Rómulo F. Rossi - Episodios Históricos (Toma de Paysandú y Cruzada Libertadora) 1923

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R óm ulo F.

R o ssi

E PISO D IO S
H ISTO RIC O S

BOMBARDEO
Y
TOMA de P A Y S A N D Ú

C R U ZA D A
LIBERTADORA

Montevideo
P EÑ A Hnos - Imp.
1923
O B R A S DEL M ISM O A U T O R

Recuerdos y Crónicas de An tañ o

to m o I

Próximas a aparecer
Recuerdos y Crónicas de An tañ o

TOM O II

En preparación
Ep isodios Históricos

TOM O I I
Los grabados a pluma de la carátula
y de una página del interior, han sido
ejecutados inteligentemente, por el joven
artista Umberto ArnouX, sin otra fuente
de referencias que las narraciones con­
signadas en las siguientes páginas.
EPISODIOS HISTÓRICOS
Bombardeo y Toma de Paysandú

Cruzada Libertadora

H echos que p reced iero n esos aco n ­


tecim ien to s — Lo q u e dice el
p rá ctico b aq u ean o do n P ab lo A.
Jhigrós — Su actu ació n en la es­
cu a d ra b ra sile ñ a — E l “ V illa del
S alto ” — E n el cam pam ento de
P lo res — L ean d ro Gómez y L ú ­
eas P iriz — Los fu silam ien to s •—
L a m e d alla de Gasciros — L a b a r ­
b a de L ea n d ro Gómez — Lo que
d ijo el entonces coronel S uárez —
V einte años después.

Un viejo y buen am igo, — el se­


ñor Jo sé A ccinelli, — nos habló con
entusiasm o del nuevo co lab o rad o r
que hacem os conocer hqy a los lec­
tores de E L DIARIO.
— Se tra ta , — nos dijo, — de un
hom bre de och en ta y seis años, de
copiosa actu ació n en n u e s tra s con­
tien d as arm a d a s y de una m em oria
tan prodigiosa que, a poco que u s­
tedes hablen con él, han de q u ed ar
asom brados. P a ra mi* sería el m a­
yor placer, presentárselos.
Y allá fuim os, — Durazno 1341,
— donde nos recibió el propio due­
ño de casa, señ o r Pablo A. Dugrós,
de blanca p era m ilitar, ni alto ni
bajo, erguido y de an d ar resuelto.
Nos contó su h isto ria: francés de
origen, — n adie lo d iría al oírle h a­
b lar, — a rrib ó a estas playas el 20
de Agosto de 1850- cuando apenas
contaba trece años de edad, m an d a­
do b uscar por su padre» don An­
drés Dugrós, soldado a la sazón de
.la Legión F ran cesa d u ran te la Gue­
rra G rande, como así tam bién lo
eran sus herm anos m ayores Ju an y
Pascual.
profundo conocim fento de n u estras
P erso n a de verba fácil, con un
cosas y de n u estro s hom bres de
otrora, m an eja las fechas, — días,
meses y años, — sin vacilaciones,
m atem áticam ente.
Don Pepe Accinelli no nos había
exagerado. A quel hom bre era un
prodigio; pero, nostros quisim os so­
m eterlo a p ru eb as m ás decisivas, y
hablándole de acontecim ientos his­
tóricos, citam os en imás ,de una oca­
sión fechas equivocadas, que él no
nos dejó p a sa r por alto, una sola
•vez, siquiera.
E ste roble hum ano, a poco de
encon trarse en M ontevideo, inició
su c arrera en la m arin a de cabota­
je, sirv ie n d o en d is tin to s b u q u e s y
v isita n d o así, to d o s los p u e rto s del
Río de la P la ta , d e l U ru g u a y y del
P a ra n á .

Don P ab lo A. D ugrtw , el p ráctico


de la e sc u a d ra b ra sile ñ a en el bom ­
bardeo d e P a y sa n d ú y en la g u e rra
d el P a ra g u a y
Iíl primer práctico baqueano
Muy joven todavía, se recibió de
“ práctico b aq u ean o ” cuiyo certifica­
do, — el prim ero en su género ex­
pedido en el país — está suscrito
por el entonces P resid en te P roviso­
rio de la R epública, doctor don
F rancisco A ntonio V idal y por su
M inistro de G uerra y M arina, gene­
ra l don Lorenzo B atlle.
Más ta rd e le cupo el h o n o r de
ser fu n d ad o r de la Corporación de
P ráctico s B aqueanos de los ríos de
la P la ta y U ruguay, de la cual es
único sobreviviente.
H om bre ordenado, ha g uardado
con p o n d erab le esm ero su libro de
navegación y un considerable n ú ­
m ero de certificados d e capitanes de
buques de g u e rra extran jeros, que
elogian su conducta y su pericia.
Consagrado ya como exjperto pi­
loto. sirvió d u ra n te poco m ás de un
año a los gobiernos de B erro y de
A guirre, como práctLco de los vapo­
res arm ados en g u e rra ‘‘A rtig as" y
“ T rein ta y T res” , tocándole como
jefes en ese lapso de eiempo, al ge­
n eral Lucas Moreno, B aldriz, E sh a-
quetu a, B enjam ín Pérez y otros.
Un incidente que tu ro con el co­
m and an te Cibils, lo determ inó a
ab and o n ar el servicio.
— 9 —

C uando B erro y A g u irre . . .


— 'P e r o . . . ¿Vd. in terv in o ta m ­
bién en el borbar'deo y to m a de
P ay san d ú y m ás ta rd e en la g u e rra
del P ara g u a y ? ¿Qué nos puede de­
cir sobre ta n in te re s a n te s tópicos?
— O igan ustedes. P ero vam os por
p arte s, porque estas cuestiones h is­
tóricas hay que desenvolverlas con
orden, n i m ás ni m enos, como si
se tr a ta r a de un ovi'Mo de hilo. T o­
m em os pues, la p u n ta del hilo de
los su ceso s. . .
— De a c u e rd o . . .
— .Pues bien. La h isto ria y a ha
hablado de loe gobiernos de B erro
y de A g u irre y de las cau sas que
m otivaron la C ruzada L ib e rta d o ra .
E l g en eral N etto, b rasileño, que
m ás ta rd e fué su eg ro de n u e stro
ilu stre co m p atrio ta el doctor' don
Domingo M endilharzu, e ra poseedor
de 16 a 18 su e rte s de estancia, lo
menos, en el D ep artam en to de Pay-
san d ú ; y según dicen, e ra frecu en ­
te m en te v íctim a de robos y a tro p e ­
llos, ein que las a u to rid a d e s le pr.es
ta ra n m ayor am paro. Así las cosas,
aquel fu e rte hacendado, se fué a
R ío de J a n e iro a p re s e n ta r sus q u e ­
jas al gobierno de su ,país. sin que
tam poco le h icieran m ayor caso,
porque los b rasileñ o s en aq u ella
— 10 —
época ten ían m ás sim patías por los
blancos, que por los colorados.

La chispa
P ero, — prosiguió diciéndonos el
señor D ugrós, — la causa principal
que hizo explotar la chispa, y con
ello determ inó la intervención del
entonces Im perio del B rasil, en la
contienda arm a d a p lan tead a en tre
F lores y Berro, radicó en el si­
gu ien te hecho:
Las fuerzas del gobierno to m a­
ron co n tra su voluntad p ara el (ser­
vicio de las arm as, (procedim iento
que dicho sea en honor a la verdad
em pleaban blancos y colorados), a
un par-do brasileño, que habla lle­
gado a P ay san d ú como tropero de
unos vacunos, consignados al sala­
d ero de Casa B lanca.
— Yo soy ex tran jero , protestó el
pardo, a l ser apresado por la
“ leva” .
— ¿Tenés papeleta?
— No.
— (Entonces, m archá.
Y el hom bre “imarchó” . A los po­
cos días el biisoño soldado ya u n i­
form ado y en tren de paseo, se en­
contrab a en el pu erto de aquella
ciudad, en circunstancias que, un
bote de la cañonera de su naciona­
lidad, la “ Bell M onte” de estación
allí, se disponía a reg resar a la
— 11 -
mism a, después de h ab er dejado en
tie rra a v ario s de sus oficiales.
— ¡Oya, seu cam arad a! ¿Cómo
■tein pasado? g ritó el de tie rra al
p atró n del bote.
— 'Multo ben. ¿Q uein eres tú ?
— >Un co m p atrio ta.
— M ais. . . sendo c o m p a tr io ta ...
¿cómo serves tu a esta je n te ?
Y entonces fué que contó el so l­
dado, como h ab la sido obligado a
serv ir por la fu erza no o b stan te sus
•quejas al cónsul b rasilero en Pay-
sandú, señ o r M ariato.
— 'Vein con nosm o, que el com an­
dante fa rá ju sticia , exclam ó fin al­
m ente el del b o te; y cuando el In­
vitado se e n co n trab a ya d en tro de
la em barcación, la g u a rd ia m ilita r
del p u erto , in terv in ien d o , lo sacó
violentaim ente, no sin que se ipro-
d u je ra un in c id en te de p a la b ra s e n ­
tre los trip u la n te s del bote y los
soldados u ru g u ay o s, en cuya oca­
sión se cam b iaro n frases del si­
g u ie n te te n o r: ¡¡c a ste lla o s d isg ra.
ciaos!! ¡M acacos rab u d o s! y cosas
por el estilo.

Lia cosa se com plica


E l p a tró n del b o te dió cu en ta de
lo ocurrido, al oficial de g u a rd ia de
la “ Bell M onte” , quien asen tó la
denun cia en el lib ro de novedades.
El segundo co m an d an te’ — A breu
— 12 —
ele apellido, — m andó aviso de in ­
m ediato al jefe de la nave, com an­
d an te Piqué, que pasaba la lu n a de
miel en tie rra , pues pocos dias a n ­
tes se h ab ía casado con u na sobri­
na de S equeira, m ayordom o del sa­
ladero de Sacra.
E l com andante Piqué, vinculado
al elem ento social de P aysandú y
am igo consiguientem ente del g e ­
neral L eandro Gómez, je fe m ilitar
al N orte del R ío Negro con su cu ar­
tel general allí, vió a éste en el sen­
tido -de que no fu eran a castigar a)
soldado, al qiue desde ese m om ento
le reclam aba.
— Es un asu n to éste, — term inó
diciendo a L ean d ro Gómez el co­
m an d an te P iqué, — que a rreg lán ­
dolo en tre nosotros, no podrá ten er
trascendencia.
El general Gómez que profesaba
estim ación al m arino, encontrando
muy en razón su pedido, prom etió
ord en ar que se procediese de acu er­
do con lo resuelto en la entrevis­
ta.
P ero, lo cierto del caso fué, que
Gómez, posiblem ente por olvido, no
dió la orden; y si la dió, fué desobe­
decido, porque al día siguiente al
toque de diana, se dió ta n fenom e­
nal paliza al pobre pardo en 'el ba­
tallón en donde era obligado a pres­
ta r servicios m ilitares, que falleció
a consecuencia de los golpes reci­
bidos.
— 13 —
N atu ralm en te, — prosiguió di­
ciendo el señ o r D ugrós, — después
vinieron, las reclam aciones d ip lo m á­
ticas. E l Im perio del B rasil, exhum ó
viejas reclam aciones p la n tead a s d es­
de el año 62; exigió .que se sa lu d a ­
ra a 6 u p abellón con u n a salv a de
veinte y un cañonazos, y ad em ás la
in m ed iata d estitu ció n del g en eral
L eand ro Gómez del cargo de je fe
m ilita r de la zona al N orte del Río
N egro.
E l M inistro de R elaciones E x te ­
rio res señ o r de la s C arreras, q u e
años m ás ta rd e h a b ría de m o rir
trá g ic a y cru elm en te en el P a r a ­
guay a m anos del tira n o López que
le e n ro stra b a ser el c a u sa n te de
su d esg racia en la g u e rra so sten id a
c o n tra la trip le alian za, con­
testó al gobierno b rasileñ o que se
sa lu d a ría al p ab elló n ; pero que el
gobierno o rien tal no se en co n trab a
con a p titu d e s p a ra p ro ced er a la
destitu ció n del g en era l don L aen d ro
G^piez, porque se tra ta b a de un
m ilita r de m ucho p restig io .
Y fué a n te esa, resp u esta, que el
em perad o r del B rasil, ordenó al ge­
n eral M ena B arreto , oue se encon­
tra b a con su ejército en l-.s p roxi­
m idades de la fro n te ra , que in v a­
diese la “ B an d a O rie n ta l” y q ue r e ­
conociese al jefe de la revolución,
general V enancio F lo res, c o :n j 1 5-
lig eran te,
— 14 —

i£l padre de Río Br inco


— P e r o . . . ¿y su intervención, se­
ño r Diigrós? inquirim os.
— A llá voy. Ya resu elta la in te r­
vención del B rasil, me tocó condu­
cir como práctico h asta Buenos A i­
res, el 10 de A gosto de 1864, ab o r­
do de la cañonera b rasilera “A ra-
gu ay a” , al M inistro en .Montevideo
Sr. P ararihos, padre del Barón d<e
Río B ranco, que iba a celebra»- >na
en tre v ista con ->1 P residente Mitre,
a propósito de loe sucesos de que les
acabo de h ab lar.
En ta l ocasión y r>n circunstancias
que tom ábam os café plena n a­
vegación, hablando con aquel diplo­
m ático, se lam entaba él m ism o del
em pecinam iento del P resid en te
A guirre y de su m inistro -le R ela­
ciones É xteri > es, al ntjg'&r.-je . des­
titu ir a Leandro Gfmez.
Una provoca; !5n
El 5 de Setiemlbre, el jefe de la
te rc era división P erey ra Pintos, tr i­
pulando la “ Bell M onte” y seguido
por la “ A raguaya” , subió h asta el
Salto con el fin de in tim ar al jefe
m ilitar de dicha plaza, coronel Pa-
lom eque, que desarm ase al vapor
uruguayo “ V illa del S alto ” , que des­
pués de su arrib o allí, se encontraba
fondeado en el p u erto argentino de
Concordia.
15

con los “ fuegos reco sta d o s” (sem l


ap ag ad o s), aprovechando la co­
rrie n te en favor.
Con no poca so rp resa, el 7 de
Setiem bre y cuando se e n c e n tra ­
ban en tre la m eseta de A rtig as y
Chapicuy, vieron v enir a to d a m á ­
quina, navegando sobre la m ism a
costa a rg e n tin a al “ V illa del S alto ” ,
engalan ad o con tre s g ra n d e s b a n ­
d eras n acio n ales: u n a a popa y las
o tras dos en los m ástiles de p o ­
pa y de proa. Al e n fre n ta r a los b u ­
ques b rasileñ o s la trip u lació n del
“V illa del S alto ” trep án d o se por la s
ja rc ia s con las espadas y m ach etes
desenvainados g rita ro n a los m a ri­
nos im p eriales en tre o tra s cosas, lo
sig u ie n te: ¡Viva el P re sid e n te de
la R epública!! ¡¡M u eran los m aca­
cos, esclavos del em p erad o r del B ra ­
sil.
— ¿Y q u é h iciero n los b rasileñ o s
en ta l ocasión?
— ¡Y qué q u iere que h icieran !
¡N ada! ¿No le dicho que el “V illa
del S alto ” , favorecido por la g ran
creciente del río, n av eg ab a sobre la
costa a rg e n tin a ? C u alq u ier d isp aro
de sus cañones, h a b ría ido a d a r
a te rrito rio e n tre rria n o ; y ello h u ­
biera tra íd o u n a n ueva com plica-
— 16 -
ción in ternacional, que, a to d a cos­
ta qu erían ev itar los brasileños.
E nto n ces, las calderas de los bu­
ques im periales, em pezaran a le­
v a n ta r presión, p ara poder perse­
g u ir al vapor o rien tal; pero como
el “ V illa del S alto”, estaba, en con­
diciones de poder navegar m ás li­
gero, — ganándoles enorm e delan­
te ra , — se les distanció .
“E l V illa del Salto”, esrapa
Yo me en co n trab a a bordo de la
“ Y iquitiñoña” , al m ando del com an­
d an te don A ntonio F e rre ira y a n ­
clada fren te mismo al salad ero
“ P ay san d ú ” , d istan te doce o quince
kilóm etros de esta ciudad. De pro n ­
to, vimos que se aproxim aba el
“ Villa del S alto” .
N osotros q ue ignorábam os lo que
h ab ía ocurrido ho ras antes, nos en­
contrábam os em banderados en arco,
festejan d o la fecha de la Indepen­
dencia del B rasil, 7 de Setiem bre.
Así las cosas hicim os al barco
orien tal un disparo de cañón por
elevación, p a ra que detuviese la
m arch a; pero lejos de obedecernos,
nos disparó prim ero, u na descarga
de fu silería; y luego, un fuego g ra­
neado sostenido, del que todavía es­
toy entusiasm ado, por el valor y la
decisión con que se hizo.
A n u e stra vez, contestam os con
seis disparos de cañón, que no die­
ron en el blanco.
— 17 —
Como m edia h o ra después, lle g a ­
ban la “ Bell M ónte” y la “ A rag u a-
ya” a cuyo jefe su p erio r im pusim os
de lo ocurrido, prosiguiendo los tre s
buques, la m archa, c o rrie n te abajo.
El “ V illa del S alto ” , así ap re m ia ­
do, embicó en seguida p a ra escapar
a n u e stra persecución, en un b a rria l
de la costa, d en tro del m ism o p u e r­
to de P ay san d ú ; y n o so tro s co n ti­
nuam os la m arch a, h a s ta la d es­
em bocadura del A rroyo S acra.
Al cru zar fren te al p u erto , las
fuerzas de L ean d ro Gómez, d is tri­
buidas en donde hoy e stá la A d u a­
na y sus proxim idades, nos g r ita ­
ban con todas las fu erzas de sus
pulm ones, — e n tre o tra s cosas, —
“ ¡Viva el P re sid e n te de la R ep ú b li­
ca!! ¡Marera,n los macar-os esclavos
del em perador del B r a s il! ! ”
A las 4 p. m., después q ue desem ­
b arcaro n todos los p ertrech o s, el
“ V illa del P alto” fué incendiado por
sus propios trip u la n te s a n te n u e s tra
vista, p ara que no cayese en poder
de r u s p erseguidores.
¡E ra un b arq u ito m uy v alien te,
term inó diciéndonos el Sr. D ugrós.
Más buques
Desde Septiem bre se en co n trab an
cenca de P ay san d ú los buques de
g u e rra b rasileñ o s “ Y iqui'tiñoña” ,
“ A rag u ay a” y “ Belll M onte” ; y re ­
suelto el ataq u e a aq u ella f la z a p o r
— 18 -
las fuerzas com binadas die tie rra y
agua, el barón d e T am andaré, que
se hal'laba en -Buenos Aires, mardhó
hiaaia Paonsanidú, a bordo del vaipor
‘VRecife” , en los prim eros días del
m'es de Dicieimibre, con el fin de asu-
miir el man'do de la escuadra y po­
nerse de acuerdo con Plores para
lias operaciones que en breve deibían
em prenderse.
E n contacto con F lores
P ero, — voilvamos un poco atrás,
— no»s dij'o el señor Du'grós.
Días después de incendiado el
“ Vilila dél S alto ” y estando la es­
cu ad ra anclada en las proxim ida­
des diel Arro¡yo Sacra, viino a bordo
de la nave capitana, don José C án­
dido B ustam ante, — acom pañado
de un capitán Maciel, cuyo nom bre
no recuerdo, em barcados en una la n ­
cha a rem os, pero muy mal trip u ­
lada, — procedentes deil ejército
dél g¡eneraJl Flores, que acam paba en
las cositas del San Francisco.
Como h acía muy pocos días que
había ocurrido lo del "V illa del Sal­
to ", el jefe de la “ YDquitiñoña” , co­
m an d an te P erey ra Pinitos, desconfió
die las intenciones de los dél bote y
opuso reparo p ara p erm itirles que
se acercaran; i;ero habiendo yo re­
conocido a B ustam ante, hice presen­
te a aqueü, que se tra ta b a del se­
cretario d i general Flores, que ve­
nía a conferenciar con el expresado
m arino.
— 19 —
R ealizad a la e n tre v ista a bordo
de la nave, lllevamos en la m ism a
h asta la d esem bocadura del San
Francisco, a B u stam an te, en donde
lo desem barcam os ipara que se In­
corporase n u ev am en te aJl e jé rc ito re­
volucionario.
E l m ism o je fe b rasileñ o , me co­
m isionó después, con feciha 28 de
Setiem bre, p a ra que, trip u lan d o un
bote de catorce rem os, me tra s la d a ­
se en calidad de oficiail, a poco m ás
d'e un k iló m etro de n u e stro fondea­
dero, en busca del G eneral F lo res,
que debía v en ir a bordo a celeb rar
u na en tre v ista con P e n e tra Pinitos.
Al a tra c a r a tie rra , se aproxim ó
el G eneral, que ya esp erab a el a r r i­
bo del bote.
— ¿Q uiere llev ar u n ay u d an te,
generaJl ?, ¡pregunté en m om ento ¡que
éste sulbía a la em barcación.
— No, señor, m e contestó. Que
m ás ay u d an te q ue Vd.
L a en tre v ista e n tre amibos jefes,
se celebró a bordo de la “ Yiqui'ti-
ñ o ñ a” ; y ellla d u ró ipor un espacio
de •tiempo no m enor de u na h o ra.
D espués, volví a conducir h a s ta
su cam pam ento al g en eral, — que­
d ando yo com isionado p o r el m is­
mo, desde ese m om ento, de h a c e r­
m e cargo de la correspondencia que
le tra ía n de B uenos A ires, los vapo­
res o rien tal “ S alto ” , que llam áb a­
mos " S a ltito ” , al m ando del cap itán
F u lg u eira y el arg en tin o “ E r a ” ,,
m andado por el cap itán B enito
— 20 —
Magnasoo, íntim o am igo del gene­
ral Flores.
E sa correspondencia, — 'prosi­
guió diciéndonos don P ablo Dugrós
— yo la llevaba h asta el San F ra n ­
cisco, en bo te; y deside ese lugar,
m ontado en un caballo que me fa­
cilitab a la gente del escuadrón del
coronel A ntolín Castro, allí desta­
cada.
E l coronel M achín y el “ Coquimbo’’
R ecuerdo p erfectam en te bien, que
la p rim era vez q u e llegué al cam pa­
m ento de F lores, al aproxim arm e a
su carpa, “ Coqu/iimbo” , el célebre
perro que ta n to acom pañó en su.s
cam pañas al general, me gruñó, pon’
cuiya razón — receloso — no me
atre v ía a b a ja r del caballo.
El coronel M achín, de quien yo
era muty amigo, riendo ante mi te­
m or, me dijo:
— “ B á ja te ” , “ b a ja te ” , no m ás;
que este p erro conoce a los “salva­
je s ” p o r el olor. . . .
L ean d ro Gómez y Lucas P iriz
B loqueada ya P aysandú por tie­
rr a y por agua, el general F lores
m andó un “ p arlam en to ” a Leandro
Gómez, proponiéndole que se rindie­
ra, co*n el fin de ev itar toda efusión
de sangre.
RieuliMos los jefes superiores de
la plaza, el coronel Lucas Piriz, —
según se dijo después— se expresó en
21 -
térm in o s favorables a la c a p itu la ­
ción, pero , L eandro Gómez, co n tes­
tó con enerigía:
— “No, coronel. No me rindo. A n­
tes de hacerlo, ten g o seis tiro s en
mi rev ó lv er” .
El primer bombardeo
Y en 'tatos condiciones, llegó la
m a d ru g a d a de!l 7 de D iciem bre. Al
a c larar no m ás, a eso de las cu atro ,
la “ P a ra h a h ib a ” y la “ B ell M onte” ,
form aro n .línea y a eso de las 9 in i­
ciam os el fuego c o n tra la plaza. Yo
m e en co n trab a en la p rim era.
— ¿C uánto tiem po d u ró el bom ­
bardeo?
— Un p ar de h o ras, a lo sumo.
— ¿Y las bailas de los sitiad o s no
alcanzaban a los ¡bancos?
— ¡Qué e sp eran za! ¡Ni cerca!
Como simpiles espectadores de es­
ta contienda, estab an anclados fre n ­
te a P ay san d ú , los ¡buques de g u e­
rra s : arg en tin o “G u ard ia N acio n al” ,
m andad o por el jefe de la escu ad ra
de dicho p aís, señ o r M u ratu re, la
cañon era “Tactiique” , fran cesa, que
m ás ta rd e fué la u ru g u a y a “S uá-
nez” ; y dos cañ o n eras m ás: u n a es­
pañola y o tra inglesa, cuyos nom ­
bres no recuerdo.
E l bom bardeo p rim ero y el sitio
después, fu ero n suspendidos p o r o r­
den d el g en era l F lo res, p a ra ir al
en cu en tro de fu erzas de lo® blancos,
m andad as por e l g en era l Saa, a r ­
- 22 —
gentino y conocido tam bién por el
apodo d e “ L anza seca", que al va­
d ear el Río Negro con el in tento
de p ro teg er a L ean d ro Gómez, fué
detenido por las fuerzas <M coronel
Máximo Pérez, que le salió al paso.
E l ejército de F lores, que había
llegado h a sta el A rroyo Rabón, a n ­
te el co n traste de “ L anza seca” , vol­
vió a poner sitio a P aysandú.

Lucas Piriz y Leandro Gómez


B loqueada nuevam ente la plaza,
se desem barcaron entoneles de a bor­
do de las cañoneras brasileras, co­
mo u n as cu are n ta piezas de a rtille ­
ría, que se em plazaron rodeando la
ciudad, y m uy especialm ente sobre
B ella V ista, elevación que se ■en­
c u en tra h acia el N orte y que dom i­
na a aquella por com pleto.
E l 29 de D iciem bre, F lores m an­
dó a los sitiados un nuevo “ p arla­
m en to ” ; y reunido el E stad o Ma­
yor de la P laza, L eandro Gómez se
m ostró esta vez, p artid ario de la
capitulación.
A e sta r a los m ism os inform es —
prosiguió diciendo el señor Dregós
— Lucas Piriz replicó a su je fe en
los sig u ien tes térm in o s:
“Después que la sangre de nues­
tros com pañeros h a salpicado n u es­
tra s fren tes, debem os m o rir ju ntos
con ellos. Yo tengo otro revólver
- 23 —
con «ate tiro s. E se “p a r tim e n to ” de­
be ser rechazado a b alazos” .
Y así lo dispuso d espués L ean d ro
Gómez.
E l segundo bombardeo
A lia alb o rad a del 30 de D iciem ­
bre, se inició el segundo b o m bardeo,
con m ayores ímpetu® q u e la vez a n ­
terio r, p rosiguiéndose la lu ch a h a s­
ta el 2 de E nero en q u e cayó lia p la ­
za, siendo m ás o m enos lia seis de
la m añana.
Lucas P iriz, el alm a de aq u ella
heroica defensa, fué h erid o g ra v e ­
m ente en la ingle, a las 2 y 30 die
la m añ an a d e ese m ism o d ía y h o s­
pitalizado en u n a casa, fu é v isitad o
an tes de m o rir p o r el g en eral P lo ­
res.
Los fusilam ientos
— ¿Y luego que pasó?
— C uando acam aron los cañones...
— ¿Los buques no to m aro n p a r ti­
cipación iesta vez en el bom bardeo?
— 'No señor. No olviden que d ije
que haibían d esem b arcad o los caño­
n e s. . . Al a ca lla r loe cañones —
repito — bajé a tie r r a acom pa­
ñado por el cap itán N úñez del
“A rag u ay a” . C am inando por la ca­
lle 18 d e Ju lio , liHegamos a la es­
q u in a d e la P laza, siendo m ás o m e­
nos las siete u ocho die la m añ an a,
cuando sentim os u n a descarga de
— 24 —
fusilería, tíorpreudid os al principio,
nos detuvim os ¡pensando que muy
bien p odrían ser los defensores de
alg ú n cantón que quem aban sus ú l­
tim os cartu ch o s; pero a poco, un
hom bre que se cruzó con nosotros,
que nos dirigíam os en dirección h a ­
cia la casa de M axim iano R ibero que
e ra de donde hab ían partid o lo® ti­
ros, nos dijo:
— A hí a«aban de fu silar a L ean­
dro Gómez y a otros com pañeros
más.
P en etram o s al local; y allí, en el
ja rd ín , fren te a una . pared que m i­
ra b a hacia el Oeste, estaban ten d i­
dos en <*1 suelo, sin su s ropas, ex­
terio res, los cadáveres de Gómez,
B raga, A cuña y Fernández, éste ú l­
tim o de filiación colorada pero que
defendía la plaza y dicen que cuan­
do fué fusilado, ten ía pren d id a
en su casaquilla la m edalla ganada
en la b a ta lla de C a s e ro s .. .
— ¿Y cómo, siendo colorado, pe­
leaba co n tra sus correligionarios?
— P o rq u e según lo decía él m is­
mo, en ten d ía que como buen m ili­
ta r, com pila con su d eb er defendien­
do al gobierno legalm ente consti­
tuido.
La m ed alla de Caseros
— ¿Qué su e rte corrió, pues, la
m edalla de F ernández?
— E'l entonces m ayor Belén, —
que tuvo u na actuación tan poco
25 -*
sim pática cu 1\ <fl£Cucíou Ju

F lam án , de la época de L a to rre y*


de Santos, h om bre que gozaba fam a
de guapo. E l coronel F la m á n siem ­
pre chichoneaba a Belén, p o rq u e
éste o sten tab a sobre su pecho, la
m edalla de Caseros.
— ¡Che, indio!, le decía sin re p a ­
ra r que hubiesen testigos, esa m e­
dalla se la “ carc h aste” a l pobre
F ern án d ez cuando lo fu sila ste en
P aysandú. Tú, n u n ca estu v iste en
Caseros, d ejate de e m b ro m a r!!!...
Belén, a la sazón edecán de San­
tos y que sab ía que el P re sid e n te
no dispensaba m uy b u en a v o lu n tad
a F lam án , le dijo un día que éste
lo te n ía ya m uy cansado con sus im ­
pertinencias.
— B ueno, le resp o n d ió S antos.
“ E m bróm alo” (aq u í em pleó u n a p a ­
la b ra m ás g ráfica).
Y cierto día, en los b ajos de la
propia casa de Santos, que entonces
vivía en la calle 18 de Ju lio , e n tre
las de Río N egro y P arag u ay , F la ­
m án volvió a e n ro s tra r a B elén la
h isto ria de la m edalla, lo que dió
lu g a r a que éste co n te sta ra en fo r­
m a descom edida.
F lam án entonces, y un ta n to so r­
prendido por la in e sp era d a a ctitu d
de su contendor, levantó el bastón
— 26 —
que llevaba con ánim o de descar­
garlo «abre la cabeza de 6 u co n tra­
rio, pero, la s m anos ro b u stas de un
negro soldado, tom ándolo de atrá s
por los brazos, lo contuvo, circu n s­
tan cia que aprovecihó Belén, p a ra
sep u ltarle eu puñal en el corazón.
— ¿Los dos vestían tra je s de p ai­
sano?
— No, señor, F lam án, únicam ente.
— ¿Y Belén?
— De coronel.
— ¿De coronel?
— Sí; y qué tie n e ! ! . . .
Prisioneros
— Nos hem os salido de la cues­
tión, — como se dice en la C ám ara
— señor D ugrós.
— E s verdald. Y m ía h a sido la
c u l p a .. .
— De n in g u n a m anera. E n ta l ca­
so, de los d o s . . .
—A dm itido. P ero no enredem os
la m adeja.
¿H abíam os quedado en . . .
— En el fusilam iento de los de­
fensores de P aysandú.
— Y bien. ¿Qué máa deseaba sa­
ber?
— ¿Cómo fueron tom ados los p ri­
sioneros?
— E'l acto de la aprehensión no lo
presencié, pero el práctico m ayor de
la escuadra, F ern an d o Eehebarne,
íntim o am igo mío, que fué testigo
presencial de esa p arte del dram a.
— 27 —
m e contó a poco de pro d u cirse loa
hechos, lo sig u ien te:
A ntes de ren d irse la plaza, fueron
los prim eros en lleg ar a la C om an­
dancia, los brasileños, que eran
quienes estab an m ás próxim os al
local.
Un coronel, al p e n e tra r a la Co­
m andancia dirigiéndose a L ean d ro
Gómez que d aba la espalda y que
al p arecer no lo h ab ía visto ni sen ­
tido e n tra r y que, ab straíd o , en si­
m ism ado, apoyaba los codos sobre
u a escritorio, p ara so sten er e n tre
sus m anos la cabeza, — tocándole
un hom bro le dijo:
—^General; dése por prisionero.
—'E stá bien.
M inutos después, cruzaba la p la ­
za en dirección h acia el p u erto , el
grupo de prisioneros custodiado por
m ilitares brasileños, cuando se en ­
co n tra ro n con el m ayor B elén, que
m andaba u na p eq u eñ a fuerza, —
quien, dirigiéndose al gen eral Gó­
mez, le dijo:
-—G eneral. Aquí estam o s nos­
otros. ¿P o r qué no se co b ija bajo
n u o stra b an d era ?
- -C o n m ucho gusto, m ayor, con-
tesió el p risionero, a la vez que
dirigiéndose al coronel brasileñ o ,
agregó :
- - S i u sted lo consiente coronel,
pasarem os a ser p risio n ero s de
n u estro s cam p atrio tas.
- 28 —

Interpretando una orden


Como el jefe brasileño accediese
al pedido que se le form ulaba, el
g rup o de los rendidos pasó así a
depender del m ayor B elén; y éste
en conocim iento de que el entonces
coronel don G regorio Suárez se e n ­
co ntrab a en la casa del señ o r Ribe­
ro, se encam inó h acia allí.
— C oronel, le dijo: aquí le traig o
estos prisioneros.
— ¡Q uítelos de mi p r e s e n c ia .. .
“ ¡a jo !” ¡No los quiero ver!! P á ­
selos p ara el fondo y cum pla usted
con su d eber!!
Y Belén, sin o tra fórm u la de pro­
ceso, les hizo pegar in m ed iatam en ­
te cu atro tiros, en el ja rd ín de la
casa de R ivero.
— ¿P ro fan aro n los cadáveres?
— Yo los vi a poco de los fu sila­
m ientos y a no ser las h erid as de
bala de las ejecuciones no presen­
ta b an otras. Lo único que se hizo
fué despojarlos de la ropa exterior
y de los calzados.
Un ebrio
E stando el capitán Núñez y yo,
contem plando aquel triste espec­
táculo, se apareció a llí un hom bre,
un gaucho m ejor dicho, con u n a di­
visa colorada que casi le cu b ría la
copa del som brero y en com pleto es­
tado de ebriedad o que ap are n tab a
estarlo , quien esgrim iendo largo fa-
Ijos cad áv eres de L ea n d ro Gómez, F e rn án d ez , B ra g a y A cuña, a poco
d e se r fu silad o s 1
- 30 -
cón y pronunciando te m o s y cua­
terno s, dijo que iba a ap u ñ alear los
cadáveres.
— Oiga, paisano, le dije. Vea lo
que tien e en el som brero.
Y como el hom bre se lo quitase
y dijese que no veía m ás que la d i­
visa, yo ag reg u é con energía.
— H ágale honor a esa divisa! No
la venga a enlodar aquí.
V aya a m a ta r blancos que p e ­
leen! !
El gaucho, avergonzado, o posi­
blem ente, por tem or a Núñez y a
mi, dió m edia vuelta y se fué.
La barba de Leandro Gómez
— Se h a dicho, — p reguntam os al
señor D ugrós, — q u e a L eandro
Gómez, le cortaron la barba. ¿Es
verdad eso?
— Es cierto el dato; pero ese acio
no se ejecutó como una profanación,
sino com o exteriorización de sen ti­
m entalism o.
— ¿Saben ustedes quién fué que
le cortó la pera 2. Leandro Gómez?
Pues n ada menos que un prim o <J<!
los viejos R am írez, un ta l M ujica,
m ayordom o del saladero Paysandú,
q u e vestía en ese día, un tra je de
ja q u e t claro, prenda q ue recién se
em pezaba a usar.
A poco de hab er ocurrido lo del
gaucho, llegó el señor M ujka,
quien luego de contem plar los ca­
dáveres, nos pidió perm iso p ara cor­
— 31 —
ta r la p era a L ean d ro Gómez, con
el fin, — dijo — d e llev ársela como
recuerdo a la fam ilia de éste.
N osotros le contestam os que é r a ­
mos sim ples espectadores como él;
y que enten d íam o s que con ta le s
propósitos, no se co m etería n in g u ­
na profanación. Yo le expliqué a
Núñez, que aq u í era c o rrie n te cu a n ­
do m oría un ser querido, que sus
deudos le co rtasen el cabello p a ra
hacer cuadros sim bólicos o cadenas
p ara el reloj.
Y así fué que, M ujica e x tra jo de
una c a rte ra de bolsillo u n a tije r ita ;
y agach án d o se cortó con sum o cu i­
dado la b arb a del g en eral, la que
ató después por el centro, con u n a
cin ta celeste que e x tra jo del b o l­
sillo p o sterio r de su ja q u et.
O bservando este d etalle de la cin­
ta — lo recu erd o p erfectam e n te
bien — d ije por lo bajo a mi com ­
pañero: “ E ste h a de ser blanco
ta m b ié n .”
D esp u és. . . em pezó a lleg ar m ás
gente y nosotros nos retiram o s.
V einte años después
V einte años después y en circu n s­
tan cias que yo re g re sa b a de Buenos
Aires, a bordo de uno de los buques
de la carrera , no recu erd o si el
“ M inerva” o el “ A polo” , a donde
hab ía ido piloteando un barco, me
encontré con mi viejo jamigo, el co­
— 32 —
ronel V icente M'aciel, quien viajaba
acom pañado de su suegro y de
L eandro Gómez, hijo éste del ge­
neral.
Pedí a Maciel que me presentase
al joven Gómez, pues siem pre tuve
deseos de saber si se les h ab ía hecho
en treg a del recu erd o ; y de boca del
hijo del general, supe que M ujica
h abía cum plido su misión en tre g án ­
doles la b arb a que ta n ta m arcialidad
diera al enérgico ro stro del bravo
m ilitar, que tan trág icam en te m u­
rie ra en la heroica defensa de Pay­
sandú.
F lo res y T am an d aré a n te los fu sila­
m ientos
Conocida la noticia de los fu sila­
m ientos, ella fué com entada po*'
elem entos del mismo ejército revo­
lucionario y del brasileño en form a
muy desfavorable p ara sus ejecu­
tores.
E n el E stado Ma}’or del ejército
vencedor, instalado a inm ediaciones
del puerto, se desaprobaba pública­
m ente la ejecución realizada en for­
m a tan anorm al.
El general F lores, se m ostraba
muy indignado; y el alm iran te Ta­
m andaré, decía, a gritos, que ese
acto im p o rtab a un asesinato y que
había que hacer un castigo ejem ­
plar.
El jefe del m ovim iento revolucio­
nario, en presencia de sus jefes y
— 33 —
oficiales y de los com andantes de
los buques de g u e rra n e u tra le s, que
al cesar el bom bardeo, h ab ían d es­
em barcado, hizo com parecer an te
su presencia al m ayor B élen, quien
dijo lo que le co n te sta ra el coronel
Suárez, cuando le llevó los p risio n e­
ros.
— ¿P ero el coronel le ord en ó que
los fu sila ra ?
— A l decirm e que cu m p liera con
mi deber, yo lo en ten d í así.

L/o que dijo el coronel Suárez


Y poco después, — prosiguió di-
ciéndonos el señor D ugrós — se h i­
zo com parecer a presen cia del ge­
n e ra l F lo res y del a lm ira n te T a ­
m and aré, al coronel Goyo S uárez.
— Coronel, — le d ijero n — se le
acusa a Vd. d e h ab er o rd en ad o la
ejecución d e lo s prisioneros.
— A unque yo no h e dado en fo r­
m a expresa la orden, asum o la
respo n sab ilid ad d e ella, y pueden
pegársem e a mí, otro® c u a tro ti­
ros.
F lo res, se indignó, rep ro ch an d o
al coronel Suárez su conducta.
— ¡Cómo! in te rru m p ió T am an-
daTé, sin fo rm a d e p ro ceso !!!
— Si, señ o r alm iran te.
E l g en eral Gómez h a b ía consen­
tido que con m i m ad re y m is h e r­
m anas, hace siete años, se com ette-
- 34 -
ran actos reprochables. Tenía hon­
dos agravios que vengar.
Y dicen que Suárez rela tó a am ­
bos jefes, lo ocurrido en aquella
em ergencia, p ara te rm in ar p reg u n ­
tando a T am andaré.
— ¿Vd. en mi lu g ar, que h u b iera
hecho?
Y E chebarne, testigo presencial
de este otro episodio tam bién, —
nos afirm ó el señor .Jugrós, — me
dijo así mismo, que Tamanidaré, in ­
clinando la cabeza sobre el pecho,
guard ó silencio.
D esp u és. . . ya se sabe lo que
ocurrió.
Nada.
L/Os héroes de la defensa
C onsideram os de interés, d ar a
continuación algunos datos bio g rá­
ficos de los jefes principales que ca­
yeron en la defensa, unos al fren te
de sus soldados y otros ejecutados,
en v irtu d de ‘una orden abusiva.
El general L eandro Gómez, n a­
ció en la Ciudad de Montevideo, el
13 de Marzo del año 1811, dedi­
cándose prim ero a la carrera del
com ercio; y en tran d o a la de las a r ­
m as en 1837, con el grado de ca­
p itán de g u ard ias nacionales.
El G eneral Lucas P iriz era en-
tre rria n o , n a tu ra l de Concepción del
U ruguay, donde nació el 18 de Oc­
tu b re de 1806, com enzando su s ser­
- 35 —
vicios en la R epública, en el año
1825, ad h irién d o se de los p rim ero s,
al m ovim iento iniciado por los
T rein ta y Tres.
IE'1 T eniente C oronel P ed ro R ive-
ro, nació en P ay san d ú el 11 de Sep­
tiem bre de 1829, siendo a llá por el
43, A lcalde O rd in ario y luego
m iem bro de la J u n ta E. A dm inis­
tra tiv a del D ep artam en to .
El Coronel E m ilio R añ a, nació
tam bién en P ay san d ú , en el año
1833, llegando a d esem p eñ ar el
puesto de A lcalde O rdinario. C u an ­
do la D efensa m an d ab a la lín ea del
Este.
El C apitán F ern án d ez, nació en
M ontevideo; y en su ju v e n tu d fo r­
mó p a rte del p a rtid o colorado. Más
ta rd e , cuando la evolución p o líti­
ca del 64, se solidarizó con el go­
bierno blanco y siguió en su s filas
h a sta su m uerte.
El C oronel T ristá n A zam buya,
era b rasilero de origen y sirvió con
el G eneral O ribe d u ra n te la G u erra
G rande.
El C om andante B rag a vió la luz
en M ercedes.
BAJO E L BOMBARDEO
L a lín ea de atrin ch eram ien to s— “E l
b a lu a rte de la L ey” .— L as p ro ­
m esas.— L a re a lid a d fu é o tra .—
L a p irám id e de m árm o l.— E l m ás
ta rd e g en era l don J u a n Jo sé D íaz.
— U na n u ev a esp eran za . — Uuia
h ero ín a.— L a m u je r u ru g u a y a .—
Lo in evitable.—-Oasi fu sila m ie n ­
to.— L a b a n d e ra caída.— E l co­
ro n el don E d u a rd o T. O lave.
Tócanos ah o ra describir, au n q u e
sea sus'cintamiemte, 'aJ'gunaJs ¿notas
respecto a la v id a de los sitiad o s
de P ay san d ú , d u ra n te los triste s
días del asedio y bom bardeo, s ir ­
viéndonos p ara b o sq u ejarlas, o b ser­
vaciones r-ecojidas por el señ o r O r­
lando R ibero, acto r en la épica d e ­
fensa y h ech as públicas por el m is­
mo en in teresan te opúsc ulo pu b lica­
do en 1901, como así tam b ién d e
referen cias que nos lian hecho
o tras personas q u e fu ero n testig o s
presenciales de esos luctuosos aco n ­
tecim ientos y con quienes hem os
hablado p erso n alm en te.
L a lín ea de atrin c h e ra m ie n to s
La línea de a trin c h e ra m ie n to s
de la ciudad de P ay san d ú , ab arcab a
un espacio de qu in ien to s m etro s de
E ste a Oeste, por unos ciento se­
se n ta a ciento oehenta, do N o rte a
Sur,
— 38 —
L as trin ch eras, levantadas con
ladrillo s 'asentados en barro, eran
defendidas en su exterior, en las
boca-calles, por zan jas de tres me­
tro s d'e p ro fundidad, por otros tres
de ancho. O b stru ían am bos extre­
mos de la calle 18 de Ju lio , alto s
m uros form ados por bolsas de lan a;
y en uno de ellas se le v an tab a ad e­
m ás, sólido portón d e hierro. Sobro
los costados se h ab ían practicado
boquetes, ten donde se em plazaron
piezas de a rtille ría , u n a de las cua­
les, m an d ad a por el S argento Ma­
yor F ern án d ez, de un tiro de me­
tra lla , b arrió medió batallón b rasi­
lero que atacab a en colum na.
Las trin ch eras principales, que
tenían form a de sem icírculo, se le­
v an tab an en los sig u ien tes puntos:
calle 18 de Julio, extrem o O este; 8
de O ctubre esquina M ontevideo;
E sq u in a de la J e fa tu ra P. y de P o­
licía, y 8 de O ctubre esquina Monte
Caseros, fre n te al H ospital.
A p arte de esas defensas se ha­
bían practicado a b e rtu ra s en las
paredes lin d eras de las casas, para
que los defensores pudiesen hacer
sus reco rrid as por los in terio res de
las m ism as, sin exponerse a ser
blancos de los disparos de los ene­
m igos que acechaban.
Y so b re los exteriores de las ca­
sas se h abían practicado tro n eras
por la s cuales disparaban sus a r ­
mas, los hom bres de los cantones.
E l “ B a lu a rte d e la L ey ”
— 40 -

E l rosto de las trin ch eras eran


rectas, habiéndose utilizado tam ­
bién como tales, los cercos d e pa­
red, que fueron convenientem ente
arp illerad o s p ara ta les fines.
A p arte de las defensas que h e­
mos descripto, se h ab ía levantado
en el extrem o Es-te Sur de la Plaza
principal, un to rreó n de lad rillo y
cal, al que daba acceso una expla­
n a d a que lo bordeaba por el costa­
do NoTte y Oeste, defensa ésta ú lti­
m a que estab a d efen d id a por seis
piezas de a rtille ría d e calibres di­
versos, construcción que fué b au ti­
zada por L eandro Gómez, con el
nom bre de “ B a lu a rte de Ja L ey” .
Las promesas
C uando el asedio, y an tes de ini­
ciarse el prim er bom bardeo, las au ­
to rid ad es m ilitares de la plaza,
con el fin de lev an tar el ánim o de
los sitiados, dispusieron que todos
los días, a la h o ra de p asarse “ lis­
t a ” , lo m ism o que a la de “ re tre ­
ta ” , por la noche, la banda de m ú­
sica re co rriera la calle principal,
desde la plaza, haista la trin ch era,
ejecu tan d o m arciales m archas; y
que las bandas lisas, tam bién con­
tribuy esen con sus alegres sones a
d ar esa n o ta de anim ación.
E n la m ente d e los sitiados y no
o b stan te las prevenciones del gene^
ral F lo res p ara el caso d e resisten ­
— 41 —
cia, y do la a c titu d que asu m iau
los buques- de g u e rra b rasileños
que se alistab an ostensiblem ente
p ara proceder al bom bardeo, no es­
tab a bien a rra ig a d a to d av ía la idea
de que se p ro ced iera en consecuen­
cia, porque algunos de los jefes y
ofici-ales de las naves e x tra n je ra s
n e u tra le s anclados en el p u erto ,
habían expresado con a n te rio rid a d
a algunos m ilita re s de la g u a rn i­
ción, que ellos se o p o n d rían de to ­
das m an eras -a que los b rasileñ o s
d isp arara n desde isius naves un so­
lo -tiro, sobre la plaza.

L*a re a lid a d fu é o tra


Ello no o b stan te, la re a lid a d fué
otra.
E.l p rim er cañonazo d isp arad o
sobre la ciudad, se hizo s e n tir en
el am an ecer del 7 de D iciem bre y
correspondió a la a rtille ría del g e­
n e ra l F lo res, em plazada al E ste,
disparo que, un ta n to desviado, ex ­
plotó d en tro de los m u ro s de la
Iglesia Nueva. E ste cañonazo fué el
precu rso r de otro s que, a poco,
eran lan zad o s desde d istin to s p u n ­
tos de tie rra y desde los buques
brasileños, sin que la prom esa a
que ya nos hem os referid o se cum ­
pliera.
— 42 —

L a pirám ide de m árm ol


E n el p rim e r d ía del bom bardeo,
un a g ra n a d a b ra s ile ñ a , d e stru y ó la
p irá m id e d e m árm o l e rig id a en la
PLaza P rin c ip a l, que re m a ta b a una
f ig u r a sim b ó lica, rep resien tan d o a
la L ib e rta d .
E l G eneral. Gómez hizo recoger
u n a p a rte de la e s ta tu a y la re g a ­
ló al a lm ira n te a rg e n tin o señ o r Mu-
r a tu r e , q u e ta n h u m a n ita ria a c tu a ­
ción tuvo en los conté cim ien to s que
describ im o s, y cuya fa m ilia h a s ta
no h a c e m u ch o s años, poseía ese
rec u e rd o .
E l m ás ta rd e G eneral Ju a n José
Díaz
D ice el se ñ o r O rlan d o R ibeiro, r e ­
firié n d o se a un episodio de la lu ­
cha:

"A l a c e rc a rm e al to rre ó n , vi b|a-


“ j a r a c e le ra d a m e n te por su expia-
“ n a d a , al g u a rd ia n acio n al de
“ M ercedes, J u a n Jois-é Díaz, de ca-
“ m ásela de b a y e ta punzó y un mo-
“ r r a l de cu ero de los que u sa b an
“ p a ra tr a n s p o r ta r c a rtu c h o s de
“ p ó lv o ra p a ra cañón, cruzado a la
“ esp ald a, y con la c a ra n e g ra del
“ h o llín de la pólvora. P re g u n tá n -
“ d o lé como lo veía en aquel tr a j e
“ (p o rq u e el je fe del to rre ó n , Co-
“ m a n d a n te Bra.ga, lo h a b la nom -
— 43 —
“ brado su a y u d a n te ), me co n testó :
“ Si nos h a n m u erto casi todos los
“ negros a rtille ro s. Nos q u ed an cuá-
“ tro p a ra a te n d e r la única pieza
“ que puede h ace r fuego, y yo ten -
“ go que h acer el servicio de su b ir
“ los cartucho®. Me decía esto con
“ la m ayor calm a, — a firm a e*l se-
“ ño r R ibero,— rién d o se como si se
’* tra ta s e de lo m ás sencillo, por
“ allá a rrib a . E ste joven fué h erid o
“ en su puesto de comba-te, en los
" últim o s días de la defensa, en
“ una pierna, por un casco de g ra-
“ n a d a .”
E l .guardia n acio n al a que hace
referen cia el señor R ibero no es
o tro que el m ás ta rd e g en eral don
J u a n Jo sé Díaz, que fué M inistro
urugu ay o en F ra n c ia y M inistro de
G uerra y M arina d u ra n te la adm i­
nistració n d e Id ia rte B orda.
Una nueva esperanza
Cuando el segundo asedio, los
defensores de P ay san d ú cifra b an
grand es esp eran zas en la acción del
G eneral Saa (L an za S eca), a quien
suponían en m arch as victo riosas h a ­
cia el N orte, e ig n o ran d o consi­
g u ien tem en te que M áximo P érez
lo h ab ía d eten id o en el Río N e­
gro. Y esp eran zad o s en esa ay u d a
que n u n ca 'llegó y estim ulados por
las com unicaciones a le n ta d o ra s que
recibían del G obierno, p ara que
— 44 —

co n tin u aran resistiendo, la desigual


lucha se in tensificaba día a día,
con m ayores encarnizam ientos.
U na h ero ín a
Los heridos se m ultiplicaban por
m om entos; el h o sp ital de isangre
instalad o en la E scuela Pública, con
su saló n largo y de a ltas ventanas,
era in suficiente p ara co n ten erlo s.
Sólo se co n tab a con un médico, el
doctor don V icente M ongrel, quien
sin el auxilio de ningún p ractican ­
te ni enferm ero, se veía en fig u ri­
llas p a ra hacer lias curaciones.
P ero h ab ía que realizar in terv en ­
ciones q u irú rg icas m ayores y de
v erd ad e ra u rgencia: las am putacio­
nes de piernas y de brazos, casos
que se p resen tab an en proporciones
realm en te alarm an tes. Y cuando el
desaliento em pezaba a invadir a
aquel abnegado y v aliente m élico,
un espíritu de tem ple, el de una
dam a, voló en su auxilio.
La señ o ra viuda del doctor Be-
rengell, que h abía concurrido al
hospital p ara ofrecerse como "coci­
n e ra ” de los enferm os, viendo el
tris te estado de éstos y la crítica
situación en que se encontraba el
doctor M ongrel, am plió su ofreci­
m iento en el sentido de servir,— so­
breponiéndose a sí md<sma— como
auxiliar, en las dólorosas y m últi­
ples am putaciones, asegurando los
- 45 —
m iem bros m u tilados, m ien tras el
médico o peraba, fa lto do ap ara to s,
falto d e recu rso s y falto de com o­
didades.
La mujer uruguaya
C oncedida por el gen»,.-al f lo r e s
una tre g u a so licitad a por ei g en era l
Gómez, con el fin .1© q u e p u d ieran
s a lir del recin to alg u n as f ím il'a s
que h a s ta entonces se h ab ían n e g a ­
do a hacerlo, p re firie ro n s e g u ir la
s u e rte d e lo s defensores, la s si­
g uien tes se ñ o ra s: d o ñ a R osa R ey
de González, su señ o ra m a d re d o ñ a
Isabel O laguibe de Rey, u n a s ir ­
v ie n ta dte éstas, doña D olores F r a n ­
cia, d o ñ a Jo se fa C a ta lá d e R ibero,
doña A delina R ibero de A b erastu -
ry, la ya n o m b rad a v iu d a d e l d o c­
to r B erengell y su s h ija s1, q u e h acían
la com ida p a ra los enferm os que se
alo jab an en el H o sp ital de S angre,
la esposa del- c a p itá n don L a u d e li­
no C ortés, doña J u a n a G onzález de
A b erastu ry y tre s o c u a tro m u je ­
res de soldados.
Ix> inevitable
Como o cu rre siem pre en todos
los casos d e atro p e lla m ien to s e In-
oertid u m b res, P a y san d ú o frecía
tam b ién en taja crítica s c irc u n stan ­
cias, e n tre los m ism os so ld ad o s d e ­
fensores,cam po propicio a los am igos
de lo ajen o , p a ra que p u d ie ra n ope­
— 46 -
ra r con rela tiv a imp-unldad!* dado
que, ta n to la m ayoría de las casas
de com ercio como las de p articu ­
lares, hab ían quedado abataidona-
dais.
Los robos, pues, em pezaron a
producirse.
E l general Gómez, entonces, h i­
zo publicar un bzndo previniendo
que sería pasado por las arm as to­
do individuo que fu era sorprendido
en in fra g a n ti delito de robo.
Casi fusilam ien to
Pocos días después, un soldado
apodado “Ñ o rita” , correntino, fué
sorprendido en m om entos en que
se s u rtía de varios pares de botas,
en la zap a tería de Castells. Some­
tido a un consejo de g u erra, se le
condenó a ser fusilado al día si­
guiente, a las cu atro de la tarde.
En cum plim iento de la sentencia
fué traslad ad o luego el reo, a una
trin c h e ra próxim a al torreón, en
donde se había instalado el banqui­
llo, acom pañando a Ñ orita, en tan
duro trance, el cura Bellamdo.
E n el lu g ar destinado a la eje­
cución Be en co n trab a el general
Gómez, acom pañado de varios je ­
fes y oficiales; y como el reo pidie­
ra como últim a “ g racia" que se le
perm itiera h ablar, el jefe de ila De­
fensa, replicó al ayudante que le
había trasm itid o el pedido:
— 47 -
— “ Que hable. P ero sí llega a ex­
cederse en sus maniifestaciones, que
redoblen los ta m b o res.”
“ Ñ o rita” , que no o b stan te se r
am igo de lo ajeno, era todo u n v a­
liente, ascendió al to rreó n so n rien te
y con paso firm e, paira desde allí
h a b la r en loa sig u ien tes té rm in o s,
más o m enos:
‘— C om pañeros, que este castig o
les sirva de ejem plo, p ara que n u n ­
ca olviden las órdenes que d á n u e s­
tro v alien te general. H ay q u e de­
fen d er a la p a tria h a s ta m o rir; yo,
por mii desgracia, no puedo seg u ir
haciendo fuego a los “ m acacos” .
— G en eral,— .gritó enisteguáda: —
perm ítam e h acer el ú ltim o disp aro
de cañón.
P ero el g en eral Gómez no acce­
dió a esta dem anda.
E n esos m om entos estalló u n a
g ran ad a e n u n a d e las casillas de
m ad era co n stru id as sobre la to rre ,
que -servían de refu g io a los vigías,
yendo u n í de las astilla s a h e r i r
seriam en te en la c a r a , al cap itán
F rancisco P eña, que estab a en esos
m om entos, de observación.
P e ñ a descendió en to n ces de la
to rre , co rrien d o h a s ta d o n d e se e n ­
co n trab a L ean d ro Gómez, im ploró:
— .General: P o r esta san g re que
corre por mi cara pido g racia p ara
el reo.
— Sí, capitán, ya le h a sido con­
cedida.
— 48 —
Y así era en efecto, porque L u­
cas P iriz y o tro s jefes ye la habían
obtenido an terio rm e n te, pero a con­
dición de que el reo h a b ría de lle­
n ar, ignorándolo n atu ra lm e n te, to ­
das los requisitos, excepto el de la
ejecución, im puestos por el Conse­
jo de G uerra.
R ecién e n el banquillo, supo "Ño-
r ita ” que volvía a la v i d a . . .
L a b a n d e ra caída
L a b an d era que flam eab a sobre
la m edia n a ra n ja de ¡la Iglesia, ha­
bía caído a l golpe de u n a bala de
cañón. P ero, la b an d era ten ía q u e
c o n tin u a r flam eando a llí mismo,
p a ra que su desaparición no fuese
in te rp re ta d a como señal de desa­
liento.
A quello era, sencillam ente, una
locura.
Y surgió un guapo: el ten ien te
E ncina, quien desafiando el pelí-
gTO de las balas que rep iq u eteab an
a su alred ed o r, cruzó por sobre to­
da la *)óveda de la nave cen tral y
ascendiendo por la escalera que re ­
m atab a en la p a rte su p erio r de la
m edia n a ra n ja , volvió a colocar en
su sitio , la en señ a de la p atria. A
poco de h ab er b ajado E ncina y
cuando ya de regreso cruzaba n u e ­
vam ente <la bóveda, u n a nueva ba­
la de cañón horadó el piso a sus
m ism os pies. L a conmoción por un
— 49 —
lado y «1 abism o que se le a b ría
tan in o p in ad am en te, lo hizo ta m b a ­
lear, pero reaccionando sú b itam en te,
pudo lleg ar a tie rra , m om entos
después, san o y salvo.
E ste jovien oficial vino a m o rir
años m ás ta rd e (R evolución de
A paricio, de 1 8 7 0 ), a l fre n te de
una “ p a rtid a ” , a m anos de unos
m atrero s que se o cu ltab an en los
m ontes del río T acuarem bó G rande.
E l coronel Eduardo T. Olave
R endida la plaza y hechos los
prisio n ero s por d is tin ta s fu erzas, no
fu eron pocos los je fe s colorados que
salvaro n la v id a a m uchos de los
rendidos, que h a b ría n sido víctim as
de los m al en ten d id o s odios de al­
gunos desalm ados.
E n tre aquellos p uede c o n ta rse el
coronel M onteiro, que salv ó y dió
lib ertad , e n tre otros, a los h e rm a ­
nos R ibero, y a l v alien te coronel
don E d u ard o T. Olave, de q u ie n
nos hem os ocupado en el tom o I
de “ R ecuerdos y crónicas de a n ­
ta ñ o ” , a l re fe rirn o s a los asesin ato s
de P lo res y de B erro , q u ie n en la
ocasión que ahoTa nos ocupa y h a ­
ciendo u n a vez m ás h o n o r a su va­
lor, a su h id a lg u ía y a suisi s e n ti­
m ientos h u m a n itario s, sacó del b ra ­
zo de en tre un g ru p o de prisioneros,
a su am igo el cap itán A dolfo A ra-
ta, no aban d o n án d o lo h a s ta que pu­
do ponerlo en salvo.
—50 -
F o rtu n a to F lores, que m ás ta rd e
llegó a gen eral y que, por aquel
entonces era capitán, s<e hizo cargo
tam bién de'l com andante A berastu-
ry, acom pañándolo a su casa de la
plaza, en donde &e encontraban con
la in tran q u ilid ad que es de im agi­
narse, la m adre y la h erm an a del
citado Aberas»tury.
CON DOÑA BASILIA REY DE
GONZALEZ
Presentacián. — Explota una gra­
nada. — Con bandera de parla­
mento. — Ante el general P lo­
res. — Grata comisión. — R e­
tornando al hogar. — La con­
ducta de la tropa. — Un poncho
de vicuña.

Quien es la dama
Una vieja am istad q u e nos une
con la fam ilia de don P ed ro A ram -
burú, herm ano que fué del ilu s tra ­
do abogado del m ism o nom bre, e
hijo político de la dam a que hoy
presentam os, nos facilitó la e n tre ­
vista que m antuvim os días a trá s
con la v en erab le señ o ra doña B asi-
lia Rey de González, em p aren tad a
con jefes y oficiales que actu a ro n
como defensores de P ay san d ú y
testigo ella m ism a de algunos epi-
sedios de a q u ella epopeya.
¡La señ o ra Rey de González, es
persona de clara in telig en cia y que
se conserva fu erte, e sp iritu a l y fí­
sicam ente. Su cerebro reb eld e to ­
davía a esos to q u ecito s que tra e n
ap are jad o s los años y q ue en m al o
buen rom ance, se llam a choche­
ces, se conserva fresco y aleg re.
F uim os a v is ita rla a su casa de
la calle M artí No. 14, en P o cito s; y
a poco de h a b e r hablado alg u n as
— 52 —
cosas sobre tem as triviales, inicia­
mos n u estro rep o rtaje.
— ¿Su edad, señora?... Y perdó­
nenos n u e s tra curiosidad. Creemos
que cuando los años se llevan así
como los lleva u sted ta n esbelta­
m ente, ellos no h an de serles muy
pesados.
Y m isia B asilia rió picaresca­
m ente.
— Bueno, nos dijo, así como al
desgeno, pero con toda m alicia.
P óngam e se te n ta años.
— ¡Señora, por D io s !. . . ¡No tan
p o c o s!. . . E stam o s dispuestos a
tra n s a r, pero no en form a ta n des­
ventajo sa p ara nosotros. T enga en
cuenta que cuantos m ás años pon­
gam os a los inform antes, el lector
d ará m ayor valor a n u estras n a rra ­
ciones . . .
— ¡Pero, hom bre! ¡Si tengo h as­
ta biznietos! Siete biznietos, agregó
llen a de orgullo. P ero, no les digo
m i edad. Tóm ense el tra b a jo de sa­
car la cuenta. Nací en el año 1839.
¿Conform es ¡ahora?
— M uchísim as gracias por la
“ discreción” .
— C uéntem os algo del sitio de
P aysandú, señora.
— P o r entonces e ra yo viuda de
don L indoro González y vivía con
mi m adre y m is herm an as con
fren te a la P laza de P aysandú.
R ecuerdo que el p rim ér bom bar­
deo empezó antes de las ocho de la
- 53 —
uiuhana, term in an d o a las cu atro
de la tai’de.
— ¿Y po rq u é no se fu ero n u ste ­
des de la plaza? Acaso los sitiad o ­
res no p rev in iero n que b o m b ard ea­
rían la ciudad?
— Sí, que lo p rev in iero n ; pero
nadie creía que lo h icieran , talvez
confiando en las versiones q u e co­
rría n , de que los dem ás buques de
g u e rra n e u tra le s su rto s en el p u e r­
to, se iban a oponer a ello.
P ero, cuando F lo res con su e jé r­
cito abandonó el asedio, después
del p rim er bom bardeo, vino h a s ta
casa el co m an d an te de la cañ o n era
inglesa cuyo n om bre no recu erd o ,
p a ra aco n sejar a m i cuñado T o r­
cuata González, S arg en to M ayor de
L eand ro Gómez, que h ic iera sa lir a
su fam ilia de la plaza, p o rq u e la
iban a b o m b ard ear n u ev am en te y
con m ayor in ten sid ad , ofreciéndole
a la vez p ara lo suyos, h o sp ita lid a d
a bordo de su nave.
A p arte de m i cuñado, p restab a n
tam bién servicios m ilita re s d en tro
de la plaza en calidad de ten ien te s,
m is h erm an o s M anuel y E xequlel,
quienes felizm ente, saliero n al fi­
nal, bien del tran ce.
Explota una granada.
C uando el p rim er bom bardeo
fuim os a guarecern o s, p o r su invi­
tación, a casa del cónsul fran cés,
señor M iram ont, en donde cayó
— 54 —
u n a g ran ad a d e las d isparadas des­
de abordo, uno de cuyos fragm en­
tos fué a h e rir en la cabeza a mi
h erm a n a R osa casada con Torcua-
to González h erm ano de mi espo­
so.
— ¿Y fueron abordo?
— Yo con m i h erm a n a Isabel y
dos h ijita s, u n a de cada una, des­
pués que cesó el p rim er bom bar­
deo. E n cambio p refiriero n correr
la su erte de los defensores, mi se ­
ñ o ra m ad re doña Isabel Olaguibe
de Rey, mi h erm an a Roea y una
de las sirvientas, que teníam os.
Vivimos abordo de la cañonera
inglesa con o tra s fam ilias, m ien­
tra s duró el segundo bom bardeo;
y sólo b ajam o s a tierra, cuando la
situación de la ciudad, que ofrecía
un tristísim o aspecto de ruinas, se
había norm alizado lo suficiente, co­
mo p a ra que pudiésem os estar en
ella, sin sobresaltos.
— ¿Tuvo usted alg u n a p articip a­
ción en los sucesos?
No, señor. No o b stan te ser muy
blanca, no tom é ninguna p arte ac­
tiva en nada.
í'o n b an d era (le p arlam en to
—¿P ero usted no fué quien habló
con el gen eral F lores, pidiendo la
lib ertad de los prisioneros?
— E scuche: A poco de h ab er si­
do tom ado prisionero L eandro Gó­
mez y rendido consiguientem entft
— 55 —
la plaza, en m edio del tu m u lto y
cuando to d av ía so n ab an algunos ti­
ros, mi h erm an a R osa que ya se
había restab lecid o de la h e rid a re ­
cibida, en arb o lan d o u n a to a lla en
un palo de escoba y seguida por
n u e stra fiel sirv ien ta, tra tó de e n ­
co n tra r a su esposo y a n u estro s
herm anos, siendo in fo rm ad a en to n ­
ces que, sanos y salvos h ab ían caí­
do prisioneros.
Ante el general Flores
Así se le p resen tó al g en eral F lo ­
res, p ara pedirle la lib e rta d de los
prisio n ero s; y aquel, con to d a co r­
tesía, la felicitó por su v alo r y p o r­
que tan to su esposo como sus h e r ­
m anos, h ab ían escapado ilesos en
la ru d a contienda.
— -Los defensores, — le dijo F lo ­
res, — como buenos o rien tales, h an
dem ostrado ser m uy v alien tes en
tan la rg a resisten cia; pero an te la
enorm e su p erio rid ad de n u e stra s
fuerzas debieron h a b e rse ren d id o
paTa ev ita r ta n to d e rra m a m ie n to
de san g re noble y los destrozos oca­
sionados en la ciudad.
Mi h erm a n a R osa, respondió en ­
tonces al gen eral vencedor, que al
ver flam ear la b an d era b ra sile ñ a al
lado de la n u e stra , los d efensores
habían ju ra d o sucum bir d efen d ien ­
do la plaza.
Como la conversación se en cau ­
zaba por un giro delicado, in te rv i­
— 56 -
no un señor B eltrán, — m ilitar, —
que te n ía ascendiente sobre F lores
y hab lando de o tras cosas, te rm i­
nó reforzando a poco, el pedido que
fo rm u lara mi h e rm a n a .
Grata comisión
— Bueno señora, dijo F lores. To­
me el brazo del alm ira n te Tam an-
d aré y la acom pañarem os hasta
donde se en cu en tran los prisione­
ros.
Con no poca aleg ría, pues, mi
h erm a n a se traslad ó acom pañada
por am bos jefes a la “ azotea del
g en eral Gómez” , edificio nue que­
daba en las afu eras de la ciudad,
sobre la cuchilla, en donde se h abía
alo jad o al num eroso grupo de p ri­
sioneros, en tre los cuales ee encon­
trab a n mis herm anos y m i cuñado,
el esposo de Rosa.
Cuando se hizo a b rir ia p u e ila
de la pieza en donde se en co n tra­
ban asegurados los prisioneros,
F lores les hizo presente que gueaa-
ban en lib ertad ; y a p ed ilo ie sus
dem ás complañeros de info rtu n .o ,
T orcuato pronunció algunas pala­
bras agradeciendo la gracia que se
les dispensaba, term in an d o todos
por d ar un viva.
— ¿A quién?
— A F lores.
— 57 —

Retornado al hogar
— Su herm ana, volvió a h a b la r
con el g en eral F lo rea?
—Es verdad. D á se le s (le la lib er­
tad de loe p risio n ero s; y en ta l
o p o rtu n id ad aq u el pidió a Roca,
que fu éram o s a vivir nuev.in.<ente
a n u e stra casa de la plaza, que h ab ía
sido ab an d o n ad a an tes del p rim er
bom bardeo, con el fin le d ijo, —
de que las fam ilias, tornando sil
ac titu d como ejem plo, v o lv ieran
con tra n q u ilid a d h sus h o g ares; y
m uy especialm ente las que se e n ­
contrab an alo jad is ta n m alam en te,
en u n a isla de ¡13 proxim idades de
P aysandú, que desde entonces q u e­
dó bautizadla con el n o m b re de
“ Isla de la C a rid a d ” .
— ¿Cómo en co n traro n su casa
señora?
— 'Poco m enos q ae jü escom bre*.
¿Vé e6te piano que e3tá aq u í? P i '/ s
éste fué víctim a tam b ién del bom ­
bardeo. C uando, lo en co n tram o s es­
ta b a cu b ierto de escom bros.
Y entonces fué que observam os
un herm oso oiaao d-3 cola, de los
de m ayor form ato, con in c ru stacio ­
nes de bronce, que, no o b atan te sua
m ucho años y la sacu d id a que tuvo
que so p o rtar en P ay san d ú , sirv e
con to d a eficacia a l a ‘te rc e ra g en e­
ración de n u e s tra d istin g u id a re-
p orteada.
- 58 —

La conducta de la tropa
— ¿Cómo se condujo la tropa
cuando penetró a la ciudad conquis­
tad a?
— Los uruguayos se portaro n
b ie n ; en cambio los -brasileños ro b a­
ron de todo. Esto en cuanto e la
soldadesca, porque la oficialidad
era buena, hay que reconocerlo.
R ecuerdo p erfectam en te bien, que a
poco de estar in stalad as en n u estra
casa, recibim os la visita de dos je ­
fes brasileños, quienes nos pidieron
agua, no ob stan te tem er que pudie­
ra estar elle envenenada, porque
co rría la voz de que se h ab ían echa­
do su stan cias nocivas en todos lo-
aljibes.
Al ver dichos m ilitire s que a l­
gunos soldados de su na< iona1;<Iad,
pasaban por la acera con objetos,
ellos p reg u n taro n a varios:
— ¿Q uién les dió "eso ” ?
A lo que los in terrogados, como
obedeciendo a una consigna, re s ­
pondían in v a riab le m en te:
— Colorados liaron.

Un poncho de vicuña
— ¿O tro episodio?
— H om bre! Recuerdo el siguien­
te:
A tanasio R ibero, hijo del dueño
de la casa en donde fué fusilado
L eandro Gómez, era, como sus h e r­
- 59 —
manos, oficial de g u ard ias nacio n a­
les en la D efensa.
Tom ado p risio n ero por un grupo
de los atacan tes, quisieron fu s ila r­
lo sobre la m archa, pero an tes, uno
de los del grupo p reten d ió q u ita r­
le un poncho de vicuña.
--N o , dijo resu'eí’li,emente Ribero.
El poncho no me lo dejo q u itar.
Después que me m aten, tóm elo
quien quiera.
F u é ta l el aplom o con que habló
el rrisio n ero , que uno de los v en­
cedores, indiscu tib lem en te el m ás
valiente de todos los del grupo, in ­
terviniendo en la conversación dijo
con aires de au to rid ad :
- - N o m aten a este petizo, — m u­
chachos, — que es un valiente.
Y A tana-i o Rvbero. n u»? era efec­
tivam en te bajo de esta tu ra , salvó
así la vida, negándose a e n tre g a r
su ponchito de vicuña.
CON EL AYUDANTE DEL CORO­
NEL AZAMBUYA, DON ILDE­
FONSO FERNANDEZ
GARCIA
Oficial de tino de los Treinta y Tres
Orientales — La presentación —
Episodios del bombardeo — El
último día — Como murió Azam-
buya — El “Ancla Dorada” —
Con Leandro Gómez — Vuelta al
cantón — Prisionero — Ante
Plores y Tamandaré — Libertad
incondicional — “Cariños que ma­
tan” — Riñones asados — En el
flete de un jefe colorado — Po­
niendo río por medio
Indicación oportuna
Un bueno y d istin g u id o am igo,
m uy aficionado a las cuestiones h is­
tó ricas y que sigue con m arcado
in terés e stas crónicas', — el ilu s­
trad o co m p atrio ta d octor don D a­
niel G arcía Acevedo, — nos dijo re ­
cientem ente:
— E se in te re sa n te cap ítu lo que
sobre el bom bardeo y tom a de P ay ­
sandú viene p ublicando u sted en EL
DIARIO, no p u ed e q u ed ar te rm in a ­
do, si an tes no h ab la con un viejo
tío mío, don Ildefonso F ern án d ez
García, criollo de p u ra cepa, que
actuó como oficial en la defensa de
aquella h istó rica ciu d ad .
- 62 -
— No ha perdido la m em oria ail
hom bre?
— i Qué esperanza! Es un roble.
Y por o tra p arte, un señor sum a­
m ente sim pático.
— ¿Nos lo presenta, entonces?
— Con el m ayor placer.
Con el viejo oficial
Don Ildefenso F ern án d ez García, es
un señor alto, de an d ar pausado,del­
gado, y sum am ente am able. N > bien
nos sentam os a su lado, y antes
de encender el suyo, w >3 ofreció un
cigarrillo de papel, que no a c e p t a ­
mos porque n u estra salud difiere
fu n d am en talm en te de la de todos es­
tos viejos con quienes cultivam os
tan am ena am istad todos los días.
Im puesto del motivo de n u estra
visita, nos dijo don Ild efonso con
exquisita am abilidad:
— Mire, mi buen am igo Yo no
quiero exhibicionism o ni r?nr>r*ajes.
Lo sé em peñado on una lab,«r pa­
trió tica, como indiscutiblem ente lo
es la de hacer la h isto ria del I ais,
y eso me b asta. Le daré te dos
los datos que pueda proporcionarle,
pero así, en form a confidencial y
anónim am ente p ara quienes los lean.
Y tuvim os que explicar a este nue­
vo am igo, que, el valor de n u estras
inform aciones, radica precisam ente
en la g a ra n tía que dá la palabra
de los inform antes.
Don Ildefonso F e rn á n d e z García,
que fué ay u d an te del coronel Azam-
bu y a
— 64 —
— Bien; entonces procedam os co­
mo a usted le parezca. ¿Qué es lo
que desea saber?
— Su edad, en prim er térm ino.
— i Caram ba! ¿Y p ara qué?
. . . y cu atro a ñ o s . . .
— ¿C uántos?
— No. ¡Qué ochenta y cuatro!
Rectifique. Sería m entir. He cum­
plido ochenta y tres años.
— Muy bien. De filiación política,
n acio n alista. . .
— No, señor.
— ¿Cóm o. . . ?
— Blanco oribista.
— Cuéntenos su actuación en P ay ­
sandú.
— Inicié mi c a rre ra m ilitar como
oficial de un regim iento de caba­
llería destacado en Tacuarembó., b.t-
jo los órdenes del coronal don R a­
món Ortiz, qu'e había si^o uno de
los T rein ta y Tres O rientales.
Más ta rd e y al fa.I^cer Ortíz pasé
a serv ir con el coronel Azambuya,
Jefe P . y de P olicía de aquel depar­
tam ento, — de q iien fu* ayudante
cotn el ignado de t-enremlte jpjráimero
antes del! sitio y de capitán, donante
el asedio.
Contra la invasión de Flores
Como ya por N oviem bre o Di­
ciem bre del 63, — prosiguió dicién-
donos el señor F ernández García, —
se anunciaba el desem barco de Fio-
— 65 —
res por la A graciada, el G obierno
dispuso que n u estro reg im ien to b a­
ja ra h asta ese p a ra je , p ara e sta r allí
en observación de lo que pudiese
o cu rrir, P ero, corno el desem barco
no se produjo, reg resam o s n u ev a­
m ente a T acuarem bó, de donde vol­
vimos a salir p ara r e j o m r el N or­
te del Río N egro, dado ctue el e sta ­
do d e la situación, an te ’.a am enaza
constan te de ]a '"nvasión de Plores»
e ra un ta n to inquieta.
Y así pasó el tiem po h a s ta que,
un b uen día después d e la b a ta lla
de Lias C añas en la cual el g en era l
Diego L am as fué b atid o por P lo res,
recibim os orden del g en eral L ea n ­
dro Gómez, que era el jefe su p erio r
de Jas fuerzas al N o rte del Río Ne­
gro en su stitu ció n del citado L a­
mas que haibía pasado a otro d e s ti­
no, de re fo rz a r con la división de
T acuarem bó, la g u arn ició n de la
ciudad de P ay san d ú .
— Peridón. ¿C uántos h om bres
form aban la división?
—P h sss, — pocos,— éram os m uy
po co s!! . . .
— Más o m e n o s .. .
— A trescien to s, yo creo que no
llegábam os. Sí, algunos m ás de dos
cientos c in c u e n ta . . .
Y b ien ; a los dos días de e s ta r
allí, empezó el baile, con la lle g a ­
da del ejército del g en eral P lo res.
D ecirle como se peleó, es cosía
por dem ás sab id a y que u sted ha
— 66 —
de conocer perfectam ente bien. Los
defensores seríam os unos mil hom ­
bres, de los cuales quedam os en
pie, al ren d irn o s, unos cuatrocien­
tos m ás o menos.
—«En efecto. Nos in teresa en te­
rarn o s de hechos que le sean per­
sonales. . .
— (Entre 106 defensores de la p la­
za, te n ía a mi herm ano R afael, oñ-
clal tam bién, que vino a m orir en
el últim o día de pelea. El coronel
R aña, de , quien mi herm ano era
p arie n te político; próximo a m orir
a consecuencia de Tiéridas recibi­
das, lo m andó llam ar p ara hacerle
algun as recom endaciones, sin d u ­
da; — pero ni bien se despidió de
aquel jefe y en circunstancias que
cruzando la bocacalle de la esqui­
na de la plaza, fren te a la Botica
Legal, dirigía sus pasos hacia el
lu g ar en donde ten ía que prose­
guir prestan d o sus servicios m ili­
ta re s, fué alcanzado por una bala
que hiriéndolo en el vientre, dió
con él en tie rra , m uriendo casi in s­
tan tán eam en te.
La muerte de Azambuya
— ¿E n qué circunstancias m urió
su jefe, el coronel Azambuya?
— Poco antes de caer ren d id a la
plaza.
N osotros ocupábam os la línea
del P o rtó n con fren te al Río, de la
cual era cantón avanzado el edifl-
— 67 —
cío del com ercio denom inado “ El
A ncla D orada” , una tienda, si la
m em oria no m e es infiel; — y yo.
en mi c a rá c te r de ay u d an te, te n ía
que salir frecu en tem e n te del c a n ­
tón, p a ra llevar y tr a e r novedades
e instrucciones. E l ú ltim o d ía a r r e ­
ciaron de p a rte de los sitiad o res,
los fuegos, ta n to de a rtille ría com o
de fu sile ría; — y ta n de cerca pe­
leábam os que la d istan cia en n u e s­
tro rad io de acción, ya que peleá­
bam os de v ereda a v ered a no sería
m ayor de ocho a diez m etros.
De m an era, pues, que en ese
día, era aquello u n a v erd a d e ra llu ­
via de balas. Yo, joven y ágil, es­
p erab a algunos segundos de tr e ­
g ua p a ra hacer mis salid as o e n tra ­
das a todo escape y tra ta n d o de
ofrecer el m enor blanco posible a
la visual de m is enem igos.
B ajo este estado de cosas, al co­
ronel A zam buya, que ya e ra ho m ­
b re en tra d o en afios, y que no po­
d ía te n e r consig u ien tem en te m i a g i­
lidad, se le o currió pasaT a l “ A ncla
D orad a” con el fin, — dijo, — de
im ponerse p erso n alm en te d e cómo
pasaban las cosas por allí.
— No pase, coronel, po rq u e lo
quem an. U sted no puede escu rrir
tan fácilm ente el b u lto como yo,
le dije. M ire que ese claro es u n
verdadero diluvio de balas.
— Estos no son m om entos de
cuidarse, ay u d an te, m e contestó.
- 68 —
Y uniendo la acción al pensa­
m iento, tra tó de satisfacer sus de­
seos; — pero ni bien se despren­
dió de la pared que nos resg u ard a­
ba y ofreció así blanco a las balas,
cayó fulm inado como por un rayo.
E ntonces yo, q u e lo seguía, gua­
recí mi cuerpo todo lo que pude de­
trá s de la pared y estiran d o los
brazos cogí u na p iern a del cadá­
ver, a rra strá n d o lo así b asta la va­
lla p ro tecto ra, con el fin de que su
cuerpo no fu era m asacrado por
núcvos proyectiles.
Con L/eandro Gómez
Como te n ía que llevar a la Co­
m andancia esta noticia, tom é las
precauciones que h ab ía adoptado
an terio rm en te, y pude, m inutos
después, tra s m itir a L eandro Gó­
mez, la triste nueva, como así tam ­
bién la de la m u erte del com an­
d an te R ibero que fué quien tra jo
del Salto al “ Villa del S alto” y que
había caído segundos antee.
El jefe d,e la dcifenea m e pildió
daitos en tonces de cóm o halbían ocu­
rrid o .lo® hieidhos y rieisipeoto a don,de
se e n c o n tra b a cll cad áv er de Azam­
b u y a. — C'uiamd.0 hulbe satisfech o su
ordem, m,<? d ijo :
— Mu'y bien; vam os p a ra afl'iá.
■—E s imposible, señor .general,
que Vd., juccla. 11egur h asta el can­
tón.
— ¿Por qué, ayuidanite?
— 60 -
— P orque aquello es un infierno
de batos. Lo m atan general, con to-
■dia sQguriildad; y Vd. se debe a la
dJefiemsa die lia p^aza y a nosotros.
L ean d ro Gómez, recap acitó por
breves in sta n te s y me ordenó.
— Yaiya Vd!. entoiniaes; y trafg.am e
los docum entos y cosas de m i oír que
pueda temier en su 'Poder ejl coronel
Azambulya
Y volví a p asar o tra vez p o r aque­
lla v erd ad e ra liiufViia de bailas, que
nos venían de todiais d'iredciones.
-Cuíamdo volví a la Coim»an d ancla
con uin reloj con oaldienia y algunos
p a r c e s que hab ían corriesipomidildo a
mii je'fe y s'e los en treg u é a Lean(dro
Gómez, ésifce se emcontralb'a ein esos
m om entos rediacltando la 'Contesta­
ción a la nueva intim ación de re n ­
dición que le h ab ía h<&dho e¡l g eneral
P lores y quie la escribía A tañ a si o
Ribero.
Cuimpiidia -esta m isión re to rn é in ­
m ed iatam en te a mi cantón, en don­
de no estuive m udho ra to m ás, p o r­
que los sitiad o res, hacieinido irru p ­
ción, nos cercaron y tuivimos que
renldim'os.
— ¿Ein qué circu n stan cias vió por
últim a ve>z a Lean|d:ro Gómez?
— C uando lo llevaban a él y a los
•diemás que fu silaro n m ás ta rd e ,
rum bo a lo de R ibero.
— ¿Quién o quienes los ¡llevaban?
— ©1 entoniccs m ayor B elén, un
sobrino suyo de apellliido R odríguez
y otros oíiciailes y solidados más.
— 70 -
— ¿Y a Vid. quien lo tomó prisio­
nero ?
— Los braJsileñois. — Me agregué
a un grupo de com pañeros de infor­
tuna o y desipuiés de Iterarn o s úe)
aquí p ara alllá, nos coinidujeroin hais-
ta la “ azotea de Gómez” , en donde
f/uímos encerrados d en tro de una
pieza. E sta etap a de los sucesos de
Paysamdú, ocurrió de oclho y metfia
a nueve de la miañama, m ás o me­
nos.
El general Flores ante sus prisione­
ro® de guerra
D espués de m ediodía llo g a o n
h a sta el local en donde nos encon­
trábam os los prisioneros, el g'oU'.ral
don V enancio F lores y el alm iran te
T am andaré. Nos hicieron ir a don­
de ellos ee encontraban, y allí F lo ­
res, dirigiéndonos la p alabra, nos
reprochó la resistencia que habíam os
hecho, acto que calificó de inútil y
con la ag rav an te de que había cos­
tado ta n ta s vidas, dando lu g ar ta m ­
bién a que se convirtiese poco m e­
nos que en ruinas a la ciudad.
N osotros oíamos 6us palabras en
m edio de un profundo silencio, ig­
norando en esos m om entos cuál se­
ría la su erte que el destino nos de­
paraba.
Y F lo res siga*ó hablándonos en
tono p atern al, lam entándose de n u e ­
vo de ta n ta san g re derram aba in ú til­
m ente, por culpa — dijo — del ca­
pricho de los jefes de la plaza, cuan­
— 71 —
do estaba visto por ad elan tad o que
toda resisten cia te ría inútil.
U stedes se h an p o rtado como v er­
daderos v alien tes. Son soldados, y,
como tales, h an cum plido con sus
deberes. No lee dirijo por ello n in ­
gún reproche. 11 co n trario .
Q uedan u stedes en com pleta li­
b ertad de í t a donde m aj-jr les p la z ­
ca, — prosiguió d o lán d o n o s. Si
quieren em igrar, h ág an lo en b u en a
h o ra ; pero m i deber es aco n seiailes
que se queden en el país, con sus
paisanos. E n el e x tra n je ro se pasan
m udhas privaciones y m uchas a m a r­
guras. Yo, que he ten id o que p asar
por tan duro tran ce, estoy fa c u lta ­
do para h ab larles en esca form a
Quienes estén d is p u e s ta a ejr.i-
g ra r, no o b stan te lo que les acabo
de decir, ah í está el B atalló n de Ma­
rin a p ara que los ocompafie h a sta el
puerto.
Los que q u ie ra n salvo conductos
para dirig irse a cu alq u ier punto del
país, no tien en n ad a m ás que p e­
dirlo.
Ya lo saben, co m p atrio tas: E stá n
en com pleta lib ertad y ^011 to d a cla­
se de g aran tías.
Palabras del almirante T<;mandaié
E n seguida que term in ó de h a ­
blarnos el g en eral F lo res, el alm i­
ra n te T am an d aré tam b ién hizo lo
propio, pero d ejan d o en n u e stro á n i­
mo una sensación m uy d is tin ta a la
que nos p ro d u je ra n las p a la b ra s del
- 72 -
general F lores, íuien nos devolvía
la lib ertad sin nin g u n a clase de re ­
servas ni lim itaciojies.
T am andaré, en efecto, inició su
peroración, diciéndonos que “fica-
ba in ten d id o que “ os senhores nao
poderam tom ar participacao na"gue-
r r a do P arag u ay com o Im perio
do B razil” , — pues conviene acla­
ra r que los paraguayos ya habían
atacad o a los brasileños en su pro­
pia tie rra , por el lado de M atto
Grosso.
— ¿C uál fué. la actitu d do F lores
en la em ergencia?
— Se calló la boca, dejando así
subsistente, sin lim itaciones, la or­
den d e lib ertad .
- — ¿Vds. vivaron entonces al ge­
n eral F lo res?
— A l menos, m ien tras yo estuve
allí, no. Después no ,?é; porque ni
bien nos dieron la lib ertad yo tra té
de d ar cuanto antes con el cuerpo de
mi herm ano R afael, que h ab ía caído
en la m añana de ese mismo dia y en
las circunstancias que ya ¡le dije
an terio rm en te.
Ultimos aprietos
— P ero . . . ¡vea lo que son las
cosas! — prosiguió diciéndonos el
señor F ern án d ez G arcía: — cuando
m archaba hacia la ciudad para re­
coger a nxi herm ano y hacerle d ar
sepultu ra, un com andante seguido
de algunos soldados me a ta jó . . .
— 73 -
— ¿Q uién era ese com andante?
— No lo sé. E ra un tipo de paisa­
no y correspondía a la D ivisión del
D u r a z n o ... M ire am igo: yo a n d a ­
ba hecho un pobre diablo, sucio, con
el cabello ta n la rg o que me caía
sobre los hom bros. Más que oficial
parecía un p e rd u la rio . . . ¡Yo que
sé! Con decirle que m e h ab ían " c a r­
chado” h a s ta la ro p a cuando eaí
p ris io n e ro !!!!
— ¿ P a ra dónde v as?, me p re­
guntó el jefe colorado.
— E l g en eral F lo res m e acab a de
d ar la lib e rta d y vuelvo p a ra la ciu­
dad . . .
— No, hom bre, que vas a irte. T u
te vienes conm igo, que lo vas a p a­
sa r m ejor.
¡A v e r . . .! ! M ontá “ en an cas” de
aquel soldado, te rm in ó diciéndoirte.
Y como el so ldado indicado por
el com andante a rrim a ra su pingo,
yo creí p ru d en te obedecer sin ch is­
ta r.
Me llev aro n al cam p am en to ; y
allí, el propio com andante, m e r e ­
galó u n a bom bacha que m e q u ed a­
ba co rta y un so m b rero con divisa
colorada, p ren d as de v estir que me
puse de inm ediato.
— ¿Y la divisa colorada la dejó
colocada en el som brero?
— ¿Y e n t o n c e s ! ! ! ...
R ecuerdo p erfectam en te bien,
que en tales circu n stan cias r e a l­
m ente críticas p a ra mí, vi que en­
— 74 —
tre unos asados que doraban le n ta­
m ente <§us costillares ju n to al fue­
go, — unos riñones revolcados so­
bre las brasas, estaban Invitando
a que se les comiese. No sé si ©1
com andante h ab rá leído en m is ojos
que estab a con ham bre, porque al
mismo tiem po que yo 'pensaba en lo
sabrosos que me re su lta ría n lo-s ri­
ñones, cuyo olorcito me cosquillea­
ba en las narices, aquél me dijo:
— V ení; vam os a com er esos r i­
ñones, p ara que después no salgás
diciendo que no se te ha dado de
com er. . .
Receloso, h asta entonces, me di
cuenta recién, que el com andante
de m arras era un buen paisano a
quien había gustado mi estam pa
para que sirv iera con él, porque
me decía a cada m om ento que me
quedara, vaticinándom e que lo iba
a pasar muy bien y que, a su lado,
h a ría carrera.
— ¿Y usted, señor F ern án d ez?—
inquirim os.
— Yo contestaba con evasivas,
pero el hom bre era tenaz.
El recuerdo de mi herm ano por
un lado y mi propia situación por
otra, me te n ían reallmente abatido.
— P e ro . . . ¿qué te pasa? — me
preguntó de pronto ©1 jefe colo­
rado.
Y le conté entonces lo de mi h e r­
mano, expresándole los deseos que
— 75 —
te n ía de verlo por ú ltim a vez y d a r ­
le sep u ltu ra.
— P ues vas y cum ples con tu d e ­
ber de herm ano. Yo te doy mi ca­
ballo ensillado.
M omentos después, galopaba
rum bo a la ciudad, p a ra llen ar la
tris te m isión que m e m ovía hacia
allí.
Como llevaba divisa colorada,
no tu v e que vencer n in g ú n obs­
táculo.
— ¿E n la ciudad rein a b a ya com­
pleto orden?
— ¡Qué esperanza, señor! ¡Sa­
queaban las c a s a s ! . . .
— ¿Los soldados brasileñ o s?
— B rasileños y o rie n ta le s. .
De nuevo con el comandante
— Luego que h u b e d ad o sep u ltu ­
ra al cadáver de mi pobre h erm an o
R afael, m onté n u ev am en te a cab a­
llo y v aria s veces estu v e te n ta d o de
escaparm e; pero m e lo im pedía el
escrúpulo de te n e r que fu g a r, 'l e ­
vándom e el caballo y el ap ero del
com andante, que al fin a l de cuen­
tas me h ab ía tra ta d o ta n bien.
Y volví al cam pam ento.
— ¿Q ué tal, am igo, cómo le h a
ido.— m e p reg u n tó .— ¿C um plió su
m isión?
— Ea verd ad , com an d an te y le es­
toy m uy reconocido.
— B u eno. . . ¿E n to n ces te q u ed a­
rás a h o ra conm igo?
— 76 —
— Vea, co m an d an te. . Ando m e­
dio estropeado, cansado. . . ¡Qué
sé y o ! . . .
— No l'h a c e . . . Ya te com pon­
d rá s . . .
Río por medio
H ablam os un rato más y después
le pedí autorización p ara que me
p erm itiera b a ja r h a sta el río, con
el fin de diarme un baño, a lo que
él com andante accedió de buen
grado.
A llí en la playa me encontré con
mi com pañero el cap itán B enjam ín
O livera, que se encontraba en situ a­
ción análoga a l'a m ía con otro jefe
colorado; y cam biando im presiones
m ien tras higienizábam os n u estro s
cuerpos, convinim os en que ten ía­
mos que escaparnos de cualquier
m anera, porque no podíam os olaudi-
c a r de n u estras bien arraig ad as con­
vicciones.
Las últim as palab ras que cam ­
biam os con Olivera, fueron las si­
guientes:
— M añana a l oscurecer nos en­
contrarem os en aquel m ontecito,
p ara de allí seguir h asta el Saladero
“ La B lanqueada".
Y al otro día fuim os exactos a la
cita.
De “ La B lanqueada" em igram os
a.1 día siguiente a la A rgentina, cru­
zando el río U ruguay.
CON DON MARIO 11. P E R E Z
La ascendencia de don M ario. —
Los b landengues de A rtigas. —
R um bo al P a ra n á G uazú. — D es­
cubiertos. — B anquete a tiem po.
— C om prom iso que 110 se cum ple.
— Con b a rra de grillos. — A p u n ­
to de n au fra g a r. — Deseo cum ­
plido. — E n J u n ta de G u erra. —
Coquimbo. — Los tre s h erm an o s
V aliente. — V iejos conocidos. . .
p ero . . . — L an za c o n tra lanza.
— E n en trev ero . — F o rm an d o
e jército .— M ás acciones.,— F re n te
a la F lo rid a . — Los am oríos de
V en ad o . — E n su puesto. —
¡Al asalto ! — E l te n ie n te R ev i­
ra. — “ H a hecho u sted bien, B us-
ta m a n te ’. — A tacan tes y d efen ­
sores. — Los prisioneros. — ITna
excepción. — Un tr is te recu erd o .
— ¡N adie pedía clem encia! — E s­
fuerzos m alogrados. — E n P a y ­
sandú. — R odeados. — La orden
de fu silam iento.
Don M ario R . P érez
Desde hace algunos -años h a b ía ­
mos perdido de visita a don M ario
R. Pérez, persona que h asta edad
muy avanzada h ab ía ejercido la p ro ­
fesión de corredor de Bolsa. Y co­
mo lo sabíam os hom bre de d e s ta ­
cada actuación en n u e stra s luchas,
averiguam os su dom icilio p ara ha-
- 78 -
corle un re p o rta je sobre la C ru­
zada L ib ertad o ra y el Bom bardeo
y Tam a de P aysandú, en cuyos su­
cesos actuó el señor Pérez como
oficial y pro - secretario ded jefe
revolucionario G eneral Don V enan­
cio F lo res.
— E stá ciego, — nos diijeron
— pero conserva siuj 'inteligencia
d espejad a y su espíritu lleno de las
altiveces, que fueron; una d e las
c aracterísticas de este viejo b ata­
llador .
La ascendencia de Don Mario
Nos hicieron p asar a la sala; y
a poco de esitar en e*lla, sentim os
que ide (Jais pieza® jinterii'o.res se
aproxim aban unos pasos cortos,
como vacilantes, acom pañados por
el golpeteo del reg ató n de un baa-
tón que dab a nerviosam ente en las
ablas del piso; — y luego una
nano que exploraba sobre el ta ­
blero de la p u e rta de com unica­
ción e¡n busca del p estillo.
— E fectivam ente >est|á ciego,
pensam os.
Y apareció la sim pática silu e­
ta de Don Mario, con sus bien n u ­
trid as patillas blancas y lujurilante
c a b e lle ra .
Le averiguam os su vida.
Nacido en 1836, tiene nuestro
hom bre en la actu alid ad la muy
respetable sum a de ochenta y
seis años, sin m ás achaques que el
— 79 —
de la ceg u era. Su voz, la conserva
enérgica, clara, voz de hom bre
acostu m b rad o a m a n d a r . E n u n a
palab ra: no tiene esa voz cascad a
que es peculiar en todas las p er­
sonas que llegan a la vejez.
E s h ijo de Don L orenzo Ju sti-
niano Pérez, C o n stitu y en te del año
30 y P resid en te de la R epública
por breve térm ino, como P resid en ­
te del Senado, y que era prim o
herm ano del G eneral A rtig a s .
F ué m ad re de Don M ario, la
señ o ra T eresa Conde de Pérez, h i­
ja del com erciante de esta plaza
don Miguel Conde, a quien lla m a ­
ban “ El galilieguito de la® m edias
de sed a” , porque por a q u e lla épo­
ca en q u e se usab an calzones co r­
tos y m ed ias larg as, la s llev ab a
aquel, de tejid o d e esa calidad.
Don M iguel, que a p a rte de ser
Conde de apellido, era comide tatai-
bién por abolengo, p arece que en
su país d e origen fué un ta n to
calavera y ju g a d o r, razó n p o r la
cual, u n buen día, su señ o r p ad re,
llam ándolo a cu en tas le d ijo :
— A m iguito: A quí ti en» V d.
ta n to s pesos f u e r te s . Y como no
ha querido en m en d ar su conducta
d esarreg lad a, váyase a A m érica, e s ­
tablézcase allá, d ig n ifiq u ese con el
tra b a jo y no vueüva a E sp añ a h as­
ta que se h aya convertido en hom ­
bre de provecho.
- 80 -
Y Don Miguel que fu era de to­
da duda, te n d ría .mucho de filóso­
fo y m ucho tam bién de inteligente,
em pleó el cap ital q u e le diera sil
padre en establecerse con «un re ­
gistro, en vez de dilap id ar su dine­
ro en ju g a rre ta s , como lo había
hecho cuando contaba con él am ­
paro de su padre, — a cuyo fin le­
vantó un edificio en la calle 25 de
Mayo en tre Misiones y Zabala, fin ­
ca que más ta rd e llegó a ocupar la
renom b rad a C onfitería O riental, de
N arizano.
I j o s B landengues de A rtigas
Como abuelo paterno, nos ofrece
tam bién Don Mario, ilú stre abolen­
go p atricio .
Don M anuel Pérez, oriental, h i­
jo de españoles, com erciante que fué
quien form ó de s>u peculio, el R e­
gim iento de B landengues p ara las
luchas por la lib ertad de la P atria,
— ocultando la gente que lo cons­
titu ía , en su chacra del Pan tan ose,
— unidad que por disposición
expresa de su creador Don Manuel,
fué m andado por sus nietos, el m ás
ta rd e inm ortal A rtigas, como p ri­
m er jefe; y por F ern an d o Otor-
gués que tan to ayudó en sus cam ­
pañas a l L ibertador, como segundo
je fe .
— 81 —

“Yo no h© criado hijos para


gauchos”
— C uéntenos algo de su vida
Don M ario.
— ¿Y ipor don/de emipejz^mioisi?
¡Es tan la rg a mi vida! . . .
— P o r do n d e V d. g u ste . . . P o r
sus p rim ero s a ñ o s. . .
— Bueno, m uy b ien . Mi padre,
D o n -L o ren zo Ju stin ia n o P érez, se
ocupó siem pre d e h acernos d ar só ­
lida in stru cció n ; — y jam ás con­
sintió en que nos sen tárem o s a la
m esa, sin ir co rrectam e n te v esti­
dos y p erfectam en te p ein ad o s. So­
bre esto s dos p u n to s e ra tam b ién
severam ente in tran sig en te.
P ero como yo te n ía o tra s incli­
naciones, la s de la v id a cam pera,
m e m andó a B uenos A ires como
em pleado de su cuñado F ern an d o
F ein, padre del doctor C arlos A.
F ein, que te n ía allí casa de co­
m ercio .
La estad a en B uenos A ires, lejo s
de m erm ar mis aficiones p o r Qias
cosas de n u e stra cam paña, las a c re ­
centó; y tan to , que un d ía , encon­
tránd o m e en M ontevideo, m i ta m ­
bién cuñado M edardo C osta que
conocía mi lado flaco y que me te ­
n ía fé, propuso a mi p ad re que con­
sin tiera en asociarm e p ara tr o ­
pear . . .
- 82 -
— ¿Y su señor padre? inqui­
rim os .
— Mi padre le contestó te x tu al­
m ente: “ Yo no he criado hijos pa­
ra gauchos.
Poco teieimpo d esp u és, (ta>i ipa-
dre pudo ap reciar m i destreza en
el lazo; y gracias a la intervención
de m i herm ano m ayor Luis M aría,
consintió en que me dedicara por
entero a las ru d as faenas cam ­
peras.
La instrucción la recibí en el
Gim nasio U ruguayo, regido por el
sacerdote doctor Luis José de la
P eñ a; in stitu ció n que pasó después
a iser la U niversidad.
Rumbo al Paraná Guazú
— ¿Y sus servicios m ilitares
Don M ario?
— Mis p rim eras arm as las hice
on época de los blancos, como sol­
dado del 2. o de G uardias Naciona­
les, m andado por el Coronel R afael
E chenique, que s>e había “ dado
v u e lta ” . . .
— ¿Cómo, “dado v u elta” ?
— ¡Pues es claro! ¡Antes era
colorado; — y “ se dió vueilta”
cuando <lo hizo tam bién Gabriel
A ntonio P ereyra, a la sazón P re­
sidiente de la R epública.
Como yo no podía con tin u ar sir­
viendo a un partido que iba contra
m'iis convicciones, em igré a B ue­
— 83 —
nos A ires con m i tío ©1 Coronel
G regorio Conde, y el tam b ién Co­
ronel R ebollo, cuando ya se h a b la ­
ba de q u e F lo res, lev an tan d o el
pendón de g u e rra in/vadiría ej P aís.
A llí form am os un g ru p o como de
ciento ochenta h am b res m ás o míe­
nos, que m an d ab an loe Coronleles
Conde y R ebollo, zarpando des­
pués d e B uenos A ires, a bordo de
un pailebot, rum bo a la desem bo­
cad u ra del P a ra n á , donde re c ib iría ­
mos aviso del lu g a r en que se en ­
contrab a F lo re s. . .
P e r o ....... fuim os "v en d id o s” .
Los blancos ya te n ía n conocim ien-
teo d e n u estro s propósitos; y con
ta n ta certeza, q u e cu an d o llegam os
a la Boca del Guazú, vimos que ve­
n ían el "V illa del S alto ” , el ‘‘T re in ­
ta y T re s” y el “ G eneral A rtig a s ” a
n u e stro en cuentro, tre s buques
o rien tales arm ad o s en g u e rra y al
m ando del G eneral L ucas M oreno.
Descubiertos
Como los g u b ern istas nos h icie­
ra n alg u n o s disparos d'e cañón,
prim ero, y de fu sile ría después,
tra ta m o s de ponernos en salvo, p o r
los bericuetos del d e lta .
— ¿ P ero entonces los b u ques
o rien tale s in v adieron las a g u as de
jurisdicción a rg e n tin a ?
—• N a tu ralm en te, q u e s í.
- 84 —
Asi perseguidos pudim os desem ­
b a rc a r en u na d e Has tarntas islas,
sem i anegadizas y to talm en te cu­
b ie rtas por pajas bravas que cons­
titu ía n p a ra nosotros un verdadero
torm en to , en donde perm anecim os
cu atro días sin pro b ar bo cad o . . .
¡Ah! olvidaba decirle que en
esta p ellejería echam os d e menos
a un com pañero, un joven, hijo de
un so m brerero de la calle 25 de
Mayo, cuyo nom bre no me viene a
la memoniia en este m om ento, a
quien habíam os dado ya por
m u e rto .
Al cu arto día de en co n trarn o s en
tan ap rem ian te situación, oímos
de pronto que nos ¡llamaban por
n u estro s nom bres, con voz e strid e n ­
te:
— ¡Coronel Rebollo! ¡Coronel
Conde! ¡Luis G radín! -etc.
A larm ados an te hecho ta n insó­
lito y sin ver a «nadie, girab an nues­
tro s com entarios respecto a »quien
p u d iera se r la p ersona que nos r e ­
clam aba, de m anera tan preciteta.
Yo, en tales circunstancias, d ijs
al Coronel Conde:
— ¡Viejo! . . . Nos eistán vien­
do. . .
— ¡Claro que sí! . . . M ira un
poco a ver si dam os con el hom bre.
Y d e pronto vi que encaram ado
en la copa de enorm e ceibo, esta­
ba el com pañero <a quien habíam os
dado por m uerto, y que habiendo
— 85 —
caldo en m anos de los blancos, fué
obligado a que nos llam are de'side
allí con el auxilio de un m egáfo­
no, p ara d a r por su m ediación con
n u estro e sco n d ite.
— E<s fu lan o : dije a rniis com ­
p añ ero s. . .
— P re g ú n ta le que h ace y que es
lo que q u ie re .
Como la re sp u e sta no fu e ra del
todo sa tisfa c to ria , dado que sus
apreh en so res ¡lo obligaban a q»ue
procediera ‘como ellos destelaban,
volví a p reg u n ta r, con to d a la fu'er-
za de mis pulm ones:
— ¿E stás sólo?
— Sí, vengan, — nos resp o n ­
dió, obligado por los que estab an
al pie del ceib o .
— No; ven tú aiquí.
M omentos después, lleg ab a n u es­
tro com pañero, aco m p añ ad o por el
ay u d an te del G eneral M oreno, se­
ñ o r B rito del Pino, — todo un ca­
ballero, quien com entando la d e ­
sesperab a situación en que nos en­
contró, nos dijo a n o m b re de su
jefe, que lejos de p re te n d e r h a c e r­
nos m al, nos o frecía am p lia h o s­
pitalid ad a bordo d a los buques, 'en
los cuales podríam os a sila m o s, p e­
ro bien en ten d id o que no iríam os
como p risio n ero s.
— 86 —

Banquete a tiempo
D ada la cailddad del jefe guber*
n ista como la id'e su 'enviado an te
nosotros, resolvim os ir a bordo, en
donde el G eneral M oreno noa
ofreció ü n opíparo banqiuete Ha­
blándose en tre plato y plato de con­
fra te rn id a d y de los trasto rn o s qne
a ca rre ab an las g u e rra s.
R ecuerdo tam bién, que tal era
n u e stra m iseria, que en esa mismia
oportu n id ad , F rancisco R odríguez
L a rre ta , hiermano d el actu al P re si­
dente d e lia C ám ara d e D iputados
doctor A ureliano R odríguez Larre^-
ta y que tan trág icam en te h ab ría
de m o rir en el P arag u ay tiem po
después, a m anos del tiran o López,
viéndom e tan d esarrap ad o me r e ­
galó ropa que ag rad ecí doblem en­
te, por las circunstancias en que
me veía en tales m om entos.

Compromiso que no se cumple


No o bstante haiberse acordado
con el G eneral M oreno que s»e nos
d aría com pleta libertad, — el Go­
bierno dispuso cuando ¡llegamos a
M onteevldeo que se tmoa iconifiína-
gie — ‘prim eram ente, — a bordo
de un pontón, en el que poco tiem ­
po antes estuvo prisionero >el Coro­
nel Don León de Pallej>as; — y ¡Lue­
go a bordo d e un viejo buque que
carecía en absoluto de lastre, — el
— 87 —
"G eneral O ribe” , m andado por un
vasco m ás m alo que un a jí, d e ap e
llido G u ru ch ag a, barco a rtilla d o
por doce cañones p o r b an d a y
uno a p ro a y o tro a papa, éstos
ú ltim os sin a se g u ra rse al piso de
la cu bierta. T al c irc u n stan cia h a ­
cia que, can los golpes de .mar se
corriesen de b ab o r a e strib o r los
cañones com prom etiéndose así, a ú n
más, la ya p ro b lem ática estab ilid ad
de la nave.
E ram o s p risio n ero s en el "Geme-
raJl Ori/be” alre d ed o r d e dascten/tos
hom bres, to d a, g en te btem, d e ajqul
de M ontevideo y e n tre los cu'aJltes
Be en co n trab a el d istin g u id o y h u ­
m a n itario m édico d o cto r do n F e r­
m ín F e rre y ra , p a d re idel d otitor
don M ariano F e rre y ra , L u is G ra-
dín, los C oroneles B ern ard o Duipiuy,
Conde, R ebollo, e tc ., etc.
Con barra de grillos
Comió se n o s a lim e n ta b a miuy
m al y en circu n stan cias en que se
nos h acia to m a r u n a ©opa d e pési­
m as condiciones, yo com enté el
a su n to con el d octor F e rre y ra ; —
y habiendo sid o oído por Guirucha-
ga, éste me imsuiltó d e la m a n era
m ás soez. N a tu ra lm e n te : ello d ió
lu g a r a q u e yo a m i vez, resp o n d ie­
ra con energía, a c titu d q u e me v a ­
lió que me llev aran a la bodega, en
donde me colocaron u n a b a rra de
h ie rro s u je ta a 'los piee.
- 88 —
A punto de naufragar
Al 1'Gen-erad O ribe” , lo fondearon
después a la e n tra d a de la bahía,
sin, m ejo rar nosotros n u estras con­
diciones.
En cierta ocasión, el piloto que
e ra el único m arino 'que h ab ía a
bordo, dado que los dem ás eran so l­
dados de in fa n te ría que nos cu sto ­
diaban, bajó a tie rra , porque vió
que se aproxim aba un g ran tem po­
ral y sab ía perfectam en te bien, co­
mo m arino q u e era, la solerte que
podría co rrer el barco, porque, fa l­
to éste de lastre, conservaba a d u ­
ra s penas su estabilidad en cu al­
quier m ovim iento de m a r.
Producido el tem poral, el barco
empezó a g arre a r, h asta que medió
la v alien te y eficaz intervención de
la trip u lació n del buque de g u erra
italian o “ F u lm in an te ", fondea/do no
rn/uy lejos de n o so tras y sin cuyo
auxilio habríam os zozobrado con
toda seguridad, porque yo creo
que tales eran los propósitos que
perseguía el G obierno.
Como consecuencia de este epi­
sodio el “ G eneral O ribe" fué m ás
ta rd e encallado d entro de la ba­
hía, a la a ltu ra de la calle F lorida,
que era playa entonces; y gracias a
gestiones de mi tío Leyte, a la sa­
zón M inistro de P o rtu g al, el Go­
bierno dispuso que líos prelsois pasá­
ram os nuevam ente al P o n tó n .
— 89 —
Después nos fu ero n poniendo en
lib ertad de a cu atro y de a cinco,
por v e z .
yo ya te n ía m i decisión h echa
de in co rp o rarm e a las fu erzas de
F lo res; — y fiel a ese propósito,
gímete y en buen pingo, pude esca-
bullirm e de M ontevideo, ru m b o a
San G regorio del D ep artam en to de
San Jo sé.
P o r esa época yo me d ed icab a al
negocio d e com pra y vemta d e ca­
ballos que ex p o rtab a al B ra sil.
Y llegué a la e sta n c ia de P om pi-
lio Gómez, — de filiació n b lan ca—
que era tam b ién com isario d e la
expresada sección de San G regorio;
en cuyo estab lecim ien to te n ía jyo
co n tin u am en te un n ú m ero conside-
rab le d e caballos p ara a te n d e r a
mi 'negocio de ex p o rtació n .
— ¿Qué an d ás haciendo, s a lv a ­
je? m e d ijo , n i bien rae vió, pues
éram os Intim os a m ig o s.
— Ya lo ves, h e rm a n o . Anido,
como siem pre, com prando caballos
y d e aquí a un ra to , seg u iré v ia je .
C uando me iba, m e g ritó :
— Tené cuidado, salvaje, n o te
vayan a a g a r r a r . M irá que an d a n
“ chapando” g e n t e . . .
— N o. A mí los tuyo® n o me
a g a rra n m á s. . .
Deseo cumplido
Al día sig u ien te m e incorporé, ya
en el D ep artam en to d e S oriano,
- 90 -
a te s fuerza* del G eneral Florea,
pasando a ocupar una plaza como
Boldado distinguido en el escua­
drón e sc o lta . De M ontevideo y en
tal carácter, éram os solam ente dos:
E d u ard o F lores, hijo del G eneral y
yo.
C uatro d ías después de mi in ­
corporación y tra s la rg a s m archas,
la co lu m n a revolucionaria fie de­
tuvo de pronto, en medio del cam ­
po, a eso de las diez u once d e una
noche de helad a y d e magmiifica
Luna.
H abía llegado una orden del Ge­
neral, d e que los jefes y oficiailes
concurrieron al E stado Mayor p a ra
celeb rar u n a J u n ta . E n la p recita­
da orden se d eterm inaba que d e­
bían co n cu rrir tam bién e n calidad
de oficiales, los “ d istinguidos”
E d u ard o F lo res y M ario P érez.
E sa d eferen cia del G eneral, me
llenó d e gozo, no o b stan te p resu ­
m ir que algo muy grave ise cern ía
a^bre n o s o tro s .
E n J u n ta de G uerra
Y cuando estuvim os todos reu n i­
dos, F lo res, p au sad am en te y con
tono p atern al, que así nos h ab la­
ba siem pre, nos dijo:
— Señores jefes y oficiales. Los
he congregado p a ra hacerles sab er
que n u e stra situación actulal, se
to rn a un tan to difícil. Al N orte
y sobre M ercedes tenem os al Gene­
— 91 —
ral dan Diego Lam as, que v ie n e h a ­
cia nosotros, con unos tre s m il
hom bres de in fa n te ría y caballería.
C osteando el Río N egro y ta m ­
bién hacia el N orte, se nois ap ro x i­
m a el G eneral A naoleto M edina
con cinco m il h o m b res d e las tre s
a rm a s.
Y al S ut, tenem os ya casi en ci­
m a n u estro , al C oronel B ern ard in o
Olid, des prendido d e la s fu erzas
del g en era l S erv an d o Gómez, q u ien
m añ an a nos a ta c a rá con m il q u i­
niento s hom bres.
Tal es la situ a ció n . E stam o s ro ­
deados por tres e jé rc ito s y no nos
quedan m ás q u e dos soluciones:
m o rir peliea|n|<|o o dúsialjvernos en
este mism o m o m en to .
A sí que hubo term in ad o de h a ­
b la r F lores, se hizo p ro fu n d o s i­
lencio, d o b lem en te 'im p resio n an te
en aquel am b ien te de inm ensa so­
ledad, alu m b rad o m ag estu o sam en te
por u n a lu n a llen a en todo esp len ­
dor, — h a sta q ue el G eneral Carta-
bailo, — rom piéndolo hab ló así:
— G eneral F lo res: Culando en la
P am pa de B uenos A ires u sted m e
fué a in v ita r p ara que lo acom pa­
ñase en esta cru zad a V d. m e d ijo
que era p a ra “ vencer o m o rir” en
la contienda. Yo le reclam o la p a ­
labra, G e n e ra l.
— Yo tam b ién soy de la opinión
de pelear, contestó F lo re s.
- 92 —
Y unániirvemiente, como a un
conjuro, g ritam os to d o s: i P e le a r!,
¡ p e le a r!. . .
— Muy bien; prosiguió diciendo
F lores, veo con júbilo que todos te­
nem os la misan'a o p in ió n . Pero,
debem os ju ra m e n ta m o s d e no de­
cir u n a sola ¡palabra de lo que aq»uí
acaba de ocu rrir, cuando cada uno
de los presentes reg rese a su
p u e s to .
— De modo, don Mario, — p re­
guntam os, — que la soldadesca no
se enteró del peligro que co rría . . .
— No señ o r. C uando llegam os a
filáis nos p reg u n taro n tos mi'liiico$
que era lo que pasaba y nosotros,
convenidos ya de antem ano, propa­
lam os la n o ticia de quie teníam os
m uy próxim as las fuerzas del go­
bierno que venían custodiando ro ­
pas, efectos que debíam os a rre b a ­
társelo s de cualquier m anera.
Con esta noticia, la m ilicada se
alborotó de co n ten ta; y en tre los
c o m e n ta ra s que se hacían, había
quien afirm ab a que Ha p a rte de
botín que pu d iera corretspónderle la
vendería, porque no iba a an d ar
vestido con ropas del G o b ie rn o ...

Coquimbo
Y :1a colum na florista, fu erte de
ocho cientos hom bres prosiguió su
in terru m p id a m archa, p ara llegar
— 93 -
a un lu g ar elegido -por el G eneral,
en donde p u d iera h acer fre n te a
Olid, con v en tajas p ara sus propó­
sitos .
Allí me tocó d esem peñar con el
entonces te n ie n te B arto lo Q u in te­
ros la m isión d e reconocer las
fuerzas enem igas, p a ra cuyo fin el
G eneral m e hizo m o n tar su caiballo
“Pico - B lanco” .
A las p rim eras h o ras d e la m a­
ñ an a del 2 de Ju n io del 63, Olid
empezó a esco p etearse con ¡las fu e r­
zas de C araballo, milemtras q u e
F lo res d is trib u ía su g en te p ara d a r
la b a ta lla .
Iniciad a ésta, don V enancio que
observaba con su s gem elos los m o­
vim ientos de su g en te y la d ei ene­
migo, quie obedecían con ex ac titu d
al plan que an ticip a d am en te h ab ía
concebido, exclamó de p ronto, en­
tu siasm ad o y riéndose a :1a vez al
ver que Olid llegaba a un p a ra je
que él h ab ía elegido p a ra d a rle el
golpe decisivo:
— ¡Ya c a . . . . iste, indio zonzo!..
Dió u n a o rd en , vibró el clarín , y
las m asas de cab a lle ría ten d iero n
sus corceles al galope. Volvió a so­
n a r un nuevo to q u e con m ayor in ­
tensid ad , el dél clarín de órdenes
que lo era el coronel M achín; y el
de C araballo, rep itiéndolo, electrizó
a sus h u estes, q ue arre m e tie ro n coin
impeetiuosos bríos so b re lais fu e r­
zas gub ern istas.
— 94 —
Bna «el an tig u o toque de a “ de­
güello” , a cuyos sones las arm as de
fuego eran a su vez llam adas a si­
lencio .
F lores, team bién con los suyos,
acom etió en él m om ento oportuno
con decisiva cajrga.
Las fu erzas d e Olid vacilaron; y
las n u e stra s las llevaron por de­
la n te .
E sa acción, en la cual E duardo
F lo res y yo tom am os p a rte como
ayudantes, pasó a la H isto ria con
el nom bre de b atalla de “ Coquin-
bo” ; y allí fué que m urieron h ero i­
cam ente los tres herm anos V alien­
te, n ativ o s del D epartam ento de So-
riíamo, quienes form aban como ofi­
ciales en la División blanca de
aquella zona.
Sus nom bres eran : Ju an B au­
tista, Ciríaco y Miguel, capitán el
prim ero y ten ien tes los últim os, da­
tando sais servicios m ilitares, desde
la época de ¡la G uerra G rande, en
el ejército sitia d o r.

Los herm anos V aliente


— ¿P uede decirnos, — Don Ma­
rio, — como m urieron esos tres va­
lientes?
— F u é en un entrevero; y por
consiguiente, Jas versiones que
exilsten sobre «estle fpartijculaT, d i­
fieren en algo, pero no en lo fun­
dam ental, que es, que los tres Va­
— 95 —
lientes, m u riero n como m ueren loa
g u ap o s: ¡peleando.
E l com bate al principio tuvo sus
a lte rn a tiv a s . P o r ajque¡l (kntonoes,
se peleab a ta n de cerca, que m u­
chas veces se halblaban las personas
de bando a bamdio. Y fué así como
se reconocieron J u a n Jo sé R eyna,
de los muestro® y e1! c a p itán J u a n
B . V aliente, qu ien cuando la G ue­
r ra G rande h ab ía tenido a aq u el
como p risio n ero , o p o rtu n id ad q u e
dió lu g a r a que esos d o s hom bres
de valor bien probado, se h icieran
gran d es y buenos am ig o s.
Desde aquellos días, se llam ab an
“ c o n tra rio s” , cu an d o se veían, pe­
ro en form a afec tu o sa.
Viejos conocidos, pero. • .
Al reconocerse en m edio de la
acción, se g rita ro n con jú b ilo :
— ¡H ola, “ c o n tra rio ” !
— ¿Oamo le v á “c o n tra rio ” ?
— ¡O tra vez nos “ topam os” ! . . .
— ¡Cómo ha de se r “ c o n tra rio ” !
— ¡El D e s tin o !. . .
— Bueno, " c o n tra rio ” , — d ijo
como quien in v ita a jugiar un t r u ­
co, el capitán R ey n a.
P rep árese que lo voy a m a tar.
— Eso s e rá lo que ta se un sas­
tre , contestó rien d o el cap itán V a­
liente .
— ¿ P ro n to ? . . .
— ¡ P r o n to ;. . .
Lanza co n tra lan za
- 97 —

lianza contra lanza


Y loe dos cen tau ro s, rasg an d o
los i ja r es de sus b ru to s con las
ag u d as ¿puntas de la|g ru e d a s ide
sus espuelas, se acom etieron e s­
grim iendo con an sias de m a ta r,
acerad as la n z a s.
Pero, d iestro s am bos, esq u iv a­
ro n los golpes q u e recip ro cam en te
se lan zaro n al cru zarse sus cab al­
g ad u ras. A ntes de d a r v u elta por
com pleto p ara volver a ag red irse,
ya se h ab ían “ volcado” las arm a s
de fuego buscando blanco. E l d es­
tino hizo que en esta ocasión, fa lla ­
sen tam b ién los fu lm in an tes de las
pistolas.
Se oyeron dos in terjec cio n es; y
los dos jin etes volvieron a acom e­
te rse lanza en m ano, saliendo h e­
rido, au n q u e no de g ravedad, el
capitán V aliente.
Satisfechos los dos d u elistas se
re tira ro n cad a cu al a su grupo- p a­
ra p ro seg u ir con los suyos, la muer­
te general del com bate.
En entrevero
■Caraballo que no re cib ía la p ro ­
tección de F a u sto A g u ilar, ordenó
re tira d a , lo que decidió a g rita r a
Miguel R eyna.
— ¡Ya d isp aran esos flojos! Y
atro p ellan d o con los suyos, h irió de
un lanzazo a R eyna, en el preciso
7
- 98 -
m om ento que el caballo de este ro­
daba y de cuyo golpe de lanza, el
oficial colorado fué arran cad o de
su m o n tu ra.
-CarabaLlo, al ver caer a su com­
pañero, g rito a su vez:
— ¡V uelta cara! a cuya orden I09
soldados revolucionarios hicieron
frente, produciéndose entonces fo r­
m idable entrevero, en el cual, Ju an
B. V aliente quedó “ de a pié” , es­
grim iendo un sable en actitu d bien
resu elta, de vender cara su vida.
C araballo desm ontando entonces
de su caballo y en tregando las
riend as a su asistente* se dirigió a
V aliente p ara decirle:
— R índase que le garan to la vi­
d a!!!
Pero V aliente, por toda contes­
tación, tiró una estocada, que al­
canzó a h e rir a C araballo en el
pecho, aunque levem ente.
Y fué entonces que éste, ciego de
ira y de coraje, abalanzándose so­
bre su contrario, le traspasó el co­
razón con su puñal.
En esos mismos in stan tes se
abrió canciha en el grupo, sablean­
do a d iestra y sin iestra y sin h a­
cer caso a las intim aciones de ren ­
dición, otro de los V aliente, Miguel,
quien fué desm ontado por certero
tiro de bolas arro jad o por el asis­
te n te del entonces capitán don Si­
món M artinez y qure al aprisionar
los rem os del caballo, dejó en tie-
Don M ario R . P érez
— 100 —
rra a su jinete, que a poco caía
trasp asad o por el em puje de la
lanza del expresado M artínez.
El otro de los Valiente.. Ciríaco,
sucum bió tam bién peleando fiera­
m ente, sin q u erer rendirse.
Cuando fueron inhum ados ios
restos de los tres héroes, la señora
m adre de los m ism os pronunció os-
tas esp artan as p alab ras.
— ¡No m ataro n al cuarto porque
no estab a allí.
Se re fe ría la señora al otro hijo
que le quedaba con vida y que no
había asistido a la batalla.
Don M ario Pérez nos afirm a que
el cu arto herm ano de los V aliente,
era colorado y que se encontró en
esa m ism a acción, como capitán.
Al que estas líneas escribe, se le
ha afirm ado que en la acción de
M asoller de la g u erra de 1904, el
jefe nacio n alista V aliente, caído en
tan san g rien ta acción, era herm ano
tam bién de los que sucum bieron en
Coiquimbo.
Formando ejército
F lo res dió lib ertad a los prisio­
neros que se hicieron en Coquimbo.
La v an g u ard ia de Gómez, que
como le he dicho m andaba Olid,
quedó com pletam ente deshecha y
en com pleto desbande; y de ella,
la División de Minas, que era en
su casi to talid ad colorada y que
no quiso p elear o peleó muy poco
- 101 —
con sus com pañeros, fué la prim e­
ra en ab an d o n a r el cam po de b a ta ­
lla; pero en la ta»rde de ese miemO
día rehaciéndose, pasó a en g ro sar
las filas de n u estro ejército , co­
rriendo así h a sta el final de la con­
tienda. n u e stra su erte.
Desde ese m om ento, el ejército
del general F lo res, d estinado a ir
a un d esastre por la in d iferen cia
de mucihos y p o r las poderosas
fuerzas de que disponía el G obier­
no, v ig o ro sam en te reforzado h asta
form ar alre red ed o r de tre s mil
hom bres, empezó a hacerse te m i­
ble; y al re te m p la r la fib ra p a rti­
daria, lev an tad a con este b rilla n te
triunfo, ee a tra jo nuevos soldados.
Más acciones
Y prosiguieron los días de ale ­
grías y de incertid u m b ree, continuó
diciéndonos don M ario R. Pérez.
La acción de “ Las C añ as” , lib ra ­
da en el D ep artam en to del Salto,
en la que fué d erro ta d o el gen ral
Lam as el 2 5 de Ju n io p o r el e jé r­
cito revolucionario. L a del “ P e d e r­
nal en D ep artam en to de T ac u arem ­
bó, el 9 de S etiem bre, con el tr iu n ­
fo del ejército g u b ern ista, al m an ­
do del entonces coronel T im oteo
A paricio y en cuya acción, Goyo
Suárez que se batió a lanza con el
jefe blanco salió con v ein te y dos
heridas en el cuerpo, p erm an ecien ­
— 102 —
do. no o b stan te de pié. Cuando te r­
minó la acción, se las hizo vendar.

Frente a la Florida
Volvimos al Sur, con unos tres
mil q u inientos hom bres m ás o m e­
nos; y desde ©1 S anta Lucía, el ge­
n eral F lo res volvió a h acer nuevas
proposiciones de paz al Gobierno,
proposiciones que el entonces P re ­
sidente, don B ernardo P. B erro
rechazó, porque exigió el som eti­
m iento incondicional de los rebel­
des.
¡La luclha se intensificó n u ev a­
m ente desde ese m om ento.
El 4 de Agosto, pusim os sitio
a la Ciudad de F lo rid a ; y Flores
exigió la rendición de la plaza, ccn
la form al prom esa de que las vi­
das e in tereses serían respetadas,
com isionándose p ara que hiciese la
proposición al coronel de la In d e­
pendencia don F au stin o López
quien fué recibido a balazos por
los defensores, y de cuyas h eridas
falleció in stan tán eam en te.
A nte sem ejan te recibim iento del
p arlam en tario , el general Flores
previno que los defensores serían
fusilados, desde alferez a arrib a.
Los am oríos de Venancio
Allí fué que cayó tam bién, Ve­
nancio. capitán a la sazón, e hijo
del general Flores.
— 103 —
— iSobre este p u n to , se h a te rg i­
versado la v erd ad de los hechos»
nos d ijo el Sr. Pérez. V enancio
e sta b a p erd id am en te en am o rad o de
un a señ o rita, h ija d e un estan c ie­
ro de las inm ediaciones, P érez de
apellido, español y m uy colorado.
Como sucedía siem pre en to d c
ejército revolucionarlo, la discipli­
na. era observada h a s ta por ah í no
m ás; y co n sig u ien tem en te, ta n to
en m arch as como en cam p am en to s,
los oficiales y soldados, a p a rtá n d o ­
se de las colum nas a que p e rte n e ­
cían, aco stu m b rab an a h ace r sus
escap ato rias por los caseríos p ró ­
xim os, ya p a ra h ace r v isitas a co­
nocidos o p arien tes, o bien p a ra
p ro c u ra rse artícu lo s alim enticios. Y
como mucihos d e los h o m b res fu e ­
ro n sacrificad o s p o r p a rtid a s con­
tra ria s , el gen eral im p artió ó rd e­
nes severas, p ara que nadie, abso­
lu ta m e n te nadie, p u d ie ra se p a ra rse
del grupo a que p erte n ecía , sin el
co rresp o n d ien te perm iso.
E n estas condiciones, el te n ie n te
prim ero V enancio F lo res, que como
lo he dicho estab a p erd id a m en te
enam orado de la h ija de Pérez, h i­
zo un buen día u n a escap ato ria p a­
ra ver a su am ada, en cu y a ex cu r­
sión los co n tra rio s casi lo hacen
p risio n e ro ; y si pudo escap ar a la
tenaz persecución que le h icieran ,
fué g racias a su bien p ro b a io valor
— 104 -
y a la ligereza del caballo que
m ontaba.
El g eneral F lo res se indignó
ta n to por el acto de indisciplina
com etido por su hijo, que ordenó
que éste p asara a fo rm ar parte de
la unidad a que pertenecía, en ca­
lidad de últim o soldado.
En su puesto
M omentos an tes de procede *se al
ataq u e de la plaza, el ren(v<il Fío-
res, arengó a los soldados, desj ués
de lo cual, el coronel Rebollo, je ­
fe del b atalló n a que uerteix cia el
castigado, pidió a aquel que levan­
tando el severo castigo que l.rtl ía
im puesto a su hijo, consintiere ove
este fuese al asalto, con la g r iiu a -
ción que an tes ten ía.
Y como se ordenase al ten ieu te
F lo res que p a sa ra a ocupar su an ­
tiguo puesto, dijo dirigiéndose al
general:
— “ Yo probaré al general Flores
que soy digno del nom bre que lle­
vo.”
¡Al asalto!
D ada la voz de “ al asa lto ” la
com pañía m andada por el Capitán
P edro Ríos y de la cual era te­
n iente prim ero Venancio Flores,
m archó a la conquista de un can­
tón, desde el cual se hacían m ortí-
fieros disparos.
— 105 -
E l capitán R íos cayó an tes de
llegar a la casa, sobre cuya azotea
estaban I06 d efen so res; y V enancio
al fren te de los suyos y esg rim ien ­
do un hadha, m arch ab a e n tu siata-
m ente hacia la m u e rte . . .
Al lleg ar la com pañía a la casa
que iban a tom ar, pudo el te n ien te
F lores, con iel auxilio del h ach a
que esgrim ía ech ar ab ajo la p u e r­
ta y arro ja n d o aq u ella arm a y le­
vantando en alto su espada, estim u ­
laba a sus soldados, al grito de
—•¡A d elan te! ¡A delante, m ucha-
chachos!
Los defensores apercibidos del
asalto que se les llevaba, a rre c ia ­
ron sus fuegos; V enancio F lo ­
res, el p rim ero de todoe a s­
cendía por la escalera y cu an ­
do ya su s m anos to cab an el últi-~
mo obstáculo, el ansiado p re til de
la azotea, cayó como fulm inado por
un ra/yo, herido de varios balazos.
Pero su ejem plo h ab ía estim u ­
lado el v alo r de los suyos, quienes
m om entos después alcan zab an la
an h elad a metía, no o b stan te el v alor
desplegado por sus defensores,
m andados por el te n ie n te M anuel
Rovira, elem ento de la p rim e ra so­
ciedad de M ontevideo y que era el
único blanco de to d a u n a fam ilia
colorada.
E n tre los a tacan tes cayeron ta m ­
bién m uchachos d istin g u id o s como
— 106 -
González, Stw ard, herm ano de
D uncan y otros.
El teniente Rovira
El prim ero en p oner los piés en
aquella fata l azotea, fué don José
C ándido B u stam an te, que seguía
los ,p asos a V enancio, haciendo
irrupción enseguida, el resto de la
tropa.
B ustam ante, que era viejo cono­
cido de R ovira, fué quien lo tomó
prisio n ero ; y con el fin de salv ar­
lo, lo llevó a la p an ad ería de un
francés, apellidado R eitú, que tuvo
tam bién igual negocio en M ontevi­
deo y que h ab ía sido soldado de
La D efensa cuando la G uerra
G rande.
— L e recom iendo a este hombre.
— De acuerdo, señor B u stam an ­
te. Aquí no e n tra rá ni blanco, ni
colorado, ni am arillo. Aquí, esté
seguro ; no e n tra rá nadie.
Ha hecho Vd. bien, Bustamante
B u stam an te volvió a donde se
encon trab a el general F lores y le
dió cuenta de todo lo que había
ocurrido d u ran te el asalto al can­
tón, sin o m itir el relato referen te
a la aprehensión de R ovira y a las
seguridades de que lo había rodea­
do.
Y F lores, m irándolo tristem en te
contestó.
Ha heciho Vd. bien, B ustam ante.
— 107 —
Atacantes y defensores
— N osotros éram os como m il in ­
fantes. em pleando adem ás en el
asalto u n a pieza de a rtille ría .
— ¿Y ellos?
— 'Algunos m ás de doscientos
hom bres, pero bien p arap e tad o s y
dispuestos a d efen d e rse. . .
La defensa era m an d ad a por el
Jefe P. y de Policía y C om andante
M ilitar, a la vez. T en ien te coronel
don Jacin to P á rra g a , h o m b re de
voz afem in ad a, p ero de un v alo r
y de una en tereza so rp ren d en tes.
E ra todo un v alien te m ilitar.
Los prisioneros
Caída la p laza fu ero n hechos p ri­
sioneros los sig u ien tes m ilita re s:
T eniente C oronel don Jaicinto Pa-
rraga. com andante don D ám aso S il­
va, cap itán don Jo sé Bosch, capi­
tá n don José Ib a rra , cap itán don
M anuel Sotelo y alferez don A dol­
fo C astro, a q uienes se fusiló des­
pués.
E n cam bio, no co rriero n igual
su erte, los sig u ie n tes p risio n ero s,
que p o r o rd en del g en eral F lo res,
dada desde el p rim er m om ento,
fueron puestos en com pleta lib e r­
tad.
S argento M ayor don A nselm o
C astro. C apitán M anuel C antero y
el Com isario de P olicía don F ra n -
- 108 -
cisco Rodríguez, T enientes: Regino
M artínez, Severo Pérez, Apolinar!o
L edesm a, Ju an R. Suárez, M anuel
Rovira (el que d efen d ía el cantón
desde donde se dió m uerte a Ve­
nancio P lo res) f Olivio Rebollo.
A lfereces: V icente M artínez, José
M. Díaz, José M oreira y A ndrés
Pérez.

Una excepción
El único individuo de tropa fu­
silado, fué el sarg en to Juan B au­
tis ta C astillo, porque 'h a b ía deser­
tado cuatro veces del ejército re ­
volucionario.
Un triste recuerdo
Un triste recuerdo me lia queda­
do de ese día, prosiguió deciéndo­
nos don M ario, y si se quiere, has­
ta un re m o r d im ie n to ...
— ¡Cómo. . .! ¡Vid. tan bueno,
tan leal, tan noble, tan recto siem ­
pre! . . .
— <Si señor. Una indecisión mía,
ha sido tal vez la causa de esos
ajusticiam ientos, aunque después,
cuando llegó el mom ento, tra té de
re p a ra r esa falta de valor que tu ­
ve en m ala hora.
E n tre los reos había un hombre,
un mozo joven, quien pedía a los
oficiales y soldados que lo custo­
diaban, que no lo fusilaran.
— 109 —
Máximo Blanco, ay u d an te del
coronel R ebollo, condolido de la
triste su e rte que a g u ard a b a a
aquel d esventurado joven, me vino
a ver a la C om andancia en donde
nc <3 encontrábam os reunidos, con el
fin de que yo p id iera al g en eral
que ese prisio n ero no fu e ra fu si­
lado.
P ero a mi me faltó v alo r p a ra
hacer el pedido, al ver a l G eneral
reconcentrado, m iran d o al suelo,
sin h ab lar u n a p alab ra a nadie.
¡Nadie pedía clemencia!
In te rp re té m al ese estado de a n i­
mo del caudillo. Al p esar que le
causaba la m u e rte de su hijo m a­
yor, se ag reg ab a en esos m om entos
el pesar tam b ién de te n e r que cum -
nlir su am enaza de que h a ría
a ju stic ia r a los d e f e n s o r e s ... si
n adie in terced ía por ellos.
Y el tiem po corría. ¡N adie le
pedía un poco de clem encia p a ra
los caídos!
Irguiéndose de p ronto, b ru sca­
m ente, y haciéndom e enérgico ad e­
m án con la m ano, me ordenó ap u ­
rando sus p alab ras:
— -Pérez, me dijo. M onte a cab a­
llo y vaya a todo escape p a ra que
suspendan la ejecución de esos p ri­
sioneros.
Lo h u b ie ra abrazado al g eneral.
Y sin esp erar a nuevas indicacio­
- 110 —

nes, m onté en mi tordillo p ara vo­


la r al lu g ar señalado p ara los fusi­
lam ientos. Q uería a toda costa evi­
ta r el m al, que por mi falta de de­
cisión, se iba a com eter. P a ra ab re­
viar tiem po y a fin de que los eje ­
cutores, viéndom e desde lejos, se
dieran cu en ta de mi cometido, a té
al extrem o de mi espada un p a ­
ñuelo blan-co, que iba agitando al
viento, como em blem a de paz, de
tran q u ilid ad .
E sfuerzos m alogrados
E d u ard o B eltrán, el mismo a
quien hiciera asesinar años m ás
ta rd e L ato rre, que era el encarga­
do de la ejecución de los reos,
cuando vió que yo iba a todo co­
rre r de mi caballo y haciendo se­
ñas p ara llam ar su atención, a p re ­
surando entonces «los aprestos para
el fusilam iento, dijo a sus com pa­
ñeros, ya p erfectam ente com pene­
trad o de mi misión.
— -Ahí viene Mario con perdones
p ara estos blancos.
Y segundos después, sonó una
descarga.
Mi esfuerzo había resultado inú­
til com pletam ente, p o r la m ala vo­
luntad de un hom bre.
— 111 —

E n P ay san d ú
— D espués de dos años de id as y
venidas por el país con s u e rte di­
versa y de h ab erse tom ado p o r
n u estras fu erzas F lo rid a , M ercedes.
D urazno, Porongos, pusim os sitio
a P aysandú, que resu ltó el epílogo
de la C ru zad a L ib ertad o ra.
Vd. ya h a d escrip to elo cu en te­
m ente en que condiciones se llevó
a térm ino el asedio y bom bardeo de
aquella plaza.
P a r entonces, pro sig u ió dicién­
donos el señor Pérez, yo e ra ya
capitán de g u ard ia s nacionales,
(seipa que n unca quise ser de lí­
nea) y p ro -secretario del g en eral
F lo res; y como an d ab a siem pre al
lado del caudillo, en m uchas oca­
siones se m e com isionó p a ra ique
me p u siera al m ando de alg u n as
fuerzas que en esos m om entos y
por diversas circu n stan cias care­
cían de jefes.
R odeados
— 'Cuéntenos alg ú n episodio en
que le h ay a tocado in te rv e n ir en
P aysandú.
K—A ljí pasé por u n a p elleje ría
b astan te grave.
— ¿A ver? C uéntenos, don M ario.
— C ierto día fu i com isionado p a ­
ra ir a bordo a llev ar un oficio a
T am an d aré y, p ara lleg ar h a a ta la
— i 12 —
a ltu ra en donde be encontraba la
escuadra brasileña, iba costeando el
río U ruguay, acom pañado por el te-
niente Ribero, de F ra y Bentos, y ca­
torce soldados.
D esem peñada mi misión sin n in ­
guna clase de tropiezos, reg resáb a­
mos al cam pam ento recorriendo la
m ism a tray ecto ria, ajenos por com­
pleto a todo peligro, cuando de
pro n to nos encontram os rodeados
por una considerable fuerza ene­
m iga.
Y no hubo más rem edio que a tro ­
p ellar p ara no caer prisioneros. De
esta re frie g a sólo salvam os yo, el
te n ien te R ibero y dos soldados. Los
doce com pañeros restan tes allí que­
d aro n ; unos m uertos y otros p ri­
sioneros.
La orden de fusilamiento
— ¿P o r orden de quién fueron fu ­
silados L eandro Gómez, Acuña, F e r­
nández y B raga?
— P or orden de Goyo Suárez.
— ¿E stá usted seguro?
— Y tan seguro como que estoy
hablando con usted.
— E n to n c e s ... ¿el m ayor Belén
qué rol desem peñó en ese hecho?
— E l de un m ero ejecu to r. . . Mi­
re: y es tan cierto lo que le digo,
que cuando Flores, profundam ente
indignado por esa enorm idad, orde­
nó que se p racticara una investiga­
ción para d eslindar responsabilida­
des, Suárez escapó del ejército y no
- 113 -
bg le vió m ás h a s ta que hubo te r ­
m inado la g u erra, porque supo que
se le iba a fo rm ar Consejo de G ue­
rra p ara peg arle c u a tro tiros.
— ¿Qué o tra cosa podría decirnos
respecto a P ay san d ú ?
— N ada m ás que usted no conozca.
Nos despedim os con el afecto de
viejos am igos.
Y aquellos pasos cortos, así co­
mo vacilantes, acom pañados p o r el
golpeteo del reg ató n del bastó n que
daba sobre las tab las del piso, se
fueron haciendo m enos perceptibles,
así que av anzaban h acia las p ie ra s
• • •Ba<iotja}U{
CON UNA HIJA DEL AYUDANTE
DE RIVERA
Ligeros apuntes biográficos de su
señor padre. — Una hazaña de
Ventura Rodríguez. — En Pay­
sandú., — Triste peregrinación.
— El bombardeo nocturno. —
Un regalo de Eduardo Flores.—
Las bondades del apio cimarrón.
— El retorno a la ciudad — Con­
sideraciones sobre los partidos.
O tra p ersona que fué testig o del
episodio de P aysandú, es la señ ara
R am ona L arra zab al de A guiar, de
ochenta y dos años, y dom iciliada
en la calle A renal G rande 1381,
quien, no o b stan te su avanzada
edad, se conserva fu erte , con ex­
celente m em oria y con esp íritu ale­
gre.
S um am ente sim p ática la señora,
nos dijo que e ra h ija del viejo s e r­
vidor de la Independencia N acio­
nal, don José M.a L arra zab al.
A unque en tre rria n o , su señor p a­
d re inició sus servicios m ilitares en
este país, en la época en que é ra ­
mos todavía P ro v in cia O rien tal, a
las órdenes del g en eral R ivera, en­
contrán d o se en todas las acciones
de g u e rra en que éste a c tu a ra y lle ­
gando a ob ten er a su lado h a sta el
grado de capitán.
- 116 -
Prisionero de los brasileros
En 1827, siendo todavía muy
joven, don José M.a L arrazabal,
fué hecho prisionero por los b rasi­
leros, quienes lo llevaron en tal ca­
rácter, em barcado en un viejo bu­
que, el “ P resig an g a” y engriLlado
con otro com pañero de infortunio,
Como recuerdo de este p asaje de
su azarosa vida, se tatu ó d u ran te el
cautiverio en Río Jan eiro en el
brazo iziquierdo una corona de 'lau­
reles, en cuyo centro llevaba las
siguientes cifras: 1827.

Astucia y serenidad contra la fuerza


El referido m ilitar sirvió d u ra n ­
te to d a la G uerra G rande en el
E jército de la D efensa, en la Escol­
ta de don Jo aq u ín Suárez, teniendo
por jefes a Padheico y Gbes y a T a­
jes: y en tre los mu¡dhos episodios
que recordaba siem pre de aquellos
épicos días, contaba a los suyos, un
hecho en que fué actor ‘p rincipal el
que m ás ta rd e sería general don
V entu ra R odríguez, cuyo \|alor y
caJballerosidad ex altaba siem pre el
señor L arrazabal.
Cierto día en que Rodríguez, ca­
si un adulto, llevado por su cora­
je y por sus entusiasm os bélicos,
se aventuró más de la cuenta, gue­
rrilleando, en campo enem igo, un
vasco enorme, un gigante de los de
las fuerzas de Oribe, haciéndolo su
Doña Ramona T/arrazabal de Aguiar
— 118 —
prisionero, lo tom ó como quien to­
ma a un m anso corderito; y cruzán­
dolo sobre sus hom bros, em prendió
la m arolia hacia las filas del e jé r­
cito sitiad o r.
Pero, el form idable y confiado
vasco, no contaba con la huéspeda.
Doña R am ona no recu erd a bien,
si fué con una n av aja o con un pu-
ñalito, que el im berbe Rodríguez,
extrayéndolo de sus ropas, lo sepul­
tó en la nuca de su aprehensor,
quien al d a r pesadam ente con su
hum an id ad en tie rra , perm itió que
e'1 que h asta en esos in stan tes fu era
su prisionero de /guerra, pudiera vol­
ver a todo escape h a sta las filas de
sus com pañeros de arm as.
Cansado de guerrear
Los servicios m ilitares del señor
L arrazab al, term in an en Caseros,
en donde sirvió a las órdenes di­
rectas del general Urquiza, alcan­
zando al grado ele sarlgento maiyor.
— ¿Y en las luchas intestinas
que asolaron con ta n ta frecuencia
al país, después de la G uerra G ran­
de, — preguntam os a la señora La-
rraz'abal de A guiar, — su señor pa­
dre no se encontró en ninguna ac­
ción?
— No, señor. Mi padre estaba ya
m uy cansado de g u errear; y aun­
que era muy colorado, no quiso se r­
vir más con su espada a Las con­
tiendas de cintillos. Y así fijé co­
— 119 —
mo cuando Q uinteros, em igró al
B rasil; y cuando P aysandú, p erm a­
neció en su puesto de capataz del
“ Saladero Q uem ado” de aquel p a ­
raje , uno d e cuyos dueños e ra p re ­
cisam ente R añ a, de los jefes
fusilados co n ju n tam e n te con L ean ­
dro Gómez.
— ¿N adie lo m olestó, consiiguien-
tem ente? . . .
— A bsolutam ente nadie.

Algunos episodios y recuerdos sobre


Paysandú
— C uéntenos lo que h aya visto
en P aysandú, señora.
— Cuando se iba a in iciar el bom ­
bardeo, mi p ad re nos llevó, a mi
m adre y a mí, al "S alad ero Q uem a­
do” , en donde perm anecim os h a s ta
que las cosas volvieron a su n o r­
m alidad. O tros p arie n tes nu estro s,
fueron a vivir como la m ayor p a rte
de las fam ilias de la ciudad, a la
Isla, que m ás ta rd e y debido a los
acontecim ientos que en ella se de­
sarro lla ro n , se denom inó “ Isla de
la C arid ad ” .
P o d rá im ag in arse u sted lo m a la­
m ente que se viviría. La m ayor p a r­
te de la gente que no había podido
disponer de tiem po p a ra proveerse
de v itu allas ya que el pánico h a ­
bía invadido a casi todos los esp íri­
tus an te los p rep arativ o s del bom ­
bardeo, te n ía que d o rm ir sobre I3,
— 120 —
a re n a de la isla. Y m enos mal, que
los buques anclados fre n te a Pay­
sandú, que eran varios y de dis­
tin ta s nacionalidades, proporciona­
ron a los refugiados, g ran cantidad
de lonas p ara que lev an taran car­
pas, lo mismo que el general Ur-
quiza, desde tie rra e n tre rrian a,
proveía carn e de sus estancias, g ra­
tu itam en te.
— R ecuerdo que tal era el deses­
pero de la gente de la plaza por
ab an d o n ar cuanto antes la ciudad,
que las lanchas ab arro tad as, espe­
cialm ente de m ujeres y niños, casi
se h u n d ían en el agua en su tra ­
yectoria hacia la isla.
¡E ra aquel un espectáculo real­
m ente im presionante!
— ¿Qué distancia separa al s a la ­
dero de la ciudad?
— Unos dos kilóm etros más o
menos.
— ¿U sted tuvo oportunidad de
ver allí al general Flores?
— Sí, señor. A lgunas veces, p o r­
que comió en él establecim iento
con algunos jefes y oficíale0..
— ¿R ecuerda usted algunas fra ­
ses de F lores, respecto al próximo
bom'bardeo?
— No, señor, porque yo no me
aproxim aba a donde ellos estaban.
— Un recuerdo de esos días?
— Ah! Poco antes de procederse
al bom bardeo, E d u ard o Flores, hl-
del general, que era muy Jovep
— 121 —
todavía, me regaló u na boa ae m e­
rino punzó, que te n ía b ordadas unas
flores en sus p u n tas, albrigo que lo
había enviado a aquel, su h erm an a
Agupita, m adre de los Solsona y
Flores.
Después, d u ra n te ©1 bom bardeo,
una bala llevó un o de los dedos «le
una m ano al joven E d u ard o .
— Qué im presión conserva usted
señora, del bom bardeo?
— H orrible. ¡Cómo d esd e el S ala­
dero no corríam os peligro n inguno,
de noche contem plábam os él im po­
n en te espectáculo que ofrecían las
g ran ad a s d isp arad as d e los cañones
brasilero s, que en m edio de e stre ­
pitosos estam pidos, cru zab an velo­
ces, en ro jecien d o el espacio, p ara
caer d e n tro de la ciudad.
— ¿L levaron alg u n o s h erid o s al
Saladero?
— S olam en te uno. A M anuel Mom-
tald o de los colorados, a quien u n a
bala le destrozó u n a m an d íb u la.
Allí, falto s de recursos, lo curaimos
con toda n u e s tra m e jo r b u en a vo­
lu n tad . Como m edias cu rativ o s y
d esinfectan tes, no contábam os m ás
que con ag u a de apio cim arró n !
Después lo tra je ro n a M ontevi­
deo, co n ju n tam e n te con o tro s h e ­
ridos en donde la ciencia, le colocó
una m an d íb u la de p la ta , p o r cuya
razón don M anuel llevaba siem pre
atado un pañuelo a la cara.
- 122 —
A los tres días de bombardeo
A los tres dias de term inado el
bom'baTdeo, — prosiguió diciéndo­
nos la señora L arrazab al de A guiar,
volvimos a <la ciudad, en donde nos
tocó ver otro espectáculo más tris ­
te, todavía. Los te rre n o s ballidíoB
estab an llenos de cadáveres de
blancos, colorados y brasileños, cu­
biertos con plan tas de cicuta, espe­
ran d o que les llegase el tu rn o de
que los tra n sp o rta ra n h asta el ce­
m enterio en donde fueron e n te rra ­
dos fin alm en te en grandes fosas.
— ¿U sted sabe quién fué que o r­
denó la ejecución de los prisione­
ros?
— A raíz del hecho, todos decían
en P aysandú que había sido el en­
tonces coronel don Goyo Suárez.
Nada más que dos partidos
— ¿Su filiación política?
— Colorada.
— ¿Muy colorada? . . .
— De las de Rivera.
Y tenm inó diciéndonos, la bonda­
dosa anciana, a la vez que sacudía
sentenciosam ente su cabeza:
— ¡Cómo cam bian los tiempos!
Hay m uchos partidos y la gente no
sabe cuál elegir. . . No debía haber
más que dos. Los viejos, los tra d i­
cionales: el blanco y el colorado.
¿A usted no le parece así, señor. . . ?
— ¡Y creo que todavía sobrarían
partidos, s e ñ e ta j!!
EL GENERAL DON ZENON DE
TEZANOS
Venciendo resistencias — Sindica­
do de “salvaje” — Pagando una
deuda — La carrera militar del
general de Tezanos — Activida­
des del general Flores — Flores
y Medina — La retirada de Ma-
ciel — La toma del Salto — Ga­
lletas que resultan caras — De
cantón a cantón — Un valiente
— Pared por medio — 44¡Ya
ca. . . iste, salvaje!” — Compañía
copada — La suerte de un bata­
llón brasileño — El fusilamiento
do Leandro Gómez — De centi­
nela perdido — Goyo Suárez y
los blancos
Venciendo resistencias
En conocimiento de que el gene­
ral don Zenón de Tezanos había ac­
tuado en la revolución de Floües,
conocida por la denominación de
‘‘Cruzada Liberta/dora”, resolvimos
abordar a este veterano* sin otra
presentación que la que pudiera
ofrecerle nuestra actuación perio­
dística.
Y nos dirigimos a su casa de la
calle Bartolomé Mitre N.o 1223, en
donde fuimos gentil miente atendi­
dos.
El distinguido y apuesto militar,
conserva, no obstante sus setenta y
— 1*4 —
siete bien cum plidos, las gallardías
y los ¡bríos de sms meijores d ías.
Es un hom bre fu erte de cuerpo y
de espíritu. Su verba fácil (y am e­
na, es reforzada siem pre por su mi­
ra d a de ojos expresivos.
Im puesto del motivo de nu estra
visita nos dijo que no ten ía ningún
inconveniente en ¡proporcionarnos
todos los datos que conociera a con­
dición d e que no lo hiciéram os apa­
recer a él, p ara nada.
— «Pero en ese caso, general, —
le dijim os — n u e stra inform ación
adolecería d e un grave defecto, del
defecto capital de todas las que se
han venido publicando Siasta la fe­
cha, con respecto a la jCruzada y
a la Tom a de Paysandú. N osotros
estam os em peñados en hacer ver­
d ad era obra nacional, con la te sti­
ficación viviente de quienes a c tu a ­
ron en am bos bandos y de los n eu ­
tra le s que pudieron h ab er presen ­
ciado aquellos lejanos acontecim ien­
tos de n u e stra historia. Y para ello,
es necesario que ustedes, los viejos,
al n a rra r los hechos en los cuales
lies haya tocado a c tu a r, den, con
sus hom brías de bien y con la au to ­
rid ad que dan las canas, g aran tías
b astan tes p ara que esta in fo rm a­
ción sea, con el transcurso de los
años, fu en te de inapreciables da­
tos, cuando alguien quiiera realizar
un verdadero trab a jo Tiistórico (le
aliento,
— 125 -
Sindicado de “salvaje"
El g en eral de Tezanos, es hijo
de don Tom ás de Tezanos. quie en
los albores de n u e s tra In d ep en d en ­
cia era poseedor de una estan c ia en
el histórico “ Rincón de las G alli­
n as” , en donde resid ía con los su ­
yos, h asta que. p ro d u cid a la esci­
sión en tre R iv era y Oribe, tuvo q u e
radicarse en M ontevideo, porque el
coronel arg en tin o G ranada, al se r­
vicio de Rosas, acam pando en su
propiedad a rra s ó con todo, m a ta n ­
do las h aciendas que p asaro n el Río
U ruguay en form a de dhamqjuies y de
cueros. E ra ta l el esp íritu desvas­
ta d o r de que estab a poseído el co­
ronel G ranada, que no escaparon
de su saña, ni las m an ad as b u r r e ­
ra s . . .
— ¿Y todo eso p o r qué, g en eral?
•— inquirim os.
—-Ponqué mi p a d re estab a sin d i­
cado de “ s a lv a je ” . P ero eso no fué
todo, prosiguió diciéndonos el se­
ñor de Tezanos. Lo peor fué que lo
quisieron fu silar, a lo que no pudo
llegarse, gracias a la o p o rtu n a y
eficaz intervención de don F e rn a n ­
do G rané l e filiación blanca, que
vivía en Soriano, pad re q.ue fue del
doctor don Ovidio Grané, ju b ilad o
en el cargo de Juez de Com ercio de
esta capital.
Mi padre, así a rru in a d o , tuvo
que venirse a M ontevideo, dedicáñ-
— 126 —
dos© desde entonces y hasta su fa­
llecimiento, a las tareas del co­
mercio.
Era tal el reconocimiento que
guardó el autor de mis días para su
salvador que lo hizo dos veces com­
padre, dándonos por ahijados a mí
y a mi hermana Laura, que vive i-n
Buenos Aires, porque en aquel
tiempo, ese parentesco espiritual,
era considerado como inapreciable
pruieba de estimación.
Pagando una deuda
Y vea usted lo que son las cosas.
Con el correr de los años, yo habría
también de pagar en algo tan seña­
lado servicio, abogando, y em situa­
ción bien trisite, por cierto vara
ellos, par dos hijos de don Fennan-
dc, por Justino y Manuel Grané,
quienes cuando la del Quebracho y
sirviendo en el ejército revolucio­
nario del general Arredondo, caye­
ron prisioneros de los gubernistas.
Traídos a Montevideo, fueron ale­
jados en el cuartel deQ primero de in­
fantería y ni bien me impuse de
esa novedad, corrí a la casa del ge­
neral Santos, entonces Presidente
de la República, para pedirle la li­
bertad de aquellos dos jóvenes. El
mandatario, así que se impuso de
los motivo® 'que me habían movi­
do, ordenó que los Grané fueran
puetftoal inmediatamente en liber­
tad.
— 127 -

La carrera m ilitar del general Jt>e


Tezanos
— ¿Su iniciación en la c a rrera
mil i ta r , g en eral ?
— F u é en N oviem bre de 1863 a
cuiyo fin pasé a la jciudaid de Buenos
Aires p ara in co rp o rarm e después al
ejército revolucionario del gen eral
F lores. Yo te n d ría por entonces
unos diez y siete añ o s. . .
AHí pasé a fo rm a r p arte de un
grupito de hom bres, a rg en tin o s y
orientales, que cu sto d ian d o fusilos,
m uniciones y bay etas p ara abrigos,
debía inv ad ir en breve el país, de­
seo que se vió coronado sin n in g ú n
tropiezo, porque pudim os desem ­
barcar sin que n ad ie se o p u siera a
ello, en los m édanos de la B a rra
del S an ta Lucía, p araje que hoy es
conocido por L ib ertad . Como el ge­
neral F lo res se en co n trab a allí a
n u e stra espera, nos en co n tram o s de
inm ediato incorporados al grueso
del ejército revolucionario que te n ­
d ría no m ás de dos mil hom bres.
Se me designó soldado d istin g u i­
do, quedando desde ese m om ento,
a órdenes del te n ien te don F e lic ia ­
no Rodríguiez, q u e ya co ntaba con
un plan tel de in fa n te ría p ara la
form ación de un b atalló n .
— ¿Y los g u b ern istas, no los m o­
lestaro n ?
— 128 —
— A eso voy. Poco después de
h ab ar desem barcado nosotr'os, tu e r­
zas de caballería die lo-s gubernistas
procedentes de M ontevideo, no*s es­
copetearon, pero desde lejos y sin
m olestarnos m ayorm ente.
A llí fué mi p rim er bautism o de
fuego, en cuya ocasión tuve o portu­
nidad de d isp arar a los bl /n-’os
veintinco tiros con un rifle q-ie el
propio g en eral F lo res m e en t r i a r a
p a ra que me iniciara en el a te de
g u errear.
Como a nosotros no nos conve­
nía tam poco com prom eternos (en
una acción, em prendim os la r e tira ­
da hacia el corazón -de la república,
rum bo a Tacuarem bó, sietapre tr a ­
ta n d o de le v a n ta r el m ayor núm ero
die com pañeros pasible.
F alto s de g ente p a ra hacer fren ­
te a los ejércitos del gobierno, fal­
tos de m uniciones y faltos m ochas
veces tam bién de alim entos, ya que
no se nos daba tiem po para c a r­
near, llegam os a realizar m archas
inverosím iles. . . .
i Con decirles que alcanzam os a
h ace r v ein te y cinco leguas en i:ia
sola noche!!!
Actividades del general Flores
F lores era incansable; y deso­
rien tab a a sus perseguidores con
sus in usitadas m archas y contra-
m archas.
— 129 —
De pronto dividía en dos su pe­
queño ejército, quedando u na fra c ­
ción a su m ando y la o tra a ¡la del
general C araballo. En todas p arte s
se hacía sen tir; y como el g en eral
C araballo m uchas veces h acía p ro ­
p alar en tre los vecindarios p o r d o n ­
de cruzaba, la noticia de que él era
F lores, parecía que el caudillo tu ­
viera realm en te, el don de la ubi­
cuidad.
Con lo que le digo p o d rá u sted
im agin arse la clase de vida que lle ­
varíam os. Cuando nos to cab a acam ­
par, caíam os con m ás deseos de
dorm ir que de com er.
Y F lores, siem pre en todos la ­
dos, recorriendo los cam pam entos
inspeccionándolo todo. E ra un ho m ­
bre que nos estim u lab a con su
ejem plo.
¡C uántas veces estando acam p a­
dos, nos decía quienes eran los en e­
migos que teníam os m ás cerca!!
Flores y Medina
— A cual de sus enem igos tem ía
más?
— Al g eneral A nacleto M ed in a. . .
— ¿N unca lo calificó m al a ese
m ilitar, el gen eral F lo res?
— Nunca. Y eso que p ara la m a­
yoría de los jefes y oficiales colo­
rados, M edina no era o tra cosa que
el tra id o r Medina, el “ ta p e” M edi­
na y otro s epítetos por el estilo.
— 130 -
F lores, parco en palabras, no ©ra
tam poco hom bre de d a r sobrenom ­
b res. . .
Mire. Cuando teníam os cerca a
M edina, el general nos prevenía
diciéndonos:
— M uchachos: hay que esitar a le r­
ta. Tenem os muy cerca a Medina
y no podrem os descansar tran q u i­
lam en te m ien tras no nos alejem os
convenientem ente de él. Es un
hom bre peligroso.
— ¿Y de los otros jefes que lo
perseguían no. se preocupaba tanto?
— ¡Oh, que esperanza! ¡A los
otros, aunque fu era aparentem ente,
los facilitab a confiando en sus con­
diciones de esperto hom bre de gue­
rra.
— ¿E n que acciones de g u erra se
encontró usted general, d u ran te ese
período?
— En todas las tom as de los pue­
blos: F lorida, D urazno, Porongos,
Salto y en algunas escaram uzas a
campo abierto.
Jja retirada de Macicl
— P or cierto, general, que el
ejército revolucionario se h ab rá
visto más de una vez en situación
bien com prom etida. . .
— ¡Y tan com prom etida, señor!
Yo creo que la más aprem iante
para nosotros, fué la retirad a de
Maciel. ocurrida pocos días después
E l hoy gepieral Zenón de Tezanos
cuando e ra alférez, con la b an d era
tom ada a las fu erzas que defendían
la plaza de P orongos
— 1S2 —
de h ab er abandonado el C errito de
la V ictoria, hasta adonde nos h a ­
bíam os aventurado, en n u estras co­
rrería s.
E n m archa nuevam ente hacia el
centro de la República, nos encon­
trábam o s cierta m añana después de
la tom a clel D urazno, en las “ P u n ­
tas del Arroyo M aciel” , cuando los
“ bom beros” nos tra je ro n la m ala
nueva de que el grueso del ejército
enem igo m andado, si mal no re­
cuerdo en esa ocasión, por el gene­
ral don Servando Gómez, lo te n ía ­
mos casi encim a nuestro.
El general F lores que días antes
y siguiendo su v ieja táctiea, había
fraccionado en dos, a sus huestes,
se en co n trab a con un efectivo de
dos mil hom bres más o menos, n ú ­
m ero muy inferior al de sus pró­
ximos atacantes.
E llo no obstante pudim os sor­
p ren d er una noche a los enemigos,
pero sin m ayores resu ltad o s m ate­
riales.
Cuando caímos al Paso de la Ca­
dena, sobre el ya citado Arroyo de
Maciel a inm ediaciones de la estan ­
cia de Méndez, fuerzas enem igas
que nos esperaban allí, nos tendie­
ron líneas de g u errillas para im pe­
dirnos el avance y poder así faci­
lita r al grueso del ejército que ya
nos venía flanqueando por am ­
bos lados, que nos envolviese por
completo.
- 133 —
N u estra situación se h acía pues,
por m om entos, m ás com prom etida.
No h ab ía m ás rem edio que av an ­
zar, costase lo que costase; y en ­
tendiéndolo así el g en eral F lo res,
ordenó a su h om bre de confianza,
a su brazo derecho, al g en eral Ca-
j aballo en u na p alab ra — que car­
g ara a fondo, a lanza.
Y C araballo, con su valor legen­
dario, a fu erza de “ fie rro ” y de co­
ra je , ab rió con los suyos d en tro
de las filas enem igas, so rp ren d id as
por el inopinado y arro lla d o r a ta ­
que, am plia b rech a por la cuail se
in filtra ro n las fu erzas flo ristas. E l
tem erario lancero que h ab ía tr a s ­
pasado las líneas enem igas, salp i­
cando el verde g ram illal de la la ­
dera. con m anchones de p ú rp u ra,
riego generoso e infecundo que de­
rram a b an las h erid a s recib id as por
los bravos que caían en d efensa de
sus ideales, pudo así m ism o to m ar
p ara los suyos, en tal ocasión, p re ­
ciado botín co n stitu id o por u n a ca­
rre ta con v estu ario s y g ran can ­
tidad de divisas blancas que llev a­
ban el sig u ien te lem a: “ División
S o rian o ” , como así tam b ién h ace r
un buen n ú m ero de p risioneros.
Caímos al Paso, pues, peleando,
y m ordiendo cartu ch o s; y al tro te ,
tratáb am o s de ít g an an d o el te r r e ­
no que tan bien nos p re p a ra ra el
a rro jo de C araballo.
— 134 —

Los blancos, repuestos de la sor­


presa, rehaciéndose, — con tin u a­
ron escopeteándonos por ambos
flancos y por reta g u ard ia, siendo
contenidos valientem ente por el en­
tonces capitán Simón M artínez, que
en esa ocasión dem ostró una vez
más, estar dotado de ponderables
condiciones de valor y de hábil gue­
rrillero .
Así, apretados, oprim idos poir
tres lados, proseguíam os n u estra
m archa, — ya con los caballos
transid o s, — cuando de pronto, los
sones del clarín de Machín, h en­
diendo el espacio, tocaron la indi­
cación de hacer alto en la m a r­
cha. ¡Cómo!, pensam os muchos.
¿S erá posible que el general quie­
ra hacer pie firm e en tan difícil si­
tuación?
Y se hizo el alto. F lores habló
con sus ayudantes que partiero n a
escape en dirección a diversas u n i­
dades del ejército; y las huestes
del bravo M artínez fueron refo rza­
das convenientem ente, p ara conte­
ner el avance de nuestros persegui­
dores.
El general que había ordenado
que se rep u sieran las caballadas,
m ien tras se realizaba tal opera­
ción, en medio del fuego que nos
envolvía, destacaba su silueta en­
tre unas piedras, al lado de un fo­
gón, que dejaba escapar hacia el
Genera] Zenon de Tezanos
- 136 —
cielo, una colum na de hum o, bajo
la cual em pezaba a bullir en la m o­
d esta “ pava" de fierro, el agua que,
al convertirse en “ cim arró n ” ha­
b ría de re s ta u ra r las fuerzas del
caudillo; y a la vez, con tan indis­
cutible dem ostración de serenidad,
llevar al ánim o de los suyos, la cer­
teza dv que el peligro no era tan
inm inente como parecía serlo.
E l clarín volvió a sonar, “ siga
la m arch a” . Y ya m ontados en pin­
gos descansados, proseguim os nues­
tra peregrinación hacia el N orte,
siem pre perseguidos tenazm ente,
por las fuerzas g ubernistas, que no
perdían el contacto con nosotros,
un solo m om ento.
P eleando siem pre, lileg&mos ya
e n tra d a la noche, al Paso de Villas-
boas del Yí; y sobre la orilla opues­
ta, hicim os alto, p ara acam par, ya
que el enem igo no se había atrev i­
do a forzar ese paraje.
El general ordenó entonces, que
se encendieran fogones en una la r­
ga extensión p aralela al río, e in ­
continentem ente, recom endando el
m ayor silencio, dispuso que se
m o n tara de nuevo a caballo para
proseguir a m archas forzadas hacia
el Río Negro.
Solam ente quedó allí, la com pa­
ñía de in fan tería de la cual yo for­
m aba parte, con instrucciones de
perm anecer en observación y de­
- 137 —
fender el Paso, h a sta que recib ié­
ram os orden en contrario.
C uando el grueso del ejército se
encon trab a ya a considerable d is­
tan cia de nosotros, llegó un ch as­
que con la indicación de que hicié­
ram os al cam pam ento enem igo una
descarga de fu sile ría y que sin p é r­
dida de tiem po, siguiéram os al ba­
queano que nos h ab ía llevado la
orden.
Y después de ru d o g alo p ar, vol­
vim os a in co rp o rarn o s a los n u e s­
tros.
Al am an ecer llegam os al P aso
de los T oros del Río N egro, sobre
el Paso de las C arretas, cuyo cau ­
dal de aguas, venía creciendo con
fuerza. A unque el p asaje o frecía
sus peligros, no h ab ía m ás rem edio
que salvarlo, po rq u e alg u n as h o ras
de indecisión serían b a stan tes p ara
que la creciente h iciera im posible
del todo entonces, salv ar ese obs­
tácu lo ; y con ello, o frecerle a los
enem igos la o p o rtu n id ad de que nos
alcanzasen nuevam ente.
P rep aram o s los aperos, coloca­
mos las ro p as y las m uniciones so­
bre n u estras cabezas y n u estro s
cuellos p ara no m o ja rla s; y apa­
reados a los caballos, nos azotam os
con ellos al ag u a, unos p ren d id o s
de sus crin es y otros de las colas.
— nobles b estias q u e estim u lad as
con n u estro s g rito s de ¡hopa!
¡hopa! y por las p alm ad as que
— 138 —

les dábam os sobre los flancos, sa ­


cudían las cabezas, d ilatab an sus
fauces y resoplaban con fuerza en
sus afanes de vencer la im petuosa
co rren tad a, que nos a rra s tra b a en
su loca carrera, p ara perm itirnos
a rrib a r fin alm en te a la orilla opues­
ta, mil doscientos m etros más a b a­
jo de donde nos habíam os tirado,
allá, en la E stan cia de los Bálsamo.
Y el enorm e caudal del Río Ne­
gro, a fuerza de hincharse y de di­
la ta rse por m om entos, en condicio­
nes in u sitad as, fué b arrera salv a­
dora para nosotros.
Los co n trario s quedaron allí de­
tenidos.
La toma del Salto — El coronel
Palomeque envuelto en una ban­
dera
S itiad a por nosotros la ciudad
del Salto, me tocó presenciar su
rendición, como así tam bién cuando
el jefe m ilitar de la plaza, coronel
don G abriel Palom eque, padre del
doctor don A lberto Palom eque, en­
vuelto en una bandera nacional y
acom pañado por el general C araba-
lio y otros jefes y oficiales del E s­
tado Mayor de Flores, se dirigía
hacia el puerto m ontado a caballo,
para de allí pasar a Concordia.
— ¿Con qué objeto, el coronel
P alom eque, se había envuelto en la
bandera nacional?
— 189 —
— ¡H om bre. . . ¡C iertam en te no
lo sé. Pero, ta l vez fu e ra porque asi
se co n sid eraría m ás a cu b ierto de
algun a agresión que im aginó pu­
d iera llevarse hacia su persona de
p arte de los n u estro s.
— ¿P elearo n en el Salto?
— Sí, señ o r; con alg u n as g u e rri­
llas m uy fu erte s, circ u n stan cia que
perm itió q u e nos acercáram o s a la
ciudad. D espués pusim os sitio a la
plaza, h a sta que in tim ad a su r e n ­
dición y co rrid as alg u n as tra m ita ­
ciones, los sitiad o s cap itu laro n .
Galletas que resultaron caras
C onquistado el Salto, m archam os
h acia el S ur, h a s ta las costas del
arroyo San F rancisco, sobre su de­
sem bocadura en el U ruguay, p a ra
op erar m ás ta rd e en com binación
con la escu ad ra y el ejército b ra s i­
lero, en el asedió de P ay san d ú .
D u ran te el p rim er sitio a la p la ­
za y en un a taq u e que llevam os a
las trin ch eras, pude o b serv ar que
en un local que h ab ía ocupado u n a
p an ad ería y que venía a q u e d a r .pre­
cisam ente en tre las dos zonas de
fuego, eil h orno de la casa o cu ltab a
un buen n ú m ero de g alletas, de cu ­
yo artícu lo no so tro s no p ro b áb a­
mos bocado desde h acía m ucho
tiem po. D u ran te esa m sim a noche
com entábam os en el cam pam ento
las peripecias o cu rrid as en ese m is­
mo día y acerca del ap etito de que
— 140 —
estábam os poseídos, en cuya opor­
tunid ad yo anuncié que a poco, po­
dríam os com er los del fogón, alg u ­
nas g a lle ta s.
Explicado mi plan de ataque del
cual trataron de disuadirme mis
compañeros, yo tenía que burlar
todavía las guardias de los nues­
tros para el logro de mis propósi­
tos; y de^lizándome favorecido por
las sombras de la noche, pude lle­
gar hasta la abandonada panadería.
Allí estaban en realid ad las a n ­
siadas g alletas en cantidad b astan te
como p ara que yo p u diera colocar
un buen núm ero de ellas en tre mi
peillejo y mi cam isa de bayeta colo­
rada. Y cuando ya acondicionaba
las ú ltim as que cabían en tan o ri­
ginal medio de tran sp o rte , sentí
unos ru id o s que me alarm aron.
C autelosam ente descendí del h o r­
no; y cautelosam entte tam bién, tr a ­
té de escaibul.lir eil bulto; pero ni
bien aparecí en el patio, m¡e vi ro ­
deado de b la n co s. . .
— ¿Muchos, general?
— A mí me parecieron una en o r­
m idad en esos mom entos. Tantos,
que por no “«perder tiem po en con­
ta rlo s ” , confié la salvación en la
agilidad de mis piernas, estim ula­
das por la sorpresa y por el tem or
de caer prisionero. No sé cuantos
disparos de airma de fuego me h i­
cieron. Muchos. Y tan de cerca que
los blancos pudieron haberm e a tra ­
— 141 -
pado h asta con las m anos, si no se
hubieran em peñado en m a tarm e a
balazos.
Como felizm ente, la lín ea de los
sitiad o res estab a a medio cen ten ar
de m etros, pude lleg ar, siem pre
perseguido sin o tra novedad que la
de un buen susto.
En esa o p o rtu n id ad y an te el fu e ­
go de fu sile ría que me hacían, el
te n ien te Teodoro F e rre ira , h e rm a ­
no del d octor M ariano F e rre ira ,
y que poco tiem po des¡pués m u rie ra
heroicam en te en la B atalla del Ya-
tay en mis brazos, d u ra n te la g u e rra
del P arag u ay , tuvo que salir con
algunos de los suyos p a ra co n ten er,
tam bién con disparos de fu sile ría el
avance de mis perseguidores.
Y así, a ese precio, fdé q r e p u ­
dim os com er galleia, de cuy.) ali­
m ento nos vim os p rív a lo s desd*
mucho tiem po
— C uéntenos, g eneral, alg ú n epi­
sodio de los p rim ero s días del a se ­
dio. . .
— A los poicos días de h ab er
puesto sitio a la plaza, por seg u n ­
da vez, dado que cuando el p rim e­
ro, tuvim os que ab an d o n a rla, p a ra
salir al en cu en tro del g en era l Saa
(L anza Seca) que venía h acia n o s­
otros, tra b a jo que nos evitó M áxi­
mo Pérez a la a ltu ra del Rio N e­
gro, iniciam os con u n a com pañía
le í batallón 24 dp Abril, nn movi­
m iento de avance, h a s ta ocupar la
— 142 —
casa de Ribero, la m ism a en la <;ual
fueran fusilados m ás tande L ean­
dro Gómez y sus com pañeros, cons­
trucción que venía a quedar fren te
mism o y calle por medio con la J e ­
fa tu ra P. y de Policía.
El edificio je fa tu ria l estaba ocu­
pado por los blancos, quienes se
habían acantonado en las piezas
que daban a la calle y sobre la
azotea. P or n u estra parte, ocupába­
mos idénticas posiciones en la casa
del señor R ib ero .'
Después de habernos fogueado
bastan te, uno de los O 'f ic ia le s de la
g ente que ocupaba la Jefatu ra ,
aprovechando un m om ento de tr e ­
gua, y m etiendo s¡u cabeza por las
rejas de una ve*nta>na, ñas g ritó:
--¡M u c h a c h o s! Es u n a lástim a
que nos estem os m atando entre
o rien tale s!!! ¿P or qué no nos
echan a los brasileros p ara q uem ar­
lo s?. . . Vamos a conversar un rato
tran q u ilam en te, sin hacernos daño.
A m í me im presionó ese hom bre
que dem ostraba te n er una entereza
a ted a p ru eb a y porque adem ás lo
encon trab a parecido a mi padre,
con sus chuletas ‘canosas.
A nte tal propuesta, cam biam os
im presiones, los de nu estro grupo y
resolvim os conceder la treg u a.
Pero, a lo m ejor que hablábam os
tran q u ilam en te, confiados, de reja
a re ja y de azotea a azotea, un
m al intencionado de los de la Je-
E sta d o en que q u ed ó la Ig lesia N ueva
- 144 -
fa tu ra , hizo un disparo con m uni­
ción cuyo tiro vino n erir en di­
versas p arte s d«el cuerpo a un po-
ore pardo, soldado, a quien llam á
oamos “ La Ov'eja ’ .
Y desde ese m om ento la lucha
recrudeció con m ayores bríos.
— ¿Vd. cree que ese haya si'do un
hecho prem editado ?
— .De ningiuna m anera. F u é uno
de esos ta n to s sucesos aislados que
se prciducein. en las g uerras, gene­
ralm en te com etidos por individuos
que jam ás se distin g u en por uu ac­
to de v alo r. . .
Un valiente
Días después, ese m ism o cantón
de la Je fa tu ra , era m andado por
un ofi-dial, Luis López Jáuroguy,
hom bre de coraje desmedido, lleva­
do a la tem eridad.
P arecía que a ese hom bre lo ¿pro­
te g iera una coraza invisible o 4 ue
estuviese dotado de un talism án
contra la.s b alas. . . Im agínese —
mi estim ado amigo, — que ese ofi­
cial reco rría frecuentem ente el can­
tón de la azotea, dando el pecho a
las balas, con u na tran q u ilid ad tal
y vistiendo siem pre casaquilla blan ­
ca, que aquello co nstituía p ara nos­
otros, una verd ad era provocación. Y
era así, ante su pronunciado des­
precio, que ni bien su bmsto aipa? 3-
cía d etrá s del p retil de la azotea,
nos estim ulábam os en tre los ata-
Luis López Jáureguy (tu sus últimos
años de vida
- 146 —
cantes, p ara voltearlo de un balazo.
— ¡A ese de la blusa blanca, m u­
chachos! — nos gritáb am o s con
rab ia ; y toioias las arimas ap u n tab an
al valiente, con ansias de m atarle.
Y salían los disparos, cuyas b a­
las hacían s a lta r pedazos de la d ri­
llos y de revoques de las cornisas
de la finca, a la m ism a a ltu ra en
que Lóípez Já u re g u i s,e nos m o stra­
ba. C uando se disipaba la n ube p ro ­
ducida por el hum o de los disparos
y por el pobvo . de los m ateriales
que se desihacían al recib ir el cho­
que de los plom os que vom itaban
n u estro s fusiles, nube que, a m ane­
ra de au reo la envolvía a rcada des­
carga, la v aliente perso n alid ad de
hom bre ta n sereno y ta n audaz,
que p arecía protegido por hada
m isteriosa, n u e stra ansiedad se
exacerbaba y el ofuscam iento nos
h ac'a te m b lar entonces el p u lso con
m ayor intensidad, im pidiéndonos
hacer c ertera p u n t e r í a ...
— ¡Qué h am bre guapo era ese
López Jáu reg u y IJ!
En m uy corto núm ero de días,
— pros¿:2iuió diciíón'd'onos el v etera­
no m ilitar, — no.so.tros tiiiM'imo--* en
el cantón, eran nú m ero de soldados
m uerto s y heridos, y en tre los que
dieron sus vidas allí, en ta n rudo
b atallar, puede co n tarse al segundo
jefe del 24 de Abril, sargento m a­
yor L area y al ten ien te Piaggio,
m uy guapos am bos.
— 147 —

Pared por m edio


Del c an tó n que ocupábam os fre n ­
te al edificio de la J e f a tu r a P. y de
P olicía, pasé a uno nu'evo del q u e
tom am os posesión en la b a rra c a
del m ism o señ o r R ibero, a te s ta d a
de bolsas de la n a y de c u e ro s s e ­
cos, en donde peleam os m ás cerca
to d av ía: p ared por m edio.
A m edida que p asab an los d ía s la
lu ch a se h acía con m ay o r e n c a rn i­
zam iento.
Los blancos se nos ap ro x im ab an
por las a z o te a s y m etien d o los ca­
ños de los firsi'te'3 por los mi'C'hina-
les de las pared es, nos h acían d is ­
p aro s a q u em a ropa, pro ced im ien to
que no so tro s, a n u e s tra vez, r e tr i­
buíam o s de ig u al m an era.
A quello m ás q u e lucha, e ra u n a
caza de h o m b res. . . .
C ie rta m añ an a, los sitiad o s h a ­
ciendo irru p ció n p o r d istin to s p u n ­
to s en el p atio de la b a rra c a , nos
tra je ro n u n a fo rm id ab le ca rg a por
so rp resa, p a ra cuyo fln p ra c tic a ro n
unos p o rtillo s en los m u ro s del
crrco, co n stru id o “ a la fra n c e s a ” ,
esto es, con h ila d a s de la d rillo s p a ­
rad o s y asen ta d o s en b a rro .
Con no poco tra b a jo co n seg u i­
m os d o m in ar a los in v aso res, o b li­
gándolos a r e tir a r s e con g ra n d e s
pérdida-s.
— 148 -

Piropos. . .
E n este en trev ero cayó herido
nuesilro jefe el coronel don W en­
ceslao R egules, a cuyo v alor y p e­
ricia se h abía confiado la defensa
de la b arraca.
R establecida la calm a tratam o s,
e n tre algunos de los nuestros# de
p oner en salvo al coronel, tra n s p o r­
tándolo a sitio seguro; y cuando
cruzábam os p o r la acera -del m e rc a ­
do, los de la azotea de en fren te nos
hicieron u n a descarga, en cuya cir­
cunstan cia me b alearo n en la re ­
gión abdom inal. Al sen tir prim ero
el chicotazo de la bala e in m ed ia­
ta m en te después, agudo dolor p ro ­
ducido por la heriida, me apoyé en
una de las colum nas ex terio res del
m ercado, d etalle éste que dió lu g ar
a que los del cantón enem igo me
g rita ra n :
— ¡Ya c a . . . í s t e , salvaje, hijo de
una ta l por cual!
Pocos segundos después estáb a­
mos en salvo d en tro de un lo»cal
que quedaba a cubierto de las balas
enem igas, en donde se nos practicó
a R egules y a m í, la cu ra 'de p ri­
m era intención, a base de “ salm ue­
r a ” . 'Como mi herida, si bien es
verdad dolorosa, no revestía grave­
dad, ya que se tra ta b a de un .gran
d esg arram ien to de carne que me
circundaba la cintura, pude volver
— 149 —
a ocupar mi puesto de combate en
las últimas horas de la tarlde, con­
venientemente vendado.
Compañía copada
En la noche, vino a relevarnos la
Compañía de Infantería que llama-
bamos de Mercedes, mandada por el
mayor Avila, a quien previnimos
que debían estar con sumo cuidado
porque los blancos hacían ifruip-
ción por todo6 lados, como había
ocurrido durante ese mismo día.
No se vaya/n a dormir, —■ les diji­
mos, — porque los van a “copar”.
Aquella gente, cansada de tanta
brega y confiando posiblemente en
que los contrarios no volverían a
repetir el ataque, se durmieron, cir­
cunstancia que aprovecharon los
defensores de la plaza para asaltar
nuevamente a la barraca, pero esta
vez con éxito, por cuanto después
de hacer gran número de muertos,
se llevaron a unos cuantos prisio­
neros entre los cuales figuraba un
oficial de apellido Amén, quien, se­
gún se dijo en esos días, fué obje­
to de mil herejías y asesinado más
tarde por* sus aprehensores. Lo
cierto es que nunca más tuvimos
ni noticias del desventurado Amén.
— 150 -
La suertip de un batallón brasileño
— ¿Vd. presenció general, cuan­
do )i\xé desheciho un b atalló n b rasi­
lero por ia a r tille r ía de la plaza?
— iCoimo si lo estu v iera viendo.
Pocos días an tes de la rendición,
el general F lo res previno a las
fuerzas u ru g u ay as destacadlas en lajs
boca-calles próxim as a las líneas de
fuego, que el com ando b rasilero le
h ab ía pedido auto rizació n p a ra lle­
v ar con los s>Uiyos, un ataq u e a los
sitiados, a lo que él, después de
algun as observaciones h ab ía accedi­
do finalm ente, idada la form a insis­
te n te del pedido, recom endándonos
que estuviéram os con cuidado, p ara
cuando lleg ara el caso.
El asalto >&e llevó a cabo por la
cal Le Real, en colum na cerrab a TfOr
un b atallón que lo inteigraiban
unos q u inientos in fan tes m ás o
menos, y qoie llevaba a su frente, la
corriespondien'te banda de m úsica,
nn-e ejecutaiba aleone ma,retira.
Como obedeciendo a un conjuro,
cesaron las luchas locales, de can­
tón a cantóm, p ara presenciar aquel
avance, que más q‘ue a una conquis­
ta parecía que desfilaba m arcial-
m ente en una parada, en medio de
la adm iración de todos.
En aquellos m om entos no se oía
o tra cosa que la m úsica Idel b a ta ­
llón en su m archa hacia el nervio
de la heróica defensa.
- 151 —
Nosotros que presagiábamos lo
que iba a ocurrir, estábamos sin
alientos ante la inquietante espec-
tativa.
Y el batallón proseguía avanzan­
do. como en un paseo, ein que un
so>lo disparo interrumpiese la armo­
nía de las notas musicales, arranca­
das a los instrumentos de su ban­
da. . .
¿Pero es que llegarán así, tran­
quilamente, a hacer irrupción den­
tro del recinto que tan bravamente
se nos disputa todos los días y to­
das las noches, nos preguntábamos,
cuando ya la columna estaba a vetn
te y cinco o treinta metros de la
línea de defensa? Pero de 'pronto,
un fuego horrísono de artillería y
de fusilería nos estremeció a todos,
cuyos disparos barrieron hasta el
ese momento, bizarro batallón bra­
sileño. Los acordes de la música
fueron sustituidos por los desagra­
dables estampidos de loe cañones
y de los fusiles y por los gritos, ya
de dolor, ya de rabia de los heri­
dos, caídos en medio de la calzada,
que seguían siendo víctimas de cer­
teros disparos y a quienes no era
posible, tampoco, dispensar ningu­
na clase de protección.
Ese batallón fué estoicamente al
sacrificio sin ninguna finalidad
práctica. Los pocos que resultaron
Ilesos y los heridos que quedaban
con fuerzas todavía para poider e«oa-
— 152 —
p ar a aq u el an tro de m uerte, enlo­
quecidos por el pánico, tra ta ro n de
ponerse en salvo por d istinto s p a­
ra je s, minohos de cuyos d e sv e n tu ra ­
dos pagaron con 6 U vida ta n leg iti­
mo anhelo, por cuanto y a reinicia-
da la ludha g en eral, an te el d esas­
tre, fuero n tom ados e n tre dos
fu eg o s. . . .
El fusilam iento de Leandro Gómez
— '¿Vd. alcanzó a ver a L eandro
Gómez, g en eral?
— Sí, señor; a poco de hab er caí­
do en n u e stro poder. Yo ya era
oficial ab an d erad o del b atalló n 24
de Aibril y me en co n trab a sobre la
trin d h era de la boca-calle de la J e ­
fa tu ra cuando de p ro n to vi que un
grupo de hom bres se d irig ía tr a n ­
q u ilam en te h acia lo de R ibero. E n
ese -grupo m arch ab a L eandro Gó­
mez y otros prisioneros.
— ¿Q uién lo m andaba?
— E l m ayor Belén, era quien iba
custodiando a la gente, con otros
v a rio s . . .
A¡1 ipasair «eroa rte nosotros, un
oficial que acomlpañalba a Belén, se
nos aproxim ó p ara pedirnos u n a es-
colta que custo'áiiara a los pr'isio-
nerois, proiporciioir/lándloisielie de la
com pañía defl capitán Tmiieba, seis
infantes, wn sarg en to y un caibo, que
fueron quienies fu silaro n desipués a
aquéllos.
— 153 —
— ¿ Q uién fu é ique o rd en é eil faisd-
loimAento d e Góimez, F ern án d ez ,
A cuña y B rag a?
— Desde el p rim er m om ento ee
dijo ^ u e h a b ía sid o don Goyo S u á­
rez. Yo no Jo p uedo afirm a r.
-— ¿Y S u árez h ab ía au to rizad o el
pedido Wle la escolta?
— No, señ o r; p o rq u e S uárez ta l
vez no su p ie ra en esos m o m en to s
qute los p risio n ero s eir'an llev ad o s a
su presencia.
— ¿ P o r q u é razón llev aro n a S uá­
rez y no a F lo res, a los p risio n e ro s?
— ¡V aya u sted a saJbierloü B elén
e ra m uy m al in ten cio n ad o , y en él
e jé rc ito no e ra o tra cosa que un
hom bre su elto , sün im jtiortancia n in ­
guna. F lo re s no lo estim ab a, preci-
samenifce, por s>us m alos p ro ced í-
milentos; y si lo to te ra b a e ra sen ci­
llam en te por su n a tu ra l 'bondad.. Y
ta n to es así, que no lo q u ería, qiue lo
dem ostró <el hedho die que, a raíz
de la tom a de Payeaoidú, 'haciéndo­
lo llev ar a su p re se n c ia y después
de e n ro s tra rle sus fech o rías, F lo ­
res le hizo fo rm a r proceso de güe­
ra p ara h acerte p eg ar c u a tro tiro s,
de cu y a ú ltim a p e n a puldo e sc a p a r
g racias a la in terv en ció n d'el coro­
nel don W enceslao R egules, que te ­
nía g ran ascen d ien te so b re el gene­
ral.
Y fué 'entonces que F lo res ex p u l­
só a B elén del ejército , diciéndole:
— Vette, que no q u ie ro v e rte e n ­
— 154 —
tre nosotros! ¡E;n cuanto te vea en
el campamiento be ftiaré -fusilar.
— ¿Y Belén, general, 'inquirimos?
— Se fué, pero <en n u estras m ar-
dhas hacia M ontevideo, nos seguía
die lejos; y cuando ajcamipábamos,
veíam os su silu eta so lita ria , afllá
poir las cuicihillas, coimio c e n tin ela
p e rd id o . . .
Ya, casi solbre la capital, al llegar
al P aso Idlcil M ata Ojo de Canelones,
R egules 'condolido 'de la triste cuan
d esairad a isituiaiclón 'de aquel “nue­
vo judío .erran te” , voM ó a piediir a
Flo'res que co n sin tiera que Belén
se in co rp o rara al (ejército, a lo que
el general 'accedió aunque <a re g a ñ a ­
dientes y no sin que se hLciieran a
aquél milles de recamiandaciones y
de am enazas.
— ¿United v:‘ió los cadáveres 'de los
fusilados?
— No, señor; ya h a b ía visto de­
m asiado m u e rto s. . .

Goyo Suárez y los blancos


— ¿Qué m otivos tuvo Suárez, ipa-
ra o rd en ar el fusilam iento de los
prisioneros?
— Sagún lo d'ijo a F lores y a Ta-
m andaré, cuan,do éstos lo i'mterroga-
ron sobne el p articu la r el propio
Suárez, fué porque tenía hondísi­
mos agravtios que vengar. Parece
que años antes, cuando Q uinteros,
los blancos halbían comeitüdo un ac­
to d<e inlhumanidiald con su señora
— 155 —
madne, hecfho q u e ja m ás aquél
oüvid'ó.
D espués de esa caimpaña, el ya
g en eral Suárez, me d istin g u ía siem ­
p re «en actos sociales y de g u e rra
con to d a su co nfianza; y recu e rd o
que u n d ía, estan d o aq u él de buen
hum o r, le d ije m ás o m enos lo s i­
guiente, p ara tr a t a r «ele sa c a r aJlgo
de su c a rá c te r reco n c en trad o :
— G-eneral por ah í se dice que u s­
ted es m uy m alo, ¡muy in h u m an o ,
muy inclem ente en la g u erra. Y afilo­
ra <juie lo tr a to m ás die cerca, no
v eo . . .
A lo que, so n riendo, pero con esa
so n risa aipesiaduimíbrada qu*e suelen
em p lear los h o m b re s q ue g u a rd a n
u na pena, míe respondió, m te rru m -
piéndotme:
— Sí; y no dicen m en tira. P ero
todaivía no soy lo '.bastante m alo p a ­
r a h a c e r p ag ar a “ esos” la c a n a lla ­
da que co m etiero n con mi poto re
maidire. . .
Cuando m e to q u e c a e r a mí, quie
no míe d en c u a rte l, que yo no he
de Hedirlo tam poco!
Y term in ó ípreruntándiom e:
— Si lo»s b lan c o s ihulbieran c a s ti­
gado a tu m a d r e : ¿Q ué h a r í a s ? . . .
CON EL GENERAL DON JOSE
V1SILLAC
Un veterano del partido blanco.
— Entendámosnos. — E l coronel
Moyano. — Eclipse lnnar de mal
presagio. — Olid desalentado. —»
E l laconismo de un parte. — Di
visión que deserta. — Antes de
la retirada de “Macier . — Una
viveza de Flores.— Cañón en pe­
ligro. — . Hazaña de Caraballo. —
.Fuerzas orientales invaden el
Brasil. — El auxilio paraguayo.
— Ligera semblanza del general
Anacleto Medina. — El célebre
coronel Bastarrica. — En los ti­
roteos de la Unión. — Concepto
sobre la personalidad del general
Flores.
Un veterano del partido blanco
C uando nos d espedíam os del ge­
n eral don Zenón de T ázanos, t e r ­
m inado el re p o rta je que le h ic ié ra ­
mos y que acacabam os de p u b licar,
le form u lam o s un nuevo pedido.
—-Díganos, g en eral le p re g u n ta ­
mos. ¿Conoce u sted alg ú n n acio n a­
lista que, por h ab er a ctu ad o con­
tra la Cruzada L ib e rta d o ra sirv ie n ­
do al G obierno, en la d efensa de
P ay san d ú p u ed a p ro p o rcio n arn o s
algunos inform es?
— A hí tien e al g en era l V isillac,
blanco y de d ilatad o s servicios m i­
— 158 —
litares. Creo que él no se encontró
en tre los defensores de P aysandú,
pero en camibio, tuvo actuación des­
ta cad a d en tro de las filas de n u es­
tros co ntrarios, d u ra n te la Cruzada
L ib ertad o ra. V ayan a verlo, que
arparte de la inform ación que p u e­
da pro p o rcio n arles respecto a h e­
chos en los cuales él mism o fué
actor, efí todo un caballero.
Y con la cre d e n c ia l que nos s i r ­
vió p a r a e n ta b la r a m is ta d con el
g e n e ra l de T ezanos nos p r e s e n t a ­
mos a este je fe na c io n a lista , en su
c asa de la caUe Colonia 1209, en
u n a de estas ú ltim a s m a ñ a n a s .
La m e jo r re c o m en d a c ió n que se
p u ede h a c e r del g e n e ra l don J o s é
Visillac, es la de que a la caída del
gobierno blanco como consecuencia
del t r iu n f o d e F lo re s, en cuya épo­
ca haibía alc a n z ad o ya a c apitán,
h a seguido fig u ra n d o en el e s c a la ­
fón m ilita r y a scendiendo grad o a
grado, p e rm a n e c ie n d o sie m p re fiel
a su p a rtid o .
El general Visillac que en sus ú l­
tim os años de vida activa alcanzó
a ocupar la vice presidencia del
T rib u n a 1 M ilitar de A pelaciones,
inició sus servicios en el año 1S60,
cuando contaha diez y seis años de
edad, como oficial de la U rbana do
la Cajpital, d u ra n te el Gobierno de
P ere^ra.
Su padre, don José Visillac, a u n ­
que c om erciante, tuvo tam b ié n co­
m o buen o r i e n t a r de viejo cuño, sus
El Gral. Visillac cuando era alférez
— 160 —
releid ad es m ilitares, sirviendo con
el grado de oficial d© Oribe, cuan­
do la G uerra G rande, c a rre ra que
abandonó p ara siem pre, así que te r­
minó aquellla larg a contienda.
Su tío, don R am ón V isillac, fué
jefe de los ejércitos de la In d ep en ­
dencia.
F iel a sus convicciones, este ve­
te ra n o que hoy luce con g allard ía
diez y seis lu stro s de vida, rodeado
de general estim ación, no ha tre p i­
dado an te la fatalid ad de todas lasr
contiendas arm ad as p o r las cuales
ha tenido que p asar el País, en
ab and o n ar puestos, fam ilia y bien­
estar, p ara co rrer la su erte de sus
com pañeros de causa. Y h a sido
así, como este hom bre ya viejo y
c u rtid o de: fa tig a s y de heridas,
d u ra n te las ú ltim as contiendas a r­
m adas, se ha visto obligado por su
consecuencia p artid aria , a volver a
las viejas épocas, d u ra n te las cu a­
les los pleitos cívicos se dirim ían
en las cuchillas de n u e stra tierra,
con arg u m en to s de acero y de plo­
mo.

EntendámosnOs. . .
Después que nos hubim os p resen ­
tado y explicado los m otivos de
n u e stra visita, el bravo general Vi­
sillac, que se expresa y se mueve
con la agilidad de un hom bre de
cincuenta años, nos dijo de la ma-
— JCJ —
ñera más gentil, que estafoa a nues­
tras órdenes.
— ¿Yd. se encontró entre los de­
fensores de Paysandú?, inquirimos.
— No, señor.
—Pero prestó sue servicios m ili­
tares al Gobierno contra la “Cru­
zada Libertadora” . . .
No; — nos dijo riendo. ¡Qué Cru­
zada Libertadora!. . . ¿A quién li­
bertaban?
— Bueno; replicamos en igual
tono. Si Vd. quiere, en la Revoliu*
oión de Flores. Pero, coano a ese
movimiento armado se le denomi­
nó y se le denomina todavía “Cru­
zada Libertadora” . . .
— Los blancos nunca dimos ese
nombre al movimiento armado del
general F lores. . .
— ¡ASh! Ese es otro cantar. . .
— Ya a tantos años de distancia
de los hechos que nos ocupan, no
heimos de .hacer cuestión por nom­
bre más o por nombre menos. ¿No
le parece?, terminó diciéndonos jo­
vialmente.
— De acuerdo. Y bien; decíamos
que cuando la revolución de F lo­
res. . .
— Yo era oficial de la Urbana de
la Capital. Convulsionado el país,
me tocó salir a campaña, como se­
cretario del general don Servando
Gómez, hermano de mi señora ma­
dre y consiguientemente tío mío,
actuando así en varias acciones
\l
- 162 -
do g u erra, en tre ellas la de
' ‘Don Esteban*’ que tuvo lu g ar en
el d ep artam en to de Río N egro y en
la cual fué herido y com pletam en­
te derro tad o , el coronel Moyano, de
las fuerzas del g en eral don E nrique
C astro, coronel que, h a sta poco
tiem po antes, h ab ía sido de los
nuestros.
El coronel Moyano
— ¿Y se en co n trab a no ob stan te
al servicio del g en eral Floree?
— Sí, señor, pero la cosa tiene su
explicación. Moyano a poco de in­
vadir F lores, cayó prisio n ero de las
fuerzas de éste en el com bate de
“ El A vestruz” y siguió en el e jé r­
cito revolucionario en aquél carác­
ter, como así tam bién su sargento
don José Eftaheverry, que con el
co rrer de los años h abría de llegar
a g en eral.
El G obierno te n ía por su p arte
prisionero en un pontón, al coronel
don León de P alle ja, de los colora­
dos; y tal circunstancia movió a
F lores a proponer el canje de am ­
bos jefes, tem peram ento que no
aceptó B erro, quien al co n testar, lo
hizo en form a que llegó a lastim ar
el am or propio del coronel Moya-
no.
T rasm itad a la negativa a F lores
y hecho conocer por éste al p risio­
nero el concepto que m erecía a sus
superiores, Moyano ofreció de in-
- ié4 -

mediato sus servicios al jefe revo­


lucionario, a quien sirvió con toda
lealtad y decisión.
Eclipse lanar de mal presagio
— ¿Qué nos puede decir de la
acción de Coquimbo, general?
— 'Que ese desgraciado hecho de
armas fué el principio del desastre
del Partido Blanco. La noche antes,
una noohe clara y de hermosura
única, aunque algo fría, nuestra di­
visión que se encontraba en las
costas del Arrayo Grande despren­
dió como vanguardia al coronel don
Bernardino Olid. con unos seiscien­
tos hombres, para que siguiera el
rumbo que llevaban los revolucio­
narios.
Nosotros proseguíamos la marcha
sin mayores apremios y recuerdo
que en esa misma noohe, durante
un alto y en circunstancias que co­
míamos con el general Gómez unas
pendices hervidas, la claridad diá­
fana de aquella noche de helada,
empezó a oscurecerse gradualmente.
Un eclipse lunar que se acentua­
ba por momentos, quitándonos
aquella magniflcencia de luz de que
disfrutábamos, cubrió de sombras
el campamento.
Y entonces el general e«n jefe de
las fuerzas gubernistas. interrum­
piendo la frugal cena que hacíamos
al calorcito de improvisado fogón.
— 165 —
preocupado y señalando con el ín­
dice de su diestra aJ astro viajero
que se escurría detrás del obstá­
culo que nos robaba momentánea­
mente su poder lumínico, me dijo
sentenciosamente:
— ¡Mira eso! ¡Se me ha eclipsa­
do el triunfo! Mañana, que podría
caer sobre Plores, no lo pelearé!
Como yo me .quedara mirándolo
sorprendido, él volvió a insistir en
su afirmación ¡y trajo en apoyo de
la actitud que asumía, un caso aná­
logo, ocurrido al gran Napoleón.
A la madrugada y í'in sospecha r
que Olid, por su cuenta, pudiera
comprometer accHin, seguimos su
ruta, hasta Bequeló, en donde hici­
mos un alto para quitar los frenos
a la caballada, cuando horas des­
pués fuimos sorprendidos por !a
llegada de algunos dispersos del
jefe de nuestra vanguardia, entre
los cuales se encontraba un negro.
El general Gómez, así las co.sas
y sin conocer todavía la magnitud
del desastre, me hizo escribir ^pre-
suradaimente con lápiz, un p \p il
para. Olid, ordenándole que no fue­
ra a pelear a Flores y que lo espe­
rara. que él reemprendería la mar­
cha de inmediato, en su auxilio.
El chasque, portador1 de esta or­
den. salió a todo escape; pero los
hechos se habían encargado ya <<e
confirmar el vaticinio que en la no­
che anterior rae hizo el ereneral,
— 166 —
Olid que h ab ía p erdido n u estro con­
tacto y í onfiando dem asiado en sus
fuerzas y en su valor, creyó d e rro ­
ta r fácilm en te a F lo res y ob ten er
así un señaladísim o tr iu if o perso­
nal.
Olid desalentado
H o ras después el coronel don Ber-
n ard in o Olid Ulegó a gailope tendido,
m ontando un caballo zaino y cu­
briendo su cabeza con som b rero c*e
p aja d e am plísim as ala-s, jefe que
a] e n fre n ta r a nosotros, gritó des­
de lejos, todavía.
— ¡Nos han derrotado, general, y
ah í vienen por el r e s to ! . . .
En ese preciso m om ento llegaba
tam bién a n u estras filas un com an­
dante de apellido Márquez, si m al
no recuerdo, p erten ecien te a la3
fuerzas de M ercedes, quien al ser
visto p o r Olid, fué in terp elad o de
la sig u ien te m an era:
— ¡Oómo! ¿E n dónde se encon­
tra b a u sted com andante cuando la
lucha, que no lo he visto?
— H e estado en la pelea, coronel,
en mi puesto. Y p ru eb a de ello, es
que he resu ltad o herido en esta
m a n o .. .
Los dispersos— prosiguió dicién­
donos él g en eral V isir.ac, — p erse­
guidos por los revolucionarios, ■con­
tin u ab an llegando por m om entos,
en grupos y en m ayor mimero.
- 167 —
El laconism o de un parte
A llí m ism o, el g en era l d o n S er­
vando Gómez. m e hizo e scrib ir el
p a rte del d esastre, que p asab a a l
gobierno y que llev ab a la s ig u ia n te
redacción, que, p o r lo sin té tic a y
lacónica, re c u e rd o p e rfe c ta m e n te
bien, escepto el d etalle de la h o ra,
que d ejarem o s en blanco.
“ Exm o. S eñor P re s id e n te de la
R epública. Don B ern ard o P. BeiTo.
M ontevideo. — Son l a s . . . p. m. y
acabo de ser d e rro ta d o co m p leta­
m ente. Dios guarido a V. E . m uchos
años.— S ervando G óm ez” .
Debo a g re g a r ta m b ién — nos afir­
m ó el ilu stra d o g e n e ra l — q u e
n u e stro jefe im p a rtió ó rd en es seve-
rísim as p a r a que n ad ie del e jé rc i­
to, e^ sus com unicaciones con g en ­
te do esta canpital. escrib iera u n a
sola p a la b ra que tulviera relació n
con la acción de Coquim bo.
— ¿Y qué dijo a Olid, en ta l oca­
sión el g en era l Góm ez?, iq u irim o s.
— iLe en ro stré q ue h u b iese com ­
p rom etid o acción sin su prev io con­
sentim ien to .
D ivisión q u e d e s e rta
Como consecuencia de e ste re s u l­
tado, el g en eral Gómez o rd en ó in­
m ed iata m en te que se to c a ra “a
m o n tar a ca b a llo ” , p a ra p ro seg u ir
la m arch a — ello no oibstante, —-
— 168 -
en pos del enem igo; — pero, una
nueva co n traried ad debía a g reg a r­
se a la ya experim entada: la divi­
sión de C anelones, al ten er cono­
cim iento del d esastre, se nos d is­
persó en m asa, quedando con el ejér­
cito solam ente, su jefe el coronel
Va'ldéz y «la oficialidad.
— ¿Y no detenían a esa gente que
d esertab a?
— ¡Qué q u iere que se hiciera en
esos m om entos d e desconcierto! En
una d erro ta, no es posiblle. . .
Yo, por mi cuenta, como así ta m ­
bién otros oficiales, pretendim os
aunqu e in ú tilm en te, hacer volver a
ailgunos de los que h u ían , ponién­
donos por d elan te y razonándoles,
actitu d ique (habiendo sido vista por
un viejo jefe, el coronel don Je re ­
m ías Olivera, me d ijo :
— “ Mire mi am iguito: en casos
como éste, n unca se ponga por de­
lan te *d¡e la gente que huiye, porque
a p arte de re s u lta r inú til eH esfuer­
zo, es h asta peliig'ro,so,\
A nte esta nueva em ergencia, to­
da persecución resu ltab a com ple­
tam en te imposible.
Y fué así como em prendim os des­
pués m archa hacia M ercedes, cam ­
biando consiguientem ente de ru ta ,
a cuya ao calidad Regamos en las pri­
m eras lioras de la m añana sin que
la guarnición, a cargo dél entonces
com andante B raga, que más ta rd e
hab ría de m orir fusilado en Paysan-
tfífi, nos sintiera,
- 169 —
E ste nuevo detaille que acu sab a
fa lta de activ id ad es y de v ig ilan cia
dió lu g ar a q ue el g e n e ra l Gómez,
p ro fu n d am en te d isg u stad o , re p ro ­
chase ta les circ u n stan cias a aquol
m alo g rad o y v alien te m ilitar.
Antes de la retirada de Maciel
— ¿R ecu erd a usted g en eral, la
je rse c a c ió n que h iciero n al g en eral
Filo res, desde 'las “ P u n ta s del Ma-
cie!” , h a sta el R ío Negxo?
— ¡Cómo no la he d'e reco rd ar!
P ero an tes o cu rriero n alg u n o s epi­
sodios que no d ejan 'de te n e r su
im p o rtan cia y que, mi colega y am i­
go el g en eral T ezanos, om itió re fe ­
rírselos.
A ntes de em p ren d er n o so tro s esa
persecución, el generail P lo re s nos
sorpren d ió u n a noche cru zan d o u n a
picada del a rro y o Maciel, llevando
en los p rim ero s m o m en to s la consi­
g u ien te confusión a n u e stro s filas.
P ero, rep u esto s de elila, fo rm am o s
cuadros y pudim os re p e le r el a ta ­
que, volviendo los rev o lu cio n ario s
al otro laido.
U na vive/," de P lo r es
Al d ía siguiente, por 'la m añ an a,
el jefe rev o lu cio n ario m andó al g e­
n eral Gómez un p a rla m e n to com ­
puesto de tres vecinos dél lu g a r,
quienes venían facu’lta'dos p a ra de­
cir a éste, que según lo h a b ía d e ­
m o strad o en la nocihe a n te rio r, sus
fuerzas eran su p erio res a las del
- 170 -
gobierno; como así tam bién que le
proponía la celebración de u n a en­
trev ista, con la esperanza de qiie,
hablando como m ilitares y prescin­
diendo de los ¡políticos, podrían lle­
gar a un acuerdo. Esos mism os ve­
cinos expresaron al g en eral Gómez,
que el g en eral F lo res le prevenía
que si no aceptaba esas proposicio­
nes, v en d ría a pelearlo con su e jé r­
cito.
— ¿Y~el igienera.1 Gómez, que res­
pondió?
— íEil general Gómez que conocía
perfectam en te bien la v e rd ad e ra si­
tuación ^ él general F lores y que
éste p ara a p a re n ta r ¡tener m ayor n ú ­
m ero de h o nitor es, se mmltiplicaiba a
fuerza de actividades, dándoise
cuenta que ta l actitu d no era
o tra cosa que el fru to de una de
las ta n ta s vivezas de'l caudillo colo­
rado, — contestó a los em isarios:
— D igan ustedes ail general don
V enancio F lores, -que yo no en tro
en arreg lo s; y que, por él co n trario ,
le alhorraré el trabajo de venir por
mí, yendo yo a buscarlo.
Cañón en peligro
Y al ala siguiente cruzam os el
arroyo Macieí, en donde F lores a la
vez que iniciaba su re tira d a , nos
esperaba con líneas de g u errllas
tendidas, p ara contenernos. Su ejé r­
cito parecía ser el doble de lo que
era en realidad, porque las fuer­
zas m archaban con los caibaiMos “ on-
— 171 —
ra b a d o s” , h aciendo así dobles las
colum nas.
Los an teo jo s de la rg a v ista de­
n u nciaro n la tr e ta , y fué en tonces
que cargam os con m ayores ibríos,—
de ta l m a n e ra que, — e'1 ú n ico ca­
ñón con que co n tab a el ejército re ­
volucionario, estuvo a p u n to d e caer
en n u e s tra s m anos, n o o b stan te los
esfuerzos q u e en co n tra rio h acía p er
sonalm ente, el ¡propio genera/l F lo ­
res.
L legam os a e s ta r ta n cerca del
ansiad o cañón que el coronel de
los n u estro s, el célebre vasco B as-
ta rric a , en tu siasm ad o , g iita b a a to ­
do puflmón:
— ¡El cañón es n u estro ! ¡El ca­
ñón es n u e s tr o ! !!
— 'Pero, esta b a visto 3u e en esa
d esgraciad a revolución, todo nos
hafbría tie salir ma¡l. . .
Hazañas de Caraballo
C u an d o ya dábam os por n u e s tra
a esa dichosa pieza de a rtille ría , se
nos a/pareció in o p in ad am e n te por
re ta g u a rd ia , el g en era l flo ris ta Ca­
rab allo , lanceánidonoB y ab rién d o se
cuña e n tre n u e s tra s fi-las, cruzó co­
mo un ciclón, h a s ta in c o rp o ra rse
n u evam en te a los suyos.
Así sorprendido®, hicim os alto , en
cuya confusión, los co n tra rio s, g a ­
nando tiem po, p u d iero n p o n er a
buen recaudo su pieza de a rtille ría .
Jnm<>dlatamrtnto dospirés, prof»fc-
- 172 -
güim os la persecución h asta el P a ­
so de V illas Boas del Río Yí, siem ­
pre en contacto con la reta g u ard ia
y lois flancos del ejército revolucio­
nario, en cuyo iparaje nos detuvi­
mos p ara no fo rzar el Paso* al que
llegam os a la caída de la noche.
El gen eral F lo res encendió fogo­
nes ,para hacern o s ver que acam ­
paba allí, cuando la realidad era
o tra ; a m archas fo rzad as sliguió h as­
ta el Paso de los Toros del Río Ne
gro, que venía creciendo, v ad eán ­
dolo sin p érdida de tiem po. C uan­
do llegam os nosotros, nos en co n tra­
mos con esa b a rre ra insalvable de
agua y con que F lores se nos había
escapado uma vez m á s . . .
F uerzas o rien tales invaden el B rasil
— C uando cayó Payisiandú, ¿en
dónde se en co n trab a usted, general?
— E n F lo rid a, localidad que h a ­
bíam os recuperado nuevam ente.
De allí, el g eneral don Servaaido
Gómez desiprenldió al general don
B asilio Muñoz y al entonces coro­
nen don .Timoteo A paricio, con las
divisiones de F lo rid a y D urazno,
con órdenes de que invadieran el
B rasil, cuyas fuerzaís llevaban co­
mo je fe al coronel don Nicolás Mar-
fetán.
— ¿Y llegaron a inv ad ir el B ra­
sil?
— Sí, señor; llegaron has*ta Bagé.
en donde recibieron orden de reta r-
— 173 —
n ar al país, resp o n d ien d o a un n u e ­
vo plan de operaciones m ilita re s .
Con el aviso de que los p a ra g u a ­
yos venían en n u e stro auxilio,
aq u ellas fu erzas e ran n ece sa rias
aquí.
E l auxilio paraguayo
P ero , como es sabido, las fu erzas
dél m ariscal López, al m ando del
coronel E stigarrilbia, desp ués de
a b an d o n a r el P arag u ay , sdlo p u d ie­
ron lleg ar h a sta la ciudad b ra s ile ­
ña de U ru g u ay an a en su m arch a
hacia el U ruguay, en cuya localidad
tuviero n que so m eterse al E jé rc ito
Aliado.
Con las fu erzas p arag u ay as ve­
nían tam b ién alg u n o s o rien tales, e n ­
tre ellos el d o cto r don J u a n P ed ro
S alvañach y don P edro T. Ziipitria,
hijo este ú ltim o del soldado de la
Independencia, don R afael G. Zi-
p itría, de C anelones, co m p atrio tas
que, al h a b e r sido hechos p risio n e­
ros pon* las fu erzas aliad as, fu ero n
enviados después a Río Ja n e iro .
Como en U ru g u ay an a el ejército
aliado tra ta b a de re c o n q u ista r la
plaza que habían ocupado los p a­
raguayos. intim ó a éstos la re n d i­
ción, h aciéndoles ver que to d a r e ­
sisten cia re s u lta ría co m p letam en te
estéril, ya quo co n tab an los sitia d o ­
res con poderosa ^'•HUería, el doc­
to r S alvañach fué quien red actó la
contestación, concebida en los si­
g u ien tes térm in o s, a u n q u e después,
- 174 -
la conducta fuiera o tra en realid ad :
“ E l hum o de los cañones de u ste­
des, nos habrán som bra p ara p elear­
los.”
Esite fracaso de los paraguayos,
hizo ineficaz o poco menos, la ac­
ción de Muñoz y de A paricio, cuyas
fuerzas, cuando reto rn a ro n al país,
se en co n traro n con la novedad de
que M ontevideo, el últim o b alu arte
del últim o gobierno blanco que h as­
ta a/hora h a regido los destinos del
país, h ab ía tam bién cap itu lad o . . .
El g en eral don A nacleto M edina
— Díganos, g eneral: ¿conoció us­
ted a>l g en eral A nacleto M edina?
— Sí, señor; y tamto, que tam bién
serví bajo sus órdenes, cuando este
jefe, evolucionando a raíz de la r e ­
volución de César Díaz que tan tr á ­
gicam ente term inaría en Q uinteros,
se pasó a n u estras filas.
El general M edina, que fué uno
de los jefes máis prestigiosos del
partid o colorado, inició sus servi­
cios en los ejércitos que nos dieron
1.a Indeipendencia Nacional. A unque
analfab eto era m ilitar de bien pro­
bada pericia en el a rte de g u errear
y muy valiente por añadidura-
En cuanto a su físico, era de co­
lor m arcadam ente ailndiado; y de
a*hí que quienes* le querían mal le
llam ara n el “ ta p e ” Medina. Bajo de
e statu ra, máis bien grueso, usaba
un bigotito negro. E ra hom bre de
m uy pocas palabras.
— 175 —
Una. de suts c a ra cterísticas, que
nos llam ab a la atención, era la de
que no usaba som brero, cu b rien d o
en cam bio su cabeza con u n a g o rri-
ta de paño a®ul, cuyo a ro circ u n ­
daba con un cin tillo celeste, m uy
angosto.
No o b stan te se rv ir en un e jé rc i­
to blanco, no q u e ría ver divisas
b la n c a s . . .
— ¿Y por qué?
— ¡H om bre! Tal vez fu e ra p o rq u e
como h ab ía sido colorado h a s ta po­
cos años a n te s . - .
— ¿U stedes no le te n ía n descon­
fianzas, an te ese d etalle ?
— ¡Qué e sp e ra n z a ! ¡Le ten íam o s
ab so lu ta fé, p o rq u e ten íam o s el f ir ­
me convencim iento de q ue ja m á s
p o d ría volver a las filas de su p a r ­
tido de origen. Y a p a rte de esto, lo
estim áb am o s tam b ién p o rq u e era
v alien te y p orque,— com o ya se lo
he dicho— era m uy d ucho en las li­
des de la g u erra.
— ¿N unca le oyeron h a b la r uiste-
des respecto a su evolución?
— N unca.
— ¿Y resp ecto al g en era l P lo re s?
— Que h ay a h ab lad o m al, n u n ca
tam poco. P o r el c o n tra rio , creo que
sen tía resp eto p o r ese m ilita r.
El coronel Bastarrica
— ¿E l g e n e ra l Gómez no se vino
a M ontevideo, d espués de la acción
de C oquim bo?
— 176 —
— E s verdad, y los resto s de sus
fuerzas fu ero n in co rp arad o s al ejér­
cito del gen eral don A nacleto Me­
dina.
— ¿U sted no sirvió con B asta rri-
ca?
— «Sí señ o r; d u ra n te esa m ism a
g u erra. M andé tam bién una com pa­
ñía del 2.o de C azadores del cual
era jefe el expresado m ilitar.
— '¿P uede proporcionarnos a lg u ­
nos datos respecto a su p erso n a?
— -No tengo nin g ú n inconvenien­
te. B asta rrica, era vasco español y
en la g u e rra c a rlista de E spaña,
había servido en los ejército s del
p rete n d ien te al trono, h a s ta que los
acontecim ientos lo obligaron a em i­
grar, llegando a M ontevideo que se
en co n trab a a la sazón en plena
G u erra G rande, caá sus com pañe­
ros de arm as A m ilivia, C uru-
chaga, etc. P o r un lado la situ a ­
ción económ ica en que se en co n tra­
ba la R epública a causa del Sitio; y
por otro, las inclinaciones bélicas
de dichos señores, fueron factores
que los in d u jero n a ofrecer sus es­
padas a la causa que defendía en
aq u ella em ergencia, el general don
M anuel Oribe.
El coronel B astarrica d u ran te la
revolución de F lores, estaba ya
b a stan te acriollado. Muy alto de es­
ta tu ra , grueso, de voz poten te y
muy hum ano, era u n hom bre que
— 177 —
había nacido p a ra ser m ilita r y
p a ra m a n d ar.
S um am en te severo y ex ig en te en
las cu estio n es del servicio, cu ando
o c u rría algo an o rm a l en el cu artel,
nos decía con to n o de sev erid a d :
— “ Ya se lo a n d a n con la bochin-
c h e r í a . . . “ E ra este un estrib illo
que te n ía el corone1! y q u e a n o s­
otro s los oficiales, todos crio llo s de
bu en a cepa, nos h acia m udha g ra ­
cia.
C uando cayó la p laza d e P a y s a n ­
dú y el g e n e ra l F lo res se vino a
M ontevideo con su s ejé rc ito s tu v i­
m os q ue tiro te a rn o s en d is tin ta s
ocasiones con la s fu erzas rev o lu cio ­
n a ria s. R ecu erd o q ue c ie rta m a ñ a ­
na que avan záb am o s con n u e s tro
b atalló n p a ra salrrle al e n c u e n tro a
o tro cuerpo b rasileñ o que m a rc h a ­
ba h acia M ontevideo y a cuya u n i­
dad a rro lla m o s p o r com pleto, salió
p recip ita d am en te en pro tecció n de
ésta, el b a ta lló n 24 de A b ril (que
m an d ab a el co ro n el don W enceslao
R egules, — o tro v alie n te , — en cu­
ya o p o rtu n id ad p eleáb am o s a ta n
escasa distancia, que B a s ta rric a g ri­
ta b a al jefe colo rad o :
— ¡•Cihé R egules. A vanzá con tu
batalló n que te lo voy a h a c e r un
c o te jo !
Lo cierto fué, te rm in ó d icién d o ­
nos el g e n e ra l V isillac, q ue p ro se­
guim os q u em án d o n o s a m uy escasa
d ista n c ia ; y q ue am b as fu e rz a s t u ­
— 178 -
vieron que re tira rs e m ás ta rd e a
sus respectivas 'posiciones, sin otro
resu ltad o que el de la pérdM a de
unos cuantos sol<da)dos por am bas
partes.

¡Concepto sobre el g en eral F lo res


— Sabem os general, — dijim os al
distinguido jefe — que usted ha
sido herido varias veces en las m u­
chas acciones de g u erra en las cua­
les le ha tocado a c tu a r. . .
— Yo le he dado ya m uchos d a ­
tos respecto a n u e stra s revueltas.
E n lo que se refiere a m í, p erso n al­
m ente, Vd. m e ha de p e rm itir que
sea parco en p a la b ra s. . .
— iBien; pero den tro de esa p a r­
quedad, díganos a l g o . . .
— 'Perdón. No insista. Es inútil.
Es decisión irrevocable.
Y como fu eran in ú tiles todos
n u estro s ruegos y n u estro s razo n a­
m ientos p ara que este veterano, de­
jase a un lado su m odestia, tr a ta ­
mos de so rp ren d erlo con una nueva
exigencia, abusando de su p ro v er­
bial bondaid.
— Muy bien, general. A ceptam os
su decisión. P ero queda entendido
que Vd. continúa dispuesto a pro­
p orcionarnos datos con respecto a
los dem ás. ¿No es así?
# — i Ah, eso sí!
— E n to n ces. . . ¿Qué concepto le
ha m erecido jy le m erece la perso-
L a C o m an d an cia M ilita r de P a y sa n d ú
- 180 -
n alid ad 'del gen eral don V enancio
F lo res?
Y fo rm u lad a la p re g u n ta así. de
sopetón, a este ¡hombre q u e lu d ió
c o n tra aq u el m ilitar, nos respondió
acaricián d o se su nivea y la rg a pera,
a la vez que nos m irab a tra n q u ila ­
m ente, sin d em o strar que, por una
sorpresa, p reten d íam o s colocarlo en
una situación un ta n to incóm oda.
— -Pues m iren : el gen eral F lo res
me 'ha m erecido y co n tin ú a m ere­
ciéndom e, como hom bre y como m i­
lita r, un excelentísim o concepto.
Como hom bre fué bneno y h o n es­
to y como .m ilitar, uno de los p ri­
m eros caudillos que h a tenido el
país.
H ab rá tenido sus erro res, p orque
¿quién no lo.s tien e? E n mi m an era
de ap rec iar las cosas, el m ayor de
ellos fué el de thaberse aliado con
los brasileños, con cuyas fu erzas
en tró a M ontevideo. P ero la v e r­
dad es que siem pre fué un hom bre
hum ano el g en era l F lo res ¡y q u e ja ­
m ás oí decir a 'mis correligionarios
de aquellos tiemipos, qué n in g ú a
acto ipudiese a rro ja r som bras sobre
el buen concepto de q u e gozaba el
caudillo colorado.
Con un efusivo apretón de manos,
nos despedim os de este noble viejlo.
CON LA COMPAÑERA D E L G EN E­
R A L DON G REG ORIO SUAREZ
Un ju ra m e n to die S uárez. — S o b re
el fu sila m ien to del g e n e ra l Góm ez
y dem ás com pañeros de in fo rtu ­
nio. — Y p ru eb a de q u e n o e r a
ta n m a lo . . . — Ju g án d o se la v i­
da. — La m u e rte de S uárez.
No poco tra b a jo nos dió encon­
tra r a la co m p añ era que fué del ge­
n eral don Grelgorio S uárez. S ab ía­
mos q u e vivía en e sta cap ital y tr a s
no ,p ocos días de in v estig acio n es, se
nos indicó un lu g a r como p ro b lem á­
tico refu g io de esta s e ñ o ra . Y a llá
fuim os, a u n a casa de carid ad , cuyo
nom bre reserv am o s a pedido de la
propia in teresad a, en donde, g racias
a la bondad del D irecto r y del S ecre­
tario del estab lecim ien to , se h a c e
mas llev ad era la vida de esta sim p á­
tica vieja, ciega y Hena de acn aq u es.
R eco rd an d o a su h ijo A tan asild o
— De su u n ió n con el g e n e ra l
S uárez, ¿cu án to s h ijo s h u b ie ro n ?
— Dos, so lam en te: A tan asild o y
G enoveva F lo ren cia, que m u rió en
el B rasil en 1899, después de h a ­
berse casado con un m a rin o b ra s i­
leño. de apellido C o rrea.
— ¿E n qué año se u n ió u sted al
genera/1?
— D esm iés de la g u e rra de A p ari­
cio, en 1873.
— 182 —
—-¿El no le h ab lab a de sus accio­
nes de g u erra?
— No, señor, porque como yo era
de fam ilia b lan ca. . .
— ¡Cómo, b lan ca. . . ?
— Sí, señor. B lanca por las dos
ram as. P o r los U m pierres, ram a pa­
te rn a y por los de las C arreras, de
la ram a m atern a. El doctor A ntonio
de las C arreras que servía al Go­
bierno cuando la C ruzada L iberta­
dora y que m as ta rd e fu era asesi­
nado en el P arag u ay por el tiran o
López, era herm ano de mi m ad re. ..
Es n a tu ra l que yo le oyera h ab lar
frecu en tem en te con sus am igos y
com pañeros de hechos de arm as en
los cuales les h ab ía tocado in terv e­
nir .
Un ju ra m e n to de S uárez
Un día le p reg u n té:
— *Pc:iQue eres así, Suárez, tan
Intran sig en te con los blancos, que
te califican si euro re de salvaje, de
Inhum ano y te ponen motes desa­
gradables?
— «Mira, C arolina, tu no entiendes
de estas cosas, me respondió seria­
m ente y viisiibl-emente co n trariad o .
Yo jam ás te hablo de política, por­
que er^s y poroue a ra rte de
eso eres de ascendencia blanca. P e­
ro va que me p lan teas la cuestión,
hablem os por esta vez solam ente, de
o p in io n es. . .
P.o.'!o vo niiMo valo rar el sacrifi­
cio que me he im puesto.
Iloña C aro lin a U m p ierres de S u á­
rez.
- 184 -
A m i fam ilia, sindicada de “sa l­
vaje” siem pre la persiguieron los
blancas y la h ic ieran víctim a en 'dis­
tin ta s ocasiones de castigos corpo­
rales, de u ltra je s y del despojo de
bus bienes. P ero el calmo de la in­
hum anidad llegó, cuando a mi m a­
dre, desipués de h ab erla atado
con m aneadores en el horcón
del rancho en donde vivía, le
p rend iero n fuego a éste p ara
que m u rie ra q u e m a d a ... Des­
de ese día, ju ré ser ríg id am en te
severo en las g u erras con mis con­
tra rio s, cuando recogía los resto s
calcinados de mi pobre v ieja en el
lu g a r de la trag e d ia, (Polanco del
Río N egro), en cuya ta re a me ayudó
mi fiel asisten te M anuel S anta B ár­
b a ra .
Por es eme odio a los b lan­
cos, term in ó 'dictándome. Y te ruego
que no vuelvas a h ab larm e de estos
asuntos que tu no e n tie n d e s ...
— c í: — me atrev í a insistir. P e­
ro tú, en P aysandú, salvaste a al­
gunos blancas, como a E stom ba y
a mi tío E rn esto de las C a rre ra s ...
— T,os salvé porque sabré el odio
partid ario , está el deber de la am is­
tad. Estom ba y de las C arreras eran
mis am igos, — term inó diciéndom e
Suárez y me dió la espalda ensegui­
da, como p ara que no le hablase una
sola p alab ra más sobre el asu n to .
— 185 —
Sobre el fusilam iento del general
Gómez y demás compañeros de
infortunio.
— Mii y bien señora. Son m uy in ­
te re sa n te s sus d ato s; pero con re s ­
pecto al fu silam ien to de L ean d ro
Gómez y dem ás com pañeros de in ­
fortun io ¿n u n ca le oyó decir n a d a
al general Suárez?
— A mi n u n ca me dijo n ad a sobre
el p a rtic u la r, por las razones q u e
ya le h e dicho; pero en conversacio­
nes que so sten ía con sus am igos,
pude oírle m as de u n a vez, q u e él
no h ab ía sido quien d ie ra la o rd en
de fu sila r a los p risio n e ro s, sino que
ella h ab ía sido el fru to de u n a deci­
sión p erso n alísim a de B elén. S u á­
rez decía en ta les conversaciones
que a él lo h ab ía so rp ren d id o ta m ­
bién la ejecu ció n .
— ¿Y cómo, entonces se resp o n ­
sabilizó con sem ejan te acto
— Yo no lo se señor. Eil era un
hom bre raro , ^alv ez ñor sa lv a r al
indio B elén, de que lo fu sila ra n ...

Y prueba de que no era tan m alo...


Y créam e, — S u árez no era m a ­
lo, — prosiguió diciéndonos m isia
C arolina. E l sig u ien te h ech o que
m e contó el propio L o ren te, aq u í
en M ontevideo d esp u és que m u rió
mi esposo, le d e m o stra rá que si a l­
gunas voces fué severo orí el a rd o r
- 186 -
de la lucha, supo ser bueno tam ­
bién en d eterm in ad as ocasiones.
Don Félix L orente casado con do­
ña M icaela V illadem oros, h ija de
don Carlos V illadem oros, M inistro
de Oribe en el C errito, fué de los
que en calidad de oficial le cupo la
gloria de pertenecer a los heroicos
defensores de P ay san d ú ; y él m is­
mo, años después de m orir Suá-
rcz, me contó lo que voy a rela tar.

Ju g án d o se la vida
Cuando la plaza de P aysandú ca­
pituló, el señor L orente que había
salido ileso en la san g rien ta con­
tienda pudo escapar a que lo hicie­
ran prisionero, escondiéndose en
una ca.ca; pero resu ltan d o un ta n ­
to incóm oda su situación ya que le
era pocos m enos que im posible po­
der salir de la ciudad sin ser
visto, profirió p resen társele a Suá­
rez, no o b stan te caber que dicho je ­
fe colorado estaba sindicado ya, co­
mo posible a u to r de la orden de
fusilam iento de los prisioneros.
Y al día siguiente de la ren d i­
ción, L orente se presentó a Suárez,
con divisa blanca, en la casa que
éste ocupaba, p ara decirle:
— C oronel. A unque he escapado
a que me hicieran prisionero, ven­
go a presentárm ele. No he com eti­
do ningún delito, porque defender
con las arm as la causa de sus afee-
— 18 7 —
ciones, no es u n crim en. A quí es­
ta y con m i divisa to d avía.
— H a hecho usted m uy bien se­
ñor, po rq u e p eleando c o n tra n o s­
otros, h a cum plido con su deb er
de p a rtid a rio .
Cuando estab an en eso, — p ro ­
siguió diciéndonos n u e s tra rep o r-
te ad a, — hizo irru p ció n en la casa,
la señ o ra de L o ren te que, desespe­
rada, dirigiéndose a Suárez, le im ­
ploraba, an eg ad a en llan to que re s ­
petase la vida de su esposo.
— Señora, — le dijo S u árez e n ­
tonces: — E sté co m p letam en te
tra n q u ila que a su esposo no le p a ­
s a rá n ad a d esag rad ab le. Yo no soy
nin g ú n asesino. C uando m ato, es
peleando, h om bre a h o m b re en el
a rd o r de u na b a ta lla , ju g a n d o m i
vida tam b ién . V aya pues, tra n q u ila
a eu casa con su esposo, que yo
velaré por u stedes.
Y mi esposo, — nos dijo m isia
C arolina, — según m e lo expresó el
propio L o ren te en su casa de la c a ­
lle S anta L ucía e n tre las de C ane­
lones y M aldonado — en cuplim ien-
to de la prom esa que les h iciera,
les m andó u n a c a rra d a de leñ a,
provisiones de boca y u n a lech e­
ra . . .
— P erd o n e que la in te rru m p a ­
mos, señ o ra. ¿S uárez le contó a lg u ­
na vez este episodio de su vida?
— N unca. Ya le he dicho que en
cuestiones de esta n a tu ra le z a , ja ­
— 188 —
m ás en tró en confidencias conmigo.
Me lo contó, como ya se lo he didho,
el propio L o ren te que no te n ía p a­
lab ras b astan tes p ara ag rad ecer la
co n d u cta de mi esposo.
Con respecto al cariño que Suá­
rez sen tía por su m adre, b ástele
sab er que en el mism o sitio donde
se le v an tab a el ran ch o en el cual
aq u ella pereció quem ada, m andó
c o n stru ir m ás ta rd e , u n a iglesia
p a ra que p erp etu ara su m em oria,
paredes que se lev an tan a m ás de
un m etro del suelo y cuya co n stru c­
ción se suspendió a la m u e rte d sl
g eneral Suárez. T an delicado sen ti­
m ien to de am or filial, d em u estra en
form a elocuente, que el corazón de
aquel bravo g u errero , no estaba ce­
rrad o como se ha didho. a todo sen­
tim iento de te rn u ra .

L a m u e rte de Suárez
— A hora pasem os a la p a rte final,
señora.
— ¿De qué enferm edad m urió’
su com pañero?
— (E nvenenado.
— ¡Cómo. . . !
— Sí, señor. Lo hizo envenenar
L a to rre con un m ate de té, que le
sirvió u n a persona que vi’ve todavía
y que por razones que usted muy
fácilm ente com prenderá, no puedo
nom brársela.
— 189 —
— 'He oído decir, q ue la ag o n ía
del g en eral Suárez, fué atro z m en te
dolorosa e in q u ie ta ; y que aq u él, y a
en estad o inconsciente, d isv ariab a
a g rito s con b a ta lla s y con lancee
p e rso n a le s. . .
— Eso e s u n a in e x actitu d . E n 6u
enferm ed ad que d u ró cato rce d ías
y d u ra n te la cual lo asistiero n los
doctores F ran cisco A n to n io V i^al,
P im en tel, L eo n ard y o tros, no ocu­
rrió n a d a de eso que u sted m e d i­
ce. Al c o n tra rio : fué i-'ia vida que
Be fué ex tin g u í? ado g ra d u a lm e n te ,
sin alu cinaciones ni violencias.
Al d espedirnos de e sta v ieia que
conserva to d a v ía rasgos fisonóm*
eos que h ab lan de belleza, a la vez
que d eten ía e n tre las su y as n u e s­
tr a d ie stra , nos dijo .
— ¿Cómo es su n om bre que ko
lo recu erd o ?
— Y al rep etírselo , le dim os u»a,
ta rje ta , que su s m anos de uie 5>a
g u a rd a b a n cu id ad o sam en te, a ia
vez que exclam aba rién d o se:
— ¡'Caram ba, señ o /! Ye no ten ¿o
o tra con qué retribuir.© .
¡Estoy m ás f.aifcVt que u n a ta ­
b a !!!
LA CADENA DE L.EANDRO GOMEZ
Desaparecida cuando su ejecución—
Empieza la historia — Grata sor-
presa — Y m algré todo. . .
La cadena antigua
E n la época que nos ocupa, e ra
m oda e n tre la g en te de pro, u s a r p a ­
ra sus relojes, la rg u ísim a s cad en as
de oro a guisa de co llar, cad en as
que, después de ro d e a r la p a rte
p o sterio r del cuello y de h acer
com ba, le v an tab a n to d av ía sus dos
extrem os p a ra a s e g u ra r al relo j,
que se g u a rd a b a bien en uno de los
bolsillos del chaleco, si se tr a ta b a
de un civil, o bien so b re el su p erio r
de u n a casaq u illa, en caso de un
m ilitar.
L ean d ro Gómez, de a rro g a n te fi­
gura, y que ta n to social como m ili­
ta rm e n te era h o m b re de sobrados
pr stigios, o sten tab a u n a de esas
a lh a ja s d u ra n te los d ías de la de­
fensa; pero, a poco de h ao er 3 ido
fusilado, su cadáver fué visto p o r
don P ablo A. D ugrós, no so lam en te
sin la cadena, sino que tam bién sin
sus ro p as ex terio res y su calzado.
Empieza la histoi'Vi
H ace ya alg u n o s años s* p resen tó
cierto día al estudio del d o cto r don
A lberto G arcía Lago?, reclam an d o
sus servicios p ro fesio n ales, un m o­
desto h om bre de cam po, hum ado
— 192 —
F a u stin o P erey ra, quien, finalm ont*.
salió airoso en el litigio.
— Doctor, — le dijo, — el asunto
ya está term in ad o . ¿C uánto le debo?
— N ada, mi am igo; ra_> b asta con
haber tenido el placer de conocer y
d efen d er a un hom bre ho ./ad o comc
usted — contestó a P erev ra el doc-
te r G arcía Lagos.
Y tr a s a lg u n a s e x h o n a b o n e s de:
o lie n t e p a r a q u e el a b o g a d o f ij a s e
bu»' h o n o r a r io s , d ijo f in a lm e n t e el
p r im e r o :
— Bueno, am igo docfwi'¡ ya veo
que no me quiere recibir dinero. M a­
chísim as gracias. P ero, en cambio, lo
voy a h acer q u ed ar bien con su ao-
via.
E l doctor G arcía La^oj, que no
había dado m ayor im por'íincia a lo
dicho por P erey ra, recibió pocos día6
después la visita de éste, que le tia ía
una larg a cadena prim orosam ente
tra b a ja d a . Y al hacerle en treg a de
ella le dijo:
— R egálele u sted esto a su novia,
que ella sab rá valo rarlo y usted ha
de q u ed ar muy bien.
Y aquel buen paisano no quiso
decir una sola palabra m ás sobre el
asunto.
Grata sorpresa
B astan te intrigado, el doctor G a r­
cía Lagos se dirigía en la noche de
ese m ism o día a hacer su visita a
la que m ás ta rd e sería su esposa—
la entonces señ o rita F a u stin a Gómez
L a J e f a tu r a de P o lic ía
— 194 —
h ija del g en eral don L eandro G ó­
mez — con el reg alo que h aría a
ésta por indicación de su cliente. Y
segundos después de en co n trarse al
lado de su p rom etida y ein decir una
sola palab ra, sacó de uno de sus bol­
sillos la cadena, que puso en m anos
de su novia.
L a h ija del g en eral sacrificado en
P aysandú, sin poder contener un
g rito de so rp resa, exclam ó:
— ¡E sta es la cadena de mi m a­
dre!
Luego vinieron las explicaciones y
la señ o rita de Gómez dijo a su p ro ­
m etido que, m u e rta su señ o ra nía
dre cuando ella era m uy n iñ a to d a­
vía, su p ad re el g eneral, le había
reg alad o esa cadena, pero con la
condición de que él co n tin u aría
usándola h a sta que ella fu era ya se­
ñ o rita.
Y, efectivam ente: don L eandro
Gómez llevaba invariab lem en te sobre
su blusa de m ilitar, la preciosa ca­
dena que rodeó su cuello h a sta se­
gundos después que su cuerpo ca­
yera atravesado por las balas f r a tr i­
cidas sobre el césped d2 la q u in ta
de Ribero.
Y malgre todo. . .
E sa cadena, a raíz de la ejecución
cte los prisioneros, f r é vista en ma­
n os del m ayor Belén, quien más
ta rd e la h ab ría de reg alar a una
p aisan a am iga suya. Y don F au stin o
P erey ra ia hubo después de la ex-
Otro aspecto de la Iglesia Nueva
p resad a m ujer, que fué quien con­
tó la procedencia de la histó rica
alh a ja , que conserva am orosam ente
u n a n ie ta del general, la gentil se­
ñ o rita D ora G arcía Gómez, h ija del
doctor don A lberto G arcía Lagos y
de la señ o ra F au stin a Gómez de G ar­
cía Lagos.
GOLPE DE MANO CONTRA FAUS­
TO AGUILA»
En marchas hacia M ontevideo —
Detenidos en lia s Piedras— Faus­
to Aguijar herido— Abandona m o'
m entáneam ente el ejército, p^ra
su curación — Emboscada que
fracasa — Una partidaria decidi­
da — Cambio de ruta.
Después de Las Cañas
D espués del com bate de L as C a­
ñ as realizad o en el d e p a rta m e n to
del Salto el 2<5 de J u lio de 1863, en
que las fu erzas g u b e rn ista s al m a n ­
do del g en eral don Diego L am as,
fu eron d e rro ta d a s p o r los rev o lu cio ­
n a ria s de F lo re s,— éstas, — m a r­
charon de in m ed iato h acia el ‘3ur,
con in ten cio n es de ap ro x im arse a
las m ism as p u e rta s de M ontevideo,
con el fin de p re sio n a r al G obierno
y de a tra e rs e nuevos co n tin g en tes
de hom bres, lleg an d o h a s ta el p u e­
blo de L as P ie d ra s, sin q u e n in g ú n
obstáculo se les opusiese-
E l ejército rev o lu cio n ario , — s®-
gtln nos lo n a r r a en in te re s a n te
opúsculo el señ o r M anuel F e rra n d o ,
que sirvió como soldado, prim ero , y
como oficial m ás ta rd e en el m ovi­
m iento arm ad o que nos v ien e ocu­
pando,— m a rc h ab a confiado, en tr e s
colum nas, ya q ue sus d escubiertas,
en todo el la rg o tra y e c to reco rrid o ,
— 198 —
no h ab ían visto a un solo enemigo.
F a u s to A gullar, que llevaba "en ra-
b ad a” su cab allad a de repuesto, ocu­
paba la d erech a; Floree, la del cen­
tro y C araballo la de la izquierda.
N uevas proposiciones d e paz
D esde S an ta Lucía, el general
Floree, volvió a h acer ofrecim ien­
tos de paz, que el P resid en te de la
R epública don B ern ard o P. B erro no
aceptó, si no a cam bio de un som e­
tim ien to incondicional de los revo­
lucionarios, que rech azaro n esa fó r­
m ula.
A nte el resu ltad o de la gestión,
el ejército flo rista, iproeiguió av an ­
zando sin n in g u n a clase de recelos;
y cuando la gente de F au sto Agul-
la r hab ía en trad o ya a un callejón,
bordeado de cercos de pitas, de los
suburbios de Las P iedras, fu é sor­
p ren d id a por n u trid as descargrae de
fusilería y de artillería.
F au sto , h erid o
Los blancos, al m ando del gene­
ral don Lucas Moreno, y prevenidos
de la aproxim ación de las fuerzae
coloradas, se ocu ltaro n den tro de
unos grandes zanjones y d etrá s de
los cercos, en núm ero de dos mil
in fan tes y algunos artillero s, desde
donde hicieron certero fuego, en su ­
ya acción fué herido en un hom ­
bro, F au sto A guilar.
E ste hecho de arm as que no tu ­
vo m ayores trascendencias, hizo
— 199 —
desviar la r u ta que se p ro p o n ía se­
g u ir el ejército d e Filares, q u e vol­
viendo esp ald as a la capital, em ­
prendió m arch a h acia el d e p a rta ­
m ento de Minas, p a ra en seg u id a p a ­
sa r al de C erro L arg o y de a llí al
Oeste, con el fin d e s itia r por p ri­
m era vez a P ay san d ú .
L as m arch as por u n lado, y la
fa lta de m edios curativos, p o r o tro ,
fu ero n fatotores que co n trib u y ero n
a que la h e rid a del g e n e ra l A g u ilar
se ag rav ara, razón p o r la cual, F lo ­
res dispuso que su v a lie n te y eficaz
co labo rad o r p a sa ra a a sistirse a
B uenos A ires, en aten ció n a que.
por su calidad de rev o lu cio n ario ,
le estab a vedado h acerlo en M onte­
video, a m enos de caer p risio n ero .
Así las cosas se form ó u n a es­
colta de ciento cin cu en ta ho m b res,
escogidos, cuyo m ando se confió al
sarg en to m ay o r don M odesto Cas­
tro, que llevaba como oficiales a
Leopoldo A lbín, F elician o V iera.
Jo sé Tato, D om ingo C ristald o , T o­
m ás Gromensoro y B e rn a rd o D oblas.
— pequeña fu erza que, reco rrien d o
de E ste a Oeste la R ep ú b lica, —.
pudo lleg ar sin que fu e ra m o lesta­
da, h a s ta el p u eb lito de B elén del
d ep artam en to del Salto, desde cuyo
punto pudo A g u ilar p a s a r a la A r­
gentin a. asilán d o se en la ciu d ad de
C oncordia.
- 200 -

P re p a ra n d o el golpe
Los blancos, en conocim iento por
sus espías, de la presencia y del iti­
n erario de v iaje del jefe colorado,
concibieron el plan de tom arlo p ri­
sionero, p ropósito que h ab rían visto
coronado por el m ejo r de los éxi­
tos, si no h u b iera m ediado la opor­
tu n a intervención de u n a señora,
decidida p a rtid a ria de los colora­
dos.
En efecto; un grupo de guber-
n lstas se em barcó ocultam ente en el
vapor d e la c a rre ra la noche a n ­
te rio r de la p artid a, p ara echar el
g u an te al au x iliar de P lo res cuando
p isara sobre la cu b ierta del buque;
pero doña J u sta Zam brana, vecina
de la ciudad del Salto, tom ó a su
vez las m edidas del caso p ara des­
b a ra ta r el plan, a cuyo fin y m edian­
te la ayuda de un botero de su ab ­
soluta confianza, pasó a Concordia
d u ra n te las h o ras de la noche, para
com unicar así p ersonalm ente a F au s
to A guilar, lo que co n tra él se tr a ­
m aba.
D esterrad a
P u estas m ás ta rd e en claro ¡as
causas que m otivaron el fracaso del
golpe proyectado, las au to rid ad es
del Salto resolvieron d e ste rra r a tan
decidida p a rtid a ria de la causa re ­
volucionaria, en cum plim iento de
cuya decisión, tuvo que p asar dofia
— 201 —

J u s ta Z am b ran a c o n ju n ta m e n te con
su h ija A m elia, a re sid ir en la ve­
cina ciudad de C oncordia.
G racias pues, a la in terv en ció n
de la v aro n il señora, A g u ilar pudo
lleg ar a B uenos A ires, por el río
P aran á, que le ofrecía a b so lu ta s se­
guridad es.
PLORES EN MONlíEVIDEO
El Coronel don León de P allejas.—
E l sitio a M ontevideo. — Prepa­
rativos para un bombardeo. —
Las partidas exploradoras del ge­
neral Caraballo. — Al margen
del asesinato de Florencio Vare-
la. — Quien pagó para que lo
asesinaran. — E l canario Cabre­
ra. — Don Domingo Moreira. —
Secuestro de Cabrera. — La en­
trada triunfal de Flores. — Su
recorrido.
R en d id a la plaza de P ay san d ú
tra s su h eró ica defensa, nos d ijo
don Pa'blo A. D ugrós, el ejército
rev o lu cio n ario del g en era l F lo res,
llegó 6in resisten c ias d e n in g ú n gé­
n ero h a s ta las p u e rta s de e sta ca­
p ital, in iciando el sitio el 2 de F e ­
b rero de 1865. S olam en te en la
U nión y sus a lre d d o re s so lían h a ­
b er a lg u n as escaram u sas.

E l coronel don León de P alleja


L a escu ad ra b ra sile ñ a , con el fin
de cooperar a la acción de las f u e r ­
zas de tie r r a ei fu e ra n ecesario ,
bajó tam b ién el U ru g u ay , no sin
que an tes, la " Ib a h í” , en la q u e yo
venía en calid a 1 de práctico , em ­
b a rc a ra en B uenos A ires al coronel
León de P a lle ja s, que se e n c o n tra ­
— 204 —
ba em igrado allí, después de h ab er
estad o pre6o co n ju n tam en te con
o tro s ciudadanos abordo de un pon­
tón fondeado en la rad a de M onte­
video, cuyo jefe era el coronel don
J a v ie r Gurucihaga, vasco, an tig u o
carlista y que má¿3 ta rd e vino a
ser suegro del célebre coronel B as­
ta rric a .
E l coronel P allejas, que había ob­
tenido 6U lib ertad , gracias a la in ­
tervención del P resid en te M itre y
d'&l M inistro español aq u í acre d ita­
do, h ab ía dado su p alab ra de ho­
n o r al G obierno de A guirre, de que
no to m aría p a rte en la contienda.
— ¿Y entonces, en qué calidad
venía?
— P róxim a ya a te rm in a r la con­
tien d a civil, vino a u n ir *.3 a su f a ­
m ilia, desem barcando en el Buceo,
sin por ello violar en lo m ás m í­
nim o ta n pundonoroso m ilitar, el
prom iso an terio rm e n te contraído.
El sitio a Montevideo
M ontevideo, puée, sitiado por
m ar y por tie rra por m ás de doce
m il hom bres y por catorce buques
de gu erra, quedaba en desesperada
situación, porque, llegado el caso
de u n a resistencia, ya estaba d e te r­
m inado que se procedería a un in ­
tenso bom bardeo, y p ara ello, los
buques brasileños, tom aron posicio­
nes estratég icas: los grandes, al
Sur, en línea recta con la calle Río
— 205 —
N egro, y la cafio rera “ Y b ah lM, la
nave de m en o r calado, próxim a a
la “ B a rra c a d el M ar", u b icada en
la calle F lo rid a , con in stru c cio n es
— la úilitima — de b o m b a rd e ar el
“ Cuartea de B a s ta rric a ” , boy del l.o
de In fa n te ría , calle A g raciad a y G ua­
re]’m.
E n ese entonces, no h a b la e d ifi­
cación d e A g racid a h acia la iz q u ier­
da, pues todo aquello e ra p lay a y
m ar De modo que, el c u a rte l ve­
n ía a q u e d a r co m p letam en te d espe­
jado con fre n te a la b ah ía.
P a ra q u e u sted es p u ed an a p re ­
ciar m ejo r cómo e ra aq u éllo — ¡pro­
siguió diciéndonos él señ o r D ugrós.—
bás/teles sab er que años desp u és de
estos sucesos, u n te m p o ral a rro jó
a m uy pocos m etro s ;!el c u artel y
sobre la m ism a calle A g raciad a a
u n a goleta.
V olviendo al a su n to bélico, L ace­
mos g racia al lector, del estad o de
ánim o en que p o d ría e n c o n tra rse
la población de M ontevideo an te
tan am en azan te p ersp ectiv a
Intim ando rendición
El g en eral P lo res h ab ía in tim a ­
do la ren d ició n de la ’,)laza, con
prevención de que p ro ced ería a
b o m b a rd e arla en ea®o ríe re s is te n ­
cia; y el a lm ira n te fran cés d e e s ­
tación en n u e s tra s ag u as, habló por
su p a rte tam b ién , con el a lm ira n te
T am an d aré, a quien p reg u n tó si en
— 206 —
realid ad lleg aría a bom b ard ear a
M ontevideo, en caso de que la p la­
za resistiese. Y como el m arino
b rasileñ o co n testase a firm a tiv a ­
m ente, aquel diplom ático aconsejó
a sus súbditos que ab an d o n aran le
ciudad.
L as fam ilias em pezaron a d ejar
sus ho g ares, m uchas de las cuales
se guarecieron en la Unión, e-’ r o n ­
de se eco n trab a el. grueso del ejér­
cito colorado; o tra s buscaron r e ­
fugio en los pueblos cercanos; y
otras, fin alm en te, en un pontón que
los franceses u tilizab an como de­
pósito, barco que estab a fondeado
fre n te al “ F u e rte San Jo sé ”.
Y fué recién entonces que se con­
vino la rendición, sin necesidad,
felizm ente, de d isp a ra rse un solo
tiro .
Las partidas exploradoras del gene­
ral Caraballo
El 20 de F eb rero hizo su in c u r­
sión el g éneral C araballo como ex­
plorador, con varias p artid as de
caballería que se disem inaron por
la ciudad sin q u e el orden fu era
alterad o en lo m ás m ínim o.
E l asesinato de Florencio Vareía
Al desfilar urna de estas p artid as
arm ab as por la calle 25 de Agos­
to esquina Ituzaingó, un soldado al
ver a cierto individuo que estaba
parado en una esquina, de curioso,
— 207g—
exclam ó de pronto, so rp ren d id o , d i­
rigiéndose a un com pañero.
— ¡M ira quien e stá a h í!!!
— ¿Q uién ©s?
— Eíl oainario Cato reír,a, efl q u e a se si­
nó a F lo ren cio V arela.
Y dicho esto, v ario s so ld ad o s se
apearon, p ara a p re h e n d e r al confia­
do hom bre, quien llevado p o r el
grupo, d esap areció p a ra siem p re de
M ontevideo, sin que ja m á s se tu v ie ­
ra n noticias ni d e su existen cia ni
de la su e rte que corrió.
— ¿Caira'ballo e s ta b a próxim o a
ese gruipo o vió lo o cu rrid o ?
— No, señor-
— ¿Q uién era el oficial q u e oa,pi-
laneaJba la p a rtid a ?
— No sé qu ién era.
— ¿U sted presenció ese hecho?
— No, señor. P o rq u e recién pisé
tie rra , en la noche de ese d ía , con
<%1 co m an d an te S an to s de La “ I b a h í” ,
— de “c o n tra b a n d o ” , sin perm iso,
d esem barcando en el bote d e u n a
goleta en el “ Cu'bo del N o rte ” , en
donde te rm in a b a la calle Ju n c a l. E l
com an d an te Santos era casado con
una m ontevideana. cuyo n o m b re no
recu erd o y te n ía su casa en la ca­
lle 25 d e Mayo e n tre J u n c a l y Ce­
rro (hoy B arto lo m é M itre ).
Los hechos que le acabo de n a ­
r r a r los su p e al otro día d e o c u rri­
dos, por boca de mi colega H ila rio
Díaz, que tam b ién era can ario y que
los presenció.
- 208 —

La noche del crimen


F lorencio V arela h ab ía sido ase­
sinado traid o ram e n te, por feroz pu­
ñ alad a en la espalda en la noche
del 10 de Marzo de 1848, en c ir­
cunstan cias que, después d e h ab er
asistido a u na función celeb rad a en
el te a tro San F elipe (á re a que ocu­
pa el P alacio T ara n co ), colocaba la
llave en la c e rra d u ra de la p u erta
de su casa, en la calle M isiones,
en tre 25 de Mayo y C errito.
E:1 dootor Florencio V arela fué
uno de los m ás esforzados enem i­
gos de la tira n ía de R osas; y des­
de las colum nas de su v alien te d ia­
rio “ E l Comercio del P la ta ” , com­
batió con todos sus bríos, no sola­
m ente al tiTano arg en tin o , sino que
tam bién al g eneral don M anuel O ri­
be, que sitiab a a M ontevideo, con
fuerzas y recursos que aquel le p ro ­
porcionaba.
Muchos h isto riad o res y e n tre ellos
don A ntonio Díaz, afirm an que
quien m andó asesin ar al doctor Va­
rela, fué Oribe, pero la verdad es
otra. .Quien arm ó el brazo de Ca­
brera, fué Rozas.
E l precio del asesinato
— ¿Cómo sabe usted — vamos a
ver. — p reguntam os al viejo p rác­
tico, que fué Rosas y no Ori'be quiera
m andó asesin ar a V arela?
— 209 —
— E s m u y fácil la explicación. Lo
sé. p o rq u e d o n D om ingo M oreira,
can ario tam b ién , e ra p ro p ie ta rio de
u n a flo tilla de b u q u es de cab o taje,
de los cu ales, uno m an d ad o p erso ­
n alm en te por ©I, te n ía como tr ip u ­
la n te al can ario C ab rera. E n esa
época, en p len a G u erra Gtrande, don
D om ingo M oreira, h am b re de la ab ­
so lu ta confianza de R osas y de O ri­
be, realizab a sus v ia jes e n tre el B u ­
ceo, p u erto del ejército sitia d o r y
B uenos A ires.
Excuso d ecirle q u e este h o m b re
era el encargado de llev ar y tr a e r
la co rresp o n d en cia q u e se cam b ia­
ban las fu erzas d e O ribe con R o ­
sas y su s p arciales de la c ap ital
vecina-
E r a don D om ingo, u n a excelen­
tísim a persona, todo un cab allero ; —
y ta n generoso, que e n tre d ád iv as
y revoluciones, perd ió la casi to ta ­
lid ad d e sus bienes. L a revolución
de A paricio, — d el 70. — fu é el
tiro de g racia p a ra sus finanzas. P o r
o tra p a rle , e ra incapaz de c o m eter
un a m ala acción.
P o r el m ism o M o reira supe m ás
ta rd e que el can ario C ab rera se h a ­
bía en ten d id o d ire c ta m e n te con R o ­
sas, p a ra a se sin a r a F lo ren cio Va-
réla , qu ien en re a lid a d m o lestab a
g ran d em en te al tira n o con sus ru d o s
a taq u es p e rio d ístico s;— y su p e así
mism o, que el precio del crim en,
fué el de seis onzas, que venían a
ser seten ta y seis patacones.
E stan d o el buque en el cual Ca­
b re ra p restab a sus servicios como
m arin ero , anclado en el P u e rto del
Buceo, se proporcionó a dicho in ­
dividuo por orden de Rosas, u n a
lanch a a vela, p ara que así p u d ie­
ra tra sla d a rse a esta ciudad, desem ­
barcando posiblem ente en las ú lti­
m as h o ras de la ta rd e , en los fondos
del edificio de ,1a “A duana V ieja” , de
la misuna calle M isiones, m ás ta rd e
conocido por “ D epósito de Capu-
rro ”.
Favorecido por las som bras de
la noche, C ab rera esiperó el m o­
m ento propicio p ara sep u ltar con
toda im punidad el arm a hom icida,
en la espalda de su víctim a; y,
consum ado el hecho, corrió unos
cuantos m etros y re to rn ó al pu erto
del Buceo, p ara buscar am paro den­
tro de las filas del ejército sitia ­
dor.
P ero, hecha la paz del 8 de Oc­
tubre, que puso térm in o a la g u e­
rr a G rande, se exigió el castigo de
Ca/brera, — quien entonces fué re ­
ducido a prisión y recluido en el
C a b ild o ... Es decir: recluido, no,
propiam en te dicho, porque aquel era
allí, casi un cacique, y tratad o , por
lo tan to , con toda clase de conside­
raciones.
— 211 —

Tiem po después, fu é p u esto en


definitiva lib ertad , de la que d is fru ­
tó h a s ta el m om ento en que lo a tr a ­
paron las fu erzas del g en eral C ara-
bailo.
La entrada triunfal del Gral. Flores
E l g en eral F lo res hizo su e n tra ­
d a triu n fa l a M ontevideo, aco m p a­
ñ ado por su E sta d o M ayor y se­
guido por p a rte d el ejército rev o ­
lucion ario y del b rasileño, el 21 de
F e b re ro de 1865, haciendo el reco ­
rrid o por 8 de O ctubre, 18 de J u ­
lio, C ám aras (h o y J u a n C arlos Gó­
m ez) y R incón, h a s ta lle g a r al
F u e rte (hoy P laza Z a b a la ), en don­
de asum ió el poder, con la d en o m i­
nación de G o b ern ad o r P ro v iso rio
que le e n tre g a b a el P re sid e n te del
Senado en ejercicio del P. E. don
Tom ás Villailba, quien, a su vez, se
en co n trab a rig ien d o los d e stin o s de
la R epública desde cinco días a n ­
tes, en cuya fecha h ab ía ex p irado
el m andato, por el cual A g u irre, lo
venía d eten tan d o , en ig u al concepto,
desde el l.o d e M arzo de 1864. en
cuya fecha h ab la exipirado el p e ­
ríodo p resid en cial de don B ern ard o
P. B erro

FIN
INDICE
INDICE
PAg.

Con don Pablo A. Dugrós


El primer práctico baqueano . . . 8
Cuando Berro y A g u ir r e .............. 9
La C h isp a ........................................ 10
La cosa se com p lica......................11
El padre de Río B r a n c o ................ 14
Una provocación.............. ... 14
El “Villa del Salto” escaipa . . . . 16
Más b u q u es......................................17
En contacto con F lo r e s ............... 18
El coronel Machín y el “Coquimbo” 20
Leandro Gómez y Lucas Piriz . . . 20
El primer bom bardeo................... 21
Lucas Piriz y Leandro Gómez . . . 22
El segundo bom bardeo................... 23
Los fu sila m ien to s...........................23
La medalla de C a sero s................... 24
P rision eros.......................................... 26
Interpretando una o r d e n ................. 28
Un e b r io ............................................... 28
La barba de Leandro Gómez . . . . 30
Veinte años d esp u é s......................... 30
Flores y Tamandaré ante los fu­
silamientos ...................................... 32
Lo que dijo el coronel Suárez . . . 33
Los héroes de la d e fe n s a ............... 34
Bajo el bombardeo
La línea de atrincheramiento . . . 37
Las p ro m esa s..................................... 40
La realidad fué o t r a ......................... 41
La pirámide de m á rm o l.................. 42
El más tarde general Juan José
D í a z ...................................................42
Una nueva esp era n za .......................43
Una h e r o ín a ........................................ 44
La mujer u ru g u a y a .......................... 45
Lo in e v ita b le ...................................... 45
Casi fu silam ien to..............................46
La bandera c a íd a ..............................48
El coronel Eduardo T. Olave . . . 49
Con doña Basilia Rey de González
Quién es la d a m a ......................... 51
Exiplota una g ra n a d a ...................... 53
Con bandera de parlamento . . . . 54
Ante el general F lo r e s .................... Í5
Grata co m isió n .................................. 56
Retornando al h o g a r ....................... 57
La conducta de la tropa . . . . , 58
Un poncho de v ic u ñ a ...................... 59
Con el ayudante del coronel Azambuya»
don Ildefonso Fernández García
Indicación oportuna......................... 61
Con el viejo o f ic ia l.......................... 62
Contra la invasión de Flores . . . 64
La muerte de A zam buya............... 66
Con Leandro G óm ez......................... 68
El general Flores ante sus prisio­
neros de guerra ............................ 70
Palabras del almirante Tamandaré 71
Ultimos a p r ie to s............................... 72
De nuevo con el comandante . . . 75
Río por m edi®.................................... 76
Con don Mario R. Pérez
Don Mario R. P é r e z .......................77
La ascendencia de don Mario . . . 78
“Yo no he criado hijos para gau­
chos 81
Rumbo al Paraná G u azú ............. 82
D escubierto...................................... 83
Banquete a tiemjpo........................ 86
Compromiso que no se cumple . . 86
Con barra de g r illo s .................... 87
A punto de n a u fra g a r................. 8»8
Deseo cum plido.............................. 89
En Junta de G uerra...................... 90
Coquim bo......................................... 92
Los hermanos V a lie n te ................ 94
Viejos conocidos, pero...................... 95
- 217 —
PAff.
Lanza contra la n z a .......................... 96
En en trev ero ...................................... 96
Formando ejér cito ............................ 99
Más a c c io n e s...................................... 100
Frente a la Florida . . .................. 101
Los amoríos de V en a n cio ............... 101
En su p u e s to ......................................103
¡Al a s a lto ! .............. ... ........................ 103
El teniente Rovira . . ..................... 105
“Ha hecho usted bien, Bustamante” 105
Atacantes y d efen so res................... 106
Los p rision eros.................................. 106
Una ex cep ció n ................................... 107
Un triste recuerd o............................ 107
¡Nadie pedía clem en cia!..................108
Esfuerzos m alogrados......................109
En P aysan d ú .......................................110
R odeados................................... 110
La orden de fu sila m ien to ............... 110
Con nona hija del ayudante de Rivera
D. Ramona Larrazabal de Aguiar 113
Prisionero de los brasileros . . . . 114
Astucia y serenidad contra fuerza 114
Cansado de g u erre a r ....................... 116
Algunos episodios y recuerdos de
P a y sa n d ú .........................................117
A los tres días del bombardeo . . 120
Nada más que dos partidos . . . . 120
El general don Zenón de Tesano*
Venciendo r e siste n c ia s................... 121
Sindicado de “salvaje” ....................... 123
Pagando una d e u d a .............................124
La carrera militar del general Te­
zanos ....................................................125
Actividades del general Flores . . 126
Flores y M edina................................... 127
La retirada de M a ciel.........................128
La toma del Salto. El coropel Pa­
lomeque envuelto en una ban­
dera ................................................. 136
Galletas que resultan caras . . ♦ 137
— 218 —
Pig.
Un v a lie n t e ........................ ... 142
Pared por m e d io ............................. 145
P ir o p o s ................................................146
Un veterano del partido blanco . 155
Coimtpafila c o p a d a .............................147
El fusilamiento de Leandro Gómez 150
Goyo Suárez y los blancos . . . 152
Con el general don José Visillac
Entendám onos...................................158
El coronel M oyan o......................... 160
Eclipse lunar de mal presagio . . 162
Olid desalentado...............................164
El laconismo de un p a r te .............. 165
División que d e s e r ta .......................165
Antes de la retirada de Maciel . . 167
Una viveza de F lo r e s ......................167
Cañón en pelilgro . , .......................168
Hazañas de Carab&Uo..................... 169
El auxilio p aragu ayo......................171
E,1 general Anacleto Medina . . . 172
El coronel B astarrica..................... 173
Concepto sobre el general Flores . 176
Con la compañera del general
don Gregorio Suárez
Recordando a su hijo Atanasildo . 179
El juramento de S u á r e z ................180
Sobre el fusilamiento del general
G óm ez............................................. 183
Y prueba de que no era tan malo 183
Jugándose la v id a ........................ 185
La muerte de S u á rez.................. 187
La cadena de Leandro Gómez
La cadena a n tig u a .......................189
Empieza la h isto r ia ......................189
Grata sorp resa...............................190
Y malgr.é t o d o .............................. 192
Golpe de mano contra FaustoAguilar
Después de Las C a ñ a s .......... 195
Nuevas proposiciones de paz . . . 196
— 219 —
Págr.
Fausto, h e r id o ...................................196
Preparando el g o l p e ....................... 198
D esterrad a..........................................198
Flores en Montevideo
El coronel don León de Pallejas . 201
El sitio a M ontevideo......................202
Intimando ren d ición ........................203
Las partidas exploradoras del Ge-
general C arab allo ........................ 204
El asesinato de Florencio Varela 204
La noche del c r im e n ..................... 205
El precio del a s e s in a to .................205
La entrada triunfal del General
F lo r e s ...............................................209

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