KUBIN, de Mi Vida

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Seminarios de Arte, Literatura y Filosofía.

Textos de Alfred Kubin, recogidos por Rocío Sola Jiménez

EL ARTISTA CREADOR:

 La dicotomía entre «Padre» e «Hijo»:


KUBIN, Alfred. De mi vida. De la mesa del dibujante y otros escritos. Trad. Joaquín
Chamorro Mielke. Ed. Sela Bozal. Madrid, La balsa de la Medusa, 2016, pp. 74-5.
De nuevo volví a Schopenhauer. En pocos días, leí con inmenso fervor sus obras
más importantes. Mi estado de desconsuelo me convención de que la visión pesimista del
mundo era la única correcta, y me entregué a estas ideas, lo cual no hizo sino aumentar
mi insatisfacción general. Entre frenéticas cavilaciones anotaba, casi siempre en mis
paseos por el Englischer Garten, toda clase de ocurrencias filosóficas hasta que,
finalmente, concebí una extraña cosmogonía cuya peregrina idea fundamental expongo
aquí.
Imaginé que un principio del ser, en sí extratemporal, eterno –al que llamé «el
Padre»-, creó por motivos inexplicables a la conciencia – «el Hijo»- junto con el mundo,
inseparablemente ligado a ella. Naturalmente, yo era «el Hijo» que se engañaba, se
atormentaba y se torturaba a sí mismo siempre que lo consentía el Padre, verdadero e
inconmensurable, que le había creado a su imagen y semejanza. En cualquier momento
este Hijo podía desaparecer junto con su mundo y ser elevado a la omnímoda existencia
del Padre. No puede haber nunca más que un hijo y, desde su punto de vista cognoscitivo,
se podía decir de forma comparativa, alegórica, que todo este proceso engañoso y
atormentador del mundo acontece con el fin de que en esta gran confusión el padre aprecie
–mida- su claridad e infinitud en tanto que omnipotente. A menudo, en las horas
nocturnas, llenaba docenas de cuadernos que escondía de las preguntas e indagaciones de
mis amigos, y que sólo mostré y leí a uno, con estas particulares explicaciones filosóficas
y poéticas del «hijo como peregrino del mundo». Todavía conservo muchos de ellos,
aunque están garabateados de manera tan febril y apresurada, que ya apenas puedo
descifrarlos. Cuando ese estado febril se hubo consumado y sosegado, sufrí una fuerte
infección de garganta que me dejó varios días postrado en mi habitación. Durante todo
ese tiempo dibujé sin parar y llevé al papel imágenes fantasmagóricas y caricaturas en
consonancia con mi deprimente estado anímico.
 Fragmento de una imagen del mundo:
KUBIN, Alfred. De mi vida. De la mesa del dibujante y otros escritos. Trad. Joaquín
Chamorro Mielke. Ed. Sela Bozal. Madrid, La balsa de la Medusa, 2016, pp. 276-78.
Como mero aficionado, que no especialista, a la filosofía, no estoy obligado a
hacer una exposición sistemática que deba resistir a una crítica rigurosa. Por ello, pido
que aquí se tomen mis ideas más bien como una concepción poética a la que han
contribuido estudios y experiencias de toda una vida. Poco a poco, la idea de que el
hombre se compone de una enigmática combinación de dos sustancias anónimas se ha
convertido en una certeza: el Caos y el Ser. Llamo Caos al abismo del ser material, a la
Seminarios de Arte, Literatura y Filosofía. Textos de Alfred Kubin, recogidos por Rocío Sola Jiménez

base de la vida, pero guardaré de explicar esto de otra manera que no sea a través de
imágenes. Para nosotros, ese abismo es impersonal y carece de sentido, pero la
experiencia nos demuestra que provenimos orgánicamente de él y que, mediante el otro
principio, el Ser, nos unimos a él, perceptualmente, durante toda nuestra vida para
finalmente disolvernos en él.
El Ser existe aislado y es lo más inmediato; es ante todo el soporte de la
conciencia. En la vida del hombre se produce un acontecimiento de máxima trascendencia
cuando por primera vez se toma conciencia del Ser. Es un hecho que no necesita mayor
explicación.
El hombre, al participar de la sustancia del Caos y de lo enigmático del Ser, está
capacitado sobre todo para transformar su inasible e indispensable realidad en una
irrealidad a la que nosotros llamamos mundo y con la que establece innumerables
relaciones esenciales. El hombre es un aventurero de la infinitud de fuerzas desconocidas
que lo condicionen. Su actividad consiste en dar sentido, y en todas las imágenes, en todos
los poemas, en todas las músicas, tal actividad aparece reforzada por la capacidad de hacer
exteriormente luminoso y coherente un sentimiento oscuro Los artistas en el sentido más
amplio –cuento entre ellos a los fundadores de religiones, a los héroes y hasta a los
estadistas- son los creadores más eminentes, pues lo que ellos crean es extremadamente
irreal. Son los frutos más maravillosos de esa misteriosa y fértil combinación de Caos y
Ser. El artista auténtico consigue velar el abismo y asegurar la permanencia del mundo y
a este poder transformador que, con solo examinar las cosas, las ve y ordena
simbólicamente, se suma en el artista plástico una destreza artesanal que le permite
arrancar su obra del flujo del acontecer caótico. Solo este dominio de lo artesanal dota a
la obra de la cualidad de la armonía, que tanto agrada a quienes son sensibles a ella y a
los que da un atisbo del supremo claro de la vida. El abismo caótico es el nuestro propio,
que en sus incesantes transformaciones devora ininterrumpidamente el mundo y la
aparente, alucinada, grandeza de nuestro yo. La individualidad no da nada, pero se afirma
en su realidad inmediata igual que una lámpara que alumbra unas veces con más fuerza y
otras más débilmente. Tan poco digna de confianza, tan inquietante incluso, es nuestra
condición. ¡Cuánto nos beneficia entonces la única salida practicable, lo irreal!
Escapamos así, al menos temporalmente, de los cambios que continuamente nos
atormentan, y tanto el corazón como la cabeza pueden encontrar aquello que anhelan
Desde luego, aquel que quiera que el mundo cumpla sus expectativas en relación con lo
materialmente calculable, está todavía prisionero de la realidad y apenas vislumbra algo
del humor que necesariamente reina en el trato con esa grandiosa y maravillosa ilusión.
(…).
Me basta una mirada a lo viviente-elemental, cuyo comportamiento exploro para,
de ese modo, asomándome, por así decirlo, al abismo, tratar de crear allí donde otros hace
mucho tiempo cerraron atemorizados los ojos a la pavorosa claridad. Mis relaciones con
la noche, el crepúsculo, el bosque, el pantano, los animales, los cadáveres, son
completamente diferentes de las de un filósofo, un coleccionista, un campesino, un
jornalero, una vieja beata o una joven prostituta. Esta enumeración es interminable. Todos
debemos asumir lo que nos sucede: el nacimiento, la suerte, la desgracia y el final. Cuanto
más diferenciado e imaginativo es un hombre, tanto más intensos serán para él los
acontecimientos. En pocas palabras: ¡el destino lo es todo! Por eso soy fatalista. (…) Sea
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una alianza de poderes benignos o un antagonismo de poderes hostiles lo que en el fondo


mueve a esta pompa de jabón que es el mundo, solo me interesa este y nunca olvido su
fragilidad. (…) Las numerosas ideas que brotan en la creación, tienen su propia fuerza de
atracción de las sombras, las luces y las líneas que imperceptiblemente se mezclan en mis
pensamientos y me permiten encontrar combinaciones siempre nuevas. Mi barco surca
los mares en la penumbra de este sueño vivaz, con las luces apagadas y su cargamento de
imágenes. Podrá naufragar en un momento determinado, que no predeterminado. Mi
imagen del mundo no está acabada, sigue siendo fragmentaria, pues experiencias futuras
podrían darle otra forma o completarla. Es completamente subjetiva. No quiero
engañarme sobre lo inevitable, pero tampoco minimizar las creencias de otros. Me es
relativamente indiferente que a la entrada y a la salida de la vida se coloque la máscara
de un espíritu amable o, como yo, un signo de interrogación. Para mí solo habría un
infortunio: ¡tener que vivir y no poder crear! No deseo otra cosa que permanecer fiel a mí
mismo y vivir en mi tranquilo rincón del mundo hasta que la aniquilación ponga fin a
todo.

LOS CONTRARIOS, LA PERCEPCIÓN DEL INDIVIDUO Y DEL CREADOR:

 Las metamorfosis de Patera:


KUBIN, Alfred. La otra parte. Trad. Juan José del Solar. Barcelona, Labor, 1974, pp.
122-23.
Hechizado, incapaz de efectuar el menor movimiento, sólo atiné a pensar: « ¡Él es
el Amo, él es el Amo!». Entonces me fue dado asistir a un espectáculo indescriptible. Los
ojos volvieron a cerrarse y el rostro adquirió una animación siniestra y aterradora. Su
juego gestual fue cambiando como los colores de un camaleón, cientos… no, miles de
veces y en forma ininterrumpida. Con abrumadora celeridad, el rostro aquel que
adoptando sucesivamente los rasgos de un joven, de una mujer, de un niño y de un
anciano. Se volvió gordo y enjuto, le salieron excrecencias como a un pavo, se redujo a
su mínima expresión y, al cabo de un instante, se hinchó y estiró con orgullo, expresando
alternativamente escarnio, bondad, malicia y odio. Se llenó de arrugas y luego se tornó
liso como una piedra: era como un inexplicable secreto de la naturaleza, del que no podía
separar los ojos. Una fuerza mágica me tenía atornillado en el sitio, y por mi espalda se
deslizaron escalofríos de pánico. Luego empezaron a sucederse las cabezas zoomórficas:
primero la de un león, cuyo hocico fue agudizándose hasta adquirir la expresión astuta de
un chacal; siguió transformándose ora en un potro salvaje de espumantes ollares, ora en
un ave, otra en una serpiente. Era horrible; yo quería gritar y no podía. Tuve que
contemplar todas aquellas figuras grotescas y abominables, que tan pronto aparecían
bañadas en sangre como adoptaban una tímida expresión de picardía. Finalmente, la
agitación empezó a calmarse. Su rostro fue aún iluminado varias veces por unos
resplandores intermitentes, los deformes visajes desparecieron y nuevamente vi
durmiendo ante mí al hombre Patera. Tan sólo sus arqueados labios seguían vibrando con
febril agitación. Entonces volví a oír aquella voz extraña:
Seminarios de Arte, Literatura y Filosofía. Textos de Alfred Kubin, recogidos por Rocío Sola Jiménez

« ¡Como ves, yo soy el Amo! – Yo también vivía desesperado hasta que con los
restos de mi fortuna, forjé un imperio. ¡Ahora soy Dueño y Señor absoluto!»
Yo estaba conmovidísimo, y, sintiendo una profunda compasión por él, dije no sin cierta
dificultad:
« ¿También eres feliz?»
Pero ya el rayo me había alcanzado, paralizándome por completo. Muy cerca de
mí vi los terribles ojos. Yo estaba como si, por dentro por fuera, me hubieran cubierto
con una capa de hielo. Entonces exclamó: « ¡Dame una estrella, dame una estrella!».
 Las Metamorfosis del individuo:
KUBIN, Alfred. La otra parte. Trad. Juan José del Solar. Barcelona, Labor, 1974, pp.
151-2.
Entonces comprendí a Patera, al Amo, al prodigioso Maestro. Sólo entonces, en
medio de aquel gran universo de farsa, me convertí en uno de los que más se reían sin
olvidarme de temblar junto con los torturados. En mi interior se había instalado un
tribunal que lo observaba todo y por fin supe que, en el fondo, no estaba sucediendo nada.
Patera se hallaba en todas partes, lo veía en los ojos de mis amigos tanto como de mis
enemigos, en diversos animales, plantas y piedras. Su fuerza imaginativa latía en todo lo
existente: era el latido del País de los Sueños. Y sin embargo, también encontré en mi
interior elementos extraños. Descubrí con horror que mi Yo estaba compuesto de otros
Yos que se mantenían al acecho uno detrás del otro. Dentro de esta vastísima cadena, el
que venía luego me parecía más grande y hermético que el anterior, y los últimos
escapaban ya a mi comprensión, diluyéndose en un plano crepuscular. Cada uno de estos
Yos tenía sus propios puntos de vista. Así por ejemplo, la concepción de la muerte como
final era correcta desde la perspectiva de la vida orgánica. No obstante, a un nivel de
conocimiento más elevado el ser humano no existía en absoluto, y por lo tanto nada podía
llegar a ningún fin. Omnipresente era el rítmico pulso de Patera, cuya insaciable fuerza
imaginativa propendía a la simultaneidad en todo orden de cosas: el objeto y su contrario,
el mundo… y la nada. Tal era el motivo por el que sus criaturas vivían en perpetua
oscilación. Tenían que rescatar su mundo imaginario del dominio de la nada y, al mismo
tiempo, reconquistar la nada a partir de este mundo imaginario. Pero la Nada era rígida y
no quería ceder, entonces la fuerza imaginativa empezaba a zumbar y a vibrar
intensamente, a todos los niveles iban surgiendo formas, sonidos, olores y colores. ¡y ya
estaba ahí el mundo! Después, la Nada volvía a devorar todo lo creado y el mundo se
convertía en algo pálido y opaco, la vida se enmohecía, enmudecía y acababa
desintegrándose y muriendo de nuevo… Nada, hasta que el proceso se iniciaba una vez
más desde el principio. Esta era la explicación de por qué las cosas encajaban tan bien
unas con otras, haciendo posible el surgimiento de un cosmos. (…) La causa final debía
residir en la imaginación y en la nada, y quizás éstas no eran sino una sola cosa. (…).
Al término de estos procesos evolutivos el ser humano cesa de existir como
individuo y tampoco se le necesita. Este camino conduce a las estrellas.

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