John Gray - Liberalismo
John Gray - Liberalismo
John Gray - Liberalismo
JOHN GRAY
Jesus College, Oxford
Introducción:
La unidad de la tradición
liberal
A pesar de que los historiadores han descubierto
elementos de la perspectiva liberal en el mundo
antiguo, y más particularmente en la Grecia y la
Roma clásicas, estos elementos, más que
componentes del movimiento liberal moderno, son
parte de la prehistoria del liberalismo. Como
corriente política y tradición intelectual, como un
movimiento identificable en la teoría y la práctica,
el liberalismo no es anterior al siglo XVII. De
hecho, el epíteto «liberal» aplicado a un
movimiento político no se usa por primera vez
hasta el siglo XIX, cuando en 1812 lo adopta el
partido español de los «liberales»[1]. Antes de esa
fecha, el sistema de pensamiento del liberalismo
clásico surgido, ante todo, en el periodo de la
Ilustración escocesa, cuando Adam Smith se
refirió al «plan liberal de igualdad, libertad y
justicia», pero el término «liberal» seguía
funcionando básicamente como un derivado de
liberalidad, la virtud clásica de humanidad,
generosidad y apertura de mente. En consecuencia,
para una comprensión correcta del liberalismo es
esencial un discernimiento claro de su
historicidad, de sus orígenes en circunstancias
políticas y culturales definidas y de sus
antecedentes en el contexto del individualismo
europeo en el periodo moderno temprano. La razón
de ello es que, si bien el liberalismo no tiene una
esencia o naturaleza única y permanente, sí
presenta una serie de rasgos distintivos que dan
prueba de su modernidad y, al mismo tiempo, lo
diferencian de otras tradiciones intelectuales
modernas y de sus movimientos políticos
asociados. Todos estos rasgos son sólo plenamente
inteligibles en la perspectiva histórica que
proporcionan las diversas crisis de la modernidad:
la disolución del orden feudal en Europa en los
siglos XVI y XVII, los acontecimientos en torno de
las revoluciones francesa y norteamericana en la
última década del siglo XVIII, el surgimiento de los
movimientos socialistas y democráticos durante la
segunda mitad del siglo XIX y el eclipse de la
sociedad liberal por los gobiernos totalitarios de
nuestros tiempos. De esta manera, los rasgos
distintivos que marcaron en sus principios la
concepción liberal del hombre y la sociedad en la
Inglaterra del siglo XVII se han visto alterados y
readaptados —pero no hasta el punto de hacerse
irreconocibles—, a medida que las sociedades
individualistas que dieron vida a las ideas
liberales se han ido enfrentando a diversos y
renovados retos.
Existe una concepción definida del hombre y la
sociedad, moderna en su carácter, que es común a
todas las variantes de la tradición liberal. ¿Cuáles
son los elementos de esta concepción? Es
individualista en cuanto que afirma la primacía
moral de la persona frente a exigencias de
cualquier colectividad social; es igualitaria
porque confiere a todos los hombres el mismo
estatus moral y niega la aplicabilidad, dentro de un
orden político o legal, de diferencias en el valor
moral entre los seres humanos; es universalista, ya
que afirma la unidad moral de la especie humana y
concede una importancia secundaria a las
asociaciones históricas específicas y a las formas
culturales; y es meliorista, por su creencia en la
corregibilidad y las posibilidades de
mejoramiento de cualquier institución social y
acuerdo político. Es esta concepción del hombre y
la sociedad la que da al liberalismo una identidad
definida que trasciende su vasta variedad interna y
complejidad. Sin duda, esta concepción liberal
tiene fuentes distintas, e incluso contrapuestas, en
la cultura europea, y se ha materializado en
diversas formas históricas concretas. Debe algo al
estoicismo y al cristianismo, se ha inspirado en el
escepticismo y en una certeza fideísta de
revelación divina, y ha exaltado el poder de la
razón aun cuando, en otros contextos, haya buscado
apagar las exigencias de la misma. La tradición
liberal ha buscado validación o justificación en
muy diversas filosofías. Las afirmaciones políticas
y morales liberales se han fundamentado en teorías
de los derechos naturales del hombre con la misma
frecuencia con la que han sido defendidas
invocando alguna teoría utilitaria de la conducta, y
han buscado el apoyo tanto de la ciencia como de
la religión. Por último, al igual que cualquiera otra
corriente de opinión, el liberalismo ha adquirido
un sabor diferente en cada una de las diversas
culturas nacionales en las que ha tenido una vida
duradera. A lo largo de su historia, el liberalismo
francés ha sido notablemente diferente del
liberalismo en Inglaterra; el liberalismo alemán se
ha enfrentado siempre con problemas singulares, y
el liberalismo norteamericano, aunque en deuda
con las formas de pensamiento y práctica inglesas
y francesas, muy pronto adquirió rasgos propios
por completo nuevos. En ocasiones, el historiador
de ideas y movimientos quizá tenga la impresión
de que no existe un solo liberalismo, sino muchos,
vinculados entre sí sólo por un lejano aire de
familia.
No obstante la rica diversidad que el
liberalismo ofrece a la investigación histórica,
sería un error suponer que las múltiples
variedades de liberalismo no pueden ser
entendidas como variantes de un reducido conjunto
de temas precisos. El liberalismo constituye una
tradición única, no dos o más tradiciones ni un
síndrome difuso de ideas, justamente en virtud de
los cuatro elementos antes mencionados que
integran la concepción liberal del hombre y la
sociedad. Estos elementos han sido
perfeccionados y redefinidos, sus relaciones se
han visto reordenadas, y su contenido se ha
enriquecido en las diversas fases de la historia de
la tradición liberal y en una amplia variedad de
contextos culturales y nacionales en los que con
frecuencia han recibido una interpretación muy
específica. Pese a su variabilidad histórica, el
liberalismo sigue siendo una perspectiva integral,
cuyos componentes principales no son difíciles de
especificar, más que una débil asociación de
movimientos y perspectivas entre las cuales
puedan detectarse algunos parecidos de familia.
Únicamente así resulta posible identificar a John
Locke y Emmanuel Kant, John Stuart Mill y
Herbert Spencer, J, M. Keynes y F. A. Hayek, y
John Rawls y Robert Nozick como representantes
de ramas separadas de un mismo linaje. El
carácter del liberalismo como una tradición única,
su identidad como una concepción persistente,
aunque variable, del hombre y la sociedad son
válidos aun cuando, como se sugerirá más
adelante, el liberalismo haya estado sujeto a una
importante ruptura, cuando en los escritos de John
Stuart Mill el liberalismo clásico abrió las puertas
al liberalismo moderno o revisionista de nuestros
días.
Primera parte:
HISTORIA
1. Antecedentes
premodernos del
liberalismo
Según el gran escritor liberal francés del siglo XIX
Benjamin Constant, el mundo antiguo tenía una
concepción de la libertad radicalmente diferente
de la que se tiene en los tiempos modernos.
Mientras que para el hombre moderno la libertad
significa una esfera protegida de no interferencia o
de independencia regulada por la ley, para el
antigua significaba el derecho a tener voz en el
proceso colectivo de toma de decisiones. Fue
precisamente esta visión de la libertad, según
Constant, la que J. J. Rousseau trató de revivir
anacrónicamente cuando glorificó la vida
disciplinada de Esparta. ¿Hasta qué punto es
válida o útil esta distinción de Constant? Marca
una importante reflexión en la medida en que
afirma que la idea dominante de libertad entre los
griegos antiguos no era la de un espacio asegurado
de independencia individual. Para los griegos, y
quizá para los romanos, la idea de libertad se
aplicaba en forma natural tanto a las comunidades,
en las que significaba autogobierno o ausencia de
control externo, como a los individuos. Incluso en
sus aplicaciones los individuos, rara vez
implicaba una inmunidad frente al control que
ejercía la comunidad, sino solamente un derecho
de participación en sus deliberaciones. Hasta
ahora, la idea antigua de libertad contrasta
agudamente con la idea moderna.
Al mismo tiempo, la reflexión de Constant se
exagera con facilidad, y su solidez esencial no
debería conducirnos a desatender los orígenes de
las ideas liberales entre los antiguos,
particularmente entre los griegos.
Especial atención entre estos últimos merecen
los sofistas, pensadores escépticos que, al
establecer una distinción clara entre lo natural y lo
convencional, tendieron a sostener la igualdad
universal del hombre. Es así como Glauco, en el
segundo libro de La República de Platón,
desarrolla una teoría del contrato social que tiene
claramente un origen sofista. La «justicia», dice,
«es un contrato para no hacer el mal tanto como
para no sufrirlo». Por otra parte, Aristóteles cita al
sofista Licofrón como aquel que sostiene que la
ley y el Estado dependen de un contrato, de tal
forma que el único fin de la ley es la seguridad del
individuo, y las funciones del Estado son, en su
totalidad, funciones negativas que tienen que ver
con la prevención de la injusticia. La fuerza
especial de la distinción sofista entre naturaleza y
convención fue, por supuesto, el rechazo de la idea
de la esclavitud natural. Se dice que el retórico
Alcibíades afirmó: «Los dioses hicieron a todos
los hombres libres; la naturaleza no hizo de
ninguno un esclavo».
Por último, gracias a los sofistas se desarrolló
la primera doctrina de la igualdad política en
contra de las concepciones de gobierno esotéricas
y elitistas, comunes hasta entonces entre los
griegos. Tal como G. B. Kerferd observa; «La
importancia de esta doctrina de Protágoras (de
igualdad política) en la historia del pensamiento
político difícilmente puede exagerarse». Y
continúa: «Protágoras produjo por primera vez en
la historia de la humanidad una base teórica para
la democracia participativa» —de acuerdo con la
doctrina de Protágoras, todos los hombres tienen
parte (aunque no la misma parte) en la justicia[2]
—.
En la misma generación de Licofrón y
Alcibíades —la generación que K. R. Popper
denomina la Gran Generación y que vivió en
Atenas justo antes y durante la Guerra del
Peloponeso— Pericles, en su famosa Oración
fúnebre, dejó constancia de sus principios
igualitarios liberales e individualistas. Aunque él
mismo restringía implícitamente su ámbito de
aplicación a los griegos, e incluso quizá sólo a los
atenienses, su discurso estaba impregnado de
significación para el desarrollo posterior de la
tradición liberal. De la democracia ateniense dice: