brota aquí y allá, a cada momento, al hablar de literatura, de música, de
de este antropónimo, veremos que a Valente le interesa no sólo por la teoría poética de la
cual es deudatario, sino también por ser una figura resistida en su tiempo al permanecer en
española posterior, y finalmente, por ser el máximo representante (según Valente) de una
línea poética que da por tierra con la noción de poesía como comunicación y ahonda en la
Como ya advertimos, una de las figuras de poeta más fuertes de la ideología artística
valentiana es la del místico, que en cierto modo, permanece alejado, pero a la vez
su sentido original y puro, liberado de las manipulaciones del poder y las instituciones.12
De hecho, la incomprensión por parte del medio literario de este modo de concebir el
12
Se puede entender esta noción de poeta comprometido y alejado a la vez, en analogía con la figura del
místico en cualquier religión, que se mantiene alejado de las comunidades, suele vivir en la clausura o
apartado de algún modo, pero cumpliendo también una función fundamental, que es alcanzar gracias para
toda la comunidad, en ese camino hacia la unión espiritual con la divinidad.
363
quehacer poético es advertido por Valente en sus conversaciones con Antoni Tapiés:
J.Á.V.: Por desgracia, eso [la importancia que tiene el silencio de la nada, el lugar de
la materia interiorizada] no siempre se comprende. Entre nosotros, y en España, es un
tema que ha sido mal enfocado. Tan pronto tomas determinado tipo de posiciones
dicen: “Bueno, ése es un místico” (…) (539).
Del trato permanente, renovado y cada vez más profundo con los textos de San Juan de
la Cruz, Valente irá adentrándose en los caminos de las distintas corrientes místicas, como
modalidades de pensamiento para “colocar su poesía en los límites” (Gamoneda 2011: 83).
Por otro lado, la influencia de esta línea artística-religiosa en la obra valentiana deriva
también en una nueva recepción de los místicos en el ámbito español, erigiéndose como “el
introductor en España de una línea de reflexión transcultural sobre los hechos religiosos
que arranca con el siglo veinte de la mano de William James y Rudolf Otto” (Ardanuy
2010: 194-195). Pero no queda ahí, sino que además, hace foco para la lectura de los
elementos los que veremos también enriquecer su propia obra literaria e intelectual. El
que busca la unidad entre cuerpo y espíritu y que cuestiona la ortodoxia cristiana que le da
prioridad a las realidades espirituales por sobre las materiales. 13 El segundo lo llevará a una
13
Esta relación intensa con el cuerpo es una de las cosas que Valente afirma haber aprendido de la mística
española, pero especialmente de los metafísicos ingleses: “Los poetas del XVII tienen una penetración
mucho mayor en la materia corpórea, y eso no se da mucho en nuestra poesía. Probablemente por
364
permanecen en la heterodoxia y son, por eso, vigilados y despreciados por la autoridad del
momento.
refiere a la obra de los místicos como el “ejemplo máximo del poema entendido como
vs. conocimiento, en 1969 define la obra de San Juan como “el ejemplo extremo de la
tensión máxima entre el contenido que busca expresarse y lo indecible de esa experiencia”
(Engelson Marson: 60). Con esa misma idea, iniciará la Introducción a la edición de la
Guía espiritual de Miguel de Molinos, en 1974, advirtiendo que la palabra del místico y la
espíritu”, en definitiva, la destrucción del sí mismo para dejar lugar, en los místicos, a la
pretensión invariable de alcanzar la anonimia. Sánchez Robayna (2008) afirma que este
examen de la poesía de San Juan y de la mística cristiana diseña “un camino que conduce
de forma natural hacia las tradiciones místicas árabe y judía, todas ellas enlazadas en no
pocos aspectos” (165). Es por eso que, por ejemplo, estudia (y cita) a los cabalistas, para
condicionamientos de tipo religioso. Y creo que los que más se han acercado a esa unificación del cuerpo y
del espíritu […] han sido los místicos En Santa Teresa, por ejemplo, la presencia del cuerpo es enorme. Es
increíble” (Valente 1988: 23).
365
Es un libro capital que me abre a mundos diferentes, donde las concepciones del amor
y del cuerpo son distintas a las católico-romanas. De rebote eso me hace volver a mi
tradición, y descubro que nosotros tenemos también esa mirada diferente en nuestra
tradición, pero que ha sido ocultada […] La guía espiritual, de Molinos. Y vuelvo a
San Juan de la Cruz (Valente 1999d: 13).
Esta cita no sólo indica la importancia que la mística judaica posee para Valente, sino
una reivindicación de esta vertiente de la tradición española que fue censurada y olvidada
luego de la expulsión de los judíos de la península. Lo mismo sucede con la mística sufí,
Hazm (Aguado 2012: 237-238). Una vez más, es un español, en este caso de ascendencia
árabe, el que le permite ahondar e incorporar la tradición islámica no sólo a su obra, sino
también a la historia española para su correcta interpretación. De esta visión sufí, hará
Muchas otras serán las concomitancias que el gallego estudia entre las diversas
corrientes místicas a las que dedicará más de un ensayo, sobre todo en sus dos últimas
Valgan como ejemplo de estas formas análogas, por ejemplo, la recurrencia de la unión
tradición hinduista del yoga tántrico, las experiencias místicas del sufí Ibn ͨArabī y el
Zohar, libro primordial de la cábala, indicada en “Eros y fruición divina” (PC); o también
366
la presencia de símbolos como el agua o la noche, utilizados para fraguar una teología de la
mirada que establece la unión con la divinidad a partir de la visión, por ejemplo, en San
Juan de la Cruz (310ss) o en la doctrina sufí (314ss), señalada en “El ojo de agua” (PC).
transmisiones entre las distintas corrientes respecto de las ideas, los símbolos, los ejercicios
que proponen. 14 En este texto, también hace alusión a las nociones místicas que le resultan
ocupación total por lo divino, logrando una unidad simple entre Dios y el alma, como
(“Yo es Dios o la Verdad”), formulada por Hallaŷ, místico musulmán que murió en el
martirio (373). También señala que el símbolo de las moradas, tomado y desarrollado por
Santa Teresa de Ávila, tiene su antecedente en la Merkaba judía (381-328). Otro de los
entendiendo´, propio de toda experiencia mística. Por otro lado, ingresa profundamente en
del lenguaje).
doctrinas, sino también por un entramado de alusiones indirectas, que forman parte tanto
del edificio de su poética como de su figuración autoral; una figuración que pretende, una
14
Este interés se corresponde también con la tendencia de Valente a buscar conexiones y confluencias entre
distintas corrientes y tradiciones, que ya mencionamos varias veces.
367
extremo que sus predecesores no alcanzan. Otra de las ideas que se enriquecen con esta
mirada es el hecho de que lo poético exige “el descondicionamiento del lenguaje como
sustancial” de San Juan de la Cruz o en el inicio del Génesis: “In principio creavit Deus”,
que remite a la palabra inicial, palabra-matriz. Este inicio, además, es fundamental para la
tradición judía, pues contiene la primera palabra y la primera letra del alfabeto hebreo: Bet,
que según Scholem, está preñada de significación, aunque sin significación (302). En el
caracteriza no sólo la experiencia mística, sino también la poética, pues la palabra total,
sustancial se encuentra en ese territorio al que ambas vías (mística y poética) permiten
acceder (307).
del poeta y el místico en la experiencia extrema del lenguaje, pero encontrando esta vez su
expresión más tensa y unificada en un poema sufí, de Hallaŷ. La visión sufí del mundo le
otorga a Valente la idea de que la palabra poética se sitúa entre los dos extremos de la
La palabra poética sólo se cumple o se sustancia en ese borde extremo del silencio
último que ella integra y en el que ella se disuelve […] Palabra, pues, del límite, del
borde o de la inminencia, la palabra poética no es propiamente el lugar de un decir,
sino de un aparecer (423)
Esta paradoja de la palabra que Valente explota en muchos de sus textos, encuentra
anclaje en la cosmovisión sufí y en palabras del Corán. Pero el poeta y el místico no sólo
comparten esta experiencia límite del lenguaje, sino que también comparten la lengua que
368
utilizan, porque Valente afirma que “la lengua poética ha sido la lengua originaria de lo
sagrado en todas las tradiciones” (425), momento de la unidad con lo divino al que
pretenden regresar los místicos y, según su concepción, también los poetas. En NS,
mística, como por ejemplo: “Sí, el fulgor: el rayo oscuro, la aparición o la desaparición del
cuerpo o del poema en los bordes extremos de la luz” (461). Observamos referencias
conformaron las lecturas de sus poemas. Por ejemplo, en las tres lecturas poéticas afirma:
“Territorio de la extrema interioridad [el de la palabra poética], lugar del no-lugar, espacio
memoria” (1388; Cf. 1342, 1593).También hay referencias directas a autores o libros:
“Palabras sustanciales, diríamos nosotros con Juan de la Cruz” (462); también las
los profetas (II, 463). La forma tiende a la aniquilación de cuanto no sea Dios, incluido el
acto mismo de aniquilarse: fanā´ alfanā, se escribe en La sabiduría de los profetas (463).
En la lectura en el Círculo de Bellas Artes, hace referencia, por otro lado, al maestro
Eckhart, otro exponente de la mística católica: “He ahí otra poderosa imagen del retorno:
`Porque el hombre –dice todavía el Maestro Eckhart- debe contemplar a Dios y volver´. En
ese estado de vuelta o de regreso, la palabra poética adquiere una particular transparencia”
(1605).
poética que resignifica y profundiza el camino que había iniciado al definir a la poesía
como epifanía.
369
destacadas por la crítica, porque a partir del acercamiento a los textos de otras tradiciones
hicieron Juan Ramón, Cernuda, Paz, entre otros (Gallego Roca 2011; Romano 2011; Jordi
Doce 2010). La traducción no es, de este modo, una simple tarea de replicar la obra en
otra lengua, sino un trabajo de reelaboración, diálogo y apropiación del autor traducido a la
propia obra y a la propia traducción, con lo cual se conforma una sólida “teoría poética de
la traducción” (Gallego Roca 195). 15 En esta línea, también Valente pone en práctica la
línea. Como ejemplo concreto, nos interesa analizar un ensayo autopoético titulado: “La
experiencia abisal”, que da título también al libro de ensayos póstumo en el que está
incluido. Este texto fue publicado en ER. Revista de Filosofía, en 1999. Es una muestra de
Lo que el escritor gallego hace en este texto es reconstruir la genealogía de uno de los
15
Esta tarea de traducción se encuentra plasmada en la edición de Cuaderno de versiones (2004).
370
para que el ejercicio radical del arte tenga lugar; una nada positiva, creadora, similar a la
que había antes de la creación del mundo, “que corresponde a la noción de śunyata,
vacuidad o vacío o nada absoluta, frente al concepto de nihilidad o nada hueca, negativa”
(754). Para él, “crear es generar un estado disponibilidad, en el que la primera cosa creada
es el vacío, un espacio vacío. Y en el espacio de la creación no hay nada (para que algo
Partiendo del estudio de Carlos Ossola, inicia su texto con una breve referencia a los
principalmente a Manzini y su discurso sobre “Il Niente” (744); referencia que retomará al
párrafo: “La reflexión del seiscientos sobre la Nada conlleva determinantes filosóficos de
caso podríamos ser ajenos” (744-745). El siguiente núcleo de su texto será su propio
lo hueco, lo vacío, la nada” (747). El exordio del poemario lo constituyen los versos de un
poema de Paul Celan, titulado justamente “Mandorla” y que ingresa de lleno en el tema de
la Nada. “En la almendra - ¿qué hay en la almendra?/ La Nada”, rezan sus primeros versos.
de Vézelay, donde intuye la carga simbólica de esta imagen, cuya estructura geométrica se
dedica a estudiar en los textos e imágenes de Almada Negreiros, quien casualmente (o no)
16
Libertinos en el sentido de “libre pensadores” o partidarios del “espíritu libre” (Cf. 755).
371
Esta enumeración nos remite directamente a los estudios místicos a los que se dedica
Donne, el pintor holandés Bram van Velde (amigo de Beckett, otro poeta de la Nada), el
francés Mallarmé, el pensador italiano Emanuele Severino, los pensadores cristianos como
San Agustín y San Anselmo, el francés Fredegiso de Tours (del siglo IX, retomado luego
filosofía laica, el tema es retomado por Kant, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche, aunque su
del que Valente afirma: “De tal suerte que la nada –desde el punto de vista ontológico, no
lógico– implica el ser” (752). Esta línea alemana influye en el desarrollo de la cuestión en
Escuela de Kioto, quien toma los métodos del pensamiento occidental en consonancia con
Eckhart. Volvemos una vez más a la mística y a los nombres que Valente repite una y otra
vez: San Juan de la Cruz, “el santo de las Nadas” (753) y Miguel de Molinos. “A la
barroca en los focos “libertinos” de París y Venecia: “El pensamiento sobre la nada se
libertinos se sitúan en la línea del pensar que había inaugurado Montaigne. `Todos estamos
huecos y vacíos´, escribe éste en los ensayos” (755). La reticencia a quedar “atrapado” en
Valente establece las coordenadas de esa querella que llega hasta Pascal, en los umbrales
de la modernidad.
Finalmente, en una línea que pasa por Emanuele Tesauro y su discurso en la catedral de
Turín: “La metafísica del Niente”, en 1634; el Oráculo manual de Gracián, de 1647; el
Góngora: “Mientras por competir por tu cabello” (1582), la Nada ha alcanzado una
progenie notable, que florece en el barroco, pero atraviesa la modernidad hasta llegar a la
misma pluma valentiana. En el final del artículo, Valente se cita a sí mismo para insertarse
en esta tradición y condensar el sentido que este término tiene en su poética, espesado por
la línea reconstruida a lo largo del artículo: “La creación de la nada es el principio absoluto
de toda creación”. Esta cita, además, le da paso para cerrar su recorrido con unos versos de
su maestro Juan de Mairena, a quien, sin embargo, no menciona: “Dijo Dios: -Brote la
Nada./ Y alzó la mano derecha /hasta ocultar su mirada. /Y quedó la Nada hecha” (758).
avanza el tiempo, pero nunca desiste en su afán explicativo y reflexivo, aun cuando las
puede seguir adelante con un discurso lógico y racional. Es entonces cuando, como ya
observamos, la palabra poética ingresa a los ensayos y arrastra al lector a poner en juego
las estrategias de interpretación que le demandarán también los poemas, cada vez con
mayor exigencia.
Comencemos con los textos de la primera parte de PT, cuyas ideas también aparecen en
las autopoéticas dispersas de este primer período. La primera afirmación fuerte de Valente
se produce cuando define la poesía como conocimiento, es decir, como “un medio de
conocido de otra forma (y por eso, complementaria al conocimiento científico). Con este
punto, se opone a dos líneas predominantes en el medio literario de la época: por un lado,
aquella que afirmaba que la poesía es comunicación; por otro, la “tendencia” de los
adhirió en principio, para luego distanciarse. En segundo lugar, podemos advertir el papel
fundamental que la experiencia posee en el proceso creador, como objeto específico del
poeta y del poema. Esto sonará extraño, pues justamente la escritura del poeta gallego ha
sido opuesta por la mayoría de los críticos a otra línea poética de los ´80: la llamada
adecuadas al momento de dar cuenta de las teorías estéticas de los diversos autores. 17
17
Será este punto otro motivo de polémica con una porción del campo literario de la época, que trataremos
luego: los llamados “poetas de la experiencia” y sus defensores. “Poeta meditativo”, “poeta místico”, “poeta
del conocimiento”, “poeta del pensamiento”, “poeta del silencio”, todas etiquetas que se le pueden endilgar a
Valente, pero que sin embargo, dejan de lado la riqueza de su obra y sus perspectivas. Atendiendo a las
mismas palabras de Valente, pretendemos poner en cuestión las categorías con los que la crítica literaria ha
caracterizado su poesía en contraposición, por ejemplo, a la llamada “poesía de la experiencia”. Lo mismo
que en el caso de Cernuda, estos rótulos suelen aplanar las complejidades de cada autor, pasando por alto los
puntos más interesantes de sus poéticas. Por eso, adherimos a las palabras de Valente cuando afirma:
“Cualquier aproximación a la naturaleza de lo poético ha de huir de las definiciones, de las taxonomías, para
374
a quien la protagoniza”, por eso sólo puede ser conocida en el proceso de creación del
poema (41). En este proceso, el poeta “es a quien en primer lugar tal conocimiento se
comunica” (46) y en una instancia posterior se le comunica al público, por lo cual, como
vimos, poeta y público pertenecen a un mismo grupo receptor de la verdad que se revela en
proceso mismo de crear) supone que no sea predeterminada por ninguna imposición
externa. Esto implica, en primer lugar, que el objeto del poema sea sobreintencional, es
decir, que los aspectos de lo real que se revelan no vienen establecidos previamente por la
intención autoral. Por eso, a la noción de “objeto” (lo que se revela), Valente opone la de
“tema” como imposición externa y anterior (a priori ideológico). En segundo lugar, este
objeto exige que el medio verbal se adecue a él, de modo que la forma sea determinada por
(50).
lo que la ideología oculta (y en esto Valente sigue a Adorno [61]). La literatura que se
oculta” (63). Esta raíz de denuncia de la palabra poética logrará dar “un sentido más puro a
entenderse sobre todo como un ensayo o intento espontáneo, y a la vez deliberadamente asumido, de
desclasificación” (743).
375
las palabras de la tribu” (78), frase que Valente retoma de Mallarmé. 18 Con esta propuesta,
Priede considera que Valente se inserta en una tradición universal “marcada por la
exploración intensa del lenguaje poético, asentándose en una crítica radical de los
fundamentos del lenguaje para hacer pensar a la palabra de un modo distinto al regulado
socialmente” (130). Sobre este tema, insistirá Valente una y otra vez y, como veremos, será
Ahora bien, ¿de qué modo trabaja la poesía en relación con la experiencia? Valente
propone unos versos de Eliot, extraídos de Cuatro Cuartetos, como punto de partida para
su noción de experiencia: “We had the experience but missed the meaning,/ And approach
to the meaning restores the experience. [Tuvimos la experiencia pero perdimos el sentido,/
el sentido a la que alude la cita es, para Valente, no la de una vida, sino la de muchas
generaciones. En el poema, se depositan, por lo tanto, distintos estratos de sentido, “de los
que, en suma, la palabra poética es por naturaleza depositaria” (82). De este modo, el
memorable desde su origen” (82). Podríamos pensar que en cada rememoración de esa
experiencia, se proyectan todos los estratos de sentido que su repetición a lo largo del
tiempo ha ido acumulando. En una entrevista de 1999, lo explica con mayor claridad:
18
Tal como indica Riera (1992), Mallarmé, en su texto, Le tombeau d’Edgar Poe afirma que el poeta (en
sentido amplio de escritor) “debe devolver a la tribu el estricto sentido de las palabras”. Esto nos remite,
según Riera, a “la fe de Mallarmé en la palabra que para él no es una creación casual del hombre sino que
responde a la unidad cósmica primigenia y el simple hecho de pronunciarla produce una especie de chispa,
un contacto mágico entre quien la pronuncia y aquel origen remoto”. Mallarmé escribe: “Hay en la palabra
algo de sagrado que nos impide jugar con ella como un juego de azar. Dominar artísticamente una lengua
equivale a ejercer una especie de conjuro mágico”. La teoría estética de Valente es cercana a estas nociones.
376
que esa palabra quiere decir y todo lo que ha querido decir desde que esa palabra se ha
dicho. Operas con la memoria colectiva (Valente 1999d: 13).
En otra entrevista del mismo año, propone como ejemplo concreto los versos de
Manrique:
La información que contienen las coplas de Jorge Manrique, por ejemplo, puedes
resumirla en un telegrama: `Ayer se ha muerto mi padre´, pero el poema dice
muchísimo más, la palabra creadora está perpetuamente abierta. Si lees por primera
vez una obra y la agotas, eso no es literatura. La hay cuando vuelves una y otra vez
y siempre te está diciendo cosas nuevas (Valente 1998c: 4).
rememoraciones para arrastrarlas desde o hacia el origen, para situarlas de algún modo en
resignificando hasta alcanzar el sentido devenido del prólogo al Evangelio de San Juan:
“En el principio, era la Palabra” (Jn. 1, 1). Pero también la noción de “experiencia” se hace
de experiencia (305). En los textos finales, la poesía será definida como “experiencia de la
encuesta del 2000 (año de su muerte), algo que ya había dicho en 1969 (82), en
memoria”.
19
Esto no quiere decir que lo vivido por el poeta no influya en el proceso de creación. Esto lo explica
claramente en una entrevista. Ante la pregunta de la entrevistadora sobre si los acontecimientos de su vida
provocan sus poemas, el poeta responde: “Sí, pero no al modo en que la mayoría puede entender la poesía: es
decir, se ha muerto mi padre y yo tengo que hacer un poema. No se sabe cómo se hace. A veces hay
experiencias muy graves que no generan un poema o lo generan de otro modo. A veces la expresión poética
surge a medida que tu propia experiencia se ha contaminado de la de otros y ha madurado. Sí, los
acontecimientos de mi vida están en mis poemas, asociados a muchas cosas, nunca de una manera mecánica
[…] Es como si mis poemas me dijeran más de mi propia vida que lo que yo personalmente conozco de ella.
Por eso nunca se debe ir de la lectura biográfica a un texto poético, porque es el texto lo que ilumina la vida,
y no al revés” (1988: 22).
377
Con esta transformación de la palabra como centro de la poética, que se produce a partir
del ensayo “Hermenéutica y cortedad del decir” (de 1969), aquellas nociones de poesía
como conocimiento que parecían tan claras, comienzan a oscurecerse. Ingresan al discurso
mística, que pretenden dar cuenta de aquello que es, de algún modo, inefable. Porque esta
entonces, las nociones de “resto” y “residuo” que serán repetidas una y otra vez, pues la
decir” (84), que da cuenta de una “tensión máxima entre contenido indecible y
significante” (85). Aparecen así los primeros pares de opuestos: “lo indecible que busca el
Este lenguaje segundo (el del “comentario”, según Foucault) es el que le corresponde a
occidental y semítica (88-89), pero luego también en otras. Esta noción de la “cortedad del
20
Rafael José-Díaz (2010) se refiere a este “resto contable” (Singbarer Rest, II, 434) “que la poesía de
Valente ha ido delimitando en sus últimos libros [y] sería ese residuo último de lo real que se transforma en
raíz del canto, en germen intacto de la palabra poética” (34). Esta noción de “resto contable” se relaciona
estrechamente con la noción judeo-cristiana de “resto santo”, que remite a aquella parte del pueblo de Israel
(el Pueblo de Dios) que sobrevive a la expulsión de la Tierra Prometida, Canaán, seguida de la destrucción
del Templo y de la Ciudad. El “resto santo” es un pequeño grupo de israelitas cuya esperanza no está puesta
en los hombres, sino en Dios; son los elegidos en los que se mantiene viva la esperanza del Salvador y a
través de los cuales Dios seguirá actuando en la historia, a pesar de su situación de desgracia. Es una noción
de “pueblo” depurada de elementos políticos y que busca retornar a la pureza de una perspectiva espiritual,
como germen de lo que luego será la Iglesia (Ramos 2009: 202-203). Valente, que posee una fuerte
formación católica, utiliza la expresión “resto” para expresar aquello que queda en la palabra una vez que ha
sido desmantelada de su carácter instrumental y que guarda la pureza del origen, habilitando (aunque sin
explicitarlo) esta relación con aquella noción judeo-cristiana.
378
decir” plantea ya tangencialmente la cuestión del silencio, que tanto preocupó a algunos
Saldaña, el negro de la tinta (lo que se dice) está rodeado del blanco de la página, como
“metáfora y color del silencio […] [que] simboliza el vacío en el que estamos sumidos”
(148). 21 Se produce además una dinámica entre lo dicho y lo indecible, por la cual “el texto
nos recuerda con su silencio lo que ha tenido que callar para decir lo que en efecto dice”
(149). Esta palabra que se encuentra en el filo entre el decir y el callar es tanto la del
místico como la del poeta. Esta identificación entre ambos se había iniciado muy
del abismo, con una propuesta temeraria, que prepara lo que será una segunda etapa en el
discurso autopoético valentiano y que anteriormente identificamos con los siguientes libros
semítica o en la del mundo náhuatl. Aquí vemos la apertura a nuevas tradiciones religiosas
Hacia finales de los 70, con los textos que constituyen PC, Valente llevará estas
primeras ideas hasta sus últimas consecuencias, entrando en un territorio en el que resulta
difícil explicar sus postulados estéticos sin hacer una glosa de ellos. A partir de PC,
21
Advertimos aquí, junto con Saldaña (2007), reminiscencias de Jabès y de Blanchot, grandes pensadores en
torno a estos temas, que fueron leídos atentamente por Valente.
379
Aquella idea sobre la que tanto había insistido en PT de que la palabra poética liberaba al
lenguaje de los condicionamientos de la ideología y las instituciones, exige ahora estas dos
permitir la libre circulación o fluidez del universo: “La experiencia personal ingresa en el
precede y la sucede” (276). La obra es, entonces, anónima, lo cual resulta un corolario
lógico de aquella idea de que la palabra poética condensa las experiencias de todas las
problemático.
Sobre esta desaparición del autor había escrito Valente, unos años antes, en 1970,
citando la imagen del “poeta camaleón” de Keats, por la que ya alude a la relación entre
esta carencia de yo y la “libre circulación del universo” (1169). Para que la palabra poética
se manifieste, por lo tanto, es necesario ese “estado de disponibilidad infinita” que carece
de determinaciones y contenidos previos, entre ellos la propia identidad del poeta (1169).
Como veremos, estas nociones que constituyen lo que Valente llama “la sociología de la
soledad” (1171) implican un “comportamiento supremo de solidaridad del poeta con éste
sobre ello, porque lleva la dimensión ética del ejercicio poético a un nivel más radical que
Círculo de Bellas Artes en Madrid”, a partir de la misma anécdota: el hecho de que los
380
canacos tienen un solo término: “no”, para significar “palabra”, “acto” y “pensamiento”, es
encarnación de esa palabra (300; 1592). Esta palabra total que es, para el gallego,
advertido; pero supone también la “meditación del verbo como principio y en el principio”,
es decir, la vuelta al origen que efectúa la palabra poética, como ya habíamos indicado en
principio del Génesis. Esta palabra total es la palabra inicial, la palabra-matriz, nos remite
al origen y está preñada de todas las significaciones posibles, pero en sí misma no significa
estoicos (que vuelve a citar en NS), el soplo del Espíritu que da vida (304), en definitiva, la
Palabra divina que crea. Esta condición previa de la palabra es condición necesaria para
que haya un “auténtico poema”, pues la experiencia a la que este invita ha sido siempre
una inmersión que remite a una zona anterior a todas las formas discursivas” (Priede: 130).
Por eso, más tarde, la definirá como experiencia de la interioridad, porque comienza antes
morada, habitación donde el estar y el ser se unifican” (1388; 1432; 1593), previo todo al
22 En su artículo sobre las trazas blanchotianas en la poética de Valente, Fernández advierte que ambos
autores comparten “esa experiencia de la palabra poética como pulsión hacia el origen, como antepalabra,
como restauración de un mutismo esencial”. Sin embargo, difieren en que para Blanchot, se escribe “para
hacer acopio del silencio, para instaurar, a través de su presencia, su no-presencia, su vacío”; en cambio, en
Valente, “hay una tendencia muy clara al silencio como adelgazamiento de la voz, a la blancura de la página
como si en un solo verbo, en una letra, pudiera caber todo el alfabeto, todo lo por-decir del lenguaje” (2).
Esto explicaría el fenómeno de fragmentación y condensación que manifiesta la poesía última de Valente.
381
No eres tú quien habla, sino que la palabra habla en ti. Te haces portavoz de la palabra
como si estuvieras embarazado de ella, hasta que la das a luz. El poema nace a oscuras
y es en el papel cuando se transforma, cuando él mismo elimina de forma natural
aquello que le sobre o que le es ajeno (Valente 1997b: 66).
Al igual que el poeta, la palabra poética también está preñada de significaciones. Así lo
advierte en NS, donde da cuenta de su gravidez, por la cual el poema experimenta un largo
bien, esa escritura material no puede captar la totalidad del sentido de esa experiencia
previa, pues en definitiva, la palabra es ininteligible (302). 23 Por este motivo, sólo puede
intuirse a partir de paradojas; al tiempo que es dicha, queda siempre a punto de decir (303);
decir”, “empieza en lo imposible” (430; 1594). Palabra que se asemeja al “despertar” como
el límite, el borde, la frontera, el filo donde se constituye, entre la luz que comienza y la
sombra que retrocede, perteneciendo a ambas, sin identificarse plenamente con ninguna
(303). A partir de la visión sufí del universo y la dinámica entre las nociones de
aniquilación y perpetuación, Valente explica cómo esta palabra “se sustancia en ese borde
extremo del silencio último que ella integra y en el que ella se disuelve” (423). La noción
de silencio toma un cariz positivo pues se identifica aquí con la nada creadora, pues el
silencio es la nada de la palabra, “el hueco donde la palabra puede existir” (Valente 1984b:
84).
“hacia una concepción del hecho poético como inconocimiento, en la línea del `no saber´
sanjuanista” (Sánchez Robayna 2008: 165). En entrevista con Fanny Rubio, Valente se
poesía lleva el lenguaje “a una situación de extrema inocencia, anterior a todo saber, a todo
23
Este postulado no está tan alejado de la insuficiencia del lenguaje para decir el Absoluto que padecía el
romanticismo. La diferencia es que aquí el absoluto ya no se encuentra en un nivel superior o divino, pues se
produjo un proceso de inmanentización de la visión de mundo. La densidad del sentido ya no se da en el eje
vertical, en tensión hacia una instancia superior, sino en el eje horizontal en tensión hacia el origen.
382
que el habla poética también comparte con el habla de la locura (303), pues “ambas
lenguaje –y a quien lo usa– en […] un decir puro, un decir sin condiciones” (Saldaña 2007:
pues, lo considera como una parte insoslayable de lo humano: “se vive ese sentido de lo
oscuro y del misterio de las cosas, del misterio del mundo o no se vive. El que no lo vive
no tiene sentido del riesgo, de la aventura, del conocimiento, del descubrimiento” (Valente
1998a: 11).
Hacia fines de los 70, se suma a esta teorización una nueva dimensión de la poesía: esta
palabra es materia. No es sólo forma, nombre o rótulo; sino que en su sustancia, incluye la
pugna, sino en unidad” (304). De ese modo, sitúa uno de los puntos culminantes de esta
la historia, cuando la Palabra de Dios (aquella que creó el mundo) se une a la materia
(305). Esta dimensión corporal de la palabra poética será muy importante también en su
amor, son una sola y la misma cosa. La poesía estaría, en ese ciclo, regida por el primado
absoluto de la infinitud del eros” (1398; 1596). Porque a diferencia del Verbo de Dios, el
verbo del poeta encuentra el sentido más pleno de esa unidad entre espíritu y materia en los
rituales del amor erótico. El propio acto de crear es concebido así como una “relación
carnal con las palabras” (NS: II, 459; Alameda 1998: 21; Berger 1998: 5), que aprende no
sino principal y curiosamente en la mística cristiana de Santa Teresa, San Juan y los
383
metafísicos ingleses:
proliferación de sentidos paradójicos, donde los opuestos se unen para generar algo nuevo
la palabra poética como un “aparecer” encuentran aquí un nuevo objetivo, que es lograr la
identidad entre materia y espíritu (Ardanuy 2010: 198). El mismo Valente en entrevista
Siento la materialidad de la palabra. Siento que las palabras se hacen con las manos,
como fue hecho el hombre, con barro. Y eso me lleva a una concepción de la relación
con la mujer, completamente distinta, mucho más plenaria: la mujer representaría la
culminación de esa relación con la materia. Yo creo que hasta entonces mi relación
con la mujer había sido más convencional. Aunque tal vez eso tenga que ver también
con mi biografía personal: conozco a otra mujer y me caso con ella, me uno a ella, y
eso me lleva a experiencias amorosas diferentes y a formas de pasión distinta. Todo
eso coincide con un cambio en mi escritura. Y llego a una especie de fusión con la
materia corporal del ser amado que no había experimentado nunca antes […] Material
memoria corresponde a esa vía unitiva en la que culmina la visión del místico. La que
conduce a un vaciado del yo para recibir al otro (1999d: 13).
24
Sánchez Robayna observa en su poesía que Valente avanza en Mandorla (1982) y El fulgor (1984) sobre el
verso de San Juan de la Cruz: “entremos más adentro en la espesura”, el cual significó “una exploración del
signo cuerpo, ya inseparable e indestinguible del espíritu […] que lleva a una comprensión y a una profunda
ascensión de la cerrada, indivisible unidad de cuerpo y espíritu […] los símbolos eróticos y los símbolos
sagrados se confunden: son una misma cosa” (2008: 166).
384
Este éxtasis no significa una pérdida de conciencia, sino todo lo contrario: “Es una
salida de la conciencia propia […] [en el que] lo que habla es la conciencia en un estado
conciencia que en cierto modo te hace salir de ti. Una conciencia exacerbada” (Alameda
1988: 21). Es por eso que la mística es la palabra que puede definir ese estado para
Valente.
pregunta, entonces, de dónde viene: “Viene de un no lugar. Viene del desierto, real o
1594; Cf. 431). Como ya dijimos, esta afirmación lo retrotrae al primer verso de su primer
poemario: “Cruzo un desierto y su secreta/ desolación sin nombre” (de “Serán ceniza…”,
en el no-lugar, en la nada, en el silencio, todas palabras que implican la falta de algo, pero
que remiten a un espacio hueco, disponible para acoger lo que debe nacer: “territorio de la
extrema interioridad, lugar del no lugar, espacio vacío y generador” (1388; 1432; 1593).
Priede advierte que este proceso de despojamiento que supone “interpretar los silencios
como presencia textual que confiere sentido” ha sido simplificado por la crítica con la
categoría de “poesía del silencio” (129), pero es necesario poner esta noción en contexto
25
Aunque Oliván advierte que “la coherencia y compacidad orgánica de la obra del poeta no se puede
discutir, pero el desierto por el que entramos en sus poesías completas, en el poema inicial de A modo de
esperanza, creo que no es el mismo que el que dibuja ese lugar de la desposesión en el segundo tramo de la
obra…” (169).
26
Respecto de la rotulación de Valente como “poeta del silencio” por estas afirmaciones, aclara López
Bretones: “En esta actitud de espera, de vaciamiento de todo a priori lingüístico, de escucha atenta a la
385
Así lo explica en el ensayo “La experiencia abisal”, que analizamos, donde alude al
“atención extrema […] a lo que las palabras acaso van a decir” (460), de pasividad, es el
que le corresponde al poeta, responsable de generar ese espacio, para que la palabra poética
se decida a manifestarse, con voluntad propia, anulando la del sujeto: “El poeta ha vivido
una experiencia y la palabra se hace revelación espontánea del discurrir sin que la voluntad
del poeta la determine. No hay proyecto. La palabra emerge del profundo misterio de la luz
de cada día” (1605; Cf. 431; 460; 1169; 1379). Algunas líneas más abajo aplica esta
papel del sujeto en esta dinámica que la palabra instaura: “[mi último ciclo poético] se
muera” (1605). Como en aquel primer ensayo, Valente sigue afirmando que la palabra es
revelación de la realidad, revelación que ha ido exigiendo del poeta, cada vez más, la
negación de su propia voluntad y una actitud de pasividad y escucha: “La palabra muestra
modo que sólo puede ser percibida como un “fulgor: el rayo oscuro, la aparición o
desaparición del cuerpo o del poema en los bordes extremos de la luz” (461). 27 En
definitiva, ese ejercicio de autoextinción del sujeto adquiere plena significación a partir de
dos movimientos: el de la libre fluidez del universo, por la cual el poeta se desplaza para
permitir ese paso; y el de la vuelta al origen, que implica por parte del sujeto una
aparición de la palabra que es anterior a todo condicionamiento racional, consistiría esencialmente ese tan
traqueteado concepto de “poética del silencio”: denominación que en demasiadas ocasiones ha sido utilizada
como un fácil comodín crítico para despachar sin mayores complicaciones este trecho de la escritura de
Valente” (313).
27
La mayoría de los críticos toman esta noción de “aniquilación del yo” (Andújar Almansa 2011: 122);
“deconstrucción más profunda del yo” (Oliván 170); desaparición “de toda huella identitaria” (Gallego Roca
202); “su propia ausencia del texto” (Engelson Marson 65), como algo dado y propio de la obra valentiana,
sin reflexionar sobre su plasmación concreta, la cual se ve obstaculizada, principalmente en el ámbito de la
escritura ensayística, como ya hemos observado anteriormente, al tratar la cuestión de la pretendida
anonimia.
386
mundo. 28 En función de este último, el gallego señala que su poesía debe leerse como un
pensadores como Blanchot, Bataille, Bloch, Valente pone en escena su teoría estética y en
esa escena, a la vez pretende sino borrar totalmente, por lo menos, desplazarse hacia los
poética como centro de la reflexión. Pero luego de todo lo dicho, resulta un tanto
incongruente que el autor pretenda guiar el camino de interpretación de su obra. ¿No hay
mayor determinación sobre una obra poética que esa? Si es que la poesía es libre
manifestación de la palabra total, ¿no hablaría por sí sola? Pero el Valente-autor no puede
dejar semejante ejercicio en manos de los críticos, en los que definitivamente no confía o
de los lectores “nacientes” a los que está acostumbrado a guiar. Si bien la palabra poética
estos textos es el propio Valente, que con ejemplos, con citas ajenas, con lecturas de su
parangón, por lo menos en la poesía española, y por tanto, él es su único y más leal
defensor. Sus afirmaciones, la mayoría de ellas definitivas, forjan la idea de un sujeto que
28
Este descenso que tiene como antecesores literarios a Ulises, Eneas y Dante, por mencionar los más
renombrados, supone también el recorrido inverso a la mística: si ésta es un camino de ascensión hacia la
divinidad, el de la palabra valentiana es de descenso hacia la materia, conformando una especie de “mística
invertida” o como ya hemos dicho, una “mística materialista”. Esto está en consonancia con lo que dijimos
acerca del desplazamiento de centro irradiante de la palabra desde el eje vertical (el absoluto, la divinidad) al
eje horizontal del origen del mundo, de la materia, cuya imagen es la del descenso a las capas más profundas
de la tierra, como punto inicial de la creación.
387
connivencia generacional, sino en la acción misma de hacer poesía y de ser poeta. Valente
se siente cerca de su predecesor en este sentido, tal como lo afirma en una entrevista de
1997: “Por esa posición moralista que no tuvieron otros de su generación le he estimado
siempre mucho y lo he tomado como ejemplo” (1997d: 15). Toma la antorcha ética de la
seno de la sociedad. 30
real, que no puede ser conocido de otra forma, por lo tanto, cumple tres funciones: “En la
con la realidad: intelectual, estético y moral, sin el cual no existe, para Valente, la “gran
29
Tal como lo aclara el mismo Valente en una nota al pie, toma la noción de ideología de Engels: “`el
proceso por el que los principios mismos de la representación de la realidad sustituyen a ésta, yendo de ese
modo del conocimiento de lo real a su ocultación´ (Anti-Dühring. La ideología alemana)”. Y también:
“Siempre que se produce un proceso ideológico la realidad queda enmascarada en él”. Por último, también
alude a la definición más general de Althusser (“Marxismo y humanismo” en La revolución teórica de Marx)
a la que considera en la misma línea: “sistema (con lógica y rigor propios) de representaciones (imágenes,
mitos, ideas o conceptos, según los casos) dotado de una existencia y de una función históricas en el seno de
una sociedad determinada. […] La ideología como sistema de representaciones se distingue de la ciencia por
el primado de la función práctico-social sobre la función teórica (o función del conocimiento)” (II, 56n).
30
Lo hace en el marco de una generación que, como afirma Payeras Grau, “desarrolla una poética que incide
en una temática comprometida con la realidad histórica de su tiempo, no tanto con el fin de desestabilizar al
régimen político que entonces gobernaba España –aspiración de la generación anterior de poetas sociales que
ellos descartaron como excesivamente improbable–, sino dando cumplimiento al compromiso del escritor
con su tiempo” (2011: 243).
388
pretende reflejar la realidad a través del lenguaje, sino en cuanto busca dar cuenta de ella y
comprometerse desde una dimensión performativa, aludiendo al uso del lenguaje como
acción.
por el propio poeta y nosotros adherimos a ese uso entendiendo que su poética no se
revelación de una porción de lo real que no sería posible conocer de otra forma, realiza un
aporte concreto a la condición humana, transmitiendo una verdad ligada directamente con
social concreta. Si bien esta visión humanista no alude al contexto inmediato, por su grado
reflexionar sobre ese contexto, sobre las circunstancias en las que vive, liberando a las
palabras de la carga ideológica (como la entiende Valente) que los discursos públicos e
la poesía, en línea con los aportes de Adorno (en “Discurso sobre lírica y sociedad”).
respuesta de Antígona”, afirma que la palabra poética, por el mero hecho de existir, es una
paralizadora, no permite que salga a la luz (78). Como señala Ardanuy (2010), “el campo
de batalla en el que la poesía tiene virtualidad de arma es aquel en el que, como palabra
es llevada al extremo del decir, en el espacio previo al orden de lo inteligible; allí es donde
recupera su pureza, su inocencia y se vuelve manifestación. Por eso, Valente asevera que la
palabra poética “restituye el lenguaje a su verdad” (78); rompe esa circulación estática del
devolviendo al lenguaje su condición de logos, de palabra que vuelve al origen, ahí donde
está sobrecargada de sentido (83). Allí radica, para él, la función social del arte: “en la
histórica de `dar un sentido más puro a las palabras de la tribu´” (78; ideas que reitera en la
Robayna explica la “dimensión moral” de la obra de Valente (Doce 2010: 45). Estas ideas
ésta fuera primordial, lo que se comunicaría sería un contenido previo, elaborado antes de
la existencia del poema y que respondería, por tanto, a prerrogativas externas al arte y al
quehacer del escritor. Además, como indica Payeras Grau, se afirma “de forma implícita,
el carácter revolucionario del arte y su capacidad para confrontar la moral individual con
las estructuras ideológicas, lo que por un lado salvaguarda la independencia intelectual del
artista y, por otro, su capacidad para incidir en la realidad y transformarla” (2011: 243).
Pero en este apartado de PT, aparecen también ideas que prefiguran el giro posterior que
la poética de Valente realizará y en la que este compromiso no perderá validez, sino que al
contrario, se enriquecerá con nuevas perspectivas, signadas por la “apertura del sentido,
31
Es por eso que Valente utiliza palabras muy duras para referirse a la poesía de los 80 y los 90. En un
artículo de ABC, de 1997, asegura: “Esto es la palabra poética, las palabras que tienen una acción en el alma
[…] Quien no entienda esto, no entiende nada, y ahora no entienden nada. Hoy los poetas utilizan una
palabra instrumental, externa. Toda esa poesía de la cotidianidad es una birria que no sirve para nada”.
390
tiene, para Ardanuy, “una incidencia social en la medida en que es el límite de lo humano
lo que se amplía desde esa perspectiva” (191). Esto se observa en “La respuesta de
Antígona”, donde más allá del contenido ideológico que Sófocles pudo aportar en la
elaboración de su obra,
Puede haber referencias al contexto inmediato, pero lo que distingue una obra de arte
auténtica de una ideologizada para Valente sería el proceso por el cual esos contenidos
ingresan a la obra y la actitud que el artista toma en dicho proceso. Ya desde estos ensayos
Por eso, aun cuando la preocupación ética pudiera pensarse abandonada a partir de la
supremo de solidaridad” del poeta con el universo, “el compromiso de la soledad” (1171).
Esto implica que la aventura poética es siempre personal y solitaria (como cuando afirma
que el poeta es un “corredor de fondo”), pues es el único modo en que el universo puede
con la realidad histórica y geográfica del poeta, sino con la realidad humana en general; así
consistió en una negación de las superficies” (Andújar 2011: 150). Pero este apartamiento
que
discurso del poder se acentúa, al punto de atribuirle a aquella una condición sagrada:
tiempo hacia atrás y hacia adelante, por diversas culturas y etapas, buscando los instantes
de manifestación de esa palabra que tanto lo obsesiona. En uno de los primeros ensayos de
PC, “Las condiciones del pájaro solitario” (275), advierte que la palabra poética debe
encontrar el espacio para “la epifanía o libre manifestación”, el cual se abre cuando los
lenguaje utilitario, son dejados de lado (275). Por eso, en “Sobre la operación de las
de participar en la palabra total (301). Pero la afirmación más fuerte respecto del sentido
392
Con esta cita, está sugiriendo que no es necesario tematizar los hechos históricos
de arte lleva en sí misma una relación directa con el contexto del que surge. Por un lado, en
afirma que toda obra de arte es una representación de su tiempo, que condensa en sí una
pintura completa de la época y la sociedad en la que surge (como un gran signo). Por otro
lado, en términos éticos, Valente alude a Adorno para afirmar que hay “en la raíz de lo
poético un primer compromiso con lo oculto, que en la obra rompe a hablar y encuentra
manifestación, con independencia –según bien matiza Adorno– de que sea ése el objetivo
voluntariamente propuesto” (II, 56). Así es como la palabra poética, por el sólo hecho de
existir y más allá de las intenciones e ideas de su autor, “es denuncia irreprimible de la
valentiana. Repetimos la frase inicial, porque condensa la actitud del sujeto: “La apuesta es
“Frontera”, retoma lo que ya había plateado en PT, pero esta vez reflexionando
que es “la base del patrimonio cultural intocable” (468). Estos sistemas no soportan la
393
las formas de los poderes que se apropian de él (y con él, de la sociedad misma) y esconde
la realidad, la escritura que revela esa realidad es, de por sí, subversiva. Valente toma de un
escritor suizo Max Frisch, una metáfora provocativa que pone de manifiesto el tipo de
poeta del que estamos hablando: “El escritor no se retira a una torre de marfil, sino a una
fábrica de dinamita” (470). Esta metáfora, que tomamos de título y epígrafe de este
apartado, da cuenta del impacto enorme y definitivo que Valente le otorga a la palabra
“requiere mucha dedicación, mucha entrega, requiere vivir mucho en lo que se escribe y
vivir mucho con lo que se escribe” (Freidemberg), pero también el peligro de ser un
exiliado, expulsado por el poder. La condición crítica, y por ello subversiva, de la palabra
es lo que Valente sigue proclamando a lo largo de los años: “Yo advertí muy pronto que el
compromiso del poeta era muy diferente que el del político. Entendí que al escritor no le
con la palabra” (Garrido 1995: 8). Valente continuará sosteniendo esto, pues es consciente
de que aquella primera denuncia de las perversiones del lenguaje público realizada en PT
sujeto, que debe desasirse de sí mismo. Pero sabemos que esto no es posible, por lo menos,
no totalmente, porque la poesía es un “hacer”, sujeto a la voluntad del que hace como ya
vimos. Es por eso que Doce propone pensarlo más que como un “peligro”, como un “reto”
que Valente también advirtió: “No podemos escapar a la voluntad; otra cosa es que la
por el cual es posible ejercer una acción concreta en el mundo. En cierto modo, el discurso
394
los fundamentos sobre los que se levanta el edificio estético. Sería difícil sólo a través de la
lectura de la poesía, captar el verdadero sentido que la palabra tiene para el gallego y su
aleccionadora y “de entrenamiento” para leer la poesía valentiana, pero también para
advertir las trampas del lenguaje público y cotidiano y adoptar una postura crítica.
Antes de finalizar, hay dos elementos biográficos para destacar que se relacionan
vuelta a quienes se habían ido durante la dictadura. En todas las entrevistas en las que el
tema surge, Valente nunca se presenta a sí mismo como exiliado político. En principio, él
afirma que se va de España en una época en la que se iba mucha gente, por el ambiente
“irrespirable” que se vivía allí: “el clima español era terriblemente estrecho y ahogado en
Madrid y Barcelona” (1988: 18). También en “Fuera del cuadro” describe la situación de
aquella España: “Percibir ese cuadro en la periferia producía una inmensa sensación de
Incluso cuando su exilio se transforma en político por la condena que recae sobre él luego
exiliado del régimen. Por el contrario, esta situación de alejamiento que comienza siendo
física, adquiere luego visos existenciales: “Tú te aferras a esa distancia y a esa extranjería
como tu forma de ser” (18). Y aun cuando el exilio físico termine, hará lo posible por
32
Este consejo de guerra lo juzga por la publicación de su cuento: “El uniforme del general”. Al no
presentarse a comparecer ante el jurado, se lo declara en desacato y se lo condena a prisión. Por ello, pierde
le pasaporte español y no puede volver a España hasta el final del franquismo.
395
persistir en el exilio existencial como estado necesario del poeta: “Creo que el exilio es una
16). Este “trastierro” interior implica la permanencia en los márgenes, a distancia de los
mencionamos). En la entrevista con Lois Blanco, el gallego hace una distinción: “Debe
(1997c: 10). En sus escritos tanto poéticos como autopoéticos, no hay referencias que
aludan a esta acción política que él llevó adelante durante toda su vida. Es recién en las
entrevistas de Rodríguez Fer (Valente 1998b y 2000b), que fueron la base de los dos tomos
de Valente vital (2012; 2014), donde se extiende sobre esta cuestión. Lo vemos también en
belleza del Cabo de Gata´” (Ideal, 1/1/1997). Por último, contamos también con los
Este compromiso ahora vital con el contexto político y social en el que se inserta no
supone una contradicción o una bifurcación entre su hacer poético y su hacer político, sino
que se unen para constituir “una figura de autor otra, impensada y enorme frente a nuestros
real, que la ideología oculta y pone en acto potencialidades de la existencia humana poco
acción social y política, dándole un sentido más profundo. Así, el Valente-poeta, acusado
que ejerce un compromiso integral en esta amalgama de acciones poéticas y sociales, las
humana.
397
CAPÍTULO 3
Valente no sólo se dedicará en sus textos a establecer su teoría artística, sino también a
ejercicio poético del mismo modo. Este grupo contra el que el gallego se pronuncia está
construido discursivamente como aquellos que permanecen en el centro del campo literario
y reciben las dádivas de la crítica y del poder, es decir, buenas reseñas, participación en
establishment y se constituye él mismo como foco de poder dentro del ámbito literario,
indicando qué es lo que se debe escribir y qué no, en función de unos cánones rígidos e
inertes, que funcionan como refugio de los mediocres y que, por lo mismo, son hostiles a
(con los que él se identifica). 1 Estas dos van a ser las posturas a partir de las cuales se
1
Desde esta perspectiva, por ejemplo, cuestiona la organización de la historiografía literaria española por
generaciones: “Todas las clasificaciones son falsas y artificiales. Como clasificar nuestra literatura
contemporánea en generaciones, algo que me parece una paparrucha. Es absolutamente falso […] La
primera falsedad es la generación del 98 […] La del 27 vuelve a ser también, una falsedad […] Se forma para
crear un grupillo de intereses que más o menos cuajan en una antología hecha por un poeta menor, que es
Gerardo Diego […] De la llamada “generación” de posguerra, su único gran poeta es Blas de Otero; luego
está la segunda “generación” de posguerra, la del 50, que ya me parece grotesca. Y como síntoma de
decadencia yo pondría la “generación de Loewe”, toda esa gente que mangonea ese premio y lo distribuye”
(Valente 1996c: 53).
398
ordenarán los índices del campo literario que observaremos en las autopoéticas: de
polémica con quienes ocupan un lugar dominante y son funcionales a lo que llama el
“poder literario”; y de acuerdo con quienes comparte ciertos postulados estéticos y muchas
estas dos posturas en una entrevista con Antonio Torres para El País:
Estas citas ayudan a comprender que esta postura crítica y polémica que Valente se
emparentada con el modo en que entiende la función del poeta y del intelectual en general,
en el seno de una sociedad. López Bretones (2011) advierte que “supone el testimonio de
una actitud de sospecha ante las fórmulas con las cuales nuestra época construye y
prescribe unas formas de expresarse a sí misma que nos vienen ya dadas e impuestas desde
ámbitos ideológicos superiores” (306). Es por eso que no ceja en proclamar y defender sus
posiciones, aun a costa de enojar a quien tiene enfrente. En NS, establece claramente la
diferencia entre estos dos modos de ser poeta a los que se está refiriendo, implícita o
explícitamente:
399
[…] hay un arte por la que el artista es pagado y le permite ganar muchísimo muy
pronto; pero hay un arte por la que el artista ha de pagar con su soledad, su salud, el
exilio, la falta de reconocimiento de su obra y la ausencia de gratificaciones
inmediatas. Su opción –¿destino?– fue manifiesta (465)
A nosotros, Filemón, nunca nos ha faltado, desde nuestros más tiernos comienzos,
críticos ponderados, y a veces jóvenes –aunque sólo lo fueran por edad–, que nos
precaviesen contra los peligros de nuestra propia escritura […] Pero a nosotros,
Filemón amigo, siempre nos ha gustado escribir pericolosamente. En realidad, no
entendemos otra forma de escritura. Y no íbamos a renunciar a nuestro bien ganado
naufragio para asegurarnos, con puesto de escalafón o silla de academia, una vejez
tranquila (469).
Si observamos los términos que caracterizan cada posición, vemos que la del poeta se
convicción más honda sobre la que se sostiene la actitud crítica y polémica valentiana
dentro del campo literario español, que además, es coherente con los postulados
Rimbaud, Kafka, Celan, el mismo Cernuda, etc.). Por eso, también caracteriza la palabra
poética como inevitablemente conflictiva. En una entrevista con Freidemberg, cuando éste
le dice que su concepción de la palabra poética lo pone en conflicto con el mundo, Valente
afirma: “Eso es inevitable, porque la palabra poética por su propia naturaleza es una
Cernuda es presentado por Valente, una vez más, como ejemplo de esta actitud
conflictiva. En entrevista con José Méndez, cuando éste afirma: “La cuestión de la
polémica con el entorno [que caracterizó a Cernuda] no puede decirse que usted la haya
abandonado”, Valente responde: “No, no, creo que la he conservado” (1999e). Sin
poeta y en cierto modo, su soledad fue real, no es el caso de Valente, y Méndez hace bien
400
en plantearle esa distinción: “La suya es una soledad muy habitada, porque ¿es consciente
Siento la proximidad de algunos. Es cierto que es la mía una soledad muy habitada.
Tengo que agradecer mucho a los que me escriben. Descubro que lo que digo es
compartido por mucha gente, que a la gente le interesa. Ahora que he llegado a una
edad relativamente respetable empiezo a pensar que algo se ha sembrado (1999e).
Esto nos da la pauta de que esa figura solitaria y exiliada del mundo de los hombres que
Valente pretende otorgarse no se corresponde con su posición real dentro del campo
alrededor, es un poeta reconocido y seguido casi desde los inicios de su carrera. Sol
Alameda, en la entrevista que le realiza para El País, indaga sobre el mismo tema:
Es sorprendente que usted, tal vez el poeta vivo más respetado y más admirado entre
los círculos estrictamente literarios, sea un desconocido entre sectores amplios de la
población, que, sin embargo, saben perfectamente los nombres de escritores menos
importantes, pero que salen continuamente en los periódicos. Preparando esta
entrevista he comprobado que para los conocedores usted es un mito; para todos los
demás un perfecto desconocido (Valente 1988: 19).
prensa ha sido siempre cordial, pero que nunca obtuvo el apoyo del mundo institucional
español: “visto desde ese mundo institucional, yo ni siquiera podría considerarme escritor
español. Hablo de todo lo que supone ese mundo: donde se fabrica la política cultural”
(19). Pero también admite que él no estuvo dispuesto a jugar ese juego: “Cuando optas por
ciertas cosas tampoco puedes pretender otras. Supongo que todo ese mundo institucional
está para quien lo cultiva, y si no lo cultivas, a la vez no puedes decir: oiga, que no se están
Unos años después, Tereixa Constenla analiza la misma cuestión, pues le resulta
comporte de modo tan despectivo con el campo literario: “P. Por eso resulta llamativo su
2
Al referirse a esto, se explaya en el funcionamiento de la vida institucional española a la cual considera
“politizada en el peor sentido de la palabra, tiene unos determinantes políticos muy negativos” (20).
401
caso. Está lejos del creador domesticado y, sin embargo, rodeado de reconocimiento. R.
esa política”. Sin embargo, a continuación afirma: “El medio literario está manipulado. Eso
explicaría por qué vivo aquí: no soporto el medio literario. Me parece tan corrompido
como el político”.
guerra, no podemos perder de vista dos puntos: en primer lugar, que no todos los escritores
que se sintieron “hermanados” de alguna forma u otra en la llamada “generación del medio
siglo” eran mediocres o funcionales al poder; en segundo lugar, que él no era (nunca lo
fue) un autor marginado por el campo literario, pues de hecho, aunque diga que podría no
ser considerado un escritor español, le hacen entrevistas y recibe diversos premios del
variados; no era menospreciado por sus pares y, aunque a veces fue más o menos
literario. Por lo tanto, es cierto que no lo hizo por el dinero, pero ciertamente su destino de
imagen que Valente construye para sí sigue la línea de la imagen que se construyó
Cernuda, aunque con menos motivos que éste y sin embargo, de un modo más radical, pues
[…] P. Por esa razón vive en una especie de autoexilio, ¿o hay más?
R. Hay una razón que llamaría de orden metafísico. La posición exílica es la propia
del escritor, que tiene que estar un poco lejos de la realidad para entenderla, no ser
prisionero de ella y no ser manipulado […] Toda poesía necesita cierta marginación
como esta especie de alejamiento voluntario (Constenla 1996).
3
Los premios que recibió a lo largo de su vida y póstumamente son: Premio Adonais, A modo de esperanza,
1954; Premio de la Crítica, Poemas a Lázaro, 1961; Premio de la Crítica, Tres lecciones de tinieblas, 1980;
Premio de la Fundación Pablo Iglesias, 1984; Premio Príncipe de Asturias de las Letras, 1988; Premio
Nacional de Poesía (España), No amanece el cantor, 1993; Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía,
1998; Premio Nacional de Poesía (España), Fragmentos de un libro futuro, 2001.
402
Es por esto también que rechazará la inclusión en cualquier grupo, generación, escuela o
que él incluso ayudó a conformar, pues lo hace también en función del modo en que
Tan pronto se forma un grupo literario, se forma una ideología que tiende a expandirse
y a imponerse. He huido de los círculos literarios porque tras ellos vi enseguida la
formación de grupos de poder, y si hay algo a lo que se opone el lenguaje poético por
naturaleza es al poder […] La posición del intelectual ante el poder es
indeclinablemente crítica” (Garrido 1995: 9).
Incluso al ser consultado sobre la posibilidad de haber “formado escuela”, por Beatriz
Esta posición crítica del intelectual es la que Valente cultiva durante toda su vida y, a
pesar de la gran cantidad de problemas personales que le causa (según él mismo señala), la
lleva adelante sin declinar. Por eso, las lecturas de las críticas que pretendan dejar de lado
estos conflictos y tensiones del campo, estos cambios de la trayectoria del poeta, para que
querido, buscado y reafirmado por el autor, una y otra vez, pues estamos “ante un proyecto
creador signado por las tensiones que surcan el campo intelectual peninsular […] y que se
europea contemporánea”. Toda operación crítica que implique dejar de lado estas tensiones
ìnconocimiento´) que su poesía y sus ensayos nos han dejado como uno de los legados más
inquietantes de la literatura española actual” (319). También Doce (2010) hace hincapié en
403
esta misma condición conflictiva: “Su trabajo está inequívocamente en el centro de los
España, al menos en el ámbito literario, siempre ha sido cosa precaria, casi vergonzante o
clandestina” (40). Otros críticos (Gamoneda 2011, González Herrán 1994, López Bretones
2011, Gallego Roca 2011, Priede 2010, entre otros) también afirman el hecho de que no es
inconformismo y una soledad cuyo fruto ha sido una de las más importantes experiencias
de la poesía española del siglo XX” (Priede 2010: 129-130). Por nuestra parte, acordamos
con esta posición crítica, pues reducir la obra de Valente (y podríamos agregar, de
cualquier escritor) a una simple etiqueta sin observar las múltiples variables que
intervienen en ella, y la trayectoria vital, cultural, social, literaria del autor es perder de
vista la riqueza de la escritura y de las voces e ideas que pugnan por hacerse oír, dando
fijando una posición es la que ya mencionamos en el capítulo 1, entre estas dos posturas: la
poesía como comunicación, inaugurada por Aleixandre y teorizada por Carlos Bousoño; y
la poesía como conocimiento, insinuada por Barral y Gil de Biedma, y postulada por
comunicación a un lugar secundario y subsidiario del hecho poético, Valente asegura que
otro modo).
404
cincuenta años previos. Atribuye la vigencia de esta teoría al boom de los medios de
comunicación (la prensa, la radio, la TV, los paperbacks, el formato bolsillo de los libros,
etc.), que en cierto modo, gravita sobre el escritor y lo determina. Lo que observa Valente
es que esta idea de comunicación ha desplazado aquella otra que es fundamental y que
denota la naturaleza del proceso creador: la poesía como medio de conocimiento de lo real,
sin la cual el arte pierde su “verdadero sentido” y la “razón profunda de su necesidad” (58).
Esta cuestión está íntimamente ligada con la figura de poeta: si la poesía fuera
comunicación, el poeta sólo tiene como tarea dar a conocer un material que previamente ha
revelando una porción de la realidad experimentada, que espera ser conocida. No hay
palabra poética y el poeta es como un artesano que va tanteando las palabras hasta que le
lleguen las correctas. Si bien en los primeros textos, alude a la otra postura como
comunicación dentro de los “clichés que han podido reflejar los objetivos de la poesía
escrita en los últimos años [que] me parecen, desde tiempo, parciales e insuficientes,
En los textos autopoéticos de los 80/90, Valente no vuelve a hacer referencia a este
poética”, un texto publicado en ABC, el 2 de julio de 1997, donde rechaza de plano las
27 de `definir´ la poesía –por reflejo o rebote del `realismo vulgar´ de los jóvenes líricos de
postguerra– como comunicación” (743). Esta tendencia adoptada implica para Valente una
perspectiva más conciliadora, hacia el final de su vida se desplaza hacia el desprecio por
ella y por la generación que la impulsa (principalmente los del 27), a la cual caracteriza
como una generación “más [de] existencia antológica que ontológica” y por la “pobreza de
su reflexión por lo poético”, dio lugar a una “manifiesta falta de permeabilidad respecto de
las instituciones y por las formas de poder. Por ello, en el texto de madurez “Cómo se pinta
un dragón” (1992), terminará afirmando: “La poesía no sólo no es comunicación; es, antes
que nada o mucho antes de que pueda llegar a ser comunicación, incomunicación, cosa
otras dos cuestiones en estrecha relación con ello: la diferencia entre tema y objeto y la
distinción entre estilo y tendencia. Valente asegura que cuanto mayor es el acercamiento de
pues el tema se presenta como algo previo a la obra, responde a la intención del autor y
de conocimiento. El tema es “el enunciado genérico de esa realidad, que aun así enunciada
puede seguir estando encubierta. El tema no determina la forma […] El tema es por sí solo
condición y su ley”. De este modo, no debería haber diferencia ni separación entre forma y
objeto, porque la forma “no es más que el destino que la realidad impone a la palabra”, el
condicionamiento de la palabra por la realidad (59). Por eso, en PC afirmará: “las nociones
Distinguir entre tema y objeto permite también plantear la polémica entre dos modos de
concebir las corrientes literarias: tendencia y estilo. Como vimos, el objeto del poema
exige la asociación a una determinada forma, que es el estilo: “la capacidad del medio
realidad y para no existir en la obra más que en función de ese contenido” (48). La obra de
arte sólo se da, según Valente, si se respeta el estilo exigido por el objeto, cuya virtud
reside “en la capacidad de alojar ese contenido [de realidad de la obra literaria] y
producirse única y exclusivamente en función de él” (49). Pero si dejando de lado el objeto
valorar a los escritores, “puede ser nocivo no ya para un recto enjuiciamiento literario, sino
para la tendencia en cuestión. Nada hay nada que amenace más gravemente al joven
las palabras de alta carga negativa que utiliza para caracterizar esta postura contraria y que
407
se continúa en las siguientes distinciones: lo nuevo vs. la moda, la cual no es sólo “una
respeta el estilo puede caer en dos vicios que “liquidan de raíz toda posibilidad de que la
obra de arte se produzca”: el a priori estético, que hace prevalecer la autonomía del medio
del tema. Establecidas estas distinciones, desde su propia perspectiva, entre lo que es
literaria” (49). Valente está polemizando con las corrientes de la poesía española que
tema, tendencia y estilo, le dan pie al autor para afrontar otra polémica que entabla con los
poetas que se adscriben a los llamados “realismos sociales”: “Es curioso que una
promoción de escritores que pretende orientarse hacia el realismo corra de ese modo riesgo
cierto de irrealismo o formalismo temático”. Luego, diagnostica: “Abundan los poetas con
tendencia y escasean los poetas con estilo […] Por eso mucha de la poesía que se escribe
entre nosotros carece de esa raíz última de necesidad que da existencia al estilo” (50). Por
supuesto que en esta división de dos grupos también se incluye a la crítica. Por ello, opone
una “crítica de tendencias, [que] es, a todas luces, una crítica superficial y formalista, por
408
lo general miope para todo lo que en el contenido de la obra no pueda reducirse a un parvo
vemos, todo lo que se refiera al tema, a la tendencia y a los escritores y críticos que se
rigen por estos parámetros es no sólo inadecuado o incorrecto, sino también nocivo y
peligroso.
Esta cuestión está fuertemente ligada a la consideración del realismo literario, dentro del
revelación de una parte de lo real. Si es así, toda obra poética es realista, ya que pone de
manifiesto una zona de realidad que permanecía oculta. Por eso, ya en 1961, afirma “todo
gran arte es por naturaleza un arte realista” (1103). El realismo no depende, entonces, del
tema, de la forma, del grado de representación mimética de la obra, sino que se sustenta en
la naturaleza misma de todo proceso creador y supone un compromiso con esa realidad. En
cambio, ya en ese texto temprano, distingue los realismos “à la mode de chez nous”,
definidos
más que por el uso de medios verbales imprecisos (!) y sin relieve, por una
sorprendente identificación del lenguaje lógico y poético y por la piadosa (y
comprensible) renuncia a todo criterio de valoración cualitativa. Todo ello, además de
envolver gruesos errores, aleja el problema de sus aspectos más decisivos. Quiero
decir, más reales (1103; el destacado es del autor).
Una vez más, la postura contraria a la propia no sólo tiene características negativas, sino
denunciar estos modos “desviados” de considerar la obra literaria que producen efectos
nefastos no sólo en la misma obra, sino en lo que podríamos llamar “sus alrededores” (la
literatura en general, la capacidad crítica, las lecturas, etc.). Más tarde, en el apartado III de
NS hará referencia a esta incapacidad de los realismos de dar cuenta de lo real: “La esfera
de lo que llamamos `real´ o `realidad´ suele quedar acotada por lo que somos capaces de
409
imaginar como real en un momento dado. La realidad y sus realismos suelen ser el fruto de
una imaginación impotente, no capaz de imaginar otra cosa” (462). En este sentido, lo que
el gallego denomina “poesía verdadera” nace de una aparente paradoja entre invención y
de la realidad” (50). Así, podríamos hablar de un Valente realista en los términos que
sino tocado por una voluntad solidaria y por la expresión indignada del sufrimiento” (76).
moda” (II; 1103) incluye tanto poesía como narrativa y es una corriente que tuvo un fuerte
determinados temas exigidos por la situación histórica española. Estos postulados realistas
para la crítica) son también para Valente un motivo de polémica. Rescata sólo dos figuras:
Blas de Otero, a quien caracteriza como “el mayor de los poetas españoles de la llamada
suyo, de modo que cualquier influencia que se señale en su obra está lejos de menoscabar
su personalidad como escritor” (156); y junto a él, a José Hierro, pues son “dos de los
pocos poetas jóvenes actuales que destacan con voz absolutamente personal” (919).
Valente polemiza con esta promoción de escritores por su estrecha concepción del
fenómeno literario, sujeto a temas y a necesidades históricas, por la práctica de “un tipo
realidad” (1220).
“generación de los cincuenta” vino a rechazar esa visión de la realidad propuesta por la
promoción anterior y es lo que determina la formación del nuevo grupo (1121). Por eso, en
una entrevista de 1954, motivada por su obtención del Premio Adonais, se caracterizaba a
410
sí mismo como realista en cuanto que “[…] lo imaginativo casi no existe [en A modo de
esperanza]. Está construido sobre datos reales […], temas que aparecen en conversaciones
vulgares, fragmentos de las mismas. Por eso hay trozos representables en los que dialogan
los personajes”. Valente considera que “la poesía no inventa la vida, no puede inventarla.
No hace más que repasarla, repasarla…” (citado en Agudo 2012: 249-250). Para Agudo
estas palabras son un rechazo frontal del retoricismo al que considera como “un
Sin embargo, su concepción del “realismo” no coincide con lo que la teoría y la crítica
literaria suelen señalar y por ello, la noción de “poesía social” con la que se identificaba a
la generación anterior y que perdura para su propio grupo poético, pronto le empieza a
poesía social no debe serlo por el objeto de que se trata, sino por el destinatario, por las
personas a quienes se dirige” (251). Unos años más tarde, profundizará la brecha respecto
“el autor de las presentes líneas no considera que su obra poética esté a salvo del posible
rigor de sus propias conclusiones” (1139). Ese rigor no se hace esperar: porque
inmediatamente después, afirma que la vigencia de esa “fórmula ya antañona [de la] poesía
social” propone “temas [que] aún fuerzan los moldes poco capaces de la palabra poética
temas, la existencia de moldes son todos puntos condenables en poesía, desde el punto de
Una de aquellas fórmulas, de cuya robustez de anteayer cabía esperar frutos menos
desmejorados y monótonos hoy, es la `poesía social´. Parece claro que tal género ha
venido a dar de bruces y masivamente en un realismo de superficie o en un fenómeno
neto de lo que en otra ocasión he llamado `formalismo temático´ (1133).
411
Pero claro, aquí todavía no hace referencia a su propia participación en dicha fórmula.
En la misma encuesta, avanza un poco más y acusa a los poetas que pretenden asumir una
voz popular, simplificada o catequística, para tratar ciertos temas por conciencia, sin
duda sincera, de sus deberes ideológicos o de culto, mientras reservan los más
complejos y refinados registros de su formación lírico-burguesa para la expresión
poética de la experiencia privada (1134).
Este fenómeno que define como “falacia de la doble voz” y “esquizofrenia lírica”,
resulta una clara crítica a los poetas sociales no sólo literaria, sino también moral y
recuerda la acusación de hipocresía que Cernuda lanzaba contra sus colegas burgueses. 4
Esta crítica cada vez más aguda y corrosiva de las tendencias del momento derivará en una
(como les dice, para indicar sólo una coincidencia temporal) influirá de forma decisiva en
la construcción de su figura autoral. Si bien, como indican todos los críticos que estudian
los comienzos y la evolución de esta generación, Valente fue uno de los fundadores y de
los más activos participantes en los actos, homenajes, antologías, declaraciones que
consagraron a la promoción del ´50 en sus comienzos, esa adscripción inicial dará paso a
González Herrán (1994) describe “la peculiar e independiente relación que siempre ha
mantenido con ese grupo al que pertenece de una manera coherentemente paradójica: como
impulsor, como teorizador, pero también como el más heterodoxo de sus integrantes” (16).
Lo que nos interesa aquí es justamente esta brecha entre las acciones iniciales de Valente
4
De hecho, el mismo Valente, en un artículo publicado en Ínsula en 1969 y titulado “Lo demás es silencio”
(1164), denuncia el silencio que rodeó la obra de Cernuda por parte, no de la derecha fundamentalista y
recalcitrante que ni siquiera lo conocía, sino por los representantes de la “pretendida tradición liberal”, a la
que él mismo pertenecía y que se encargó de denunciar.
5
Para más detalle acerca de la formación y la trayectoria de la generación del medio siglo, ver: Payeras Grau
1986; Riera 1988 y 2000; Romano 2003b y 2009b; Lanz, 2009b.
412
panorama poético español, defendiendo el tratamiento concreto de los temas del momento:
Traigo a colación este artículo [el de José María Castellet sobre la actual situación del
escritor en España] porque también es prueba, a la vez, de lo necesario que resulta que
los escritores más jóvenes, los recién llegados, empecemos a afrontar temas candentes,
problemas en presencia y no nos vayamos a las nubes pedantes de un ensayismo fuera
del tiempo y del espacio (II: 876)
Nos interesa dar cuenta rápidamente de esta cita temprana, en primer lugar, para mostrar
que Valente se sentía parte del grupo de los “escritores más jóvenes”, “los recién llegados”,
que deben tomar una nueva actitud frente a las prácticas literarias de la época. Este
conjunto será el que luego la crítica denomine “generación de los 50” o “generación del
observamos este estilo polémico y ácido que caracteriza toda su producción ensayística.
La cuestión es que aquí defiende lo que él mismo luego atacará con similares estrategias
argumentativas. Entre las acciones realizadas por esos años y que ya mencionamos en el
capítulo 1, retomamos la serie “Once poetas” de presentaciones que será considerada luego
una primera antología del grupo, publicada en Índice de Artes y Letras en 1955; la
publicada en 1960, que vino a funcionar como operación consagratoria de aquél mismo
colección Colliure en homenaje a Machado. Estas acciones avalan, para Payeras Grau
(2011), “más allá de la evolución posterior del autor, y de su manifiesta desafección final
hacia los promotores de la idea, su inicial adhesión a un grupo que, por otra parte, aglutinó
la antología de Castellet, que supuso una manipulación de la nómina por parte del grupo
poeta gallego cita las palabras de Barral para rememorar el período de preparación de la
antología: “Recuerdo que en la reunión que tuvimos para hacer la antología, Valente estaba
siempre más a la contra, pero yo creo que es una de las figuras fundamentales de esta
continúa:
Barral dice la verdad. Yo estaba, en efecto, “a la contra” ¿Por qué? Porque la antología
en cuestión servía sobre todo para cristalizarse un grupo de poder (literario, pero de
poder), que iba a tener en Barcelona su asiento y que trataría de arrebatar el cetro al
grupo de igual naturaleza que presidía en Madrid Vicente Aleixandre (1464). 6
Las palabras de Barral dan cuenta de cuál era, ya en ese momento, la actitud de Valente
ante las operaciones estratégicas que los poetas realizaban en pos de alcanzar una posición
“tomada como punto de partida para el lanzamiento de cinco poetas `ìntocables´ del grupo:
6
En este texto, Valente realiza algunas de las declaraciones más duras respecto de sus compañeros
cronológicos, llamándolos incluso: “muñecos de serrín y de trapo” (1465). El enojo del poeta se debe
también a otro punto mencionado por Barral de forma engañosa: la exclusión del poeta Alfonso Costafreda.
Valente denuncia su eliminación de la antología de Castellet por imposición de Gil de Biedma (quien lo
declaró más tarde) y con el asentimiento del propio Barral y de José A. Goytisolo (1464). En las “Notas”, los
editores de la obra completa de Valente aclaran que en el manuscrito de este texto Valente dedicó a
Costafreda una frase evangélica, que ilustra perfectamente las circunstancias e implicancias de su eliminación
como traición y abandono por parte de sus amigos, enfatizada por el suicidio del poeta: “Se repartieron sus
vestiduras” (1645). Él mismo debió comunicarle la decisión “de sus amigos” al poeta excluido y pareciera ser
un punto que le produce incomodidad, a pesar de que Valente afirma haber sido amigo de Costafreda (1515).
El mismo año escribe otro artículo en La Vanguardia, en homenaje a este poeta suicida, en el que exalta su
figura y su poesía, en contraposición con “la escayola de los eminentes [que] se llena de lagartos” (1465).
7
También en el ejemplar que el Archivo Valente guarda de la antología de Castellet, se observa, a través de
las anotaciones al margen, la indignación que le causan las palabras del barcelonés: por ejemplo, en la página
41, en la sección sobre Juan Ramón Jiménez, Castellet afirma: “Hoy, cuando su poesía está, en tantos
aspectos, alejada de nosotros…”, Valente marca la palabra “nosotros” y escribe al margen: “de él”. En la
página 43, Castellet afirma que a partir de Campos de Castilla, Machado “abraza una poética de significación
realista”. Valente subraya el título del libro y acota: “no es lo mejor de Machado”. En una cita de Dámaso
Alonso que Castellet utiliza para valorar la evolución de la poesía de Aleixandre: “el retorno a lo que
(inexactamente, pero para entendernos) podremos llamar emoción directamente humana”. Valente subraya la
frase en cursiva y acota: “¡Coño!”. También en otros textos Valente menciona su repudio total a esta
antología, acusándola por ejemplo, de ejercer “presión ideológica” sobre todo el grupo de escritores y el
consiguiente disgusto que le causa (1218-1219); o volviendo sobre la exclusión de Costafreda y el carácter
funcional de esa antología a los grupos de poder literario del momento (1515-1518).
414
Eladio Cabañero, Ángel González, Claudio Rodríguez, Carlos Sahagún y José Ángel
Valente” (Romano 2003b: 38). Allí Valente publica su ensayo inaugural “Conocimiento y
también en la antología que Rubén Vela publica en Buenos Aires: Ocho poetas españoles,
para la cual entrega una versión de “[Autopresentación 1961]”, agregando un párrafo final,
ningún movimiento poético, pero supongo que compartiré algunas de las notas comunes
que podrían atribuirse a mis compañeros de generación” (Vela 1963: 120). Dos años más
admitiendo que su obra “ha sido y sigue siendo profundamente solidaria de la necesidad
histórica y social” de esta línea, pero también advierte que se vuelve una “fórmula ya
antañona” (1140).
Antes de seguir, advirtamos que, más allá de este adelantamiento respecto de la posible
crítica del lector por su menosprecio a la fórmula “poesía social”, él está participando con
estos textos de una antología titulada justamente “de la poesía social”. Es cierto que el
cuestionamiento del propio rótulo es ya un modo de resistirlo, pero no deja de ser parte de
la antología y publicar sus poemas junto a otros compañeros de promoción, lo que implica
de por sí una adhesión pública. Además, en los años siguientes, sigue participando de estas
iniciativas, que configuran sin duda una conciencia generacional tanto en los participantes
como en la percepción del resto de los actores dentro del campo literario. Por ejemplo, en
1968, José Batlló publica: Antología de la nueva poesía española (1968). Como indica
García Herrán (1994: 17), en las respuestas que el gallego redacta para el cuestionario
propuesto por el antologador, la postura de Valente parece más definida, pues afirma
pero vuelve a declarar: “no me siento ligado a ningún grupo poético” (I, 1161).
415
Diez años más tarde, se gestan otras dos antologías: la de la de Juan García Hortelano:
El grupo de los años 50 (una antología) (1978), de fuerte tenor consagratorio, en la que se
incluye una nota biográfica y una serie de poemas de cada autor; y la de Antonio
Hernández, Un promoción desheredada. La poética del 50, “muy discutible”, para la que
“Valente prohibiría expresamente su inclusión en ella” (García Herrán 17). Ese mismo año
da una entrevista a José Miguel Ullán, publicada en El País, en la que critica duramente la
antología de García Hortelano en varios puntos. Sirva como muestra de la dureza sarcástica
Hortelano traza unos supuestos colectivos, como punto de partida que no son sino los
supuestos de la situación de la posguerra civil; en verdad, podrían ser aplicables tanto
a un grupo de poetas, como a un grupo de albañiles, de zapateros, de médicos o de
farmacéuticos (1978: III).
Es evidente que el poeta hace varios años que ya no se siente cómodo con su inserción en
los encuentros, homenajes y actos que estén relacionados con este grupo poético, como él
explícita implica una fuerte (y quizá peligrosa en cuanto a la posibilidad de quedar fuera
De hecho, Gamoneda (2011) advierte que “sus compañeros y sus epígonos entendieron el
Sin embargo, este apartamiento radical del grupo no es repentino, data ya de muchos
años antes. En “Fuera del cuadro”, hacia 1970 en sus cuadernos de trabajo, Valente ya
pertenencia a la promoción del medio siglo. Se plantea una pregunta que parece replicar
otra que permanece fuera del texto: “¿Mi situación en el cuadro de los últimos cuarenta
esto, “escribir era un modo de tocar los límites de la ratonera, y en consecuencia, de sentir,
tiempo después, también se le vieron “sus condicionamientos, sus falsos colores, sus
radicales imposiciones, su subrepticia índole de ratonera de recambio”. Y una vez más, “la
escritura volvió a ser así nostalgia de un espacio exterior” (cursiva del autor). Dos
cuadros, dos grupos, supuestamente opuestos, pero que finalmente, al sentir de Valente,
crítica. Lo mueve a Valente un enojo, una indignación, que lo lleva a tomar distancia de
estos grupos: “Respecto del llamado grupo de los 50, yo me consideraría retratado en él si
lectura que resulta tan fácil, como engañosa (o aburrida). La pregunta que se nos presenta
es si hace falta recurrir a tantos epítetos ofensivos para declarar que él no cree en el análisis
años de poesía española (1960), marca el inicio de la “mistificación” del grupo de los 50 y
es parte de este engaño que, al momento en que escribe el texto, según él, todavía persiste.
lector medio, quien suele tener gran interés en este tipo de datos para conocer la
“ubicación” del escritor en el panorama actual, así como también en detalles picantes,
posición radical, incluso con humor, como en la entrevista con Danubio Torres Fierro, en
la cual confiesa: “Como sabes pertenezco a eso que se ha llamado la generación de los 50 –
y cada vez que escucho tal cosa me recorre un escalofrío; me parece que son cincuenta tíos
que vienen a caballo y amenazan con atropellarse” (1993: 70). Pero esta no es la primera ni
la única vez que se refiera al tema. Al parecer, los entrevistadores están empeñados en
consultarle acerca de su vinculación con la generación del medio siglo. En 1999, Méndez
relaciona, una vez más, la formación del grupo de los 50 como grupo de poder,
denunciar que esos líderes también se manejaban en función del poder que ejercían sobre
¿Que el grupo se mantiene? Claro que sí, pero lo hace por lo general alrededor de una
figura dominante y a la que se acoge una serie de gentes que, de otro modo, carecerían
de existencia. Por mi parte, y abundando en estas cuestiones, debo decirte que el
régimen de pertenencia a un grupo elimina, en el escritor, un rasgo determinante de su
carácter: el factor de riesgo. Tú tienes que arriesgarte y estar dispuesto a perder la
cabeza y de ninguna manera seguir los impuestos de un grupo que alguien impone –
aunque se trate de una persona muy inteligente (Valente 1993: 70).
En 1995, vuelve sobre esta cuestión y sobre la organización del campo en tanto focos de
Repite esto mismo también en la entrevista con Beatriz Berger: “Jamás me sometí a
solitariamente. Cuando ellos pensaban que había que escribir poesía política, yo no lo
Una vez dije que entre toda esa generación sumaban un poeta y medio, y esto produjo
un gran desconcierto, y ahora no sé si me excedí mucho y conté con demasiada
generosidad. Estas cosas me causan muchos problemas personales, pero uno tiene que
exponerse al juicio de sus contemporáneos. Creo que todo ese grupo se lo tiene
demasiado creído (Valente 1996b: 76).
En cuanto a los poetas que comienzan a escribir entre los 80 y los 90, Valente distingue
entre dos grupos. En primer lugar, valora a los que considera que no se sometieron a las
prerrogativas del poder y de la Academia, como Andrés Sánchez Robayna, Pere Gimferrer,
José-Miguel Ullán, Esperanza Ortega, Olvido García Valdés, Ada Salas (Fernández 1997:
66-67). Y así como reconoce la aparición de voces jóvenes muy buenas, tanto en castellano
como en gallego, también ataca abiertamente a los poetas de la experiencia, grupo poético
ejercido por Luis García Montero. Si bien en la entrevista con Blanca Berasátegui de 1994,
opta por la indiferencia, pues afirma ignorar “lo que pueda ser esa corriente que llama `de
la nueva experiencia´” (1994a: 18), en otros momentos elegirá la crítica mordaz para
referirse a esta nueva promoción. A ellos alude ya en 1989, en el primer fragmento de NS,
Una escritura glanduloide y amanerada florece –si a eso, como diría Mairena, puede
llamársele florecer– en el improfundo sur. Pienso en el racionero sutil y retraído, que
hasta él mismo tenía cara de enigma. ¡Enigmas!, gritan ahora éstos con tono
acusatorio. ¿De quién descienden, digo, tales patanes fláccidos? (455)
En este fragmento, Oliván observa que Valente despliega la ironía tan cernudiana como
Además, indica que de estas líneas de NS, “se deduce que el poeta opina que en los
grupo:
Se encuentran en esta cita varios de los tópicos que Valente no se cansa de repetir
respecto de la relación entre literatura y poder. Y cómo no, también la valoración positiva
permanece constante en las entrevistas. Por ejemplo, en 1996, Astorga le consulta acerca
Valente contesta:
Todo eso pertenece a la órbita de las gentes que quieren trepar, crecer, hacerse
nombre. Son escuelas artificiales: Pequeñas peanas del poder. Y como para mí, el
espíritu está reñido con el poder, todo eso me parece ridículo. O eres un hombre de
espíritu o eres un hombre de poder.
entienda esto [que la palara poética invita a la interioridad, es interior], no entiende nada y
ahora no entienden nada. Hoy los poetas utilizan una palabra instrumental, externa, Toda
esa poesía de la cotidianidad es una birria, no sirve para nada” (1994a: 15). En los años
siguientes, el ataque no disminuye. En 1998, ratifica: “Allá [en España] hay una escuela de
la `poesía de lo cotidiano, muy mala, que no me importa ¡nada!” (1998c: 5). Y en esa
misma entrevista, cuando es consultado sobre las etiquetas que le achacan, como “poeta
En entrevista con Nuria Azancot realiza una alusión directa a la poesía de García
de qué poesía y de qué experiencia se trate. Por ejemplo, `coger un taxi´ puede ser una
virulencia se observa en una encuesta del año 2000 (año de su muerte). Al ser consultado
acerca de cuál es el estímulo más importante para la creación poética en ese momento: si la
1614). referencias que retoman su propia poética. Pero no se limita al hablar de los poetas
2000, cierra su intervención con las siguientes palabras: “Como decía Keats, el poeta tiene
que aniquilar su identidad para dejar que el universo pase a través de él. Yerra el poeta que
Como bien afirma Romano, a través de estas posturas radicalizadas, “se proclamó
marginal frente a ese canon neorrealista (aunque, en rigor, abjurara de todo canon),
(2011: 339). Esta figura de autor es la que hemos observado que Valente pretende
otorgarse dentro de un medio literario corrompido por el poder, los intereses personales,
8
Se refiere al poema de García Montero, que se inicia con el verso: “Tú me llamas, amor, yo cojo un taxi”
(Diario cómplice, Hiperión, Madrid, 1987).
422
No hay duda de que en otras épocas los escritores, los intelectuales en general
reaccionaban con más viveza ante lo que se considera abusos de poder. Para decirlo
suavemente, los intelectuales son lentos, miedosos y cobardes, lo cual no es bueno
para el Gobierno. No soy ajeno éticamente al mundo político. Todos estamos
dispuestos –porque es muy fácil- a reaccionar contra la derecha dictatorial, pero lo de
ahora es más complicado, parece que todos están esperando algo, algún premio,
alguna subvención, alguna beca… El caso es que el mundo de la protesta política se ha
borrado del mapa intelectual. Me aterra la poca respuesta que hay a lo que yo llamaría
abusos del poder, que alimentan todo el clima generalizado de corrupción. Y nadie
asume las responsabilidades que hay que asumir (19994: 18).
Ya no hay gobierno que abuse explícitamente del poder contra los ciudadanos, pero eso
precaria de la palabra: “En ningún momento de la historia ha podido ser menor que en el
nuestro el respeto por la palabra” (Arancibia 1984). Y en 1989, señala su preocupación por
En las últimas entrevistas, la cuestión del cambio cultural se vuelve recurrente. Valente
indica cómo la palabra instrumental, la palabra del poder va copando no sólo el ámbito
poético, sino la sociedad entera a través del predominio de los medios de comunicación y
“restaurar el uso creador del lenguaje” (1990: 105). Esto mismo (que afecta también a los
compulsivo a no ser vistos” (455). A esta situación contribuye el imperio de los medios de
comunicación y de la tecnología:
423
Ese mismo año en una breve nota en La Tercera vuelve sobre la misma preocupación:
función de unos presupuestos poéticos que considera inválidos, sino también por el
trasfondo que esa concepción estética posee en cuanto a los rumbos de la política y la
resistencia y de lucha de la poesía contra los abusos del poder y las tergiversaciones de la
ideología, que como afirma Goytisolo (2009), “le valieron la fama de arisco y antipático,
de agrio perturbador del consenso”. Sin embargo, sus análisis (ya fueran elogiosos o
descalificadores) se basaban en un “análisis crítico” con el que podemos estar más o menos
Pero esas mismas convicciones que lo llevan a entrar en polémica con diversos actores
del campo, lo mueven también a respetar, admirar y acordar con otros poetas, artistas e
424
epígrafe, que pertenecen a latitudes, pensamientos y artes diversos, pero todos en una
artística valentiana. José Lezama Lima, Aníbal Nuñez, María Zambrano, Jorge Luis
Borges, Calvert Casey, Antoni Tàpies, Eduardo Chillida, Edmond Jabès, entre otros. Todos
creador y a sus múltiples perspectivas. Haremos mención aquí a aquellos que aparecen
La primera referencia es el escritor cubano José Lezama Lima, considerado por Valente
como “grande e inolvidable maestro” (465; 1485); o también como “uno de los escritores
Cuba, en diciembre de 1967 y a partir de allí, se entabla una amistad duradera que
continuará por vía epistolar hasta la muerte de Lezama (Valente 2008: 1321). El cubano,
Comparte con él los presupuestos estéticos que motivan sus obras, pero no el estilo o las
formas poéticas, que los distinguen radicalmente. En este sentido, Valente mencionará a
Lezama en reiteradas ocasiones al modo de una cita de autoridad para reafirmar sus propias
definiciones. Por ejemplo, al hablar de la importancia del objeto por sobre el tema (en PT),
transcribe en una nota al pie la siguiente definición: “La poesía -escribe hacia 1944 José
después de la cópula” (60n). Valente utiliza esta definición para sugerir que la poesía
excede la intencionalidad del poeta y los posibles condicionantes externos para ir más allá,
entre la sombra y la luz, cita: “La luz es –según tan bellamente escribe Lezama Lima- el
paradojas o imágenes en este caso de la naturaleza para sugerir. Algo similar sucede en la
cita sobre la que se apoya Valente para referirse a la unidad entre lo espiritual y lo
Existe una función creadora en el hombre –escribe Lezama Lima-, una función
trascendental-orgánica, como existe en el organismo la función que crea la sangre. La
poiética y la hemopoiética tienen idéntica finalidad. Instante en que lo inorgánico se
transforma en respirante (304-305).
buscar la palabra esencial: “Importa tener la gracia o el don de la `abundancia justa´, como
definir, de forma enigmática, lo poético: “Lezama Lima –el grande e inolvidable maestro-
llega a través de Góngora (1277); y también la admiración por Miguel de Molinos, figura
Por otro lado, Lezama será presentado por Valente como ejemplo de artista signado por
simplemente social) del escritor” (1188). La figura de Lezama reúne también en sí ambas
condiciones, pues sufre un exilio: no podrá publicar nada en Cuba desde 1970 hasta su
vacío y silencio” que le causó una gran angustia (1322). Valente lo define como “víctima
venceremos” (673). De este modo, Lezama es ejemplo del artista comprometido a través
de la palabra poética y por ello, juzgado y escarnecido por el poder. Su caso será motivo de
escándalo para el poeta gallego. Ante esto, el único consuelo será la propia definición de
Lezama que identifica la poesía con la resurrección y que Valente utiliza en los textos de
homenaje y reconocimiento que le dedica: “Sí, maestro, he ahí su última palabra, como
usted quiso sentirla, como ella fue o es, la poesía, metáfora de la resurrección” (677); “Sí,
querido maestro, volveré –le respondo-, porque yo, como usted, creo que, al igual que
la obra valentiana, con la fuerza de sus precursores, no sólo por sus presupuestos estéticos
sino por la admiración en términos personales que Valente le profesa, la cual nace en el
su primer encuentro:
Entón fun ver a Lezama e empezou a falar… e eu quedei… en nunca tiña coñecido
unha cousa semellante, era unha forza da naturaleza. Falaba como escribía. O mesmo
escribía, como falaba […] Tiña un poder de imaxinación incrible […] tiña unha forza
absolutamente incrible, ademais tamén era moi irónico (Rodríguez Fer 2000: 199).
relación personal estaban prácticamente fundidas […] Era un hombre de letras integral, un
hombre totalmente marcado por la creación literaria, por la palabra” (Nuño 1998: 8). Lo
La amistad con Lezama Lima se ve cruzada por la amistad con una filósofa y poeta
española, María Zambrano. Este intercambio es fundamental, pues como afirma García
Lara, “está en la base del giro final que el autor dio a su obra y a su poética a partir de las
relaciones entre poesía y filosofía, o mejor dicho, su indistinción” (33). De hecho, muchos
de los textos en los que Zambrano es mencionada, lo es en relación con la amistad entre
ella, Lezama y Valente (50-51; 1278; 1319; 1482). Entre 1962 y 1989, Valente recibe 17
podemos suponer que él le escribe otras tantas. Más allá del vínculo personal y familiar
temáticos comunes del pensamiento de ambos escritores. Por esta coincidencia, es que la
autopoéticas, seleccionado para esta investigación, Zambrano aparece mencionada una sola
vez como autora de la siguiente definición: “Palabra que no es concepto pues es ella la que
hace concebir” (304). Esta idea expresa uno de los postulados fundamentales de la poética
autopoético, como por ejemplo, en “Poesía y exilio” (1993), para dilucidar el significado
del exilio, no sólo como un hecho exterior, sino como parte de la condición humana:
A mediados del siglo XX, María Zambrano, en su tan entrañable, `Carta sobre el
exilio´, escribe: `Pocas situaciones hay como la del exilio para que se presenten como
en un rito iniciático las pruebas de la condición humana. Tal si se estuviese
cumpliendo la iniciación de ser hombre´ (685).
gallego indica que es en Claros del bosque (1977), donde la pensadora asume esa
una forma de pensamiento que se conecte con la realidad de una forma más fluida y
viviente, fuera de los estrechos límites del método y la formulación. Postula, entonces, el
428
traduce en un conocimiento puro del mundo, sin mediación alguna, que nace en la
intimidad del ser, y que lo abre y lo trasciende” (Abreu Ramos 332). Valente explicita
también la importancia que Zambrano posee en la historia del pensamiento español y cuyo
Creo que este reconocimiento del lugar que María Zambrano ocupa en la historia
reciente del pensamiento español le es, en todo rigor, debido. No quita ello para mí,
que tan en su proximidad estuve, la posibilidad de ver esa figura desde muy otros
ángulos. Y escribo esto, por vez primera, públicamente, pues sé que determinados
perfiles por mí trazados de la persona cuya obra acabo de evocar han sido objeto de
aciagas o estólidas interpretaciones (721).
La filósofa española reúne para Valente dos características esenciales como figura del
tradición “de los grandes espirituales españoles, desde Juan de Valdés a Teresa de Ávila o
Juan de Yepes” [Juan de la Cruz] (1300), y de Miguel de Molinos (342n); por otro lado, la
necesidad de que sea reivindicada por él, al no haber sido justamente valorada y
Otro autor que se hace presente en NS, es el cubano Calvert Casey, con quien Valente
publicación” por la censura del régimen castrista, Calvert Casey es el desterrado de la vida,
el exiliado definitivo en el suicidio, como Paul Celan, Gabriel Ferrater, José María
escritor que atiende al “desacuerdo fundamental del que la palabra poética es portadora”
(1189) y que no acepta las prerrogativas, las censuras, los límites del poder y las
429
Más allá de lo que el escritor cubano puede simbolizar respecto de las relaciones entre
poesía y poder, Valente y Casey comparten una afición fundamental: la lectura de la Guía
espiritual y la consiguiente admiración de Miguel de Molinos. Tal es así que ambos tenían
como proyecto realizar una edición del texto debidamente restaurado, proyecto que se vio
truncado por el suicidio del cubano y que Valente debió llevar a cabo solo. Esto es narrado
(“Breve historia de una edición” [434-447], publicado en Alianza [Madrid, 1989]) y que
repite en un trabajo sobre Miguel de Molinos, publicado en la revista Turia, en 1996 (726-
731). Calvert Casey era también un escritor sobre el que “gravitaban fuertes influencias de
la espiritualidad oriental y de las formas en que en ésta asume la visión o la experiencia del
vacío o de la nada”. Para la misma época, Valente descubría que esas “formas de
experiencia interior” poseían también una alta expresión en la cultura occidental, aunque
habían sido sumergidas o marginadas. Así ambos convergen en una intensa lectura y
Molinos supone también una posición clara respecto de los escenarios del poder en sus
diversas esferas.
Aunque no obtenidos directamente de textos autopoéticos, estos datos nos sirven para
comprender por qué Valente homenajea a su amigo en NS, libro homónimo de un libro
publicado por Casey, donde la presencia de éste se filtra por las grietas del discurso. La
430
sincrética de las diversas corrientes místicas para explicar la naturaleza de esa palabra, la
condición “extraterritorial” y liminar del poeta comprometido con la poesía, son ejes del
texto en los que la sombra del cubano se proyecta, aun sin ser nombrado explícitamente.
También tuvo con él una relación personal muy cercana y hacia el final de su vida, Valente
reconoce admirar tanto su escritura como su persona: “Eu tiven unha relación moi intensa
con Calver Casey. Era unha persoa encantadora e fomos moi amigos. Admiro moito a súa
escritura […] Teño moita fidelidade ao recordo de Calvert” (Rodríguez Fer 2000: 197).
Dos de los escritores nombrados hasta ahora son cubanos. De hecho, Valente reconoce
en sus entrevistas tener una relación fluida con sus colegas latinoamericanos: los dos ya
mencionados, pero también Emilio Whestphalen y Jorge Luis Borges. Y por otro lado, no
deja de insistir en la importancia de figuras como César Vallejo, Rubén Darío y Pablo
Neruda. El poeta gallego considera que la unidad de lengua que hay entre los españoles,
lengua española es la matriz que une a todos los hispanohablantes y que supone una
riquísima variedad (1984b: 86). Por eso, insiste en la importancia de tener una relación
estrecha con los latinoamericanos: “Los escritores españoles tienen que entender […] que
(Torres Fierro 1993: 71). Años después, él asegura haber seguido esa máxima,
comunico mejor con los poetas latinoamericanos de mi edad y con los jóvenes que con los
poetas españoles, al menos con los que están llevando la política literaria en este país”
(Nuño 1998: 10). A Westphalen lo caracteriza como “uno de los poetas vivos […] más
importantes de la lengua española […] [Con su libro Las ínsulas extrañas] establece ya
431
entonces la conexión con el eje de la poesía española” (Nuño 1998 9). También rememora
Era moi simpático, moi intelixente e moi modesto no fondo, este tipo de persoa que se
despega de sí mesmo, que non termina de crer que existe. A mim interésame
moitísimo isto porque ademais creo que tamén me pasa un pouco a min, que non creo
que exista completamente (Rodríguez Fer 2000: 200).
Hay otros textos dedicados a estos dos autores, que dan cuenta de que, en ambos casos,
los núcleos de reflexión de sus textos coinciden con los de la escritura valentiana. 9
Por último, otra figura evocada frecuentemente por Valente es la de Alberto Jiménez
describe el gallego en uno de sus textos: “Tengo para mí que el último gran continuador
del espíritu de la Institución [Libre en Enseñanza] que me cupo conocer, don Alberto
Jiménez Fraud” (1204); o también, como prolongador de “una estirpe mayor de maestros
orales, como Francisco Giner y don Manuel Cossío” (1136).Valente entabla una amistad
cuando se muda a Oxford. Jiménez Fraud es la figura del maestro, respetado y admirado.
Uno de los reconocimientos que le hace el gallego es por el modo en que dirigió la
como un alto lugar de la cultura o del espíritu, entendidos ambos como espacio de
creación” (1429). Pero no es sólo Valente el agradecido; muchos escritores habían pasado
9
A Westphalen le dedica, en 1991, dos textos que funcionan como prólogo de la obra del poeta peruano:
“Apariciones y desapariciones” (645-650) y “[Sobre Emilio Adolfo Westphalen]” (1475-1476).
Principalmente, en el primero podemos observar cómo Valente reconstruye la estética del peruano en plena
consonancia con la propia: “A Westphalen, a su poesía y a su persona, le es connatural el silencio […]
Escritor de muy radicales rupturas, lo es también de hondas y sedimentadas afinidades […] Westphalen
pertenece, pues, por naturaleza y estirpe, a una tradición marcada por la exploración intensa del lenguaje
poético mismo y la oposición espontánea a las formas más visibles y más impositivas de las retóricas
vigentes” (646; 648). A Borges también le dedica dos textos en la década del 70: “El otro Borges”, de 1971
(incluido en PT: II, 224-229) y “Borges y yo”, de 1979 (1280-1282), en los que claramente se hace referencia
al tratamiento de la cuestión de la alteridad tan presente en ambos autores. Para un mayor desarrollo de esta
relación, ver: Rodríguez Fer, Claudio (2013).
432
por esa casa y continuaban años después enviándole cartas a Jiménez Fraud en el exilio
Pienso ahora en la modesta casa de Wellington Place, donde habita don Alberto
Jiménez, en el corazón de la vieja ciudad universitaria inglesa. Allí llegan cartas de los
residentes diseminados por todas partes del mundo, pero por allí desfila también año
tras año una gran cantidad de gentes jóvenes de España, que reciben siempre una
palabra de aliento o de verdad, un consejo, una ayuda (204).
Fue una relación absolutamente filial y decisiva. Él me puso en contacto con una
tradición a la que yo no había tenido acceso. La España de la que yo había salido era
una España de dictadores. Todos hablaban mal del dictador pero todos eran dictadores,
Menéndez Pidal, Dámaso, todos eran cabecillas de facciones. En don Alberto descubrí
la enorme elegancia del que sabe oír e incita a hablar, cosa que en España era una
rareza, alguien que te incitaba a descubrirte a ti mismo. Ésa fue una de las bases de su
labor en la Residencia. Recuerdo con nostalgia y gratitud las horas pasadas en su casa,
el ir y volver hasta la parada del autobús absortos en la conversación sin querer
despedirnos (Valente 1999e).
también preocuparon a Valente. A esta reflexión Jiménez Fraud dedicó su vida y su obra.
Todos aquellos con los que Valente establece fuertes lazos de amistad o camaradería
pertenecen a lo que la crítica podría considerar un mismo grupo, una misma generación
la modernidad.
Valente nace en Galicia y permanece allí hasta que se muda a Madrid en 1948. Su
relación con la región será constante, según él. Sin embargo, esto no se verá claramente en
sus textos ensayísticos, cuyas alusiones al tema gallego aparecen tardíamente. Tampoco es
temprano el uso del gallego en su poesía, tal como recuerda el mismo Valente en 1999:
“Yo publiqué algunas cosas en gallego en esa etapa y no volví a escribir en gallego hasta
Ese poemario, Sete cántigas de alén, editado por Edicións do Castro (La Coruña, 1981),
su relación con Galicia. La frase de Molina que genera la escritura de este texto es:
explícita en dos poemas incluidos en Breves son (1968)” (1329). El gallego responde a esto
contundentemente: “El tema del origen es tema central de mi escritura, en verso y en prosa.
Difícilmente podría haberme desentendido del mío propio. Mi escritura en castellano lleva
una indeleble marca de origen” (1329). Según su perspectiva, un recorrido de sus primeros
libros revelaría esa vinculación con su origen, donde los poemas presentan “muy precisas
breve repaso de algunos de sus poemas en castellano que se originaron en temas o cantos
434
Las afirmaciones de Molina parecen haberle generado una necesidad de justificar el exiguo
uso de la lengua gallega en su obra; reproche que retruca de dos modos: por un lado,
poética:
Se escribe desde muy hondos posos, desde muy sumergidos ritmos de la lengua, que
se nos imponen o hablan en nosotros y que exigen una relación con la palabra de la
que todo fenómeno, por inmediato que fuera, de autotraducción, quedaría excluido
[…] En verdad, no se escribe en gallego (ni en cualquier otra lengua); al contrario, la
lengua gallega (o cualquier otra lengua), por determinantes ajenos a todo voluntarismo
o personal programación, se escribe o no se escribe en nosotros. Somos, pues,
nosotros quienes quedamos escritos inscritos en ella (1328).
supeditada a los modos de manifestación de ella y no a la voluntad del poeta, por lo cual
Por otro lado, luego del recorrido mencionado por su obra, cierra el texto presentándose
incluso como quien quizá más se ha referido a su origen: “Tal vez no fuese fácil encontrar
a nadie que haya vuelto en la escritura con mayor persistencia a esa ciudad en la que tuve
origen y de cuyo nombre, con frecuencia tal que es ya naturaleza, no quisiera acordarme”
gravitación de su origen y experiencia gallegos en su obra, más allá del idioma en que haya
sido escrita:
Galicia está muy presente en mi obra en gallego, que es reducida, muy intensa y que
no considero de menor calidad que la escrita en castellano y que le es contemporánea.
Hay una gran presencia de Galicia en los poemas escritos en castellano, una evocación
del mundo provinciano, de personas de la familia, del paisaje. Esos primeros libros
están empapados de la luz gallega. Luego pasa el tiempo y vuelvo otra vez a Galicia
en las Cántigas de Alén. El paisaje gallego sigue siendo mi paisaje a pesar de que
Almería me llama mucho (Valente 1999e).
10
Respecto de la formación intelectual y las relaciones culturales que Valente entabla en Galicia, durante su
vida en Orense y Santiago, consultar: Rodríguez Fer, Agudo y Rodríguez Fernández (2012): “Valente en
Galicia: quedar para siempre” (13-168).
435
vez que Valente se refiere a la cuestión gallega en sus ensayos. Este texto será retomado en
dos textos autopoéticos en gallego, de 1999, que guardan cierta unidad en la constitución
Augasquentes”, que publica en 1989. Luego, en la segunda mitad de los ´90, se produce
una sucesión de textos ensayísticos, en gallego, para medios periodísticos o para eventos
cívica”, los tres publicados en La Región, 1997 (el último apareció también en El
luego en Faíscas Xacobeas (Sociedade A Nosa Galizia, Ginebra, 1999). 11 Esta serie no
será objeto de nuestro estudio, pero la mencionamos porque marca este acercamiento final
a una tradición que si bien permanecía presente en la obra de Valente, no era la principal.
Por otro lado, tenemos dos textos, también elaborados en gallego, que conforman un
valentiana, a los que ya nos referimos en el capítulo 1. Son dos textos “prepóstumos”
(término que el mismo Valente usó alguna vez [1515]), es decir, cercanos a la fecha de su
Comunicación, sociedade, un debate permanente, libro coordinado por Xosé López García
11
Se exceptúa “Retorno”, de 1996, de tema gallego pero escrito en castellano. Narra uno de sus regresos a la
región para, por un lado, elogiar los avances de Santiago como ciudad cultural y por otro, criticar la
permanencia del caciquismo en la Galicia profunda
12
Las páginas indicadas corresponden a la traducción de este texto, realizada por Manuel Fernández
Rodríguez, que se encuentra en la sección “Notas” del tomo II Ensayos, de las Obras Completas (pag. 1648-
1656).
436
1999. 13 Una de las particularidades de estos textos es que incluyen otros, escritos
llamada “promoción de enlace” (escritores gallegos nacidos en los años veinte); establecer
su contacto más fluido con un poeta gallego: Xesús Alonso Montero; justificar su
supervivencia”; asimilarse a otro escritor exiliado: Neira Vilas, quien escribe en gallego
desde América; indicar una característica compartida por los escritores de esa generación:
“el silencio del gallego en los años en que empezó mi, nuestra escritura” (1652);
manifestar la latencia del gallego en su propia vida, etc. Pareciera ser que lo que quiere
probar o reafirmar Valente en este texto es que su “galleguidad” permanecía intacta, aun
cuando escribía en castellano y que su poesía (ya sea en uno u otro idioma) remitía
achacaban como defectos: “Este hecho apunta a la tradición gallega en función de la cual
hace falta leer mi poesía, sobre todo la primera parte de mi poesía” (1653). Para establecer
este vínculo persistente también indicará sus influencias, principalmente de los escritores
de la vanguardia gallega (Manuel Antonio, Rafael Dieste, Luís Pimentel, Vicente Risco,
cita. Sin embargo, hacia el final, será la figura de Rosalía la que rescate como “el centro de
las letras gallegas modernas” y un hito fundamental de su formación como poeta en cuanto
13
Su traducción, realizada también por Manuel Fernández Rodríguez, se encuentra en las páginas 1663-1665.
437
que para él “la figura de Rosalía es la encarnación de la palabra poética” (1655). Ponderará
a esta autora no sólo en relación con su obra, sino con toda la tradición de la península:
Una escritora que tiene sobre mí una influencia radical es Rosalía de Castro. He
escrito repetidas veces sobre ella y la considero un grandísimo poeta. Creo que en la
segunda mitad del siglo no hay más que dos poetas importantes de verdad: Rosalía y
Bécquer […] Pero sobre todo Rosalía, Rosalía rebasa los límites de la lengua gallega e
influye con sus libros en gallego y en castellano en Machado y en Juan Ramón
Jiménez. Y está presente en un poeta que nadie lo sospecharía, que es Cernuda.
Cernuda utiliza trozos de canción que son rosalianos. Rosalía es un poeta muy
importante, la línea que ella marca es para mí muy iluminadora, me siento depender
mucho de esa línea de poesía gallega y de los modernos, pues también leí mucho a
Dieste y a Manuel Antonio. Hay elementos de la tradición gallega que han pesado
sobre mí.
tratan sobre el mismo autor: “Realidad y sueño: La puerta de paja, de Vicente Risco”
(1953) y “Vicente Risco o el estilo como virtud” (1962), cuyo logro es “el recato y la
importancia de Rosalía: “Los escritores gallegos cuya influencia he podido sentir están
muertos. No me refiero, claro está, a Rosalía de Castro, que sigue siendo nuestro más
absoluto escritor, sino a Vicente Risco, Manuel Antón o Rafael Dieste” (1984e: 86).
Ambos autores: Risco y Rosalía, son los que Valente menciona con mayor frecuencia al
ser consultado sobre su relación con Galicia. De hecho, en la entrevista con Rodríguez Fer,
habla sobre su vida en Galicia y da cuenta del magisterio intelectual que ejerció sobre él
Vicente Risco, hombre de vanguardias que “a pesar dos coqueteos que tivo con nazismo
[…] sempre foi para min un exemplo e, dende logo, sigo crendo que é o escritor máis
importante da modernidade galega, tanto en galego como en castelán” (1998b: 458). Sin
embargo, resulta por lo menos llamativo que, al hablar de la presencia de sus precursores
438
escritor gallego.
Dijimos que estas dos autopoéticas pre-póstumas incluyen textos escritos con
de alén, por lo que su idioma original es el gallego (excepto uno). Sin embargo, se produce
algo extraño. Del poema dedicado a Rosalía de Castro (“Rosalía”), escrito originalmente
en gallego, Valente lee irónicamente no sólo la versión original, sino también su traducción
al castellano, realizada justamente por César Antonio Molina, aquel a quien había
“Castelao 86”. El primero trata sobre un sacerdote a quien caracteriza como “una figura
extraordinariamente no recordada por sus compatriotas. Sin embargo, fue este hombre una
defensor del campesinado, orador, periodista, entre muchos otros logros, que olvidado
dos tomos que el poeta encontró en una biblioteca ominosamente presente en su casa
materna, que finalmente se revelaría como propiedad del propio P. Basilio Álvarez. Es por
eso, que esta figura le permite recordar ese espacio repleto de libros prohibidos, que en
principio, no pertenecía a nadie y que fue “un insospechado alimento que terminó
apartándome de casi todo lo demás y que, sin duda, determinó mis primeros intentos de
escritura” (1548). Los libros que encuentra en esa biblioteca provienen de culturas y
Darío, Chocano, Rosalía, Curros y Lamas Carvajal, Cervantes, Hugo, Dumas, Flaubert,
Maupassant, Felipe Trigo, Pedro Mata, entre otros. Este texto, inserto en la conferencia que
439
estamos comentando, llama la atención, pues en cierta forma, genera algunos ruidos
respecto de las influencias gallegas que el autor pretende afirmar como definitivas en su
literatura (principalmente en la primera etapa) y los libros que leyó y que lo marcaron
definitivamente.
Es por eso que anteriormente decíamos que es curioso el modo en que Valente pretende
en estos textos establecer fuertes conexiones y deudas con la cultura y la lengua gallegas,
variadas y que parte de su estilo y también de sus logros están en ello. Además, no es
posible leer las palabras de esta Conferencia sin remitir a su inicio, donde la noción de
sujeto (y de la posibilidad de hablar del sí mismo) se alude como una frustración desde el
fuertemente con el mundo gallego, pero que se distancia de lo enunciado por él en otras
ocasiones, en las que afirma que sus influencias son muy heterogéneas, como vimos. En
Basilio Álvarez para su formación como escritor, y recién allí hace foco en los autores
gallegos incluidos, pues pone como punto de partida de sus primeras creaciones en gallego
de la adolescencia (que permanecieron inéditas), el contacto con esta tradición, así como el
contacto con el idioma cuando iba a la aldea. El hecho de que hablar gallego estuviera
prohibido en la ciudad por el régimen franquista, así como el silencio de los galleguistas
Valente, la necesidad de escribir en la lengua que consideraba suya (el gallego), en contra
de la otra que consideraba una imposición (el castellano): “Eu crin que había aí unha
contra esa represión” (1998: 459). Esto no hace más que fortalecer la imagen del poeta
siempre en lucha contra las injusticias y en actitud contestataria contra las imposiciones del
440
poder y marcar así la presencia del gallego en el inicio de su actividad poética, aunque sea
recién con la publicación de Cántigas de Alén que aparezcan versos suyos en este idioma.
El segundo texto en prosa leído por Valente, “Castelao 86”, será retomado también en el
Discurso de Investidura como Doctor Honoris Causa en la USC. Allí no sólo rescata la
figura de Castelao como fundador de tradición y una de sus lecturas más importantes, sino
que también se explaya en torno al sentido del pensamiento nacionalista gallego, en pos de
(1343). Advierte allí que este nacionalismo es una reacción contra el manto de bruma y
interiormente traicionada”. Por otra parte, aclara que Castelao (que debería ser referente en
uno que, con carácter federalista, se integre a la “gran unidad hispánica o ibérica” (1344).
Este último punto es fundamental para entender por qué Valente, que rechaza el
pensamiento dogmático y los corsets de las categorías, acepte y defienda una forma de
los otros textos que hemos visto, en los que la palabra poética no tiene origen étnico o
ciudadano que la determine. Estos textos deben leerse quizá en clave del activismo político
que Valente ejerce en la vida pública y que, hacia el final de su vida, fusiona con su
trayectoria literaria e intelectual, regresando a Galicia para establecer allí el enclave final
Esta figuración final como hijo de Galicia tiene su punto culminante en el acto
como Doctor Honoris Causa. Apadrinado por Claudio Rodríguez Fer (actual Director de la
y artístico por parte de la academia de esa región, lo cual da cuenta de la importancia que
tenía como poeta y como intelectual en la última etapa de su vida. Es por eso que se centra
en explicar su relación con ambas lenguas y justifica la elección de los textos leídos para
demostrar su “vinculación indeleble al mundo gallego”, la cual “ha sido mantenida tanto en
lengua gallega como en lengua castellana” (1664). Esta ceremonia honorífica se une a su
a disposición de todos los que quisieran consultarlo luego de su muerte. Al final de su vida,
Valente decide entablar una relación más fuerte con sus orígenes, a través de estos gestos
concretos, que son síntoma de una preocupación por la cuestión gallega, siempre presente
Como vimos en estos capítulos, desde una posición marginal elegida y procurada casi
con obstinación, Valente ejerce esta operación de resistencia ética que, más allá de las
diversas opiniones o posturas que pueda suscitar, marcará un nuevo rumbo para la
literatura española. El elemento crítico del que habla en el epígrafe será el que permanezca
constante a lo largo del tiempo y el que le permita cuestionar la tradición consagrada, los
modos de escribir, los modos de leer, los modos de hacer crítica en España, tal como lo
había hecho el propio Cernuda. Valente retoma, en cierto sentido, esta tarea de su
pretendan homenajearlo. Esta figura de poeta insobornable la mantendrá cada vez con más
personalidad, sin duda fuerte y hasta temible (según testimonios de sus contemporáneos),
comprometida con la verdad, ejercida desde muy joven y también del modo de concebir la
palabra poética como reducto de la verdad del hombre y del mundo, aquella que el
Así, el poeta que comienza siendo parte del grupo poético de los 50 e incluso
participando en los actos de fundación, pronto se separa para seguir su propio camino
desde una buscada posición solitaria, al igual que Cernuda. La puesta en cuestión de la
tradición canónica española lo impulsará a buscar en otras tradiciones los elementos con
los cuales construir su propio edificio poético: la línea española secundaria y rezagada, el
aporte de las corrientes místicas, la tradición inglesa y los poetas de la modernidad, el trato
con otras artes, etc. Esa pretendida marginalidad también cristalizará en el modo de
concebir el hecho poético y en el lugar que le otorga al poeta en este proceso, similar al del
443
místico. Por ello, también será consciente, como su precursor, de la necesidad de formar a
sus lectores para este nuevo modo de hacer poesía. De este modo, en sus autopoéticas,
sus textos. La palabra poética se vuelve centro irradiante del arte y del lenguaje, y en
mismo Valente da cuenta de esta acción insoslayable del poeta: “La utopía es
de escribir” (Valente 1995: 9). Sin embargo, a pesar de este desplazamiento del yo que
y de su poética para guiar al lector por el laberinto de esta palabra sustancial, palabra-
Si leemos sólo el conjunto de sus autopoéticas, podríamos pensar que Valente era un
sujeto tanto o más incomprendido y marginado que Cernuda y que permaneció, al modo de
espera de la revelación. Sin embargo, como vimos en estos capítulos, era un hombre que,
aun viviendo alejado de España, se mantuvo en el centro del campo literario por voluntad
propia (publicando allí todo lo que podía), colaborando desde Suiza con la resistencia
charlas y animar los focos republicanos; además, obtuvo variados premios y si bien, no era
conocido por el público medio, sí lo era por sus colegas del medio literario. La imagen de
poeta solitario y apartado del mundo la construyó en sus textos, fundada en la naturaleza
444
del proceso creador y de la palabra poética que exige, para revelarse, la distancia, el
Las autopoéticas funcionan, entonces, como un medio para instruir a los nuevos lectores
en cómo debe ser interpretada la obra valentiana; como un modo de pronunciarse en contra
de lo establecido desde una aguda mirada crítica; como una apuesta ética a partir de la cual
CONCLUSIONES
Las autopoéticas como conjunto discursivo no han sido abordadas en profundidad desde
investigación referidas a las escrituras del yo, los aportes son escasos. Por eso, en este
trabajo, nos propusimos explorar, tanto desde la reflexión teórica como desde el análisis
crítico, esta categoría textual, pues consideramos que enriquece nuestra aproximación a la
presupuestos estéticos que guían el quehacer de un autor, sino como un discurso interesado
en el cual éste construye una figura de sí mismo funcional a sus intereses y aspiraciones
dentro del medio cultural y literario en el que se inserta, al modo de una máscara que si
encaminadas, pues efectivamente los mecanismos discursivos que un autor pone en marcha
sí mismo, cuyo resultado es una imagen que responde tanto a su proyecto de escritura,
como al contexto del que surge su obra, la genealogía sobre la que asienta su trayectoria
(línea diacrónica) y la posición en el campo literario y/o intelectual que pretende para sí
autorreferenciales, a los que hemos organizado en cuatro tipos: temáticos, de sujeto (autor y
lector), genealógicos y del campo literario. Cuando estos índices se presentan en una
posición central y permiten pues delinear tanto una teoría poética global como una figura de
autor acabada, nos encontramos con las autopoéticas propiamente dichas. En este trabajo,
nos hemos abocado a estudiar específicamente aquellas que se manifiestan en las diversas
rigen éstos suponen un rol y un efecto diverso respecto de las otras autopoéticas que
dicho en ellas tiende a tomarse como base para el análisis de la obra de la que surgen y
Por ello, resultan una herramienta más eficaz y muchas veces decisiva en los diversos
La vinculación entre las prácticas concretas y la reflexión teórica de la que parten estos
textos los entronca directamente con la progenie del término poética, tal como vimos. El
sujeto que realiza esta reflexión a partir de su praxis artística se constituye en los textos
como un autor, es decir, como una instancia que no es totalmente ficcional ni puede ser
identificada tampoco con el sujeto histórico; es una identidad inestable y ambigua, que
permanece en el borde, entre el texto y el afuera y que fuerza la identificación con el sujeto
447
histórico para crear una ilusión que fortalezca la figuración autoral y la validez de sus
poeta y qué es la poesía/la literatura. Otro de los elementos que constituye esta
contexto en el que hay una tradición consagrada (establecida por las estructuras de poder),
tiene la libertad de elegir otro itinerario de esa tradición o retomar tradiciones ajenas para
hacerlas propias, al modo de una “conquista fatigosa” (como advertía Eliot). Las
autopoéticas son un espacio privilegiado para explicitar el listado de precursores con los
que el autor pretende relacionarse y que definen, en parte, su propia identidad artística. Por
último, además de insertarse en una línea diacrónica, los autores desarrollan su quehacer
artístico en un determinado campo (un aquí y un ahora). Éste posee reglas propias, un
determinado capital simbólico y una dinámica en la que las diversas prácticas autorales
generan reordenamientos. En función de la posición del artista, éste actuará sobre el campo
de diversos modos, ya sea para mantener su posición o para mejorarla y las autopoéticas
En definitiva, el estudio de estos textos nos permite trascender la función primera que se
forjarse una identidad, signada por una determinada poética, cuya genealogía entronque con
legitimidad en el campo, tanto para su condición de autor como para su práctica. Las
identificación entre yo-textual y sujeto empírico, la persuasión que pretende ejercer en sus
autoral.
Estas cuestiones fueron estudiadas a lo largo de este trabajo, en los corpus de dos
autores, Luis Cernuda y José Ángel Valente, haciendo foco principalmente en cómo los
índices autopoéticos de diversos tipos se van uniendo al modo de un rompecabezas para dar
forma a esa figuración que el autor pretende instalar como “verdadera”. En el capítulo 1 de
ambas partes, advertimos cómo, ya sea a partir de lo dicho por los autores, ya sea a partir de
las formas de decir, podíamos ir delineando las imágenes autorales que emergen de los
que en términos fácticos, responde a la mala recepción de su primer poemario (motivo que
siempre le causó gran angustia). Pero también está en correlación con sus presupuestos
dentro de la sociedad, que ha recibido un don (el poder daimónico) y eso genera la
lo rodea es no sólo una forma de reflexionar sobre el mundo, sino también, y luego de ese
traspié inicial, una vía para sobrevivir. A medida que avanza el tiempo, su imagen de autor
que sus contemporáneos piensen, aunque el enfrentamiento con ellos persiste. Al mismo
tiempo, también establece los modos adecuados de ejercitar la crítica literaria, basados en
ámbito español. Finalmente, el armado de una figura de lector como “naciente” o “en
formación”, es decir, que debe formarse para entender esta obra que plantea nuevos
parámetros para la literatura es un punto clave, en el que se presentan una serie de tensiones
irresueltas que cruzan las complicadas relaciones que Cernuda establece con los otros. La
que conjetura en sus destinatarios) es una actitud discursiva común de los ethos que
podemos analizar en sus textos; la cual se complementa con el ataque mordaz a sus
que la poesía es una vocación, un destino que le llega fatalmente, frente al cual el poeta no
tiene más opción que aceptar. Además, este destino ocupa toda su vida y la justifica,
significando, por otro lado, una gran responsabilidad. De este modo, no es el campo
literario (críticos, colegas, lectores, editores, académicos) los que le otorgan a Cernuda la
condición de poeta, sino que la obtiene de una instancia superior (¿el poder daimónico,
contra de todo.
Si Cernuda vivió un hecho disparador que, sostenido y exacerbado a lo largo del tiempo,
propició su conformación como una víctima, Valente, por el contrario, siempre contó con el
amplio reconocimiento del medio literario e intelectual. Por lo tanto, su constitución como
solitario (no como víctima), como “corredor de fondo”, respondió a una voluntad de
enunciación suele quedar elidido o desplazado. Por tanto, la figura autoral se construye de
palabra, el arte en general, y en función de ello, el poeta (en términos teóricos); y desde un
ethos autoral contundente y sólido en sus argumentaciones, que polemiza fuertemente con
los usos y costumbres del medio literario. De este modo, el centro de los textos del gallego
no es el yo, sino el objeto del que trata y la voluntad de delimitarlo, ya sea desde un
lecturas poéticas y en las entrevistas o en los textos finales que establecen sus filiaciones
con el mundo gallego; en todos estos casos, sin embargo y más allá de la presencia explícita
de ese yo, el centro de la reflexión sigue siendo la palabra, a cuyo servicio está el poeta y en
función de la cual éste se define. Así como Cernuda planteaba la existencia de un poder
como instancia externa y superior, que guía los derroteros del poeta. Sin embargo, como
advertimos, su presencia autoral es tan fuerte y las estrategias de persuasión tan efectivas
que resulta difícil deslindar al Valente ensayístico del escritor de carne y hueso. En una
operación que, a partir de lo dicho, pretende desplazar al sujeto a los márgenes, por otro
lado, en el decir, ese sujeto se sitúa como un punto de referencia en una poética que se va
resiste y defiende su peculiar propuesta estética. Por otro lado, el gallego precisa también la
función del crítico: así como el poeta es un cuasi-místico de la palabra, éste otro es un héroe
de la intelectualidad, que debe ejercer su tarea signada por valores como la verdad, la
autenticidad, la honestidad, para definir y orientar la valoración de las obras literarias. Las
451
posiciones valentianas se vuelven extremas: son lo que predica de ellas o no son nada.
Frente a estos planteos, la necesidad de guiar al receptor para que se transforme en un lector
adecuado para esta obra en particular es todo un desafío y por eso, el sujeto con sus
la intención de formar al lector para que comprenda estas nuevas propuestas literarias es
bien una actitud magisterial, preparando a su lector para cumplir con su misión de ser co-
genealogía que los autores se afanan en construir y que impacta directamente en el modo de
concebir el quehacer poético. Observamos además que, en ambos casos, ese quehacer posee
una dimensión ética, declarada y defendida por sus productores y en abierta contraposición
a lo predicado por los practicantes de las “poéticas del compromiso” (en auge durante la
notamos que los criterios para elegir precursores son dos: uno poético y otro vital. Con
algunos de ellos, comparten los postulados estéticos (por ejemplo, Cernuda con Garcilaso o
con los románticos ingleses; Valente con San Juan de la Cruz o con Lezama Lima). En
cambio, con otros comparten además (o en vez de) el credo poético, una actitud y una
aunque eso traiga críticas y condenas, como el caso de Miguel de Molinos o del mismo
Cernuda. Otro criterio que los dos escritores españoles comparten es, por un lado, el de
452
rescatar autores dejados de lado por la tradición de sus respectivos grupos poéticos: por
parte de Cernuda, y la revalorización de San Juan de la Cruz y de los textos judíos y sufíes
de origen español en Valente; por otro lado, ambos menosprecian a otros escritores
considerados como maestros: como Guillén y Salinas en el caso de Cernuda, o como los
poetas del 40 (salvo Blas de Otero) en el caso de Valente. Coinciden también en abrevar de
tradiciones no españolas en las que encuentran ideas y modos de concebir la poesía que
los surrealistas (no tanto sus aportes formales) o la valorización de la tradición poética
asimilación de las diversas tradiciones místicas que le otorgan herramientas para explicar su
poética y también una serie de autores de diversas épocas y orígenes, cuyas obras bucean en
mundo.
Apoyados en esos precursores, ambos elaboran teorías estéticas propias que proponen un
verdad esencial oculta detrás de las apariencias del mundo y expresarla, tratando de darle
forma a través del siempre insuficiente lenguaje. Para ello, el germen del poema será la
propia experiencia, que deberá objetivarse y despojarse del ornato del lenguaje para ser
relaciona la poesía con el conocimiento de la realidad, pero en este caso, no hay experiencia
previa ni el poeta debe intuir algo que ya existe y tratar de darle forma en la expresión. El
453
devenir revela una parte de la realidad que permanecía oculta y no podía ser manifestada de
otra forma. Avanzando el tiempo y con la asimilación de las corrientes místicas, la poesía
entendiendo”, en “el sentido oculto y misterioso de las cosas” que los versos nos proponen
contenidos o ideas o por su alusión directa al enclave histórico y social en el que se sitúan,
sino por el sólo hecho de existir como poesía en medio de una sociedad que, en el caso de
Cernuda, permanece cómodamente en las apariencias sin darse cuenta de que constriñe al
hombre y lo somete. En el caso de Valente, esa sociedad se deja seducir por las trampas del
lenguaje del poder y de las instituciones, pervertido por las ideologías. Con distintos
matices (mucho más radical en Valente), ambos consideran que el ejercicio de la poesía es
el aporte más grande y el mejor servicio que pueden hacer a la comunidad humana,
escondido, oculto.
Por último, sobre las bases de estas múltiples disidencias, los dos escritores entablan una
polémica abierta y corrosiva con el campo literario español; polémica a partir de la cual
respecto del que marcan y valoran su propia peculiaridad. Al configurarse como víctima y
comprenden. Pero justamente en esa incomprensión de las mayorías es que resulta claro
454
que el poeta es un ser excepcional y en cierto modo, superior a los demás hombres.
Cernuda suele poner de manifiesto esta supuesta superioridad moral que lo distingue de sus
España como en Latinoamérica; además, lo que él llama su “leyenda”, creada por sus
condice con el tono y las expresiones que utiliza en otros textos o en su epistolario, pero sí
cual se observa a partir de las polémicas que entabla con la mayoría de los grupos literarios
consagrados del campo literario español y sus correspondientes posiciones estéticas. Sin
afán polemizador surge unido a su éxito como escritor. Aunque cuestionado y criticado por
sus ideas, nunca le fue negado el reconocimiento de sus grandes dotes de poeta, narrador y
crítico, así como su autoridad en el medio intelectual. Es por eso que, con frecuencia, sus
sarcasmos, ironías e invectivas contra sus contemporáneos parecieran ser no una situación
angustiante que somete la escritura a una pasión interior, sino una consciente intervención
En definitiva, estos textos poseen una función determinada dentro de la producción total
de un autor. En principio, son una postulación explícita del proyecto de escritura, pero
también es posible pensarlos como una práctica concreta, cuyos mecanismos producen
Por todo lo dicho, las autopoéticas deben ser estudiadas e interpretadas semióticamente
en cuanto textos situados, atados al nombre de autor, pero hechos de lenguaje, de modo que
sujeto empírico y la confianza en lo dicho), no pueden ser tomadas como palabra verdadera.
Por ello, es necesario tomar distancia para advertir los mecanismos de construcción que
pone en marcha el texto. Por otro lado, la lectura en correlación con la obra ficcional debe
hacerse necesariamente con un criterio cronológico, pues el autor, sus intenciones, sus
intereses y su proyecto de escritura, van variando a lo largo del tiempo y cada autopoética
responde a una etapa particular, con determinada teoría estética, en relación con
autor resulta interesante y enriquecedor, pues es una primera instancia de aproximación que
nos sitúa en una especie de escenario, donde todos los elementos de esa producción total
con el campo, obra, etapas e incluso la mirada de la crítica. Cada uno de ellos es una puerta
a una parte de la obra que puede ser estudiada específicamente y en profundidad, pero
siempre en relación con la totalidad de la escena y su relación con el resto de los elementos.
Esta foto inicial nos anima a abordar el análisis de los textos desde una nueva mirada, pues
se insertan en una trama, que permite liberarnos de los rótulos y las etiquetas para observar
su devenir siempre en correlación con el contexto y en consonancia con una figura de autor
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que se compone de las imágenes que emergen de las distintas lecturas, al modo de un
más fácil el acercamiento a los textos, pero sí lo hará más rico, más completo y más
genuino, pues pondrá de manifiesto las coincidencias, los desplazamientos, las fisuras, en
definitiva, la riqueza del juego entre continuidad y mutabilidad que conforma la escritura de
cualquier artista.
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