Series Complementarias
Series Complementarias
Series Complementarias
La constitución sexual hereditaria nos brinda una gran diversidad de disposiciones, según
esta o aquella pulsión parcial, por si sola o en unión con otras, posea una fuerza particular.
La constitución sexual forma con el vivenciar infantil otra “serie complementaria”, en un
todo semejante a la que ya conocimos entre predisposición por fijación libidinal y
vivenciar accidental del adulto. [pág. 316]. Aquí como allí hablamos los mismos casos
extremos y las mismas relaciones de subrogación. En este punto no podemos menos que
plantearnos una pregunta: ¿la más llamativa de las regresiones libidinales, la que vuelve a
etapas tempranas de la organización sexual, no está condicionada predominantemente
por el factor constitucional hereditario? Pero tenemos que posponer la respuesta hasta
que hayamos considerado una serie más amplia de las formas de contraer neurosis.
Detengámonos ahora en el siguiente hecho: la indagación analítica muestra que la libido
de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. Así parece conferir a esta
una importancia enorme para la vida de los seres humanos y las enfermedades que
contraen. Y la siguen poseyendo, incólume, en lo que concierne al trabajo terapéutico.
Pero si prescindimos de las tareas que este plantea advertimos con facilidad que nos
amenaza aquí el peligro de un malentendido que podría extraviarnos haciendo que
centrásemos la vida con excesiva unilateralidad en la situación neurótica. Es que a la
importancia de las vivencias infantiles debemos restarle lo siguiente: la libido ha vuelto a
ellas regresivamente después que fue expulsada de sus posiciones más tardías. Y esto nos
sugiere con fuerza la inferencia recíproca, a saber, que las vivencias libidinales no tuvieron
en su momento importancia alguna, y solo la cobraron regresivamente. Recuerden
ustedes que ya habíamos considerado una alternativa de esta clase en la elucidación del
complejo de Edipo [pág. 306].
Tampoco esta vez nos resultara difícil zanjar la cuestión. Es indudablemente correcta la
observación de que la investidura libidinal – y por lo tanto la importancia patógena- de las
vivencias infantiles ha sido reforzada en gran medida por la regresión de la libido. Pero caeríamos
en un error si viésemos en esta lo único decisivo. Aquí es preciso dejar sitio a otras
consideraciones.
En primer lugar, la observación muestra, fuera de toda duda, que las vivencias infantiles tienen
una importancia que le es propia y que ya han probado en los años de la niñez. Es que también
existen neurosis infantiles en las que el factor del diferimiento temporal desempeña un papel muy
reducido o falta por completo, pues la enfermedad se contrae como consecuencia directa de
vivencias traumáticas. El estudio de estas neurosis infantiles nos precave de caer en más de un
peligroso malentendido acerca de las neurosis de los adultos, así como los sueños de los niños nos
han dado la clave para comprender los de los adultos. Y bien; las neurosis de los niños son muy
frecuentes, mucho más de lo que se supone. A menudo no se las ve, se las juzga signos de maldad
o de malas costumbres y aun son sofrenadas por las autoridades encargadas de la crianza. No
obstante, viéndolas retrospectivamente desde algún momento posterior siempre es fácil
individualizarlas. En la mayoría de los casos se presentan en forma de una histeria de angustia. El
significado de esto lo averiguaremos en otra oportunidad [ cf. Págs. 364-5]Si en periodos más
tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela, por lo general, que es la continuación
directa de aquella enfermedad infantil quizás solo velada, constituida solo por indicios. Pero, como
dijimos, hay casos en que esa neurosis infantil prosigue sin interrupción alguna como un estado de
enfermedad que dura toda la vida. Todavía no hemos podido analizar sino unos pocos ejemplos de
neurosis infantiles en el propio niño- en su estado de neurosis actuales-;(caso del pequeño Hans)
mucho más a menudo debimos conformarnos con que una enfermedad contraída en la edad
adulta nos permitiera inteligir con posterioridad la neurosis infantil de esa persona. Y en tales
casos no pudimos omitir ciertas correcciones ni ciertos recaudos.
En segundo lugar, debemos admitir que sería inconcebible que la libido regresase con tanta
regularidad a las épocas de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción
sobre ella. Y en efecto, la fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del desarrollo
solo cobra valor si la hacemos consistir en la inmovilización de un determinado monto de energía
libidinosa.
Por último, puedo hacerles presente que entre la intensidad e importancia patógena de las
vivencias infantiles y la de las más tardías hay una relación de complementariedad semejante ala
de las series estudiadas. Hay casos en que todo el peso de la causación recae en las vivencias
sexuales de la infancia; en ellos, estas impresiones ejercen un seguro efecto traumático y no
necesitan de otro apoyo que el que puede ofrecerles la constitución sexual promedio y su
inmadurez. Junto a estos, hay otros en que todo el acento recae sobre los conflictos posteriores, y
las insistencias en las impresiones de la infancia, según la revela el análisis, aparece enteramente
como la obra de la regresión; vale decir, tenemos los extremos de la “inhibición del desarrollo” y
de la “regresión “y, entre ellos, todos los grados de conjugación de ambos factores.
Estas circunstancias poseen cierto interés para una pedagogía que se proponga precaver las
neurosis mediante una intervención temprana en el desarrollo sexual del niño. Si se atiende
preponderantemente a las vivencias sexuales infantiles, no puede menos que pensarse que se lo
ha hecho todo para la profilaxis de las enfermedades nerviosas cuando se ha velado por que ese
desarrollo se posponga y se le ahorren al niño vivencias de esa clase. Pero ya sabemos que las
condiciones de la causación son complicadas en el caso de la neurosis, y es imposible influir sobre
ellas teniendo en cuenta un factor único. El riguroso resguardo de los niños pierde valor porque es
impotente frente al factor constitucional; además, su ejecución es más fácil de lo que creen los
educadores, y trae aparejados dos nuevos peligros nada despreciables: que consiga demasiado,
vale decir, que favorezca una represión desmedida en el niño, la cual resultara después dañina, o
bien que lo lance al mundo inerme frente al asedio de los requerimientos sexuales que le
sobrevendrán en la pubertad. Por eso sigue siendo sumamente dudoso cuanto pueda avanzarse
con ventaja en la profilaxis de la infancia, y si un cambio de actitud frente al estado actual no
prometería un mejor punto de abordaje para precaver la neurosis.
Volvamos ahora a los síntomas. Crean, entonces, un sustituto para la satisfacción frustrada; lo
hacen por medio de una regresión de la libido a épocas anteriores a la que va indisolublemente
ligado el retroceso a estadios anteriores del desarrollo en la elección de objeto o en la
organización. (…)