Abramovay - Funciones - y - Medidas - de - La - Ruralidad - en - El - Desarrollo - Contemporaneo - Espanol U2 PDF
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Ricardo Abramovay
1. Introducción
Con cada publicación censal, el resultado es el mismo: continúa el vaciamiento del medio
rural y, de mantenerse el ritmo observado hasta aquí, el 80% de la población brasilera será
urbana hacia el año 2000. Esta constatación -lamentada como pérdida o celebrada como
señal de progreso- es raramente confrontada. Y contrasta, sin embargo, con señales de
vitalidad difícilmente compatibles con el estado moribundo al que la opinión pública
-especializada o no- se habituó a pensar el destino de las poblaciones que viven en áreas no
densamente pobladas de Brasil.
Desde 1996, se constituyeron en el interior del país más de mil comisiones municipales de
desarrollo rural. Todavía no existe una evaluación rigurosa de su desempeño, pero a pesar
de su ya previsible precariedad, estas comisiones vienen dando lugar a un proceso de
formación de dirigentes volcados al aprovechamiento de los recursos locales y regionales
cuya escala no puede ser subestimada. En 1997, por ejemplo, la Confederación Nacional de
los Trabajadores de la Agricultura (CONTAG) llevó adelante cursos de desarrollo local (y
no solamente sobre temas de agricultura y política agrícola), por los cuales pasaron más de
diez mil personas. La Secretaría de Desarrollo Rural del Ministerio de Agricultura
promovió también un amplio proceso educativo con los miembros de las Comisiones
Municipales de Desarrollo Rural, sobre todo –y en verdad- en la región Sur. En los últimos
años, las asociaciones y pactos locales (aunque no estrictamente municipales), que tienen
por finalidad la organización de iniciativas de desarrollo en el interior del país, han crecido
de manera acentuada. Por mayores que sean los problemas de las trescientas mil familias
asentadas hoy en Brasil, son bastante evidentes -y en todas las regiones- las experiencias en
las que el acceso a la tierra fue, de hecho, la premisa para la mejora de sus condiciones de
vida [ver Castillos et al (1998) y Medeiros y Leite (1999)].
Estas iniciativas -junto a la constatación de que buena parte de los municipios con mayor
índice de desarrollo humano son eminentemente rurales- deberían lanzar al menos una
sospecha sobre el fatalismo demográfico, económico, político y cultural que rodea la
relación de la sociedad brasilera con su medio rural. Si a su estudio se añade el
conocimiento de la experiencia reciente de los países capitalistas centrales, entonces no será
difícil constatar que no existe ninguna razón para que el medio rural sea asociado
conceptualmente a la idea de que en él permanecen sólo los que no consiguen aventurarse
en dirección a las ciudades y que su declinación es solamente una cuestión de tiempo. No
hay duda de que la ocupación agrícola, incluso en las regiones más rurales de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), se encuentra en
1
Traducción de Laura Pérez Frattini, adscripta a la cátedra de Geografía Rural, FFyL, UBA.
1
caída relativa y, en la mayor parte de los casos, absoluta y, en cuanto a eso, no hay ninguna
novedad en los datos más recientes. Sin embargo, es poco conocida la afirmación de que
“algunas regiones rurales forman parte de las zonas más dinámicas al interior de los
países miembros de la OCDE. Ellas crearon más posibilidades de nuevos empleos que la
economía tomada en su conjunto. El dinamismo de ciertas regiones rurales demuestra que
la ruralidad no es en sí misma un obstáculo para la creación de empleos. La baja densidad
de población y la distancia son frecuentemente consideradas obstáculos para el desarrollo
rural. No siempre es el caso (…) y, más allá de eso, la experiencia indica que los
obstáculos geográficos pueden ser traspasados. Para las regiones rurales atrasadas, las
regiones rurales dinámicas representan un modelo de desarrollo más realista que las
regiones urbanizadas” [ver OCDE (1996, pp.10)].
Hay un error de razonamiento en la manera en como son definidas las áreas rurales de
Brasil, que contribuye decisivamente para que sean asimiladas automáticamente al atraso,
la carencia de servicios y la falta de ciudadanía. La definición del IBGE (Instituto Brasilero
de Geografía y Estadística), para usar la expresión de Elena Sarraceno (1996/99), es de
naturaleza residual: las áreas rurales son aquellas que se encuentran fuera de los límites de
las ciudades, cuyo establecimiento es prerrogativa de las municipalidades. El acceso a
infraestructuras y servicios básicos y un mínimo de densidad son suficientes para que la
población se torne “urbana” 2 . De esta manera, el medio rural se corresponde con los
remanentes aún no alcanzados por las ciudades y su emancipación social pasa a ser vista
-de manera distorsionada- como “urbanización del campo”.
No existe una definición universalmente aceptada de medio rural y sería en vano el intento
de encontrar la mejor entre las actualmente existentes. Pero hay un rasgo común en los
trabajos europeos, norteamericanos y en los intentos más recientes de la División de
2
Este error de razonamiento es muy generalizado en las ciencias sociales contemporáneas. Al comentar sobre
su trilogía en una entrevista reciente, Manuel Castells afirma: “La mayor parte de lo que se considera como
crecimiento rural es la difusión en espacios que, pareciendo rurales, están conectados a redes
metropolitanas” [ver Folha de S. Paulo (1999)]. La conexión a redes metropolitanas -que es una de las
características centrales de los espacios rurales dinámicos- es vista en este caso como sinónimo de
desruralización.
2
Desarrollo Rural de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la
Agricultura [ver FAO/SDA (1998)] para América Latina: lo rural no es definido por
oposición sino en su relación con las “ciudades”. Por un lado, el medio rural incluye lo que
en Brasil llamamos “ciudades”, en proporciones que varían según las diferentes
definiciones, abriendo camino para que se divise la existencia de aquello que, entre
nosotros, es considerado una contradicción en sus términos: ciudades rurales.
Más allá de eso, todo el esfuerzo actual está en la búsqueda de las relaciones entre las
regiones rurales (que no pueden ser definidas como las que se encuentran en campo abierto,
fuera de los límites de las ciudades) y las ciudades de las que dependen. Esta perspectiva se
apoya fuertemente en la premisa del trabajo, hoy clásico, de Jacobs (1984, pp.32) según el
cual “(…) entre los diversos tipos de economías, las ciudades son únicas en su capacidad
de moldear las economías de otros asentamientos humanos, inclusive de aquellos que se
encuentran muy distantes de ellas, geográficamente”. Esto no significa que toda la
actividad económica y la vida social vayan a concentrarse en las ciudades, aunque haya
buenas razones para que allí se localicen los mercados más dinámicos (más diversificados y
concentrados) y lo que es más significativo en términos de procesos de innovación. Jane
Jacobs, de hecho, se rehúsa a encarar a la ciudad como “megalópolis, tiranópolis,
necrópolis, una monstruosidad, una tiranía, un muerto vivo” [ver Chase (1996, pp. 119)].
Pero incluso ella, que fue quizás la mayor entusiasta del poder creativo de las grandes
ciudades en el mundo contemporáneo, no ignoró la realidad y la importancia de las áreas
no densamente pobladas las cuales, según su visión, deben ser entendidas con base en la
fuerza que les es impresa por las aglomeraciones urbanas.
¿Cómo definir al medio rural de manera tal de tener en cuenta tanto su especificidad (esto
es, sin considerar su desarrollo como sinónimo de “urbanización”), como los factores que
determinan su dinámica (esto es, su relación con las ciudades)? Los impactos políticos de la
respuesta a esta pregunta teórica y metodológica son obvios: si el medio rural fuera apenas
una expresión, siempre disminuida, de lo que va quedando por fuera de las concentraciones
urbanas, entonces calificaría, como mucho, para recibir políticas sociales que compensen su
inevitable decadencia y pobreza. Si, en cambio, las regiones rurales tuvieran la capacidad
de cubrir funciones necesarias para sus habitantes y también para las ciudades –incluso que
ellas mismas no pueden producir- entonces la noción de desarrollo podría ser aplicada al
medio rural.
Este texto forma parte del proyecto de investigación llevado adelante por la Red IPEA
sobre las “Interrelaciones entre las transformaciones demográficas y la agenda social”. En
un trabajo anterior fueron estudiados los movimientos migratorios rural-urbanos en Brasil y
en sus cinco regiones, analizando especialmente las franjas de edad y sexo de los migrantes
entre 1940 y 1996, en base a las definiciones del IBGE sobre la situación residencial de la
población [ver Camarano y Abramovay (1999)]. Ahora se trata de dar un paso adelante y de
intentar elaborar indicadores que permitan comprender las dinámicas de las regiones
rurales en sus relaciones con los núcleos urbanos de los que dependen directa o
indirectamente.
Esto supone, sin embargo, una nueva definición sobre el medio rural que no lo condene de
antemano al vaciamiento social, cultural, demográfico y económico. Y es a ese intento al
3
que se dedica éste trabajo, que examinará críticamente los aspectos fundamentales de la
literatura internacional sobre el tema, en busca de instrumentos que inspiren la elaboración
de nuevos indicadores de ruralidad en Brasil. En un próximo informe de investigación,
serán estudiados el alcance y los límites de estas clasificaciones, para que se pueda llegar a
indicadores estadísticos adecuados sobre las relaciones entre nuestras transformaciones
demográficas recientes y la agenda social de los próximos años.
Hay tres formas dominantes de delimitación de lo rural frente a las cuales la insatisfacción
de los investigadores es creciente:
• una vez que hay extensión de servicios públicos a un cierto aglomerado poblacional,
éste es definido como urbano: es así que, en Brasil, las sedes de distrito con algunas
centenas o decenas de casas son definidas como “urbanas”; y
• lo rural tiende a ser definido, en principio, por la carencia5, lo que desde ningún
punto de vista puede ser considerado un criterio adecuado.
3
N.T: El programa de la materia Geografía Rural indica como lectura obligatoria los apartados de la
Introducción y las Secciones 1 a 3 inclusive. Por tal motivo, no se ha realizado la traducción de las restantes
secciones.
4
“Según la localización del domicilio, la situación puede ser urbana o rural, definida por ley municipal en
vigencia desde el 1º de agosto de 1996. En situación urbana se consideran a las personas y los hogares
registrados en las áreas urbanizadas o no, correspondientes a las ciudades (sedes municipales), a las villas
(sedes distritales) o a las áreas urbanas aisladas. La situación rural cubre a la población y los hogares
registrados en toda el área situada fuera de los límites urbanos, inclusive los aglomerados rurales de
extensión urbana, los poblados y los núcleos”[ver IBGE (1996)].
5
En Costa Rica, en Haití, en Uruguay y en Cuba son rurales las localidades con “características no urbanas”
[ver Sirven (1997)].
4
b) Hay países en los que el peso económico de la ocupación de la mano de obra en la
agricultura es el principal criterio para la definición de ruralidad. En Israel son urbanas las
localidades donde 2/3 de los jefes de hogar ejercen ocupaciones no agrícolas. En Chile,
además del umbral de población (1.500 habitantes) una localidad rural debe tener menos
del 50% de sus habitantes ocupados en actividades secundarias [ver Dirven (1997, pp. 79)].
La aplicación de este criterio aboliría el espacio rural de los países desarrollados y haría que
su peso fuera fuertemente declinante en las naciones en desarrollo. En efecto, aunque,
según las estadísticas francesas, 27% de la población del país vive en el medio rural, apenas
13% depende fundamentalmente de la agricultura [ver Abramovay (1994)]. Estas cifras no
son muy diferentes de las que caracterizan a la mayor parte de los países industrializados.
En todos los países en desarrollo el trabajo no agrícola crece más que el agrícola en el
medio rural [ver Islam (1997)].
c) Muchos países consideran que son rurales las localidades que se encuentran por debajo
de un cierto umbral de población. En España, en Portugal, en Italia y en Grecia, son rurales
los habitantes que viven en asentamientos humanos que reúnen en casas adyacentes a
menos de 10 mil habitantes –y que guardan una cierta distancia de los centros
metropolitanos [ver Bartolomé (1996, pp. 55) e Arnalte (1998)]. En Francia, son rurales las
“comunas” con población inferior a 2 mil habitantes, criterio estipulado en el siglo XIX6.
Varios países latinoamericanos (Argentina, Bolivia, México, Venezuela, Honduras,
Nicaragua, Panamá) adoptan también un límite poblacional que varía entre 1.000 y 2.500
habitantes para la definición de población rural [ver Dirven (1997, pp. 79)].
Este criterio es definitivamente menos inadecuado que los dos anteriores, ya que evita que
se asimile forzosamente lo rural a lo aislado: la mayor parte de las sedes de distritos
brasileros, con éste criterio, sería clasificada como rural. De igual manera, en caso de que
se adoptara la clasificación italiana o española (menos de 10 mil habitantes), más de 2.200
municipios brasileros pasarían a considerarse rurales. La adopción del límite de 20 mil
habitantes –parámetro común en las organizaciones internacionales y propuesto por el
sociólogo francés Henri Mendras (1995)- ampliaría de 22% a 33% la población rural
brasilera.
Sin embargo, hay tres inconvenientes básicos en relación con esta forma de definir al medio
rural:
6
Como se verá más adelante, un importante trabajo reciente de INSEE/INRA (1998) propone una profunda
modificación de este criterio. Las comunas son en Francia las más antiguas y elementales unidades
territoriales. Surgidas durante la Revolución, su número varió poco desde entonces y superaba, en 1990, las
36 mil unidades.
5
aglomeraciones de, como mucho, 500 habitantes en Escocia y de hasta 10 mil en
Grecia.
3. Características generales
7
Es lo que vienen mostrando los innumerables trabajos del “Proyecto Rururbano”, hoy, una de las más
importantes contribuciones para la renovación de los estudios rurales brasileros. Por cuestiones de naturaleza
operacional, dicho proyecto se apoya, sin embargo, en la definición de áreas rurales del IBGE: si, por un lado,
el proyecto ha mostrado la evolución de la pluriactividad y el declive de la agricultura en la ocupación y en la
generación de renta, su base de datos (PNADs) limita lo rural al “campo abierto” e impide realizar un
abordaje regional del desarrollo rural. De cualquier manera, los trabajos del Proyecto Rururbano serán una
referencia permanente para las actividades de REDIPEA y sus resultados serán estudiados y comparados por
nosotros en futuros informes.
6
áreas con baja densidad de población y la dependencia del sistema urbano 8 . Esta
convergencia no es fundamentalmente estadística. La manera en la que se cuantifica al
medio rural responde a tradiciones nacionales que, muchas veces, se remontan a siglos.
Antes de estudiar los métodos estadísticos y su traducción empírica en cada situación
nacional, importa saber exactamente qué se entiende por “espacio rural”: no sólo la forma
en la que se expresa estadísticamente, sino principalmente el significado de la ruralidad en
las sociedades contemporáneas. Como se verá a continuación, la preocupación está menos
en las “definiciones” que en el sentido del medio rural. En la sección 4 se revisarán
algunos de los más importantes trabajos internacionales que buscan representar
cuantitativamente el peso del medio rural en las economías y en las sociedades
contemporáneas.
El desarrollo rural norteamericano pasó, en ese sentido, por tres momentos básicos: durante
la formación histórica del país, el medio rural se benefició fundamentalmente de los
recursos que gozaban de una ventaja natural de localización: tierra, bosques y minería.
Durante los años 60 y 70, la ventaja comparativa del medio rural cambió de los recursos
primarios hacia los factores como “tierra barata, trabajo de bajo costo, regulaciones
flexibles y sindicatos débiles o inexistentes. Combinados con una nueva explosión de
inversiones públicas en transportes (el sistema de autopistas interestatales), estas ventajas
estimularon una expansión significativa de la manufactura en el medio rural
norteamericano. Entre 1960 y 1980, la participación del medio rural en el empleo
industrial aumentó de 21% a 27%” [ver Galston y Baehler (1993, pp. 14-15). A partir de
los años 80, comienza una nueva fase: “las características naturales consideradas con
‘valor de amenidad’ por jubilados, turistas y por ciertos tipos de negocios se constituyeron
en una nueva fuente de ventaja comparativa rural (…). Las localidades rurales con
importantes activos de localización se quedaron con los mayores beneficios en el reparto
8
Una excelente sistematización (apoyada en parte en la bibliografía aquí consultada) sobre la pluriactividad y
las nuevas definiciones de medio rural, puede ser encontrada en el trabajo de Kageyama (1998).
9
William Galston, profesor en el College Park de la Universidad de Maryland, fue un importante asesor del
Presidente Bill Clinton en asuntos rurales (Deputy Assistant to the President for Domestic Policy).
7
de la población rural y de la creación de nuevos empleos” [ver Galston y Baehler (1995,
pp. 14-15)].
En Europa, la asociación entre ruralidad y espacios naturales es tal vez aún más nítida que
en los Estados Unidos. La noción de rural “incluye a la de naturaleza, aunque este término
esté cargado de significaciones diferentes según los países (…). Esta dimensión es
particularmente evidente cuando hay confusión entre espacio agrícola y espacio rural,
pero también subyace a la búsqueda de un cierto tipo de hábitat (la casa, el poblado ‘en
los campos’)”, concluye Jollivet (1997, p. 352) en su recopilación que examina las
relaciones entre lo rural y el medio ambiente en ocho países de la Unión Europea. Las
cuestiones de naturaleza ambiental son actualmente cruciales en la reforma de la política
agraria comunitaria [ver Abramovay (1994)] y es interesante recordar que en las
negociaciones que la precedieron “(…) el espacio rural se tornó un argumento, habiendo
los agricultores franceses descubierto que podían aprovecharse de la condición de sus
gestores, usando esta prerrogativa para justificar que el Estado y la Unión Europea
preservasen sus intereses en las negociaciones con los Estados Unidos” [ver Jollivet (1997,
p. 355)].
La preservación del tejido natural en el que se apoya la agricultura es una de las mayores
preocupaciones de las políticas públicas europeas en esta área. Un informe de 1993
encargado por el Ministerio de Agricultura de Holanda critica la política agraria
comunitaria justamente por su timidez a la hora de promover la integración entre las
prácticas agrícolas y el desarrollo de sistemas productivos de alto valor natural (high
natural value farming systems). El estudio muestra que es necesario no solamente
minimizar los impactos ambientales de las prácticas agrícolas dominantes, sino también
“(…) intentar apoyar y promover los beneficios ambientales que pueden resultar de la
agricultura como forma de uso del suelo. Quizás lo más significativo de estos beneficios
sea la creación histórica y la actual manutención de hábitats seminaturales y paisajes con
alto valor de amenidad y ambiental en vastas áreas de la Comunidad” [ver Baldock y
Beaufoy (1993, p. 19)]. El medio rural es visto, en Europa, cada vez menos como un
espacio fundamentalmente productivo: pero incluso allí donde cumple funciones de oferta
8
agropecuaria es sensible a la presión para que esas actividades convivan con valores
naturales a los que se les atribuye una importancia social creciente.10
Está claro que no está superada, en los países desarrollados, la tensión entre lo que el
trabajo reciente del Instituto Nacional de Estadísticas y Estudios Económicos (INSEE) y
del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (INRA) -INSEE/INRA (1998, p.7)- ,
en Francia, llama de dos lógicas socioeconómicas, que oponen el espacio productor y el
espacio consumido. Es incierto, indica el estudio, el equilibrio entre “las funciones
productivas clásicas de los campos (agrícolas, silvícolas, industriales) que mantienen al
mundo rural en su lógica de oferta y las nuevas funciones de los espacios rurales
(residenciales, recreativas, ambientales, etc.) que contribuyen a transformarlos en espacios
que se consumen”. Pero es cada vez menor la legitimidad de los usos de los espacios
rurales que se justifiquen exclusivamente por sus funciones de oferta agrícola e industrial.
Una reacción posible ante esta constatación sería enfatizar su distancia en relación a lo que
ocurre en los países del hemisferio sur, que no podrían darse el supuesto “lujo” de tener en
cuenta los temas de naturaleza ambiental en sus estrategias de desarrollo rural. Un rápido
examen del documento brasilero sobre “agricultura sustentable” en la Agenda 21 pone
francamente en duda este presupuesto. Son cada vez más frecuentes en todo el país las
iniciativas orientadas a preservar los recursos necesarios para la continuidad de la
producción agropecuaria. Van surgiendo también, de manera muy significativa, acciones
locales dirigidas a la preservación ambiental, independientemente de su influencia
inmediata sobre la producción agropecuaria. Actualmente, son bastantes significativas las
organizaciones de consorcios municipales orientadas a la creación de comités de cuencas
hidrográficas y a la preservación de la calidad del agua [ver Dorigon (1997), Fleischfresser
1999)]. El Estado de Paraná ya posee una ley del ICMS11 Ecológico (o Ley de Regalías
Ecológicas, Ley Complementaria n° 59, del 1/10/1991, aprobada por la Asamblea
Legislativa) que transfiere el 5% del ICMS a municipios que cuentan en su territorio con
manantiales de abastecimiento público de interés para municipios vecinos o unidades de
conservación ambiental. De los 371 municipios paranaenses, 152 de ellos son actualmente
contemplados en esta ley, cubriendo 38 manantiales de abastecimiento público y 144 áreas
protegidas [ver Instituto Ambiental de Paraná (1998)]. En el Municipio de Jataí (Goiás) la
municipalidad dio plazo para que los propietarios reforesten sus áreas. En otras situaciones,
también en Goiás, está siendo aplicada la obligación de registrar en los archivos las áreas de
reserva legal para que no puedan ser subdivididas en caso de venta o reparto del área.
A medida que la noción de ruralidad incorpora al medio rural como un valor a ser
preservado -y no como un obstáculo que el progreso agrícola debe fatalmente eliminar-,
van ganando fuerza las políticas y las prácticas productivas orientadas a la exploración
sustentable de la biodiversidad. El Centro de Investigación para la Agricultura del Cerrado
(CPAC/Embrapa) posee actualmente un ambicioso programa volcado hacia la valorización
de los recursos locales, basado en los conocimientos de las propias poblaciones de los
10
Es importante no subestimar, sin embargo, el peso de las tradiciones y de los intereses que vuelven
extremadamente lenta la incorporación, por parte de la propia política agraria europea, de los temas de
naturaleza ambiental [ver Abramovay (1999)].
11
N.T: el ICMS es el Impuesto a la Circulación de Mercaderías y Prestación de Servicios.
9
cerrados [ver Assad y Lopes Assad (1999)]. “El impacto ambiental producido por la
deforestación de grandes áreas para la introducción de monocultivos de granos, por
ejemplo, tiene una relación costo-beneficio negativa si se piensa en un desarrollo
sustentable que tenga en cuenta el mantenimiento de la biodiversidad”, afirma Castro
(1997, p. 50), destacando la existencia de un banco de germoplasma en los Cerrados hasta
ahora muy poco conocido. Que el CPAC posea un fértil programa de investigación sobre la
valorización sustentable de la biodiversidad (y no solamente sobre las modalidades de
extensión pura y simple de la frontera agrícola en base a las commodities convencionales)
es muy representativo de la importancia del mundo natural en la propia definición de
ruralidad al día de hoy.
Tiene razón, por lo tanto, Ortega (1996, p.244), de la CEPAL, al decir que, “de hecho, lo
que se está perfilando en las transformaciones sociales que comienzan es una redefinición
de lo rural, en el sentido de comprender este espacio de la sociedad como la vinculación
con los recursos naturales, el manejo de los mismos y, concretamente, la vinculación de la
sociedad con la propia naturaleza”.
La elaboración de indicadores sobre desarrollo rural debe incluir la manera en la que esta
relación entre sociedad y naturaleza se manifiesta en las diferentes regiones. Sería
interesante probar la siguiente hipótesis de trabajo: las regiones que logran considerar al
medio ambiente como un triunfo para el desarrollo -no como un límite a ser traspasado para
el éxito de los emprendimientos económicos- alcanzan formas más sustentables de
generación de renta.
12
Documento 7957/88 de la entonces Comunidad Económica Europea (hoy Unión Europea), publicado por el
Ministerio de Agricultura de España con el título “El futuro del mundo rural” [en la obra de Bartolomé (1996,
p. 38)].
10
mutua”. No hay duda de que existe aquí también -de la misma forma que en la importancia
dada a la valorización de la naturaleza- un aspecto fuertemente ideológico en la asociación
entre mundo rural y “sociedad de interconocimiento”, como bien lo reconocen los propios
Galston y Baehler. No es menos cierto, sin embargo, que -como muestra Castells (1997, p.
60), hablando de las “identidades territoriales” en el segundo volumen de su trilogía- “las
personas socializan e interactúan en su ambiente local, sea en un poblado, en la ciudad o
en el suburbio, y crean redes entre sus vecinos (…). Las personas resisten al proceso de
individualización y atomización sociales y tienden a agruparse (cluster) en organizaciones
de comunidades que, con el pasar del tiempo, generan un sentimiento de pertenencia
(belonging) y, en última instancia, en muchos casos, una identidad comunal (communal),
cultural”.
No hay ninguna razón de principio para que estas identidades sean más fuertes en una
situación espacial que en otra. 13 En la sociedad norteamericana, por ejemplo, los
sentimientos de cohesión social difícilmente pasan por una identidad local: “la cultura
americana no atribuye prioridad al lugar, esto es, a las comunidades humanas íntimas y
permanentes”. En base a esta afirmación, Galston y Baehler (1995, p. 45) muestran que
“los miembros de una comunidad pueden enfrentar un dilema (trade-off) entre los niveles
de interés propio de los individuos y el grado en que sus comunidades preservan sus
patrones característicos de relaciones sociales. ¿Las comunidades deben dar la bienvenida
a la red Wal-Mart, que ofrece una amplia gama de bienes a bajos precios, incluso cuando
su llegada represente el doblar de las campanas para el pequeño comercio de la calle
principal?”. Al destacar la dificultad de responder a esta pregunta, Galston y Baehler no
están condenando la inmensa movilidad espacial que caracteriza a la sociedad
norteamericana, pero afirman, aún así, que una “movilidad capaz de solapar los lugares
termina por comprometer sus propias aspiraciones”.
13
Hofferth e Iceland (1998, p. 575) cuestionan la imagen tradicional de la sociología norteamericana, según la
cual “las relaciones en las áreas urbanas eran tomadas como impersonales y transitorias (…). La
urbanización no resulta necesariamente en pérdida de conexión y muchos migrantes establecen fuertes
vínculos en las áreas urbanas. Los residentes urbanos tienen tantos lazos como los de las pequeñas
localidades, aunque la naturaleza de esos lazos sea diferente”.
14
Hacia fines de los años 40, Lefebvre (1949/78, p. 20-25) asociaba la inmensa movilidad norteamericana al
hecho de que los sociólogos rurales de aquel país “se ocuparan de una ruralidad sin pasado y, por así decir,
sin espesor histórico”. La valorización de la localidad es extremadamente importante en Europa, donde “el
pasado está escrito incluso en las marcas de las piedras”.
11
Está claro que la base de esta visión positiva del medio rural radica en la inmensa
movilidad espacial que autoriza a Hervieu y Viard (1996, p.43) a afirmar que “no hay
urbanos o rurales, hay franceses que habitan en la ciudad y otros que habitan en el espacio
rural”. Vivir en el campo ya no es pertenecer a un “poblado comunitario (communauté
villageoise) con todo lo que eso implicaba en términos de reglas compartidas, de
restricciones colectivas, de memoria común y también de clausura al interior del grupo”.
Ahora existe una movilidad cotidiana, un transporte rápido entre residencia, trabajo, ocio,
compras, que permite el acceso a infraestructuras y a servicios básicos de la vida
contemporánea fuera del espacio físico de los centros metropolitanos. Esto explica también
la fuerte negativa de los habitantes del interior de Francia a aceptar un empleo en París [ver
Hervieu y Viard (1996, p. 54)]. Los desplazamientos diarios entre el domicilio rural y el
lugar de trabajo urbano alcanzan los 2 millones de trabajadores en las comunas periurbanas
y los 750 mil en los espacios predominantemente rurales15 en Francia [ver INSEE/INRA
(1998, p. 7)].
La movilidad en los Estados Unidos es tal, que en las tres cuartas partes de los condados no
metropolitanos, el 35% de los habitantes salen diariamente del lugar donde viven para
trabajar en otros lugares. Este tránsito diario entre lugar de residencia y de trabajo
(commuting) no se limita únicamente a las áreas metropolitanas: el trabajo de Aldrich,
Beale y Kassel (1996, p. 30) muestra que los commuting varían de manera inversamente
proporcional al tamaño de los lugares. En el nordeste de los Estados Unidos, 76,4% de la
población trabajaba fuera de su lugar de residencia en los aglomerados no metropolitanos
con menos de mil habitantes. En aquellos con más de 10 mil habitantes, la proporción de
out-commuting cae a 35%. En virtud de esta movilidad, “aumentar los puestos de trabajo
en una determinada comunidad puede resultar en un aumento de la búsqueda y de la
obtención de empleo tanto por parte de los residentes como de los no residentes de esa
comunidad” [ver Aldrich, Beale y Kassel (1996, p. 26)].
Existe una ambigüedad básica en la situación de las áreas no densamente pobladas en las
sociedades contemporáneas. Por un lado, la dispersión poblacional representa un serio
límite para el aprovechamiento de las oportunidades de desarrollo y no causa sorpresa que,
tanto para los Estados Unidos como también para nosotros, allí se concentren los peores
indicadores sociales y una situación demográfica muchas veces preocupante.16 Sin embargo,
al igual que la relación con la naturaleza, la dispersión poblacional puede representar un
valor importante en las sociedades contemporáneas en dos sentidos. Por un lado, por la
oposición a los trastornos y a la inseguridad de la vida urbana y metropolitana, uno de los
15
Veremos más adelante la definición de “espacio predominantemente rural” según el reciente trabajo de
INSEE/INRA (1998).
16
En un trabajo anterior, se constató un claro proceso de “envejecimiento” y “masculinización” del medio
rural brasilero [ver Camarano y Abramovay (1999)]. De igual forma, el medio rural norteamericano tiene más
niños y ancianos y menos jóvenes y adultos de mediana edad que las áreas metropolitanas [ver Hofferth y
Iceland (1998, p. 575)]. El envejecimiento poblacional rural es evidente también en Francia: “En los últimos
veinte años, el número de jubilados que viven en las comunas rurales aumentó 60% (…). Un tercio de los
hogares rurales está conformado por inactivos o jubilados” [Hervieu (1993, p. 40)]. El predominio de los
varones jóvenes sobre las mujeres jóvenes se expresa en el fenómeno del celibato masculino agrícola que
alcanza al 18% de los individuos, contra apenas el 9% del conjunto de la población [ver Hervieu (1993, p.
53)].
12
factores que produce movimientos migratorios en todo el mundo, incluso de grupos de
medianos y altos ingresos y con buena formación educativa, hacia las áreas menos
densamente pobladas. Por otro lado, en las áreas no densamente pobladas es, con frecuencia,
menor el sentimiento de soledad que trae aparejado el anonimato de la vida metropolitana:
sobre todo cuando esas áreas pueden representar la recuperación y el refuerzo de relaciones
de proximidad familiar, comunitaria y de vecindad. Que estos valores puedan transformarse
en fuentes de desarrollo y generación de ingresos va a depender tanto de la organización de
los habitantes y de las instituciones rurales como, sobre todo, del tipo de relación que
consigan establecer con las ciudades.
Si no existe una única definición para “medio rural”, lo mismo puede decirse respecto de
las “ciudades”. Por un lado, las ciudades se definen en relación con sus funciones y su
capacidad variable de imprimir dinamismo a la vida económica de una región. 18 La
referencia básica en este sentido es la teoría del lugar central de Christaller, Lörsch y otros,
que procuraron formular modelos para comprender la razón de la existencia de tamaños
variados de ciudades, la naturaleza de la relación con su entorno y la formación de una red
o sistema de ciudades [ver Ablas (1982)]. Buena parte del trabajo estadístico del Economic
Research Service (ERS) del United States Department of Agriculture (USDA) se apoya en
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Para la finalidad de este trabajo, es interesante el tipo de indicador que Galston y Baehler utilizan para
llegar a tal conclusión: en Iowa, las 680 pequeñas localidades small towns con menos de mil habitantes
perdieron el 35% de su comercio minorista en los años 80 y su pérdida poblacional se concentró en los
segmentos más jóvenes. En promedio, el 72% de las pequeñas localidades con menos de 2.500 habitantes
perdieron población. Los datos brasileros muestran, globalmente, una pérdida poblacional muy importante en
los segmentos inferiores a 20 mil habitantes que representaban al 16% de la población “urbana” (según la
terminología del IBGE) en 1991, pasando a 11% de este total en 1996. Sería importante estudiar este
movimiento en diferentes estados y regiones con la hipótesis de que, en muchas áreas formadas por una densa
red de ciudades, las pequeñas localidades -provistas de infraestructura y servicios básicos- en muchos casos se
dinamizaron.
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Ciudades parasitarias y ciudades generadoras [ver Hoselitz (1955)], ciudades dormitorio y ciudades
industriales [ver Sachs (1996)], ciudades de economía pasiva y ciudades sustitutorias de importaciones [ver
Jacobs (1984)] son algunos ejemplos de sistematización de las funciones estructurales de las ciudades.
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la teoría del lugar central [ver Ghelfi y Parker (1997, p. 32)] y busca establecer el tipo de
relación existente entre diferentes tamaños de aglomeraciones poblacionales.
Por otro lado, la diferencia en la “importancia” entre las diversas ciudades hace que, en
muchos casos, se establezcan umbrales de población o de densidad económica como límites
para su definición. Para los norteamericanos, existe una diferencia entre cities y towns que
se traduce estadísticamente. En el reciente trabajo de INSEE/INRA, en Francia, lo que
define a un polo de dominio urbano es una cierta capacidad de generación de empleos. Para
la OCDE, la definición de urbano tiene como base un criterio de densidad demográfica
regional.
La relación del medio rural con las ciudades tiene una naturaleza dual: por un lado, las
áreas rurales están polarizadas en pequeños o medianos asentamientos donde se concentran
algunos servicios e infraestructura básica. Estas “aglomeraciones menos tentaculares” que
las ciudades propiamente dichas son mencionadas, en la investigación del INSEE/INRA
(1998, p. 6), en Francia, como polos rurales: “ellos trenzan una fuerte complementariedad
con el tejido de las pequeñas comunidades que los rodean”. En los recientes trabajos
norteamericanos es fundamental el estudio de las funciones económicas de los “small
towns and places”, localidades distintas a las ciudades y, sobre todo, a las que son
caracterizadas como áreas metropolitanas [ver Aldrich, Beale y Kassel (1996), Gibbs y
Bernat Jr. (1997) y Ghelfi y Parker (1997)]. Es en este sentido en el que para la OCDE
existen ciudades en las regiones rurales.
Por otro lado, es fundamental el estudio de la relación entre estas regiones rurales con los
centros metropolitanos de los que dependen más o menos directamente.
En la sección 4 serán expuestos los resultados recientes de trabajos del ERS/USDA para los
Estados Unidos, del INSEE/INRA para Francia y de la OCDE para sus países miembros. El
objetivo no es proporcionar un panorama completo de las definiciones de rural, sino
presentar tres interesantes métodos de definición que buscan comprender la ruralidad por la
importancia de las áreas no densamente pobladas y por el tipo de relación que mantienen
con las ciudades. Lo fundamental, como se verá a continuación, es que cada uno de estos
trabajos se corresponde con el esfuerzo de integrar orgánicamente ciudad y campo sin
eliminar las particularidades de la organización social, económica y territorial de las áreas
no densamente pobladas.
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