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El lenguaje de la ciencia El lenguaje de la ciencia es un lenguaje de tipo formalizado, frente a
otros de carácter natural, y al igual que los lenguajes técnicos se caracteriza por su especificidad.
Algunos autores sostienen que ciertas ciencias son en sí mismas lenguajes, por ejemplo la lógica o
las matemáticas. Mientras los lenguajes naturales tienden hacia su diversificación, los artificiales
apuntan a la universalización. Y así el lenguaje científico se antoja opaco, particularmente a los
grupos sociales ajenos a su uso. Todo ello contribuye a crear una barrera que, en la práctica,
tiende a aislar a la comunidad científica del resto de la sociedad. No debe pues sorprendernos que
el lenguaje científico especializado sea, en no pocas ocasiones, utilizado por algunos científicos –
aquellos que por el hecho de ser científicos se consideran parte de una élite intelectual– como una
suerte de muralla comunicativa, que les mantiene a una distancia “prudencial” de los profanos y
les diferencia del resto de los ciudadanos. Pero veamos cuáles son las principales características
específicas del lenguaje de la ciencia. En primer lugar, los textos científicos suelen observar las
cualidades más esencialmente epistemológicas de la ciencia: universalidad, objetividad,
neutralidad (o imparcialidad) y verificabilidad. En cuanto a la cualidad de universalidad, sabemos
que históricamente el latín fue hasta el siglo XVI la lengua dominante en los textos científicos y
culturales europeos y así se posibilitó la difusión de la ciencia en los ambientes cultos y
universitarios de Occidente. Cuando las lenguas vernáculas europeas fueron desplazando al latín,
un gran número de términos y vocablos quedaron ya acuñados en su forma grecolatina. Por ello,
aún hoy se sigue recurriendo a las lenguas clásicas –latín y griego– para crear nuevos neologismos
que la ciencia, en su avance, va necesitando; aunque en los últimos siglos también las lenguas
modernas, 52 Eusebio V. Llácer & Fernando Ballesteros especialmente el francés (siglo XVIII), el
alemán (siglo XIX) y, sobre todo, el inglés desde el siglo XX se han impuesto como lenguas
científicas por excelencia. Actualmente, para acuñar un nuevo término científico habrá que
atenerse a una serie de normas terminológicas ya establecidas, lo que, en muchas ocasiones,
obliga a sustituir algunos términos excesivamente particulares o idiosincráticos de una lengua, por
otros más comprensibles en las lenguas dominantes, especialmente en inglés. Si bien esto puede
resultar bastante engorroso, el concepto de universalidad produce enormes ventajas, incluso
económicas, como la adopción de las normas DIN, los símbolos de los elementos químicos o el
Sistema Internacional de unidades de medida (SI). Igualmente con el fin de conferir un tono de
universalidad a la ciencia, el lenguaje científico utiliza algunos recursos discursivos
intralingüísticos: el artículo con valor generalizador, que atribuye a la especie lo que se dice del
individuo; el presente científico, ya que al ser el presente de indicativo o subjuntivo el tiempo no
marcado o tiempo cero, éste se presenta como el más indicado para designar la universalidad de
los hechos; los sustantivos abstractos que confieren a lo material un valor mental y universal; y
finalmente los tecnicismos, que son fácilmente traducibles a cualquier lengua, contribuyen todos
de modo concluyente a la universalidad del texto científico. En segundo lugar, la objetividad se
consigue destacando los hechos y los datos, y determinando las circunstancias que acompañan a
los procesos, con lo que la importancia del sujeto queda diluida y en segundo término. Para ello,
los textos científicos suelen utilizar variados recursos. En primer lugar, se emplean oraciones
enunciativas con una presencia básica de la función referencial, y en las que se puede observar un
uso predominante del indicativo como modo de la realidad. Además se da preferencia a las
construcciones nominales frente a las verbales: “Diluyo el polvo en agua y tomo una pequeña
cantidad” (lengua común) > “Disolución del polvo en agua y toma de muestras” (lenguaje
científico). Por medio de estas nominalizaciones se eliminan los morfemas de persona, con lo que
se desvanece el interés por el agente, tanto más al utilizar frecuentemente sustantivos
postverbales abstractos que transforman la acción en un hecho ya realizado. También es relevante
el uso de las construcciones impersonales y pasivas –reflejas y perifrásticas– que ocultan al agente
de la acción, así como la esporádica utilización de la voz media. A este respecto, observamos
desde estructuras oracionales que comienzan con una construcción de infinitivo, gerundio o
participio, hasta complementos circunstanciales que sirven para situar las circunstancias de los
hechos, tanto sintagmas nominales precedidos de preposición, como subordinada