Zubiri, Una Biografía
Zubiri, Una Biografía
Zubiri, Una Biografía
by claiming, on the 25th anniversary of the death of Zubiri, the title of “master of Spain”
for Zubiri discussing the reasons and prejudices that have so far prevented it.
Key words: Vocation, teaching, intellectual life, philosophical life, disciple, master.
1. Presentación
una operación que el hombre ejecute como una más de su vida, dirigida a alguno
de los asuntos, problemas que ella plantea, sino una operación, que aunque efec-
tuada en la vida, le lleva a adoptar una postura completamente distinta ante las
cosas”. Se trata de la creación de un ámbito de libertad frente a la vida entera
que nos abre la posibilidad de una existencia distinta y de un cambio radical de
visión. Este despertar es como un parto (mayéutica) porque sentimos el dolor
punzante de la luz en los ojos y porque, por más que puedan precipitarlo situa-
ciones y ayudas exteriores, lo principal se juega en el interior de uno mismo.
En tercer lugar, nos introducimos en la vida intelectual: arrastrados por la
fuerza de la verdad abandonamos el reino de la ilusión para habitar en la realidad
en un éxodo doloroso y titubeante jalonado de tentaciones de regresar a nuestras
pasadas seguridades. La liberación que entraña la vida intelectual está presidida
por una actitud desinteresada de sí mismo y de las cosas que constituirá a su vez
“la raíz de un modo superior de interesarse por ellas y por sí mismo”. Se produ-
ce un cambio de hábito. El hombre desinteresado, a diferencia del que continúa
sujeto por las cadenas, deja en suspenso las necesidades y urgencias de la vida,
no sólo momentáneamente, sino de una manera honda y radical. “En esta opera-
ción de supremo desinterés, el hombre no siente más interés que el de las cosas
mismas: es la teoría y la filosofía. Libres de nosotros para las cosas, las cosas nos
entregan por singular paradoja el secreto de nosotros mismos y de nuestra vida
[…] Es el biós teorétikós. Mientras la vida en el fondo de la caverna no tiene sino
obras, erga, el biós teorétikós es pura energeia, una serie de operaciones que se
realizan por sí mismas y desde sí mismas. De ahí la plena suficiencia, autarqueia,
y la consiguiente libertad del sabio”.
Y, finalmente, hay una vuelta a la penumbra, al mundo de las sombras del
interior de la caverna. No se retorna al sueño sino que se intenta iluminarlo. El
diálogo nos muestra dramáticamente la diferencia entre la verdadera educación
filosófica y aquella que se recrea en la erudición, el adoctrinamiento y la retórica.
En la primera, es todo el ser de uno lo que está en juego; en la segunda, se trata
de un “barniz” superficial cuya génesis es completamente exógena, sin que lle-
guemos de verdad a participar personalmente en la aventura intelectual. Por otra
parte, el propósito liberador del filósofo afronta constantemente la posibilidad del
más rotundo fracaso. “En primer lugar, es dudoso que este sabio esté capacitado
para acercarse adecuadamente a la vida misma que quiere iluminar”. Si antes
el prisionero sintió un intenso dolor al ver la luz, ahora al volver a la penumbra
familiarizado con la realidad verdadera y los principios últimos en que se asienta,
Ibídem.
Ibídem.
Ibídem.
no puede ver las sombras y, por más que intenta habituarse de nuevo a ellas
para poder ilustrar a sus compañeros, el diálogo con estos es muy difícil porque
el hombre interesado no cree de ningún modo al hombre desinteresado. En
segundo lugar, el liberador ya no se puede orientar en la caverna; corre el riesgo
de sucumbir a la supremacía de la verdad allí reguladora y su vida peligra, amena-
zado por sus antiguos compañeros. “Platón termina apuntando el asesinato del
sabio en el fondo de la caverna: sin duda se acordaba de Anaxágoras y Sócrates.
Pocos años más tarde, Aristóteles sale de Atenas para evitar, según frase propia,
que el Estado peque por tercera vez contra la sabiduría”.
Aparentemente en las antípodas de Platón, Nietzsche denuncia en un mag-
nífico texto que cita Zubiri la misma situación en la filosofía contemporánea: “En
una época que padece la enfermedad de la llamada cultura general, pero que no
tiene cultura alguna, ni unidad de estilo en su vida, no sabe qué hacerse con la
filosofía, aunque la proclamara un genio mismo de la verdad en las calles y en
las plazas. En una época semejante queda reducida más bien al sabio monólogo
de un solitario paseante, rapto casual de alguno, oculto secreto del cuarto de
trabajo, o inocente charla entre viejos académicos y niños. Nadie puede hoy
tener el valor de cumplir en sí la ley de la filosofía, nadie vive filosóficamente, con
aquella ingenua fidelidad racional que obliga a un antiguo donde quiera que esté,
y cualquiera que sea la cosa en que se ocupa, a adoptar la postura de estoico
si alguna vez había jurado fidelidad a la Stoa. Todo moderno filosofar se halla
limitado política y policíacamente por los Gobiernos, las Iglesias, las Academias,
las costumbres, las modas y las cobardías de los hombres a ser una apariencia de
sabiduría. Queda reducido al suspiro del si tal vez, o al conocimiento de fue una
vez. A la filosofía no se le reconoce derecho alguno, por esto si fuera valiente y
consciente el hombre moderno, debería arrojarla fuera y desterrarla, tal vez con
palabras semejantes a aquellas con que Platón expulsó a los poetas trágicos de
su República. Ciertamente le quedaría una posible réplica como la que quedó a
aquellos poetas trágicos frente a Platón. Podría tal vez si algún día se le obligara
a hablar, decir: miserable pueblo, ¿es mi culpa el que ande vagabundo entre voso-
tros como una adivina, y que me tenga que esconder como si fuera una pecadora
y tu mi juez?” [CU1 317-318].
Vocación, vida intelectual y magisterio constituyen de algún modo los tres
momentos del camino de ida y vuelta de la liberación filosófica. Como se pregunta
Juan Bañón, “¿No será acaso que consista [esta liberación] en volver a casa para
estar en ella de “otro modo” después de un largo viaje? Y, si así fuera, ¿qué modo
Ibídem.
Juan Bañón, “Zubiri hoy: tesis básicas sobre la realidad”, Del sentido a la realidad, Ed.
Trotta, Madrid, 1995.
C. Castro, Biografía de Xavier Zubiri, Edinford, Málaga,1992, p. 65.
Carta de X. Zubiri a L. Eijo y Garay, 19-III-1922, Archivo de XZ. Cf. J. Corominas, J. A.
Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., cap. II.
10 “Cada cual ha de dedicarse a la profesión para la que se siente con más aptitud. Juzgo
de mucha importancia esta regla y abrigo la profunda convicción de que a su olvido se debe el que
no hayan adelantado mucho las ciencias y las artes”, J. Balmes, El Criterio, Espasa-Calpe, Madrid,
1987, p. 24. “Los padres, los maestros, los directores de los establecimientos de educación y ense-
ñanza deben fijar mucho la atención en este punto para precaver la pérdida de un talento que, bien
empleado, podría dar los más preciosos frutos, y evitar que no se le haga consumir en una tarea
para la cual no ha nacido”, Ibídem, p. 25. “Un hombre dedicado a una profesión para la cual no ha
nacido es una pieza dislocada; sirve de poco y muchas veces no hace más que sufrir y embarazar.
Quizá trabaja con celo, con ardor; pero sus esfuerzos o son impotentes o no corresponden ni con
mucho a sus deseos”, Ibídem, p. 26.
11 Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., pp. 35-55.
12 “Cuando se intimaba con él, era sencillamente maravilloso; quedaba uno prendido en su
alma […] Un extraordinario educador. […] un educador que en primera línea entendía que la educa-
ción consiste en inclinarse sobre el alma, y ante todo en respetarla. […]El respeto de las almas, su
gran lema” (EM 229 ss.).
13 Carta de Domingo Lázaro a Benigno Pérez, 21-3-1922. Archivo de XZ. Cf. J. Corominas,
J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., p. 150.
trabajándose antes a sí mismo en el silencio del alma ante Dios” (EM 231)14, y
de él aprendió que “el respeto de las almas” debe ser el lema de todo educador:
“inclinarse” sobre el alma del discípulo y respetarla. Zubiri, beneficiario en su
infancia y juventud de esa actitud respetuosa, la practicaría con sus discípulos
(EM 229-231).
Sin embargo, si Domingo Lázaro le despertó a la vida intelectual, fue a Juan
Zaragüeta a quien Zubiri consideró su “introductor a la filosofía”15. Zubiri siem-
pre lo reconoció como su maestro en el mismo sentido en que lo fue más tarde
Ortega. De él destacaría su “espíritu inadministrable”, que le llevó a “renunciar
a muchas cosas a que otros no hubieran renunciado”. Xavier se sintió heredero
de ese carácter –“ese espíritu que usted me dio” (EM 223)– y lo convirtió en uno
de los rasgos del suyo propio. Por otra parte, Zubiri vio en Zaragüeta al maestro
dispuesto a aprender de su alumno y a ser superado por él. Como murió en
1974, don Juan pudo ver a Zubiri en la plenitud de su trayectoria intelectual
y siempre dijo que había presagiado en el joven Xavier al gran pensador que
había de ser. En Zubiri nunca encontró a un simple repetidor de sus ideas sino a
alguien dispuesto a enjuiciarlas, completarlas y rectificarlas. Zaragüeta se avino a
ello “dentro de la mayor sinceridad, cordialidad y amplitud de criterios que en las
lides intelectuales son de rigor y que –escribió el propio don Juan– por mi parte
procuro inspirar a toda mi labor docente”. La base de su relación maestro-discí-
pulo y discípulo-maestro fue –según Zaragüeta– su “común concepto integral de
la verdad filosófica” y la carencia de cualquier sectarismo16.
Zubiri aprendió de Zaragüeta una técnica filosófica que inspiraría en parte su
estilo expositivo y un espíritu de libertad intelectual imposible de administrar. Le
devolvió a su maestro su propio pensamiento en una clara y ordenada exposición
de varios volúmenes de apuntes17; dialogó a fondo con él y le discutió y corrigió
14 Prueba del respeto por las personas y de la finura psicológica de Lázaro fue el apoyo que
brindó a Zubiri en todo momento en su dramática crisis religiosa, y el que desaconsejara que Zubiri fuera
marianista: Carta de D. Lázaro a M. Schleich, 2-VI-1920, Archivo de la Compañía de María, Zaragoza:
«El joven de Lovaina es ese a quien usted alude: un monstruo de inteligencia y muy sano de corazón. Se
dirige al sacerdocio. Genio, empero, bastante raro. Por eso no intenté hacerlo nuestro, aunque él nos
adora a nosotros». Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, p. 712.
15 Carta de I. Ellacuría a L. Etxaerandio, 22-3-1963, Escritos filosóficos, II, San Salvador,
UCA Editores, 1999, p. 35. Juan Zaragüeta fue maestro de filosofía de Zubiri en el Seminario de
Madrid y ya antes Zubiri había contactado con él. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La
Soledad Sonora, pp. 57 y ss.
16 Homenaje a X. Zubiri, Madrid, Revista Alcalá, 1953, pp. 271-275.
17 Zubiri completó y perfeccionó los apuntes que había tomado en los cursos de Zaragüeta y
se los regaló al maestro. Éste, que los guardó siempre como un tesoro, los valoraba como una expre-
sión substancial de su propio pensamiento “mejorado por el discípulo”.
su filosofía hasta substituirla por la suya propia. Como respuesta a todo ello, el
viejo maestro se dispuso a aprender del discípulo.
En el colegio de los Marianistas y el seminario de Madrid, Zubiri respiró una
tradición tomista que abundaba, mucho más que otras tradiciones filosóficas, en
la importancia de la vocación y de la vida intelectual aunque, claro está, al servicio
de la salvación y del ideal católico. Un libro ejemplar en este sentido fue el del
dominico A-D. Sertillanges, La vida intelectual, su espíritu, sus condiciones,
sus métodos,18 publicado en 1920. Sertillanges insistía en que la vida intelectual
era una existencia consagrada a la verdad y vivida con todo nuestro ser19, pero
que en ningún caso significaba apartarse de la vida del común de los mortales.
Al contrario: ni en su forma de vida, ni en su porte, el intelectual debía ser un
bicho raro o un ángel. Sertillanges recomendaba una vida sana y equilibrada:
deporte, descanso, paseo, buen dormir, comida moderada, vida sencilla, rela-
ciones normales pero no excesivas, y unas adecuadas dosis de acción. “La vida
cerebral necesita cierta distracción, por lo que tenemos necesidad del calmante
de la acción”20, y “mucha paz, cierta estética, y algunas comodidades para admi-
nistrar bien el tiempo”21. Llama la atención la insistencia de Sertillanges en que
todo pensador debe mantener un constante contacto con la realidad mundana.
Nada más lejos de la mentalidad de Sertillanges que un platonismo descarnado o
un racionalismo idealista22. El pensador no puede aislarse del mundo: “Así como
la soledad sirve para vivificar, el aislamiento paraliza y esteriliza”23. Sertillanges
establece una distinción entre soledad y aislamiento muy pertinente para Zubiri.
El aislamiento es inhumano, la soledad, en cambio, evita la dispersión y facilita
al intelectual su verdadera proyección social: “¿Queréis hacer obra intelectual?
Empezad por crear dentro de vosotros una zona de silencio, un hábito de recogi-
miento, una voluntad de desprendimiento, de desapego, que os haga disponibles
por entero para la obra” 24.
Tanto Lázaro como Zaragüeta encarnaban el modelo de intelectual cristiano
descrito por Sertillanges: un estudioso consagrado en cuerpo y alma a la verdad,
18 El libro se ha reeditado en editorial Encuentro, Madrid, 2003. Es muy posible que Zubiri
lo leyera. En cualquier caso, algunos de sus consejos y elaboraciones resuenan en la obra zubiriana y
parece obvio que se dejó empapar en lo referente a la vocación y a la vida intelectual por algunas de
las consideraciones de esta tradición.
19 Ibídem, p. 28.
20 Ibídem, p. 59.
21 Ibídem, p. 44.
22 Ibídem, p. 184.
23 Ibídem, p. 23.
24 Ibídem, p. 6.
25 A.D. Sertillanges, La vida intelectual, Barcelona, Ed. Atlántida, 1944, p.26.
26 Carta de X. Zubiri a Eijo Garay, 19-III-1922, Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri,
La Soledad Sonora, op. cit., p. 59.
27 “Sin duda mis cualidades intelectuales (a las que me veo forzado a aludir bien a mi pesar, por
amor a la objetividad) sobrestimadas probablemente, pudieron engendrar la ilusión que mi completa
dedicación al estudio, en gran parte de temas eclesiásticos; era fruto inequívoco de una franca voca-
ción sacerdotal.” Carta de X. Zubiri a la Sagrada Congregación del Concilio, 13-10-1933, Archivo de
XZ. Cf. J. Corominas y J. A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, op, cit., cap. 5 y 6.
28 Zubiri se ordenó sacerdote en 1921 en medio de una profunda crisis de fe. Cf. J. Coromi-
nas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit. p. 111 ss.
29 “D. Juan Zaragüeta, conocedor profundo de la filosofía de nuestro tiempo, se creyó en el
caso de llamarme alguna vez la atención y de recordarme muy taxativamente las decisiones del Conci-
lio Vaticano. Entonces se produjo de una manera, no ya borrosa sino nítida, una escisión entre mi vida
intelectual y mi vida espiritual. Carta de X. Zubiri al Tribunal Eclesiástico de Madrid, III-1935. Archivo
de XZ. Cf. J. Corominas y J.A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, op, cit., cap. 17 y 18.
30 J. Corominas, “Xavier Zubiri y la crisis modernista”, The Xavier Zubiri Review, Foundation
of Norteamérica, Vol. 7, 2006.
31 Carta de X. Zubiri a B. Pérez, 18-IV-1921, archivo de XZ. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens,
Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., p. 111 ss.
32 Zubiri solicitó su secularización para “vivir con holgura mi vida intelectual, y llevar con
comodidad y libertad interior y exterior mi vida intelectual y docente”. Carta de X. Zubiri a la Sagrada
Congregación del Concilio, 13-10-1933, archivo de XZ. Cf. J. Corominas y J.A. Vicens, Xavier
Zubiri. La soledad sonora, op, cit., cap. 17 y 18.
33 “La actitud del Cristianismo ante su propia historia intelectual está bien clara en el discurso
reciente de un Cardenal belga: la Iglesia no se opone al intelecto ni a la ciencia, y la Revelación es lo
suficientemente verdadera para no tener que temer ni a la filosofía ni a la ciencia, ni a la historia. Si
siempre se hubiese entendido esto así, se habrían ahorrado muchos disgustos.” X. Zubiri, “Helenismo
y cristianismo”, Curso inédito impartido en la Universidad Central, Lección del 23-V-35, Archivo de
XZ.
34 “Nunca tuve sentido de la vocación aunque mis superiores, estimando mis cualidades
intelectuales y considerando el precario estado de mi salud creyeran sinceramente lo contrario. A
ello contribuía de modo eficaz, mi temperamento reservado y encogido ajeno a expansiones y confi-
dencias que pudieran traducir mi estado interior.” Carta de X. Zubiri a la Sagrada Congregación del
Concilio, 13-X-1933, Archivo de XZ. Cf. J. Corominas y J. A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad
sonora, op, cit., cap. 5 y 6.
35 “Mis padres de tradicional y recia estructura cristiana, no ejercieron sobre mi, ciertamente,
lo que se pudiera llamar una coacción. Pero la educación, el ambiente, la esperanza paternal, me
hacían sentir fuertemente que la ilusión suprema de su vida era que fuera sacerdote”. Carta de X.
Zubiri a la Sagrada Congregación del Concilio, 13-X-1933, archivo de XZ. Cf. J. Corominas y J.A.
Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, op, cit., cap. 5 y 6.
36 Cf. J. Corominas y J. A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, op, cit., cap. 5 y 6.
37 Diversos amigos de Zubiri nos dieron testimonio en nuestra investigación biográfica de su
tacto y “savoir faire” ante cuestiones íntimas delicadas y conflictos vocacionales. Por la misma índole
de estas cuestiones nos vemos obligados a preservar su anonimato.
5) Reconoció que tuvo miedo de hacer lo que hubiera sido consecuente dada
su crisis de fe y su falta de vocación sacerdotal: romper con la iglesia.
Temió quedarse solo, aislado de su familia, y limitado en su futura carrera
universitaria. Se ordenó sin vocación porque no se atrevió ni encontró las
fuerzas con que oponerse a las circunstancias38.
durante toda su vida como maestro ejemplar de filosofía. De Bergson dijo que en
pocas horas de conversación le había dado más que cualquier lectura, y a Heidegger
se refirió siempre como a su maestro en sus cursos universitarios de 1931 a 1935
y en un buen número de cursos privados de 1945 a 195542. No fue nunca el
seguidor dócil de ninguno de ellos, de todos discrepó en lo doctrinal, pero ello no
obstó para que supiera reconocerlos y estimarlos como maestros suyos. Siendo su
discípulo fue experimentando también lo que significa ser maestro de filosofía.
¿Por qué no hablamos aquí de Husserl? ¿Acaso no fue éste un autor tan o más
importante para Zubiri que los otros tres? Las bases fenomenológicas del pensa-
miento zubiriano han quedado archiacreditadas por investigadores como D. Gracia,
A. Pintor o V.M. Tirado San Juan43. Zubiri asistió a las últimas clases de Husserl en
Friburgo, antes de su jubilación. Admiró el hecho de que el aula husserliana fuera
un auténtico laboratorio filosófico y le gustaba recordar que el maestro colocaba
a veces un cartel en la puerta diciendo: “Se suspende la sesión de hoy: el señor
profesor no ha aclarado la cuestión a tratar”44. Incluso cabe pensar que, a medi-
da que Zubiri fue madurando su filosofía, Husserl fue adquiriendo una estatura
mayor para él y que el talante zubiriano fue mucho más próximo a Husserl que
a los maestros mencionados. Sin embargo, Zubiri vivió en Friburgo abocado a
Heidegger45 y no parece que mantuviera al mismo tiempo con Husserl el contac-
to personal y el diálogo imprescindible para constituir una relación discipular46.
Como veremos, según Zubiri, este contacto vital, “el encuentro con el filósofo
mismo”, es decisivo para ceñir la vocación, comprender de modo palpable qué
es la existencia filosófica y ser beneficiario de un verdadero magisterio filosófico,
aunque lo sea mucho menos para desarrollar unos contenidos teóricos u otros.
47 Cf. X. Zubiri, Palabras de Homenaje a Ortega en el curso “Filosofía primera”, lección 28,
6-V-1953, Archivo de XZ.
48 Carmen Castro, “Dos amigos: Ortega y Zubiri”, Ya, 12-X-1985.
discípulo. Xavier recibió de Ortega, según su propia expresión, “el impulso hacia
determinadas rutas del pensar” (SPF 265): lo impulsó a abordar el problema de la
realidad en una dirección concreta, la de la fenomenología, y en una cierta visión
crítica de Husserl, de manera que Zubiri asumió el mismo proyecto fenomenoló-
gico de su maestro y algunas de las insatisfacciones de éste con la fenomenología
husserliana. Entre ambos se estableció enseguida un verdadero diálogo filosófico:
“Invito al joven Zubiri a hacerme siempre objeciones…”, le escribió Ortega a su
discípulo en aquellos primeros tiempos de su relación49.
Por efecto del magisterio de Ortega llegó a existir entre ellos una comunión
ideológica más sólida que sus aparentes antagonismos50. En su juventud Zubiri
llegó a comprenderse a sí mismo “orteguianamente” y se convirtió en una especie
de orteguiano modernista. Esa asunción por parte de Zubiri de algunos plantea-
mientos fundamentales de Ortega, fue el resultado de la confianza que le entregó.
“Muchos le otorgamos entonces nuestra confianza intelectual y nutrimos en él
nuestro afán de filosofía….”(SPF 269), escribió Zubiri. Este elemento de confian-
za es esencial en la relación discipular. Significa una cierta adhesión a la persona
y a su trabajo intelectual y puede dar lugar a una intimidad y a un compromiso
personal con el maestro. En el caso de Zubiri se produjo esa adhesión y ese
compromiso y parece también que existió entre ambos, con diferentes niveles de
intensidad, esa intimidad. Esa confianza se la mostró también Ortega a Zubiri y de
ahí que lo sumara a sus empresas culturales. Zubiri, como es sabido, trabajó en los
proyectos editoriales de la Revista de Occidente, participó habitualmente en sus
tertulias, fue uno de los organizadores de la Universidad Internacional de Santan-
der y llegó a hacerse socio de la Asociación al Servicio de la República. Zubiri hizo
suyas las ideas de Ortega sobre el papel de la universidad en la transformación
cultural del país51. Quiso contribuir junto a su maestro a la regeneración cultural
de España para “ver si entra la filosofía en la cultura española, que buena falta
49 Notas manuscritas de Ortega dirigidas a Zubiri sobre la Crítica del Juicio de Kant. Archivo
de XZ. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit. p. 90.
50 Carta de X. Zubiri a J. Ortega y Gasset, 9-X-1921 de 1921 y Carta de X. Zubiri a J. Ortega
y Gasset, 25-XII-1920, Cf. J. Corominas-J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit.,
pp. 122 y 727
51 A. Pintor-Ramos señala que Zubiri conectó muy pronto con la empresa intelectual de
Ortega, “no porque compartiesen la misma filosofía, sino porque se sintió identificado con el modo
en que Ortega animaba a hacer filosofía y compartió su visión del lugar que ésta debía tener en la
cultura”. Sin embargo, pensamos que en el periodo de 1920 a1927 Zubiri compartió buena parte
de la filosofía de Ortega. Cf. A. Pintor-Ramos, Nudos en la filosofía de X. Zubiri, Publicaciones
Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca, 2006, pp. 23-24.
nos hace”52, y “elevar el nivel religioso e intelectual de nuestra patria”53. Con todo
ello, Zubiri llegó a sentirse, como discípulo, hechura de su maestro: “más que
discípulos fuimos hechura suya…” (SPF 269). Y es que el verdadero maestro de
filosofía suele dejar en sus discípulos una impronta indeleble.
56 J. Ortega y Gasset, “En torno a Galileo”, op. cit., V, p. 138; J. Ortega y Gasset, “Intro-
ducción a Velázquez”, op. cit.,VIII, p. 566.
57 La vocación es un imperativo vital, un “tener que ser” que Ortega distingue expresamente
del imperativo ético “deber ser”: «La cosa es terrible, pero es innegable; el hombre que tenía que ser
ladrón y, por virtuoso esfuerzo de su voluntad, ha conseguido no serlo, falsifica su vida. No se confun-
da, pues, el deber ser de la moral, que habita en la región intelectual del hombre, con el imperativo
vital; con el tener que ser de la vocación personal, situado en la región más profunda y primaria
de nuestro ser.» Citado por Diego Gracia, “La vocación docente”, Anuario Jurídico y Económico
Escurialiense, XL, 2007, p. 810.
58 “En suma, vocación es misión y tarea. Ella comprende todos los órdenes e instantes de la
vida. Como decía Píndaro: llega a ser el que eres. Desde este sí mismo más radical todo adquiere su
adecuada colocación. Se trata de un destino. Los antiguos usaban confusamente de un término cuyo
verdadero significado coincide con ese que he llamado proyecto vital: hablaban del destino y creían
que consistía en las cosas que a una persona le pasaban. Pronto se advierte que una misma aventura
puede acontecer a dos hombres y, sin embargo, tener en la vida de uno y otro valores distintos y hasta
opuestos, ser para uno una delicia y para otro un desastre. Lo que nos pasa, pues, depende para
sus efectos vitales, que es lo decisivo, de quién seamos cada uno. Nuestro ser radical, el proyecto de
existencia en que consistimos, califica y da uno y otro valor a cuanto nos rodea. De donde resulta que
el verdadero destino es nuestro ser mismo. Lo que fundamentalmente nos pasa es ser el que somos”.
Cf. J. Ortega y Gasset, “No ser hombre de partido”, op. cit., IV, p. 77.
59 J. Ortega y Gasset, “Pidiendo un Goethe desde dentro”, Revista de Occidente, 24,
Madrid, 1982, pp. 20 y 22.
60 J. Ortega y Gasset, “El tema de nuestro tiempo”, op. cit., III, pp. 151; “La metafísica y
Leibniz”, op. cit., III, pp. 599-600.
61 J. Ortega y Gasset, “Meditación de la técnica”, op. cit., V, pp. 331, 341, 352.
62 “La vida es en sí misma y siempre un naufragio”. J. Ortega y Gasset, op. cit., IV, p. 397.
63 “El náufrago, el hombre que bracea, no se encuentra en su ambiente, está fuera de sitio, el
agua sobre la que trata de mantenerse a flote no es su lugar propio” Ramón Rodríguez, “Naufragio e
inhospitalidad”, Ortega en pasado y en futuro, Biblioteca Nueva, Madrid, 2007, pp. 139-140. “La
otredad esencial del medio es lo que primero impone la imagen del náufrago: “La vida es darme cuen-
ta, enterarme de que estoy sumergido, náufrago en un elemento extraño a mí”, J. Ortega y Gasset,
op. cit., XII, p. 47. “Esta extrañeza revela a su vez la peculiar forma de ser del náufrago: dado que
la circunstancia le es originariamente extraña, el ser que se encuentra, no menos originariamente,
teniendo que existir en ella está afectado en su dotación ontológica de una inadaptación de principio,
de una no coincidencia con su medio. Este carácter que se define como negativo por relación a la
circunstancia, es sin embargo definitorio de lo que el náufrago es en sentido positivo, preside todo lo
que él puede ver y decir de sí”. Ramón Rodríguez, op. cit., p.141.
64 Ibídem, p. 142.
65 J. Ortega y Gasset, op. cit, V, p. 297, citado por Ramón Rodríguez, op. cit., p. 150.
66 Los diversos proyectos «... no se nos presentan con cariz igual, sino que una voz extraña,
emergente de no sabemos qué íntimo y secreto fondo nuestro, nos llama a elegir uno de ellos y excluir
los demás. Todos, conste, se nos presentan como posibles –podemos ser uno u otro– pero uno, uno
solo, se nos presenta como el que tenemos que ser. Este es el ingrediente más extraño y misterioso
del hombre». J. Ortega y Gasset, op. cit., V, p. 137.
67 “La inteligencia humana es un azar -no está en nuestra mano. Tiene un carácter de
inspiración, de insuflamiento casual y discontinuo. No sabemos nunca si en un caso dado seremos
inteligentes, ni si el problema que nos urge resolver será soluble para la inteligencia”. J. Ortega y
Gasset, op. cit., IV, p. 499.
68 Xavier San Martín, “Ortega y Gasset, los intelectuales y la idea de política”, Ortega en
pasado y en futuro, op. cit., p. 12.
propia evidencia, suplantar su realidad íntima por otra ficticia”69. Por un lado,
Ortega rechaza la vulgarización de la cultura y la tremenda impostura de aquellos
que actúan como intelectuales sin serlo y, por otro, rechaza el alejamiento de los
intelectuales de la sociedad, el peligro de “crear una cultura para intelectuales y
no para los demás hombres”70 y la pérdida de legitimidad del intelectual cuando
éste se encierra en un aislamiento excluyente, mermando así la difusión de con-
tribuciones cualitativas a la cultura.
Lo que Zubiri encuentra en Ortega en la década de los 20 es una concep-
ción muy moderada y flexible de la relación entre el intelectual y la sociedad y
la política. Sin dejar de subrayar la autonomía de los diferentes ámbitos, Ortega
nos quiere mostrar que, en lugar de entorpecerse, su relación puede ser fecunda.
Zubiri elaboró por su cuenta la noción de vida intelectual, pero, a pesar de que la
ejerció de un modo muy distinto a su maestro, aceptó de él la idea de que el inte-
lectual, de un modo u otro, debe abocar a la sociedad los frutos de su trabajo.
men Castro confirma que Bergson “había impresionado mucho a Xavier como
persona”75. Pero ¿por qué fue tan importante este encuentro para Zubiri? ¿Qué
ganó con él? ¿Por qué era Bergson “el hombre que más necesitaba” en aquel
momento?
Quizás no podamos superar las simples conjeturas para responder a estas
preguntas. Bergson era en aquellos tiempos un pensador de fama internacional,
reconocido por sus obras y por su refinado talante intelectual, fascinante en
sus conferencias, que congregaban a la élite social y cultural parisina. Bajo esa
carcasa de prestigio social se hallaba un diplomático de la paz76, un hombre de
concordia, moralmente íntegro, que llegaría a solicitar personalmente su inscrip-
ción en el registro judío de París durante la ocupación nazi cuando ya se le había
excluido de esa lista por tratarse de un intelectual eminente. En la carta citada,
Zubiri le recrimina a Heidegger que con su actitud distante hacia él durante meses
ha imposibilitado la sintonía personal y espiritual que sí había conseguido años
antes con el filósofo francés en unas pocas horas; le asegura que el encuentro
con Bergson le había ofrecido mucho más de lo que hubiera podido hallar con la
lectura de sus libros. ¿Qué es lo que tanto le impactó?
Cuando habla con Bergson, Zubiri se dirige a Alemania huyendo de España
donde, a base de maledicencias, se le está acorralando como sacerdote modernis-
ta. Necesita salir del país para poder vivir libremente su vocación intelectual. Al
final, no podrá continuar su viaje porque tendrá que regresar a Vitoria para res-
ponder ante su obispo de las más graves acusaciones de heterodoxia. En aquellos
tiempos, Zubiri no podía mantener “una conversación sobre temas puramente
filosóficos” con nadie en España. Con Zaragüeta, no podía hablar de filosofía sin
ocultar sus creencias religiosas. Ante Ortega, pese a la sintonía doctrinal existente
entre ambos, también ocultaba su agnosticismo y en aquellos años iniciales de
su relación es seguro que mantenía la reserva que uno guarda ante aquellos de
quienes depende su futuro: Zubiri esperaba que Ortega lo avalara en su carrera
universitaria, amenazada por sus crecientes tensiones con la Iglesia. Es muy posi-
ble que con Bergson pudiera expresarse por fin con toda libertad: tenía ante sí
a un enorme pensador capaz de contemplarlo libre de los prejuicios que padecía
en Madrid por su condición de sacerdote. Bergson pensaba que el maestro de
filosofía, en lugar de exponer un sistema farragoso, tenía que concentrarse en
algunos problemas fundamentales y despertar en el alumno las inquietudes de su
espíritu, las dudas, las zozobras, la inestabilidad de los juicios y el continuo fluir de
las ideas, para hacer emerger el yo íntimo enquistado a menudo bajo diferentes
tópicos y superposiciones colectivas.
Pero además de esto, ¿había algo en la filosofía de Bergson, defendida
por su propio autor en un libre diálogo filosófico, que justificara el mencionado
comentario de Zubiri a Heidegger?. Es muy posible que Zubiri, que hasta enton-
ces consideraba el pensamiento bergsoniano como genuinamente pragmatista y
anti-intelectualista, pasara a considerarlo como exponente de un filosofar radical
gracias a ese encuentro77. Esta admiración de Zubiri por la radicalidad del método
bergsoniano es lo que subyace en su interpretación de la frase de Bergson que
gustó siempre de citar: “la filosofía nace de una concentración de pensamiento
sobre la base de una emoción pura”78. Veamos esta interpretación con algún
detenimiento.
Tanto la ciencia como la filosofía nacen de una concentración del pensa-
miento, pero mientras la primera reposa sobre la vida práctica y sus necesidades,
la segunda va “a contrapelo de la práctica” no para irse a otro mundo distinto del
mundo de nuestra vida, sino “para mantenerse más íntimamente en él, retrotra-
yéndose a sus raíces últimas”: “Es una reintegración o retroacción a la realidad
inmediata y plena; y ésta es justo la concentración de pensamiento propia de
la filosofía”. Por ello la filosofía no nos aleja del mundo, sino que nos invita a
quedarnos en él sin las prisas que nos imponen nuestras cuitas cotidianas. Con
la filosofía permanecemos en el mundo, pero “de otra manera” (CLF 151-152).
En la vida social prima la “socialización de la verdad”, “la adaptación de lo real
–dice Bergson– a los intereses de la práctica y la vida social”. El saber filosófico,
a contrapelo de la vida práctica, no se acomoda a esos intereses sino a los dere-
chos de la realidad misma, es pura theoria. Zubiri adoptará, reformulándola a su
modo, esta idea de que la filosofía consiste en una retracción, un distanciamiento
respecto de las cosas de la vida para situarse más plenamente en ellas. Ese dis-
tanciamiento distingue al filósofo de los demás hombres y lo sume en una soledad
que hay que interpretar como soledad con las cosas. La vida intelectual es vivir
solo y a contrapelo de la vida práctica.
Para Bergson, sin embargo, la concentración filosófica no consiste sólo en
una actitud en las antípodas de la actitud corriente, ni en una manida actitud con-
77 Este cambio es ostensible entre “La filosofía del pragmatismo” y CU1 y CLF. Antes de su
visita a Bergson, lo tenía por el más genuino representante del pragmatismo y defensor de un intui-
cionismo antiintelectualista; en CLF 170-171 le niega esos calificativos.
78 Esa frase presidió muchos de sus cursos universitarios y privados. En el capítulo que dedica
a Bergson en Cinco lecciones de filosofía nos da las claves para interpretarla.
templativa y pasiva frente a las cosas, sino en “una violenta actividad del espíritu
por la que tiene que esforzarse por convivir lo que tiene delante, que no es un
estado quiescente y puntual, sino algo distinto, una durée” (CLF 161); si todo lo
real es tendencia durativa, un élan vital, la filosofía debe basarse en la experiencia
primigenia de la duración misma dada en la intuición. Nada puede substituir este
encuentro absoluto con las cosas que nos permite estar en ellas y poseerlas desde
dentro de sí mismas. La intuición “es –asegura Bergson– un esfuerzo muy difícil y
muy penoso, por medio del cual se rompe con las ideas preconcebidas y con los
hábitos intelectuales para colocarse en el interior de la realidad”79. Quizás, con-
versando con Bergson, además de corregir sus antiguos juicios sobre él, encontró
una posible perspectiva para escapar del subjetivismo80 sin por ello recaer en el
realismo: el peculiar intuicionismo bergsoniano partía de un originario estar en
la realidad, pero no negaba el papel de la inteligencia, la cual, cuando se arraiga
en la intuición, elabora conceptos a la medida de cada cosa y los va corrigiendo
tanto como sea necesario (CLF 170).
En la base de la concentración de pensamiento que nos conduce a la filosofía
debe haber una emoción que sólo de ella puede derivar y que, a su vez, la impul-
sa decisivamente. Esa emoción es, según Bergson, “la joie, la gozosa alegría de
poseer la verdad”: “Bergson afirmará que la misión del hombre frente a la natu-
raleza no consiste ni en mandar ni en obedecer, sino simplemente en simpatizar
con ella, en una como camaradería, en una verdadera philia. Esto es la filosofía”
(CLF 154). Lo propio del filósofo es el amor en que se convive con la realidad
misma y la emoción filosófica es la alegría única que produce esa convivencia,
el “gaudium de veritate” al que Zubiri se refería repetidamente a lo largo de su
vida81. No se tratará nunca, ni para Bergson ni para Zubiri, de una fácil convi-
vencia, sino de todo lo contrario. El filósofo opta por un amor difícil y violento,
doloroso en definitiva, porque la verdad no es adecuación, sino inserción en el
torrente imprevisible de lo real, que no se deja encarcelar en fórmula definitiva
alguna. Junto a Bergson, Zubiri debió hacerse más consciente de que su destino
y vocación personal sería vivir de ese amor doliente por la verdad.
A partir de su entrevista con Bergson, Zubiri resalta la importancia del
encuentro personal con el filósofo como fundamento de una profunda relación
intelectual. Es imprescindible conocer a un filósofo en sus textos, evidentemente,
pero “el encuentro con el filósofo mismo” aporta algo “absoluto” y distinto de los
argumentos y los conceptos: la persona misma que vive pensándolos. Dar con el
filósofo mismo es por lo tanto una cosa bien distinta de estar informado sobre él.
“Todo lo que se me cuenta de la persona –había escrito Bergson– me suministra
puntos de vista sobre ella. Únicamente la coincidencia con la persona misma me
daría lo absoluto”82. Por otro lado, los textos solos no pueden transmitir toda la
emoción que impulsa al propio filósofo y que resulta de su dedicación filosófica:
su amistad con la verdad.
Parece pues que Zubiri halló en Bergson a un filósofo con quien hablar úni-
camente de filosofía al margen de cualquier consideración religiosa, académica o
personal. Dialogando con él debió superar una concepción sesgada de su filosofía
y redescubrirla como metafísica instalada en lo real y abierta a una realidad que
se resiste a los sistema conceptuales omnicomprensivos. En el diálogo franco que
establecieron debieron compartir la emoción filosófica: la joie en la convivencia
difícil con la verdad de la realidad. Zubiri entendió mejor lo que significa “intro-
ducirse” en la filosofía y vio claramente que corresponde al maestro de filosofía
realizar ese papel de introductor que sabe suscitar en sus discípulos la emoción
filosófica e involucrarlos en la tarea de la filosofía83. Quizás por todo ello pudo
considerar a Bergson en 1922 como “el hombre que más necesitaba”.
En octubre de 1928, cuando no se habían cumplido los dos años del estreno
de su cátedra en la Universidad de Madrid, atenazado todavía por su conflicto
vocacional, Zubiri decidió trasladarse a Friburgo a estudiar junto a Husserl y Hei-
degger, alargando su estancia allí tanto como le fue posible. Este último encarna-
ba concepciones de la vocación y la vida filosófica que fueron la piedra de toque
con la que Zubiri fue madurando sus propias ideas al respecto. Como a casi todos
los que le conocieron en aquellos momentos, a Zubiri le impactó el modo de vida
intelectual que encarnaba Heidegger, pensador consagrado absolutamente a la
84 Hans-Georg Gadamer, “El pensador Martín Heidegger”, traducción de Angela Ackermann
Pilári, Los caminos de Heidegger, Herder, Barcelona, 2002, pp. 67-72.
85 “Un increíble don de Heidegger –en el que la herencia fenomenológica de Husserl ejerció
su efecto con una fuerza aún más intensa– hizo que la cosa sobre la que se pensaba en cada caso,
llegaba a ser como corpórea, redonda, plástica, presente; uno se veía frente a ella porque cada giro
del pensamiento sólo remitía a una y la misma cosa. Mientras que en otras circunstancias se suele
avanzar de un pensamiento a otro, aquí uno se centraba insistentemente en la misma cosa. Y no se
construían simples apercepciones, como en el famoso análisis husserliano del objeto de la percepción
y sus matices”, ibídem.
86 “Cuando nosotros, los más jóvenes, intentamos enseñar, tuvimos un modelo. En lugar del
desarrollo rutinario de las clases, donde uno tiene en mente a los «libros» que tiene al lado, se había
instalado una nueva dignidad de la vox viva y la completa unión de enseñanza e investigación en el
atrevido planteo de preguntas filosóficas radicales”, ibídem.
87 “Pues las preguntas radicales de Heidegger apuntaban a una originalidad más profunda que
aquella que se buscaba en el principio de la autoconciencia. En este aspecto él era hijo del nuevo siglo,
dominado por Nietzsche, por el historicismo, por la filosofía de la vida, y para él las afirmaciones de
la autoconciencia se habían vuelto sospechosas de no ser legítimas”, ibídem.
88 Carta de X. Zubiri a M. Heidegger, 19-II-1930, op. cit.
89 Ibídem.
discussion pour laquelle j’était bien loin d’être immédiatement preparé. J’avais le
propos de vous pouvoir parler sur des choses que dans ma lecture n’etaient pas
claires, […] parce que je croyais naivement que quinze années d’inquietude et de
constante recherche de la vérité méritaient bien le repos, quoique transitoire, de
quelques heures de dialogue (savez-vous qu’est ce que c’est qu’un dialogue avec
son repos, sa lenteur, sa merveilleuse compénetration!). Mais un dialogue pure-
ment philosophique et absolument concrèt.”90.
Zubiri advierte que es siempre muy difícil la compenetración con otro. El
amigo al que podemos abrir las fibras más íntimas de nuestro ser no necesita que
le hablemos de la intimidad, nos comprende antes de hablar y podemos hablar
ante él con una entera libertad, sin ningún peligro de malentendidos. Este sería
el clima ideal para el filosofar y el que le gustaría encontrar en Heidegger, pero
como no es el caso, la carta puede provocar equívocos y la elección cuidadosa
de cada palabra no permite la alegría jovial de quien comparte su intimidad sin
prevención alguna: “Pour cette raison on ne devait pas parler de ces choses qu’à
celui qui est né pour les comprendre; et celui est né pour les comprendre qui n’a
pas besoin que les lui soient dites, (car il est placé dès le commencement dans la
source dernière de l’existence de “l’autre”), et devant lequel par cela même on a
acquis positivement la liberté de pouvoir en parler joyeusement sans péril d’être
malentendu. Et évidement vous n’êtes pas dans ce cas»91.
Zubiri comparte con Heidegger que la filosofía es entregarse al carácter
problemático de la existencia. Ésta es una forma más radical de hacer y vivir
la filosofía que la de aquellos, que aun “filosofando verdaderamente” lo hacen
solamente atraídos por los problemas filosóficos. Si la filosofía no es el objeto de
la existencia sino su centro mismo y es la existencia misma la que lo vuelve todo
problemático, razón de más para encontrarse de “existencia” a “existencia”: “Et
je me suis attaché positivement à ce charactère problematique de l’existence. Je
croyais alors que cela était de la philosophie. Je me donnais à la philosophie,
mieux encore, dès lors j’ai existé seulement dans mes problèmes qua problèmes,
c’est à dire, je ne sentait pas la necessité de les résoudre, bien au contraire je
voyais que toute mon existence perdrait son sens et sa possibilité s’il s’agissait des
problèmes qui peuvent avoir une solution. Mais cela ne veut pas dire que ce soient
ces problèmes qui m’ont attiré et absorbé mon existence; ce serait, je ne le nie
pas, une forme de philosophie, peut être la plus courante même chez quelques
uns (quoiqu’ils pensent le contraire) qui ont pourtant véritablement philosophé.
90 Ibídem.
91 Ibídem.
Chez moi il s’est passé le contraire: c’est une existence inquiète que tout a rendu
problématique92.
92 Ibídem.
93 J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., p. 190.
94 M. Heidegger, Ser y Tiempo, Traducción Jorge Eduardo Rivera, Editorial Universitaria,
Chile, 1998, p. 293.
Zubiri quiere ser fiel a un tipo de vida teorética cuyos caracteres principales
son el desinterés, la extrañeza, la soledad, y el dejarse poseer por la verdad. “El
paso a la existencia teorética no es pues una simple complicación del saber, como
si ahora el hombre supiera más que antes. Es posible que sepa más, posible
también que sepa menos. Lo esencial es que es otro modo de saber”101 en que
simplemente se deja que las cosas estén ahí. La mirada desinteresada permite la
104 Ibídem. En los textos de estos años, “Sobre el problema de la filosofía”, el curso de Intro-
ducción a la filosofía de los griegos (1933-1934), etc., es donde Zubiri plasma por primera vez el tema
del arrastre o posesión por la verdad.
105 Cruz y raya, órgano español de expresión del catolicismo moderno, liberal, abierto,
independiente, sin complejos, capaz de ser crítico con el dogmatismo eclesial y con el dogmatismo
anticlerical. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit.
tanto de la universidad y acepta con gusto que la tarea central de la universidad sea la ilustración del
hombre, el de enseñarle la plena cultura de su tiempo, cuestión bastante secundaria para las preten-
siones de Zubiri. Cf. Ortega y Gasset, Misión de la Universidad, Ed. De Jacobo Muñoz, Biblioteca
Nueva, Madrid, 2007, p. 131.
114 J. A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, Barcelona, Publicacions de la Facultat de Filoso-
fia de la Universitat Ramón Llull, 2007, pp. 77.
115 Platón, República, 515 e.
116 D. Ridruejo, “Xavier Zubiri y la poesía”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 205.
117 A. Lissarrague, “El magisterio de Xavier Zubiri”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit.,
p. 156.
118 I. Ellacuría, Escritos filosóficos II, op. cit., p. 31.
119 L.F. Vivanco, “Los apuntes de Zubiri”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 259.
120 J.A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, op. cit., p. 78.
121 J. Marías, Filosofía española actual, Madrid, Espasa Calpe, 1948, p.135; Una vida
presente, Madrid, Alianza Ed., 1988, pp. 100-101. “Sus clases eran muy difíciles, oscuras –decía
Manuel Mindán–. La mayor parte no le seguíamos. Yo tenía dos carreras terminadas y había ganado
unas oposiciones, y aun así me veía muy justo para poder seguirle”. Entrevista a Manuel Mindán, J.
Corominas-J. A. Vicens, Conversaciones sobre X. Zubiri, op. cit., p. 37. En el mismo sentido se
pronuncian sus alumnos catalanes, por ejemplo: “Zubiri hablaba rápida y nerviosamente. Era muy
difícil seguirlo, pero se veía que sabía mucho” (J. Palau); “Zubiri no hacía ninguna concesión ni a la
retórica ni a la pasión, su discurso era cristalino pero difícil”; la dificultad de seguirlo en sus expo-
siciones “nos hizo pensar en contratar a un taquígrafo” (M. Boix). Cf. J.A. Vicens, Xavier Zubiri i
Catalunya, op. cit., cap. 8.
122 Luis Felipe Vivanco, “Los apuntes de Xavier Zubiri”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit.,
p. 260.
123 Carta de X. Zubiri a M. Heidegger, 19-II-1930, op. cit.
124 Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Conversaciones sobre Xavier Zubiri, op. cit., p. 177.
Sobre su memoria de cátedra puede consultarse también A. Pintor-Ramos, “Primer acceso a la histo-
ria de la filosofía”, Nudos en la filosofía de Zubiri, Universidad Pontificia de Salamanca, Salamanca,
2006, pp. 17-47.
125 X. Zubiri, Memoria de oposiciones a cátedra, 1926, inédito, Archivo XZ, p. 29.
126 Ibídem, p. 30.
127 Ibídem, p. 31.
128 Sus alumnos de Barcelona, por ejemplo, recuerdan sus expresiones recurrentes: “No es
eso, no es eso…” o “Volvamos a nuestro modesto punto de partida…”, para corregirlos y conducirlos
hacia las posiciones que creía correctas. J. A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, op. cit. cap. 8.
129 Zubiri había visto que muchos recibieron de Ortega “el primer entusiasmo filosófico” y
que “supo contaminar a los demás esa fecunda sensibilidad filosófica”; “creó sensibilidad filosófica en
quienes estuvieron en contacto con él”… (SPF 266-267).
130 J. Ortega y Gasset, “La pedagogía de la contaminación”. Meditación de la universidad
y otros ensayos sobre educación y pedagogía. Editado por Paulino Garagorri. Madrid: Revista de
Occidente en Alianza Editorial, 1983, pp. 83-96.
131 J. Ortega y Gasset, “Unas lecciones de metafísica”, op. cit., XII, p. 28.
132 J. Ortega y Gasset. “La pedagogía de la contaminación”, op. cit. p. 89-93.
133 Según sea el temple de cada filósofo, una emoción parece predominar en su quehacer. En
unos sería efectivamente el asombro, en otros la inquietud, en otros la nostalgia, en otros el cinismo,
la angustia, el gozo etc. el mismo Zubiri en la correspondencia con Heidegger (Carta de X. Zubiri a
M. Heidegger, 19-II-1930, op. cit.) hablaba de dolor y “joie” a la vez.
134 “A filosofar no se entra sino despertando el temple, la emoción filosófica” (CU1 368);
“Se puede saber qué es una percepción, pero esto no es suficiente para filosofar. No se introduce a la
filosofía suministrando un vocabulario filosófico, sino despertando un humor, un temple, una emoción
filosófica”, X. Zubiri, “Introducción a la filosofía”, apuntes de Carmen Castro, op. cit.
135 X. Zubiri, “Introducción a la filosofía”, Apuntes Carmen Castro, op. cit., inédito.
136 Ibídem.
137 Ibídem.
138 “La enseñanza ha sido durante la mayor parte de nuestra historia «adoctrinamiento » o
«indoctrinación». Los dos términos proceden del sustantivo abstracto latino doctrina, derivado del
verbo doceo, que suele traducirse por enseñar. Doceo, a su vez, traduce el griego dokéo, creer, pare-
cer, de donde procede el sustantivo dóxa, opinión, creencia. Esas opiniones constituían los llamados
tópoi o loci communes, que eran los que el maestro debía transmitir a sus discípulos. Por supuesto,
no se trataba de razonar, ni de discutir; se trataba de indoctrinar o adoctrinar, de hacer que las nuevas
generaciones conocieran el depósito de tópicos o lugares comunes, la doctrina. Quien la conocía
pasaba a ser doctus, instruido, a diferencia del indoctus, ignorante. Y quien se dejaba adoctrinar
era el docilis. Del alumno no se esperaba otra virtud que la docilidad”. Diego Gracia, “La vocación
docente”, Anuario Jurídico y Económico Escurialiense, XL, 2007, p. 812.
139 J. Marías, Filosofía española actual, op. cit., p. 135.
140 L. F. Vivanco, “Los apuntes de Zubiri”, Homenaje a X. Zubiri, op. cit., p. 259.
141 D. Ridruejo, “El estilo de Zubiri”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 205.
142 J. A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, op. cit. p. 77.
Ortega con los suyos, creó en ellos una sensibilidad filosófica especial. Podríamos
citar muchos ejemplos antiguos y contemporáneos. Recordemos la escena en que
la estudiante Maria Zambrano, casi decidida a dejar los estudios de filosofía, se
acerca a un ventanal en el patio de la Facultad a través del cual puede escuchar la
clase que está impartiendo Zubiri: “el profesor Zubiri –cuenta ella misma– expli-
có nada menos que las categorías de Aristóteles y yo me encontré, no dentro
de una revelación fulgurante, sino dentro de lo que había sido mejor para mi
pensamiento: la penumbra tocada de alegría. Y entonces, calladamente –en una
penumbra, yo diría más que de mi mente, de mi ánimo, de mi corazón–, se fue
abriendo como una flor, el discernido sentir de que quizá yo no tenía por qué
dejar la filosofía”143. Lo decisivo es que Zubiri: “no enseñaba sólo filosofía, sino
que espoleaba con el ejemplo a la aventura del filosofar”144.
En el periodo que va desde los inicios de la guerra civil española hasta 1942,
año en el que abandona la universidad, Zubiri reelabora su proyecto de vida inte-
lectual. Los principales caracteres de la vida teorética esbozados en los años 30
–el desinterés, la extrañeza, la soledad, y el dejarse poseer por la verdad– adquie-
ren una mayor densidad; el diagnóstico sobre la situación actual se agrava; la
soledad como condición del ejercicio filosófico adquiere una mayor relevancia y
un perfil biográfico, existencial e histórico; las raíces metafísicas de la crisis son
examinadas; su proyecto cultural busca efectos a más largo plazo y de un modo
más discreto; la urgencia por recuperar la vida intelectual en la tarea científica se
acentúa. Los factores que influyen en ese cambio son diversos: 1) Su seculariza-
ción como sacerdote, que inaugura una nueva etapa de su vida; 2) El “choque”
entre el “rebrotar” de su fe católica, que alcanza su punto álgido con su profesión
como oblato benedictino en París y su disposición a contribuir a “recatolizar
España”, y la burda realidad de la iglesia con la que topa a su vuelta a España en
1939145; 3) El contraste entre su ideal religioso y sus dificultades de orden senti-
143 J. Corominas-J.A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, op. cit., p.138.
144 Maur Mª Boix, benedictino de Montserrat, antiguo alumno suyo en la Universidad Barce-
lona, J.A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, op. cit. p.76.
145 ¿Hasta qué punto en los años de Roma y París se produce en Zubiri un resurgir de un
ideal de vida católico como motor principal de toda su actividad intelectual? Piénsese en los estudios y
en los cursos que da en esta época y en su solicitud rechazada de trabajar y estudiar en la Universidad
de Upsala en Suecia o en la Escuela Bíblica de Jerusalén, antes que volver a España. ¿Hasta dónde
contribuyen a atemperarlo sus dificultades sentimentales, la censura que sufre de la propia iglesia cató-
mental, una situación que Zubiri consideraba incompatible con una vida pública;
4) Su vivencia intensa de la enorme crisis social, política y cultural que se abate
sobre Europa y que tiene sus expresiones más dramáticas en el conflicto español
y en la Segunda Guerra Mundial; 5) La consciencia de que en la nueva España la
universidad, sometida a las directrices políticas del gobierno de Franco, ha dejado
de ser el espacio propicio para la vida intelectual filosófica146.
Creemos que la interpretación que realizó Husserl de la situación europea
fue un elemento clave en la revisión zubiriana de la concepción de la vida inte-
lectual.
lica y la circunstancia española en la inmediata posguerra? Para el desarrollo de esta cuestión puede
consultarse la biografía de Xavier Zubiri (Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad
Sonora, op. cit.) y el artículo de J. Corominas, “Xavier Zubiri y la crisis modernista”, op. cit. Que
se trata de una cuestión nuclear también para la comprensión de su filosofía y de su relación con la
teología lo muestra el reciente libro de Guillerma Díaz Muñoz, Teología del misterio en Zubiri, Her-
der, Barcelona, 2008. Creemos que el descubrimiento y profundización de la teología del misterio en
esta época (especialmente cuando estudia en el centro universitario de san Anselmo de Roma 1935-
1936 donde entra en contacto con Dom A. Stolz, M. Schmaus, y el discípulo de Casel, Warnach
Cf. Guillerma Díaz Muñoz, op. cit. p. 34) le permitió a Zubiri continuar siendo católico y explica el
renacimiento y el rebrotar de su fe al que se refiere en su correspondencia. La próxima publicación
del curso “Helenismo y cristianismo” (1934-1935) donde Zubiri repasa las tesis de la escuela de la
historia de las religiones y la de sus seguidores protestantes, liberales y modernistas respecto al origen
del cristianismo puede suministrar algunas claves del alejamiento progresivo de Zubiri de las tesis
modernistas. Es destacable la justificación que proporciona Guillerma Díaz del gran interés de Zubiri
en los años de Roma y París por las lenguas y las culturas orientales. La escuela de la historia de las
religiones (Dumézil, Furlani, Jeremias, etc) atribuye el origen del cristianismo al sincretismo con reli-
giones del misterio del entorno y suele plantear teorías sobre la procedencia o dependencia directa de
religiones mistéricas, helenísticas u orientales. Por su parte, la teología del misterio reivindica el carác-
ter original del cristianismo y del misterio paulino. En este contexto se explica el denodado empeño
de Zubiri por el estudio de lenguas orientales y el contacto con diversos orientalistas. La lectura directa
de las fuentes orientales puede permitirle dirimir directamente la cuestión. En definitiva, el libro de
Guillerma Díaz muestra algo que hasta ahora había pasado, sino del todo, bastante desapercibido:
la importancia en la filosofía, la teología y la biografía de Zubiri de la teología del misterio. Lo que
ya encontramos harto más discutible es que se deba entender a partir de 1935 toda la filosofía y la
teología de Zubiri como la de un teólogo del misterio seguidor y continuador de la tradición de los
benedictinos Casel y Warnach.
146 Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit. cap. XXV
a XXVIII.
5.1. El impacto del último Husserl. La vida teorética en La crisis de las ciencias
europeas
147 La primera y segunda parte de la Crisis se publicó en el primer número de la revista Phi-
losophia de Belgrado pp. 77-176, que dirigía Arthur Liebert, en enero de 1937. Para una cronología
de los avatares de la composición de Crisis cf. Javier San Martín, Para una filosofía de Europa,
Universidad nacional de Educación a Distancia, 2007. p. 239 ss. La edición definitiva de Crisis, la
de 1954 donde aparece la 3 parte y los anexos, Die Krisis der Europäischen Wissenschaften und
die Transzendentale Phänomenologie. Eine Einleitung in die phänomenologische Philosophic,
The Hague, M. Nijhoff, 1954, también se encuentra en la biblioteca de Zubiri.
148 Contamos con dos cartas de la esposa de Husserl, Malvine Husserl: Carta de M. Husserl a
X. Zubiri, 22-VIII-1937, Archivo de XZ y Carta de M. Husserl a X. Zubiri, 30-I-1940, Archivo de XZ.
Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., pp. 761, 773.
149 Es lo que conjeturamos de la respuesta de Malvine Husserl de 1937 y la siguiente de
1940. Cuando Malvine revisó la correspondencia de su marido ya fallecido se vio obligada de nuevo
a contestar a Zubiri. Es muy posible además que éste le expresara en 1937 su interés por traducir la
obra de Husserl al español prosiguiendo la labor iniciada por la Editorial Revista de Occidente.
150 E. Husserl, La crise des sciences européennes et la phénoménologie transcendentale,
Gallimard, París, 1976, p. 22.
151 Javier San Martín dirá que “El telos de la fenomenología es mostrar que el ser humano no
es el ser dado en el mundo, sometido por tanto a la legalidad del mundo, a las diversas determinacio-
nes del mundo, sino que ante todo como ser humano es subjetividad trascendental teleológicamente
comprometida con la racionalidad: sólo tal ser puede hacer ciencia y, por supuesto, sólo también
ese ser puede ser un sujeto ético radicalmente comprometido, por encima de cualquier coyuntura
y situación fáctica, con unos valores éticos”. Javier San Martín, Para una filosofía de Europa, op.
cit., p. 34
154 En estos textos parece más afín a Husserl que a Heidegger: La vida filosófica no es una
forma más de vida, el compromiso con la vida teórica es el remedio necesario de la crisis: a pesar de
las circunstancias difíciles, Zubiri, como Husserl, no desespera, confía en la fuerza de la vida teórica.
En Heidegger la filosofía parece plantearse en este momento más como estremecimiento que como
ambición de transformación social.
155 Una comparación entre los escritos que van de 1930 a 1936 y los escritos de 1940
a 1945 permitiría ver hasta que punto tuvo presente Zubiri las últimas obras de Husserl en estos
últimos.
156 La idea de filosofía tampoco ha variado respecto a los años 30. Así escribe en “Ciencia y
realidad” (1941) : «Los problemas de la filosofía no son, en el fondo, sino el problema de la filosofía»
(NHD, 112). Al revés que las otras ciencias, la filosofía no comienza con un concepto de lo que ella
misma es, «Mientras la ciencia es un conocimiento que estudia un objeto que está ahí, la filosofía,
por tratar de un objeto que por su propia índole huye, que es evanescente, será un conocimiento que
necesita perseguir a su objeto y retenerlo ante la mirada, conquistarlo» (NHD, 117).
«Mientras la ciencia inmadura es imperfecta, la filosofía consiste en el proceso mismo de su
madurez. Lo demás es muerta filosofía escolar y académica. De ahí que, a diferencia de lo que ocurre
en la ciencia, la filosofía tenga que madurar en cada filósofo. Y, por tanto, lo que propiamente consti-
tuye su historia es la historia de la idea misma de filosofía» (NHD, 121). Estas citas se pueden compa-
rar con lo citado en el apartado de los años 30 para ver que no hay ningún cambio significativo.
157 “Nuestra situación intelectual” (NHD).
do la noción de verdad como acuerdo de la mente con las cosas. Una vez sepa-
rada la inteligencia de lo real y entendida la ciencia como producción de ideas
que intentan alcanzar una realidad “exterior” a la inteligencia, sólo hay que dar
un paso para concebir cualquier pensamiento humano como impresión subjetiva
y pasajera. Es la descomposición de la vida intelectual. Pero “el desarraigo de la
inteligencia actual no es sino un aspecto del desarraigo de la existencia entera»
(NHD 50). Se trata de una crisis profunda, mucho más grave que una transitoria
falta de identidad, de valores o fundamentos; una crisis nihilista en la que no hay
ya ni voluntad ni posibilidad de esquirla de verdad alguna. El programa filosófico
de Zubiri y su idea de filosofía surgen de la conciencia de esta grave patología
del siglo XX. “Sólo lo que vuelva a hacer arraigar nuevamente la existencia en
su primigenia raíz puede restablecer con plenitud el noble ejercicio de la vida
intelectual” (NHD 50)158.
Como para Husserl, para Zubiri el filósofo es aquel que se consagra desin-
teresadamente a la búsqueda de la verdad sin límites ni cortapisas, pero mientras
Husserl reivindica una vida teorética que es la propia del filósofo y del telos de
Europa, Zubiri extiende la vida intelectual a otras disciplinas y no sólo a la filoso-
fía. En Zubiri la vida filosófica es una condición necesaria para revitalizar la vida
intelectual, sin embargo, ésta última es también patrimonio de científicos, artistas
y todos aquellos que se dejen poseer por la verdad y no solamente de los filóso-
fos. En el programa concreto de desarrollo de su filosofía también se distancia
de Husserl. En “Nuestra situación intelectual” se propone superar el positivismo,
el pragmatismo y el historicismo, mediante el arraigo de la verdad en el ser y en
la realidad, es decir, en la metafísica o la ontología, y no en el idealismo trascen-
dental de Husserl. Si Husserl busca la fuente última de la realidad en la subjeti-
vidad trascendental, Zubiri sitúa esta fuente más allá de nuestra subjetividad –y
toda nuestra realidad– en el cuadro de un realismo particular que Víctor Manuel
Tirado llama, por oposición al subjetivismo trascendental de Husserl, “realismo
trascendental”159.
La crisis que embarga al hombre es ahora más profunda que la que ya seña-
laba en los años 30, y la soledad del hombre contemporáneo adquiere un sentido
más biográfico, existencial e histórico160. Ya no es simplemente una característica
exclusiva de la actitud filosófica: “Cuando el hombre y la razón creyeron serlo
158 Hay un gran aire de familia entre “Nuestra situación intelectual” y la primera parte de
La crisis.
159 Víctor Manuel Tirado San Juan, op. cit., p. 60.
160 Como dirá Pedro Cerezo Galán, “Aquella soledad consentida traducía una situación espiri-
tual de más alcance. Era también la soledad/destino del hombre contemporáneo, que siente que se ha
quedado sin raíces, y el ser no es más, como proclamaba Nietzsche, que el último humo de la realidad
evaporada”. P. Cerezo, “Del sentido a la realidad: El giro metafísico en Xavier Zubiri”, en VVAA, Del
sentido a la realidad. Estudios sobre la filosofía de Zubiri, Madrid, Trotta, 1995, p. 223.
161 Algunos de estos factores los mencionamos al comienzo del apartado 5 de este artículo.
Para una comprensión cabal cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op.
cit. cap. XXVII.
que excesiva […]. En la Universidad Zubiri estaba como pez en el agua […]. Ahora
bien: que un pez se salga fuera del agua y se instale –ya van por diez años– en
la orilla, es cosa que da mucho que pensar: sobre la extraña condición del pez
–vitalidad, tenacidad, ausencia de inercia y gregarismo, ascetismo –y sobre el
estado de las aguas”162.
Parece obvio que lo que escribió Zubiri en 1940 a propósito de Sócrates
avanzaba lo que ya veía como su única salida: “Comprendió que vivía en una
época en que lo mejor del hombre sólo podía salvarse retirándose a su vida pri-
vada” (NHD, 196). La retracción es la única vía para continuar viviendo en la
verdad (NHD 25). “[Sócrates] abandona la retórica para tomar en serio el ser y el
pensamiento. Pero sería un error suponer que su retirada fue la adopción de un
aislamiento total. Sócrates no fue un pensador solitario. Lo privado de una vida
no es idéntico a su aislamiento. Hay, por el contrario, el riesgo de que el solitario
encuentre, en su soledad aislada, un modo de notoriedad y, por tanto, de publici-
dad. Que algunos discípulos suyos malentendieron así su actitud es cosa conocida.
No se trata de esto. Mucho menos aún de lo que ha sido, por ejemplo, la sole-
dad para Descartes. El “solus recedo” de Descartes, ese quedar a solas consigo
mismo y su pensamiento, está a doscientas leguas de Sócrates, por la razón
sencilla de que no ha habido ningún griego que haya tomado esa actitud mental.
A donde Sócrates se retira es a su casa, a una vida semejante a la de cualquier
otro, sin entregarse a las novedades de una concepción progresista de la vida, tal
como se hacía en la élite ateniense, pero sin dejarse impresionar tampoco por la
mera fuerza del pasado. Tiene sus amigos, y con ellos habla” (NHD 245).
Las razones que esboza para dar cuenta de la retracción de Sócrates y el
modo de vida que ella implica son a la vez las propias de Zubiri en este momento:
cuando el hombre habla por hablar, sin expresar ya pensamientos, cuando las
ciencias se convierten en un mero “recetario de ideas”, cuando los científicos y
los “sabios” se vuelven “de-mentes”, esto es, les falta la mens, el nous, no queda
más que retirarse, callar y volver al pensamiento (NHD 241). Pero el retiro de
Zubiri, como el de Sócrates, no es ni eremítico, ni ascético, ni total, ni pretende
ser un nuevo modo de notoriedad. Se trata de dedicar tiempo a la verdad en la
soledad de su mesa de trabajo y su biblioteca, sin dejarse impresionar ni por la
tradición, ni por la política, ni por las novedades progresistas, encontrándose con
los filósofos de todos los tiempos en las cosas sobre las que filosofa, y hablan-
do de esta verdad con sus amigos. Sócrates “entendió el pensamiento –escribe
162 J. Marías, “La situación intelectual de Xavier Zubiri”, en Varios autores, Homenaje a
Xavier Zubiri, Madrid, Revista de Alcalá, 1953, p. 169.
Zubiri– como un diálogo silencioso del alma consigo misma y con los demás y el
diálogo con los demás como un pensamiento sonoro” (NHD 245).
Sócrates es para Zubiri el modelo de vida intelectual y, si no es el mejor
ejemplo de existencia filosófica, es el primero que nos muestra que más impor-
tante que tener una filosofía o buscarla es el llevar este tipo de existencia163. En
1940, Zubiri perfila su figura, idealizándolo, para dibujar la imagen del maestro
de filosofía por excelencia, en el que anticipa algunos rasgos que va a tener su
propio magisterio filosófico a lo largo de más de cuatro décadas.
En primer lugar Zubiri destaca que la filosofía de Sócrates no se vuelca sobre
las realidades divinas, sino sobre las cosas más accesibles al hombre, las de la
vida cotidiana. Sócrates no quiere ni ocuparse de una ciencia en particular ni
formar parte de la masa de ciudadanos irreflexivos absortos por los quehaceres
y las urgencias de la vida, sino reflexionar sobre las cosas de la vida corriente
para fundar la vida en una meditación sobre lo que ellas son (NHD 249). Lo hace
desde una conciencia clara de la intrínseca insuficiencia de todo discurso humano.
El mensaje “Conócete a ti mismo” del templo de Apolo exhortaba al hombre
griego a reconocer sus propios límites; sometido al mandato del dios de Delfos,
el saber socrático fue siempre un saber humano: el maestro “quiere borrar toda
ilusión desmesurada de un saber sobrehumano” (NHD 249).
Si la experiencia de las cosas es el primer momento de la reflexión socrática,
el diálogo con los amigos en torno a las cosas constituye el segundo estadio de la
misma: es el momento de la racionalidad. Eso significa para Sócrates hablar en
común sobre las cosas desde las cosas mismas: en ellas radica la fuerza y el valor
del logos humano; ellas deben dominar el discurso filosófico y no ningún designio
de utilidad o eficacia práctica. Por eso dice Zubiri que Sócrates: “piensa hablando
y habla pensando…de las cosas tales como se presentan en la vida diaria, pero
tomándolas en si mismas, en lo que son de veras” (NHD 245). “El diálogo no es
disputa sino un girar sobre las cosas y empaparse de ellas” (NHD 249): son las
cosas las que hablan.
Pero esa manera socrática de pensar las cosas de la vida requiere poner en
suspenso todo lo que de ellas damos por supuesto en nuestra existencia cotidiana
(NHD 250). Sócrates “hace ver que la vida corriente no se sabe lo que se trae
entre manos; lo que hace que la vida sea corriente es precisamente esa ignoran-
163 “¿Fue Sócrates un filósofo? Si por filósofo se entiende el que tiene una filosofía, no. Si
se entiende el que busca una filosofía, quizá tampoco. Pero fue algo más. Fue, efectivamente, una
existencia filosófica, una existencia instalada en un ethos filosófico que, en un mundo asfixiado por la
vida pública, abre, ante un grupo privado de amigos, el ámbito de una vida intelectual y de una filo-
sofía, asentándola sobre nuevas bases y poniéndola en marcha, tal vez sin saber demasiado a dónde
iba, en una nueva dirección” (NHD 251).
164 Un artículo tan autobiográfico como el de “Sócrates” lo escribe Zubiri cuando no piensa
en abandonar la universidad, pero no se involucra en ella. Da las clases, atiende educadamente a los
alumnos y se va.
165 Carta de X. Zubiri a Ángel Herrera Oría, 27-I-1937. Estamos apenas en los inicios del
conflicto. No tardará Zubiri en descubrir la dificultad, cuando no la imposibilidad de una acción cultu-
ral. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit., p. 405.
166 Pedro Cerezo Galán, op. cit., 223.
A partir de los años 70, época de la fundación del Seminario Xavier Zubiri en
la Sociedad de Estudios y Publicaciones, la vida intelectual de Zubiri adquirió un
nuevo empuje y vigor. En sus últimos escritos, presididos por su obra culminante,
Inteligencia sentiente, la vocación, la vida intelectual y el magisterio, adquieren
la densidad que corresponde a una larga experiencia de vida y a una filosofía que
llega a su madurez. Desde la perspectiva teórica y vital zubiriana no hay posibili-
dad de vida intelectual sin vocación y no puede ejercerse un magisterio filosófico
sin vida intelectual. En este preciso orden examinaremos la cristalización de estas
nociones en el último Zubiri.
6.1. La vocación
también podemos llamar forma de realidad de cada cual167. Pero aún hay más,
la personalidad incluye también el sistema que yo formo con las demás cosas y
personas: mi cosmovisión, mi modo de utilizarlas, de servirme de ellas (del marti-
llo como ocasión para un poema o para clavar un clavo…), mi lugar geográfico,
mi estrato social, económico etc.168:
En el límite, para Zubiri existen tantas vocaciones como “personalidades”.
Cada persona puede tener una vocación o muchas vocaciones e ignorarlas:
vocación de artista, de poeta, de madre, de soltero, etc. Cada uno es llamado
por la voz de la realidad a realizarse en una forma de realidad, pero sucede que
escucho esa voz cuando ya soy una determinada forma de realidad. La tradición,
antes de transmitir ideas, valores, sentidos, configuraciones de actos y formas de
vida, nos da una forma propia de realidad en la medida en que ha creado nuevas
notas o propiedades de la realidad humana (SH 207). La historia y la sociedad no
alteran tan sólo la configuración o la forma de vida sino la forma de la realidad
humana. Por nacer en determinado momento de la historia el hombre tiene una
forma de realidad distinta de la que tendría si hubiera nacido en otro momen-
to169. Las normas, las pautas, los hábitos y la institucionalización de los mismos
conforman nuestra forma de realidad o personalidad y en cierto modo prefigu-
ran nuestra vocación. Cuando queremos decidir sobre nuestra vocación ésta ya
167 Zubiri empieza distinguiendo entre forma de realidad y modo de realidad. Cada cosa
real, por su constitución, es decir por su sistema de notas (o aunque solo hubiera una), constituye una
forma de realidad y por el modo en que estas notas son “suyas”, son de cada sustantividad, conforman
un “modo de realidad”. Muchas formas de realidad pueden tener, pues, un mismo modo de realidad.
Zubiri distingue tres modos de realidad: mero tener en propio, autoposeerse, y ser persona.
Las diferentes formas de realidad del modo de realidad personal es lo que constituye la persona-
lidad de cada cual. La noción de “personalidad” zubiriana recubre un campo mucho más amplio que lo
que comúnmente entendemos por personalidad (carácter o forma de ser). La personalidad se refiera
al sistema íntegro de notas que me constituyen como ser singular: se refiere tanto a notas genéticas,
como históricas, como comportamentales, como a las que me voy apropiando cada día y como a las
que desconozco y que de hecho determinan lo que soy.
“La personalidad es la actualidad de mi propia realidad en el campo de las demás realidades y
de mi propia realidad. De ahí que por razón de mi personalidad yo nunca soy lo mismo. Mi propia
vida personal es de carácter campal” (IRA 255).
168 “Pero lo que yo soy como realidad no se agota en lo que soy yo como contradistinto a las
demás cosas, y a mi realidad entre ellas, sino que mi realidad campal, mi personalidad, comprende
también otras cosas como momentos de mi vida personal. Así, las cosas-sentido, que no son pura y
simple realidad, son sin embargo, momentos del constructo de cada cosa con mi vida personal. Toda
cosa-sentido es un momento constructo de la actualidad campal en que mi personalidad consiste”
(IRE 273).
169 “El hombre de hoy no sólo tiene organizada su vida de forma distinta a como la tenía el
hombre de hace tres siglos, sino que el hombre de hoy es en su realidad distinto del hombre de hace
tres siglos” (SH 209).
170 Mi modo de realidad es constitutivamente abierto y nada, nadie, ni nunca puede cerrar
esta apertura. La libertad entra en juego precisamente en la inconclusión de nuestras tendencias.
Por un lado hay que decir que no podemos jugar arbitrariamente con nuestras tendencias como si
estuviéramos por encima de ellas, pero por otro que las tendencias arrastran, pero que no doblegan.
Su fuerza no es compulsiva. Mas bien las tendencias son pretensiones que necesitan de un momento
de libertad para ejecutarse. De ese modo el carácter no es una tendencia no libre sino una enorme
cantidad de ingredientes que libremente el hombre ha ido modulando o le han modulado en sus
tendencias (SSV 137-138). La libertad es por ello susceptible de ser analizada en términos de perfil
según la riqueza y la dirección de las tendencias volitivas de cada uno (SSV 121-123); de área según
el elenco de cosas que puede elegir cada hombre dependiendo de múltiples factores (SSV 124-126);
de niveles según la edad y el tipo de deficiencias psicofísicas (SSV 126-130); y de grados según la arti-
culación de las tres condiciones anteriores (SSV 130-132). Por toda esa variabilidad es que la moral
es un arte. Lo importante es encontrar formas viables de moralidad para cada ser humano dada sus
tendencias y condiciones (SH 146).
171 “En cada uno de sus actos el hombre está ejecutando una volición de verdad real. En
ella tiene que adoptar una forma de realidad. Esta forma es, pues, optativa. Por tanto la voluntad de
verdad real se plasma en búsqueda. Búsqueda de qué? Búsqueda de cómo se articulan las cosas reales
en «la» realidad para poder optar por una forma de realidad. Necesitamos averiguar cuál es la manera
como se articula en cada cosa «su» realidad con «la» realidad. Y ésta es la fundamentalidad en que se
fundamenta mi realidad personal en la realidad, en la realidad-fundamento. Con una expresión de
Bergson, esta experiencia puede llamarse «experiencia metafísica», una experiencia de búsqueda de
fundamento, de la fundamentalidad del poder de lo real; una experiencia que con más precisión la lla-
maré experiencia teologal. No es experiencia teológica. De la experiencia teológica me ocuparé en
la Tercera Parte del libro. No confundamos lo teologal con lo teológico. Lo teologal es lo que envuelve
la versión al problema de Dios. Lo teológico es lo que envuelve a Dios mismo” (HD 108).
172 También: “Sin la aprehensión primordial no habría intelección alguna. Cada modo
recibe de la aprehensión primordial su alcance esencial. El logos y la razón no hacen sino colmar la
insuficiencia de la aprehensión primordial, pero gracias a ello, y sólo gracias a ello, se mueven en la
realidad.” (IRA 324) y IRE 266.
Cada uno de nosotros está abierto y poseído por una alteridad originaria,
por una apertura o formalidad de realidad, que nos lanza a una intelección cam-
pal y racional. La filosofía es también (aunque no solamente) una forma más de
inteligencia racional, al lado, y muchas veces interfecundándose con ellas, de
las ciencias, las artes, la teología, etc. Todas las múltiples trayectorias racionales
pueden ser formas de vida intelectual. El requisito indispensable es que arraiguen
en su primigenia raíz: en la asombrosa apertura de cada uno de nuestros actos a
la realidad y su enigmática subyugación al poder de lo real. En definitiva, la vida
intelectual pasa por el arraigo de la existencia humana en el poder de lo real, por
un escuchar la voz de la realidad y responder a ella mediante una experiencia de
nosotros mismos, una experiencia racional de lo que puedan ser las cosas y una
experiencia metafísica del fundamento último de lo real, sin que todas estas expe-
riencias, por muy razonables que sean, puedan ser nunca definitivas o podamos
dejar completamente de lado un momento de apuesta, riesgo o creencia. La vida
intelectual es el coraje inmenso de avanzar a tientas, confiados en la alteridad
primera que nos posee, pues no avanzamos ni tan sólo bajo las luces de nuestra
razón, sino bajo la luz “otra” de una alteridad primigenia.
Es importante subrayar que desde Zubiri ninguna vía racional, esto es, nin-
guna área del saber, es más o menos que otra. Lo decisivo no es adoptar una u
otra vía sino que ésta corresponda a una verdadera vida intelectual. También es
forzoso constatar que por más que haya un primordio de vida intelectual en todo
ser humano, hacer de ésta lo nuclear de una existencia requiere una vocación par-
ticular y que hoy por hoy no existe una vida intelectual en general sino que ésta
se declina de muchas formas: puede ser vida intelectual la del poeta, el pensador
político, el científico, el arquitecto, o el filósofo y pueden solaparse y fecundarse
en una misma persona diferentes vías, pero desde luego no todas. La filosofía
es una más de las formas posibles de vida intelectual. ¿Qué es lo específico de la
vida filosófica?
La vida filosófica es por lo pronto una vida intelectual filosófica. Es decir, la vida
intelectual puede recubrir todos los ámbitos del saber, mientras que la vida filosófica
es una determinada concreción de la vida intelectual. En la vida filosófica el modo
de acercarse a las cosas es un modo transcendental. Mientras que por ejemplo las
ciencias tratan de explicar qué son allende lo aprehendido las diversas formas de
realidad, lo propio de la actitud filosófica es la consideración de todas las cosas
desde el horizonte trascendental de la realidad: “A mi modo de ver, lo específico de
la actitud filosófica no consiste en encontrar facetas nuevas a la realidad real; esto,
evidentemente, lo hace la ciencia, lo hacen las artes, lo hace la propia filosofía con
más o menos éxito, cuando se propone hacerlo. No. La actitud filosófica consiste
en algo distinto. No consiste en inteligir las cosas como reales –eso lo hace todo
acto de intelección–, sino en una cosa mucho más difícil y sutil: el aprehender las
cosas como “formas de realidad”. Esto es mucho más sutil y mucho más difícil
que aprehender las cosas como reales. La actitud filosófica consiste justamente en
aprehender todas las cosas como formas de realidad: los colores, los sonidos, las
personas, los animales, los movimientos, los paisajes, etc. Esto, repito, es más difícil
que aprenderlo simplemente como realidades” (EM 269).
Pero la vida filosófica no es solo un modo de enfrentarse con las cosas, una
actitud u óptica ante ellas, sino que es también el esfuerzo, que a veces dura toda
una vida, por conquistar la óptica correcta. Es el afán que delata el propio método
zubiriano, cuyos modelos son Sócrates y Husserl: la búsqueda de un saber radical
lo más libre posible de presupuestos. En esta búsqueda perenne el filósofo intenta
liberarse de toda servidumbre (ciencia, psicología o teología). Su objetivo es el
encuentro de la verdad radical y sus principios aquellos que se van precisando en
esta misma búsqueda. A diferencia de las ciencias positivas que empiezan ya su
propia tarea en un campo determinado, la filosofía tiene que empezar siempre
conquistándolo palmo a palmo173. Este talante ha sido en nuestro siglo reivindica-
do sobre todo por la fenomenología, pero más que identificar a esta corriente es
connatural a la filosofía misma y podemos decir con Platón que está inscrito en
el corazón de lo humano. “Podría resultar que la filosofía fuera una pasión inútil
y que el filósofo desfalleciera en la búsqueda de su objeto, al percatarse de que al
cabo de los caminos no hay nada que justificase su esfuerzo y pretensión. Pero
su pretensión no por eso sería inútil, porque su propio fracaso diría de la realidad
mucho más de lo que otros éxitos pretenden decir”174. El fracaso en filosofía es
mucho más productivo que la adscripción a una moda, la apelación a argumentos
de autoridad o a consideraciones políticas, culturales o de gusto extemporáneas
al ejercicio filosófico mismo. Este permanente volver a empezar, este esfuerzo
de criba de los prejuicios, esta pasión o ímpetu, más allá del bien y del mal, del
placer y la angustia, es el núcleo de la vida filosófica. El mejor síntoma de la
buena salud de la vida filosófica es poseer la suficiente libertad metafísica como
para desmentirnos a nosotros mismos y ser más fieles a la verdad que a nuestras
ideas sobre ella175.
173 “Las ciencias no pueden menos que escandalizarse ante esta pretensión de la filosofía de
buscar un objeto distinto de todo otro objeto y presente a todo otro objeto, así como ante el perma-
nente balbuceo en que parecen moverse cada una de las filosofías”. I. Ellacuría, “La idea de filosofía
en X. Zubiri”, Escritos filosóficos II, UCA editores, San Salvador, 1999, p. 381. Esta es toda la
grandeza y toda la miseria de la verdad filosófica. Léase con detenimiento el extraordinario resumen
que hace I. Ellacuría del “objeto de la filosofía” ibídem, pp. 378-383.
174 Ibídem, p. 379.
175 A tenor de lo que cuenta Diego Gracia a Zubiri, capaz de cuestionar su pensamiento
hasta el último momento, no le faltó esta salud. Cf. Entrevista a Diego Gracia, cf. J. Corominas, J.
A. Vicens, Conversaciones sobre Xavier Zubiri, op. cit., p. 236.
176 Diego Gracia sugiere que si en esta época Zubiri prestó una especial atención a la física, a
la química, y a la biología es porque entre el público abundaban médicos y biólogos. Es muy posible,
como piensa Gracia, que los cursos que empezó a dar desde 1945 fueran en cierto sentido contrapro-
ducentes para la obra intelectual de Zubiri, que le rompieran su ritmo de trabajo y de pensamiento y
esto explicaría que al final de su vida expresara la voluntad de publicar sólo lo posterior a Sobre la esen-
cia (1962), pero creemos que el interés científico de Zubiri no se justifica únicamente por su público.
177 La filosofía primera de raigambre zubiriana no depende de hipótesis o teorías científicas,
pero para su análisis puede nutrirse de diferentes registros lingüísticos que tengan un valor descriptivo:
el lenguaje cotidiano, el poético, el religioso, el científico… De hecho, Zubiri incluye en su filosofía
primera un buen número de nociones como campo o sustantividad que toma de diferentes ciencias.
178 Y con ello se opondría tanto al positivismo científico, que acaba considerando que toda
realidad es inmediatamente accesible al dato positivo de la ciencia y que la mera consideración cien-
tífica es suficiente para determinar la totalidad de la realidad en cuestión, como a los filósofos, que
anclados en el ser, en la trascendentalidad, pretenden ignorar las investigaciones científicas.
179 “El allende no es tan sólo un concepto teórico, como lo son la onda o el fotón. El allende
puede ser también lo que forja una novela; no la forjaríamos si lo real dado no me diera que pensar.
Lo propio debe decirse de la poesía: el poeta poetiza porque las cosas le dan que pensar. Y esto que
así piensa de ellas es su poesía. Que lo inteligido así sea una realidad teoréticamente conceptuada o
sea realidad en ficción, o sea realidad poética, no cambia la esencia de la intelección como razón”
(IRA 43).
no debe ser considerada como una actividad de segundo orden, sino restablecida
en su dignidad al mismo nivel que la teoría científica y la metafísica.
180 Ya hemos visto anteriormente que para el Zubiri de los años 30 la principal tarea de la
universidad era despertar a la vida intelectual según la vocación de cada cual.
181 Descartes, Principios de la filosofía, I, 74.
ese calificativo más que quitándole la “r”, soy “profeso” en filosofía, pero no soy
profesor de filosofía” (EM 289). El profesor de filosofía puede tener una relación
más o menos distante y accidental con la filosofía, el “profeso” en filosofía se
relaciona con ésta desde las fibras más íntimas de su ser. Si los profesos en el
cristianismo responden con su vida a la llamada de Cristo, el profeso en filosofía
responde con ella a la voz de la realidad. Tal como Zubiri concibe la filosofía ésta
es siempre una labor personal que ha de llevar a cabo uno mismo. No es posible
hacer filosofía sin empeñar en ello la propia vida. La vida intelectual conlleva, a
mil leguas de cualquier tipo de erudición o diletantismo, el dejarse transformar
por los asuntos estudiados. Los oyentes de Zubiri lo captaban inmediatamente:
se comprometía personalmente con lo que decía, porque lo decía impelido por
las cosas que trataba.
Entonces, ¿qué profesó Zubiri?: profesó la realidad verdadera. Ello lo con-
vertía en un “investigador”, alguien “dedicado” a la realidad verdadera: “De mi
persona lo único que puedo decir –decía Zubiri– es que se ha ocupado de buscar
la verdad”; la “verdad real” precisaba. “Dedicación” es “mostrar algo con una
fuerza especial” y esto significa en el caso de la dedicación investigadora “confi-
gurar nuestra mente según la mostración de la realidad y ofrecer lo que así se nos
muestra a la consideración de los demás” (EM 322). Esta dimensión de apertura
magisterial es, según Zubiri, inherente a la investigación. El investigador ofrece
la realidad que ha arrastrado su investigación. Por eso el maestro de filosofía no
entrega unas verdades suyas, sino que tan sólo puede “indicar” la realidad ver-
dadera a la que vive dedicado. De ahí que el verdadero maestro de filosofía sea
principalmente un “introductor” al saber filosófico.
Sin embargo, la enseñanza y el aprendizaje de la filosofía dependen en
buena medida del modo en que ésta se expone. Se ha dicho que Zubiri fracasó
como divulgador de su filosofía porque la presentaba en libros abstrusos e incom-
prensibles para la mayoría del público culto182. Ciertamente, los interesados en la
filosofía que honestamente intentan comprender los textos zubirianos necesitan
una buena preparación filosófica y aun con ella es necesario un acompañamien-
to para situarse correctamente frente a ellos. Si el Zubiri oral resultaba difícil de
comprender, no es menos complicado seguir al escritor.
182 Para muchos resultan ser pura palabrería vacía: el valenciano Joan Fuster acusaba a Zubiri
de “rizar el rizo de una determinada palabrería”, J. A. Vicens, Xavier Zubiri i Catalunya, op. cit.,
p. 121.
similar al que uno emplea para descubrir por sí mismo lo que ignora”184. Es el esti-
lo cartesiano de las Meditaciones metafísicas y que conduce al lector por la vía
“por la que la cosa ha sido metódicamente inventada”185. Los diálogos platónicos,
que intentan reseguir el proceso de la mayéutica socrática, también obedecen al
mismo propósito de mostrar como las ideas emergen de un proceso dialéctico.
Aquí prima la voluntad de facilitar el acceso y la adhesión del lector al saber
mediante el trámite de convertirlo en protagonista de la aventura filosófica.
Estas dos vías las denominó Descartes, respectivamente, síntesis y análisis.
La primera tiene la virtud de proporcionarnos conceptos precisos que articulan
demostraciones rigurosas que arrancan el asentimiento del lector atento e inteli-
gente, pero es un camino difícil para los que no entienden bien aquellos concep-
tos. La segunda, en cambio, consigue que el propio lector descubra paso a paso,
a partir de los datos más inmediatos, las verdades y los argumentos fundamentales
de la filosofía.
¿Por cuál de las dos opciones se inclinó Zubiri como maestro de filosofía?
Por un lado, quien recorre sus principales libros tiene la impresión de que se
inclinó claramente por la síntesis. Su exposición no tiene nada de meditativa;
despliega sin aditivos su sistema de conceptos, prescinde de recursos retóricos y
limita al mínimo los ejemplos; excluye cualquier estrategia pedagógica que repre-
sente el proceso por el que aquellos conceptos han sido asimilados y el sistema
construido. ¿Se inclinó pues Zubiri por el método sintético como forma de expo-
sición y demostración filosófica? ¿Renunció a todo esfuerzo pedagógico en sus
obras mayores? ¿Se desinteresó de facilitar a sus lectores el proceso de invención
de sus tesis y argumentos filosóficos?
Quizás hallemos una respuesta si reconocemos de entrada que su exposición
en la Trilogía no es propiamente la presentación de una serie de argumentos
lógicamente entrelazados, sino una descripción de los actos humanos y del modo
en que se actualizan en ellos todas las cosas. Ahora bien, una descripción puede
escoger arbitrariamente como punto de partida un aspecto determinado del
objeto a describir y desde allí, eligiendo también la dirección, lanzarse a mostrar
otros. No es el caso de la descripción zubiriana: en ella el punto de partida y la
dirección que sigue la descripción vienen impuestos por la cosa misma que se
describe; en el caso de Inteligencia sentiente es la intelección misma la que se
despliega como aprehensión primordial, logos y razón, y por ese orden. No se
trata de un orden temporal ni de un proceso psicológico, sino de un dinamis-
mo que, se contemple desde donde se contemple, radica siempre en el hecho
186 J. Zaragüeta, “Xavier Zubiri, discípulo”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 274.
187 “Dícese de lo que a primera vista presenta con claridad las partes principales de un todo.”
Diccionario de la Real academia.
188 D. Ridruejo, “El estilo de Zubiri”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 205.
189 Cf. A. Pintor-Ramos, Nudos en la filosofía de Zubiri, op. cit., p. 190.
190 Cf. J.F. Pino Canales, La intelección violenta, Barcelona, Facultad de Teologia de Cata-
lunya, 1994, p. 12-13.
191 “[…] y eso significa a la vez descubrirla, liberarla e inventarla conceptualmente” , ibídem,
p. 63.
la cosa misma y quiere compartir con nosotros el proceso del descubrimiento filo-
sófico intentando que el lector dé con las realidades descritas en el orden por ellas
impuesto, se sumerja en ellas y descubra su verdad: es el aspecto analítico de sus
exposiciones. Él nos invita a seguir el proceso de esa invención y esa liberación
en un sentido análogo, aunque también muy distinto, al que da Descartes a sus
Meditaciones como reproducción del camino, que maestro y discípulo pueden
compartir, hacia la verdades fundamentales de la filosofía.
El problema del acceso a la obra zubiriana es que diversas generaciones de
lectores no han tenido el privilegio de tener ante sí todos los escritos zubirianos
y especialmente la obra culmen y la clave de todas las demás: Inteligencia sen-
tiente192. Pero una vez subsanado este defecto de perspectiva y correctamente
distinguidas las perspectivas noológica y metafísica193, forzoso es reconocer que
la dificultad de la filosofía zubiriana reside más en la arduidad de lo que se quiere
manifestar que en su falta de claridad expositiva o de pedagogía.
Es cierto que el objeto de la filosofía, la realidad en cuanto tal, no puede ser
contemplado como una manzana. Pintor-Ramos ha advertido muy acertadamente
que los conceptos zubirianos, pese a su voluntad representativa, no tienen una
significación recta que nos permita relacionarlos unívocamente con objetos ante
nuestros ojos; el objeto primario de la filosofía debe ser conquistado mediante una
mirada oblicua que haga patente lo que es “tan otra cosa que no es cosa” (SPF
311). Como dirá Zubiri, “la dificultad radical de la metafísica estriba justamente en
eso: en ser ciencia de lo diáfano; por consiguiente, en ejercitar esa difícil operación
que es la visión violenta de lo diáfano” (PFMO 19) pues lo diáfano es justamente
el objeto de la filosofía, lo transcendental: “Es lo transcendental, no en el sentido
de que sea una cosa muy importante, pero sí en el sentido de que transciende en
una u otra forma a las cosas que son obvias, sin estar, sin embargo, fuera de las
cosas obvias” (PFMO 19).
La mirada distinta del filósofo constituye el objeto de la filosofía que luego
el lector tiene que ir des-cubriendo con la mirada de su propio pensamiento. El
lenguaje que utiliza Zubiri no es sólo representativo, no sólo pretende, por ejem-
plo en Inteligencia sentiente, actualizar la estructura de la intelección, sino que
192 “Después de la muerte del filósofo se desencadenó una larga polémica entre una interpre-
tación metafísica y una interpretación noológica, que dura hasta ahora. […] tengo la impresión de que
esta larga y fructífera polémica se está empezando a superar precisamente porque la interpretación
“noológica” tuvo éxito, logró rehacer las grandes líneas del edificio zubiriano y ya no queda nadie que se
aventure a una interpretación de Zubiri sin tener delante Inteligencia sentiente o considerándola un mero
apéndice complementario.” Cf. A. Pintor-Ramos, Nudos en la filosofía de Zubiri, op. cit., p. 12.
193 Si la “interpretación metafísica” ha quedado algo obsoleta, la metafísica zubiriana es un
capítulo imprescindible e insustituible de su filosofía” ibídem, p. 12.
194 D. Ridruejo, “Xavier Zubiri y el estilo”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit., p. 206.
opera”. Y lo que se opera es un traer la realidad a la luz. Los que coinciden “en
el modo de alumbrar operativamente la entrada de la realidad en la luz” forman
una escuela (EM 275).
Antonio González señala con agudeza la paradoja de que justo cuando se
rechaza la filosofía escolástica la filosofía es más “escolástica” que nunca, pues
quienes denuncian toda repetición mecánica y toda autoridad se “olvidan” a
menudo de justificar sus propios puntos de partida, cosa que constituye el vicio
mayor de cualquier filosofía escolástica195. En cambio, para Zubiri lo más impor-
tante en filosofía, allí donde se juega la partida, es en la justificación de su punto
de arranque. Entonces bien puede hablarse legítimamente de escuela si se coinci-
de en un mismo punto de partida cuyo acceso hay que desbrozar constantemente
y en un mismo método, en el modo de traer la realidad a la luz196. El seminario
Zubiri fue un ejemplo vivo de ello. Su colaboración se cimentó en su compromiso
común con la verdad. La co-operación en filosofía es posible y eficaz no porque
conduzca a acuerdos doctrinales o porque garantice que las tesis de la filosofía
han sido bien debatidas, sino porque los que cooperan coinciden en la verdad
real: ésta es “el punto en que se encuentran las inteligencias” (EM 310). “A esa
verdad real estamos dedicados todos” (EM 282) –dijo Zubiri refiriéndose a sus
compañeros de seminario– y podemos arrancar algunas “pobres esquirlas de su
intrínseca inteligibilidad” (IRE 15). Por ello no puede ser propiedad de nadie, ni
nadie la puede reclamar para sí, ni es nunca el patrimonio de una mente ilumina-
da. Por eso también, en la verdadera escuela filosófica, se acaba desdibujando la
frontera entre maestros y discípulos, entre el que enseña y el que aprende.
La escuela no se fundamenta por tanto en una coincidencia de doctrinas, ni
en la obediencia a un maestro, ni en una pertenencia institucional, sino en una
manera compartida de indicar la verdad de la realidad y de someterse a ella, y
en la amistad. Los colaboradores de Zubiri fueron sus amigos y esa amistad hizo
202 “Un destacado intelectual y político de la nueva ola ha calificado la última obra del filósofo
diciendo: «Sí, es un libro trascendental que no tiene ninguna importancia»”. Cf. “Zubiri”, Revista de
Información mundial, n. 208, p. 45. Recorte en el que no consta el autor. Archivo de XZ.
203 J. J. Sádaba, “Fenómeno y herencia de un filósofo”, El país, 31-12-1978.
204 J. J. Sádaba, “Zubiri, un, dos, tres…” Diario 16, Disidencias, n. 9, 15-1-1981, p. X.
205 Platón, República, 519e-520a.
Sin embargo, quizás nos hallemos ante una conclusión precipitada. ¿Hasta
qué punto el apoliticismo de Zubiri lo invalida como maestro nacional? ¿Su aisla-
miento y la dificultad técnica de su filosofía son motivos suficientes para denegarle
este título?
Hay que comenzar señalando que una filosofía radical como la que encarna
la fenomenología y la propia filosofía de Zubiri es ciertamente lo más alejado
de una reflexión sobre la actualidad, los asuntos cadentes de la vida social y sus
perspectivas de futuro. Eso no quiere decir que no se trate de una filosofía con
profundas implicaciones para las ciencias sociales y la ética, como lo prueban un
buen número de publicaciones, entre ellas las de Ignacio Ellacuría, uno de sus
discípulos predilectos206.
Cuando el fenomenólogo hace una reflexión de cariz más político o social,
la suele hacer en tanto que ciudadano y no como fruto de su quehacer filosófico.
Zubiri se define como apolítico sencillamente porque cree que su vocación es
distinta de la vocación política: no quiere prestarse a ningún tipo de servidumbres
y reconoce su incapacidad para los análisis políticos. En las sociedades demo-
cráticas esto no suele suponer mayores problemas porque no hay restricciones
a la libre expresión de las ideas. Pocos echan en falta entonces la clarividencia
crítica de los intelectuales. El problema se plantea cuando se vive en una dicta-
dura donde se niegan las libertades individuales y se espera que los intelectuales
las defiendan desde sus cátedras o en sus publicaciones del mismo modo que las
defienden en sus terrenos los estudiantes, los obreros, los artistas, etc.
No cabe duda de que Zubiri, que tanto sufrió la falta de libertad intelectual,
temió y rechazó todo tipo de dictaduras. Coincidimos con Cristóbal Halffter cuan-
do afirma: “aunque Zubiri no manifestaba sus opiniones políticas creo que había
en su fondo una actitud ética. Algo que le importaba muchísimo era la libertad
de pensamiento. La dignidad de la persona para Zubiri estaba por encima de
cualquier consideración política. La libertad de poder acceder a cualquier texto,
la libertad de expresarse, la libertad del individuo”207. Pero el caso es que Zubiri
no alzó nunca su voz en el periodo franquista para defender esas libertades y ello
le ha acarreado las acusaciones de cobardía, filo-franquismo u oportunismo, y
la consecuente descalificación como maestro de España. No obstante, nosotros
pensamos que esta reprobación ignora la actividad cultural que desplegó en diver-
206 “Si algo quiso Zubiri es evitar el pensamiento especulativo en filosofía. La aprehensión
primordial es pura praxis, praxis primordial. Yo escribí algo sobre esto en la revista Realitas que
editábamos en el seminario cuando Zubiri todavía estaba vivo. Desde Zubiri adquieren nuevo sentido
y cobran radicalidad algunas de las Tesis sobre Feuerbach, de Marx.” Entrevista a Diego Gracia, cf.
J. Corominas, J. A. Vicens, Conversaciones sobre Xavier Zubiri, op. cit., p. 236.
207 Ibídem, p. 197
208 “Entrevista a Diego Gracia”, cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Conversaciones sobre Xavier
Zubiri, op. cit., p. 236.
209 J. Marías, Una vida presente, Memorias, I, Alianza Editorial, Madrid,1988, p. 32.
213 Gregorio Marañón, Luis Vives (Un español fuera de España), Obras Completas, VII,
Espasa-Calpe, Madrid,1982, p. 281.
214 Es una crítica recurrente que toda apelación a la universalidad es una estrategia de legi-
timación de intereses particulares o nacionales. No podemos entrar aquí en este largo debate. En
que reconocerle, y más en nuestro país, un gran mérito a Zubiri por sostener una
posición semejante, pues nada es más falso que creer que la vida intelectual es
espontáneamente universal. Lo que comúnmente llamamos vida intelectual (no
las precisiones que adquiere en Zubiri) está preñada de nacionalismos e impe-
rialismos y los intelectuales vehiculan todo tipo de prejuicios, estereotipos, ideas
recibidas y heridas narcisistas, como la queja de no ser reconocidos en el extran-
jero o de serlo más allí que en el propio país. Si bien es cierto que desde la pers-
pectiva zubiriana hay una fuerza de arrastre de la verdad que opera sobre todos
los seres humanos, también lo es que dejarse poseer por la verdad choca con los
intereses, las pasiones y los prejuicios propios o colectivos. Es necesaria mucha
independencia intelectual y lucidez teórica para no dejarse manejar por ninguno
de los regímenes intelectuales dominantes que atravesó la vida de Zubiri, para
evitar instrumentalizaciones nacionalistas españolas o vascas, para darse cuenta
ya en los años 60 de que estamos conformando una única sociedad mundial.
De acuerdo con la concepción de la vida intelectual que nos propone Zubiri
los intelectuales no tienen que justificar su existencia ofreciendo sus servicios “teó-
ricos” a la sociedad. Tienen que ser lo que son, personas que dejándose arrastrar
por la verdad producen creaciones, ideas metafísicas o hipótesis científicas y dan
a éstas toda la fuerza que son capaces. Es seguro que llevar una vida intelectual
no significa ser “portavoz” de lo universal, pero esta vida es tanto más intensa
cuanto mayor sea el interés por lo universal. Es en la autonomía más completa
con respecto a todos los poderes, donde reside el único fundamento posible de
un poder propiamente intelectual215, el único que es intelectualmente legítimo. Es
esta legitimidad la que nos muestra en su vida y en su obra Xavier Zubiri.
Finalmente, no deja de ser elocuente que la única alusión a nuestro país en su
obra sea para expresar su deseo “de que España, país de la luz y de la melancolía,
pueda elevarse a conceptos metafísicos”. A menudo recordó Zubiri el pensamien-
to de Hegel: “Tan asombroso como un pueblo para el que se hubieran hecho
inservibles su derecho, sus convicciones, sus hábitos morales y sus virtudes sería
el espectáculo de un pueblo que hubiera perdido su metafísica”. Sostenía que “del
concepto que tengamos de lo que es la realidad y de sus modos pende nuestra
manera de ser persona, nuestra manera de estar entre las cosas y entre las demás
personas, pende nuestra organización social y su historia. De ahí la gravedad de
la investigación de lo que es ser real” (EM 324-5). Y es que Zubiri trabajó toda
todo caso Husserl no buscaba la imposición universal de un modelo nacional dominante, sino una
universalidad transcendente a toda cultura capaz de criticarlas a todas por igual y de respetar, en
consecuencia, el pluralismo cultural.
215 Pierre Bordieu también defiende esta posición frente a Foucault y otros pensadores. Cf. P.
Bordieu, Intelectuales, política y poder, Eudeba, Argentina, 2000. p. 172.
216 P. Laín, “Xavier Zubiri en el pensamiento español”, Homenaje a Xavier Zubiri, op. cit.,
p. 149.
217 E. Gómez Arboleya, “El magisterio zubiriano”, Indice de artes y letras, XII, 1958,
pp. 1 y 2.
8. Conclusión
Según Zubiri, cuando Platón quiso explicar en que consistía la existencia filo-
sófica, contó el mito de la caverna, un mito de existencia (CU1 124 ss). Con este
mito ejemplar hemos comparado las peripecias singulares de la vocación, la vida
intelectual y el magisterio de Xavier Zubiri. El paralelismo es sugerido por el pro-
pio Zubiri, que parece identificarse con el hombre que abandona el fondo de la
caverna. Un hombre movido por un ímpetu interno (vocación), que Platón llama
arrastre divino, y poseído por la “manía” de la verdad, se libera de las cadenas
y poco a poco deviene “filósofo: el hombre libre del fondo de la caverna”. Esta
liberación es titánica, en ella “se dejan trozos de vida, a veces la vida entera”. Y
es que “la filosofía o no es, o es esencialmente libertad”. Sin embargo, al hombre
liberado, no le pesa el escarpado camino de la liberación, pues una vez habituado
a la vida intelectual se da cuenta de la caverna en que vivía y quiere enseñar a
otros la posibilidad de vivir de otro modo.
Si como piensa Zubiri es verdad que “la ceguera del hombre de la caverna
es más radical aún hoy en día” resulta explicable la incomprensión de la que ha
sido objeto su filosofía y su persona. Sócrates podría continuar preguntándonos
sobre el amigo de la luz que fue Xavier Zubiri: “¿Creéis que por ello envidió a
quienes gozaron de honores y poderes en la caverna, o bien que le ocurrió lo de
Homero, es decir, que prefirió decididamente ser siervo en el campo de cualquier
labrador sin caudal o sufrir cualquier otro destino antes que vivir en aquel mundo
de lo opinable?”219. A lo que continuaríamos respondiendo como Glaucón: “Esto
es lo que creemos, que prefirió cualquier otro destino antes que aquella vida”, y
añadiríamos que su “manía” por la verdad lo convirtió en un verdadero maestro
en la penumbra española220.
218 D. Ridruejo, Casi unas memorias, Barcelona, Planeta, 1976, pp. 319-321.
219 Platón, República, 516 d-e.
220 Ortega ya presintió que la vida intelectual de Zubiri podía enseñar algo decisivo y esclare-
cedor para España. Cf. J. Corominas, J. A. Vicens, Xavier Zubiri, La Soledad Sonora, op. cit.,
p. 576.