El Esforzarnos Por Alcanzar La Perfección

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El esforzarnos por alcanzar la

perfección
¿Cómo podemos esforzarnos por cumplir el mandamiento: “Sed, pues, vosotros perfectos”?

Mateo 5:48

48 
»Ustedes deben ser perfectos como Dios, su Padre que está en el cielo,  es perfecto.
[a]

Perfecto (heb. generalmente tâm o tâmîm, “completo”, “correcto”, “pacífico”, “sano”,


“saludable”, “perfecto”; gr. generalmente téleios, “completo”, “maduro”, “perfecto”,
“completamente crecido”, “plenamente desarrollado”, “que alcanzó su propósito”; para
“perfección” se usan el heb. shâlem y el gr. teleiót’s). En el AT, tâm significa algo
completo, íntegro y sincero, pero siempre en sentido relativo cuando se
aplica al hombre. Una persona con “corazón perfecto” era quien estaba
completamente dedicada a Jehová (1Ki 8:61; 1Ch 12:38; Isa 38:3). Así, Job fue llamado
“perfecto” (Job 1:1, 8), a pesar de las debilidades que reveló más tarde ante la adversidad (40:2-
5; 42:2-6), mostrando que su perfección era relativa y no absoluta. En forma similar, de Noé
también se dice que fue “perfecto” (Gen 6:9) aunque más tarde sucumbió a la debilidad de la
carne (9:21). La perfección fue el ideal que Dios puso delante de Abrahán (17:1). En la literatura
griega extrabiblica se utiliza teléioi, “los perfectos” o “los maduros”, para señalar a las víctimas
de los sacrificios, o para los animales maduros, o para los seres humanos adultos, y también
para los profesionales completamente adiestrados. En el NT, la “perfección” consiste
esencialmente en la madurez frente a la inmadurez, así como los adultos
difieren de los niños y los jóvenes. Una persona madura es quien ha
alcanzado los límites normales de estatura, fuerza y capacidad mental. Este
concepto de madurez es claramente evidente en pasajes como 1Co 2:6; 14:20; Eph 4:13, 14; Phi
3:15; Heb 5:14 Pablo habla de sí mismo y de los cristianos como ya perfectos (1Co 2:6; Phi 3:15),
pero casi al mismo tiempo muestra que la perfección es todavía un blanco que está por delante
(v 12). El cristiano debe ser “perfecto” en su esfera limitada así como Dios es “perfecto” en su
plenitud infinita (Mat 5:48). De ese modo, un hombre puede ser perfecto ante el Señor, pero hay
nuevas alturas a las que deberá aspirar; en esta vida nunca alcanzará la perfección absoluta.
Una persona cuyo corazón y vida están plenamente dedicados a la
adoración a Dios y a su servicio -es decir, a la meta del crecimiento
permanente en la gracia y en el conocimiento y la práctica de la verdad
espiritual, y que ha obtenido una medida de experiencia al cooperar con el
Espíritu Santo- ha alcanzado la perfección cristiana (Col 4:12; Jam 3:2).

Para alcanzar esa meta, debemos guardar los mandamientos de Dios y ser fieles hasta
el fin de nuestras vidas aquí, y, posteriormente, más allá de la tumba, seguir
[progresando] en rectitud y en conocimiento hasta llegar a ser como nuestro Padre
Celestial…

(Hebreos 5:8–9)…
 8 Aunque él era Hijo de Dios, por medio del sufrimiento aprendió lo que significa obedecer
siempre a Dios. 9 Así, una vez que Cristo hizo todo lo que Dios le mandó, se convirtió en el
salvador que da vida eterna a todos los que lo obedecen

 8 Aunque era Hijo, mediante el sufrimiento aprendió a obedecer; 9 y, consumada su perfección

3 factores para alcazar la perfeccion en Cristo

1-La persona debe cobrar mayor conciencia de lo que le haga falta para
perfeccionarse.
Al joven rico --- “¿Qué más me falta?” [véase Mateo 19:16–22].
El Maestro, con Su discernimiento cabal y Su poder de Gran Maestro, diagnosticó a la
perfección el caso del joven: Lo que le hacía falta era superar su amor por las cosas
del mundo, su inclinación a confiar en las riquezas. Entonces Jesús le prescribió el
remedio eficaz al decirle: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes, y dalo a
los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme” (Mateo 19:21).
Cuando ocurrió la espectacular conversión del apóstol Pablo y éste quedó físicamente
ciego por el resplandor de la luz que le rodeó cuando iba camino a Damasco… “oyó
una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” [Hechos 9:4]. Y desde lo
más profundo de la humillada alma de Saulo provino la pregunta que siempre hace el
que se da cuenta de que algo le hace falta: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?”
[Hechos 9:6]… (Predicó el evangelio)
Todo el que desee alcanzar la perfección debe preguntarse en alguna ocasión: “¿Qué
más me falta?”, si desea comenzar a subir por la carretera que lleva a la perfección…

2- Nacer de nuevo
Cuando Nicodemo fue a Él, el Maestro percibió que éste deseaba que le respondiese a
la pregunta que muchos otros le habían hecho: “¿Qué debo hacer para ser salvo?”. Y
el Maestro le respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios”. Nicodemo entonces le dijo: “¿Cómo puede un hombre
nacer siendo viejo?…” Jesús le respondió: “De cierto, de cierto te digo, que el que no
naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios” (Juan 3:3–5).
La persona debe “nacer de nuevo” si desea alcanzar la perfección, a fin de ver el reino
de Dios, o sea, entrar en él. ¿Y cómo se nace de nuevo?
Aceptando a Cristo, Naciendo en Cristo
No se puede llevar una vida parecida a la de Cristo… si no se nace de nuevo… Nadie
podría ser nunca feliz en presencia del Santo de Israel sin quedar de ese modo libre de
pecado y ser purificado…

3-Vivir los mandamientos


: Ayudar a la persona que esté en vías de aprendizaje a conocer el Evangelio por
medio del vivir el Evangelio. La certeza espiritual que es necesaria para la salvación
debe ser precedida por un máximo de esfuerzo personal. El esmero de la persona debe
anteceder a la gracia, o sea, al don gratuito del poder expiatorio del Señor.
El Maestro respondió a la pregunta que le hicieron los judíos en cuanto a cómo
podrían saber con certeza si Su misión era de Dios o si Él era tan sólo un hombre. Él
dijo: “El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si
yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).
El testimonio de la verdad nunca llega al que tiene un tabernáculo impuro. El Espíritu
del Señor y la impureza no pueden morar al mismo tiempo en una persona
determinada. “Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando
no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis” (D. y C. 82:10); “…a menos que
cumpláis mi ley, no podréis alcanzar esta gloria” (D. y C. 132:21). Esa verdad se
repite reiteradamente en las Escrituras.
En cierto sentido, todos los principios y todas las ordenanzas del Evangelio no son
sino invitaciones a aprender el Evangelio por medio de la práctica de sus enseñanzas.
Nadie conoce el principio del diezmo sino hasta que paga el diezmo. Nadie conoce el
principio de la Palabra de Sabiduría sino hasta que guarda la Palabra de Sabiduría.
Los niños, y en realidad también las personas mayores, no se convierten al diezmo, a
la Palabra de Sabiduría, al santificar el día de reposo ni a la oración tan sólo por oír a
alguien hablar sobre esos principios. Aprendemos el Evangelio al vivirlo…
Para resumir, quisiera decir: En realidad nunca sabemos nada de las enseñanzas del
Evangelio sino hasta que hemos experimentado las bendiciones que se reciben al vivir
cada uno de los principios. Alguien ha dicho: “Las enseñanzas morales de por sí
ejercen tan sólo un efecto superficial sobre el espíritu si no son corroboradas por los
actos”. El más importante de todos los mandamientos del Evangelio para ustedes y
para mí es ese mandamiento en particular que en este momento requiera de cada uno
de nosotros el más profundo examen de conciencia para obedecerlo. Cada uno debe
analizar lo que le haga falta y comenzar hoy día a vencer [la o las debilidades que
tenga], puesto que sólo si vencemos [nuestras flaquezas], se nos concede un lugar en
el reino de nuestro Padre2.

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