en El Principio Era El Sexo

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Christopher Ryan

Christopher Ryan
SELLO Paidós

Cacilda Jethá COLECCIÓN Contextos

Cacilda Jethá
Otros títulos de la colección: Desde los tiempos de Darwin nos han contado que nuestra especie tiende C h r i s t o p h e r R ya n FORMATO 15,5 x 23,3 cm.
naturalmente a la monogamia sexual. Tanto la ortodoxia científica como Se licenció en Literatura Inglesa y Ame- Rústica con solapas
Testosterona rex las instituciones religiosas y culturales mantienen que hombres y mujeres ricana por la Hobart College en 1984 y
SERVICIO
Cordelia Fine se doctoró en Psicología por la Saybrook

EN EL
hemos evolucionado en familias en las que los unos intercambiaban sus
posesiones y su protección por la fertilidad y la fidelidad de las otras. Pero University veinte años más tarde. Basán-
PRUEBA DIGITAL
Humanos este discurso se desmorona. Cada día se casan menos parejas y los índices dose en su experiencia de la multicul- VÁLIDA COMO PRUEBA DE COLOR
To m P h i l l i p s de divorcios aumentan sin cesar, mientras el adulterio y la disminución del turalidad, Ryan centró su investigación EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.

deseo hacen naufragar matrimonios en apariencia sólidos. en tratar de diferenciar lo cultural de lo


Historia de las creencias universal en el comportamiento humano. DISEÑO 17-12-2019 Marga

PRINCIPIO
y las ideas religiosas ¿Cómo conciliar la realidad con el discurso imperante? Según los pensado- Su tesis doctoral analiza las raíces prehis-
Mircea Eliade res Christopher Ryan y Cacilda Jethá, es imposible. Y, en este libro provo- tóricas de la sexualidad humana y la di- EDICIÓN

cativo y brillante, a la vez que rebaten casi todo lo que «sabemos» sobre el rigió el renombrado investigador Stanley
Las razones del amor sexo, ofrecen una atrevida explicación alternativa. Krippner.
CARACTERÍSTICAS
Harry G. Frankfurt
Ryan ha dedicado la mayor parte de su
La tesis central de Ryan y Jethá es que los seres humanos evolucionamos IMPRESIÓN 4/0

ERA EL
tiempo a viajar alrededor del mundo y ha
La tabla rasa en su día en grupos igualitaristas que compartían la comida, el cuidado vivido y trabajado en diversos países; en

EN EL PRINCIPIO
Steven Pinker de los niños y, a menudo, las parejas sexuales. Entretejiendo indicios con- Barcelona ha sido lector en la Universi-
vergentes —habitualmente obviados— que nos ofrecen la antropología, la dad de Barcelona y asesor en varios hos-

ERA EL SEXO
arqueología, la primatología, la anatomía y la psicología sexual, los autores PAPEL
pitales.
ponen de manifiesto lo lejos que está la monogamia de formar parte de la
En la actualidad ofrece conferencias alre-

SEXO
PLASTIFICADO Mate
naturaleza humana.
dedor del mundo y colabora en varias re-
vistas, tanto especializadas como dirigidas UVI
al gran público.
RELIEVE
Cac i l da Je t h á
BAJORRELIEVE
Nació en Mozambique. Terminó sus es-
tudios en Portugal, tras lo cual trabajó
STAMPING
como investigadora en medicina y sexua-
lidad en el entorno rural africano. Hoy en
Los orígenes de la día ejerce la psiquiatría y vive junto con
FORRO TAPA

sexualidad moderna. Christopher Ryan en España.

Cómo nos emparejamos GUARDAS

y por qué nos separamos INSTRUCCIONES ESPECIALES

PVP 29,90 € 10252483


PAIDÓS Contextos
Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño
www.paidos.com Imagen de la cubierta: © Raffaello Bencini – Bridgeman
www.planetadelibros.com PAIDÓS Images – AGE

25 mm.
CHRISTOPHER RYAN
CACILDA JETHÁ

EN EL PRINCIPIO
ERA EL SEXO
Los orígenes de la
sexualidad moderna.
Cómo nos emparejamos
y por qué nos separamos

Traducción de Ignacio Villaro

PAIDÓS Contextos

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Título original: Sex at Dawn, de Christopher Ryan y Cacilda Jethá
Publicado originalmente en inglés por Harper, sello de HarperCollins Publishers

1.ª edición, enero de 2012


1.ª edición en esta presentación, febrero de 2020

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático,


ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia,
por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos
mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes
del Código Penal). Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar
o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com
o por teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

© Christopher Ryan y Cacilda Jethá, 2010


© de la traducción, Ignacio Villaro Gumpert, 2012
© de todas las ediciones en castellano,
Editorial Planeta, S. A., 2012
Paidós es un sello editorial de Editorial Planeta, S. A.
Avda. Diagonal, 662-664
08034 Barcelona, España
www.paidos.com
www.planetadelibros.com

ISBN 978-84-493-3661-4
Fotocomposición: gama, sl
Depósito legal: B. 747-2020
Impresión y encuadernación en Huertas Industrias Gráficas, S. A.

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro y está calificado
como papel ecológico.

Impreso en España – Printed in Spain

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SUMARIO

Prefacio: El primate que topó con su igual . . . . . . . . . . . . . . . . 13


Introducción: Otra Inquisición bienintencionada . . . . . . . . . . . 17
Unos pocos millones de años en unas pocas páginas . . . . . . . 28

Primera parte: Del origen de la (falsa) especie

1. ¡Acuérdate del Yucatán! . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37


Eres lo que comes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
2.  Lo que Darwin no sabía del sexo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
La picapiedrización de la Prehistoria . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
¿Qué es la psicología evolucionista, y por qué tendría que
importarte? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
Lewis Henry Morgan . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
3.  Una consideración más detenida del discurso convencional
de la evolución de la sexualidad humana . . . . . . . . . . . . . . 69
Cómo insulta Darwin a tu madre (La lúgubre ciencia
de la economía sexual) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
La famosa flacidez de la libido femenina . . . . . . . . . . . . . . . 75
La inversión paterna (IP) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 76
«Estrategias combinadas» en la guerra de los sexos . . . . . . . . 79
Receptividad sexual continua y ovulación oculta . . . . . . . . . 83
4.  El simio del espejo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87
Los primates y la naturaleza humana . . . . . . . . . . . . . . . . . . 90
Cuestionamiento del chimpancé como modelo . . . . . . . . . . 93
En busca de la continuidad entre primates . . . . . . . . . . . . . . 95

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Segunda parte: La lujuria en el Paraíso (¿Solitaria?)

  5.  ¿Quién perdió qué en el Paraíso? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 109


A propósito del funky y del Rock Around the Clock . . . . . . . 112
  6.  ¿A quién quieres más, a papá, a papá o a papá? . . . . . . . . . . 119
S.E.Ex.: compartir es gozar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 122
La promesa de la promiscuidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128
Un comienzo bonobo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 131
 7. Queridísimas mamás . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Fusión nuclear . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 142
  8.  Matrimonio, emparejamiento, apareamiento
y monogamia: menudo maremágnum . . . . . . . . . . . . . . 147
El matrimonio: ¿la «condición esencial»
de la especie humana? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149
Del puterío matrimonial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
  9.  La certeza de paternidad: la precaria piedra angular
del discurso convencional . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 159
Amor, lujuria y libertad en el lago Lugu . . . . . . . . . . . . . . . 161
De la inevitabilidad del patriarcado . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167
La marcha de los monógamos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 170
10.  Los celos: guía para principiantes dispuestos a desear
a la mujer de su prójimo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Sexo de suma cero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 178
Cómo saber cuándo un hombre ama a una mujer . . . . . . . 184

Tercera parte: Tal como no éramos

11.  «La riqueza de la naturaleza» (¿Pobre?) . . . . . . . . . . . . . . . . 191


Pobrecito yo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 196
La angustia de los millonarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199
Hallar contento «en lo más bajo de la escala de la raza
humana» . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 202

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12.  El meme egoísta (¿Miserable?) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 205
El Homo economicus . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 206
La tragedia de los bienes comunales . . . . . . . . . . . . . . . . . . 208
Sueños de progreso perpetuo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 212
¿Pobreza ancestral o abundancia asumida? . . . . . . . . . . . . . 213
De la política paleolítica . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216
13.  La batalla interminable en torno a la guerra
prehistórica (¿Brutal?) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 223
La naturaleza despiadada del profesor Pinker . . . . . . . . . . . 224
La misteriosa desaparición de Margaret Power . . . . . . . . . . 229
Despojos de guerra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 232
La invasión napoleónica (La polémica de los yanomami) . . 236
La búsqueda desesperada de la hipocresía hippy
y la brutalidad bonobo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 240
14.  La falacia de la longevidad (¿Breve?) . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
¿Cuándo empieza la vida? ¿Cuándo termina? . . . . . . . . . . . 245
¿Es hoy cumplir 80 lo que en otros tiempos
era cumplir 30? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 248
Muertos de estrés . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 252
¿Quién es aquí el iluso romántico, eh? . . . . . . . . . . . . . . . . 255

Cuarta parte: Cuerpos en movimiento

15.  Pequeño gran hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 261


En el amor y en la guerra de esperma, todo vale . . . . . . . . . 266
16.  La verdadera medida de un hombre . . . . . . . . . . . . . . . . . . 273
Porno duro en la Edad de Piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 279
17.  A veces un pene no es más que un pene . . . . . . . . . . . . . . . 281
18.  Prehistoria de O . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 295
«¡Qué horrendas extravagancias de la mente!» . . . . . . . . . . 297
Guárdate de la tetilla del Diablo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303
La fuerza requerida para reprimirlo . . . . . . . . . . . . . . . . . . 305

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19.  Las chicas son guerreras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 307
La vocalización copulatoria femenina . . . . . . . . . . . . . . . . 307
Sin tetas no hay paraíso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 311
A vueltas con el orgasmo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 315

Quinta parte:
Los hombres son de África, y las mujeres, de África

20.  ¿En qué piensa la Mona Lisa? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 325


21.  El lamento del pervertido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 335
¿Simplemente di «no»? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 339
La guía Kellogg del abuso infantil . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 341
La maldición de Calvin Coolidge . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 344
Los peligros de la monotomia (monogamia + monotonía) . 350
Algunas razones más por las que necesito una novia nueva
(igualita que tú) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 354
22.  Juntos frente al cielo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 359
Todos fuera del armario . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 365
El casamiento del Sol y la Luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 370

Nota a los lectores . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 373


Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 375
Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
Referencias y propuesta de ulteriores lecturas sobre el tema . . . . 417
Índice analítico y de nombres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 455

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CAPÍTULO 1

¡Acuérdate del Yucatán!

La función de la imaginación no es tanto dejar estableci-


das cosas extrañas como hacer parecer extrañas las cosas
establecidas.
G. K. Chesterton

Olvidémonos del Álamo. Es mucho más útil la lección que podemos


extraer del Yucatán.
Fue a principios de la primavera de 1519. Hernán Cortés y sus
huestes acababan de amarrar en la costa continental de México. El con-
quistador ordenó a sus hombres que le trajeran a bordo del barco a uno
de los nativos, al que preguntó cómo se llamaba la exótica tierra a la que
habían llegado. El hombre respondió: «Ma c’ubah than», que el español
entendió como «Yucatán». Ya le valía. Cortés proclamó que, de ese día
en adelante, el Yucatán y todo el oro que contuviera pertenecerían al rey
de España, etc., etc.
Cuatro siglos y medio más tarde, en la década de 1970, lingüistas
que investigaban los dialectos mayas arcaicos llegaron a la conclusión
de que «Ma c’ubah than» significaba «no te entiendo».1
Cada primavera, miles de universitarios norteamericanos celebran
concursos de camisetas mojadas, se revuelcan en piscinas de gelatina y
organizan fiestas de la espuma en las hermosas playas de la península de
Noteentiendo.
Pero eso de elevar el malentendido al rango de conocimiento no
es una exclusiva de los estudiantes que celebran las vacaciones de
primavera. Es una trampa en la que todos caemos. (Una noche, mien-
tras charlábamos después de cenar, un buen amigo me comentó que
su canción de los Beatles favorita era Hey Dude [«Eh, tío»].) Pese a sus

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38 del origen de la (falsa) especie

años de formación, hasta los científicos se dejan engañar por la sensa-


ción de estar observando algo cuando en realidad no hacen más que
proyectar sus prejuicios y su ignorancia. Son víctimas de la misma dis-
función cognitiva que tenemos todos: es difícil estar seguros de lo que
creemos que sabemos, pero no del todo. A pesar de haber interpretado
mal el mapa, estamos seguros de saber dónde nos encontramos. Cuan-
do resulta evidente justo lo contrario, la mayoría tendemos a seguir
nuestro instinto, pero el instinto suele ser un guía poco fiable.

Eres lo que comes

La comida, por ejemplo: todos damos por sentado que el hecho de


que algo nos encante o nos repugne tiene que ver intrínsecamente
con esa comida en particular; es decir, que no se trata de una reacción
a menudo arbitraria preprogramada por nuestra cultura. Entende-
mos que a los australianos les guste más el cricket que el béisbol, o que
a los franceses les parezca sexy Gérard Depardieu; pero tendríamos
que estar al borde de la inanición para siquiera considerar la posibi-
lidad de cazar una polilla al vuelo y metérnosla en la boca mien-
tras agita frenéticamente sus alitas polvorientas. Crujiente y jugosa...
Podríamos hacerla bajar con un traguito de cerveza elaborada con
saliva. ¿Qué tal un platillo de sesos de cordero? ¿Y perrito asado en su
salsa? ¿Nos tentarían unas orejas de cerdo, o unas cabezas de gamba?
¿Quizás un colibrí frito en aceite abundante, que se mastica entero,
pico, y huesos incluidos? Una cosa es saltar por los montes de Chile,
pero ¿qué tal un puñado de saltamontes fritos con limón y chile? Eso
es asqueroso.
¿O no lo es? Si las chuletas de cordero están bien, ¿por qué han de
darnos asco los sesos? Nos chupamos los dedos con el jamón, la pance-
ta o la paletilla..., entonces, ¿por qué las orejas, el morro o las manitas
de cerdo nos revuelven las tripas? ¿Tan distinta es la langosta del salta-
montes? ¿Quién decide qué es delicioso y qué es nauseabundo, y basán-

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¡acuérdate del yucatán! 39

dose en qué? ¿Y qué pasa con las excepciones? Trituramos los desechos
del cerdo, los metemos en un trozo de intestino y obtenemos embuti-
dos y salchichas muy apreciados. Puede parecernos que el beicon y los
huevos son inseparables, como las patatas fritas y el ketchup, o la sal y la
pimienta, pero eso de desayunar huevos con beicon se le ocurrió hace
unos cien años a una agencia de publicidad cuyo cometido era aumen-
tar las ventas de beicon, y en Holanda a las patatas fritas les ponen
mayonesa, no ketchup.
Si alguien piensa que es irracional comer insectos más le vale recon-
siderarlo. Cien gramos de grillos deshidratados contienen 1.550 mi-
ligramos de hierro, 340 de calcio y 25 de zinc: tres minerales que
suelen faltar en la dieta de los pobres crónicos. Los insectos son más
ricos en minerales y grasas saludables que la ternera o el cerdo. ¿Te
disgustan el exoesqueleto, las antenas y tanta pata de más? Pues más
te vale olvidarte del mar, porque las gambas, los cangrejos y los crus-
táceos son todos artrópodos, como los saltamontes. Y se alimentan de
la porquería que queda acumulada en el fondo marino, o sea, que
mejor no recurrir al argumento de que la dieta a base de insectos es
asquerosa. De todos modos, puede que ahora mismo tengas un troci-
to de insecto metido entre los dientes. Los inspectores de la Agencia
Alimentaria de Estados Unidos tienen orden de pasar por alto las
partículas de insecto que encuentren en la pimienta negra, a menos
que detecten más de 475 por cada cincuenta gramos, de media.2 Se-
gún los cálculos de un informe de la Universidad Estatal de Ohio, los
estadounidenses ingieren inadvertidamente una media de entre 450 y
900 gramos de insectos al año.
Un profesor italiano ha publicado recientemente un libro titulado
Ecological Implications of Minilivestock: Potential of Insects, Rodents,
Frogs and Snails [Repercusiones ecológicas del microganado: el poten-
cial de los insectos, los roedores, las ranas y los caracoles]. (Los micro-
vaqueros se venden por separado.) William Saletan, colaborador de la
revista Slate.com, habla en su edición digital de una empresa llama-
da Sunrise Land Shrimp [Gambas de la tierra Sunrise]. Su eslogan es:

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40 del origen de la (falsa) especie

«Mmm... ¡Gambas de tierra de las buenas!». Adivina, adivinanza:


¿qué es una gamba de tierra?

Las larvas de polilla australiana saben a huevos revuel-


tos con un toque de nuez acompañados con mozzare-
lla suave y envueltos en hojaldre... Son Deliciosas, con
D mayúscula.
Peter Menzel y Faith D’Aluisio
Man Eating Bugs

Los primeros británicos que viajaron a Australia explicaron que to-


dos los aborígenes con los que se habían encontrado vivían en la miseria
y sufrían hambruna crónica. Sin embargo, los nativos, como es habi-
tual entre los cazadores-recolectores, no tenían el menor interés en la
agricultura. Los mismos europeos que, en sus cartas y diarios, hablaban
de la escasez generalizada de comida se extrañaban de que los indígenas
no mostraran signos de inanición. De hecho, les llamaba la atención
verlos más bien gordos y relajados. A pesar de todo, estaban convenci-
dos de que los aborígenes pasaban hambre. ¿Por qué? Porque los habían
visto echando mano de los últimos re-
cursos: comían insectos, polillas y ratas,
bichos que a buen seguro nadie se lleva-
ría a la boca de no estar muriéndose de
hambre. A los británicos, que sin duda
debían de echar de menos el haggis (un
plato de vísceras de cordero con avena)
y la nata cuajada de su tierra, ni se les
pasó por la cabeza que aquellos fueran
alimentos nutritivos y abundantes, y
mucho menos que pudieran saber «a
huevos revueltos con un toque de nuez
A la rica larva.
(Fotografía: Glenn Rose y Daryl Fritz.) acompañados con mozzarella suave».

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¡acuérdate del yucatán! 41

¿Qué pretendemos demostrar con todo esto? Que el hecho de que


algo nos parezca natural o antinatural no quiere decir que lo sea. Todos
los ejemplos que hemos mencionado, incluida la cerveza elaborada con
saliva, son exquisiteces en alguna parte del mundo, y a la gente que las
saborea le repugnarían muchas de las cosas que nosotros comemos ha-
bitualmente. No debemos olvidar, especialmente cuando hablamos de
experiencias biológicas íntimas y personales como comer o practicar el
sexo, que los tentáculos de nuestra cultura, con la que tan familiariza-
dos estamos, llegan hasta lo más profundo de nuestra mente. No nota-
mos cómo ajustan el dial, ni cómo dan a nuestros interruptores, pero
los integrantes de una cultura, sea del tipo que sea, tienden a creer que
ciertas cosas están bien por naturaleza, mientras que otras están mal.
Puede que sintamos que estas creencias son las correctas, pero se trata
de una sensación de la que nos fiamos por nuestra cuenta y riesgo.
Como aquellos antiguos europeos, estamos todos condicionados
por nuestra propia impresión de lo que es normal y natural. Todos so-
mos miembros de una u otra tribu, a la que nos unen lazos culturales,
familiares, religiosos, educativos, de clase, de pertenencia al mismo
club deportivo o de cualquier otro criterio. Un primer paso esencial
para discernir lo cultural de lo humano es lo que el mitólogo Joseph
Campbell llamó la «destribalización». Tenemos que reconocer las di-
versas tribus a las que pertenecemos y empezar a desprendernos de las
ideas preconcebidas que cada una toma por verdades.
Las autoridades en la materia nos aseguran que sentimos celos por
nuestra pareja porque son un sentimiento de lo más natural. Los exper-
tos opinan que, para sentir intimidad sexual, las mujeres necesitan un
compromiso porque «así es como son». Algunos de los psicólogos evolu-
cionistas más eminentes insisten en que la ciencia ha confirmado que, en
el fondo, somos una especie celosa, posesiva, homicida e insidiosa y que
sólo nos salvamos gracias a nuestra precaria capacidad para elevarnos por
encima de nuestra esencia sombría y someternos al decoro de la civiliza-
ción. Es innegable que, en el núcleo de nuestro ser animal, los seres hu-
manos tenemos anhelos y aversiones más hondos que cualquier influen-

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42 del origen de la (falsa) especie

cia cultural. No vamos a argumentar que al nacer somos «tablas rasas» a


la espera de recibir las instrucciones de funcionamiento. Pero la sensa-
ción que tenemos en determinadas situaciones dista mucho de ser una
guía fiable para distinguir la verdad biológica de la influencia cultural.

Si te pones a buscar libros sobre la naturaleza humana, probablemente


te encontrarás con «machos diabólicos», «genes malvados», «sociedades
enfermas», «guerra antes de la civilización», «batallas continuas», «el
lado oscuro del hombre» y «el asesino de la puerta de al lado».* ¡Tendrás
suerte si sales con vida! Pero ¿presentan estos sangrientos volúmenes
una descripción realista de una verdad científica o son más bien una
proyección de suposiciones y temores contemporáneos sobre el pasado
remoto?
En los próximos capítulos, revisaremos estos y otros aspectos del
comportamiento social, reestructurándolos para presentar una visión
distinta de nuestro pasado. Estamos convencidos de que la explicación
que nos ofrece nuestro modelo sobre cómo hemos llegado al punto
en que hoy nos encontramos y, lo que es más importante, por qué en la
mayoría de los casos, si no en todos, la disfuncionalidad del matrimonio no
es culpa de nadie se ajusta más a la realidad. Veremos, pues, por qué
buena parte de la información que recibimos sobre la sexualidad huma-
na —sobre todo la que proviene de ciertos psicólogos evolucionistas—
es errónea y está basada en postulados infundados y caducos que se
remontan a Darwin, o incluso más allá. Hay demasiados científicos
empeñados en completar el rompecabezas equivocado que, en lugar de
dejar que las piezas de información caigan naturalmente donde les co-

* Demonic Males, Mean Genes, Sick Societies, War Before Civilization, Constant
Battles, The Dark Side of Man y The Murderer Next Door. Todos son títulos de libros.
The Dark Side of Man, de Michael Patrick Ghiglieri, tiene edición española: El lado
oscuro del hombre: los orígenes de la violencia masculina (Barcelona, Tusquets, 2005).
(N. del t.)

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¡acuérdate del yucatán! 43

rresponde, se empecinan en hacer encajar sus descubrimientos con


ideas preconcebidas y aceptadas por la cultura sobre cómo se cree que
debería ser la sexualidad.
El lector considerará tal vez que nuestro modelo es absurdo, obsce-
no, insultante, escandaloso, fascinante, deprimente, esclarecedor o evi-
dente. Pero, se sienta o no cómodo con nuestra exposición, esperamos
que siga leyendo hasta el final. No esperamos provocar ninguna reac-
ción en concreto con la información que hemos reunido. La verdad es
que ni siquiera nosotros sabemos muy bien qué hacer con ella.
Habrá, sin duda, quien tenga una reacción emocional ante nuestro
«escandaloso» modelo de la sexualidad humana; y también leales defen-
sores de las murallas del discurso convencional que rechacen y ridiculi-
cen nuestra interpretación de los datos al grito de «¡Acuérdate del Ála-
mo!». Pero el consejo que damos a los lectores, mientras les conducimos
por esta historia de postulados gratuitos, conjeturas desesperadas y
conclusiones erróneas, es que se olviden del Álamo y tengan siempre
presente el Yucatán.

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