Cuento Buena Suerte Mala Suerte 22 Dic
Cuento Buena Suerte Mala Suerte 22 Dic
Cuento Buena Suerte Mala Suerte 22 Dic
¡QUIÉN SABE!
Es una breve historia que nos hace reflexionar sobre el signo de las circunstancias que vivimos
en la vida, y sobre cómo en determinadas ocasiones (no siempre, claro está) la lectura que
podemos hacer de los acontecimientos, al ser a menudo parcial y limitada, no nos deja ver
lecciones ulteriores que la vida nos muestra con el paso del tiempo.
Un cuento corto delicioso que da mucho que pensar, y que nos hace esbozar una sonrisa. Dice
así:
«Una historia china habla de un anciano labrador, viudo y muy pobre, que vivía en una
aldea, también muy necesitada.
Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los
prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso
sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los
arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que
sobrevivir.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde
encontró la comida y la bebida deseadas. El hijo del anciano, al oír el ruido de los
cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había
entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para
impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano
labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a
parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que
ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y
sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo
inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién
sabe!”. Y no entendieron…
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Pero sucedió que, al dia siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos,
logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del
anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les
replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo
consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que
encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de
procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel
que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano
labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico
de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con
él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena
suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién
sabe!”. Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza.
Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo
de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos
los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y
llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni
potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había
riesgo de pérdida. Pero ese corcel no se andaba con chiquitas, y cuando el joven lo
montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo
y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos,
pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como
una verdadera desgracia. No así el labrador, quien se limitó a decir: “¿Mala suerte?
¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados
todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al
hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los
vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que
partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a
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expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir
hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus
amigos. A lo que el longevo sabio respondió: «¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién
sabe!».
Y es cierto que, en muchas ocasiones, lo que nos parece una bendición acaba
convirtiéndose en una pesadilla, mientras que en tantas otras, lo que parece un revés,
quizás nos abre la puerta a una situación que, con el paso del tiempo, agradeceremos.
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adolescentes-y-adultos/