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“Evolución cultural de Mesoamérica”

p. 11-158

Obras de Miguel León-Portilla.


Tomo II. En torno a la historia de Mesoamérica
Miguel León-Portilla

México
Universidad Nacional Autónoma de México
Instituto de Investigaciones Históricas/El Colegio Nacional
2004

542 p.

Figuras

ISBN 968-36-9538-8 (obra completa)


ISBN 970-32-1809-1 (volumen II, pasta dura)
ISBN 970-32-1808-3 (volumen II, rústica)
Formato: PDF
Publicado en línea: 30 de junio de 2020
Disponible en:
http://www.historicas.unam.mx/publicaciones/publicadigital/libros/
obras_leon_portilla/434.html

D. R. © 2020, Universidad Nacional Autónoma de México-Instituto de


Investigaciones Históricas. Se autoriza la reproducción sin fines lucrativos,
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por escrito de la institución. Dirección: Circuito Mtro. Mario de la Cueva s/n,
Ciudad Universitaria, Coyoacán, 04510. Ciudad de México
l. EVOLUCIÓN CULTURAL DE MESOAMÉRICA *

Introducción

El estudio del pasado indígena de México interesa por múltiples razo­


nes. En primer lugar, si tomamos conciencia de las raíces culturales y
de la fisonomía mestiza de México, habremos de reconocer que lo indí­
gena es antecedente y legado insuprimible del propio ser nacional. Tan
absurdo como pretender que lo prehispánico es herencia cultural única
o excluyente de otras, sería también olvidar que el pasado indígena cons­
tituye un subsuelo de milenios, sobre el cual, más tarde, todo se ha ido
edificando. Desde este punto de vista la trayectoria cultural indígena
interesa como primer capítulo en la historia de la nación mexicana.
Razón complementaria de la anterior la da la existencia de varios
millones de personas de origen predominantemente indígena que con­
servan hasta hoy, entre otras cosas, sus propios idiomas, tradiciones,
sentido artístico, sistemas de organización y otros elementos de clara
procedencia prehispánica. Imposible sería pretender un conocimiento
de las formas de existir y sentido de identidad de esas modernas co­
munidades indígenas, soslayando la herencia del pasado anterior a la
Conquista. Propiciar la participación de los grupos nativos en la vida
social, económica y política del país, presupone también la valoración
de sus raíces culturales como fuente de símbolos y significación. Así,
tanto en relación con las comunidades indígenas contemporáneas,
como en la búsqueda de antecedentes esenciales del moderno ser mes­
tizo y de la realidad integral del país, es requisito indispensable el es­
tudio de la historia prehispánica.
También por sí misma -prescindiendo ahora de su vinculación
con el ser contemporáneo de México- la historia prehispánica es asun­
to de extraordinario interés. La evolución cultural que aquí se desa­
rrolló a través de milenios ofrece la posibilidad de estudiar cómo, en
el aislamiento del Nuevo Mundo, surgió asimismo una civilización que

• México: su evolución cultural, Ciencias Sociales, 3a. ed., México, Editorial Porrúa, 1979,
p. 13-164.

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cabe poner en paralelo con las de la antigüedad clásica del Asia, el


norte de África y Europa. Logros del hombre del México antiguo fue­
ron, entre otros muchos, extraordinarios centros rituales y auténticas
metrópolis con un arte monumental, ahora mejor valorado. Sobre una
base económica cada vez más desarrollada y que incluyó la existencia
de un amplio comercio, ocurrieron grandes transformaciones en la or­
ganización social, política y religiosa de los diversos grupos. Hubo se­
ñoríos y diversas formas de reinos e imperios. Descubrimientos tenidos
antes por exclusivos de las civilizaciones del Viejo Mundo se lograron
aquí también con características propias. Se perfeccionaron los siste­
mas calendáricos. Se tuvo un concepto del cero y se midió la duración
del año astronómico con un diezmilésimo de mayor precisión que en
el caso del que hoy conocemos como calendario gregoriano. Hubo asi­
mismo desarrollo en varias formas de escritura. Se concibieron ricas
literaturas y elevadas doctrinas de las que dan muestra los códices y
textos en lengua indígena que hasta hoy se conservan.
Por todo ello el estudio de la civilización del México prehispánico
interesa como un capítulo, rico en significaciones, a la luz de la historia
universal. También aquí, en aislamiento, el hombre superó de nuevo el
primitivismo y la barbarie. A pesar de que en el México precolombino
subsistieron limitaciones de índole técnica, llegó a proliferar la vida ur­
bana y se lograron los medios para preservar, en inscripciones y códi­
ces, el testimonio de la historia. Nada tiene ya de extraño que sea cada
día mayor el interés no sólo de arqueólogos, historiadores y otros espe­
cialistas sino del público en general, dentro y fuera de México, por co­
nocer algo de lo que fue el arte, la literatura, el pensamiento y la vida
cotidiana del hombre prehispánico en esta porción del Nuevo Mundo.
Podemos ya, por consiguiente, acercarnos al estudio de nuestro
pasado prehispánico conscientes del gran interés que tiene como an­
tecedente y legado en la realidad del México contemporáneo y tam­
bién por sí mismo, en el marco de la historia universal, como única
experiencia de una civilización con historia en el Nuevo Mundo.

Los periodos en la evolución cultural del México antiguo

La idea de distribuir en periodos el acontecer humano es tan antigua


que la encontramos ya muchas veces en los viejos mitos. Así, para dar
una sola muestra, cabe recordar aquí los periodos o grandes edades
míticas que, según el pensamiento de distintos pueblos, antecedieron
a la época actual.

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LOS MILENIOS PREHISTÓRICOS 13

También, a partir de los primeros cronistas, espontáneamente se


introdujeron divisiones o periodos en los relatos sobre el pasado, aten­
diendo, por ejemplo, a los varios reinados o dinastías o a otro tipo de
aconteceres como la duración de una guerra, o un tiempo de epidemia,
o el florecimiento de una cultura hasta la decadencia de la misma.
Con tales divisiones en el tiempo, entendidas como periodos, se pre­
tende abarcar y distinguir series de acontecimientos que se conside­
ran como portadores de alguna forma de significación unitaria. Los
periodos pueden tener muy distintas duraciones. A veces comprenden
milenios o un gran número de siglos. En esos casos suele decirse que
constituyen una edad. Se habla así en la historia universal de la edad
antigua, la edad media, la edad moderna. Hay periodos de duración
mucho más breve, como, por ejemplo, el de la revolución francesa o el
de la guerra de independencia en México.
Mucho se ha discutido sobre los posibles criterios subjetivos que
llevan a veces a establecer determinados periodos en el estudio de los
acontecimientos históricos. Es innegable que con frecuencia juegan en
esto papel importante los puntos de vista personales, así como los idea­
les nacionalistas de determinados países. También es verdad que es in­
evitable una cierta arbitrariedad al pretender fijar separaciones en el
acontecer continuo, jamás interrumpido, de la historia. Sin embargo,
debemos reconocer que introducir de algún modo divisiones o perio­
dos en el acercamiento al pasado es condición inescapable para hacer
posible su comprensión. No es imaginable el estudio de la historia
como si fuera esta una masa amorfa de sucesos sin principio ni fin.
Lo que importa en todo intento de división en periodos es proce­
der con la mayor objetividad posible. En otras palabras, cuando se
busca establecer límites de tiempo, la idea debe ser circunscribir una
duración con acontecimientos estrechamente relacionados entre sí,
eventual objeto de un esfuerzo de comprensión unitaria.
En nuestro libro, aunque seguimos la periodización generalmente
adoptada, hemos introducido en varios casos enfoques diferentes. Por
lo que toca al pasado prehispánico, conviene precisar los periodos en
función de los cuales habremos de estudiarlo. El primer periodo -de
enorme duración- lo constituyen los milenios prehistóricos, que abar­
can desde el poblamiento en lo que hoy es territorio mexicano hasta
la aparición de la agricultura. Como antecedente de este periodo tra­
taremos también de los orígenes del hombre americano y de los más
antiguos vestigios de su cultura en América del norte.
Segundo gran periodo, que va desde aproximadamente 2 300 a C.,
hasta los comienzos de la era cristiana, es el que se designa como

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preclásico. Se estudian en él los antecedentes y el primer surgimiento


de la alta cultura en el México antiguo. Tres etapas, las del preclásico
inferior, medio y superior, integran este periodo. Lo más significativo
en él es el surgimiento de la cultura olmeca, origen de las grandes
transformaciones que llevaron a consolidar una civilización en esta
parte del Nuevo Mundo.
Desde los principios de la era cristiana hasta aproximadamente el
siglo IX d. C., se sitúa el periodo clásico, así llamado por considerársele
como el de mayor esplendor en el México antiguo. A lo largo de este
periodo distinguen los especialistas varias etapas de menor duración.
Aunque los testimonios escritos acerca del periodo clásico, bien sea
de Teotihuacan, la región de Oaxaca, la zona del Golfo o el área maya,
sólo en parte han podido ser descifrados o son menos abundantes si
se comparan con los relacionados con el periodo siguiente, la arqueo­
logía proporciona ya considerable información. Permite conocer los
logros más sobresalientes de este periodo: centros ceremoniales, me­
trópolis como Teotihuacan, grandes creaciones en el campo de las ar­
tes plásticas, inscripciones y testimonios calendáricos. La herencia
cultural del periodo clásico para siempre dejó honda huella.
El postclásico, a partir de la decadencia y la ruina de los centros
que florecieron en el periodo anterior, concluyó con la Conquista es­
pañola. Conviene repetir que los testimonios históricos son ya mucho
más abundantes. Entre los rasgos característicos del postclásico están
los grandes movimientos de pueblos, las alteraciones políticas, sociales,
económicas y religiosas que se dejaron sentir en distintas regiones. Tuvo
también entonces extraordinario auge el militarismo. Se formaron nue­
vos estados que a su vez sucumbieron y dieron lugar a la consolidación
de otros a veces más poderosos. Aun cuando puede considerase a este
periodo como etapa de menor esplendor, comparada con los vestigios
que conocemos del clásico, sería inexacto decir que fue un lapso de de­
cadencia. Bastaría con recordar que, durante el postclásico, prospera­
ron entidades tan importantes como la nación tolteca, el gran estado
tecpaneca, los señoríos mixtecas, la llamada Liga de Mayapán y la nue­
va organización que alcanzó el pueblo azteca o mexica.
Conviene señalar, por otra parte que, en el estudio del pasado
prehispánico a lo largo de estos distintos periodos, habrá que tener
siempre presentes las diferencias que hubo entre los principales gru­
pos que habitaban el territorio mexicano. Ello es sobre todo importan­
te por lo que toca a las comunidades que alcanzaron la alta cultura y
la civilización y aquellas otras que, en las regiones norteñas, mantu­
vieron en distintos grados formas de vida de cazadores y recolectores.

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LOS MILENIOS PREHISTÓRICOS 15

Tan sólo tornando conciencia de tales diferencias, nos percataremos


de la pluralidad de procesos culturales en la evolución de los pueblos
prehispánicos. Corno además muchas de esas diferencias en los nive­
les de desarrollo subsistieron a lo largo de los tiempos coloniales y del
México independiente, resulta imprescindible intentar aquí valorar­
las a partir de sus orígenes. De nuevo ello nos confirma la estrecha
relación que guarda la historia del pasado indígena con la realidad
integral de nuestro país.
A continuación iniciaremos ya el estudio, atendiendo primeramen­
te a lo que fueron los milenios prehistóricos, desde el poblamiento has­
ta la aparición de la agricultura en territorio mexicano.

l. LOS MILENIOS PREHISTÓRICOS.


DEL P OBLAMIENTO A LA APARICIÓN DE LA AGRICULTURA

Gracias a investigaciones apoyadas en distintas disciplinas, puede afir­


marse que ha sido en extremo larga la secuencia evolutiva de la que al
final se derivó la aparición del llamado homo sapiens, la especie huma­
na, a la que, en fin de cuentas, pertenecemos. Debemos recordar asi­
mismo que las ciencias en relación con la prehistoria muestran que
ese largo proceso, iniciado desde hace más de un millón de años, se
desarrolló en diversos lugares del Viejo Mundo, es decir en África, Asia
y Europa.
Respecto del continente americano sabernos que no se conocen ni
antecedentes ni vestigios de una paralela evolución. Por el contrario,
todos los restos humanos encontrados en el Nuevo Mundo dejan ver
que son de individuos que deben describirse corno pertenecientes a la
especie del hombre actual. En consecuencia -corno asimismo lo apun­
tamos en el mencionado segundo curso- ha sido preocupación de los
prehistoriadores buscar fuera de América los orígenes de los prime­
ros pobladores de este continente.
Así, al atender ahora al más antiguo poblamiento en lo que hoy es
territorio mexicano, corno paso preliminar nos ocuparemos del terna
de la procedencia del hombre americano en general.

Orígenes del hombre americano

Desechada la hipótesis de un origen autóctono, o sea la de suponer


que el hombre apareció en América corno consecuencia de una evolu-

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ción ocurrida en ella, las teorías hasta ahora formuladas implícitamente


reconocen que nuestro continente fue de hecho un Nuevo Mundo para
quienes, procedentes de fuera, por vez primera penetraron en él. Más
de una han sido las rutas de entrada que se han propuesto para expli­
car la presencia de esos inmigrantes prehistóricos. Con tal propósito se
han tomado en cuenta factores climatológicos, estudios sobre la crono­
logía de las glaciaciones, trabajos relacionados con la fauna y flora y,
desde luego también los hallazgos tanto de restos humanos como cul­
turales, entre estos últimos especialmente los artefactos líticos (de pie­
dra) a los que se ha podido asignar diversos grados de antigüedad.

La vía del estrecho de Bering

El punto de vista más generalmente aceptado señala, como camino prin­


cipal de entrada, al estrecho de Bering, lugar de máximo acercamiento
entre Asia y América del Norte. Aunque no hay concordancia respecto
de la época precisa en que pudo iniciarse el paso de grupos humanos a
través de Bering, se considera que existieron condiciones para ello a fi­
nes del Pleistoceno, desde hace probablemente 40 000 años.
De suma importancia han sido en este punto las investigaciones
sobre los grandes periodos de glaciación en las regiones norteñas del
planeta. Aunque hay incertidumbre acerca de las causas de las gla­
ciaciones, se conocen con cierta precisión las superficies que en deter­
minadas épocas quedaron cubiertas por espesa capa de hielo. En el
caso de Norteamérica la cuarta y última glaciación de que se tiene
noticia recibe el nombre de "periodo Wisconsin". A lo largo de éste
hubo varios subestadios, uno de los cuales "el Altoniense", entre
70 000 y 28 000 a. C., se presenta como lapso durante el cual vero­
símilmente ocurrieron las más antiguas migraciones humanas al Nue­
vo Mundo.
Al decir de los especialistas, en el subestadio Altoniense era muy
considerable el descenso en el nivel de las aguas del océano Pacífico,
resultado de la formación de las grandes masas de hielo de la gla­
ciación Wisconsin. Ello había traído consigo que quedara por encima
del océano un amplio territorio emergido en la zona de Bering, con la
consiguiente posibilidad del paso por tierra desde Siberia a Alaska.
Además, en distintos lapsos, dentro del subestadio Altoniense, llegó a
manifestarse una cierta mejoría climática. Ésta a su vez se tradujo en
la formación de otra especie de corredor, libre de hielos, en la porción
noroeste del continente entre los glaciares de montaña.

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Los inmigrantes, venidos de las zonas árticas de Siberia, encon­


trarían así en América condiciones climáticas bastante parecidas a las
de su lugar de procedencia y, en algunos casos, incluso más favora­
bles que aquellas. De esta suerte ha sido posible reforzar, con nuevos
elementos de juicio, la tesis del poblamiento de América, en oleadas
sucesivas de distintos grupos, por la vía del estrecho de Bering.
Para señalar la época en que se inició este proceso de poblamiento
son elemento fundamental los descubrimientos hasta ahora realiza­
dos de restos humanos y sobre todo de artefactos elaborados por el
hombre. Unos y otros, en diversas formas, han sido objeto de estudio
con el fin de precisar su antigüedad. En opinión de los prehistoriadores
hay suficientes indicios para sostener que hubo ya ocupación humana
en distintos sitios de Alaska, Canadá y los Estados Unidos desde hace
cerca de 35 000 años; en territorio mexicano aproximadamente desde
hace 20 000; en Perú, 18 000 y 9 000 en el extremo sur del continente.
Como es obvio, interesa atender a algunos de los principales ha­
llazgos que han permitido formular tales afirmaciones acerca de la an­
tigüedad del poblamiento, sobre todo en América del Norte y en especial
en México. El estudio de esos descubrimientos nos permitirá conocer a
la vez los niveles de cultura de los primeros grupos que fueron llegan­
do, los llamados "paleo-indios", gentes dedicadas principalmente a la
caza, la pesca y la recolección de frutos. Antes, sin embargo, creemos
pertinente tratar acerca de otra hipótesis distinta en relación con los
orígenes del hombre americano. Y cabe ya adelantar que -prescindien­
do de fantasías insostenibles- el punto de vista al que atenderemos,
lejos de contrariar la teoría del poblamiento principal por el estrecho
de Bering, puede presentarse como explicación más que nada com­
plementaria.

La hipótesis del poblamiento procedente del Pacífico Sur

Según el estudioso francés Paul Rivet, además de las migraciones por


Bering, hubo otras a través de la zona sur del océano Pacífico, en es­
pecial desde las áreas australiana y malayo-polinésica. Para apoyar este
parecer, Rivet da tres clases de argumentos.
El primero se deriva de las diferencias somáticas (o sea en el as­
pecto físico) entre los numerosos grupos indígenas del continente. En
tanto que los venidos por Bering ostentan rasgos mongoloides, diver­
sas comunidades en múltiples sitios (por ejemplo Lagoa Santa en Bra­
sil, sur de Baja California y otras en Perú, Ecuador y Colombia) podrían

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describirse corno en posesión de características unas veces australoides


y otras rnalayo-polinésicas. Un segundo argumento, de carácter lin­
güístico, aduce también Rivet. A su parecer existen afinidades entre
los idiomas hablados por algunos grupos americanos y los de las re­
giones mencionadas del Pacifico sur en Oceanía.
Finalmente el tercer tipo de argumento se dirige a explicar cómo
pudieron llegar a América tales grupos. Para ello Rivet hace referen­
cia a sus piraguas dobles o de balancín, al carácter tradicional de na­
vegantes de muchos de los habitantes de la Polinesia y a la existencia
de corrientes marinas y vientos favorables que verosímilmente propi­
ciaron su paso al Nuevo Mundo.
Respecto de esta hipótesis de Paul Rivet diremos que -aunque
hasta hoy no ha podido apoyarse en evidencias indiscutibles- tam­
poco debe desecharse corno absurda. Más bien es de desearse que ul­
teriores investigaciones den base firme para su eventual comprobación
o su definitivo rechazo.
Volviendo ahora a lo expuesto sobre el poblamiento a través de
Bering, pasarnos ya a ocuparnos de algunos de los descubrimientos
principales que nos permiten fechar la presencia de grupos humanos
en Norteamérica y en particular, en México. El estudio de tales hallaz­
gos nos llevará asimismo a conocer, en sus rasgos más sobresalientes,
las probables formas de evolución cultural de esos antiguos poblado­
res. Nuestra atención se dirigirá a los milenios de la prehistoria del
Nuevo Mundo hasta llegar a los tiempos en que los asentamientos en
aldeas y la aparición de una incipiente domesticación de plantas son
ya anticipo de grandes transformaciones.

Los más antiguos vestigios del hombre y su cultura en América del Norte

Es la América del Norte donde se han descubierto los más antiguos


vestigios de la presencia de grupos humanos. Ello se explica tanto por
el mayor número de investigaciones realizadas en esta porción del con­
tinente como por el hecho de que fue Norteamérica la zona de más
temprana penetración de los inmigrantes llegados a través de Bering.
Con base en el estudio de tales vestigios -en particular artefactos
líticos y óseos- los prehistoriadores describen los que pueden consi­
derarse corno distintos niveles de cultura de los grupos que penetra­
ron en el ámbito norteamericano.
Algunos estudiosos han pretendido correlacionar de algún modo
las manifestaciones culturales prehistóricas en América con los cono-

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cimientos que se tienen acerca del largo periodo paleolítico en el Viejo


Mundo. Tal periodo -como lo vimos al principio de nuestro segundo
curso de Ciencias Sociales- se remonta en antigüedad hasta la apari­
ción de los primeros instrumentos de piedra hechos por el hombre.
Quienes se empeñan en comparar la prehistoria americana particular­
mente con la de Asia, han llegado a afirmar que algunos de los más
antiguos pobladores de nuestro continente, aunque pertenecían ya a la
especie del hombre actual, mantenían formas de vida que recuerdan a
veces las del paleolítico inferior. Se refieren así a hordas o bandas tribales
no muy numerosas que subsistían, adaptándose a las alteraciones cli­
máticas, dedicadas a la caza y la recolección. Los artefactos de tales po­
bladores, hechos por percusión, revelan técnicas bastante toscas.
Por nuestra parte, recordaremos aquí que la etapa del paleolítico
inferior concluyó en el Viejo Mundo aproximadamente hacia SO 000
a. C., es decir, antes de que el hombre penetrara en tierras americanas.
Así, siendo inaceptable hablar de un "paleolítico inferior" en el Nuevo
Mundo, pensamos que la referida comparación de elementos cultura­
les sólo puede entenderse como un señalamiento del escaso desarro­
llo que aún tenían los primeros grupos venidos por Bering.
Entre los hallazgos, hasta ahora logrados, atribuibles a esos tem­
pranos pobladores, están los de Lewisville y de la cueva Friesenhahn,
ambos en Texas -raspadores de piedra y huesos con extremos sec­
cionados- a los que se ha asignado una fecha cercana a los 37 000 años
antes de nuestra época. Otros descubrimientos, también de artefactos
líticos o de hueso, asociados a restos de la fauna característica de la
etapa media del pleistoceno en América (mamutes, elefantes, caballos,
armadillos gigantes y distintas especies de camélidos), confirman la
antigüedad que hoy se asigna al hombre en la porción norteña del con­
tinente. De gran interés, son así los hallazgos logrados en American
Falls, Idaho (más de 30 000 años); Isla de Santa Rosa, California (cerca
de 28 000 años) y Tule Springs, Nevada (cerca de 28 000 años).
Como indicio de la ulterior evolución cultural de los recolectores
y cazadores prehistóricos pueden aducirse diversas formas de eviden­
cia. Se trata de vestigios -de épocas posteriores- que más fácilmen­
te son comparables con los característicos del paleolítico superior en
el Viejo Mundo. El instrumental de piedra aparece más diversificado
y elaborado. Cabe incluso suponer que algunos de los petroglifos y
pinturas rupestres, que se conservan en múltiples sitios del área que
nos ocupa, provienen de esta época posterior, como creación que de­
nota preocupaciones de índole mágica o religiosa. En lo que toca al
instrumental es de interés aludir a la elaboración de dardos, bastante

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largos, hechos de piedra, con puntas lanceoladas (a modo de lanza)


empleados para la cacería de los grandes animales ya mencionados. Por
el lugar donde ocurrió el primer descubrimiento de dichas puntas, en
Sandía, estado de Nuevo México, se conocen éstas generalmente como
"puntas Sandía". Los prehistoriadores, que han estudiado tal tipo de
puntas y otros artefactos localizados en asociación con ellas, en varios
lugares de Canadá y los Estados Unidos, describen la correspondiente
etapa cultural como "Complejo Sandía", situado cronológicamente
entre 25000 y 15000 años a. C.
Otros complejos culturales han podido establecerse asimismo de
etapas posteriores. Mencionaremos al llamado "Complejo Clovis", por
los primeros hallazgos efectuados en un sitio de tal nombre en Nuevo
México, al parecer, entre 15000 y 9000 años a. C. Los cazadores ha­
bían alcanzado mejores técnicas que les permitían producir puntas de
proyectiles acanaladas, diversas formas de raspadores, cuchillos he­
chos de lascas y otros objetos de hueso. Los vestigios de esta etapa
cultural proceden de varios lugares de los Estados Unidos, Canadá y
también de México.
Etapa siguiente es la bautizada con el nombre de "Complejo Fol­
som", entre 9000 y 7000 a. C. Los artefactos en piedra son ya de mu­
cho mejor manufactura. Hay además punzones de hueso, cuentas y
otros objetos que al parecer se emplearon como adorno. Los prehisto­
riadores infieren que los grupos que vivieron en esta etapa se vestían
con pieles de animales y enriquecían su atuendo personal con diver­
sas formas de collares y pendientes. Como en el caso del "Complejo
Clovis", hubo ya en territorio mexicano grupos que participaron en el
nivel correspondiente a la etapa Folsom.
Mencionaremos aquí también al llamado "Complejo Yuma", si­
tuado entre 7000 y· 5000 a. C. Coincidió esta etapa con la paulatina
desaparición de las grandes especies de animales del pleistoceno
americano, como consecuencia de los cambios climáticos y asimis­
mo de la vegetación existente. Fue entonces cuando la actividad reco­
lectora parece haberse intensificado. Sabemos también, por otra parte,
que en diversos sitios de lo que hoy es Tamaulipas y de la región cen­
tral de México hay vestigios, que se remontan hasta el sexto milenio
a. C., que muestran que había ya grupos de cazadores y recolectores
que empezaban a domesticar algunas plantas como la calabaza, el chile
y el frijol.

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Desarrollo cultural prehistórico en territorio mexicano

Aunque ya aludimos a hallazgos en México relacionados con los com­


plejos "Clovis" y "Folsom", debemos atender más directamente a lo
que se conoce sobre la presencia y evolución cultural de los más anti­
guos pobladores en lo que hoy es nuestro país. Según algunos investi­
gadores, puede afirmarse que hay indicios de poblamiento desde antes
de los 20 000 años a. C.
En apoyo de esta tesis se presentan los descubrimientos realiza­
dos en Tlapacoya, Estado de México, específicamente el hallazgo de dos
hogares con restos de carbón de madera que, por el método del car­
bón 14 radiactivo, se han fechado cerca de 2 4 000 años antes de la épo­
ca actual. De otro sitio explorado, en Caulapan, Puebla, procede un
artefacto lítico del tipo "raedera", al que se atribuye una antigüedad
cercana a los 21000 años. Cabe aducir también, finalmente, lá apari­
ción, en el lugar conocido como Laguna Chapala, Baja California, de
un cierto número de artefactos descritos como "bifaciales alargados"
que, por su tosca manufactura y por el nivel estratigráfico en que se
encontraron, han sido tenidos como otro testimonio de la más tem­
prana presencia del hombre en lo que hoy es territorio mexicano.
Los prehistoriadores que han aducido estos primeros vestigios
de presencia humana en México designan al periodo del que proce­
den con el nombre de "horizonte arqueolítico" (de la piedra "arcai­
ca") que, al parecer, debió desarrollarse entre 20 000 y 14 000 años
antes del presente.
De un periodo posterior, bautizado como "horizonte cenolítico" (de
la nueva lítica o del nuevo trabajo de piedra) son ya más abundantes y
elocuentes los descubrimientos hasta ahora logrados en diversos luga­
res del país. Entre éstos están los realizados en San Joaquín, Baja Cali­
fornia, Punta Blanca, Sonora, San Bartolo Atepehuacan, México, Cueva
de Cozcatlán, Puebla, Presa Falcón, Tamaulipas y en la región de Mitla,
Oaxaca. Dado que en varios de los lugares mencionados han aparecido
puntas de tipo "Clovis" y en menor grado del "Folsom", ha sido posi­
ble inferir que se trata de vestigios dejados por cazadores nómadas que
probablemente vivieron entre 13 000 y 7 000 antes del presente.
Paralelamente son de muy grande interés los restos humanos a los
que se ha asignado también muy considerable antigüedad. Lugar es­
pecial ocupa el conocido como "Hombre de Tepexpan", descubierto
en 1947, en las inmediaciones del mencionado pueblo, a un lado de la
carretera que va a Teotihuacan. El hallazgo, manifiestamente asocia-

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do a restos de mamut, ha sido fechado entre los 10 000 y 9 000 a. C. De


fecha un poco posterior, mencionaremos la aparición de restos de otro
mamut en Santa Isabel Iztapan, con los cuales se encontró una punta
de proyectil, una raedera de obsidiana y otros artefactos.
Como temprana muestra del sentido artístico de esos antiguos ca­
zadores y recolectores nómadas se conserva un hueso sacro fósil, pro­
bablemente de un camélido hoy extinto. Localizado desde 1870 en
Tequixquiac, dicho hueso, al que se atribuye una antigüedad de cerca
de 10 000 años, fue trabajado de suerte que adquirió el aspecto de una
cabeza de mamífero. Es ésta la primera producción, tal vez mágica o
religiosa, pero también artística, descubierta en territorio mexicano.

Orígenes de la agricultura

Puede decirse que, a partir del séptimo milenio a. C., son relativamente
abundantes los vestigios de una creciente transformación en las formas
de vida de los pobladores prehistóricos. Hay así numerosos indicios de
que se había ampliado considerablemente la actividad de recolección
de diversas especies de semillas. La conversión de éstas en alimento
es patente gracias a los utensilios que había ya para molerlas o ma­
chacarlas: morteros, manos y piedras a modo de primitivos metates.
Entre los más tempranos testimonios del paso a una incipiente
domesticación de plantas, es decir a la agricultura, están los hallazgos
hechos en varias cuevas de la sierra de Tamaulipas, como las del Ca­
ñón del Infiernillo (6 500-5 500 a.C). A partir de entonces se practicaba
ya el cultivo del frijol, el chile y la calabaza.
En la región de Tehuacán, Puebla, se han hecho otros descubri­
mientos también de gran interés. Allí ha podido seguirse lo que fue,
desde el sexto milenio a. C., el desarrollo cultural que llevó a la do­
mesticación de diversas plantas. En la Cueva de Cozcatlán, hay indi­
cios de que la incipiente agricultura llegó a incluir hacia 4 000 a. C.,
además de distintas especies de frijol, calabaza y chile, ciertas varieda­
des de maíz. En la misma región de Tehuacán hubo ya desde entonces
considerable aumento de población. Al parecer, las comunidades tenían
ya el carácter de aldeas. La producción de diversos objetos, al igual que
el instrumental fueron más abundantes y de mejor técnica: cestería, pe­
tates, redes, diversos tipos de vasijas de piedra, metates, navajas, pun­
tas de proyectil y otros implementos más. Dato interesante es que para
esta época el perro era ya acompañante doméstico del hombre.

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LOS MILENIOS PREHISTÓRICOS 23

Aunque hasta ahora son relativamente pocos los sitios explorados


en México, testimonio de esta serie de grandes transformaciones que
culminaron con la difusión de la agricultura, proliferación de aldeas e
incremento notorio de la población, lo que hasta ahora conocemos es
prueba fehaciente de que hacia 3 000 a. C., se habían alcanzado ya ni­
veles culturales, anticipo a su vez de un mayor desarrollo que pronto
se dejaría sentir en un ámbito mucho más amplio.

Antecedentes y surgimiento de la alta cultura


(el periodo preclásico 2 300 - O a. C.)

Desde mediados del tercer milenio a. C. se acentuaron los contrastes


en los niveles culturales alcanzados por los distintos pobladores de lo
que llegaría a ser territorio mexicano. Aunque las diferencias abarca­
ban, en ocasiones, múltiples rasgos culturales, puede afirmarse sobre
todo que estar ya en posesión de la agricultura constituía factor diver­
sificante, de enorme importancia, respecto de quienes subsistían aún
como cazadores y recolectores.
No ha sido posible, hasta ahora, precisar dónde se originó la más
temprana domesticación de plantas en el Nuevo Mundo. Por lo que toca
a México nos referimos ya a los descubrimientos realizados particular­
mente en la región de Tehuacán, Puebla. Al igual que sucedió allí pare­
ce probable que también en otros sitios comprendidos en las zonas central
y sur, se dieron las condiciones, naturales y culturales, que propiciaron
el desarrollo de las incipientes técnicas agrícolas. Así cabe explicar que
precisamente en ese ámbito ocurrieron luego otras importantes trans­
formaciones que vamos a estudiar en este capítulo. Entre ellas están el
subsiguiente aumento de población, la manufactura de cerámica, el in­
cremento de las aldeas, tanto en número como en extensión y, por fin,
la edificación de los más antiguos centros ceremoniales.

Una hipótesis acerca de los grupos lingüísticos presentes desde mediados


del tercer milenio a. C.

Sería ingenuo querer identificar, desde el solo punto de vista lingüís­


tico, a los distintos grupos cuyas formas de vida correspondían a dife­
rentes niveles de desarrollo cultural. Sin embargo, es cierto que los
estudios de análisis y comparación del gran número de idiomas que

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24 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

llegaron a hablarse en esta porción del continente americano permi­


ten inferir varios hechos de considerable interés.
Parece ser revelador, por ejemplo, el estudio comparativo de las
lenguas que integran el gran tronco uta-azteca. A él pertenecen el idio­
ma que llegó a conocerse mucho más tarde como mexica o azteca pro­
piamente dicho, al igual que el cara, huichol, tepehuano, tarahumara,
yaqui, mayo, pima, pápago, hopi, payute, y otras lenguas y dialectos
hablados en el noroeste de los Estados Unidos y aun en el sur de Ca­
nadá. La investigación lingüística nos muestra que, probablemente
hacia fines del tercer milenio a. C., no había ocurrido aún la gran dife­
renciación de estas lenguas. Básicamente existían entonces hablantes
de un idioma original, el "proto-uto-azteca", que era el medio de ex­
presión de quienes habitaban diversas regiones del suroeste de los Es­
tados Unidos. Al parecer tales gentes no habían penetrado aún en lo
que hoy es el territorio mexicano y menos en la altiplanicie central.
En cambio, la comparación y análisis de los idiomas que pertene­
cen a otro tronco lingüístico, el designado como "otomangue", ha lle­
vado a afirmar que, desde tiempos mucho más antiguos -quizás hace
más de ocho mil años- había ya grupos, sobre todo en la región cen­
tral y en el área de Oaxaca, emparentados entre sí en razón de las len­
guas que hablaban. El análisis comparativo de los vocabularios de los
idiomas de tales grupos muestra que hay en ellos un conjunto de tér­
minos que, por su semejanza, denotan haber pertenecido al caudal pri­
mario de vocablos de la que puede considerarse, como una lengua
madre, hablada tal vez varios milenios antes. Justamente esos voca­
blos, de considerable antigüedad, son expresión de ideas y creencias
relacionadas con la agricultura. De esta suerte la lingüística coadyuva
a la formulación de hipótesis a propósito de quienes fueron los grupos
que comenzaron a practicar el cultivo de plantas en el México antiguo.
De acuerdo con los especialistas, el grupo de lenguas otomangues com­
prende, entre otras, a las que forman parte del otopame (otomí, maza­
hua, matlatzinca, tlapaneco y pame), así como a varios de los idiomas
que, hasta la fecha, se hablan en territorio oaxaqueño: mixteco, zapo­
teca, mazateco, trique y otros.
También es muy interesante, por otra parte, lo que revelan análi­
sis y comparación de las lenguas que pertenecen al tronco lingüístico
"hokano". Ha podido precisarse así que, desde antes de que ocurriera
la penetración de los uta-aztecas, había diversos grupos de filiación
lingüística hokana en distintas áreas del norte mexicano. Tal es el caso
de los yumanos, en la región de la desembocadura del Colorado, de
los cochimíes de la Baja California, los seris de Sonora y los llamados

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LOS MILENIOS PREHISTÓRICOS 25

"coahuileños" que, con distintas variantes, se extendían por el noreste


de México y el sur de la actual Texas. El análisis comparativo de los
vocabularios de los idiomas que integran el tronco hokano confirma
lo que se sabe también por la arqueología y otros testimonios poste­
riores: en su mayor parte los grupos hablantes de tales lenguas conti­
nuaron subsistiendo de la recolección de frutos, la caza y la pesca.
Finalmente, el estudio de otro gran tronco lingüístico, el "macro­
maya", parece llevar a la conclusión de que hablantes de idiomas, re­
mota o cercanamente emparentados con una lengua madre original,
"el proto-maya", estuvieron ya presentes en varios lugares del área cen­
tral, o a lo largo de las costas del Golfo de México y en el ámbito del
sureste, abarcando distintas porciones de Centroamérica, a partir de
épocas que oscilan entre los 7 000 y los 2 000 a. C. Pertenecen al tronco
"macro-maya" desde luego el maya de Yucatán, así como el tzeltal,
tzotzil y tojolabal de Chiapas, el quiché, cakchiquel y los otros varios
idiomas de la familia mayanse. Con carácter de parentesco, en diver­
sos grados remoto, relacionan los lingüistas con el "macro-maya" al
totonaco, mixe y zaque, para nombrar algunos de los principales.
Lo expuesto puede considerarse como aportación tentativa de una
nueva rama de la lingüística, la glotocronología. Busca ésta medir los
grados de diversificación, a lo largo del tiempo, de las lenguas y dia­
lectos a partir de sus correspondientes idiomas-madre más antiguos. Si
bien no están libres de posible objeción las conclusiones hasta ahora al­
canzadas por la glotocronología, debemos reconocer que en función
de ellas, comienza a entreverse qué lenguas hablaban y qué antigüe­
dad tenía la penetración de diversos grupos establecidos en esta por­
ción del Nuevo Mundo desde mediados del tercer milenio a. C.
En resumen, parece probable según esto, que quienes empezaban
a practicar la agricultura a lo largo de las costas del Pacífico y del Gol­
fo, en el área del sureste y en otras porciones de Centroamérica, esta­
ban de diversas formas emparentados con las familias lingüísticas
otomangue y macro-maya.
A su vez, los grupos norteños, desde el suroeste en la actual Ari­
zona, en gran parte de la Baja California y en el noreste mexicano, que
subsistían como cazadores y recolectores, pertenecían al tronco hokano,
con muy antigua penetración en ese ámbito geográfico. Por fin, los
ancestros de las numerosas gentes que más tarde hablarían lenguas
del tronco uta-azteca, al parecer no habían ingresado todavía al actual
territorio mexicano, manteniendo sus focos principales de residencia
en sitios de Nuevo México, Arizona y Utah.

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26 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Lo dicho desde luego no abarca a la totalidad de los grupos con


idiomas diferentes, algunos llegados en épocas mucho más tardías.
Nuestro propósito ha sido presentar esta hipótesis tan sólo como un
primer señalamiento de la pluralidad lingüística y cultural que pre­
valecía entre los diferentes pobladores cuando se iniciaban ya nuevas
transformaciones, consecuencia en gran parte del descubrimiento y
difusión de las técnicas agrícolas.

2. EL PERIODO PRECLÁSICO

Etapas y características principales

Designan los arqueólogos al largo lapso que va desde cerca de 2 300


a. C. hasta los primeros años que coinciden ya con la era cristiana, con
el nombre de "horizonte preclásico" o "formativo". Al emplear el pri­
mer adjetivo obviamente se pretende señalar que esta etapa de desa­
rrollo cultural fue antecedente de otra, de máxima culminación, que,
más tarde, se hizo acreedora al título de "clásica". Con el término de
"formativo", se expresa a su vez que el acontecer cultural, a lo largo
de este periodo, propició de hecho un ulterior y más extraordinario
florecimiento.
Conviene advertir que las transformaciones que vamos a estudiar,
características del periodo preclásico o formativo, no se produjeron en
todo el territorio que llegó a ser parte del México independiente. En
las tierras norteñas -pobladas entonces principalmente según ya vi­
mos, por gentes de filiación lingüística hokana y uto-azteca- persis­
tían las formas de vida propias de la llamada "cultura del desierto".
Ésta -con distintas variantes- era la que asimismo tenía vigencia
entre otros muchos grupos de lo que hoy son los Estados Unidos.
Quienes vivían en el ámbito de la "cultura del desierto" o sea de
las regiones semiáridas, seguían subsistiendo de la recolección de fru­
tos y de la caza y la pesca. De hecho se trataba de pequeñas bandas
con escaso o nulo incremento numérico. Su instrumental continuaba
siendo tosco y nada abundante: raspadoras, machacadoras, piedras
para moler, lanzadardos o átlatl. Alejados de toda actividad agrícola y
de producción de cerámica, sus mejores creaciones no rebasaban la
cestería y la elaboración de primitivas esteras o petates. Dato digno
de tenerse presente es que, si bien algunos de estos grupos de "cultu­
ra del desierto", influidos mucho más tarde por los pobladores del sur,
llegaron a mejorar sus condiciones de vida, hubo otros que subsistie-

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EL PERIODO PRECLÁSICO 27

ron con escasos cambios hasta los tiempos de la penetración española.


Como ejemplo de esto último citaremos a los cochimíes de Baja Cali­
fornia y a los seris de Sonora.
En abierto contraste con el estancamiento cultural de los grupos
norteños, la arqueología nos muestra que en las áreas central y del sur
ocurría una serie no interrumpida de cambios. Los especialistas para en­
marcar cronológicamente tales transformaciones, dividen al periodo pre­
clásico en tres faces o lapsos; inferior (de 3 300-1 000 a. C.), medio (1 000-
600 a. C.) y superior (600 a. C. hasta principios de la era cristiana).
Aunque en la vasta extensión del centro y sur de México, así como
de Centroamérica, se requieren más amplias investigaciones arqueoló­
gicas en relación con las distintas fases del preclásico, ha podido llegar­
se ya a algunas importantes conclusiones. Con respecto a la producción
de cerámica, se sabe que la más antigua, descubierta en sitios como el
valle de Tehuacán y otros del estado de Puebla o en Puerto Marqués,
Guerrero, data de hacia 2 300 a. C. Las piezas halladas son algunas vasi­
jas toscas y cafetosas con horadaciones al modo de "marcas de viruela".
La práctica de la agricultura, cada vez más amplia y diversificada,
la producción de cerámica, con tendencia a mejores formas, la existen­
cia de aldeas que pasan a convertirse en villas o poblaciones mayores,
los indicios de división del trabajo, el comercio y el enriquecimiento
del instrumental técnico, la producción de textiles y tejidos, los testimo­
nios acerca de más complejas creencias religiosas, todos estos elemen­
tos cuentan entre los principales que caracterizan la transformación
cultural del preclásico.

El periodo preclásico y el concepto de Mesoamérica

La arqueología permite inferir que, con variaciones y distintos grados


de intensidad, los sucesivos cambios a lo largo del preclásico se dejaron
sentir en multitud de lugares dentro de la gran área que ha recibido el
nombre de Mesoamérica. Para entender mejor lo que se quiere expresar
con dicho término es necesario formular algunas precisiones. Antes que
nada destacaremos que este vocablo implica una doble forma de signi­
ficación: a la vez geográfica y cultural. En otras palabras al hablar de
Mesoamérica se abarca el territorio en el cual, a partir sobre todo del
preclásico medio y con apoyo en mejores formas de subsistencia, co­
menzaron a desarrollarse nuevas creaciones y más complejos sistemas
de organización social, económica, religiosa y política que habrían de
culminar con la aparición de niveles de alta cultura y civilización.

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En lo que llegó a ser Mesoamérica -a lo largo de siglos y milenios­


florecieron diversos señoríos y reinos. Aunque los habitantes de ellos
hablaron con frecuencia lenguas distintas y tuvieron además caracterís­
ticas físicas diferentes entre sí, todos participaron al fin en idénticos o
muy parecidos logros culturales. A modo de ejemplo mencionaremos
algunas de las creaciones y elementos, típicamente mesoamericanos
que, sobre todo desde la consolidación del periodo clásico, entre los
siglos IV a VIII d. C., fueron posesión de grupos como los teotihuacanos,
los zapotecas y los mayas. Entre tales creaciones culturales están las
siguientes: existencia de centros ceremoniales, desarrollo de nuevos
ritos, creencias e instituciones religiosas, fabricación de papel hecho
de la corteza del amate, invención de sistemas calendáricos de gran
precisión, descubrimiento de varias formas de escritura, interés por
las observaciones astronómicas, establecimiento de mercados y de ru­
tas comerciales de gran alcance.
El hecho de que semejantes procesos de creación y transformación
se iniciaran y se difundieran en el ámbito geográfico situado entre las
grandes masas territoriales del norte y del sur del continente explica la
adopción del término Meso-América, en cuanto zona nuclear que se
halla "en medio". Por lo que toca al otro aspecto fundamental -ser un
territorio donde se logran y propagan niveles de alta cultura y civiliza­
ción- debemos señalar que, en sus orígenes, el escenario cultural me­
soamericano fue muy reducido. Sólo con el paso de los siglos, a medida
que se fueron consolidando y ampliando en regiones vecinas los brotes
de civilización, el área de Mesoamérica amplió su extensión. Así, pro­
bablemente durante el periodo clásico alcanzó su máxima expansión.
En otras épocas, en cambio, la presión ejercida desde el norte por gru­
pos nómadas, provocó la contracción de las fronteras mesoamericanas.
Tras varias alternancias de expansión y reducción, Mesoamérica,
al tiempo de la Conquista española, tenía como fronteras norteñas las
zonas limitadas por los ríos Sinaloa (noroeste) y Pánuco (noreste), en
tanto que en la parte central no rebasaba la cuenca del río Lerma. El
extremo sur de Mesoamérica lo marcaban el río Motagua que desem­
boca en el Golfo de Honduras, en el Atlántico, las riberas meridiona­
les del lago de Nicaragua y la península de Nicoya en Costa Rica.

Rasgos culturales sobresalientes en el preclásico inferior

Volviendo ahora la atención a lo que ocurría al iniciarse el periodo


preclásico, señalaremos, entre sus características, la proliferación de

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EL PERIODO PRECLÁSICO 29

aldeas, el incremento de la agricultura, con una creciente dependen­


cia de los cultivos para subsistir, así como la aparición de la cerámica.
Hemos mencionado que a la más temprana producción de cerámica,
en algunos lugares de Puebla y Guerrero, ha podido asignarse una
antigüedad de cerca de 2 300 a. C. En este sentido cabe relacionar con
tal momento los inicios del preclásico inferior, periodo cuya duración
se ha establecido hasta aproximadamente 1 000 a. C.
Los arqueólogos destacan la existencia en esta etapa de rasgos y
elementos culturales muy semejantes en distintas regiones del centro
y sur de México, así como también la aparición de determinadas ma­
nifestaciones de carácter regional. Entre los sitios explorados que han
proporcionado testimonios del preclásico inferior mencionaremos los
siguientes: Chiapa de Corzo, Altamira, Mazatán y Padre Piedra en Chia­
pas, Edzná, Campeche, Dzibilchaltún, Yucatán, Tierras Largas en el va­
lle de Oaxaca, El Arbolillo y Zacatenco en el valle de México, El Opeño,
Michoacán, Chupícuaro, Guanajuato, al igual que diversos lugares a
lo largo de las costas de Veracruz.
Las aldeas que existían en sitios como los mencionados eran con­
juntos de chozas, generalmente de materiales perecederos. Además de
los cultivos del frijol, chiie, calabaza y maíz, se aprovechaban ya asi­
mismo las fibras del maguey y el algodón para la elaboración de fal­
das y otras prendas de vestir. La forma principal de industria, es decir
la producción de cerámica, incluía la elaboración de diversos tipos de
vasijas para el uso diario, así como múltiples figurillas, modeladas a
mano, muchas veces representación de personajes femeninos, relacio­
nados quizás con cultos de fertilidad. Tanto en las vasijas como en las
figurillas han podido determinar los arqueólogos la primera aparición
de estilos regionales. Al lado de las aldeas, desde esta etapa del pre­
clásico inferior, se han descubierto entierros con diversas ofrendas,
probable testimonio de la creencia en una vida más allá de la muerte.

El preclásico medio y el nacimiento de la alta cultura

Algunas transformaciones culturales, muy dignas de tomarse en cuen­


ta, se dejaron sentir ya hacia 1300 a. C., en diversos sitios dentro de los
ámbitos central y sur de México. Fue, sobre todo, a lo largo de las cos­
tas del Golfo, en la zona limítrofe entre Veracruz y Tabasco, donde
verosímilmente tuvo lugar el inicio de cambios con mayor intensidad y
amplitud. De hecho comenzó entonces a integrarse la que hoy conoce­
mos como alta cultura olmeca que habría de alcanzar mayor desarrollo

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y extraordinaria capacidad de difusión a lo largo de todo el preclásico


medio (1000-600 a. C.) y también durante los primeros siglos del pre­
clásico superior.
La alta cultura olmeca -con sus centros ceremoniales, su arte mo­
numental, su compleja organización social, religiosa y política- fue
de hecho el antecedente sin el cual resultaría incomprensible el ulte­
rior florecimiento clásico en los más grandes centros de las áreas de
Oaxaca, del mundo maya y de Teotihuacan. Precisamente por deber­
se a los forjadores de la cultura olmeca el arranque y temprana difu­
sión de muchas de las grandes transformaciones que llegaron a ser
atributo de los pueblos mesoamericanos, podemos señalar que, a par­
tir de esta etapa de integración de lo olmeca, en el preclásico medio,
comenzó a formarse la entidad geográfico-cultural que hoy conoce­
mos como Mesoamérica.

La designación de "o/mecas" y el área de poblamiento de este grupo

El vocablo olmeca se deriva del término náhuatl o!mécat! que significa


"habitante de la región del hule o del caucho". Es esta una designación
que mantuvo su vigencia hasta los tiempos aztecas para nombrar a los
pobladores costeños de la región donde proliferaba el árbol del hule.
Por lo que toca específicamente a los creadores de la antigua alta cultu­
ra, sabemos, gracias a la arqueología, que habitaron las costas del Golfo
de México, en el área comprendida entre los ríos Papaloapan y Tonalá,
así como otros lugares adyacentes del sur de Veracruz y oeste de Ta­
basco. La zona olmeca propiamente dicha se extendía a lo largo de
cerca de 200 km, en una faja de cerca de 60 km. de ancho. Región de
abundantes lluvias, predominaba en ella la selva de tipo tropical. En
sus tierras, surcadas por los ríos, son frecuentes las porciones pantanosas.
Desconocemos con qué nombre se designaban a sí mismos esos
pueblos costeños. Más aún, no sabemos tampoco cuáles eran sus orí­
genes étnicos ni la lengua que hablaban. Tan sólo, como algo hasta
cierto punto probable, se ha afirmado que dichas gentes estaban em­
parentadas con otras de lenguas mayanses. Al menos consta que en las
regiones vecinas al país olmeca viven hasta ahora grupos del tronco
mayanse. Al sur y al oriente se hallan distintos pueblos de la familia
maya en Chiapas, Tabasco, Campeche y Yucatán, al norte, los huax­
tecos, de igual filiación lingüística.
Aun cuando en la región del Golfo hay varias decenas de sitios de
los que proceden hallazgos importantes en relación con la cultura

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EL PERIODO PRECLÁSICO

olmeca, los lugares de mayor florecimiento, y a los que vamos a refe­


rirnos, son La Venta (Tabasco), Tres Zapotes y San Lorenzo (Veracruz).

Florecimiento del centro o/meca de La Venta, Tabasco

El más grande de los centros olmecas, conocido modernamente con el


nombre de La Venta, estuvo en una isla, casi al nivel del mar, en una
región pantanosa formada por el río Tonalá, como a 15 km de su des­
embocadura en el Golfo. En realidad el pleno florecimiento de este
centro, alcanzado hacia 800 a. C., al igual que el de otros también de
alta cultura olmeca, sólo puede entenderse tomando en cuenta lo que
ocurrió en la región a lo largo de varios siglos antes. Probablemente
desde 1300 a. C., había comenzado a perfilarse la formación de un vi­
goroso estilo regional en esta zona vecina a las costas del Golfo. Ese
estilo se tradujo en nuevas formas de producción en la cerámica, tan­
to vasijas como figuras, con la frecuente representación del jaguar o
de distintos rasgos del mismo: garras, belfos, manchas, etcétera.
El examen de otras muchas figuras de cerámica, con representacio­
nes humanas, revela además cómo se vestían y ataviaban los olmecas.
Igualmente a través de tales piezas de barro podemos conocer sus tipos
étnicos. Los olmecas parecen haber sido de escasa estatura, de cara con
frecuencia redonda, nariz chata y ojos oblicuos. La práctica de la defor­
mación de cabeza estuvo en uso entre ellos. En contraste con el tipo
mongoloide de tales representaciones, se conocen otras, también en ce­
rámica, que evocan rasgos de tipo negroide y que se asemejan a las ca­
bezas colosales, en piedra, elaboración de tiempos posteriores.
La pintura y el tatuaje, así como la indumentaria consistente en
capas, faldillas, bragueros, turbantes y otras formas de atuendo o ador­
no se vuelven patentes en las mencionadas representaciones de dis­
tintos tipos de personajes. El estudio de estas figuras permite afirmar
que, ya desde antes del florecimiento de centros como el de La Venta,
existió probablemente una jerarquía social y diversas formas de dis­
tribución del trabajo.
En las más antiguas aldeas y centros de poblamiento olmeca, cons­
truidas aún de materiales perecederos, tenían lugar distintas maneras
de ceremonias. A ellas parecen aludir algunas figuras con máscaras,
otras de jugadores de pelota o de bailarines y músicos con distintos
instrumentos. En esos poblados llegó a disponerse asimismo de un ins­
trumental bastante más desarrollado. Entre otras cosas, mencionare­
mos las hachas de serpentina para desmontar las tierras de cultivo,

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32 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

así como otros utensilios que iban a hacer posible el extraordinario


arte olmeca del tallado del jade y de la piedra en general.
Como logro de esa larga evolución cultural se inició a la postre la
edificación de centros ceremoniales entre los que, tuvieron probable­
mente la mayor antigüedad los de San Lorenzo y Río Chiquito, en una
primera etapa de ocupación, iniciada desde entes de 1 000 a. C. La apa­
rición de tales centros puede interpretarse, desde nuestra propia pers­
pectiva, como un ensayo de lo que más tarde - probablemente desde
800 a. C.- fue el gran recinto de La Venta.
En la isla donde ésta surgió, existió un complejo de construcciones
atinadamente planificadas. El conjunto de mayor importancia compren­
de una gran pirámide y otras edificaciones y montículos que dan lugar
a dos plazas. La pirámide principal tiene aproximadamente 76 m.
por 126 m. de base y cerca de 31 m. de altura. Tanto la pirámide como
las otras edificaciones fueron hechas de barro. Al norte de la pirámi­
de, dos montículos alargados forman una gran plaza en cuyo centro
existe una elevación circular. Más al norte está el otro patio o plaza,
también rectangular, que estuvo rodeada por un muro de columnas
de basalto de algo más de 2 m. de altura cada una, colocadas sobre
una pared hecha de adobe. En el centro de este patio, hay asimismo
otra terraza construida también de barro.
Otros hallazgos importantes en La Venta son tres pisos rectangu­
lares formados con mosaicos, cada uno aproximadamente de 5 m. por
6.5 m. con representaciones que hoy nos parecen diseños abstractos
de máscaras de jaguar. Dado que esos mosaicos estuvieron desde un
principio cubiertos por tierra, puede considerarse que tuvieron carác­
ter de ofrenda ritual. Por otra parte, la presencia de cuatro grandes
cabezas de basalto, personajes de fisonomía negroide, así como de va­
rias estelas, monumentos y altares, labrados en piedra, hablan de un
arte escultórico en extremo desarrollado. Para apreciar mejor la signi­
ficación de esto, recordaremos que el sitio más cercano en que se en­
cuentra el basalto se halla a más de 130 km. de distancia. Los bloques
de que están hechas las cabezas pesan más de cuarenta toneladas. De
La Venta proceden asimismo numerosas figurillas talladas en jade, arte
en el que los olmecas fueron excelentes maestros. En ocasiones tales
piezas de jade -como siguió ocurriendo más tarde en diversos luga­
res de Mesoamérica- tuvieron el carácter de ofrendas mortuorias. Así,
en la tumba A de La Venta se hallaron dos figurillas en jade asociadas
a los restos de dos jóvenes de distinto sexo.
En opinión de algunos arqueólogos que han trabajado en La Venta
la población que debió dar vida a este centro fue por lo menos de unas

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EL PERIODO PRECLÁSICO 33

dieciocho mil personas. Entre otras cosas, la construcción de la pirámi­


de principal supone cerca de ochocientos mil días-hombre de trabajo.
El sentido de planificación con la edificación de pirámides en torno
a plazas o patios y la idea de un eje en función del cual se distribuyen
las diversas construcciones, todo ello con una orientación astronómica,
debe tenerse como anticipo e inspiración de lo que habrían de ser los
grandes conjuntos de arquitectura religiosa en la Mesoamérica de los
tiempos clásicos. Esto precisamente confirma que, a partir de lo olmeca,
puede hablarse ya de la alta cultura y de la civilización mesoamericana.

Tres Zapotes y otros centros o/mecas

A considerable distancia de La Venta -cerca de 160 km. al noroeste­


sobre pequeñas colinas, en las cercanías del río Hueyapan, afluente
del Papaloapan, en el estado de Veracruz, se yergue el conjunto de
edificaciones que integran el centro olmeca de Tres Zapotes. Son aHí
más de cincuenta los montículos de tierra, construidos a lo largo de
casi 3 km. Si bien estos montículos no han sido explorados sistemá­
ticamente, a simple vista pueden apreciarse las grandes proporciones
de algunos de ellos. En la zona de Tres Zapotes se han logrado asimis­
mo importantes hallazg9s de cerámica, trabajos de jade, así como otras
dos cabezas colosales, de rasgos negroides, esculpidas en basalto.
Al parecer, el centro de Tres Zapotes tuvo un florecimiento contem­
poráneo con el de La Venta y otro posterior al abandono y destrucción
de esta última. Justamente de la etapa más tardía de ocupación de Tres
Zapotes, en la última fase del preclásico superior, procede el descu­
brimiento de la que se conoce como "Estela C". En ella ha podido leerse
la inscripción calendárica considerada hasta ahora como la más anti­
gua en Mesoamérica. Se trata de una inscripción, expresada al modo de
la "cuenta larga", cuyo uso se generalizó después entre los mayas del
periodo clásico. El testimonio calendárico de la Estela C de Tres Zapotes,
con una fecha que corresponde a 31 a. C., ha permitido importantes
deducciones. Entre otras cosas, dado que el sistema de la cuenta larga
presupone complejos cálculos y observaciones de índole astronómica,
resulta posible afirmar que las preocupaciones por medir el tiempo y la
elaboración de otros cómputos más sencillos debieron ser posesión de
los olmecas desde una época considerablemente anterior.
En apoyo de esta afirmación pueden recordarse otros hallazgos, con
inscripciones olmecas fragmentarias, en parte de índole calendárica. En
conclusión cabe sostener, como algo bastante probable, que las prime-

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ras formas de calendario y de escritura en Mesoamérica se debieron a


los olmecas desde varios siglos antes de la era cristiana.
Otros sitios muy importantes, donde floreció también esta cultu­
ra, son los varios de la zona de San Lorenzo y Río Chiquito. Ya hemos
mencionado, al tratar de La Venta, que estos lugares -situados entre
los ríos Coatzacoalcos y Chiquito, en Veracruz- tuvieron un primer
poblamiento que ha llegado a considerarse como el más antiguo en el
contexto de lo que llegó a ser la alta cultura de los olmecas. De una
segunda etapa, se torna perceptible allí lo que puede interpretarse
como influencia cultural del centro de La Venta. Sobre todo en Río
Chiquito es de gran interés la serie de montículos que, con adecuada
planificación, dan lugar a plazas y patios. En la zona de San Lorenzo,
las edificaciones son menos abundantes. De esta última zona provie­
nen, en cambio, algunas de las más extraordinarias esculturas olmecas.
Entre otras cosas mencionaremos nueve cabezas colosales, así como
varios altares, estelas y numerosas piezas de jade, algunas con lo que
se ha descrito como testimonio de muy antiguas inscripciones.

Valoración de la cultura o/meca

Lo hasta aquí expuesto permite enunciar algunas conclusiones. La alta


cultura olmeca, cuyos orígenes parecen remontarse hasta 1300 a. C.,
tuvo su máximo florecimiento a lo largo del preclásico medio y en al­
gunos lugares sobrevivió hasta bien entrada la etapa siguiente, o sea
el preclásico superior. A los olmecas debe atribuirse un hondo sentido
de planificación. Sus centros ceremoniales pueden ser considerados
como el vestigio más antiguo de una concepción de incipiente urba­
nismo en Mesoamérica.
El culto religioso, que suponen los centros ceremoniales, lleva a
afirmar que debió existir entre los olmecas un sacerdocio jerarquiza­
do. Algo es al menos lo que conocemos acerca de sus dioses. Lugar
principal ocupó entre ellos la tantas veces representada deidad jaguar,
prenuncio del que llegaría más tarde a convertirse en el dios de la llu­
via, Tláloc para los zapotecas y Tajín para los totonacas. Hay asimis­
mo numerosas pruebas de un temprano culto a la serpiente, posible
anticipo de la veneración a Quetzalcóatl. Son además numerosas las
representaciones de aves fantásticas, con lenguas bífidas de serpien­
tes, aves-jaguares, aves vinculadas a seres humanos. Al parecer, en el
pensamiento olmeca existió ya la idea de asociar con colores determi­
nados los distintos rumbos del universo. Así, el color verde correspon-

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EL PERIODO PRECLÁSICO 35

día al oriente. Del culto a los muertos nos hablan las ofrendas que
acompañan a los entierros. Entre ellas tuvieron lugar prominente las
hachas de jade. Al parecer hubo sacrificios de niños y existía, con ca­
rácter ritual, el juego de pelota.
Las diversas manifestaciones artísticas, esculturas en basalto y en
jade, la amplia y variada producción de cerámica, la edificación de
los centros ceremoniales, el culto religioso, todo ello denota que tenía
vigencia una distribución del trabajo. En el conjunto de las activida­
des tenía papel de importancia el comercio. Probablemente a través
de éste y asimismo por otras formas de difusión, desde el preclásico
medio, la civilización olmeca comenzó a influir en otros muchos sitios
del centro y sur de lo que hoy es México. Fue así fermento que iba a
hacer posibles las ulteriores transformaciones del periodo clásico.
Cerca de dos milenios más tarde, en tiempos ya de los mexicas o
aztecas, se conservaba entre ellos una cierta forma de recuerdo de lo
que había sido ese primero y más antiguo gran florecimiento de los
pobladores de las costas del Golfo. Hay más de un texto en náhuatl en
el que los sabios mexicas expresan que la más honda raíz de su ser
cultural estuvo vinculada con quienes, mucho antes de la fundación
de Teotihuacan, se había establecido en las costas del Golfo. Atribuían
además a esas gentes haber conocido el calendario, la escritura y un
gran conjunto de artes. Valiéndose de clásicas expresiones metafóricas,
afirman así los mexicas, entre otras cosas, que desde entonces había
"tinta negra y roja", es decir escritura. He aquí un fragmento del texto
incluido en el Códice Matnfense:

Los que allí estaban eran los sabios,


los llamados poseedores de la tinta negra y roja.
Los dueños de todas las artes,
de las cuentas de los años,
y la música de las flautas...

Difusión de la alta cultura en otros sitios de Mesoamérica

La influencia de la cultura olmeca se dejó sentir probablemente desde


el siglo VIII a. C., en gran número de lugares, a veces bastante aparta­
dos entre sí. Ello enriqueció los estilos locales que en algunos casos
comenzaban a perfilarse desde principios del preclásico medio. Cabe
hablar de influencia olmeca en distintos lugares de lo que hoy son
Morelos, Guerrero, Oaxaca, Chiapas y otros puntos de Centroamérica.

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36 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Brevemente nos referiremos al caso de Tlatilco, en el Valle de Méxi­


co, donde las condiciones ambientales eran entonces mucho más fa­
vorables que ahora. La superficie cubierta por el agua era muy extensa.
Las montañas circundantes estaban cubiertas de bosque donde era
abundante la caza. Tlatilco, situada al oeste del gran lago, se muestra,
a través de los vestigios descubiertos, como un sitio donde había au­
mentado considerablemente la población. La cerámica, mucho más
refinada, ostenta en múltiples casos la influencia olmeca.
En particular son de gran interés las figurillas, enterradas como
ofrendas en numerosas sepulturas allí descubiertas. Dos tipos huma­
nos diferentes resultan perceptibles en función del examen de dichas
figurillas. Uno lo constituyen aquellas que recuerdan el tipo olmeca, con
boca abultada, ojos oblicuos y a veces "cara de niño". El otro tipo es el
de las figurillas más en consonancia con las representaciones tradicio­
nales de seres humanos en la cuenca del Valle de México. La indumen­
taria, los adornos, la variedad de ocupaciones y formas de diversión
se vuelven patentes gracias a la habilidad de los alfareros que dieron
vida a estas figurillas.
En Tlatilco se veneró asimismo a la deidad felina, el jaguar adora­
do por los olmecas. Tanto en Tlatilco como en otros lugares, de modo
especial en Tlapacoya (estado de México), puede observarse que las
transformaciones culturales continuaron en aumento. Ello se trasluce
en una incipiente planificación de las aldeas y poblados, en la cons­
trucción de plataformas de tierra, revestidas en ocasiones con piedra,
así como en el enriquecimiento técnico que permitió incrementar la
producción y propició el natural desarrollo demográfico.

El preclásico superior y la asimilación de la influencia o/meca

En tanto que a lo largo del preclásico superior (600-0 a. C.) subsistieron


en relativo aislamiento algunas formas de cultura con perfiles mar­
cadamente locales, en otras regiones fueron ya patentes las consecuen­
cias de la asimilación de influencia olmeca. Puede afirmarse así que lo
más significativo en esta etapa es la primera consolidación de Meso­
américa como área cultural en que afloran nuevas y hondas transfor­
maciones entre pueblos de lenguas y orígenes diferentes gracias a la
fecundación proveniente sobre todo del ámbito olmeca. De los múlti­
ples casos del nuevo florecimiento cultural, nos referiremos sólo a algu­
nos sobre los que hay mayores testimonios y que han sido mejor
estudiados por los arqueólogos. Se trata además de experiencias cultu-

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EL PERIODO PRECLÁSICO 37

rales muy significativas puesto que a su vez son anticipo de mayores


logros en el periodo clásico en tres importantes regiones de Mesoaméri­
ca, el altiplano central, el área de Oaxaca y la región mayanse.
Tratamos ya de la influencia olmeca recibida en Tlatilco desde el
preclásico medio. Debemos mencionar ahora los casos de Cuicuilco,
al sur de la actual ciudad de México, y de Tlapacoya, donde, en el
preclásico superior, se erigen templos y basamentos escalonados, unas
veces de planta circular y otras rectangular. Como lo han notado al­
gunos investigadores, tanta importancia llegaron a tener estos nuevos
centros ceremoniales que, por lo que toca al de Tlapacoya, puede des­
cribirse como un primer ensayo de lo que fue más tarde la edificación
de Teotihuacan.
Ciertamente la irradiación de la alta cultura olmeca dio origen a
grandes transformaciones en la región central. Allí la distribución del
trabajo y la formación de una jerarquía religiosa fueron también una
realidad. El culto, cada vez más complejo en Cuicuilco y Tlapacoya, ade­
más de dirigirse a deidades como el dios de la lluvia, incluyó entre los
dioses invocados a aquel que habría de conocerse más tarde con el nom­
bre de Huehuetéotl, "el dios viejo" o señor del fuego, del que se conser­
van efigies hechas en piedra o en barro procedentes de esa época.
También en la región central, en territorio de Morelos, tuvo im­
portancia la penetración cultural olmeca. Ello es notorio en sitios como
Chalcaltzingo y Gualupita a partir del preclásico medio. De la etapa
siguiente -preclásico superior- existen en ambos lugares edificacio­
nes adecuadamente planificadas. En el caso de Chalcaltzingo deben
mencionarse además importantes bajorrelieves tallados en la roca con
representaciones de personajes, el jaguar-serpiente y diversos símbo­
los, todo ello de manifiesta inspiración olmeca.
Pasando a la zona de Oaxaca, la arqueología nos muestra que hubo
asimismo penetración cultural olmeca, desde 800 a. C., en ámbitos
como el del istmo de Tehuantepec. De época más tardía -en el pre­
clásico superior- es Monte Albán donde la influencia olmeca dejó más
honda y rica huella. A esa primera etapa en el desarrollo de Monte
Albán deben atribuirse los inicios de la arquitectura en ese lugar, en
especial el basamento de Los Danzantes, con gran número de lápidas
que ostentan figuras humanas de tipo olmecoide. Cerca de cuarenta
de estas lápidas incluyen además inscripciones jeroglíficas algunas con
signos calendáricos. La existencia de estas inscripciones confirma lo
que se ha afirmado respecto de la antigüedad del calendario y la es­
critura en Mesoamérica. Ambos logros, que alcanzaron amplia difu-

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sión a lo largo del preclásico superior, debieron originarse en una época


aún más remota.
Finalmente aludiremos a otra zona donde dejó también profunda
huella la irradiación cultural olmeca: las tierras habitadas por gentes
de filiación mayanse. En particular adquieren gran significación los
hallazgos realizados en sitios como Chiapa de Corzo e !zapa, este úl­
timo en la región costera de Chiapas, cerca de la actual frontera con
Guatemala. En ambos lugares se han descubierto centros ceremonia­
les debidamente planificados, con numerosos montículos, pirámides
y plazas. De gran interés son además en !zapa las estelas -más de
setenta y cinco- y los altares esculpidos en piedra, cerca de sesenta.
Por lo que toca a las estelas -talladas a lo largo del preclásico su­
perior-además de ostentar en bajorrelieve diversas escenas con seres
humanos y animales, dan también testimonio de la existencia de es­
critura jeroglífica y de cómputos calendáricos. Estos fueron ya conce­
bidos -como en el caso de la Estela C de Tres Zapotes- según el
sistema de la "cuenta larga" que, como veremos, tuvo plena vigencia
en el periodo clásico maya. La influencia olmeca en esta región propi­
ció -como en el caso de Monte Albán, de Chalcaltzingo y Tlapacoya­
un ulterior y mucho más amplio florecimiento que habría de recibir el
calificativo de "clásico" en Mesoamérica. De hecho el fermento de lo
olmeca como cultura madre, llegó a hacerse presente en regiones muy
apartadas, desde el ámbito veracruzano hasta sitios más allá de Hon­
duras y Guatemala.
Resumiendo lo expuesto, importa destacar algunas de las formas
de significación que tuvo el periodo preclásico. Abarcó éste algo más de
dos mil años. Este lapso, a pesar de ser en sí muy largo, contrasta ob­
viamente con la etapa anterior que hemos descrito como la de "los
milenios prehistóricos".
El preclásico se nos presenta como periodo de cambios mucho más
acelerados. Los grupos que conocen ya la agricultura -en contraste
con los que continúan viviendo en el norte como cazadores y recolec­
tores- experimentan transformaciones sucesivas y cada vez más im­
portantes. Surgen aldeas donde se produce ya la cerámica (preclásico
inferior). Se perfilan distintos estilos locales, uno de los cuales, el de la
cultura olmeca, se caracteriza por logros antes no conocidos. Recorde­
mos el establecimiento de centros ceremoniales planificados y con gran­
des edificaciones, la creación artística (esculturas, trabajos en jade, rica
cerámica), más compleja organización social, religiosa, económica y po­
lítica, los inicios de la escritura y el calendario, la capacidad de difusión
por diversos medios a lo largo del preclásico medio. Finalmente los pro-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 39

cesas de irradiación de la alta cultura olmeca llevan a consolidar lo que


será la realidad de Mesoamérica. Dentro del preclásico superior los nue­
vos focos culturales en las regiones central, del Golfo, oaxaqueña y del
mundo maya, son ya antecedentes del esplendor clásico.
Periodo eminentemente formativo fue este, de cerca de dos milenios,
sobre el cual mucho es aún lo que ignoramos. Tan sólo a medida que
avancen las investigaciones arqueológicas, podremos ir valorando me­
jor en qué consistieron los procesos que culminaron en una civilización
con rica historia en esta parte del Nuevo Mundo que hoy conocemos
como Mesoamérica.

3. EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C.

Época de nuevas transformaciones, amplias y profundas, considera­


blemente más aceleradas, es la que ahora será objeto de estudio. Como
vamos a verlo, numerosos hechos justifican que la consideremos como
un periodo distinto. Se trata de los siglos que, por el mayor esplendor
alcanzado, se califican de clásicos en la historia del México antiguo.
Recordaremos, sin embargo, que distribuir en periodos los suce­
sos del pasado no significa prescindir de las formas de concatenación
o interdependencia que hay entre las diferentes etapas históricas. Así;
por lo que toca al caso de este periodo clásico prehispánico, resulta
evidente que no podríamos explicarnos su gran florecimiento sin ha­
ber inquirido en lo que aconteció durante los milenios anteriores, con
razón descritos como etapa preclásica o formativa.
Importa también tener presente que, de modo parecido a lo que
ocurrió en el preclásico, subsistieron asimismo, a lo largo del periodo
clásico, grandes diferencias en las formas y niveles de cultura de los
pueblos que vivían en las varias regiones, dentro de lo que llegó a ser
territorio mexicano. De hecho, se acentuaron los contrastes entre el ám­
bito mesoamericano, donde prosperaba, cada vez más arraigada, la alta
cultura, y las distintas zonas norteñas con poblaciones de mucho me­
nor desarrollo. Aunque algunos grupos norteños practicaban ya por este
tiempo la agricultura, había otros que seguían manteniéndose por me­
dio de la caza y la recolección. Y a su vez, dentro de Mesoamérica que,
en cuanto realidad cultural y geográfica, alcanzó su mayor expansión
en esta época clásica, se definieron ya más plenamente cinco grandes
zonas, con significativas variantes por encima de sus innegables afini­
dades. Tales zonas son: la del Altiplano central, del Golfo, de Oaxaca,
del Occidente, y, del ámbito mayanse.

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40 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Vamos a atender, en consecuencia, tanto a lo más característico en


el florecimiento clásico como a las diferencias que simultáneamente
hubo en los niveles culturales dentro y fuera de Mesoamérica. El pro­
pósito es poder valorar el sentido que llegó a tener este periodo, por
sí mismo y en relación con el ulterior desarrollo de la rica historia pre­
hispánica de México.

Conso!tdación de una gran frontera cultural

Hemos visto que durante los últimos siglos antes de la era cristiana pro­
liferaron, en varios lugares de las zonas central y sur de México, comu­
nidades establecidas en torno a centros planificados, en posesión ya de
elementos característicos de lo que llegó a ser la alta cultura mesoame­
ricana. Algunas de esas comunidades, herederas de mucho de lo alcanza­
do antes por los olmecas, estaban a punto de iniciar las nuevas trans­
formaciones que culminaron en el gran desarrollo del periodo clásico.
Ahora bien, en las regiones norteñas, fuera de Mesoamérica pero dentro
asimismo de lo que habría de integrar el territorio del México moderno,
vivían otros grupos, con muy distintos grados de desarrollo cultural.
Hacia los comienzos del periodo clásico, aunque se habían produ­
cido también algunos cambios en varios de los grupos pobladores del
norte, podría decirse que se perfilaba ya, con más evidencia, una especie
de gran frontera cultural entre lo mesoamericano y lo norteño. Tal fron­
tera, sin embargo, no implicó total ausencia de contactos y aun de ma­
nifiestas penetraciones e intercambios. Precisamente por ello daremos
aquí cabida a lo más sobresaliente que conocemos acerca de los prin­
cipales grupos que habitaban en este periodo las regiones del norte.
Tratar de los niveles culturales de esos grupos norteños, antes de
ocuparnos de lo que fue el florecimiento clásico en Mesoamérica, per­
mitirá valorar luego por la vía de los contrastes, la significación que
tuvo realmente este gran brote de civilización en el Nuevo Mundo.
Además, tendremos así en nuestro estudio la posibilidad de vislum­
brar cómo se produjeron procesos tan distintos de evolución cultural,
desde tiempos muy antiguos, en lo que hoy es México. Esos procesos
de cambio, con mutuas penetraciones e influencias, habrían de dejar
muy honda huella. A no dudarlo fueron un antecedente que condicio­
nó mucho de que lo que después ocurrió en los tiempos de la Colonia
y del país independiente.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 41

Niveles culturales de los grupos norteños: gentes defiliación ufo-azteca

Factor de sumo interés fue que, probablemente desde el último milenio


a. C., comenzó un gran desplazamiento de pueblos cuya residencia
había estado en lo que hoy son Utah y buena parte de Arizona. Las
gentes que, en oleadas sucesivas, se difundieron por el rumbo del sur­
oeste, hacia Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Durango y Nayarit, eran ha­
blantes de idiomas del tronco lingüístico conocido como Uto-azteca,
al que pertenece, entre otros, el náhuatl.
Poco a poco, probablemente desde los primeros siglos de la era cris­
tiana, quedaron establecidos los pápagos, pimas, ópatas, yaquis y otros
en Sonora, los tarahumaras en Chihuahua, los tepehuanos y mexicane­
ros en Durango, los mayos en Sinaloa, los coras y huicholes en Nayarit.
Por lo que toca a otros grupos que permanecieron o se difundieron en
regiones más al norte, mencionaremos a los paviotsos en Oregón, los
shoshones y yutes en Utah, los chemehuevis y serranos del sur de Alta
California y los hopis de Arizona.
Con base en la arqueología puede afirmarse que la mayor parte
de los grupos uta-aztecas practicaban ya la agricultura desde varios
siglos antes de la era cristiana y empezaban asimismo a producir ce­
rámica. Esto último casi seguramente debido a procesos de difusión
originados en Mesoamérica desde el preclásico superior. Sin embar­
go, ninguno de estos grupos uta-aztecas había logrado crear centros
de importancia, ni poseía formas más complejas y eficientes de orga­
nización social, económica, política y religiosa. Tampoco se conocía
entre ellos la escritura ni se habían desarrollado otras creaciones cul­
turales como la escultura monumental en piedra o la pintura mural.
Entre los grupos uta-aztecas hemos mencionado a los hablantes
del náhuatl, el idioma que mucho tiempo después habría de alcanzar
enorme difusión, hasta convertirse en la lengua de más frecuente uso
durante el último siglo de prepotencia azteca en buena parte de Meso­
américa. Ahora bien, hay indicios, de los que más adelante nos ocu­
paremos, que permiten afirmar que, hacia los comienzos del periodo
clásico y tal vez desde algunos siglos antes, había ya grupos de idioma
náhuatl establecidos en la región central de México, Este fue el caso de
una parte de los pobladores de Teotihuacan que, según puede inferirse
de diversos testimonios, se expresaban en náhuat, al parecer una va­
riante más antigua del náhuatl.
De esta suerte, en tanto que casi todas las gentes de filiación lin­
güística uto-azteca, pobladoras del norte, conocían la agricultura y la

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42 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

cerámica pero no participaban en el desarrollo mesoamericano, un gru­


po al menos, presente en Teotihuacan, había entrado ya de lleno al
ámbito de la alta cultura. Su papel iba a ser, de hecho, participar de
diversos modos en el gran conjunto de creaciones, características de la
civilización que, durante el periodo clásico, irradió desde Teotihuacan,
la Ciudad de los Dioses.
Adelantándonos en nuestro estudio, diremos que precisamente esa
fuerza de difusión cultural teotihuacana, así corno habría de influir en
diversas regiones de Mesoarnérica, iba a dejar también huella -hasta
ahora menos valorada- entre diversos grupos de las grandes exten­
siones norteñas. A lo largo de los siglos del clásico la penetración
teotihuacana se hizo allí patente a través de varias formas de inter­
cambio comercial, de difusión de tradiciones y creencias, y asimismo
por medio del establecimiento de puestos o núcleos de avanzada. Aun
cuando hasta ahora han sido bastante limitadas las exploraciones ar­
queológicas en zonas corno las de Zacatecas y Durango, hay indicios
de que, desde el clásico mesoamericano, hubo tempranas formas de
ocupación en lugares corno La Quemada y Chalchihuites, en el norte
zacatecano. Tales centros y probablemente otros llegaron a constituir,
más tarde, verdaderas avanzadas o fortalezas de los mesoamericanos
en tierras norteñas.
Caso que reclama particular atención es el de los llamados indios
Pueblos, de los que enseguida vamos a ocuparnos. Receptores tam­
bién de la influencia mesoamericana, transformaron su antigua cultu­
ra de habitantes de regiones sernidesérticas hasta fundar importantes
centros de población, auténticos pueblos.

Los indios Pueblos

Tanto los que llegaron a ser conocidos corno "indios Pueblos", corno
otros de filiación lingüística hokana, al igual que varios grupos menos
numerosos, habían mantenido a través de milenios -según vimos en
el capítulo anterior- formas de vida con muy escaso desarrollo, pro­
pias de la que se designa con el nombre de "Cultura del desierto",
Corno cazadores y recolectores, dueños de muy precaria tecnología,
subsistieron así todos esos diferentes grupos en diversos sitios de los
que hoy son estados de Tarnaulipas, Texas, Colorado, Nuevo México,
Arizona, Chihuahua, Sonora, Alta y Baja California.
Desde cerca de 2 000 a. C., algunas de esas gentes, ancestros de los
"indios Pueblos" y hablantes de lenguas de las familias zuni, kereza y

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 43

tanoa, sin dejar su carácter de cazadores y recolectores, practicaban


incipientes formas de agricultura en algunas regiones de lo que hoy
se designa como el Suroeste de los Estados Unidos. Mucho tiempo,
sin embargo, hubo de transcurrir antes de que ocurrieran entre esos
grupos nuevos cambios de manifiesta importancia. Probablemente sólo
unos pocos siglos antes de la era cristiana, o sea hacia la misma época
en que diversos contingentes de filiación lingüística uto-azteca em­
prendieron sus ya mencionadas migraciones al sur, los ancestros de
los Pueblos iniciaron también distintos reacomodos. Además, como
probable consecuencia de una difusión cultural proveniente de Meso­
américa preclásica, empezaron a fabricar cerámica y a establecerse en
pequeñas aldeas.
Se fue consolidando así una forma de tradición cultural, descrita
por los arqueólogos con el nombre de "Mogollón". De ella se han des­
cubierto numerosos vestigios en sitios del sureste de Arizona y suroeste
de Nuevo México. Entre sus logros incluía un más rico instrumental,
expansión de la agricultura, notorio desarrollo demográfico, construc­
ción de casas subterráneas, en agrupaciones que integraban los dis­
tintos poblados, así como canchas para el juego de pelota. Fue también
atributo de la tradición cultural Mogollón haber hecho suya una rica
simbología, manifiesta, sobre todo, en su cerámica.
Las comunidades con tales rasgos coexistieron con otras, asimis­
mo antecedente del ulterior florecimiento de los indios Pueblos. Nos
referimos a los grupos que dieron origen, algún tiempo después a dos
tradiciones culturales en distintos grados diferentes, las designadas
con los nombres de "Anasazi" y "Hohokam". La primera de éstas na­
cida en el sur de Utah y Colorado hacia el siglo I d. C., y difundida
luego en Arizona y Nuevo México, habría de distinguirse, varias cen­
turias después, como creadora de auténticos pueblos, debidamente pla­
nificados. Otro elemento de gran importancia, que también se desarrolló
en la tradición cultural Anasazi, fue la construcción de las característi­
cas kivas, o grandes recintos circulares usados para fines ceremoniales
religiosos. La tradición hohokam aportaría, en cambio, mejores posi­
bilidades agrícolas gracias a la introducción de sistemas de regadío.
Las investigaciones arqueológicas permiten establecer que las gen­
tes poseedoras de las tradiciones antes mencionadas se influyeron
mutuamente. A la postre llegó a prevalecer la herencia Anasazi con la
fundación de pueblos, rasgo característico de los grupos que, por él,
recibirían el calificativo de "indios Pueblos". Es asimismo necesario
señalar que la arqueología revela que, en el desarrollo de las mencio­
nadas tradiciones culturales, tuvo importante papel la influencia reci-

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bida de la civilización mesoamericana, probablemente desde los siglos


III y IV d. C., o sea desde los comienzos del esplendor de Teotihuacan en
el periodo clásico. Cabe recordar a este propósito lo dicho sobre la exis­
tencia de formas de comercio y el establecimiento de puestos o núcleos
de avanzada en Zacatecas, Durango y otros sitios.
Investigación no realizada pero de grande interés, sería comparar
sistemáticamente la simbología, y lo que ha sobrevivido de tradicio­
nes y creencias de los Pueblos contemporáneos con los que conoce­
mos, gracias a las fuentes, acerca del pensamiento religioso, símbolos
y visión del mundo de las gentes mesoamericanas del Altiplano cen­
tral de México. El caso particular de los indios hopis, de filiación uto­
azteca, en Arizona, y participantes en la "cultura Pueblo", se presenta,
en este contexto, como especialmente significativo. Por su parentesco
lingüístico con los grupos de idioma náhuatl del centro de México,
ofrece tal vez mayores posibilidades para intentar la comparación an­
tes mencionada.

Los grupos hokanos y otros

Nos ocuparemos ahora, al menos brevemente, del gran conjunto de


grupos de filiación lingüística hokana, con muy antigua presencia en
varias regiones del territorio mexicano y asimismo con muy limitado
desarrollo cultural. De hecho, sólo en muy pocos casos, algunas co­
munidades hokanas alcanzaron cambios positivos debido a la influen­
cia de sus vecinos poseedores de mejores formas de existencia. Todos
los demás hokanos habrían de subsistir, hasta los tiempos de la pene­
tración española, como recolectores, pescadores y cazadores, en agru­
pamientos de pequeñas bandas seminómadas.
Algunos de los hokanos poblaron distintas áreas del noroeste: sur
de Alta California y la península de California menos la porción meri­
dional; desembocadura del Colorado y áreas cercanas del río Gila, en
Arizona; isla del Tiburón y litoral vecii\o de Sonora. Otros, en cambio,
alejados de los anteriores, estuvieron establecidos hacia el noreste, en
territorios de Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas y parte de Texas.
Cabe añadir, como dato curioso, que también en Oaxaca y Honduras
llegó a haber otros miembros de esta familia lingüística, los hablantes
del Tequistlateco y Jicaque respectivamente.
De entre los hokanos, habitantes del noroeste, mencionaremos a
los grupos cahuilla del sur de Alta California; cochimíes en la penín­
sula del mismo nombre; yumanos, de la región de los ríos Gila y Co-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 45

lorado, y seris de la isla del Tiburón y costas de Sonora. Por su locali­


zación geográfica algunos de estos entraron en contacto con otros de
lenguas y culturas diferentes. Ello ocurrió entre los yumanos y los
pimas, estos últimos de filiación uto-azteca, conocedores ya de la agri­
cultura y la cerámica. Los yumanos habrían de beneficiarse a la pos­
tre con tales conocimientos. No sucedió lo mismo con los seris, que en
casi nada mejoraron su cultura, no obstante estar circundados por otros
grupos de filiación uto-azteca.
En el caso de los cochimíes de Baja California, su escaso desarrollo
cultural en modo alguno se benefició con la vecindad de los grupos más
sureños de la península, los guaycuras y pericúes. Unos y otros, de muy
antigua penetración en Baja California, mantenían formas de cultura tan
precarias que pueden considerarse como tardía supervivencia de los
tiempos paleolíticos. Por lo que toca específicamente a los pericúes y
guaycuras, añadiremos que las lenguas que hablaron no se relacionan,
al parecer, ni con las de la familia hokana ni con otras de ámbito ameri­
cano. Ello plantea una incógnita acerca de su procedencia.
Por otra parte, entre los principales grupos hokanos de la zona
noreste, estuvieron los descritos generalmente como coahuiltecos; los
de lengua quinigua, del noroeste de Tamaulipas y oriente de Nuevo
León, con múltiples subgrupos o facciones que, como en el caso de otros
conglomerados afines del suroeste de Texas, constituían notorio ejem­
plo de mínimo desarrollo cultural, en su vida de vagabundeo como ca­
zadores y recolectores. En relación con estos grupos puede decirse que
no hubo influencia alguna significativa que llegara a mejorar su modo
de subsistencia hasta los tiempos de la penetración española.
Resta añadir que, hacia el sur, en áreas más próximas a la zona de
alta cultura mesoamericana, se hallaban otros grupos, casi siempre
bandas no muy numerosas cuyas formas de existencia guardaban se­
mejanza con las de aquellos de filiación hokana. Se trataba de gentes
cuyas lenguas pertenecían al tronco macro-otomangue y que, por con­
siguiente, estaban emparentadas lingüísticamente con los otomíes, es­
tos de tiempo atrás habitantes de Mesoamérica. Tanto los hokanos del
noreste como esas bandas de otomangues se convirtieron, en ocasiones,
en amenaza de las fronteras de Mesoamérica o por lo menos de los pues­
tos avanzados en las regiones norteñas. Como habremos de verlo, cuan­
do los mesoamericanos de habla náhuatl se referían a tales grupos de
vagabundos, principalmente otomangues, aludían a ellos con el nom­
bre de chichimecas que, en tal caso, adquiría el sentido de "Bárbaros".

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Intercambios y diferencias culturales

A propósito de lo dicho acerca de la gran variedad de pobladores de


las regiones norteñas -los de lenguas hokanas y otornangues, los lla­
mados indios Pueblos y los de filiación lingüística uto-azteca- pare­
ce pertinente una breve reflexión. Ante todo debe destacarse que no
fueron siempre los grupos más cercanos ni los de lengua más afín los
que llegaron a tener, ya en el periodo clásico, mayores intercambios con
la alta cultura mesoamericana. Corno lo hemos mencionado, la irradia­
ción cultural proveniente del centro de México habría de dejar más hon­
da huella entre los llamados indios Pueblos, establecidos en el norte de
Chihuahua y en territorios de Arizona y Nuevo México. En el caso de los
grupos uto-aztecas, la difusión cultural mesoamericana, con distintos
grados de intensidad, no rebasó lo que hoy es Sinaloa. Finalmente, por
lo que toca a los hokanos, algunos de ellos no tan apartados del ámbi­
to mesoamericano, corno los de Nuevo León y Tarnaulipas, muy poco
o nada fue lo que estos asimilaron de la alta cultura.
Lo expuesto sobre la diversidad de procesos de desarrollo cultural
en las regiones norteñas, ayudará a valorar mejor la auténtica significa­
ción de la alta cultura que, geográficamente cercana, llegó a consoli­
darse en Mesoarnérica. Esta, a partir ya del periodo clásico, fue la sede
de una civilización también con sus propias variantes: teotihuacana,
zapoteca, maya y otras.
El cúmulo de grandes diferencias en el desarrollo cultural de tan­
tos grupos -en ámbitos geográficos también muy distintos- mani­
fiesto ya plenamente desde la época que estudiarnos, nos obliga a
tornar cada vez más conciencia de un hecho de suma importancia: si
querernos en verdad comprender la realidad integral de lo que hoy es
México, debernos superar todo centralismo y abrirnos para analizar y
valorar la multiplicidad de procesos y rasgos culturales que, desde los
milenios prehispánicos, son raíz y riqueza del propio ser.

Rasgos más sobresalientes del clásico en Mesoamérica

Por la arqueología sabernos que las grandes transformaciones, carac­


terísticas de este periodo, no se produjeron simultáneamente en las
diferentes subáreas mesoamericanas. Así, por ejemplo, en tanto que
en Teotihuacan los principios del clásico pueden situarse a partir del
siglo Id. C., en la zona maya un proceso parecido se consolidó real-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 47

mente hasta el siglo III d. C. Además, hay que reconocer que también
hubo variantes significativas en las creaciones culturales y formas de
vida de los distintos pueblos que, dentro de Mesoamérica, participa­
ron en el esplendor del clásico. Todo esto, sin embargo, no impide ha­
blar de un cierto número de rasgos y elementos que definen, de manera
general, lo que llegó a ser la cultura mesoamericana a lo largo de este
periodo. En consecuencia, antes de ocuparnos de las variantes en los
desarrollos regionales, creemos oportuno destacar los rasgos más so­
bresalientes que dan apoyo a la expresión de "Mesoamérica clásica":
La influencia proveniente -de un modo o de otro- del ámbito
cultural olmeca, actuando a modo de fermento, propició grandes cam­
bios en áreas a veces muy distantes entre sí. Las técnicas agrícolas se
perfeccionaron. Entre otras cosas, las terrazas para cultivos se hicieron
más frecuentes, al igual que diversas maneras de sistemas de regadío.
Plantas como el algodón proporcionaban ya, con mayor amplitud, los
beneficios de su cultivo. La dieta, en las distintas comunidades, de­
pendía cada vez más del trabajo organizado en el campo. El incremen­
to en la población debió ser, desde entonces, muy notorio.
En distintos sitios, las aldeas fueron creciendo. En el centro de los
poblados comenzaron a erigirse nuevos tipos de edificaciones: los pri­
meros testimonios de lo que llegó a ser extraordinaria serie de crea­
ciones arquitectónicas. Éstas, debidamente planificadas, con calzadas
y plazas, incluyeron basamentos, pirámides truncadas y escalonadas,
santuarios, palacios, juegos de pelota, escuelas, mercados. Prolifera­
ron así en la región del Golfo, en el Altiplano, en las zonas de Oaxaca
y mayanse, múltiples y suntuosos centros ceremoniales. Algunos de
éstos llegaron a convertirse en auténticas ciudades y metrópolis.
Numerosos indicios permiten afirmar que en esos lugares las for­
mas de organización social, económica, política y religiosa se torna­
ron mucho más complejas y eficientes. Hubo ya diferentes clases
sociales: los gobernantes y sacerdotes, los grandes jefes guerreros, en
una palabra, los integrantes de una nobleza; los artistas, artesanos y
comerciantes, y, finalmente, la gente del pueblo común, los dedicados
a la agricultura, a las faenas de la construcción y a otras tareas en pro­
vecho del culto religioso, el estado y los gobernantes.
Algunos de los nuevos centros y metrópolis se convirtieron en ver­
daderos núcleos o "cabeza" de organizaciones políticas, a veces espe­
cie de reinos, federaciones o imperios. Tales poblaciones eran así sede
de complejos sistemas administrativos.
Las creencias y el ritual religioso fueron objeto de nuevas elabora­
ciones y ajustes por obra del sacerdocio. Aunque subsistieron y aun se

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48 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

fortalecieron no pocas diferencias regionales, hubo asimismo impor­


tantes semejanzas y aun identidades en el culto y las tradiciones vi­
gentes en zonas distintas. Tal fue el caso, por ejemplo, en la adoración
concedida a dioses como el Señor de la Lluvia, la Diosa del agua, el
Dios viejo, la pareja creadora, el Sol y la Luna, la Serpiente emplumada.
Las creaciones artísticas --en la escultura, la pintura mural- in­
tegradas a los conjuntos arquitectónicos y urbanísticos fueron muchas
veces, por sí solas, testimonio del gran refinamiento logrado en el pe­
riodo clásico. Y otro tanto podría decirse de artes menores, en especial
acerca de la cerámica de la que se conservan innumerables muestras.
A todo lo anterior debemos sumar, como otros de los grandes
logros del clásico mesoamericano, el perfeccionamiento de sistemas
calendáricos que llegan a tener extraordinaria precisión y el nuevo de­
sarrollo de formas de escritura. Por medio de éstas, a través de ins­
cripciones en piedra y en libros o "códices", pudieron preservarse ya,
cada vez más ampliamente, el recuerdo del pasado y toda suerte de
conocimientos, religiosos y profanos.
En resumen, entre los rasgos más sobresalientes del periodo clásico
en las distintas subáreas de Mesoamérica debemos mencionar un noto­
rio enriquecimiento de técnicas sobre todo en relación con la agricultu­
ra; incremento de la población; nacimiento de centros ceremoniales y
metrópolis debidamente planificadas; nuevas formas de organización
social, económica, política y religiosa; surgimiento de más complejas
estructuras estatales y administrativas; reelaboración de sistemas de
culto y tradición; extraordinarias creaciones artísticas, algunas de gran
magnitud; más amplia difusión de los cómputos calendáricos, algu­
nos notablemente precisos, así como aparición y propagación de me­
jores formas de escritura. Todo ello, en cuanto logros que tuvieron
irradiación en un área geográfica cada vez más grande, justifica ha­
blar de alta cultura y civilización, como realidades presentes en lo que
fue el periodo clásico de Mesoamérica. A continuación veremos -aun
cuando sea sumariamente- las variantes de este gran desarrollo en
las principales regiones de lo que hoy es centro y sur de México y áreas
vecinas de Centroamérica.

Teohhuacan; seis siglos de esplendor

Distinguen los arqueólogos cuatro etapas o fases en la evolución cul­


tural teotihuacana. Aquí nos interesan las que corresponden a su es­
plendor clásico, es decir las etapas Teotihuacan II (O a 300 d. C.) y

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 49

Teotihuacan III (300 a 650 d. C.) Acerca de la etapa I (300 a. C. a O),


sólo diremos que coincidió con el preclásico superior y tuvo un carác­
ter eminentemente formativo, como antecedente del periodo de gran
florecimiento. A su vez la etapa IV, que se extiende hasta el siglo IX d. C.,
fue ya lapso de decadencia y abandono. Así, de igual modo que el
clásico se inició en Teotihuacan más pronto que en otros lugares de
Mesoamérica, también concluyó cuando aún no se extinguía en regio­
nes como el área maya.
El surgimiento de la metrópoli teotihuacana no se presentó como
algo súbito ni falto de antecedentes. En realidad fue una consecuencia,
si bien una de las más extraordinarias de la anterior evolución cultural
mesoamericana. Para valorar la significación y grandeza de Teotihuacan
pueden adoptarse dos puntos de vista, en cierto modo complementa­
rios. El primero se apoya, sobre todo, en los descubrimientos de la ar­
queología. El segundo atiende a testimonios de tiempos muy posteriores
pero que dejan ver lo que otras gentes de idioma náhuatl expresaron
sobre la que consideraban como una "Ciudad de los Dioses".
En códices y textos de los tiempos mexicas se relacionó a la me­
trópoli teotihuacana con el mito de las edades o soles cosmogónicos.
Era creencia que en Teotihuacan había tenido lugar la creación del
quinto sol y de la luna que alumbran a la humanidad presente. Según
la vieja tradición.

Cuando aún era de noche, cuando aún no había día, cuando no había
luz, se reunieron los dioses allá en Teotihuacan. Dijeron, hablaron en­
tre sí: venid acá, oh dioses. ¿Quién tomará sobre sí, quién se hará car­
go de que haya días de que haya luz?

Dos fueron los dioses que se ofrecieron. El primero fue el arrogante


Tecuciztécatl, "Señor de los caracoles"; el segundo, el humilde Na­
nahuatzin, "el purulento o bubocillo". Ambos se prepararon para lan­
zarse a la hoguera y salir de ella transformados en el sol. Llegado el
momento del sacrificio, Tecuciztécatl hizo cuatro intentos de arrojarse
pero siempre se retrajo con temor. Nanahuatzin, en cambio, se preci­
pitó en el fuego hasta consumirse en él. Su destino fue transformarse
en el sol que comenzó a existir en Teotihuacan y que preside a la quin­
ta edad, "la de movimiento". Tecuciztécatl que, avergonzado, tardía­
mente entró en la hoguera, se convirtió en la luna.
A la par que esta recordación del mito, los textos en náhuatl ha­
blan de la llegada a Teotihuacan de grupos que habían estado vivien­
do por el rumbo de las costas del Golfo de México. Esos antiguos

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poseedores de alta cultura, según lo hemos visto a través de los ha­


llazgos arqueológicos, habían ejercido notoria influencia en diversos
sitios de la región del altiplano central. Ahora bien, un testimonio, re­
cogido en náhuatl por fray Bernardino de Sahagún y conservado en el
Códice Matritense, nos dice que algunos grupos, procedentes de la zona
del Golfo y de Tamoanchan, lugar mítico, relacionado con los oríge­
nes étnicos y culturales después de larga marcha:

Lentamente, despacio, vinieron; llegaron a reunirse en Teotihuacan. Se


dieron allí las órdenes, se estableció allí el mando. Los que se hicieron
señores fueron los sabios, los conocedores de las cosas ocultas, los po­
seedores de la tradición. Luego se establecieron allí los principados.
Allí hicieron imprecaciones, en el lugar llamado Teotihuacan. Edifica­
ron santuarios, pirámides al sol y a la luna, y luego hicieron otros mu­
chos adoratorios más pequeños...

La penetración en el valle de Teotihuacan de tales grupos de alta


cultura ocurrió probablemente hacia fines del siglo IV a. C., es decir
en el preclásico superior. El valle de Teotihuacan forma parte, al no­
reste, del gran valle de México. En la época de que estamos tratando,
las aguas de los lagos llegaban hasta la región de Teotihuacan. Estaba,
mucho más arbolada entonces, se presentaba además como lugar bas­
tante propicio para la agricultura.
Si bien la edificación de algunos de los grandes edificios teoti­
huacanos parece haberse iniciado desde la fase I, la gran planificación
urbanística data de la etapa siguiente. Así, en el caso de la pirámide
del sol, aunque en su interior hay una plataforma más antigua, la cons­
trucción misma. Con su gran base rectangular y sus cuatro cuerpos
superpuestos se realizó a lo largo de la fase II. Apareció ya entonces el
acabado característico en las paredes de las edificaciones: muros lisos
en talud que alternan con otros, verticales, que ostentan especies de
marcos descritos como "tableros". A lo largo de Teotihuacan II y más
aún en la fase III, la metrópoli alcanzó su máximo esplendor.

i
La gran metrópol

Como resultado de las investigaciones arqueológicas, cabe entrever lo


que fue la ciudad, una de las urbes más extensas y extraordinarias de
su tiempo en el mundo entero. A mediados del siglo VI d.C, llegó a
abarcar una superficie de casi 22 km2 . Su población se acercaba a los
70 000 habitantes. Ejes viales en el centro eran, de norte a sur, la lla-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 51

mada Miccaot/1; "avenida de los muertos", así como otra que corría en
dirección este-oeste. La primera, según hasta hoy puede verse, se ini­
cia al norte en la plaza que tiene al fondo a la pirámide de la luna y en
el ángulo inferior izquierdo al palacio de las Cuetzalpapálotl o "mari­
posas-ave quetzal". A la derecha de la plaza se yerguen varias pirámi­
des o santuarios menores. Más al sur, en el mismo costado oriente,
está la más importante de todas las edificaciones, la pirámide del sol.
Ambos lados de la avenida de los muertos se suceden luego otras
pirámides de proporciones más reducidas, con sus varios cuerpos su­
perpuestos, sus escalinatas con alfardas y el característico diseño de
tablero-talud. La avenida de los muertos, cruza luego el otro eje vial
este-oeste y da lugar, a ambos lados, a construcciones de suma impor­
tancia. Integran éstas el llamado por algunos arqueólogos "gran con­
junto". Al oriente se halla la "Ciudadela" con su amplio patio y la
célebre pirámide de Quetzalcóatl. Al poniente hay otras edificaciones,
de las que sólo quedan escasos vestigios que, sin embargo, permiten
entrever su importancia.
Al parecer, en su fase de mayor expansión, la ciudad estaba distri­
buida en cuatro grandes cuadrantes, en función de los ejes de la ave­
nida de los muertos y de la transversal este-oeste. En tanto que las
pirámides del Sol y la Luna eran los puntos de máxima atracción reli­
giosa, las edificaciones del llamado "gran conjunto" parecen haber sido
residencia del supremo poder político, religioso, administrativo y de
otros funcionarios dedicados a tareas afines. Se sabe que en el recinto
de la Ciudadela había habitaciones, así como otras adyacentes, en tor­
no a patios situados a los lados de la pirámide de Quetzalcóatl.
El extraordinario sentido de planificación de los teotihuacanos ha
sido objeto de investigaciones en base a las cuales se han elaborado
planos que muestran el desarrollo urbanístico de la ciudad en distin­
tos momentos. Podemos valorar así los criterios que se adoptaron al
edificarse en Teotihuacan numerosos palacios, escuelas, mercados y tam­
bién múltiples casas-habitación para sus numerosos habitantes. Quien
desee conocer cómo eran algunas de esas edificaciones, en particular
los palacios, puede visitar los restos arqueológicos que se conservan, en
algunos casos restaurados. Entre otros, están los de Atetelco (en el su­
roeste de la ciudad) y los de Tepantitla, a espaldas de la pirámide del
sol. En uno y otro sitios se levantan los varios recintos en torno a patios
rectangulares. Pinturas, de gran colorido y simbolismo, cubrían los mu­
ros de estos edificios. En el caso de Tepantitla debemos recordar el céle­
bre mural que representa la concepción teotihuacana de la vida en el
más allá, específicamente en el Tlalocan o paraíso de T láloc.

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Religiosidad teotihuacana

De hecho los testimonios acerca de la religiosidad teotihuacana afloran


en muchas partes: en los monumentos arquitectónicos, escultura, pin­
turas murales y cerámica. Permiten ellos conocer las principales dei­
dades objeto de adoración, algunas de las ceremonias rituales, así como
la importancia que tenía el sacerdocio. T láloc, deidad de las aguas ce­
lestes, se muestra asociado muchas veces con la serpiente emplumada,
Quetzalcóatl. También guarda estrecha relación con la que puede con­
siderarse su compañera, Chalchiuhtlicue, "la del faldellín de jade", se­
ñora de las aguas terrestres. De múltiples formas se vuelven también
presentes, en la simbología y arte teotihuacanos, otros dioses cuyo cul­
to habría de perdurar hasta los días de México-Tenochtitlan: Hue­
huetéotl, "el dios viejo", la suprema pareja, "nuestra madre, nuestro
padre", simbolizados por el sol y la luna.
Otros vestigios que también han llegado hasta el presente, aunque
por desgracia no muy numerosos, dan prueba de que los teotihuacanos
desarrollaron una forma de escritura, en buena parte ideográfica y co­
nocieron asimismo sistemas calendáricos. Se sabe que se valieron del
tonalpohualli, cuenta de los destinos, sistema de 260 días y del cómpu­
to del xíhvitl, calendario solar de 365 días.

Formas de organización

En lo que concierne a la organización social, política, económica y re­


ligiosa prevalente en Teotihuacan, los mismos vestigios arqueológicos
permiten hacer importantes inferencias. Ante todo las ruinas que se
conservan del gran centro religioso y de edificaciones destinadas a fi­
nes administrativos, palacios, escuelas, mercados, cuarteles y casas­
habitación, muestran ya la existencia de complejas estructuras con
sistemas de distribución del trabajo. Dando crédito a uno de los tex­
tos que hemos citado, cabe pensar que "los señores, los que goberna­
ban, fueron sabios, los conocedores de las cosas ocultas, los poseedores
de la tradición". Probablemente la autoridad suprema tenía de hecho
un doble carácter, a la vez político y religioso. Se ha afirmado así que
Teotihuacan fue metrópoli de un gran estado teocrático. Por otra par­
te, de la muy probable existencia de diferentes estratos sociales, dan
testimonio los hallazgos arqueológicos que denotan distintos niveles
de vida. Por ejemplo, gracias a las pinturas murales y a las múltiples

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 53

figurillas de cerámica, podernos enterarnos de cómo era la indumen­


taria de quienes parecen ser miembros del sacerdocio y gobierno, mu­
cho más refinada que la de la gran mayoría del pueblo.
Tanto el examen de las célebres "cabecitas-retrato", corno el de al­
gunos restos humanos, cuya procedencia y antigüedad han podido
precisarse, llevan a pensar que en Teotihuacan habitaron grupos con
rasgos físicos marcadamente distintos. Había unos que recuerdan las
fisonomías de los pueblos costeños; otros, en cambio, se asemejan más
a los que hoy conocernos corno habitantes del altiplano central. Preci­
samente algunos de estos últimos, que emigraron más tarde hasta dis­
tintos lugares de Centroamérica, eran hablantes del náhuatl.

Irradiación y legado culturales de Teotihuacan

Teotihuacan fue cabeza de lo que podría describirse corno un imperio.


Así se explica el gran esplendor alcanzado por la misma metrópoli que
obtenía tributos y toda suerte de productos de apartadas regiones a
ella sometidas. Consta, por otra parte, acerca de la gran influencia ejer­
cida por la civilización teotihuacana en sitios muy distantes entre sí, den­
tro del ámbito mesoamericano y aun fuera de él. Corno ejemplo de esto
recordaremos la difusión cultural que llegó a penetrar en áreas de las
costas del Golfo, Oaxaca y la zona maya.
Haciendo referencia a la rica producción de cerámica del periodo
clásico teotihuacano, citaremos hallazgos de sus característicos vasos
trípodes, policromados y ricos en simbolismo, que han aparecido en
entierros de personajes en múltiples sitios del México antiguo. Caso de
particular interés son los vestigios de Karninaljuyú, en las afueras de la
ciudad de Guatemala, considerados por algunos corno muestra de
la edificación en pequeño de otro Teotihuacan. Finalmente, recordare­
mos lo ya dicho en este capítulo: los teotihuacanos establecieron tam­
bién diversas "marcas" o puestos de avanzada en las regiones norteñas.
Su influencia llegó así hasta los apartados territorios habitados por los
indios Pueblos.
Desde otro punto de vista importa subrayar que la civilización
teotihuacana habría de dejar rico legado del que se beneficiaron otras
gentes que más tarde florecieron en Mesoarnérica y de modo particu­
lar en la región del Altiplano centra]. Entre los elementos y rasgos so­
bresalientes en esa herencia de cultura pueden mencionarse estos:
La concepción de un sentido urbanístico con grandes edificacio­
nes debidamente planificadas.

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La distribución en cuadrantes de los grandes sectores de la ciu­


dad en función de sus ejes viales.
La arquitectura característica de las pirámides, atinadamente orien­
tadas, con sus terrazas superpuestas, paredes en talud y tableros, todo
ello coronado por un santuario en la parte más alta, como evocando
la idea de los pisos celestes, encima de los cuales está la morada de la
divinidad suprema.
Un rico simbolismo religioso, presente en las artes plásticas y en
permanente relación con un conjunto de deidades cuya adoración ha­
bría de perdurar hasta los tiempos de los mexicas.
La existencia de una escritura ideográfica y el empleo de los dos
principales sistemas calendáricos, de 260 y 365 días.
Sistemas de organización social, política y económica que, con apo­
yo en una mejor tecnología, hicieron posible el florecimiento de una
metrópoli y la formación de lo que probablemente se constituyó como
una peculiar manera de imperio.
Todo ello y mucho más llegó ciertamente a ser asimilado en gra­
dos distintos, por quienes, todavía en el clásico, se establecieron y vi­
vieron en centros tan importantes como los de Cholula y Xochicalco,
y más tarde, en Azcapotzalco y Culhuacán, Tula-Xicocotitlan, Tetzcoco,
los señoríos tlaxcaltecas y México-Tenochtitlan. De hecho, los textos
que hemos citado, traducidos del náhuatl, muestran que, contra lo que
generalmente han pensado algunos estudiosos, los mexicas del siglo
XVI recordaban algo de lo que había sido la grandeza de Teotihuacan.
La decadencia y el completo abandono de la gran metrópoli ocu­
rrieron en la segunda mitad del siglo VII d. C. De ese tiempo datan las
huellas de lo que fue tal vez gran incendio y violenta destrucción de
una parte de Teotihuacan. Diversas hipótesis se han formulado para
tratar de explicar la ruina de esta civilización. Se ha hablado así de
alteraciones climáticas, de invasiones procedentes del norte, de con­
flictos internos, bien sea de índole religiosa, política, social, económi­
ca o de la suma de varios de estos factores. Nos abstendremos aquí de
entrar en más consideraciones y sólo anticipamos que situaciones se­
mejantes, de decadencia y abandono, habrían de presentarse algún
tiempo después en otras regiones de Mesoamérica, cuando en ellas
asimismo terminó el florecimiento clásico.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 55

El periodo clásico más allá del Altiplano central

La civilización que tuvo por metrópoli a Teotihuacan se desarrolló en


manifiesto contraste con los niveles de cultura prevalentes en las re­
giones norteñas. Tal florecimiento clásico se había iniciado entre los
teotihuacanos antes, al parecer, que en otros lugares de Mesoamérica.
Ello ocurrió, según hemos visto, a partir de una época que coincide
con los orígenes de la era cristiana. La influencia de la bastante más
antigua cultura de las costas del Golfo, había sido factor que fecundó
la capacidad de los pobladores del Altiplano.
Ahora bien, sabemos por la arqueología que, al tiempo en que el
esplendor clásico era ya atributo de Teotihuacan, se estaban gestando
en otros ámbitos de Mesoamérica, transformaciones en muchos aspec­
tos semejantes, aun cuando a la postre tuvieran perfiles propios. En el
centro de Veracruz, en la región huasteca, en el área zapoteca y por
el rumbo del Pacífico, así como en la zona mayanse hasta lugares muy
apartados de Centroamérica, la aparición del clásico estuvo asimismo
vinculada con la difusión cultural proveniente del ámbito olmeca.
Los intercambios e influencias culturales entre los habitantes de
las vastas regiones de México y Centroamérica fueron así desde hace
milenios, factor de gran importancia no siempre valorado adecuada­
mente. Como vamos a comprobarlo, los contactos, con diversas con­
secuencias, se acrecentaron a lo largo del clásico en el resto de
Mesoamérica. Hemos aludido ya a la irradiación de Teotihuacan ha­
cia las regiones del norte hasta alcanzar a los indios Pueblos. Pode­
mos anticipar ahora que, paralelamente, Teotihuacan propagó también
elementos de su cultura hacia el oriente, poniente y sur.
A través de impulsos expansionistas, de intercambio comercial y
de otras formas de difusión directa o indirecta, el hecho es que lo
teotihuacano penetró en varios momentos en las zonas veracruzana,
oaxaqueña y maya. A su vez, los pobladores de dichas regiones die­
ron lugar a relaciones entre sí e incluso, de diversos modos, hicieron
sentir su presencia en la gran metrópoli del Altiplano central. Necesa­
rio es, por consiguiente, tener a la vista en nuestro estudio tanto las
diferencias en los desarrollos regionales como el dinamismo de los con­
tactos e intercambios. Con un enfoque semejante pasamos ya a ocu­
parnos de lo más sobresaliente del clásico en tierras de Veracruz y del
ámbito huasteco; en el país de los zapotecas y en las regiones que in­
tegraron el mundo maya.

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56 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

La stfuación cultural en la antigua zona o/meca

Veamos lo que, según parece, ocurrió hacia el siglo I d. C., en la zona


limítrofe de Veracruz y Tabasco donde había florecido la alta cultura
olmeca. Los descubrimientos arqueológicos muestran que los centros
que, durante el preclásico, habían alcanzado allí gran florecimiento y
actuado como núcleos de difusión cultural, se encontraban ya en ple­
na decadencia o total abandono. En algunos casos ello había ocurrido
desde varios siglos antes de la era cristiana. Para interpretar la situa­
ción prevalente se ha dicho que el agotamiento cultural vino a ser lo
característico en esa región donde se habían iniciado las grandes trans­
formaciones culturales de Mesoamérica.
A pesar de lo anterior, se han logrado algunos hallazgos dignos
de interés. Entre ellos están los vestigios de centros ceremoniales en
sitios como Minatitlán, Tierra Blanca y las márgenes del río Tuxpa­
napan, del último de los cuales procede la extraordinaria escultura en
piedra que parece representar a un luchador.
Hemos tratado, por otra parte acerca de la estela C de Tres Zapotes
(Veracruz), procedente de la última fase del preclásico superior. La exis­
tencia en ella de una inscripción calendárica con la fecha 31 a. C., en
términos de la llamada "cuenta larga" -el sistema que habrían de
adoptar luego los mayas- ha hecho pensar que debe atribuirse a los
olmecas tardíos el origen de tal forma de cómputos. Otro descubrimien­
to, de tiempos posteriores, es el de la estatuilla de Tuxtla, de estilo que
recuerda las creaciones olmecas y que ostenta la fecha 162 d. C., tam­
bién en función de la cuenta larga.
La estela C y la estatuilla de Tuxtla permiten inferir que, a pesar
de la innegable decadencia en que se encontraba la zona de antiguo
florecimiento olmeca, siguió habiendo en ella expertos en las medidas
del tiempo. Y aunque con certeza no es posible atribuir a éstos el de­
sarrollo del sistema de la cuenta larga, debemos aceptar al menos que
el solo hecho de que lo emplearan implicaba no escasos conocimien­
tos. Entre otras cosas, el uso de la cuenta larga presupone la idea de
asignar valores a los números en función de su posición. Desde otro
punto de vista, tales cómputos calendáricos exigen también servirse
del concepto de "carencia de valor numérico", es decir de algo seme­
jante a lo que hoy entendemos por cero.
La carencia de más amplias investigaciones arqueológicas es obs­
táculo que impide formarse una imagen adecuada del ulterior desa­
rrollo cultural de esta región. Cabe añadir que existen varias fuentes,

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 57

algunas en idioma indígena en las que se alude a los habitantes del


país olmeca. Sin embargo, cuanto aportan dichas fuentes versa ya so­
bre una época considerablemente posterior. Se sitúa ella en los tiem­
pos que siguieron al clásico, por lo que sólo más adelante habremos
de tomar en cuenta tales testimonios.

El clásico en la región central de Veracruz

Como podría esperarse, la influencia de la alta cultura olmeca se dejó


sentir de múltiples formas en el ámbito de Veracruz y en las zonas
vecinas de lo que hoy es el estado de Puebla. Esta amplia región,
geográficamente muy variada, incluye una faja costera, tierras bajas,
la vertiente y la sierra con grandes alturas, entre ellas la del Cofre de
Perote y el Pico de Orizaba, el punto más elevado en territorio mexi­
cano. Muchos son relativamente los ríos -desde el Tuxpan al norte,
hasta el de La Antigua, al sur- que cruzan la zona y confieren a bue­
na parte de ella su gran fertilidad.
Totonacapan es el nombre indígena que se da a esta zona. To­
tonacapan significa "lugar de luz y calor". Es asimismo lugar donde
habitan los totonacas. Algunos investigadores han puesto en duda que,
desde la época preclásica y a lo largo del periodo clásico, gentes de
lengua totonaca hayan sido los pobladores de la región. Hay, no obs­
tante, algunos indicios en favor de que así haya sido. Entre ellos está
una tradición, recogida por el cronista fray Juan de Torquemada, se­
gún la cual los totonacas sostenían que, de tiempo atrás, tenían allí su
residencia, lo que permitió a algunos de ellos penetrar en el Altiplano
central y participar en la edificación de la gran metrópoli de Teo­
tihuacan. Por otra parte consta que, en distintos momentos, hubo asi­
mismo en la zona totonaca gentes de origen nahua-teotihuacano.
Los arqueólogos han dividido en varias fases el florecimiento del
clásico en Veracruz. Por nuestra parte consideramos suficiente distin­
guir aquí entre un clásico temprano (300-650 d. C.) y otro más tardío
(650-900 d. C.). De los varios sitios explorados, pueden mencionarse
los de Remojadas, Nautla, Yohualichan y el muy importante de El
Tajín. Respecto de este último recordaremos que sus edificaciones se
yerguen en una superficie que sobrepasa a las setenta y cinco hectá­
reas. Muchas de sus construcciones fueron objeto de sucesivas trans­
formaciones. Ello ocurrió, por ejemplo, con la célebre pirámide de los
nichos que, tal como hoy se conoce, proviene del clásico tardío pero
que encierra una estructura más pequeña varios siglos más antigua.

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58 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Nuestros conocimientos sobre el desarrollo del clásico en Veracruz


continúan siendo bastante limitados. Sin embargo, es posible destacar
algunos rasgos característicos en la fisonomía cultural de esta área.
Consta que en ella existieron centros ceremoniales importantes, debi­
damente planificados, algunos probablemente auténticas ciudades. Es
asimismo notorio el uso de sistemas calendáricos y de formas de es­
critura. Elemento de suma importancia, ligado estrechamente al culto
religioso, fue el juego de pelota que debió practicarse con gran fre­
cuencia en la región. Las edificaciones para dicho juego suelen hallar­
se en casi todos los recintos explorados.
Las representaciones de deidades incluyen a Huehuetéotl, "el dios
viejo", a T láloc, conocido por los totonacas con el nombre de Tajín , y
a las características divinidades de la región de la costa, Quetzalcóatl,
Serpiente emplumada; Xochipilli, Príncipe de las flores; Xipe Tótec,
Nuestro Señor desollado, propiciador de la fertilidad; Tlazoltéotl, diosa
del placer, así corno el dios Gordo.
Tres tipos de objetos, característicos de la región, parecen haber
estado asociados con el ritual del juego de pelota. Se trata de las es­
culturas en piedra designadas corno palmas, yugos y hachas. Los yu­
gos, hechos en forma de U, frecuentemente con finos bajorrelieves, que
representan plantas, animales y seres humanos. Los yugos parecen
haber sido réplicas de los cinturones usados por los jugadores de pe­
lota. Las palmas, esculturas alargadas, también trabajadas con precio­
sismo, probablemente fueron ejecutadas para encajarse en los extremos
de los yugos. Las hachas votivas, de forma aplanada, fueron, según
parece marcadores en los recintos donde se practicaban las competen­
cias. Corno habremos de verlo, el estudio de la difusión que llegó a
tener este conjunto de producciones "yugo-palma-hacha", ha permiti­
do establecer varias formas de relación cultural entre distintos grupos
mesoamericanos. Más adelante trataremos, por ejemplo, del caso de
los pipiles, de origen teotihuacano, que, por haber penetrado y vivido
durante algún tiempo en la región del Tajín, hicieron suyos esos ele­
mentos culturales.
Otro tipo de creación, típica de un ámbito en particular, dentro de
esta región, es la que se conoce corno "cerámica de Remojadas". Tal es
el nombre de la localidad, cercana al puerto de Veracruz, en donde
han sido más abundantes los hallazgos en cuestión. Se trata de cabezas
y en ocasiones figuras completas con sonriente expresión. Las actitudes
de estas figurillas, en contraste con las efigies hieráticas tan frecuentes
en Mesoarnérica, han sido interpretadas corno testimonio de la alegría
de vivir, propias de los habitantes de esta región de luz y calor.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 59

Difícil sería pretender describir las formas de organización políti­


ca y social que tuvieron vigencia en el Totonacapan del periodo clási­
co. La serie de edificaciones del gran centro de El Tajín es ya prueba
elocuente de la existencia de eficientes estructuras administrativas.
Algunos arqueólogos consideran que, en el clásico temprano El Tajín
surgió a modo de retoño o brote secundario de Teotihuacan. La in­
fluencia de la gran metrópoli del Altiplano es visible en la cerámica y
en la arquitectura. Siglos más tarde, cuando había ocurrido ya el co­
lapso teotihuacano, la cultura de El Tajín mantuvo por bastante tiem­
po su capacidad de propagarse. En este sentido correspondió a la
versión veracruzana de la civilización clásica de Mesoamérica actuar
hasta el siglo X d. C., como fuerza de transición con respecto a los pue­
blos que llegaron a desarrollarse durante el periodo posclásico.

Florecimiento clásico de los hunstecos

En un área geográfica vecina de la anterior -norte de Veracruz, sur


de Tamaulipas y regiones colindantes de San Luis Potosí e Hidalgo­
llegó a consolidarse otra importante forma de desarrollo cultural. Nos
referimos al florecimiento clásico de un grupo de filiación lingüística
mayanse que quedó separado de sus hermanos del sur.
Según parece, desde los tiempos del preclásico inferior, gentes
emparentadas de diversas formas con los pueblos mayas meridiona­
les, con los olmecas totonacos, se habían establecido en la zona coste­
ra, particularmente en las orillas del río Pánuco. Tales gentes habrían
de conocerse mucho más tarde con el nombre de huastecos.
La periodización adoptada en este caso por los arqueólogos per­
mite percibir -de modo parecido al desarrollo cultural del centro de
Veracruz- una fase de clásico temprano (300-650 d. C.) y otra poste­
rior (650-900 d. C.) Desafortunadamente las investigaciones realiza­
das en la zona huasteca han sido aún más escasas. Debido a esto sólo
pueden ofrecerse algunas consideraciones de carácter general.
En primer lugar parece ser que, en sus inicios, el clásico huasteco
se vio influido tanto por las culturas del sur veracruzano como por la
civilización teotihuacana que, hacia el siglo III d. C., había alcanzado
ya importantes logros. Esta última influencia es visible en la cerámi­
ca, en la elaboración de "figurillas-retratos" y en la arquitectura con
la aplicación del talud y los tableros. La propagación de elementos
del centro de Veracruz se muestra en los juegos de pelota, los yugos
y palmas.

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60 0BRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Importantes recintos ceremoniales huastecos de este periodo se


yerguen, entre otros sitios en la región del Pánuco, El Ébano, Tampo­
soque (Tamaulipas), Tamuín, Tancanhuitz y Huaxcamá (San Luis Po­
tosí), Huilocintla, Castillo de Teayo, y Amatlán de los Reyes (Veracruz),
Vinasco (Hidalgo) y Ajalpan (Querétaro).
La existencia de conjuntos planificados de edificaciones, con tem­
plos de planta rectangular o circular, tumbas, pinturas murales, lápi­
das con inscripciones y esculturas preciosamente talladas en piedra,
es todo ello testimonio de que los huastecos participaron asimismo de
modo sobresaliente en la gran etapa del clásico mesoamericano. A
modo de ejemplo del grado de refinamiento que alcanzaron, mencio­
naremos, entre sus mas famosas creaciones, la escultura conocida como
del "adolescente huasteco", sacerdote de Quetzalcóatl; la lápida de
Huilocintla con otro guardián de los dioses haciendo penitencia y de­
jando caer su sangre que bebe el monstruo de la tierra, y la represen­
tación en piedra de Ehécatl, deidad del viento, con su gorro cónico,
encontrado en Castillo de Teayo, Veracruz.
Seguramente cuando se amplíen y profundicen nuestros conoci­
mientos acerca del periodo clásico entre los huastecos, serán muchas
las sorpresas que nos saldrán al paso como testimonio de lo que fue el
gran florecimiento de los que cabe describir como "mayas septentrio­
nales". El papel desempeñado por estos en los tiempos del posclásico
siguió siendo bastante significativo. Prueba nos la dan los textos en
lengua náhuatl y otros relatos de los cronistas que, de varias formas,
se refieren a los huastecos.
Entre otras cosas habrá de ponderarse su sabiduría como supues­
tos o reales inventores del arte de interpretar los sueños, y de varios
sistemas de escritura y cómputos calendáricos. Como tierra fértil y rica
en mantenimiento se consideró tradicionalmente a la Huasteca. Re­
proche a sus habitantes fue tenerlos con frecuencia como gente un tanto
libertina, amante de la bebida que embriaga, y poco cuidadosa de la
moral en materia de vestido. A su debido tiempo, el pueblo huasteco
volverá a hacérsenos así presente, sobre todo en sus ulteriores contac­
tos con los habitantes del Altiplano hasta los días de los mexicas.

El clásico entre los zapotecas

El desarrollo cultural en tierras oaxaqueñas ha sido, por fortuna, objeto


de más penetrantes formas de investigación. Esto ha permitido preci-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 61

sar lo más sobresaliente en su trayectoria, así como la serie de in­


fluencias que recibió del exterior desde época bastante temprana.
Ya hemos mencionado que, desde cerca de 800 a. C., hubo allí una
primera forma de penetración cultural olmeca. Algo más tarde, coin­
cidiendo ya con el preclásico superior, la difusión de otros elementos,
también de las costas del Golfo de México, dejó más honda huella en­
tre los zapotecas de Monte Albán y otros sitios de los valles centrales.
Los arqueólogos, que han establecido divisiones o etapas para
enmarcar las transformaciones culturales de los zapotecas, adopta­
ron también en éste caso, un sistema particular de periodización. Di­
fiere éste de las divisiones cronológicas introducidas por otros colegas
suyos en relación con desarrollos como los de Teotihuacan, Veracruz
o las varias regiones mayanses. Para superar esta divergencia de cri­
terios, es necesario establecer pertinentes correlaciones entre dichos
sistemas.
Al tratar de la cultura zapoteca se habla de cinco etapas diferentes.
El lapso durante el cual se recibió la influencia procedente del Golfo
(700-300 a. C.), se designa como Monte Albán-I, no por estar restringido
a ese sólo sitio, sino por ser el más conocido en el ámbito zapoteco. La
siguiente fase, nombrada Monte Albán-II (300 a. C.-100 d. C.), coinci­
dió en Oaxaca con los últimos siglos del preclásico superior y el pri­
mero de esplendor clásico en Teotihuacan. La importancia de este lapso
se deriva de su carácter formativo, tiempo de cambios con otras in­
fluencias externas. Estas vinieron de ámbitos culturales de Chiapas y
Guatemala. Recordemos lo dicho sobre sitios como Chiapa de Corzo
e !zapa, este último en las costas, cerca de la frontera de Guatemala,
donde gentes de filiación mayanse habían alcanzado considerable de­
sarrollo desde algunos siglos antes de la era cristiana.
En nuestro estudio -referido al periodo clásico- nos fijaremos
en lo que ocurrió a lo largo de las llamadas por los arqueólogos épo­
cas de Monte Albán III-A (200-500 d.C.) y Monte Albán III-B (500-800
d. C.). Integran esos dos subperiodos, en conjunto, casi seis siglos, el
tiempo de máximo florecimiento de la civilización en el ámbito za­
poteca. Por lo que toca a fases posteriores, las designadas como Mon­
te Albán-IV y V , rebasan ya el periodo clásico y abarcan incluso el
momento de la supremacía de otro pueblo: los mixtecos.
Hacia 100 d. C., no sólo en Monte Albán sino también en múlti­
ples lugares de los valles centrales de Oaxaca y más allá de éstos, se
acentúan los cambios de signo positivo. También es perceptible otro
tipo de influencia, venida ahora de Teotihuacan. Recordemos que allí
el clásico (Teotihuacan II) se había iniciado con anterioridad. La irra-

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62 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

diación teotihuacana se vuelve patente en la cerámica, la arquitectura


y el sentido de planificación, adoptado también por los zapotecas. Si
bien éstos estaban ya en posesión de descubrimientos tan importan­
tes como la escritura jeroglífica y los cómputos calendáricos, hicieron
suyo cuanto de bueno les llegó. Lejos de una sujeción a Teotihuacan,
hubo entre ambos pueblos intercambio comercial. Interesante vesti­
gio de esto es el hallazgo en el recinto teotihuacano de una pequeña
casa con una tumba y diversas ofrendas, todo ello con características
correspondientes a Monte Albán-III.
De la fase Monte Albán III-A (200-500 d. C.) puede decirse que
marca el arranque de una evolución cultural propia, más que nunca
característica de los zapotecas. Ya desde las épocas anteriores es visi­
ble la formación de un estilo propio, tanto en la cerámica -por ejem­
plo la aparición de las urnas funerarias- como en la arquitectura, no
ya sólo en Monte Albán sino en otros lugares. Las urnas zapotecas son
vasos con decoración rica en símbolos y con frecuentes representacio­
nes de figuras humanas, deidades y animales. Al decir de algunos es­
pecialistas, tales vasos-efigies, o sea las urnas funerarias zapotecas, no
tienen igual entre las producciones de Mesoamérica o de cualquier otro
sitio. Acerca del uso que se les daba, se sabe que constituían a modo
de ofrendas, tanto en algunas tumbas como en los templos.
El estudio de los personajes representados en las urnas, al igual que
de las pinturas en el interior de las tumbas ha contribuido al conoci­
miento de las deidades veneradas por los zapotecas. Lugar prominente
ocupaban Cocijo, señor de la lluvia, equivalente al Tláloc del Altiplano;
Quetzalcóatl, como serpiente emplumada y como dios del viento; Xipe­
Tótec, el señor desollado; Xochipilli, príncipe de las flores; el supremo
señor Pije-Tao, cuyo ser probablemente implicaba el desdoblamiento
en la pareja creadora, masculino y femenina, Pitao Cozana y Pitao
Cochaana.
A lo largo de Monte Albán III-A el sentido de planificación, plena­
mente asimilado a la tradición zapoteca, había logrado realizaciones
como la del gran centro ceremonial de Monte Albán o los de Yagul,
Zaachila y Teotitlán, para solo mencionar unos cuantos. Al parecer,
como en el caso de Teotihuacan, las formas de organización social, polí­
tica, económica y religiosa de la nación zapoteca habían logrado gran
desarrollo. Al lado de los gobernantes supremos, los jerarcas religiosos
y otros muchos dignatarios, se habían constituido grupos cuya vincula­
ción, además de apoyarse en razones de parentesco, dependía asimismo
de intereses o actividades en común. Tal sería el caso, por ejemplo, de
los artesanos y comerciantes. A las tareas del campo -como en la ma-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 63

yor parte de Mesoamérica- se dedicaba en elevado porcentaje, la lla­


mada gente del pueblo.
Hacia el siglo VI d. C., -Monte Albán III-B- la plenitud del clási­
co era una realidad entre los zapotecas. Aunque desconocemos si lle­
gó a haber entre ellos una gran confederación o alguna especie de
imperio o estado más o menos unificado, consta por la arqueología
acerca de su considerable expansión por los cuatro rumbos de lo que
hoy es Oaxaca. Contra lo que muchos investigadores habían supues­
to, podemos afirmar que algunos de los que se pensaba eran meros
centros rituales, o conjuntos de edificaciones con propósitos básica­
mente religiosos, tuvieron el carácter de ciudades y aun metrópolis.
Ello ha podido comprobarse sobre todo en Monte Albán. Allí, hacia el
año 700 d. C., las construcciones de carácter religioso y administrati­
vo, en las elevadas plataformas, habían alcanzado su máxima exten­
sión. A la vez, en una serie de terrazas, construidas en las laderas, hay
vestigios de más de 2 500 casas-habitación. Ello permite afirmar que,
para esas fechas, existía allí una auténtica metrópoli con, por lo me­
nos 25 000 habitantes. En lo que toca a la fuerza de expansión, se ha
afirmado también que en los valles centrales de Oaxaca hubo enton­
ces una población tanto o más numerosa que la que al presente vive
allí. De hecho las zonas arqueológicas allí localizadas superan al nú­
mero de pueblos habitados en la actualidad.
Hacia 800 d. C., se inició la decadencia de Monte Albán, prenuncio
del fin del clásico entre los zapotecas. A diferencia de lo que ocurrió
en Teotihuacan, recintos como los de Monte Albán y otros de Oaxaca,
no fueron nunca abandonados del todo. Las gentes que quedaron,
eclipsada ya la antigua capacidad creadora, habrían de mezclarse en
varios casos, con los grupos dominadores de buena parte de las tie­
rras oaxaqueñas. Nos referimos a los mixtecos cuyo florecimiento ocu­
rrió ya en el periodo posclásico o, como dicen los arqueólogos, en la
época Monte Albán-V.

El clásico en el área del occtdente de Mesoamérica

Con la expresión "occidente mesoamericano" se designa a un amplio


territorio que comprende parte de los actuales estados de Guerrero,
Michoacán, Colima, Jalisco, Nayarit y Sinaloa. La geografía de esta
vasta extensión presenta rasgos y diferencias regionales de conside­
rable interés. En general puede hablarse de una faja costera, en algu­
nas partes bastante estrecha y en otras más amplia, que contrasta con

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64 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

las grandes elevaciones de la Sierra Madre Occidental y del Sur. Des­


tacan asimismo extendidas mesetas, varias cuencas lacustres y co­
rrientes fluviales. Entre las cuencas lacustres cabe mencionar las de
Cuitzeo, Pátzcuaro y Chapala. Ríos importantes son el Balsas en el ex­
tremo sur de la zona; el que forma el sistema Lerrna-Santiago; así
corno los de Culiacán; Mocorito y Sinaloa. A partir del norte de Jalis­
co, y a lo largo de la llanura costera de Nayarit y Sinaloa hasta el río
Culiacán, se extiende lo que algunos investigadores han descrito
corno "corredor de la costa occidental". Tal paso o corredor propició
desde los tiempos prehispánicos diversas formas de contacto e inter­
cambio cultural.
Hemos mencionado que en diversos lugares de esta zona, desde
el periodo preclásico, proliferaron aldeas de agricultores y alfareros.
Señalarnos también que la irradiación de la alta cultura olrneca se dejó
sentir en numerosos sitios, sobre todo de la porción sur de la zona.
Pueden recordarse a este propósito los hallazgos, típicamente olrnecas,
de cerámica y esculturas principalmente en andesita y serpentina, pro­
cedentes de Guerrero, y conocidas corno de "estilo Mezcala", ya que
muchas se encontraron en las inmediaciones del río de ese nombre. Tan
grande ha sido el número de piezas de tipo olrneca localizadas en terri­
torio de Guerrero y de parte de Michoacán que algunos arqueólogos
pensaron durante cierto tiempo que la cuna de la alta cultura madre,
en vez de situarse en las costas del Golfo, debía buscarse en la región
de que estarnos tratando. Aunque esta hipótesis ha sido desechada, el
solo hecho de que pudiera plantearse corno verosímil, es indicio del
aprecio en que se han tenido los logros culturales de los antiguos ha­
bitantes de la región, especialmente su cerámica y su arte escultórico.
Respecto de lo que ocurrió más tarde -es decir ya en el periodo
clásico-en las distintas regiones que integran el occidente de Meso­
arnérica, debernos confesar que nuestro conocimiento continúa sien­
do bastante limitado. Ello se debe tanto a la falta de investigaciones
arqueológicas más amplias y sistemáticas corno a la ausencia de otros
testimonios históricos que pudieran arrojar alguna luz. En realidad, de
este último tipo de fuentes sólo hay algunas que pueden informarnos
sobre la etapa final del posclásico, es decir en los tiempos cercanos ya a
la conquista española, cuando florecía el pueblo tarasco o purépecha.
En consecuencia, el estudioso de lo que fue el periodo clásico en esta
amplia zona tiene que circunscribirse a lo poco que se sabe gracias a
la arqueología.
De manera general puede afirmarse que el desarrollo del clásico
no alcanzó aquí el esplendor que tuvo en otras áreas corno la del Alti-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 65

plano central, la de Oaxaca o la del ámbito maya. Es cierto que hubo


en el occidente mesoamericano influencias y penetraciones culturales,
recibidas a lo largo de este periodo, sobre todo de Teotihuacan. Tales
influencias no implicaron, sin embargo, la creación de centros urba­
nos o de importantes recintos ceremoniales. Se han hallado tan sólo
edificaciones relativamente menores de entre las que cabe citar, como
muestra, las de El Otero, cerca de Jiquilpan en Michoacán. Hay allí
plataformas, un juego de pelota y otros montículos en torno a varias
plazas. Otras estructuras han sido exploradas en territorio de Colima,
Jalisco y Nayarit. Son de particular interés varias tumbas con cámaras
sepulcrales, en las que se ha hallado abundantes y preciosas piezas de
cerámica. Tampoco son raras las maquetas de templos, casas y juegos
de pelota, indicio que no debe pasarse por alto como testimonio de
una arquitectura que, por ejemplo en Colima, incluyó edificaciones con
basamentos y escalinatas.
Por otra parte, no se ha descubierto vestigio alguno de existencia
de escritura en esta zona. Ésta y las antes mencionadas limitaciones,
contrastan con los numerosos y muchas veces extraordinarios hallaz­
gos de piezas de cerámica. Aunque es verdad que en algunas cabe per­
cibir influencias de otras zonas, en especial de Teotihuacan, no hay
duda de que la alfarería de occidente tiene personalidad inconfundi­
ble. Dado que -a diferencia de otras regiones de Mesoamérica- aquí
no se emplearon moldes, cuanto se produjo fue obra que salía indi­
vidualizada de las manos del alfarero.
Al lado de una gran variedad de vasijas, sobresale el rico conjunto
de figuras de plantas, animales, seres humanos e incluso de escenas de
la vida diaria, o de ceremonias rituales. De ello hay numerosos ejem­
plos en la cerámica, finamente pintada, de Nayarit y Jalisco. A su vez,
del clásico en Colima pueden recordarse también las representaciones
de músicos y bailarines, personajes deformes, guerreros, jefes, ancia­
nos, mujeres realizando diversas tareas, parejas que se hacen el amor,
aguadores, cargadores, escultores, tejedores y asimismo las efigies en
barro de los propios alfareros.
Acerca de las creencias religiosas de los diversos pobladores de la
zona de occidente durante el periodo clásico, es también muy poco lo
que hasta ahora se sabe. Cabe citar únicamente hallazgos de represen­
taciones de deidades con los atributos de Huehuetéotl, "el dios viejo",
de la diosa madre y de la divinidad de la lluvia. El culto a los muertos
y la idea de una supervivencia en el más allá se nos muestran en las
tumbas, bastante frecuentes en la zona. En algunas de ellas, sobre todo
en el valle de Colima, junto con otras ofrendas, han aparecido repre-

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sentaciones en barro de perrillos, los famosos xoloitzcuinth Su presen­


cia, al lado del muerto, ha sido interpretada a veces en términos de la
creencia, vigente en el Altiplano central, de que quienes morían de­
bían ir al más allá acompañados por un perrillo.
En resumen -aun cuando el clásico no alcanzó en esta área el de­
sarrollo que tuvo en otras de Mesoamérica- puede decirse, en cam­
bio, que gracias a la gran variedad de representaciones en su rica
cerámica, nos es dado entrever algo de lo que fue el existir cotidiano
de quienes allí vivieron. Y no hay que desechar, por otra parte, la po­
sibilidad de nuevos y tal vez reveladores descubrimientos cuando se
incrementen las investigaciones arqueológicas en esta tan extensa zona.

El esplendor clásico de los mayas

Fueron probablemente los distintos pueblos de cultura y lenguas


mayanses los que alcanzaron, en muchos aspectos, el más elevado
desarrollo durante el periodo clásico en Mesoamérica. Como un reco­
nocimiento de su gran capacidad creadora se les ha llegado a atribuir
el título de "griegos del Nuevo Mundo". Al ocuparnos ahora de lo que
llegó a ser el florecimiento clásico de los mayas en el extenso ámbito
geográfico abarcado por ellos, aunque obviamente nos mantendremos
dentro de los límites de la civilización mesoamericana, habremos de re­
basar, en cambio, las fronteras de lo que hoy es México. Como vamos a
verlo, el esplendor clásico maya se hizo realidad en los actuales estados
de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo, así como en
Guatemala, Belice y algunas porciones del occidente de Honduras.
Desde dos puntos de vista puede describirse la gran zona habita­
da por los mayas. Por una parte cabe hablar de tierras altas y bajas.
Por otra se suelen establecer tres divisiones regionales: del sur, del cen­
tro y del norte. Aquí tomaremos en cuenta uno y otro criterios.
En la región sur se hallan las tierras altas. Estas, con elevaciones
que van de los 400 a más de los 4 000 m, se localizan básicamente a lo
largo de la Sierra Madre de Chiapas y de los Andes Centroamericanos
y sus estribaciones. Esta gran cadena de montañas, con un cierto nú­
mero de mesetas, constituye una especie de semicírculos que va del
oeste, al sur y sureste. Atributos de las zonas altas son la intermitente
actividad de sus volcanes, varias cuencas lacustres, bosques de coní­
feras, un ciclo de lluvias entre mayo y octubre, un clima que llega a
ser bastante frío en invierno.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 67

En la vertiente al Pacífico, esta región abarca también una planicie


o faja costera. El interés de la región sur -tanto la costa como las tie­
rras altas- proviene de que allí tuvo lugar un temprano florecimien­
to, antecedente del esplendor clásico maya. Recordemos, por ejemplo,
los logros en sitios como Izapa todavía durante el preclásico. Más tar­
de, en las tierras altas, donde hasta hoy viven grupos mayas como los
tzeltales, tzotziles, quichés, cakchiqueles, mames, kekchís y pokomanes,
las transformaciones del clásico sólo parcialmente se dejaron sentir. La
región es también digna de atención por haber sido camino de penetra­
ción de algunos grupos de idioma náhuatl, procedentes del centro de
México en los tiempos que siguieron a la ruina de Teotihuacan.
La región del centro comprende las tierras bajas en la gran cuenca
del río Usumacinta con lo que hoy se conoce como departamento del
Petén, al norte de Guatemala; las tierras vecinas, desde Tabasco hasta
el sur de Campeche y de Quintana Roo; Belice y el occidente de Hon­
duras. Esta región, con salidas al Golfo y al Caribe, se caracteriza por
ser en buena parte una sabana o llanura, con sólo algunos montes ba­
jos. También hay en ella varios lagos como los de Petén Itzá e Izabal
en Guatemala. Existen en la región extensas superficies cubiertas por
selva de tipo tropical. Además del Usumacinta, corren en ella otros
ríos como el Lacantún, el Hondo, el Belice y el Motagua. En general,
el clima es húmedo y caliente.
En la región central ocurrió el inicio del clásico maya probable­
mente desde el siglo III d. C. Allí, entre los ancestros de los actuales
grupos mayanses -los chontales, choles, lacandones, chortís y mo­
panes- el desarrollo de esta civilización llegó a sus más altas cimas.
Ello es evidente en los grandes centros que allí se edificaron, en el gran
número de estelas con inscripciones, en la precisión de los cómputos
calendáricos y, en una palabra, en el conjunto de las creaciones descu­
biertas por los arqueólogos.
Finalmente, la región norte está formada por la mayor parte de la
península de Yucatán. En otras palabras, aproximadamente a partir de
la laguna de T érminos y de la bahía de Chetumal hacia el norte. Desde
el punto de vista geográfico esta región se caracteriza por ser una llanu­
ra caliza, muy porosa y de escasa elevación. Fuera de los montes o coli­
nas Puuc al noroeste no existe sistema montañoso alguno. Tampoco hay
corrientes fluviales. Son de notarse, en cambio, los cenotes, vocablo deri­
vado del maya dzonot, "hondonada, abismo". Los cenotes son agujeros
circulares, a veces bastante profundos, formados por el desmoronamien­
to de cuevas o fallas subterráneas. En los cenotes aflora el agua de llu-

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68 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

via filtrada a través de la superficie porosa de la tierra. Por ello, en tor­


no a los cenotes prosperaron muchas veces los centros de población.
Los grupos indígenas que hasta hoy habitan esta región hablan el
maya yucateco. Conviene destacar asimismo que en esta porción norte
de la gran zona maya la influencia del Altiplano de México se dejó sen­
tir mucho más que en la región central y ello en distintos momentos.
Añadiremos que, en tanto que la mayor parte de los establecimientos
del ámbito central quedaron abandonados al fin del clásico, muchos sub­
sistieron y aun se renovaron en la región norte.

Fuentes para estudiar la cultura maya

Son relativamente abundantes las fuentes y testimonios que se conser­


van. No significa ello que su esclarecimiento sea siempre fácil. Primer
lugar ocupa el gran conjunto de hallazgos logrados por los arqueó­
logos. Tales descubrimientos están sobre todo ligados con los múlti­
ples centros o recintos sagrados que han sido objeto de investigación.
Para dar una idea del número de estos centros, diremos que son va­
rios centenares los hasta ahora conocidos y de considerable importan­
cia a lo largo del clásico.
De entre la amplia variedad de hallazgos tienen lugar especial las
inscripciones en estelas y otros monumentos, e incluso en objetos corno
determinadas piezas de cerámica. Además de la extraordinaria abun­
dancia de inscripciones, sólo en parte descifradas, consta también de la
existencia de libros y códices desde este periodo. En ellos los sacerdotes
y sabios consignaban sus conocimientos religiosos, calendáricos, histó­
ricos y sobre otros ternas. Aunque sólo se conservan tres códices mayas
prehispánicos -procedentes del periodo posclásico- conviene hacer
en este punto dos consideraciones. Por una parte en esos tres códices,
de los que nos ocuparemos más adelante, hay no pocos elementos cul­
turales heredados del periodo clásico por lo que son de interés para el
estudio del mismo. Por otra, un descubrimiento arqueológico nos con­
firma la existencia de libros semejantes desde el periodo que aquí nos
interesa. Se trata del hallazgo realizado en El Mirador, Chiapas, de uno
de estos manuscritos. Su contenido desgraciadamente no ha podido
estudiarse por el estado de solidificación en que se halla, cual si fuera
un bloque a modo de ladrillo. Esperemos al menos que, gracias al de­
sarrollo de la técnica, podrá encontrarse algún método que permita
bien sea la separación de las diecisiete páginas o capas que contiene o
alguna forma de reproducción de lo que en ellas está pintado.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 69

Testimonios, asimismo de gran interés, en ocasiones relacionados


con creencias y aun acontecimientos del clásico, son los varios escri­
tos, tardíamente redactados en lenguas mayanses por indígenas que
sobrevivieron a la conquista española y que muchas veces preserva­
ron tradiciones de considerable antigüedad. Como ejemplo mencio­
naremos los libros de Chilam Balam, procedentes de Yucatán, Quintana
Roo y Campeche, así como el Popo/ Vuh del área guatemalteca. Final­
mente son también fuente de información las obras de algunos cro­
nistas españoles del siglo XVI.
La existencia de esta variedad de testimonios, en especial los gran­
des hallazgos de la arqueología que han abierto el camino para la res­
tauración de los centros mayas, sus edificios, pinturas, estelas, cerámica
y otras creaciones, permite entrever algo de lo que fue el esplendor
cultural de quienes habitaron esta vasta zona de Mesoamérica.

Los comienzos del clásico maya y la "cuenta larga"

Según parece, los inicios del clásico entre los mayas deben situarse
hacia 300 d. C., o un poco antes cuando existen ya en la región cen­
tral inscripciones calendáricas según el complejo sistema de la "cuen­
ta larga".
Como ya lo vimos, aunque este sistema comenzó a desarrollarse en
el área olmeca (recuérdese la estela C de Tres Zapotes) y también en el
preclásico, por el rumbo de Chiapa de Corzo (estela 2, con una fecha
equivalente a 36 a. C.), fue en la región central de la zona maya donde
alcanzó su mayor perfección. Brevemente diremos que el sistema de la
cuenta larga consistía en computar el tiempo inscribiendo, con sus co­
rrespondiente número y jeroglífico, los varios ciclos que habían trans­
currido. Los ciclos que debían tomarse en cuenta eran estos: kin (día);
uinal (20 días); tun (año o suma de 18 uinales = 360 días); katun (20
tunes o años); baktun (20 katunes o, computado en días= 144 000).
Los mayas inscribían en sus estelas, en orden decreciente, de arriba
a abajo, los distintos ciclos transcurridos, tomando siempre como pun­
to de referencia en sus cómputos una especie de remoto principio de su
cronología situado, en términos de nuestro calendario, 3113 a. C. Tal fe­
cha, al decir de algunos investigadores, era posiblemente la que asigna­
ban los mayas al inicio de la actual edad del mundo y de su nuevo sol.
El sistema de la cuenta larga se perfeccionó con la elaboración de fór­
mulas de ajuste y corrección. Así, gracias a ello, pudo computarse la
duración del año astronómico con asombrosa precisión: un diezmilésimo

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más cerca que en el caso del calendario gregoriano. Añadiremos, final­


mente, que tal sistema era como columna vertebral con la que debían
correlacionarse todas las otras formas de medición cronológica.
Entre las inscripciones más antiguas de la región central, expresa­
das con la precisión de esta cuenta, recordaremos la llamada "placa de
Leyden" (por haberse llevado a tal lugar de Holanda), encontrada cerca
de Puerto Barrios, en la costa guatemalteca del Caribe. Ostenta ella una
fecha correspondiente a 320 d. C. A su vez la estela 9 de Uaxactún, en
El Petén (Guatemala), registra un cómputo que equivale al 9 de abril
de 328 d. C. En fin debemos citar el hallazgo de la estela 29 de Tikal,
también en El Petén, erigida, según su inscripción, en 292 d. C. Ob­
viamente la presencia de tales registros calendáricos, inscritos en es­
telas de sitios diferentes, implica -como ya lo dijimos- que tanto
la cuenta larga como el arte de la escritura mayas se fueron elabo­
rando, tras aceptarse probablemente la influencia de otras áreas cul­
turales mesoamericanas, en tiempos más antiguos, desde la etapa
formativa o preclásica.
Los arqueólogos distribuyen el clásico maya en dos épocas: tem­
prana o "Tzacol" (300-600 d. C.) y tardía o "Tepeuh-Puuc" (600-900
d. C). Veamos a continuación cuáles fueron, durante ambas épocas las
más sobresalientes creaciones de los mayas en las distintas regiones
que habitaron.

La agricultura y el desarrollo de los mayas

El desarrollo de esta cultura, estuvo condicionado en alto grado por


las posibilidades y medios de aprovechamiento de los recursos natu­
rales, en especial de aquellos de los que dependía la subsistencia. De
modo general puede decirse que buena parte de las tierras altas y ba­
jas dentro de esta zona lejos estaban de constituir un medio ideal para
la agricultura. Los mayas la practicaron, sin embargo, en una forma
que hoy se reconoce, cada vez más, como muy adecuada. Nos referi­
mos al llamado sistema de roza que consiste en limpiar o desmontar
un área determinada, quemando luego los árboles y yerbas que se han
cortado para fertilizar el mismo terreno. Así, en el momento adecua­
do puede procederse allí a la siembra. Ésta, que será de maíz, calaba­
za, frijol o chile, podrá repetirse en ese sitio tan sólo durante un cierto
número de años. La razón de ello es que la milpa o sementera cultiva­
da varias veces, comienza a cansarse, es decir a ofrecer escaso fruto.

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Era necesario buscar entonces otro lugar para iniciar allí de nuevo el
proceso de la roza, desmonte y quema.
El sitio que había sido abandonado había producido tal vez por
diez años consecutivos en las tierras altas; o por sólo dos en las áreas
bajas del centro y norte. Ahora bien, en todos los casos las tierras te­
nían que descansar para recobrar un cierto grado de fertilidad. Y tam­
bién en esto había diferencias: en las tierras altas bastaba una
interrupción de cinco años; en la región del Petén -la más favorecida
desde otros puntos de vista, corno el de la abundancia de agua- se
requerían de cuatro a siete, y en el norte yucateco -con su superficie
caliza- de quince a veinte años. Tal vez estos datos ayuden a com­
prender tanto la necesaria y frecuente movilidad de los mayas, reque­
ridos a encontrar nuevas tierras de cultivo, corno el hecho de que fuera
la región central la más propicia para el desarrollo de su cultura.

La región sur

Vimos, al ocuparnos de Teotihuacan, que dicha metrópoli ejerció con­


siderable influencia en sitios corno Karninaljuyú, en la región sur, dentro
de las tierras altas de Guatemala. Allí la presencia de gentes portadoras
de elementos provenientes del Altiplano mexicano, confirió a los ha­
bitantes nativos de origen rnayanse atributos que para siempre los dis­
tinguieron de sus hermanos de las tierras bajas. Así, por ejemplo, sus
centros de culto, y las representaciones de dioses más nos recuerdan
los del ámbito teotihuacano que los del mundo maya. Por otra parte,
curiosamente, aun cuando en esa región sur, desde fines del preclásico
se había introducido una incipiente forma de cómputos al modo de la
cuenta larga, con el advenimiento de la influencia de Teotihuacan, di­
cho sistema quedó en total desuso.
Podernos anticipar, por otra parte, que esta misma región sur, había
de ser más tarde objeto de otras formas de penetración. Sus habitantes,
algún tiempo después del fin del clásico en Teotihuacan, entrarían en con­
tacto con grupos de pipiles o "nobles" de idioma náhuatl a los que
oportunamente volveremos a referirnos.

La región central

Si bien con muchas limitaciones, algo es lo que conocernos sobre la


evolución cultural maya en la región central, donde florecieron mu-

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chas centros cuyos vestigios dan testimonio del extraordinario esplen­


dor que tuvo allí el periodo clásico. Tan numerosos fueron esos cen­
tros que pretender una mera descripción de los principales exigiría
un estudio especial. Nos limitaremos, por tanto, a una visión de con­
junto que nos ayude a percibir el tipo de cambios y creaciones cultu­
rales que allí se produjeron.
Algunas de las que habían sido comunidades de escasa importan­
cia, establecidas en el área del Petén, en la cuenca del Usumacinta o
en la del Motagua, en Honduras, empezaron a transformarse. Su de­
sarrollo se vio influido por la aplicación de las técnicas agrícolas a las
que nos hemos ya referido. El aumento de población se volvió cada
vez más notorio. Cabe pensar que se fueron consolidando más com­
plejas formas de organización social, política, económica y religiosa.
El grupo de los nobles, al que pertenecían los sacerdotes, gobernan­
tes, sabios y jefes guerreros, ejercía ya gran prepotencia sobre la masa
del pueblo dedicado sobre todo a las labores agrícolas. En tal contexto
cultural, las influencias procedentes del exterior -sobre todo el área
de Izapa y región de Veracruz-Tabasco- iban a ser factor de fecunda­
ción que fructificó al fin en creaciones que cuentan entre las más nota­
bles de Mesoamérica.
Imaginemos a vuelo de pájaro, lo que era la gran superficie de tie­
rras bajas, cubiertas en gran parte por selva tropical. Sobre todo en
las inmediaciones de los ríos o de algunos lagos, abundaban ya las
extensiones desmontadas para dar lugar a la agricultura. En tanto
que muchas de ellas eran objeto de cultivo, otras, agotada su fertilidad,
descansaban durante un cierto número de años. En las inmediaciones
de los grandes conjuntos de tierras taladas en la selva comienzan ya a
surgir las edificaciones de los centros mayas. Están formados éstos por
construcciones debidamente planificadas que incluyen distintos basa­
mentos, estructuras piramidales con templos y santuarios, palacios,
juegos de pelota, todo ello en torno a plazas y calzadas. Allí se cele­
braban las fiestas y ceremonias rituales, de acuerdo siempre con las
medidas del tiempo. Allí residían los guardianes de los templos y pa­
lacios y también, al menos por lapsos determinados, los más altos
dignatarios, sacerdotes, jefes guerreros y gobernantes. En los alrede­
dores inmediatos, solía haber otras edificaciones frecuentemente resi­
dencia de nobles mientras que en un contorno más amplio estaban las
chozas de materiales perecederos, tal vez en pequeños agrupamientos,
donde vivía la gente del pueblo.
Una imagen como ésta debieron ofrecer -con sus variantes loca­
les- los centros mayas de los que hoy conocemos las ruinas en aban-

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 73

dono o la moderna restauración de sus vestigios. Recordemos a Tikal,


la fundación más importante en el Petén, que llegó a tener los tem­
plos y pirámides más elevados en todo el ámbito maya. En Tikal, como
ya lo dijimos, se ha descubierto la estela maya de fecha más antigua:
292 d. C. A no dudarlo este gran centro alcanzó considerable influen­
cia en una vasta región. Muchas fueron las estelas que allí se erigie­
ron. Las inscripciones son asimismo frecuentes en altares, dinteles y
en otros elementos arquitectónicos.
Se ha discutido si puede o no adjudicarse a centros como éste el
atributo de haber sido una auténtica ciudad. La mayoría de los ar­
queólogos rechaza tal designación. Por nuestra parte pensamos que,
en realidad, fundaciones o establecimientos como el de Tikal no difie­
ren tan radicalmente, como se supone, de lo que se entiende por una
ciudad. ¿No están constituidas éstas, incluso en la actualidad, por un
centro donde se yerguen las edificaciones de carácter religioso y civil,
que no son obviamente lugar de residencia de la mayoría de la pobla­
ción que, a su vez, vive en torno o en las afueras, a veces en lugares
bastante alejados y aun con cierta dispersión?
Dentro del área del Petén hubo otros centros también con extraor­
dinario florecimiento. Entre ellos sobresale Uaxactún, al norte de Tikal.
Ambos ejercieron, desde el clásico temprano, notoria influencia en otros
lugares dentro de la región central y también de la norteña, o sea en la
porción septentrional de Yucatán. Citaremos el caso de Kalahmul en
Campeche, el recinto maya donde se ha descubierto el mayor número
de estelas con inscripciones. Interesante indicio de contactos e intercam­
bios son los caminos, o sacbé que se construyeron en esta región proba­
blemente desde el clásico tardío. Algunos de esos caminos conectaban
a Uaxactún con otros centros del Petén y aun de fuera de éste.
Pasando ahora al área del río Motagua, en la zona fronteriza en­
tre Guatemala y Honduras, encontramos los importantes centros de
Copán y Quiriguá. Sin atenuar las semejanzas que cabe percibir entre
estos y otros del mundo maya, pueden destacarse también algunas
significativas diferencias. Ni en Copán ni en Quiriguá, que probable­
mente fue una ciudad dependiente de la anterior, se edificaron pirá­
mides o templos tan elevados como los de Tikal. Las construcciones,
generalmente hechas con piedras finamente talladas, hacen pensar que
sus arquitectos se preocuparon por lograr, en cambio, espacios interio­
res más amplios. En Copán y Quiriguá son numerosas las esculturas,
con representaciones de personajes y deidades que aparecen incorpora­
das a las estelas. En Copán hay asimismo extraordinaria riqueza de ins-

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cripciones. Recordemos la escalera que conduce a la llamada Acrópolis,


cuyos sesenta y tres peldaños están cubiertos por textos jeroglíficos.
En relación con Copán añadiremos que fue allí donde probablemen­
te las medidas del tiempo alcanzaron su máximo desarrollo. El estudio
de varias inscripciones ha llevado a precisar que, hacia 682 d. C., en
Copán se había avanzado considerablemente en las mediciones de los
ciclos de la luna. Algo posterior es la inscripción con base en la cual
conocemos la duración que se asignó allí al año solar. Los sabios de
Copán, cuyas efigies se recuerdan probablemente en los bajorrelieves
de un altar, acertaron en sus cómputos en un diezmilésimo más que
el sistema gregoriano que hasta hoy nos rige.
Otra área, también con múltiples vestigios arqueológicos, dentro
de la región central, es la cuenca del río Usumacinta en territorio de
Guatemala, Chiapas y Tabasco. Entre los principales centros sobresa­
len -en las márgenes del río- Yaxchilán (Chiapas); Piedras Negras
(Guatemala) y, algo más alejados, Bonampak, Palenque y Toniná. Es
interesante destacar que algunas estelas y dinteles, tanto de Yaxchilán
como de Piedras Negras, ostentan elementos de procedencia teoti­
huacana, entre otras cosas efigies de Tláloc y representaciones del sig­
no del año, al modo del Altiplano en el periodo clásico. Aun cuando
mucho queda aún por explorarse en esta área, bastante es lo que han
revelado ya los trabajos realizados en Piedras Negras, Palenque y
Bonampak y en menor grado en Yaxchilán. El estudio de varios bajo­
rrelieves con figuras humanas, que aparecen al lado de inscripciones
en dinteles de este último sitio, ha permitido conocer los nombres y
actuaciones de algunos principales jefes. Como un ejemplo diremos
que consta así de la existencia de los miembros de una especie de di­
nastía, llamada de "los jaguares", que participó en diversas guerras
de conquista hacia mediados del siglo VIII d. C.
Palenque es muestra elocuente de lo que llegó a alcanzar el refina­
miento cultural de los mayas. Entre sus edificaciones, construidas a
mediados del siglo VII d. C., destacan el Palacio, los templos del Sol,
de la Cruz, de la Foliada y de las Inscripciones. En el interior de este
último fue donde se halló la célebre "cripta del sarcófago" con el en­
tierro de un noble palencano, muerto hacia principios del siglo VIII d. C.
El arte de Palenque es rico en representaciones de diversos personajes y
de él se ha dicho que constituye testimonio de auténtico sentido hu­
manista maya. El máximo florecimiento de este centro debe situarse
en el clásico tardío. De hecho sus inscripciones ostentan fechas que
corresponden a tal época.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 75

Bonampak, aunque es un centro mucho menor, tiene el atractivo


de sus pinturas murales, que cuentan entre las más extraordinarias y
mejor conservadas del mundo maya. En ellas, al igual que en varias
estelas y bajorrelieves de otros lugares, sobresalen escenas guerreras e
imágenes de lo que era la suerte de los vencidos. La existencia de es­
tos testimonios ha desvanecido la hipótesis, gratuitamente formulada
antes, de que los mayas del clásico fueran un pueblo pacífico. A la par
que hay indicios de que hubo entre algunas ciudades mayas ciertas
formas de confederación, consta que no escasearon los enfrentamientos
bélicos y los intentos de imposición del más fuerte.

La región norte

Hemos mencionado tan sólo algunos de los centros más importantes


en la región central. De parecida forma atenderemos ahora a los que se
fundaron en el ámbito yucateco por excelencia. Respecto de estos cen­
tros prevaleció por mucho tiempo la creencia de que se trataba de es­
tablecimientos considerablemente más tardíos. Llegó a hablarse -apli­
cando ingenuamente una periodización semejante a la adoptada para
el antiguo Egipto-, de un supuesto "viejo imperio", que había floreci­
do en las ciudades de la región central, y de un "nuevo imperio", en el
que, tras el abandono de dichas ciudades, surgieron nuevas fundacio­
nes en el norte yucateco.
Con apoyo en la arqueología podemos afirmar ahora que, incluso
desde el clásico temprano, hubo ya establecimientos de cierta impor­
tancia en el extremo norte de la península. Tal es el caso de los cen­
tros de Dzibilchaltún, situado a unos cuantos kilómetros al sur del
puerto de Progreso; de Acanceh, cerca de Mérida, y de Cobá, hacia
las costas del Caribe. Sin embargo, en tanto que ulteriores exploracio­
nes ofrezcan mayores noticias sobre la primera época del clásico en
esta área, parece pertinente circunscribirse a lo que conocemos respecto
de la época tardía -a partir del año 600 d. C.- cuando el esplendor
clásico fue allí más visible.
Al tratar de esta región distinguen los arqueólogos algunas subáreas.
Hablan así de la de Río Bec, que colinda con el extremo norte del Petén.
En ella hay numerosos centros, entre los que destacan los de Becan, Río
Bec, y Xpuhil. Por sus características. Los centros del ámbito de Río Bec
recuerdan, aunque con menores proporciones, a los del Petén.
Al noroeste de esta subárea está la de los Chenes, en territorio de
Campeche. Sus centros se distinguen por la decoración bastante re-

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cargada que ostentan sus templos. Mencionaremos corno muestra, a


Hochob y Santa Rosa.
Subárea de gran interés es la designada con el nombre de Puuc,
"sierra" en lengua maya, que se localiza en las cercanías de las únicas
elevaciones que hay en la península. Allí se edificaron recintos de gran
importancia que, a diferencia de lo que sucedió con los de la región
central, habrían de tener vida y pujanza permanentes hasta los tiem­
pos de la conquista española. Entre los principales están Uxrnal, Labná,
Kabah y Sayil. Considerado corno centro fuera de la subárea Pucc, pero
vinculado a ella, floreció Chichén-Itzá.
El estilo Puuc ostenta marcada fisonomía en la cerámica, la arqui­
tectura y otras formas de creación. Comparando, por ejemplo, las edi­
ficaciones Puuc con las de Tikal, tanto los templos corno los palacios,
encontrarnos que, a diferencia de la metrópoli del Petén, predomina
ahora la línea horizontal. Las construcciones Puuc casi nunca alcan­
zan considerable elevación. Entre los motivos ornamentales más fre­
cuentes están las grecas escalonadas. Las columnas proliferan, muchas
veces sin tener una auténtica función, es decir a modo de adorno. El
dios de la lluvia, el Cha'ac de los mayas, así corno serpientes estilizadas,
suelen aparecer en los frisos de templos y palacios. Corno muestras
de esta arquitectura mencionaremos el llamado "Cuadrángulo de las
Monjas", o sea el gran Palacio de Uxrnal, formado por cuatro edificios
rectangulares en torno a un patio interior. Asimismo obras maestras,
también en Uxrnal, son el Palacio del Gobernador y las Pirámides del
Adivino; la llamada "Casa de la estera enrollada" en Kabah y el céle­
bre arco de Labná, así corno los palacios que pueden contemplarse allí
mismo y en Sayil.
Acerca de Chichén-Itzá, cuya vida habría de mantenerse y enri­
quecerse también hasta los días de la conquista española, hay que de­
cir que tuvo edificaciones influidas por el estilo Puuc. Entre ellas están
el llamado Templo de los Tres Dinteles y la Casa Colorada. Si la prác­
tica de erigir estelas con inscripciones calendáricas ha de considerarse
corno elemento característico del periodo clásico, añadiremos que en
Chichén-Itzá se tallaron estas formas de escultura hasta casi fines del
siglo IX d. C. Con apoyo en posteriores testimonios escritos en lengua
maya sabernos también que menos de un siglo después, hacia 987 d. C.,
se dejó sentir allí la presencia de invasores procedentes, en última ins­
tancia, de la región del Altiplano central de México. Cuanto entonces
ocurrió rebasa ya los límites del periodo clásico.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 77

Creaciones más sobresalientes de los mayas

Antes de referirnos a la decadencia y final del clásico entre los mayas


y en general en Mesoamérica, enumeraremos, a modo de resumen, los
principales logros de esta cultura. Su desarrollo sería incomprensible
si olvidáramos la realidad de una compleja organización económica,
social y política. Cabe pensar en la existencia, entre los mayas, de es­
tratos sociales y de formas de trabajo especializado. Aunque no pare­
ce que deba seguirse aceptando la hipótesis de una forma de gobierno
estrictamente teocrática, en la que el sacerdocio tuviera el poder en
exclusiva, no por ello ha de negarse la gran importancia que debió
tener el aspecto religioso en la vida de los mayas. Prueba de ello la
dan las múltiples representaciones de deidades en la cerámica, escul­
tura, pintura y arquitectura. Sabemos además que el calendario maya
regía, con un enfoque eminentemente religioso, todos los momentos
en la existencia de la comunidad.
Por lo que toca a los dioses adorados por los mayas del periodo
clásico, el estudio de gran número de inscripciones permite conocer a
los más importantes y también lo que parece haber sido el núcleo de
su pensamiento en relación con el universo. Deidad muchas veces re­
presentada, casi seguramente objeto de gran veneración, era el llama­
do más tarde por los mayas yucatecos Kinich Ahau, "señor del ojo
solar", el ser que gobierna el sol, el día, las edades cósmicas y, en una
palabra, el tiempo. En los códices Kinich Ahau. se identifica muchas
veces con Itzamná, deidad suprema, a la que se atribuyen sabiduría y
distintas creaciones. A su vez Itzamná formaba una pareja con la dio­
sa Ix Chel, patrona de las artes, la medicina y los partos. Esta diosa
femenina era invocada de múltiples formas, como diosa de la luna, Ix
Ch'up; como joven señora de la tierra y con otros varios títulos. Se­
gún parece, hubo también entre los mayas -como fue el caso de otros
pueblos de Mesoamérica- la creencia de que todo procedía, en últi­
ma instancia de un supremo dios con rostro masculino y femenino,
pareja que engendra y concibe la realidad del universo.
Otros dioses, presentes en la simbología y objeto de intenso culto,
eran Chaac, el dios de la lluvia, equivalente a Tláloc del Altiplano; Ek
Chuah, protector de los mercaderes; Yum Kimil, dios de los muertos;
Yum Kaax, señor de las sementeras y del maíz, así como los cuatro
Bakabes que sostenían al mundo en los cuatro rumbos del mismo.
La tierra, que así recibía apoyo, se concebía como dividida en cuatro
grandes sectores, orientados hacia los distintos rumbos del universo.

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78 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Arriba se extendían los trece pisos celestes, con sus correspondientes


deidades; abajo los nueve pisos inferiores con sus propios dioses, re­
presentados, según parece, entre otros sitios, en la cripta del sarcófago
de Palenque.
Papel de suma importancia se concedía a los cómputos calendáricos.
En función de las medidas del tiempo normaban los mayas su propia
existencia. Así podían conocer la llegada de las fechas propicias, las fies­
tas donde se celebraban los distintos rituales religiosos, los tiempos de
siembra y también los destinos de cada uno de los seres humanos.
Más allá de lo estrictamente religioso, pero siempre en relación con
ello, la cultura del periodo clásico logró expresiones extraordinarias
como algunas de las ya mencionadas al hablar de los principales cen­
tros de las distintas regiones. A modo de síntesis recodaremos que en­
tre las creaciones de mayor interés -visibles hasta hoy en los recintos
explorados y restaurados por los arqueólogos y también en algunos
museos- están las de su arquitectura, escultura, incluyendo las este­
las, pintura mural, tallado de piedras preciosas, rica cerámica, conoci­
mientos astronómicos, calendáricos, visión del mundo y desarrollo de
un sistema de escritura hasta hoy sólo en pequeña parte descifrado.

Elfin del periodo clásico

Como hemos visto, el desarrollo clásico principió en la zona maya has­


ta el siglo III d. C., es decir algún tiempo después que en otras regiones
de Mesoamérica. Recordemos que el inicio de las grandes transforma­
ciones había ocurrido en Teotihuacan desde los comienzos de la era cris­
tiana y en Monte Albán desde fines del siglo I d. C. Ahora bien, en la
duración de este periodo de gran florecimiento en Mesoamérica ocu­
rrió algo semejante: Teotihuacan quedó abandonada hacia 650 d. C.;
Monte Albán cayó en franca decadencia hacia 800 d. C., en tanto que el
colapso de los centros mayas no ocurrió sino hasta entrado ya el siglo X.
A modo de indicador de los comienzos del clásico maya se ha te­
nido la erección de las primeras estelas con inscripciones calendáricas
según el sistema de la cuenta larga. Paralelamente, la interrupción
definitiva de dicha práctica y el olvido de esa forma de tan precisos
cómputos del tiempo se han considerado como síntoma que marca
el término de este periodo de esplendor. Gracias al estudio de las
inscripciones, sabemos que paulatinamente, entre los años 800 y 928
d. C., se dejó de erigir estelas en los distintos recintos, tanto de la re­
gión central como del norte yucateco.

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EL ESPLENDOR DEL PERIODO CLÁSICO, SIGLOS I-X D. C. 79

El acabamiento del clásico significó en muchos lugares el total


abandono de los antiguos centros o ciudades. De manera semejante a
lo que, siglos antes, había ocurrido en Teotihuacan, todas las funda­
ciones que habían florecido en la región maya central (cuenca del
Usumacinta, el Petén, cuenca del Motagua... ), una tras otra, como obe­
deciendo a un destino inexorable, quedaron deshabitadas y en vías
de convertirse en ruinas. Menos dramático fue el final del clásico en
otros sitios de las regiones sur y norte del mundo maya. Aun cuando
en ellas lograron sobrevivir antiguos establecimientos, la existencia de
los mismos se alteró hondamente. La arqueología ha encontrado allí in­
dicios de franca decadencia. Otros hallazgos y el testimonio de algunas
fuentes escritas revelan la presencia de grupos, de un modo o de otro
invasores, algunos venidos desde el Altiplano central de México.
Al ocuparnos del fin del clásico en Teotihuacan tocamos ya el tema
de las posibles causas de la desintegración que allí se produjo. Obvia­
mente, también respecto de lo que ocurrió en la zona del Golfo, en
Oaxaca, y en particular en el ámbito maya, cabría formular preguntas
semejantes y aún más amplias, en cuanto referibles al conjunto de cri­
sis que determinaron el acabamiento de este esplendor cultural en toda
Mesoamérica. Nuestra intención no es, sin embargo, aventurarnos en
nuevos intentos de explicación. Preferimos recordar tan sólo lo que
han propuesto algunos investigadores para dar lugar, en seguida, a
una última reflexión crítica.
A juicio de algunos, el colapso del clásico pudo haberse iniciado ante
la incapacidad de satisfacer las demandas de una población creciente,
que sólo disponía de limitadas técnicas agrícolas y, en general, de no
evolucionadas formas de producción. Hipótesis, hasta cierto punto
opuesta, es la que postula la aparición de una serie de epidemias que
fueron diezmando a los habitantes de los centros clásicos. Que haya ha­
bido, por otra parte, alteraciones y aun enfrentamientos entre distintos
sectores de la sociedad o antagonismos de índole religiosa o presiones
procedentes del exterior, son otras tantas formulaciones, aisladas o com­
binadas, concebidas una y otra vez en busca de la deseada respuesta.
Por encima de tales hipótesis sabemos con certeza que, entre me­
diados del siglo VII y fines del IX, la civilización clásica de Mesoamé­
rica, en sus distintas variantes, entró en honda crisis y, en ámbitos
determinados, en vías de total desintegración. Por otra parte, debe­
mos añadir que procesos históricos hasta cierto punto semejantes nos
son conocidos a la luz de la historia universal. Cabe recordar la ruina
de civilizaciones como las de Egipto y Mesopotamia, la del valle del
río Indo o, para aducir otro ejemplo más cercano, la del imperio y cul-

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80 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

tura que llegaron a forjar los romanos. Para comprender los antece­
dentes y causas de lo que ocurrió en casos corno estos se dispone mu­
chas veces de fuentes escritas.
Respecto del periodo clásico en Mesoarnérica han llegado hasta
nosotros sobre todo vestigios arqueológicos. En el caso de la zona maya
contarnos además con el conjunto de sus inscripciones. Si al fin se lo­
gra descifrar esa escritura, será quizás posible leer algunos textos, in­
cluidos en las estelas más tardías o en otros monumentos, y encontrar
allí tal vez más de un testimonio acerca de lo que entonces ocurría.
Eventualmente alguno de esos testimonios o la suma o confrontación
de varios, dará la clave para esclarecer lo que hasta hoy se nos mues­
tra corno un enigma. En tanto que el requerido desciframiento pueda
convertirse en realidad, sólo nos resta afirmar que sabernos al menos
que el fin del clásico no significó a la postre la muerte de la alta cultu­
ra y la civilización en Mesoarnérica. La prueba nos la dará cuanto va­
mos a estudiar en relación ya con el periodo posclásico.

4. EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII. ANTECEDENTES,


GRANDEZA Y DECADENCIA DE LOS TOLTECAS

Corno en el caso de los periodos anteriores, también en el posclásico


cabe distinguir épocas distintas. Se habla así de un posclásico tempra­
no (siglos X-XII) y de uno reciente (siglo XII hasta 1521). En este último
-según veremos- cabe señalar un lapso o etapa de transición, que
designaremos con el nombre de posclásico medio, entre 1200 y 1325.
Al estudiar hoy las realidades culturales a lo largo de la primera de
estas etapas, habremos de atender de manera especial a la prepotencia
y nueva forma de irradiación que alcanzaron entonces en Mesoarnérica
los habitantes del Altiplano central. Sin embargo, no por ello perdere­
mos de vista el desarrollo cultural de otros grupos en las diferentes re­
giones de Mesoarnérica, y aun de fuera de ella, específicamente en el
norte de México.
Dado que en el área central de Mesoarnérica el periodo clásico se
aproximó a su fin hacia mediados del siglo VII, será necesario volver
la atención a lo que allí ocurrió tras la desintegración teotihuacana, es
decir a lo largo de los siglos VIII y IX. Durante ese lapso, que antecede
todavía al posclásico, alcanzaron considerable significación -según
habremos de verlo- los centros de Cholula, Xochicalco y, hacia el rum­
bo veracruzano, El Tajín.

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 81

Rasgos más sobresalientes del posc!ásico

Consideramos pertinente destacar desde luego algunos rasgos y ele­


mentos que justifican por qué se habla de la iniciación de un periodo
diferente. Un primer factor, muy importante, fue la penetración en
Mesoamérica de distintos grupos a partir sobre todo del colapso teo­
tihuacano. Casi seguramente hubo numerosos enfrentamientos entre los
recién llegados y los habitantes de comunidades sedentarias donde, en
diversos grados, subsistían las instituciones de alta cultura. Se iniciaron
así nuevos procesos de aculturación y fusión étnica y lingüística.
Entre las consecuencias de lo anterior deben destacarse los ulteriores
movimientos y reacomodos de pueblos no ya sólo en la región central
sino en buena parte de Mesoamérica. Como ejemplo, mencionaremos
el caso de grupos de origen teotihuacano que emigraron entonces a di­
versos sitios del sur de Veracrúz, Chiapas, Guatemala, El Salvador y
Nicaragua. A lo largo del posclásico, especialmente de su época tem­
prana, los desplazamientos, reacomodos, procesos de aculturación y, en
una palabra, las migraciones se sucedieron una y otra vez. Podemos
decir que fueron fenómeno característico de los siglos que nos ocupan.
Otro rasgo del posclásico lo tenemos en el surgimiento de fuerzas
unificadoras. Así a la par que ocurrían los cambios y reacomodos, nue­
vos factores de unificación hicieron posibles el nacimiento y consoli­
dación de señoríos, estados poderosos y aun auténticos imperios. Tal
fue el caso de lo que sucedió, primeramente, con Cholula, Xochicalco
y El Tajín. Más tarde la unificación culminó a través de la nación tolteca
en el área central; de la llamada "Liga de Mayapán", en el norte yu­
cateco, y de algunos señoríos, como el de Achiutla-Tilantongo, en el
ámbito mixteco de Oaxaca. En tiempos posteriores -dentro ya del
posclásico tardío- se sitúan los procesos de formación de nuevos es­
tados, como el de Azcapotzalco y, finalmente, de lo que llegó a ser
una peculiar forma de imperio, la creación política de los mexicas.
Atributo también del posclásico, comprensible en función de los
cambios que hemos mencionado, fue un creciente militarismo. Vimos
ya que es hipótesis gratuita suponer ausencia de guerras y enfren­
tamientos a lo largo del clásico. Así, sin caer en una falsa contraposi­
ción de lo que ocurrió en estos dos periodos, pensamos que hay base
suficiente para afirmar que mayor importancia reclamaron ahora los
asuntos bélicos y consiguientemente los caudillos militares.
La supervivencia de algunos señoríos que habían florecido en el
clásico, y la aparición de nuevos estados, propiciaron el desarrollo de

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82 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

formas tal vez más eficientes de organización política, social y econó­


mica. Entre otras cosas, el proceso de urbanización -la creación de
pueblos y ciudades- pasó a convertirse en otro elemento característi­
co del posclásico. Tanto en el Altiplano central, como en las costas del
Golfo, en el área de Oaxaca y en la zona maya, paralelamente con el
incremento demográfico, surgieron comunidades mejor organizadas,
nuevos pueblos y ciudades. Culminaciones de tal proceso parecen ha­
ber sido Mayapan, en la región yucateca; Mitla y Zaachila en Oaxaca
y, sobre todo, México-Tenochtitlan, en el Altiplano. Consta que los ha­
bitantes de tales centros estaban divididos en clases sociales. Al lado
de los nobles y de la gente del pueblo en general, llegaron a tener pa­
pel de grande importancia grupos como los de los artesanos y merca­
deres. Gracias a estos últimos se mantenía contacto e intercambio con
lugares a veces muy apartados. También por obra de los mercaderes
confluían a los centros urbanos toda clase de materias primas que más
tarde eran allí elaboradas.
La introducción de la metalurgia es otro elemento que debe desta­
carse. Ello ocurrió como consecuencia de un lento proceso de difusión,
por la vía de Centroamérica pero originado en el ámbito de las altas
culturas andinas de América del Sur. Si bien, desde el periodo clásico
hay indicios de algunas formas de explotación minera para la obten­
ción de elementos como el cinabrio, en rigor la metalurgia no llegó a
conocerse sino hasta el posclásico. Gracias a ella se enriqueció un tan­
to el instrumental técnico y sobre todo se produjeron, elaborados con
metales preciosos, objetos suntuarios en provecho del culto religioso
y del esplendor de la nobleza.
Entre los rasgos que suelen adjudicarse como característicos del
posclásico, hay, finalmente, otro cuyo sentido debemos ponderar. Se
ha dicho que es precisamente esta época la que se merece el calificati­
vo de histórica. Como prueba se aduce que los testimonios de que dis­
ponemos -códices o libros de pinturas, textos indígenas en diversas
lenguas, preservados antes por la tradición oral y relatos de cronistas
posteriores- hacen referencia fundamentalmente a acontecimientos
de los siglos del posclásico.
Por nuestra parte no pensamos que, por ello, se justifique circuns­
cribir al posclásico el carácter de tiempo histórico. Recordemos que,
al menos desde las últimas fases del preclásico, en áreas influidas por
la cultura olmeca, y después con mucha mayor abundancia durante el
clásico, sobre todo en la zona maya, hay testimonios históricos escritos.
Las miles de inscripciones que se conocen incluyen muchas veces refe­
rencias calendáricas precisas a propósito de determinados acontecimien-

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 83

tos. El hecho de que muchas de esas inscripciones no hayan podido ser


descifradas de manera completa no las priva de su carácter histórico.
A mayor abundancia pueden citarse también distintos bajorrelieves
-representación de personajes- que aparecen al lado de inscripcio­
nes, en dinteles y otros monumentos mayas, y que han permitido co­
nocer los nombres y actuaciones de algunos principales señores de
sitios como Yaxchilán.
Si no consideramos, por tanto, como rasgo exclusivo del posclásico
la existencia de testimonios genuinamente históricos, reconocemos, en
cambio, que son ciertamente más abundantes los que de él han llega­
do hasta nosotros, tal vez por la obvia razón de su mayor cercanía en
el tiempo. Esto ha permitido -en el caso de este último periodo­
estudiar con mucho mayor detalle los distintos acontecimientos y ofre­
cer múltiples noticias sobre personajes determinados, incluyendo, en
ocasiones, testimonios específicos sobre sus producciones literarias y
formas de pensamiento.
Tras habernos ocupado de las características principales del pos­
clásico, nos fijaremos ya en la que era la situación prevaleciente, en el
ámbito central, tras la desintegración de la metrópoli teotihuacana.

La región central en los siglos VIII y IX

No pocos grupos de origen teotihuacano subsistieron en diversos luga­


res del Valle de México y de fuera de él. Testimonio de esto nos lo da,
entre otras cosas, la que se conoce como cerámica "Coyotlatelco", por
haberse encontrado primero en tal sitio, cerca de la ya abandonada
Teotihuacan. Tanto esta cerámica, de color rojo sobre fondo amarillen­
to, como las figurillas del mismo estilo Coyotlatelco, fueron espontánea
evolución de lo que se produjo durante la última etapa de existencia
teotihuacana. Este tipo de objetos ha sido descubierto entre las produc­
ciones propias de centros como Azcapotzalco, Oztotícpac, Coyoacán y
Culhuacán.
Consta, por otra parte, que la ciudad y gran núcleo de atracción re­
ligiosa de Cholula se mantuvo bajo un gobierno integrado por teo­
tihuacanos hasta principios del siglo IX. Allí durante el clásico, se habían
edificado numerosos templos, así como las primeras estructuras que,
superpuestas, fueron anticipo de la gran pirámide consagrada al culto
de la serpiente emplumada. Ahora bien en las fronteras norteñas del an­
tiguo estado teotihuacano la presión de distintos grupos continuaba sien­
do cada vez más intensa. Por otra parte, desde el rumbo del norte de

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Oaxaca, de las tierras menos elevadas del sur de Puebla y del ámbito me­
ridional de Veracruz, avanzaban también otras gentes que a la postre ha­
brían de adueñarse de Cholula tras expulsar de allí a los teotihuacanos.
Los invasores -de diversas filiaciones lingüísticas, principalmen­
te mixtecos y popolocas- se asentaron al fin en Cholula y allí impe­
raron desde 800 hasta cerca de 1 200. Por considerárseles procedentes
en buena parte de la región que habían habitado los creadores de la
antigua cultura olmeca, se designa al conjunto de estas gentes con el
nombre de "olmecas tardíos" u "olmecas-xicalancas", en razón de que
su origen estaba hacia el rumbo de Xicalanco, en tierras de Tabasco.
Entre los principales logros culturales que pueden atribuírseles están la
última estructura de la principal pirámide cholulteca que se convirtió
así en el monumento más grande del continente americano; el creci­
miento planificado de la ciudad, así como su rica y finamente produ­
cida cerámica policromada con muchos diseños que recuerdan las
pinturas de los códices mixtecos. Cabe añadir que estos olmecas tar­
díos, señores de Cholula, llegaron a ejercer vasta influencia y a domi­
nar casi toda la altiplanicie de Puebla-Tlaxcala, diversos lugares del
centro de Veracruz y otros de Oaxaca.
El establecimiento "olmeca tardío" en Cholula significó nuevo pro­
ceso de migración para los teotihuacanos allí residentes. Muchos de ellos
penetraron entonces en tierras totonacas, por la zona de El Tajín, para
continuar después hacia el rumbo de Los Tuxtlas, al sur de Veracruz.
Grupos de estos antiguos teotihuacanos -conocidos ya con el nombre
de pipiltin ("pipiles" o nobles)- prosiguiendo su marcha, alcanzaron
el sur de Chiapas y varios sitios de Guatemala, El Salvador, Nicara­
gua y aun la península de Nicoya en la actual Costa Rica. La lengua
que hablaban los pipiles era el náhuat. El hecho de que procedieran
ellos, en última instancia, de Teotihuacan, ha dado mayor fundamen­
to a la tesis de que por lo menos una parte de los antiguos pobladores
de la Ciudad de los Dioses fueron de filiación lingüística nahua.
La cultura de los pipiles se había enriquecido con algunos elemen­
tos adquiridos por ellos durante su estancia entre las gentes de la zona
de El Tajín. Nos referimos a su adopción y manufactura de objetos ce­
remoniales de los que ya tratamos en el capítulo anterior: las célebres
"palmas", "yugos" y hachas". Tanto es así, que con base en la difusión
de tales creaciones, han precisado los arqueólogos la ruta de disper­
sión y los asentamientos pipiles. En varios sitios, dentro ya de la re­
gión sur del mundo maya, cuando en ella perduraba aún el periodo
clásico (hacia mediados del siglo IX y aún tal vez antes), ha podido
detectarse así la presencia pipil. Ella está además atestiguada por al-

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 85

gunas producciones de cerámica de inspiración teotihuacana y más


todavía por representaciones de dioses con características del Altipla­
no central corno Xipe Tótec, el señor desollado; Ehécatl; el dios del
viento, Tláloc, y Huehuetéotl, el dios viejo.
Ejemplos de lo anterior lo ofrecen varios sitios explorados en Santa
Lucía Cotzurnalhuapa y en sus alrededores, en la vertiente guatemalteca
del Pacífico. Aun cuando es posible que, por la vía del comercio, algu­
nos de tales elementos de la cultura teotihuacana hubieran llegado
antes de la penetración pipil, hay prueba de que ésta ejerció allí hon­
da influencia. Cosa parecida ocurrió a lo largo de la faja costera hasta
Nicoya en Costa Rica.
De gran interés es añadir que la cultura nahua-pipil -circundada
por grupos mayas y por otros corno los de filiación chibcha en la fron­
tera sur de Mesoarnérica- perduró hasta los tiempos de la conquista
española. De ello se conservan importantes testimonios que provie­
nen ya del siglo XVI. Gracias a los mismos conocernos que los pipiles
tuvieron centros ceremoniales; conservaron el calendario de 365 días
y siguieron adorando a los mismos dioses que habían guiado en su
marcha a sus ancestros.

El caso de las culturas de El Tajín y Xochicalco

Hemos tratado ya de las características de la zona de alta cultura de


El Tajín durante el periodo clásico. Tenernos que añadir ahora que tanto
ella corno la que -según veremos- floreció en Xochicalco (Morelos),
merecen ser descritas corno núcleos de transición entre los tiempos del
clásico y el posclásico.
Por lo que toca a El Tajín, con sus numerosos centros subordina­
dos en los estados de Veracruz y parte de Puebla, la supervivencia se
logró no obstante que allí ocurrieron también penetraciones y rea­
cornodos de distintos pueblos. Al parecer, desde fines del siglo VII, lle­
garon oleadas de gentes descritas corno "chichimecas", en el sentido
de menos desarrolladas culturalmente. Estos nuevos pobladores se
mezclaron con los ya de antiguo establecidos y configuraron la fisono­
mía de la nación totonaca. Algo más tarde, la presencia de los pipiles,
salidos de Cholula, hacia el año 800, fue nuevo factor de intercambio
cultural en la región de El tajín.
Por la arqueología se sabe que, entre esa ultima fecha y la de 1 200,
los totonacas dieron amplia prueba de su capacidad creadora corno
arquitectos, escultores, pintores y alfareros. Su impulso expansionista

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86 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

los llevó, por otra parte, a someter vastos territorios del centro de
Veracruz y áreas vecinas, así como a influir en el desarrollo cultural
de muchos pueblos, entre ellos los pipiles, los olmecas tardíos, los de
distintos señoríos huastecos y mixtecos, los de Xochicalco y los que,
finalmente habrían de fundar la metrópoli de Tula.
Cabe anticipar -respecto del destino de los totonacas durante el
posclásico tardío-, es decir más allá del año 1200 que se produjeron
entre ellos considerable fragmentación política y debilitamiento en su
desarrollo cultural. Ello hizo al fin posible que muchos señoríos to­
tonacas sucumbieran en el siglo XV ante el gran poderío mexica y pa­
saran a convertirse en tributarios de México-Tenochtitlan. Tal fue lo
que ocurrió en los conocidos centros de Cempoala, Quiahuiztlan, Mi­
zantla, Papantla y otros.
Semejante hasta cierto punto, si bien con capacidad de expansión
e influencia mucho menores, es el caso de Xochicalco. Situado en el
actual estado de Morelos, a unos 40 km de Cuernavaca, este impor­
tante centro se edificó sobre las varias terrazas escalonadas construi­
das en un cerro. En su parte más alta se levantó el recinto sagrado por
excelencia que llegó a tener a la vez probablemente el carácter de una
fortaleza. La evolución cultural de Xochicalco, a través de distintas fa­
ses, arranca del periodo preclásico. En lo que toca a la etapa de transi­
ción (siglos v1i-x) que aquí estudiamos, fue ésta precisamente la de su
máximo esplendor. La arqueología ha revelado que allí se recibieron y
asimilaron influencias de regiones tanto cercanas como muy alejadas,
sobre todo tipo de mayanse, zapoteca, teotihuacano y de El Tajín.
Entre los edificios más importantes de Xochicalco, varios de ellos
restaurados, destacan la pirámide de la serpiente emplumada, el lla­
mado Palacio, el templo de las estelas, el juego de pelota, así como
varias estructuras, pirámides truncas, basamentos de santuarios. Tan­
to la pirámide de la serpiente emplumada como las tres estelas que se
descubrieron más tarde en Xochicalco dan testimonio de lo que se ha
dicho sobre influencias procedentes del exterior. En los costados en
talud de la pirámide, además de los bajorrelieves que representan las
serpientes ondulantes y con penachos en la cabeza, así como figuras
de personajes sentados, de aspecto mayanse, hay asimismo diversos
signos calendáricos y otros de nombre de lugar. Entre los primeros so­
bresalen los que se hallan del lado izquierdo de la escalinata: una mano
parece correlacionar allí al jeroglífico del año 9-Casa con la fecha del
día 11- Mono, en tanto que otra mano se fija en un signo calendárico,
probablemente de estilo zapoteca, acompañado del numeral l.

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 87

Además de otros jeroglíficos en la pirámide, hay en las estelas dis­


tintos signos calendáricos en asociación con las efigies de dioses como
Quetzalcóatl, T láloc, T lahuizcalpantecuhtli, "el señor de la estrella del
alba", y Xólotl, deidad relacionada con la estrella vespertina. Algunos
de esos signos calendáricos denotan clara influencia de Teotihuacan.
Ejemplo de ello lo ofrece la estela 1 con el signo descrito como "ojo de
reptil". En la estela 3, en cambio, aparece una banda de signos celestes
con elementos de los jeroglíficos mayas del mes Pop y del día Kan. A
su vez en la estela 2 el jeroglífico del cerro se representa al modo
zapoteca. Debe destacarse además la presencia de otros signos de días,
con sus correspondientes numerales, semejantes a los que fueron des­
pués de uso común en el ámbito de los distintos pueblos de idioma
náhuatl. Tenemos en ello un indicador de la influencia cultural que
irradió Xochicalco sobre todo en el área central.
Aun cuando queda mucho por esclarecer acerca del papel que des­
empeñó Xochicalco en esta época de transición, algo es ya lo que pue­
de expresarse al respecto. Primeramente es muy verosímil que los
fundadores de este centro-fortaleza fueran gente de idioma náhuatl.
En segundo lugar cabe afirmar que Xochicalco tuvo el privilegio de
ser sitio de confluencias culturales muy distintas. Corroboran esto los
descubrimientos que allí se han hecho de elementos de procedencia
teotihuacana, mayanse, zapoteca y de El Tajín. Finalmente hay asimis­
mo indicios de que, durante esta época de transición y de esplendor
de Xochicalco, hubo incremento en la población que vivía en torno al
centro religioso.
Precisamente correspondió a esos habitantes ejercer influencia cul­
tural sobre los distintos grupos cuya penetración y asentamiento se
iniciaban ya en varios lugares del Valle de México y regiones vecinas.
De modo especial ello ocurrió en relación con los toltecas, es decir los
fundadores de la ciudad de Tula, en el actual estado de Hidalgo. En
este sentido tiene validez la afirmación de que, antes de entrar en de­
cadencia Xochicalco, fue puente cultural entre el clásico y el posclásico.

El ámbito norteño y el origen de los toltecas

Descrita la situación que prevalecía durante los siglos IX-X en la re­


gión del Altiplano central, veamos ahora lo que ocurría más allá de
las fronteras norteñas de Mesoamérica. En el capítulo III, antes de ha­
blar del esplendor teotihuacano volvimos la mirada hacia los princi­
pales grupos que, desde el último milenio a. C., habían ido asentándose

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88 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

en las regiones del norte. Tratarnos así de las distintas gentes de filia­
ción uta-azteca: del caso particular de los llamados indios Pueblos; de
los hablantes de lenguas de la familia hokana, así corno de otros, en­
tre ellos los conocidos corno parne-otornangues. Interesa ahora desta­
car qué formas de evolución cultural se produjeron luego entre esos
varios grupos hasta llegar al momento que aquí estudiarnos. Asimis­
mo importa valorar en qué grado esos cambios pudieron afectar las
realidades culturales en la frontera norte de Mesoarnérica.
Consideremos el caso de las gentes de filiación lingüística uta-az­
teca que se habían establecidos en distintos lugares de Arizona, Sono­
ra, Chihuahua, Sinaloa, Durango, Nayarit, Jalisco y en otros varios
sitios, dentro de la región central. En primer lugar señalaremos que
hubo innegable desarrollo en algunas de esas comunidades, sobre todo
desde la época del mayor florecimiento clásico teotihuacano. Los ar­
queólogos han aducido pruebas de la influencia ejercida por la gran
metrópoli del Altiplano en áreas de establecimientos uta-azteca, en el
norte de Michoacán y Colima, en distintos cacicazgos o señoríos de Ja­
lisco y Nayarit, en territorio de Sinaloa y aun en algunos sitios de Sono­
ra. Tal influencia se tradujo en la adopción de algunos estilos en la
cerámica; de mejores técnicas agrícolas; de conceptos relacionados con
la edificación de basamentos o estructuras en incipientes centros cere­
moniales y, entre otras cosas más, en la aceptación del culto de deida­
des adoradas por los teotihuacanos.
Desde luego esas formas de irradiación cultural no alcanzaron a la
totalidad de los grupos de filiación uta-azteca. Algunos -corno por
ejemplo los tarahurnaras- mantuvieron, con escasos cambios, sus pa­
trones tradicionales de existencia. Continuaron viviendo en cuevas y
en chozas de materiales perecederos, en asentamientos sumamente dis­
persos. Aunque practicaban ya ciertas formas de agricultura, no deja­
ban de buscar, corno antes, su sustento en la caza y en la recolección.
Nos fijaremos ahora en la situación de los llamados indios Pue­
blos, habitantes de territorios del sur de Utah y Colorado y distintos
lugares de Arizona, Nuevo México y norte de Chihuahua. En el capí­
tulo III, mencionarnos la existencia de varias formas de tradición cul­
tural que llegaron allí a influirse mutuamente. Fueron de hecho los
portadores de la tradición cultural Anasazi, que se había originado
en el sur de Utah y Colorado, los que a la postre hicieron posibles
los mejores logros en el florecimiento de los Pueblos. Coincidiendo con
el clásico en Teotihuacan, los de tradición Anasazi vivían ya en pueblos
debidamente planificados. En ellos destacaba la estructura circular, para
fines ceremoniales, conocida corno gran Kiva. Elementos dignos tarn-

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 89

bién de mención fueron las más refinadas creaciones de su cerámica, el


empleo del algodón, así como la domesticación del guajolote o pavo.
Todavía hasta el año 1000 d. C., no se había consumado la más
amplia difusión de esos y otros elementos de cultura Anasazi en otras
regiones de Nuevo México, Arizona y Chihuahua. Algún tiempo des­
pués, coincidiendo con el posclásico mesoamericano, también allí
llegarían a florecer nuevas comunidades establecidas al modo carac­
terístico de los Pueblos. En cambio, desde antes se había iniciado un
proceso de asimilación de elementos materiales y aun de tradiciones
religiosas originadas en el ámbito teotihuacano. A no dudarlo, esa
difusión había sido lenta, favorecida probablemente por los que des­
cribimos en el capítulo III como puestos de avanzada o "marcas" meso­
americanas en distintos sitios del norte. Aun cuando las investigaciones
arqueológicas en relación con esto siguen siendo muy limitadas, hay
indicios para pensar que esas formas de influencia y contacto indirec­
tos se fortalecieron a lo largo del posclásico. De hecho en el lapso com­
prendido entre 1300 y 1450, a pesar de una contracción en el área
territorial ocupada por los Pueblos, hubo -como en el sitio de Casas
Grandes, Chihuahua- un mayor acercamiento con respecto al ámbi­
to de influencia norteña mesoamericana. Recordemos, en este contexto,
que, si probablemente, ya desde el clásico, se inició la ocupación de
lugares como los de La Quemada y Chalchihuites en Zacatecas, di­
chos centros alcanzaron mayor desarrollo en tiempos posteriores.
Enfocaremos, finalmente, nuestra atención hacia los grupos de fi­
liación hokana y los pertenecientes al tronco macro-otomangue. Los
primeros, como recordaremos, habitaban distintas porciones del no­
roeste (sur de Alta California, gran parte de Baja California, y algunos
lugares de Arizona y Sonora), así como, en el noreste, algunas áreas
de Coahuila, Texas, Nuevo León y Tamaulipas. De todos ellos dire­
mos en pocas palabras, que continuaron siendo ejemplo de mínimo
desarrollo cultural. Sus formas de vida de vagabundeo, como cazado­
res y recolectores, se mantuvieron casi sin cambio alguno hasta los
tiempos de la Colonia.
Al referirnos a quienes -designados con el nombre de chichi­
mecas- poblaban amplias regiones a partir de las fronteras norteñas
mesoamericanas, es necesario establecer desde luego una distinción.
Por una parte deben mencionarse los hablantes de lenguas del tronco
macro-otomangue, emparentados con los núcleos otomíes que vivían
en muchos lugares de Mesoamérica. Buen número de estos chichi­
mecas otomangues se nos presentan en las fuentes como bárbaros que
no practicaban la agricultura; como bandas ignorantes de todos los

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90 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

refinamientos de la alta cultura. Por otra parte, muy diferentes eran


las formas de comportamiento de las que, conocidos también como
chichimecas, descendían al parecer de gentes que -emigradas de la
región central de Mesoamérica - habían penetrado durante el perio­
do clásico en las llanuras del norte.
No pocos de estos últimos, que más tarde se harían acreedores al
título de tolteca-chichimecas, fueron los que -tras la desintegración
teotihuacana- iniciaron su irrupción y retorno a lo que era propia­
mente Mesoamérica. A no dudarlo, su anterior convivencia con gentes
otomangues, con otros grupos uto-aztecas y aun tal vez con algunos
hokanos, había influido en sus formas de vida. Sin embargo, tanto lo
que acerca de ellos nos dicen las fuentes escritas como lo que se sabe
por la arqueología, lleva a afirmar que esos toltecas-chichimecas, de idio­
ma náhuatl, no eran realmente bárbaros ni primitivos. Si prestamos
atención a un texto en náhuatl, recogido por los informantes de fray
Bernardino de Sahagún, quizás encontraremos en él elementos que ayu­
darán a comprender mejor lo que entonces ocurrió. Dice así el texto:

Todos éstos se llamaban a sí mismos chichimecas. Todos así se jacta­


ban de la chichimecáyotl (naturaleza y conjunto de los chichimecas),
porque habían marchado a las tierras chichimecas, al norte, allí habían
ido a vivir. En realidad ahora regresaban ellos de la tierra chichimeca,
de las grandes llanuras, de la casa de los dardos, del norte, la región de
los muertos ...
Esos distintos pueblos nahuatlacas se llamaban chichimecas por­
que vinieron a regresar, desde allá, desde la tierra chichimeca. Se dice
que retornaron de Chicomóztoc, "el lugar de las Siete Cuevas" ... Los
toltecas se nombraban también chichimecas...

Si en verdad se trató de un regreso, no resulta ya tan difícil com­


prender que pueblos, tenidos antes como de poco desarrollo cultural,
llegaran a transformarse en breve lapso en comunidades sedentarias,
anticipo del poderoso reino cuya metrópoli fue Tula, en el actual esta­
do de Hidalgo. En ese proceso de entrada en Mesoamérica participa­
ron también otros pueblos. Tal fue probablemente el caso de algunas
gentes de filiación otomangue. Ahora bien, cuantos así entraron o re­
gresaron se vieron a la postre influidos por quienes habitaban en reduc­
tos o en grandes centros como Cholula y Xochicalco donde pervivían
muchos elementos de la civilización teotihuacana. De este modo, a tra­
vés de nuevos contactos e intercambios culturales, y a veces también
de enfrentamientos, se inició el periodo posclásico en la historia del
México prehispánico.

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 91

Mixcóatl, Quetza!cóat! y lafundación de Tu/a

Al estudiar los orígenes y el ulterior florecimiento de la metrópoli


tolteca, dispondremos ya -por vez primera en la historia mesoame­
ricana- de un conjunto de documentos escritos en lengua indígena
que, a su modo, relatan lo que entonces ocurrió. Es verosímil que, en­
tre las miles de inscripciones que se conocen del área mayanse, haya
algunas cuyo contenido se refiera asimismo a los antecedentes, fun­
dación e historia en general de uno o varios centros determinados. Sin
embargo, en tanto que siga sin descifrarse la mayor parte de los jero­
glíficos de dichas inscripciones o de los tres códices mayas hasta hoy
conocidos, tendremos que aceptar que es la región del Altiplano cen­
tral -a partir de este periodo- la que ofrece más abundantes testi­
monios históricos, comprensibles, y dignos de tomarse en cuenta al
estudiar los hallazgos de la arqueología.
Es cierto que muchas veces los textos en náhuatl que han llegado
hasta nosotros aparecen como fusión de historia y leyenda. Particu­
larmente los relatos que versan sobre épocas bastante alejadas -por
ejemplo, la de los toltecas- son ricos en mitos que tiñen de símbolos
el acontecer de los seres humanos. Sin embargo, esto último no priva
de valor a tales testimonios. A través de ellos cabe percibir la interpre­
tación que hizo el hombre mesoamericano de aquello que, para él mis­
mo, constituía su herencia de historia y cultura.
Quetzalcóatl, "Nuestro príncipe", el nacido en una fecha 1-Caña,
es figura central en los textos referentes a Tollan (Tula) y los toltecas.
No debemos olvidar, sin embargo, que la antigua simbología religio­
sa -a partir por lo menos de Teotihuacan- aludía de múltiples for­
mas al culto de una deidad, Serpiente emplumada, cuyo nombre en
náhuatl fue Quetzalcóatl. Compleja debió ser desde entonces, y conti­
nuó siéndolo, la naturaleza del dios Quetzalcóatl, identificado a veces
por los sacerdotes y sabios con el supremo ser dual "Nuestra madre,
nuestro padre, el inventor de los hombres", el poderoso y sabio por
encima de todos.
Ahora bien, cual si se tratara, de un reflejo de esa divinidad, se
afirma que el Quetzalcóatl que vivió en Tula como sacerdote y gober­
nante supremo, fue también sabio y bueno, inventor de las artes y de
elevadas doctrinas religiosas, forjador, finalmente, de la to!tecáyotl, el
conjunto de las grandes creaciones de los toltecas.
Madre de Quetzalcóatl había sido la señora Chimalma, mujer del
célebre chichimeca Mixcóatl. Éste, según los viejos relatos, procedía

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de las llanuras del norte tal vez de la región de Zacatecas. Así, al decir de
los Anales de Cuauhtitlan:

Cuando los chichimecas irrumpieron, los guiaba Mixcóatl, Los cua­


trocientos Mixcoas (sus seguidores) vinieron a salir por las nueve coli­
nas, las nueve llanuras...

Su entrada en territorio de Mesoamérica hacia los primeros años


del siglo X, no estuvo exenta de peligros. Entre otras cosas -en térmi­
nos míticos- se nos dice que Mixcóatl tuvo que enfrentarse con la
diosa Itzpapálotl, "Mariposa de obsidiana", la deidad guerrera de ros­
tro femenino. Según el texto que continuamos citando:

Sobre Mixcóatl y su gente cayó Itzpapálotl. Devoró y dio fin a los


cuatrocientos Mixcoas. Tan sólo Iztac Mixcóatl, "el Mixcóatl blanco",
escapó de sus manos y se metió dentro de una biznaga. Itzpapálotl
arremetió entonces contra la biznaga. Mixcóatl salió de ella y flechó
en seguida repetidas veces a la diosa.
Invocó luego a los cuatrocientos Mixcoas. Volvieron estos a erguir­
se. Volvieron a vivir. Luego siguieron flechado a Itzpapálotl. Cuando
ésta murió, la quemaron. Los mixcoas, con sus cenizas, se empolvaron
y se pintaron alrededor de los ojos... (Hicieron suyos los atributos y
destinos que eran antes de la diosa).

Mixcóatl y su gente incursionaron, según parece, por el valle de


Toluca. Estuvieron también cerca de Acolman y Teotihuacan. Por un
tiempo se establecieron luego en el cerro de la Estrella, al sur de los
lagos. Desde allí volvieron, en afán de conquista, hacia el rumbo del
norte, donde más tarde se fundaría la ciudad de Tallan (Tula). Tuvie­
ron que someter allí a grupos de otomíes que habitaban esa región. Los
chichimecas de Mixcóatl no rehuyeron al parecer las posibles mezclas o
uniones con la población otomiana. Por algún tiempo más continuaron
sus correrías. La influencia de Cholula y Xochicalco, de diversas mane­
ras, se dejó sentir sobre ellos. Según algunas leyendas tardías, fue pre­
cisamente no muy lejos de-Xochicalco, en un año 1-Caña (947 d. C.),
cuando Chimalma, la mujer de Mixcóatl, dio a luz a su hijo, el futuro
nuevo guía de los tolteca-chichimecas. Al decir de varios textos, ese
niño, "Nuestro príncipe, Quetzalcóatl", fue engendrado portentosa­
mente, sin que en ello participara Mixcóatl.
Según la fuente que hemos citado antes, los Anales de Cuauhtitlán,
poco tiempo después murió Mixcóatl. Esto dio ocasión de que Ihuitímal,
otro jefe chichimeca, seguido por una facción del pueblo, se adueñara

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 93

del mando supremo. En esas circunstancias, quienes reconocían en


Quetzalcóatl niño la legítima sucesión de Mixcóatl, optaron por ocul­
tar al príncipe, temerosos del usurpador Ihuitímal.
Siendo ya joven, Quetzalcóatl marchó a la región de Tulancingo. Allí
permaneció cuatro años. En ese lugar edificó una casa de tablones don­
de solía dedicarse a la penitencia y la meditación. Desde Tulancingo pasó
más tarde a Cuextlan, la región de los huastecos. Para ello hubo de
vadear un río. Allí edificó un puente de piedras. En un año 5-Casa
(977 d. C.), muerto ya el usurpador Ihuitímal, un grupo de tolteca­
chichimecas fue a buscar a Quetzalcóatl, en Tulancingo, para que se
convirtiera en su sacerdote y gobernante supremo.
Quetzalcóatl hizo su entrada en la ciudad que, a partir de enton­
ces, se llamó Tollan-Xicocotitlan. La palabra Tolltm significa literalmente
"lugar donde abundan tulares o carrizales". A modo de metáfora, Tolltm
adquirió el sentido de "sitio donde hay agua y abunda la vegetación:
lugar propicio al poblamiento humano". De aquí se derivó, finalmen­
te, su significado de "ciudad". En los textos indígenas se habla así, por
ejemplo, acerca de Tollan-Teotihuacan, la ciudad de Teotihuacan o de
Tollan-Culhuacan, la ciudad de Culhuacan. Por tanto, decir Tollan­
Xicocotitlan equivale a mencionar "la ciudad junto al Xicoco", nom­
bre este último de un cerro cercano. Tollan-Xicocotitlan se edificó en
parte del valle surcado por el río que hasta hoy lleva el nombre de
Tula. El núcleo principal de construcciones se yergue en una especie
de promontorio, más. fácilmente defendible, gracias a la hondonada a
través de la cual corre el río, que parcialmente circunda a la ciudad.
El establecimiento de Quetzalcóatl en Tula-Xicocotitlan marcó el
momento en que se inició el esplendor del nuevo centro. Elementos cul­
turales de procedencias muy distintas pronto se dejaron sentir allí. Sub­
sistían algo del legado teotihuacano a la par que rasgos y tradiciones
chichimecas. Xochicalco, Cholula, El Tajín y aun algunos centros de la
región huasteca y de otros rumbos hicieron aportaciones, directa o in­
directamente, a la carga de cultura que no pocos relatos nos describen
como creación o descubrimiento exclusivos de los toltecas-chichimecas,
en última instancia, frutos de la sabiduría de Quetzalcóatl.
Por lo que toca a los habitantes de Tollan, debemos destacar que
los hubo de varios orígenes distintos. Recordemos la presencia, ya
mencionada, de algunos grupos de lengua otomí. Sobre ellos se impu­
so el poderío de quienes habían penetrado guiados por Mixcóatl, los
tolteca-chichimecas, de lengua náhuatl. Finalmente, allí convivió tam­
bién un tercer elemento, designado en algunas fuentes con el nombre
de nonoalcas o tolteca-nonoalcas. En opinión de algunos estudiosos, los

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94 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

nonoalcas habían venido a Tula para hacerse cargo de la construcción


de algunos de los templos y edificios. Los nonoalcas, procedían del rum­
bo de las costas del Golfo. Al parecer se trataba de grupos de filiación
étnica mazateca que se habían visto influidos por los pipiles de origen
teotihuacano.

Las grandes realizaciones de Quetza!cóat! en To!!an

Desde dos puntos de vista podemos estudiar lo que fue el esplendor


de Tallan. El primero tiene como apoyo a los textos en náhuatl que
han llegado hasta nosotros. El segundo se deriva de los descubrimien­
tos alcanzados por los arqueólogos. Nuestro propósito supone, desde
luego, aprovechar ambas posibilidades de comprensión.
Veamos lo que dicen los textos indígenas. Establecido ya Quetzal­
cóatl en Tallan -así hablan los relatos- inició luego sus creaciones.
Edificó cuatro grandes palacios, orientados hacia los distintos rumbos
del mundo, pirámides y santuarios cuyas ruinas conocieron las gentes
nahuas de tiempos posteriores. A modo de ejemplo de los textos, recor­
dación de la grandeza de Tula, citaremos uno del Códice Matritense:

Porque en verdad allí, en Tollan estuvieron viviendo, porque allí resi­


dieron los toltecas, muchas son la huellas que allí quedan de sus obras:
Dejaron lo que hasta hoy allí está, lo que puede verse, las columnas
no concluidas en forma de serpiente, con sus cabezas que descansan
en el suelo, y arriba su cola y sus cascabeles... También se ven allí los
templos y pirámides toltecas, y restos de sus vasijas, tazones toltecas,
ollas y jarros toltecas, que muchas veces se descubren en la tierra. Jo­
yas toltecas, pulseras, jades y turquesas preciosas, se encuentran allí
enterradas...

Objetos como éstos, que con frecuencia descubrían en Tallan los


nahuas de épocas posteriores, obrando a modo de espontáneos ar­
queólogos, les salían también al paso en otros muchos lugares donde
habían habitado los toltecas:

Esas huellas de los toltecas no sólo aparecen en Tollan-Xicocotitlan,


sino que por otras partes pueden encontrarse; lo que fue su alfarería,
sus ollas, las piedras para machacar, sus figuras de barro, sus pulse­
ras. Por todas partes pueden descubrirse, por todas partes se mues­
tran, porque los toltecas en verdad se dispersaron y anduvieron en
muchos sitios.

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 95

Y ponderando luego lo que era la toltecáyotl, el conjunto de crea­


ciones toltecas, la preciada herencia de cultura, se insiste una y otra
vez en el papel que en todo ello había tenido el sacerdote Quetzalcóatl:

Los toltecas eran sabios. El conjunto de sus artes, su sabiduría, todo


procedía de Quetzalcóatl... Los toltecas eran muy ricos, muy felices
nunca tenían pobreza ni tristeza... Eran experimentados. Tenían por
costumbre dialogar con su propio corazón... Conocían experimental­
mente las estrellas, les dieron sus nombres. Conocían su influjo; sa­
bían bien cómo marcha el cielo, cómo da vueltas...
Estos toltecas, como se dice, eran nahuas, en modo alguno eran
bárbaros. Se llamaban también habitantes antiguos.
Eran ricos, porque su destreza pronto los hacía hallar riqueza. Por eso
se dice ahora de quien pronto descubre riqueza: es hijo de Quetzalcóatl
y Quetzalcóatl es su príncipe. Así era el ser y la vida de los toltecas.

Ahora bien, tratando ya de las creencias religiosas, reiteran los tex-


tos que el sacerdote Quetzalcóatl se empeñaba por mantener en su pu­
reza el culto tradicional. Específicamente se atribuye a él la formulación
de una especie de doctrina acerca del supremo dios dual, Ometéotl, "el
que es nuestra madre, nuestro padre". Según los Anales de Cuauhtitlán:

Quetzalcóatl invocaba, tenía por su dios a quien está en el interior del


cielo: a la del faldellín de estrellas, que es también el que hace lucir las
cosas. El supremo dios dual es señora de nuestra carne, señor de nues­
tra carne; la que está vestida de negro el que está vestido de rojo... Ha­
cia allá dirigía sus plegarias Quetzalcóatl, así se sabía, hacia el Omeyocan,
lugar de la dualidad, que está más allá de los nueve pisos celestes.

La suprema divinidad dual, a la que aluden otros muchos testi­


monios en náhuatl e incluso algunos del mundo mayanse, fue tema
del pensamiento teológico de no pocos sabios y sacerdotes de Meso­
américa. Por su parte Quetzalcóatl que insistía en mantener la pureza
de culto, tuvo que hacer frente a quienes se empeñaban en introducir
otros ritos, en particular el de los sacrificios humanos. Surgieron hon­
das discordias que, como veremos, habrían de afectar la existencia de
Tollan-Xicocotitlan. Antes, sin embargo, de estudiar lo que al fin se
tradujo en una primera gran decadencia de Tallan, con la partida de
Quetzalcóatl hacia el oriente, consideramos necesario tomar asimis­
mo en cuenta la imagen que, gracias a la arqueología, tenemos hoy de
la metrópoli tolteca.

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96 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Los vestigios arqueológicos de Tallan

Aunque el conjunto principal de edificaciones -que ha sido objeto


de más intensa investigación- no cubre una superficie muy grande,
hay, en la misma zona, otros muchos vestigios que confirman que
Tallan fue centro de considerable importancia. El núcleo principal está
debidamente planificado en función de una gran plaza en cuyo centro
hubo un pequeño adoratorio. Al oriente se levanta el que se conoce
como "Edificio C'', pirámide a la que se ha atribuido el carácter de
"templo del sol". Al poniente, de la plaza hay un juego de pelota edi­
ficado en época posterior. En el costado norte destaca la construcción
que puede considerarse como más suntuosa. Es esta la pirámide de­
dicada al dios Quetzalcóatl en su advocación de Tlahuizcalpantecuhtli,
"Señor de la aurora". Con una planta cuadrada de unos 40 metros por
lado, la pirámide se compone de cinco cuerpos escalonados. Los cos­
tados de estos -como en el caso de Teotihuacan- terminan en talud
y limitan en su parte superior con tableros verticales.
Taludes y tableros estuvieron recubiertos por lápidas talladas y con
bajorrelieves. En las que se conservan, aparecen águilas y zopilotes
reales que devoran corazones y también rostros que emergen de las
fauces de serpientes emplumadas, símbolos del dios Quetzalcóatl. En
la parte superior de los tableros hay jaguares y coyotes que se aseme­
jan a los de algunos murales en palacios de Teotihuacan.
En lo más alto de esta pirámide hubo un santuario con su recinto
interior. A la entrada de éste había dos columnas de serpientes em­
plumadas, tal como las describen los antiguos textos en náhuatl, con
sus cabezas en el suelo y en la parte superior el remate de sus cuerpos
con cascabeles. La techumbre del primer recinto estaba sostenida por
cuatro grandes figuras de guerreros que, con sus armas e insignias, se
describen a veces como "atlantes de Tula".
La pirámide de Tlahuizcalpantecuhtli, señor de la aurora, fue edi­
ficada en varias etapas. Durante la última se le adicionó, frente a la
plaza, un gran vestíbulo o pórtico, con techumbre almenada que estu­
vo sostenida por tres hileras de catorce columnas. Este gran pórtico
fue, según habremos de verlo, modelo del que más tarde se construyó
en el Templo de los Guerreros de Chichén-Itzá.
Además de estas edificaciones, cabe mencionar los restos de lo que
se conoce como "Palacio quemado", situado al lado izquierdo de la
pirámide de Quetzalcóatl. Varias eran las habitaciones de este pala­
cio, dispuestas en torno a tres patios. Recordemos también la existen-

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 97

cia de un segundo juego de pelota, situado al norte de la pirámide de


T lahuizcalpantecuhtli.
Al suroeste de la zona arqueológica se sitúan los vestigios del que
se ha llamado "Palacio tolteca". Entre otras edificaciones, que nos
muestran que Tallan no fue un centro pequeño, existe también un tem­
plo de planta circular, en su parte central, y una sección rectangular
de cada lado, consagrado probablemente a Ehécatl, el dios del viento.
Tanto este santuario, como los vestigios de habitaciones cercanas y
otros numerosos montículos, que hasta ahora no han sido objeto" de
investigación sistemática, mueven a pensar que, en torno al centro ce­
remonial, debió haber una población bastante numerosa. Además del
supremo gobernante, miembros de la nobleza, sacerdotes, funciona­
rios, artífices y guerreros, en las afueras vivía la gente del pueblo en
chozas de materiales perecederos.
La arqueología confirma, por otra parte, que durante el floreci­
miento de Tallan la alta cultura mesoamericana alcanzó su expansión
máxima por el rumbo del norte. Así, la influencia tolteca se dejó sentir
hasta el río Soto la Marina en Tamaulipas, más allá de la región de La
Quemada y Chalchihuites, en Zacatecas, llegando hasta Durango y al­
gunos sitios de Chihuahua y rebasando, en el noroeste, los límites del
actual Estado de Sinaloa.

Las dos decadencias de Tollan-Xicocottflan

Según varios relatos indígenas, hacia fines del siglo X, el sacerdote


Quetzalcóatl, se vio forzado a abandonar la metrópoli a cuyo floreci­
miento había consagrado su existencia. La decadencia de Tallan se re­
laciona con esta partida de Quetzalcóatl hacia el oriente. Al parecer,
había tenido él que hacer frente a extraños forasteros llegados con el
propósito de hacerle sucumbir. Los que así actuaron en contra de
Quetzalcóatl eran, según los textos, hechiceros, seguidores del culto
de Tezcatlipoca, "el espejo que ahuma", que en diversos mitos apare­
ce como dios contrario a la deidad de nombre también Quetzalcóatl.
Insisten los textos en que el supremo dios Quetzalcóatl se oponía
a los sacrificios humanos. En cambio, los secuaces de Tezcatlipoca bus­
caban la propagación de este rito. Los relatos nos muestran a los he­
chiceros ejerciendo presión en el sacerdote Quetzalcóatl. Al fin, con
dolo, logran que el señor de los toltecas se embriague y transgreda las
normas que se había impuesto.

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98 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Cantos de gran fuerza épica son los textos donde se relata lo que
en seguida ocurrió. En estado de embriaguez, Quetzalcóatl cohabitó
con la princesa Quetzalpétatl. Los hechiceros realizaron entonces va­
rios portentos que trajeron consigo la muerte de muchos toltecas y la
desolación en Tollan. El desenlace de ese enfrentamiento fue que el
sacerdote abandonara su metrópoli. Con palabras que continúan sien­
do fusión de historia y leyenda, se habla de su partida, su paso por
Cholula, su cruce de la cordillera y de la montaña del Señor de la nie­
bla -el actual Pico de Orizaba- hasta alcanzar la orilla del mar, por
el oriente, en busca de T!tllan, Tlapallan, el lugar del color negro y rojo,
el país de la sabiduría. La marcha de Quetzalcóatl, que pronto iba a
reaparecer en tierras del mundo mayanse, marcó la primera gran deca­
dencia de Tollan, anticipo de lo que fue más tarde su ruina definitiva.
Por lo que toca a los toltecas, muchos abandonaron también entonces
su ciudad y llegaron a apartadas regiones. De su presencia en sitios
de Oaxaca, Yucatán y Guatemala, hablaremos más tarde.
Tras la salida de Quetzalcóatl, hubo al parecer, varios gobernantes
en Tollan que pudieron mantener la prepotencia de la antigua metró­
poli durante casi otra centuria, hasta fines del siglo XI. En el año 9-Co­
nejo (1098) entró en escena Huémac, el último de los señores toltecas.
Durante su largo reinado subsistió en gran parte el área de dominación
tolteca. Mas, como había ocurrido antes en tiempos de Quetzalcóatl, los
textos indígenas vuelven a hablar de portentos y perturbaciones. En­
tre otras cosas hubo grandes aflicciones y muertes por causa del ham­
bre. El relato mítico nos dice que esa desgracia se abatió sobre el pueblo
tolteca como un castigo de los dioses de la lluvia. Estos se habían apa­
recido a Huémac y lo habían invitado a competir en el juego de pelo­
ta. Huémac apostó allí sus jades y plumas de quetzal. Los dioses de la
lluvia, ofrecieron lo mismo en caso de pérdida. Realizado el juego,
Huémac salió vencedor. Los dioses de la lluvia, en vez de jades y plu­
mas de quetzal, pretendieron darle mazorcas de maíz. El señor de los
toltecas se enojó y exigió que los dioses le entregaran jades y plumas
finas. Con tal desdén se atrajo su ira. Recibió los jades y las plumas
pero también cuatro años de sequía.
Otras calamidades ocurrieron luego. Entre ellas, hubo un serio en­
frentamiento de los toltecas-chichimecas y los toltecas-nonohualcas.
Estos últimos, según vimos, habían venido a Tollan para participar en
el trabajo de las edificaciones y a la postre se habían quedado allí en
forma permanente. Lo que primero comenzó como un disgusto, ter­
minó como abierta rebelión de los toltecas-nonohualcas. Huémac tomó
entonces la determinación de abandonar Tollan en busca de la cueva

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 99

de Cincalco en Chapultepec. Ello ocurrió, según parece, en una fecha


calendárica 1-Pedernal que se ha correlacionado con 1156. Huérnac
murió en Chapultepec algunos años después.
De diversas formas los documentos indígenas mencionan la ruina
definitiva de la metrópoli. Los Anales de Cuauhtitlán dicen: "Entonces
se acabaron los años de los toltecas... " Por su parte otra obra, también
en náhuatl, la Historia tolteca-chichimeca, asienta: "En seguida, en la no­
che, ocultaron todas sus pertenencias, lo que había sido de Quetzal­
cóatl, todo lo guardaron. Luego empezaron a salir de Tallan..."
La segunda decadencia de la ciudad y su total abandono, trajeron
consigo la más completa dispersión de los toltecas y, a la vez, facilita­
ron la penetración, por el norte, de nuevas oleadas de chichimecas.
Algunos toltecas permanecieron refugiados en distintos sitios del Va­
lle de México, otros marcharon rumbo a Cholula. Allí fueron someti­
dos por los olrneca-xicalancas hasta que, un siglo después, lograron
sobreponerse a ellos y adueñarse de esa ciudad sagrada. La disper­
sión tolteca dejó también honda huella en tierras de Michoacán, Gue­
rrero, Oaxaca, Veracruz, Tabasco y, de modo especial, en varios lugares
del área maya. Al parecer, en algunos casos los emigrantes, de esta
segunda dispersión, fueron a sumarse a los descendientes de grupos,
también de estirpe tolteca, que habían salido siglo y medio antes, al
tiempo de la huida de Quetzalcóatl.
En contraste con lo que significó esta nueva difusión de la influen­
cia tolteca, otros pueblos comenzaron a penetrar por el rumbo de la
metrópoli abandonada. El panorama político y cultural de Mesoarné­
rica estaba a punto de alterarse de nuevo. Con razón, al dividir en épo­
cas distintas al periodo posclásico, se ha fijado, -a partir de la ruina
de Tallan- el término de la fase o etapa temprana (siglos X-XII). Poco
más de tres centurias de evolución autónoma quedaban ya sólo al hom­
bre de Mesoarnérica. Antes, sin embargo, de ocuparnos de los últimos
tiempos de su desarrollo, hasta llegar a la conquista española, debe­
rnos atender a lo que ocurría, desde el siglo X, en otros ámbitos del
México antiguo.

Zapotecas y mixtecas de Oaxaca

Según vimos en el capítulo IV, hacia 800 d. C., con la decadencia de


Monte Albán, concluyó en Oaxaca el periodo clásico. Sin embargo, a
diferencia de lo que había ocurrido en Teotihuacan y también más tar-

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100 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

de en la región central del mundo maya, el término del clásico entre los
zapotecas no trajo consigo total abandono de sus ciudades y centros.
Así durante la fase Monte Albán IV (de 800 a 1200 d. C.), en lo que
fue la gran metrópoli zapoteca y en otros sitios como Cuilapan y Yagul
quedaron núcleos de población, entregados sobre todo a tareas como
la agricultura que hacían posible su subsistencia. A la vez se desarro­
lló entonces un limitado proceso de expansión de los zapotecas con
un nuevo florecimiento sobre todo en Zaachila y Mitla. Este último
centro, conocido en lengua zapoteca con el nombre de Liobaá, "lugar
de los muertos", era residencia, en sus varios palacios, de las más altas
jerarquías del sacerdocio. Al decir del cronista fray Francisco de Burgoa,
en Mitla existía un gran subterráneo donde se daba sepultura a los res­
tos de los gobernantes y señores. Cabe suponer que, por esta práctica,
adquirió este centro la designación de "lugar de los muertos".
No obstante que, en lugares como los mencionados, y más hacia
el oriente en el istmo de Tehuantepec, diversas comunidades zapotecas
preservaron mucho de su antigua cultura, otro fue el grupo que, den­
tro del periodo posclásico, habría de ejercer nueva forma de prepo­
tencia. Los mixtecas habían penetrado en tierras oaxaqueñas desde
muchos siglos antes. Al parecer, estaban emparentados con los lla­
mados "olmecas huixtotin" o "salineros", que moraban en territorio
veracruzano. Desde el punto de vista de las leyendas y mitos de los
propios mixtecas, cabe recordar que afirmaban tener su origen en el
pueblo conocido más tarde con el nombre náhuatl, de Apoala, donde
hay abundancia de agua, no muy lejos de Nochixtlán. La más antigua
designación de ese lugar en idioma mixteco, Yutatnoho, significa "río
de donde salieron los señores". Al decir de las crónicas, "los dichos
señores que salieron de Apoala se habían hecho cuatro partes y se di­
vidieron de tal suerte que se apoderaron de toda la Mixteca..."
El país de los mixtecas -aunque comprende también zonas de al­
tura media e incluso de costa en el Pacífico- es en su mayor parte
montañoso. Como su nombre lo indica, Mixt!an, es "lugar de nubes y
neblinas", en los estrechos valles y en las alturas de la Sierra Madre. Se
habla de la "Mixteca alta", la más extensa, en la que florecieron, desde
fines del siglo VII d. C., señoríos muy importantes como los de Tilan­
tongo, Teozacualco, Cuixtlahuaca y T laxiaco. La "Mixteca Baja" se sitúa
al oeste y al norte de la anterior, con pueblos como Ejutla y Zoquiapan.
En la "Mixteca de la costa" se erigió el antiguo señorío de Tutupec.
Gracias al estudio de los varios códices mixtecos prehispánicos que
se conservan, ha sido posible reconstruir las dinastías de varios pe­
queños reinos a partir de mediados del siglo VII d. C. Tal es el caso de

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 101

los códices, de contenido fundamentalmente histórico y que en buena


parte han sido descifrados por don Alfonso Caso, conocidos hoy, en fun­
ción de los lugares donde se preservan o de sus antiguos poseedores,
con los siguientes nombres: Vindobonense (o de Viena), Bodley, Nuttall,
. Colombino, Se/den, Becker I y II.
Desde la primera decadencia de Tollan se dejó sentir en el área
mixteca la influencia de grupos toltecas. Varias veces se produjeron,
entre toltecas y mixtecas, alianzas matrimoniales. Como una muestra
de lo que acerca de Tollan pensaban los mixtecas, citaremos en resu­
men la lectura que hizo Alfonso Caso de una parte del Códice Bodley:
El señor, de nombre calendárico 8-Venado, extiende sus dominios
desde Tilantongo por amplia zona de la Mixteca, e incluso hacia el
sur, en territorio de los zapotecas. A su vez el señor 4-Viento, serpien­
te de Fuego, nacido hacia 1040, actúa como enemigo del señor 8-Ve­
nado. Buscando apoyo, 4-Viento emprende una peregrinación a Tollan.
Ello ocurre hacia 1067. El señor de Tollan que según las fuentes nahuas
es conocido -actuando como sacerdote, perfora la nariz, pone la na­
riguera a 4-Viento y lo hace teuht!t; es decir señor. 4-Viento recibe las
insignias de su rango, entre ellas, un báculo de Quetzalcóatl.
Los mixtecas, descendiendo de los altos valles, penetraron en luga­
res que habían sido posesión permanente de los zapotecas. En algunos
casos hubo guerras de conquista. En otros se concertaron nuevas alian­
zas matrimoniales. De un modo u otro, así se efectuó la penetración
mixteca en sitios como Cuilapan, Yagul, Monte Albán y Tlacolula. Esto
explica por qué hallazgos arqueológicos tan ricos y famosos como el
tesoro de la llamada "tumba 7 de Monte Albán" se consideren como
producciones mixtecas. Entre las joyas que allí se encontraron -y que
son muestra extraordinaria de la orfebrería mixteca- destacan unos
pendientes con efigies del dios solar y de Quetzalcóatl, un collar de
cuentas de oro y doble orla de cascabeles, así como los pectorales con
la máscara del dios de la fecundidad, Xipe-Tótec, la figura de Mic­
tlantecuhtli, dios de los muertos y aquel cuya placa superior repre­
senta un juego de pelota, con tres placas más en las que se evocan los
planos distintos del mundo.
La cultura de los mixtecas, que convivieron con las gentes de es­
tirpe zapoteca, influyó a la postre en otras regiones de Mesoamérica.
Sus códices, por ejemplo, fueron una especie de modelo de los que
habrían de elaborar los escribanos, después de la ruina de Tula, en dis­
tintos lugares del Valle de México, Cabe recordar además que, ya en
el siglo XIV, hubo algunos grupos de ascendencia tolteca-mixteca, nom­
brados con la voz náhuatl tla1lotlaque "los regresados", que fueron a

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102 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

establecerse en el Valle de México donde comunicaron a distintas gen­


tes chichimecas valiosos elementos de la alta cultura.
Si bien no se han encontrado grandes conjuntos arquitectónicos ni
producciones plásticas, como esculturas, de considerable magnitud,
no deja de ser cierto que los mixtecas se distinguieron en el campo del
arte. Prueba de ello la dan el preciosismo de su cerámica policromada,
la riqueza de su orfebrería, el tallado en madera, hueso y jade y la pin­
tura de los códices donde la maestría en la composición logró escenas
de extraordinario dinamismo, sobre fondos de vivos colores que ha­
cen resaltar las distintas figuras y glifos.
Adelantándonos ahora en la historia de mixtecas y zapotecas -o
sea mencionando ya lo que ocurrió hasta la consumación de la última
época del posclásico- diremos que de la región del Altiplano central
vino al fin la fuerza que alteró su propio florecimiento. El afán expan­
sionista de los mexicas llegó a hacerse presente hasta más allá de Te­
huantepec. Y aunque la nación mexica no alcanzó a imponerse de
manera absoluta entre mixtecos y zapotecas, el hecho es que, al tiem­
po de la conquista española, la prepotencia mexica era una realidad
en buena parte de las tierras oaxaqueñas.

Los mayas del tirea yucateca

En la zona mayanse, según vimos, el periodo clásico concluyó entra­


do ya el siglo X. Mas el fin de esa etapa de esplendor no tuvo las mis­
mas consecuencias en las distintas regiones habitadas por los mayas.
En tanto que no pocos de los recintos del norte yucateco, o del ámbito
sureño de las tierras altas, subsistieron de diversas formas, los esta­
blecimientos, ciertamente extraordinarios, de la región central queda­
ron para siempre abandonados. Ello explica que, al tratar ahora del
periodo posclásico, circunscribamos la atención a los hechos que tu­
vieron lugar en las dos regiones primeramente mencionadas.
Respecto del área yucateca sabemos -gracias al testimonio de las
crónicas, corroborado por la arqueología- que entre los años 980 y
1000, hubo una penetración de grupos procedentes, en última instan­
cia, del Altiplano de México. Venían estos capitaneados por un perso­
naje de nombre Kukulcán, en maya yucateco, vocablo equivalente al
náhuatl Quetzalcóatl, Serpiente emplumada. Al parecer, participaron
en la invasión otras gentes que habían vivido, de tiempo atrás, hacia
Champotón, en la costa de Campeche. Tales gentes, influidas desde
antes por la cultura del Altiplano, llegaron a conocerse como los itzáes.

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 103

Muy pronto un importante centro -cuyo antiguo nombre Uuci­


Abnal "siete arbustos", fue cambiado por el de Chichén-Itzá, "Pozo
de los itzáes"- cayó en poder de los invasores. Según la crónica de
fray Diego de Landa:

Es opinión entre los indios que, con los itzáes que poblaron Chichén­
Itzá, reinó un gran señor llamado Kukulcán y que muestra ser esto
verdad el edificio que se llama Kukulcán (la pirámide de "El Castillo"
en Chichén). Y dicen que entró por la parte del poniente y difieren en
si entró antes o después de los itzáes o con ellos. Y dicen que fue bien
dispuesto y que no tenía mujer ni hijos...

A su vez el texto en maya del Chtlam Balam de Chumaye!, hablando


en tono profético de lo que tendrá que ocurrir en la fecha del katún o
cuenta de veinte años que lleve el signo calendárico 4-Ahau, 4-Señor,
recuerda que Kukulcán había penetrado con los itzáes en Chichén. He
aquí la profecía del retorno mítico o repetición de lo que antes había
sucedido:
"Katún 4-Ahau: se establece en Chichén-Itzá. Los itzáes allí pene­
trarán ... Kukulcán volverá por segunda vez..."
Cabe recordar aquí, teniendo presente el antiguo 4-Ahau (hacia 987)
al que alude la profecía citada, que a su vez las correlaciones calen­
dáricas de los testimonios en náhuatl permiten sostener que la parti­
da de Quetzalcóatl de Tollan había tenido lugar precisamente algún
tiempo antes de que concluyera el siglo X d. C. En consecuencia -más
allá de cuanto hay de legendario en los textos- creemos que puede
aceptarse como hecho histórico la penetración en tierras yucatecas de gru­
pos vinculados con la cultura que había florecido en Tollan-Xicocotitlan.
Por otra parte, de entre los itzáes -adem_ás de los que asimismo
se asentaron en Chichén- hubo algunos que se instalaron en sitios
como Motul e Izamal. Otros fundaron después la ciudad de Mayapán.
Un grupo, venido más tarde, portador también de elementos cultura­
les toltecas, el de los tutul-xiu, se apoderó del lugar donde durante el
clásico, se había edificado Uxmal.
Quienes así dominaron buena parte del norte de la península, for­
maron luego, con los señores de Chichén y Uxmal, la que se cono­
ce como "liga de Mayapán", aunque realmente tuviera por cabeza a
Chichén-Itzá. Tal confederación habría de durar, según el libro de
Chtlam Balam de Chumayel, casi doscientos años o sea hasta fines del
siglo XII: "Desde que se estableció Ah Suytok, señor tutul-xiu en Uxmal,
diez veintenas de años reinaron en compañía de los señores de Chichén
Itzá y Mayapán."

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104 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

La arqueología, como ya lo hemos dicho, corrobora el hecho de la


penetración y predominio de esas gentes portadoras de elementos de
cultura tolteca. En la arquitectura, por ejemplo, contrastando con las
edificaciones mayas del clásico, cuyo techo de bóveda falsa sólo al­
canzaba a cubrir espacios muy reducidos, la influencia tolteca hizo
posible techar ámbitos interiores mucho más amplios. Muestra de esto
la ofrece la galería que circunda en parte, con sus múltiples columnas,
al que se conoce como "templo de los guerreros" en Chichén. Modelo
de esta edificación lo dio la muy semejante del templo de Tlahuiz­
calpantecuhtli (Señor de la aurora) en Tallan.
Elementos, que también denotan influencia tolteca, son las plata­
formas conocidas como tzompant/1; destinadas a sostener con sus ar­
mazones los cráneos de los sacrificados. Deben mencionarse también
las ya mucho más frecuentes representaciones de la serpiente em­
plumada, entre ellas las que, a modo de columnas, como en Tallan,
ostentan la cabeza en el suelo y el resto del cuerpo en alto. Citaremos,
finalmente, los juegos de pelota que, como los del Altiplano, se cons­
truyeron cerrando con muros los extremos. Tanto el gran juego de
pelota de Chichén como la última estructura de la pirámide de "El
Castillo" en honor de Kukulcán, además de incluir representaciones y
otros elementos de inspiración tolteca, cuentan entre los mejores lo­
gros del posclásico maya.
Correspondió también a este periodo haberse edificado en el ám­
bito mayanse -probablemente con inspiración del Altiplano- lo que,
más allá de cualquier alegato, debe considerarse como una auténtica
ciudad. Nos referimos a la metrópoli de Mayapán que, además de su
centro ceremonial y administrativo, llegó a tener, dentro de sus mura­
llas -según lo comprueba la arqueología- más de tres mil casas
habitación.
Aunque los invasores, con el paso del tiempo, acabaron por mez­
clarse con la población mayanse, su influencia quedó para siempre en
campos como el de las creencias y ritos religiosos. Por ejemplo, Chac,
el dios de la lluvia, vio enriquecidos o modificados sus atributos en
relación con los de Tláloc. El culto a la deidad solar exigió aumento
en el número de víctimas, sacrificadas probablemente con el mismo
propósito que en el Altiplano: fortalecer la existencia de quien era te­
nido como supremo dador de la vida.
Para el estudio del pensamiento religioso, las fiestas y ceremonias
que mantenían vigencia en esta época son de valor inapreciable los
tres códices mayas que se conservan. Se conocen estos, en función de
las ciudades donde hoy se hallan, como códices de Dresde (en Alema-

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 105

nia), de París y de Madrid. El aprovechamiento completo de estas fuen­


tes.al igual que el de las inscripciones del periodo clásico, dependerá
desde luego del pleno desciframiento de la escritura jeroglífica maya.
Cambio importante, fue asimismo la adopción de una forma de
cómputo calendárico, mucho menos compleja y también menos preci­
sa, que la del "sistema de la cuenta larga". Se trata de la llamada "cuen­
ta de los katunes" (periodos de veinte años, cada uno de 360 días) que
comprendía 13 katunes, designados con el nombre de su último día,
acompañado de su correspondiente número: Katún 1-Ahau, katún 2-
Ahau, etcétera. Este sistema, llamado por los especialistas "de la cuenta
corta", abarcaba, en un ciclo completo, cerca de 256 años. Al concluir
"una rueda" o ciclo de 13 katunes, se iniciaba otra. En los libros de Chtlam
Balam abundan las profecías para cada katún. En ocasiones, según vi­
mos en el caso de Kukulcán, se anunciaba el retorno o reiteración de lo
que había ocurrido en un ciclo anterior o incluso en otros más alejados.
Además de la cuenta o rueda de los katunes, mantuvieron su vi­
gencia el cómputo de 365 días, conocido como haab, equivalente al del
xfhutfl del Altiplano y el de carácter adivinatorio, de 260 días, el tzolkin,
semejante al tonalpohual!t; conocido desde el clásico.
También en esta misma época -como había ocurrido en la zona
de Oaxaca- se trabajaron ya el oro en aleación natural con el cobre y
el cobre nativo. Numerosos objetos de esto metales han podido resca­
tarse de sitios como el célebre cenote de Chichén-Itzá.
Al lapso de mayor pujanza dentro de este periodo o sea el de "la
liga de Mayapán" (posclásico temprano), siguieron años de enfren­
tamientos causados por discordias y ambiciones. Los gobernantes de
Mayapán se impusieron al fin, de manera violenta, sobre sus antiguos
aliados. Los textos indígenas hablan de los que fueron casi 250 años
de tiranía ejercida por los de Mayapán, hasta que, hacia 1441, estalló
incontenible rebelión. La muerte que recibieron los gobernantes y no­
bles de Mayapán, puso término no sólo a su tiranía sino a cualquier
otro intento unificador de los distintos señoríos de la península. Estos
habrían de subsistir hasta los días de la conquista española sin alcan­
zar forma alguna de ulterior esplendor.

Los mayas de las tierras altas

Según vimos, en la que fue región sureña del mundo mayanse -a lo


largo de la Sierra Madre de Chiapas y de los Andes Centroamericanos
y sus estribaciones- convivieron desde los primeros siglos del clási-

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106 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

co grupos de lengua y cultura maya con gentes que estaban en pose­


sión de elementos originados en la altiplanicie mexicana. Floreció así,
por ejemplo, con una fisonomía más teotihuacana que mayanse, el cen­
tro de Kaminaljuyú, no lejos de la actual ciudad de Guatemala. Más
tarde la penetración de los pipiles, a la que también nos hemos referi­
do, reforzó en algunos aspectos la ya antigua vinculación con el cen­
tro de Mesoamérica. Por todo esto ha podido afirmarse que la región
de las tierras altas fue de hecho la menos característicamente maya.
La arqueología muestra además que, en las tierras altas, la arquitec­
tura y, en general los centros de población guardaban pocas semejan­
zas con los de las otras regiones del mundo maya. En las edificaciones
no se empleó aquí, por ejemplo, la falsa bóveda, característica de los
mayas. Los centros ceremoniales, por otra parte, incluían a veces basa­
mentos semicirculares sobre los que se levantaron templos al dios del
viento como en la altiplanicie mexicana. Finalmente, en su conjunto, los
centros de las tierras altas, si por algo sobresalen, es por su notorio
aspecto defensivo, como construidos por gentes habituadas a las em­
presas bélicas. Desde otro punto de vista, recordaremos que en ningu­
no de estos recintos se erigieron estelas con inscripciones calendáricas
o de otra índole.
A la luz de todo esto se comprenderá que el ocaso del clásico en
las tierras altas tuvo realmente poca significación, ya que no pudo per­
derse allí lo que en realidad nunca se había poseído. Cabe hablar, sin
embargo, de alteraciones, parecidas a las que ocurrieron en el norte
yucateco, poco tiempo después de iniciado el periodo posclásico. Las
crónicas y otros textos que, primero por tradición oral y después por
escrito, han llegado hasta nosotros en lenguas mayanses de esta re­
gión hablan asimismo de la entrada de gentes venidas de Tulan o
Tulapan. Esos invasores habían tenido como guía supremo al llamado
en quiché y cakchiquel Cucumatz, o Cuchulchán en tzotzil de Chiapas,
vocablos equivalentes al de Kukulcán entre los mayas yucatecos.
Los hallazgos arqueológicos coinciden mostrando la importancia
que tuvo esta nueva penetración de hombres del Altiplano. Pueden men­
cionarse las exploraciones en Iximché, la capital cakchiquel, Gumarcaaj
(Utatlán), la metrópoli quiché, y Mixco Viejo, el centro de los poko­
mames. En todos estos sitios la influencia cultural tolteca aparece de
múltiples formas. Volviendo a los textos indígenas, el conocido como
Título de los señores de Tofonicapdn, de procedencia cakchiquel, es elo­
cuente al respecto:
"Los sabios, los nahuales, los jefes y caudillos... vinieron de allá
de donde sale el sol, del lugar llamado Pa Tulan..."

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EL POSCLÁSICO TEMPRANO: SIGLOS X-XII 107

Y al hablar del origen de la autoridad y el saber, se reitera la vin­


culación con Tollan y el señor Cucumatz (Quetzalcóatl), designado
también como Nácxit. Así, por ejemplo, en el Popo! Vuh de los quichés
se dice:

Llegaron allá, al oriente, cuando fueron a recibir la investidura del rei­


no. Y este era el nombre del señor, rey del oriente, a donde llegaron...
el señor Nácxit, el único juez supremo de todos los reinos... el que aca­
bó de darles las insignias de grandeza... las pinturas de Tulan, aquello
en que ponían sus historias.

El gran respeto y aun veneración que se expresan en los textos al


mencionar a Cucumatz o a Tulan se debieron probablemente a que
-como en el caso de Yucatán- la nobleza gobernante se sentía vin­
culada por linaje con los antiguos invasores de origen tolteca. Estos,
según parece, habían venido, entrado ya el siglo XI, desde el rumbo
del oriente, partiendo de las costas del Golfo de México y siguiendo el
curso del Usumacinta hasta llegar a las actuales fronteras de Chiapas
y Guatemala.
La ulterior dispersión de tales invasores y su asentamiento entre
distintos grupos mayas, trajo consigo, como había ocurrido también en
Yucatán, la mezcla de sangres y el fortalecimiento de algunos antiguos
señoríos mayanses. Así se formó con el paso del tiempo, un estado par­
ticularmente poderoso, el de la nación quiché, en parte toltequizada, y
que perduró casi hasta los mismos años en que ocurrió la gran rebe­
lión contra Mayapán en la península o sea hacia 1441.
Los textos que hemos citado y otros, como los Anales de los cak­
chiqueles, describen las formas de organización política y social, las
creencias religiosas y las costumbres prevalentes en esta época de con­
siderable influencia cultural de origen tolteca. Por otra parte, hablan
asimismo de la serie de luchas que hubo luego entre los pequeños se­
ñoríos por afanes de predominio en el ámbito guatemalteco y chia­
paneco de las tierras altas hasta los días de la conquista española.
Debemos añadir, a modo de conclusión, que es de gran interés para
los especialistas disponer de la documentación aludida en lenguas
como el quiché y cakchiquel. Ella ha permitido establecer compara­
ciones con los textos en náhuatl del Altiplano. Aun cuando queda mu­
cho por precisar, consta al menos que entre unas y otras fuentes existen
grandes afinidades. Si bien algunas -como las referentes al culto dado
a dioses como Quetzalcóatl o Xipe Tótec, el señor desollado- se de­
bieron a la influencia tolteca, otras parecen denotar tradiciones más

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108 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

antiguas con semejanzas que provienen del legado en común de la ci­


vilización mesoamericana.

5. EL POSCLÁSICO MEDIO: 1200-1325. NUEVAS CRISIS CULTURALES


Y REACOMODOS DE PUEBLOS

El completo abandono de Tollan-Xicocotitlan, acaecido, según hemos


visto, hacia la segunda mitad del siglo XII, produjo grandes altera­
ciones no sólo en la altiplanicie central sino en la mayor parte de
Mesoamérica y aun en algunas regiones de fuera de ella, en el ámbito
norteño. Ya hemos mencionado la penetración de emigrantes de cul­
tura tolteca en territorios de Michoacán, Guerrero, Oaxaca, Veracruz
y Tabasco. Con mayor detenimiento nos hemos referido a la entrada
de algunos de esos grupos en la región yucateca y en las tierras altas
del mundo mayanse.
Así como tuvo grandes repercusiones el colapso de Tallan en dis­
tintos rumbos de Mesoamérica, consta también que, desprotegidas ya
las fronteras norteñas de la zona de alta cultura, se desarrolló una nue­
va época de invasiones, cambios culturales y reacomodos de pueblos.
A nuestro parece el inicio de tales acontecimientos -dentro del pos­
clásico- justifica introducir aquí una división cronológica. La época
anterior, el posclásico temprano, concluyó poco después de la ruina
de Tallan. Fase de transición es esta de la que ahora vamos a ocupar­
nos. Descrita como época de crisis y reacomodos entre 1200 y 1325, la
designamos con el nombre de posclásico medio. Época postrera en
la evolución cultural autónoma de Mesoamérica es la del posclásico tar­
dío, 1325-1521, cuando tuvieron lugar el asentamiento definitivo, los
procesos de superación y el extraordinario esplendor de los mexicas
o aztecas.
Al estudiar ahora lo más sobresaliente en el posclásico medio, nos
fijaremos, como paso inicial, en la situación que prevalecía, a princi­
pios del siglo XIII, tanto que la altiplanicie central como en las regio­
nes norteñas de la frontera mesoamericana.

Altiplanicie y fierras norteñas después de la ruina de Tollan

A pesar de todo, en no pocos sitios del Valle de México y áreas veci­


nas pudieron subsistir algunos toltecas. Documentos indígenas como
el llamado Códice Xólotl, nos muestran gráficameµte a algunas familias

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EL POSCLÁSICO MEDIO: 1200-1325 109

que se quedaron en lugares como Chapultepec, en tanto que grupos


mayores revitalizaron antiguos señoríos, entre ellos el de Culhuacán.
Por otra parte, según lo referimos ya, hubo también toltecas que pasa­
ron a Cholula, donde quedaron sometidos a los olmeca-xicalancas que
allí imperaban. Tal estado de sujeción en Cholula habría de prolon­
garse cerca de un siglo hasta que, hacia 1292, los antiguos toltecas se
adueñaron por completo de esa ciudad, gran centro de culto a Quetzal­
cóatl. Así, unas veces en pequeños agrupamientos y otras fortalecien­
do antiguas fundaciones que habían tenido considerable importancia,
el elemento cultural tolteca lejos estuvo de desaparecer de la Altipla­
nicie central.
Lo que sí ocurrió, en cambio, fue que los límites norteños de la
alta cultura mesoamericana, tras el abandono de Tallan, se contraje­
ron muy considerablemente. Significa esto que la amenaza de posi­
bles invasiones procedentes del norte se tornó más cercana y a la vez
más inminente.
Como lo vimos en capítulos anteriores, desde el sur de Texas y en
parte de Tamaulipas, Zacatecas, San Luis Potosí y regiones vecinas,
seguían viviendo bandas de recolectores y cazadores de distintas fi­
liaciones lingüísticas. En tanto que hacia el norte prevalecían los de
idiomas hokanos, en el centro-norte moraban, entre otros, los llama­
dos chichimecas de idioma pame. A estos últimos pertenecían varios
de los grupos que muy pronto iban a irrumpir en el Valle de México.
Además de esos invasores, que se contaban en el conjunto de las
bandas de recolectores y cazadores, hubo otros grupos cuya entrada
ocurrió también por ese tiempo. Gracias a varios códices y crónicas
sabemos que las alteraciones que se habían producido en la zona cen­
tral afectaron asimismo a algunos conglomerados de idioma náhuatl,
pobladores de distintos lugares en las llanuras del norte, a modo de
avanzadas de la civilización mesoamericana. De acuerdo con varios
relatos, la patria original de esas tribus nahuatlacas se hallaba en el
norte y se conocía con los nombres míticos de Aztlán, "el lugar de las
garzas" y Chicomóztoc, "el sitio de las siete cuevas". Mucho han dis­
cutido los especialistas con el fin de precisar geográficamente la ubica­
ción de tales sitios. Lo único cierto es que las recordaciones legendarias
sitúan a Aztlán y Chicomóztoc en el ámbito de las regiones norteñas.
Las diferencias culturales entre estos grupos de lengua náhuatl y
las bandas de recolectores y cazadores de filiación lingüística pame,
eran ciertamente muy grandes. Los primeros, no sólo habían practica­
do ya la agricultura y eran asimismo dueños de diversas técnicas como
las requeridas para la fabricación de cerámica, sino que, en sus for-

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110 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

mas de organización, costumbres y creencias religiosas, tenían consi­


derable afinidad con las gentes de alta cultura mesoamericana, en par­
ticular con las que, de tiempo atrás, habían habitado la altiplanicie.
Tales grupos nahuatlacas, cuya peregrinación hacia el Valle de Méxi­
co, se inició en el siglo XII, eran portadores de una cultura que consti­
tuía versión decaída de rasgos y elementos que, en el Altiplano, en
cambio, habían continuado enriqueciéndose. Desde otro punto de vis­
ta, podrían también compararse los niveles culturales de esos antiguos
pobladores de Chicomóztoc con lo que conocemos acerca de otros gru­
pos, de filiación lingüística uta-azteca, que incluso habían llegado a
formar señoríos en varios lugares de Colima, Jalisco y Nayarit.
Las gentes a las que nos estamos refiriendo son las conocidas tradi­
cionalmente como "las siete tribus nahuatlacas". Aunque no siempre
coinciden códices y crónicas en los nombres de dichas tribus, damos a
continuación los que más frecuentemente aparecen: tepanecas, acol­
huas, chinampanecas (o xochimilcas), chalcas, tlatepotzcas (que incluía
a los tlaxcaltecas, huexotzincas y otros), tlahuicas y mexicas. Después
de largo peregrinar, las varias tribus nahuatlacas, de manera inde­
pendiente y sucesiva, entraron en la región de los lagos del Valle de
México desde los comienzos del siglo XIII. Por su parte, las hordas chi­
chimecas -capitaneadas por su jefe de nombre Xólotl- habrían de
acercarse a Tula hacia 1244, para penetrar al norte del mismo valle al­
gunos años después.
Ni la arqueología ni otras fuentes han precisado hasta ahora si los
desplazamientos de las tribus nahuatlacas y de las bandas de pames
chichimecas, afectaron la estabilidad de otras comunidades hablantes
de idiomas uta-aztecas, cual sería el caso de los coras, huicholes, te­
pehuanos y otros. Ignoramos asimismo si los dichos desplazamientos
pudieron provocar algunas consecuencias en ámbitos más apartados
como el de los grupos hokanos de Tamaulipas o el de los indios Pue­
blos en Chihuahua, Arizona y Nuevo México.
Respecto de estos últimos consta que también se dejaron sentir
entre ellos por esta época perturbaciones y crisis que fueron causa del
abandono de algunos de sus antiguos establecimientos. Además, poco
después -verosímilmente entrado ya el siglo XIV- hubo también en
la zona habitada por los Pueblos una serie de invasiones. Los que en­
tonces irrumpieron allí fueron los apaches, designación que incluye
diversas parcialidades, entre ellas las de los navajos. Los apaches eran
miembros de la familia atapascana y procedían de la región de las
Grandes Llanuras en lo que actualmente son los Estados Unidos. La
entrada de los apaches, nómadas, cazadores y recolectores, modificó

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EL POSCLÁSICO MEDIO: 1200-1325 111

hondamente el panorama cultural en el sur de Arizona y Nuevo Méxi­


co, así como en parte de Chihuahua y Sonora. Si bien los apaches lle­
garon a enriquecer sus formas de vida con elementos como la práctica
de la agricultura y las técnicas de los tejidos, adquiridas a través de
sus contactos con los Pueblos, su establecimiento definitivo en la re­
gión fue ocasión permanente de conflictos. Síntoma del carácter inde­
pendiente de los apaches y de su actitud agresiva, que hizo posible su
supervivencia, fue que jamás llegaron a ser absorbidos cultural o po­
líticamente ni por los indios Pueblos ni más tarde por los conquista­
dores y colonizadores españoles.
Descrita así la situación que prevalecía en la altiplanicie y, más allá,
en las tierras norteñas, después de la ruina de Tollan, trataremos ya
de la irrupción misma de las bandas chichimecas, capitaneadas por
Xólotl, así como de los procesos de contacto y cambios culturales que
se desarrollaron en el Valle de México.

Los chichimecas de Xólotl y sus descendientes

La penetración -hacia mediados del siglo XIII- de las hordas capita­


neadas por Xólotl volvió patentes los grandes contrastes que había
entre los pueblos sedentarios, creadores de centros urbanos, y los beli­
cosos inmigrantes, señores de la flecha y el arco. Al decir de los Anales
de Cuauhtitlán: "Eran estos chichimecas que vivían como cazadores, que
se vestían con pieles de animales y que comían tunas grandes, cactos,
maíz silvestre..." Los descendientes de los toltecas, de los que queda­
ban unos pocos en la región de los lagos, hablaban el idioma náhuatl
que, en menos de dos siglos iba a ser el idioma más difundido en
Mesoamérica, los invasores se expresaban, en cambio, en lenguas del
tronco macro-otomangue, como el pame.
A tres códices, elaborados más tarde en Tetzcoco, y que llevan los
nombres de Xólotl, Tlotzin y Quinatzin, así como a los escritos de don
Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, debemos sobre todo la información que
nos permite conocer lo que entonces ocurrió. En la primera lámina del
Códice Xólotl aparece el caudillo del mismo nombre, acompañado de
su hijo Nopaltzin, contemplando desde la cima de un monte la super­
ficie del Valle de México en busca de lugares de asentamiento. Tras
permanecer algún tiempo en el sitio que, en su honor, se llamó Xóloc,
se hizo establecimiento definitivo en Tenayuca. Allí, donde existían ya
desde antes vestigios de edificaciones toltecas, se organizó la que Ixtlil­
xóchitl solemnemente llama "corte de los chichimecas".

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112 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

El príncipe Nopaltzin y otros hicieron desde allí algunas incursio­


nes a lugares como Culhuacán y Cholula. Poco a poco las gentes de
Xólotl adquirieron una imagen de lo que habían sido y eran las tierras
que ahora iban a poblar. La zona de los lagos era en verdad atractiva.
Además de las posibilidades de la pesca, las montañas cercanas ofre­
cían, mucho más que las llanuras del norte, abundancia de caza. Los
vestigios de cultivo y lo que quedaba de antiguas chinampas y de sis­
temas de irrigación -todo ello representado en el Códice Xólotl- in­
teresaba menos a los chichimecas.
Debemos señalar aquí que, por este mismo tiempo, o sea durante el
último tercio del siglo XIII, algunas de las tribus nahuatlacas, proceden­
tes de Chicomóztoc, había consumado también su entrada por diversos
rumbos del Valle de México. Entre los primeros en llegar estuvieron los
xochimilcas, así como los que luego fueron a establecerse por el rum­
bo de Chalco y los que más tarde se conocieron con los nombres de
tepanecas y acolhuas. Hubo desde luego numerosos contactos, inter­
cambios culturales y enfrentamientos entre miembros de estas tribus,
por una parte, y grupos de los chichimecas de Xólotl y descendientes
de los antiguos toltecas, por otra. A la postre, con intervención de Xólotl,
entonces muy anciano, varios de los distintos inmigrantes se establecie­
ron ya en lugares determinados. Los tepanecas quedaron al norte y co­
menzaron a fundirse con los antiguos habitantes de Azcapotzalco, que
eran, a su vez, mezcla de gentes de origen teotihuacano, otomí y tolteca.
Una rama de los chichimecas, conocida como la de los oto-mazahuas,
fijó su residencia al norte, en Xaltocan. Por el rumbo del oriente, en
Coatlichan, se asentó la tribu de los acolhuas. Nopaltzin, el hijo y suce­
sor de Xólotl, se quedó en Tenayuca, casado con una princesa culhua­
cana, de estirpe tolteca. En el caso de las tribus chalcas y xochimilcas,
debemos añadir que, al mezclarse en los sitios de los que derivaron sus
nombres, con sobrevivientes de filiación tolteca, contribuyeron a un nue­
vo desarrollo en los correspondientes lugares.
La historia, hasta mediados del siglo XIV, puede resumirse diciendo
que consistió en una serie de procesos de cambio cultural cuyo término
fue la transformación en civilizados de las antiguas hordas seminó­
madas. A Nopaltzin, que murió hacia 1315, lo sucedió Tlotzin, el pri­
mer jefe chichimeca mestizo, tolteca ya por línea materna. Fundó éste
un señorío, no muy lejos de Coatlichan, en Tlatzallan-Tlalanóztoc. La
influencia que recibió, en particular de un sacerdote chalca de origen
tolteca, fue factor decisivo en los cambios que luego se produjeron.
Según las noticias que proporciona el códice que lleva el nombre de
Tlotzin, éste, gracias al sacerdote chalca, aprendió la lengua náhuatl,

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EL POSCLÁSICO MEDIO: 1200-1325 113

gustó ya de manjares como el atole y los tamales, alimento clásico de


las gentes civilizadas de Mesoamérica. También él, como su padre, es­
cogió por esposa a una mujer de linaje tolteca, Pachxochitzin, oriunda
de Chalco. Con el propósito de mejorar las formas de vida de su pue­
blo, se empeñó luego T lotzin en introducir la agricultura.
Sucesor del anterior fue su hijo Quinatzin. Éste, desde algunos años
antes de la muerte de su padre, había fundado su propio señorío en
Tetzcoco. A la postre el sitio de Tlatzallan-Tlalanóztoc -fallecido ya
T lotzin- quedó subordinado a Tetzcoco. Lo que era aún incipiente
poblado, iba a convertirse en importante ciudad donde culminaría el
proceso de transformaciones culturales de los chichimecas y florece­
ría de nuevo la herencia tolteca. El cronista Ixtlilxóchitl describe así lo
que ocurría en Tetzcoco.

Si Tlotzin tuvo muy particular cuidado de que se cultivase la tierra,


fue con más ventajas el que tuvo Quinatzin en tiempo de su imperio,
compeliendo a los chichimecas no tan sólo a ello, sino a que poblasen
y edificasen ciudades, sacándolos de su rústica y silvestre vivienda,
siguiendo el orden y estilo de los toltecas...

Hubo ciertamente algunos descontentos que no quisieron aceptar


las tareas de la agricultura. De ellos sabemos que fueron al fin expul­
sados de Tetzcoco. Como en compensación, Quinatzin propició la lle­
gada de otros inmigrantes, los llamados tlailotlac¡ues, "los regresados"
y chimalpanecas, los "de la región de los escudos", entre quienes abun­
daban artífices y sabios. Los tlailotlaques enseñaron a los chichimecas
de Tetzcoco el arte de pintar y escribir historias en los códices. Los
chimalpanecas introdujeron a su vez diversas técnicas. Las prácticas y
creencias religiosas de origen tolteca comenzaron a ocupar entonces
el lugar de los más simples ritos chichimecas. En vez de adorar tan
sólo al sol y a la tierra, sacrificándoles aves y serpientes, los nuevos
cultos se dirigieron ya a deidades como Quetzalcóatl, T láloc, Xipe­
T ótec y la diosa Tlazoltéotl.
Techotlala, hijo de Quinatzin, gobernó en Tetzcoco a partir de 1357.
A él correspondió consumar el largo proceso de transformación de los
chichimecas. Acertadamente expresa Alva Ixtlilxóchitl que "ya en esta
sazón los chichimecas estaban muy interpolados con los de la nación
tolteca", Lo que más tarde ocurrió en Tetzcoco, en tiempos del rey, lla­
mado asimismo Ixtlilxóchitl, hijo de Techotlala y padre del célebre
Nezahualcóyotl, rebasa con creces la época de que aquí estamos tra­
tando. Por el momento diremos en resumen que, asentados en Tetzcoco
los descendientes de Xólotl, tras asimilar múltiples elementos de la

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alta cultura mesoamericana, con razón podían ufanarse autonornbrán­


dose ya "toltecas-chichimecas".

Establecimiento!/ desarrollo de otros señoríos en la región central

Mencionarnos la formación, en la zona norte del valle, del señorío de


Xaltocan, poblado por grupos oto-rnazahuas. Acerca del mismo di­
remos tan sólo que también allí se desarrollaron, aunque con menor in­
tensidad que en Tetzcoco, procesos de cambio cultural. Xaltocan adqui­
rió, además, considerable prepotencia política. Pudo así expanderse ·
hasta abarcar, desde el rumbo de San Cristóbal Ecatepec hasta una par­
te del valle del Mezquital en el actual Estado de Hidalgo.
Por su parte los tepanecas de Azcapotzalco, donde, corno se ha
dicho, vivían gentes de orígenes muy distintos, iniciaron la etapa de
su verdadero florecimiento hacia principios del siglo XIV, cuando tu­
vieron por gobernante supremo al señor Acolnahuacatzin. Este actuó
ya hostilmente con otros descendientes de Xólotl que habían perma­
necido en Tenayuca y asimismo tuvo enfrentamientos con los habitan­
tes de Culhuacán. Consecuencia de esto último fue que sitios como
Coyoacán, así corno una parte considerable del interior de los lagos, pre­
cisamente donde se hallaban las islas que más tarde se llamaron Tenoch­
titlan y Tlatelolco, cayeron bajo el dominio de Azcapotzalco. Al sucesor
de Acolnahuacatzin habría de corresponder -según lo veremos en el
capítulo siguiente - ensanchar al máximo su territorio, aun a costa de
la existencia misma de otros señoríos corno los de Xaltocan y Tetzcoco.
Los chalcas y los xochirnilcas continuaron asimilando la cultura
de los más antiguos residentes de origen tolteca. La existencia de los
señoríos de Chalco y Xochirnilco, corno entidades independientes, iba,
sin embargo, a verse muy pronto amenazada por los designios de
culhuacanos y tepanecas.
De los tlahuicas, que pasaron a situarse en lo que hoy es el Estado
de Morelos, dando origen al señorío de Cuauhnáhuac (Cuernavaca),
anticiparemos que, corno fue el caso de otras tribus nahuatlacas, su
supervivencia en libertad pronto cayó en peligro. Los tepanecas de
Azcapotzalco se adueñarían al fin de esa región.
Veamos ahora cuál fue el destino de los que genéricamente desig­
nan las fuentes corno tlatepotzcas. Abarcó este nombre a los grupos
que fueron a situarse a espaldas de las montañas, es decir más allá del
Popocatépetl y el Iztaccíhuatl. Algunos de éstos, acercándose a la ciu­
dad de Cholula, se convirtieron en auxiliares de las gentes toltecas que,

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como vimos, se impusieron allí a los olmecas huixtotin, que habían


sido dueños de ese gran centro desde el siglo IX. Los tlatepotzcas que
así colaboraron con los toltecas, fueron recompensados con una conce­
sión de tierras, dentro también de lo que hoy es el Estado de Puebla,
al sur de su moderna capital. Surgieron así los señoríos de Cuauh­
tinchan y Totomihuacan, y, paralelamente, el de Huexotzinco. Tan
grande llegó a ser el desarrollo, especialmente del último, que a la pos­
tre -a mediados del siglo XIV-, los huexotzincas pudieron extender
sus dominios hasta incluir en ellos a la metrópoli cholulteca.
Miembros también de los contingentes tlatepotzcas fueron los tlax­
caltecas. Entrados éstos en el Valle de México desde principios del si­
glo XIII, se habían asentado en Poyauhtlan, no lejos del señorío de
Coatlichan. Tras un enfrentamiento con los habitantes de dicho lugar,
los tlaxcaltecas continuaron su marcha hasta llegar a tierras del Esta­
do que lleva su nombre. Aproximadamente desde 1340 se inició el pro­
ceso de fundación de las cuatro cabeceras tlaxcaltecas. Fueron éstas
las de Tepetícpac, Ocotelulco, Tizatlan y Quiahuiztlan.
De este modo la serie de penetraciones, crisis y reacomodos de
pueblos, iniciados desde fines del siglo XII, fueron dando lugar a la
consolidación de nuevos centros, varios de los cuales se convirtieron
en importantes focos de cultura.
Se inició en el Valle de México y regiones vecinas una nueva etapa
cultural que se ha comparado con el casi contemporáneo temprano
renacimiento italiano, cuando florecían también en el Viejo Mundo
numerosas ciudades-estados de creciente esplendor. Al decir de un tex­
to en náhuatl, incluido en el Códice Matritense.

Entonces adquirieron vigor


nuevos señoríos, principados, gobiernos.
Y los príncipes, señores y jefes,
gobernaron, establecieron ciudades.
Hicieron crecer, extendieron, aumentaron sus ciudades.

Algunas de esas ciudades, cabecera de señoríos, pretendieron, una


y otra vez, el predominio absoluto sobre la región del valle y sus alre­
dedores. Como habremos de verlo en el capítulo siguiente, correspon­
dió a Azcapotzalco ejercer supremacía por largo tiempo. Ahora bien
en este escenario político de la región de los lagos, hacia mediados del
siglo XIII, hizo su aparición el último grupo nahuatlaca venido tam­
bién del norte, los mexicas o aztecas, portadores de atributos en fun­
ción de los cuales realizarían su destino. A su propia conciencia de ser

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un pueblo predestinado, y a su fuerza de voluntad indomeñable se


debió que, antes de dos siglos, se convirtieran los mexicas en amos
supremos de buena parte de Mesoamérica.

Peregrinación de los mexicns

Aztlán, es decir el sitio donde moraban los aztecas o mexicas antes de


iniciar su marcha, según las representaciones de algunos códices era
una isla en medio de una laguna. Los mexicas vivían allí siendo tribu­
tarios de los que se nombraban aztlanecas. Grandes eran sus penali­
dades en ese lugar. Al fin, su protector, el dios Huitzilopochtli, se
compadeció de ellos. Su determinación fue que partieran de allí para
establecerse en la tierra que les tenía destinada. El mismo había ido a
contemplar la que debía ser nueva patria de su pueblo. En el pensa­
miento divino existía ya la ciudad que los mexicas habrían de edificar
en medio de los lagos, en el corazón de Anáhuac. Estas fueron las pa­
labras de Huitzilopochtli, según la crónica en náhuatl del indígena
Cristóbal del Castillo:

Así es, ya he ido a ver el lugar bueno, conveniente... Se extiende allí


un muy grande espejo de agua. Allí se produce lo que vosotros nece­
sitáis, nada se echa allí a perder. No quiero que aquí os hagan perecer.
Así os haré regalo de esa tierra. Allí os haré famosos en verdad entre
todas las gentes. Ciertamente no habrá lugar habitado donde vosotros
no alcancéis fama...

Huitzilopochtli determinó la marcha de los mexicas, en un año, de


su calendario 1-Pedernal. Tal fecha estaba consagrada precisamente al
dios Huitzilopochtli. Algunos, que han querido relacionar esta recor­
dación mítico-calendárica con la cronología del mundo europeo, se­
ñalan que dicho año 1-Pedernal correspondió al de 1111 d. C. Suponen
otros que la partida desde Aztlán ocurrió un ciclo de 52 años después,
en 1163 d. C. A ciencia cierta tan sólo sabemos que la peregrinación se
prolongó por largo tiempo. Los escribanos mexicas de los códices o li­
bros de años, tratando de esclarecer su propio pasado, dejaron el siguien­
te relato que recogió Bernardino de Sahagún en el Códice Mntnfense:

Los mexicas, según la tradición, vinieron hacia acá los últimos, desde
la tierra de los chichimecas, desde las grandes llanuras... Cuánto tiem­
po anduvieron en las llanuras, ya nadie lo sabe... Los mexicas comen­
zaron a venir hacia acá. Existían, están pintados, se nombran en lengua

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náhuatl, los lugares por donde pasaron. Al venir, cuando fueron si­
guiendo su camino, no se les recibía en parte alguna. Por todas partes
eran repudiados, nadie conocía su rostro. Por todas parte les decían:
¿Quiénes sois vosotros? ¿De dónde venís?
En contraparte, los mismos textos reiteran la confianza del pueblo
que, a lo largo de su marcha, sabía que su dios venía hablando a los
sacerdotes, señalándoles el camino: Yo os iré sirviendo de guía -de­
cía Huitzilopochtli- yo os mostraré el camino.

La ruta de la peregrinación ha sido objeto de diversos estudios. Se


ha buscado precisarla geográficamente, hasta donde ello es posible,
con base en los códices y otros testimonios. Lugar prominente ocupa,
entre esas fuentes, la que se conoce como Tira de la Peregrinación cuyo
original se conserva en la Biblioteca del Museo Nacional de Antropo­
logía en México. Otros documentos, también de suma importancia en
este asunto, son los códices que ostentan las designaciones siguientes:
Azcatitlan, Mexicano, Vaticano A, Telleriano-Remensis, Mapa Sigüenza,
Códice Ramírez, así como los testimonios en náhuatl de los informan­
tes de Sahagún, los Anales de Tlatelolco, Anales de Cuauhtitldn, y la Cró­
nica mexicana de Tezozómoc.
Con apoyo en esas y otras fuentes cabe afirmar que los mexicas,
después de varios años de andar, entraron en tierras de Michoacán.
Allí, en las riberas del lago de Pátzcuaro, hubo una discordia entre
ellos. El resultado fue que algunos se quedaron en esa región para
siempre. Al decir de los mexicas de tiempos posteriores, las gentes que
permanecieron en Pátzcuaro fueron precisamente los ancestros de los
purépechas o tarascos. Aunque esta afirmación es sin duda legenda­
ria, cabe percibir, a través de ella, un velado deseo de los habitantes
de Tenochtitlan de vincularse de algún modo con el pueblo tarasco
por el que experimentaban admiración y respeto. Recordemos que el
prestigio en la guerra -tan buscado por los mexicas -fue en alto gra­
do atributo de los tarascos. Consta que rechazaron ellos con éxito los
varios intentos de absorción, emprendidos por los mexicas en los días
de su esplendor, en la segunda mitad del siglo XV.
La marcha de los seguidores de Huitzilopochtli se prosiguió más
allá de Michoacán. Entrando al parecer por el rumbo de Toluca, llega­
ron a Malinalco. Nueva ocasión de discordia dio allí una hechicera que
se decía hermana de Huitzilopochtli. Su nombre era Malinalxóchitl.
Irritados los sacerdotes por las frecuentes intromisiones de la hechice­
ra, consultaron a Huitzilopochtli sobre lo que debían hacer. El dios dis­
puso que Malinalxóchitl quedara abandonada en Malinalco.

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118 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

En medio de las discrepancias en los relatos, es posible afirmar


que los rnexicas se dirigieron luego a Coatepec, por el rumbo de Tula.
En Coatepec, tuvieron ocasión de encender, por vez primera, el fuego
nuevo, al inicio de un ciclo de 52 años. Más adelante se detuvieron en
otros varios lugares. Entre ellos estuvieron Atlitlalaquían, T lernaco,
Apazco, Zurnpango, Xaltocan, Ecatepec, Pantitlan y, por fin Chapul­
tepec. A este último, posesión entonces de los tepanecas de Azcapotzal­
co, llegaron, según parece, hacia 1280. Allí permanecieron cerca de
veinte años. Durante ese lapso tuvieron que hacer frente a distintas
formas de agresión. De un lado los tepanecas se empeñaban en expul­
sarlos de lo que era parte de sus dominios. De otro, un hijo de la he­
chicera Malinalxóchitl, el llamado Cópil, trataba asimismo de destruir
a quienes habían abandonado a su madre.
Los sacerdotes rnexicas Tenochtli y Cuauhtlequetzqui hicieron fren­
te a los asedios de Cópil. En el enfrentamiento Cópil perdió la vida. Por
disposición de Huitzilopochtli, el corazón del agresor fue arrojado en el
lago. Tenochtli, el sacerdote, tuvo entonces una visión profética. Con­
templó cómo del corazón de Cópil brotaba un tunal y encima de él se
erguía un águila. La visión de Tenochtli, portento y presagio a la vez,
lo llevó a proclamar ya el destino de la metrópoli rnexica: "Ésta será
nuestra fama, en tanto que permanezca el mundo, así durará el re­
nombre, la gloria, de México-Tenochtitlan".
La estancia en Chapultepec concluyó de manera violenta. Los te­
panecas asediaron a los rnexicas y los obligaron a salir. En 1299 pasa­
ron estos a Culhuacán, el antiguo centro de origen tolteca. Pidieron
entonces al señor culhuacano les concediera algún sitio para estable­
cerse en él. La respuesta fue enviarlos a la región pedregosa de Tizapán,
por el rumbo de San Ángel, al sur de la actual ciudad de México. El
propósito oculto era que las serpientes ponzoñosas, abundantes en esa
región, acabaran con ese pueblo de rostro desconocido, los indesea­
bles rnexicas. Los relatos en náhuatl refieren que, en vez de morir pi­
cados por las serpientes, los rnexicas les dieron muerte y las asaron
para comérselas. En contacto con la gente de Culhuacán, y violando
restricciones, los rnexicas empezaron a buscar mujeres entre las hijas
de sus vecinos. Así fueron emparentando con quienes eran de estirpe
tolteca. Después de haber servido de múltiples formas a Culhuacán,
participando a veces corno auxiliares en sus campañas bélicas, los
rnexicas hubieron de cumplir, hacia 1323, un nuevo designio de Huitzi­
lopochtli. Les ordenó éste que pidieran al señor de Culhuacán les con­
cediera a una hija suya, doncella, para convertirla en personificación
de la diosa Yaocíhuatl, "mujer guerrera". El gobernante accedió a la

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EL POSCLÁSICO MEDIO: 1200-1325 119

petición. Pero el designio de Huitzilopochtli no era conservar la vida


de la doncella sino disponer su inmediato sacrificio. Estalló entonces
la ira de los culhuacanos que expulsaron a los mexicas de Tizapán.
Tras de pasar por Iztapalapa y otros sitios, los mexicas se adentraron
en el lago y, precisamente, en un año 2-Casa, 1325 -según la versión
tradicionalmente aceptada- encontraron en el islote de México-Te­
nochtitlan la señal prometida por su dios Huitzilopochtli y corrobora­
da por la profecía del sacerdote Tenochtli: el águila sobre el tunal,
devorando una serpiente. De los varios textos que refieren la realiza­
ción del portento, citaremos el que conservó el cronista Chimalpahin:

En el año 2-Casa (1325)


llegaron los mexicas
en medio de los cañaverales,
en medio de los tulares,
vinieron a poner término,
con grandes trabajos
vinieron a merecer tierras.
En el dicho año 2-Casa
llegaron a Tenochtitlan,
allí donde crecía
el nopal sobre la piedra,
encima del cual se erguía el águila,
estaba devorando una serpiente.
Allí llegaron entonces.
Por esto se llama ahora
Tenochtitlan Cuauhtli itlacuayan:
donde está el águila que devora
en el nopal sobre la piedra.

Así ocurrió el establecimiento definitivo de los mexicas en el lugar


donde iban a edificar la capital de su imperio. Ingenuo sería suponer
que este acontecimiento puso ya término a las crisis y enfrentamien­
tos que, por lo contrario, siguieron configurando, por cerca de un si­
glo más, la realidad política y cultural de la altiplanicie. Sin embargo,
pensamos que la fundación de México-Tenochtitlan, a modo de sím­
bolo, puede tenerse como el momento de arranque de una última épo­
ca en la trayectoria autónoma de Mesoamérica. Cuanto padecieron y
alcanzaron los mexicas, a partir de 1325, tuvo al fin resonancia y a ve­
ces grandes consecuencias en buena parte de Mesoamérica. El papel
de los seguidores de Huitzilopochtli fue cada día más importante y

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120 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

decisivo, hasta el año de 1521, cuando, con la caída de Tenochtitlan, se


sentenció a muerte todo desarrollo cultural autónomo de las socieda­
des indígenas en los cuatro rumbos del territorio mexicano.

6. EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521

Iniciamos con una reflexión este último capítulo en nuestro largo re­
corrido a través de la historia indígena de México. Hemos visto cómo,
desde los últimos tiempos del preclásico, y sobre todo a partir del
esplendor clásico, se definió una gran frontera cultural entre los gru­
pos que participaban en la civilización mesoamericana y aquellos otros
que, con diferentes grados de desarrollo, vivían fuera de ella en el sep­
tentrión del país. El principio de las grandes transformaciones, que
culminaron con la formación 'de la alta cultura y la civilización meso­
americanas, había ocurrido en la zona costera del Golfo de México, cerca
de los límites de Veracruz y Tabasco, es decir en el área olmeca. La
irradiación ejercida por los olmecas hizo posibles, siglos después, las
aportaciones de la gran metrópoli teotihuacana, de otros centros en
los ámbitos de Veracruz y Oaxaca y del extraordinario conjunto de ciu­
dades mayas.
Ahora bien, reconociendo que el arranque de la civilización me­
soamericana tuvo lugar en las costas del Golfo, nos encontramos con
un conjunto de realidades, de tiempos posteriores, que parecen confe­
rir específicamente a otra región de Mesoamérica el carácter de nuevo
foco de irradiación cultural casi nunca interrumpida. La zona a que
nos referimos es la altiplanicie central. Los grandes centros, que suce­
sivamente florecieron en ella desde el periodo clásico, de un modo o
de otro propagaron su cultura e influyeron por los cuatro rumbos de
Mesoamérica y asimismo en las tierras norteñas. No significa esto que
neguemos o pretendamos disminuir la capacidad de difusión cultural
de los pueblos de Oaxaca, de Veracruz y del mundo mayanse, a lo
largo del clásico o del posclásico. Nuestra afirmación implica tan sólo
que sobresale como atributo de los grandes centros del Altiplano, du­
rante sus respectivas épocas de florecimiento, haber influido más que
ningunos otros en la gran mayoría de gentes establecidas en otras re­
giones de Mesoamérica.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 121

Irradiación de los grandes centros de la altiplanicie

Recordemos el caso de Teotihuacan. Allí, antes que en otro sitio -a


partir del siglo I d. C.- se inició el esplendor del clásico. Allí existió
la primera gran metrópoli que hubo en Mesoarnérica. La intensa irra­
diación cultural de ésta se dejó sentir por el ámbito de Veracruz, en
tierras del occidente, entre los zapotecas de Oaxaca, en sitios corno
Karninaljuyú y en otros del área maya. Más tarde, la herencia de Teo­
tihuacan se recibió asimismo en Cholula, Xochicalco, El Tajín, Azca­
potzalco y Culhuacán. Los teotihuacanos habían ensanchado las
fronteras de la civilización hacia el norte. En el extremo sur de Meso­
américa influyeron también a través de los emigrantes pipiles, en
Chiapas, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y la península de Nicoya
en Costa Rica. En resumen, ningún otro centro o metrópoli del clásico
alcanzó a hacer sentir su presencia, tán honda y ampliamente en el
mundo mesoamericano, corno Teotihuacan.
En forma hasta cierto punto parecida, correspondió a Tollan-Xico­
cotitlan ser principal núcleo de irradiación durante los primeros si­
glos del posclásico. Entonces avanzó la influencia de Mesoarnérica por
el norte. Lo tolteca dejó también su huella en muchos lugares del cen­
tro y del rumbo de occidente, así corno de Tarnaulipas, Veracruz y
Oaxaca. Por otra parte a partir de la que llamarnos primera decaden­
cia de Tollan, cuando ocurrió la salida de Quetzalcóatl, la penetración
cultural tolteca se volvió realidad en Tabasco, Campeche, el norte de
Yucatán y en las tierras altas de Guatemala. Testimonio que debe to­
rnarse en cuenta lo ofrecen a este respecto, los textos en varias lenguas
rnayanses en las que se proclama que la investidura del poder proce­
día siempre de Tollan.
Finalmente, corno un último eslabón, tras las crisis y reacornodos
de pueblos en el posclásico medio, surgen nuevos afanes de prepoten­
cia en el ámbito de la altiplanicie. Corno vamos a verlo, los descendien­
tes de Xólotl y los tepanecas de Azcapotzalco fueron por un tiempo
actores empeñados en restaurar el antiguo poderío tolteca-chichimeca.
Otro pueblo, sin embargo, hizo al fin realidad tales pretensiones. Du­
rante el último siglo antes de la conquista española, correspondió pre­
cisamente a los rnexicas ejercer, desde México-Tenochtitlan, nueva
forma de predominio en diversos lugares de Mesoarnérica.
Debernos aceptar, desde luego, que no fue siempre igual el tipo
de influencia que sucesivamente tuvieron Teotihuacan, Tollan y Méxi­
co-Tenochtitlan en el resto de Mesoarnérica. La difusión mantenida por

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122 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Teotihuacan destacó sobre todo como transmisión de elementos cul­


turales: concepción urbanística, arquitectura, simbolismo religioso, es­
cultura y cerámica. También de índole cultural pero ya con ciertos
rasgos militaristas y de penetración violenta, se definió el papel de los
toltecas, con la idea -reconocida incluso en apartadas regiones - de
que la investidura del poder procedía de Tollan. Abiertamente de pre­
potencia política y en alto grado de móviles económicos, fue la actitud
de México-Tenochtitlan en Mesoamérica. Los ejércitos y mercaderes
mexicas propiciaban e imponían relaciones de sujeción -fijando, por
ejemplo, cargas tributarias- con pueblos que habitaban a veces re­
giones sumamente apartadas.
Por encima de diferencias, se nos muestra así, como un hecho en
la historia indígena, la extraordinaria capacidad de los grandes cen­
tros del Altiplano para influir y ejercer sucesivamente diversas formas
de predominio en otras zonas de Mesoamérica. Ante esta realidad ca­
bría formularse una serie de preguntas. Entre ellas nos plantearemos
tan sólo la siguiente: ¿esta especie de prepotencia del Altiplano, que
imponía lo propio y adquiría de los otros lo que necesitaba, puede con­
siderarse como un antecedente en las tendencias centralizantes desde
la metrópoli, capital del México moderno?
En el presente capítulo vamos a estudiar precisamente cómo se for­
mó y culminó el gran poderío de los mexicas. Ello, desde luego, nos
llevará también a inquirir en las distintas situaciones en que se encon­
traban sus principales vecinos contemporáneos en Mesoamérica. El
que nuestra atención se concentre sobre todo en la evolución cultural
de la nación azteca se explica por el papel decisivo que, como ya diji­
mos, llegó a desempeñar.

La situación política en el Valle de México

Para valorar lo que significó el ya descrito asentamiento, en 1325, de


los seguidores de Huitzilopochtli en Tenochtitlan, debemos formar­
nos una imagen de la situación en que se encontraban los reinos y se­
ñoríos que florecían en las riberas de los lagos. Tres eran entonces los
reinos -Azcapotzalco, Culhuacán y Coatlichan- que sobresalían por
encima de todos.
Azcapotzalco continuaba gobernado por el tepaneca Acolnahua­
catzin que sistemáticamente proseguía sus guerras de conquista. Dado
que los mexicas, al establecerse en Tenochtitlan, habían quedado den­
tro de los límites de los tepanecas, tuvieron no sólo que pagar tributos

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 123

a Azcapotzalco sino participar también en muchas de sus empresas


bélicas.
Al sur de los dominios de Azcapotzalco, en un territorio en que
habían vivido los mexicas hasta que pasaron a Tenochtitlan, continua­
ba existiendo el antiguo reino de Culhuacán. Aunque perduraba allí
la antipatía en contra de los mexicas, como consecuencia de la última
actuación de éstos -sacrificio de la princesa culhuacana- había tam­
bién mejores formas de vinculación con ellos, en especial a través de no
pocos enlaces matrimoniales. Cuando más tarde, hacia 1367, Culhuacán
fue conquistado por los tepanecas de Azcapotzalco, iba a brotar en los
mexicas la idea de que correpondía a ellos heredar sus realidades polí­
tica y cultural, derivadas de los toltecas. Por eso los mexicas habrían
de obtener de los culhuacanos que les asignaran a un príncipe para
que, como rey o T!atoam; fuera a gobernar en Tenochtitlan.
Coatlichan, en las riberas orientales del lago de Tetzcoco, era el
otro de los reinos más importantes en el momento que nos ocupa. Go­
bernaba allí Acolmiztli que asimismo promovía la expansión de sus
dominios. El señorío de Tetzcoco, al norte de Coatlichan, era uno de
sus tributarios.
Situados en medio de estas entidades políticas y en contacto tam­
bién con otros señoríos como Xochimilco, Mízquic, Cuitláhuac, Chimal­
huacan y Chalco, los mexicas continuaban obedeciendo a los sacerdotes
y jefes que habían sido sus guías en la peregrinación. Entre ellos cabe
recordar aquí a Tenochtli. Los Anales de Cuauhtit!dn nos dicen escueta­
mente que: "Entonces tuvo principio México-Tenochtitlan. Sólo unas
cuantas chozas fueron construidas en medio de los carrizales que había
en el lugar". Construcción principal, aunque todavía muy modesta, fue
la del templo en honor de Huitzilopochtli. Cuando ésta se concluyó, el
dios, a través de sus sacerdotes, expresó nueva profecía: "Escuchad
-dijo- estableceos haced partición, fundad señoríos por los cuatro
rumbos del mundo..."

Los primeros tiempos de Tenochtit!an

Entendido el mandato de Huitzilopochtli como profecía, fue apunta­


miento a lo que llegaría a ser el poderío mexica. En un sentido más
inmediato señalaba el modo como debía distribuirse el poblado en
cuatro sectores, a la manera de los cuadrantes cósmicos representados
en los códices. Al noreste quedó Atzacoa!co, "donde está la compuerta
del agua", sede más tarde del barrio colonial de San Sebastián. El no-

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124 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

roeste se erigió Cuepopan, "donde abren sus corolas las flores", el futu­
ro barrio de Santa María la Redonda. Al sureste Teopan, "en el lugar
del dios", que posteriormente se llamó Barrio de San Pablo. Finalmen­
te, al suroeste estuvo Moyotla, "en el lugar de los moscos", el barrio de
San Juan, en los días de la Nueva España.
Estos cuatro sectores originales fueron el núcleo de la ciudad que
más tarde creció ganando tierra al lago. Esto se logró por medio de
las célebres chinampas, sementeras que se construían a modo de ar­
mazones con varas y carrizos en donde se amontonaba la tierra y el
cieno del lago. A la postre las chinampas quedaban unidas al islote,
divididas a veces entre sí por canales.
Organizadas las cuatro grandes divisiones, se instalaron los dioses
propios de los varios calpulli o sea de los distintos linajes que vivían allí.
Según algunos cronistas, pocos años después de la fundación de Tenoch­
titlan algunos de los mexicas, por discordias internas, decidieron aban­
donar la ciudad. Ocurrió ello en un año 1-Casa, 1337. La consecuencia
fue que se formara, como población gemela, la que se denominó Tla­
telolco, en un islote más pequeño, al norte de Tenochtitlan, en donde,
desde tiempos más antiguos, se habían asentado otros grupos, anterio­
res a los de estirpe mexica. A partir de entonces quienes quedaron en
Tenochtitlan insistían en darse a conocer como mexica-tenochcas.
Los seguidores de Huitzilopochti continuaban trabajando con to­
das sus fuerzas por mejorar su ciudad, en tanto que seguían pagando
tributos a los tepanecas de Azcapotzalco, sirviéndolos asimismo sobre
todo en las guerras que frecuentemente tenían con otros pueblos. Al de­
cir de varias fuentes, en 1363, cuando comenzó a humear el volcán Po­
pocatépetl, tuvo lugar la muerte del antiguo caudillo Tenochtli. Por ese
tiempo falleció también Acolnahuacatzin, el señor tepaneca. Como suce­
sor de este último se entronizó entonces Tezozómoc, durante cuyo rei­
nado habría de expanderse más que nunca el poderío de Azcapotzalco.
Contando con el refuerzo de los mexica,Tezozómoc obtuvo pron­
to dos victorias en extremo significativas. La primera fue la que se tra­
dujo en el sometimiento de Culhuacán y la segunda en la ocupación
del señorío de Tenayuca. Los mexicas, desde la muerte de Tenochtli,
habían manifestado ya su propósito de tener un tlatoani o rey, imitan­
do en esto a los otros pueblos que, como los antiguos toltecas, los
culhuacanos y tepanecas, así se gobernaban. Un grupo de mexicas pro­
minentes se dirigió a Culhuacán que, aunque estaba ya sometida a
Azcapotzalco, conservaba a sus propios gobernantes. Manifestados sus
deseos de que se les concediera al llamado ltzpapálotl Acamapichtli
para que fuera primer tlatoani en Tenochtitlan, el señor culhuacano,

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 125

tras larga deliberación, accedió al fin a la demanda. Su respuesta, se­


gún la Crónica Mexicáyotl fue la siguiente:

Que gobierne Acarnapichtli a la gente del pueblo, a los que son sier­
vos de Tloque Nahuaque, "el Dueño del cerca y del junto", que es Yóhualt;
Ehécatl, Noche, Viento, que gobierne a los siervos de Yaotzin Tezca­
tlipoca y del sacerdote Huitzilopochtli.

Acamapichtlt; primer tlatoani mexica

Hacia 1376 tuvo Tenochtitlan su primer rey de prosapia tolteca, Aca­


rnapichtli. Los rnexicas eran conscientes, sin embargo, de que era aún
muy adversa su situación. Durante el reinado de Acarnapichtli, que
abarcó veintiún años, la ciudad continuó mejorando. Pudo construir­
se un nuevo templo, tampoco no muy suntuoso, en honor de Hui­
tzilopochtli. El rostro de los rnexicas iba dándose a conocer. Se seguían
pagando tributos a Tezozórnoc de Azcapotzalco, y la juventud se ejer­
citaba en la guerra, luchando al lado de los tepanecas. Entre otras co­
sas, Acarnapichtli logró, en favor de Azcapotzalco, las conquistas de
Xochirnilco, Mízquic, Cuitláhuac y Cuauhnáhuac.
Tezozórnoc, por su parte, había iniciado también su penetración
en la zona de las riberas orientales de los lagos. Así, hacia 1375, había
sometido al señorío de Chirnalhuacán-Atenco. El antiguo reino de
Coatlichan se hallaba entonces en decadencia. En su lugar, corno esta­
do principal de esa región, quedó en definitiva Tetzcoco, cuyo gober­
nante supremo era a la sazón Techotlala, del que ya hemos hecho
mención. El pujante reino de Azcapotzalco, cuyos afanes de predomi­
nio lo habían llevado ya a abarcar una parte de lo que hoy es el Esta­
do de Guerrero, iba a promover a su vez la absorción de Tetzcoco.
Hacia 1396, murió Acarnapichtli. El y otros culhuacanos, estable­
cidos también en Tenochtitlan, habían dado origen, a través de unio­
nes matrimoniales con las hijas de los rnexicas, a una nueva forma de
nobleza, con la que también se habían identificado no pocos de los
antiguos principales de Tenochtitlan. Comenzó así a existir la clase de
los piptltin, los nobles, con atributos y privilegios que les conferían una
situación muy distinta de la que correspondía a la gente común, los
hombres del pueblo o macehualtin.

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126 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

El gobierno de Huitztlzñuitl

Sucesor de Acamapichtli, fue Huitzilíhuitl. Casado éste con una hija


de Tezozómoc de Azcapotzalco, su parentesco se tradujo en la reduc­
ción de algunas cargas y tributos. Como muestra de un cambio de ac­
titud en Tezozómoc, recordaremos lo que en una ocasión pudo obtener
Huitzilíhuitl. Valiéndose de un hijo suyo, Chimalpopoca, nieto del se­
ñor tepaneca, logró que este último consintiera en la construcción de
un primer acueducto para traer agua de Chapultepec a Tenochtitlan.
La aceptación del viejo Tezozómoc, provocó, sin embargo, el disgusto
de algunos tepanecas, entre ellos el de su hijo, el príncipe Maxtlaton.
El odio de éste hacia los mexicas había de aumentar y, años más tar­
de, contó entre las causas de una guerra que puso en peligro la exis­
tencia misma de Tenochtitlan.
Huitzilíhuitl, gracias a un matrimonio posterior, obtuvo otros be­
neficios para su pueblo. Desposado con la hija del señor de Cuauh­
ná�uac -que por cierto era también tributario de Azcapotzalco­
pudo traer a Tenochtitlan algunos productos de la llamada "tierra ca­
liente", entre otros el algodón, en beneficio sobre todo de la nobleza.
Los mexicas, guiados por Huitzilíhuitl, siguieron participando, al
lado de Azcapotzalco, en muchas acciones bélicas. Por el norte, las
conquistas abarcaron hasta el señorío de Xaltocan. Finalmente, en
1418 -con ayuda de los mexicas- los tepanecas consumaron su máxi­
ma ambición que era sojuzgar a Tetzcoco. Ello ocurrió después de que
por disposición de Tezozómoc se había dado muerte a traición al se­
ñor tetzcocano Ixtlilxóchitl, padre del príncipe Nezahualcóyotl.
Tezozómoc, ya de edad muy avanzada, vería con condescenden­
cia al pueblo gobernado por Huitzilíhuitl. Nuevas transformaciones
habían ocurrido en Tenochtitlan. El culto a los dioses y en particular a
Huitzilopochtli florecía allí como nunca antes. Las incipientes escue­
las, telpuchcal!t; "casas de jóvenes" y calmécac o centros de enseñanza
superior, recibían cada vez mayor número de niños. También el mer­
cado, con productos traídos de lugares apartados, empezaba a dar se­
ñales de prosperidad.

Años de crisis para Tenochtitlan

Momentos de gran crisis siguieron a la muerte de Huitzilíhuitl ocurri­


da hacia 1417. Chimalpopoca fue elegido entonces como tercer tlatoani.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 127

Pocos años después fallecía el anciano señor de Azcapotzalco. Max­


tlaton, el enemigo de los mexicas, se adueñó del trono tepaneca. Entre
sus propósitos figuraba detener cuanto antes el desarrollo de Tenoch­
titlan e incluso acabar con lo que ahora llamaríamos identidad nacio­
nal de los rnexicas.
Maxtlaton logró dar muerte a Chimalpopoca en 1426. Ello y el te­
mor de un inminente ataque de Maxtlaton produjeron suma conmo­
ción en Tenochtitlan. La Crónica Mexicáyotlnos dice: "Mucho se afligían
los rnexicas cuando se les decía que lo tepanecas de Maxtlaton los ha­
rían perecer, los rodearían en son de guerra".
Sólo la presencia de varios hombres excepcionales permite com­
prender cómo la nación mexica superó entonces el peligro y se enca­
minó al logro de su propia grandeza. Nos referimos al nuevo tlatoani
Itzcóatl, hijo del señor Acamapichtli, a Motecuhzoma Ilhuicaminatzin,
vástago de Huitzilíhuitl y a otro descendiente de este último, el que
llegaría a ser sabio consejero, T lacaélel. También la alianza con Ne­
zahualcóyotl, que se esforzaba por liberar a Tetzcoco, contribuyó
grandemente a alcanzar lo que parecía imposible: la victoria sobre Az­
capotzalco. En el año 1-Pedernal, 1428, como dice lacónicamente la
Crónica Mexicáyotl, "fueron conquistados los de Azcapotzalco".
Los ejércitos azteca y tetzcocano no sólo derrotaron a las tropas
tepanecas sino que persiguieron también a Maxtlaton hasta Coyoacán
a donde había ido a refugiarse. Allí, una vez más, contra lo que hubie­
ra podido preverse, los antiguos dominados, salieron victoriosos. El
triunfo alcanzado se completó con la ocupación de distintos señoríos
que habían sido dominados por los tepanecas. Tal fue el caso, entre
otros, de Xochimilco y Tetzcoco. La liberación de Tetzcoco y la conso­
lidación de la plena independencia de México-Tenochtitlan, marcaron
el comienzo de lo que iba a ser el último siglo de esplendor para el
Pueblo del Sol. Pronto iba a constituirse una triple alianza entre Te­
nochtitlan, Tetzcoco y T lacopan, este último a modo de "estado pele­
le", en sustitución de Azcapotzalco. El nuevo equilibrio en la región
central facilitaría sobre todo la expansión de los mexicas, tanto a tra­
vés del comercio corno de las guerras de conquista. Estas se concebi­
rían en función del pensamiento religioso de quienes se sentían pueblo
escogido de Huitzilopochtli.

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128 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Visión místico-guerrera del mundo

Según la creencia de muchos pueblos de Mesoamérica, el mundo había


existido de manera intermitente a través de varias edades o soles. En
cada caso, después de un periodo de luz y de vida, había habido un
cataclismo. Se sucedieron así las edades o soles de tierra, viento, fuego y
agua. La edad presente, quinta de la serie -como lo vimos en el capítulo
tercero- había comenzado en Teotihuacan, cuando los dioses, reunidos
junto al fogón divino, crearon un nuevo sol, llamado de movimiento. En
esta quinta edad vivió ya Quetzalcóatl en Tollan. Era este también el
sol bajo el cual el pueblo mexica debía desarrollar su historia.
Ahora bien, este quinto sol, al igual que los anteriores, habría de
terminar un día. Esta idea, para otros motivo de angustia, fue para los
mexicas raíz de su propia visión místico-guerrera del mundo. Pensa­
ron ellos que había también una forma de posponer indefinidamente
el cataclismo final. Si los dioses se habían sacrificado en Teotihuacan
para que el sol se moviera y existieran los hombres, de igual modo,
con el sacrificio de los humanos, con su sangre, podían fortalecer la
vida del sol. Multiplicando los sacrificios de hombres, cuyo corazón
había que ofrecer al sol, identificado ya con Huitzilopochtli, éste, lejos
de desfallecer, mantendría henchida de luz la edad presente, los tiem­
pos históricos, el ámbito de prepotencia de la nación mexica.
Los ideales de conquista que bullían en Tenochtitlan, recibieron
así su justificación más plena. Según lo expresó el sagaz consejero
Tlacaélel, "había que luchar para recoger y atraer a sí y a su servicio
[del sol-Huitzilopochtli] a todas las naciones con la fuerza de su pe­
cho y de su cabeza... "

Actuación reformista de Tlacaélel

Atendamos ahora a los testimonios que nos hablan de las medidas que
tomó entonces el cihuacóatl o consejero Tlacaélel. Ante todo le pare­
ció necesario lograr que los mexicas tuvieran una imagen de sí mis­
mos, de la que pudieran sentirse orgullosos. Con la aprobación del
señor Itzcóatl, reunió Tlacaélel a los principales mexicas para dispo­
ner nada menos que la quema de los antiguos códices o libros de pin­
turas. La razón dada fue que en ellos la figura de los seguidores de
Huitzilopochtli carecía de importancia. He aquí lo que acerca de esto
refiere el Códice Matnfense.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 129

Se guardaba su historia. Pero entonces fue quemada, cuando reinaba


Itzcóatl en México. Se tomó una resolución. Los señores mexicas dije­
ron: no conviene que toda la gente conozca las pinturas. Los que están
sujetos, el pueblo, se echarán a perder y andará torcida la tierra, por­
que allí se guarda mucha mentira y muchos en ellas han sido tenidos
por dioses.

Suprimidos los viejos libros, pudo introducirse una nueva visión


histórica y religiosa con el propósito de fomentar la grandeza del Pue­
blo del Sol. Se destacó por ejemplo, que la nación mexica era heredera
del poder y la cultura tolteca. Las antiguas deidades tribales, Huitzi­
lopochtli y su madre Coatlicue, se situaron también en un mismo pla­
no con los dioses creadores venerados en Tallan.
Tlacaélel atendió a otros varios puntos vinculados con la organiza­
ción política, jurídica y económica, y asimismo con la jerarquía sacerdo­
tal y las formas de culto a los dioses. Respecto a esto último, aunque
consta que, desde mucho antes de los tiempos mexicas, se practicaban
los sacrificios humanos, parece antribuible a Tlacaélel haber elevado su
número de acuerdo con la idea de preservar la vida del sol.
Todavía en tiempos de Itzcóatl, los ejércitos de Tenochtitlan so­
metieron a los señoríos de Cuauhnáhuac, Tlaxto (Taxco) y Yohuallan
(Iguala), los dos últimos en el actual Estado de Guerrero. A Itzcóatl,
que falleció hacia 1440, sucedió Motecuhzoma Ilhuicamina. Entonces
el esplendor mexica iba a ser ya una realidad.

Gobierno del primer Motecuhzoma

Motecuhzoma Ilhuicamina se echó a cuestas edificar un nuevo tem­


plo en honor de Huitzilopochtli. Preocupación suya fue ensanchar
mucho más los dominios de Tenochtitlan. Sometió así a los otomíes
de Xilotepec y penetró hasta la región de Zimapán, en lo que hoy es
Hidalgo. Por el sur afianzó el poder mexica en tierras de Morelos y
Guerrero y dispuso la penetración de sus ejércitos en varios puntos
de Oaxaca y Veracruz. Hacia 1458 emprendió varias campañas contra
el señorío mixteca de Coixtlahuacan, hasta lograr su completa sujeción.
La ayuda proporcionada por los tetzcocanos hizo posible el avance ha­
cia la región del Golfo de México. Hacia 1463, el territorio comprendi­
do entre Cuetlaxtlan y Chalchiuhcueyecan (donde está hoy la ciudad
de Veracruz) se incluyó en el de las provincias trubutarias. También
entonces se impusieron los mexicas en Chalco-Amaquemecan y en

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130 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Tepeaca, al sur del Estado de Puebla, y en Ahuilizapan (Orizaba), en­


tre núcleos de población totonaca.
La afluencia de tributos recibidos en Tenochtitlan era ya muy gran­
de. Entre otras cosas llegaban grandes cantidades de oro en polvo, pie­
dras preciosas, cristales, plumas de todos colores, cacao, algodón, paños
labrados, escudos, águilas, gavilanes, garzas y pumas traídos en sus jau­
las, conchas de mar, caracoles, tortugas, plantas medicinales, jícaras, pin­
turas curiosas, camisas y enaguas de mujer, capas y bragueros, esteras
y sillas, maíz, frijol, chía, madera, carbón y toda suerte de frutas.
El primero de los Motecuhzoma murió en un año 2-Pedernal, 1468.
Los electores mexicas ofrecieron entonces a Tlacaélel el rango supre­
mo de tlatoani. Pero el sagaz consejero que, desde la muerte de Itzcóatl,
había desechado otras propuestas en el mismo sentido, rehusó nueva­
mente el cargo. A instancias suyas se eligió a Axayácatl que, por cier­
to, era el menor de tres hermanos que habrían de sucederse en el trono.
El padre de éstos había sido un noble, hijo de Itzcóatl, que nunca fue
gran tlatoant: Su nombre, curiosamente, era el mismo que el del céle­
bre señor de Azcapotzalco, Tezozómoc.

Gobierno de Axayácatl

AAxayácatl tocó actuar, dentro de la TripleAlianza, recibiendo los con­


sejos del sabio Nezahualcóyotl de Tetzcoco. Este último se había dis­
tinguido de múltiples formas, como indagador de los misterios de la
divinidad y hombre prudente en las cosas políticas, como poeta, inge­
niero y arquitecto. De hecho, en 1446, Nezahualcóyotl había tenido a su
cargo la construcción de un nuevo acueducto, de Chapultepec a Tenoch­
titlan. Él mismo se había ocupado también del trazo y edificación de
los grandes diques o albarradones para separar las aguas dulces de las
saladas del lago de Tetzcoco y controlar asimismo las avenidas de
los ríos. Auténtica obra de ingeniería lacustre fue el dique dispuesto
por Nezahualcóyotl desde el cerro del Tepeyácac hasta las faldas del
de La Estrella, con cerca de 16 km de longitud. Axayácatl, del que se
conservan también algunas composiciones poéticas, no obstante la di­
ferencia de años que lo separaban de Nezahualcóyotl, fue su amigo y
admirador hasta la muerte de éste en 1472.
Muy poco después, en 1473, Axayácatl tuvo que dirigir la guerra
que estalló entre T latelolco y la metrópoli tenochca. En apariencia los
motivos fueron de índole familiar. Una hermana de Axayácatl, casada
con el señor de Tlatelolco, se quejaba de las ofensas e infidelidades de

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 131

su esposo. Por otra parte, en el corazón de los mexicas existía la deter­


minación de imponerse de manera absoluta sobre sus hermanos del
islote vecino. La victoria fue relativamente fácil. De ella se siguió la
incorporación de Tlatelolco a Tenochtitlan.
Axayácatl dirigió personalmente otras campañas contra los ma­
zahuas, matlatzincas y otomíes, en el Valle de Toluca. Antes de em­
prender esas conquistas se ocupaba en vigilar cómo esculpían la que
se describe como "piedra famosa y grande, muy labrada, donde esta­
ban esculpidas las figuras de meses, años, días y semanas, con tanta
curiosidad que eran cosa de verse". La obra en cuestión se conoce hoy
como "Piedra del Sol o Calendario Azteca" y se conserva en el Museo
Nacional de Antropología.

Los tarascos y su enfrentamiento con los mexicas

Mencionamos, en el capítulo anterior, el relato legendario sobre el ori­


gen que atribuían los mexicas al pueblo tarasco. En realidad hasta hoy
se desconoce la procedencia de este grupo. A diferencia de otras len­
guas mesoamericanas, el tarasco no tiene relación alguna con otras de
la misma gran área cultural. Probablemente la entrada de los tarascos
en Michoacán ocurrió hacia el siglo XII.
El pueblo tarasco alcanzó a dominar amplios territorios. Además
de la región del lago de Pátzcuaro y otros lugares de Michoacán, abar­
có las inmediaciones del lago de Chapala, parte de Guanajuato y Que­
rétaro, hasta llegar por el sur a la cuenca del río Balsas.
Debemos a la llamada Relación de Michoacdn, y a otras fuentes, las
más antiguas noticias sobre la fundación de los primeros centros ta­
rascos en Tzintzuntzan, Ihuatzio y Pátzcuaro. La fundación de este úl­
timo se debió a Tariacuri, gobernante legendario. Los tarascos, como
otros pueblos de Mesoamérica, erigieron diversos monumentos reli­
giosos en sus centros de población. Destacan sobre todo sus pirámi­
des-santuarios, designados con el nombre de ydcatas, construidas con
piedras superpuestas, posteriormente cubiertas con losas más gran­
des. Buen ejemplo lo ofrecen las yácatas de Tzintzuntzan, levantadas
sobre una gran estructura de aproximadamente 425 m. de largo por
poco más de la mitad de ancho.
Los tarascos practicaban la agricultura y obtenían asimismo parte
de su sustento de la pesca. Precisamente por esto último fueron cono­
cidos entre los nahuas con el nombre de michhuaque, "los que tienen
pescados". Además de distinguirse en la producción de diversas arte-

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132 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

sanías, como la lapidaria, el mosaico de plumas y la cerámica, se sin­


gularizaron por sus conocimientos en el trabajo de metales. Produje­
ron piezas extraordinarias en oro, plata y cobre. Con este último metal,
mejor que ningún otro grupo de Mesoamérica, manufacturaron, entre
otros utensilios, hachas, anzuelos, pinzas para depilar, así como cas­
cabeles, brazaletes y otros objetos suntuarios.
Los mexicas, que conocieron ampliamente a los tarascos, además
de describir las habilidades de estos, expresaron como elogio de ellos:

Todos los gobernantes de los pueblos cercanos obedecían al señor de


los tarascos. Todos le pagaban tributo, lo reverenciaban. El supremo
gobernante tarasco podía compararse en verdad con el gran tlatoani
de méxico...

Hacia 1478, en tiempos del señor tarasco Tangaxoan I, ocurrió un


enfrentamiento con los mexicas capitaneados por Axayácatl. Deseaba
éste imponerse sobre los habitantes de Michoacán. Con los cautivos
que de allí pensaba traer, quería inaugurar el recinto donde se coloca­
ría la Piedra del Sol. Axayácatl, con gran ejército, marchó hasta las in­
mediaciones de T laximaloyan (Tajimaroa). Según el cronista Diego
Durán, al llegar las tropas enemigas, los mexicas

acometieron a los tarascos y, fue tan sin provecho la remetida, que


como moscas que caen en el agua, así cayeron todos en manos de los
tarascos. Y fue tanta la mortandad que en ellos hicieron, que los me­
xicas tuvieron por bien de retirar la gente que quedaba porque no fue­
se consumida y acabada...

Hondo fue el dolor de Axayácatl y sus capitanes por la derrota.


Era ésta la única que había conocido Tenochtitlan. Axayácatl, aunque
pudo contemplar la dedicación de la Piedra del Sol, no alcanzó ya a
recuperarse del todo. Su muerte acaeció en 1-Caña, 1481. Respecto de
Tlacaélel, que había sido también consejero suyo, según el testimonio
de la Crónica Mexicáyotl consta que murió entre 1478 y 1480.

Fugaz reinado de Tízoc

Hermano de Axayácatl y sucesor suyo como tlatoani fue el príncipe


T ízoc. Su reinado duró tan sólo cinco años y en él mostró, según di­
versos testimonios, Pusilaminidad y poco ardor guerrero. El ya citado
cronista Diego Durán explica su muerte precisamente por ello:

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 133

viéndolo los de su corte para tan poco, ni deseoso de engrandecer y


ensanchar la gloria mexicana, creen que le ayudaron con algún boca­
do, de lo cual murió muy mozo y de poca edad. Murió el año de 1846.

Gobierno de Ahuítzot!

Con la elección de Ahuítzotl, el mismo año de 1486, pasó a convertir­


se en realidad plena el destino del Pueblo del Sol. Antes de entroni­
zarse, Ahuítzotl sometió varios señoríos en la Huaxteca y obtuvo allí
numerosos cautivos. Penetró luego en el valle de Oaxaca y logró algu­
nas victorias sobre los zapotecas. En Tenochtitlan, después de corona­
do, llevó a cabo la célebre dedicación del nuevo templo mayor en
honor del Sol-Huitzilopochtli.
Con Ahuítzotl marcharon los ejércitos mexicas a la región del ist­
mo de Tehuantepec y después al Soconusco, hasta penetrar más allá
del río Suchiate que marca la actual frontera entre México y Guatema­
la. Importante excepción, en la zona de predominio mexica de la re­
gión central, siguieron siendo los señoríos de Cholula, Huexotzinco y
las cuatro cabeceras de T laxcala. Destino de éstas, en medio de intrigas
y adversidades, fue mantenerse a la defensiva frente a Tenochtitlan. De
hecho, entre Huexotzinco y Tlaxcala por una parte, y Tenochtitlan con
los integrantes de la Triple Alianza por otra, se había establecido de
tiempo atrás una peculiar manera de pacto que fue el origen de las
"guerras floridas". Consistían éstas en luchas que periódicamente te­
nían lugar, con el propósito de obtener víctimas para los sacrificios.
Tales guerras provocaron odios profundos. Esto ayuda a comprender
por qué, al tiempo de la aparición de Hernán Cortés y sus huestes, los
tlaxcaltecas optaron por aliarse con ellos para combatir a los mexicas.
Dedicó también su atención Ahuítzotl a embellecer más su metró­
poli. Edificó nuevos templos y palacios y se empeñó en traer agua de
Coyoacán, tanto para el uso de la población como para lograr un ni­
vel uniforme en el lago. Pero esta obra vino a ser la causa de su muer­
te. La fuerza y exceso con que llegó el agua produjo una inundación
en Tenochtitlan. Ahuítzotl se hallaba en un aposento de su palacio.
Quiso salir rápidamente de él, con tan mala suerte que, siendo la puer­
ta baja, se dio un golpe en la cabeza que le produjo grave dolencia. Su
fallecimiento acaeció en 1502. De él puede decirse que consolidó, me­
jor que nadie, el poderío azteca.

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134 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Motecuhzoma Xocoyotzin

El comentarista de el Códice Mendoza ofreció, pocos años después de la


Conquista, la siguiente descripción de Motecuhzoma Xocoyotzin: "sa­
bio, astrólogo, astuto, experimentado en todas las artes, en las militares
y en otras... , en comparación con sus antecesores, ninguno llegó a te­
ner tanto poder y majestad como Motecuhzoma Xocoyotzin". A su vez
Bernal Díaz del Castillo nos dejó este retrato de Motecuhzoma:

era de buena estatura, bien proporcionado, delgado, y el color no muy


moreno... y traía los cabellos no muy largos y pocas barbas, oscuras y
bien puestas, y el rostro algo largo y alegre, y los ojos de buena mane­
ra, y mostraba en su persona, en el mirar, por un lado amor y, cuando
era menester, gravedad... Cuando alguien le iba a hablar, había de en­
trar descalzo, y los ojos bajos, puestos en tierra, sin mirarlo a la cara, y
con tres reverencias que le hacían, le decían señor, mi señor, mi gran
señor...

Motecuhzoma Xocoyotzin, hijo de Axayácatl y de un señora de


Iztapalapa, nació en la ciudad de México hacia 1467. Desde muy joven
ocupó elevados puestos y actuó como guerrero, sabio y sacerdote. Cons­
ta que, siendo hombre de profunda sensibilidad, llegó a componer al­
gunos poemas. Entronizado el año 10-Conejo,1502, las ceremonias de
su coronación fueron en extremo solemnes. Establecido en el poder,
cesó en sus cargos a los antiguos oficiales y servidores reales de tiem­
pos de Ahuítzotl. Mandó luego le trajeran varios jóvenes, hijos de los
señores de México, Tetzcoco y Tlacopan, de los que habían sido antes
discípulos suyos. Al decir del cronista Durán, Motecuhzoma "quería
llevar las cosas de su gobierno por la vía que a él le diese más conten­
to, y por otra vía de la que su antecesor había gobernado..."
Motecuhzoma Xocoyotzin realizó la postrera expansión de los me­
xicas. Por otra parte, varias veces tuvo que iniciar nuevas campañas
contra pueblos que pretendían recuperar su independencia. Acción
importante fue la emprendida contra los mixtecas que habían dado
muerte a los soldados de una guarnición mexica en Oaxaca. Mote­
cuhzoma consolidó en tal forma los dominios de Tenochtitlan que, en
resumen, puede afirmarse que, poco antes de la conquista española,
abarcaban la mayor parte de los actuales estados de México, Hidalgo,
Puebla, Morelos, Veracruz, Guerrero, Oaxaca, hasta apartadas regiones
de Chiapas y un poco más allá de los actuales límites con Guatemala.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 135

Tenochtitlan, la gran ciudad, había crecido gracias al terreno ga­


nado a las aguas del lago. Su superficie, en forma de cuadrado más o
menos regular, tenía aproximadamente 3 km. por lado. Su población,
según los cálculos más conservadores, rebasaba los 200 000 habitan­
tes. La metrópoli era, en resumen, cabeza de lo que en cierto modo,
puede llamarse un imperio. A ella llegaban embajadores y gobernan­
tes de lejanas regiones. Por sus canales y calles se recibían los tributos,
joyas de oro y plata, plumajes finos, cacao, papel hecho de corteza de
amate y los esclavos y las víctimas para el sacrificio.
En tanto que la nación mexica parecía alcanzar su máximo esplen­
dor, ciertos rumores y presagios empezaron a alterar el ánimo de Mo­
tecuhzoma y, a la postre, también de cuantos vivían en Tenochtitlan.
Primero se recibieron noticias de la que hoy sabemos fue la expedi­
ción de Francisco Hernández de Córdoba, llegado en 1517, hasta Po­
tonchán, no muy lejos de Frontera en Tabasco. Informes posteriores
en 1518, no dejaban lugar a dudas. Se describía ya la aparición de gen­
tes, nunca antes vistas, que venían a bordo de grandes casas del agua,
que se afanaban por conocer el país y tal vez por penetrar en él. En
este caso se trataba de la expedición de Juan de Grijalva que había
desembarcado en la isla de Sacrificios, en Veracruz.
Historia y leyenda parecen aunarse cuando refieren que Mote­
cuhzoma hablaba de portentos funestos. También la gente del pueblo
decía haber percibido lo nunca antes visto. Aparecía en la ciudad una
espiga como de fuego, como aurora al rojo vivo, punzando el cielo. Se
veía por la noche y dejaba de manifestarse cuando la hacía huir el sol.
En una ocasión ardió el templo de Huitzilopochtli. La gente del pue­
blo fue testigo de que cayó sobre el santuario del dios del fuego, Xiuh­
tecuhtli, una especie de rayo, aunque sin trueno. Pudo observarse
también un cometa y se vio hervir el agua del lago. Se escucharon las
voces de Cihuacóatl, la diosa madre, que por la noche lloraba y grita­
ba. Pero únicamente Motecuhzoma contempló en cierto pájaro ceni­
ciento que le llevaron quienes lo habían atrapado en la laguna. En la
molleja del pájaro había un espejo. Motecuhzoma lo vio una y otra
vez. Percibió entonces grupos de seres humanos que marchaban apre­
suradamente y dándose empellones. Venían sobre animales semejan­
tes a venados. El señor mexica consultó a los sabios, conocedores de
cosas ocultas. Examinaron éstos el espejo, pero nada vieron en él.
Llegaron entonces nuevas noticias de la aparición de hombres blan­
cos por las costas del oriente. Mctecuhzoma consultó otra vez a los sa­
cerdotes y sabios. Todos se preguntaron si no era acaso que Quetzalcóatl
y los dioses habían regresado. Lo que ocurrió a partir del desembarco

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136 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

de Hernán Cortés es asunto que habremos de estudiar al ocuparnos del


tema de la Conquista. Por el momento nos limitamos a anticipar lo que
fue el trágico fin de Motecuhzoma. Tuvo lugar este al tiempo de la gran
fiesta de Tóxcatl, celebrada en fecha cercana a la Pascua de Resurrec­
ción de 1520. Se había consumado la que se conoce como "matanza en
el templo mayor", perpetrada por órdenes de Pedro de Alvarado, es­
tando ausente Hernán Cortés. Según algunos cronistas, Motecuhzoma
murió cuando, obligado por los conquistadores, trató de apaciguar a
su pueblo. Algunos refieren que los mismos mexicas le arrojaron pie­
dras y que, a consecuencia de ello, pereció. Otros dicen que le dieron
muerte los españoles. El fin de Motecuhzoma fue nuevo presagio:
pronto la nación mexica habría también de sucumbir.

Instituciones culturales mexicas

Estudiaremos a continuación lo más sobresaliente de las instituciones


culturales mexicas, es decir de su organización social y política, econo­
mía, creencias y prácticas religiosas, educación, creaciones artísticas y
literatura durante la etapa del mayor florecimiento de México-Tenoch­
titlan. Es cierto que a lo largo de este libro hemos tratado ya, casi de
continuo, sobre estos temas, como elementos fundamentales que carac­
terizaron la evolución cultural de los distintos grupos mesoamericanos.
Sin embargo, debemos reconocer que el caso de las gentes de idioma
náhuatl, y en particular de los mexicas, requiere particular considera­
ción precisamente porque acerca de ellos hay fuentes mucho más abun­
dantes que permiten analizar mejor sus sistemas de organización y
sus distintas formas de creación cultural.
La mayor riqueza de testimonios mexicas tiene doble explicación.
Por una parte, siendo esta etapa la más cercana a nosotros, se han con­
servado más vestigios y documentos relacionados con ella. Por otra, el
ámbito de los pueblos de idioma náhuatl, en torno sobre todo a Tenoch­
titlan, tuvo la buena fortuna de ser objeto de muy tempranas formas de
investigación. Los trabajos de algunos sabios indígenas sobrevivientes
a la Conquista y los llevados a cabo por genuinos humanistas como fray
Andrés de Olmos, fray Bernardino de Sahagún y otros, hicieron posible
la preservación de múltiples textos que, de otra manera, se habrían per­
dido para siempre.
Por ello es hoy posible acercarse, sobre una base bastante firme, a
los aspectos que hemos mencionado de la realidad cultural mexica.
Aunque nuestro estudio constituirá tan sólo una especie de breve in-

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 137

traducción, lo que podamos analizar de los sistemas de organización


y creaciones entre los mexicas, nos ayudará a comprender, con mejor
perspectiva, lo hasta ahora menos conocido de las instituciones para­
lelas en otras regiones de Mesoamérica. Nuestro intento tendrá asi­
mismo relación con las transformaciones culturales ocurridas a través
de los varios periodos del pasado prehispánico. Sólo teniendo una ima­
gen, siquiera sea aproximada de las formas de cultura vigentes en la
última etapa, podrán ensayarse luego comparaciones con lo que exis­
tía en tiempos más antiguos.

Organización social

A partir del gobierno de Acamapichtli -según vimos- se consolidó


la existencia de clases o, quizás, mejor, niveles sociales diferentes. Ha­
blemos primero de los macehualtin o gente del pueblo. Formaban es­
tos parte de antiguos grupos emparentados entre sí, establecidos ya
en una ubicación determinada y con una dotación de tierras poseídas en
común. Las familias de los macehualtin estaban agrupadas en torno a
lo que se ha designado como "la familia grande", integrada ésta por el
núcleo original de los padres y de los varios hijos que, a su vez, ha­
bían dado principio a nuevas células familiares. El conjunto de varias
familias relacionadas de este modo constituía la unidad que los nahuas
llamaron ca!pu!H
Aunque estamos muy lejos todavía de comprender todas las im­
plicaciones del ca!pul!t; podemos destacar algunos de sus rasgos más
conocidos. Cal-pulli es término aumentativo de .calli que significa "casa".
La etimología de calpulli es "gran casa" y, por extensión, barrio o sector
en el que viven gentes ligadas por vínculos de parentesco. Los miem­
bros de un calpulli poseían un territorio en común, habitaban en un
mismo barrio y realizaban conjuntamente una serie de funciones de
carácter socio-económico, religioso, militar y político, en una palabra,
cultural. Los macehualtin se ocupaban, sobre todo, en la agricultura,
formaban los ejércitos y algunos de ellos constituían los "gremios" u
organizaciones de mercaderes y artesanos. En ocasiones los macehualtin
trabajaban tierras que no pertenecían a su calpulli. En ese caso se de­
signaban con el nombre de mayeques que significa "los que tienen ma­
nos", es decir una especie de braceros que prestaban servicios a otros.
Mencionaremos también la existencia de los tlatlacotin o esclavos. Su
venta no era de por vida, ya qt1e ellos mismos u otra persona podía
hacer su rescate. Los hijos de los tlatlacotin no eran considerados es-

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clavos. En realidad ni los mayeques ni los esclavos constituían clases


sociales diferentes.
Muy distinta, en cambio, era la situación de los pipi!tin o nobles.
Estos podían ser propietarios de tierra en forma individual. Sus miem­
bros recibían una educación más esmerada y ejercían los más eleva­
dos cargos del gobierno. Sólo de entre ellos podría ser elegido el rey o
tlatoam: A los jefes de familia pipi!tin estuvo permitido tener varias
mujeres, especie de concubinas. Sin embargo, el núcleo de la familia
se integraba siempre en función del matrimonio con la mujer que te­
nía el rango de esposa.
Interesante resulta destacar el acercamiento que, por razones eco­
nómicas, habían llegado a tener con los pipi!tin los grupos, básicamente
de macehualtin, que integraban unas especies de corporaciones o gre­
mios de comerciantes. Nos referimos en particular a los pochtecas o mer­
caderes que habían obtenido una forma de código jurídico y económico
que determinaba las funciones que les correspondía desempeñar. Los
pochtecas tenían ritos y ceremonias religiosas exclusivas de ellos. Poseían
sus propios tribunales. Organizaban los diversos sistemas de intercam­
bio comercial, en particular con gentes de regiones muy apartadas. Des­
empeñaban con frecuencia las funciones de embajadores, emisarios y
espías. Durante los últimos tiempos de la nación mexica era tan grande
la importancia social y económica de los pochtecas que a veces contaban
más en la vida pública que muchos nobles o pip1!tin. Podría decirse que,
con los pochtecas o mercaderes, se repitió un fenómeno parecido al de la
burguesía de industriales y comerciantes que tanta importancia tuvo
en la historia moderna de los países europeos. Los pochtecas, entre otras
cosas, estaban libres de trabajos personales y tenían otros privilegios y
riquezas que los colocaban casi a la par con los miembros de la nobleza.

Organización política

Lugar primordial en el gobierno de la nación mexica lo ocupaba el


huey tlatoam; expresión que literalmente significa "el grande que ha­
bla, el gran ordenador . .." Correspondía a él actuar como ordenador
en todos los campos. Si bien era representante de la divinidad, nunca
se pensó, como en el caso de los incas, que fuera hijo de alguno de los
dioses o encarnación suya. El gran tlatoani era también el máximo juez
y sobre él recaían las más elevadas responsabilidades. De él dependía
la iniciación de cualquier guerra, la promulgación de las leyes y el co-

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mienzo de toda empresa importante. El gran tlatoani debía ser elegido


entre los pipt!fin.
Como un reflejo, en la organización política, de la creencia religio­
sa en un supremo dios dual, al lado del huey t!atoam; desempeñaba
también funciones en extremo importantes el llamado cihuacóat!. Este
título significa "serpiente femenina" y también "cuate o mellizo feme­
nino". El vocablo czhuacóatl era también uno de los nombres de la dio­
sa madre.
Entre los mexicas el cargo de cthuacóat! alcanzó su maxima impor­
tancia cuando lo desempeñó Tlacaélel, el hermano de Motecuhzoma
Ilhuicamina, de quien ya hemos hablado. Al cthuacóatl correspondía
desempeñar las funciones del t!atoani en caso de ausencia de éste,
como, por ejemplo, cuando salía él a la guerra. Era también atributo
del czhuacóatl presidir el tribunal más alto o de última instancia y ac­
tuar asimismo en asuntos religiosos y de administración pública.
Lugar prominente en la administración tenían los varios consejos,
entre ellos uno que puede describirse como supremo. Estaba formado
éste por representantes de otros cuerpos secundarios. Entre las fun­
ciones del consejo supremo sobresalían la de auxiliar al t!atoani en los
problemas que pudiera someter a su consideración, así como partici­
par en la designación de funcionarios.
Había, además, cuatro grandes dignatarios que desempeñaban
funciones muy importantes, entre ellas la de actuar a veces como miem­
bros del supremo consejo. Mencionaremos primeramente el rango de
tlacochcá!catl, "señor de la casa de los dardos" que, junto con el t!aca­
técatl, asumían la más elevada jerarquía militar. A su vez, el huitzna­
huatlat!ótlac y el tizociahuácatl tenían atribuciones de jueces principales.
Con el nombre genérico de tlator¡ue se conocían los gobernantes
de todas la poblaciones de cierta importancia. Posición distinguida
correspondía a los llamados fecuht!i (en singular) y fefecuhtin (en plu­
ral), palabras que significan"señor, señores". Los fefecuhtin, escogidos
entre los nobles o la gente del pueblo, podían desempeñar diversas
funciones, entre ellas las de gobernadores, jueces y supervisores en el
pago de tributos.
La lista de los funcionarios incluye a otros muchos, en relación siem­
pre con las diversas funciones del estado. Entre éstas cabe mencionar la
militar, fiscal, escolar y eclesiástica. En la organización militar, después
del gran tlatoani eran jefes supremos los ya mencionados t!acochcá!cat/,
"señor de la casa de los dardos" y t!acafécat!, "comandante de hombres".
Los jefes subordinados a éstos ostentaban diversos títulos como los de
achcauht!t; cuáchic, cuauhnocht!i y otros. Las tropas se integraban en pe-

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queñas unidades de veinte hombres, que formaban a su vez cuerpos


mayores con cuatrocientos individuos. Cada contingente estaba a las
órdenes de un jefe que pertenecía al mismo calpu!H Desde muy jóve­
nes los mexicas, al igual que los habitantes de otros señoríos, se adies­
traban en la guerra en los telpochcalli; escuelas o "casas de jóvenes".
La existencia del estado mexica requería del pago de tributos y de
la recolección oportuna de otros ingresos. Tributaban, en función de sus
calpulli; los macehualtin, además, los pueblos y señoríos que habían
quedado sujetos al estado mexica, así como otros que mantenían aún
cierta forma de independencia. Otros ingresos se derivaban de lo que
se obtenía de las tierras que pertenecían al estado, así como de los bo­
tines de guerra en las frecuentes campañas. Los artesanos y mercade­
res, según lo mencionamos, tenían un estatuto propio en el que se
determinaban las contribuciones que les correspondían.
Por encima de todos, competía al cihuacóatl vigilar lo concerniente
a la tributación. Funcionarios subordinados eran el huey calpixqui;
"gran guardián de la casa", y el petlacdlcatl, "el de la caja o petaca". En
las varias provincias había otros calpixque secundarios.

La economía

Hablamos ya del papel de los pochtecas o mercaderes y también de la


organización fiscal mexica. Además, a lo largo de nuestro estudio he­
mos visto cómo, muchas veces por motivos económicos, se produje­
ron transformaciones políticas, sociales y, en general culturales. Ahora,
dentro de los límites fijados, añadiremos tan sólo algo sobre lo más
significativo en la vida económica mexica.
El estudio de ésta -es necesario dejarlo asentado- se torna a ve­
ces difícil por lo limitado de las fuentes que permiten cuantificar o
medir de algún modo las distintas fuerzas que jugaban papel deter­
minante en la producción. Así, por ejemplo, si hay hasta ahora enor­
mes divergencias en los cálculos sobre el número de habitantes en el
México prehispánico, habrá que reconocer que no será fácil precisar
cuál era, en las distintas ciudades, pueblos, aldeas y regiones, la canti­
dad de personal dedicadas a tal o cual forma de actividad producti­
va. Recordemos en este contexto que, entre los cálculos expresados
sobre la población del área central, (actuales Estados de México, Hi­
dalgo, Puebla, Tlaxcala, Querétaro, Guanajuato, Michoacán, Colima,
Jalisco, Guerrero y Veracruz), en tanto que unos hablan de sólo tres o
cuatro millones de individuos, otros elevan la cifra hasta más allá de

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los veinte millones. Esto explica ya que sea asimismo muy problemá­
tico cuantificar un factor tan importante como el que se designa con el
nombre de "potencial humano" en la producción.
Disponemos, en cambio, de mayor número de testimonios que per­
miten conocer con bastante detalle las principales formas de especiali­
zación de quienes integraban esa fuerza humana de trabajo. En primer
lugar, sabemos que existía una distribución de actividades en función
del sexo. Así, al hombre correspondían las en extremo importantes ta­
reas agrícolas y la mayor parte de las formas de producción artesanal.
A la mujer, en cambio, tocaban los quehaceres del hogar, algunos nada
fáciles como la transformación del maíz en masa para las tortillas, lo
que presuponía largas horas de trabajo con el metate. Hilar y tejer eran
asimismo ocupaciones que competían a la mujer.
Las fuentes permiten distinguir también especializaciones tales
como las que correspondían a quienes se ocupaban en trabajos extrac­
tivos (pescadores, recolectores, mineros y otros). Asimismo muestran
los testimonios la existencia de grupos dedicados a la construcción (al­
bañiles, canteros, carpinteros, pintores), a las industrias manufacture­
ras (alfareros, canasteros, productores de esteras o petates, de guaraches
o sandalias, curtidores etcétera). Para no alargarnos, mencionaremos el
amplio campo de la especialización artesanal, la de quienes produ­
cían objetos de índole utilitaria y de consumo general como el papel,
la sal, instrumentos líticos y de madera, canoas, etcétera, y la de aque­
llos que elaboraban artículos de lujo o suntuarios, principalmente para
los miembros de la nobleza y el culto religioso. Entre estos últimos
estaban los orfebres, los artífices de la pluma, los escultores, los que
elaboraban los códices y los gematistas.
Debemos insistir, sin embargo, en que, a la par que había estas es­
pecializaciones, la gran mayoría de los macehualtin o gente del pue­
blo, dedicaba buena porción de su tiempo a la labranza de la tierra.
Precisamente los productos que de ella obtenía le permitían en alto
grado su subsistencia, la familiar y la comunitaria, al igual que el pago
de los tributos que correspondían al supremo gobernante, al culto re­
ligioso y a otros propósitos ligados con la administración pública.
Los recursos naturales. Respecto de la información· al alcance para
conocer cuáles eran los recursos naturales sobre los que descansaba la
economía del México antiguo, ocurre algo semejante a lo dicho acerca
del potencial humano. Las fuentes -aunque en algunos casos propor­
cionan datos cuantitativos- son sobre todo de carácter descriptivo.
Así, por ejemplo, al hablar de las tierras para la agricultura, aunque

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en ocasiones se mide su extensión, es más frecuente encontrar que se


señale cómo eran y para qué servían.
Con el nombre de atoct!i se aludía a las tierras con suficiente agua y
buenas para la agricultura. Cuauht/a!!t; "tierras de árboles", significaba
que en ellas había residuos vegetales, lo que hoy llamamos "tierra de
hoja". En lugares así dotados de agua y materia orgánica, prospera­
ban las milpas o cultivos de plantas básicas para el sustento: maíz,
frijol, calabaza, chile. También había otras tierras destinadas a fines
más particulares, como las que se nombraban xochirm!pan, para el cul­
tivo de diversas flores.
Desde luego son muchos los recursos naturales que daban apoyo
a la economía prehispánica. Aquí tan sólo cabe una enumeración muy
rápida. Del reino vegetal: los árboles y múltiples plantas que crecían
espontáneamente, unas de aplicación medicinal, otras alimenticias o
para producir objetos manufacturados; determinados árboles ofrecían
madera para la construcción, otras eran frutales, había además plan­
tas que podían aprovecharse de formas muy distintas, entre ellas los
magueyes y los nopales. El reino animal abarcaba variedades acuáti­
cas en los ríos y lagos, y otras que podían lograrse para la alimenta­
ción por medio de la caza y a través de la reproducción en reclusión
(animales domésticos), como en el caso más sobresaliente del guajolo­
te o pavo. Los animales propiamente domesticables eran, en cambio,
casi inexistentes. La excepción la constituía el perro.
La ausencia de otros animales domesticables fue en alto grado ba­
rrera al desarrollo de una tecnología más eficiente. Al no haber bestias
que pudieran servir para la carga y la tracción, el empleo de la rueda
se limitó a su aplicación en algunos juguetes.
Mencionaremos, finalmente, entre los recursos naturales, los deri­
vados del subsuelo y que pudieron aprovecharse a través de trabajos
de índole minera. Entre los metales que conoció el hombre prehis­
pánico estuvieron el oro, la plata, el cobre, el estaño y, probablemente,
en escala muy reducida, el plomo. Otros minerales que también se apro­
vecharon fueron el cinabrio (protosulfuro de mercurio), la calcita (car­
bonato cálcico), así como diversos colorantes minerales, varias piedras
preciosas y otras de varias naturalezas, al igual que productos como el
chapopote, empleado para fines medicinales y de adorno ceremonial.
Sobre la base de los recursos naturales -como los más importan­
tes aquí mencionados- la fuerza de trabajo, el potencial humano, lle­
gó a la producción de una gran variedad de bienes, desde aquellos de
inmediato consumo hasta los de carácter suntuario que ennoblecieron
sus ciudades. Para lograr esto las sociedades indígenas llegaron a po-

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seer un instrumental.y una técnica, a las que brevemente debernos re­


ferirnos.
Técnica e instrumental Primeramente hemos de resaltar el hecho de
que -a pesar de haber logrado grandes creaciones culturales en cam­
pos corno el del arte, en los cómputos calendáricos y astronómicos- el
hombre prehispánico no alcanzó a tener un instrumental calificable de
muy desarrollado. A pesar de esto, su instrumental fue, en muchos as­
pectos, bastante eficiente. Abarcó ante todo utensilios hechos de pie­
dra (martillos, raspadores, morteros, etcétera), otros de pedernal, hueso
o madera, corno la coa o huictli; el palo que servía para las tareas agrí­
colas, y algunos, en menor número, de metal. De estos cabe mencio­
nar las hachas de cobre.
Las técnicas de producción suponían el descubrimiento de procedi­
mientos adecuados para realizar los distintos trabajos (entre ellos los
de construcción de edificios, extracción de minerales, elaboración de
productos artesanales y suntuarios, etcétera). Así, los textos indígenas
nos describen, por ejemplo, cuáles eran las técnicas de alfareros, orfebres,
albañiles, pintores y escultores, para sólo citar las de unos cuantos.
Particular atención exigen las técnicas alcanzadas en el cultivo de
la tierra. Además de la agricultura de temporal, en la que no se des­
cuidaba el empleo de algunas formas de abono, las sociedades pre­
hispánicas se valieron de sistemas de regadío, cultivos escalonados y,
sobre todo en la región central, introdujeron las célebres chinarnpas.
En ellas cultivaron diversas plantas, verduras y flores.
Resta decir algo que se relaciona con lo que hemos tratado ya an­
tes acerca de la organización social prehispánica. Nos referirnos a lo
que se suele describir corno las "unidades de producción", muy vin­
culadas con distintas formas de agrupamiento social, existentes en el
México antiguo. Por una parte estaba, corno unidad primaria de pro­
ducción, la familia. Los integrantes de ésta participaban en el trabajo
de acuerdo con la especialización en función de su sexo, corno ya se
ha visto. Unidades mucho más amplias las constituían los distintos
calpulli. Algunos de estos, según parece, se habían especializado en la
producción de determinados artículos, por ejemplo, en los trabajos ar­
tísticos hechos de plumas.
Los calpull1; en cuanto unidades de producción, pagaban tributos al
estado. También proporcionaban mano de obra para realizar empresas,
bien sea en provecho del mismo calpulli o de la comunidad del pueblo
o ciudad. Este tipo de servicios -tributos y participación directa en tra­
bajos- era asimismo obligación de entidades más amplias que incluían
desde luego a los señoríos sometidos al dominio de México-Tenochtitlan.

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Elemento de suma importancia para comprender los alcances que


llegó a tener la economía en el México antiguo son la existencia de
mercados y de lo que llamaremos el comercio exterior, llevado a cabo
por los pochtecas o mercaderes.
En extremo maravillados, algunos conquistadores nos dejaron en
sus crónicas una imagen de lo que era el mercado principal de Tla­
telolco, en la antigua población ya incorporada a Tenochtitlan. Bernal
Díaz del Castillo escribió:

quedamos admirados de la multitud de gentes y mercaderías que ha­


bía en la gran plaza y del gran concierto que en todo tenían ... Cada
género de mercaderías estaban por sí y tenían situados y señalados
sus asientos. Comencemos por los mercaderes de oro y plata y pie­
dras ricas, y plumas y mantas y cosas labradas y otras mercaderías de
indios, esclavos, y esclavas... Otros mercaderes que vendían ropa más
barata y algodón y cosas de hilo torcido y cacahuateros que vendían
su cacao... y había muchos herbolarios y mercaderes de otra manera...
Y también vendían hachas de latón y cobre, y jícaras y jarros de made-
ra muy pintados ... Ya querría haber acabado de decir todas las cosas
que allí se vendían...

A la metrópoli mexica afluía toda clase de productos procedentes


de regiones cercanas y apartadas, obtenidos gracias a las negociacio­
nes de los mercaderes o en calidad de tributos. A su vez, de la capital,
donde, según vimos, había diversas formas de producción, artes y
artesanías, se exportaban múltiples objetos manufacturados. Cierta­
mente se habían vuelto complejas las relaciones de producción e in­
tercambio durante el esplendor de Tenochtitlan. Mencionaremos al
menos cuáles eran 12.s dos rutas más importantes del comercio esta­
blecido por los pochtecas. Una se dirigía a Xicalanco, junto a la laguna
de Términos, en las costas del Golfo. Desde tiempos antiguos llega­
ban allí también en sus embarcaciones comerciantes de la región maya.
En Xicalanco podían adquirirse productos de zonas tan apartadas
como Yucatán, Honduras y aun las islas del Caribe. La otra gran ruta
del comercio mexica llevaba a las costas del Pacífico sur, en especial a
la rica zona del Soconusco, en Chiapas, de donde provenían el cacao,
plumas de quetzal, jade y metales preciosos.
Otros factores cuyo análisis se requiere para acabar de valorar lo
que fue la economía durante el esplendor mexica, son los referentes a
los sistemas de propiedad, existencia de posibles signos cambiarios,
funcionamiento de los mercados y de los sistemas tributarios y, en una
palabra cuanto en este contexto tenía que ver con la organización so-

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cial y política. De varios de estos puntos se ha tratado ya en apartados


anteriores. Nos limitamos, por té).nto, a reiterar aquí su importancia.
Añadiremos que, por fortuna, se conservan algunos códices indíge­
nas que arrojan luz sobre estas materias. Entre ellos están los que se
conocen como Matrícula de Tributos y Códice Mendocino.

La religión

En la religión oficial de Tenochtitlan había elementos de orígenes muy


distintos. Subsistían en ella tradiciones de muy antiguo arraigo, co­
munes a casi todos los pueblos de Mesoamérica. Como ejemplo, re­
cordaremos el culto a la deidad del fuego, el dios viejo, que en náhuatl
se llamó Huehuetéotl. Asimismo eran adorados otros dioses, conocidos
ya desde las épocas teotihuacana y tolteca. Entre ellos estaba Tláloc y
Chalchiuhtlicue, señor y señora de las lluvias y de las aguas terrestres,
Quetzalcóatl y Xochiptl!t; este último protector de las artes, Tezcatlipoca,
"el espejo que ahuma" y Tezcatlanextía, "el espejo que ilumina las co­
sas". También, como herencia del pensamiento que había florecido en
las más antiguas metrópolis del altiplano, los mexicas mantenían doc­
trinas como la tocante al supremo dios dual, Ometéotl, y las que versa­
ban acerca de los soles o edades que han existido y sobre la imagen de
un universo con sus 13 pisos celestes, 9 pisos del inframundo y una
superficie terrestre distribuida en cuatro grandes sectores. Finalmen­
te, en la religión mexica coexistían creencias y ritos que se presentan
como más característicos de este grupo desde los días de su peregri­
nación. Recordemos, como muestra, la adoración y sacrificios en ho­
nor de Huitzilopochtli y su madre Coatlicue.
La presencia de esos elementos de distintos orígenes en los ritos y
el pensamiento religioso mexicas explica tal vez por qué llegó a mani­
festarse una cierta diversidad de actitudes en lo tocante a las relacio­
nes humanas con el mundo de la divinidad. T lacaélel, el gran consejero
y reformador mexica, por una parte, y Nezahualcóyotl, el sabio señor
por otra, pueden simbolizar la aparición de dos principales tenden­
cias dentro del mismo contexto cultural. Nezahualcóyotl representa a
quienes querían preservar, y aun enriquecer, la tradición espiritualis­
ta atribuida al sacerdote Quetzalcóatl de los toltecas. T lacaélel, en cam­
bio, fue el iniciador de cambios para cimentar sobre ellos lo que debía
ser el destino de los mexicas. Los seguidores de Huitzilopochtli de­
bían pensarse a sí mismos como pueblo escogido del sol. Su misión
era someter a otras muchas gentes por los cuatro rumbos del mundo,

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mantener con la sangre de los prisioneros de guerra la existencia del


Dador de la vida y aunar, en una palabra, con la reiteración de los
sacrificios, los ideales religiosos y de grandeza militar y política.
Para los sabios -los llamados tlamatini- entre ellos Nezahual­
cóyotl, el ser supremo es Tloque-Nahuaque, el Dueño del cerca y del
junto, el invisible como la noche e impalpable como el viento, Moyo­
coyatzin, el autoritario, el que se inventa a sí mismo. El es también el
dios dual, Ometéotl, que todo lo engendra y todo lo concibe. La vida
del hombre es como un sueño. En ella resulta difícil encontrar raíz y
verdad. Sin embargo, a través de los símbolos, por la vía de las flores
y cantos, tal vez sea posible expresar palabras con raíz y acercarse de
algún modo a Tloque Nahuaque.
Hay que reconocer, sin embargo, que el culto a los múltiples dio­
ses y la concepción religioso-guerrera prevalecieron en la mayoría de
los mexicas. De acuerdo con el calendario, que indicaba cuándo de­
bían celebrarse las fiestas en honor de los dioses, sacerdocio, gober­
nantes y pueblo daban culto a Tláloc y Chalchiuhtlicue, dios de la
lluvia y señora de las aguas terrestres, sacrificándoles niños en las cum­
bres de los montes. Festejaban también al dios Xipe-Tótec, el señor
desollado, dios de la fertilidad, haciéndole ofrendas, entre ellas el co­
razón de los cautivos. Colocar en el templo las primicias de las flores
era inicio de la conmemoración consagrada a la diosa madre, invocada
con múltiples nombres, Tonantzin, nuestra madre, Itzpaptilotl, mariposa
de obsidiana, Coatlicue, la del faldellín de serpientes, madre de Huitzi­
lopochtli. El ritual, a través del calendario, incluía ceremonias de honor
de Chicomecóatl, también la diosa madre pero esta vez relacionada con
el maíz, sustento de todos los hombres. Tezcatlipoca, el espejo que ahu­
ma; Huixtoc1ñuatl, la diosa de la sal; nuevamente los tia/oque, dioses de
la lluvia; X11onen, diosa de las mazorcas tiernas y en seguida Hudzi­
lopochtli, en la fiesta que llamaban Tlaxochimaco -"cuando se hace
entrega de flores"- estos y otros dioses y diosas, en sucesión nunca
interrumpida, eran implorados por el pueblo mexica. Lo mismo cabe
añadir acerca de Teteo innan, la diosa madre, invocada ahora como
madre de los dioses; Ehécatl, el dios del viento, título de Quetzalcóatl;
los Centzon totochtin, los Cuatrocientos Conejos, deidades del pulque,
la bebida ritual y, finalmente, para no alargar más esta lista, Tlaltecuhtlt;
el que es conjuntamente "señor y señora de la tierra".
Sobre estos y otros aspectos de las creencias y ritual mexicas nos
informan varios códices prehispánicos, diversos textos en idioma ná­
huatl y asimismo cronistas de tiempos posteriores. Entre los códices
de mayor interés para el estudio de la religión, mencionamos los si-

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guientes que llevan como nombre el de los sitios donde se encuentran


o el de las personas que por algún tiempo los poseyeron: Borgia, Cosp1;
Fejérváry Mayer, Laud, Vaticano By Borbónico. Estos códices, que consti­
tuían otros tantos tonalámatl, es decir libros con las cuentas de los des­
tinos, incluían información de carácter astrológico y prescripciones
rituales acerca del culto que debía darse a los dioses que presidían las
varias divisiones del tiempo. Al referirnos a estos códices es oportuno
considerar lo que fueron la escritura y el calendario entre los mexicas.

Escritura y calendario

Vimos ya que, a partir de los olmecas, en diversas zonas de Mesoamé­


rica se desarrollaron sistemas propios de escritura. De estos, el que
tuvieron los mayas -tanto en sus inscripciones en piedra como en
sus códices- fue el más perfeccionado del México antiguo. Por lo que
toca al sistema adoptado por los mexicas, sabemos que se asemeja
mucho al que verosímilmente fue invención de los mixtecas. La escri­
tura mexica incluía caracteres o glifos pictográficos (representación
estilizada de objetos), ideográficos (representación de ideas) y parcial­
mente fonéticos (representación de sonidos). Entre los signos ideo­
gráficos mencionaremos a los numerales y a todos referentes a las
medidas calendáricas. Había además glifos ideográficos para repre­
sentar conceptos como el de movimiento (ollín), el de la vida (yo!tliztli),
el día (ílhuitl), la tierra (tlalli), el cielo (tlhuícatl) etc.
Eran muy abundantes los glifos de carácter onomástico (nombres
de personas) y toponímico (nombres de lugar). Especialmente en es­
tos últimos parece que, desde los tiempos anteriores, a la Conquista,
se llegó al análisis fonético de sílabas y aún de algunas letras, como es
el caso de la a, la e y la o, representadas respectivamente por el símbo­
lo del agua (a-ti), de frijol (e-ti), y de camino (oh-tli). Aun cuando exis­
ten algunos estudios sobre la escritura mexica, hay aquí amplio campo
para la investigación. Los libros o códices indígenas, en las distintas
regiones de Mesoamérica, estaban hechos con la piel de algunos ani­
males o con un papel manufacturado de la corteza del amate.
Entre los mexicas -al igual que en otros grupos, a partir por lo
menos del periodo clásico- había dos formas de calendarios: el lla­
mado xíhuitl, o del año solar, y el tonalpohual!t; "cuenta de los días y
los destinos". Recordaremos de paso que los mayas, además de po­
seer estos dos sistemas, tuvieron durante el clásico el que se conoce

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como "de la cuenta larga", y, en el posclásico, el de las "ruedas de los


katunes' o cuenta corta.
El xlhuitl estaba formado por 18 grupos de 20 días que daban un
total de 360, a los que se añadían 5 más, considerados aciagos. A lo lar­
go de cada grupo de 20 días, siempre bajo el patrocinio de diversos dio­
ses, se iban combinando los 20 signos del calendario con sus respectivos
numerales, del 1 al 13, hasta completar los 360 días. Como, a pesar de
los 5 días que se añadían, el calendario se adelantaba en relación con el
año solar, los sabios indígenas, según el testimonio de varios cronistas,
aplicaron una corrección hasta cierto punto semejante a la que repre­
sentan los años bisiestos en el calendario gregoriano que nos rige.
El tonalpohual!t; cuenta de los días y los destinos, era una especie
de almanaque adivinatorio, formado por 20 grupos de 13 días que da­
ban un total de 260. Al relacionarse el tonalpohualli con el año de 365
días, sólo volvían a coincidir en una misma fecha hasta cerrarse un
doble "ciclo indígena", xiuhmolptlli, "atadura de años", periodo de 52
años. El doble ciclo, o sea 104 años, recibía el nombre de huehueftliztli
o "vejez". Cuatro de los glifos o signos de los días, ácatl (caña), técpatl
(pedernal), calli (casa) y tochtli (conejo), se empleaban también, uni­
dos a un numeral, para representar los varios años dentro de su co­
rrespondiente ciclo.

El ritual sagrado

En los códices, particularmente en algunos tonaldmatl, puede estudiarse


la liturgia indígena, es decir los distintos ritos, sacrificios y otras ma­
neras de culto. Tlamanalizt!t; era la voz empleada para expresar el con­
cepto de ofrenda. Esta podía hacerse de muchas maneras. Se ofrecían
a los dioses alimentos, mazorcas tiernas de maíz, semillas de chía, flo­
res, aves y otros animales. Las ofrendas del fuego y de copal o incien­
so, tenían particular importancia. También se presentaban para el culto
lechos de grama, ramas de abeto, cargas de leña y retoños de diversas
plantas recogidos en el campo.
El sacrificio que con mayor frecuencia se menciona es el que, de
un modo o de otro implicaba la muerte de víctimas humanas. Tal for­
ma de sacrificio recibía, de manera general, el nombre de tlacamicftlizt!t;
"muerte humana sacrificial". De hecho había varias formas de sacrifi­
cio humano. La más común consistía en acostar a la víctima sobre una
piedra. Cuatro hombres la estiraban de manos y pies, en tanto que el
sacerdote, con un cuchillo, le abría el pecho para extraerle el corazón.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 149

Otras maneras de sacrificio humano eran el desollamiento, el flecha­


miento y la lucha gladiatoria, mejor dicho, con macanas.
Se practicaban, por otra parte, distintos actos de sacrificio, como
el atravesamiento de varas en las orejas, en la lengua o en otras partes
del cuerpo. El punzarse con espinas, sangrarse con un cuchillo de
obsidiana, hacer abstinencia penitencial, tenderse sobre espadañas,
horadarse los labios, formaban parte del ritual de penitencia y mere­
cimientos personales.

El sacerdocio mexico

Dos eran los sacerdotes de más alto rango que desempeñaban funcio­
nes muy relacionadas entre sí. En Tenochtitlan se designaban con los
títulos de Quetzo!cóot!-t!omocozr¡ui; "ofrendador de nuestro señor Quetzal­
cóa tl", y Quetzo!cóot!-T!á!oct!omocozr¡ui, "ofrendador de T láloc-Que­
tzalcóatl". Subordinados a éstos estaban el Mexícot! teohuotzin, "el
sacerdote mexica", que tenía como colaborador al Huitzndhuot!
teohuotzin, "el sacerdote de la región de las espinas". El primero de
éstos, según se dice, era como "padre de los estudiantes de las escue­
las superiores los co!mécoc'. Del segundo se reitera que ayudaba en
todo al Mexícot! teohuotzin.
De dignidad inferior eran los que se designaban t!enomocozr¡ue,
ofrendadores del fuego. En niveles más bajos aún estaban los t!omo­
cozr¡ue, simplemente "ofrendadores" y los t!omocoztoton, "ofrenda­
dorcillos", título que a veces correspondía a los estudiantes o novicios
en las escuelas y templos donde se impartía la formación sacerdotal.
Había asimismo mujeres consagradas al culto. Un ejemplo lo ofrecen
las cthuocuocu!It; "mujeres tonsuradas", cuyo oficio consistía en dispo­
ner las ofrendas de flores, tabaco y otras cosas.
Para mostrar cómo, entre los distintos sacerdotes, había ocupacio­
nes particulares, citaremos el fragmento de un texto que describe el
oficio del que se llamaba t!opixcotzin, "el conservador". Se nos dice de
él que "tenía cuidado de los cantos de los dioses, de todos los cantares
divinos. Para que nadie errara, hacía repetir a la gente los cantos divi­
nos en todos los barrios ..."
Resta añadir que no era raro encontrar entre los sacerdotes perso­
nas sabias, algunos de los llamados t!omotim; dedicados a elucubrar
sobre las cosas divinas y a la composición de diversas obras literarias.
Obviamente no fueron sólo sacerdotes los forjadores de cantos que co­
nocemos. Hubo además otros que pertenecían a la clase de los pipt!tin

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150 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

o nobles. Aunque, con menor frecuencia, también se sabe de mace­


hualtin o personas del pueblo que participaron en semejantes activi­
dades intelectuales.
Entre las preocupaciones sobre las que versan no pocos poemas y
discursos están las que se refieren al tema de la muerte y al más allá.
Según el pensamiento religioso oficial, la gran mayoría de los que mo­
rían iban al Mictlan, "región de los muertos". Después de varias prue­
bas, llegaban ante Mictlantecuht!t; "señor de los muertos" y no se hacía
más recuerdo de ellos. Los elegidos por el dios de la lluvia (ahogados,
hidrópicos y otros) iban al Tla!ocan, especie de paraíso. Los guerreros
muertos en batalla o sacrificados, así como las mujeres que morían de
parto, con un prisionero en su vientre, iban al Tonatiuh, tlhuícatl, "cielo
del sol". Los niños que fenecían antes de haber alcanzado la edad de
discreción marchaban al Chichihuacuauhco, "lugar del árbol nodriza",
que les daba alimento.
Ahora bien, frente a estas creencias, surgieron las dudas e inquie­
tudes de no pocos sabios o tlamatinime. Sus antiguos textos plantean
muchas veces preguntas como éstas:

¿A dónde iremos?
¿Estamos allá muertos o vivimos aún?
¿Otra vez viene allí el existir?
¿Acaso es tu casa en el sitio de los descarnados?

Creaciones artísticas

Como en otros campos de la cultura, también en el de la creación ar­


tística se distinguieron los mexicas. Eran, por una parte, herederos de
los pueblos que los habían precedido; por otra, fueron capaces de enri­
quecer el antiguo legado con formas y estilos de su propia inspiración.
En su arte renovaron concepciones y símbolos que habían florecido
en centros como Teotihuacan, Cholula, Xochicalco, Tallan y Culhuacán.
A su vez, inspirados con frecuencia en su propio pensamiento místi­
co-guerrero, lograron creaciones extraordinarias.
Auténtico arte hubo en la cada vez más esplendorosa realidad ur­
banística de Tenochtitlan, con su recinto central del templo mayor, sus
palacios, escuelas, cuarteles, mercado, jardines botánicos y zoológicos,
casas de nobles y gente del pueblo, todo adecuadamente comunicado
por canales y calzadas. Si bien los mexicas destacaron asimismo por
su pintura mural, orfebrería, lapidaria, arte plumario y cerámica, fue

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 151

la escultura en piedra el campo en que alcanzaron supremo renombre


entre todos los pueblos de Mesoarnérica. De esto último dan prueba
las numerosas efigies de dioses y hombres y también las obras en ba­
jorrelieve que se conservan.
Un solo texto citaremos, del Códice Matritense, en el que los sabios
nativos describen la imagen ideal que tuvieron del artista. Para ellos la
palabra toltécatl, el antiguo habitante de Tallan, significó de hecho lo
mismo que artista. Así, también en otros lugares, al hablar de la figura
y rasgos característicos de cantores, pintores, orfebres, alfareros, etcé­
tera, se afirma siempre acerca de ellos que son "toltecas", que "obran
corno toltecas". He aquí el texto que, de manera genérica, nos pinta al
artista ideal:

Toltécatl: artista, discípulo, abundante múltiple, inquieto.


El verdadero artista: capaz, se adiestra, es hábil,
dialoga con su corazón, encuentra las cosas con su mente.
El verdadero artista todo lo saca de su corazón,
obra con deleite, hace las cosas con calma, con tiento,
es un toltécatl, compone cosas, crea,
hace todo atildado, todo bueno y hermoso.

Puesto que hemos dicho que el genio artístico rnexica destacó so­
bre todo en la escultura, citaremos varias muestras sobresalientes de
esta forma de creación suya. Recordemos algunas que estuvieron en
el recinto del templo mayor: la colosal escultura de la diosa Coatlicue,
la gran cabeza de Coyolxauhqui, la hermana de Huitzilopochtli, celo­
sa de su madre, muerta en Coatepec, el ocelocuauhxical!t; gran recipiente
en forma de ocelote, la representación de Mictlancíhuatl, señora de la
región de los muertos, las efigies de un macehual, hombre del pueblo,
y la de un sacerdote, concebidas a modo de portaestandartes, la gran
piedra de Tizoc, y la más extraordinaria aún Piedra del Sol. En ellas y
en otras de tamaño más pequeño, corno la cabeza del hombre muerto
o del caballero águila y la pequeña efigie de Xólotl, conservada esta
última en el Museo de Stuttgart, a pesar de todas las obvias diferen­
cias, hay siempre un estilo y una fuerza de expresión que claramente
denotan un origen cultural común.
Entre los rasgos principales que parecen configurar el estilo es­
cultórico rnexica, destaca el empleo frecuente de formas geométricas,
aunque muchas veces atenuadas y casi desvanecidas, sin que por ello
se pierda su función, corno principio que integra y unifica los símbolos
y la plenitud del terna. Asimismo la representación de elementos, en

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152 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

apariencia naturalistas, frecuentemente integrados a modo de enjam­


bres, adquiere un sentido unitario en la concepción plástica de un uni­
verso a la vez divino y humano. En no pocas de las obras maestras del
artes escultórico mexica hay además un dinamismo en el que se mani­
fiesta oposición de contrarios -como la vida y la muerte- que da lu­
gar a formas de desusada belleza. Podrá ser ésta en verdad dramática
-como la diosa madre devoradora de corazones- pero más allá de lo
puramente visible, resulta evocación del misterio de existir en la tierra,
todo a la luz de los símbolos de la propia cultura. Por esto conviene
insistir aquí en que la más honda significación de este arte sólo podrá
ser vislumbrada por aquellos que se han acercado antes al estudio de
las instituciones prehispánicas, sus mitos, creencias y literatura.

Las producciones literarias en idioma náhuat!

Sólo nos resta tratar de la importancia que llegó a tener la literatura


en idioma náhuatl. Por lo general ésta no se conservó por escrito. En
los antiguos centros de educación, en los ca!mécacy te!pochca!!t; los can­
tos forjados por los poetas, los relatos históricos y otras composicio­
nes se trasmitían y fijaban en la memoria. Por eso, a pesar de que los
conquistadores destruyeron la mayor parte de los antiguos códices,
pudo hacerse el rescate de no pocos textos, creaciones literarias que se
mantuvieron vivas gracias a la tradición oral.
En este rescate, como ya lo dijimos, participaron algunos indíge­
nas y también varios frailes humanistas. Hoy en día se conservan en
bibliotecas sobre todo de México, los Estados Unidos y varios lugares
de Europa no pocos manuscritos en los que, con el alfabeto europeo
pero en lengua indígena, se copiaron los relatos, poemas, cantares, his­
torias y mitos antiguos. Hasta ahora, no todo ese gran caudal de do­
cumentos ha sido objeto de estudio.
En la literatura náhuatl las dos formas básica de expresión eran los
cuícat!, cantos y poemas, y los t!ato!!,; relatos y discursos. Atendiendo
primero a los cuícat/, encontramos que los había de tipos o especies dis­
tintas. En primer lugar mencionaremos los teocuícat/, "cantos divinos o
de los dioses". Entre ellos estaban, por ejemplo, los himnos sagrados y
los poemas en los que se evocaban los mitos de los orígenes del mundo
y de los seres humanos. A su vez eran asimismo frecuentes los yaocuícat!,
"cantos de guerra", incitación a la lucha o glorificación de victorias y
capitanes famosos. Muchos de estos poemas eran a veces objeto de ac­
tuación, canto, música, y baile en conmemoraciones y fiestas.

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 153

Debemos citar también a los xochicuícnt/, "cantos floridos", xopnn­


cuícnt/, "cantos de primavera", e icnocuícnt/, "cantos de orfandad" o de
hondas reflexiones. En poemas como estos los tlnmntinime o sabios se
plantearon muchas veces preguntas semejantes a las que formularon
en otros tiempos y lugares los que se conocen como más antiguos filó­
sofos.
Contra lo que a veces se ha pensado, no todas estas composicio­
nes tienen un carácter anónimo. De hecho conocemos los nombres de
una treintena de forjadores de cantos y de buen número de cronistas
y sabios. Entre quienes mantuvieron una actitud espiritualista, per­
ceptible en sus cantos, estuvieron Tlaltecatzin, que vivió desde la se­
gunda mitad del siglo XIV y gobernó en Cuauhchinango, así como
Cuacuauhtzin de Tepechpan, contemporáneo del más famoso poeta y
sabio Nezahualcóyotl. De este último se conservan más de treinta com­
posiciones. También del hijo de éste, Nezahualpilli, hay obras que son
testimonio de su finura de espíritu. Oriundo de México-Tenochtitlan
hijo del gran tlatoani Itzcóatl, fue Tochihuitzin prototipo de los sabios
entre el Pueblo del Sol. A modo de ejemplo de las obras de algunos de
estos maestros de la palabra, transcribimos uno de los poemas del ya
citado Tochihuitzin:

Así lo dejó dicho Tochihuitzin:


de pronto salimos del sueño,
sólo vinimos a soñar,
no es cierto, no es cierto,
que vinimos a vivir en la tierra.
Como yerba en primavera es nuestro ser.
Nuestro corazón hace nacer,
germinan flores de nuestra carne.
Algunas abren sus corolas:
1 uego se secan.

De la treintena de composiciones atribuidas a Nezahualcóyotl pro-


viene la que en seguida ofrecemos en versión castellana:

Yo, Nezahualcóyotl, lo pregunto:


¿Acaso deveras se vive con raíz en la tierra?
No para siempre en la tierra,
Sólo un poco aquí.
Aunque sea de jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe...

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154 OBRAS DE MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Entre los tlatolli, relatos y discursos, se conocen asimismo textos


que pueden describirse corno teutlatollr; disertaciones acerca de la divi­
nidad, ye huecauh tlatollr; relatos acerca de las cosas antiguas, versión
nativa de la historia, así corno los huehuehtlahtollr; palabras o discursos
de los ancianos. De todas estas formas de expresión han llegado varias
recopilaciones hasta nosotros. Entre los huehuehtlahto!!i que conocernos
hay exhortaciones paternas o maternas, henchidas de enseñanzas para
los hijos que han alcanzado la edad de discreción. Otros son pláticas o
discursos dirigidos al tlatoani recién electo, demandándole que cum­
pla bien con su oficio. Hay también invocaciones ante el niño recién
nacido, consultas de los padres con los tonalpouhque o astrólogos que
debían interpretar los destinos del nuevo ser, los discursos de los maes­
tros, de tono moral o dirigidos a enseñar el arte del bien hablar, pala­
bras de preparación para el matrimonio y otras determinadas maneras
de oración referidas a momentos significativos a lo largo de la vida.
Muestra de textos de contenido histórico son los Anales de Tlatelo!co,
Anales de Cuauhtit!án, la Historia tolteca-chichimeca y otras varias obras
en las que se consignan los acontecimientos principales señalándose
siempre la fecha en que ocurrieron.
La producción literaria del México antiguo es más variada y rica
de lo que pudiera sospecharse. Recordemos que ya antes menciona­
rnos la existencia de varios códices y otros textos del mundo maya y la
región de Oaxaca. Corno en toda literatura, también en la que se expre­
só en las lenguas de Mesoarnérica, quedó testimonio de los ideales que
iluminaron la existencia de estos pueblos. Por eso puede afirmarse que,
al lado de la arqueología, no hay mejor camino de acercamiento a la
historia mesoamericana que los textos que de ella han llegado hasta
nosotros.

Conclusión
Mesoamérica y el norte en vísperas de la Conquista

En nuestro recorrido, desde los tiempos prehistóricos hasta la última


época del esplendor rnexica, nos hemos asomado a realidades cultu­
rales con frecuencia muy distintas entre sí. Cabe afirmar, sin embar­
go, que, junto con las diferencias encontrarnos también semejanzas.
Además, corno rasgo sobresaliente, pudimos percibir, con pocas ex­
cepciones y algunas interrupciones, un gran número de procesos de
cambio cultural de signo positivo. Importantes transformaciones ocu­
rrieron aun en las tierras norteñas en las que, desde varios siglos an-

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EL POSCLÁSICO TARDÍO 1325-1521 155

tes de la Conquista, prosperaban ya los Indios Pueblos y practicaban


también la agricultura otros grupos, habitantes de pequeñas aldeas,
siendo menos numerosos los que aún subsistían como recolectores y
cazadores seminómadas.
En Mesoamérica, aunque el colapso del periodo clásico trajo con­
sigo grandes crisis y reacomodos de pueblos, hubo luego -según vi­
mos- otras formas de florecimiento y nuevos procesos de expansión
cultural. Gracias a centros como Cholula, Xochicalco, El Tajín y otras
de las áreas veracruzana, oaxaqueña y del norte de Yucatán, no sólo
se rescató sino que se enriqueció de diversos modos lo más sobresa­
liente en la herencia del clásico.
Y aunque después hubo otras crisis, de carácter político, económi­
co o, en general cultural, no faltaron tampoco gentes que, en posesión
de la alta cultura y la civilización mesoamericanas, actuaron con nue­
vo dinamismo, dando lugar a múltiples creaciones y a un afán, al pa­
recer incontenible, de expansión. Tal fue el caso, primero de los toltecas
y, después, sobre todo, de la nación mexica.
Por lo que toca a las otras zonas de Mesoamérica, en vísperas de
la conquista española, necesario es introducir una distinción. Si pue­
de hablarse, en la gran mayoría de los casos, de una situación de deca­
dencia política, ello no implica necesariamente que hubiera procesos de
desintegración cultural. Es verdad, por ejemplo, que prevalecía una gran
fragmentación política entre los señoríos mayanses de la península
yucateca. Mas, no por esto debe pensarse que centros como Chichén­
Itzá, Uxmal, Mayapán, Izamal, Tulum y otros muchos hubieran sido
abandonados, como había ocurrido al fin del clásico con los de la re­
gión central de la misma zona maya. Los habitantes de la península,
aunque en decadencia política, preservaban mucho de sus antiguas
formas de vida, pensamiento religioso y visión del mundo, cómputos
calendáricos según la rueda de los katunes y escritura con múltiples tex­
tos en sus códices, de los cuales los tres únicos que se conservan provie­
nen precisamente de esos últimos tiempos prehispánicos. Atendiendo
ahora a los núcleos mayas de las tierras altas, en Chiapas y Guatemala,
encontramos que, a principios del siglo XIV, habían logrado incluso nue­
vo florecimiento político. De hecho quichés y cakchiqueles se esforza­
ban entonces por ejercer prepotencia en su ámbito geográfico.
No muy distinta era la situación que prevalecía en varios lugares
de la región del Golfo y del área oaxaqueña. Es cierto que por ambos
rumbos se dejaba sentir, vigorosa, la penetración mexica. Sin embargo,
no faltaron entre los huaxtecas, totonacas, zapotecas y mixtecas, seño­
ríos que alcanzaron a preservar de algún modo su independencia, tra-

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tando incluso de ejercer a veces algún predominio. La cultura de todos


estos grupos, aunque se vio influida, primero por los toltecas y luego
por la prepotencia mexica, lejos estaba de cualquier forma de desinte­
gración. Continuaban así floreciendo algunos importantes centros de
población. Se mantenían y edificaban templos y palacios, muchos de los
cuales hasta hoy no han sido objeto de estudio arqueológico. Tampo­
co se habían perdido las formas de expresión artística, creencias y ri­
tos, sistemas calendáricos, escritura y elaboración de códices.
A no dudarlo existió en esos grupos antagonismo y aun abierto odio
contra los mexicas que se arrogaban -por motivos religiosos y obvia­
mente también económicos y políticos- la misión de sojuzgar a cuan­
tos pueblos se hallaban a su alcance. La hostilidad hacia Tenochtitlan
vino a ser un elemento rara vez ausente en el contexto cultural de una
gran porción de Mesoamérica. No ya sólo huaxtecas y totonacas, za­
potecas y mixtecas sino también los tarascos que, como vimos, jamás
fueron vencidos por los mexicas, y asimismo diversos señoríos de len­
gua y cultura náhuatl como los de Tlaxcala y Huexotzinco, eran perma­
nentes enemigos de quienes pasaron a la historia como Pueblo del Sol.
En tiempos del último Motecuhzoma -según vimos- lejos de
haber decaído los afanes expansionistas de Tenochtitlan, parecían di­
rigirse con nuevo ímpetu en busca de más amplias formas de unidad
política o al menos de interrelación económica. Así, a la creciente im­
posición de obligaciones de vasallaje o de índole tributaria en nu­
merosas provincias y señoríos, se sumaba la realidad de un intenso
intercambio comercial. A lo que hemos dicho sobre las dos grandes
rutas, que conducían hasta Xicalanco, en la Laguna de Términos, por
el rumbo del Golfo, y hasta el Soconusco, en la región del Pacífico sur,
deben añadirse otros muchos circuitos, con mercados bien abasteci­
dos, en gran parte de Mesoamérica.
Prueba la más evidente de que la alta cultura y la civilización sub­
sistían vigorosas en Mesoamérica nos da el gran contraste que, entre
ésta y las regiones norteñas, habrían de percibir muy pronto los con­
quistadores hispanos. En casi todo el ámbito mesoamericano había
pueblos y, en algunos casos, ciudades. Existían allí complejas formas
de organización política, religiosa, económica y social. Había escuelas
donde se transmitían sistemáticamente los conocimientos, de palabra
y por escrito. Las actividades todas se regían según diversas cuentas
calendáricas, tenían plena vigencia sistemas rígidos y, en algunos ca­
sos, cada vez más operantes, para la obtención de tributos y servicios
personales. Todo esto y mucho más continuaba configurando la fiso­
nomía cultural de Mesoamérica, en la que, como nuevo ejemplo de

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extraordinario dinamismo. destacaba la nación mexica. En su metró­


poli -gran foco de irradiación y unificación- se hablaba la lengua
náhuatl que, más que ninguna otra, se había difundido en Mesoamé­
rica como medio de comprensión e intercambio aún en sitios muy apar­
tados. Muy poco de lo que hemos mencionado resulta aplicable a las
poblaciones norteñas. Aunque hemos dicho que también en el norte
hubo sin duda evolución cultural, ésta no fue más allá de los asenta­
mientos en aldeas cuyos habitantes practicaban la agricultura, irriga­
ban a veces sus tierras, producían cerámica y tejidos, y, de manera
incipiente, volvían, en algunos casos, más operantes sus formas de or­
ganización. Fuera de esto -y con la única y limitada excepción de los
llamados Indios Pueblos- quedaban por otra parte no pocas bandas
de seminómadas cazadores y recolectores.
Tomar conciencia de este último capítulo en la historia prehispá­
nica -lo que eran Mesoamérica y el norte en vísperas de la Conquis­
ta- es condición para valorar con adecuada perspectiva las distintas
herencias de cultura de esta gran porción del Nuevo Mundo. Desde
otro punto de vista, esta misma toma de conciencia se vuelve también
antecedente necesario en todo estudio de lo que fue la conquista es­
pañola. Tan sólo conociendo las realidades políticas y sociales los ni­
veles técnicos, la economía, los distintos tipos de creación,,en una
palabra, las varias formas de cultura que aquí prevalecían, alcanzará
a comprenderse por qué los enfrentamientos entre indígenas e hispa­
nos, la penetración de estos últimos, su establecimiento, separación o
mestizaje, ocurrieron de muy variadas maneras.
Justamente, de lo que fueron esos procesos -desde la Conquista
hasta la independencia- resultó a su vez la formación de las nuevas
fisonomías culturales que hoy integran el ser de México, con semejan­
zas pero también con variantes entre sí. Así, en cualquier estudio so­
bre la cultura y sociedad en la altiplanicie, en tierras del Golfo, en la
península .yucateca o en Chiapas, Oaxaca, el occidente, y cualquier otra
región del vasto norte, los antecedentes imprescindibles, que han de
tomarse en cuenta, arrancan desde los milenios prehispánicos. Inda­
gar acerca de ellos equivale a ahondar en el subsuelo donde están las
raíces más antiguas de nuestro propio ser y de su herencia de cultura.

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