KUBIN, de Mi Vida
KUBIN, de Mi Vida
KUBIN, de Mi Vida
EL ARTISTA CREADOR:
base de la vida, pero guardaré de explicar esto de otra manera que no sea a través de
imágenes. Para nosotros, ese abismo es impersonal y carece de sentido, pero la
experiencia nos demuestra que provenimos orgánicamente de él y que, mediante el otro
principio, el Ser, nos unimos a él, perceptualmente, durante toda nuestra vida para
finalmente disolvernos en él.
El Ser existe aislado y es lo más inmediato; es ante todo el soporte de la
conciencia. En la vida del hombre se produce un acontecimiento de máxima trascendencia
cuando por primera vez se toma conciencia del Ser. Es un hecho que no necesita mayor
explicación.
El hombre, al participar de la sustancia del Caos y de lo enigmático del Ser, está
capacitado sobre todo para transformar su inasible e indispensable realidad en una
irrealidad a la que nosotros llamamos mundo y con la que establece innumerables
relaciones esenciales. El hombre es un aventurero de la infinitud de fuerzas desconocidas
que lo condicionen. Su actividad consiste en dar sentido, y en todas las imágenes, en todos
los poemas, en todas las músicas, tal actividad aparece reforzada por la capacidad de hacer
exteriormente luminoso y coherente un sentimiento oscuro Los artistas en el sentido más
amplio –cuento entre ellos a los fundadores de religiones, a los héroes y hasta a los
estadistas- son los creadores más eminentes, pues lo que ellos crean es extremadamente
irreal. Son los frutos más maravillosos de esa misteriosa y fértil combinación de Caos y
Ser. El artista auténtico consigue velar el abismo y asegurar la permanencia del mundo y
a este poder transformador que, con solo examinar las cosas, las ve y ordena
simbólicamente, se suma en el artista plástico una destreza artesanal que le permite
arrancar su obra del flujo del acontecer caótico. Solo este dominio de lo artesanal dota a
la obra de la cualidad de la armonía, que tanto agrada a quienes son sensibles a ella y a
los que da un atisbo del supremo claro de la vida. El abismo caótico es el nuestro propio,
que en sus incesantes transformaciones devora ininterrumpidamente el mundo y la
aparente, alucinada, grandeza de nuestro yo. La individualidad no da nada, pero se afirma
en su realidad inmediata igual que una lámpara que alumbra unas veces con más fuerza y
otras más débilmente. Tan poco digna de confianza, tan inquietante incluso, es nuestra
condición. ¡Cuánto nos beneficia entonces la única salida practicable, lo irreal!
Escapamos así, al menos temporalmente, de los cambios que continuamente nos
atormentan, y tanto el corazón como la cabeza pueden encontrar aquello que anhelan
Desde luego, aquel que quiera que el mundo cumpla sus expectativas en relación con lo
materialmente calculable, está todavía prisionero de la realidad y apenas vislumbra algo
del humor que necesariamente reina en el trato con esa grandiosa y maravillosa ilusión.
(…).
Me basta una mirada a lo viviente-elemental, cuyo comportamiento exploro para,
de ese modo, asomándome, por así decirlo, al abismo, tratar de crear allí donde otros hace
mucho tiempo cerraron atemorizados los ojos a la pavorosa claridad. Mis relaciones con
la noche, el crepúsculo, el bosque, el pantano, los animales, los cadáveres, son
completamente diferentes de las de un filósofo, un coleccionista, un campesino, un
jornalero, una vieja beata o una joven prostituta. Esta enumeración es interminable. Todos
debemos asumir lo que nos sucede: el nacimiento, la suerte, la desgracia y el final. Cuanto
más diferenciado e imaginativo es un hombre, tanto más intensos serán para él los
acontecimientos. En pocas palabras: ¡el destino lo es todo! Por eso soy fatalista. (…) Sea
Seminarios de Arte, Literatura y Filosofía. Textos de Alfred Kubin, recogidos por Rocío Sola Jiménez
« ¡Como ves, yo soy el Amo! – Yo también vivía desesperado hasta que con los
restos de mi fortuna, forjé un imperio. ¡Ahora soy Dueño y Señor absoluto!»
Yo estaba conmovidísimo, y, sintiendo una profunda compasión por él, dije no sin cierta
dificultad:
« ¿También eres feliz?»
Pero ya el rayo me había alcanzado, paralizándome por completo. Muy cerca de
mí vi los terribles ojos. Yo estaba como si, por dentro por fuera, me hubieran cubierto
con una capa de hielo. Entonces exclamó: « ¡Dame una estrella, dame una estrella!».
Las Metamorfosis del individuo:
KUBIN, Alfred. La otra parte. Trad. Juan José del Solar. Barcelona, Labor, 1974, pp.
151-2.
Entonces comprendí a Patera, al Amo, al prodigioso Maestro. Sólo entonces, en
medio de aquel gran universo de farsa, me convertí en uno de los que más se reían sin
olvidarme de temblar junto con los torturados. En mi interior se había instalado un
tribunal que lo observaba todo y por fin supe que, en el fondo, no estaba sucediendo nada.
Patera se hallaba en todas partes, lo veía en los ojos de mis amigos tanto como de mis
enemigos, en diversos animales, plantas y piedras. Su fuerza imaginativa latía en todo lo
existente: era el latido del País de los Sueños. Y sin embargo, también encontré en mi
interior elementos extraños. Descubrí con horror que mi Yo estaba compuesto de otros
Yos que se mantenían al acecho uno detrás del otro. Dentro de esta vastísima cadena, el
que venía luego me parecía más grande y hermético que el anterior, y los últimos
escapaban ya a mi comprensión, diluyéndose en un plano crepuscular. Cada uno de estos
Yos tenía sus propios puntos de vista. Así por ejemplo, la concepción de la muerte como
final era correcta desde la perspectiva de la vida orgánica. No obstante, a un nivel de
conocimiento más elevado el ser humano no existía en absoluto, y por lo tanto nada podía
llegar a ningún fin. Omnipresente era el rítmico pulso de Patera, cuya insaciable fuerza
imaginativa propendía a la simultaneidad en todo orden de cosas: el objeto y su contrario,
el mundo… y la nada. Tal era el motivo por el que sus criaturas vivían en perpetua
oscilación. Tenían que rescatar su mundo imaginario del dominio de la nada y, al mismo
tiempo, reconquistar la nada a partir de este mundo imaginario. Pero la Nada era rígida y
no quería ceder, entonces la fuerza imaginativa empezaba a zumbar y a vibrar
intensamente, a todos los niveles iban surgiendo formas, sonidos, olores y colores. ¡y ya
estaba ahí el mundo! Después, la Nada volvía a devorar todo lo creado y el mundo se
convertía en algo pálido y opaco, la vida se enmohecía, enmudecía y acababa
desintegrándose y muriendo de nuevo… Nada, hasta que el proceso se iniciaba una vez
más desde el principio. Esta era la explicación de por qué las cosas encajaban tan bien
unas con otras, haciendo posible el surgimiento de un cosmos. (…) La causa final debía
residir en la imaginación y en la nada, y quizás éstas no eran sino una sola cosa. (…).
Al término de estos procesos evolutivos el ser humano cesa de existir como
individuo y tampoco se le necesita. Este camino conduce a las estrellas.