Trabajo Final-NOA NOFAL

Descargar como docx, pdf o txt
Descargar como docx, pdf o txt
Está en la página 1de 11

Universidad Nacional de Tucumán

Facultad de Filosofía y Letras

Las prisiones en La prisión de


Bautista de Dardo Nofal
Literatura del NOA en el contexto de la literatura
argentina
Periodo Lectivo 2017

Alumna:
Morón Bonilla, Micaela Lucía
1. Introducción
Dardo Nofal (1938-2017) nació en Santiago del Estero, pero vivió largo
tiempo en Tucumán, llegando a declararse tucumano en una entrevista. Ejerció
como periodista en La Gaceta, condujo el gabinete artístico de LV12 Radio
Independencia y a lo largo de su vida publicó Una lagrima por el cóndor (1995),
La prisión de Bautista (2001) y Matar para morir (2006).
Su estética se vio fuertemente influenciada por su vida periodística y por
la cartografía de Tucumán, especialmente las zonas urbanas. A su vez, se
articula con un realismo de los ’90 en donde la representación adquiere un
matiz diferente. Este realismo no se aproxima a la traducción o copia fiel
mimética de la realidad, sino que posee un tipo de sensibilidad especial que lo
vincula al ser humano: los personajes adquieren estructuras más complejas
que la mera tipificación, con un profundo desarrollo de sus mundos interiores,
acercándonos, de esta manera, hacia un personaje vivo. No obstante, la crítica
social también ocupa un fuerte lugar en su estilo, en donde se manifiesta el
espíritu de observación de su profesión, definiendo el estado social de
Tucumán en sus obras. Precisamente, podríamos ubicarlo a partir de la línea
de Boedo y la de las novelas del boom latinoamericano de los ‘60, marcando
así su genealogía literaria.
Por otra parte, en estas nuevas formas de realismo, la ubicación en la
urbe lo acerca a espacios más íntimos, ligados a la figura del hogar, o la
comunión entre amigos que puede producirse en bares. Esto se debe, también,
a que los personajes se encuentran deambulando por zonas que resultan
habituales para los lectores que conocen Tucumán. Regresando a la novela
que será motivo de análisis en las siguientes páginas, La prisión de Bautista,
presenta una división dicotómica entre villa y ciudad, delimitando de esta
manera una situación que fluctúa en un contexto de persecución y crecimiento
de las miserias en la provincia. Según el mismo autor, la obra literaria recorre
los años 70 a los 90, centrada en la dispersión de una familia en tiempos de
guerrillas, en donde el protagonista oscila entre la nostalgia de una familia que
tan sólo vive en sus recuerdos, y la nueva vida que forjó en la villa. Debido a
esto, Bautista (o Gabriel, ya que este es su verdadero nombre), impulsado por
los consejos del Anciano, empieza a buscar la identidad que la dictadura se
ocupó de desintegrar.

2
Pero no tan sólo Bautista se encuentra en este tipo de conflicto; en una
situación de violencia1 que termina por conducir a los personajes centrales a
prisiones. Sin embargo, no emplearemos este término al relacionado con un
espacio físico concreto, sino haciendo referencia a la privación que ataca a los
personajes desde cuestiones externas, que implica una serie de cuestiones
que apuntarían a un reacondicionamiento, el cual limitaría la libertad de ejercer
sus identidades o lograr sus propósitos. De esta manera, la violencia configura
la vida de los personajes que luchan desde diferentes ámbitos, donde la misma
está permitida en algunos, y en otros es castigada. (Bourdieu y Passeron,
2001; Foucault, 2002 [1975]).
Justamente, estas distintas construcciones que atañen a los diferentes
personajes es el objetivo que trataremos de ilustrar a continuación, haciendo
hincapié en aquellos casos que presenten una particularidad determinada.

2. Desarrollo
“[…] Por ahí creo que el Anciano me contagió con eso de ‘irse de la
cárcel’, porque se le dio por decir que eso es la vida. Aunque me suena que
no estaba del todo errado.” (p.11)

A lo largo de la novela, podemos percibir cómo reaccionan los


personajes ante las diversas situaciones de violencia, en las cuales se
encuentran inmersos. En cada uno se desarrolla una prisión que poco a poco
va tomando control de sus vidas, pero los personajes no quedan impasibles
ante la misma. Las manifestaciones de sus reacciones contra ella son variables
y configuran su carácter de una manera completa y compleja, denotando la
humanidad con la que el autor consiguió enriquecerlos.
A fin de facilitar el análisis, y ofrecer una observación un poco más
detallada, consideramos por separado a cada personaje.

2.1. Anciano
1
En este trabajo, consideramos el aporte teórico sobre el concepto de violencia de Segato (2003), quien
lo define como aquellas prácticas irracionales que obedecen a determinadas lógicas, las cuales, a su vez,
deben interpretarse desde el contexto de los actores sociales. Se sostiene en estructuras, siendo las
mayorías de ellas representaciones sociales naturalizadas.

3
La novela inicia con la muerte de este personaje, por lo que se construye
a través de los recuerdos que el narrador Bautista/Gabriel trae a colación,
enfatizándose aún más su participación, puesto que es quien provoca el deseo
de regresar a su hogar. Su verdadera identidad siempre se armó a través de
conjeturas, pero pequeñas sutilezas lo van componiendo como un sacerdote
alineado al movimiento de izquierda.

“Don Lucero se acordó también de como, en los primeros meses, hacía


cualquier cosa con tal de no cruzarse con los milicos. Era como si tuviese terror
de que le investigaran cosas, no sé, el nombre; […] Se ve que para él, ahora me
doy cuenta, había perseguidores y perseguidos, prisiones y fugitivos. […] Para el
viejo Lucero, el Anciano era cura” (p. 10)

Esto se confirma, al encontrarse Gabriel con su abuelo, quien con el


dato relevante del lunar en el cuello, el lector puede completar el horizonte de
expectativas y contemplar las escurridizas huidas del Anciano cuando la policía
arribaba a la villa bajo otra luz.
El anciano sacerdote, compañero de guerrillas del padre del narrador,
eligió desaparecer y encerrarse voluntariamente en un lugar donde sus
perseguidores no pudieran encontrarlo. Pese a que la elección fue en
apariencia voluntaria, el peso de la ferocidad de la dictadura es el verdadero
responsable por empujarlo a abandonar su identidad, a fin de seguir vivo. En
este caso, podemos percibir una paranoia fundamentada en el horror que
implicaba ser descubierto por quienes ostentaban el poder de castigar durante
los años ’70 y ’80. La sensación de encontrarse ante un sistema panóptico,
obligó a este personaje a refugiarse en la villa, un espacio que podríamos
acercar a los que Walter Benjamín (1998 [1972]) concibe como ámbitos donde
la violencia está permitida, lugares donde el Estado se siente incapaz de
garantizar el orden del legal y se desatiende de ellos. Así, delega a la policía
las competencias para actuar en nombre de la seguridad.
Además, este personaje carga el peso de ser derrotado ideológicamente
y huir abandonando a sus compañeros. Queda así demostrado, que las
convicciones que defendía con tanto ahínco no pudieron concretarse,
conduciéndolo lentamente al abandono:

4
“[…] el Anciano era un tipo que había tenido un gran desengaño;
que todo se le había venido al carajo y eso le había destruido el ánimo,
hasta hacerlo buscar la muerte.” (p. 80)

2.2. Quijada y Cuchicha


Estos dos personajes se construyen desde un paralelismo, que perfila a
mostrar dos caras de los habitantes de la villa, pero ambos se encuentran
encerrados por la marca externa que yace sobre ellos. El calificativo de
“delincuentes” los condena a vivir en un medio que nos les permite progresar ni
salir de ahí. Son los

“"ineptos o incapaces", a los que un "organismo incompleto hace


impropios para toda ocupación que reclame esfuerzos reflexivos y voluntad
sostenida, que se encuentran por ello en la imposibilidad de sostener la
competencia del trabajo con los obreros inteligentes, y que no teniendo ni la
suficiente instrucción para conocer los deberes sociales, ni la suficiente
inteligencia para comprenderlo y para combatir sus instintos personales, son
llevados al mal por su misma incapacidad.” (Foucault, 2002 [1975], p. 234)

Por un lado, Quijada, “un amigo de fierro” como lo califica el mismo


narrador, trata de liberarse de la pesada etiqueta que le colocaron tan sólo por
vivir en la villa. Pero el sistema mismo lo mantiene encerrado en ese lugar,
conduciéndolo al robo. Pero, a diferencia de Cuchicha, sostiene unos valores
morales que consiguen lograr la distinción entre estos personajes. Quijada
sostiene que Cuchicha tiene “mierda en el alma” (p. 53), especialmente luego
del episodio donde terminó matando a un chico y violando a su novia. Tanto
Bautista como él son conscientes de aquella prisión social que los rodea, y de
la que lamentablemente forman parte. Quijada, en una reunión con su amigo, le
confiesa:

“Te juro que siento lo mismo que vos, el mismo que vos, el mismo asco,
las mismas ganas de irme a la mierda, porque a otro lado no te podés ir. Pero al
final termino pensando en la comida. Tener hambre es lo único que aprendí. Y un
poco de amor de mi viejo, eso de no cagar a la gente, de afanar para el morfe pero
sin pegar ni una piña. ‘Ser pícaro no es ser hijo de puta’ me dijo desde chiquito.
Por eso me dio tan por las pelotas lo del piojoso ese del Cuchicha.” (p. 69)

5
La realidad los golpea, demostrándoles que la única salida para no morir
de hambre es recurrir al hurto: las experiencias de pedir trabajo y ser
rechazados, maltratados o explotados en múltiples ocasiones, dejaron en los
personajes de Quijada y Bautista la clara noción que no podrán eludir la marca
de “ser chorros”.
Finalmente, esta marca social es utilizada por los policías y el vendedor
de joyas para preparar una trampa a Quijada a fin de obtener las ganancias,
planteando una falsa escena de un crimen: consiguen hacerlo ver como un
criminal, cimentado los argumentos en su origen. De esta forma, el autor
introduce la crítica a quienes ostentan el poder: “Ahora, a la pobre mujer le van
a entregar un delincuente muerto, no a su hijo, al chango que era derecho a su
manera, como podía” (p. 123).

2.3. Pabli
“Si hubiésemos estado libres de chismes, no dudo que me habría metido
en la cama, para hacerle saber que no estaba solo y que había alguien, en este
mundo de mierda, que no lo tomaba como un ‘culito lindo’ y un ‘sírvase usted’.” (p.
18)

La violencia que marca la vida de Pablo es de una índole muy distinta a


la de Quijada. La vida del joven se encuentra tensionada constantemente entre
las representaciones sociales sobre la instauración de una masculinidad ligada
al concepto del macho, las cuales están naturalizadas en la comunidad de la
villa, y su elección sexual. La decisión personal de Pabli genera el inmediato
rechazo por parte de sus vecinos, acompañado de maltratos físicos,
psicológicos, sexuales y domésticos, concentrándose esta violencia en dos
episodios: el intento de violación de Cuchicha y el traveseo de su padrastro.
Esas determinadas representaciones, presentadas como inmutables,
conducen a este personaje a un callejón del cual no encuentra salida. El
traslado de la culpabilidad del victimario hacia la víctima, en boca de su madre,
sumado los reiterados abusos, confina a Pabli a vivir una prisión estructurada
por las imágenes retrogradas, que reprime su libertad sexual. Además, los
continuos ataques obligaron que guardara para sí mismo sus pensamientos y
forma de ser:

6
“Quería hablar, pero no podía ni abrir la boca. Toda su cara y hasta diría
que toda su vida estaba en la mirada. […] ‘Te digo que me voy a matar, que
quiero irme de esta roña, que quiero reventarme de un balazo’. […] Pablo estaba
más entero que yo, más firme, diría. ‘Qué puedo tener ya, sino mugre, más
mugre, la mierda de cada día’.” (p. 35)

El silencio, que se manifiesta en la potente mirada que dirige a Bautista,


concentra prácticamente toda su vida de represión, de sufrimiento y dolor
diario. El símbolo de la mugre resume la significación de la prisión de barrotes
invisibles que encierra a una víctima, encauzándola hacia el suicidio.

2.4. La madre y su hermana (Bety)


Estos dos personajes femeninos nunca habitaron la villa, pero no por ello
están protegidas de encontrarse sometidas a diferentes tipos de violencia,
resultando en dos tipos específicos de encierros. La madre de Gabriel, se halla
también sometida a estructuras sociales, que la criaron enclaustrada en una
caja, para cumplir las devotas obligaciones de una construcción femenina
sumisa. Dicho control social sobre el cuerpo de la mujer, según Segato (2003),
es contemplado como normal. La enseñanza de la violencia se encuentra
legitimada, en la subjetividad masculina, por la moralidad del patriarcado. Por
otra parte, Bourdieu y Passeron (2001), distingue un trabajo pedagógico que
reproduce las tradiciones heredadas de una ideología dominante, el cual
genera un habitus en las personas. La inculcación de estos valores,
construyeron un tipo de mujer que “se largó a pensar que todos éramos unos
mafiosos menos ella y entonces se volvió a su casa, fue otra vez una nena,
amargada pero nena, y se convenció de que la felicidad está en la misa.” (p.
31).
De esta manera, la madre de Bautista es una mujer que creció
aprendiendo patrones morales católicos que se enfrentaban a los ideales de
izquierda de su marido, provocando incesantes peleas que acrecentaban el
malestar en la infancia de los niños. A su vez, la ideología con la cual la madre
fue educada se unía a una férrea defensa de los militares, noción que el
narrador desliza desde la exposición de sus recuerdos:

7
“Hablando de gobernador, creo que ella lo defendía, porque una vez, y eso
lo escuché desde la pieza, mi viejo le dijo algo así como que las católicas son
novias de Cristo pero cogen con los milicos y que se parecen a las sirvientas,
enamoradas de las botas: las sirvientas se encaman con el agente, y las católicas
sushetas con el teniente. Esa noche, me acuerdo, tampoco pude pegar los ojos,
esperando que se armara el quilombo.” (pp. 28 – 29)

Por otra parte, Bety se encuentra prisionera de su propio cuerpo: su


misma condición de paralitica la mantiene postrada en una silla de ruedas en
una vida incompleta, sujeta a los cuidados de otras personas. Escudándose
también tras el silencio, el reencuentro con su hermano se manifiesta a través
de los ojos. A su vez, Bautista reconoce el infierno que debió ser habitar la
casa con sus padres, acentuándose por la incapacidad de huir, tal como él
hizo.

“Pero la Bety vivió en su cárcel, en ese cuerpo que aguanta como una
maldición. Ahí estuvo metida desde chica, sin derecho a correr, ni a bailar […].
Tiene que ser muy jodido cargar toda la vida en mente sin que el puto cuerpo te
ayude” (p. 104).

2.5. Bautista/Gabriel
Es el narrador protagonista. Su identidad fue desintegrada por la
dictadura, pero este régimen no es la temática central de la novela sino una
causa que ataca de maneras distintas a los personajes. La violencia entonces,
se instaura en este personaje desde una índole subjetiva, puesto que lo
desconfigura conduciéndolo a una cárcel, que, como dijimos anteriormente, no
posee un espacio físico o concreto 2
Al huir de su hogar, durante la invasión de unos milicos, su vida se
encuentra divida entre sus memorias de la infancia, en una casa cerca de
Tribunales y la vida en la villa, cuidado por doña Brígida y el Anciano.
Justamente, este último es quien siembra en Bautista la noción de venir de otro
lado de la villa, de otra vida:

“[…]’boludo, vos tenés otra vida, que viene de antes, una vida que lee,
escribe, se pone zapatos, piensa; entonces usala, en vez de convencerte de lo
2
A diferencia de otras obras, por ejemplo Preso común (1973) de Perrone, La prisión de Bautista (2001)
no implica un encierro en un edificio carcelario.

8
que no sos’. Ahí entraba en la locura, porque se armaba una mezcolanza de la
gramputa entre lo que podía recordar de cuando era chico y lo que soy desde
hace tantos años.” (pp. 32-33).

Además, la carencia de documento nacional de identidad lo conduce a


adquirir la identidad falsa: Bautista. Esta acción resulta en el personaje una
clara intervención hacia su persona. Podríamos decir que lo percibe como un
ataque directo que incrementa el problema de identidad, aunque por momentos
asume este nombre como propio. Su propia cárcel se manifiesta con la imagen
de él nadando en medio de un río sin desear llegar a la orilla, ni ser arrastrado
por la corriente. La única solución que encuentra es estancarse y tratar de
olvidar el asunto sumiéndose en alcohol, violentándose físicamente, en un
desesperado intento de tratar de olvidar sus orígenes y los problemas que lo
rodean.
No obstante, al decidirse regresar a donde vivió cuando era chiquito,
volver a “los tiempos de pendejo” (p. 92), el recorrido y reunión con sus
parientes aún vivos, colaboraron a recuperar aquellos fragmentos de memoria
que la dictadura se había encargado de fragmentar y desaparecer. En voz de
su abuelo, y ya en un presente de la enunciación, nos enteramos el destino de
su padre y la identidad del Anciano.
Al final, el narrador se encuentra en un punto decisivo: completa las dos
partes de sus vidas, debe decidir hacia que orilla apuntará para nadar, para
destruir aquella prisión que con tanta fuerza lo mantuvo desmoronado durante
veinte años.

9
3. Conclusiones
En primer lugar, las diferentes prisiones representadas en los personajes
propuestos en este análisis, son productos de determinados tipos de violencia,
ejercidos por actores sociales que buscan reproducir y mantener sus
estructuras de poder. La mayoría de estas se encuentran naturalizadas en el
colectivo social, pero, precisamente por eso, atacan con mayores fuerzas
puesto que esa normalización incrementa su alcance e instauración en la
subjetividad.
Por otra parte, cada personaje trata de escapar de sus prisiones, pero sin
lograrlo completamente, por lo que la única solución que aparece es la muerte.
El único que nos ofrece, por decirlo en términos coloquiales, un rayo de
esperanza es Bautista, quien al recuperar su identidad puede retomar las
riendas de su vida y decidir quién ser, ya como una persona completa.
Justamente, el final abierto de la novela apunta a señalar la reescritura de las
identidades, en época de democracia, luego del cruento proceso dictatorial.
Por otra parte, el choque ideológico entre las figuras paternas es una
recreación de un país desencontrado, tanto ideológicamente como
socialmente: la tajante división entre izquierda/derecha, las villas periféricas/el
centro urbano no hacen más que destacar las tensiones dicotómicas, en las
cuales los habitantes se desarrollan.
A modo de cierre, los personajes están conscientes de la estructura social
jerarquizada entre los dueños del poder y los dominados, en donde la
subversión la misma es prácticamente imposible porque ese deseo de poder
esta intrínsecamente arraigado al ser humano, tal como entendió el Anciano al
final de su vida:

“Pero así son las cosas. El Anciano sabía decirme que sólo los muertos
quedan libres; que los hombres, mientras viven, apenas si sirven para controlarse
entre ellos, para jugar a jueces y reos; para averiguar qué es lo peor, nunca lo
mejor, que tienen los otros.” (p. 19)

10
4. Bibliografía
 Benjamín, W. (1998 [1972]). Para una crítica de la violencia. En Para
una crítica de la violencia y otros ensayos (pp. 23 – 46). Buenos Aires:
Ed. Taurus.
 Bourdieu, P. y Passeron, J. (2001). Fundamentos de una teoría de la
violencia simbólica. Recuperado de
https://es.scribd.com/doc/7286251/Pierre-Bourdieu-Fundamentos-de-
Una-Teoria-de-La-Violencia-Simbolica [30/11/2017].
 Foucault, M. (2002 [1975]). Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión.
Buenos Aires: Ed. Siglo XXI Editores Argentina.
 Nofal, D. (2001). La prisión de Bautista. Buenos Aires: Ed. Corregidor.
 Reinoso, R. (11 de septiembre de 2011). La Novela de un Periodista
(parte 2) [archivo de video]. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?
v=ADsRPCqk_HI&index=1&list=LLaSAWOghLzEwsw0VVOLkUHg
[07/12/2017].
 Segato, R. (2003). Las estructuras elementales de la violencia: contrato
y status en la etiología de la violencia. Recuperado de
http://www.escuelamagistratura.gov.ar/images/uploads/estructura_vg-
rita_segato.pdf [30/11/2017].

11

También podría gustarte