Despedida Del Aleluya

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RITO PARA LA

DESPEDIDA DEL ALELUYA

SEGÚN LA LITURGIA
HISPANO-MOZÁRABE
191
RITO DE LA DESPEDIDA DEL ALELUYA
191
DESPEDIDA DEL ALELUYA

EN LA LITURGIA HISPANO – MOZÁRABE

INTRODUCCIÓN

El inicio de la Cuaresma cuenta en el rito hispano con la singular


“despedida del aleluya” de la que traemos aquí varias oraciones del
Oficio Divino. Pero antes, recurriremos a san Isidoro de Sevilla y a
los Concilios hispanos para comprender mejor el origen y el
significado del aleluya y de lo que suponía para nuestros
antepasados en la fe el cese de su canto en la Cuaresma y otras
épocas del año.

a) San Isidoro de Sevilla nos expone brevemente el significado del


canto del aleluya en la liturgia:

Los Laudes, es decir cantar el alleluia, es cántico de los


hebreos, cuya explicación se resuelve con el significado de
dos palabras, es a saber: “alabanza a Dios”, de su misterio
cuenta Juan en el Apocalipsis que, por revelación del
Espíritu, haber visto él y oído la voz del celestial ejército de
los ángeles como estrépito de muchas aguas y como
estallido de grandes truenos, que decían “alleluia”
(Ap 29,6).

Por lo que nadie debe dudar que, mientras se celebra este


misterio de alabanza, si con fe verdadera y devoción se

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realiza, estar unido con los ángeles. El alleluia, lo que
mismo que el amén, nunca se traduce del hebreo en otras
lenguas, no porque no sea posible la traducción, sino que,
como enseñan los doctores, se mantienen estos vocablos en
su lengua original a causa de su mayor autoridad.

En las regiones del África, no en todo tiempo, sino


únicamente los domingos y cincuenta días después de la
resurrección del Señor se canta el alleluia, para significar
la futura resurrección y la alegría pascual. Entre
nosotros, según una antigua tradición hispana, a
excepción de los días de ayuno y de Cuaresma, todo el año
se canta el alleluia, porque está escrito: Constantemente
permanece su alabanza en mis labios (Sal 33,2).

Que al final del oficio de los salmos y lecciones se concluya


con el canto del alleluia, se hace puesta la mirada en la
esperanza futura y con ello quiere dar a entender la
Iglesia que, después del anuncio del reino de los cielos, que
en la vida presente se predica al mundo por medio de
ambos Testamentos, nuestras acciones no tienen valor de
salvación si no se hacen en alabanza de Dios, tal como
está escrito: Bienaventurados los que habitan en tu casa;
por los siglos de los siglos te alabarán (Sal 83,5). De aquí
que, el Libro de los Salmos se concluya con alabanzas,
para mostrar la alabanza eterna, acabado este siglo1.

b) En el IV Concilio de Toledo (año 633) se establece que en


Cuaresma y en las letanías del inicio del año que se celebran antes de
la fiesta de la Aparición, debe cesar el aleluya:

XI. Que no se cante durante la cuaresma Aleluya.

También hemos sabido que algunos obispos españoles


cantan en los días de la cuaresma el aleluya, fuera de la
última semana pascual. Lo cual prohibimos en lo futuro,
estableciendo que en todos los dichos días de la cuaresma,
y puesto que no es tiempo de gozo sino de tristeza, no se
cante el aleluya; pues entonces es necesario insistir más
bien en el llanto y en los ayunos, vestir el cuerpo con cilicio
y ceniza, abatir el ánimo con el dolor, convertir el gozo en
tristeza, hasta que venga el tiempo de la resurrección de

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Cristo, en el cual conviene cantar alegremente el aleluya y
trocar el dolor en gozo.

Esto, pues, se ha visto confirmado con el consentimiento


universal de la Iglesia, en todas las regiones de orbe, lo
cual conviene se observe también por nosotros en las
provincias de España y la Galia. Y también en otras
témporas, como las calendas de enero, las cuales se
celebran en atención a las torcidas costumbres de los
gentiles, no se cantará el aleluya, y en ellas, también fuera
del pescado y legumbres, del mismo modo que en la
cuaresma, se abstendrán de las restantes carnes, y
algunos no beberán tampoco vino. Y si se descubriere que
algún obispo, o presbítero, o diácono, o cualquier otro del
orden clerical, estima preferible seguir su propio juicio
antes que esta determinación, se le obligue a bandonar el
oficio propio de su orden y sea privado de comunión de la
misma Pascua2.

Como explica san Isidoro, la palabra aleluya viene del hebreo


Hallelu-Jah que quiere decir “alabad a Yah(vé)”; “alabad a Dios”. La
liturgia hispano-mozárabe nos muestra, en la despedida del aleluya
del primer Domingo de Cuaresma, todo el profundo sentido que esta
exclamación tenía para los antiguos cristianos.

En efecto, según san Jerónimo el canto del aleluya acompañaba toda


la vida de los cristianos de su tiempo (ss. IV-V) incluso mientras
realizaban sus labores cotidianas: “Y a cualquier parte que vayas
oirás que el labrador mientras empuja el arado canta el aleluya,
como el segador bañado en sudor va murmurando salmos, y oirás
al viñador que podando la viña canta algo de David”3. También san
Paulino de Nola, san Germán, Beda y otros muchos, dan fe de hasta
que punto el aleluya estaba presente en el ánimo y en la vida de los
creyentes4.

Por eso, no es de extrañar que en la liturgia hispana al aleluya se le


trate como a una persona amada, se le llame de tú, se le dirijan
expresiones que la Escritura usa para dirigirse a la Sabiduría y se le
desee un buen viaje y un feliz y pronto retorno.

Y en esta exaltación del aleluya, se recuerda también cómo los


“ciudadanos del cielo” (cf. Ap 19,1-6) que ya gozan de la presencia de

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Dios, unidos en alabanza ininterrumpida, exultantes, cantan sin
cesar "un aleluya sin fin".

Pero la liturgia de ese primer Domingo de Cuaresma nos prepara


para despedir al aleluya hasta la Pascua, recordándonos así a los que
aun caminamos en esta vida, que no hemos llegado a la meta y no
podemos gozar todavía del premio de la victoria, de la alabanza y la
alegría sin fin. Movidos por la gracia, hemos de combatir el buen
combate (cf. 2Tim 4,7), y la Cuaresma es un tiempo de combate, de
desierto, de preparación; siempre teniendo presente que somos
siervos inútiles y que sin el Señor no podemos nada (cf. Lc 17,10).
Por eso, el aleluya debe cesar momentáneamente y, por eso, una
escueta rúbrica: “hic clauditur Alleluia” (aquí se despide el Aleluya),
tras la laudes de las segundas vísperas, acalla su voz jubilosa hasta la
Pascua.

Selección de textos del Breviario

El Domingo I de Cuaresma empieza litúrgicamente con las


I Vísperas, en las que se canta el aleluya, al igual que en el oficio de
Matutino, hasta que es despedido en las II Vísperas. De todas las
oraciones de vísperas, el himno, la completuria, la bendición y las
laudes, son aquellas en las que se percibe más claramente ese tono
de despedida y es ahí donde se personaliza al aleluya.

De todos estos elementos es destacable el antiquísimo himno del


siglo VII5 Alleluia piis edite laudibus, que está presente en las
I Vísperas, Laudes y II Vísperas. Se trata del primer himno hispano-
mozárabe con estribillo, al decir de Hygini Anglés6 en el que a cada
dos versos no rimados se repite: Alleluia perenne. Este himno se
cantaba durante largo rato, como se desprende de los antiguos
manuscritos en los que figura con neumas de hasta noventa notas7.

6
BREVIARIUM GOTHICUM

I VÍSPERAS DEL DOMINGO I DE CUARESMA

HIMNO 8

Cantad aleluya
en respetuosa alabanza;
ciudadanos del cielo,
entonad unánimemente
un aleluya sin fin.

Poderes que estáis


ante la luz eterna
cantando himnos en coros,
haced que resuene hasta lo alto
un aleluya sin fin.

La Ciudad Santa
se levanta hacia Dios,
y con alegres cánticos
armoniosos proclama
un aleluya sin fin.

Con felices canciones se alegran,


entregando al Señor
con voz agradecida,
un aleluya sin fin.

Almas resplandecientes,
que habéis alcanzado
la Patria celestial,
vencedores al fin,
vuestro canto seguirá siendo
un aleluya sin fin.

Allí, con gran clamor,


resuenan por siempre
las melodías que en honor
de su Rey cantan
un aleluya sin fin.

7
Este es el dulce descanso
para los exhaustos;
el deleite para los que vuelven;
la alegre comida y la bebida
que nunca se acaba:
un aleluya sin fin.

A ti, por quien han sido hechas


todas las cosas,
te alabamos y entonamos
con los más dulces sonidos,
un aleluya sin fin.

A ti, omnipotente Cristo,


cantan nuestras voces tu gloria.
A ti te decimos: Aleluya sin fin.
Aleluya sin fin. Amén.

ORACIÓN CONCLUSIVA

Aleluya en el cielo y en la tierra,


se perpetúa en el cielo, se canta en la tierra,
allí suena siempre, aquí también fielmente;
allí, perennemente, aquí con suavidad;
allí con felicidad, aquí con concordia;
allí inefablemente, aquí con afecto;
allí sin versos, aquí con rimas.
Allí por los ángeles, aquí por todos los pueblos.

Pues, así como no solo en el cielo


cantaron alabanzas los ciudadanos del cielo
al nacer nuestro Señor Jesucristo
sino que también en la tierra
anunciaron gloria a Dios en el cielo
y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad,
te pedimos, Señor,
que los que imitamos en la tierra
el deslumbrante ministerio de esas alabanzas
merezcamos compartir con aquellos
la dicha de la salvación.

8
LAUDES cf. Sal 90,11

V. Te vas, Aleluya.
Que tengas buen viaje, Aleluya.

R. Y vuelvas contento a visitarnos, Aleluya.

V. Que los ángeles


te lleven en sus brazos
para que tu pie
no tropiece en piedra alguna.

R. Y vuelvas contento a visitarnos, Aleluya.

V. Gloria y honor al Padre


y al Hijo y al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

R. Y vuelvas contento a visitarnos. Aleluya.

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II VÍSPERAS DEL DOMINGO I DE CUARESMA

BENDICIÓN

Aleluya, que esta palabra sagrada y alegre,


resuene como alabanza a Dios
en los labios de todos los pueblos.

R. Amén.

Que así como armoniosamente


los ángeles dan gloria con ella,
las voces de los creyentes
dulcemente la entonen.

R. Amén.

Y que lo que sin estrépito


reluce en los ciudadanos del cielo,
fructifique en vuestros corazones
como amor pleno.

R. Amén.

Por la misericordia del mismo Dios


nuestro, que es bendito
y vive y todo lo gobierna,
por los siglos de los siglos.

R. Amén.

LAUDES cf. Sal 19,3

V. Que el buen ángel del Señor


te acompañe, Aleluya,
y te prepare un agradable viaje.

R. Y vuelvas contento a visitarnos. Aleluya.

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V. Que te envíe su socorro
desde su santuario;
que sea desde Sión tu apoyo.

R. Y vuelvas contento a visitarnos. Aleluya.

V. Gloria y honor al Padre


y al Hijo y al Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

R. Y vuelvas contento a visitarnos. Aleluya.

Y a partir de ese momento caída la tarde del domingo, cesa el


aleluya, se da paso al salmo Miserere y poco después termina el
oficio. El lunes, al ayuno, la abstinencia de carnes y al resto de las
prácticas penitenciales, se le sumará la ausencia del aleluya.

Propuesta de utilización en la celebración de Vísperas según la


liturgia Romana.

™ El Himno se puede utilizar como tal en las dos celebraciones


de Vísperas del Domingo I de Cuaresma.

™ Las laudes de las I y II vísperas se pueden utilizar como


responsorios.

™ La oración conclusiva, como oración sálmica después de


recitado el Himno en las II vísperas.

™ Y la bendición, después de la oración conclusiva de vísperas.

11
Notas:

1. San Isidoro de Sevilla, De los oficios eclesiásticos. Editorial isidoriana, León


2007, Capítulo XIII: De los laudes, pp. 52-53.

2. José Vives (ed.), Concilios visigóticos e hispano-romanos. Consejo Superior


de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez (Barcelona), Barcelona-
Madrid 1963, pp. 11-12.

3. San Jerónimo, Epístola 46. De Paula y Eustoquia a Marcela. Patrologia


Latina, 22,491.

4. Ver Franquesa, Adalbert OSB. Las aclamaciones de la comunidad. Centre de


pastoral litúrgica, Barcelona 1995, pp. 34-39.

5. Según J. Pérez de Urbel, Origen de los himnos mozárabes. Bulletin


Hispanique 28, Bordeaux, 1926, pp.113-139; cf. p. 136.

6. Hygini Anglés, Scripta musicologica. Edizioni di Storia e Letteratura, Roma,


1975, p. 817.

7. Madrid Biblioteca Nacional, Mss. 1005 (Hb 60), antiguamente Toledo 35-1,
del siglo X. El himno también viene indicado en el Antifonario de León para las
I y las II Vísperas (ff. 105v y 109).

8. Breviarium Gothicum, fol. 137-138. Traducción libre a partir de la parcial de


Manuel Veiga Díaz de Woolfenden, Graham, La oración diaria en la España
cristiana. Ed. Cristiandad, Madrid 2003, pp.248-249.

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