Lectura Complementaria Semana 06
Lectura Complementaria Semana 06
Lectura Complementaria Semana 06
de partidos.
El mal menor es aquel criterio de descarte de candidatos que sucede cuando las
identidades políticas negativas son mayores y más fuertes que las positivas.
Cuando los ciudadanos se oponen fuertemente a un partido político o una
candidatura sin mostrar apoyo coherente por otro. Cuando no sabemos lo que
queremos, pero sabemos lo que no queremos. No es una lógica única de los
sistemas políticos dominados por la desafección; se presenta también en
democracias desarrolladas como pueden ser la francesa o la estadounidense.
Pero en sistemas partidarios colapsados, como el peruano, el mal menor toma
connotaciones más profundas por la escasez de identidades partidarias positivas.
No se trata solamente de un voto estratégico, sino de la expresión de identidades
negativas enraizadas en temores, odios y resentimientos que sobresalen ante la
ausencia de adhesiones partidarias. Mal acostumbrados a que los partidos
conquisten las "mentes y los corazones" de los electores, nos olvidamos de que en
circunstancia de hondas crisis es, quizás, más fácil agitar los sentimientos más
viscerales. Los vínculos políticos no siempre nacen de la razón o las simpatías,
sino también de nuestras más oscuras entrañas.
Acudir al análisis de las identidades partidarias negativas nos permite avanzar en
la compresión del funcionamiento de la política peruana, caracterizada
generalmente como pobre en su desarrollo orgánico partidario. Tienen razón
quienes sustentan el argumento de la democracia sin partidos, pero también es
una democracia con vínculos políticos. Muy pocos peruanos están conectados con
la política de forma positiva; en cambio muchos (la mayoría quizás) lo están
negativamente, pero enlazados, al fin y al cabo. Así, las identidades negativas
terminan siendo una suerte de sustituto partidario ideacional, un atajo cognitivo
que otorga a los ciudadanos una brújula en el mar de las ideas políticas donde ya
naufragaron los partidos.
Los vínculos políticos que he estudiado son, quizás, poco convencionales para la
teoría comparatista, pero usuales en la cotidianeidad política. Regularmente
empleamos la categoría de vínculos personalistas de manera residual, como un
cajón de sastre. Hurgando en esa caja negra, he encontrado como mínimo un tipo
de conexión: características personales que se solapan con posiciones
programáticas. Los individuos no ponen su fe en el carisma de caudillos –hoy
venidos a menos en gran parte del continente- sino en su capacidad de desafiar el
sistema o de defenderlo. Es la división pro/antisistema que al intersectar la
convencional escala ideológica izquierda/derecha cruza dos ejes ortogonales que
definen el sustrato de los términos de competencia electoral y la estabilidad
política.
Estos vínculos programáticos personalistas –nada inéditos, sí poco explorados-
son los que sustentan las identidades partidarias que estudio en este libro.
Identidades en desarrollo o parciales: algunas emergentes, otras sobrevivientes,
otras negativas y sin correlatos positivos. Perú carece de militantes
partidarios en el sentido
convencional del término, porque los vínculos programáticos que los agrupaban
colapsaron. Por tal motivo, estas identidades parciales (emergentes,
sobrevivientes y negativas) recurren tanto a atractivos personalistas como a
referencias programáticas –ninguna completamente desarrollada, pero son lo
suficientemente sólidas- para organizar la arena política y generar cierta
estabilidad al sistema de partidos pos colapso.
Esta primera pista arroja luces sobre cómo funciona la democracia electoral
peruana a pesar de la debilidad endémica de las organizaciones partidarias.
¿Puede funcionar una democracia sin partidos?
Érase una vez una época en la que era inimaginable una democracia sin partidos
(Schattschneider 1942). Las teorías políticas clásicas no se imaginaron un sistema
democrático funcionando sin, al menos, dos partidos políticos (Key 1964). El
prejuicio dominante es que un sistema de partidos es una condición necesaria
para regímenes democráticos (Aldrich 1995) porque la estructuración partidaria de
la política garantiza representación y rendición de cuentas, dos principios
estrechamente ligados al entendimiento convencional de la democracia. La buena
salud de las democracias, indican los preceptos, requiere mantener sistemas de
partidos plurales y legítimos.
Aunque aún existen partidos políticos fuertes en cada uno de los continentes,
entendiendo por “fuerte” una membresía socialmente arraigada y una activa
participación en la base, es evidente la erosión gradual de este tipo de
organización en un alto número de sistemas políticos (Dalton y Wattenberg 2001).
El debilitamiento partidario alarma, especialmente donde las instituciones y los
actores políticos no han alcanzado niveles de institucionalización suficientes para
sortear la crisis generalizada del sistema político. Esta situación se exacerba en
contextos donde la crisis de los partidos es sistémica y afecta al conjunto de estas
organizaciones, no solo a unas cuantas. Incluso un fenómeno extremadamente
excepcional, como el colapso del sistema partidario, ha emergido en sistemas
antaño institucionalizados (por ejemplo, Venezuela en 1998) o, con menos
sorpresa, en sistemas embrionarios (por ejemplo, Perú en 1990, Bolivia en 2005 y
Ecuador en 2006). Esta recurrencia ha dado paso a la cristalización de un tipo de
arena política sin precedentes: el escenario poscolapso del sistema de partidos.
“A pesar de las debilidades orgánicas de las estructuras partidarias, pueden
cultivarse vínculos políticos con relativo éxito en arenas donde las
expectativas de retorno de los partidos políticos son pobres.”
Los sistemas de partidos colapsan cuando los electores abandonan
simultáneamente todos o la mayoría de partidos políticos que forman parte de un
sistema; cuando los ciudadanos dejan de votar por representantes partidarios
frecuentados y endosan sus votos a nuevas generaciones o candidatos
desconocidos, sin reputación pública comprobada. Estamos frente a una crisis e
representación democrática en la cual los partidos dejan de ser capaces de
comprometerse en interacciones estratégicas de una elección a otra y fallan en
conectar a los representantes públicos con sus sociedades. Se trata de un caso
extremo de desafección política generalizada, definida como competencia
electoral desorganizada y sin patrones predecibles, y una volatilidad electoral
sumamente alta. En cuanto a la definición operacionalizable, es útil la medición
propuesta de Zoco (2008): un colapso de sistema de partidos representa una
situación en la cual nuevos partidos ganan más del 45% de los votos en el curso
de dos elecciones parlamentarias consecutivas.
El funcionamiento de los partidos y sistemas de partidos
Estudio de los partidos, el sistema de partidos y el colapso del sistema de partidos
desde la formación y mantenimiento de los vínculos políticos entre políticos y
electores (Kitschelt 2000). Esta aproximación teórica nos permite examinar logros
y fallas de los partidos y los sistemas de partidos en sus esfuerzos por resolver los
desafíos a la agencia, concernientes a la representación política o a la
construcción de circuitos verticales de rendición de cuentas. Esta perspectiva
contradice la norma extendida de que los partidos programáticos y estructurados
constituyen el único mecanismo de representación democrática (Schumpeter
1942). Bajo tal lógica, la definición mínima de partido político “cualquier grupo que
se presenta a elecciones y es capaz de auspiciar candidatos a cargos públicos a
través de elecciones” (Sartori 2005) no permite aprehender los puentes entre los
ejecutivos y legislativos, la rendición de cuentas a la que se someten los líderes
elegidos, el reclutamiento y la socialización democrática de las élites partidarias,
entre otros aspectos “sustantivos” de la política partidaria. Es tan mínima la
definición que no describe lo que un partido político debe ser como condición
necesaria para la democracia (Levitsky y Cameron 2003).
Sin embargo, la definición sartoriana permite examinar los vínculos políticos. La
adopto con la enmienda propuesta por Mainwaring y Scully, que concuerda con la
noción aldrichiana de los partidos como instituciones diseñadas para promover el
logro de preferencias políticas colectivas (Aldrich 1995). Concebidos como
estructuras para la movilización de seguidores, los partidos resuelven problemas
funcionales por su capacidad de conectar a las élites con los electores y viceversa,
problemas de elección social (etiquetas partidarias que transmiten significado a los
electores) y problemas de acción colectiva (organizaciones partidarias que atraen
y disciplinan a políticos ambiciosos) (Aldrich 1995). Esto significa que tales
organizaciones deben desarrollar afinidades que conecten al elector y las élites
con capacidad de inferir supuestos que proyecten identidades partidarias y
sostengan la reputación de políticos referidos por sus respectivas “marcas
partidarias”. La manera en la que los partidos políticos resuelven estos problemas
impacta significativamente en el tipo de vínculo que desarrollan con los
ciudadanos.
Un marco teórico, ya clásico, pauta la dependencia entre la capacidad partidaria
de resolver retos provenientes de la acción colectiva y la elección social, y la
prevalencia de los partidos en determinadas arenas políticas (Kitschelt 2000).
Según Kitschelt, los partidos están más inclinados a construir conexiones
programáticas o ideológicas con los electores cuando dependen de
infraestructuras organizacionales que les permiten resolver conflictos en función
de propuestas de políticas. Los vínculos programáticos presuponen dos
dimensiones: una en función de la selección social y otra en función de la acción
colectiva (Kitschelt et ál. 2010). En la primera, los ciudadanos eligen de entre sus
opciones electorales considerando los récords y propuestas programáticas de los
partidos (función de selección social). En la segunda, las organizaciones
partidarias aseguran la elección social del partido al mediar organización y
disciplina en sus miembros y al hacer creíble su compromiso con un conjunto de
políticas relevantes (función de acción colectiva).
Un segundo tipo de vínculo político ocurre cuando los partidos invierten sus
recursos exclusivamente en la solución de problemas de acción colectiva. En tales
casos, los partidos tienden a apelar a incentivos clientelares ofrecidos a los
electores (Kitschelt 2000). Las conexiones clientelares otorgan estímulos
selectivos consistentes en bienes materiales a determinados segmentos del
electorado empleando las estructuras organizacionales partidarias (Kitschelt y
Wilkinson 2007). Posiciones ideológicas o atractivos carismáticos no son
requeridos para la distribución directa y personalizada de bienes materiales a
cambio de lealtad política. Estos políticos garantizan protección, prebendas y
puestos de trabajo, por ejemplo, a cambio de apoyo en las urnas. Al igual que los
vínculos programáticos, los atractivos clientelares son más nacionales y
deliberativos que las conexiones emocionales: implican, directa e indirectamente,
un proceso de rendición de cuentas entre el agente y el representante (Kitschelt et
ál 2010)
Un tercer tipo de vínculo político emerge cuando los líderes intentan resolver los
problemas colectivos apelando exclusivamente a una conexión carismática, no
clientelar ni programática con sus electores. Kitshchelt argumenta que este tipo de
vínculo personalista no necesita resolver problemas de elección social porque las
consideraciones programáticas quedan oscurecidas por los atractivos
personalistas. De este modo, los vínculos personalistas no requieren
organizaciones partidarias autónomas, dado que el liderazgo carismático goza de
completa discrecionalidad (Kitschelt 2000). Los vínculos personalistas tienden a
ser entendidos bajo parámetros de costo-beneficio y no rinden cuentas sobre
bienes materiales directos o políticas públicas; en el mejor caso, se fundan en
recursos simbólicos.
“El juego democrático y electoral son posibles pese a la ausencia de
representación partidaria convencional”
En realidad, la literatura especializada ha mostrado significativa dificultad para
aprehender este último tipo de vínculo a pesar de su creciente recurrencia. Según
muchos inventarios, los partidos políticos pueden clasificarse como programáticos
o clientelares, mientras los partidos personalistas son en realidad leídos como
“vehículos electorales” o “coaliciones de independientes” (Levitsky y Zavaleta
2016) a pesar de satisfacer la definición mínima sartoriana de partido político.
Sostengo, empero, que las élites de los partidos políticos, no obstante, su
fragilidad orgánica, pueden desarrollar vínculos políticos en dependencia de los
recursos políticos con los que cuenten. Si los partidos han preparado, por ejemplo,
un paquete de políticas públicas distintivas en función de aspectos ideológicos y a
la vez una estructura organizacional autónoma, pueden ensayar atractivos
programáticos. Si, en cambio, descuidan posicionarse sobre temas de agenda
pública y privilegian la construcción de maquinarias políticas en desmedro de la
definición ideológica, están en mejor posición de desarrollar conexiones
clientelares. Finalmente, si están dirigidos por un líder carismático y carecen de
otros recursos políticos, resulta factible el establecimiento de conexiones
personalistas. Así, hasta un outsider o un político amateur puede constituirse en
un activo electoral (Roberts 2015). La disposición de los recursos políticos a mano
de los promotores de los partidos es fundamental para el tipo de organización
partidaria y de tipo de vínculo político que podría crearse como iniciativa de sus
líderes.
Aunque Kitschelt sugiere que los partidos solo pueden perseguir un tipo de vínculo
político a la vez, evidencia reciente apunta a que las estrategias segmentadas (y
mixtas) también son factibles (Luna 2014). En esta misma línea, mi argumento
enfatiza en que es posible observar combinaciones inesperadas de tipos ideales
de conexiones (por ejemplo, vínculos programático-personalistas) que difieren de
complejas estrategias “portafolio”. En arenas donde los partidos políticos luchan
por sobrevivir y los recursos políticos escasean (como escenarios poscolapso
partidario o sistemas poscomunistas), las élites partidarias emplean aquellos
capitales políticos a disposición, que no cumplen necesariamente con las
expectativas de las teorías convencionales sobre vínculos políticos.
No obstante, las teorías sobre vínculos entre partidos y electores representan un
marco conceptual útil para identificar cómo las organizaciones partidarias emplean
o sustituyen sus nimios recursos políticos, una característica de los escenarios
poscolapso partidario, en resolver problemas de elección social y acción colectiva.
Tomado de:
Meléndez, C. (2019). El mal menor. Vínculos políticos en el Perú posterior al colapso del
sistema de partidos. Lima: IEP Instituto de Estudios Peruanos.