Al Final Del Mundo, Jean-Luc Lagarce

Descargar como doc, pdf o txt
Descargar como doc, pdf o txt
Está en la página 1de 24

Al final del mundo

de Jean–Luc Lagarce

traduccion de Jaime Arrambide

Personajes

Louis, 34 años.
Suzanne, su hermana, 23 años.
Antoine, hermano de ambos, 32 años.
Catherine, esposa de Antoine, 32 años.
La Madre, madre de Louis, Antoine y Suzanne, 61 años.

Todo sucede en la casa de la Madre y de Suzanne, un domingo, obviamente, o quién sabe


si no durante casi un año.

Prólogo

Louis. – Más tarde, al año siguiente,


–yo a mi vez iba a morir –
tengo casi treinta y cuatro y yo moría a esa edad,
al año siguiente,
ya hacía varios meses que esperaba sin hacer nada, zafando, sin querer
saber,
ya varios meses que esperaba haber terminado,
al año siguiente,
como cuando uno intenta moverse,
apenas,
ante un grave peligro, imperceptiblemente, sin el menor ruido ni
un gesto brusco que despierte al enemigo y nos destruya
de inmediato,
al año siguiente,
a pesar de todo,
el miedo,
arriesgándome y sin la menor esperanza de sobrevivir,
a pesar de todo,
al año siguiente,
decidí volver para verlos, volver sobre mis pasos, seguir mis propias huellas y hacer el
viaje,
para anunciar lentamente, con cuidado, con cuidado y precisión
–eso creo–
lenta y pausadamente, con toda calma
–¿no he sido siempre para todos y en especial para ellos un hombre
reposado?
para anunciar,
decir,
sólo decir,
mi muerte cercana e irremediable,
anunciarla yo mismo, ser su único mensajero,
para que parezca
–tal vez lo que siempre quise, quise y elegí, en toda circunstancia y hasta donde se atreve
a recordarlo mi memoria–
para que parezca que también en eso yo decido,
para darme a mi mismo y a los demás, y en especial a ellos, a vos, a ustedes, a ella, a esos
que todavía no conozco (demasiado tarde, lo lamento)
darme por última vez a mi mismo y a los otros la ilusión de que soy
responsable de mí mismo y de ser, hasta en estos extremos, dueño de mí.

Primera Parte

Escena 1

Suzanne.– Es Catherine.
Catherine.
Catherine, Louis.
Este es Louis.
Catherine.

Antoine.– Suzanne, por favor, que pase, dejalo pasar.

Catherine. –Es que está contenta.

Antoine. –Como perro con dos colas.

La Madre. – No me digas, qué estoy escuchando, es cierto, me


olvidaba, ellos no se conocen.
Louis, ¿conocés a Catherine? No me digas, no se conocen, ¿nunca se
vieron? ¿Nunca?

Antoine. –¿Cómo si iban a conocer? Si vos sabés.

Louis. – Encantado.

Catherine. – Sí, claro, encantada yo también. Catherine.

Suzanne.– ¿La mano le das?

Louis. –Louis.
Lo dijo Suzanne, acaba de decirlo.
Suzanne. –¿La mano le das? Le da la mano. Me imagino que no se van a dar la mano
como si fueran dos extraños. No lo puedo creer, se dan la mano.
No cambia, yo lo veía exactamente así,
no cambiás,
no cambia, tal como lo imagino, Louis no cambia,
y con ella, con Catherine, te vas, se van a encontrar sin ningún problema, ella es la
misma, se van a encontrar.
No le des la mano, dale un beso.
Catherine.

Antoine. –¡Es la primera vez que se ven, Suzanne!

Louis. –Tiene razón, disculpe, es una gran alegría, ¿puedo darle un beso?

Suzanne. –Es lo que te digo, hay que decirles.

La Madre. –Yo digo, ¿quién me habrá metido una idea así en la cabeza? Claro que sabía.
Pero así soy, nunca me habría imaginado que ellos no se conocían, que ustedes dos no se
conociesen,
que la mujer de mi otro hijo no conozca a mi hijo,
no se me habría ocurrido,
nunca lo habría pensado.
Qué vida rara que llevan ustedes.

Catherine. –Cuando nos casamos él no vino y después, desde entonces ya no hubo más
ocasión.

Antoine. –Eso ella lo sabe perfectamente.

La Madre. –Sí, ya sé, no me expliquen más, es una pavada, no sé porqué


pregunté eso,
yo sabía pero me olvidé, había olvidado todos esos años que pasaron,
y a esta altura ya no me acordaba, era eso lo que quería decir.

Suzanne. –Vino en taxi.


Estaba atrás de la casa y oí un auto,
pensé que te habías comprado un auto, no sé, tendría su lógica.
Te estaba esperando y entonces el ruido del auto, del taxi, inmediatamente supe que
llegabas, fui a ver, era un taxi,
viniste en taxi desde la estación, yo había dicho, no está bien eso,
podría haber ido a buscarte,
tengo mi propio automotor,
me llamabas de ahí mismo y yo salía para allá,
tendrías que haberme avisado, me esperabas en un café y yo pasaba a buscarte.
Yo había dicho que ibas a hacer eso,
yo les dije,
que ibas a tomar un taxi
pero todos opinaron que vos ya sabías lo que tenías que hacer.

La Madre.– ¿Viajaste bien? No te había preguntado.

Louis. –Estoy bien.


No, no tengo auto.
¿Y vos cómo andás?

Antoine. –Estoy bien.


Tampoco hay que exagerar, no es largo el viaje.

Suzanne. –Ves, Catherine, es lo que yo decía,


es Louis,
nunca le da un beso a nadie
siempre fue igual.
No abraza ni a su propio hermano.

Antoine. –Suzanne, ¡dejanos en paz!

Suzanne.– ¿Qué dije?


No dije nada, no le digo nada a ése,
¿Yo te hablé?
¡Mamá!

Escena 2

Catherine. –Están con la otra abuela,


no sabíamos que usted iba a venir,
y sacárselos a último momento, no me lo habría permitido.
Ellos se pondrían contentísimos de verlo, eso ni hablar
–¿no? –,
y yo también, y Antoine lo mismo,
nos habría encantado que por fin lo conocieran.
No se lo imaginan.
La mayor tiene ocho años.
Dicen, pero yo no me doy cuenta,
no soy la más adecuada para decirlo,
todo el mundo lo dice,
dicen,
y esas cosas nunca me parecen del todo lógicas
–apenas un poquito, como para divertirse,
¿no? –, no sé,
dicen y yo no voy a contradecirlos, que se parece a Antoine,
dicen que es su vivo retrato, en mujer,
la misma persona.
Siempre se dicen cosas como esas, de todos los chicos, no sé por qué, ¿no?

La Madre. –El mismo carácter, el mismo carácter de mierda,


son iguales, los dos, igual de tercos.
Así como lo ves a él ahora va a ser ella más adelante. Ya vas a ver.

Catherine. –Nos había enviado una tarjeta, me había enviado una tarjeta, una notita, y
flores, yo me acuerdo.
Fue, y era, fue una verdadera atención, me conmovió, pero es cierto,
usted nunca la vio.
Hoy tampoco, es una pena, no, hoy tampoco hubo suerte.
Yo después le cuento.
Le habíamos, le mandamos, mandado una foto de ella
–una cosita, toda chiquitita, un bebé, ¡qué idioteces!–
pero en la foto no se parece a Antoine, pero para nada, no se parece a nadie,
cuando son tan chiquitos no se parecen a nada,
no sé si la recibió.
Ahora está muy cambiada, usted no la reconocería,
está grande y le creció el pelo,
una lástima.

Antoine. –Pará con eso que lo aburrís.

Louis. –Pero para nada,


¿por qué decís eso?, no me digas eso.

Catherine. –Lo aburro, a todo el mundo aburro con eso, con los niños,
uno se cree interesante
Louis. –No entiendo por qué dijo eso,
No entendí,
¿por qué dijiste eso?
es una maldad, no, maldad no, es desagradable.
No me aburre para nada todo eso, mis ahijados, sobrinos, mis sobrinos,
no son mis ahijados, mis sobrinos, sobrinas, mi sobrina, me interesa eso.
También hay un varoncito, se llama como yo.
¿Louis?

Catherine. –Si, discúlpeme.

Louis. –Eso me gusta, me conmueve, me conmovió.

Catherine. –Sí, hay un varoncito.


El varoncito tiene,
ahora tiene, seis años.
¿Seis años?
No sé, qué más.
Tienen dos años de diferencia, dos años de distancia.
¿Qué puedo agregar?

Antoine. –No dije nada,


¡no me mires así!
¿Ves cómo me mira?
¿Yo qué dije?
Lo que yo dije no debe, no debería impedir, impedirte,
que yo no dije nada que pueda, pudiera, incomodarte
está incómoda, recién te conoce y está incómoda,
Catherine es así.
Yo no dije nada.
Él te escucha,
¿te interesa todo eso?
Dice que te escucha, acaba de decirlo,
le interesa, nuestros hijos, tus hijos, mis hijos,
le gusta,
¿te gusta?
Lo apasiona, un hombre apasionado por la descripción de nuestra progenitura,
adora ese tema de conversación,
no sé por qué, qué me pasó,
nada en su rostro revelaba algo que pudiera interpretarse como aburrimiento,
yo dije eso, debe haber sido sin pensar.

Catherine. –Sí, no, no pensaba en eso.

Louis. –Qué lamentable, esto no está bien.


Ahora me siento mal,
disculpame,
discúlpenme,
No te lo estoy echando en cara, pero me hiciste sentir mal ahora,
y ahora,
me siento mal.

Antoine. – Por culpa mía.


En un día tan importante.

La Madre. –Ella hablaba de Louis,


Catherine, hablabas de Louis,
el menor.
Dejalo, ya sabés cómo es.
Catherine. –Sí. Perdón. Lo que decía
es que se llama como usted, pero en realidad...
Antoine. –Discúlpenme.
Bueno, pido disculpas, ahí está, no dije nada, hagamos como que no dije nada,
pero vos no me mirás así
no me seguís mirando de esa manera
francamente, francamente
¿yo qué dije?

Catherine. –Ya oí.


Ya te oí.
Lo que digo es que lleva sobre todo,
ese es más bien el origen del nombre,
–les cuento–
lleva sobre todo el nombre del padre de ustedes y, fatalmente, por carácter transitivo

Antoine. –Los reyes de Francia.

Catherine. –Escuchame, Antoine


escuchame, no digo más nada, me da lo mismo,
¡hablá vos en mi lugar!

Antoine. –No dije nada,


bromeaba,
ni bromear se puede,
si no se puede bromear un día como hoy...

La Madre. –Está embromando, es una broma que hace siempre.

Antoine. –Explicá.

Catherine. –Lleva el nombre del padre de ustedes,


Creo, creemos, creímos, creo que está bien,
a Antoine le gustaba, era algo que, a lo que, a lo cual él le deba importancia,
y yo
yo no tenía nada que decir.
–no es un nombre que deteste–.
Mi familia también tiene ese tipo de tradiciones, quizás menos frecuente,
no estoy segura, sólo tengo un hermano, fatalmente,
y no es el mayor, así que,
el nombre de los padres o del padre del padre del hijo varón,
el primer varón, toda esa historia.
Y además,
y como usted no tenía hijos, como usted no tiene hijos
–nosotros sabemos que lo lógico hubiera sido que… –
lo que quería decir:
como usted no tiene hijos
y Antoine dice eso,
decís eso, dijiste eso,
Antoine dice que usted no tendrá hijos
–no es cuestión de opinar sobre la vida de los demás, pero creo que
Antoine tiene razón. A partir de cierta edad, salvo excepciones, uno
abandona, renuncia. –
Ya que usted no tiene hijos varones,
más bien eso,
ya que usted no tendrá hijos varones,
por lógica
(lógica, no es un lindo nombre para algo que por lo general es dichoso y solemne, el
bautismo de los hijos, en fin)
por lógica, me entienden,
podría parecer una mera tradición, historia antigua pero es también así
que vivimos,
por lógica,
nos dijimos eso, dijimos de llamarlo Louis, como su padre, el de ustedes, como usted,
de hecho.
Me parece que la idea también le gustó a su madre.

Antoine. –Pero sigues siendo el mayor, no cabe la menor duda.

La Madre. –Qué lástima que no puedas verlo.


Y si vos...

Louis. –Y para el varoncito,


¿cómo es que lo llamaron? ¿“El heredero varón”?
¿Yo no había mandado unas líneas?

Antoine. –Pero carajo, ¡si ella no estaba hablando de eso!

Catherine. –¡Antoine!

Escena 3

Suzanne. –Cuando te fuiste


–no me acuerdo de vos–
no sabía que te ibas por tanto tiempo, no presté atención,
no estaba preparada,
y me encontré sin nada.
Me olvidé de vos bastante pronto.
Era chica, joven, es decir era chica.

No está bien que te hayas ido,


ido por tanto tiempo,
no está bien, no está bien por mí
no está bien por ella
(ella no te lo va a decir)
y tampoco está bien, en cierto modo,
por ellos, por Antoine y Catherine.
Pero también
–no creo equivocarme–,
tampoco debe, ni debió, no debe tampoco haber estado bien para vos,
también para vos.
A veces, aunque nunca vayas a confesarlo,
aunque no tengas nunca que confesarlo
–ya que se trata de una confesión–
a veces vos también,
(es lo que yo digo)
vos también
a veces vos también nos debés haber necesitado y debes haber lamentado no poder
decírnoslo.
O más hábilmente
–pienso que sos un hombre hábil, un hombre que se podría calificar de
hábil, un hombre “lleno de una gran habilidad” –
o más hábilmente aun, a veces debes haber lamentado no poder hacernos
sentir que nos necesitabas,
y obligarnos, por consiguiente, a preocuparnos por vos.
A veces nos mandabas cartas,
a veces mandás cartas,
no son cartas, ¿qué son?
Notas, algunas palabras, apenas un par de frases, nada, ¿cómo
calificarlas?
elípticas.
“A veces, nos mandabas cartas elípticas.”
Cuando te fuiste pensé
(lo que pensé cuando te fuiste),
cuando era chica y te fuiste sin avisarnos (ahí empieza todo),
pensé que tu trabajo, lo que hacías o ibas a hacer en la vida,
lo que deseabas hacer en la vida,
pensaba que tu trabajo era escribir (sería escribir)
o que, de todas maneras,
–y acá unos y otros, lo sabés, no podés no saberlo, sentimos vos una especie
de admiración, sí, es la palabra justa, una cierta forma de admiración
debido a eso–,
o que, de todas maneras,
en caso de necesidad,
si sentías la necesidad,
si, de golpe, sentías la obligación o el deseo de hacerlo, vos sabrías escribir,
usar eso para salir de una situación difícil o avanzar
incluso más.
Pero nunca con nosotros,
con nosotros nunca hacés uso de esa posibilidad, de ese don (se dice así, es una especie
de don, creo, te reís)
Nunca, con nosotros, hacés uso de esa cualidad
–es la palabra justa y es raro, tratándose de vos–
jamás hacés uso esa cualidad que posees, con nosotros, por nosotros.
No nos das la prueba, nos considerás indignos.
Eso es para los demás.
Las palabras
–las frases elípticas–
esas palabras, siempre escritas en el reverso de postales
(ya tenemos una colección envidiable)
como si quisieras, de esa manera, que parezca que siempre estás de
vacaciones,
no sé, me parecía eso,
o si no, como si de antemano
buscaras limitar el espacio que nos ibas a dedicar
y permitir que todos leyeran los mensajes sin importancia
que nos mandás.
“Estoy bien y espero que ustedes también.”
Incluso para un día como el de hoy,
incluso para anunciar una noticia tan importante
no podés negar que era una noticia importante para nosotros,
todos nosotros, aunque los demás no te digan nada,
incluso ahora apenas escribiste indicaciones vagas sobre el día y la hora en una
postal comprada casi con seguridad en un quiosco y que mostraba, si mal
no recuerdo, una zona recientemente urbanizada de la periferia de la ciudad, vista desde
un avión, y como no es difícil de imaginar, en un primer plano, el pabellón internacional
de exposiciones.
Ella, tu madre, mi madre,
dice que hiciste y siempre hiciste,
y desde la muerte de él
hiciste y siempre hiciste lo que había que hacer.
Repite eso
y si acaso tuviéramos apenas, osar apenas insinuar,
apenas insinuar que quizás
¿cómo decirlo?
no siempre estuviste tan tan presente,
ella responde que “hiciste y siempre hiciste lo que había que hacer”,
y nosotros nos callamos,
¿nosotros qué sabemos?
no te conocemos.
Lo que supongo, lo que supuse y Antoine piensa como yo,
me lo confirmó cuando creyó que en estos como en otros temas, yo ya estaba en
edad de comprender,
es que nunca te olvidaste de las fechas esenciales de nuestras vidas,
los aniversarios, fueran cuales fueran
siempre que quedaste cerca de ella, en cierta forma,
y que no tenemos ningún derecho a reprocharte tu ausencia.
Qué raro,
quería ser feliz y ser feliz con vos
–uno se dice eso, se prepara–
yo te hago reproches, vos me escuchás,
al menos parecés escuchar sin interrumpirme.
Sigo viviendo acá con ella.
Antoine y Catherine, con los niños
–soy la madrina de Louis–
tienen una casa, un chalecito, ya me iba a corregir
no sé por qué deberías apreciar (es lo que pienso)
deberías apreciar esos pequeños matices, bueno, una casita,
como tantas otras, acá a unos kilómetros, cerca de la pileta descubierta del polideportivo,
tomás el 9, después el 62 y después tenés que caminar
todavía un poco.
Está bien, a mi no me gusta, no voy nunca, pero está bien.
No sé por qué
hablo,
y eso como que me da ganas de llorar,
todo eso,
que Antoine viva cerca del polideportivo.
No, no está bien,
es un barrio más bien feo, lo remodelaron pero no tiene arreglo,
no me gusta para nada el lugar donde viven, es lejos,
no me gusta,
siempre vienen para acá y nosotros allá no vamos nunca.
Esas postales, podrías elegirlas mejor, no sé, las hubiera pegado en la pared,
hubiera podido mostrárselas a las otras chicas.
Bueno. No es nada.
Sigo viviendo acá con ella. Quisiera irme pero no es posible,
no sé cómo explicarlo,
cómo decirlo,
entonces no lo digo.
Antoine piensa que tengo tiempo,
siempre dice cosas así, vas a ver (quizá ya te diste cuenta),
dice que mal no estoy,
y de hecho, cuando uno lo piensa
–y de hecho, pienso, me río, sí, me río–
de hecho mal no estoy, no es eso lo que digo.
No me voy, me quedo,
vivo donde siempre viví pero mal no estoy.
Tal vez
(¿se pueden adivinar esas cosas?)
tal vez mi vida sea toda así, hay que resignarse, bueno,
hay mucha gente y son la mayoría.
hay gente que se pasa la vida en ese lugar donde nacieron,
donde antes que ellos nacieron sus padres,
no son infelices,
hay que conformarse,
o por lo menos no puede decirse que sean infelices por eso,
y quizás sea esa mi suerte, esa palabra, mi destino, una vida así.
Vivo en el segundo piso, conservo mi cuarto de siempre
y también el de Antoine,
y el tuyo también si lo quisiera,
pero ese, el tuyo no lo usamos,
es como un depósito, no es por maldad, ponemos las cosas
viejas que ya no sirven pero que uno no se anima a tirar,
y en cierta forma
es mucho mejor,
es lo que dicen todos cuando se ponen en contra mía,
es mucho mejor que lo que podría conseguir con el dinero que gano si me
fuera.
Es una especie de apartamento.
Es como una especie de apartamento, pero, y con esto termino,
no es mi casa, es la casa de mis padres,
no es lo mismo
eso podrás comprenderlo.
Hay también cosas que me pertenecen, cosas de la casa,
todo eso, el televisor y el equipo de música,
y allá arriba hay más
ya te voy a mostrar
(siempre Antoine),
Es más cómodo que acá abajo,
no, no “acá abajo”, no te burles de mi,
es más cómodo que acá.
Todas esas cosas me pertenecen,
no las pagué todas, no terminé,
pero me pertenecen.
y es directamente a mí
que vendrían a sacármelas si no las pagara.
¿Y qué más?
Hablo demasiado pero no es verdad,
hablo mucho cuando hay alguien, el resto del tiempo, no,
a la larga se compensa,
en promedio, soy más bien callada.
Tenemos auto, no es sólo mío
pero ella no quiso aprender a manejar,
dice que le da miedo,
y yo hago de chofer.
Es práctico, nos viene bien y no estamos obligadas a pedirle a los demás.
Nada más.
Lo que quiero decir, es que todo está bien y que,
en efecto,
habría sido un error que te preocuparas.
Escena 4

La Madre. –Los domingos...

Antoine. –¡Mamá!

La Madre. –No dije nada,


Le contaba a Catherine.
Los domingos...

Antoine. – Esa se la sabe de memoria.

Catherine. –Dejala hablar


No dejás hablar a nadie.
Iba a hablar ella.

La Madre. –Eso le molesta.


Trabajábamos,
su padre trabajaba, yo trabajaba
y los domingos
–estoy contando, no escuches–
los domingos, porque durante la semana las noches son cortas,
había que levantarse al otro día, las noches entre semana, no eran lo mismo,
los domingos, íbamos a pasear.
Siempre y sistemáticamente.

Catherine. –¿Adónde vas? ¿Qué hacés?

Antoine. –A ningún lado,


no voy a ningún lado,
¿adónde querés que vaya?
No me muevo, escucho.
El domingo.

Louis. –¿Por qué no te quedás con nosotros? Que pena.

La Madre. –Lo que te decía,


¿ya te olvidaste cómo es?, el mismo carácter de mierda,
cabezadura,
desde chiquito ya, siempre lo mismo.
Y la más de las veces nomás por gusto,
ahí lo tenés, cada vez más igual a sí mismo.
Los domingos
–les cuento–
los domingos íbamos a pasear.
Ni un domingo que no saliéramos, como un ritual, eso decía, un ritual,
una costumbre.
Ibamos a pasear, imposible evitarlo.

Suzanne. –Esa es la historia de antes,


de cuando yo era chica
o de antes de que existiera.

La Madre. –Bueno, agarrábamos el auto,


hoy ya no hacen eso,
agarrábamos el auto,
no éramos precisamente ricos, no, pero teníamos auto y no recuerdo nunca a su padre sin
auto.
¿Antes de casarnos?
Antes de estar casados, yo lo veía
–lo miraba–
tenía auto,
uno de los primeros en el barrio,
viejo y feo y ruidoso, demasiado,
pero, bueno, era un auto,
él había trabajado y el auto era de él,
era suyo y estaba orgulloso de su auto.

Antoine. –Seguramente.

La Madre. –Después, nuestro auto, más tarde,


pero ellos no se deben acordar,
no pueden, eran demasiado chicos,
no me doy cuenta, sí, puede ser,
lo cambiamos,
nuestro auto era largo, más que largo alargado,
“aerodinámico”
y negro,
porque negro, eso decía, ideas suyas,
negro era más “chic”, palabras suyas,
pero más bien porque no había encontrado otro.
Rojo, yo lo conozco, rojo, eso es lo que él hubiera preferido, creo.
El domingo a la mañana, lo lavaba, lo enceraba, un maniático,
eso le llevaba dos horas
y a la tarde, después de comer,
salíamos.
Siempre fue así, no sé,
muchos años, hermosos y largos años,
todos los domingos como una tradición,
no había vacaciones, no, pero todos los domingos,
llueva o truene,
él decía cosas así, frases para cada situación de la existencia,
“llueva o truene”
todos los domingos, salíamos a pasear.
A veces también,
el primer domingo de mayo, ya ni sé por qué,
algún feriado será,
el primer domingo después del 8 de marzo que es la fecha de mi
cumpleaños,
y cuando el 8 de marzo caía en domingo, bueno,
y también el primer domingo de las vacaciones de verano
–decíamos que “nos íbamos de vacaciones”, tocábamos la bocina y a la noche,
de vuelta en casa, decíamos que al final y al cabo estábamos mejor en casa,
burradas–
y también poco antes de que empezaran las clases, ahí era al revés,
como si volviéramos de vacaciones,
siempre lo mismo,
a veces,
quiero decir,
íbamos al restaurante,
siempre los mismos restaurantes, no muy lejos y los dueños
nos conocían y siempre comíamos lo mismo,
las especialidades y las cosas de estación,
pescado frito o ranas, pero a ellos no les gusta.
Después, cumplieron trece y catorce años,
Suzanne era menudita, no se querían mucho, estaban siempre peleando, eso hacía
que su padre se enojara, fueron las últimas veces y ya no era lo mismo.
No sé por qué cuento esto, me callo.
Otras veces,
algún picnic, nada más, íbamos al borde del río,
¡ay, ay, ay!
bueno, es verano y comemos sobre el pasto, ensalada arroz con atún,
mayonesa y huevo duro
–a éste le sigue gustando igual que siempre el huevo duro–
y después, dormíamos un poco, su padre y yo, sobre la manta, una
manta gruesa, verde y roja,
y ellos se iban a jugar a que se peleaban.
Estaba bien.
Después, y no el maldad lo que digo,
después estos dos se pusieron demasiado grandes, ya no sé,
no hay modo de saber por qué desaparece todo
ya no querían venir más con nosotros, se iban a andar en
bicicleta cada uno por su lado, cada uno para sí,
y nosotros solos con Suzanne,
ya no valía la pena.

Antoine. –Es culpa nuestra.


Suzanne. –O mía.

Escena 5

Louis. –Fue hace apenas diez días quizá


–¿dónde era que estaba?–
fue hará diez días
y es quizá por esa única e ínfima razón que decidí volver.
Me levanté
y dije voy a ir a verlos
a visitarlos,
y después, en los días que siguieron,
a pesar de las excelentes razones que encontré,
ya no cambié de opinión.
Hace diez días,
estaba en mi cama y me desperté,
tranquilo, en paz
–hace tiempo ya,
hoy hace un año, lo dije al principio,
hace tiempo que ya no me pasa y que siempre, para empezar,
empezar de nuevo cada mañana,,
en mi cabeza sólo encuentro la idea de mi propia muerte–
me desperté, tranquilo, en paz,
con un pensamiento extraño y transparente
no sé si podré decirlo bien
con un pensamiento extraño y transparente,
a saber, que mis padres, mis padres,
y también la gente, todos los demás, en mi vida,
los más íntimos,
mis padres y todo aquel a quien me acerco o se me acerca,
mi padre también, antes, si no me falla la memoria,
mi madre, mi hermano, aquí, hoy,
incluso mi hermana,
a saber, que todos, después de haberse hecho una cierta idea de mí,
todos, un buen día ya no me quieren, ya no me quisieron,
y que ya no me quieren
(lo que quiero decir)
“al fin de cuentas”,
se desaniman, se cansan de mí,
y que siempre me abandonaron porque pido el abandono
con esa sensación, no encuentro las palabras,
fue que me desperté
–un instante, emergemos del sueño, todo es límpido, nos parece que lo tenemos, pero
enseguida desaparece–
a saber, que siempre me abandonaron,
poco a poco,
a mí mismo, a mi soledad en medio de los otros,
por no saber cómo alcanzarme,
tocarme,
y hay que renunciar,
y renuncian, renunciaron a mí,
todos,
de alguna manera,
después de haber hecho lo imposible para que me quede con ellos,
después de habérmelo dicho también,
porque se desaniman conmigo,
y porque se quieren convencer de que dejarme en paz,
aparentar ya no preocuparse por mí, es quererme todavía más.
Comprendí que esa ausencia de amor de la que me quejo
y a la que siempre endosé todas mis cobardías,
sin que hasta ese momento yo lo viese,
comprendí que esa ausencia de amor siempre hizo sufrir más a los otros
que a mí.
Me desperté con la idea extraña y desesperada y también indestructible
que ya me querían en vida como les gustaría quererme muerto
sin poder ni saber jamás decirme nada.

Escena 6

Louis. –No dicen nada, ya no se los escucha.

Catherine. –Perdón, no, no sé.


¿Qué quiere que diga?

Louis. –Lamento el incidente de hace un rato,


quiero que lo sepa.
No sé por qué dijo eso, no entendí, Antoine.
No sé por qué quiere creer que nada me interesa, seguro que le habló mal de mí.

Catherine. –No, ni en sueños, ni en sueños pensé eso, no tuvo


importancia.
¿Por qué dice eso:
“le habló mal de mí”
seguro que “le habló mal de mí”?
es una idea rara.
Él habla de usted como debe y, de todas formas no muy seguido,
casi nunca
no creo que hable de usted y nunca en esos términos,
nunca oí nada semejante, usted se equivoca.
Él cree, eso creo yo, cree que usted no quiere saber nada de él, eso, que usted
no quiere saber nada de su vida, que su vida no es nada para usted,
yo, los chicos, todo eso, su profesión, la profesión de él...
¿Usted sabe en qué trabaja, usted sabe que hace en la vida?
En realidad no es exactamente una profesión,
usted, usted tiene una profesión, una profesión es algo que se aprende, algo
para lo que uno se prepara, ¿o me equivoco?
¿Usted conoce su situación?
No es mala, podría ser peor, en realidad es más bien buena.
La situación de él, usted no la conoce,
¿sabe de qué trabaja, lo que hace?
No es un reproche, y me molestaría que se lo tomara así,
tomarlo así sería un error, se estaría equivocando,
no es un reproche:
lo que puedo decir, ni yo sabría decirle exactamente, con exactitud, no
sabría decirle cuál es su puesto.
Trabaja en una pequeña fábrica de maquinarias,
allá,
le decimos así, una pequeña fábrica de maquinarias, yo sé dónde queda,
a veces voy a esperarlo,
ahora casi nunca pero antes iba a esperarlo,
me imagino que fabrica herramientas, supongo, sería lo lógico,
¿o qué?
Debe fabricar herramientas pero tampoco sabría
detallar todos los pequeños movimientos que acumula día a día ni
podría reprocharle a usted que tampoco lo supiera, no.
Pero él puede deducir
seguramente deduce,
que su vida a usted no le interesa
–o si prefiere, no quisiera parecer tendenciosa–, probablemente él crea,
pienso que es así
y usted se debe acordar, cuando era más joven debía ser igual,
probablemente cree que lo que él hace no es interesante o pasible, es la
palabra exacta, o pasible de despertar su interés.
Y no es ser mala
(¿malo será?)
y no es ser malo, sí,
pensar que no está del todo equivocado,
¿no le parece? ¿o me equivoco? ¿me estoy equivocando?

Louis. –No es ser malo, en efecto,


es más justo.
En cuanto a mí, lo que deseo, lo que deseaba,
estaría feliz de poder...

Catherine. –No me diga nada, los estoy interrumpiendo,


prefiero que a mí no me diga nada y
le diga a él lo que tiene para decirle.
Pienso que es mejor y más fácil para ustedes.
Yo no importo y no puedo aportar nada,
así soy
mi rol no es ese,
o no es de esa manera, al menos, que yo lo imagino.
Acá está usted a su vez
¿hablando de qué? ¿de “hablar mal” de quién?

Louis. –No tengo nada ni que decir ni que no decir, no me doy cuenta.

Catherine. –Muy bien, perfecto entonces, con más razón.

Louis. –¡Vuelva! ¡Catherine!

Escena 7

Suzanne. –Esa mina, es increíble, cuando la ves por primera vez,


parece frágil y desvalida, tuberculosa, o huérfana desde hace cinco
generaciones,
pero es un error,
no hay que fiarse:
sabe elegir y decide,
es clara, simple, precisa,
se expresa bien.

Louis. –Siempre lo mismo vos, Suzanne.

Suzanne. –¿Yo?

Louis. –Sí. “lo mismo”. Dando “tu opinión”.

Suzanne. –No, la verdad,


cada vez menos.
Hoy, un poco, casi nada.
Los últimos cartuchos en tu honor, para hacerte sentir culpable .
¿Sí?
¿Cómo?

Louis. –¿Qué?

Suzanne. –En general, normalmente, en ese momento Antoine


me dice: “Cerrá la boca, Suzanne.”

Louis. –Disculpame, no sabía.


“Cerrá la boca, Suzanne.”

Escena 8
La Madre. –A mi no me importa,
siempre me meto en lo que no me importa, no cambio, siempre fui así.
Quieren hablarte, todo eso que dicen,
yo los oí,
pero también los conozco,
sé,
¿cómo no habría de saberlo?
Aunque no lo hubiera oído, lo habría adivinado,
yo misma adivinaría, daría lo mismo.
Quieren hablarte
Se enteraron que volvías y pensaron que tendrían oportunidad de hablarte,
unas cuantas cosas para decirte desde hace tiempo y
por fin la posibilidad.
Van a querer explicarte pero mal,
porque no te conocen, o mal
Suzanne ni sabe quien sos,
eso no es conocer, es imaginar
ella siempre imagina y de la realidad no sabe nada,
y él, Antoine,
Antoine, no es lo mismo,
te conoce pero a su manera como a todo y a todos
como conoce las cosas o como quiere conocerlas,
haciéndose una idea y aferrándose a ella con uñas y dientes.
Van a querer explicarte y es probable que lo hagan
malamente,
digo,
asustados por el poco tiempo que les das,
el poco tiempo que van a pasar juntos
–yo tampoco me hago ilusiones, no me imagino que te vayas a
quedar mucho tiempo, acá, con nosotros.
No habías terminado de llegar,
yo te vi,
no habías terminado de llegar y ya pensabas que habías cometido un error, te hubieses ido
enseguida,
no digas nada, no me contradigas – asustados
(susto, eso)
asustados del poco tiempo y torpemente,
y van a hablar mal o sin aliento,
brutalmente, es lo mismo,
y a lo bruto también,
porque son brutos, siempre lo fueron y cada vez lo son más,
duros también,
son sus modos,
y vos no vas a entender, yo sé cómo van a ser las cosas,
cómo fueron siempre.
Apenas vas a responder, con dos o tres palabras,
sin perder la calma como aprendiste a hacerlo vos solito
–no fui yo o tu padre,
tú padre todavía menos,
no fue de nosotros que aprendiste esa forma tan hábil y odiosa de no perder la calma bajo
ninguna circunstancia, no recuerdo
o no soy responsable–
Apenas vas a responder, con dos o tres palabras
o les pondrás una sonrisa, da lo mismo,
una sonrisa,
y después, sólo recordarán,
luego,
de noche cuando se duerman,
sólo recordarán esa sonrisa,
esa única respuesta les alcanza,
y es sobre esa sonrisa que volverán y volverán,
sin que nada haya cambiado, por el contrario,
esa sonrisa habrá empeorado las cosas entre ustedes,
como una muestra de desprecio, la llaga que no cierra.
A Suzanne la van a entristecer esas dos o tres palabras
a causa de apenas “esas dos o tres palabras” lanzadas al ruedo
o a causa de esa sonrisa de la que hablaba,
y a causa de esa sonrisa
o de apenas “esas dos o tres palabras”,
Antoine será todavía más duro,
y más brutal
a la hora de hablar de vos
o se quedará callado, sin querer abrir la boca,
todavía peor.
A Suzanne le gustaría irse,
quizá ya lo haya dicho
irse lejos y vivir otra vida
(eso cree)
en otro mundo, y esas cosas.
No muy diferente, si hacemos memoria
(yo me acuerdo)
no muy diferente de vos, incluso más joven que ella
y en absoluto menos grave.
El mismo abandono.
Él, Antoine, querría más libertad, no sé,
la palabra que emplea cuando está enojado
–quién diría cuando uno lo ve pero se enoja seguido–
Él querría vivir de otra manera con su mujer y sus hijos
y no deber más nada,
otra idea que le gusta y que repite,
no deber más nada.
¿A quién, a qué? No sé, es una frase que dice a veces, cada tanto,
“no deber más nada”.
Bueno, yo lo escucho. Ni más ni menos que eso.
Y es a vos de quien quieren,
de vos de quien parecen querer autorización,
es una idea extraña
y vos te decís que no entendés,
que no les debés nada
y que ellos no te deben nada
y que pueden hacer lo que quieran con sus vidas,
eso, en cierta forma
y sin ánimo de ofenderte
te da lo mismo y no es cosa tuya.
Quizá no te equivoques,
pasó demasiado tiempo (todo el asunto viene de ahí),
nunca quisiste ser responsable y no podríamos
obligarte.
(También puede ser que te digas a vos mismo, no sé,
hablo,
También puede ser que te digas que estoy equivocada,
que invento,
y que no tienen nada para decirte
y que el día va a terminar como empezó,
así nomás, sin trascendencia. Bueno. Puede ser.)
Lo que ellos quieren, lo que querrían, es quizás que les des ánimo
–¿no es eso lo que siempre les falto acaso, ánimo?–
que les des ánimo, que les des permiso o les prohibas hacer tal o cual
cosa,
que les digas,
que le digas a Suzanne
–aunque no sea cierto, ¿qué te hace una mentira? Una promesa de esas que uno sabe de
antemano que nunca va a cumplir –
que le digas a Suzanne que fuera, cada tanto,
dos o tres veces al año,
a visitarte,
que ella puede,
que ella podría visitarte, si le vinieran ganas,
si tuviera ganas,
que podría ir ahí donde vivís ahora
(no sabemos donde vivís).
Que ella pueda moverse, ir y venir y que a vos te interese,
no que parezca que te interesa sino que te interese,
que te importe.
Que le transmitas a él,
a Antoine,
la sensación de que ya no es responsable de nosotros,
de ella o de mí
–nunca lo fue,
eso lo sé mejor que nadie,
pero él siempre creyó que lo era,
siempre quiso creerlo
y siempre fue así, todos estos años,
pretendía ser responsable de mí y responsable de Suzanne
y le parece que no hay otro deber en su vida,
ni otro dolor, como el crimen de robar un papelque no es el suyo–
que le transmitas la sensación,
la ilusión,
que le des la ilusión de que él podría a su vez, llegado el momento,
abandonarme,
cometer una cobardía como esa
(a sus ojos, estoy segura, es una cobardía)
que tendría derecho, que es muy capaz.
Igual no lo haría,
se tenderá otras trampas
o se lo prohibirá por razones todavía más inconfesables
pero le gustaría tanto imaginarlo, animarse a imaginarlo.
Es un muchacho que imagina tan poco, eso me duele.
Los dos querrían que estuvieras más acá,
más presente,
más presente más seguido,
poder contactarte, llamarte,
pelearse con vos y reconciliarse y perderte el respeto,
ese famoso respeto obligado hacia el hermano mayor
ausente o extraño.
Vos serías al menos un poco responsable
y ellos a su vez se convertirían,
con derecho a hacer uso y abuso,
se convertirían a su vez y finalmente en .
¿A ver una sonrisita?
¿Apenas “dos o tres palabras”?

Louis. –No.
La sonrisita nomás. Te escuchaba.

La Madre. –Es lo que digo.


¿Qué edad tenés,
qué edad tenés ahora?

Louis. –¿Yo?
¿Vos me preguntás?
Tengo treinta y cuatro años.

La Madre. –Treinta y cuatro años.


Para mí también, son treinta y cuatro años.
No me doy cuenta:
¿es mucho tiempo?

También podría gustarte