434 04 01 Evolucioncultural PDF
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434 04 01 Evolucioncultural PDF
p. 11-158
México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/El Colegio Nacional
2004
542 p.
Figuras
Introducción
• México: su evolución cultural, Ciencias Sociales, 3a. ed., México, Editorial Porrúa, 1979,
p. 13-164.
Los más antiguos vestigios del hombre y su cultura en América del Norte
Orígenes de la agricultura
Puede decirse que, a partir del séptimo milenio a. C., son relativamente
abundantes los vestigios de una creciente transformación en las formas
de vida de los pobladores prehistóricos. Hay así numerosos indicios de
que se había ampliado considerablemente la actividad de recolección
de diversas especies de semillas. La conversión de éstas en alimento
es patente gracias a los utensilios que había ya para molerlas o ma
chacarlas: morteros, manos y piedras a modo de primitivos metates.
Entre los más tempranos testimonios del paso a una incipiente
domesticación de plantas, es decir a la agricultura, están los hallazgos
hechos en varias cuevas de la sierra de Tamaulipas, como las del Ca
ñón del Infiernillo (6 500-5 500 a.C). A partir de entonces se practicaba
ya el cultivo del frijol, el chile y la calabaza.
En la región de Tehuacán, Puebla, se han hecho otros descubri
mientos también de gran interés. Allí ha podido seguirse lo que fue,
desde el sexto milenio a. C., el desarrollo cultural que llevó a la do
mesticación de diversas plantas. En la Cueva de Cozcatlán, hay indi
cios de que la incipiente agricultura llegó a incluir hacia 4 000 a. C.,
además de distintas especies de frijol, calabaza y chile, ciertas varieda
des de maíz. En la misma región de Tehuacán hubo ya desde entonces
considerable aumento de población. Al parecer, las comunidades tenían
ya el carácter de aldeas. La producción de diversos objetos, al igual que
el instrumental fueron más abundantes y de mejor técnica: cestería, pe
tates, redes, diversos tipos de vasijas de piedra, metates, navajas, pun
tas de proyectil y otros implementos más. Dato interesante es que para
esta época el perro era ya acompañante doméstico del hombre.
2. EL PERIODO PRECLÁSICO
día al oriente. Del culto a los muertos nos hablan las ofrendas que
acompañan a los entierros. Entre ellas tuvieron lugar prominente las
hachas de jade. Al parecer hubo sacrificios de niños y existía, con ca
rácter ritual, el juego de pelota.
Las diversas manifestaciones artísticas, esculturas en basalto y en
jade, la amplia y variada producción de cerámica, la edificación de
los centros ceremoniales, el culto religioso, todo ello denota que tenía
vigencia una distribución del trabajo. En el conjunto de las activida
des tenía papel de importancia el comercio. Probablemente a través
de éste y asimismo por otras formas de difusión, desde el preclásico
medio, la civilización olmeca comenzó a influir en otros muchos sitios
del centro y sur de lo que hoy es México. Fue así fermento que iba a
hacer posibles las ulteriores transformaciones del periodo clásico.
Cerca de dos milenios más tarde, en tiempos ya de los mexicas o
aztecas, se conservaba entre ellos una cierta forma de recuerdo de lo
que había sido ese primero y más antiguo gran florecimiento de los
pobladores de las costas del Golfo. Hay más de un texto en náhuatl en
el que los sabios mexicas expresan que la más honda raíz de su ser
cultural estuvo vinculada con quienes, mucho antes de la fundación
de Teotihuacan, se había establecido en las costas del Golfo. Atribuían
además a esas gentes haber conocido el calendario, la escritura y un
gran conjunto de artes. Valiéndose de clásicas expresiones metafóricas,
afirman así los mexicas, entre otras cosas, que desde entonces había
"tinta negra y roja", es decir escritura. He aquí un fragmento del texto
incluido en el Códice Matnfense:
Hemos visto que durante los últimos siglos antes de la era cristiana pro
liferaron, en varios lugares de las zonas central y sur de México, comu
nidades establecidas en torno a centros planificados, en posesión ya de
elementos característicos de lo que llegó a ser la alta cultura mesoame
ricana. Algunas de esas comunidades, herederas de mucho de lo alcanza
do antes por los olmecas, estaban a punto de iniciar las nuevas trans
formaciones que culminaron en el gran desarrollo del periodo clásico.
Ahora bien, en las regiones norteñas, fuera de Mesoamérica pero dentro
asimismo de lo que habría de integrar el territorio del México moderno,
vivían otros grupos, con muy distintos grados de desarrollo cultural.
Hacia los comienzos del periodo clásico, aunque se habían produ
cido también algunos cambios en varios de los grupos pobladores del
norte, podría decirse que se perfilaba ya, con más evidencia, una especie
de gran frontera cultural entre lo mesoamericano y lo norteño. Tal fron
tera, sin embargo, no implicó total ausencia de contactos y aun de ma
nifiestas penetraciones e intercambios. Precisamente por ello daremos
aquí cabida a lo más sobresaliente que conocemos acerca de los prin
cipales grupos que habitaban en este periodo las regiones del norte.
Tratar de los niveles culturales de esos grupos norteños, antes de
ocuparnos de lo que fue el florecimiento clásico en Mesoamérica, per
mitirá valorar luego por la vía de los contrastes, la significación que
tuvo realmente este gran brote de civilización en el Nuevo Mundo.
Además, tendremos así en nuestro estudio la posibilidad de vislum
brar cómo se produjeron procesos tan distintos de evolución cultural,
desde tiempos muy antiguos, en lo que hoy es México. Esos procesos
de cambio, con mutuas penetraciones e influencias, habrían de dejar
muy honda huella. A no dudarlo fueron un antecedente que condicio
nó mucho de que lo que después ocurrió en los tiempos de la Colonia
y del país independiente.
Tanto los que llegaron a ser conocidos corno "indios Pueblos", corno
otros de filiación lingüística hokana, al igual que varios grupos menos
numerosos, habían mantenido a través de milenios -según vimos en
el capítulo anterior- formas de vida con muy escaso desarrollo, pro
pias de la que se designa con el nombre de "Cultura del desierto",
Corno cazadores y recolectores, dueños de muy precaria tecnología,
subsistieron así todos esos diferentes grupos en diversos sitios de los
que hoy son estados de Tarnaulipas, Texas, Colorado, Nuevo México,
Arizona, Chihuahua, Sonora, Alta y Baja California.
Desde cerca de 2 000 a. C., algunas de esas gentes, ancestros de los
"indios Pueblos" y hablantes de lenguas de las familias zuni, kereza y
mente hasta el siglo III d. C. Además, hay que reconocer que también
hubo variantes significativas en las creaciones culturales y formas de
vida de los distintos pueblos que, dentro de Mesoamérica, participa
ron en el esplendor del clásico. Todo esto, sin embargo, no impide ha
blar de un cierto número de rasgos y elementos que definen, de manera
general, lo que llegó a ser la cultura mesoamericana a lo largo de este
periodo. En consecuencia, antes de ocuparnos de las variantes en los
desarrollos regionales, creemos oportuno destacar los rasgos más so
bresalientes que dan apoyo a la expresión de "Mesoamérica clásica":
La influencia proveniente -de un modo o de otro- del ámbito
cultural olmeca, actuando a modo de fermento, propició grandes cam
bios en áreas a veces muy distantes entre sí. Las técnicas agrícolas se
perfeccionaron. Entre otras cosas, las terrazas para cultivos se hicieron
más frecuentes, al igual que diversas maneras de sistemas de regadío.
Plantas como el algodón proporcionaban ya, con mayor amplitud, los
beneficios de su cultivo. La dieta, en las distintas comunidades, de
pendía cada vez más del trabajo organizado en el campo. El incremen
to en la población debió ser, desde entonces, muy notorio.
En distintos sitios, las aldeas fueron creciendo. En el centro de los
poblados comenzaron a erigirse nuevos tipos de edificaciones: los pri
meros testimonios de lo que llegó a ser extraordinaria serie de crea
ciones arquitectónicas. Éstas, debidamente planificadas, con calzadas
y plazas, incluyeron basamentos, pirámides truncadas y escalonadas,
santuarios, palacios, juegos de pelota, escuelas, mercados. Prolifera
ron así en la región del Golfo, en el Altiplano, en las zonas de Oaxaca
y mayanse, múltiples y suntuosos centros ceremoniales. Algunos de
éstos llegaron a convertirse en auténticas ciudades y metrópolis.
Numerosos indicios permiten afirmar que en esos lugares las for
mas de organización social, económica, política y religiosa se torna
ron mucho más complejas y eficientes. Hubo ya diferentes clases
sociales: los gobernantes y sacerdotes, los grandes jefes guerreros, en
una palabra, los integrantes de una nobleza; los artistas, artesanos y
comerciantes, y, finalmente, la gente del pueblo común, los dedicados
a la agricultura, a las faenas de la construcción y a otras tareas en pro
vecho del culto religioso, el estado y los gobernantes.
Algunos de los nuevos centros y metrópolis se convirtieron en ver
daderos núcleos o "cabeza" de organizaciones políticas, a veces espe
cie de reinos, federaciones o imperios. Tales poblaciones eran así sede
de complejos sistemas administrativos.
Las creencias y el ritual religioso fueron objeto de nuevas elabora
ciones y ajustes por obra del sacerdocio. Aunque subsistieron y aun se
Cuando aún era de noche, cuando aún no había día, cuando no había
luz, se reunieron los dioses allá en Teotihuacan. Dijeron, hablaron en
tre sí: venid acá, oh dioses. ¿Quién tomará sobre sí, quién se hará car
go de que haya días de que haya luz?
i
La gran metrópol
mada Miccaot/1; "avenida de los muertos", así como otra que corría en
dirección este-oeste. La primera, según hasta hoy puede verse, se ini
cia al norte en la plaza que tiene al fondo a la pirámide de la luna y en
el ángulo inferior izquierdo al palacio de las Cuetzalpapálotl o "mari
posas-ave quetzal". A la derecha de la plaza se yerguen varias pirámi
des o santuarios menores. Más al sur, en el mismo costado oriente,
está la más importante de todas las edificaciones, la pirámide del sol.
Ambos lados de la avenida de los muertos se suceden luego otras
pirámides de proporciones más reducidas, con sus varios cuerpos su
perpuestos, sus escalinatas con alfardas y el característico diseño de
tablero-talud. La avenida de los muertos, cruza luego el otro eje vial
este-oeste y da lugar, a ambos lados, a construcciones de suma impor
tancia. Integran éstas el llamado por algunos arqueólogos "gran con
junto". Al oriente se halla la "Ciudadela" con su amplio patio y la
célebre pirámide de Quetzalcóatl. Al poniente hay otras edificaciones,
de las que sólo quedan escasos vestigios que, sin embargo, permiten
entrever su importancia.
Al parecer, en su fase de mayor expansión, la ciudad estaba distri
buida en cuatro grandes cuadrantes, en función de los ejes de la ave
nida de los muertos y de la transversal este-oeste. En tanto que las
pirámides del Sol y la Luna eran los puntos de máxima atracción reli
giosa, las edificaciones del llamado "gran conjunto" parecen haber sido
residencia del supremo poder político, religioso, administrativo y de
otros funcionarios dedicados a tareas afines. Se sabe que en el recinto
de la Ciudadela había habitaciones, así como otras adyacentes, en tor
no a patios situados a los lados de la pirámide de Quetzalcóatl.
El extraordinario sentido de planificación de los teotihuacanos ha
sido objeto de investigaciones en base a las cuales se han elaborado
planos que muestran el desarrollo urbanístico de la ciudad en distin
tos momentos. Podemos valorar así los criterios que se adoptaron al
edificarse en Teotihuacan numerosos palacios, escuelas, mercados y tam
bién múltiples casas-habitación para sus numerosos habitantes. Quien
desee conocer cómo eran algunas de esas edificaciones, en particular
los palacios, puede visitar los restos arqueológicos que se conservan, en
algunos casos restaurados. Entre otros, están los de Atetelco (en el su
roeste de la ciudad) y los de Tepantitla, a espaldas de la pirámide del
sol. En uno y otro sitios se levantan los varios recintos en torno a patios
rectangulares. Pinturas, de gran colorido y simbolismo, cubrían los mu
ros de estos edificios. En el caso de Tepantitla debemos recordar el céle
bre mural que representa la concepción teotihuacana de la vida en el
más allá, específicamente en el Tlalocan o paraíso de T láloc.
Religiosidad teotihuacana
Formas de organización
Según parece, los inicios del clásico entre los mayas deben situarse
hacia 300 d. C., o un poco antes cuando existen ya en la región cen
tral inscripciones calendáricas según el complejo sistema de la "cuen
ta larga".
Como ya lo vimos, aunque este sistema comenzó a desarrollarse en
el área olmeca (recuérdese la estela C de Tres Zapotes) y también en el
preclásico, por el rumbo de Chiapa de Corzo (estela 2, con una fecha
equivalente a 36 a. C.), fue en la región central de la zona maya donde
alcanzó su mayor perfección. Brevemente diremos que el sistema de la
cuenta larga consistía en computar el tiempo inscribiendo, con sus co
rrespondiente número y jeroglífico, los varios ciclos que habían trans
currido. Los ciclos que debían tomarse en cuenta eran estos: kin (día);
uinal (20 días); tun (año o suma de 18 uinales = 360 días); katun (20
tunes o años); baktun (20 katunes o, computado en días= 144 000).
Los mayas inscribían en sus estelas, en orden decreciente, de arriba
a abajo, los distintos ciclos transcurridos, tomando siempre como pun
to de referencia en sus cómputos una especie de remoto principio de su
cronología situado, en términos de nuestro calendario, 3113 a. C. Tal fe
cha, al decir de algunos investigadores, era posiblemente la que asigna
ban los mayas al inicio de la actual edad del mundo y de su nuevo sol.
El sistema de la cuenta larga se perfeccionó con la elaboración de fór
mulas de ajuste y corrección. Así, gracias a ello, pudo computarse la
duración del año astronómico con asombrosa precisión: un diezmilésimo
Era necesario buscar entonces otro lugar para iniciar allí de nuevo el
proceso de la roza, desmonte y quema.
El sitio que había sido abandonado había producido tal vez por
diez años consecutivos en las tierras altas; o por sólo dos en las áreas
bajas del centro y norte. Ahora bien, en todos los casos las tierras te
nían que descansar para recobrar un cierto grado de fertilidad. Y tam
bién en esto había diferencias: en las tierras altas bastaba una
interrupción de cinco años; en la región del Petén -la más favorecida
desde otros puntos de vista, corno el de la abundancia de agua- se
requerían de cuatro a siete, y en el norte yucateco -con su superficie
caliza- de quince a veinte años. Tal vez estos datos ayuden a com
prender tanto la necesaria y frecuente movilidad de los mayas, reque
ridos a encontrar nuevas tierras de cultivo, corno el hecho de que fuera
la región central la más propicia para el desarrollo de su cultura.
La región sur
La región central
La región norte
tura que llegaron a forjar los romanos. Para comprender los antece
dentes y causas de lo que ocurrió en casos corno estos se dispone mu
chas veces de fuentes escritas.
Respecto del periodo clásico en Mesoarnérica han llegado hasta
nosotros sobre todo vestigios arqueológicos. En el caso de la zona maya
contarnos además con el conjunto de sus inscripciones. Si al fin se lo
gra descifrar esa escritura, será quizás posible leer algunos textos, in
cluidos en las estelas más tardías o en otros monumentos, y encontrar
allí tal vez más de un testimonio acerca de lo que entonces ocurría.
Eventualmente alguno de esos testimonios o la suma o confrontación
de varios, dará la clave para esclarecer lo que hasta hoy se nos mues
tra corno un enigma. En tanto que el requerido desciframiento pueda
convertirse en realidad, sólo nos resta afirmar que sabernos al menos
que el fin del clásico no significó a la postre la muerte de la alta cultu
ra y la civilización en Mesoarnérica. La prueba nos la dará cuanto va
mos a estudiar en relación ya con el periodo posclásico.
Oaxaca, de las tierras menos elevadas del sur de Puebla y del ámbito me
ridional de Veracruz, avanzaban también otras gentes que a la postre ha
brían de adueñarse de Cholula tras expulsar de allí a los teotihuacanos.
Los invasores -de diversas filiaciones lingüísticas, principalmen
te mixtecos y popolocas- se asentaron al fin en Cholula y allí impe
raron desde 800 hasta cerca de 1 200. Por considerárseles procedentes
en buena parte de la región que habían habitado los creadores de la
antigua cultura olmeca, se designa al conjunto de estas gentes con el
nombre de "olmecas tardíos" u "olmecas-xicalancas", en razón de que
su origen estaba hacia el rumbo de Xicalanco, en tierras de Tabasco.
Entre los principales logros culturales que pueden atribuírseles están la
última estructura de la principal pirámide cholulteca que se convirtió
así en el monumento más grande del continente americano; el creci
miento planificado de la ciudad, así como su rica y finamente produ
cida cerámica policromada con muchos diseños que recuerdan las
pinturas de los códices mixtecos. Cabe añadir que estos olmecas tar
díos, señores de Cholula, llegaron a ejercer vasta influencia y a domi
nar casi toda la altiplanicie de Puebla-Tlaxcala, diversos lugares del
centro de Veracruz y otros de Oaxaca.
El establecimiento "olmeca tardío" en Cholula significó nuevo pro
ceso de migración para los teotihuacanos allí residentes. Muchos de ellos
penetraron entonces en tierras totonacas, por la zona de El Tajín, para
continuar después hacia el rumbo de Los Tuxtlas, al sur de Veracruz.
Grupos de estos antiguos teotihuacanos -conocidos ya con el nombre
de pipiltin ("pipiles" o nobles)- prosiguiendo su marcha, alcanzaron
el sur de Chiapas y varios sitios de Guatemala, El Salvador, Nicara
gua y aun la península de Nicoya en la actual Costa Rica. La lengua
que hablaban los pipiles era el náhuat. El hecho de que procedieran
ellos, en última instancia, de Teotihuacan, ha dado mayor fundamen
to a la tesis de que por lo menos una parte de los antiguos pobladores
de la Ciudad de los Dioses fueron de filiación lingüística nahua.
La cultura de los pipiles se había enriquecido con algunos elemen
tos adquiridos por ellos durante su estancia entre las gentes de la zona
de El Tajín. Nos referimos a su adopción y manufactura de objetos ce
remoniales de los que ya tratamos en el capítulo anterior: las célebres
"palmas", "yugos" y hachas". Tanto es así, que con base en la difusión
de tales creaciones, han precisado los arqueólogos la ruta de disper
sión y los asentamientos pipiles. En varios sitios, dentro ya de la re
gión sur del mundo maya, cuando en ella perduraba aún el periodo
clásico (hacia mediados del siglo IX y aún tal vez antes), ha podido
detectarse así la presencia pipil. Ella está además atestiguada por al-
los llevó, por otra parte, a someter vastos territorios del centro de
Veracruz y áreas vecinas, así como a influir en el desarrollo cultural
de muchos pueblos, entre ellos los pipiles, los olmecas tardíos, los de
distintos señoríos huastecos y mixtecos, los de Xochicalco y los que,
finalmente habrían de fundar la metrópoli de Tula.
Cabe anticipar -respecto del destino de los totonacas durante el
posclásico tardío-, es decir más allá del año 1200 que se produjeron
entre ellos considerable fragmentación política y debilitamiento en su
desarrollo cultural. Ello hizo al fin posible que muchos señoríos to
tonacas sucumbieran en el siglo XV ante el gran poderío mexica y pa
saran a convertirse en tributarios de México-Tenochtitlan. Tal fue lo
que ocurrió en los conocidos centros de Cempoala, Quiahuiztlan, Mi
zantla, Papantla y otros.
Semejante hasta cierto punto, si bien con capacidad de expansión
e influencia mucho menores, es el caso de Xochicalco. Situado en el
actual estado de Morelos, a unos 40 km de Cuernavaca, este impor
tante centro se edificó sobre las varias terrazas escalonadas construi
das en un cerro. En su parte más alta se levantó el recinto sagrado por
excelencia que llegó a tener a la vez probablemente el carácter de una
fortaleza. La evolución cultural de Xochicalco, a través de distintas fa
ses, arranca del periodo preclásico. En lo que toca a la etapa de transi
ción (siglos v1i-x) que aquí estudiamos, fue ésta precisamente la de su
máximo esplendor. La arqueología ha revelado que allí se recibieron y
asimilaron influencias de regiones tanto cercanas como muy alejadas,
sobre todo tipo de mayanse, zapoteca, teotihuacano y de El Tajín.
Entre los edificios más importantes de Xochicalco, varios de ellos
restaurados, destacan la pirámide de la serpiente emplumada, el lla
mado Palacio, el templo de las estelas, el juego de pelota, así como
varias estructuras, pirámides truncas, basamentos de santuarios. Tan
to la pirámide de la serpiente emplumada como las tres estelas que se
descubrieron más tarde en Xochicalco dan testimonio de lo que se ha
dicho sobre influencias procedentes del exterior. En los costados en
talud de la pirámide, además de los bajorrelieves que representan las
serpientes ondulantes y con penachos en la cabeza, así como figuras
de personajes sentados, de aspecto mayanse, hay asimismo diversos
signos calendáricos y otros de nombre de lugar. Entre los primeros so
bresalen los que se hallan del lado izquierdo de la escalinata: una mano
parece correlacionar allí al jeroglífico del año 9-Casa con la fecha del
día 11- Mono, en tanto que otra mano se fija en un signo calendárico,
probablemente de estilo zapoteca, acompañado del numeral l.
en las regiones del norte. Tratarnos así de las distintas gentes de filia
ción uta-azteca: del caso particular de los llamados indios Pueblos; de
los hablantes de lenguas de la familia hokana, así corno de otros, en
tre ellos los conocidos corno parne-otornangues. Interesa ahora desta
car qué formas de evolución cultural se produjeron luego entre esos
varios grupos hasta llegar al momento que aquí estudiarnos. Asimis
mo importa valorar en qué grado esos cambios pudieron afectar las
realidades culturales en la frontera norte de Mesoarnérica.
Consideremos el caso de las gentes de filiación lingüística uta-az
teca que se habían establecidos en distintos lugares de Arizona, Sono
ra, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Nayarit, Jalisco y en otros varios
sitios, dentro de la región central. En primer lugar señalaremos que
hubo innegable desarrollo en algunas de esas comunidades, sobre todo
desde la época del mayor florecimiento clásico teotihuacano. Los ar
queólogos han aducido pruebas de la influencia ejercida por la gran
metrópoli del Altiplano en áreas de establecimientos uta-azteca, en el
norte de Michoacán y Colima, en distintos cacicazgos o señoríos de Ja
lisco y Nayarit, en territorio de Sinaloa y aun en algunos sitios de Sono
ra. Tal influencia se tradujo en la adopción de algunos estilos en la
cerámica; de mejores técnicas agrícolas; de conceptos relacionados con
la edificación de basamentos o estructuras en incipientes centros cere
moniales y, entre otras cosas más, en la aceptación del culto de deida
des adoradas por los teotihuacanos.
Desde luego esas formas de irradiación cultural no alcanzaron a la
totalidad de los grupos de filiación uta-azteca. Algunos -corno por
ejemplo los tarahurnaras- mantuvieron, con escasos cambios, sus pa
trones tradicionales de existencia. Continuaron viviendo en cuevas y
en chozas de materiales perecederos, en asentamientos sumamente dis
persos. Aunque practicaban ya ciertas formas de agricultura, no deja
ban de buscar, corno antes, su sustento en la caza y en la recolección.
Nos fijaremos ahora en la situación de los llamados indios Pue
blos, habitantes de territorios del sur de Utah y Colorado y distintos
lugares de Arizona, Nuevo México y norte de Chihuahua. En el capí
tulo III, mencionarnos la existencia de varias formas de tradición cul
tural que llegaron allí a influirse mutuamente. Fueron de hecho los
portadores de la tradición cultural Anasazi, que se había originado
en el sur de Utah y Colorado, los que a la postre hicieron posibles
los mejores logros en el florecimiento de los Pueblos. Coincidiendo con
el clásico en Teotihuacan, los de tradición Anasazi vivían ya en pueblos
debidamente planificados. En ellos destacaba la estructura circular, para
fines ceremoniales, conocida corno gran Kiva. Elementos dignos tarn-
de las llanuras del norte tal vez de la región de Zacatecas. Así, al decir de
los Anales de Cuauhtitlan:
Cantos de gran fuerza épica son los textos donde se relata lo que
en seguida ocurrió. En estado de embriaguez, Quetzalcóatl cohabitó
con la princesa Quetzalpétatl. Los hechiceros realizaron entonces va
rios portentos que trajeron consigo la muerte de muchos toltecas y la
desolación en Tollan. El desenlace de ese enfrentamiento fue que el
sacerdote abandonara su metrópoli. Con palabras que continúan sien
do fusión de historia y leyenda, se habla de su partida, su paso por
Cholula, su cruce de la cordillera y de la montaña del Señor de la nie
bla -el actual Pico de Orizaba- hasta alcanzar la orilla del mar, por
el oriente, en busca de T!tllan, Tlapallan, el lugar del color negro y rojo,
el país de la sabiduría. La marcha de Quetzalcóatl, que pronto iba a
reaparecer en tierras del mundo mayanse, marcó la primera gran deca
dencia de Tollan, anticipo de lo que fue más tarde su ruina definitiva.
Por lo que toca a los toltecas, muchos abandonaron también entonces
su ciudad y llegaron a apartadas regiones. De su presencia en sitios
de Oaxaca, Yucatán y Guatemala, hablaremos más tarde.
Tras la salida de Quetzalcóatl, hubo al parecer, varios gobernantes
en Tollan que pudieron mantener la prepotencia de la antigua metró
poli durante casi otra centuria, hasta fines del siglo XI. En el año 9-Co
nejo (1098) entró en escena Huémac, el último de los señores toltecas.
Durante su largo reinado subsistió en gran parte el área de dominación
tolteca. Mas, como había ocurrido antes en tiempos de Quetzalcóatl, los
textos indígenas vuelven a hablar de portentos y perturbaciones. En
tre otras cosas hubo grandes aflicciones y muertes por causa del ham
bre. El relato mítico nos dice que esa desgracia se abatió sobre el pueblo
tolteca como un castigo de los dioses de la lluvia. Estos se habían apa
recido a Huémac y lo habían invitado a competir en el juego de pelo
ta. Huémac apostó allí sus jades y plumas de quetzal. Los dioses de la
lluvia, ofrecieron lo mismo en caso de pérdida. Realizado el juego,
Huémac salió vencedor. Los dioses de la lluvia, en vez de jades y plu
mas de quetzal, pretendieron darle mazorcas de maíz. El señor de los
toltecas se enojó y exigió que los dioses le entregaran jades y plumas
finas. Con tal desdén se atrajo su ira. Recibió los jades y las plumas
pero también cuatro años de sequía.
Otras calamidades ocurrieron luego. Entre ellas, hubo un serio en
frentamiento de los toltecas-chichimecas y los toltecas-nonohualcas.
Estos últimos, según vimos, habían venido a Tollan para participar en
el trabajo de las edificaciones y a la postre se habían quedado allí en
forma permanente. Lo que primero comenzó como un disgusto, ter
minó como abierta rebelión de los toltecas-nonohualcas. Huémac tomó
entonces la determinación de abandonar Tollan en busca de la cueva
de en la región central del mundo maya, el término del clásico entre los
zapotecas no trajo consigo total abandono de sus ciudades y centros.
Así durante la fase Monte Albán IV (de 800 a 1200 d. C.), en lo que
fue la gran metrópoli zapoteca y en otros sitios como Cuilapan y Yagul
quedaron núcleos de población, entregados sobre todo a tareas como
la agricultura que hacían posible su subsistencia. A la vez se desarro
lló entonces un limitado proceso de expansión de los zapotecas con
un nuevo florecimiento sobre todo en Zaachila y Mitla. Este último
centro, conocido en lengua zapoteca con el nombre de Liobaá, "lugar
de los muertos", era residencia, en sus varios palacios, de las más altas
jerarquías del sacerdocio. Al decir del cronista fray Francisco de Burgoa,
en Mitla existía un gran subterráneo donde se daba sepultura a los res
tos de los gobernantes y señores. Cabe suponer que, por esta práctica,
adquirió este centro la designación de "lugar de los muertos".
No obstante que, en lugares como los mencionados, y más hacia
el oriente en el istmo de Tehuantepec, diversas comunidades zapotecas
preservaron mucho de su antigua cultura, otro fue el grupo que, den
tro del periodo posclásico, habría de ejercer nueva forma de prepo
tencia. Los mixtecas habían penetrado en tierras oaxaqueñas desde
muchos siglos antes. Al parecer, estaban emparentados con los lla
mados "olmecas huixtotin" o "salineros", que moraban en territorio
veracruzano. Desde el punto de vista de las leyendas y mitos de los
propios mixtecas, cabe recordar que afirmaban tener su origen en el
pueblo conocido más tarde con el nombre náhuatl, de Apoala, donde
hay abundancia de agua, no muy lejos de Nochixtlán. La más antigua
designación de ese lugar en idioma mixteco, Yutatnoho, significa "río
de donde salieron los señores". Al decir de las crónicas, "los dichos
señores que salieron de Apoala se habían hecho cuatro partes y se di
vidieron de tal suerte que se apoderaron de toda la Mixteca..."
El país de los mixtecas -aunque comprende también zonas de al
tura media e incluso de costa en el Pacífico- es en su mayor parte
montañoso. Como su nombre lo indica, Mixt!an, es "lugar de nubes y
neblinas", en los estrechos valles y en las alturas de la Sierra Madre. Se
habla de la "Mixteca alta", la más extensa, en la que florecieron, desde
fines del siglo VII d. C., señoríos muy importantes como los de Tilan
tongo, Teozacualco, Cuixtlahuaca y T laxiaco. La "Mixteca Baja" se sitúa
al oeste y al norte de la anterior, con pueblos como Ejutla y Zoquiapan.
En la "Mixteca de la costa" se erigió el antiguo señorío de Tutupec.
Gracias al estudio de los varios códices mixtecos prehispánicos que
se conservan, ha sido posible reconstruir las dinastías de varios pe
queños reinos a partir de mediados del siglo VII d. C. Tal es el caso de
Es opinión entre los indios que, con los itzáes que poblaron Chichén
Itzá, reinó un gran señor llamado Kukulcán y que muestra ser esto
verdad el edificio que se llama Kukulcán (la pirámide de "El Castillo"
en Chichén). Y dicen que entró por la parte del poniente y difieren en
si entró antes o después de los itzáes o con ellos. Y dicen que fue bien
dispuesto y que no tenía mujer ni hijos...
Los mexicas, según la tradición, vinieron hacia acá los últimos, desde
la tierra de los chichimecas, desde las grandes llanuras... Cuánto tiem
po anduvieron en las llanuras, ya nadie lo sabe... Los mexicas comen
zaron a venir hacia acá. Existían, están pintados, se nombran en lengua
náhuatl, los lugares por donde pasaron. Al venir, cuando fueron si
guiendo su camino, no se les recibía en parte alguna. Por todas partes
eran repudiados, nadie conocía su rostro. Por todas parte les decían:
¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís?
En contraparte, los mismos textos reiteran la confianza del pueblo
que, a lo largo de su marcha, sabía que su dios venía hablando a los
sacerdotes, señalándoles el camino: Yo os iré sirviendo de guía -de
cía Huitzilopochtli- yo os mostraré el camino.
Iniciamos con una reflexión este último capítulo en nuestro largo re
corrido a través de la historia indígena de México. Hemos visto cómo,
desde los últimos tiempos del preclásico, y sobre todo a partir del
esplendor clásico, se definió una gran frontera cultural entre los gru
pos que participaban en la civilización mesoamericana y aquellos otros
que, con diferentes grados de desarrollo, vivían fuera de ella en el sep
tentrión del país. El principio de las grandes transformaciones, que
culminaron con la formación 'de la alta cultura y la civilización meso
americanas, había ocurrido en la zona costera del Golfo de México, cerca
de los límites de Veracruz y Tabasco, es decir en el área olmeca. La
irradiación ejercida por los olmecas hizo posibles, siglos después, las
aportaciones de la gran metrópoli teotihuacana, de otros centros en
los ámbitos de Veracruz y Oaxaca y del extraordinario conjunto de ciu
dades mayas.
Ahora bien, reconociendo que el arranque de la civilización me
soamericana tuvo lugar en las costas del Golfo, nos encontramos con
un conjunto de realidades, de tiempos posteriores, que parecen confe
rir específicamente a otra región de Mesoamérica el carácter de nuevo
foco de irradiación cultural casi nunca interrumpida. La zona a que
nos referimos es la altiplanicie central. Los grandes centros, que suce
sivamente florecieron en ella desde el periodo clásico, de un modo o
de otro propagaron su cultura e influyeron por los cuatro rumbos de
Mesoamérica y asimismo en las tierras norteñas. No significa esto que
neguemos o pretendamos disminuir la capacidad de difusión cultural
de los pueblos de Oaxaca, de Veracruz y del mundo mayanse, a lo
largo del clásico o del posclásico. Nuestra afirmación implica tan sólo
que sobresale como atributo de los grandes centros del Altiplano, du
rante sus respectivas épocas de florecimiento, haber influido más que
ningunos otros en la gran mayoría de gentes establecidas en otras re
giones de Mesoamérica.
roeste se erigió Cuepopan, "donde abren sus corolas las flores", el futu
ro barrio de Santa María la Redonda. Al sureste Teopan, "en el lugar
del dios", que posteriormente se llamó Barrio de San Pablo. Finalmen
te, al suroeste estuvo Moyotla, "en el lugar de los moscos", el barrio de
San Juan, en los días de la Nueva España.
Estos cuatro sectores originales fueron el núcleo de la ciudad que
más tarde creció ganando tierra al lago. Esto se logró por medio de
las célebres chinampas, sementeras que se construían a modo de ar
mazones con varas y carrizos en donde se amontonaba la tierra y el
cieno del lago. A la postre las chinampas quedaban unidas al islote,
divididas a veces entre sí por canales.
Organizadas las cuatro grandes divisiones, se instalaron los dioses
propios de los varios calpulli o sea de los distintos linajes que vivían allí.
Según algunos cronistas, pocos años después de la fundación de Tenoch
titlan algunos de los mexicas, por discordias internas, decidieron aban
donar la ciudad. Ocurrió ello en un año 1-Casa, 1337. La consecuencia
fue que se formara, como población gemela, la que se denominó Tla
telolco, en un islote más pequeño, al norte de Tenochtitlan, en donde,
desde tiempos más antiguos, se habían asentado otros grupos, anterio
res a los de estirpe mexica. A partir de entonces quienes quedaron en
Tenochtitlan insistían en darse a conocer como mexica-tenochcas.
Los seguidores de Huitzilopochti continuaban trabajando con to
das sus fuerzas por mejorar su ciudad, en tanto que seguían pagando
tributos a los tepanecas de Azcapotzalco, sirviéndolos asimismo sobre
todo en las guerras que frecuentemente tenían con otros pueblos. Al de
cir de varias fuentes, en 1363, cuando comenzó a humear el volcán Po
pocatépetl, tuvo lugar la muerte del antiguo caudillo Tenochtli. Por ese
tiempo falleció también Acolnahuacatzin, el señor tepaneca. Como suce
sor de este último se entronizó entonces Tezozómoc, durante cuyo rei
nado habría de expanderse más que nunca el poderío de Azcapotzalco.
Contando con el refuerzo de los mexica,Tezozómoc obtuvo pron
to dos victorias en extremo significativas. La primera fue la que se tra
dujo en el sometimiento de Culhuacán y la segunda en la ocupación
del señorío de Tenayuca. Los mexicas, desde la muerte de Tenochtli,
habían manifestado ya su propósito de tener un tlatoani o rey, imitan
do en esto a los otros pueblos que, como los antiguos toltecas, los
culhuacanos y tepanecas, así se gobernaban. Un grupo de mexicas pro
minentes se dirigió a Culhuacán que, aunque estaba ya sometida a
Azcapotzalco, conservaba a sus propios gobernantes. Manifestados sus
deseos de que se les concediera al llamado ltzpapálotl Acamapichtli
para que fuera primer tlatoani en Tenochtitlan, el señor culhuacano,
Que gobierne Acarnapichtli a la gente del pueblo, a los que son sier
vos de Tloque Nahuaque, "el Dueño del cerca y del junto", que es Yóhualt;
Ehécatl, Noche, Viento, que gobierne a los siervos de Yaotzin Tezca
tlipoca y del sacerdote Huitzilopochtli.
El gobierno de Huitztlzñuitl
Atendamos ahora a los testimonios que nos hablan de las medidas que
tomó entonces el cihuacóatl o consejero Tlacaélel. Ante todo le pare
ció necesario lograr que los mexicas tuvieran una imagen de sí mis
mos, de la que pudieran sentirse orgullosos. Con la aprobación del
señor Itzcóatl, reunió Tlacaélel a los principales mexicas para dispo
ner nada menos que la quema de los antiguos códices o libros de pin
turas. La razón dada fue que en ellos la figura de los seguidores de
Huitzilopochtli carecía de importancia. He aquí lo que acerca de esto
refiere el Códice Matnfense.
Gobierno de Axayácatl
Gobierno de Ahuítzot!
Motecuhzoma Xocoyotzin
Organización social
Organización política
La economía
los veinte millones. Esto explica ya que sea asimismo muy problemá
tico cuantificar un factor tan importante como el que se designa con el
nombre de "potencial humano" en la producción.
Disponemos, en cambio, de mayor número de testimonios que per
miten conocer con bastante detalle las principales formas de especiali
zación de quienes integraban esa fuerza humana de trabajo. En primer
lugar, sabemos que existía una distribución de actividades en función
del sexo. Así, al hombre correspondían las en extremo importantes ta
reas agrícolas y la mayor parte de las formas de producción artesanal.
A la mujer, en cambio, tocaban los quehaceres del hogar, algunos nada
fáciles como la transformación del maíz en masa para las tortillas, lo
que presuponía largas horas de trabajo con el metate. Hilar y tejer eran
asimismo ocupaciones que competían a la mujer.
Las fuentes permiten distinguir también especializaciones tales
como las que correspondían a quienes se ocupaban en trabajos extrac
tivos (pescadores, recolectores, mineros y otros). Asimismo muestran
los testimonios la existencia de grupos dedicados a la construcción (al
bañiles, canteros, carpinteros, pintores), a las industrias manufacture
ras (alfareros, canasteros, productores de esteras o petates, de guaraches
o sandalias, curtidores etcétera). Para no alargarnos, mencionaremos el
amplio campo de la especialización artesanal, la de quienes produ
cían objetos de índole utilitaria y de consumo general como el papel,
la sal, instrumentos líticos y de madera, canoas, etcétera, y la de aque
llos que elaboraban artículos de lujo o suntuarios, principalmente para
los miembros de la nobleza y el culto religioso. Entre estos últimos
estaban los orfebres, los artífices de la pluma, los escultores, los que
elaboraban los códices y los gematistas.
Debemos insistir, sin embargo, en que, a la par que había estas es
pecializaciones, la gran mayoría de los macehualtin o gente del pue
blo, dedicaba buena porción de su tiempo a la labranza de la tierra.
Precisamente los productos que de ella obtenía le permitían en alto
grado su subsistencia, la familiar y la comunitaria, al igual que el pago
de los tributos que correspondían al supremo gobernante, al culto re
ligioso y a otros propósitos ligados con la administración pública.
Los recursos naturales. Respecto de la información· al alcance para
conocer cuáles eran los recursos naturales sobre los que descansaba la
economía del México antiguo, ocurre algo semejante a lo dicho acerca
del potencial humano. Las fuentes -aunque en algunos casos propor
cionan datos cuantitativos- son sobre todo de carácter descriptivo.
Así, por ejemplo, al hablar de las tierras para la agricultura, aunque
La religión
Escritura y calendario
El ritual sagrado
El sacerdocio mexico
Dos eran los sacerdotes de más alto rango que desempeñaban funcio
nes muy relacionadas entre sí. En Tenochtitlan se designaban con los
títulos de Quetzo!cóot!-t!omocozr¡ui; "ofrendador de nuestro señor Quetzal
cóa tl", y Quetzo!cóot!-T!á!oct!omocozr¡ui, "ofrendador de T láloc-Que
tzalcóatl". Subordinados a éstos estaban el Mexícot! teohuotzin, "el
sacerdote mexica", que tenía como colaborador al Huitzndhuot!
teohuotzin, "el sacerdote de la región de las espinas". El primero de
éstos, según se dice, era como "padre de los estudiantes de las escue
las superiores los co!mécoc'. Del segundo se reitera que ayudaba en
todo al Mexícot! teohuotzin.
De dignidad inferior eran los que se designaban t!enomocozr¡ue,
ofrendadores del fuego. En niveles más bajos aún estaban los t!omo
cozr¡ue, simplemente "ofrendadores" y los t!omocoztoton, "ofrenda
dorcillos", título que a veces correspondía a los estudiantes o novicios
en las escuelas y templos donde se impartía la formación sacerdotal.
Había asimismo mujeres consagradas al culto. Un ejemplo lo ofrecen
las cthuocuocu!It; "mujeres tonsuradas", cuyo oficio consistía en dispo
ner las ofrendas de flores, tabaco y otras cosas.
Para mostrar cómo, entre los distintos sacerdotes, había ocupacio
nes particulares, citaremos el fragmento de un texto que describe el
oficio del que se llamaba t!opixcotzin, "el conservador". Se nos dice de
él que "tenía cuidado de los cantos de los dioses, de todos los cantares
divinos. Para que nadie errara, hacía repetir a la gente los cantos divi
nos en todos los barrios ..."
Resta añadir que no era raro encontrar entre los sacerdotes perso
nas sabias, algunos de los llamados t!omotim; dedicados a elucubrar
sobre las cosas divinas y a la composición de diversas obras literarias.
Obviamente no fueron sólo sacerdotes los forjadores de cantos que co
nocemos. Hubo además otros que pertenecían a la clase de los pipt!tin
¿A dónde iremos?
¿Estamos allá muertos o vivimos aún?
¿Otra vez viene allí el existir?
¿Acaso es tu casa en el sitio de los descarnados?
Creaciones artísticas
Puesto que hemos dicho que el genio artístico rnexica destacó so
bre todo en la escultura, citaremos varias muestras sobresalientes de
esta forma de creación suya. Recordemos algunas que estuvieron en
el recinto del templo mayor: la colosal escultura de la diosa Coatlicue,
la gran cabeza de Coyolxauhqui, la hermana de Huitzilopochtli, celo
sa de su madre, muerta en Coatepec, el ocelocuauhxical!t; gran recipiente
en forma de ocelote, la representación de Mictlancíhuatl, señora de la
región de los muertos, las efigies de un macehual, hombre del pueblo,
y la de un sacerdote, concebidas a modo de portaestandartes, la gran
piedra de Tizoc, y la más extraordinaria aún Piedra del Sol. En ellas y
en otras de tamaño más pequeño, corno la cabeza del hombre muerto
o del caballero águila y la pequeña efigie de Xólotl, conservada esta
última en el Museo de Stuttgart, a pesar de todas las obvias diferen
cias, hay siempre un estilo y una fuerza de expresión que claramente
denotan un origen cultural común.
Entre los rasgos principales que parecen configurar el estilo es
cultórico rnexica, destaca el empleo frecuente de formas geométricas,
aunque muchas veces atenuadas y casi desvanecidas, sin que por ello
se pierda su función, corno principio que integra y unifica los símbolos
y la plenitud del terna. Asimismo la representación de elementos, en
Conclusión
Mesoamérica y el norte en vísperas de la Conquista