Anna Ajmátova

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ANNA AJMÁTOVA (1889-1966)

(Traducciones del ruso de Natalia Litvinova:)

Él Amaba

Él amaba tres cosas en la vida:


las canciones vespertinas, los pavos reales blancos
y los mapas desgastados de América.
No le gustaba, en cambio, cuando los niños lloraban
ni el té con frambuesas
ni la histeria femenina.
Yo era su esposa.

Veintiuno. Noche. Lunes.


El contorno de la capital en la bruma.
Un vago inventó
que el amor existe sobre la tierra.
Por aburrimiento o por cansancio
todos le creyeron y así viven:
aguardan los encuentros, temen las despedidas
y cantan canciones de amor.
Para otros se revela el misterio
y los invade el silencio...
Yo di con esto por casualidad
y desde entonces ando como enferma.
*

La puerta entreabierta,
los tilos soplan dulcemente …
En la mesa, olvidados,
el látigo y el guante.

El círculo amarillo de la lámpara …


Escucho susurros.
¿Por qué te fuiste?
Yo no entiendo…

Alegre y claro
será el amanecer de mañana.
Esta vida es hermosa,
corazón, sé sabio.

Completamente cansado,
latís sigilosamente, más despacio …
Sabés, yo leí
que las almas son inmortales.

1911

ABEDULES

    En primer lugar, nadie jamás vio abedules como esos. Ahora me aterra recordarlos. Son
como una alucinación. Algo terrible, trágico, como el Altar de Pérgamo, magnífico e
inconfundible. Y creo que ahí hay cuervos. No hay nada mejor en el mundo que esos abedules,
enormes, potentes, tan antiguos como los druidas, y aun más antiguos que ellos. Ya pasaron
tres meses y no puedo recuperarme, como antes, pero no quiero que sean un sueño. Yo los
necesito reales.
   
1960

(Traducción de José Manuel Prieto:)


RÉQUIEM
1935-1940
Jamás busqué refugio bajo cielo extranjero,
ni amparo procuré bajo alas extrañas.
Junto a mi pueblo permanecí estos años,
donde la gente padeció su desdicha.

A modo de introducción

En los terribles años de la yezhovzhina pasé diecisiete meses en las filas frente a las cárceles de
Leningrado. Un día, alguien me reconoció. Entonces, una mujer de labios morados que
ocupaba su lugar detrás de mí y que, por supuesto, jamás había escuchado mi nombre, pareció
despertar del letargo en el que permanecíamos sumidas y me preguntó al oído (porque allí
todos hablaban en voz muy baja):
- ¿Y usted podría describir esto?
Yo repuse:
-Sí, puedo.
Entonces una especie de sonrisa se deslizó por lo que alguna vez había sido su rostro.

Leningrado, 1 de abril de 1957.

Dedicatoria

Ante esta inmensa desgracia los montes se doblegan


y dejan de correr los grandes ríos,
pero más fuertes aún son los cerrojos de la cárcel,
que esconden los lechos de tablas
y la infinita tristeza.
Ya no sopla para ti la fresca brisa,
ni se enciende para ti el tierno ocaso.
Ya nada sabemos, somos siempre los mismos,
sólo escuchamos el odioso rechinar de los portones
y el retumbar de los soldados que marcan el paso.
Despertábamos temprano, como para la misa matutina,
y atravesábamos la capital totalmente salvaje.
Confluíamos en un punto, más inánimes que un muerto,
más opacos que el sol, más brumosos que el Neva,
pero la esperanza continuaba a lo lejos su canto.
¡La sentencia!… Y al instante saltaron las lágrimas,
y me hallé aislada del resto del mundo,
como si me arrancaran la vida que alberga el corazón,
o me hubieran lanzado de bruces contra el suelo.
Pero ella avanza… Solitaria… Vacila…
¿Dónde están hoy aquellas desconocidas con las
que compartí dos años de infortunio?
¿Qué formas adivinan en la ventisca siberiana?
¿Qué imaginan ver en el círculo blanco de la luna?
A todas ellas envío mi último adiós.

Marzo de 1940.

Introducción

Esto sucedió en tiempos en que sólo los muertos sonreían,


alegres por haber hallado al fin reposo,
y como un apéndice inútil, Leningrado colgaba
del portón de sus cárceles, mecido por el viento.
En tiempos en que, enloquecidos de dolor,
desfilaban al paso columnas de condenados
mientras las locomotoras lanzaban al aire
su breve canción de despedida…
Estrellas de muerte planeaban en lo alto,
y la inocente Rusia se retorcía
bajo las botas ensangrentadas,
y bajo las ruedas de los furgones celulares.
1

Te llevaron al amanecer,
fui tras de ti como quien despide un cadáver.
Lloraban los niños en la estancia oscura
y humeaba la vela bajo el icono.
No podré olvidar el frío de tus labios
y el sudor mortal en tu frente.
Como la muerte de los streltsí
aullaré a los pies del Kremlin.
1935.
2
Fluye sereno el apacible Don,
entra en la casa una luna amarilla.

Entra alegre, con la gorra ladeada,


la luna, y ve una sombra.

Esta mujer padece de tristeza,


esta mujer se siente sola.

Su esposo yace en la tumba,


y su hijo está en la prisión. Recen por ella.

3
No, no soy yo, es otra la que sufre,
yo no podría sufrir tanto. Dejen
que un negro manto cubra lo ocurrido,
y que retiren las linternas…
Cae la noche.

4
Si a ti, joven frívola y sarcástica,
la niña mimada de todos sus amigos,
la alegre pecadora de Zárskoe Seló,
te hubieran dicho cuánto
habrías de sufrir en esta vida:
cómo, la número trescientos, esperarías
con tu hatillo a los pies de Las Cruces;
y cómo tu lágrima ardiente quemaría
de parte a parte el hielo de año nuevo…
En el patio de la cárcel se mece un álamo,
nada se escucha, ni un solo murmullo. ¿Cuántas vidas
inocentes no se estarán consumiendo allí?

5
Hace diecisiete meses que grito
llamándote a casa.
Me he arrojado a los pies del verdugo,
por ti, hijo mío, horror mío.
Todo ha perdido sus contornos,
y ya soy incapaz de distinguir
a la fiera del hombre, al hombre de la fiera,
ni sé cuántos días faltan para la ejecución.
Me encuentro sola, rodeada de flores
polvorientas, del tintinear del incensario,
y de huellas que no conducen a ninguna parte.
Mientras me mira fijamente a los ojos
anunciándome la próxima muerte,
una estrella inmensa.

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