Prueba de ADN

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ARIEL SALAZAR RAMÍREZ

Magistrado ponente

STC1976-2019

Radicación n.º 25000-22-13-000-2018-00310-01

(Aprobado en sesión de veinte de febrero de dos mil diecinueve)

Bogotá, D. C., veintiuno (21) de febrero de dos mil diecinueve (2019).

Decide la Corte la impugnación formulada contra el fallo de tutela proferido el treinta y uno de octubre
de dos mil dieciocho por la Sala Civil Familia del Tribunal Superior de Distrito Judicial de Cundinamarca, en la
acción de tutela promovida por M.J.V.T (menor de edad) contra el Juzgado Segundo Promiscuo de Familia de
Girardot, trámite al cual se ordenó vincular al Juzgado Primero Promiscuo de Familia de ese municipio, a la
Defensoría de Familia del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, al Procurador 128 Judicial II de Familia y a
las partes e intervinientes en el proceso donde se origina la queja.

I. ANTECEDENTES

A. La pretensión

La accionante, quien, cuenta con 15 años de edad, solicitó el amparo de sus derechos
fundamentales que estima vulnerados por el juzgador accionado al obligarla a practicarse la prueba de ADN con
miras a establecer su filiación natural, no obstante que no es su deseo saber si el demandante es o no su
progenitor, pues desde su nacimiento tiene establecida plenamente su familia.

En ese sentido, explicó la adolescente: “[a]l único papá que he conocido durante toda mi vida ha sido
J.F.V.R”; en el colegio sus compañeros la conocen “con mis nombres y apellidos que tengo. No quiero que se
burlen de mi ni de mi familia”, ni “que alguien que aparece casi 16 años después de que nací aparezca en mi
vida y me la revuelque, saber eso me ha hecho sufrir mucho, ya estoy para graduarme y me tocaría cambiar
todos los papeles (…) [e]se señor nunca me dio nada y si me causa ahora un gran malestar y quiere desbaratar
mi familia que son mi mamá, mi papá y mi hermanita”. [Folio 1, c.1]

B. Los hechos

1. El 11 de mayo  de 2018, Javier Giovanny Capera Quintana, presentó demanda de impugnación de
la paternidad contra J.F.V.R., L.G.T.Y. y la tutelante, los dos primeros, en condición de padres inscritos de la
última.

2. El conocimiento del asunto correspondió por reparto al Juzgado Primero Promiscuo de Familia de
Girardot, autoridad que mediante auto de 7 de junio de 2018, lo admitió a trámite, ordenó la notificación del
extremo demandado y la práctica de la prueba de ADN, de conformidad con lo establecido en el numeral 2º del
artículo 386 del Código General del Proceso, en concordancia con el artículo 1º de la Ley 721 de 2001. Como
fecha para llevar a cabo el procedimiento se señaló el 10 de julio de 2018.

3. El 6 de julio de 2018, se notificó a los demandados la orden para la práctica del examen genético.
4. El 9 de julio de 2018, los demandados confirieron poder para su representación a un profesional
del derecho, quien presentó incapacidad médica prescrita a la accionante por los días 9 a 11 de ese mes y año,
como  justificación para no asistir a la toma de las muestras de sangre.

5. El 12 siguiente, el padre inscrito interpuso recurso de reposición y en subsidio apelación contra el


auto admisorio de la demanda, para que, en su lugar, se rechazara con fundamento en que, entre otros
argumentos, había operado la caducidad de la acción y en que debían ponderarse cuidadosamente los
derechos de la menor involucrada en el litigio, dado que “se ventila un tema tan delicado que puede llegar a
afectar profunda y gravemente la integridad sicológica, social y personal de la niña MJVT”.

En consecuencia, pidió que “a la actuación se le imponga la atención, reserva y cuidado extremos y


necesarios para evitar lastimar o afectarla, máxime que goza de especial protección constitucional y que por
más de 15 años ha tenido una familia,   entorno social y cultural propicios, es decir, la estabilidad sicológica
armoniosa y edificante que garantiza la Carta Política y que merece protección y respeto, entorno que no puede
verse resquebrajado catastróficamente por intentos harto extemporáneos y acompañados de no se sabe qué
fin, a estas alturas malsanos, de terceros”.

El día 18 del mismo mes, la madre de la adolescente también planteó las referidas censuras.

6. En escrito separado, la parte demandada manifestó: “…en aras de la protección íntegra de la


menor MJVT… comedidamente ruego que no se tome determinación alguna que pueda vincular a dicha niña,
dado que en su fuero interno tiene cimentada por más de 15 años una familia y entorno cuyo cambio brusco la
puede afectar gravemente, hasta tanto no se desaten los recursos interpuestos contra el auto admisorio”.

7. El 8 de agosto de 2018, el juzgado mantuvo la orden de practicar el examen al considerar que los
requisitos formales para admitir la demanda estaban satisfechos y que la norma sustancial no restringe al padre
biológico el derecho de impugnar la paternidad del reconociente; sin embargo, no hizo pronunciamiento sobre la
salvaguarda rogada en favor de la niña. Por último, negó la impugnación subsidiaria.

8. El 6 de septiembre del mismo año, el extremo pasivo contestó la demanda; manifestó su oposición
a las pretensiones y propuso las excepciones que denominó “inexistencia de la menor de edad”, “prevalencia
del derecho que le asiste a la menor de edad de repeler el derecho que le pueda corresponder a conocer su
identidad y filiación (en este caso solo referida a quién sería su padre) y conservar el nombre, familia, estado
civil ante la sociedad y el atributo de la personalidad jurídica que ha llevado y tenido por más de 15
años”, “prevalencia del derecho que le asiste a la menor de edad MJ de preservar su status frente al tardío e
insano afán del demandante de establecer si es su padre o no”, “negativa justificada a practicarse la prueba”,
“violencia psicológica y obstaculización abrupta del ejercicio de los derechos de la menor de edad MJ”,
“vulneración del derecho a la vida, a la calidad de vida, a un ambiente sano, a la integridad personal y a tener
una familia”, “infracción a los deberes de custodia, cuidado personal y alimentos”, “transgresión al derecho a la
intimidad”, “la ley no puede tutelar derechos del infractor de la misma”, “la menor MJ tiene derecho a conservar
su identidad”, “indemnización de perjuicios a favor de la menor de edad MJ”, “importunación arbitraria de las
libertades que le asisten a la menor MJ” y “excepción de inconstitucionalidad”. Entre otras pruebas, pidió
escuchar a la adolescente.

9. El 25 de septiembre siguiente, el juez señaló que, por imperativo legal, la prueba de ADN debía
practicarse tal y como se ordenó en el auto admisorio, por lo que indicó a las partes que era su deber prestar la
colaboración necesaria para llevarla a cabo. En consecuencia, reprogramó la diligencia para el 23 de octubre de
2018.

10. El apoderado de los demandados solicitó una vez más que «…en pro de los derechos
prevalentes de la menor MJVT, se le escuche en esta actuación y antes de la práctica del examen de ADN
decretado, dado que conforme lo expresan mis poderdantes es su voluntad hacerlo, esto con intervención del
Ministerio Público- Procuraduría General de la Nación, trabajadora social del Despacho y la Defensoría de
Familia asignada si [es] el caso.»

11. En auto de 2 de octubre de 2018 se dispuso iniciar trámite sancionatorio contra el profesional del
derecho, por estimar que sus peticiones tendientes a evitar la práctica de la prueba constituían infracción a sus
deberes, pues “la mera enunciación de la voluntad de la menor, no varía la orden judicial emanada de la misma
Ley en desarrollo de sus derechos fundamentales”.

12. El día 10 del mismo mes y año, el apoderado de los demandados presentó renuncia al poder
conferido.

13. En criterio de la peticionaria del amparo, en el referido trámite se vulneraron sus garantías
superiores, toda vez que se le está obligando a realizarse un examen con el que no está de acuerdo porque no
tiene interés en establecer la eventual existencia de un lazo sanguíneo con el demandante, pues durante sus
más de 15 años de vida, solo ha tenido por tal a quien le dio su apellido. Por lo anterior, reclamó la protección de
su nombre y familia, que la han identificado desde su nacimiento.

C. El trámite de la instancia

1. Mediante auto de 22 de octubre de 2018, la Sala Civil Familia del Tribunal Superior de Distrito
Judicial de Cundinamarca admitió la acción de tutela y dispuso la vinculación de los intervinientes en el litigio y
ordenó correrles traslado para que ejercieran su derecho de defensa. [Folio 4, c.1]

2.  El Juzgado accionado reseñó con detalle la actuación objeto de reproche y manifestó que no ha
vulnerado ningún derecho a la promotora del amparo, toda vez que el proceso está en la fase inicial, donde lo
que se está exigiendo a las partes es su colaboración con la administración de justicia para que pueda llevarse a
cabo la prueba de ADN, tal como lo manda el legislador en este tipo de procesos. [Folios 16-18, c.1]

El señor Capera Quintana contestó uno a uno los hechos narrados en la queja constitucional y
argumentó que la adolescente está siendo manipulada por quienes figuran como sus progenitores y que, en
todo caso, los eventuales efectos adversos que puedan derivarse para la menor en su entorno escolar pueden
solucionarse mediante “la aplicación del manual de convivencia de la institución educativa”, y que “una vez en
firme la providencia, el juez de instancia remitirá el caso al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF)
grupo interdisciplinario para lo pertinente”. [Folios 21-24, c.1]

3. El Tribunal Superior de Cundinamarca en sentencia 31 de octubre de 2018, negó el amparo


solicitado al considerar que el mecanismo de tutela es prematuro pues el proceso aún se encuentra en una
etapa inicial, sin que se haya tomado una decisión de fondo todavía, por lo cual no le es dable en sede de tutela
anticiparse un pronunciamiento que le corresponde al juez natural. [Folios 26-29, c.1]

4. Inconforme, la accionante impugnó la decisión sin exponer los motivos de su inconformidad. [Folio
46, c.1]

II. CONSIDERACIONES

1. Tal como ha sido sostenido por la jurisprudencia nacional, por regla general la acción de tutela no
procede contra providencias judiciales y, por tanto, sólo en forma excepcional resulta viable la prosperidad del
amparo para atacar tales decisiones cuando con ellas se causa vulneración a los derechos fundamentales de
los asociados.
Los criterios que se han sostenido para identificar las causales de procedibilidad en estos eventos
están cimentados en el reproche que merece toda actividad judicial arbitraria, caprichosa, infundada o rebelada
contra las preceptivas legales que rigen el respectivo juicio, con detrimento de las garantías de las personas que
han sometido la resolución de sus conflictos a la jurisdicción.

2. Una de las causas que autorizan la intervención del Juez de tutela en estos asuntos, corresponde
a aquellos eventos en que el juzgador, con desconocimiento del ordenamiento constitucional o legal, adopta
decisiones o actuaciones que lesionan derechos fundamentales de las partes o intervinientes, circunstancia que
autoriza, incluso, superar el incumplimiento de los requisitos de procedibilidad de la acción de amparo, en aras
de dar prevalencia al derecho sustancial.

En ese sentido, si bien se ha dicho que la acción de tutela no puede utilizarse como un mecanismo
paralelo, ni adicional al trámite judicial ordinario establecido por el legislador para resolver las controversias, es
lo cierto que en casos como el de ahora, no resulta razonable desestimar el amparo con fundamento en que el
juzgador cognoscente aún no ha dirimido la litis, porque, precisamente la salvaguarda incoada está orientada a
evitar que se llegue a esa instancia procesal.

Al respecto, no puede perderse de vista que las distintas peticiones elevadas en el proceso por la
tutelante, a través de sus representantes legales y ahora, de manera directa por esta vía constitucional, tienden
a mantener intactos los lazos filiales consolidados con la única persona que respecto suyo se ha comportado
como un padre, e impedir la invasión indebida a su fuero interno e intimidad, porque es su deseo conservar sus
apellidos y el núcleo familiar que ha tenido desde su nacimiento.

Luego, negar la protección para deferir al juzgador accionado la decisión del asunto al momento de
dictar sentencia, conlleva permitir que se consume la vulneración alegada.

Tampoco resultaría efectivo ordenarle resolver de fondo las solicitudes que, en el sentido ya descrito,
se han elevado insistentemente en nombre de la peticionaria del amparo, dado el tiempo transcurrido sin que
ello ocurra, de una parte; y de otra, porque las especialísimas circunstancias que este caso plantea, ameritan la
intervención del juez constitucional, con miras a materializar la prevalencia de los derechos fundamentales de la
accionante a pertenecer a una familia y no ser separado de ella, identidad, personalidad jurídica,
autodeterminación, libre expresión de su opinión y libre desarrollo de la personalidad, en acatamiento al artículo
44 Superior y demás normas que lo desarrollan y complementan.

3. El ordenamiento superior nacional, en armonía con los tratados internacionales sobre los derechos
de los niños, niñas y adolescentes, establece que se les debe garantizar “…la vida, la integridad física, la salud
y la seguridad social, la alimentación equilibrada, su nombre y nacionalidad, tener una familia y no ser
separados de ella, el cuidado y amor, la educación y la cultura, la recreación y la libre expresión de su opinión.
(…) [la protección] contra toda forma de abandono, violencia física o moral, secuestro, venta, abuso sexual,
explotación laboral o económica y trabajos riesgosos. Gozarán también de los demás derechos consagrados en
la Constitución, en las leyes y en los tratados internacionales ratificados por Colombia”

De allí nace la obligación para la familia, la sociedad y el Estado de “asistir y proteger a los niños,
niñas y adolescentes” para “garantizar su desarrollo armónico e integral y el ejercicio pleno de
sus derechos, así como el compromiso de los países signatarios de la Convención sobre los Derechos
del Niñ

 de asegurarles “la protección y el cuidado que sean necesarios para su bienestar” (art. 3,


num. 2).
3.1. En el citado instrumento internacional se reconoció que la familia es el “grupo
fundamental de la sociedad y medio  natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros,
y en particular de los niños”,  por lo que cualquiera sea su origen  “debe recibir la protección y
asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la
comunidad”, pues el niño “para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad,  debe crecer
en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión” (se subraya)

El artículo 7° establece que los menores de edad tienen derecho a ser cuidados por sus
padres, y el precepto siguiente impone a los Estados Partes la obligación de  “respetar el derecho
del niño a preservar su identidad, incluidos la nacionalidad, el nombre y las relaciones
familiares  de conformidad con la ley sin injerencias ilícitas” (se subraya).

Ahora bien, el artículo 9° asigna a los países signatarios el deber de velar “porque el niño
no sea separado de sus padres contra la voluntad de éstos, excepto cuando, a reserva de revisión
judicial, las autoridades competentes determinen, de conformidad con la ley y los procedimientos
aplicables, que tal separación es necesaria en el interés superior del niño...”.

Tal prerrogativa acompasa con la garantía superior de las niñas, niños y adolescentes de
“tener una familia y no ser separados de ella”¸ reconocida por el artículo 44 de la Carta Política,
que es desarrollada por el precepto 22 de la Ley 1098 de 2006 (Código de la Infancia y la Adolescencia) en
los siguientes términos:

«Los niños, las niñas y los adolescentes tienen derecho a tener y crecer en el seno de la
familia, a ser acogidos y no ser expulsados de ella.

(…)  sólo podrán ser separados de la familia cuando esta no garantice las condiciones para
la realización y el ejercicio de sus derechos conforme a lo previsto en este código. En
ningún caso la condición económica de la familia podrá dar lugar a la
separación”. (subrayado propio)

Sobre la naturaleza y alcance de esta garantía esencial, prevalente y preferente de los


menores, la Corte Constitucional sostuvo:

(…) No se trata apenas de una aspiración explicable e importante de los menores sino de un
verdadero derecho suyo con rango de fundamental. La familia es el núcleo humano que
acoge al niño desde su nacimiento, le prodiga cuidados y protección, le facilita la adecuada
y oportuna evolución de sus caracteres físicos, morales y síquicos, estructura
paulatinamente su personalidad, moldea y orienta sus más diversas inclinaciones y
preferencias, forja su personalidad, al menos en las fases iniciales, y le ofrece permanente e
integral amparo para sus derechos.

El niño debe encontrar, y normalmente encuentra en la familia, ambiente propicio para su


desarrollo. Ella lo cobija y defiende, en los aspectos más elementales y necesarios
-vestuario, comida, educación, formación social y religiosa-, y además proyecta y define los
rasgos esenciales de su personalidad.

Para el niño, ser separado de su familia significa violencia, crisis, peligro, desestabilización,
tragedia. Es su derecho el de permanecer en el seno de ella, como lo es también el de
reclamar la presencia constante, o al menos regular, de sus padres, aun en situaciones de
ruptura conyugal, no menos que la compañía de los hermanos.  De donde resulta que la
separación del entorno familiar afecta al menor en lo más profundo y delicado de su ser en
desarrollo y puede causar, además de la desprotección física, gravísimos problemas
sicológicos y emocionales y traumas de difícil solución posterior.

Desde luego, el concepto de familia no incluye tan sólo la comunidad natural compuesta
por padres, hermanos y parientes cercanos, sino que se amplía, incorporando aun a
personas no vinculadas por los lazos de la consaguinidad, cuando faltan todos o algunos
de aquéllos integrantes, o cuando, por diversos problemas -entre otros los relativos a la
destrucción interna del hogar por conflictos entre los padres, y obviamente los
económicos- resulta necesario sustituir al grupo familiar de origen por uno que cumpla con
eficiencia, y hasta donde se pueda con la misma o similar intensidad, el cometido de
brindar al niño un ámbito acogedor y comprensivo dentro del cual pueda desenvolverse en
las distintas fases de su desarrollo físico, moral, intelectual y síquico.

El Estado tiene la obligación de obrar en tales casos con la mira puesta en la mejor
protección del niño. Pero, naturalmente, no bajo la perspectiva de una función ciega y
predeterminada, independiente de las circunstancias, sino fundada en la realidad.  Es decir,
la intervención estatal sólo tiene cabida en cuanto se requiera su actividad y en búsqueda
de mejores condiciones que las actuales; no para desmejorar la situación del menor, ni para
someterla al albur de mundos desconocidos cuando el que lo rodea es adecuado a la
finalidad perseguida. (CC, T-049-99, 1° feb. 1999, rad. T-182058; se subrayó para enfatizar)

3.2. La familia constituye un espacio privilegiado en el cual los niños, niñas y


adolescentes construyen sus referentes de identidad personal y social, por lo que alterar o injerir
indebidamente en la construcción de esa identidad, que incluye “las relaciones familiares, genera
situaciones de sufrimiento y desarraigo que afectan su desarrollo psicológico y emocional.

El derecho a preservar la propia identidad guarda una estrecha relación con la


prerrogativa que toda persona tiene al reconocimiento de su personalidad jurídica consagrado en el artículo 14
de la Constitución Política, la cual está compuesta por ciertos atributos destinados a identificar a cada individuo,
entre ellos el estado civil (T-023 de 2016).

A voces del artículo 1º del Decreto 1260 de 1970, el estado civil de una persona  «…es su situación
jurídica en la familia y la sociedad, determina su capacidad para ejercer ciertos derechos y contraer ciertas
obligaciones, es indivisible, indisponible e imprescriptible, y su asignación corresponde a la ley.». Sus elementos
son la individualidad, la edad, el sexo, el lugar de nacimiento y la filiació, los cuales pueden derivar de los
hechos, los actos o las decisiones judiciales (C-109 de 1995, T-909 de 2000, T-721 de 2010, T-006 de 2011 y T-
023 de 2016).

Por eso, tal como lo ha precisado la jurisprudencia de esta Sala, «históricamente el


legislador ha regulado el tema del estado  civil y de la familia con precisión y cuidado sumos a fin de
proteger la propia intimidad que rodea su constitución y de atender a las realidades que en punto
de los hijos genera su entorno y su propio desarrollo. (…) siempre ha preferido el legislador
aceptar los hechos por los cuales se producen situaciones jurídicas que surgen de la vivencia de
las relaciones intrafamiliares, en lugar de dejar un determinado estado civil en entredicho o sujeto
a una incertidumbre permanente, motivo por el cual ha impedido, en línea de principio, que
cualquier persona llegue a cuestionar un estado civil que viene consolidado de atrás, ni que pueda
intentarlo cuando se le ocurra y en todo tiempo, por muy altruista que parezca o pueda ser el
motivo aducido para desvirtuar una situación familiar en cuya construcción afectivamente se han
afirmado lazos sólidos y definitivos. (CSJ SC 2 jun. 2006, rad. No. 11001-31-10-010-2001-13082-01)
3.3. Debido a la trascendencia de la familia en el desarrollo armónico e integral de los
menores, cualquier cambio que se pretenda imponer sobre su conformación y en la dinámica familiar
debe obedecer a la protección de los derechos de los menores, y la actuación de las autoridades, sean
administrativas o judiciales, no puede ser ajena a esta finalidad, de modo que sus decisiones siempre
han de propender por lograr el bienestar de éstos, debiéndose evitar a toda costa, medidas que puedan
ocasionarles una afectación física, espiritual o psíquica, o que reduzcan o eliminen las condiciones del
entorno de protección en el que se encuentren.

Lo anterior es un desarrollo de dos principios que inspiran todo el marco regulatorio de la


salvaguarda de las niñas, niños y adolescentes en los planos nacional e internacional: i) El interés
superior de éstos y ii) La prevalencia de sus derechos.

El artículo 8° de la Ley 1098 de 2006 define el primero como “ el imperativo que obliga a
todas las personas a garantizar la satisfacción integral y simultánea de todos sus Derechos Humanos, que son
universales, prevalentes e interdependientes”.

En tanto el artículo 9° preceptúa que “En todo acto, decisión o medida administrativa, judicial
o de cualquier naturaleza que deba adoptarse en relación con los niños, las niñas y los
adolescentes, prevalecerán los derechos de estos, en especial si existe conflicto entre sus
derechos fundamentales con los de cualquier otra persona…” (subrayado y negrilla para
destacar).

Por mandato del artículo 5° de la obra normativa citada, los anteriores principios, al igual
que las normas y reglas allí contenidas en relación con los menores de 18 años “se aplicarán  de
preferencia a las disposiciones contenidas en otras leyes”.

En palabras de la Corte Constitucional, el “interés superior del menor de edad consiste


en “el reconocimiento de la naturaleza prevaleciente de sus intereses y derechos, que impone a la
familia, la sociedad y el Estado la obligación de darle un trato acorde a esa prevalencia que lo
proteja de manera especial, que lo guarde de abusos y arbitrariedades y que garantice el
desarrollo normal y sano del menor desde los puntos de vista físico, psicológico, intelectual y
moral y la correcta evolución de su personalidad” (T-768-13; se subrayó).

La determinación de dicho interés debe realizarse atendiendo las circunstancias de cada


caso, pues no existen fórmulas maestras que sean capaces de resolver toda especie de conflicto; la
especificidad de cada situación y de las distintas garantías constitucionales y legales que se encuentran
involucradas no sólo del menor, sino también de otras personas como progenitores, padres y
cuidadores, reclama que se adopte una solución única frente a cada asunto concreto.

Como lo ha señalado la jurisprudencia constitucional, el interés superior «no constituye


un ente abstracto, desprovisto de vínculos con la realidad concreta, sobre el cual se puedan
formular reglas generales de aplicación mecánica. Al contrario: el contenido de dicho interés, que
es de naturaleza real y relacional, sólo se puede establecer prestando la debida consideración a
las circunstancias individuales, únicas e irrepetibles de cada menor de edad, que en tanto sujeto
digno, debe ser atendido por la familia, la sociedad y el Estado con todo el cuidado que requiere
su situación personal» (CC, T-510 de 2003 y T-397 de 2004; negrilla para resaltar). 

La consideración de las circunstancias específicas, sin embargo, «no excluye la


existencia de criterios generales que pueden guiar a los operadores jurídicos al momento de
determinar cuál es el interés superior de un menor y cómo materializar el carácter prevaleciente de
sus derechos fundamentales en casos particulares. La aplicación de tales lineamientos,
proporcionados por el ordenamiento jurídico, se debe combinar con la consideración cuidadosa
de las especificidades fácticas que rodean a cada menor en particular, para efectos de llegar a una
solución respetuosa de su interés superior y prevaleciente» (ibídem).

En los citados pronunciamientos, se hizo énfasis en que las autoridades encargadas de


fijar el contenido del interés superior de los niños en controversias concretas, como por ejemplo
los jueces, «tienen altos deberes constitucionales y legales en relación con la preservación del
bienestar integral de los menores  que requieren su protección, deberes que obligan a los jueces y
funcionarios administrativos en cuestión a aplicar un grado especial de diligencia, celo y cuidado
al momento de adoptar sus decisiones…» (subrayado propio).

Por ello, en aras de materializar el interés superior de los niños, niñas y adolescentes en cada
conflicto, la jurisprudencia ha señalado algunos criterios jurídicos orientadores, tales como: (i) la
garantía del desarrollo integral del menor; (ii) la preservación de las  condiciones necesarias para el pleno
ejercicio de los derechos fundamentales del menor; (iii) la protección del menor frente a riesgos
prohibidos; (iv) el equilibrio con los derechos de los parientes biológicos sobre la base de la
prevalencia de los derechos del meno

; y (v) la necesidad de evitar cambios desfavorables en las condiciones presentes del


niño involucrado.

  En relación con el penúltimo, la sentencia T-393 de 2004 precisó que «en situaciones que se haya de
determinar cuál es la  opción más favorable para un menor en particular, se deben  necesariamente
tener en cuenta los derechos e intereses de las personas vinculadas con tal menor, en especial los
de sus padres, biológicos o de crianza; “sólo así se logra satisfacer plenamente el mandato de
prioridad de los intereses de los niños,  ya que éstos son titulares del derecho fundamental a
formar parte de una familia, por lo cual su situación no debe ser estudiada en forma aislada, sino
en el contexto real de sus relaciones con padres, acudientes y demás familiares e interesados”.

Y respecto de la última de las pautas generales señaladas, indicó: « (…)  En todo caso, es necesario
que las autoridades o los particulares encargados de adoptar una decisión respecto del bienestar
del niño implicado se abstengan de desmejorar las condiciones en las cuales se encuentra éste al
momento mismo de la decisión…» (se subrayó).

4. En el asunto puesto a consideración de la Sala, la solicitante del amparo estima transgredidos sus
derechos fundamentales porque el juez accionado le ha ordenado practicarse una prueba de ADN con la cual el
demandante pretende demostrar su paternidad biológica, ignorando su derecho de pertenecer a la única familia
que ha conocido durante sus quince años de vida, en la cual está incluido el hombre a quien ella considera su
padre.

De acuerdo con las manifestaciones de la menor M.J.V.T., entre ella y el hombre le dio su
apellido, se construyó durante varios años una relación de paterno-filial, en la que éste le ha prodigado
cariño, protección y una adecuada crianza, tal como un padre lo hace con sus hijos, amén de proveer su
educación, alimentación y sostenimiento, y velar por su bienestar emocional y físico.

Desde el recurso de reposición que los padres de la adolescente presentaron contra el auto
admisorio de la demanda, se puso de presente al juzgador que por tratarse de un «…tema tan delicado que
puede llegar a afectar profunda y gravemente la integridad sicológica, social y personal de la niña MJVT», es
imperioso que «…a la actuación se le imponga la atención, reserva y cuidado extremos y necesarios para evitar
lastimar o afectarla, máxime que goza de especial protección constitucional y que por más de 15 años ha tenido
una familia, entorno social y cultural propicios, es decir, la estabilidad sicológica armoniosa y edificante que
garantiza la Carta Política y que merece protección y respeto, entorno que no puede verse resquebrajado
catastróficamente por intentos harto extemporáneos y acompañados de no se sabe qué fin, a estas alturas
malsanos, de terceros».

Y al contestar la demanda, muchas de las excepciones de mérito se encaminaron a evitar la práctica


de la prueba de ADN, por considerarla una invasión ilegítima al fuero interno de la adolescente, quien ha
expresado su rechazo, no solo hacia el proceso, sino también hacia el examen genético decretado.

Por último, en escrito posterior, se insistió en que «…en pro de los derechos prevalentes de la menor
MJVT, se le escuche en esta actuación y antes de la práctica del examen de ADN decretado, dado que
conforme lo expresan mis poderdantes es su voluntad hacerlo, esto con intervención del Ministerio Público -
Procuraduría General de la Nación, trabajadora social del Despacho y la Defensoría de Familia asignada si [es]
el caso».

Sin reparar en ello, el juez del conocimiento de la causa impugnatoria, luego de decretar la
práctica de la probanza, ha sido insistente al punto de la obstinación en la realización de tal
examen, a pesar de que en varias oportunidades se le ha solicitado no someter a la menor a la
verificación sanguínea del vínculo filial alegado en la demanda , dados los efectos psicológicos y
sufrimiento que la pretensión del demandante le está causando ante la posibilidad de ser separada de su núcleo
familiar, pedimentos frente a los cuales se limitó a señalar que «…la mera enunciación de la voluntad de la
menor, no varía la orden judicial emanada de la misma Ley en desarrollo de sus derechos fundamentales…»

Se adiciona su falta de interés en que se determine un eventual parentesco con el impugnante, de


quien sostuvo que nunca le dio nada y apareció casi 16 años después de su nacimiento para desbaratar su vida
y su familia.

5. El derecho a la filiación se encuentra articulado con valores constitucionales como la


dignidad humana y la autonomía de la persona, los cuales confluyen en el derecho al libre
desarrollo de la personalidad; por eso no se le concibe como un elemento puramente formal, sino
que necesariamente debe tener como sustrato la realidad de las relaciones humanas «a fin de que
se respete la igual dignidad de todos los seres humanos y su derecho a estructurar y desarrollar
de manera autónoma su personalidad» (CC, C-109, 15 Mar. 1995, Rad. D-680).

Lo anterior supone la «correspondencia, a partir de bases razonables, entre la identidad


que se estructura a partir de las reglas jurídicas y la identidad que surge de la propia dinámica de
las relaciones sociales», por cuanto «una regulación legal que imponga de manera
desproporcionada a una persona una serie de identidades jurídicas -como la filiación legal-
diversas de su identidad en la sociedad constituye un obstáculo inconstitucional al libre
desarrollo de la personalidad» (ibídem).

5.1. La dinámica de las relaciones humanas y las nuevas configuraciones ocurridas en la


célula básica de la sociedad -la familia- determinan el ejercicio de una maternidad y de una paternidad
que trascienden el nexo simplemente biológico. La afectividad está llamada a cumplir un rol fundamental
en las interacciones familiares e incluso puede fundar o dar lugar a una relación de parentesco.  

Se ha llegado a considerar que “fruto de la maleabilidad social en relación con el sistema familiar,


que se inicia en la segunda mitad del siglo XX”, “[e]l afecto pasa a ser el paradigma de la
parentalidad”

Con fundamento en la investigación de los aspectos psicológicos de la relación padres –


hijos, los psicoanalistas Anna Freud y Albert Solnit junto con el profesor de derecho de la
Universidad de Yale Joseph Goldstein, plantearon el concepto de «paternidad (o
maternidad) psicológica» psychological parenthood), que se basa en la idea de que un niño puede
entablar una relación estrecha con un adulto que no sea su padre o madre biológico, el cual se va
convirtiendo en su padre psicológico a través de la convivencia diaria y el compartir experiencias
juntos, en tanto una figura paterna o materna ausente e inactiva no satisface las necesidades y
expectativas del menor frente a la progenitura.

La paternidad psicológica plantea la relación parental con alguien a quien se le


considera hijo, exista o no un lazo de sangre. Los autores afirman que debe otorgarse importancia
a “los vínculos de paternidad psicológica que el niño ha establecido. Para  ellos, una relación de proximidad
es crucial para el desarrollo del niño. Llegaron a preguntarse si se debe evaluar, en ese sentido, la
calidad de la relación entre el niño y el adulto cuando está en juego la separación judicial del niño
del padre psicológico, algo que puede ser extremadamente doloroso y penoso para el niño”

Al interior de muchas familias, la paternidad biológica es sustituida por una progenitura


edificada en el afecto, fenómeno sociológico al que algunos denominan “paternidad
socioafectiva”, el cual describe al “tratamiento dado a una persona en calidad de hijo, sustentada
en el sentimiento de cariño y amor, con independencia de la imposición legal o vínculo
sanguíneo”–

Este tipo de paternidad es merecedor de la misma protección constitucional y legal


reconocida a la surgida del acto de la concepción, porque en esta forma de progenitura, la
socioafectividad juega el destacado papel de ser el elemento esencial y necesario que debe existir en
todas las relaciones familiares, basado en los lazos emocionales que se entretejen y reafirman durante
la convivencia continua, los cuales generan un trato particular y recíproco que favorece las condiciones
para dar a los niños, niñas y adolescentes lo que necesitan para su desarrollo armonioso e integral.

Son indudables las implicaciones de la figura paterna en el desarrollo de la personalidad


de los niños, niñas y adolescentes; «la forma de “paternar  del padre influye de manera notable en la
evolución sicológica, física, sexual, moral, cognoscitiva y en el ser social de los hijos desde la
gestación», de modo que «la presencia activa, participativa y permanente del padre es fundamental
en el desarrollo del hijo, y aún más cuando ha decidido asumir su papel en forma consciente y
responsable, garantizando al hijo el ejercicio pleno de sus derechos fundamentales y
especialmente el derecho al cuidado y amor para su desarrollo armónico e integral» (CC, C-273-03
y T-808-06).

5.2. Esta Sala, en múltiples pronunciamientos, ha destacado que en algunos casos debe
prevalecer la afectividad como generador del vínculo filial, permitiendo al hijo conservar su estado civil a
pesar de la inexistencia de parentesco consanguíneo con quien pasaba como su padre.

Adicionalmente, ha admitido la existencia de familias surgidas de lazos afectivos, dignas de


reconocimiento y amparo por parte del ordenamiento jurídico.

5.2.1. En sentencia de 2 de junio de 2006, se indicó que el juez debe «resolver sobre la


tensión que se presenta por el  establecimiento de hechos que conforme a los métodos científicos
permiten observar una certeza probable sobre la  paternidad, frente a la realidad social que también
hace posible ver de otro modo ese aspecto entre quienes componen un grupo familiar, la que
puede ser divergente a pesar de los resultados aproximados a la verdad que ofrece la ciencia; de
allí que hoy por hoy todavía no pueda considerarse, sin más, que las pruebas científicas alcanzan
para derribar las barreras que en el plano jurídico han sido implantadas para preservar esa
compleja situación emergente de la realidad de la vida familiar…» (rad. No. 11001-31-10-010-2001-
13082-01).

5.2.2. Mediante pronunciamiento de 23 de octubre de 2015, sostuvo que el núcleo básico


de la sociedad «puede conformarse por lazos naturales o jurídicos, producto del amor, el respeto,
la convivencia y la solidaridad entre sus integrantes,  quienes deciden construir una unidad de
vida y desarrollar unas relaciones personales recíprocas para el crecimiento y bienestar de sus
miembros». (…) «El grupo familiar está compuesto no solo por padres, hijos, hermanos, abuelos y
parientes cercanos, sino que  incluye también a personas entre quienes no existen lazos de
consanguinidad, pero pueden haber relaciones de apoyo y afecto incluso más fuertes».

Hizo referencia a la familia de crianza como aquella en la que priman  «vínculos afectivos
entre el menor y los integrantes de dicha familia», desarrollados durante un período de tiempo
suficiente para el surgimiento de sentimientos filiales (CSJ, STC14680-2015, 23 oct., rad. 2015-
00361-02; se subrayó).

5.2.3. En el fallo sustitutivo proferido el 25 de agosto de 2017, reafirmó que «aún siendo


la relación sexual entre los padres la principal fuente de la filiación, no puede considerarse como
la única, ya que el consentimiento o la voluntad también pueden llevar a una relación filial que no
puede desconocerse». Añadió que «(…)  aunque exista en ocasiones la prueba biológica o por ADN
(ácido desoxirribunucleico), existen casos como el aquí estudiado en los que
se  {deben} potenciar los valores de paz familiar, seguridad jurídica, afecto filial y el rol o
funcionalidad de la relación paterno filial, desvalorizando la realidad biológica y estableciendo
unos esquemas de determinación de la filiación basados en la voluntad unilateral o en
determinadas presunciones, y vedando la posibilidad de impugnación o investigación filial, por
fuera de esquemas legales previstos.

(…) debe estudiarse cada caso en particular para verificar si prevalecen los afectos y el
trato social, así como el consentimiento del padre sobre lo puramente biológico para que, aun
conociendo la veracidad de la prueba científica, se dé prioridad a los afectos y se permita al hijo
accionado mantener el statu quo civil en la forma en que lo ha sustentado durante toda su vida,
impidiendo que razones ajenas a intereses puramente familiares permitan despojarlo de una
filiación que ha detentado con la aquiescencia de aquel que la ha tratado siempre como su padre.
Son casos en que una certeza jurídica o social debe primar sobre la verdad biológica  (CSJ,
SC12907-2017, 25 Ago., Rad. 2011-00216-01, negrilla y subrayado para resaltar).

5.2.3. En sentencia de 19 de octubre de 2017, enfatizó en que «la ruptura de los lazos


afectivos creados durante años de  convivencia familiar» entre un menor y quien de forma voluntaria
reconoció la paternidad respecto suyo, se ocupó de su crianza y lo integró a su familia, genera en
el primero «una afectación  psicológica» como consecuencia de verse «truncados súbitamente» dichos
lazos. Concluyó que si el ascendiente «a modo de retracto, decide no sólo romper el vínculo afectivo
que voluntariamente auspició sino rechazar la filiación de quien una vez acogió en su seno, cual
mercancía que, dependiendo del estado de ánimo, puede ser desechada», está en la obligación de
reparar el daño psicológico que con ese proceder ocasiona (CSJ STC16969-2017, 19 Oct., Rad. 2017-
02463-01).

5.2.4. En pronunciamiento de 9 de mayo de 2018, señaló que era necesario ir más allá de
las concepciones tradicionales, entendiendo que el grupo familiar «no solo se constituye por el
vínculo biológico o jurídico, sino también a partir de las relaciones de hecho o crianza, edificadas
en la solidaridad, el amor, la protección, el respeto, en fin, en cada una de las manifestaciones
inequívocas del significado ontológico de una familia» y reconoció la necesidad de brindar
protección a la nacida de la afectividad (CSJ, STC6009-2018, 9 May. 2018, Rad. 2018-00071-01).

5.2.5. En el mismo sentido, se ha pronunciado la Corte Constitucional al recalcar que en


el marco del Estado Constitucional de Derecho «la protección constitucional a la familia no se
restringe a aquellas conformadas en virtud de vínculos jurídicos o de consanguinidad
exclusivamente, sino también a las que surgen de facto o llamadas familias de crianza, atendiendo
a un concepto sustancial y no formal de   familia,  en donde la convivencia continua, el afecto, la
protección, el auxilio y respeto mutuos van consolidando núcleos familiares de hecho, que el
derecho no puede desconocer ni discriminar cuando se trata del reconocimiento de derechos y
prerrogativas a quienes integran tales familias» (CC, T-606-13, 2 Sep. 2013, Rad. T-3873716;
subrayado propio).  

Y en el pronunciamiento T-207-17, señaló: «(…) la jurisprudencia de la Corporación ha


señalado que se vulnera la unidad familiar y el desarrollo armónico de los menores de edad,
cuando se desconocen las relaciones que surgen entre padres e hijos, protegiendo así distintos
tipos de familia, lo anterior, como una proyección de igualdad dentro del núcleo familiar»  (CC, 4
Abr. 2017, rad. T-5.849.749).

La misma posición ha sido expuesta por el Consejo de Estado, Corporación que, en


sentencia proferida el 11 de julio de 2013, reiteró su precedente jurisprudencial en torno a que «la
familia no se configura sólo a partir de un nombre y un apellido, y menos de la constatación de un
parámetro o código genético, sino que el concepto se fundamenta, se itera, en ese conjunto de
relaciones e interacciones humanas que se desarrollan con el día a día, y que se refieren a ese
lugar metafísico que tiene como ingredientes principales el amor, el afecto, la solidaridad y la
protección de sus miembros entre sí, e indudablemente también a factores sociológicos y
culturales» (CE, 11 Jul. 2013, Rad. 31252; se subrayó).  

6. El juzgador accionado no tomó en consideración que la accionante tiene un núcleo familiar que


solventa sus necesidades espirituales, intelectuales y materiales, en el cual ha construido una estrecha
relación afectiva con el hombre que la reconoció como hija y siempre le ha dado el trato de tal, vínculo
que debe ser protegido.

El Estado, a través de sus agentes debe promover que los niños, niñas y adolescentes
crezcan y se desarrollen física y psicológicamente en el seno de una familia; por lo que si el menor
cuenta con un núcleo familiar que lo protege, asiste, educa, le da afecto y le brinda el sostén necesario
para su formación y desempeño en sociedad, a las autoridades públicas no les está permitido irrumpir
en la tranquilidad de aquel grupo, ni descomponerlo o fracturar su unidad. Tampoco pueden ignorar los
vínculos emocionales que con el paso de los años se han formado entre sus miembros.

Quebrar abruptamente la identidad parental que ha formado un menor y que viene desde la
primera infancia, en la cual se produce la identificación de las figuras materna y paterna, conlleva
necesariamente daños a nivel de la psiquis y de la emocionalidad de un individuo que se encuentra en
pleno proceso de formación y de estructuración de su personalidad.

6.1. Es inadmisible que se quiera poner en riesgo el derecho de la tutelante a pertenecer a un


núcleo familiar y no ser separada de aquél. Se trata de un comportamiento a todas luces reprochable,
máxime porque proviene de un funcionario judicial, el cual tiene altos deberes constitucionales y legales
frente a la preservación del bienestar integral de la menor.
Precisamente, a fin de determinar, en el caso, el modo en que se satisfacía de mejor manera el
interés superior de la adolescente, el deber del accionado era analizar la situación de ésta en el contexto
real de su relación con sus padres en el entorno familiar, y con el demandante, quien pretende hacer
valer su reclamo de progenitura.

Además, debió tomar en consideración las circunstancias individuales, únicas e irrepetibles


de la accionante, pues resulta evidente que ella no tiene ningún interés en saber si quien impugna la
paternidad fue el que la procreó, más al reparar en que, según su dicho, desde antes de su nacimiento
era conocedor de ese hecho, pero no intentó acercársele y establecer una relación con ella, ni le procuró
ninguna atención o cuidado hasta ahora, cuando han pasado más de quince años, en los que forjó un
arraigo en la familia conformada por su madre y el único hombre que respecto suyo se comporta como
un padre.

6.2. Es de notar que ninguna de las manifestaciones de la parte demandada en relación con la
necesidad de escuchar la opinión de la menor fue atendida. A ese respecto, no debe olvidarse que los niños,
niñas y adolescentes tienen derecho a que su opinión sea tenida en cuenta para efectos de adoptar decisiones
que alteren su vida de algún modo y así lo ha reconocido la Corte Constitucional en providencias que esta Sala
acoge:

«…Con el fin de determinar los alcances de los términos descritos en el artículo 12


de dicha Convención, el Comité realizó una serie de especificaciones, a saber: i) 'no
puede partir[se] de la premisa de que un niño es incapaz de expresar sus propias
opiniones'; ii) 'el niño no debe tener necesariamente un conocimiento exhaustivo de
todos los aspectos del asunto que lo afecta, sino una comprensión suficiente para
ser capaz de formarse adecuadamente un juicio propio sobre el asunto'; iii) el niño
puede expresar sus opiniones sin presión y puede escoger si quiere o no ejercer su
derecho a ser escuchado; iv) 'la realización del derecho del niño a expresar sus
opiniones exige que los responsables de escuchar al niño y los padres o tutores
informen al niño de los asuntos, las opciones y las posibles decisiones que pueden
adoptarse y sus consecuencias'; v) 'la capacidad del niño […] debe ser evaluada
para tener debidamente en cuenta sus opiniones o para comunicar al niño la
influencia que han tenido esas opiniones en el resultado del proceso', y vi) 'los
niveles de comprensión de los niños no van ligados de manera uniforme a su edad
biológica', por lo que la madurez de los niños o niñas debe medirse a partir de 'la
capacidad […] para expresar sus opiniones sobre las cuestiones de forma razonable
e independiente'…

En este sentido, el Comité de los Derechos del Niño ha señalado que el artículo 12
de la Convención sobre los Derechos del Niño no sólo establece el derecho de cada
niño de expresar su opinión libremente en todos los asuntos que lo afectan, sino el
artículo abarca también el subsiguiente derecho de que esas opiniones se tengan
debidamente en cuenta, en función de la edad y madurez del niño. No basta con
escuchar al niño, las opiniones del niño tienen que tomarse en consideración
seriamente a partir de que el niño sea capaz de formarse un juicio propio, lo que
requiere que las opiniones del niño sean evaluadas mediante un examen caso por
caso. Si el niño está en condiciones de formarse un juicio propio de manera
razonable e independiente, el encargado de adoptar decisiones debe tener en
cuenta las opiniones del niño como factor destacado en la resolución de la cuestión

La Corte Constitucional también se ha pronunciado sobre el derecho de los niños y


niñas a ser escuchados en el marco de cualquier acción judicial o administrativa.
Sobre este asunto, la sentencia T-844 de 2011, reiterada en la sentencia T-276 de
2012 indicó:

“Siguiendo las recomendaciones que emitió el Comité sobre los Derechos del Niño
acerca de esta importante garantía, la Corte  considera relevante señalar que la
opinión del menor de dieciocho años debe siempre tenerse en cuenta   en donde la
razonabilidad o no de su dicho, dependerá   de la madurez con que exprese sus
juicios acerca de los hechos que los afectan, razón por la que en cada caso   se
impone su análisis independientemente de la edad del niño, niña o adolescente.

“Se ha indicado que la madurez y la autonomía de este grupo de especial protección


no están asociadas a la edad, sino a su entorno familiar, social, cultural en el que se
han desenvuelto. En este contexto, la opinión del niño, niña y adolescente siempre
debe tenerse en cuenta, y su ´madurez´ debe analizarse para cada caso concreto,
es decir, a partir de la  capacidad que demuestre  el niño, niña o adolescente
involucrado  para entender lo que está sucediendo”. (C.C. T-955 de 2013; se
subrayó)

Se ha reconocido también que, en ciertos casos, los “menores adultos” cuentan con capacidad


jurídica para autodeterminarse, por lo que si sus decisiones no afectan a terceros, el Estado no puede invadir su
fuero interno ni su intimidad:

«A partir de la jurisprudencia constitucional, se desprenden las siguientes conclusiones: 1)


La institución de la capacidad jurídica busca permitir el desarrollo de las personas en el
marco de las relaciones que surgen de la sociedad. Es también un instrumento de
protección de sujetos que, por varias razones, como la edad, no están en condición de
asumir determinadas obligaciones. 2) En términos generales, la regla es la de presumir la
incapacidad del menor de edad.  La ley civil reconoce la diferencia entre niños, impúberes y
menores adultos estableciendo que las dos primeras categorías carecen de capacidad
legal. De otra parte, reconoce capacidad relativa a los menores adultos.  3) La capacidad se
encuentra estrechamente relacionada con el ejercicio pleno del derecho al libre desarrollo
de la personalidad. Aunque cada caso debe ser evaluado individualmente, los extremos de
la ecuación son los siguientes: (i) A menor edad y mayor implicación de la decisión en
relación con el goce efectivo de los derechos fundamentales, se presume la incapacidad
total o relativa del menor, por lo cual mayor será la intensidad de las medidas de protección
restrictivas de sus libertades. Por ejemplo, en temas relativos a la salud del niño que
impliquen un riesgo para su vida o integridad, se hace más riguroso el examen de la
capacidad del menor para decidir sobre tratamientos o intervenciones médicas, ampliando
el alcance de la representación de sus padres o representantes legales. (ii) Por el
contrario,  cuando se trata de menores adultos o púberes, se hace necesario armonizar el
goce efectivo de sus derechos y el respeto por su libertad de autodeterminación.  No
pueden prohibirse los comportamientos de los jóvenes respecto de su auto-cuidado, como
el tabaquismo o del trabajo infantil de los mayores de 14 años, o de la apariencia personal,
porque en estos casos el Estado no puede intervenir en la esfera privada de las personas, a
menos de que la conducta afecte a terceros. En estos eventos, se prefieren las medidas que
de modo indirecto busquen desincentivar determinada conducta sin imponer de manera
coactiva un modelo ideal, especialmente cuando el menor es consciente de los efectos que
su comportamiento implica para su vida. (…).  (C.C., C-131 de 2014)

La joven M.J.V.T., quien tiene una edad suficiente para darse a entender, expresar y exigir el respeto
de sus prerrogativas (15 años y 9 meses), es decir, se trata de una menor adulta, ha sido clara y contundente al
señalar que con la práctica de la prueba científica que se le exige realizar, siente amenazados sus derechos a
conservar su familia, su nombre, identidad y personalidad jurídica, razones más que valederas, con las cuales
busca impedir la invasión a su fuero interno, la intimidad familiar y la suya.

El juzgador optó por dar aplicación a los preceptos legales que imponen la práctica de la
prueba de ADN en esta especie de juicios, sin reparar en que el artículo 5º de la Ley 1098 de 2006
consagra la preferencia de los principios contenidos en esa normativa como el del  “interés
superior del menor” sobre otras disposiciones jurídicas.

En acatamiento de este postulado, debía abstenerse de adoptar cualquier medida que le


ocasionara a la adolescente una afectación psicológica o espiritual, como la que le produce la exigencia
del examen genético al sentir amenazado y resquebrajado el entorno de protección en el que se
encuentra, suministrado por su familia.

No podía obviarse el criterio general expuesto por la jurisprudencia constitucional sobre la


necesidad de evitar cambios desfavorables en la situación de M.J.V.T., menospreciando el impacto
negativo de la práctica de la prueba científica y del adelantamiento del proceso en la construcción de su
identidad basada en las relaciones familiares preexistentes.

6.3. La Corte no avizora ninguna razón que consulte los intereses y derechos de la joven que
justifiquen la injerencia del Estado en su intimidad, autodeterminación, identidad, personalidad jurídica y
familia; por el contrario, el accionado desatendió que el conocimiento del verdadero origen biológico, es
un derecho fundamental que puede ser ejercido libremente por el hijo y que no constituye una
obligación para él, de modo que si no es su deseo establecer con certeza la existencia o inexistencia de
una relación biológica con quien afirma ser su progenitor, la Administración de Justicia  no puede
obligarlo.

Según lo estatuido por el artículo 116 del Decreto 1260 de 1970 “ No se podrá exigir prueba
de la filiación de una persona sino en los casos en que sea indispensable la demostración del parentesco, para
fines personales o patrimoniales, en proceso o fuera de él.

La exigencia de dicha prueba en casos o con propósitos diferentes será


considerada como atentado contra el derecho a la intimidad y sancionada como
contravención, en los términos de los artículos 53 a 56 del Decreto Ley 118 de 1970”.

Si la accionante se encuentra integrada a una familia, en la cual encuentra el apoyo necesario para
desarrollar a plenitud sus prerrogativas superiores, aun si ésta no se halla compuesta por los dos progenitores
biológicos, sino por uno de ellos y su padre afectivo, es la solidificación de los vínculos emocionales allí
compartidos, la que genera la consolidación del estado civil que le figura en su registro de nacimiento, y de allí
deriva su derecho de no aceptar la paternidad del demandante y de permanecer en el seno de su grupo familiar,
el cual debe recibir la protección del Estado como institución base de la sociedad, a fin de que pueda asumir
plenamente sus responsabilidades, siendo improcedente cualquier injerencia que la perturbe.

6.4. Este es un caso en el que la seguridad jurídica del estado civil consolidado entre la tutelante y
sus padres debe prevalecer sobre la verdad biológica, por lo que en la pugna surgida entre los derechos
fundamentales del impugnante de la paternidad y la menor de edad, es inobjetable que de acuerdo con las
premisas que en esta providencia se han dejado consignadas, y a partir del mandato contenido en los artículos
44 de la Carta Magna y el artículo 9º de la Ley 1098 de 200, al no ser posible la armonización de tales
prerrogativas, el criterio constitucional que impone aplicarse es la prevalencia de los derechos de la segunda.
Ello supone, como lo ha dispuesto esta Corte en otros casos, reconocer el derecho de la
promotora del amparo de conservar el statu quo   de su estado civil en la forma en que lo ha
sustentado durante sus casi 16 años de vida.

6.5. En la demanda de filiación, el actor no indicó cuál es su interés en el juicio y aunque es de


presumir que su intención es loable, también debe suponerse que está en capacidad de comprender que sus
derechos no están por encima de los de adolescente, y que existen vías no coercitivas y diferentes a la
modificación del estado civil, que podrían llevarlo a generar un mejor ambiente para intentar entablar una
relación filial con ella, velando siempre por su interés superior.

7. De lo expuesto queda claro que tanto la interpretación como la aplicación de los artículos 1º
de la Ley 721 de 2001 y 386 del estatuto procesal general realizada por el accionado, resulta violatoria,
en este asunto concreto, de los derechos fundamentales reconocidos en la Carta Política a la menor
involucrada en el litigio, tornándose procedente la tutela en cuanto se infringió directamente el
ordenamiento superior.

A efectos de proteger las garantías fundamentales de M.J.V.T. a tener una familia y no ser separado
de ella, a la identidad, al libre desarrollo de la personalidad, a la autodeterminación, a la intimidad, a la libertad
de expresión y a que su opinión sea tenida en cuenta en los asuntos que son de su interés, la Sala revocará la
sentencia impugnada y, en su lugar, concederá el amparo en el sentido de ordenar al juez accionado que
disponga el archivo inmediato de las diligencias adelantadas con fundamento en el juicio de impugnación e
investigación de paternidad promovido por Javier Giovanny Capera Quintana contra L.G.T.Y. y otros, dada la
ausencia de consentimiento de la menor para establecer si existe o no el parentesco que se alega, y en atención
a que su estado civil se halla consolidado.

III. DECISIÓN

En mérito de lo expuesto, la Corte Suprema de Justicia, en Sala de Casación Civil, administrando


justicia en nombre de la República y por autoridad de la ley, REVOCA la providencia de procedencia y fecha
indicadas y  en su lugar, AMPARA las garantías fundamentales y prevalentes de la menor accionante. En
consecuencia, dispone:

PRIMERO: ORDENAR al Juez Primero Promiscuo de Familia de Girardot (Cund), que disponga el
archivo inmediato de las diligencias adelantadas con fundamento en la demanda de impugnación e investigación
de paternidad, promovida por Javier Giovanny Capera Quintana contra L. G.T.Y. y otros, en virtud de las
consideraciones expuestas en la parte motiva de esta sentencia.

SEGUNDO: COMUNÍQUESE lo aquí resuelto a las partes por el medio más expedito. De los fallos
emitidos en este trámite, envíese copia al promotor del amparo; y, en su oportunidad, remítase el expediente a
la Corte Constitucional para su eventual revisión.

OCTAVIO AUGUSTO TEJEIRO DUQUE

Presidente de Sala

MARGARITA CABELLO BLANCO

ÁLVARO FERNANDO GARCÍA RESTREPO

AROLDO WILSON QUIROZ MONSALVO


LUIS ALONSO RICO PUERTA

ARIEL SALAZAR RAMÍREZ

OCTAVIO AUGUSTO TEJEIRO DUQUE

LUIS ARMANDO TOLOSA VILLABONA

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