Anna Ajmátova
Anna Ajmátova
Anna Ajmátova
Él Amaba
La puerta entreabierta,
los tilos soplan dulcemente …
En la mesa, olvidados,
el látigo y el guante.
Alegre y claro
será el amanecer de mañana.
Esta vida es hermosa,
corazón, sé sabio.
Completamente cansado,
latís sigilosamente, más despacio …
Sabés, yo leí
que las almas son inmortales.
1911
ABEDULES
En primer lugar, nadie jamás vio abedules como esos. Ahora me aterra recordarlos. Son
como una alucinación. Algo terrible, trágico, como el Altar de Pérgamo, magnífico e
inconfundible. Y creo que ahí hay cuervos. No hay nada mejor en el mundo que esos abedules,
enormes, potentes, tan antiguos como los druidas, y aun más antiguos que ellos. Ya pasaron
tres meses y no puedo recuperarme, como antes, pero no quiero que sean un sueño. Yo los
necesito reales.
1960
A modo de introducción
En los terribles años de la yezhovzhina pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de
Leningrado. Un día, alguien me reconoció. Entonces, una mujer de labios morados que
ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció
despertar del letargo en el que permanecíamos sumidas y me preguntó al oído (porque allí
todos hablaban en voz muy baja):
- ¿Y usted podría describir esto?
Yo repuse:
-Sí, puedo.
Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro.
Dedicatoria
Marzo de 1940.
Introducción
Te llevaron al amanecer,
fui tras de ti como quien despide un cadáver.
Lloraban los niños en la estancia oscura
y humeaba la vela bajo el icono.
No podré olvidar el frío de tus labios
y el sudor mortal en tu frente.
Como la muerte de los streltsí
aullaré a los pies del Kremlin.
1935.
2
Fluye sereno el apacible Don,
entra en la casa una luna amarilla.
3
No, no soy yo, es otra la que sufre,
yo no podría sufrir tanto. Dejen
que un negro manto cubra lo ocurrido,
y que retiren las linternas…
Cae la noche.
4
Si a ti, joven frívola y sarcástica,
la niña mimada de todos sus amigos,
la alegre pecadora de Zárskoe Seló,
te hubieran dicho cuánto
habrías de sufrir en esta vida:
cómo, la número trescientos, esperarías
con tu hatillo a los pies de Las Cruces;
y cómo tu lágrima ardiente quemaría
de parte a parte el hielo de año nuevo…
En el patio de la cárcel se mece un álamo,
nada se escucha, ni un solo murmullo. ¿Cuántas vidas
inocentes no se estarán consumiendo allí?
5
Hace diecisiete meses que grito
llamándote a casa.
Me he arrojado a los pies del verdugo,
por ti, hijo mío, horror mío.
Todo ha perdido sus contornos,
y ya soy incapaz de distinguir
a la fiera del hombre, al hombre de la fiera,
ni sé cuántos días faltan para la ejecución.
Me encuentro sola, rodeada de flores
polvorientas, del tintinear del incensario,
y de huellas que no conducen a ninguna parte.
Mientras me mira fijamente a los ojos
anunciándome la próxima muerte,
una estrella inmensa.