Series Complementarias

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S.

FREUD – OBRAS COMPLETAS- TOMO XVI


Buenos Aires-Amorrortu Editores- 1993
Conferencia 23 Los caminos en la formación del síntoma (1915/17)
(…)
Los síntomas -nos ocupamos aquí, desde luego, de síntomas psíquicos o psicógenos y de
enfermedades psíquicas – son actos perjudiciales o, al menos, inútiles para la vida en su
conjunto; a menudo la persona se queja de que los realiza contra su voluntad, y conllevan
displacer y sufrimiento para ella. Su principal perjuicio consiste en su gasto anímico que
ellos mismos cuestan, además, en el que se necesita para combatirlos. Si la formación de
síntomas es extensa, estos dos costos pueden traer como consecuencia un extraordinario
empobrecimiento de la persona en cuanto a energía anímica disponible y, por tanto, sus
parálisis para todas las tareas importantes de la vida. Dado que en este resultado interesa
sobre todo la cantidad de energía así requerida, con facilidad advierten ustedes que “estar
enfermo” es en esencia un concepto practico. Pero si se sitúan en un punto de vista
teórico y prescinden de estas cantidades, podrán decir perfectamente que todos estamos
enfermos, o sea, que todos somos neuróticos, puesto que las condiciones para la
formación de síntomas pueden pesquisarse también en las personas normales.
Ya sabemos que los síntomas neuróticos son el resultado de un conflicto que se libra en
torno de una nueva modalidad de satisfacción pulsional. [pág. 318]. Las dos fuerzas que se
han enemistado vuelven a coincidir en el síntoma; se reconcilian, por así decir, gracias al
compromiso de la formación de síntoma. Por eso el síntoma es tan resistente; esta
sostenido desde ambos lados. Sabemos también que una de las dos partes envueltas en el
conflicto es la libido insatisfecha, rechazada por la realidad, que ahora tiene que buscar
otros caminos para su satisfacción. Si a pesar de que la libido está dispuesta a aceptar otro
objeto en lugar del denegado {frustrado} la realidad aparece inexorable, aquella se verá
finalmente precisada a emprender el camino de la regresión y a aspirar a satisfacerse
dentro de una de las organizaciones ya superadas o por medio de unos de los objetos que
resigno antes. En el camino de la regresión, la libido es cautivada por la fijación que ella ha
dejado tras de sí en esos lugares de su desarrollo.
(…)
Ahora bien, ¿dónde halla la libido las fijaciones que le hacen falta para quebrantar las
regresiones? En las prácticas y vivencias de la sexualidad infantil, en los afanes parciales
abandonados y en los objetos resignados de la niñez. Hacia ellos, por tanto, revierte la
libido. La importancia de este periodo infantil es doble: ‘por un lado, en él se manifestaron
por primera vez las orientaciones pulsionales que el niño traía consigo en su disposición
innata; y, en segundo lugar, en virtud de influencias externas, de vivencias accidentales, se
le despertaron y activaron por primera vez otras pulsiones. No cabe duda, creo, de que
tenemos derecho a establecer esta bipartición. La exteriorización de las disposiciones
innatas no ofrece asidero a ningún reparo crítico. Ahora bien, la experiencia analítica nos
obliga sin más a suponer que unas vivencias puramente contingentes de la infancia son
capaces de dejar como secuela fijaciones de la libido. No veo ninguna dificultad teórica en
esto. Las disposiciones constitucionales son con seguridad, la secuela que dejaron las
vivencias de nuestros antepasados; también ellas se adquirieron de una vez: sin tal
adquisición no habría herencia alguna. ¿Y puede concebirse que ese proceso de
adquisición que pasa a la herencia haya terminado justamente en la generación que
nosotros considéranos? Suele restarse toda importancia a las vivencias infantiles por
comparación a la de los antepasados y la de la vida adulta; esto no es licito; al contrario, es
preciso valóralas particularmente. El hecho de que sobrevengan en periodos en que el
desarrollo no se ha completado confiere a sus consecuencias una gravedad tanto mayor y
las habilita para tener efectos traumáticos. Los trabajos de Roux Wilhelm. (uno de los
fundadores de la embriología experimental) y otros sobre la mecánica evolutiva nos han
mostrado que el pinchazo de una aguja en un germen en proceso de bipartición celular
tiene como consecuencia una grave perturbación en el desarrollo. Ese mismo ataque
infligido a la larva o al animal ya crecido se soportaría sin que sobreviviera daño.
La fijación libidinal del adulto, que hemos introducido en la ecuación etiológica de las
neurosis como representante del factor constitucional [ pág. 315], se nos descompone
ahora, por tanto, en otros dos factores: la disposición heredada y la predisposición
adquirida en la primera infancia. Sabemos que un esquema contara seguramente con la
simpatía de los estudiantes. Resumamos entonces el juego de las relaciones en un
esquema:
Constitución sexual + Vivenciar infantil 1° SERIE
hereditaria
(Vivenciar prehistórico)

Predisposición por + Vivenciar accidental 2° SERIE


Fijación libidinal (traumático del adulto)

La constitución sexual hereditaria nos brinda una gran diversidad de disposiciones, según
esta o aquella pulsión parcial, por si sola o en unión con otras, posea una fuerza particular.
La constitución sexual forma con el vivenciar infantil otra “serie complementaria”, en un
todo semejante a la que ya conocimos entre predisposición por fijación libidinal y
vivenciar accidental del adulto. [pág. 316]. Aquí como allí hablamos los mismos casos
extremos y las mismas relaciones de subrogación. En este punto no podemos menos que
plantearnos una pregunta: ¿la más llamativa de las regresiones libidinales, la que vuelve a
etapas tempranas de la organización sexual, no está condicionada predominantemente
por el factor constitucional hereditario? Pero tenemos que posponer la respuesta hasta
que hayamos considerado una serie más amplia de las formas de contraer neurosis.
Detengámonos ahora en el siguiente hecho: la indagación analítica muestra que la libido
de los neuróticos está ligada a sus vivencias sexuales infantiles. Así parece conferir a esta
una importancia enorme para la vida de los seres humanos y las enfermedades que
contraen. Y la siguen poseyendo, incólume, en lo que concierne al trabajo terapéutico.
Pero si prescindimos de las tareas que este plantea advertimos con facilidad que nos
amenaza aquí el peligro de un malentendido que podría extraviarnos haciendo que
centrásemos la vida con excesiva unilateralidad en la situación neurótica. Es que a la
importancia de las vivencias infantiles debemos restarle lo siguiente: la libido ha vuelto a
ellas regresivamente después que fue expulsada de sus posiciones más tardías. Y esto nos
sugiere con fuerza la inferencia recíproca, a saber, que las vivencias libidinales no tuvieron
en su momento importancia alguna, y solo la cobraron regresivamente. Recuerden
ustedes que ya habíamos considerado una alternativa de esta clase en la elucidación del
complejo de Edipo [pág. 306].
Tampoco esta vez nos resultara difícil zanjar la cuestión. Es indudablemente correcta la
observación de que la investidura libidinal – y por lo tanto la importancia patógena- de las
vivencias infantiles ha sido reforzada en gran medida por la regresión de la libido. Pero caeríamos
en un error si viésemos en esta lo único decisivo. Aquí es preciso dejar sitio a otras
consideraciones.

En primer lugar, la observación muestra, fuera de toda duda, que las vivencias infantiles tienen
una importancia que le es propia y que ya han probado en los años de la niñez. Es que también
existen neurosis infantiles en las que el factor del diferimiento temporal desempeña un papel muy
reducido o falta por completo, pues la enfermedad se contrae como consecuencia directa de
vivencias traumáticas. El estudio de estas neurosis infantiles nos precave de caer en más de un
peligroso malentendido acerca de las neurosis de los adultos, así como los sueños de los niños nos
han dado la clave para comprender los de los adultos. Y bien; las neurosis de los niños son muy
frecuentes, mucho más de lo que se supone. A menudo no se las ve, se las juzga signos de maldad
o de malas costumbres y aun son sofrenadas por las autoridades encargadas de la crianza. No
obstante, viéndolas retrospectivamente desde algún momento posterior siempre es fácil
individualizarlas. En la mayoría de los casos se presentan en forma de una histeria de angustia. El
significado de esto lo averiguaremos en otra oportunidad [ cf. Págs. 364-5]Si en periodos más
tardíos de la vida estalla una neurosis, el análisis revela, por lo general, que es la continuación
directa de aquella enfermedad infantil quizás solo velada, constituida solo por indicios. Pero, como
dijimos, hay casos en que esa neurosis infantil prosigue sin interrupción alguna como un estado de
enfermedad que dura toda la vida. Todavía no hemos podido analizar sino unos pocos ejemplos de
neurosis infantiles en el propio niño- en su estado de neurosis actuales-;(caso del pequeño Hans)
mucho más a menudo debimos conformarnos con que una enfermedad contraída en la edad
adulta nos permitiera inteligir con posterioridad la neurosis infantil de esa persona. Y en tales
casos no pudimos omitir ciertas correcciones ni ciertos recaudos.

En segundo lugar, debemos admitir que sería inconcebible que la libido regresase con tanta
regularidad a las épocas de la infancia si ahí no hubiera nada que pudiera ejercer una atracción
sobre ella. Y en efecto, la fijación que suponemos en determinados puntos de la vía del desarrollo
solo cobra valor si la hacemos consistir en la inmovilización de un determinado monto de energía
libidinosa.

Por último, puedo hacerles presente que entre la intensidad e importancia patógena de las
vivencias infantiles y la de las más tardías hay una relación de complementariedad semejante ala
de las series estudiadas. Hay casos en que todo el peso de la causación recae en las vivencias
sexuales de la infancia; en ellos, estas impresiones ejercen un seguro efecto traumático y no
necesitan de otro apoyo que el que puede ofrecerles la constitución sexual promedio y su
inmadurez. Junto a estos, hay otros en que todo el acento recae sobre los conflictos posteriores, y
las insistencias en las impresiones de la infancia, según la revela el análisis, aparece enteramente
como la obra de la regresión; vale decir, tenemos los extremos de la “inhibición del desarrollo” y
de la “regresión “y, entre ellos, todos los grados de conjugación de ambos factores.

Estas circunstancias poseen cierto interés para una pedagogía que se proponga precaver las
neurosis mediante una intervención temprana en el desarrollo sexual del niño. Si se atiende
preponderantemente a las vivencias sexuales infantiles, no puede menos que pensarse que se lo
ha hecho todo para la profilaxis de las enfermedades nerviosas cuando se ha velado por que ese
desarrollo se posponga y se le ahorren al niño vivencias de esa clase. Pero ya sabemos que las
condiciones de la causación son complicadas en el caso de la neurosis, y es imposible influir sobre
ellas teniendo en cuenta un factor único. El riguroso resguardo de los niños pierde valor porque es
impotente frente al factor constitucional; además, su ejecución es más fácil de lo que creen los
educadores, y trae aparejados dos nuevos peligros nada despreciables: que consiga demasiado,
vale decir, que favorezca una represión desmedida en el niño, la cual resultara después dañina, o
bien que lo lance al mundo inerme frente al asedio de los requerimientos sexuales que le
sobrevendrán en la pubertad. Por eso sigue siendo sumamente dudoso cuanto pueda avanzarse
con ventaja en la profilaxis de la infancia, y si un cambio de actitud frente al estado actual no
prometería un mejor punto de abordaje para precaver la neurosis.

Volvamos ahora a los síntomas. Crean, entonces, un sustituto para la satisfacción frustrada; lo
hacen por medio de una regresión de la libido a épocas anteriores a la que va indisolublemente
ligado el retroceso a estadios anteriores del desarrollo en la elección de objeto o en la
organización. (…)

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