El Cristiano y La Tentación Ojo
El Cristiano y La Tentación Ojo
El Cristiano y La Tentación Ojo
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La mayoría de las personas no piensan en cosas como la avaricia, la inmoralidad,
las drogas, el alcohol, la envidia, el engaño, los celos, herejías, y las impurezas.
En otras palabras, acciones y/o sentimientos que nos separan de la presencia y
voluntad de Dios [1]. Y la realidad es que nada de esto que les acabo de
mencionar nos acercara a Dios, sino que son cosas que solo sirven para
apartarnos de Su presencia. Y es exactamente por eso que en Colosenses 3:5-6
encontramos que se nos dice: “…Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:
fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es
idolatría; 6 cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de
desobediencia…“.
La realidad es que es imposible cubrir todas las tentaciones que existen, y esto es
debido a que la tentación es algo muy personal. Digo que es algo muy personal
porque lo que alguien aquí puede considerar como una gran tentación, o algo que
no se puede resistir, para otros será algo fácilmente vencido. Esto es algo que
sucede porque no todos vemos las cosas de la misma manera, y no todos
tenemos los mismos impulsos o necesidades.
Si queremos obtener la victoria sobre la tentación, lo primero que tenemos que
saber es el origen de ella.
El problema que existe, es que muchas personas no saben discernir entre la
prueba y la tentación. Pero la realidad del caso es que existe una gran diferencia
entre ambas cosas. Como he predicado en otras ocasiones, Dios prueba nuestra
fe y nuestro corazón [2]. Pero la prueba no puede ser confundida con la tentación.
¿Cómo podemos diferenciar entre la prueba, y la tentación? Esto es algo que
podemos lograr fácilmente ya que:
La prueba cumple el propósito de Dios, fíjense bien como esto queda bien
reflejado en 1 Pedro 1:7 cuando leemos: “…para que sometida a prueba vuestra
fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con
fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado
Jesucristo…” En otras palabras, la prueba refina nuestra fe. La prueba cumple el
propósito de revelarnos el área donde podamos estar débiles, y a través de ellas
aprendemos de nuestros errores.
La tentación busca apartarnos de la presencia de Dios. La tentación solo tiene un
origen, y esto es algo que queda bien declarado aquí en los versículos que
estamos estudiando hoy. Fíjense bien como lo dijo Santiago cuando leemos: “…
porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie….”. La tentación
tiene su origen en los poderes de las tinieblas, y su único propósito es hacernos
pecar; y cuando cedemos a ella, entonces somos apartados de la presencia de
Dios.
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Fíjense bien como esto queda bien declarado en Isaías 59:2 cuando leemos: “…
pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y
vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír…”.
Ahora lo que debemos preguntarnos es, ¿tienen los poderes de las tinieblas la
autoridad y potestad de hacernos pecar?
¿Es el diablo responsable por todas nuestras tentaciones? Las respuestas a
ambas preguntas es un absoluto ¡NO! Como he dicho en otras predicaciones, al
diablo se le esta dando mucho mas mérito de lo que merece. Digo esto porque
existen muchos cristianos que piensan que él es responsable por todas las
tentaciones que llegan a nuestra vida. Pero pensar de esta manera no es algo
completamente correcto. Pero ahora debemos preguntarnos, ¿por qué es que
tantos piensan de esta manera?
La razón por la que tantos piensan de esta manera, es porque es más fácil culpar
a otros por nuestros errores, que asumir la responsabilidad de ellos. Esta manera
de actuar y pensar es algo que aprendimos bien temprano en nuestra vida.
Reflexionemos ahora en nuestra niñez por un breve instante, para ver si lo que les
digo es verdad. ¿Se acuerda alguien aquí de haber hecho algo malo cuando era
un chico? ¿Algo que sabíamos que seriamos castigados por haberlo hecho?
Estoy seguro que todos aquí nos podemos acordar de por lo menos un incidente,
cuando tratamos de cubrir nuestros errores y culpamos a otros. Me recuerdo de
un incidente que sucedió hace ya muchos años atrás con mi hija, cuando una de
sus maestras nos envió una nota diciendo que le había tenido que llamar la
atención, porque estaba hablando en clase.
Cuando mi esposa y yo le preguntamos acerca de esta mala conducta, ella trató
de explicarnos que no había sido su culpa, sino que era la culpa de su amiguita
que le estaba hablando. En otras palabras, porque ella sabía que esta conducta
no sería aceptada por nosotros, ella inmediatamente apunto su dedo a otros.
Lo mismo sucede con nosotros cuando llega a la tentación. Nosotros tratamos de
culpar a los poderes de las tinieblas, y hasta en ocasiones se escucha como
muchos dicen que fueron tentados de tal manera que fue imposible resistir. ¿Pero
es esto verdad? Hermanos, la respuesta a esta pregunta también es un absoluto
¡NO! Si esto fuera verdad entonces nosotros no estaríamos sirviéndole a un Dios
justo. ¿Cual es la verdad?
La verdad es como encontramos en 1 Corintios 10:13 cuando leemos: “…No os ha
sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os
dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también
juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar…” Dile al hermano
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que tienes a tu lado, puedes vencer la tentación. Pero la pregunta siempre es,
¿cómo podemos vencer?
Para poder vencer las tentaciones que llegan a diario a nuestra vida, existe algo
que tenemos que reconocer. Fíjense bien como lo dijo aquí Santiago cuando
leemos: “…sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido…” Hermanos, tenemos que reconocer que el problema tiene
su inicio en nosotros. El problema tiene su inicio en nuestra mente, y en nuestro
corazón. Como les dije hace un breve instante, al diablo se le esta dando mucho
más mérito de lo que merece. Ahora, deseo detenerme aquí por un breve instante
y hacer una aclaración.
No quiero que nadie mal interprete lo que les digo. Yo no estoy diciendo, ni
implicando, que los poderes de las tinieblas no nos tentaran. El diablo tentó a
Eva en el Edén [3], y él si tiene a sus demonios obrando sin descansar tratando de
separarnos de Dios [4]. Pero esto no quiere decir que nos puede obligar a ello.
Recordemos que él tentó a Eva en el Edén, pero no forzó el fruto dentro de su
boca. Ella lo tomo voluntariamente del árbol que bien sabia no podía tocar.
Para poder obtener la victoria sobre las tentaciones, tenemos que reconocer que
la tentación comienza en nosotros.
La tentación comienza con nuestros deseos y necesidades. Santiago nos dice: “…
sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y
seducido….” Aquí está la respuesta, somos tentados a causa de nuestras propias
concupiscencias, nuestros propios deseos; somos tentados por nuestro apetito por
las cosas del mundo.
Santiago nos dice que a causa de nuestra concupiscencia, que a causa de nuestra
lujuria somos seducidos. En otras palabras, somos seducidos pero no
completamente por el diablo y sus demonios. Nosotros también tenemos la culpa,
y es por eso que les digo que no podemos culpar solo a los poderes de las
tinieblas, sino tenemos que asumir nuestra culpabilidad, y tenemos que darnos
cuenta que cuando cedemos a la tentación existe una grave consecuencia. ¿Cual
es la consecuencia cuando cedemos a la tentación y pecamos voluntariamente?
Santiago nos da la respuesta a esta pregunta aquí claramente cuando leemos: “…
Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el
pecado, siendo consumado, da a luz la muerte. Amados hermanos míos, no
erréis…” Esto es el resultado final cuando optamos ceder al pecado. Si dejamos
que nuestros deseos gobiernen nuestra vida, si cedemos al pecado, entonces
moriremos. No les estoy hablando de una muerte física, no les estoy diciendo que
Dios nos matara al instante que pequemos, pero si les estoy diciendo que con
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cada pecado, con cada tentación que no resistamos, empezamos a morir
espiritualmente, empezamos a morir a las cosas de Dios.
Nuestro espíritu comienza a alejarse más y más de la voluntad de Dios, y
eventualmente morimos por dentro. Yo me atrevo a decir que esta es la causa
número uno por la que muchos se apartan de los caminos del Señor. Les estoy
hablando acerca de personas que conocieron a Dios, pero que ahora han
regresado a vivir en el mundo, personas que han muerto espiritualmente a causa
del pecado que no supieron, y/o no quisieron resistir.
Personas que no supieron, y/o no buscaron hacer lo que encontramos en Efesios
4:22-24 cuando leemos: “…En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del
viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, 23 y renovaos
en el espíritu de vuestra mente, 24 y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios
en la justicia y santidad de la verdad…”
Personas que le han permitido al diablo, y a su ejército de demonios que los
atormenten con tentaciones, debido que los deseos y lujurias en sus corazones no
fueron eliminados. Esto sucede porque en ocasiones, la tentación pude lucir como
algo inocente, o sin importancia. Permítanme un ejemplo de algo que sucede a
diario, y que muchos no lo ven como algo grave.
No es fuera de lo común que exista un grupo de hombres o mujeres hablando, y
que de momento pase un miembro del sexo opuesto atractivo, y que alguien del
grupo diga algo para atraer la atención de todos en el grupo para que miren. No
quiero ni pensar en los comentarios que se hacen después. Las consecuencias
siempre son las mismas, a la mente de toda persona llegan pensamientos
impuros, pensamientos de codicia y lascivia. Pero, ¿se puede pecar con solo un
pensamiento? La respuesta es si.
Esto es algo que queda bien reflejado en las palabras del Señor Mateo 5:27-28
cuando leemos: “…Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. 28 Pero yo os
digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en
su corazón…” ¿Cómo se puede vencer esto? Existe una frase vieja que dice
“guerra avisada no mata soldado.”
Lo que les quiero decir con esto, es que no podemos exponernos a situaciones o
circunstancias donde seremos tentados. ¿Quién aquí le daría un revolver a un
asesino? ¿Quien aquí le daría un puñal a un asaltante? Por supuesto que nadie.
De igual manera, no podemos darle una espada al enemigo para usar en contra
nuestra. En otras palabras, debemos cuidar dónde y con quien nos reunimos.
Debemos cuidar a quien, y que escuchamos.
Debemos siempre tener en mente la advertencia del apóstol Pablo encontrada en
2 Corintios 11:3-4 que nos dice: “…Pero me temo que, así como la serpiente con
su astucia engañó a Eva, de alguna manera los pensamientos de ustedes se
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hayan extraviado de la sencillez y la pureza que deben a Cristo. 4 Porque si
alguien viene predicando a otro Jesús al cual no hemos predicado, o si reciben un
espíritu diferente que no habían recibido o un evangelio diferente que no habían
aceptado, ¡qué bien lo toleran!…” [Reina Valera Actualizada (RVA-2015)].
Debemos cuidar que aquellos que nos rodean no nos influencien a pensar, o a
conducirnos de manera que desagrade a Dios. Como les dije la semana pasada
“…a estos evita…” [5]. Dile a la persona que tienes a tu lado, no erréis.
Para concluir. Como hemos aprendido, nunca podremos ser tentados si el deseo
ya no existe en nosotros. No podremos ser seducidos, al no ser que la lujuria
todavía viva en nuestro corazón. Es hora de reconocer las cosas por lo que son.
¡Dios NO tienta a nadie! Dios no causa que las tentaciones lleguen a nosotros;
nosotros mismos somos los que causamos que las tentaciones nos alcancen. Es
hora de asumir responsabilidad por nuestras acciones, y hacer morir en nuestra
vida todo aquello que bien sabemos desagrada a Dios.
Recordemos siempre que las consecuencias de la tentación son reales, y que la
consecuencia del pecado es muerte [6]. El pecado, y/o faltarle a Dios, nos
conducirá a la muerte espiritual durante nuestros días aquí en la tierra, y
definitivamente a la muerte eterna en el día de juicio [7]. Así que reconozcamos
que aunque las tentaciones son influenciadas por los poderes de las tinieblas, sus
orígenes se encuentran profundamente dentro de nosotros.
Recordemos que el diablo es el padre de mentiras [8], y tratara de hacer lucir la
tentación como algo inocente, pero nosotros tenemos que examinar las
situaciones cuidadosamente. Tenemos que siempre acordarnos que Dios no es la
causa de la tentación, y que Él si nos ha hecho una promesa sobre ellas.
Hermanos, Dios nos ha dado el poder para resistir y derrotar toda tentación. El
diablo no te puede forzar porque no tiene autoridad ni potestad sobre ti, pero tu si
tienes autoridad y poder sobre él. Escucha hoy lo que el Señor te dice en
Santiago 4:7 cuando leemos: “…Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá
de vosotros…”
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