Técnica de Asesoramiento Individual Unidad VII

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Universidad Nacional Evangélica

Nombre:

Petronila Rodríguez

Matricula:

2010-311932

Materia:

Técnica de Asesoramiento individual

Tema:

Unidad VII

Maestro:

Inocencio samboys

Sección:

05 Lunes de 8 a 10

Fecha

28/09/2020
Unidad VII: Una cuestión de elección

Tomar decisiones es algo que forma parte de la esencia misma del asesoramiento. El
objetivo primordial es que el cliente aclare sus ideas, es decir, que decida elegir
determinada vía de acción. El asesor ayuda al cliente a examinar las alternativas y luego
a elegir la mejor y atenerse a ella. Puede que en casos de asesoramiento más
concienzudo ayude incluso al cliente a comprobar lo adecuado de una elección
particular antes de aceptar definitivamente determinada alternativa.

¡Ay, cómo valoramos este objetivo: ayudar al cliente a tomar sabias decisiones! Es, sin
duda, una de las descripciones más claras, precisas y viables de lo que hacemos en esta
profesión nuestra, joven y misteriosa. Brota de las aguas desconocidas como la pulida
cima de un iceberg y brilla al sol.

Pero, como el iceberg, la mayor parte de su masa yace bajo la superficie. Oportunas o
inoportunas, las decisiones jamás se hacen en el vacío; no son algo aislado ni
desconectado. Y, una vez aceptado tal hecho, iniciamos una aventura en la que
debemos, como hombres rana, bucear, examinar e intentar calcular el tamaño de este
gélido gigante submarino.

Hasta influyen en nosotros ciertas presiones para que lo hagamos. ¿No nos inquieta
acaso la idea de nuestra responsabilidad en las decisiones tomadas en May Lai o en el
juicio del teniente Kalley? ¿No nos inquieta nuestra relación con las decisiones de las
autoridades (¿nuestras?) en la universidad estatal de Kent, en el Jackson State College o
en la prisión estatal de Attica, en Nueva York (donde la vida de nueve rehenes y
veintiocho presos pasó a hacer más pesada la masa de vil carnicería que llevamos en
nuestra conciencia colectiva)?

No hay duda de que nosotros, que estamos interesados en la toma de decisiones


prudentes (si es que han de tomarse), debemos explorar cada vez más, y luchar por
defender, la inmensidad acechante que hay bajo la aguzada silueta de la cima del
iceberg. Si no hacemos eso estaremos semihundidos; y si lo hacemos será volver la vista
de nuevo hacia el núcleo de ideas de reserva de la filosofía existencial.

¿Una vuelta al existencialismo?

El existencialismo es, más que cualquier otra, la filosofía de nuestro tiempo. Resulta
extraño, por ello, descubrir que no es en absoluto una filosofía (si consideramos
filosofía un sistema racional en el que se ponderan de modo concluyente imponderables,
y se subordinan, clasifican y ordenan las conclusiones, a fin de aclarar los misterios),
sino más bien un encabezamiento bajo el cual se agrupan los escritos de muchos
hombres que son, o han sido, contrarios a las filosofías de los sistemas filosóficos de
épocas anteriores (Kaufmann, 1956). El existencialismo no es tanto un sistema como
una disposición de ánimo, un punto de vista para afrontar las presiones de la vida. En
realidad, puede concebirse, en su sentido más pleno, como un medio de que el individuo
esté lo más intensamente vivo posible.

Desde el punto de vista histórico, el existencialismo partió de dos supuestos filosóficos:


el comentario de Dostoievski de que si no existe Dios cualquier cosa es posible («todo
está permitido») y la proclamación que hizo Nietzsche de la muerte de Dios.
Dostoievski fue un profeta: un fabulador que logró hipnotizar al mundo y predijo la
muerte real de seis millones de seres humanos judíos. Y por si esto no bastase, la
explosión atómica de Hiroshima lo hizo aún más patente en el escenario del mundo. Y
estos sucesos fueron la ejecución de decisiones tomadas por el hombre: las de Adolf
Hitler y Harry S. Truman, respectivamente, cada uno de los cuales se absolvió a sí
mismo con el pretexto de perseguir el bien de la mayoría o, al menos, de los más
importantes, en el fondo de su corazón.

¿Fueron estos dos hombres los responsables? Sí y no. Fueron, sí, indirectamente, la
causa de los actos por su decisión de ejecutarlos, pero las masas de individuos que los
sostenían en el poder, que apoyaron y ejecutaron sus decisiones (esta colección de
partidarios sin los cuales no hubieran podido ejecutarse) siguieron reforzando,
reafirmando las decisiones, redecidiendo, hasta que todos estuvieron complicados en el
asunto. No había intervenido el destino, no había intervenido la voluntad divina;
ninguna fuerza de la Naturaleza había precipitado aquello. La decisión del hombre había
suplantado a la de Dios y a la del Diablo.

Ésta es, pues, la visión de la vida y la muerte de la última mitad del siglo XX que
proporciona al existencialismo una notable prioridad filosófica. Es el hombre quien
tiene responsabilidad por sus actos y por las consecuencias de los mismos, cada uno de
los hombres y todos ellos, pues los hombres eligen su destino pieza a pieza. Ni
Hiroshima ni la muerte de seis millones de judíos fueron sucesos casuales, ni lo fueron
las muertes en los disturbios norteamericanos de los años sesenta, la matanza de May
Lai, los tiroteos de Kent y del Jackson State College, ni, en fecha más reciente, la
invasión del presidio de Attica por la policía. Para que este mundo y su especie más
desarrollada subsistan, este mundo profano y desacralizado debe alcanzar una paz
racional.

Jean-Paul Sartre es el escritor que más ha trabajado por la difusión de la idea de que la
existencia (el ser) precede a la esencia (aquello que hace que una cosa sea lo que es). La
idea no es nueva, por supuesto; Platón creía en la idea inversa, mientras que Aristóteles
no estaba de acuerdo. La idea del devenir, de potencialidad, es tan antigua como los
griegos clásicos, por lo menos. Lo que es renovador y atractivo en la elaboración que
hace Sartre de la idea es su insistencia en la elección consciente: nuestra esencia, en
cualquier momento dado, es la suma de nuestras elecciones previas. En realidad, la idea
misma de conciencia se define por elección. El individuo que pierde su capacidad de
elección pierde la conciencia. Pierde el control de sí mismo y puede alegar que ha
perdido el juicio. Incluso cuando no sabemos por qué elegimos, hasta cuando no
tenemos ningún fin concreto en perspectiva, cuando nuestra elección es mala o
perjudicial desde todos los puntos de vista, elegimos, sin embargo. Y en la elección,
creamos nuestra esencia.

Su sentido para los asesores

Las derivaciones de estas normas existenciales son de suma importancia para el asesor.
Éste debe abordar todo el papel de la elección, tal como se manifiesta en él mismo, y tal
como se manifiesta en su cliente. El asesor ha de lograr entender todas las facetas de la
toma de decisiones. Ha de conocer las consecuencias de la elección, el número infinito
de elecciones posibles que existen prácticamente en toda situación. Los sentimientos
interiores que tienden a predeterminar la elección, los estímulos externos que influyen
en ella, el carácter de cualquier elección determinada, la diferencia cualitativa entre
«esta» elección y «aquella».

El asesor debe comprender también todos los sutiles y pequeños medios por los que dos
seres humanos pueden influirse para condicionar mutuamente sus decisiones. El factor
temporal implícito en muchas elecciones (¿debe aplazarse la elección, suspenderse,
hacerse ya, hacerse de modo condicional, de modo irrevocable?) e incluso en qué
medida el no elegir es, en sí mismo, una elección.

Esto significa, sin lugar a dudas, que el asesor debe involucrarse en el laborioso proceso
del examen de sí mismo, no sólo para entender su esencia hasta ese punto del tiempo,
sino también en todos los momentos venideros y, sobre todo, en aquellos en los que se
está relacionando con un asesorado.

El asesor debe tener conciencia de las consideraciones relacionadas que están más allá
de la relación que tiene con su asesorado, pero que la condicionan. La cultura en la que
tanto él como su asesorado están «eligiéndose» se basa en la idea de la voluntad libre.
Los hombres son responsables ante la ley porque eligen actuar de este o de aquel modo,
realizar este o aquel acto. Es su capacidad de elección lo que les hace responsables,
aunque digamos que «caemos enamorados», por ejemplo, y los matrimonios se «hacen
en el cielo» y los «bendice Dios», no podemos abandonar el amor y el matrimonio sin
consecuencias morales sociales. En nuestra cultura, la mayoría de las elecciones son
éticas, y nuestra forma de actuar recibe aprobación o desaprobación casi de cualquier
testigo de nuestras acciones. Elijan lo que elijan el asesor o el cliente, no se trata, desde
luego, de una elección en el vacío.

El asesor necesita también percibir conscientemente que hay un factor subliminal en


muchas elecciones. ¿No se ha dado cuenta acaso de que compra más de lo que necesita
o cosas distintas a las que necesita cuando va a comprar alimentos con el estómago
vacío? ¿No ha conducido a veces demasiado deprisa su coche cuando no tenía
verdadera urgencia por llegar a su destino, sólo porque la plétora de imágenes fugaces
que bombardeaban sus sentidos, las vibraciones físicas que irradiaban del roce de las
ruedas con el pavimento hasta sus huesos en el asiento, y la sensación de poder
ampliado estimulaban su psique? ¿No ha intentado también el asesor, en más de una
ocasión social, decir una cosa y le salió exactamente la contraria? ¿No ha influido
muchas veces en su decisión de hacer algo concreto el hecho de que, en algún momento
olvidado, le había dicho a otro que lo haría?.

Por último, en lo que respecta a la elección, ¿cuál es el papel de la sustitución (o


identificación, transferencia o empatía)? ¿Podemos vivir a través de las elecciones de
otro y captar, en consecuencia, emociones, mientras nos eximimos de las
consecuencias? ¿Podemos adoptar o asimilar las elecciones de otro? El proceso
relacionado, casi la inversa de la sustitución, es la proyección. ¿Podemos transmitir
nuestras elecciones?

La conciencia de la masa inmensa que se esconde en las profundidades de la toma de


una decisión no tiene por qué convertir, y no convertirá en realidad, al individuo que
asesora en un Hamlet. El problema no es «ser o no ser», elegir o no elegir. El problema
consiste en tomar en consideración todas las circunstancias; y la cuestión es cómo llegar
a ser más consciente. Este asunto de la elección, si se examina del modo adecuado, no
debería inquietar al asesor entregado al examen del proceso de interacción. Debería,
más bien, colaborar a hacerle hipersensible. Puede estimular su interés, su atención y su
respeto por el cliente, por sí mismo y por la sociedad en la que vive. Puede mostrarle
que la conciencia es una parte creciente de su propia esencia.

Si el propósito del asesor es dedicarse a relaciones de asistencia y ayuda, da la


impresión de que ser un existencialista casi deja de ser, existencialmente hablando, una
cuestión de elección.

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