Al Final Del Mundo, Jean-Luc Lagarce
Al Final Del Mundo, Jean-Luc Lagarce
Al Final Del Mundo, Jean-Luc Lagarce
de Jean–Luc Lagarce
Personajes
Louis, 34 años.
Suzanne, su hermana, 23 años.
Antoine, hermano de ambos, 32 años.
Catherine, esposa de Antoine, 32 años.
La Madre, madre de Louis, Antoine y Suzanne, 61 años.
Prólogo
Primera Parte
Escena 1
Suzanne.– Es Catherine.
Catherine.
Catherine, Louis.
Este es Louis.
Catherine.
Louis. – Encantado.
Louis. –Louis.
Lo dijo Suzanne, acaba de decirlo.
Suzanne. –¿La mano le das? Le da la mano. Me imagino que no se van a dar la mano
como si fueran dos extraños. No lo puedo creer, se dan la mano.
No cambia, yo lo veía exactamente así,
no cambiás,
no cambia, tal como lo imagino, Louis no cambia,
y con ella, con Catherine, te vas, se van a encontrar sin ningún problema, ella es la
misma, se van a encontrar.
No le des la mano, dale un beso.
Catherine.
Louis. –Tiene razón, disculpe, es una gran alegría, ¿puedo darle un beso?
La Madre. –Yo digo, ¿quién me habrá metido una idea así en la cabeza? Claro que sabía.
Pero así soy, nunca me habría imaginado que ellos no se conocían, que ustedes dos no se
conociesen,
que la mujer de mi otro hijo no conozca a mi hijo,
no se me habría ocurrido,
nunca lo habría pensado.
Qué vida rara que llevan ustedes.
Catherine. –Cuando nos casamos él no vino y después, desde entonces ya no hubo más
ocasión.
Escena 2
Catherine. –Nos había enviado una tarjeta, me había enviado una tarjeta, una notita, y
flores, yo me acuerdo.
Fue, y era, fue una verdadera atención, me conmovió, pero es cierto,
usted nunca la vio.
Hoy tampoco, es una pena, no, hoy tampoco hubo suerte.
Yo después le cuento.
Le habíamos, le mandamos, mandado una foto de ella
–una cosita, toda chiquitita, un bebé, ¡qué idioteces!–
pero en la foto no se parece a Antoine, pero para nada, no se parece a nadie,
cuando son tan chiquitos no se parecen a nada,
no sé si la recibió.
Ahora está muy cambiada, usted no la reconocería,
está grande y le creció el pelo,
una lástima.
Catherine. –Lo aburro, a todo el mundo aburro con eso, con los niños,
uno se cree interesante
Louis. –No entiendo por qué dijo eso,
No entendí,
¿por qué dijiste eso?
es una maldad, no, maldad no, es desagradable.
No me aburre para nada todo eso, mis ahijados, sobrinos, mis sobrinos,
no son mis ahijados, mis sobrinos, sobrinas, mi sobrina, me interesa eso.
También hay un varoncito, se llama como yo.
¿Louis?
Antoine. –Explicá.
Catherine. –¡Antoine!
Escena 3
Antoine. –¡Mamá!
Antoine. –Seguramente.
Escena 5
Escena 6
Louis. –No tengo nada ni que decir ni que no decir, no me doy cuenta.
Escena 7
Suzanne. –¿Yo?
Louis. –¿Qué?
Escena 8
La Madre. –A mi no me importa,
siempre me meto en lo que no me importa, no cambio, siempre fui así.
Quieren hablarte, todo eso que dicen,
yo los oí,
pero también los conozco,
sé,
¿cómo no habría de saberlo?
Aunque no lo hubiera oído, lo habría adivinado,
yo misma adivinaría, daría lo mismo.
Quieren hablarte
Se enteraron que volvías y pensaron que tendrían oportunidad de hablarte,
unas cuantas cosas para decirte desde hace tiempo y
por fin la posibilidad.
Van a querer explicarte pero mal,
porque no te conocen, o mal
Suzanne ni sabe quien sos,
eso no es conocer, es imaginar
ella siempre imagina y de la realidad no sabe nada,
y él, Antoine,
Antoine, no es lo mismo,
te conoce pero a su manera como a todo y a todos
como conoce las cosas o como quiere conocerlas,
haciéndose una idea y aferrándose a ella con uñas y dientes.
Van a querer explicarte y es probable que lo hagan
malamente,
digo,
asustados por el poco tiempo que les das,
el poco tiempo que van a pasar juntos
–yo tampoco me hago ilusiones, no me imagino que te vayas a
quedar mucho tiempo, acá, con nosotros.
No habías terminado de llegar,
yo te vi,
no habías terminado de llegar y ya pensabas que habías cometido un error, te hubieses ido
enseguida,
no digas nada, no me contradigas – asustados
(susto, eso)
asustados del poco tiempo y torpemente,
y van a hablar mal o sin aliento,
brutalmente, es lo mismo,
y a lo bruto también,
porque son brutos, siempre lo fueron y cada vez lo son más,
duros también,
son sus modos,
y vos no vas a entender, yo sé cómo van a ser las cosas,
cómo fueron siempre.
Apenas vas a responder, con dos o tres palabras,
sin perder la calma como aprendiste a hacerlo vos solito
–no fui yo o tu padre,
tú padre todavía menos,
no fue de nosotros que aprendiste esa forma tan hábil y odiosa de no perder la calma bajo
ninguna circunstancia, no recuerdo
o no soy responsable–
Apenas vas a responder, con dos o tres palabras
o les pondrás una sonrisa, da lo mismo,
una sonrisa,
y después, sólo recordarán,
luego,
de noche cuando se duerman,
sólo recordarán esa sonrisa,
esa única respuesta les alcanza,
y es sobre esa sonrisa que volverán y volverán,
sin que nada haya cambiado, por el contrario,
esa sonrisa habrá empeorado las cosas entre ustedes,
como una muestra de desprecio, la llaga que no cierra.
A Suzanne la van a entristecer esas dos o tres palabras
a causa de apenas “esas dos o tres palabras” lanzadas al ruedo
o a causa de esa sonrisa de la que hablaba,
y a causa de esa sonrisa
o de apenas “esas dos o tres palabras”,
Antoine será todavía más duro,
y más brutal
a la hora de hablar de vos
o se quedará callado, sin querer abrir la boca,
todavía peor.
A Suzanne le gustaría irse,
quizá ya lo haya dicho
irse lejos y vivir otra vida
(eso cree)
en otro mundo, y esas cosas.
No muy diferente, si hacemos memoria
(yo me acuerdo)
no muy diferente de vos, incluso más joven que ella
y en absoluto menos grave.
El mismo abandono.
Él, Antoine, querría más libertad, no sé,
la palabra que emplea cuando está enojado
–quién diría cuando uno lo ve pero se enoja seguido–
Él querría vivir de otra manera con su mujer y sus hijos
y no deber más nada,
otra idea que le gusta y que repite,
no deber más nada.
¿A quién, a qué? No sé, es una frase que dice a veces, cada tanto,
“no deber más nada”.
Bueno, yo lo escucho. Ni más ni menos que eso.
Y es a vos de quien quieren,
de vos de quien parecen querer autorización,
es una idea extraña
y vos te decís que no entendés,
que no les debés nada
y que ellos no te deben nada
y que pueden hacer lo que quieran con sus vidas,
eso, en cierta forma
y sin ánimo de ofenderte
te da lo mismo y no es cosa tuya.
Quizá no te equivoques,
pasó demasiado tiempo (todo el asunto viene de ahí),
nunca quisiste ser responsable y no podríamos
obligarte.
(También puede ser que te digas a vos mismo, no sé,
hablo,
También puede ser que te digas que estoy equivocada,
que invento,
y que no tienen nada para decirte
y que el día va a terminar como empezó,
así nomás, sin trascendencia. Bueno. Puede ser.)
Lo que ellos quieren, lo que querrían, es quizás que les des ánimo
–¿no es eso lo que siempre les falto acaso, ánimo?–
que les des ánimo, que les des permiso o les prohibas hacer tal o cual
cosa,
que les digas,
que le digas a Suzanne
–aunque no sea cierto, ¿qué te hace una mentira? Una promesa de esas que uno sabe de
antemano que nunca va a cumplir –
que le digas a Suzanne que fuera, cada tanto,
dos o tres veces al año,
a visitarte,
que ella puede,
que ella podría visitarte, si le vinieran ganas,
si tuviera ganas,
que podría ir ahí donde vivís ahora
(no sabemos donde vivís).
Que ella pueda moverse, ir y venir y que a vos te interese,
no que parezca que te interesa sino que te interese,
que te importe.
Que le transmitas a él,
a Antoine,
la sensación de que ya no es responsable de nosotros,
de ella o de mí
–nunca lo fue,
eso lo sé mejor que nadie,
pero él siempre creyó que lo era,
siempre quiso creerlo
y siempre fue así, todos estos años,
pretendía ser responsable de mí y responsable de Suzanne
y le parece que no hay otro deber en su vida,
ni otro dolor, como el crimen de robar un papelque no es el suyo–
que le transmitas la sensación,
la ilusión,
que le des la ilusión de que él podría a su vez, llegado el momento,
abandonarme,
cometer una cobardía como esa
(a sus ojos, estoy segura, es una cobardía)
que tendría derecho, que es muy capaz.
Igual no lo haría,
se tenderá otras trampas
o se lo prohibirá por razones todavía más inconfesables
pero le gustaría tanto imaginarlo, animarse a imaginarlo.
Es un muchacho que imagina tan poco, eso me duele.
Los dos querrían que estuvieras más acá,
más presente,
más presente más seguido,
poder contactarte, llamarte,
pelearse con vos y reconciliarse y perderte el respeto,
ese famoso respeto obligado hacia el hermano mayor
ausente o extraño.
Vos serías al menos un poco responsable
y ellos a su vez se convertirían,
con derecho a hacer uso y abuso,
se convertirían a su vez y finalmente en .
¿A ver una sonrisita?
¿Apenas “dos o tres palabras”?
Louis. –No.
La sonrisita nomás. Te escuchaba.
Louis. –¿Yo?
¿Vos me preguntás?
Tengo treinta y cuatro años.