Bellini Giuseppe - Motolinia y Las Casa Frente Al Hombre de America

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MOTOLINÍA Y LAS CASAS

FRENTE AL HOMBRE DE AMÉRICA

Bien sabemos que la Iglesia en América desarrolló un


papel de gran importancia, sea en el ámbito cultural, sea
en el de la defensa de los indígenas. Aludimos, natural-
mente, a las órdenes religiosas, ante todo a los franciscanos,
los primeros que, con los 'Doce Apóstoles', pusieron pie en
el continente, para evangelizar a los indios de la Nueva
España.
La iglesia .'oficial', sometida prácticamente al soberano
en virtud del Patronato Regio, que el papa Alejandro VI
había concedido a los Reyes Católicos sobre la Iglesia de
las Indias, no desarrolló papel igualmente importante. Será
suficiente, para las órdenes religiosas, mencionar, en el ám-
bito cultural, al franciscano Bernardino de Sahagún, y en
el de la defensa de los nativos al igualmente franciscano
Toribio de Benavente, uno de los 'Doce', que los indígenas
apodaron Motolinía, o pobre, y al dominico Bartolomé de
Las Casas.
Con gran aparato y deferencia había recibido a los
'Doce', en la capital de la Nueva España, Hernán Cortés,
el 17 o 18 de junio de 1524, asombrando a los indígenas.
Lo refiere Bernal Díaz del Castillo en su Historia verda-
dera de la conquista de la Nueva España. Cuando supo
que ya los frailes estaban cerca de la ciudad, Cortés fue a su
encuentro, acompañado, refiere el cronista, "de nuestros va-
lerosos y esforzados soldados" y del "señor de México",
Guatemuz, con sus dignatarios y caciques principales. Mo-
mento espectacular, destinado a grabarse para siempre en la
mente de los indígenas:

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[... ] y cuando Cortés supo que llegaban, se apeó del caballo,


y todos nosotros juntamente con él, y ya que nos encontramos con
los reverendos religiosos, el primero que se arrodilló delante de fray
Martín de Valencia y le fue a besar las manos fue Cortés, y no lo
consintió, y le besó los hábitos y a todos los más religiosos, y así
hicimos todos los más capitanes y soldados que allí íbamos, y Gua-
temuz y los señores de México1.
Escena grandiosa y sugestiva para los nativos, pero tam-
bién para los españoles y el mismo Cortés, por encima del
cálculo, pues la llegada de los religiosos significaba una clara
legitimación de su empresa de conquista.
Con harta razón Hubert Herring afirma que la con-
quista del Nuevo Mundo fue un triunfo para la Iglesia: los
frailes bautizaban decenas de miles de indios 2 , millones si
atendemos a lo que escribe fray Toribio de Benavente: "Yo
creo que después que la tierra se ganó, que fue el año de
1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es el año de 1536,
más de cuatro millones de ánimas se bautizaron [ . . . ] " 8 ;
pero él llega a contar hasta "cerca de cinco millones" 4 .
Esta masa colosal de convertidos se explica, sea por la
indudable sugestión de escenas como la que describe Bernal
Díaz del Castillo, sea porque los indígenas debían de sentir
apremiante la necesidad de ponerse a seguro, frente al de-
rrumbe de su mundo: abrazar la nueva religión significaba,
en muchos casos, salvar su propia vida. Y la vida, al fin y
al cabo, es importante.
Cuando fray Toribio llega a México el mundo azteca
está en ruina y en pleno caos, definitivamente vencido y sin
perspectivas. Los frailes seráficos, animados por su sueño
milenarista, estiman posible instaurar en tierra americana
el nuevo 'Reino de Dios'. La lucha es contra el demonio

1
B. DÍAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de México,
México, Editorial Porrúa (6»), II, 1968, pág. 177.
2
H. HERMNC, Storia dell'America Latina, Milano, Rizzoli, 1974, pág.
236. Cfr. igualmente L. LOPETEGUI, S. I., y F. ZUBILLACA, S. I., Historia de la
Iglesia en la América Española, Madrid, Editorial Católica (B. A. C ) , 1955,
págs. 314-320.
3
Fray TORIBIO DE BENAVENTE, Historia de los indios de la Nueva España,
Madrid, Atlas, 1970, Tratado 2", cap. II, pág. 253.
* Ibid., cap. ni, pág. 254.

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que está todavía insidiando a los indios. Fray Bernardino


de Sahagún lo veía hasta en la impenetrabilidad de los con-
ceptos y los símbolos de la poesía náhuatl; a través de los
cantares el diablo había plantado en México, según él, "un
bosque o arcabuco, lleno de muy espesas breñas, para hacer
sus negocios desde él y para esconderse en él, para no ser
hallado, como hacen las bestias fieras y las muy ponzoñosas
serpientes" \ Por otra parte el mismo Oviedo había inter-
pretado el descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo
como la victoria de Dios contra el demonio, a quien hasta la
fecha la paciencia divina había permitido dominara la tierra
incógnita 6 .
La presencia del demonio domina casi obsesivamente
también la mente de fray Toribio de Benavente. En su Carta
al Emperador Carlos V, áspera contra fray Bartolomé de
Las Casas, el franciscano suplica al soberano que se haga
instaurador del reino de Dios 7 . Por este motivo el religioso
ve en Hernán Cortés al hombre que Dios había escogido
para la gran misión evangelizadora, pues
[... ] tenía fe y obra de buen cristiano y muy gran deseo de emplear
la vida y hacienda por ampliar y aumentar la de Jesucristo y morir
por la conversión de estos gentiles. Y en esto hablaba con mucho
espíritu, como aquel a quien Dios había puesto por singular capitán
de esta tierra de Occidente8.

Muy distinta fue la opinión del padre Las Casas acerca


del caudillo: al contrario del franciscano, él pone de relieve
la crueldad del personaje, resucitando la figura y el mito
de Nerón, recordando el incendio de Roma. El Cortés de
Motolinía es el convencido milenarista. Lo demuestra él

6
Fray B. DE SAHAGÚN, Relación de los Cantares, en "Apéndice del I Li-
bro" de la Historia general de las cosas de la Nueva España, ed. de A. M.
Garibay, I, México, Porrúa, 1956, pág. 255.
6
F. GONZÁLEZ DE OVIEDO, Historia general y natural de las Indias, I,
Madrid, 1959, pág. 68.
7
T. DE BENAVENTE, Carta al Emperador Carlos V, México, Editorial Jus,
1949, pág. 54.
8 Ibid., pág. 95.

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mismo en su quinta Carta de relación al Emperador, donde


defiende la honradez de su conducta en la conquista de Mé-
xico y declara su convicción de haber extendido con su
empresa no solamente el poder imperial, sino de haber abier-
to amplio campo a la religión católica, y tanto, que "en
muy breve tiempo se puede tener en estas partes por muy
cierto se levantará una nueva iglesia, donde más que en
todas las del mundo Dios Nuestro Señor será servido y
honrado" 9 .
La política de los padres seráficos se inspiró en un pro-
gresivo repudio de los colonizadores, no de Cortés. Frente
al español conquistador estaba el indio, sometido y despro-
visto de todo. Había que defenderle y los franciscanos em-
prendieron una dura batalla, entre ellos fray Toribio de
Benavente, aunque en el ámbito religioso llegaba a infun-
dirles tanto temor al demonio que "tiemblaban de oír lo que
los frailes decían", de modo que "algunos pobres desharra-
pados, de los cuales hay tantos en esta tierra, comenzaron
a venir al bautismo y a buscar el reino de Dios, demandán-
dole con lágrimas y suspiros y mucha importunación" 10.
Ni hay sospecha en el buen fraile que algún otro motivo,
como la conservación de su persona, moviera a los indios
a esta búsqueda de Dios. El nativo era considerado un ser
ingenuo, que había que convertir, según fray Toribio, a
pesar de su voluntad. En la Carta al Emperador, movido
por su santo celo, un celo que nosotros hoy le reprochamos,
afirmaba de manera explícita: "los que no quisieren de gra-
do oír el santo Evangelio de Jesucristo, sea por fuerza: que
aquí tiene lugar aquel proverbio 'más vale bueno por fuerza
que malo por g r a d o ' " n . Terribles palabras, por cierto, a
nuestros oídos.
Sin embargo, a su manera, fray Toribio de Benavente
no se cansa de defender al indígena contra sus explotadores-
8
H. CoRTás, Quinta caria-relación, en Textos y documentos completos,
México, Porrúa, 1963, pág. 318.
10
T. DE BENAVENTE, Historia de los indios de la Nueva España, Trata-
do I, cap. iv.
11
T. DE BENAVENTE, Carta al Emperador, pág. 70.

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lo considera débil, casi una criatura infantil y lo vemos en


su Historia de los indios de la Nueva España. Lo cual no
significa que el franciscano no haya desarrollado una obra
provechosa, concretamente, contra la violencia de los explo-
tadores del nativo. Entre los azotes que con la Conquista
habían caído sobre México, el fraile pone la violencia de los
colonizadores, sucesiva a la Conquista, los enormes tributos
impuestos, la esclavitud en la que siguieron los antiguos es-
clavos de los aztecas, y los nuevos esclavos que se destinaban
a las minas, con numerosos cambios de propietario, cada
uno de los cuales imponía su marca a fuego en la cara del
pobre:
[... ] y el hierro que andaba muy barato, dándoles por aquellos
rostros tantos letreros demás del primer hierro del rey, porque cada
uno que compraba el esclavo le ponía su nombre en el rostro, tanto
que toda la faz tenían escrita12.

Don Ramón Menendez Pidal elogia la obra de fray To-


ribio de Benavente porque ilustra con objetividad tanto las
"excelentes aptitudes receptivas" de los indígenas como la
"torpeza y crueldad" de sus ritos paganos, pero deja a un
lado la denuncia de crueldades como la que citamos. El
fraile, hay que decirlo, observa con horror sincero la des-
trucción del indio, denuncia la injusticia y la crueldad de
conquistadores y colonizadores, así como la violencia de "cria-
dos y negros" encargados por sus dueños de recaudar los
tributos y subraya la ínfima clase social a la que pertene-
ce gente que pretende mandar a los antiguos señores del
imperio: "aunque por la mayor parte son labradores de Es-
paña, hanse enseñoreado de esta tierra y mandan a los se-
ñores principales naturales de ella como si fuesen sus
esclavos"13.
Tanto lo habían indignado estos personajes que fray
Toribio así se expresa:

12
T. DE BENAVENTE, Historia de los indios de la Nueva España, op. cit.,
Tratado 1, cap. i.
13
Ibidem.

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[... ] y porque yo querría describir sus defectos, callaré lo que


siento con decir, que se hacen servir y temer como si fuesen seño-
res absolutos y naturales, y por mucho que les den nunca están
contentos, que a do quiera que están todo lo enconan y corrompen,
hediendo como carne dañada, y que no se aplican a hacer nada
sino a mandar: son zánganos que comen la miel que labran las
pobres abejas, que son los indios, y no les basta lo que los tristes
les pueden dar, sino que son importunos. En los años primeros eran
tan absolutos estos calpixques en maltratar a los indios y en car-
garlos y enviarlos lejos de su tierra y darles otros muchos trabajos,
que muchos indios murieron por su causa y a sus manos, que es
lo peor 14.

Añádase la sed de oro, que empujaba a conquistadores


y colonizadores a buscar minas doquiera, haciendo trabajar
en ellas a los indios y esclavos, que en gran número morían.
Escribe Motolinía que los muertos "no se podían contar"
y que el oro fue "como otro becerro por Dios adorado, por-
que desde Castilla le vienen a adorar pasando tantos tra-
bajos y peligros; y ya que lo alcanzan, plega a Nuestro
Señor que no sea para su condenación"15.
Continuando con este tema, la situación le parece toda-
vía peor a fray Toribio en el Perú, tierra menos dotada
que la mexicana por falta de agua abundante: en estos
parajes lejanos y todavía poco conocidos "el negro oro se
vuelve en amargo lloro, por cuya codicia muchos vendieron
sus patrimonios, con que se pudieran sustentar tan bien co-
mo sus antepasados" 16.
Las denuncias de Motolinía revelan su humanidad, su
participación sincera en la historia humana de la Nueva Es-
paña, sin que por ello él pusiera en el mismo nivel al indí-
gena y al europeo, aunque le reconoce al primero la categoría
de víctima. Su fe religiosa le convence de que siempre es po-
sible una intervención divina. Muchos son los milagros que
nos cuenta, eficaces tanto para la conversión como para la

« Ibid.
15 Ibid.
16
Ibid., Tratado III, cap. xi.

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salvación de los desdichados indígenas. A sus explotadores


les envía Dios tremendos castigos y por su maldad los hace
"morir malas muertes y arrebatadas, tanto que se trae por
refrán 'el que con los indios es cruel Dios lo será con él'" " .
La participación de fray Toribio de Benavente en el drama
del indio, indefenso frente al blanco, le induce a proponer-
nos ejemplos aterradores. La narración se vuelve dramática,
el texto se llena de personajes crueles que maltratan, golpean
e insultan a los indios sus esclavos. Y es el momento en que
"sale un tigre y apaña al Español, y llévale atravesado en
la boca y métese en el monte y cómesele; y así el cruel ani-
mal libró a los mansos indios de aquel que cruelmente los
maltrataba" 1S .
La repetición de estos 'ejemplos' llega a ser obsesiva en
la Historia de Motolinía, pero el fraile intenta hacer más
creíble lo que cuenta afirmando una información directa,
aunque a posteriori: "y yo estuve luego cerca del lugar
adonde fue comido" 19. Mucho candor hay en la exposición
de tales hechos y el fraile crea una especie de realidad su-
pranatural maravillosa: la tierra americana todavía se pres-
taba a ello.
A más de los españoles existe el demonio y los indíge-
nas deben defenderse continuamente de su saña por haberlo
abandonado:

A muchos se les ha parecido el demonio muy espantoso y di-


ciéndoles con mucha furia: '¿por qué no me servís?', '¿por qué no
me llamáis?', '¿por qué no me honráis como solíades?', etc.; y éstos
llamando y diciendo: 'Jesús, Jesús, Jesús', son librados, y se han es-
capado de sus manos, y algunos han salido muy maltratados y heridos
de sus manos, quedándoles bien que contar20.

El lector queda ciertamente perplejo frente a esta ma-


teria. Fray Toribio debía de estar bien convencido, pues

17
Ibid., Tratado II, cap. x.
18 Ibid.
l» Ibid.
20
Ibid.

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cuenta impertérrito estas cosas. Lo que sí hay que apreciar


es el hecho de que todo estaba al servicio de la defensa del
indígena. No olvidemos que Motolinía intervino activamen-
te en ella, y tanto, que en una ocasión acogió en su convento
a algunos jefes indios que perseguía la Audiencia. Otro
franciscano, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de Mé-
xico, y luego virrey, llegó a lanzar el interdicto contra la
ciudad y los oidores, después de la captura, tortura y muerte
con mutilación de dos prisioneros del tribunal eclesiástico:
declarada la cessatio a divinis, los franciscanos, consumado
el SS. Sacramento, abandonaron la ciudad y se encaminaron
hacia Tezcoco. Hecho de gravedad enorme que obligó a la
Audiencia a largas y complicadas negociaciones y actos de
reparación 21.
Fray Toribio de Benavente fue una dignísima expresión
de la orden a la que pertenecía y desplegó una meritoria
actividad en defensa del indio. Con dificultad nos explica-
mos su adversión por el padre Las Casas, que durante toda
su vida fue conduciendo, con más arrojo todavía, igual
campaña.
* ##
Conquistador y encomendero él mismo, Bartolomé de
Las Casas fue alcanzado por la gracia divina, podríamos
decir, improvisamente. La situación inhumana de los indios
en la Española afectó profundamente al que pronto lo de-
jaría todo para ingresar en la orden de los dominicos y
consagrarse a la defensa de los indígenas. El famoso sermón
de fray Antonio de Montesinos, el tercer domingo de Ad-
viento de 1511, en la catedral de Santo Domingo, fue deci-
sivo. El predicador tronaba contra los encomenderos y su
conducta hacia los pobres nativos. Bartolomé oiría resonar
por mucho tiempo dentro de sí las palabras del fraile. En

21
Cfr. G. BAUDOT, Utopie et Histoire au Méxique: Les premien chroni-
qucurs de la civilisation méxicaine (1520-1569), Toulouse, Privat, 1977. Utilizo
aquí la ed. española, Utopia e historia en México, Madrid, Espasa - Calpe, 1985,
págs. 261-262.

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el capítulo v, libro III de su Historia de las Indias, recuerda


nuevamente el momento y subraya la "gracia de predicar"
del dominico, pone de relieve cómo él era "aspérrimo en
reprender vicios, y sobre todo, en sus sermones y palabras
muy colérico, eficacísimo, y así hacía, o se creía que hacía,
en sus sermones mucho fruto" 22 .
Sin embargo, cuando hubo pronunciado su sermón, el
domingo mencionado, sobre el tema "Enviaron los fariseos
a preguntar a San Juan Bautista quién era, y respondióles:
Ego fox clamantis in deserto", por más que el fraile enca-
reciera "por buen rato con palabras muy pugnitivas y terri-
bles", que hacían estremecer a los oyentes y que dejaban
a muchos "atónitos", "como fuera de sentido", "a otros más
empedernidos y algunos algo compungidos", a ninguno
convirtió23. A no ser Bartolomé, quien a la sazón ya era
sacerdote, según recuerda Marianne Mahn-Lot 24 , pero más
cuidaba de sus intereses financieros. Sin embargo, desde
aquel momento Las Casas decide liberarse de la 'encomien-
da', que había heredado de su padre, y empieza su batalla
en favor de los indios, insistiendo para que se les diera trato
más humano. En la orden de los dominicos ingresa más
tarde, en 1522, cuando ya había empezado desde hacía tiem-
po su actividad, intensa y ciertamente atrevida. En ella había
encontrado el motivo de su vida, el significado profundo
de una misión de extraordinario alcance desde el punto de
vista espiritual y humano, que necesitaba toda su dedicación.
A esta misión el dominico se consagra con alma y cuerpo,
sin cuidarse de las numerosas enemistades, de las largas
esperas en las antesalas del poder, y las muchas humillacio-
nes, pero consolado y alentado por el numeroso asenti-
miento.
Bartolomé de Las Casas inaugura su campaña en favor
del indio bajo el reinado de Fernando el Católico, pero
22
BARTOLOMá DE LAS CASAS, Historia de las Indias, México, Fondo de
Cultura Económica, II, 1951, págs. 261-262.
23 Ibid., cap. iv, libro III, págs. 441-442.
24
M. MAHN-LOT, Bartolomé de Las Casas et le droit des Indiens, París,
Payot, 1982.

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encuentra estimación y amistad en el regente del reino, el


cardenal Cisneros. Atención le prestará también Carlos V,
y por algún tiempo el príncipe Felipe, hasta que, a su vez
rey, agobiado por siempre nuevas necesidades financieras,
se hará más sordo ante las denuncias del fraile.
Durante estos largos años Bartolomé de Las Casas viaja
varias veces a las Antillas, Guatemala, México. Su abierta
defensa del indígena suscita protestas, determina asaltos
cruentos y hasta tentativas de asesinarle. Él defendía una
única idea posible de la presencia española en América, la
de la misión evangelizadora, pero condenaba la imposi-
ción del bautismo en masa. Fray Toribio de Benavente, al
contrario, se preciaba de haber bautizado de una sola vez
a más de cuatrocientos indios y defendía la legitimidad de
la constricción para la difusión del Evangelio. Insensible a
los hechos económicos, Las Casas podía parecer un sembra-
dor de desorden, si propugnaba la abolición de la 'enco-
mienda' — lo cual ocurrió con las Leyes Nuevas de 1542,
origen de graves disturbios y de una guerra civil en el Perú,
la que capitaneó Gonzalo Pizarro—, la liberación de los
esclavos y la restitución de los bienes robados a los indígenas.
Con sus Treinta proposiciones muy jurídicas y el Con-
fesionario, los tratados contra la esclavitud, Las Casas debía
parecerle un peligroso revolucionario a Motolinía. De ahí
su Carta al Emperador, donde Las Casas es presentado como
el destructor de las Indias. No sin razón, acaso, Crovetto ve
en la carta del franciscano una alianza entre frailes menores
y colonos, "stretta ab antiquo" y reforzada ahora por la ne-
cesidad de hacer frente a un enemigo común 25 . Más pro-
bablemente se trataba de una alianza no programada, que
en fray Toribio de Benavente correspondía a una visión
rescatante de la presencia hispánica, superadas las inevitables
caídas, en nombre de los fines alcanzados.
A pesar de estas duras oposiciones, acusaciones y ca-
lumnias, Bartolomé de Las Casas prosigue sin inmutarse su
25
Cfr. P. L. CROVETTO, / segni del Diavolo e i segni di Dio, en Ulmmaginc
RijUssa, VIII, 1985, pág. 123, y especialmente el tomo del mismo título, donde
se desarrolla y se profundiza el tema, Roma, Bulzoni, 1992.

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obra, que pronto ve un extraordinario éxito. En el ámbito


de las conciencias su palabra inquieta profundamente e in-
funde en ellas, y en el mismo Emperador, el temor a la
perdición. De la legitimidad de la guerra, si existe una gue-
rra 'justa', si los indios son seres provistos o no de alma,
si es lícito reducirlos al estado de esclavitud porque son
inferiores, pertenecientes a ese estrato de individuos que Aris-
tóteles consideraba "naturalmente" siervos, Las Casas hace
temas fundamentales de su campaña, que tiende a demos-
trar la absoluta ilegitimidad de lo que pretenden los parti-
darios de la Conquista. Escribe en 1542, en su Representación
al Emperador Carlos V:

Manifiesto es a todo el mundo, muy sagrado César, los delitos


e insultos inexpiables que los españoles a Dios Nuestro Señor han
hecho en las Indias, e deservicios incomparables e daños a V. M.,
destruyendo e matando aquellas tantas y tan innumerables mansas
e domésticas gentes, y despoblando tan grandes tierras, robando in-
finitos tesoros, que no bastaría príncipe del mundo a los recompensar,
solamente por ejercitar su cruel tiranía para alcanzar el fin que han
tenido por Dios, que es hartarse de oro contra todas las leyes natu-
rales, divinas y humanas e contra la voluntad y sin sciencia de V. M.
Por los cuales estragos, muertes y robos y pecados nefandísimos nin-
guno ignora [... ] merecer los tales delincuentes e grandes pecadores
perder no solamente una vida, pero muchas que tuviesen, e ser pri-
vados de muchos y grandes bienes y estados que suyos propios y
heredados de legítimo patrimonio hobiesen y alcanzasen o poseye-
sen. [ . . . ] » .

Son estos motivos los que le llevarán a la redacción, en


1552, de la Brevísima relación de la destrucción de las Indias,
texto que tanto escándalo debía de suscitar en España y en
Europa, por distintos motivos. Será este libro la base sobre
la que se fundará la 'leyenda negra', denuncia de los ho-
rrores de la Conquista, de los que se harán difusoras las
naciones enemigas de España y que hasta en Italia tendrá
su eco en la obra de Girolamo Benzoni, la Historia del
Mondo Nuovo, que se edita en Venecia en 1567. España,

26
B. DE LAS CASAS, Representación al Emperador Carlos V, en En defensa
de los indios, Sevilla, Biblioteca de Cultura Andaluza, 1985, pág. 105.

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naturalmente, reacciona frente a tantas acusaciones, y es to-


davía en defensa de la nación española como en 1963 don
Ramón Menéndez Pidal publica su discutido libro El Padre
Las Casas: su doble personalidad, donde sostiene la tesis de la
paranoia, de la anormalidad mental y hasta de la falta de
espíritu cristiano en el dominico:

[... ] Debemos mirar con grande y compasiva simpatía al Las


Casas que se mostró el más activo, el más tenaz de todos los pro-
curadores de indios, el más exaltado apologista de ellos, el más vio-
lento acusador de abusos antiindianos; pero a la vez debemos poner,
con ecuanimidad, junto a ése, al Las Casas que despreciaba la civili-
zación occidental, el de las disparatadas concepciones históricas, el
de la idea fija de que los indios eran los únicos dueños soberanos del
Nuevo Mundo, el que apoyaba esa idea con incendiarias imposturas
difamatorias, el que se movía fuera de toda realidad27.

Libro increíble, el de Menéndez Pidal. Con mucha ra-


zón afirma Marcel Bataillon que, aunque tan hostilizado,
acusado y denigrado, nunca había sido tratado Las Casas
de loco, cuando al contrario fue "el enderezador de entuer-
tos terriblemente reales y actuales", no un individuo aislado,
sino "el más célebre y el más notorio de los evangelizadores
defensores de los indios, que forman una minoría activa en
todas partes, aborrecida por los colonos, pero que éstos deben
más o menos escuchar sobre el terreno, de igual manera que
les escuchan, en la Corte, los legisladores"28.
Para nosotros, de todos modos, la Brevísima, con todas
sus posibles exageraciones, es el documento más valedero
de un espíritu generoso, movido no solamente por la caridad
cristiana, sino por un alto concepto de la persona humana,
a cualquier raza que pertenezca. En su De regia potestate
afirma Las Casas que "no hizo Dios a un hombre siervo,
sino que a todos concedió idéntica libertad", y que esta li-
bertad "es un derecho inherente al hombre necesariamente

27
R. MENÍNDEZ PIDAL, El Padre Las Casas: su doble personalidad, Madrid,
Espasa - Calpc, 1963, pág. 392.
28
M. BATAUXON, Estudios sobre Bartolomé de luis Casas, Barcelona, Edi-
ciones Península, 1976, pág. 15.

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y desde el principio de la naturaleza racional, y es por eso


de derecho natural, como se dice en el Derecho: existe idén-
tica libertad para todos"29. Grande es su actualidad, pues,
y más todavía para el mundo americano.
Más adelante el fraile afirma que la libertad "jamás
puede perderse por prescripción", y frente a las tentaciones
absolutistas sostiene el origen popular del poder; de ello vie-
ne que las rentas reales y los tributos "fueron pactados entre
los reyes y los pueblos desde el comienzo del régimen políti-
co. Por consiguiente, sólo por libre consentimiento del pueblo
han adquirido valor jurídico. Así que ninguna limitación a
la libertad es legítima sin el consentimiento popular" 30 .
Bastaría esto para justificar la modernidad de Las Casas.
Estas ideas, defendidas con ardor, vieron al dominico
en abierta y dura polémica con Ginés de Sepúlveda, quien
defendía la legitimidad de la Conquista 31 . Las Casas lo de-
rrotó demostrando que todas las guerras de conquista son
"tiránicas, injustas e inicuas", y en cuanto a las 'encomien-
das', afirmaba que "Ninguna otra pestilencia pudo el diablo
inventar para destruir todo aquel orbe, consumir y matar
todas aquellas gentes de él y despoblar, como ha despoblado,
tan grandes y tan poblados reinos" 32 .
Su aversión por los 'encomenderos' tenía aquí su justifi-
cación y se explica que éstos intentaran neutralizar a un
enemigo armado de tanta dialéctica. Cuando fray Bartolomé
acepte el nombramiento de obispo de Chiapas, en Guate-
mala — donde tanto éxito había tenido en "territorio de
guerra" su programa de pacífica evangelización, tanto que
el soberano cambió su nombre en territorio de la "Vera
Paz"—, y alcance su diócesis, serio se hará el peligro para
su vida. Los 'encomenderos', a quienes niega la absolución

29
B. DE LAS CASAS, De regia potestate, en En defensa de los indios,
pág. 263.
30 Ibid.
31
Cfr. de J. GINÉS DE SEPÚLVEDA: Demácrate; primero. Demácrate; se-
gundo, Apología, Resumen sobre las cuestiones que atañen a la guerra de los
indios y la Controversia con Bartolomé de Las Casas.
32
B. DE LAS CASAS, De regia potestate, págs. 267-268.

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de sus pecados si antes no han liberado sus esclavos, como


dispone el Emperador, intentarán asesinarle. También ten-
drá en su contra a prelados influyentes, como Diego de
Landa, obispo de Guatemala, y el mencionado Motolinía.
Amargado, fray Bartolomé regresa a España, pero para con-
tinuar desde allí su batalla. Los que aceptan sus ideas son
cada vez más numerosos; su palabra no es la de un facine-
roso, sino la de un hombre santo que abre brecha en los
corazones.
La Brevísima fue un texto decisivo. A un mundo de
gentes creadas por Dios "las más simples, sin maldades ni
dobleces, obedientísimas, fidelísimas a sus señores naturales
y a los cristianos a quienes sirven; más humildes, más pa-
cientes, más pacíficas y quietas, sin rencillas ni bullicio, no
rijosos, no querulosos, sin rencores, sin odios, sin desear ven-
ganzas, que hay en el mundo" 3 3 — idealización heredada
acaso del primer Colón—, Las Casas opone —uso hábil de
la antítesis, como lo ha notado Saint-Lu M — un universo
bestial, que crudamente denuncia en sus fechorías, partien-
do de las primeras cometidas en la Española: rapto de mu-
jeres e hijos, apropiación de bienes, violencia física.
Ciertamente fray Bartolomé tiende a recargar los colo-
res, se vale de la acentuación del contraste bondad-maldad,
muy eficaz. Y, sin embargo, bien sabemos hasta qué punto
llega la crueldad en los hombres de armas extranjeros en
las tierras que invaden. Así en la que ha sido exactamente
definida "testimonio implacable de las injusticias, y más
allá de su contenido acusador, angustiada protesta huma-
nitaria e instrumento capital de la lucha por la justicia" S5,
se suceden episodios aterradores.
Las denuncias contenidas en la Brevísima constituyen
sólo el comienzo de un gran acto de acusación que envuelve

83
B. DE LAS CASAS, Brevísima relación de la destrucción de las Indias,
ed. de A. SAINT-LU, Madrid, Cátedra, 1982, págs. 71-72.
34
A. SAINT-LU, "Introducción a B. DE LAS CASAS, Brevísima relación...",
págs. 45 y sig.
35
Ibid., pág. 53.

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a los conquistadores de todas las regiones de América, auto-


rizado también por el testimonio de frailes y obispos, quienes
levantan indignadas protestas al soberano.
Los últimos años de Bartolomé de Las Casas transcurren
en el prestigioso convento dominico de San Gregorio, en
Valladolid; pasa allí el período 1553-1560. En los años suce-
sivos sigue a la corte, primero a Toledo, luego a Madrid,
donde el rey Felipe II había establecido la capital del reino,
y allá reside en el convento de Atocha, donde muere el 15
de julio de 1566.
En su testamento legará al convento de San Gregorio
todos sus escritos y el nutrido archivo de cartas y documentos
que atañen a las Indias, ahora en una pequeña parte en la
Biblioteca Nacional de París. Su Historia de las Indias no
se podrá publicar, por su expresa voluntad, antes de que
hayan pasado cuarenta años desde su muerte: en realidad
pasarán muchos más antes de que vea la luz.
Durante el último período de su vida la actividad del
padre Las Casas fue casi frenética. Se le consultó con fre-
cuencia, no tanto a nivel gubernamental, donde se tendió
a dejarle a un lado, sino como director de conciencias. Sus
ideas sobre los indios habían recorrido camino y se habían
impuesto; ya en otros territorios de América, desde la Nueva
Granada hasta el Perú, obispos y frailes seguían su ense-
ñanza y negaban la absolución a los 'encomenderos' que
no se arrepentían sinceramente y devolvían la libertad a
sus indios, con todo lo que les habían quitado.
En el Perú la situación era cada vez más escandalosa:
no solamente se había hecho prisionero con engaño, en los
comienzos de la Conquista, y luego se le había matado, al
legítimo soberano, Atahualpa, sino que se habían despojado
de sus bienes a los indios, y ahora se profanaban las tum-
bas de sus muertos, para apoderarse de objetos votivos
preciosos. En enero de 1564 fray Bartolomé contesta sobre
las doce dudas de conciencia que desde el Perú le somete
fray Bartolomé de la Vega, y lo hace con un Tratado de
riguroso empeño moral, donde, fundándose en bases jurídi-
cas y humanas, sostiene la absoluta ilegitimidad de la

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posesión hispánica del imperio incaico, la necesidad de su res-


titución, la ilegitimidad de los tributos impuestos a los in-
dígenas y de los provechos obtenidos de la explotación de las
minas y bienes ajenos, la indignidad de despojar los sepul-
cros y santuarios y en fin de apoderarse de tierras que per-
tenecen a otros. Además el dominico proclama la necesidad
de reconocer como legítimo heredero del antiguo imperio
incaico al príncipe Titu, descendiente de Huainacapac, al
cual se le debía dejar plena libertad de aceptar la religión
católica y de reconocer al rey de España como su protector.
Sólo el perdón de las poblaciones indígenas habría podido
devolver la paz a las conciencias de los españoles.
El jurista Juan de Matienzos intentará refutar las afir-
maciones de Las Casas, que, por utopistas que sean, consti-
tuyen una nueva prueba de la integridad moral del domini-
co, cada vez más convencido de que España, a través de la
Bula de Alejandro VI, no había obtenido la propiedad de
las Indias, sino únicamente la autorización para difundir en
ellas el Evangelio. Cuando más tarde el soberano se haga
más sordo a sus denuncias, el fraile se dirigirá al pontífice
Pío V, y le suplicará que intervenga con el arma de la ex-
comunión:
[... ] a V. B. humildemente suplico que haga un decreto en que
declare por descomulgado y anatemizado cualquiera que dijere que
es justa la guerra que se hace a los infieles, solamente por causa
de idolatría, o para que el Evangelio sea mejor predicado, especial-
mente a aquellos gentiles que en ningún tiempo nos han hecho, ni
hacen, injuria. O al que dijere que los gentiles no son verdaderos
señores de lo que poseen; o al que afirmare que los gentiles son in-
capaces del Evangelio y salud eterna, por más rudos y de tardo
ingenio que sean, lo cual ciertamente no son los indios, cuya causa,
con peligro mío y sumos trabajos, hasta la muerte yo he defendido,
por la honra de Dios y de su iglesia86.

La Petición al pontífice, de 1566, es como el testamento


espiritual de Bartolomé de Las Casas: se reflejan en ella su
conducta, los peligros de su vida de predicador de la justi-

88
B. DE LAS CASAS, Petición a Su Santidad Pío V sobre los negocios de
las Indias, en En defensa de los indios, pág. 261.

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cia y el derecho, sus preocupaciones por defender la dignidad


del hombre y el futuro de América, sobre todo su preocu-
pación moral por la corrupción de un clero que sólo miraba
a enriquecerse, gravísimo escándalo "y no menos detrimento
de nuestra santísima religión" 37 .
Al clausurar su escrito Del único modo de traer a todos
los pueblos a la verdadera religión, el dominico había reco-
mendado a sus cofrades: "Esfuércense en vivir una vida pura
y santa. Sean un ejemplo en sus palabras, en su trato, en
su caridad, en su fe, en su castidad, de suerte que nadie
menosprecie sus personas"38. La conversión debía venir del
ejemplo, sin necesidad de imposiciones o violencia.
Con gran acierto Marianne Mahn-Lot ha subrayado que
el fraile miró siempre al valor dinámico del fermento evan-
gélico para instaurar cambios profundos. Su figura, en el
panorama ensangrentado de la América vencida, asume, por
ello, las características del precursor "d'un réveillement de
consciences, dont on n'a pas fini d'épuiser le message"3*.
No de diferente manera Neruda, situando a Las Casas, en
su Canto general, entre los "Libertadores" del mundo ame-
ricano, única figura de eclesiástico apreciada sinceramente,
subraya su papel: "era tu mano adelantada / estrella zodia-
cal, signo del pueblo". Para concluir celebrándolo como ins-
pirador suyo en la lucha por la libertad de los pueblos:

Hoy a esta casa, Padre, entra conmigo.


Te mostraré las cartas, el tormento
de mi pueblo, del hombre perseguido.
Te mostraré los antiguos dolores.
Y para no caer, para afirmarme
sobre la tierra, continuar luchando,
deja en mi corazón el vino errante
y el implacable pan de tu dulzura *°.
37 Ibid.
38
B. DE LAS OSAS, Del único modo para atraer a todos los pueblos a la
verdadera religión. Advertencia de A. Millares Cario, Introducción de L. Hanke,
México, Fondo de Cultura Económica, 2* ed., 1975, pág. 475.
3» M. MAHN-LOT, op. cit., pág. 261.
40
PABLO NERUDA, Canto general, IV, Los libertadores: II, Fray Bartolomé
de Las Casas, en Obras completas, 3* ed., I, Buenos Aires, Losada, 1967.

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Entre la espada y la cruz se desarrolla un largo mo-


mento determinante del mundo americano y su futuro.
Frente a la violencia de la espada, la defensa de la cruz,
que también llegó a ser símbolo temido por el contraste
entre la palabra evangélica y la actuación de la fuerza. Pero
personajes como fray Toribio de Benavente y, sobre todo,
el padre Bartolomé de Las Casas, se encargarían de devolver
al símbolo sagrado su positivo significado. España debería
celebrar sobre todo a estos hombres y enorgullecerse de ha-
berlos tenido, pues la ennoblecen y la rescatan.

GIUSEPPE BELLINI.
Universidad de Milán.

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