Tesis Sobre La Naturaleza y El Conocimie PDF
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Carlos Blanco
Puede aceptarse sin demasiados presupuestos que existe una continuidad lógica y
ontológica en los objetos de estudio propios de la filosofía y de las ciencias naturales. La
parcelación de sus intereses respectivos obedece a motivos meramente prácticos, porque
conforme aumenta el caudal de conocimientos que atesoramos sobre el mundo, sobre su
estructura y su funcionamiento, nos resulta más sencillo percibir la profunda continuidad
que existe entre todos los objetos de la naturaleza. Grandes marcos conceptuales, como la
física cuántica (capaz de unificar la física microscópica y la química) y la teoría de la
evolución (que ofrece una perspectiva unitaria de todos los fenómenos biológicos desde el
punto de vista de su historia natural y de las modificaciones sucesivamente adquiridas), han
permitido insistir en esta íntima conexión que vincula a todos los objetos del mundo
natural. Como la mente siempre puede concebir un objeto, o una suma de objetos, a la
manera de un todo unitario, no hay razones apriorísticas que impidan considerar la
totalidad de fenómenos susceptibles de análisis como un vasto continuum que la mente
aprehende desde idénticos parámetros lógicos. Es tarea de la teoría del conocimiento
elucidar estos parámetros y proporcionar un marco global unificador.
A) LA FILOSOFÍA Y LA UNIDAD DEL CONOCIMIENTO
2. Para ello, es imprescindible plantear la pregunta por la relación entre las leyes del
universo físico, meticulosamente desentrañadas por la ciencia, y las leyes lógicas que
rigen el pensamiento humano.
7. Sin embargo, siempre cabe formular preguntas más allá de las que hoy vislumbra
nuestra imaginación. Y como toda respuesta desencadena un nuevo misterio que
clama por ser abordado con las lentes de la inteligencia, la llama de la filosofía no se
extinguirá mientras dure la epopeya humana.
8. El deber que incumbe tanto a las ciencias particulares como a la filosofía consiste
en superar gradualmente la tajante y abrumadora escisión que ha cavado una falla
casi irreparable entre dos enfoques: el infraestructural, material, metódicamente
dirigido por una conjunción de razón y experiencia, y el que se recrea en la
amplitud y libertad que respira la mente cuando explora las preguntas más
profundas y universales.
10. A pesar de las dificultades insoslayables que encara, no deja de ser admirable el
impulso que ha adquirido el conocimiento humano en su tentativa prometeica de
aprehender el cosmos en la levedad de un concepto.
11. A todo ejercicio cognoscitivo subyace una lógica, unas premisas y unas reglas
operativas que articulan el razonamiento humano.
12. Sin embargo, la expresión cuantitativa de ese razonamiento sólo ha logrado una
plasmación adecuada en ciencias como la física, la química y –tímidamente- la
biología.
13. Los intentos de extrapolar este lenguaje a los estudios sociales deben aún demostrar
su auténtico potencial. Pero la lógica se aplica con independencia del área del
conocimiento, pues sería absurdo pensar que la mente de un físico se halla regida
por reglas lógicas distintas a las que emplea un biólogo o a las que sustentan la labor
de un filósofo.
16. Pero ¿cómo excluir un ámbito absolutamente ajeno a toda analogía? ¿Cómo
descartar que los descubrimientos futuros de la ciencia y una mayor profundización
en los territorios del pensamiento puro desvelen atisbos de una novedad no
reductible a los patrones que ya conocemos? Ciertamente, ese espacio tan original
debería “adecuarse”, de alguna manera, a las leyes experimentales y a los principios
lógicos que la humanidad ha esclarecido y cultivado durante siglos. ¿O no? ¿Por
qué violentar de ese modo la realidad y no asumir que quizás el ser desborde el
pensamiento? ¿Por qué no soñar con una ampliación auténtica de los cánones de la
lógica?
17. El postulado de la unidad del mundo implica que no puedo fragmentar el universo
en secciones inconexas: toda la materia ha de relacionarse quodammodo.
18. Sin embargo, tanto la unidad como la simplicidad representan dos postulados que
impone el pensamiento sobre la realidad. No puede eximirse de obrar así, porque
pensar conlleva relacionar, establecer proporciones entre lo distinto y elucidar un
vínculo que justifique esas diferencias. En cuanto a la simplicidad, se trata de un
principio de economía epistemológica muy fructífero, pero no siempre verificado.
La explicación más simple no tiene por qué ser la correcta. Sí es razonable creer
que, entre explicaciones igualmente probables, hemos de preferir la más simple (la
economía que sugiere la célebre navaja de Ockham), pero jamás demostraremos
que esta elección se deba a una necesidad intrínseca, enraizada en la lógica pura;
todo apunta a motivos de conveniencia y utilidad.
19. La unidad del mundo constituye una hipótesis, sin duda muy probable, quizás
irrenunciable, pero siempre una conjetura heurística que nos conforta y flanquea en
nuestra indagación racional sobre la desconcertante diversidad del cosmos.
22. La ciencia goza del lenguaje más riguroso y universal que ha desarrollado la mente
humana: el matemático. El progreso que esta disciplina ha protagonizado en los
últimos siglos, especialmente en el terreno de la reflexión sobre sus fundamentos,
sus límites y su alcance, ha brindado a la ciencia un formalismo hoy por hoy
insuperable para describir la estructura y el funcionamiento del universo.
25. El más básico de los presupuestos de que parte cualquier axiomatización de una
teoría de conjuntos es la posibilidad misma de formar un conjunto. Así como en la
experiencia ordinaria no resulta sensato agrupar determinados objetos
excesivamente heterogéneos entre sí, el pensamiento se ve capacitado para
establecer cualquier tipo de conjunto, incluso un conjunto vacío, carente de
elementos. Ni siquiera necesito postular la posibilidad de agrupar más de un objeto:
el postulado insoslayable apunta a la posibilidad de considerar cualquier objeto
individual como parte de un conjunto (es decir, la infinita divisibilidad de cualquier
objeto, que puede pasar a considerarse un conjunto de elementos más básicos, sin
límite aparente).
27. Sin embargo, cabe preguntarse si en un futuro mentes mucho más evolucionadas
que las nuestras no llegarán a descubrir el fundamento último, la verdadera génesis
de la matemática. Pero incluso en ese escenario, ¿sería posible vencer la sombra de
la autorreferencia, o ésta no se cernirá siempre sobre cualquier proceso racional?
¿Cundirá entonces la más punzante desazón, o deberemos más bien continuar
embarcados en la evanescente empresa de la búsqueda de un fundamento último,
que dimana de nuestro profundo anhelo de verdad?
29. Por ello, los límites del pensamiento no sellan las inexorables fronteras del ser,
como conjeturaba Parménides con su célebre “pues lo mismo son el pensar y el
ser” (DK 28, B3). El espacio de la mente rebosa de ductilidad, y es tan maleable
como para adaptarse de continuo, en sus lenguajes y en sus categorías, a los
desafíos intelectuales que plantea lo real.
30. Sabemos que nuestra descripción matemática de la realidad no puede ser completa
por al menos dos razones: en primer lugar, los modelos
emplean ecuaciones diferenciales, pero nuestro conocimiento de la materia ha
revelado la discontinuidad que existe en los niveles fundamentales de la naturaleza.
En segundo lugar, la utilización del lenguaje matemático nos obliga a distinguir
entre igualdad formal e igualdad material. Cuando en las ecuaciones de campo de la
relatividad general aparece el número p o en la ecuación de Schrödinger
contemplamos el número imaginario i, es evidente que la noción de igualdad ha de
interpretarse como equivalencia entre objetos puros del pensamiento, abstracciones
que no tienen por qué disfrutar de independencia ontológica en el ámbito de la
naturaleza.
32. Tres son, sustancialmente, los tipos de patrones de racionalidad que la mente ha
identificado en la naturaleza:
32.1. Las partículas elementales: el modelo estándar de la física discierne tres clases
fundamentales de partículas, que son los fermiones, los bosones gauge y el
bosón de Higgs. Cada partícula se halla dotada de unas propiedades
perfectamente definidas (masa, carga, color…), cuyo valor, aunque quepa
discutir si permanecerá inalterable o sucumbirá a modificaciones, en general
puede considerarse establecido irrevocablemente por la naturaleza. ¿Por qué
estos valores y no otros? Además, las partículas se hallan inextricablemente
vinculadas entre sí; no son brotes superfluos o redundantes, sino ramas unidas
a un tronco que hunde sus raíces en las leyes más profundas de la naturaleza.
32.2. Las leyes de la naturaleza: si las partículas elementales constituyen los ladrillos del
cosmos, las leyes representan el cemento que traba los distintos elementos
enlazados en el fabuloso edificio de la naturaleza. Sabemos que las partículas
mediadoras de la fuerza, los bosones, se encargan de transmitir las
interacciones fundamentales que rigen el comportamiento de la materia. Sin
embargo, carecemos de una explicación satisfactoria que unifique las cuatro
fuerzas básicas de la naturaleza (la gravedad, bellamente descrita por esa
síntesis de mecánica y geometría que articula la teoría de la relatividad general,
es la más esquiva de todas, y parece rehuir la integración con las otras tres
interacciones fundamentales), si bien es evidente que su reconocimiento por el
hombre no responde a las arbitrariedades de nuestra psicología, ansiosa de
identificar patrones rígidos y previsibles, sino a que la naturaleza se comporta
en verdad de acuerdo con unas leyes elementales que actúan como reglas
operativas, aplicadas sobre las premisas de este gigantesco razonamiento
materializado que es el cosmos. Nada fluye en vano en la naturaleza. Incluso el
caos es determinable y se subsume en principios matemáticos y físicos capaces
de dilucidarlo; incluso las probabilidades cuánticas son calculables mediante la
ecuación de Schrödinger. ¿Por qué es normativa la naturaleza? ¿Por qué estas
leyes y no otras? ¿Cuál es la ley fundamental, la Urgesetz, si es que existe, de la
que dimanan las otras leyes? ¿Logrará la mente humana reducir el vasto
conjunto de fenómenos y leyes a una única regla operativa, o la multiplicidad
de leyes es consustancial al universo, pues sin ella no despuntarían grados de
libertad y nada nuevo surgiría en el cosmos?
35. Sin embargo, las leyes fundamentales que la mente ha logrado identificar en las
principales parcelas de la realidad apuntan a tres grandes ámbitos conceptuales.
36. Podemos distinguir tres clases básicas de leyes de la naturaleza: leyes de conservación
(dominio físico), leyes de selección (dominio biológico) y leyes de unificación (dominio
psicológico).
37. Desde estas categorías es posible edificar una nueva metafísica, que se amparará en
una visión evolutiva de la realidad cosmológica, biológica y psicológica.
40. Cabe trazar una estrecha analogía entre, por ejemplo, un principio como el de la
acción estacionaria en física (la integral de acción de una partícula adquirirá valores
extremos, máximos o mínimos, de modo que el valor de la acción sea estacionario)
y la idea de selección natural, mecanismo que busca obtener un punto óptimo en la
relación entre las variaciones genéticas y el ecosistema. Por su parte, unificar,
integrar percepciones en una conciencia unitaria de la realidad externa e interna al
sujeto, implica optimizar simultáneamente el valor de la información que llega del
mundo y el de la confeccionada por el propio sujeto, con el objetivo de reducir la
multiplicidad fenoménica a la unidad consciente.
B) LA METAFÍSICA Y LAS LEYES DEL PENSAMIENTO
41. ¿De dónde dimana nuestra lógica? La opción más verosímil consiste en afirmar que
la lógica de la mente humana deriva de nuestra interacción con el mundo.
43. Kant se afanó en probar que la mente humana posee un aparato de categorías
apriorísticas que no se inducen de la realidad. En su Crítica de la Razón Pura, el
filósofo de Königsberg las dedujo de los modos posibles de juzgar. Pero ¿por qué
contamos con éstas (sustancia, accidente, causa, efecto…) y no con otras
categorías? ¿Por qué discurren nuestros juicios de la forma en que lo hacen?
Gracias a la neurociencia y a nuestro creciente entendimiento sobre cómo operan
los procesos evolutivos, nos hemos encaramado a una plataforma incomparable
desde la que esclarecer este misterio y sustentar biológicamente los fundamentos de
la lógica.
45. Es mucho más sencillo suponer que la lógica procede del mundo y refleja
mentalmente la ordenación que preside el universo. Una lógica descendida de un
cielo eterno e incorruptible, aderezado con verdades permanentes, no explica el
origen evolutivo de la inteligencia. Además, consagra nuestro instrumental lógico
como perfecto e irrebatible.
46. La emergencia gradual de sus facultades psíquicas ha permitido a los seres humanos
percatarse de determinadas verdades lógicas que tomamos como evidentes por sí
mismas (por ejemplo, el principio de no contradicción). Esta ley nunca dejará de
cumplirse, de la misma manera que el teorema de Pitágoras nunca se despojará de
su carácter verdadero en el contexto de la geometría euclídea.
49. La incipiente lógica de especies animales cercanas a la nuestra corona una cima
formidable con el nacimiento del hombre, pero no existe ninguna razón
concluyente para defender que con ella culmina toda lógica posible. Trabajos como
el de Georg Cantor, que ampliaron admirablemente nuestro concepto de infinitud,
así lo sugieren. Nada me conmina a imaginar el mundo de una forma única e
inexorable.
54. Por tanto, lo más probable es conjeturar que la lógica representa una construcción
de la mente, como la matemática y el lenguaje, propiciada por la evolución biológica
del sistema nervioso.
57. Como el aparato lógico del hombre remite, históricamente, al propio mundo y al
modo ineluctable en que se manifiesta ante nosotros, difícilmente podré alterar mi
lógica -pues es imposible modificar la naturaleza del mundo, sus leyes más
profundas-, aunque sí lograré ampliarla y aquilatarla. Por ejemplo, discusiones
contemporáneas sobre el significado de la mecánica cuántica y de ciertas paradojas
(como la paradoja Einstein-Podolsky-Rosen) han planteado interesantes preguntas
que quizás nos obliguen a matizar las acepciones tradicionales de leyes lógicas,
como el principio de no contradicción, o, al menos, las ideas de tiempo y espacio,
tan íntimamente ligadas a los orígenes de esta ley suprema del pensar humano.
58. La mente reproduce el mundo con sus características, que no puedo deducir
mediante una investigación sobre la estructura de mi pensamiento -como
pretendiera el idealismo-, sino que he de descubrir empíricamente.
59. En toda categoría que empleemos para abordar los esquivos dominios de la mente
siempre encontraré, en su raíz histórica y pre-formalizada, un referente mundano: el
sentido de la lógica tiene como referente el mundo.
61. Incluso cuando mis enunciados son autorreferenciales, o sólo versan sobre mi
mundo interno, mi lógica, mi subjetividad; incluso cuando mis proposiciones son
autoconstruidas y no remiten al mundo, sino que tan sólo esbozan ingeniosos
juegos mentales, me bastará descomponer su sentido para acceder a sus elementos
básicos y advertir que las piezas del rompecabezas siempre aluden, en sus términos
más primitivos, al mundo. Nociones tan volátiles y seductoras como las de "nada",
"no" o "infinito" habrán sido entonces confeccionadas en el espejo del mundo.
Objetivarlas en un mundo trascendente, como ambicionó Platón, oculta su
verdadera naturaleza: la de reproducir creativamente la estructura del mundo.
62. En términos más generales, sólo hay opuestos, dualidad, verdad y falsedad, bondad
y maldad, en el mundo que fragua la mente humana. El universo físico se cierra
sobre sí mismo, porque constituye su propio sentido y su propio referente.
63. Las elaboraciones del espíritu establecen una dicotomía, un segundo mundo, una
nueva instancia que, aun ligada al mundo, se aliena de su acontecer y esculpe su
propio mundo. Al existir doble referencialidad, caben alternativas. Mi mundo puede
o no coincidir con el mundo (de aquí brota la distinción entre lo verdadero y lo
falso). Puedo sumirme en una contradicción, pues puedo fabricar un mundo en el
mundo, como por ejemplo la necesidad de actuar según cánones éticos que no
encuentran un referente directo en el proceder habitual de la naturaleza.
C) LA RELACIÓN DE CONSECUENCIA LÓGICA Y LA IDEA DE
CAUSALIDAD
64. La relación de consecuencia lógica revela una analogía esclarecedora con la ley de
causalidad que ordena el mundo físico.
65. Pese a las aparentemente devastadoras críticas de Hume, la idea de causa no ha sido
desterrada de la filosofía. Tampoco es necesaria reintroducirla como categoría a
priori del entendimiento, a la manera en que lo hace Kant. La causa puede
concebirse como la expresión de los intercambios energéticos entre las distintas
conformaciones que adopta la materia.
66. La causalidad converge entonces con la acción física, con el producto de la energía
por el tiempo o del momento por la distancia, y remite a las transformaciones
energéticas que subyacen al desplazamiento espacio-temporal de los cuerpos.
67. Por tanto, la idea de causalidad no constituye una vacua elucubración metafísica:
simplemente expresa la conexión energética que une todos los elementos del
mundo entre sí. Lo que llamamos "causal" transparenta el itinerario de los
intercambios energéticos entre los distintos cuerpos, acciones generadoras de
desplazamientos espacio-temporales. Evoca, por tanto, principios termodinámicos
cuyo fundamento último quizás estribe en sencillas reglas de simetría.
71. Del mismo modo, el poder que vertebra las relaciones de consecuencia lógica
deriva del análisis, de la fuerza de una premisa correctamente formulada. Como la
premisa goza de consistencia, esta propiedad se preserva, por razones de
transitividad, en las inferencias que de ella obtengamos.
75. Resplandece así la visión de una continuidad entre, por un lado, la evolución
racional del universo de acuerdo con patrones plasmados en la constelación de
partículas, leyes y constantes que lo gobiernan y, por otro, el desarrollo racional de
la cultura humana, que a lo largo de la historia se ha afanado en descubrir destellos
de esa racionalidad para aplicarlos al dominio consciente sobre el mundo y sobre la
vida psíquica del hombre.
D) IDENTIDAD, NEGACIÓN Y UNIÓN
76. Las leyes del pensamiento se condensan en las reglas operativas básicas de nuestro
aparato lógico. En analogía con lo que hemos desvelado en la esfera de la
naturaleza pre-humana, nuestra mente trabaja con tres grandes categorías lógicas:
identidad, negación y unión. Estos principios globales constituyen el correlato mental
de los tres campos semánticos fundamentales elucidados en el ámbito de la realidad
física, biológica y neurocientífica.
77. Kant acierta al sostener que la mente humana emplea unas reglas operativas básicas.
Por desgracia, el alcance de este “programa de investigación” congénito a la mente
sólo nos lo puede ofrecer el propio mundo.
78. La única fuente plausible de la que podría haber brotado ese elenco de categorías
básicas es la interacción del hombre (o de algún ancestro suyo) con el mundo, por
lo que en realidad es empírico (no puro, como ansiaba el filósofo de Königsberg),
aunque luego se formalice como juicio analítico y no como elaboración sintética.
82. Persisten unas categorías irreductibles, de las que ni el visionario más audaz puede
despojarse: las de ser y no-ser.
83. Esta fatalidad no responde a una restricción fijada por el hombre, sino a la
estructura ineluctable del mundo: no podemos cambiar el ser mismo del mundo,
por lo que estamos abocados a valernos de unas categorías básicas de las que sólo
podríamos desasirnos en el improbable –o más bien inviable- caso de que
subvirtiéramos radicalmente el mundo y las leyes fundamentales que lo gobiernan.
84. Las categorías primarias que se derivan de nuestra experiencia del mundo se refinan
gradualmente. Nada impide que se ramifiquen en modos de juzgar más sofisticados
según la parcela de la realidad sobre la que se apliquen. Sin embargo, sus bases se
revelan tan inexpugnables como la estructura misma del universo y la inviolabilidad
de sus leyes fundamentales.
85.1. El primero versa sobre la identidad de los objetos que componen el mundo. La
experiencia, incluso en sus manifestaciones más rudimentarias, nos informa de
que en la realidad muchos cuerpos permanecen idénticos a sí mismos. La noción
metafísica de “sustancia”, muchas veces vaga y de dudoso potencial explicativo,
evoca la intuición de que algo permanece; de que, en el conjunto de fenómenos
del mundo, una fracción señalada de sus elementos preserva su identidad y
resiste cualquier tentativa de cambio relevante. El correlato termodinámico de
la idea de identidad, de la noción de permanencia de un objeto en su propio
ámbito ontológico, viene dado por la ley de la conservación de la energía.
87. Dos leyes fundamentales de la naturaleza subyacen así a las dos categorías
primordiales que emplea nuestra mente para explorar el mundo y entenderse a sí
misma: ser (identidad, permanencia, afirmación) y no-ser (diferencia, cambio,
negación).
88. Junto a esta dualidad primigenia figura un vasto y potencialmente infinito espectro
de relaciones: el plano de lo posible.
89. No se trata, por tanto, de una dualidad tan rígida como la que imaginó Parménides
en su famoso poema, porque las ideas de “ser” y “no-ser”, de identidad y
diferencia, admiten incontables conjugaciones, proceso que desemboca en un
elenco mucho mayor de juicios posibles.
90. Las categorías básicas no son entonces doce, como pensaba Kant, sino tres: ser, no-
ser y posibilidad (o variables de relación entre el ser y el no-ser). Las demás surgen
como ramificaciones de esas tres categorías iniciales, y no pueden situarse al mismo
nivel.
93. Sin embargo, también podría ocurrir que la búsqueda de necesidad no hundiera sus
raíces en los abismos de la psicología humana, sino en un entendimiento cabal de
cómo es el mundo. En este caso, estaría plenamente justificada, porque surgiría del
hallazgo de patrones de comportamiento que describen, en sus rasgos generales, el
funcionamiento del universo. Si conozco la estructura del mundo y soy capaz de
comprender cómo se imbrican sus partes y cómo se entretejen las repercusiones de
unos elementos sobre otros, entonces lograré predecir pautas de conducta bastante
ajustadas a la realidad. Está claro que nada garantiza que un objeto desasido de mi
mano caiga siempre al suelo, pues cabe la acongojante pero inverosímil posibilidad
de que este cuerpo se comporte de modo distinto. Pero si consigo penetrar en la
estructura del universo y desgrano sus leyes físicas, me percataré de que una razón
incontenible impele al objeto a precipitarse sobre la superficie de la Tierra.
E) LA INSERCIÓN DE LA MENTE EN LA NATURALEZA
95. La filosofía puede ofrecer una sólida base epistemológica y contribuir a criticar
ciertas conclusiones científicas precipitadas, pero la esencia del problema es de
naturaleza neurobiológica, y como tal ha de abordarse.
104. Toda la información se integra en una señal única que constituye la base de
mi representación. Somos conscientes de algo cuando logramos concentrar nuestra
atención sobre ese objeto del pensamiento. Sólo si conseguimos filtrar la
miscelánea de estímulos que impactan sobre mi mente, ya provengan del mundo o
ya sean producidos por nuestra propia subjetividad, adquirimos conciencia.
107. Ante un cierto estímulo, primero reacciono con una emoción determinada,
que luego filtro conscientemente; pero esta depuración vuelve a ser cribada por las
propias emociones que suscita mi mente. La tensión entre el objeto percibido, la
emoción almacenada y el raciocinio que no desiste de buscar generalizaciones se
convierte en una dinámica fascinante. Su poder creador auspicia algunos de los
hitos más sobresalientes que ha protagonizado el hombre, y permite vislumbrar una
respuesta a lo que Chomsky llama “el problema de Platón”: “cómo conocemos
tanto a partir de una experiencia tan limitada”.
111. Conviene siempre recordar que los conceptos creados por la mente
yuxtaponen imágenes de manera jerárquica, y otorgan una primacía definitoria a
aquellas características que ha observado con mayor frecuencia y que juzga
acreedoras de una mayor relevancia.
116. Existe una correlación, rayana en lo causal, entre el tipo de estímulo (es
decir, la clase de decisión que afrontamos) y la información apilada en nuestro
cerebro sobre las preferencias, gustos y expectativas que más nos embargan. Si ese
estímulo supera un umbral de información, desencadenará una respuesta específica
en la que se integrarán diversas vías, muchas veces antitéticas e incluso
irreconciliables: emociones, racionalidad, compromisos previamente adquiridos con
unas ideas u otras…
118. Por tanto, el problema de una regresión infinita, del “primer motor
inmóvil” que detone la magia de la elección libre, como un homúnculo
atrincherado el fondo de la subjetividad, se solventa mediante la sincronización de
áreas y funciones, mediante la unidad de tiempo en la que convergen memorias,
expectativas y estímulos en continua retroalimentación. El yo puede entonces
interpretarse como la sincronía funcional de diferentes áreas cerebrales ante un
ambiente (externo e interno) determinado y por unidad de tiempo.
122. Una teoría completa del conocimiento humano (esto es, de la información
justificada) deberá integrar adecuadamente tres dimensiones:
122.3. Una teoría de la demostración: conozco algo si soy capaz de justificar este saber,
si puedo demostrar por qué lo conozco. Para ello, debo apelar principalmente a
evidencias empíricas y a inferencias lógicas. Pero ¿qué significa exactamente
“demostrar”? ¿Cuáles son las condiciones de validez de una demostración? ¿En
qué se asemejan y en qué difieren las demostraciones deductivas y las pruebas
obtenidas por inducción? ¿Dónde encuentra el hombre esa certeza cognoscitiva
que busca con tanto desvelo?
129. Conocer el mundo no significa otra cosa que conseguir asimilar sus
complejidades con grados crecientes de sofisticación. El conocimiento y los
procesos psíquicos empleados por el hombre son nuestras formas específicas de
asimilar las realidades que comparecen ante nosotros.
130. La lógica y la ciencia del pasado siglo han desvelado la existencia de dos
límites fundamentales para el conocimiento humano. En terminología kantiana, cabe
describir estas fronteras cognitivas a las que se enfrenta nuestra mente del siguiente
modo:
138. El influjo de elementos ajenos a la razón puede ser muy poderoso. Sin
embargo, la reflexión puede siempre derrotar las presiones del sentimiento.
139. La objetividad pura quizás sea inalcanzable fuera del dominio de la lógica, las
matemáticas y las ciencias de la naturaleza, donde el referente rebosa de claridad
ante los ojos del hombre, y sobre cuya estructura pueden proyectarse categorías
universales, no subsidiarias de preferencias individuales o de impresiones comunes.
140. Conforme logramos una visión más profunda del mundo y de nosotros
mismos, nos percatamos de que, incluso en el acto de apariencia más compleja que
llega a ejercer el ser humano, no concurren infinitos factores, inagotables
diferencias que nos prohíban verter toda la potencia del análisis para elucidarlos
convenientemente. También en estas situaciones emergen regularidades en la
conducta y repertorios de ideas compartidas que apuntan a una racionalidad
genérica, victoriosa sobre las arbitrariedades del individuo.
141. La razón resplandece como el principal aval ético del hombre. Sólo viven en
paz y armonía quienes se comprenden y aprenden a relativizarse a sí mismos,
quienes anteponen la búsqueda de la verdad y la justicia a la satisfacción de sus
propios y angostos intereses. Sólo crecen éticamente quienes traspasan el estrecho
mundo de su individualidad y se afanan en descubrir, en interrogar y en rasgar el
velo de lo desconocido. Pero el conocimiento exige el uso de la racionalidad, y ni
siquiera su hipertrofia, ni siquiera la evidencia de que esta facultad tan bella como
desbocada ha engendrado monstruos y ha alimentado algunas de las ideas más
sanguinarias de la historia, empañará el legado de un Sócrates, un Newton o un
Faraday, que tantos servicios han prestado al progreso de la humanidad.
Blanco Pérez, C. Historia de la neurociencia. El conocimiento del cerebro y la mente desde una
perspectiva interdisciplinar, Biblioteca Nueva, Madrid 2014.
Blanco Pérez, C. “The role of presuppositions in the social sciences”, Cadmus 2/3 (2017),
85-95.