Animación Dominical

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EL ANIMADOR LITÚRGICO

La Iglesia necesita animadores litúrgicos, al servicio de la asamblea. ¿Se trata acaso de una forma de resolver
el problema de la falta de sacerdotes? ¿Y si la animación litúrgica fuese un servicio de Iglesia, una necesidad
que nos viene dada por la naturaleza misma de lo que es la asamblea litúrgica?

Donde están dos o tres re unidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18, 20). Los primeros cris-
tianos no olvidaron estas palabras de Jesús. Para ellos, congregarse, es responder a una llamada del Resucitado. Por
eso, muy pronto empiezan a reunirse el domingo, para celebrarlo en la Eucaristía. A esta asamblea la llaman
‘iglesia”, esta palabra designa a la vez al conjunto de los cristianos dispersos y a la comunidad que se reúne para la
celebración.

Todos los cristianos son celebrantes

En esta asamblea, Cristo está presente. Esta presencia está “significada” por aquel que preside, pero éste no es el
único que celebra, porque todos los bautizados forman parte del cuerpo de Cristo y son por lo tanto, de alguna La
labor pr manera, celebrantes. Los cristianos que, hoy en día, en el mundo entero, se congregan para celebrar, lo
hacen porque creen en el Resucitado.

El presidente de la asamblea

La asamblea litúrgica tiene un presidente. En la misa dominical, esta presidencia está asegurada por el
celebrante, es decir, por el sacerdote. En otros casos (el matrimonio, o el bautismo), un diácono o un laico pueden
hacerlo.

El presidente de la asamblea litúrgica es como el “sacramento” de la presencia del Señor: “significa” al Señor
aquí y ahora, en medio de los suyos. Se dirige a Dios en nombre de la asamblea, participando con ella en la escucha
de la Palabra y en las oraciones comunes, particularmente en el momento de la plegaria eucarística. En otras
palabras, le compete realizar algunos ritos o cuidar para que se realicen, así como favorecer la unidad de la
comunidad reunida.
El animador litúrgico, por el contrario, no preside la asamblea. Su papel consiste en ayudar a la asamblea a que
entre en el misterio de la celebración de la alianza entre Dios y los hombres en Jesucristo. El animador no debe
olvidar que está ahí para favorecer el encuentro entre aquellos que pertenecen a la alianza: Dios y el pueblo que ha
sido convocado.
Su ministerio consistirá en hacer que la celebración sea fervorosa y se desarrolle en armonía. Invitará a todos
aquellos que participan más directamente (lectores, cantor, organista, coral, fieles...) a que intervengan en el
momento que les corresponde, y esto a través de algún gesto o algunas palabras que resuman sobriamente el sentido
del acto, del desarrollo, o del canto en el que se va a participar.

Un servicio de Iglesia

La animación litúrgica es por ello un servicio eclesial. La animación litúrgica es normalmente responsabi lidad
de un equipo de cristianos. Con el fin de ayudar a la asamblea a que viva el misterio de la celebración eucarística,
estos equipos deben preparar y acondicionar el lugar de la celebración, acoger a los que van a participar, asumir
algunas funciones durante la celebración: acogida, lecturas, cantos, oración universal, colecta, etc.

LA LITURGIA

Antes de preguntarnos cómo se prepara la liturgia dominical, conviene que recordemos brevemente lo que es,
en general, la liturgia, y concretamente desde la perspectiva de este número de “Imágenes de la Fe”, cuál es la
historia de la liturgia eucarística.

La palabra liturgia viene de una palabra griega que significa “servicio público”. Los primeros cristianos la adoptaron
para designar el culto público que daban a Dios, culto referido a la vez a lo que Dios hace por su pueblo y a la Iglesia
por Dios. En un sentido más restringido, significa la celebración de los sacramentos, en particular el de la Eucaristía
llamada entonces “fracción del pan”. Este es el caso en Oriente todavía donde la “divina liturgia” designa a la misa.
¿Qué es la liturgia?
La liturgia integra otras celebraciones, además de las de los sacramentos: particularmente la del oficio divino,
los funerales, las consagraciones, las procesiones... Todas las reuniones litúrgicas tienen la misma finalidad:
responder a la llamada de Dios, presente en medio de su pueblo, para escuchar su palabra y responder a través de la
acción de gracias. Cada celebración litúrgica es un conjunto de palabras, de textos bíblicos, de gestos y de ritos, que
se suceden dentro de un orden definido en un “ritual”.

La liturgia es antes de nada una “acción” de Cristo resucitado, presente en la asamblea que se reúne. También es
una “acción” del pueblo cristiano entero -y no únicamente del celebrante- porque, por el bautismo, todos los
cristianos son miembros del cuerpo de Cristo. Por eso, todos están invitados a participar “activa mente” en las
celebraciones litúrgicas.
En el origen, la palabra celebración significaba “frecuentar un lugar masivamente”, “asistir en masa a una fies-
ta”. En los cristianos, designa habitualmente una acción litúrgica: la misa, un bautizo, una confirmación...

En los orígenes de la Iglesia

Desde los comienzos de la Iglesia, los cristianos muestran la necesidad de reunirse para rezar y celebrar a Cristo
muerto y resucitado. Como muchos de ellos son judíos, toman naturalmente elementos de la liturgia del Templo y de
las prácticas
de la sinagoga: los salmos, por ejemplo, que siguen recitando para alabar a Dios y darle gracias. Y tam bién algunos
gestos rituales como la purificación, la unción, la imposición de manos.

Pero el culto que los cristianos dan a Dios tiene su propia originalidad. Rápidamente, los discípulos de Jesús
dejan de acudir al Templo de Jerusalén para ofrecer sacrificios, y pronto dejan de frecuentar las sinagogas. Cuando
celebran la Eucaristía, se reúnen en la casa de uno de ellos. Más tarde será en las catacumbas, en el momento de las
persecuciones y más adelante, construirán y adaptarán lugares de culto para reunirse y celebrar su propia liturgia.

En este culto ofrecido a Dios por los cristianos, la escucha de la Palabra de Dios tiene un sitio importante, así
como la alabanza y la acción de gracias.

Sus asambleas litúrgicas son un acto de fe en Jesús, muerto y resucitado. Son reuniones fraternas en las que la
caridad tiene una gran importancia, así como la justicia y el perdón. Participar en ellas, es responder a la llamada de
Dios que convoca a su pueblo en “Iglesia” (una palabra de origen griego que significa a la vez “convocatoria” y
“reunión”). Esta reunión en Iglesia no es solamente una expresión de la fe cristiana: es un itinerario fundamental que
crea y “constituye” la Iglesia en el sentido fuerte del término. El corazón y la cima de esta reunión eclesial, es la
Eucaristía que renueva los gestos y las palabras de Jesús el Jueves Santo. La Eucaristía santifica a los cristianos: los
une entre ellos uniéndolos en Cristo resucitado. Para poder participar, hay que estar bautizado. También, desde el
principio de la Iglesia el bautismo es la ocasión para los cristianos de reunirse para celebrar la acogida de los nuevos
bautizados. Poco a poco, ocurrirá lo mismo con los otros “sacramentos” y otras manifestaciones de la fe y de la
piedad cristiana: funerales, procesiones, etc.

LA EUCARISTIA, MISTERIO PASCUAL

El pan y el vino que Jesús nos da en la Eucaristía, son su cuerpo y su sangre, pero su cuerpo entregado y
su sangre derramada por nosotros en la cruz. Jesús se da a nosotros con su muerte en la cruz y su resurrec-
ción: es Jesús en su misterio pascual con su victoria sobre el mal y la muerte. Lo que se celebra cada año en
la fiesta de Pascua, se celebra también cada domingo en la misa. Cada domingo es un día pascual: es el día
de Cristo resucitado. De la muerto ha surgido la vida, obra de Dios. Es lo que llamamos el “misterio
pascual”. La muerte de Jesús en la cruz tiene como fruto su resurrección: pasar de la muerte a la vida. Y
así, se convierte en fuente de vida eterna para nosotros que celebramos esta muerte y esta resurrección en
la Eucaristía. En el corazón de la celebración eucarística, expresamos esto a través de una gran
aclamación: Proclamamos tu muerte, celebramos tu resurrección, ven Señor Jesús.”

Una gran diversidad

Desde los primeros siglos, vemos que una serie de tradiciones toman cuerpo dentro
de la Iglesia dando así lugar a “liturgias” bastante diferentes. De esta forma, en Occidente, vemos cómo se
desarrollan y aparecen liturgias de diversos tipos: romana, galicana, ambrosiana, mozárabe. Y en Oriente, se da
igualmente un fuerte florecimiento de liturgias entre las que destaca la de san Juan Crisóstomo y la de san Basilio,
así como las liturgias armenia, copta, maronita, etc.
Por ello, en la Iglesia de los Francos, con los últimos Merovingios, conviven diversos estilos de liturgia. Car-
lomagno decide unificar toda esta pluralidad, imponiendo por todas partes la liturgia romana. Pero los concilios
regionales o provinciales conservan el derecho de mantener los usos juzgados como convenientes; las liturgias
particulares se multiplican durante los siglos XIV y XV.

Una preocupación por la unidad

El concilio de Trento, en el siglo XVI, no tuvo tiempo de abordar el campo de la liturgia. El papa Pío y (1566-
1572) se encargará de ello, imponiendo una liturgia única al conjunto de la Iglesia latina. Desde entonces, la
regulación litúrgica se convierte en una cuestión propia del papa y no de los obispos o de los concilios. Así será hasta
el Vaticano II.

Hacia una renovación

En el siglo XIX, un movimiento de reforma litúrgica se constituye con Dom Gueranger (1805-1875), restau -
rador en Francia de los benedictinos.
Dom Gueranger recomienda una oración comunitaria de inspiración bíblica. Restaurando el canto grego riano, hace
de la abadía de Solesmes un centro de renovación litúrgica. Se muestra partidario de los misales destinados a los
fieles conteniendo las oraciones tradicionales de la Iglesia y traducidas al francés, con la salvedad del ‘canon” de la
misa. Es un paso hacia adelante, pero aún estamos lejos de la participación activa de los laicos en la liturgia. Habrá
que esperar a Pío X (1903-1914) para que se de un nuevo impulso a la reforma litúrgica, concretamente con la
invitación a comulgar frecuentemente, y la posibilidad, para los niños pequeños, de comulgar a partir del momento
que sepan distinguir lo que es el pan eucarístico del pan ordinario (1910).
Durante los años treinta a cincuenta, un cierto número de acontecimientos llevaron a una evolución del espíritu
y de la práctica litúrgica. Primeramente el desarrollo de la Acción Católica y los movimientos de niños. La
renovación bíblica, litúrgica y catequética. Los encuentros fraternos entre católicos y protestantes en los campos de
concentración. La aparición de los sacerdotes obreros.
Todos estos acontecimientos y estos movimientos no solamente moldearon una nueva manera de entender las
celebraciones litúrgicas (misas dialogadas, etc.), sino que dieron lugar a numerosos intentos de reflexión y de
experiencias. Todos estos esfuerzos, todas estas búsquedas tuvieron como finalidad una participación más activa de
la asamblea, considerada antes de nada como una comunidad, así como el intento de situar cada vez más el misterio
pascual en el corazón y en la cima del año litúrgico.
Cierto número de decisiones tomadas por el papa Pío XII tendrán en cuenta esta evolución de la sensibilidad
religiosa de los cristianos. En 1951, restaurará la liturgia de la vigilia pascual y de la semana santa. En 1953, reducirá
el ayuno eucarístico a tres horas, lo que posibilitará la celebración de la misa por la tarde. En 1955, autorizará la
lectura de la epístola y del evangelio en lengua vernácula, durante la misa.

El Vaticano II

¡Esta evolución y ésta búsqueda continuarán bajo formas diversas, hasta la celebración del Concilio Vati cano II. Por
ello, uno de los primeros temas de reflexión que se plantearon desde el comienzo del concilio en 1962, fue
precisamente el de la reforma litúrgica. Concluirá el 4 de Diciembre de 1963 con la promulgación por parte de Pablo
VI de la Constitución sobre la liturgia definida como “cumbre y fuente de la vida cristiana”.

En lo que concierne más directamente a la Eucaristía, el Concilio, para poner en valor la importancia de este
sacramento, hará un número importante de cambios. Autorizará así la utilización de las lenguas nacionales y locales,
facilitará y animará a que los fieles participen en las celebraciones, invitándoles a que las preparen con el celebrante.
Todo esto permitirá a las celebraciones eucarísticas que sean mucho más vivas y se conviertan realmente en el centro
de la vida cristiana.

Desde el Vaticano II, las conferencias episcopales de los diferentes países han sido habilitadas para que puedan
determinar las adaptaciones locales necesarias, teniendo en cuenta los usos, mentalidades y diversidad de las
comunidades cristianas. El código de derecho canónico define las reglas fundamentales de la vida cultural y
sacramental de la Iglesia latina. En cuanto a la Santa Sede, ésta determina las grandes orienta ciones, en materia de
liturgia, los documentos de base publicados por la Congregación para los Sacramentos y el Culto divino.

La pastoral litúrgica

La constitución sobre la sagrada liturgia dice que la participación ha de ser: 1º Plena, que equivale a decir
interior y exterior, por medio de actitudes, gestos, respuestas, oraciones, silencios y cantos. Es toda la persona
humana, en todas sus dimensiones, la que se debe poner en comunicación con la celebración de los misterios. 2~
Consciente, a saber, fruto de una educación litúrgica adecuada, basada en una excelente catequesis. “Una
participación consciente y activa de los fieles no puede obtenerse si no están suficientemente formados” (De música
sacra, 22 d). La palabra consciente fue formulada de un modo claro por Pío XII en su discurso a los congresistas de
Asís. 3Q Activa, que equivale a que sea “participación armoniosa”, cuyo primer ejemplo lo deben dar “el celebrante
y los ministros que sirven al altar con la piedad interior debida, con la exacta observancia de las rúbricas y de los
ritos” (De música sacra, 22 c). Evidentemente, esto presupone que los sacerdotes, educadores y dirigentes cristianos
estén formados en la liturgia. El concilio insiste sobre todo en la educación litúrgica de los pastores. Para ello es
necesario: 1) que reciban una “educación adecuada” antes de su ordenación sacerdotal y después de su comienzo en
la vida del ministerio (SC, 15-18); 2) que se impregnen “totalmente del espíritu y de la fuerza de la liturgia” (n~ 17>,
y 3) que lleguen a ser “maestros de la misma”. Esta maestría, fruto paciente de mucha reflexión, lectura, consultas,
vida espiritual y actuación completa pastoral, se adquiere gradualmente (n9 18).

En resumen, podemos afirmar que pastoral litúrgica es aquella acción pastoral realizada hoy por el pueblo de
Dios con el objeto de edificar el cuerpo de Cristo, mediante las acciones eclesiales del culto cristiano, teniendo en
cuenta la situación real de los hombres. “La liturgia - dijo Pío XII- es la obra de la iglesia toda entera. Pero hemos de
añadir que, sin embargo, la liturgia no es toda la iglesia, que no agota el campo de sus actividades”. Otro tanto
afirma la constitución sobre la sagrada liturgia, “pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario
que antes sean llamados a la fe y a la conversión” (SC, 9).

EL AÑO Y LOS TIEMPOS LITÚRGICOS

El año litúrgico comienza el primer domingo de Adviento y termina el último domingo del Tiempo ordinario.
El año fue estructurado de manera que pudiera ayudar a los cristianos a revivir en la Iglesia hechos que
marcaron la historia de la salvación que trajo Jesús a todos los hombres.

El calendario litúrgico fue elaborado progresivamente a lo largo de los siglos. Comporta dos ciclos. El primero
celebra los grandes acontecimientos de la vida de Jesús, el segundo la memoria de los principales santos (santoral).
Un sistema de prioridades permite combinar los dos ciclos.

El calendario litúrgico

El ciclo de base es el primero: concede un sitio importante a las grandes fiestas de Cristo y a los domingos.
Culmina con la fiesta de Pascua, la mayor de las fiestas cristianas.

El santoral celebra la fiesta de los principales santos del calendario cristiano (unos 200 entre los casi cuarenta

mil que conocemos). Salvo para la Virgen María y san Juan Bautista, la fiesta de los santos se celebra el día del

aniversario de su muerte que se considera como el día de su “nacimiento” en el cielo.

Los tiempos litúrgicos

Aunque la Pascua sea la mayor fiesta cristiana, el año litúrgico comienza con la preparación de Navi dad. Esta
dura cuatro semanas y se llama Adviento (proviene de una palabra latina que significa “venida”). Es un tiempo de
espera y de esperanza.

El período preparatorio a la Pascua dura cuarenta días y se llama Cuaresma (de otra palabra latina que significa
‘cuarenta”). La Cuaresma comienza el miércoles de ceniza. Es un tiempo de penitencia y de conversión.

Las fiestas de Navidad y de Pascua son los pilares del año litúrgico.
Este está constituido en el siguiente orden: el tiempo de Adviento, el tiempo de Navidad, la primera parte del tiempo
ordinario (del domingo después de la Epifanía a la víspera del miércoles de ceniza, el tiempo de Cuaresma, el tiempo
pascual, la segunda parte del tiempo ordinario (de Pentecostés a la víspera del primer domingo de Adviento).

La fecha de pascua es movible. Determina cada año la del miércoles de ceniza, la de la Ascensión y la de
Pentecostés.

El corazón del año litúrgico es la semana santa. Cada año, del domingo de Ramos al domingo de Pascua, la
Iglesia celebra entonces la entrada solemne de Jesús en Jerusalén (domingo de Ramos y de Pasión), la institución de
la Eucaristía (jueves santo), la pasión de Cristo y su muerte en la cruz (viernes santo) y su resurrección durante la
noche de pascua. A lo largo de esta noche es costumbre celebrar los bautizos de los catecúmenos que se han
preparado a lo largo de la Cuaresma.

A lo largo de todo el año litúrgico, la Iglesia invita a los cristianos a celebrar con ella ciertas fiestas del Señor, de
la Virgen o de los santos, según un orden de prioridades fijado cada año por el calendario litúrgico.
Para cada ciclo litúrgico, encontramos en los libros de la misa, las lecturas bíblicas y las oraciones
correspondientes a la celebración del día. Las lecturas de los días de la semana permiten recorrer los cuatro
evangelios en un año y los pasajes más importantes de los otros libros de la Biblia en dos años. Las lecturas de los
domingos fueron escogidas con una finalidad semejante pero se reparten en tres años, llamados años A,B,C. El año A
comienza en Adviento de 1995 y termina al final de noviembre de 1996. El año B comienza en Adviento de 1 996 y
termina a final de noviembre de 1997. El año C comienza en Adviento de 1997 y termina a finales de noviembre de
1998. Para los cristianos, el domingo es la mayor de las fiestas, aquella en la que se celebra la Resurrección de
Cristo. Por eso, se reúnen ese día para celebrar la Eucaristía.

CANTO Y MÚSICAEN LA LITURGIA

El canto es esencial en la liturgia, y particularmente el canto de la asamblea. Los primeros cristianos, ya


cantaban “salmos, himnos y cánticos”, cuando se reunían para la celebración. (Efesios 5, 19-20).
Para facilitar la lectura de las páginas que siguen a continuación, los consejos prácticos van precedidos del
signo.

La música sacra, será tanto más santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando
con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya sea enriqueciendo de mayor solemnidad los ritos
sagrados”.
(Vaticano II, Constitución sobre la liturgia, 112).

• El canto realza el carácter festivo de la Eucaristía, sobre todo en las grandes fiestas. No es una obligación. La
práctica debe ser libre. Cantar sin cesar, a lo largo de una celebración, puede ser pesado e impedir el recogimiento.
Cada equipo litúrgico debe apreciar si se debe o no cantar en tal o cual misa, así como lo que conviene cantar.

El canto, expresión de la fe

El canto permite a la asamblea que se constituya, que se consolide, que se exprese y participe en la acción
litúrgica. El canto sostiene y prolonga la oración y el recogimiento. Acompaña los desplazamientos, las procesiones.
El canto mide, subraya y da ritmo a los momentos importantes de la celebración. Los cantos de la asam blea deben
ser escogidos con cuidado: sencillos, fáciles de aprender y de recordar, bien adaptados a los diversos momentos de la
celebración (el ofertorio de la misa no es la comunión...). Al igual que los salmos, en los que muchos se inspiran, los
cantos religiosos pertenecen a géneros diferentes y permiten expresar una gran
variedad de actitudes y de sentimientos: la adoración, la acción de gracias, la petición, la súplica, la confianza, la
esperanza, la alegría, la pena...

Aprender cantos nuevos

• Para cantar juntos, hay que conocer un mínimo de cantos y por lo tanto prenderlos. Este ensayo puede realizarse
antes de la celebración, concretamente durante las semanas que preceden a las grandes fiestas: esos pocos minutos
que se dedican para ensayar o aprender un canto conocido o nuevo, permiten a la asamblea que puedan enriquecer su
repertorio musical.
Para que se puedan aprender bien los cantos no es necesario que toda la asamblea tenga en mano toda la letra del
canto, y enseñar especialmente la parte del canto en la que debe intervenir exclusivamente la asamblea. El organista,
u otro instrumentista puede tocar y acompañar durante el ensayo para que sea más fácil aprenderlo. No olvidemos
que el instrumento no actúa como solista sino como sostén del canto tanto de la asamblea como del solista o del
pequeño coro. Una vez que el animador del canto explica rápidamente el sentido del nuevo canto y su estructura, lo
enseña frase por frase. El aprendizaje no debe sobrepasar unos cuantos minutos y debe prolongarse en la celebración
del domingo siguiente hasta que la asamblea lo cante con seguridad.

El animador del canto

• El papel del animador del canto no es solamente el de enseñar los can tos nuevos. El animador interviene también
durante la celebración para indicar los cantos que se han previsto y dirigirlos en la asamblea. Su papel es el de
ayudar a los que están reunidos a que expresen su fe con seguridad, a través del canto. Para ello, se le debe ver bien
por parte de toda la asamblea, con el fin de que sus gestos sean comprendidos por parte de todos. Estos deben ser
sobrios y precisos. El canto de la asamblea resultará más hermoso y se cantará con mayor seguridad si es
acompañado por un instrumento, el órgano, o una guitarra. Dirigir el canto de una asamblea es todo un arte, sobre
todo cuando es numerosa.

La coral
Existe, en algunas parroquias, una coral más o menos grande que debe también jugar su papel en las
celebraciones litúrgicas, particularmente los domingos y los días de fiesta. La coral hace parte de la asamblea: al
igual que ella, los que la componen participan en el conjunto de la celebración. Debe cantar con la asamblea para
dinamizar y “tirar” del resto de la asamblea. Algunas veces, canta como solista, en el nombre de la asamblea,
creando un ambiente favorable para el recogimiento: por ejemplo en la presentación de los dones, o después de la
comunión... Muchas veces, por razones prácticas, la coral se sitúa cerca del órgano. Sea cual sea su importancia, sus
cualidades, su repertorio, la coral debe estar siempre al servicio de la asamblea litúrgica en la que el canto siempre es
algo prioritario.

El órgano y los instrumentos

• En muchas iglesias hay un órgano. El que lo utiliza está él también al servicio de la comunidad que cele bra.
Además de sus competencias musicales, debe tener una formación litúrgica. Su papel consiste en acompañar el canto
de la asamblea y eventualmente el de la coral, así como crear musicalmente a través de otro instrumento, un clima
que favorezca la unanimidad, el recogimiento, la meditación, la participación activa de la asamblea en el misterio
que se celebra.

LIBERTAD DE ESTILOS
ARTÍSTICOS EN
LA IGLESIA

La Iglesia nunca consideró como propio estilo artístico alguno, sino que, acomodándose al carácter y las
condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de cada tiempo, creando en
el curso de los siglos un tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosa mente. También el arte de nuestro
tiempo y el de todos los pueblos y regiones ha de ejercerse libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los
edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverenda, para que pueda juntar su voz a aquel admirable
concierto que los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados. (Vaticano II, Constitución
sobre la liturgia, 123).

Es evidente que debe existir una colaboración y una sintonía estrechas entre el organista, el animador del canto y
el responsable de la coral, evitando así faltas de coordinación que no hacen sino distraer a la asamblea impidiendo el
recogimiento y que se esté a lo que en ese momento se está expresando.

• Otros instrumentos pueden junto con el órgano animar el canto de la celebración: flautas de pico, guitarras,
instrumentos de percusión..., especialmente en las celebraciones animadas por los jóvenes o en las misas con niños.
También ellos deben estar al servicio de la oración en común, usándolos con discreción y discernimiento. Es
necesario que todos los músicos hayan podido ensayar antes del comienzo de la celebración, así como cada una de
sus intervenciones haya sido prevista y programada con antelación.

La música grabada

compuesta por gestos, palabras, actitudes, cantos, música... La música que se canta, que se hace “nacer”, debe ser
prioritaria sobre la que se escucha, pero esta prioridad
de la música viva no excluye que se pueda utilizar la música grabada.

En algunos casos, puede completar la música cantada por la asamblea o la coral, o aquella que ejecuta el
organista u otro instrumentista.

• Normalmente, la música grabada se utiliza porque no se dispone de instrumentos o porque el organista o el


instrumentista está ausente. Entonces sirve para crear un ambiente, por ejemplo antes de la celebración, o durante la
procesión de la comunión. También se puede utilizar como música de fondo para una oración o algún texto leído.
Esta música se debe escoger con cuidado y adaptarla al contexto litúrgico en el que se inserta. Aquí también, para
evitar los “fallos” y sorpresas de última hora, se debe preparar cuidadosamente con antelación. Es importante que
alguien de la asamblea se encargue de ponerlo en marcha y de pararlo en su debido momento.

EL SILENCIO

• La naturaleza tiene horror al vacío... ¡pero la oración pide silencio! Es necesario, que a lo largo de toda
celebración eucarística, existan algunos momentos de silencio, lo suficientemente largos para permitir a cada
uno de los que asisten recogerse con mayor fervor, especialmente al comienzo de la celebración, antes del rito
penitencial, y al término de la comunión. También es bueno que se guarden algunos minutos de silencio después
de cada lectura y después de la homilía con el fin de meditar personalmente lo que se acaba de escuchar, y de
darse un tiempo para que la Palabra de Dios pueda calamos más profundamente.

LA ACOGIDA Y LA LITURGIA DE LA PALABRA

En cada celebración litúrgica, la Palabra de Dios se proclama solemnemente. Esta Palabra, la dirige Dios, hoy
a su Iglesia reunida. Es Palabra viva.

La acogida

Cuando estamos invitados a una fiesta, en casa de unos amigos, nos sentimos felices, especialmente si sabemos
que nos esperan y desean acogernos. ¿Por qué no podría ser igual en la iglesia? Esta no es un supermercado
anónimo. Los que se reúnen para celebrar no son extranjeros, sino hermanos compartiendo la misma fe, aunque no
se conozcan personalmente o frecuenten habitualmente otra iglesia (por ejemplo durante las vacaciones). Y con
mayor razón, si no suelen ir a misa.

• Para mejorar la acogida de los que se reúnen para una celebración, ¿por qué no prever que habitualmente haya
algunas personas en las puertas de la iglesia para acoger y saludar a los que se van acercando, que les puedan dar los
libros de los cantos? Y luego, en las zonas de turismo, ¿por qué no pedirle a algunas personas que hablen otros
idiomas (estudiantes, por ejemplo), que se acerquen a los turistas que van de paso, los acojan y los informen sobre
los horarios o los momentos en los que se reúne la comunidad cristiana?
Muchas parroquias han hecho auténticos esfuerzos en estos últimos años por cuidar la acogida y el clima fraterno al
principio y al final de la celebración. Hay que alegrarse por ello, así como por ver a muchos cristianos que se
esperan al final de las celebraciones, felices por volverse a ver y preocupándose los unos por los otros.

Rito de entrada y rito penitencial

La celebración comienza con la entrada del presidente y el canto de entrada que hace de los fieles reunidos una
verdadera asamblea. Los fieles reunidos forman juntos el cuerpo de Cristo.
• El canto de entrada une y aglutina a la asamblea: prepara el espíritu y el corazón para la celebración. Cuanto más
sencillo y sabido por todos mayormente puede cumplir su función. El presidente da el sentido de la celebración e
invita a cada uno a acogerse a la misericordia de Dios que es mayor que nuestro pecado.

Las lecturas

Los domingos y los días de fiesta se leen en la misa tres textos de la Biblia. El primero es un texto del Antiguo
Testamento en relación con el Evangelio del día. El segundo es siempre un texto extraído de los Hechos de los
Apóstoles, de una carta de san Pablo o de otro apóstol, o de algún pasaje del libro del Apocalipsis. El tercero es un
pasaje del Evangelio.
• No es obligatorio leer estos tres textos: de quedarnos sólo con uno, debe ser el del Evangelio.
Después de la primera lectura se responde con un salmo de la Escritura (cf. recuadro, p. 18); después la segunda
lectura, y luego el canto del Aleluya.

Proclamar la Palabra de Dios

Los lectores encargados de leer los textos bíblicos durante las celebraciones litúrgicas pueden ser hombres o
mujeres. Los jóvenes y los niños también pueden asumir este papel en algunas celebracio nes en las que tienen un
especial protagonismo. De manera general, es aconsejable que los lectores no sean siempre los mismos y que puedan
representar a todas las edades presentes en la asamblea, de manera que la comunidad cris tiana esté representada por
ellos en el ministerio de la Palabra.

• Leer la Palabra de Dios delante de la asamblea cristiana es un verdadero ministerio. Para realizar este servicio con
competencia y eficacia, hace falta un mínimo de formación. Normalmente esta es una tarea que debe proporcionar el
equipo litúrgico, así como los cursillos de liturgia organizados en la parroquia, en la vicaría, o a nivel general en la
diócesis.

• He aquí algunos consejos que favorecen el anuncio y la acogida de la Palabra de Dios durante las celebraciones: -
Primero, evitar el escoger al lector en el último momento: Si se hace así, no habrá tiempo suficiente para empaparse
del texto antes de proclamarlo...
- Impregnarse del texto que se va a leer, es esforzarse por comprender su contenido espiritual, intentar conocer
mejor el libro de la Biblia de donde se ha sacado la lec tura, la época en la se escribió, quién es el autor, su género
literario: No se puede leer del mismo modo un texto lírico que un texto histórico, ni una carta como un relato... En
todas las Biblias existen introducciones a los diferentes libros que dan las indicaciones pertinentes sobre cada una de
estas cuestiones.

Falta aún por ver la entonación que hay que dar a la hora de proclamar una lectura, de forma que toda la
asamblea comprenda bien lo que se está leyendo: conjugar la dicción con el ritmo, haciendo los cortes y las pausas
que impone el texto; destacando las palabras importantes, sabiendo que las consonantes estructuran el texto pero que
son las vocales quienes les dan su color. No se lee un texto de la misma manera, delante de algunas personas, que
frente a una gran asamblea: conviene que tengamos siempre esto presente. De igual modo, debemos vigilar la
tendencia que tenemos a correr en la lectura por los nervios. Cuando leemos delante de un micrófono, no hay que
olvidar que antes de comenzar la celebración conviene ensayar y probar el volumen así como los niveles de agudos y
graves de manera que en toda la iglesia se escuche con claridad y volumen las lecturas que se van a leer. De esta
forma evitaremos sorpresas y problema de carácter técnico.

El Evangelio

La lectura del Evangelio, la hace el presbítero (o el diácono), que preside la asamblea y representa a Cristo en
medio de los suyos.

• A esta lectura le precede y le sigue una aclamación alegre a la Buena Noticia, normalmente un Aleluya (palabra
hebrea que significa “alabad a Dios”).

La homilía

Al final de la lectura del Evangelio, el celebrante se dirige a los fieles con la homilía. Normalmente, la homilía
la hace el que preside la celebración. En algunas ocasiones, la puede decir otro sacerdote o un diácono.

La homilía no es una clase sobre moral o una conferencia sobre un tema de doctrina cristiana. Debe tener en
cuenta las diversas situaciones en las que se pueden encontrar los diferentes miembros de la asamblea: todos no
están necesariamente en el mismo nivel de fe y de práctica religiosa. Por lo tanto no tiene nada que ver con un
“sermón” estándar e intemporal. La finalidad de la homilía es el de unir la Palabra de Dios con la liturgia eucarística
que le sucede, y explicar y comentar con sencillez los diversos aspectos del misterio cristiano a través de los textos
que se acaban de leer.
Apoyándose en la Palabra de Dios, relacionándola con la vida cotidiana y la actualidad, la homilía debe ayudar a
ver de qué manera esa Palabra es palabra de vida y fuente de vida. Esforzándose por iluminar y alimentar la fe de
cada persona, la homilía debe ayudar a recordar a la asamblea cuál es el misterio que se celebra. Un misterio que
como toda acción litúrgica, envía a cada uno de los que participan a su propia vida, a sus responsabilidades en la
comunidad cristiana, la Iglesia y el mundo.

Compartir la Palabra

Esta palabra reciente en el vocabulario litúrgico evoca el intercambio de los cristianos al expresar cómo
comprenden un texto de la Escritura que acaba de ser proclamado, así como los sentimientos, las cuestio nes, las
exigencias que su meditación suscita en ellos.

Los que participan se pueden expresar por turnos o bajo la forma de un diálogo. Este intercambio espontáneo no
necesita el marco litúrgico para realizarse. Tiene su lugar en el ámbito de una Eucaristía de grupo pequeño. Es
importante que al final de este intercambio, el que preside la celebración recoja en una pequeña homilía o bajo forma
de oración aquello sobre lo que versó la reflexión de la asamblea.

La profesión de fe o el “Credo”

Los domingos o los días de fiesta, después de la homilía, la asamblea cristiana, puesta en pie, canta o recita el
Credo, cuyas fórmulas resumen lo esencial de la fe en Cristo. La liturgia actual utiliza bien el Credo
Nicenoconstantinopolitano, llamado así por su origen (dos Concilios que tuvieron lugar, uno en el 325 en la ciu dad
de Nicea, en la Turquía actual, y el otro en el 381 en Constantinopla, actualmente Estambul), o bien el “Símbolo de
los Apóstoles”, que es más antiguo, que nació en el siglo II y vio su forma definitiva en el siglo VI.
• El “Credo” puede ser cantado entero por toda la asamblea o proclamado en diálogo con el que preside la
celebración. En este último caso se puede introducir alguna respuesta cantada que subraye la adhesión de la
asamblea a las afirmaciones sucesivas de esta profesión de fe. Diversas fórmulas pueden ser adoptadas, de un
domingo a otro, evitando así la monotonía.
La oración universal

En la liturgia de la misa, esta oración se sitúa habitualmente entre la liturgia de la Palabra y la presenta ción de
los dones. Su finalidad es la de hacer extensiva la oración de la comunidad a las dimensiones del mundo y de unirse
así a la oración de Cristo que dio su vida “por todos”. El punto de partida de esta oración es la vida de la comunidad
local: esta toma conciencia de que está en comunión con toda la iglesia, llamada a construir el mundo y a socorrer a
los más necesitados y más desgraciados.

Generalmente, el sacerdote comienza invitando a la asamblea a que ore. Siguen después las intenciones,
preparadas con antelación o expresadas espontáneamente por una o varias personas. La asamblea hace suyas cada
una de estas intenciones a través de una aclamación cantada o de una corta invocación. Por último el sacerdote
concluye la oración.

• La oración universal gana en calidad cuando se utilizan palabras sencillas y comprensibles por todos, así como
fórmulas cortas. Esta oración contribuye a que la asamblea se una, especialmente cuando invita a que se ore por
personas, grupos, o situaciones concretas que todos conocen.

LA LITURGIA EUCARÍSTICA

“Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”. Es ahora el momento de “hacer
memoria” de la vida y de la muerte de Jesús, de reconocer su presencia viva entre nosotros, y expresar así
nuestra fe en el Reino de Dios que se va haciendo presente y que está por venir. Nuestra oración se une a la
oración misma de Jesús, en su acción de gracias al Padre.

En los países del Próximo Oriente, el trigo y la vid se cultivaban desde hacía miles de años antes de la era cristiana,
y el pan y el vino eran alimentos ordinarios. Entre los judíos, el pan se presentaba bajo la forma de tortas que se
partían. De ahí el gesto de Jesús el Jueves Santo, ‘partió” el pan para dárselo a sus discípulos.
En la Ultima Cena, Jesús tomó pan y vino, para perpetuar su presencia entre nosotros. La palabra “hostia” quiere
decir a la vez “ofrenda” y “víctima”, designa el sacrificio de Cristo ofreciéndose a su Padre por amor a nosotros. De
ahí el nombre que se le da al pan que se utiliza en la misa. La forma redonda de la hostia nos recuerda la forma de
las tortas judías. “La fracción del pan”, expresión que designaba primitivamente a la misa en su totalidad, nos
recuerda que la comunión eucarística es antes de nada un compartir.

Las ofrendas y la colecta

Cuando se reunían para la Eucaristía, los primeros cristianos traían, en el momento del ofertorio, el pan y el vino
necesarios para la celebración. Lo que sobraba era distribuido a los pobres. Se llevaban las ofrendas en procesión
hasta el altar. Esta forma de realizar la entrega de dones fue reemplazada en el siglo IX por la colecta en especies,
más práctica. El sentido de esta colecta, que se realiza durante la procesión de los dones tiene el mismo sentido que
en los orígenes de la Iglesia: en el momento en el que el sacrificio de Cristo va a ser renovado, quiere simbolizar la
ofrenda personal que cada cristiano hace de su vida, así como su preocupación por ayudar a los pobres.
Desde el origen de la Iglesia, los cristianos que celebran la Eucaristía han tenido siempre la preocupación por las
necesidades de la Iglesia y de sus hermanos más pobres. La colecta que se hace en la misa, concreta esta voluntad de
compartir. Es un gesto de fraternidad y de solidaridad.

• A la hora de las celebraciones, es bueno que tengamos previsto con antelación a las personas encargadas de la
colecta. Las ofrendas se recogen generalmente en cestos que se depositan después a los pies del altar.

La plegaria eucarística

La plegaria eucarística es el corazón de la misa. Antiguamente se le llamaba el “canon” de la misa porque su


forma era única y no se podía cambiar ni una sola palabra. En la actualidad hay diez plegarias eucarísticas oficiales,
entre las cuales se encuentra el Canon romano. En el siglo VII, en algunas regiones, había más de setenta...

El prefacio

La estructura de esta oración a lo largo de la cual el sacerdote vuelve a realizar los gestos de Jesús en la últi ma
Cena, así como las palabras que pronunció, tiene su origen en la liturgia judía de estas comidas. Se inicia con el
prefacio que puede ser cantado por el que preside. La triple aclamación que le sigue: ‘Santo, Santo, Santo ,la canta
toda la asamblea.

• El canto del Sanctus debe ser conocido por todos para que “estalle” por parte de la asamblea después del canto del
Prefacio. De igual modo, la aclamación del “anunciamos tu muerte” debe surgir con fuerza por parte de la asamblea,
recordando así el carácter propio de la celebración eucarística.

La consagración

Las palabras de la “consagración” las dice el sacerdote después de una invocación al Espíritu llamada “Epí-
clesis”. Le sigue una oración que recuerda la obra de Cristo (la “anámnesis”) y una nueva invocación al Espíritu.
Después vienen las oraciones de intercesión para los vivos y los muertos y una oración pidiendo a Dios que nos haga
participar de su Reino. Una conclusión trinitaria: “Por Cristo, con Él y en Él”, casi siempre cantada, cierra la
plegaria eucarística que la asamblea ratifica diciendo o cantando: “Amén”.

• La plegaria eucarística la dice el presidente de la celebración en nombre de toda la asamblea. Esta se aso-ia de
diversas maneras: con el silencio, la palabra, el canto, los gestos, o sus actitudes.

El “Padre nuestro”, el gesto de la paz y el “Cordero dé Dios

• El Padre nuestro, que precede a la comunión, se suele cantar. Para que todos puedan participar activamente en esta
oración, será bueno que de vez en cuando sólo se recite: no todos saben o pueden cantar.

• Después, antes de compartir la Eucaristía, el sacerdote pide al Señor la paz para todos, y este deseo de paz puede
expresarse con un gesto.

• La comunión es precedida por la invocación a Jesús, el “Cordero de Dios”. Esta invocación, tomada del evangelista
san Juan, hace alusión a la tradición judía del Cordero que toma al macho del rebaño para protegerlo y defenderlo.
• En varios momentos, la invocación “Cordero de Dios” se canta o se proclama. El animador no debe abusar del
canto para que la celebración no se haga demasiado pesada. Es importante saber alternar con el canto y la recitación.

La comunión

La misa es una comida a lo largo de la cual Cristo se nos da como comida. La comunión eucarística es su
cumplimiento. Comulgar es recibir el cuerpo y la sangre de Cristo.

En los orígenes de la Iglesia, cuando las asambleas eucarísticas reunían a pocas personas, se consagraba una sola
hostia que se partía entre todos: era una especie de torta. Las hostias pequeñas aparecieron cuando las asambleas se
hicieron más numerosas. Hasta aproximadamente el siglo VI, los fieles recibían el cuerpo de Cristo en la mano:
incluso se podían llevar trozos de hostia para comulgar en sus casas o de viaje. Después, los usos cambiaron y se
empezó a recibir la Eucaristía en la boca. En cuanto a la comunión con el cáliz, dejó de realizarse en la Iglesia latina
en el siglo XIII. El concilio Vaticano II volvió a establecer el uso de la comunión en la mano y la posibilidad para los
fieles de comulgar bajo las dos especies.

• Durante la misa, las personas que desean comulgar, se acercan en procesión hasta los pies del altar. La
distribución de la comunión hecha por un ministro extraordinario durante la misa depende de la falta de ministros
ordinarios, o de la presencia de un elevado número de fieles que desean comulgar, que prolongaría excesivamente la
celebración.

Conclusión y envío

• Después de la comunión y tiempo de silencio para la adoración, se pueden decir los avisos. Después el sacerdote
envía a la asamblea. Se puede cantar antes de que los miembros de la asamblea salgan de la iglesia.

CELEBRAR LA EUCARISTÍA CON JOVENES Y NIÑOS

Ciertamente a los jóvenes y a los niños hay que darles un verdadero lugar en la Iglesia. Constatamos con
alegría que en numerosas parroquias, tanto los jóvenes como los niños tienen una participación activa dentro
de la liturgia.

Celebrar con jóvenes

En muchas parroquias, algunas de las celebraciones dominicales corren a cargo de los grupos de jóvenes. Es
cierto que el talante que estos imprimen a las eucaristías es un punto fuerte de enganche para aquellos otros chavales
y chavalas que se están formando en la fe que heredaron de sus padres. Quizás sean estas celebraciones la ocasión
para descubrir la comunidad cristiana local y para esta, la ocasión para rezar y celebrar a otro “ritmo”.

• Es aconsejable que la preparación de estas liturgias se haga en unión con el equipo de animación litúrgica
habitual, que podrá ayudar a los jóvenes a poner a punto la celebración. Muchas veces, quieren darle a la liturgia un
cierto carácter particular, en el que la decoración, la luz, la distribución del espacio, la disposición de la asamblea,
exigen una modificación de los hábitos, para que su fe pueda expresarse tal y como lo desean.

• La acogida, el canto, la música, la celebración de la Palabra, el compartir el Evangelio, la oración universal, el


canto del Padre nuestro, la procesión de comunión, el envío: todos estos elementos pueden ser objeto de parti-
cipación, incluyendo textos, gestos, actitudes, ritmos o instrumentos de música poco usuales: poemas, esce-
nificaciones... Hay que ver con los jóvenes todo aquello de creativo que tienen y que es compatible con la acción
litúrgica. Muchas veces tienen ideas que dan mayor vida a algunos gestos que por la rutina no dicen nada.

Celebrar con niños

“Además de las Misas en las que participan los niños con sus padres y otros miembros de la familia, lo cual no
siempre ni en todas partes es realizable, se recomienda que sobre todo durante la semana se celebren Misas con los
niños solos en las que participan tan sólo algunos adultos. Habrá que tener siempre presente que tales celebraciones
eucarísticas deben ir introduciendo a los niños a las Misas de los adultos, sobre todo aquellas en las que la
comunidad cristiana debe reunirse los domingos.” (Directorio para las misas con niños).

• Estas misas con niños deben ser sencillas y fáciles de seguir, desarrollándose en un ambiente festivo, alternando
los tiempos de actividad con los tiempos de silencio y de recogimiento. El ambiente festivo puede conseguirse con la
decoración: guirnaldas, paneles, dibujos hechos por los niños, una diferente distribución del espacio sagrado, una
iluminación y una música escogida o interpretada por ellos... Incluso, buena parte de la celebración puede estar
preparada por ellos, o donde ellos intervengan.
• En las misas con niños, no es bueno multiplicar las lecturas, y es aconsejable tener un tiempo para compartir el
Evangelio con ayuda del que preside y de los catequistas. De igual modo, la oración universal es un buen momento
para que los niños puedan intervenir, bien espontáneamente, bien leyendo las peticiones que ellos mismos
prepararon con antelación. En cuanto a la procesión de ofrendas, ese puede ser el momento idóneo para que un
grupo de chavales se acerque hasta el altar con los dones. La forma dialogada de la plegaria eucarística para las
misas con niños les permitirá participar activamente en el corazón de la acción litúrgica. No hay que olvidar que
después del Concilio Vaticano II se establecieron una serie de plegarias eucarísticas especialmente para niños.
Después de la procesión de la comunión, se les invitará a que guarden un tiempo de silencio y de recogimiento,
y al final de la misa se podrá cantar un canto que todos conozcan bien para despedirse festivamente.
Es importante que las misas con niños estén bien preparadas y que se puedan preparar con ellos. Paradóji -
camente, cuanto más minuciosa es esta preparación, más espontáneamente expresan los niños su fe. La animación
debe ser discreta, y el celebrante cercano y acogedor. La actitud, los gestos y las palabras del sacerdote son
especialmente importantes en estas celebraciones: los niños han aprendido que el sacerdote es el representante de
Jesús en el corazón de la asamblea.
•Un último punto de cara al canto y a la música. A los niños les encanta cantar. Cantan con gusto los cantos
aprendidos en la catequesis. Los más pequeños podrán participar mejor si acompañan el canto con gestos y palmas.
Los más mayorcitos se sentirán orgullosos de poder acompañar algún canto con instrumentos (flautas, guitarras, o
percusión). Si alguno de estos instrumentos va a ser utilizado durante la celebración, será bueno ensayar antes entre
todos.

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