Rómulo F. Rossi - Episodios Históricos (Toma de Paysandú y Cruzada Libertadora) 1923
Rómulo F. Rossi - Episodios Históricos (Toma de Paysandú y Cruzada Libertadora) 1923
Rómulo F. Rossi - Episodios Históricos (Toma de Paysandú y Cruzada Libertadora) 1923
R o ssi
E PISO D IO S
H ISTO RIC O S
BOMBARDEO
Y
TOMA de P A Y S A N D Ú
C R U ZA D A
LIBERTADORA
Montevideo
P EÑ A Hnos - Imp.
1923
O B R A S DEL M ISM O A U T O R
to m o I
Próximas a aparecer
Recuerdos y Crónicas de An tañ o
TOM O II
En preparación
Ep isodios Históricos
TOM O I I
Los grabados a pluma de la carátula
y de una página del interior, han sido
ejecutados inteligentemente, por el joven
artista Umberto ArnouX, sin otra fuente
de referencias que las narraciones con
signadas en las siguientes páginas.
EPISODIOS HISTÓRICOS
Bombardeo y Toma de Paysandú
Cruzada Libertadora
La chispa
P ero, — prosiguió diciéndonos el
señor D ugrós, — la causa principal
que hizo explotar la chispa, y con
ello determ inó la intervención del
entonces Im perio del B rasil, en la
contienda arm a d a p lan tead a en tre
F lores y Berro, radicó en el si
gu ien te hecho:
Las fuerzas del gobierno to m a
ron co n tra su voluntad p ara el (ser
vicio de las arm as, (procedim iento
que dicho sea en honor a la verdad
em pleaban blancos y colorados), a
un par-do brasileño, que habla lle
gado a P ay san d ú como tropero de
unos vacunos, consignados al sala
d ero de Casa B lanca.
— Yo soy ex tran jero , protestó el
pardo, a l ser apresado por la
“ leva” .
— ¿Tenés papeleta?
— No.
— (Entonces, m archá.
Y el hom bre “imarchó” . A los po
cos días el biisoño soldado ya u n i
form ado y en tren de paseo, se en
contrab a en el pu erto de aquella
ciudad, en circunstancias que, un
bote de la cañonera de su naciona
lidad, la “ Bell M onte” de estación
allí, se disponía a reg resar a la
— 11 -
mism a, después de h ab er dejado en
tie rra a v ario s de sus oficiales.
— ¡Oya, seu cam arad a! ¿Cómo
■tein pasado? g ritó el de tie rra al
p atró n del bote.
— 'Multo ben. ¿Q uein eres tú ?
— >Un co m p atrio ta.
— M ais. . . sendo c o m p a tr io ta ...
¿cómo serves tu a esta je n te ?
Y entonces fué que contó el so l
dado, como h ab la sido obligado a
serv ir por la fu erza no o b stan te sus
•quejas al cónsul b rasilero en Pay-
sandú, señ o r M ariato.
— 'Vein con nosm o, que el com an
dante fa rá ju sticia , exclam ó fin al
m ente el del b o te; y cuando el In
vitado se e n co n trab a ya d en tro de
la em barcación, la g u a rd ia m ilita r
del p u erto , in terv in ien d o , lo sacó
violentaim ente, no sin que se ipro-
d u je ra un in c id en te de p a la b ra s e n
tre los trip u la n te s del bote y los
soldados u ru g u ay o s, en cuya oca
sión se cam b iaro n frases del si
g u ie n te te n o r: ¡¡c a ste lla o s d isg ra.
ciaos!! ¡M acacos rab u d o s! y cosas
por el estilo.
Quien es la dama
Una vieja am istad q u e nos une
con la fam ilia de don P ed ro A ram -
burú, herm ano que fué del ilu s tra
do abogado del m ism o nom bre, e
hijo político de la dam a que hoy
presentam os, nos facilitó la e n tre
vista que m antuvim os días a trá s
con la v en erab le señ o ra doña B asi-
lia Rey de González, em p aren tad a
con jefes y oficiales que actu a ro n
como defensores de P ay san d ú y
testigo ella m ism a de algunos epi-
sedios de a q u ella epopeya.
¡La señ o ra Rey de González, es
persona de clara in telig en cia y que
se conserva fu erte, e sp iritu a l y fí
sicam ente. Su cerebro reb eld e to
davía a esos to q u ecito s que tra e n
ap are jad o s los años y q ue en m al o
buen rom ance, se llam a choche
ces, se conserva fresco y aleg re.
F uim os a v is ita rla a su casa de
la calle M artí No. 14, en P o cito s; y
a poco de h a b e r hablado alg u n as
— 52 —
cosas sobre tem as triviales, inicia
mos n u estro rep o rtaje.
— ¿Su edad, señora?... Y perdó
nenos n u e s tra curiosidad. Creemos
que cuando los años se llevan así
como los lleva u sted ta n esbelta
m ente, ellos no h an de serles muy
pesados.
Y m isia B asilia rió picaresca
m ente.
— Bueno, nos dijo, así como al
desgeno, pero con toda m alicia.
P óngam e se te n ta años.
— ¡Señora, por D io s !. . . ¡No tan
p o c o s!. . . E stam o s dispuestos a
tra n s a r, pero no en form a ta n des
ventajo sa p ara nosotros. T enga en
cuenta que cuantos m ás años pon
gam os a los inform antes, el lector
d ará m ayor valor a n u estras n a rra
ciones . . .
— ¡Pero, hom bre! ¡Si tengo h as
ta biznietos! Siete biznietos, agregó
llen a de orgullo. P ero, no les digo
m i edad. Tóm ense el tra b a jo de sa
car la cuenta. Nací en el año 1839.
¿Conform es ¡ahora?
— M uchísim as gracias por la
“ discreción” .
— C uéntem os algo del sitio de
P aysandú, señora.
— P o r entonces e ra yo viuda de
don L indoro González y vivía con
mi m adre y m is herm an as con
fren te a la P laza de P aysandú.
R ecuerdo que el p rim ér bom bar
deo empezó antes de las ocho de la
- 53 —
uiuhana, term in an d o a las cu atro
de la tai’de.
— ¿Y po rq u é no se fu ero n u ste
des de la plaza? Acaso los sitiad o
res no p rev in iero n que b o m b ard ea
rían la ciudad?
— Sí, que lo p rev in iero n ; pero
nadie creía que lo h icieran , talvez
confiando en las versiones q u e co
rría n , de que los dem ás buques de
g u e rra n e u tra le s su rto s en el p u e r
to, se iban a oponer a ello.
P ero, cuando F lo res con su e jé r
cito abandonó el asedio, después
del p rim er bom bardeo, vino h a s ta
casa el co m an d an te de la cañ o n era
inglesa cuyo n om bre no recu erd o ,
p a ra aco n sejar a m i cuñado T o r
cuata González, S arg en to M ayor de
L eand ro Gómez, que h ic iera sa lir a
su fam ilia de la plaza, p o rq u e la
iban a b o m b ard ear n u ev am en te y
con m ayor in ten sid ad , ofreciéndole
a la vez p ara lo suyos, h o sp ita lid a d
a bordo de su nave.
A p arte de m i cuñado, p restab a n
tam bién servicios m ilita re s d en tro
de la plaza en calidad de ten ien te s,
m is h erm an o s M anuel y E xequlel,
quienes felizm ente, saliero n al fi
nal, bien del tran ce.
Explota una granada.
C uando el p rim er bom bardeo
fuim os a guarecern o s, p o r su invi
tación, a casa del cónsul fran cés,
señor M iram ont, en donde cayó
— 54 —
u n a g ran ad a d e las d isparadas des
de abordo, uno de cuyos fragm en
tos fué a h e rir en la cabeza a mi
h erm a n a R osa casada con Torcua-
to González h erm ano de mi espo
so.
— ¿Y fueron abordo?
— Yo con m i h erm a n a Isabel y
dos h ijita s, u n a de cada una, des
pués que cesó el p rim er bom bar
deo. E n cambio p refiriero n correr
la su erte de los defensores, mi se
ñ o ra m ad re doña Isabel Olaguibe
de Rey, mi h erm an a Roea y una
de las sirvientas, que teníam os.
Vivimos abordo de la cañonera
inglesa con o tra s fam ilias, m ien
tra s duró el segundo bom bardeo;
y sólo b ajam o s a tierra, cuando la
situación de la ciudad, que ofrecía
un tristísim o aspecto de ruinas, se
había norm alizado lo suficiente, co
mo p a ra que pudiésem os estar en
ella, sin sobresaltos.
— ¿Tuvo usted alg u n a p articip a
ción en los sucesos?
No, señor. No o b stan te ser muy
blanca, no tom é ninguna p arte ac
tiva en nada.
í'o n b an d era (le p arlam en to
—¿P ero usted no fué quien habló
con el gen eral F lores, pidiendo la
lib ertad de los prisioneros?
— E scuche: A poco de h ab er si
do tom ado prisionero L eandro Gó
mez y rendido consiguientem entft
— 55 —
la plaza, en m edio del tu m u lto y
cuando to d av ía so n ab an algunos ti
ros, mi h erm an a R osa que ya se
había restab lecid o de la h e rid a re
cibida, en arb o lan d o u n a to a lla en
un palo de escoba y seguida por
n u e stra fiel sirv ien ta, tra tó de e n
co n tra r a su esposo y a n u estro s
herm anos, siendo in fo rm ad a en to n
ces que, sanos y salvos h ab ían caí
do prisioneros.
Ante el general Flores
Así se le p resen tó al g en eral F lo
res, p ara pedirle la lib e rta d de los
prisio n ero s; y aquel, con to d a co r
tesía, la felicitó por su v alo r y p o r
que tan to su esposo como sus h e r
m anos, h ab ían escapado ilesos en
la ru d a contienda.
— -Los defensores, — le dijo F lo
res, — como buenos o rien tales, h an
dem ostrado ser m uy v alien tes en
tan la rg a resisten cia; pero an te la
enorm e su p erio rid ad de n u e stra s
fuerzas debieron h a b e rse ren d id o
paTa ev ita r ta n to d e rra m a m ie n to
de san g re noble y los destrozos oca
sionados en la ciudad.
Mi h erm a n a R osa, respondió en
tonces al gen eral vencedor, que al
ver flam ear la b an d era b ra sile ñ a al
lado de la n u e stra , los d efensores
habían ju ra d o sucum bir d efen d ien
do la plaza.
Como la conversación se en cau
zaba por un giro delicado, in te rv i
— 56 -
no un señor B eltrán, — m ilitar, —
que te n ía ascendiente sobre F lores
y hab lando de o tras cosas, te rm i
nó reforzando a poco, el pedido que
fo rm u lara mi h e rm a n a .
Grata comisión
— Bueno señora, dijo F lores. To
me el brazo del alm ira n te Tam an-
d aré y la acom pañarem os hasta
donde se en cu en tran los prisione
ros.
Con no poca aleg ría, pues, mi
h erm a n a se traslad ó acom pañada
por am bos jefes a la “ azotea del
g en eral Gómez” , edificio nue que
daba en las afu eras de la ciudad,
sobre la cuchilla, en donde se h abía
alo jad o al num eroso grupo de p ri
sioneros, en tre los cuales ee encon
trab a n mis herm anos y m i cuñado,
el esposo de Rosa.
Cuando se hizo a b rir ia p u e ila
de la pieza en donde se en co n tra
ban asegurados los prisioneros,
F lores les hizo presente que gueaa-
ban en lib ertad ; y a p ed ilo ie sus
dem ás complañeros de info rtu n .o ,
T orcuato pronunció algunas pala
bras agradeciendo la gracia que se
les dispensaba, term in an d o todos
por d ar un viva.
— ¿A quién?
— A F lores.
— 57 —
Retornado al hogar
— Su herm ana, volvió a h a b la r
con el g en eral F lo rea?
—Es verdad. D á se le s (le la lib er
tad de loe p risio n ero s; y en ta l
o p o rtu n id ad aq u el pidió a Roca,
que fu éram o s a vivir nuev.in.<ente
a n u e stra casa de la plaza, que h ab ía
sido ab an d o n ad a an tes del p rim er
bom bardeo, con el fin le d ijo, —
de que las fam ilias, tornando sil
ac titu d como ejem plo, v o lv ieran
con tra n q u ilid a d h sus h o g ares; y
m uy especialm ente las que se e n
contrab an alo jad is ta n m alam en te,
en u n a isla de ¡13 proxim idades de
P aysandú, que desde entonces q u e
dó bautizadla con el n o m b re de
“ Isla de la C a rid a d ” .
— ¿Cómo en co n traro n su casa
señora?
— 'Poco m enos q ae jü escom bre*.
¿Vé e6te piano que e3tá aq u í? P i '/ s
éste fué víctim a tam b ién del bom
bardeo. C uando, lo en co n tram o s es
ta b a cu b ierto de escom bros.
Y entonces fué que observam os
un herm oso oiaao d-3 cola, de los
de m ayor form ato, con in c ru stacio
nes de bronce, que, no o b atan te sua
m ucho años y la sacu d id a que tuvo
que so p o rtar en P ay san d ú , sirv e
con to d a eficacia a l a ‘te rc e ra g en e
ración de n u e s tra d istin g u id a re-
p orteada.
- 58 —
La conducta de la tropa
— ¿Cómo se condujo la tropa
cuando penetró a la ciudad conquis
tad a?
— Los uruguayos se portaro n
b ie n ; en cambio los -brasileños ro b a
ron de todo. Esto en cuanto e la
soldadesca, porque la oficialidad
era buena, hay que reconocerlo.
R ecuerdo p erfectam en te bien, que a
poco de estar in stalad as en n u estra
casa, recibim os la visita de dos je
fes brasileños, quienes nos pidieron
agua, no ob stan te tem er que pudie
ra estar elle envenenada, porque
co rría la voz de que se h ab ían echa
do su stan cias nocivas en todos lo-
aljibes.
Al ver dichos m ilitire s que a l
gunos soldados de su na< iona1;<Iad,
pasaban por la acera con objetos,
ellos p reg u n taro n a varios:
— ¿Q uién les dió "eso ” ?
A lo que los in terrogados, como
obedeciendo a una consigna, re s
pondían in v a riab le m en te:
— Colorados liaron.
Un poncho de vicuña
— ¿O tro episodio?
— H om bre! Recuerdo el siguien
te:
A tanasio R ibero, hijo del dueño
de la casa en donde fué fusilado
L eandro Gómez, era, como sus h e r
- 59 —
manos, oficial de g u ard ias nacio n a
les en la D efensa.
Tom ado p risio n ero por un grupo
de los atacan tes, quisieron fu s ila r
lo sobre la m archa, pero an tes, uno
de los del grupo p reten d ió q u ita r
le un poncho de vicuña.
--N o , dijo resu'eí’li,emente Ribero.
El poncho no me lo dejo q u itar.
Después que me m aten, tóm elo
quien quiera.
F u é ta l el aplom o con que habló
el rrisio n ero , que uno de los v en
cedores, indiscu tib lem en te el m ás
valiente de todos los del grupo, in
terviniendo en la conversación dijo
con aires de au to rid ad :
- - N o m aten a este petizo, — m u
chachos, — que es un valiente.
Y A tana-i o Rvbero. n u»? era efec
tivam en te bajo de esta tu ra , salvó
así la vida, negándose a e n tre g a r
su ponchito de vicuña.
CON EL AYUDANTE DEL CORO
NEL AZAMBUYA, DON ILDE
FONSO FERNANDEZ
GARCIA
Oficial de tino de los Treinta y Tres
Orientales — La presentación —
Episodios del bombardeo — El
último día — Como murió Azam-
buya — El “Ancla Dorada” —
Con Leandro Gómez — Vuelta al
cantón — Prisionero — Ante
Plores y Tamandaré — Libertad
incondicional — “Cariños que ma
tan” — Riñones asados — En el
flete de un jefe colorado — Po
niendo río por medio
Indicación oportuna
Un bueno y d istin g u id o am igo,
m uy aficionado a las cuestiones h is
tó ricas y que sigue con m arcado
in terés e stas crónicas', — el ilu s
trad o co m p atrio ta d octor don D a
niel G arcía Acevedo, — nos dijo re
cientem ente:
— E se in te re sa n te cap ítu lo que
sobre el bom bardeo y tom a de P ay
sandú viene p ublicando u sted en EL
DIARIO, no p u ed e q u ed ar te rm in a
do, si an tes no h ab la con un viejo
tío mío, don Ildefonso F ern án d ez
García, criollo de p u ra cepa, que
actuó como oficial en la defensa de
aquella h istó rica ciu d ad .
- 62 -
— No ha perdido la m em oria ail
hom bre?
— i Qué esperanza! Es un roble.
Y por o tra p arte, un señor sum a
m ente sim pático.
— ¿Nos lo presenta, entonces?
— Con el m ayor placer.
Con el viejo oficial
Don Ildefenso F ern án d ez García, es
un señor alto, de an d ar pausado,del
gado, y sum am ente am able. N > bien
nos sentam os a su lado, y antes
de encender el suyo, w >3 ofreció un
cigarrillo de papel, que no a c e p t a
mos porque n u estra salud difiere
fu n d am en talm en te de la de todos es
tos viejos con quienes cultivam os
tan am ena am istad todos los días.
Im puesto del motivo de n u estra
visita, nos dijo don Ild efonso con
exquisita am abilidad:
— Mire, mi buen am igo Yo no
quiero exhibicionism o ni r?nr>r*ajes.
Lo sé em peñado on una lab,«r pa
trió tica, como indiscutiblem ente lo
es la de hacer la h isto ria del I ais,
y eso me b asta. Le daré te dos
los datos que pueda proporcionarle,
pero así, en form a confidencial y
anónim am ente p ara quienes los lean.
Y tuvim os que explicar a este nue
vo am igo, que, el valor de n u estras
inform aciones, radica precisam ente
en la g a ra n tía que dá la palabra
de los inform antes.
Don Ildefonso F e rn á n d e z García,
que fué ay u d an te del coronel Azam-
bu y a
— 64 —
— Bien; entonces procedam os co
mo a usted le parezca. ¿Qué es lo
que desea saber?
— Su edad, en prim er térm ino.
— i Caram ba! ¿Y p ara qué?
. . . y cu atro a ñ o s . . .
— ¿C uántos?
— No. ¡Qué ochenta y cuatro!
Rectifique. Sería m entir. He cum
plido ochenta y tres años.
— Muy bien. De filiación política,
n acio n alista. . .
— No, señor.
— ¿Cóm o. . . ?
— Blanco oribista.
— Cuéntenos su actuación en P ay
sandú.
— Inicié mi c a rre ra m ilitar como
oficial de un regim iento de caba
llería destacado en Tacuarembó., b.t-
jo los órdenes del coronal don R a
món Ortiz, qu'e había si^o uno de
los T rein ta y Tres O rientales.
Más ta rd e y al fa.I^cer Ortíz pasé
a serv ir con el coronel Azambuya,
Jefe P . y de P olicía de aquel depar
tam ento, — de q iien fu* ayudante
cotn el ignado de t-enremlte jpjráimero
antes del! sitio y de capitán, donante
el asedio.
Contra la invasión de Flores
Como ya por N oviem bre o Di
ciem bre del 63, — prosiguió dicién-
donos el señor F ernández García, —
se anunciaba el desem barco de Fio-
— 65 —
res por la A graciada, el G obierno
dispuso que n u estro reg im ien to b a
ja ra h asta ese p a ra je , p ara e sta r allí
en observación de lo que pudiese
o cu rrir, P ero, corno el desem barco
no se produjo, reg resam o s n u ev a
m ente a T acuarem bó, de donde vol
vimos a salir p ara r e j o m r el N or
te del Río N egro, dado ctue el e sta
do d e la situación, an te ’.a am enaza
constan te de ]a '"nvasión de Plores»
e ra un ta n to inquieta.
Y así pasó el tiem po h a s ta que,
un b uen día después d e la b a ta lla
de Lias C añas en la cual el g en era l
Diego L am as fué b atid o por P lo res,
recibim os orden del g en eral L ea n
dro Gómez, que era el jefe su p erio r
de Jas fuerzas al N o rte del Río Ne
gro en su stitu ció n del citado L a
mas que haibía pasado a otro d e s ti
no, de re fo rz a r con la división de
T acuarem bó, la g u arn ició n de la
ciudad de P ay san d ú .
— Peridón. ¿C uántos h om bres
form aban la división?
—P h sss, — pocos,— éram os m uy
po co s!! . . .
— Más o m e n o s .. .
— A trescien to s, yo creo que no
llegábam os. Sí, algunos m ás de dos
cientos c in c u e n ta . . .
Y b ien ; a los dos días de e s ta r
allí, empezó el baile, con la lle g a
da del ejército del g en eral P lo res.
D ecirle como se peleó, es cosía
por dem ás sab id a y que u sted ha
— 66 —
de conocer perfectam ente bien. Los
defensores seríam os unos mil hom
bres, de los cuales quedam os en
pie, al ren d irn o s, unos cuatrocien
tos m ás o menos.
—«En efecto. Nos in teresa en te
rarn o s de hechos que le sean per
sonales. . .
— (Entre 106 defensores de la p la
za, te n ía a mi herm ano R afael, oñ-
clal tam bién, que vino a m orir en
el últim o día de pelea. El coronel
R aña, de , quien mi herm ano era
p arie n te político; próximo a m orir
a consecuencia de Tiéridas recibi
das, lo m andó llam ar p ara hacerle
algun as recom endaciones, sin d u
da; — pero ni bien se despidió de
aquel jefe y en circunstancias que
cruzando la bocacalle de la esqui
na de la plaza, fren te a la Botica
Legal, dirigía sus pasos hacia el
lu g ar en donde ten ía que prose
guir prestan d o sus servicios m ili
ta re s, fué alcanzado por una bala
que hiriéndolo en el vientre, dió
con él en tie rra , m uriendo casi in s
tan tán eam en te.
La muerte de Azambuya
— ¿E n qué circunstancias m urió
su jefe, el coronel Azambuya?
— Poco antes de caer ren d id a la
plaza.
N osotros ocupábam os la línea
del P o rtó n con fren te al Río, de la
cual era cantón avanzado el edifl-
— 67 —
cío del com ercio denom inado “ El
A ncla D orada” , una tienda, si la
m em oria no m e es infiel; — y yo.
en mi c a rá c te r de ay u d an te, te n ía
que salir frecu en tem e n te del c a n
tón, p a ra llevar y tr a e r novedades
e instrucciones. E l ú ltim o d ía a r r e
ciaron de p a rte de los sitiad o res,
los fuegos, ta n to de a rtille ría com o
de fu sile ría; — y ta n de cerca pe
leábam os que la d istan cia en n u e s
tro rad io de acción, ya que peleá
bam os de v ereda a v ered a no sería
m ayor de ocho a diez m etros.
De m an era, pues, que en ese
día, era aquello u n a v erd a d e ra llu
via de balas. Yo, joven y ágil, es
p erab a algunos segundos de tr e
g ua p a ra hacer mis salid as o e n tra
das a todo escape y tra ta n d o de
ofrecer el m enor blanco posible a
la visual de m is enem igos.
B ajo este estado de cosas, al co
ronel A zam buya, que ya e ra ho m
b re en tra d o en afios, y que no po
d ía te n e r consig u ien tem en te m i a g i
lidad, se le o currió pasaT a l “ A ncla
D orad a” con el fin, — dijo, — de
im ponerse p erso n alm en te d e cómo
pasaban las cosas por allí.
— No pase, coronel, po rq u e lo
quem an. U sted no puede escu rrir
tan fácilm ente el b u lto como yo,
le dije. M ire que ese claro es u n
verdadero diluvio de balas.
— Estos no son m om entos de
cuidarse, ay u d an te, m e contestó.
- 68 —
Y uniendo la acción al pensa
m iento, tra tó de satisfacer sus de
seos; — pero ni bien se despren
dió de la pared que nos resg u ard a
ba y ofreció así blanco a las balas,
cayó fulm inado como por un rayo.
E ntonces yo, q u e lo seguía, gua
recí mi cuerpo todo lo que pude de
trá s de la pared y estiran d o los
brazos cogí u na p iern a del cadá
ver, a rra strá n d o lo así b asta la va
lla p ro tecto ra, con el fin de que su
cuerpo no fu era m asacrado por
núcvos proyectiles.
Con L/eandro Gómez
Como te n ía que llevar a la Co
m andancia esta noticia, tom é las
precauciones que h ab ía adoptado
an terio rm en te, y pude, m inutos
después, tra s m itir a L eandro Gó
mez, la triste nueva, como así tam
bién la de la m u erte del com an
d an te R ibero que fué quien tra jo
del Salto al “ Villa del S alto” y que
había caído segundos antee.
El jefe d,e la dcifenea m e pildió
daitos en tonces de cóm o halbían ocu
rrid o .lo® hieidhos y rieisipeoto a don,de
se e n c o n tra b a cll cad áv er de Azam
b u y a. — C'uiamd.0 hulbe satisfech o su
ordem, m,<? d ijo :
— Mu'y bien; vam os p a ra afl'iá.
■—E s imposible, señor .general,
que Vd., juccla. 11egur h asta el can
tón.
— ¿Por qué, ayuidanite?
— 60 -
— P orque aquello es un infierno
de batos. Lo m atan general, con to-
■dia sQguriildad; y Vd. se debe a la
dJefiemsa die lia p^aza y a nosotros.
L ean d ro Gómez, recap acitó por
breves in sta n te s y me ordenó.
— Yaiya Vd!. entoiniaes; y trafg.am e
los docum entos y cosas de m i oír que
pueda temier en su 'Poder ejl coronel
Azambulya
Y volví a p asar o tra vez p o r aque
lla v erd ad e ra liiufViia de bailas, que
nos venían de todiais d'iredciones.
-Cuíamdo volví a la Coim»an d ancla
con uin reloj con oaldienia y algunos
p a r c e s que hab ían corriesipomidildo a
mii je'fe y s'e los en treg u é a Lean(dro
Gómez, ésifce se emcontralb'a ein esos
m om entos rediacltando la 'Contesta
ción a la nueva intim ación de re n
dición que le h ab ía h<&dho e¡l g eneral
P lores y quie la escribía A tañ a si o
Ribero.
Cuimpiidia -esta m isión re to rn é in
m ed iatam en te a mi cantón, en don
de no estuive m udho ra to m ás, p o r
que los sitiad o res, hacieinido irru p
ción, nos cercaron y tuivimos que
renldim'os.
— ¿Ein qué circu n stan cias vió por
últim a ve>z a Lean|d:ro Gómez?
— C uando lo llevaban a él y a los
•diemás que fu silaro n m ás ta rd e ,
rum bo a lo de R ibero.
— ¿Quién o quienes los ¡llevaban?
— ©1 entoniccs m ayor B elén, un
sobrino suyo de apellliido R odríguez
y otros oíiciailes y solidados más.
— 70 -
— ¿Y a Vid. quien lo tomó prisio
nero ?
— Los braJsileñois. — Me agregué
a un grupo de com pañeros de infor
tuna o y desipuiés de Iterarn o s úe)
aquí p ara alllá, nos coinidujeroin hais-
ta la “ azotea de Gómez” , en donde
f/uímos encerrados d en tro de una
pieza. E sta etap a de los sucesos de
Paysamdú, ocurrió de oclho y metfia
a nueve de la miañama, m ás o me
nos.
El general Flores ante sus prisione
ro® de guerra
D espués de m ediodía llo g a o n
h a sta el local en donde nos encon
trábam os los prisioneros, el g'oU'.ral
don V enancio F lores y el alm iran te
T am andaré. Nos hicieron ir a don
de ellos ee encontraban, y allí F lo
res, dirigiéndonos la p alabra, nos
reprochó la resistencia que habíam os
hecho, acto que calificó de inútil y
con la ag rav an te de que había cos
tado ta n ta s vidas, dando lu g ar ta m
bién a que se convirtiese poco m e
nos que en ruinas a la ciudad.
N osotros oíamos 6us palabras en
m edio de un profundo silencio, ig
norando en esos m om entos cuál se
ría la su erte que el destino nos de
paraba.
Y F lo res siga*ó hablándonos en
tono p atern al, lam entándose de n u e
vo de ta n ta san g re derram aba in ú til
m ente, por culpa — dijo — del ca
pricho de los jefes de la plaza, cuan
— 71 —
do estaba visto por ad elan tad o que
toda resisten cia te ría inútil.
U stedes se h an p o rtado como v er
daderos v alien tes. Son soldados, y,
como tales, h an cum plido con sus
deberes. No lee dirijo por ello n in
gún reproche. 11 co n trario .
Q uedan u stedes en com pleta li
b ertad de í t a donde m aj-jr les p la z
ca, — prosiguió d o lán d o n o s. Si
quieren em igrar, h ág an lo en b u en a
h o ra ; pero m i deber es aco n seiailes
que se queden en el país, con sus
paisanos. E n el e x tra n je ro se pasan
m udhas privaciones y m uchas a m a r
guras. Yo, que he ten id o que p asar
por tan duro tran ce, estoy fa c u lta
do para h ab larles en esca form a
Quienes estén d is p u e s ta a ejr.i-
g ra r, no o b stan te lo que les acabo
de decir, ah í está el B atalló n de Ma
rin a p ara que los ocompafie h a sta el
puerto.
Los que q u ie ra n salvo conductos
para dirig irse a cu alq u ier punto del
país, no tien en n ad a m ás que p e
dirlo.
Ya lo saben, co m p atrio tas: E stá n
en com pleta lib ertad y ^011 to d a cla
se de g aran tías.
Palabras del almirante T<;mandaié
E n seguida que term in ó de h a
blarnos el g en eral F lo res, el alm i
ra n te T am an d aré tam b ién hizo lo
propio, pero d ejan d o en n u e stro á n i
mo una sensación m uy d is tin ta a la
que nos p ro d u je ra n las p a la b ra s del
- 72 -
general F lores, íuien nos devolvía
la lib ertad sin nin g u n a clase de re
servas ni lim itaciojies.
T am andaré, en efecto, inició su
peroración, diciéndonos que “fica-
ba in ten d id o que “ os senhores nao
poderam tom ar participacao na"gue-
r r a do P arag u ay com o Im perio
do B razil” , — pues conviene acla
ra r que los paraguayos ya habían
atacad o a los brasileños en su pro
pia tie rra , por el lado de M atto
Grosso.
— ¿C uál fué. la actitu d do F lores
en la em ergencia?
— Se calló la boca, dejando así
subsistente, sin lim itaciones, la or
den d e lib ertad .
- — ¿Vds. vivaron entonces al ge
n eral F lo res?
— A l menos, m ien tras yo estuve
allí, no. Después no ,?é; porque ni
bien nos dieron la lib ertad yo tra té
de d ar cuanto antes con el cuerpo de
mi herm ano R afael, que h ab ía caído
en la m añana de ese mismo dia y en
las circunstancias que ya ¡le dije
an terio rm en te.
Ultimos aprietos
— P ero . . . ¡vea lo que son las
cosas! — prosiguió diciéndonos el
señor F ern án d ez G arcía: — cuando
m archaba hacia la ciudad para re
coger a nxi herm ano y hacerle d ar
sepultu ra, un com andante seguido
de algunos soldados me a ta jó . . .
— 73 -
— ¿Q uién era ese com andante?
— No lo sé. E ra un tipo de paisa
no y correspondía a la D ivisión del
D u r a z n o ... M ire am igo: yo a n d a
ba hecho un pobre diablo, sucio, con
el cabello ta n la rg o que me caía
sobre los hom bros. Más que oficial
parecía un p e rd u la rio . . . ¡Yo que
sé! Con decirle que m e h ab ían " c a r
chado” h a s ta la ro p a cuando eaí
p ris io n e ro !!!!
— ¿ P a ra dónde v as?, me p re
guntó el jefe colorado.
— E l g en eral F lo res m e acab a de
d ar la lib e rta d y vuelvo p a ra la ciu
dad . . .
— No, hom bre, que vas a irte. T u
te vienes conm igo, que lo vas a p a
sa r m ejor.
¡A v e r . . .! ! M ontá “ en an cas” de
aquel soldado, te rm in ó diciéndoirte.
Y como el so ldado indicado por
el com andante a rrim a ra su pingo,
yo creí p ru d en te obedecer sin ch is
ta r.
Me llev aro n al cam p am en to ; y
allí, el propio com andante, m e r e
galó u n a bom bacha que m e q u ed a
ba co rta y un so m b rero con divisa
colorada, p ren d as de v estir que me
puse de inm ediato.
— ¿Y la divisa colorada la dejó
colocada en el som brero?
— ¿Y e n t o n c e s ! ! ! ...
R ecuerdo p erfectam en te bien,
que en tales circu n stan cias r e a l
m ente críticas p a ra mí, vi que en
— 74 —
tre unos asados que doraban le n ta
m ente <§us costillares ju n to al fue
go, — unos riñones revolcados so
bre las brasas, estaban Invitando
a que se les comiese. No sé si ©1
com andante h ab rá leído en m is ojos
que estab a con ham bre, porque al
mismo tiem po que yo 'pensaba en lo
sabrosos que me re su lta ría n lo-s ri
ñones, cuyo olorcito me cosquillea
ba en las narices, aquél me dijo:
— V ení; vam os a com er esos r i
ñones, p ara que después no salgás
diciendo que no se te ha dado de
com er. . .
Receloso, h asta entonces, me di
cuenta recién, que el com andante
de m arras era un buen paisano a
quien había gustado mi estam pa
para que sirv iera con él, porque
me decía a cada m om ento que me
quedara, vaticinándom e que lo iba
a pasar muy bien y que, a su lado,
h a ría carrera.
— ¿Y usted, señor F ern án d ez?—
inquirim os.
— Yo contestaba con evasivas,
pero el hom bre era tenaz.
El recuerdo de mi herm ano por
un lado y mi propia situación por
otra, me te n ían reallmente abatido.
— P e ro . . . ¿qué te pasa? — me
preguntó de pronto ©1 jefe colo
rado.
Y le conté entonces lo de mi h e r
mano, expresándole los deseos que
— 75 —
te n ía de verlo por ú ltim a vez y d a r
le sep u ltu ra.
— P ues vas y cum ples con tu d e
ber de herm ano. Yo te doy mi ca
ballo ensillado.
M omentos después, galopaba
rum bo a la ciudad, p a ra llen ar la
tris te m isión que m e m ovía hacia
allí.
Como llevaba divisa colorada,
no tu v e que vencer n in g ú n obs
táculo.
— ¿E n la ciudad rein a b a ya com
pleto orden?
— ¡Qué esperanza, señor! ¡Sa
queaban las c a s a s ! . . .
— ¿Los soldados brasileñ o s?
— B rasileños y o rie n ta le s. .
De nuevo con el comandante
— Luego que h u b e d ad o sep u ltu
ra al cadáver de mi pobre h erm an o
R afael, m onté n u ev am en te a cab a
llo y v aria s veces estu v e te n ta d o de
escaparm e; pero m e lo im pedía el
escrúpulo de te n e r que fu g a r, 'l e
vándom e el caballo y el ap ero del
com andante, que al fin a l de cuen
tas me h ab ía tra ta d o ta n bien.
Y volví al cam pam ento.
— ¿Q ué tal, am igo, cómo le h a
ido.— m e p reg u n tó .— ¿C um plió su
m isión?
— Ea verd ad , com an d an te y le es
toy m uy reconocido.
— B u eno. . . ¿E n to n ces te q u ed a
rás a h o ra conm igo?
— 76 —
— Vea, co m an d an te. . Ando m e
dio estropeado, cansado. . . ¡Qué
sé y o ! . . .
— No l'h a c e . . . Ya te com pon
d rá s . . .
Río por medio
H ablam os un rato más y después
le pedí autorización p ara que me
p erm itiera b a ja r h a sta el río, con
el fin de diarme un baño, a lo que
él com andante accedió de buen
grado.
A llí en la playa me encontré con
mi com pañero el cap itán B enjam ín
O livera, que se encontraba en situ a
ción análoga a l'a m ía con otro jefe
colorado; y cam biando im presiones
m ien tras higienizábam os n u estro s
cuerpos, convinim os en que ten ía
mos que escaparnos de cualquier
m anera, porque no podíam os olaudi-
c a r de n u estras bien arraig ad as con
vicciones.
Las últim as palab ras que cam
biam os con Olivera, fueron las si
guientes:
— M añana a l oscurecer nos en
contrarem os en aquel m ontecito,
p ara de allí seguir h asta el Saladero
“ La B lanqueada".
Y al otro día fuim os exactos a la
cita.
De “ La B lanqueada" em igram os
a.1 día siguiente a la A rgentina, cru
zando el río U ruguay.
CON DON MARIO 11. P E R E Z
La ascendencia de don M ario. —
Los b landengues de A rtigas. —
R um bo al P a ra n á G uazú. — D es
cubiertos. — B anquete a tiem po.
— C om prom iso que 110 se cum ple.
— Con b a rra de grillos. — A p u n
to de n au fra g a r. — Deseo cum
plido. — E n J u n ta de G u erra. —
Coquimbo. — Los tre s h erm an o s
V aliente. — V iejos conocidos. . .
p ero . . . — L an za c o n tra lanza.
— E n en trev ero . — F o rm an d o
e jército .— M ás acciones.,— F re n te
a la F lo rid a . — Los am oríos de
V en ad o . — E n su puesto. —
¡Al asalto ! — E l te n ie n te R ev i
ra. — “ H a hecho u sted bien, B us-
ta m a n te ’. — A tacan tes y d efen
sores. — Los prisioneros. — ITna
excepción. — Un tr is te recu erd o .
— ¡N adie pedía clem encia! — E s
fuerzos m alogrados. — E n P a y
sandú. — R odeados. — La orden
de fu silam iento.
Don M ario R . P érez
Desde hace algunos -años h a b ía
mos perdido de visita a don M ario
R. Pérez, persona que h asta edad
muy avanzada h ab ía ejercido la p ro
fesión de corredor de Bolsa. Y co
mo lo sabíam os hom bre de d e s ta
cada actuación en n u e stra s luchas,
averiguam os su dom icilio p ara ha-
- 78 -
corle un re p o rta je sobre la C ru
zada L ib ertad o ra y el Bom bardeo
y Tam a de P aysandú, en cuyos su
cesos actuó el señor Pérez como
oficial y pro - secretario ded jefe
revolucionario G eneral Don V enan
cio F lo res.
— E stá ciego, — nos diijeron
— pero conserva siuj 'inteligencia
d espejad a y su espíritu lleno de las
altiveces, que fueron; una d e las
c aracterísticas de este viejo b ata
llador .
La ascendencia de Don Mario
Nos hicieron p asar a la sala; y
a poco de esitar en e*lla, sentim os
que ide (Jais pieza® jinterii'o.res se
aproxim aban unos pasos cortos,
como vacilantes, acom pañados por
el golpeteo del reg ató n de un baa-
tón que dab a nerviosam ente en las
ablas del piso; — y luego una
nano que exploraba sobre el ta
blero de la p u e rta de com unica
ción e¡n busca del p estillo.
— E fectivam ente >est|á ciego,
pensam os.
Y apareció la sim pática silu e
ta de Don Mario, con sus bien n u
trid as patillas blancas y lujurilante
c a b e lle ra .
Le averiguam os su vida.
Nacido en 1836, tiene nuestro
hom bre en la actu alid ad la muy
respetable sum a de ochenta y
seis años, sin m ás achaques que el
— 79 —
de la ceg u era. Su voz, la conserva
enérgica, clara, voz de hom bre
acostu m b rad o a m a n d a r . E n u n a
palab ra: no tiene esa voz cascad a
que es peculiar en todas las p er
sonas que llegan a la vejez.
E s h ijo de Don L orenzo Ju sti-
niano Pérez, C o n stitu y en te del año
30 y P resid en te de la R epública
por breve térm ino, como P resid en
te del Senado, y que era prim o
herm ano del G eneral A rtig a s .
F ué m ad re de Don M ario, la
señ o ra T eresa Conde de Pérez, h i
ja del com erciante de esta plaza
don Miguel Conde, a quien lla m a
ban “ El galilieguito de la® m edias
de sed a” , porque por a q u e lla épo
ca en q u e se usab an calzones co r
tos y m ed ias larg as, la s llev ab a
aquel, de tejid o d e esa calidad.
Don M iguel, que a p a rte de ser
Conde de apellido, era comide tatai-
bién por abolengo, p arece que en
su país d e origen fué un ta n to
calavera y ju g a d o r, razó n p o r la
cual, u n buen día, su señ o r p ad re,
llam ándolo a cu en tas le d ijo :
— A m iguito: A quí ti en» V d.
ta n to s pesos f u e r te s . Y como no
ha querido en m en d ar su conducta
d esarreg lad a, váyase a A m érica, e s
tablézcase allá, d ig n ifiq u ese con el
tra b a jo y no vueüva a E sp añ a h as
ta que se h aya convertido en hom
bre de provecho.
- 80 -
Y Don Miguel que fu era de to
da duda, te n d ría .mucho de filóso
fo y m ucho tam bién de inteligente,
em pleó el cap ital q u e le diera sil
padre en establecerse con «un re
gistro, en vez de dilap id ar su dine
ro en ju g a rre ta s , como lo había
hecho cuando contaba con él am
paro de su padre, — a cuyo fin le
vantó un edificio en la calle 25 de
Mayo en tre Misiones y Zabala, fin
ca que más ta rd e llegó a ocupar la
renom b rad a C onfitería O riental, de
N arizano.
I j o s B landengues de A rtigas
Como abuelo paterno, nos ofrece
tam bién Don Mario, ilú stre abolen
go p atricio .
Don M anuel Pérez, oriental, h i
jo de españoles, com erciante que fué
quien form ó de s>u peculio, el R e
gim iento de B landengues p ara las
luchas por la lib ertad de la P atria,
— ocultando la gente que lo cons
titu ía , en su chacra del Pan tan ose,
— unidad que por disposición
expresa de su creador Don Manuel,
fué m andado por sus nietos, el m ás
ta rd e inm ortal A rtigas, como p ri
m er jefe; y por F ern an d o Otor-
gués que tan to ayudó en sus cam
pañas a l L ibertador, como segundo
je fe .
— 81 —
Banquete a tiempo
D ada la cailddad del jefe guber*
n ista como la id'e su 'enviado an te
nosotros, resolvim os ir a bordo, en
donde el G eneral M oreno noa
ofreció ü n opíparo banqiuete Ha
blándose en tre plato y plato de con
fra te rn id a d y de los trasto rn o s qne
a ca rre ab an las g u e rra s.
R ecuerdo tam bién, que tal era
n u e stra m iseria, que en esa mismia
oportu n id ad , F rancisco R odríguez
L a rre ta , hiermano d el actu al P re si
dente d e lia C ám ara d e D iputados
doctor A ureliano R odríguez Larre^-
ta y que tan trág icam en te h ab ría
de m o rir en el P arag u ay tiem po
después, a m anos del tiran o López,
viéndom e tan d esarrap ad o me r e
galó ropa que ag rad ecí doblem en
te, por las circunstancias en que
me veía en tales m om entos.
Coquimbo
Y :1a colum na florista, fu erte de
ocho cientos hom bres prosiguió su
in terru m p id a m archa, p ara llegar
— 93 -
a un lu g ar elegido -por el G eneral,
en donde p u d iera h acer fre n te a
Olid, con v en tajas p ara sus propó
sitos .
Allí me tocó d esem peñar con el
entonces te n ie n te B arto lo Q u in te
ros la m isión d e reconocer las
fuerzas enem igas, p a ra cuyo fin el
G eneral m e hizo m o n tar su caiballo
“Pico - B lanco” .
A las p rim eras h o ras d e la m a
ñ an a del 2 de Ju n io del 63, Olid
empezó a esco p etearse con ¡las fu e r
zas de C araballo, milemtras q u e
F lo res d is trib u ía su g en te p ara d a r
la b a ta lla .
Iniciad a ésta, don V enancio que
observaba con su s gem elos los m o
vim ientos de su g en te y la d ei ene
migo, quie obedecían con ex ac titu d
al plan que an ticip a d am en te h ab ía
concebido, exclamó de p ronto, en
tu siasm ad o y riéndose a :1a vez al
ver que Olid llegaba a un p a ra je
que él h ab ía elegido p a ra d a rle el
golpe decisivo:
— ¡Ya c a . . . . iste, indio zonzo!..
Dió u n a o rd en , vibró el clarín , y
las m asas de cab a lle ría ten d iero n
sus corceles al galope. Volvió a so
n a r un nuevo to q u e con m ayor in
tensid ad , el dél clarín de órdenes
que lo era el coronel M achín; y el
de C araballo, rep itiéndolo, electrizó
a sus h u estes, q ue arre m e tie ro n coin
impeetiuosos bríos so b re lais fu e r
zas gub ern istas.
— 94 —
Bna «el an tig u o toque de a “ de
güello” , a cuyos sones las arm as de
fuego eran a su vez llam adas a si
lencio .
F lores, team bién con los suyos,
acom etió en él m om ento oportuno
con decisiva cajrga.
Las fu erzas d e Olid vacilaron; y
las n u e stra s las llevaron por de
la n te .
E sa acción, en la cual E duardo
F lo res y yo tom am os p a rte como
ayudantes, pasó a la H isto ria con
el nom bre de b atalla de “ Coquin-
bo” ; y allí fué que m urieron h ero i
cam ente los tres herm anos V alien
te, n ativ o s del D epartam ento de So-
riíamo, quienes form aban como ofi
ciales en la División blanca de
aquella zona.
Sus nom bres eran : Ju an B au
tista, Ciríaco y Miguel, capitán el
prim ero y ten ien tes los últim os, da
tando sais servicios m ilitares, desde
la época de ¡la G uerra G rande, en
el ejército sitia d o r.
Frente a la Florida
Volvimos al Sur, con unos tres
mil q u inientos hom bres m ás o m e
nos; y desde ©1 S anta Lucía, el ge
n eral F lo res volvió a h acer nuevas
proposiciones de paz al Gobierno,
proposiciones que el entonces P re
sidente, don B ernardo P. B erro
rechazó, porque exigió el som eti
m iento incondicional de los rebel
des.
¡La luclha se intensificó n u ev a
m ente desde ese m om ento.
El 4 de Agosto, pusim os sitio
a la Ciudad de F lo rid a ; y Flores
exigió la rendición de la plaza, ccn
la form al prom esa de que las vi
das e in tereses serían respetadas,
com isionándose p ara que hiciese la
proposición al coronel de la In d e
pendencia don F au stin o López
quien fué recibido a balazos por
los defensores, y de cuyas h eridas
falleció in stan tán eam en te.
A nte sem ejan te recibim iento del
p arlam en tario , el general Flores
previno que los defensores serían
fusilados, desde alferez a arrib a.
Los am oríos de Venancio
Allí fué que cayó tam bién, Ve
nancio. capitán a la sazón, e hijo
del general Flores.
— 103 —
— iSobre este p u n to , se h a te rg i
versado la v erd ad de los hechos»
nos d ijo el Sr. Pérez. V enancio
e sta b a p erd id am en te en am o rad o de
un a señ o rita, h ija d e un estan c ie
ro de las inm ediaciones, P érez de
apellido, español y m uy colorado.
Como sucedía siem pre en to d c
ejército revolucionarlo, la discipli
na. era observada h a s ta por ah í no
m ás; y co n sig u ien tem en te, ta n to
en m arch as como en cam p am en to s,
los oficiales y soldados, a p a rtá n d o
se de las colum nas a que p e rte n e
cían, aco stu m b rab an a h ace r sus
escap ato rias por los caseríos p ró
xim os, ya p a ra h ace r v isitas a co
nocidos o p arien tes, o bien p a ra
p ro c u ra rse artícu lo s alim enticios. Y
como mucihos d e los h o m b res fu e
ro n sacrificad o s p o r p a rtid a s con
tra ria s , el gen eral im p artió ó rd e
nes severas, p ara que nadie, abso
lu ta m e n te nadie, p u d ie ra se p a ra rse
del grupo a que p erte n ecía , sin el
co rresp o n d ien te perm iso.
E n estas condiciones, el te n ie n te
prim ero V enancio F lo res, que como
lo he dicho estab a p erd id a m en te
enam orado de la h ija de Pérez, h i
zo un buen día u n a escap ato ria p a
ra ver a su am ada, en cu y a ex cu r
sión los co n tra rio s casi lo hacen
p risio n e ro ; y si pudo escap ar a la
tenaz persecución que le h icieran ,
fué g racias a su bien p ro b a io valor
— 104 -
y a la ligereza del caballo que
m ontaba.
El g eneral F lo res se indignó
ta n to por el acto de indisciplina
com etido por su hijo, que ordenó
que éste p asara a fo rm ar parte de
la unidad a que pertenecía, en ca
lidad de últim o soldado.
En su puesto
M omentos an tes de procede *se al
ataq u e de la plaza, el ren(v<il Fío-
res, arengó a los soldados, desj ués
de lo cual, el coronel Rebollo, je
fe del b atalló n a que uerteix cia el
castigado, pidió a aquel que levan
tando el severo castigo que l.rtl ía
im puesto a su hijo, consintiere ove
este fuese al asalto, con la g r iiu a -
ción que an tes ten ía.
Y como se ordenase al ten ieu te
F lo res que p a sa ra a ocupar su an
tiguo puesto, dijo dirigiéndose al
general:
— “ Yo probaré al general Flores
que soy digno del nom bre que lle
vo.”
¡Al asalto!
D ada la voz de “ al asa lto ” la
com pañía m andada por el Capitán
P edro Ríos y de la cual era te
n iente prim ero Venancio Flores,
m archó a la conquista de un can
tón, desde el cual se hacían m ortí-
fieros disparos.
— 105 -
E l capitán R íos cayó an tes de
llegar a la casa, sobre cuya azotea
estaban I06 d efen so res; y V enancio
al fren te de los suyos y esg rim ien
do un hadha, m arch ab a e n tu siata-
m ente hacia la m u e rte . . .
Al lleg ar la com pañía a la casa
que iban a tom ar, pudo el te n ien te
F lores, con iel auxilio del h ach a
que esgrim ía ech ar ab ajo la p u e r
ta y arro ja n d o aq u ella arm a y le
vantando en alto su espada, estim u
laba a sus soldados, al grito de
—•¡A d elan te! ¡A delante, m ucha-
chachos!
Los defensores apercibidos del
asalto que se les llevaba, a rre c ia
ron sus fuegos; V enancio F lo
res, el p rim ero de todoe a s
cendía por la escalera y cu an
do ya su s m anos to cab an el últi-~
mo obstáculo, el ansiado p re til de
la azotea, cayó como fulm inado por
un ra/yo, herido de varios balazos.
Pero su ejem plo h ab ía estim u
lado el v alo r de los suyos, quienes
m om entos después alcan zab an la
an h elad a metía, no o b stan te el v alor
desplegado por sus defensores,
m andados por el te n ie n te M anuel
Rovira, elem ento de la p rim e ra so
ciedad de M ontevideo y que era el
único blanco de to d a u n a fam ilia
colorada.
E n tre los a tacan tes cayeron ta m
bién m uchachos d istin g u id o s como
— 106 -
González, Stw ard, herm ano de
D uncan y otros.
El teniente Rovira
El prim ero en p oner los piés en
aquella fata l azotea, fué don José
C ándido B u stam an te, que seguía
los ,p asos a V enancio, haciendo
irrupción enseguida, el resto de la
tropa.
B ustam ante, que era viejo cono
cido de R ovira, fué quien lo tomó
prisio n ero ; y con el fin de salv ar
lo, lo llevó a la p an ad ería de un
francés, apellidado R eitú, que tuvo
tam bién igual negocio en M ontevi
deo y que h ab ía sido soldado de
La D efensa cuando la G uerra
G rande.
— L e recom iendo a este hombre.
— De acuerdo, señor B u stam an
te. Aquí no e n tra rá ni blanco, ni
colorado, ni am arillo. Aquí, esté
seguro ; no e n tra rá nadie.
Ha hecho Vd. bien, Bustamante
B u stam an te volvió a donde se
encon trab a el general F lores y le
dió cuenta de todo lo que había
ocurrido d u ran te el asalto al can
tón, sin o m itir el relato referen te
a la aprehensión de R ovira y a las
seguridades de que lo había rodea
do.
Y F lores, m irándolo tristem en te
contestó.
Ha heciho Vd. bien, B ustam ante.
— 107 —
Atacantes y defensores
— N osotros éram os como m il in
fantes. em pleando adem ás en el
asalto u n a pieza de a rtille ría .
— ¿Y ellos?
— 'Algunos m ás de doscientos
hom bres, pero bien p arap e tad o s y
dispuestos a d efen d e rse. . .
La defensa era m an d ad a por el
Jefe P. y de Policía y C om andante
M ilitar, a la vez. T en ien te coronel
don Jacin to P á rra g a , h o m b re de
voz afem in ad a, p ero de un v alo r
y de una en tereza so rp ren d en tes.
E ra todo un v alien te m ilitar.
Los prisioneros
Caída la p laza fu ero n hechos p ri
sioneros los sig u ien tes m ilita re s:
T eniente C oronel don Jaicinto Pa-
rraga. com andante don D ám aso S il
va, cap itán don Jo sé Bosch, capi
tá n don José Ib a rra , cap itán don
M anuel Sotelo y alferez don A dol
fo C astro, a q uienes se fusiló des
pués.
E n cam bio, no co rriero n igual
su erte, los sig u ie n tes p risio n ero s,
que p o r o rd en del g en eral F lo res,
dada desde el p rim er m om ento,
fueron puestos en com pleta lib e r
tad.
S argento M ayor don A nselm o
C astro. C apitán M anuel C antero y
el Com isario de P olicía don F ra n -
- 108 -
cisco Rodríguez, T enientes: Regino
M artínez, Severo Pérez, Apolinar!o
L edesm a, Ju an R. Suárez, M anuel
Rovira (el que d efen d ía el cantón
desde donde se dió m uerte a Ve
nancio P lo res) f Olivio Rebollo.
A lfereces: V icente M artínez, José
M. Díaz, José M oreira y A ndrés
Pérez.
Una excepción
El único individuo de tropa fu
silado, fué el sarg en to Juan B au
tis ta C astillo, porque 'h a b ía deser
tado cuatro veces del ejército re
volucionario.
Un triste recuerdo
Un triste recuerdo me lia queda
do de ese día, prosiguió deciéndo
nos don M ario, y si se quiere, has
ta un re m o r d im ie n to ...
— ¡Cómo. . .! ¡Vid. tan bueno,
tan leal, tan noble, tan recto siem
pre! . . .
— <Si señor. Una indecisión mía,
ha sido tal vez la causa de esos
ajusticiam ientos, aunque después,
cuando llegó el mom ento, tra té de
re p a ra r esa falta de valor que tu
ve en m ala hora.
E n tre los reos había un hombre,
un mozo joven, quien pedía a los
oficiales y soldados que lo custo
diaban, que no lo fusilaran.
— 109 —
Máximo Blanco, ay u d an te del
coronel R ebollo, condolido de la
triste su e rte que a g u ard a b a a
aquel d esventurado joven, me vino
a ver a la C om andancia en donde
nc <3 encontrábam os reunidos, con el
fin de que yo p id iera al g en eral
que ese prisio n ero no fu e ra fu si
lado.
P ero a mi me faltó v alo r p a ra
hacer el pedido, al ver a l G eneral
reconcentrado, m iran d o al suelo,
sin h ab lar u n a p alab ra a nadie.
¡Nadie pedía clemencia!
In te rp re té m al ese estado de a n i
mo del caudillo. Al p esar que le
causaba la m u e rte de su hijo m a
yor, se ag reg ab a en esos m om entos
el pesar tam b ién de te n e r que cum -
nlir su am enaza de que h a ría
a ju stic ia r a los d e f e n s o r e s ... si
n adie in terced ía por ellos.
Y el tiem po corría. ¡N adie le
pedía un poco de clem encia p a ra
los caídos!
Irguiéndose de p ronto, b ru sca
m ente, y haciéndom e enérgico ad e
m án con la m ano, me ordenó ap u
rando sus p alab ras:
— -Pérez, me dijo. M onte a cab a
llo y vaya a todo escape p a ra que
suspendan la ejecución de esos p ri
sioneros.
Lo h u b ie ra abrazado al g eneral.
Y sin esp erar a nuevas indicacio
- 110 —
E n P ay san d ú
— D espués de dos años de id as y
venidas por el país con s u e rte di
versa y de h ab erse tom ado p o r
n u estras fu erzas F lo rid a , M ercedes.
D urazno, Porongos, pusim os sitio
a P aysandú, que resu ltó el epílogo
de la C ru zad a L ib ertad o ra.
Vd. ya h a d escrip to elo cu en te
m ente en que condiciones se llevó
a térm ino el asedio y bom bardeo de
aquella plaza.
P a r entonces, pro sig u ió dicién
donos el señor Pérez, yo e ra ya
capitán de g u ard ia s nacionales,
(seipa que n unca quise ser de lí
nea) y p ro -secretario del g en eral
F lo res; y como an d ab a siem pre al
lado del caudillo, en m uchas oca
siones se m e com isionó p a ra ique
me p u siera al m ando de alg u n as
fuerzas que en esos m om entos y
por diversas circu n stan cias care
cían de jefes.
R odeados
— 'Cuéntenos alg ú n episodio en
que le h ay a tocado in te rv e n ir en
P aysandú.
K—A ljí pasé por u n a p elleje ría
b astan te grave.
— ¿A ver? C uéntenos, don M ario.
— C ierto día fu i com isionado p a
ra ir a bordo a llev ar un oficio a
T am an d aré y, p ara lleg ar h a a ta la
— i 12 —
a ltu ra en donde be encontraba la
escuadra brasileña, iba costeando el
río U ruguay, acom pañado por el te-
niente Ribero, de F ra y Bentos, y ca
torce soldados.
D esem peñada mi misión sin n in
guna clase de tropiezos, reg resáb a
mos al cam pam ento recorriendo la
m ism a tray ecto ria, ajenos por com
pleto a todo peligro, cuando de
pro n to nos encontram os rodeados
por una considerable fuerza ene
m iga.
Y no hubo más rem edio que a tro
p ellar p ara no caer prisioneros. De
esta re frie g a sólo salvam os yo, el
te n ien te R ibero y dos soldados. Los
doce com pañeros restan tes allí que
d aro n ; unos m uertos y otros p ri
sioneros.
La orden de fusilamiento
— ¿P o r orden de quién fueron fu
silados L eandro Gómez, Acuña, F e r
nández y B raga?
— P or orden de Goyo Suárez.
— ¿E stá usted seguro?
— Y tan seguro como que estoy
hablando con usted.
— E n to n c e s ... ¿el m ayor Belén
qué rol desem peñó en ese hecho?
— E l de un m ero ejecu to r. . . Mi
re: y es tan cierto lo que le digo,
que cuando Flores, profundam ente
indignado por esa enorm idad, orde
nó que se p racticara una investiga
ción para d eslindar responsabilida
des, Suárez escapó del ejército y no
- 113 -
bg le vió m ás h a s ta que hubo te r
m inado la g u erra, porque supo que
se le iba a fo rm ar Consejo de G ue
rra p ara peg arle c u a tro tiros.
— ¿Qué o tra cosa podría decirnos
respecto a P ay san d ú ?
— N ada m ás que usted no conozca.
Nos despedim os con el afecto de
viejos am igos.
Y aquellos pasos cortos, así co
mo vacilantes, acom pañados p o r el
golpeteo del reg ató n del bastó n que
daba sobre las tab las del piso, se
fueron haciendo m enos perceptibles,
así que av anzaban h acia las p ie ra s
• • •Ba<iotja}U{
CON UNA HIJA DEL AYUDANTE
DE RIVERA
Ligeros apuntes biográficos de su
señor padre. — Una hazaña de
Ventura Rodríguez. — En Pay
sandú., — Triste peregrinación.
— El bombardeo nocturno. —
Un regalo de Eduardo Flores.—
Las bondades del apio cimarrón.
— El retorno a la ciudad — Con
sideraciones sobre los partidos.
O tra p ersona que fué testig o del
episodio de P aysandú, es la señ ara
R am ona L arra zab al de A guiar, de
ochenta y dos años, y dom iciliada
en la calle A renal G rande 1381,
quien, no o b stan te su avanzada
edad, se conserva fu erte , con ex
celente m em oria y con esp íritu ale
gre.
S um am ente sim p ática la señora,
nos dijo que e ra h ija del viejo s e r
vidor de la Independencia N acio
nal, don José M.a L arra zab al.
A unque en tre rria n o , su señor p a
d re inició sus servicios m ilitares en
este país, en la época en que é ra
mos todavía P ro v in cia O rien tal, a
las órdenes del g en eral R ivera, en
contrán d o se en todas las acciones
de g u e rra en que éste a c tu a ra y lle
gando a ob ten er a su lado h a sta el
grado de capitán.
- 116 -
Prisionero de los brasileros
En 1827, siendo todavía muy
joven, don José M.a L arrazabal,
fué hecho prisionero por los b rasi
leros, quienes lo llevaron en tal ca
rácter, em barcado en un viejo bu
que, el “ P resig an g a” y engriLlado
con otro com pañero de infortunio,
Como recuerdo de este p asaje de
su azarosa vida, se tatu ó d u ran te el
cautiverio en Río Jan eiro en el
brazo iziquierdo una corona de 'lau
reles, en cuyo centro llevaba las
siguientes cifras: 1827.
Piropos. . .
E n este en trev ero cayó herido
nuesilro jefe el coronel don W en
ceslao R egules, a cuyo v alor y p e
ricia se h abía confiado la defensa
de la b arraca.
R establecida la calm a tratam o s,
e n tre algunos de los nuestros# de
p oner en salvo al coronel, tra n s p o r
tándolo a sitio seguro; y cuando
cruzábam os p o r la acera -del m e rc a
do, los de la azotea de en fren te nos
hicieron u n a descarga, en cuya cir
cunstan cia me b alearo n en la re
gión abdom inal. Al sen tir prim ero
el chicotazo de la bala e in m ed ia
ta m en te después, agudo dolor p ro
ducido por la heriida, me apoyé en
una de las colum nas ex terio res del
m ercado, d etalle éste que dió lu g ar
a que los del cantón enem igo me
g rita ra n :
— ¡Ya c a . . . í s t e , salvaje, hijo de
una ta l por cual!
Pocos segundos después estáb a
mos en salvo d en tro de un lo»cal
que quedaba a cubierto de las balas
enem igas, en donde se nos practicó
a R egules y a m í, la cu ra 'de p ri
m era intención, a base de “ salm ue
r a ” . 'Como mi herida, si bien es
verdad dolorosa, no revestía grave
dad, ya que se tra ta b a de un .gran
d esg arram ien to de carne que me
circundaba la cintura, pude volver
— 149 —
a ocupar mi puesto de combate en
las últimas horas de la tarlde, con
venientemente vendado.
Compañía copada
En la noche, vino a relevarnos la
Compañía de Infantería que llama-
bamos de Mercedes, mandada por el
mayor Avila, a quien previnimos
que debían estar con sumo cuidado
porque los blancos hacían ifruip-
ción por todo6 lados, como había
ocurrido durante ese mismo día.
No se vaya/n a dormir, —■ les diji
mos, — porque los van a “copar”.
Aquella gente, cansada de tanta
brega y confiando posiblemente en
que los contrarios no volverían a
repetir el ataque, se durmieron, cir
cunstancia que aprovecharon los
defensores de la plaza para asaltar
nuevamente a la barraca, pero esta
vez con éxito, por cuanto después
de hacer gran número de muertos,
se llevaron a unos cuantos prisio
neros entre los cuales figuraba un
oficial de apellido Amén, quien, se
gún se dijo en esos días, fué obje
to de mil herejías y asesinado más
tarde por* sus aprehensores. Lo
cierto es que nunca más tuvimos
ni noticias del desventurado Amén.
— 150 -
La suertip de un batallón brasileño
— ¿Vd. presenció general, cuan
do )i\xé desheciho un b atalló n b rasi
lero por ia a r tille r ía de la plaza?
— iCoimo si lo estu v iera viendo.
Pocos días an tes de la rendición,
el general F lo res previno a las
fuerzas u ru g u ay as destacadlas en lajs
boca-calles próxim as a las líneas de
fuego, que el com ando b rasilero le
h ab ía pedido auto rizació n p a ra lle
v ar con los s>Uiyos, un ataq u e a los
sitiados, a lo que él, después de
algun as observaciones h ab ía accedi
do finalm ente, idada la form a insis
te n te del pedido, recom endándonos
que estuviéram os con cuidado, p ara
cuando lleg ara el caso.
El asalto >&e llevó a cabo por la
cal Le Real, en colum na cerrab a TfOr
un b atallón que lo inteigraiban
unos q u inientos in fan tes m ás o
menos, y qoie llevaba a su frente, la
corriespondien'te banda de m úsica,
nn-e ejecutaiba aleone ma,retira.
Como obedeciendo a un conjuro,
cesaron las luchas locales, de can
tón a cantóm, p ara presenciar aquel
avance, que más q‘ue a una conquis
ta parecía que desfilaba m arcial-
m ente en una parada, en medio de
la adm iración de todos.
En aquellos m om entos no se oía
o tra cosa que la m úsica Idel b a ta
llón en su m archa hacia el nervio
de la heróica defensa.
- 151 —
Nosotros que presagiábamos lo
que iba a ocurrir, estábamos sin
alientos ante la inquietante espec-
tativa.
Y el batallón proseguía avanzan
do. como en un paseo, ein que un
so>lo disparo interrumpiese la armo
nía de las notas musicales, arranca
das a los instrumentos de su ban
da. . .
¿Pero es que llegarán así, tran
quilamente, a hacer irrupción den
tro del recinto que tan bravamente
se nos disputa todos los días y to
das las noches, nos preguntábamos,
cuando ya la columna estaba a vetn
te y cinco o treinta metros de la
línea de defensa? Pero de 'pronto,
un fuego horrísono de artillería y
de fusilería nos estremeció a todos,
cuyos disparos barrieron hasta el
ese momento, bizarro batallón bra
sileño. Los acordes de la música
fueron sustituidos por los desagra
dables estampidos de loe cañones
y de los fusiles y por los gritos, ya
de dolor, ya de rabia de los heri
dos, caídos en medio de la calzada,
que seguían siendo víctimas de cer
teros disparos y a quienes no era
posible, tampoco, dispensar ningu
na clase de protección.
Ese batallón fué estoicamente al
sacrificio sin ninguna finalidad
práctica. Los pocos que resultaron
Ilesos y los heridos que quedaban
con fuerzas todavía para poider e«oa-
— 152 —
p ar a aq u el an tro de m uerte, enlo
quecidos por el pánico, tra ta ro n de
ponerse en salvo por d istinto s p a
ra je s, minohos de cuyos d e sv e n tu ra
dos pagaron con 6 U vida ta n leg iti
mo anhelo, por cuanto y a reinicia-
da la ludha g en eral, an te el d esas
tre, fuero n tom ados e n tre dos
fu eg o s. . . .
El fusilam iento de Leandro Gómez
— '¿Vd. alcanzó a ver a L eandro
Gómez, g en eral?
— Sí, señor; a poco de hab er caí
do en n u e stro poder. Yo ya era
oficial ab an d erad o del b atalló n 24
de Aibril y me en co n trab a sobre la
trin d h era de la boca-calle de la J e
fa tu ra cuando de p ro n to vi que un
grupo de hom bres se d irig ía tr a n
q u ilam en te h acia lo de R ibero. E n
ese -grupo m arch ab a L eandro Gó
mez y otros prisioneros.
— ¿Q uién lo m andaba?
— E l m ayor Belén, era quien iba
custodiando a la gente, con otros
v a rio s . . .
A¡1 ipasair «eroa rte nosotros, un
oficial que acomlpañalba a Belén, se
nos aproxim ó p ara pedirnos u n a es-
colta que custo'áiiara a los pr'isio-
nerois, proiporciioir/lándloisielie de la
com pañía defl capitán Tmiieba, seis
infantes, wn sarg en to y un caibo, que
fueron quienies fu silaro n desipués a
aquéllos.
— 153 —
— ¿ Q uién fu é ique o rd en é eil faisd-
loimAento d e Góimez, F ern án d ez ,
A cuña y B rag a?
— Desde el p rim er m om ento ee
dijo ^ u e h a b ía sid o don Goyo S u á
rez. Yo no Jo p uedo afirm a r.
-— ¿Y S u árez h ab ía au to rizad o el
pedido Wle la escolta?
— No, señ o r; p o rq u e S uárez ta l
vez no su p ie ra en esos m o m en to s
qute los p risio n ero s eir'an llev ad o s a
su presencia.
— ¿ P o r q u é razón llev aro n a S uá
rez y no a F lo res, a los p risio n e ro s?
— ¡V aya u sted a saJbierloü B elén
e ra m uy m al in ten cio n ad o , y en él
e jé rc ito no e ra o tra cosa que un
hom bre su elto , sün im jtiortancia n in
guna. F lo re s no lo estim ab a, preci-
samenifce, por s>us m alos p ro ced í-
milentos; y si lo to te ra b a e ra sen ci
llam en te por su n a tu ra l 'bondad.. Y
ta n to es así, que no lo q u ería, qiue lo
dem ostró <el hedho die que, a raíz
de la tom a de Payeaoidú, 'haciéndo
lo llev ar a su p re se n c ia y después
de e n ro s tra rle sus fech o rías, F lo
res le hizo fo rm a r proceso de güe
ra p ara h acerte p eg ar c u a tro tiro s,
de cu y a ú ltim a p e n a puldo e sc a p a r
g racias a la in terv en ció n d'el coro
nel don W enceslao R egules, que te
nía g ran ascen d ien te so b re el gene
ral.
Y fué 'entonces que F lo res ex p u l
só a B elén del ejército , diciéndole:
— Vette, que no q u ie ro v e rte e n
— 154 —
tre nosotros! ¡E;n cuanto te vea en
el campamiento be ftiaré -fusilar.
— ¿Y Belén, general, 'inquirimos?
— Se fué, pero <en n u estras m ar-
dhas hacia M ontevideo, nos seguía
die lejos; y cuando ajcamipábamos,
veíam os su silu eta so lita ria , afllá
poir las cuicihillas, coimio c e n tin ela
p e rd id o . . .
Ya, casi solbre la capital, al llegar
al P aso Idlcil M ata Ojo de Canelones,
R egules 'condolido 'de la triste cuan
d esairad a isituiaiclón 'de aquel “nue
vo judío .erran te” , voM ó a piediir a
Flo'res que co n sin tiera que Belén
se in co rp o rara al (ejército, a lo que
el general 'accedió aunque <a re g a ñ a
dientes y no sin que se hLciieran a
aquél milles de recamiandaciones y
de am enazas.
— ¿United v:‘ió los cadáveres 'de los
fusilados?
— No, señor; ya h a b ía visto de
m asiado m u e rto s. . .
EntendámosnOs. . .
Después que nos hubim os p resen
tado y explicado los m otivos de
n u e stra visita, el bravo general Vi
sillac, que se expresa y se mueve
con la agilidad de un hom bre de
cincuenta años, nos dijo de la ma-
— JCJ —
ñera más gentil, que estafoa a nues
tras órdenes.
— ¿Yd. se encontró entre los de
fensores de Paysandú?, inquirimos.
— No, señor.
—Pero prestó sue servicios m ili
tares al Gobierno contra la “Cru
zada Libertadora” . . .
No; — nos dijo riendo. ¡Qué Cru
zada Libertadora!. . . ¿A quién li
bertaban?
— Bueno; replicamos en igual
tono. Si Vd. quiere, en la Revoliu*
oión de Flores. Pero, coano a ese
movimiento armado se le denomi
nó y se le denomina todavía “Cru
zada Libertadora” . . .
— Los blancos nunca dimos ese
nombre al movimiento armado del
general F lores. . .
— ¡ASh! Ese es otro cantar. . .
— Ya a tantos años de distancia
de los hechos que nos ocupan, no
heimos de .hacer cuestión por nom
bre más o por nombre menos. ¿No
le parece?, terminó diciéndonos jo
vialmente.
— De acuerdo. Y bien; decíamos
que cuando la revolución de F lo
res. . .
— Yo era oficial de la Urbana de
la Capital. Convulsionado el país,
me tocó salir a campaña, como se
cretario del general don Servando
Gómez, hermano de mi señora ma
dre y consiguientemente tío mío,
actuando así en varias acciones
\l
- 162 -
do g u erra, en tre ellas la de
' ‘Don Esteban*’ que tuvo lu g ar en
el d ep artam en to de Río N egro y en
la cual fué herido y com pletam en
te derro tad o , el coronel Moyano, de
las fuerzas del g en eral don E nrique
C astro, coronel que, h a sta poco
tiem po antes, h ab ía sido de los
nuestros.
El coronel Moyano
— ¿Y se en co n trab a no ob stan te
al servicio del g en eral Floree?
— Sí, señor, pero la cosa tiene su
explicación. Moyano a poco de in
vadir F lores, cayó prisio n ero de las
fuerzas de éste en el com bate de
“ El A vestruz” y siguió en el e jé r
cito revolucionario en aquél carác
ter, como así tam bién su sargento
don José Eftaheverry, que con el
co rrer de los años h abría de llegar
a g en eral.
El G obierno te n ía por su p arte
prisionero en un pontón, al coronel
don León de P alle ja, de los colora
dos; y tal circunstancia movió a
F lores a proponer el canje de am
bos jefes, tem peram ento que no
aceptó B erro, quien al co n testar, lo
hizo en form a que llegó a lastim ar
el am or propio del coronel Moya-
no.
T rasm itad a la negativa a F lores
y hecho conocer por éste al p risio
nero el concepto que m erecía a sus
superiores, Moyano ofreció de in-
- ié4 -
Ju g án d o se la vida
Cuando la plaza de P aysandú ca
pituló, el señor L orente que había
salido ileso en la san g rien ta con
tienda pudo escapar a que lo hicie
ran prisionero, escondiéndose en
una ca.ca; pero resu ltan d o un ta n
to incóm oda su situación ya que le
era pocos m enos que im posible po
der salir de la ciudad sin ser
visto, profirió p resen társele a Suá
rez, no o b stan te caber que dicho je
fe colorado estaba sindicado ya, co
mo posible a u to r de la orden de
fusilam iento de los prisioneros.
Y al día siguiente de la ren d i
ción, L orente se presentó a Suárez,
con divisa blanca, en la casa que
éste ocupaba, p ara decirle:
— C oronel. A unque he escapado
a que me hicieran prisionero, ven
go a presentárm ele. No he com eti
do ningún delito, porque defender
con las arm as la causa de sus afee-
— 18 7 —
ciones, no es u n crim en. A quí es
ta y con m i divisa to d avía.
— H a hecho usted m uy bien se
ñor, po rq u e p eleando c o n tra n o s
otros, h a cum plido con su deb er
de p a rtid a rio .
Cuando estab an en eso, — p ro
siguió diciéndonos n u e s tra rep o r-
te ad a, — hizo irru p ció n en la casa,
la señ o ra de L o ren te que, desespe
rada, dirigiéndose a Suárez, le im
ploraba, an eg ad a en llan to que re s
petase la vida de su esposo.
— Señora, — le dijo S u árez e n
tonces: — E sté co m p letam en te
tra n q u ila que a su esposo no le p a
s a rá n ad a d esag rad ab le. Yo no soy
nin g ú n asesino. C uando m ato, es
peleando, h om bre a h o m b re en el
a rd o r de u na b a ta lla , ju g a n d o m i
vida tam b ién . V aya pues, tra n q u ila
a eu casa con su esposo, que yo
velaré por u stedes.
Y mi esposo, — nos dijo m isia
C arolina, — según m e lo expresó el
propio L o ren te en su casa de la c a
lle S anta L ucía e n tre las de C ane
lones y M aldonado — en cuplim ien-
to de la prom esa que les h iciera,
les m andó u n a c a rra d a de leñ a,
provisiones de boca y u n a lech e
ra . . .
— P erd o n e que la in te rru m p a
mos, señ o ra. ¿S uárez le contó a lg u
na vez este episodio de su vida?
— N unca. Ya le he dicho que en
cuestiones de esta n a tu ra le z a , ja
— 188 —
m ás en tró en confidencias conmigo.
Me lo contó, como ya se lo he didho,
el propio L o ren te que no te n ía p a
lab ras b astan tes p ara ag rad ecer la
co n d u cta de mi esposo.
Con respecto al cariño que Suá
rez sen tía por su m adre, b ástele
sab er que en el mism o sitio donde
se le v an tab a el ran ch o en el cual
aq u ella pereció quem ada, m andó
c o n stru ir m ás ta rd e , u n a iglesia
p a ra que p erp etu ara su m em oria,
paredes que se lev an tan a m ás de
un m etro del suelo y cuya co n stru c
ción se suspendió a la m u e rte d sl
g eneral Suárez. T an delicado sen ti
m ien to de am or filial, d em u estra en
form a elocuente, que el corazón de
aquel bravo g u errero , no estaba ce
rrad o como se ha didho. a todo sen
tim iento de te rn u ra .
L a m u e rte de Suárez
— A hora pasem os a la p a rte final,
señora.
— ¿De qué enferm edad m urió’
su com pañero?
— (E nvenenado.
— ¡Cómo. . . !
— Sí, señor. Lo hizo envenenar
L a to rre con un m ate de té, que le
sirvió u n a persona que vi’ve todavía
y que por razones que usted muy
fácilm ente com prenderá, no puedo
nom brársela.
— 189 —
— 'He oído decir, q ue la ag o n ía
del g en eral Suárez, fué atro z m en te
dolorosa e in q u ie ta ; y que aq u él, y a
en estad o inconsciente, d isv ariab a
a g rito s con b a ta lla s y con lancee
p e rso n a le s. . .
— Eso e s u n a in e x actitu d . E n 6u
enferm ed ad que d u ró cato rce d ías
y d u ra n te la cual lo asistiero n los
doctores F ran cisco A n to n io V i^al,
P im en tel, L eo n ard y o tros, no ocu
rrió n a d a de eso que u sted m e d i
ce. Al c o n tra rio : fué i-'ia vida que
Be fué ex tin g u í? ado g ra d u a lm e n te ,
sin alu cinaciones ni violencias.
Al d espedirnos de e sta v ieia que
conserva to d a v ía rasgos fisonóm*
eos que h ab lan de belleza, a la vez
que d eten ía e n tre las su y as n u e s
tr a d ie stra , nos dijo .
— ¿Cómo es su n om bre que ko
lo recu erd o ?
— Y al rep etírselo , le dim os u»a,
ta rje ta , que su s m anos de uie 5>a
g u a rd a b a n cu id ad o sam en te, a ia
vez que exclam aba rién d o se:
— ¡'Caram ba, señ o /! Ye no ten ¿o
o tra con qué retribuir.© .
¡Estoy m ás f.aifcVt que u n a ta
b a !!!
LA CADENA DE L.EANDRO GOMEZ
Desaparecida cuando su ejecución—
Empieza la historia — Grata sor-
presa — Y m algré todo. . .
La cadena antigua
E n la época que nos ocupa, e ra
m oda e n tre la g en te de pro, u s a r p a
ra sus relojes, la rg u ísim a s cad en as
de oro a guisa de co llar, cad en as
que, después de ro d e a r la p a rte
p o sterio r del cuello y de h acer
com ba, le v an tab a n to d av ía sus dos
extrem os p a ra a s e g u ra r al relo j,
que se g u a rd a b a bien en uno de los
bolsillos del chaleco, si se tr a ta b a
de un civil, o bien so b re el su p erio r
de u n a casaq u illa, en caso de un
m ilitar.
L ean d ro Gómez, de a rro g a n te fi
gura, y que ta n to social como m ili
ta rm e n te era h o m b re de sobrados
pr stigios, o sten tab a u n a de esas
a lh a ja s d u ra n te los d ías de la de
fensa; pero, a poco de h ao er 3 ido
fusilado, su cadáver fué visto p o r
don P ablo A. D ugrós, no so lam en te
sin la cadena, sino que tam bién sin
sus ro p as ex terio res y su calzado.
Empieza la histoi'Vi
H ace ya alg u n o s años s* p resen tó
cierto día al estudio del d o cto r don
A lberto G arcía Lago?, reclam an d o
sus servicios p ro fesio n ales, un m o
desto h om bre de cam po, hum ado
— 192 —
F a u stin o P erey ra, quien, finalm ont*.
salió airoso en el litigio.
— Doctor, — le dijo, — el asunto
ya está term in ad o . ¿C uánto le debo?
— N ada, mi am igo; ra_> b asta con
haber tenido el placer de conocer y
d efen d er a un hom bre ho ./ad o comc
usted — contestó a P erev ra el doc-
te r G arcía Lagos.
Y tr a s a lg u n a s e x h o n a b o n e s de:
o lie n t e p a r a q u e el a b o g a d o f ij a s e
bu»' h o n o r a r io s , d ijo f in a lm e n t e el
p r im e r o :
— Bueno, am igo docfwi'¡ ya veo
que no me quiere recibir dinero. M a
chísim as gracias. P ero, en cambio, lo
voy a h acer q u ed ar bien con su ao-
via.
E l doctor G arcía La^oj, que no
había dado m ayor im por'íincia a lo
dicho por P erey ra, recibió pocos día6
después la visita de éste, que le tia ía
una larg a cadena prim orosam ente
tra b a ja d a . Y al hacerle en treg a de
ella le dijo:
— R egálele u sted esto a su novia,
que ella sab rá valo rarlo y usted ha
de q u ed ar muy bien.
Y aquel buen paisano no quiso
decir una sola palabra m ás sobre el
asunto.
Grata sorpresa
B astan te intrigado, el doctor G a r
cía Lagos se dirigía en la noche de
ese m ism o día a hacer su visita a
la que m ás ta rd e sería su esposa—
la entonces señ o rita F a u stin a Gómez
L a J e f a tu r a de P o lic ía
— 194 —
h ija del g en eral don L eandro G ó
mez — con el reg alo que h aría a
ésta por indicación de su cliente. Y
segundos después de en co n trarse al
lado de su p rom etida y ein decir una
sola palab ra, sacó de uno de sus bol
sillos la cadena, que puso en m anos
de su novia.
L a h ija del g en eral sacrificado en
P aysandú, sin poder contener un
g rito de so rp resa, exclam ó:
— ¡E sta es la cadena de mi m a
dre!
Luego vinieron las explicaciones y
la señ o rita de Gómez dijo a su p ro
m etido que, m u e rta su señ o ra nía
dre cuando ella era m uy n iñ a to d a
vía, su p ad re el g eneral, le había
reg alad o esa cadena, pero con la
condición de que él co n tin u aría
usándola h a sta que ella fu era ya se
ñ o rita.
Y, efectivam ente: don L eandro
Gómez llevaba invariab lem en te sobre
su blusa de m ilitar, la preciosa ca
dena que rodeó su cuello h a sta se
gundos después que su cuerpo ca
yera atravesado por las balas f r a tr i
cidas sobre el césped d2 la q u in ta
de Ribero.
Y malgre todo. . .
E sa cadena, a raíz de la ejecución
cte los prisioneros, f r é vista en ma
n os del m ayor Belén, quien más
ta rd e la h ab ría de reg alar a una
p aisan a am iga suya. Y don F au stin o
P erey ra ia hubo después de la ex-
Otro aspecto de la Iglesia Nueva
p resad a m ujer, que fué quien con
tó la procedencia de la histó rica
alh a ja , que conserva am orosam ente
u n a n ie ta del general, la gentil se
ñ o rita D ora G arcía Gómez, h ija del
doctor don A lberto G arcía Lagos y
de la señ o ra F au stin a Gómez de G ar
cía Lagos.
GOLPE DE MANO CONTRA FAUS
TO AGUILA»
En marchas hacia M ontevideo —
Detenidos en lia s Piedras— Faus
to Aguijar herido— Abandona m o'
m entáneam ente el ejército, p^ra
su curación — Emboscada que
fracasa — Una partidaria decidi
da — Cambio de ruta.
Después de Las Cañas
D espués del com bate de L as C a
ñ as realizad o en el d e p a rta m e n to
del Salto el 2<5 de J u lio de 1863, en
que las fu erzas g u b e rn ista s al m a n
do del g en eral don Diego L am as,
fu eron d e rro ta d a s p o r los rev o lu cio
n a ria s de F lo re s,— éstas, — m a r
charon de in m ed iato h acia el ‘3ur,
con in ten cio n es de ap ro x im arse a
las m ism as p u e rta s de M ontevideo,
con el fin de p re sio n a r al G obierno
y de a tra e rs e nuevos co n tin g en tes
de hom bres, lleg an d o h a s ta el p u e
blo de L as P ie d ra s, sin q u e n in g ú n
obstáculo se les opusiese-
E l ejército rev o lu cio n ario , — s®-
gtln nos lo n a r r a en in te re s a n te
opúsculo el señ o r M anuel F e rra n d o ,
que sirvió como soldado, prim ero , y
como oficial m ás ta rd e en el m ovi
m iento arm ad o que nos v ien e ocu
pando,— m a rc h ab a confiado, en tr e s
colum nas, ya q ue sus d escubiertas,
en todo el la rg o tra y e c to reco rrid o ,
— 198 —
no h ab ían visto a un solo enemigo.
F a u s to A gullar, que llevaba "en ra-
b ad a” su cab allad a de repuesto, ocu
paba la d erech a; Floree, la del cen
tro y C araballo la de la izquierda.
N uevas proposiciones d e paz
D esde S an ta Lucía, el general
Floree, volvió a h acer ofrecim ien
tos de paz, que el P resid en te de la
R epública don B ern ard o P. B erro no
aceptó, si no a cam bio de un som e
tim ien to incondicional de los revo
lucionarios, que rech azaro n esa fó r
m ula.
A nte el resu ltad o de la gestión,
el ejército flo rista, iproeiguió av an
zando sin n in g u n a clase de recelos;
y cuando la gente de F au sto Agul-
la r hab ía en trad o ya a un callejón,
bordeado de cercos de pitas, de los
suburbios de Las P iedras, fu é sor
p ren d id a por n u trid as descargrae de
fusilería y de artillería.
F au sto , h erid o
Los blancos, al m ando del gene
ral don Lucas Moreno, y prevenidos
de la aproxim ación de las fuerzae
coloradas, se ocu ltaro n den tro de
unos grandes zanjones y d etrá s de
los cercos, en núm ero de dos mil
in fan tes y algunos artillero s, desde
donde hicieron certero fuego, en su
ya acción fué herido en un hom
bro, F au sto A guilar.
E ste hecho de arm as que no tu
vo m ayores trascendencias, hizo
— 199 —
desviar la r u ta que se p ro p o n ía se
g u ir el ejército d e Filares, q u e vol
viendo esp ald as a la capital, em
prendió m arch a h acia el d e p a rta
m ento de Minas, p a ra en seg u id a p a
sa r al de C erro L arg o y de a llí al
Oeste, con el fin d e s itia r por p ri
m era vez a P ay san d ú .
L as m arch as por u n lado, y la
fa lta de m edios curativos, p o r o tro ,
fu ero n fatotores que co n trib u y ero n
a que la h e rid a del g e n e ra l A g u ilar
se ag rav ara, razón p o r la cual, F lo
res dispuso que su v a lie n te y eficaz
co labo rad o r p a sa ra a a sistirse a
B uenos A ires, en aten ció n a que.
por su calidad de rev o lu cio n ario ,
le estab a vedado h acerlo en M onte
video, a m enos de caer p risio n ero .
Así las cosas se form ó u n a es
colta de ciento cin cu en ta ho m b res,
escogidos, cuyo m ando se confió al
sarg en to m ay o r don M odesto Cas
tro, que llevaba como oficiales a
Leopoldo A lbín, F elician o V iera.
Jo sé Tato, D om ingo C ristald o , T o
m ás Gromensoro y B e rn a rd o D oblas.
— pequeña fu erza que, reco rrien d o
de E ste a Oeste la R ep ú b lica, —.
pudo lleg ar sin que fu e ra m o lesta
da, h a s ta el p u eb lito de B elén del
d ep artam en to del Salto, desde cuyo
punto pudo A g u ilar p a s a r a la A r
gentin a. asilán d o se en la ciu d ad de
C oncordia.
- 200 -
P re p a ra n d o el golpe
Los blancos, en conocim iento por
sus espías, de la presencia y del iti
n erario de v iaje del jefe colorado,
concibieron el plan de tom arlo p ri
sionero, p ropósito que h ab rían visto
coronado por el m ejo r de los éxi
tos, si no h u b iera m ediado la opor
tu n a intervención de u n a señora,
decidida p a rtid a ria de los colora
dos.
En efecto; un grupo de guber-
n lstas se em barcó ocultam ente en el
vapor d e la c a rre ra la noche a n
te rio r de la p artid a, p ara echar el
g u an te al au x iliar de P lo res cuando
p isara sobre la cu b ierta del buque;
pero doña J u sta Zam brana, vecina
de la ciudad del Salto, tom ó a su
vez las m edidas del caso p ara des
b a ra ta r el plan, a cuyo fin y m edian
te la ayuda de un botero de su ab
soluta confianza, pasó a Concordia
d u ra n te las h o ras de la noche, para
com unicar así p ersonalm ente a F au s
to A guilar, lo que co n tra él se tr a
m aba.
D esterrad a
P u estas m ás ta rd e en claro ¡as
causas que m otivaron el fracaso del
golpe proyectado, las au to rid ad es
del Salto resolvieron d e ste rra r a tan
decidida p a rtid a ria de la causa re
volucionaria, en cum plim iento de
cuya decisión, tuvo que p asar dofia
— 201 —
J u s ta Z am b ran a c o n ju n ta m e n te con
su h ija A m elia, a re sid ir en la ve
cina ciudad de C oncordia.
G racias pues, a la in terv en ció n
de la v aro n il señora, A g u ilar pudo
lleg ar a B uenos A ires, por el río
P aran á, que le ofrecía a b so lu ta s se
guridad es.
PLORES EN MONlíEVIDEO
El Coronel don León de P allejas.—
E l sitio a M ontevideo. — Prepa
rativos para un bombardeo. —
Las partidas exploradoras del ge
neral Caraballo. — Al margen
del asesinato de Florencio Vare-
la. — Quien pagó para que lo
asesinaran. — E l canario Cabre
ra. — Don Domingo Moreira. —
Secuestro de Cabrera. — La en
trada triunfal de Flores. — Su
recorrido.
R en d id a la plaza de P ay san d ú
tra s su h eró ica defensa, nos d ijo
don Pa'blo A. D ugrós, el ejército
rev o lu cio n ario del g en era l F lo res,
llegó 6in resisten c ias d e n in g ú n gé
n ero h a s ta las p u e rta s de e sta ca
p ital, in iciando el sitio el 2 de F e
b rero de 1865. S olam en te en la
U nión y sus a lre d d o re s so lían h a
b er a lg u n as escaram u sas.
FIN
INDICE
INDICE
PAg.