1.1sperber Dan Como Nos Comunicamos
1.1sperber Dan Como Nos Comunicamos
1.1sperber Dan Como Nos Comunicamos
things are: a science toolkit for the mind. New York: Morrow. (traducción Millán María del
Rosario).
Dan Sperber
Comunicarse es tratar que otro (s) comparta tus pensamientos –bueno, al menos algunos
de ellos. ¿Pero cómo pueden compartirse los pensamientos? Los pensamientos no son
cosas que están ahí afuera, para ser cortadas como tortas o usadas colectivamente como
los ómnibus. Son estrictamente asuntos privados. Los pensamientos nacen, viven y
mueren dentro de nuestros cerebros. Ellos nunca realmente salen fuera de nuestras
mentes (a pesar que hablamos como si lo hicieran, pero eso es sólo una metáfora). Lo
único que produce una persona hacia otra para ver o escuchar es una conducta o los
rastros que ella deja atrás: movimientos, ruido, ramas rotas, puntos de tinta, etc. Estas
cosas no son realmente pensamiento, tampoco contienen pensamientos (esa es solo otra
metáfora) y aun así algunas de esos comportamientos o rastros de ellos sirven para
expresar pensamientos.
¿Cómo es posible entonces tal comunicación? Existe una vieja historia- que data al menos
del antiguo filósofo griego Aristóteles-y sin dudas la has oído muchas veces: lo que hace
posible la comunicación, así va la historia, es el lenguaje común. Un lenguaje como el
español es una clase de código en el cual los sonidos son asociados a significados. Así, si Jill
quiere comunicar algún significado a Jack, ella busca en sus reglas mentales del español el
sonido asociado a ese significado particular y lo produce para que lo escuche Jack. Él
entonces busca en sus reglas mentales el significado asociado a ese sonido particular. De
esa manera Jack descubre lo que Jill tenía en mente. Por supuesto, todo esto de buscar es
automático e inconsciente (excepto cuando no puedes encontrar las palabras y
dificultosamente las buscas conscientemente). Gracias a esta doble conversión-la
codificación de significados en sonidos y de sonidos en significados- Jill y Jack pueden
ahora compartir pensamientos. Bueno, compartir puede todavía ser una metáfora, pero al
menos sabemos cómo entendernos con ella. ¿Lo sabemos?
La vieja historia –nos comunicamos gracias al lenguaje común- es una simple e inteligente
historia. Sería una gran explicación si tan sólo fuera cierta. Actualmente, parte de esa
historia es verdad en la mayoría de los animales que se comunican. Abejas y monos tienen
sus propios códigos rudimentarios y cómo sea que se comuniquen, lo hacen codificando y
decodificando. No es así con los humanos. Es cierto, tenemos un rico lenguaje y muchos
códigos menores también, pero –y aquí es donde se quiebra la vieja historia-
comunicamos mucho más de lo que codificamos y decodificamos, y no ocasionalmente,
sino todo el tiempo. Entonces, tener un lenguaje es, como mucho, una parte de la
verdadera historia.
Déjame ilustrarlo. Imagina que estás matando el tiempo en un aeropuerto. Hay una mujer
parada cerca de ti y escuchas que dice a su acompañante, “es tarde”. Haz escuchado e
incluso pronunciado muchas veces estas palabras. ¿Sabes que significan? Por supuesto.
Pero sabes lo que la mujer al pronunciar estas palabras quiso decir? Piensa. Ella podría
estar hablando sobre el avión y decir que arribará o tal vez saldrá muy tarde. Ella podría
también estar hablando sobre una carta que está esperando o sobre la primavera que se
atrasó. Ella no necesita estar hablando de algo en particular, tal vez solo podría estar
queriendo decir que es tarde en la mañana, o en el día, o en su vida. Más aún, “tarde” es
siempre relativo a alguna fecha, tiempo o expectativa: tal vez podría ser tarde para
almorzar pero aún temprano para la cena. Entonces, ella debe haber referido “tarde” en
relación con algo, pero ¿con qué?
Podría seguir, pero el punto debería estar claro, a pesar de saber perfectamente bien el
significado de las palabras que la mujer pronunció, no sabemos qué quiso decir.
Extrañamente, su compañero, no parece desconcertado. El parece entenderla. Y esto lleva
a pensar en la cantidad de veces en las que uno es la persona a la que le dicen “es tarde” y
sabe perfectamente lo que el hablante quiere decir. Uno no tiene que pensar en los
significados que las palabras “es tarde” pueden convenir. ¿Es esta frase un caso especial?
Para nada. Cualquier frase -en inglés, o francés o Swahili – puede convenir muchos
significados en diferentes ocasiones, y pueden servir para ilustrar el mismo punto.
Es por eso, que los lingüistas han encontrado necesario distinguir el “significado de la
frase” del “sentido del hablante”. Solo los lingüistas están interesados en el “sentido de la
frase” por sí mismo. Para el resto de nosotros, el sentido de la frase es algo de lo que
generalmente no somos conscientes. Es algo que usamos inconscientemente, como un
sentido o verdad final, que es para entender a otros personas y para hacernos entender. El
sentido del hablante – las cosas que nos interesan- siempre está más allá del sentido de la
frase: es menos ambiguo (a menos que tenga una ambigüedad propia), es más preciso de
algún modo, y frecuentemente es menos preciso de otro modo; tiene un rico contenido
implícito. El significado de la frase es apenas un boceto, un esqueleto. Nosotros llegamos
al sentido del hablante completando ese bosquejo.
¿Cómo vamos del significado de la frase al sentido del hablante? ¿Cómo complementamos
el boceto? En el pasado, veinte años atrás más o menos, se hizo obvio que para captar el
sentido del hablante hacemos uso de la inferencia. Inferencia es justamente el término
psicológico para lo que ordinariamente llamamos razonamiento. Consiste en comenzar por
una suposición o conjetura inicial y arribar a través de una serie de pasos a alguna
conclusión. Los psicólogos, sin embargo, no son tan pretenciosos al usar una palabra poco
conocida: cuando nosotros hablamos de razonar pensamos en una ocasional, consciente,
difícil e incluso lenta actividad mental. Lo que los modernos psicólogos han demostrado es
que algo como razonar sucede todo el tiempo –inconscientemente, sin esfuerzos y
rápidamente. Cuando los psicólogos hablan de inferencia, se están refiriendo en primer
lugar y principalmente a esta siempre presente actividad mental. Así, entonces, es como
los lingüistas actuales y los psicólogos entienden cómo una persona entiende lo que otra
quiere decir. Cuando alguien te dice, por ejemplo, “es tarde”, primero decodificamos el
sentido de la frase y entonces inferimos el sentido del hablante. Todo esto, sin embargo,
tiene lugar tan rápidamente y fácilmente que pareciera inmediato y sin esfuerzo.
Muchos psicólogos y lingüistas aceptan esta versión adaptada de la vieja historia. Otros no.
Tratar de entender el tipo de inferencia involucrada en la comunicación ha llevado a
algunos de nosotros a dar vuelta la vieja historia. Ahora pensamos que la comunicación
humana es primero y principalmente una cuestión de inferencia y que el lenguaje es un
agregado. Esta es la nueva historia.
Asumamos, que hace millones de años, nuestros ancestros no tenían lenguaje alguno. Uno
de nuestros ancestros, llamémoslo Jack, estaba mirando a otro ancestro- llamémosla Jill-
recoger moras. ¿Que entendió Jack que estaba haciendo Jill? Él podría hacer visto el
comportamiento de ella como un simple secuencia de movimientos corporales, o podría
haber visto la realización de una intención, quizá la de juntar moras para comer. Entender
el comportamiento de un animal inteligente como la ejecución de una intención es, en
general, mucho más revelador y útil que verlo como un simple movimiento. Pero, ¿fueron
nuestros ancestros capaces de reconocer las intenciones del comportamiento de otro
individuo?
¿Qué pasa si Jack entiende que la verdadera intención de Jill al recoger moras es hacer le
creer que son comestibles? Si el confía en Jill, le creerá; si no confía, no lo hará. Ahora
¿qué sucede si Jill entiende que Jack descifra su propósito real? Bueno, entonces, ¡un
mundo de posibilidades se abre! Si Jack es capaz de entender que su intención es
informar, ella también podría ser abierta sobre ello. Jill no tiene que recoger moras
efectivamente. Todo lo que ella debe hacer es mostrar a Jack que ella quiere que sepa que
son comestibles. Ella puede, para eso, valerse de recursos simbólicos.
Jill podría, por ejemplo, señalar las moras y luego mover su boca, o podría hacer mímica.
Jack se habría preguntado: ¿por qué hacer eso? Una vez que él haya organizado que lo que
ella está haciendo es para su beneficio, él no habría encontrado difícil inferir su intención,
o, en otras palabras, lo que quiso decir. Esto es cierto para la comunicación pública, incluso
sin lenguaje. Todo lo que Jill hace es dar muestras de su intención, y todo lo que Jack hace
es inferir que su intención corresponde a los indicios que ella le dio.
Para las criaturas capaces de comunicarse en este modo inferencial, el lenguaje puede ser
tremendamente útil. Las palabras son mucho mejor que la mímica para poner ideas en la
mente de las personas. Si Jill fuera capaz de pronunciar simplemente “comer” o “bueno”,
Jack podría inferir su intención, el sentido completo, de su comportamiento verbal tan
fácilmente como lo hizo de la mímica. Con un lenguaje más rico, Jill habría sido capaz de
dar indicios de sentidos más complejos. En realidad, en aquellos días nuestros ancestros
no hablaban. Sin embargo, su capacidad de comunicación inferencial creó un ambiente en
el cual el lenguaje se transformó en una mayor ventaja adaptativa, y ciertamente, la
capacidad del lenguaje evolucionó en la especie humana.