Panches Valientes Guerreros Río Magdalena

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LOS PANCHES:

VALIENTES GUERREROS DEL


VALLE ALTO DEL RÍO
MAGDALENA

José Vicente Rodríguez Cuenca, Ph. D.


Profesor titular, Dpto. Antropología
Universidad Nacional de Colombia
Arturo Cifuentes Toro
Antropólogo y Arqueólogo Universidad Nacional de Colombia
Investigador Región del Valle del Magdalena

Bogotá, agosto de 2004, Secretaría de Cultura, Gobernación de


Cundinamarca

1
Contenido

Introducción 3-5
1. El territorio panche 6-10
2. Clima y hábitat 11-13
3. La arqueología de la región 14-21
4. Poblados y viviendas 22-25
5. Paisajes y recursos 26-30
6. Aspecto físico y cultura material 31-35
7. Entierros y sacrificios 36-37
8. Jefes, matrimonio y alianzas 38-41
9. Nacuca: dios de los panches. 42-44
10. Cultivos, pesca y caza. 45-47
11. Guerras, canibalismo y cabezas trofeo 48-56
12. La antropofagia: captura de energía. 57-63
13. El contacto europeo: la extinción de la etnia 64-72
Bibliografía 73-76
Glosario 77-79

2
INTRODUCCIÓN

Los panches, antiguos pobladores del valle del río Magdalena, cazadores,
recolectores, pescadores y agricultores, constituyen uno de los enigmas más
atractivos de la historiografía colombiana, no solamente por haber sido
considerados valientes y temibles guerreros, de horribles rostros por su pintura
facial y deformación cefálica, sino por la práctica del canibalismo y la costumbre de
coleccionar las cabezas de sus enemigos para exhibirlas en las empalizadas y
entradas de sus casas, como símbolo de valentía, tal como le atribuyen los cronistas
de los siglos XVI-XVII. Eran comunidades locales exógamas que no habían
alcanzado el nivel de desarrollo de los cacicazgos, dispersos y poco numerosos, y
al parecer su número no sobrepasaba los 30.000 habitantes. A pesar de su osada
valentía con enemigos, y generosa hospitalidad con sus amigos, fueron extinguidos
por mastines cebados en carne indígena, las espadas, el maltrato en las minas, la
boga en el río Grande de la Magdalena y finalmente, por el impacto de la viruela, el
sarampión y el catarro, enfermedades desconocidas para ellos.

Los panches ocupaban el piedemonte localizado al occidente de


Cundinamarca y oriente del Tolima, región cubierta por bosque seco tropical con
infinidad de plantas y animales, agradable para los veraneadores del Nuevo Reino
de Granada y fuente básica de pescado seco para la Semana Santa. Además de la
destrucción física de los nativos, los nuevos colonos, ávidos consumidores de
cereales y ganado originarios del Viejo Mundo, talaron el arcabuco, bosque primario,
fuente importante de la alimentación prehispánica, con el propósito de implantar sus
nuevos productos, como el ganado y el monocultivo, con la consecuente destrucción
del medio ambiente, convirtiendo la región en una de las más contaminadas del país
y del mundo pues allí desembocan las pestilentes aguas del río Bogotá con las que
se irrigan los productos locales.

El deterioro social contemporáneo es, igualmente evidente, pues la carencia de


fuentes de trabajo, las sequías, las malas cosechas y los actos de violencia han
desplazado la población más joven hacia los grandes centros urbanos. El estudio y
rescate de las prácticas ecológicas de sus antiguos moradores que manejaban el
principio de la homeostasis –equilibrio energético- a través de eficientes sistemas
bioculturales –policultivo, rotación de las tierras, el uso de abonos orgánicos-,
adaptados a las necesidades de los pobladores contemporáneos, constituye el
elemento básico de la recuperación ambiental de la región para mejorar sus
condiciones de vida y sentar las bases de la convivencia pacífica, mediante el
desarrollo de una identidad cultural propia.

Con este ensayo monográfico orientado al público en general, buscamos


rescatar la memoria del pueblo panche, el hábil manejo del frágil hábitat que
ocuparon mediante concepciones cosmogónicas y prácticas culturales no
entendidas por la cultura occidental, que permitían por un lado regular el crecimiento
demográfico y, por otro, el consumo, con el fin de no agotar los recursos naturales.
Sus logros se manifiestan en su buena constitución física resaltada por los

3
españoles y sus mismos enemigos, en el hecho que tenían abundancia de
productos por lo que podían ser solidarios y hospitalarios anfitriones de sus amigos
y enemigos, y por haber transformado los paisajes locales que posteriormente se
convirtieron en lugar de veraneo de los nuevos americanos.

Las fuentes utilizadas para esta reconstrucción histórica son las Relaciones
Geográficas de Indias (Relación de Tocaima de 1544 por Gonzalo Pérez de Vargas,
Relación de Popayán y del Nuevo Reino 1559-1560, Relación del Nuevo Reino de
Granada de 1571 por Gaspar de Puerto Alegre, Relación de Tenerife II de 1580 por
Francisco Enríquez, Relación de la Palma de los colimas de 1581 por Gutierre de
Ovalle, Relación de Trinidad de los Muzos por Alonso Ruiz Lancheros et al. de 1582)
transcritas inicialmente por el naturalista Víctor Manuel Patiño (Cespedesia, 1983,
Nos. 45-46); las Visitas (Visita a la Provincia de Mariquita de 1559, Visita de Diego
de Villafañe a la Provincia de Chapayma de Joan Durango de 1563) transcritas por
el historiador Hermes Tovar (1995).

Estos documentos tienen la ventaja de corresponder a inventarios tempranos


(siglo XVI) de las costumbres, clima, flora, fauna y riquezas de los territorios
conquistados y sus nativos, realizados mediante un cuestionario propuesto por el
Consejo de Indias, previa consulta con las personas mejor informadas sobre las
características de cada región y de sus recursos naturales y humanos. Como afirma
Víctor Manuel Patiño (1983:8), algunas de ellas “son monumentos de exactitud,
imparcialidad y objetividad”, y por consiguiente no poseen tanta carga ideológica
como los documentos tardíos.

De los cronistas de Indias se emplearon los textos de Gonzalo Fernández de


Oviedo (Historia General y Natural de las Indias, 1548), Pedro Aguado (Recopilación
Historial, 1582), Juan de Castellanos (Elegías de varones ilustres de Indias, 1586),
Pedro Simón (Noticias Historiales de las conquistas de Tierra Firme en las Indias
Occidentales, 1627), Lucas Fernández de Piedrahita (Historia General de las
Conquistas del Nuevo Reino de Granada, 1688). También las Fuentes
Documentales 1550-1590 transcritas por el historiador Juan Friede (1975).

Como plantea este último investigador en la Introducción al libro de Noticias


Historiales de Pedro Simón, los clérigos coloniales pretendían hacer memoria de los
hechos de los españoles en la conquista y poblamiento del Nuevo Reino de
Granada, informar al rey sobre los indios que fueron subyugados, lograr una mejor
eficacia de la obra misionera en América. Sus textos están llenos de imprecisiones,
pues en primer lugar, no todos presenciaron directamente los hechos y se basaron
en relatos de otros conquistadores. En segundo lugar, creían firmemente en el
derecho de los españoles a doblegar cualquier resistencia indígena, a la ocupación
de sus tierras y el empleo de su mano de obra. Igualmente creían en la perfección
de la religión católica, que no admitía ninguna discusión, mereciendo castigos si no
se supeditaban a la catequización. Por consiguiente, sus documentos están
cargados de la ideología medieval que desconocía el contexto de las costumbres
indígenas y su razón de ser, de ahí que no comprendieran los objetivos de sus
comportamientos rituales.

4
Para los cronistas los caribes eran sinónimo de canibalismo pues afirmaban
-aunque no lo hubieran presenciado personalmente- que la carne humana “era su
ordinaria comida por inducción del demonio”. No obstante, Simón, por ejemplo,
aclara que los muiscas, taironas, posiqueicas y yamecíes no eran antropófagos. Si
bien no hay demostraciones fehacientes de esa práctica dentro de los panches, no
se puede desconocer su presencia pues hay abundancia de relatos sobre su
práctica en varios documentos de la época, particularmente para unos pocos grupos
como los panches, pijaos, gorrones y otros.

Hoy día se ha documentado la práctica del canibalismo ritual o dietético en


yacimientos arqueológicos de Atapuerca, España, de aproximadamente 800.000
años de antigüedad, con huesos que manifiestan marcas de corte sobre la superficie
en lugares de inserción muscular para descuartizar los cadáveres (Cervera, et al. ,
1998:168)1; en varios estados norteamericanos (Utah, Arizona, Colorado, New
Mexico) se han reportado más de 40 sitios prehistóricos con huesos humanos de
casos que denotan muerte violenta y mutilación, con huellas de rompimiento para
alcanzar la médula ósea y cerebro, marcas de corte indicando carnicería, abrasión
de yunque cuando el hueso es fracturado sobre un martillo, quemadura antes del
rompimiento y corte, ausencia virtual de vértebras aplastadas o cocidas para
obtener médula y grasa, pulido de las extremidades por cocción y agitación dentro
de vasija de barro2. En México también se ha demostrado la existencia de ritos y
sacrificios humanos en huesos de varios yacimientos arqueológicos3.

Finalmente, se han reseñado brevemente –por su carácter especializado- los


trabajos arqueológicos realizados en la zona de ocupación panche, y los estudios
etnográficos adelantados en poblaciones indígenas contemporáneas de la selva
amazónica, con el fin de comparar e interpretar los comportamientos culturales en
el tiempo y en el espacio. La arqueología de la región no ha avanzado mucho en la
delimitación temporal, espacial y cultural, mucho menos en explicar las causas del
cambio social; los estudios bioantropológicos se limitan a señalar la presencia de
deformación cefálica, pero no se brindan detalles sobre las denominadas prácticas
antropofágicas que se podrían demostrar en restos óseos humanos. Por esta razón
se le considera un área de gran atractivo científico para estudios sistemáticos
interdisciplinarios bioarqueológicos.
El método utilizado en el análisis de los documentos es el comparativo, donde
se trata de extraer generalidades que puedan explicar el comportamiento de los
aborígenes y la veracidad de las mismas fuentes.
.

1
Cervera J., J. L. Arsuaga, J. M. Bermúdez, E. Carbonell. 1998. Atapuerca. Un millón de años de historia.
Madrid, Editorial Complutense.
2
International Journal of Osteoarchaeology, 2000, vol. 10, Issue No. 1. Special Issue: Cannibalism and
Violence.
3
González B. Z., Serrano C., Lagunas Z., Terrazas A. 2001. Rito y sacrificio humano en Teopanzolco,
Morelos. Evidencias osteológicas y fuentes escritas. México, Estudios de Antropología Biológica X:519-532.

5
CAPITULO 1
EL TERRITORIO PANCHE

Al arribo de los españoles los panches se localizaban en las estribaciones de la


cordillera Oriental hacia el valle del Magdalena, en el departamento de
Cundinamarca (municipios de Guaduero, Quebradanegra, Pinzaima, Nimaima,
Vergara, Tocaima, Guaduas, Tocaima, Villeta, La Vega, Chaguaní, Sasaima, San
Juan de Río Seco, Viani, Bituima, Guayabal de Siquima, Albán, Beltrán, Quipile,
Anolaima, Puli, Cachipay,
Doima, La Mesa, El
Colegio, Anapoima, Apulo,
Jerusalén, Guataquí,
Nariño, Girardot, Ricaurte,
Tocaima, Nilo, Agua de
Dios, Viotá, Tibacuy), y en
las estribaciones de la
cordillera Central, al norte
del departamento del
Tolima (Honda, Mariquita,
Armero, Ambalema,
Ibagué); igualmente
comprendían sectores del
sur del departamento de
Caldas. Los cronistas
españoles que escribieron
sobre esta etnia, que se
encontraba en conflictos
internos y externos en el
siglo XVI, localizan su área
de la siguiente manera:
hacia el norte, en el Tolima
limitaban con los
palenques, en el alto río
Guarinó y en
Cundinamarca se
encontraban disputando
territorios con los indígenas colimas o tapases a los cuales el río Negro constituía
su frontera; en esta parte, de acuerdo a los cronistas, eran frecuentes las
incursiones de estos aguerridos cazadores de cabezas sobre los poblados de
Calamoima y Calandoima. Al sureste en municipios de Cundinamarca limitaban con
los muiscas, quienes tenían puestas sus guarniciones de guerreros guechas en las
montañas de Subia, Tibacuy, Ciénaga y Tena, lindante el río Patí o Bogotá de por
medio. En el departamento del Tolima el límite lo constituía el río Coello, que estaba
habitado por los poinas o yaporoges que se consideran una parcialidad pijao y que
habitaron la margen sur; estos indígenas mantenían continuos enfrentamientos con
los panches, a los cuales según fray Pedro Simón (1981), capturaban algún oro. Al

6
occidente se encontraban los pijaos y algunas parcialidades independientes de la
Cordillera Central, como los turmas en el nevado del Ruiz y los panchiguas (Duque,
1965).

El territorio, de acuerdo a las descripciones de los cronistas y españoles, fue


dominado por los panches de muchas maneras, ya desalojando etnias menores o
fusionando sus gentes unas con otras, como señala el cronista Aguado (1956:456),
que en la incursión del capitán Núñez Pedroso hacia la tierra de los mariquitones o
mariquitas, se encontraron con indígenas que en disposición y costumbres y en
otros actos de su gentilidad, tenían gran similitud con los indios panches.
En la región comprendida desde el río Sabandija hasta el Guarinó, existían
diversos grupos como los panches,
gualíes, pantágoras y poblaciones
que procedían de la Cordillera
Central, quizá correspondientes a
los panchiguas. Las parcialidades
y los asentamientos se
encontraban básicamente
distribuidos y esparcidos en las
quebradas y ríos que desembocan
al río Magdalena; las principales
estaban localizadas en las riberas
del río Grande de la Magdalena y
que de acuerdo con el investigador
Luis Duque Gómez (1965)
correspondían a los mariquitones,
los gualíes que estaban divididos
en guasquias y herbes; los unicuas
que habitaban las márgenes de la
quebrada llamada Nicúa, afluente
izquierdo del río Gualí; los lumbíes
que moraban en la sierra de Lumbí
y en las orillas de la quebrada del mismo nombre, entre Gualí y el río Sabandija.
Los hondamas se encontraban ubicados en los contornos de la
desembocadura del río Gualí, en la región de Honda. El escribano Francisco
Hernández describió el poblado compuesto por diez bohíos junto al río grande de la
Magdalena y del río Gualí proveniente de Mariquita; los bohíos se encontraban en
un alto de tres cuestas grandes, tierra donde le parecía no se podía labrar ni criar
cosa alguna. El autor escribía que había mucha piedra en ella, y que los indígenas
hacían sus rozas y labranzas hacia la parte elevada del río, hacia Tocaima (Moreno,
1987). Los españoles fueron testigos de las continuas incursiones e invasiones que
se presentaron en la región, que para el siglo XVI se encontraba dominada
básicamente por panches y grupos afines.

7
Pantágora Colima
s Mariquita Honda s Calaimas
Mariquitones Hondas Nimaima Pinzaima

Guacanes Nocaima

Onoimes Sasaima
Gualíes
Síquimos

Bituima
Muisca
Calamoimas
Anolaima
s

Anapoima

Doimas Guatquíes
Cambaimas Guataquí
Calandaima
Ibagués s
Tocaima
Lachimíes
Ibagué Tibacuy
Lutaimas
Conchinas
Oritas
Iquimas
Pijao
En la s
región, tomando a Honda y sus saltos en el río como punto neurálgico y
diferenciando las comunidades y provincias de la tierra caliente de las del Nuevo
Reino, que es la fría como anotó el cronista Fray Pedro Simón, se ubicaban sus
diferentes provincias, como la de los mariquitones, donde está la ciudad, panches,
panchiguas, lumbíes, chapaimas, calamoimas, ondas, bocamenes, oritaes,
guataquíes, pantágoras y gualíes; aunque de todos éstos no había señor universal
sino que cada pueblo o parcialidad tenía su cacique o capitanejo, a los cuales
solamente se les tributaba maíz (Simón, IV:308). Los amaníes que se ubicaban en
las provincias de Victoria y los Remedios, diferían de los patangoros (pantágoras),
y tenían señores a quienes respetaban, temían y obedecían, siendo electos en cada
pueblo por los moradores o vecinos de él, como apuntaba fray Pedro Aguado (1956,

8
II:103). En cambio los patangoros no tenían “prosapia de caciques ni capitanes”,
solamente veneraban a sus mayores o a los parientes que se lo merecían, al igual
que los colimas de La Palma donde “cada cual era señor de su casa y nada más”
(Op. cit.:81, 483).
En síntesis de acuerdo con Luis Duque Gómez, (1965:379) vivían en la zona
comprendida entre el río Guarinó y el Negro al norte hasta Fusagasugá y el Coello,
al sur. Ocupaban parte de la región oriental y occidental de los departamentos del
Tolima y Cundinamarca, respectivamente, y colindaban con los pantágoras y
colimas al norte, los muiscas al oriente y los pijaos al este y sur, como se señala en
el mapa. Fray Pedro Aguado (1956, II:419) incluye como territorio panche las
provincias de Tocaima, Ibagué y aún Cartago, Victoria y los Remedios. Las
costumbres de los amaníes que habitaban esas dos últimas provincias diferían de
los pantágoras, que eran menos pulidos –de donde viene la palabra patán-.
Según el americanista Paul Rivet (1943), las parcialidades que se han podido
diferenciar y ubicar geográficamente según su lengua Karib, son: los onoimes,
situados en el alto Guarinó; los lumbíes, entre el río Gualí y el Sabandija; los
mariquitones en la región de Mariquita; hondas, tundamas, honadamas, alrededor
de la actual ciudad de Honda. Los gualíes sobre el río Gualí; los tocaimas en el
pueblo de su nombre; los guacanes en el pueblo de Guaduas, los ibagués en el
actual Ibagué. Los doimas sobre el río Opia al este de los cambaimas, los
guataquíes en la desembocadura del río Seco. Los calamoimas en la cabecera del
río Seco, los calaimas que limitaban al norte de los Colimas, los bocameas. Los
síquimos en Síquima, los oritas y los metaimos en el valle de Combeima, los
panchiguas, chapaimas, lachimies y lutaimas entre los actuales Girardot y Tocaima,
sobre el río Bogotá. Los anapuimas en Anapoima, los calandaimas en el río de su
nombre, los conchinas cerca a Tibacuy, colindantes con los muiscas. Los iquimas
en la ribera izquierda del río Fusagasugá, los aneas y ujiates en el camino de Santa
Agueda al río Guarinó. Los yuldamas y los pomponas sobre la quebrada Guarinó.
Los xaquimas u otaimas en el camino de Bogotá a Honda (Simón, 1981, IV:303).
Rivet señala, aunque no existe precisión al respecto, que compartían la
lengua Karib con los colimas y muzos, llana y de buena pronunciación por no tener
nada de gutural, y no pronunciaban la L. Igualmente practicaban varias costumbres
similares, entre ellas las pautas alimenticias, fúnebres, construcción de vivienda,
deformación craneal, lazos matrimoniales exogámicos, chamanismo y actitudes
guerreras, entre ellas el canibalismo ritual y la exhibición de cabezas trofeo.
Dada la ubicación estratégica del territorio panche por ser vía natural de
tránsito por el valle de río Magdalena; las características de ecotono del piedemonte
cordillerano entre el valle interandino cálido y los Andes templados, disputado por
varias comunidades limítrofes; la necesidad de acceder a tramos largos por las
riberas del río para su labor de pesca, lo que los ponía en contacto con grupos
vecinos; las disputas por el arcabuco, fuente de animales de monte, miel y materias
primas; los panches desarrollaron un espíritu guerrero muy particular, consolidado
mediante rituales de paso que alentaran el espíritu bravío, entre ellos la cacería de
cabezas trofeo y el canibalismo ritual para resaltar el valor de sus guerreros y
absorber la energía de sus enemigos. Por otro lado, la existencia de grupos
dispersos poco numerosos en sentido demográfico, sin una gran unidad política,
generó una amplia diversidad étnica reflejada en los numerosos nombres arriba

9
mencionados. Así, los isleños tenían enemistades con los de tierra firme, y entre
estos últimos los de las hondonadas con los de las lomas y los habitantes de monte
arriba hacia la cordillera.

10
CAPITULO 2
CLIMA Y HABITAT

Hace cerca de 10.000 años se inicia el período geológico contemporáneo llamado


Holoceno, caracterizado por un calentamiento del clima; los bosques cubren gran
parte de las altiplanicies, desapareciendo la megafauna por los cambios climáticos
y la acción predadora de los cazadores, incrementándose la proporción de venados,
conejos y otros roedores en la ración alimenticia de los cazadores recolectores.
Como señala T. van der Hammen (1992), la presencia de una población reducida
de mastodontes en el área del valle del Magdalena durante dicho período fue
aprovechada para la cacería por parte de grupos de cazadores recolectores, como
se evidencia en Pubenza, municipio de Tocaima, donde se han excavado restos de
Haplomastodon con una antigüedad de 16550±150 años antes del presente4.
De acuerdo con las investigaciones paleoclimáticas existieron varios
períodos secos en la geografía colombiana, los cuales se han fechado entre 7.000
y 5.500 años a.P; entre 4.700 años a.P., 4.100 y 3.800 años a.P. Igualmente cerca
de 2.600 y 2.000 años a.P. y en tiempos cercanos a 700 años a.P. (1.200 d.C.) y
400 años a.P. (1500 d.C.) (van der Hammen, Op. cit.:31). Al parecer se presentaron
períodos secos menos pronunciados alrededor de 1.500 años a.P. y 1.200 años
a.P. (500 y 700 años d.C.). Estos cambios climáticos incidieron en el desarrollo
cultural de las comunidades prehispánicas, pues la actividad de recolección de
vegetales empieza a jugar un papel importante en la alimentación, y entre
aproximadamente los 5.500-3.000 años a.P. surge la alfarería en los concheros del
litoral Caribe y los plantadores tempranos en la sabana de Bogotá.
Hacia los 3.000 años a.P. aparecen los primeros indicios de agricultura en las
altiplanicies, especialmente de maíz, y se observa un apreciable crecimiento
demográfico. Se tala el bosque para ampliar los campos agrícolas y construir
viviendas para los nuevos asentamientos, apareciendo indicios de erosión de los
suelos, pero con carácter limitado por las prácticas de policultivo y rotación de los
suelos utilizados por las comunidades prehispánicas.
Un ejemplo sobre el clima en los poblados panches se encuentra en la
Descripción de la ciudad de Tocaima de 1544 (Patiño, 1983), en donde se anota
que la ciudad fue fundada en las riberas del río Patí (Bogotá), en un pequeño llano
dentro de un valle, rodeado de altas montañas donde el suelo del pueblo era muy
seco, sano y el cielo alegre y claro; no caía sereno de ningún género en la noche,
en tanto grado que aunque dejaran un papel al sereno en la noche podrían escribir
en él a la mañana y le hallarían seco, sin humedad alguna. El temple calidísimo
excepto en las noches y las mañanas frescas, no se cambiaba en todo el año.
Por su parte, el clima de Mariquita era considerado muy húmedo, caliente,
azotado por infinitos mosquitos, malsano, aunque poseía maravillosas aguas como
las del río Gualí que se descuelgan de la serranía donde el clima es templado. Esta
última ciudad fue fundada en atención a la necesidad de explotar sus minas de oro

4
Van der Hammen t., G. Correal. 2001. Mastodontes en un humedal pleistocéncio en el valle del Magdalena
(Colombia) con evidencias de la presencia del hombre en el Pleniglacial. Bogotá, Boletín de Arqueología
16(1):4-36.

11
y plata. El poblado de Bituima, a su vez, era de clima templado, lo que demuestra
la diversidad de pisos que ocupaban los panches.
En la Visita de Mariquita de 1559 (Tovar, 1995, IV:144) se menciona que la
mayoría de los nativos moraban y habitaban en tres partes específicas: algunos en
una chapa (hondonada) profunda que va al camino del desembarcadero que linda
con los indios de Melchor de Sotomayor; otra en la mano izquierda de la anterior
donde se pone el sol, con cuestas y quebradas hondas y arcabucosas (boscosas)
y algunas sabanas; una tercera en una chapa de donde sale el sol y linda con los
indios de Madrigal y Calamoima, agreste por sus cuestas, arcabucos y sabanas.
Los bohíos estaban apartados a más de una legua y menos, siendo la tierra al
parecer de los visitadores, no apta para la ganadería por la presencia de barrancos,
cuestas y arcabucos.
Para la región de Honda se describen dos nichos
ecológicos particulares. La región de Chapaima se
caracterizaba por la geomorfología quebrada, llena de
cuestas y hondonadas, donde los naturales instalaban
sus viviendas. A pesar de la fragosidad del terreno los
indígenas sembraban sus sementeras en las cuestas
cercanas a la vivienda. Aquí se dibujaban cuatro
nichos ecológicos: el arcabuco, las hondonadas, las
cuestas que se proyectaban de ellas y las pequeñas
sabanas. Aprovechando todos estos espacios los
nativos mantenían rozas con yuca y batatas en las
cuestas y sabanas, y cazaban en los arcabucos
(Tovar, Op. cit.).

Los poblados de Calamoima se dispersaban por


barrancas, cuestas, arcabucos, tierra de morfología agreste pero también con
algunas sabanas. Las viviendas se construían muy distanciadas unas de otras en
las sabanas altas y boscosas, cercadas de empinadas cuestas y poco arcabuco. El
tipo de vegetación y fauna descritas por los cronistas del siglo XVI sumado a la
presencia en los yacimientos arqueológicos de caracoles que habitan bosques
húmedos, hacen pensar que la cobertura boscosa a la llegada de los españoles era
más exuberante que la actual, convirtiéndose en Bosque Seco Tropical por la
posterior acción depredadora.
El valle del río Magdalena constituyó en la época prehispánica un eje
importante de comunicación entre la costa Caribe y el interior del país, por el que
se desplazaron animales y hombres que colonizaron no solamente a Colombia sino
también parte de Sudamérica. Aunque el paisaje es muy variado por las marcadas
diferencias en el desarrollo y composición de los bosques y suelos del valle del
Magdalena, la provincia climática de la región ribereña de la parte baja del Alto
Magdalena corresponde actualmente al Bosque Seco Tropical; el Magdalena Medio
y el piedemonte al Bosque Húmedo Tropical.

12
En la región se observan hoy
día tres grandes paisajes: el
primero constituido por las
planicies aluviales recientes,
remanentes de las grandes
terrazas pliopleistocénicas
aproximadamente a los 50 y
200 msnm, planicies de
sedimentación con suelos de
textura gruesa y ricas en
nutrientes, aptos para la
agricultura.

El segundo paisaje corresponde


a las colinas aledañas del
Terciario Superior (Formación
Honda), de formación vegetal de
maderas duras, bosque denso
rico en árboles frutales y con
abundantes animales de monte,
entre los 200-600 msnm. El
tercero en las partes altas
cordilleranas que muestran
pendientes abruptas, en donde
sobresalen rocas antiguas de
origen ígneo y metamórfico
(IGAC, 1989; López, 1994). Las amplias áreas semiplanas de vegetación abierta en
las terrazas, debieron estar delimitadas por bosques tropicales en las vegas
inundables del río, al igual que en las colinas y montañas.

13
CAPITULO 3
LA ARQUEOLOGÍA DE LA REGIÓN

Evidencias de cazadores recolectores


Durante el período conocido como
Tardiglacial, entre 21.000 y
14.000 años a.P., el clima seco y
la vegetación xerofítica abierta o
semiabierta y el bosque seco
predominante en las planicies y
colinas onduladas del valle del
Magdalena, posibilitó la presencia
de grandes mamíferos herbívoros
como mastodontes
(Haplomastodon, Cuvieronius),
caballos americanos (Equus
amerhipuus), quizás gliptodontes, megaterios; además de venados (Odocoileus) y
otros pequeños roedores (conejos, ratones, curíes), y su cacería por parte de
cazadores-recolectores desde hace por lo menos 17.000 años (Van der Hammen,
1992; Correal, 1991: López, 1994; van der Hammen, Correal, 2001). El elefantoide
Mastodon abunda en los sedimentos fechados entre 25.000 a 11.000 años en un
contexto de vegetación xerofítica abierta o bosque seco, que se extendía hacia las
laderas alto-andinas con vegetación de páramo. Hacia el 11.800 a.P. el bosque
andino invade las laderas conformando el bosque montano que separa la
vegetación xerofítica o bosque seco del valle del Magdalena, como sucede
actualmente, de la vegetación de páramo (van der Hammen, 1992).
De acuerdo con las fechas más antiguas que se remontan entre 16.000-16.400 años
a.P., en la región de Pubenza, Tocaima, en la ladera
de un valle de quebrada, los humanos elaboraban
lascas de obsidiana e instrumentos líticos como los
de la figura, además de perforadores, en la antigua
región pantanosa donde habitaban tortugas,
cangrejos y gastrópodos del género Planobis y
terrestres de los géneros Neocyclotus y Helicina; los
mastodontes se aproximaban al pantano en
búsqueda de agua y tierra con minerales; algunos
quedaron atrapados en zonas muy blandas y hondas
(van der Hammen, Correal, 2001). Los mastodontes
en época de sequía buscaban el pantano para abrir
huecos con sus patas y trompa, con el fin de lamer
la tierra rica en minerales, pero en las zonas blandas
podían quedar atrapados, siendo aprovechados por
los humanos. En este sitio llama la atención el
hallazgo de una lasca de obsidiana utilizada y trabajada, elaborada en un material

14
ausente en la región pero presente en la cordillera Central, indicando la amplitud de
los movimientos de los cazadores y recolectores de la época.
En general el valle y piedemonte fue poblado por cazadores-recolectores y
pescadores que aprovecharon los paisajes para obtener sus fuentes de
subsistencia mediante diversas estrategias adaptativas. En los remanentes de las
terrazas se hallan los yacimientos arqueológicos de mayor densidad de material
lítico tallado, los cuales podrían señalar asentamientos más permanentes, en
espacios de vegetación abierta, donde se realizaban actividades de mantenimiento.
En las colinas onduladas se aprecian los sitios con menor densidad de líticos, en
lugares de vegetación boscosa, en donde se emplazaban campamentos temporales
para la cacería y labores de extracción del bosque (López, 1994). En la parte
cordillerana se han encontrado yacimientos precerámicos hacia las cordilleras
Central y Oriental. El empleo de artefactos líticos de variadas formas y tamaños y
diferentes materias primas, demuestra una especialización en su producción y alta
eficiencia en el tallado de la piedra.
Para el valle del Magdalena se tienen evidencias de varios
yacimientos precerámicos con artefactos en chert
amarillo, habano y rojo de muy buena calidad,
especialmente del valle del río Seco, posiblemente
correspondiente a cazadores recolectores, registrados por
los arqueólogos Gonzalo Correal, Carlos López, Sandra
Mendoza, Heidy Correcha entre otros. Dadas las
facilidades de los movimientos poblacionales, la presencia
de ricas fuentes de animales de monte y acuáticos, el valle
del río Bogotá, ha sido considerado como paso natural de
los pobladores tempranos que ascendieron desde el valle
del Magdalena hacia el altiplano Cundiboyacense (López,
Mendoza, 1994; van der Hammen, Correal, 2001).

En las terrazas elevadas a orillas del río Magdalena en el municipio de


Guataquí se han encontrado artefactos tallados; igualmente en Jerusalén que se
localiza en una región geográfica estratégica, por estar bañada por el río Seco y la
quebrada Apauta, se han localizado artefactos retocados, raspadores y choppers;
en el transecto de la línea de interconexión eléctrica La Mesa-Mirolindo se
localizaron núcleos y lascas, lascas gruesas con bulbos protuberantes, lascas
secundarias, algunas primarias (corticales) y en menor proporción lascas terciarias
(con lascados por ambas caras) (López, Mendoza, 1994:235-236). Para el
arqueólogo Carlos López el chert amarillo y rojo, fue un importante material para la
elaboración de instrumentos afilados y cortantes, pues abunda en el valle aluvial del
Magdalena y en sus afluentes Seco y Opia; constituye casi el 70% de la muestra
recuperada durante el rescate arqueológico de la línea La Mesa-Mirolindo. En
Jerusalén y Guataquí se localizó material lítico muy variado y de buena calidad que
incluye retoques muy finos. Infortunadamente, la erosión ha impedido la ubicación
de material estratificado que permita establecer su contexto cronológico y espacial.

Los primeros agricultores

15
El surgimiento de la agricultura, la alfarería y la sedentarización, caracterizan el
período denominado en la arqueología americana Formativo, y se ubica
cronológicamente en la costa Caribe entre finales del IV milenio a.C. a principios del
I milenio d.C. (Reichel-Dolmatoff, 1986). La cerámica se diferencia por la decoración
incisa; en la sabana de Bogotá este período se denomina Herrera con evidencias
cerámicas incisas y particularidades técnicas en su manufactura. Materiales
arqueológico propio al período Herrera se ha localizado en los municipios
cundinamarqueses de Apulo, Anapoima, Cachipay, Guaduas (con fecha de 800
a.C.) y en los municipios tolimenses de Piedras, Coello, Méndez, y Honda fechados
hacia el siglo I d.C. Igualmente se han excavado evidencias de otros tipos cerámicos
en Apulo, Tocaima, Coello (Reichel-Dolmatoff, 1943; Jiménez, 1943; Cardale, 1976;
Rojas, 1980; Hernández, Cáceres, 1991; Peña, 1991; Mendoza, Quiazúa, 1992;
Cifuentes, 1991, 1993, 1994; López, Mendoza, 1994). Un tipo cerámico identificado
como Salcedo arena de río se ha excavado en Apulo y Tocaima. El arqueólogo
Germán Peña localizó una alta densidad de ese tipo cerámico en un horizonte
fechado en el siglo I a.C. Por su semejanza con el tipo cerámico Mosquera Rojo
Inciso el autor considera que perteneció a poblaciones relacionadas con la tradición
Herrera (Peña, 1991).

Tipos cerámicos identificados en la región de la vertiente de la Cordillera Central, Oriental y


valle del Magdalena. Datación aproximada.

Tipos cerámicos Municipios Datación aproximada


Salcedo Arena de río Cachipay, Apulo, Tocaima Siglo IX a.C. al I a.C
Cerámica pintada negro sobre rojo e Fresno Siglo VII a.C.
incisa similar a la tradición Marrón Inciso.
Arrancaplumas A y B Honda Siglo I a.C.
Mosquera Roca Triturada Coello Siglo I a.C. al III d.C.
Zipaquirá Desgrasante tiestos Coello, Espinal, río Sabandija Siglo I a.C. al III d.C.
Montalvo Inciso Coello, Espinal, Suárez Siglo I a.C. al III d.C.
Montalvo Negro sobre Rojo Espinal, Suárez Siglo I a.C. al III d.C.
Tocaima Incisa Tocaima, Espinal, Coello, Suárez, Guamo siglo III d.C. al XII d.C.
Guamo Ondulada Coello, Guamo Siglo II al III d.C.
Guamo Pintada Suárez, Guamo Siglo II al III d.C.
Pubenza Policromo Tocaima, Coello, Guataquí, Apulo, Cachipay siglo X al XVII d.C.
Pubenza Rojo Bañado Tocaima, Guamo, Suárez siglo X d.C.
Guaduas Habano Liso y Burdo Dorada, Honda, Guaduas, Suárez siglo VIII al XVI d.C.
Café Presionado Chaparral, Guamo, Suárez siglo III al XVII d.C.
Corrugada Pto Salgar, Honda, Suárez siglo X al XVI d.C.

Esta cerámica se extiende cronológicamente desde el siglo V a.C. como se


evidencia en una terraza coluvial cercana al río Bogotá en Tocaima (Cardale, 1976).
En este último sitio se observa otro tipo de cerámica fechada hacia el siglo III d.C.
denominado Tocaima Inciso. Por otra parte en Guaduero, Cundinamarca, Cecilia de
Hernández y Carmen Cáceres (1991) excavaron un sito Formativo fechado entre
los siglos III a.C. y V d.C., definiendo varios tipos cerámicos conformados por vasijas
de formas compuestas y amplios bordes de tipo evertido, angular, directo y
reforzado, copas, cuencos trípodes y platos pandos, predominando el desgrasante
de tiesto molido, la decoración incisa y aplicaciones. La cerámica se agrupó como
Guaduero Liso, Guaduero Aplicado, Guaduero Pintado, Guaduero Inciso; gran parte

16
de estos tipos cerámicos se han excavado igualmente en la región plana del valle
del Alto Magdalena por el arqueólogo Arturo Cifuentes (2000), en los municipios de
Honda, Méndez y Coello. En el municipio de Tibacuy Rocío Salas y Marisol Tapias
(2000) excavaron un sitio donde encontraron dos tipos nuevos de cerámica, Tibacuy
Burda Incisa, Tibacuy Pintada, además de Mosquera Roca Triturada, Tocaima
Inciso, Pubenza Rojo Bañado y Pubenza Policromo.
Tipos cerámicos del Formativo identificados en el valle del Magdalena, Tolima y
Cundinamarca. Datación aproximada.

Tipos cerámicos Municipios Datación aproximada


Guaduero Liso Guaduas siglo III a.C.
Mosquera Roca Triturada Méndez Siglo I a.C.
Arrancaplumas grupos A y B Honda Siglo I a.C.
Mosquera Roca Triturada Coello Siglo I a.C. al III d.C.
Zipaquirá Desgrasante tiestos Coello, Espinal, Méndez Siglo I a.C. al III d.C.
Montalvo Inciso Coello, Espinal, Suárez Siglo I a.C. al III d.C.
Montalvo Negro sobre Rojo Espinal, Suárez Siglo I a.C. al III d.C.
Tocaima Incisa Tocaima, Espinal, Coello, Suárez, siglo III d.C. al XII d.C
Guamo
Mosquera Rojo Inciso Venadillo, Piedras Siglo I a.C. al VI d.C
Guamo Ondulada Coello, Guamo Siglo II al III d.C.
Guamo Pintada Suárez, Guamo Siglo II al III d.C.

La cerámica Tardía

En la región delimitada en las crónicas de


Indias se han identificado además varios
tipos cerámicos que se consideran
diferentes a los registrados para el período
Herrera, los cuales se han clasificado
como Pubenza Rojo Bañado y Pubenza
Policromo, fechados en el sitio original de
Pubenza, municipio de Tocaima, hacia el
siglo X y XIV d.C, en el municipio de Apulo
hacia el siglo IX d.C y en Coello hacia el
siglo XVII d.C. Este material se ha
localizado en varios yacimientos de Cundinamarca: Tibacuy, Pasca, Cabrera,
Apulo, Tocaima, Jerusalén, cerro de Cotoma, Guataquí, Nariño, Ricaurte –foto
adjunta de vasija zoomorfa policromada5- y en los municipios tolimenses de Suárez,
Coello y El Espinal. En la mayoría de sitios predomina el Pubenza Polícromo.
Algunas urnas funerarias encontradas en los municipios de El Espinal, Ricaurte,
Girardot, Tocaima, Apulo y Jerusalén se pueden clasificar dentro del tipo Pubenza
Policromo (Herrera, 1972; Cardale, 1976; Rozo, 1989; Alarcón, 1990; Peña, 1991;
Cifuentes; Salas, Tapias, 2000).

5
Reichel-Dolmatoff G. 1986. Arqueología de Colombia. Un texto introductorio. Bogotá, FunBotánica, pág.
123, Fig. 87.

17
El tipo cerámico Pubenza Rojo Bañado se
caracteriza por el baño color rojo hasta
anaranjado, desgrasante cuarzo o mica,
atmósfera oxidante, formas principales
cuencos y vasijas con cuello, botellones,
copas; decoración principalmente incisa,
aunque a veces se encuentra decoración
pintada negra y blanca. Un rasgo
característico de esta cerámica es el
énfasis entre zonas delimitadas por líneas
incisas.

Por su parte, el Pubenza Policromo resalta


por la variabilidad de su color, desde casi
blanco a crema, crema rosada y anaranjado;
desgrasante de tiesto molido y cuarzo;
dentro de las formas predominan los
cuencos, vasijas con borde ancho, evertido;
la decoración fue realizada en pintura roja o
negra sobre el fondo de color crema, rosado
o anaranjado de la pasta (Cardale, 1976:
421).
La cerámica roja con incisiones (Pubenza Rojo Bañado) corresponde a la población
que habitó la región durante el I
milenio d.C. De acuerdo con la
información arqueológica
conocemos que construían sus
viviendas sobre pequeñas planadas
en las vertientes de los cerros y en
las riberas del Magdalena; vivían en
familias nucleares, agrupadas
quizás en poblados dispersos;
empleaban cultivos alternativos de
roza; cazaban mamíferos pequeños,
pescaban, y consumían cangrejos de agua dulce.
Cabe subrayar que la cerámica pintada conocida como Pubenza Policromo
fue elaborada por grupos tardíos que habitaron la región desde aproximadamente
el siglo IX d.C. hasta poco después de la conquista española, y estaría relacionada
con las comunidades de la vertiente y el valle en las provincias de Lutaima, Tocaima,
Coello y Tocarema. En el rescate arqueológico de la línea La Mesa-Mirolindo se
obtuvieron dos fechas de radiocarbono de 1340±80 d.C. y 1405±55 d.C. (López,
Mendoza, 1994).

18
Existen otros tipos cerámicos
diferentes a los anteriores definidos
en el municipio de Guaduas,
Cundinamarca, por la arqueóloga
Lucia Rojas de Perdomo en 1980,
consistentes en tiestos con
decorados, incisiones, impresiones
digitales y modeladas, y arena de
río como desgrasante los cuales
agrupó como los tipos El Peñón, Guaduas Habano Liso –ver foto6-, Guaduas
Habano Medio. Estos tipos cerámicos se han excavado a su vez en municipios
cercanos al de Guaduas en territorios denominados por los españoles como de los
panches en los municipios de Honda, Méndez y Dorada (Guarinó); los cuales se
han fechado desde el siglo IX hasta el XII d.C. que la autora considera sin sustento
cronológico de evidente manufactura Panche.
Cuadro No. 4. Tipos y Grupos Cerámicos Tardíos identificados en el tramo entre los ríos
Coello y Bogotá.

TIPO CERÁMICO MUNICIPIOS DATACIÓN D.C


Pubenza Policromo Tocaima, Apulo, Coello, Guataquí, siglo X al XVII
Piedras
Pubenza Rojo Bañado Tocaima, Guamo, Suárez siglo X
Guaduas Habano Liso y Burdo Suárez, Coello siglo VIII al XVI
Café presionada Suárez, Coello III al XVII
Corrugada Suárez siglo X al XVI

Como se puede apreciar por la diversidad de tipos


cerámicos tanto en el período agroalfarero temprano
(Formativo) como en el tardío, el territorio Panche no
constituyó una unidad homogénea aglutinada por un
poder central, sino varios grupos dispersos,
independientes, que ocupaban los suelos de mejor
calidad y fertilidad, habitualmente de la formación
Villeta, en laderas de colinas con influencia coluvial,
como bien lo anotó el cronista Simón que percibió la
diferencia entre los panches y consideró que existían
divergencias entre los panches de la cordillera y los del
valle o tierra caliente.
Fechas de radiocarbono asociadas a material cerámico tardío (Tolima- Cundinamarca)

No. Laboratorio Fechas a.P. Municipios Tipos y Grupos cerámicos Investigador


GX-21310 1260120 Dorada, Caldas Tipos Guaduas y Colorados Alba Gómez
Beta-1137703 103060 Roncesvalles, Grupo con Baño Rojo. Héctor Salgado
Tolima Grupo con Baño de la misma pasta: Café, Amarillo
Rojizo y Gris
Beta - 111973 1020  60 Roncesvalles, Tolima Grupo con Baño Rojo. Grupo con Baño de la Héctor Salgado
misma pasta: Café, Amarillo Rojizo y Gris
GrN 7601 985100 Tocaima, Pubenza Rojo y Polícromo Marianne Cardale

6
Rojas de Perdomo, Op. cit.: 286, Lámina No. 9.

19
Cundinamarca
Beta - 38529 830 60 Apulo, Pubenza Polícromo Germán Peña
Cundinamarca
Beta 120980 840 60 Suárez, Tolima Tipos Café Presionado, Chamba Presionado, Arturo Cifuentes
Tocaima Inciso
Beta-4212 82960 Puerto Salgar, Complejo Colorados Carlos castaño y
Cundinamarca Lucia Dávila
65060 Puerto Boyacá, Complejo Colorados Helda Otero
Boyacá
GrN 7713 63060 Tocaima, Pubenza Rojo y Policroma Marianne Cardale
Cundinamarca
Beta - 67260 61080 Apulo, Pubenza Policromo - Pubenza Rojo Bañado Germán Peña
Cundinamarca
Beta-4616 49070 Chaparral, Tolima Chaparral Café Presionado Regina Chacín
Beta-51914 37060 Honda, Tolima. Guaduas Habano Liso, y Burdo Arturo Cifuentes
Beta-92198 33060 Guamo, Tolima. Café Presionado y Chamba Baño Rojo Pulido. Arturo Cifuentes
Beta- 144082 Cal 300 Coello, Tolima Varios tipos: Pubenza Policromo, Repujada, Arturo Cifuentes
pintada

Perduración de estilos cerámicos

Para el arqueólogo Héctor Salgado (1998), de acuerdo con sus investigaciones en


la Cordillera Central y los análisis sobre le material regional, la cerámica ubicada
en el período Tardío, dentro del marco geográfico trabajado, presenta mucha
similitud con la del período Formativo, lo que podría señalar la permanencia de unos
mismos pobladores que van cambiando su estilo alfarero a través del tiempo.
Considera además que para el período Tardío los diseños y las formas de la
cerámica se mantienen a lo largo del Magdalena Medio y parte del Alto, en las
técnicas decorativas se empiezan a notar variaciones regionales. En el alto
Magdalena se generaliza el uso de la pintura, mientras para la región Media se
acentúa la técnica de la decoración incisa, y la pintura no es tan común (Salgado,
1998:168):
En nuestro caso consideramos que puede existir una continuidad cronológica
en cuanto a los diseños incisos en algunos casos. Es así como la cerámica “Tocaima
Inciso” comparte rasgos estilísticos con la cerámica identificada en el grupo
Cañaveral excavada en el municipio de Suárez, fechada hacia el siglo XII d.C. La
proximidad de los citados municipios permite ubicar un territorio con una tradición
incisa que se encuentra en varios sectores de la cuenca del Magdalena, de acuerdo
con los reconocimientos y excavaciones que se han hecho hasta el momento.
Igualmente hemos anotado anteriormente que otra cerámica incisa (Montalvo
Incisa), puede perdurar y corresponder a una misma tradición que se encuentra en
el valle del Magdalena, agrupada como Pubenza Rojo Bañado fechada en el siglo
X, localizada en regiones cercanas al municipio de El Espinal, Coello, Tocaima, y a
pueblos de la vertiente de la cordillera Oriental al río Magdalena (Cifuentes, 1991,
1994).
En la cordillera Central y piedemonte al Magdalena, perdura una cerámica
repujada que se ha fechado desde el siglo IV d.C. presentando varios siglos en
cuanto a una ocupación de un territorio, localizado en la vertiente de la Cordillera
Central y los llanos del Tolima al Magdalena. El arqueólogo Daniel Ramírez (1999)
anota al respecto que los trabajos de Salgado relacionados con la problemática,
evidenciaron terrazas y plataformas de vivienda datadas en 980 y 990 d.C.
asociadas a fragmentos cerámicos con un sencillo tratamiento superficial, poca

20
diversidad formal y una mínima variedad técnica asociada a la cerámica excavada
en los municipios de Chaparral y el Guamo.
Para el citado investigador el período Tardío de la región de Fresno que
comparte diseños cerámicos con el valle del Magdalena en cuanto a las
ocupaciones de Mayacas y Colorados (Castaño, Dávila, 1984), se encuentra mejor
definido en el sitio de San Bernardo, ubicado en la margen derecha del río Guarinó,
en límites del departamento de Caldas. En este territorio delimitado desde la
conquista española, se han efectuado muy esporádicos estudios arqueológicos, que
permitan ubicar una pauta de poblamiento e identificar los elementos arqueológicos
comunes a los panches; hasta el momento el área que posee mayor evidencia en
cuanto a la ocupación del territorio la constituye la región del valle del río Magdalena
desde el río Guarinó hasta el Saldaña. La cerámica se encuentra en forma
abundante y corresponde a diversos estilos y formas, además a dos períodos
históricos. La alfarería de la región es homogénea por tramos pudiendo
corresponder de acuerdo a las diferencias a los grupos descritos tardíamente por
los españoles.

21
CAPITULO 4
POBLADOS y VIVIENDAS

La topografía de la parte norte del Alto Magdalena compuesta de terrazas aluviales,


lomas, cuestas y sabanas fue adaptada para la localización de diferentes tipos de
asentamientos de comunidades agroalfareras. Las viviendas eran construidas en
las terrazas y lomas, sitios altos que permitían protegerse de los enemigos, en
medio de cuestas empinadas, seleccionando las entradas por las cuchillas
inaccesibles que reforzaban con hoyos llenos de estacas, cubiertos de tal manera
que pareciese tierra firme, en cuyo fondo colocaban puntas tostadas untadas de
veneno para ahuyentar a los forasteros no bienvenidos. Al pelear se hacían los que
huían para atraer a los enemigos hacia las trampas, donde morían malamente
estacados y envarados. También empuyaban los caminos angostos y las entradas
de los arcabucos. De esta manera la ubicación de las viviendas en las lomas
ayudaba a evitar el calor bochornoso de la región y propiciaba condiciones de
defensa militar.
En la relación del Nuevo Reino de Granada
de 1571 escrita por Gaspar Puerto Alegre
se describía a los panches como
poblaciones desparramadas, sin pueblos
juntos, apartados unos de otros a legua o
legua y media y a tiro de ballesta y arcabuz
cada casa, con 4 o 6 vecinos por casa,
salvo en algunos bohíos grandes (Gaspar
de Puerto Alegre, en Patiño, 1983:111).
Los bohíos eran elaborados mediante
varas enterradas en forma de cofres
tumbados, de estado y medio o dos de
altura, el largo y ancho según la vecindad y familia que había de albergar, con dos
portezuelas a sus extremos para la entrada y salida. Ubicaban los bohíos en las
cuchillas y cumbres de las lomas y por las medias laderas de ellas, separados unos
de otros; pero donde había sitios propicios y llanos, se juntaban varias casas de 6-
7 vecinos, en bohíos juntos, algunos más grandes donde se alojaban los señores
importantes. Estos poblados de importancia tenían plazas, como se desprende de
las incursiones españolas cuando atacaron al cacique Calandaima, en la cual se
hallaron con los cautivos y los cuerpos de los guerreros; era una característica de
los poblados probablemente el sitio de habitación de los jefes.
Por otra parte se describe que por lo general las viviendas estaban
distribuidas de una manera dispersa, con no más de 8 bohíos, y 5-6 personas por
cada uno, sin que existiesen “señores naturales entre ellos”, como se menciona en
la Relación de Popayán y del Nuevo Reino de 1559-1560. También se encontraban
en valles que descendían a los desembarcaderos de los ríos con el fin de facilitar la
labor de la pesca, abundante en esas regiones. Las sementeras eran labradas en
las vegas de los ríos, en sitios planos donde ubicaban los maizales, yucales y
frutales.

22
Los poblados en las partes bajas se encontraban cerca de las quebradas y
ríos, aprovechando las terrazas cercanas a ellos, característica que no tuvieron en
cuenta los españoles al fundar la ciudad de Tocaima, muy cerca al actual río Bogotá
o Patí, que tiempo después la arrasó una creciente. El segundo tipo de
asentamiento lo efectuaban en las partes altas y empinadas de las montañas. En el
descenso de los españoles hacia el valle del Magdalena, vieron las cumbres y
laderas llenas de aquellos guerreros, distribuidos tan cerca que podían oír y
entender las voces de sus vecinos (Simón, 1981, IV:421).
En las incursiones del capitán Céspedes sobre las estribaciones de la
cordillera, algunos grupos que habitaban los páramos le insinuaban ir -para liberarse
de ellos- a una población de indios panches, cuyo señor se llamaba Conchima y la
cual por el calor, la aspereza y quiebre de sus tierras estaba poblada en muy
angostas cuchillas y lomas, y para subir a sus poblados, se iba por angostos y
estrechos caminos, cuyo lados eran muy derechos y de gran hondura (Aguado,
1956, I:276).

Asentamientos en el valle del Magdalena

Llegando a la región de los saltos de Honda en la margen occidental, la problemática


ocupacional reviste una gama variada de grupos que se desplazaban entre sí hasta
la época misma de la ocupación española. En la región se encuentran limitando
desde el río Guarinó hasta el Sabandija, pantágoras, panches, gualíes y grupos de
la cordillera Central, probablemente panchiguas (Moreno, 1987).
Los asentamientos en esta parte se encontraban en ambas márgenes del río
Magdalena al igual que en las islas que en él se forman y en la desembocadura de
los ríos tributarios. Los cronistas de Indias mencionan la importancia ecológica y
minera de la región y es por esta segunda razón, entre otras, que se produce la
colonización española hacia Mariquita y Honda, donde se encontraba una gran
diversidad de grupos y parcialidades indígenas que ocupaban los valles y las
montañas; en 1573 de acuerdo a fray Pedro Simón se ubicaban los caciques o
señores de Ondama, Umatepa, Unicoa, Ciriqua, Cimara, Poro, Ponporca, Abea,
Ujiate, Totor y Niquiatepa; sin contar el Gualí, Guarinó y las divisiones de los
pantágoras.
La diversidad étnica en alguna medida se amplía con las investigaciones
efectuadas en los archivos coloniales. Para Armando Moreno (1987) algunos
documentos insinúan que los panchiguas con su dominio de pisos térmicos,
descendieron por las vertientes de los ríos Gualí, Lagunilla, Santa Agueda, Juan
Jiménez y Sabandija; y que a la llegada de los conquistadores se encontraban
compartiendo con los panches las regiones bajas y medias de la mencionada
cordillera. Las invasiones de gente extraña se manifestó en todo momento, incluso
como lo describió el cronista Aguado para el año 1556, cuando se produjo un
alzamiento general en la tierra de los panches que a su parecer se dio por influencia
de algún astro o estrella de pésima constelación, cuando a un mismo tiempo
conspiraron todos.
Ante el alzamiento general de los indígenas y el fortalecimiento de algunos
de ellos en las isletas, y en una de las cuales se encontraban indios de los que

23
andaban por el río asaltando los navegantes, armados de arcos y flechas; muchos
indígenas confederados con los españoles tomaron las armas para enfrentar a los
isleños, a quienes atacaban como venganza para desalojarlos de sus tierras, pues
decían que había sido posesión de sus antepasados. Los indios isleños y en cuantía
de 600 resistieron las incursiones españolas construyendo empalizadas para la
defensa. Por el momento no se puede hacer gran claridad sobre la filiación étnica a
la cual pertenecían y en qué se diferenciaban de los indígenas de tierra firme.
A la llegada española la avanzada étnica de los panches se hace presente
sobre la región con gran probabilidad de fusión con los grupos tradicionales; en
Guataquí se encontraba el puerto de las canoas, que controlaban los panches y de
acuerdo con el historiador Roberto Velandia (1971) cubría la margen izquierda con
el nombre de Guataquisito (también conocido como paso Real de Opia); los
panches que se desplazaban hacia su parte alta mantenían cultivos y viviendas. En
la investigación que adelantó contra los encomenderos en 1656 el Gobernador D.
José de Pissa y Urreamendi, Visitador General de los indios del Magdalena, tomó
declaración de indios quienes le argumentaban que los indígenas de este pueblo de
Guataquí vivían en poblados con casas, rocerías, platanares y frutales de la otra
banda del río Grande a la parte de Ibagué, desde la boca del río Opia corriendo por
las lomas arriba entre el dicho río de Opia y Riogrande, corriendo la cordillera arriba
hasta dar a las quebradas contenidas (Velandia, 1971).
Sobre el levantamiento y las diferencias entre los indígenas fray Pedro
Aguado (1956:564) escribió “que estando en esta confusión y aún aflicción, vinieron
a los españoles muchos indios de pueblos comarcanos, que en lenguaje eran
diferentes a los isleños y por mucho respeto a sus enemigos, de quien deseaban
haber y tomar particular venganza, porque como estos indios de la tierra firme que
vinieron a ofrecer a los españoles pasaban muchas veces por el río navegando por
junto a la isla, los indios isleños salían a ellos y los asaltaban y mataban y comían
por ser de diferente nación y venedizos en aquella tierra y poblados en ella
tiranamente, porque por cierta seca que en tiempos de sus mayores hubo en tierras
muy apartadas de este río donde la prosapia de estos bárbaros era natural, habían
venido muy gran cantidad de gente retirándose al río grande, en cuyas riberas
hicieron asiento; y como los pasados de los isleños eran naturales de las riberas del
río, quisieron echar los venedizos de sus tierras, y como eran muchos no pudieron
y así se sustentaron en continuas guerras y enemistades que entre ellos había”.
El valle medio del río Magdalena, presenta en la región de los saltos de
Honda un gran enclave ecológico, caracterizado por un bosque seco tropical, con
grandes llanuras y pastizales, que albergaban gran diversidad de fauna y un recurso
pesquero que llegó a constituirse en una actividad de gran magnitud durante toda
la época ocupacional. Los cronistas resaltaron la abundancia de doncellas,
bocachicos y bagres, entre estos últimos los blancos y los rayados de negro.
Anotaron igualmente que los secaban y abundaban en este Reino en tiempos de
cuaresma (Simón, IV:543).
En la margen occidental del río y limitando con los panches de la región de
Honda se encontraban los pantágoras o palenques llamados de esta forma por la
disposición que daban a sus construcciones en madera; estos generalmente
ocupaban las partes altas de la cordillera Central en el alto río Guarinó y llegaban
hasta el río la Miel. Si bien no pudieron ser ribereños en grandes tramos del río por

24
la difícil situación que implicaría guerrear con grupos más fuertes o móviles,
mantenían en su mitología y tradiciones la esperanza que después de muertos, las
ánimas- que según ellos salían como aire o cosa impalpable del corazón- en
algunos casos irían a parar a las riberas del río Grande de la Magdalena, donde
había mucha caza, montería, pesca, y de todos otros géneros de mantenimientos y
bebidas.
Desde el río Guarinó hasta el Sabandija se encontraban parcialidades,
básicamente distribuidas y espaciadas en las quebradas y ríos que desembocan al
Magdalena, con una filiación a los panches o grupos emparentados con éstos.
Como hemos anotado se destacaban los mariquitones, los gualíes divididos en
guasquias y herbes; los uniquas, lumbíes y hondamas. El asentamiento de Honda
se encontraba ubicado en los contornos de la desembocadura del río Gualí
conformado por diez bohíos desde el río hasta los altos del Rosario.
Gerardo Reichel-Dolmatoff (1986) considera que en el surgimiento de los
cacicazgos, los pueblos se encontraban distantes de los grandes ríos, aunque la
pauta en este caso es de proximidad al Magdalena, comparte no obstante las
características propuestas por el investigador de pequeños núcleos de casas, a
veces aun de viviendas aisladas y dispersas alrededor de pequeños poblados. Los
sitios de acuerdo al investigador presentan además evidencias materiales como son
los metates, manos de moler, trituradores de semillas, elementos propios de la
industria lítica, vasijas antropomorfas, volantes de huso, pintaderas, cuentas así
como elementos de cobre y oro además de entierros en urnas funerarias. Estas
características son usuales en los yacimientos arqueológicos de la región de Honda,
aunque no correspondan al desarrollo de los cacicazgos.

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CAPITULO 5
PAISAJES Y RECURSOS

Los bosques

Los arcabucos o bosques constituían las despensas de animales de monte, donde


podían cazar, recolectar madera, miel, frutas y se protegían algunas rozas antiguas.
Dentro de los árboles maderables se destacan el tatis o caparrapí, tatibuco, roble,
zuerpa o suerpa, coco, cedro, guayacán, chipa, zape, laurel, moe, marca, aupa,
biomata o quebracha, cumulá o carreto y corazón, y como se señala en la Relación
de Tocaima “todas las cuales son muy fuertes maderas y aunque estén debajo de
tierra y en partes húmedas no se corrompen ni pudren, mas siempre están muy
enteras, y hoy en día hay edificios dellas de más de treinta años que con estar
metidas debajo de la tierra parece que las acaban de cortar del árbol” (Patiño,
1983:276).
La lucha por la explotación de estos arcabucos generó una fuerte y
permanente competencia que muchas veces terminaba en enfrentamientos bélicos,
con el respectivo desplazamiento por parte de los vencidos, o la anexión territorial
por el lado de los vencedores. Las fronteras entre los grupos fácilmente se
convertían por lo expuesto en tierras de nadie sin una delimitación muy puntual; esta
tensión podría explicar la permanencia de grupos de guerreros en varios sitios.
Estas características biogeográficas propiciaban una variada y abundante
economía de agricultura -sembraban hasta tres veces al año-, caza, pesca y
recolección de frutas silvestres. Los panches y demás poblaciones ribereñas del Río
Grande de la Magdalena no solamente surtían al Nuevo Reino de Granada de
pescado seco durante la Cuaresma, sino que eran generosos, aún con sus
enemigos con respecto a los productos de su tierra como lo destacó el cronista
Aguado (1956). Además, siendo el temple calidísimo, aunque sano por la
benignidad de los aires y la sequedad del terreno, había para el sustento de la vida
todo el regalo que puede apetecer el deseo, como anotaba también Lucas
Fernández de Piedrahita en 1666 (1973). Así, la variedad de recursos alimenticios,
la benignidad del clima, la distribución colectiva de los productos y la baja densidad
demográfica, favorecieron un excelente estado de salud-enfermedad y en general
de bienestar de la sociedad panche.
Por otra parte las sabanas ribereñas o terrazas, las cuestas y los arcabucos
o bosques constituyeron tres entornos que proporcionaban fuentes alimenticias y
materia prima para la subsistencia de los aborígenes, dentro de un contexto de
economía de amplio espectro, explotando varios pisos térmicos, pescando,
cazando, recolectando y cultivando varias especies de plantas; y los productos que
no poseían –entre ellos la sal-, eran intercambiados hasta con sus mismos
enemigos muiscas que los colocaban inclusive en Mariquita a través de una
intrincada red de caminos que atravesaba el territorio panche.
El hábitat antiguo de Colombia -como el contemporáneo- tiene un origen
antropogénico, poco natural, en donde el hombre prehispánico, con un milenario
conocimiento del ecosistema, domesticó plantas, entre ellas palmeras, frutales

26
(aguacate, anón, badea, cachipay, chachafruto, chirimoya, chontaduro, chupas,
curuba, granadilla, guama, guatila, guayaba, ilama, lulo, mamey, mamoncillo,
níspero, papaya, piña, pitahaya, soncoya, tomate de árbol, uchuva, zapote), granos
(maíz, quínoa), tubérculos y raíces (papa, arracacha, ulluco, ibia, cubio, yuca,
batata), leguminosas (fríjol, maní), hortalizas y verduras (ají, cucurbitáceas,
amarantáceas, quenopodiáceas, guascas, tomate) y yerbas medicinales (bejuquillo,
chilca, coca, guacas, rúchica, tabaco), que le proveían de suficientes alimentos
proteínicos, energéticos y reguladores (Rodríguez, 1999).
Con la llegada de los españoles la dieta de los nativos se modificó
sustancialmente, tornándose hipoproteínica por la reducción del venado y la
prohibición de consumir ganado vacuno; hipercalórica, pues solamente se les
suministraba maíz y raíces. A esta desgracia se le sumó el impacto devastador de
las enfermedades, por lo cual los aborígenes se tornaron alcohólicos y enfermizos.
Ese fue el cuadro que observaron los viajeros europeos del siglo XIX, y se creyó
que así había sido en época prehispánica. No obstante, el mejor regalo brindado
por América al Viejo Mundo, no lo constituyeron el oro y las piedras preciosas por
cuya explotación desaforada sucumbieron los nativos, sino las plantas útiles y
cultivadas que le salvaron del hambre y posibilitaron el desarrollo industrial. Hoy día
el mundo sería inconcebible sin los productos americanos: la papa que salvó a
irlandeses y europeos de la hambruna de los siglos XVIII-XIX, el tomate y pimentón
de las pizzas italianas, el maíz de la mamaliga rumana, la polenta italiana o las
palomitas de maíz de los cinemas del mundo, la yuca de los africanos y el fríjol de
los mediterránidos..

El río

A juzgar por los cronistas, la mayor fuente de proteína


animal de los panches era suministrada por el pescado
(bagre, nicuro, cucha, pataló, bocachico, sardinata y
otros), abundante en el río Magdalena que era secado
para su comercio y consumo en períodos de escasez.
La pesca fue indudablemente junto a la cacería y
captura de animales propios del río, una de las razones
más valederas para mantener una enconada disputa
por las ocupaciones ribereñas, y por ello para enfrentar
y desplazar las comunidades que se encontraban en
las riberas e islas, pues esta actividad requiere del
seguimiento del curso del río por varios kilómetros. Los
panches de las zonas altas bajaban en gran número a
las márgenes del río Magdalena en la época de
subienda. Como el río crece y mengua dos veces al
año, con una duración aproximada de tres meses cada estación, se podía bogar
entre diciembre (desde mediados o inicios) hasta finales de febrero o mediados de
marzo, luego al crecer el río cesaba la boga, para reanudarla cuando bajaba la furia
del río desde finales de mayo o mediados de junio hasta septiembre. Durante el
invierno las aguas se tornan turbias y torrentosas, por lo cual se dificulta la actividad

27
de boga y pesca. En verano se utilizan las áreas bajas y las terrazas de inundación
o vegas para los cultivos temporales, aprovechando la fertilidad de sus suelos; es
la época de mayor éxito de la pesca y la explotación de la tortuga y crustáceos.
Como han establecido los estudios etnográficos para los grupos amazónicos
(Correa, 1990), el pescado alcanza más del 45% de las fuentes de proteína animal,
y la yuca casi el 80% de las fuentes de energía. Cuando hay dificultades para
pescar, la población acude a los animales de monte que son más difíciles de cazar,
pues se dispersan por el monte, por lo cual la dieta alimenticia mengua en cantidad
y calidad.
La dieta se complementaba con ratones, sapos y unas culebras llamadas por
los colimas ipechiamai, de color verde y rayada de pardo, cuyo veneno duraba
solamente 24 horas, en cuyo lapso era mortal. Igualmente se alimentaban de
gusanos gruesos como el dedo llamados chitopes, que guisaban en mazamorras.
En el Epítome se relata que algunos panches comían principalmente pan elaborado
con hormigas que reproducían en corrales hechos con hojas anchas (Tovar,
1987:184).
Los árboles frutales, los palmitos y las huertas caseras atraían gran
diversidad de aves (paujíes, guacamayas, papagayos, tórtolas, codornices,
gavilanes, azores, águilas, milanos), al igual que curíes, puercos de monte y otros
animales, como comadrejas, chuchas, ardillas, monos, conejos, osos hormigueros
e iguanas que también eran utilizados en la dieta alimenticia (Patiño, 1983:277).
Siendo los suelos pedregosos cubiertos de vegetación xerofítica tan frágiles
ante la deforestación, eran utilizados para la siembra de la piña que se da muy bien
en ellos; con el fin de proteger los terrenos despejados para el cultivo preferían
establecer sus rozas entre el bosque, donde sembraban maíz, fríjol, ahuyama,
batata, algo de yuca. Los suelos arenosos cercanos al río eran aprovechados para
la siembra de yuca y algodón, mientras que las laderas eran adecuadas para la
siembra de maíz. Es muy probable que al igual que las comunidades indígenas de
la selva amazónica practicasen el policultivo y la rotación de los suelos lo que
impedía su degradación. Mediante este sistema el fríjol se siembra junto al maíz
para que se enrede y obtenga sombra con lo cual se obtiene un intercambio de
nutrientes entre ambas plantas y las adyacentes.
Los árboles frutales suministran sombra a las plantas pequeñas y sirven de
atractivo para animales pequeños que son cazados habitualmente por las mujeres.
Los tubérculos, apetecidos por los puercos de monte, eran utilizados parcialmente
para atraerlos y cazarlos. La agricultura extensiva de roza permite la utilización del
suelo durante un breve período, después del cual se deja en barbecho durante un
tiempo prolongado para su recuperación. Esto se logra si la densidad poblacional
permanece baja y no se consume más allá de la capacidad de sustento del bioma.
Por esta razón, por la fragilidad de los suelos y su susceptibilidad a la deforestación
intensiva, se requieren mecanismos adaptativos que regulen su uso.

La homeostasis: una teoría

28
Si bien puede parecer una idealización por la complejidad de este pensamiento
desarrollado en condiciones de bosque húmedo tropical y regiones subárticas, pero
que ha sido demostrado por varios investigadores en ticunas y desanas de
Colombia (Correa, 1990), Claude Lévi-Strauss, Philippe Descola (Mundo Científico,
1997, No. 175:60-65) y Emilio Morán en comunidades amazónicas y Canadá
subártico; se puede pensar que los indígenas prehispánicos, al igual que los
contemporáneos mantenían el principio de homeostasis o equilibrio energético,
construcción social de la naturaleza mediante transposiciones simbólicas de las
propiedades objetivas de su entorno específico, regulando por un lado el consumo
de plantas y animales y por otro, el crecimiento demográfico para no consumir más
allá de la posibilidad de sustento de los biomas; mediante conceptos que evitan la
oposición entre naturaleza y sociedad, relacionándolas a través de un universo
común a ambas entidades. Las alianzas y la reciprocidad que buscaban la manera
de redistribuir los bienes producidos mediante la organización de la sociedad en
grupos exógamos, refrenaba las conductas socialmente disociadoras; ésa
característica ha sido considerada una de las funciones y uno de los objetivos de la
religión y de los rituales asociados con el mantenimiento de una identidad étnica, de
acuerdo con Morán (1993:19).
Se parte de la idea que la energía en el universo es una sola en un circuito
en el que participan tanto plantas y animales, incluido el mismo hombre. Así, los
desana del Vaupés consideran, de acuerdo a los análisis del antropólogo Gerardo
Reichel-Dolmatoff que la fertilidad y fecundidad de hombres y animales proceden
de un solo fondo común compuesto de energía masculina (tulári) y energía femenina
(bogá) que se complementan y reemplazan continuamente, pero cuyo alcance total
tiene un límite fijo. No se trata de una fuente inagotable sino de un capital
determinado; hay solo cierta suma de energía disponible y, por consiguiente, es
necesario mantener en equilibrio. El malgasto humano de energías disminuye
inmediatamente la energía procreadora de los animales y, como se sabe que ésta
es escasa, la obligación de la sociedad es poner freno a cualquier actitud de
desperdicio o disipación de energías humanas (Reichel-Dolmatoff, 1977:335). Este
conocimiento no surge al azar en ningún momento, sino por el contrario,
corresponde a una disciplina y observación del entorno que generan con el tiempo
un conocimiento que se adecúa para la supervivencia biológica.
En consecuencia con este pensamiento ecológico desarrollado durante
milenios, es muy probable que los panches también establecieran una serie de
medidas, reglas religiosas, sociales y económicas de carácter adaptativo,
conducentes a mantener un equilibrio viable entre los recursos proporcionados por
el medio ambiente y las necesidades de la sociedad. Esta actitud se demuestra en
la veda sobre la caza del venado –al igual que los muiscas de los Andes Orientales-
como se puede colegir de algunas menciones en la Visita de Mariquita (Tovar,
1995:142, 381, 384) donde se señala que “mays cojen y curas y guayabas e piñas
y conejos y venados que no pueden matar y yuca e batatas y q(ue) se lo comen las
hormigas e no se cría mas”. Esta veda que se establecía habitualmente durante el
período de reproducción del animal impedía su desmesurado consumo y, por
consiguiente, su posible extinción.
La presión demográfica era regulada mediante el empleo de yerbas abortivas
o el sacrifico de las niñas, potenciales reproductoras, ya fuese mediante la práctica

29
de la clitorotomía o mediante su eliminación física directa cuando se sabía que su
sexo era femenino. Las guerras contribuían a la regulación demográfica no tanto
por la pérdida de combatientes durante los enfrentamientos, sino por el incentivo de
criar varones en detrimento de las niñas (Harris, Ross, 1991). Por otro lado, los
asentamientos dispersos, separados casi una legua uno de otro, contribuían a que
no se concentrara mucha población cerca de los arcabucos, su despensa natural.
Tan saludables y pródigas de frutos eran las tierras de esta región, que por sus
características ambientales y la hospitalidad y sinceridad de los indígenas se
constituyó desde su fundación, así como en el presente, en el sitio de recreación
preferido de los vecinos de Bogotá y de las tierras frías, a donde iban a curar su
salud españoles y mestizos en las abundantes aguas termales de Agua de Dios y
Tocaima.

30
CAPITULO 6
Aspecto físico y cultura material

El cronista fray Pedro Simón anotaba que el nombre de panche parecía provenir del
vocablo nativo con que se designaba el bagre, pez que abunda en el río Magdalena
y que constituyó uno de sus platos favoritos. Por su parte, fray Pedro Aguado (1956,
I: 449) comentaba que los panches debían su nombre a los conquistadores
españoles, porque tenían “la cabeza panda y omolga, aplanada la frente y el
colodrillo, no por naturaleza, más por arte, pues las madres entablaban las cabezas
tiernas de los recién nacidos hasta que se endurecía y adquirían la forma deseada,
y así les quedaban las cabezas anchas y agudas de la parte alta, que si les quitaban
el cabello parecían mitras cerradas”. Las tablas deformadoras podían estar
impregnadas de las cenizas de antepasados nobles y valientes, cuya energía se
esperaba fuera transmitida a los recién nacidos, para que crecieran con su mismo
valor y arrojo, en un mundo que resaltaba las actitudes guerreras.
Al igual que los otros caribes (yareguíes, muzos,
colimas, sutagaos, agataes) se diferenciaban de sus
vecinos chibchas en cuanto lengua, costumbres, arrojo
y disposición, trajes y características físicas, pues los
primeros eran más altos y robustos, de nariz corva
(aguileña) de aspecto feroz por los adornos corporales,
con los cabellos cortados sobre la frente pero algo largos
en las espaldas (Patiño, 1983:111). Se teñían los
molledos de los brazos y pantorrillas y el rostro
permanentemente con bija o tagua por lo cual los
españoles les llamaban los “negritos”, pero la pintura facial les protegía contra las
inclemencias del sol y de las picaduras de los zancudos.
También teñían los dientes con las ramas de un
árbol llamado por ellos guacaca, que les
protegía de las afecciones dentales. Los más
valientes se horadaban los labios y tenían en la
cabeza plumas de muchos colores; usaban
zarcillos en las orejas y en la cintura. Según
Pedro Simón, (VI: 197) algunos capitanes
tocaimas se caracterizaban por su “monstruosa
estatura, miembros y fuerzas”. Anotaba el
cronista Pedro Aguado (1956:456) que “son de
la estatura y tamaño de los españoles y algunos mayores, generalmente
desbarbados, aunque algunos pocos las tenían. Eran de cabellos largos como las
mujeres, las cuales eran también de buen parecer, aunque todos bazos, sin
diferencia sensible en el color. En las cabezas, difieren porque los moscas las tienen
redondas; las de los panches como tablas, porque cuando los crían se las
prensaban entre dos tablas, una por la frente y otra por el occipital”.
Grande era el temor de los muiscas por estos nativos que para salvaguardar
sus fronteras de las incursiones panches, tenían ubicados a un grupo selecto de
guerreros llamados guechas en los pueblos de Fosca, Tibacuy y Ciénaga. Por otra

31
parte anotó Gaspar de Puerto Alegre hacia 1571 que los panches eran gente noble
de condición, muy celosos de sus hijos y mujeres, más fieles que los moscas y no
tan tratante, amigos de contar sus hazañas en las fiestas y reuniones de guerra.
Además anotó el español que eran serviciales y callados y no ponían tantas quejas
como otros pueblos.
Los restos óseos suministran información directa
sobre las características físicas y enfermedades de
los portadores de determinada cultura, y sus
condiciones de vida. Los esqueletos excavados en
los municipios de Guaduas, Agua de Dios,
Guataquí y Tibacuy en Cundinamarca, y otros
cráneos que se encuentran en el Instituto
Colombiano de Antropología e Historia (Rojas,
1980; Avellaneda, 1988; Rodríguez, 1992; Salas y
Tapias, 2000) permiten determinar parte de sus
características físicas que corresponden a grandes
rasgos con la descripción suministrada por los cronistas.
En los cráneos en mención se observa deformación tabular oblicua, la bóveda craneal
muy ancha y baja, con el frontal y occipital
inclinados. Los huesos nasales son prominentes y
angostos indicando un dorso convexo, al igual que
se observa en las representaciones cerámicas
antropomorfas; la nariz es ancha y sobresaliente.
Las órbitas se caracterizan por su inclinación
latero-inferior esbozando a su vez la inclinación
interna de la comisura ocular; es decir, unos ojos
almendrados e inclinados. El rostro se destaca por
sus pómulos sobresalientes y una gran anchura,
ubicándolos dentro de la categoría de los rostros
más anchos del mundo. La arcada alveolar es
ancha y corta, con dientes muy sanos, sin indicio
de caries. La reconstrucción de la estatura a partir de la tibia evidencia una talla entre
164-170 cm para algunos individuos masculinos, siendo más alta que en los chibchas;
en cuanto a las proporciones corporales muestran una gran longitud de las porciones
distales de las extremidades superior (antebrazo) e inferior (pierna).
El grado de prominencia de las líneas nucales expresa un gran desarrollo de la
cintura escapular, reflejada en unas líneas nucales prominentes; por lo visto las
labores exigentes de la pesca y agricultura desarrollaba una fuerte cintura escapular
en esta población. En general las vigorosas inserciones musculares y el estado de
conservación de los restos óseos y dientes evidencian que pertenecieron a individuos
muy robustos, de una gran contextura física y excelente estado de salud. Quizás al
teñirse los dientes preservaban su estructura contra la caries, enfermedades
periodontales, abscesos y otras patologías dentales.
Dentro de las enfermedades mencionadas por los españoles se anota la
“grandísima copia de bubas” (treponematosis, posiblemente yaws o frambesia que
producía grandes lesiones cutáneas granulomatosas) que se curaba con guayacán.
Padecían de las mordeduras de serpientes venenosas como la cascabel, grandes

32
y venenosas arañas, alacranes y de los depredadores. Tenían médicos que los
colimas llamaban zaraes o zara, que una vez enterados de la enfermedad de un
paciente, de acuerdo a ella seleccionaban las hierbas o raíces medicinales
apropiadas de manera secreta pues no revelaban sus propiedades; entre ellas el
tabaco, soplando el humo sobre las partes afectadas, chupando con sus propias
bocas y resuellos, sin ningún asco, aún las partes y lugares apasionados (órganos
sexuales), soplando a menudo el aire, volviendo los rostros a muchas partes.
Exprimían el zumo de las plantas sobre las llagas o lesiones pues no hacían
emplastos ni ligaduras, lavando con agua fría o tibia las partes afectadas, dando de
beber al enfermo los zumos de las plantas en chicha, que era su vino de maíz. El
impacto microbiano producido por la llegada de nuevas enfermedades como la viruela,
el sarampión y el catarro acabaron con una población que, aislada en el transcurso de
milenio, había perdido la memoria genética a esas enfermedades, por lo cual la
pestilencia produjo millares de víctimas desde su aparición.
En la Descripción de la ciudad de Tocaima referente a los panches de tierra
caliente se anota que había buenas maderas para la construcción de viviendas, entre
ellas el guayacán, de la que había grandísima copia y que en España llaman palo-
santo, con la que curaban las bubas.

Vestidos y adornos

No usaban prendas de algodón por los calores de la región, exceptuando las


mujeres que traían una mantilla o pampanilla que les cubría el sexo y que eran parte
del ajuar o rescate que daba el hombre a la madre cuando la solicitaba para el
casamiento. Estas pampanillas eran hechas de algodón y tejidas como mantas. Las
mujeres de los capitanes las tenían entretejidas de unas cuentas blancas hechas
de caracol que llamaron los españoles quiteros. Les cubría desde el pecho hasta la
espinilla y cubiertas con otra, bien peinado el cabello y enrizado con muchas sartas
de diversos colores. Ataban una pequeña cuerda por la cintura, la cual, si alguna
vez se rompía, se sentaban donde les cogía la desgracia y tapaban las partes
sexuales con lo que encontraran a mano, sin levantarse de allí hasta que habían
anudado y aderezado el cinto. Eran de cara agraciada, muy limpias de cuerpo y en
sus casas, y nunca estaban holgando sino hilando pita y algodón tan delgado que
las mantas que tejían eran muy tupidas. Le hacían compañía sus madres o
parientes viejas, que comerciaban lo que le daban, como pita y algodón en rama,
maíz, aves, papagayos, guacharacas, pavas y otras aves de comer. En su lengua
se llamaban cocopimas, que es lo mismo que mono; nunca se casaban pero les
tenían mucho respeto pues eran las que se ofrecían para intermediar en las riñas.
Había según fray Pedro Simón tantas en los pueblos, por lo que se evitaba el pecado
nefando (homosexualidad). No reparaban mucho si la mujer del uno se juntara con
otro, siempre y cuando le pagaran.
Los hombres ligaban ataduras que les servían de adorno en las rodillas y
codos, aprovechando las fuertes y voluminosas inserciones musculares producidas
por el vigor de las actividades físicas, y que los españoles incorrectamente
consideraron que servían para producir deformación de piernas y brazos. En el
cuello y en la cintura acostumbraban usar los hombres sartas de dientes de

33
humanos y animales, las mujeres se adornaban igualmente con collares de cuentas
y de huesos de animales en el cuello. En la cabeza de los hombres que por lo
general era deformada lucían coronas de plumas que los engalanaban en los
combates. Aguado igualmente anotó que los españoles tomaron de ellos en alguna
oportunidad chagualas de oro que eran como patenas, y otras que eran como
caracoles que usaban los nativos en las narices, que llamaban caricuríes. Los pelos
de tigre servían para hacerlos valientes; los de mono, trepadores; las plumas de
águila y gavilán para que los hiciese ligeros.

Cultura material

El arte rupestre estuvo muy


difundido en el territorio panche,
especialmente en las regiones
de cuevas y abrigos rocosos
cercanos a ríos como Pandi,
Tocaima, Pulí, Tibacuy, Agua de
Dios y Nilo. Estas rocas
grabadas generalmente se
localizan en zonas fronterizas
quizás para delimitar los
territorios étnicos, y que eran
visibles desde gran distancia.
La presencia de volantes de
huso, se relaciona con la industria textil, que si bien no fue básica en las partes
cálidas, es manifiesta en las pampanillas que usaban las mujeres. Además hay que
anotar la fabricación de sogas y cuerdas en cabuya que son descritas, así como los
canastos, las esteras y la fabricación de útiles y canoas en madera, que encontraron
en gran cantidad los españoles en el puerto de su nombre que puede corresponder
a Guataquí, que era el paso a la otra banda del río. En las descripciones se anota
además palos de cavar, macanas, flechas, cerbatanas, escudos y un sinnúmero de
elementos elaborados en maderas duras.
El último renglón en la producción se remite a la producción del oro, que si
no fue plenamente explotado, sí constituyó un elemento de intercambio, muchas
veces por sal con los muiscas en los tiempos de paz, y metal indispensable para los
adornos corporales que encontraron los conquistadores en algunos poblados;
Simón escribía que los yacimientos del metal en la tierra de los panches, muchas
veces fue motivo de ataque por parte de los yaporoges para adquirirlo e
intercambiarlo con otros grupos.
Las canoas, de acuerdo a la descripción dada para los indígenas del
Magdalena Medio (Relación de Tamalameque de 1579 de Antonio de Medina),
tenían 25-30 pies de largo y no más de dos pies de ancho, algunas menos, otras
más; eran elaboradas de un solo madero que labraban por dentro. Tiene desde el
plan hasta la extremidad del bordo otro tanto como de ancho; llana por el dicho plan
como artesa y por allí tiene 4-5 dedos de grueso, y poco menos por el costado. Se
adelgaza hacia la proa aunque no acabada en punta sino que se reducía un tercio

34
de su ancho. La popa es ancha, poco menos que su parte más ancha. Bogaban los
indios de pie puestos en hilera, a lado y lado de la canoa, con remos que parecen
palas de las que usan en los hornos. Las usaban también para atacar sus enemigos.

35
CAPITULO 7
Entierros y sacrificios

Según fray Pedro Aguado 81956, II:485) “a los


difuntos ponen al humo o calor del fuego, donde
los secan y enjugan”. La pauta funeraria
identificada mediante la arqueología nos lleva a
plantear dos maneras de entierro. Uno primario
donde los cadáveres eran depositados en
grupos sobre lomas y terrazas lejanas de las
aguas y la segunda correspondiente a un
entierro secundario en el cual se depositaban los
huesos en urnas funerarias7 en forma de
colmena, con tapas a manera de casquetes o
platos, algunas urnas presentan siluetas de
rostros y lagartijas que ascienden a la boca de la
pieza. Por lo general las vasijas están
localizadas en lomas cercanas a los ríos y por la
disposición en las tumbas insinúan que se
podían sacar ya que las bóvedas y cámaras se
encuentran despejadas de tierras y están cubiertas por lajas a la entrada de la boca
del pozo inicial.
Al igual que otros grupos indígenas, los panches creían que después de
muertos se pasaba a otra existencia donde ejercerían las mismas profesiones, por
lo cual, enterraban a sus muertos con alimentos, bebidas, armas, objetos de uso
cotidiano; con el fin de continuar su existencia en el más allá. Decían que cuando el
alma salía del cuerpo se iba a los páramos de Cartago o Mariquita, y para que no
volviera a los trabajos de esta vida, 8-10 días
después de muerto, los vecinos y parientes
cantaban y tocaban instrumentos sin cesar,
para ahuyentar el alma del difunto y no
volviera al cuerpo. Sus entierros también eran
efectuados en cuevas, al igual que otros
grupos indígenas, antes de enterrarlos
secaban el cadáver mediante ahumado
durante varios días, recogiendo la grasa que
después bebían –según los cronistas- en las
ceremonias acompañadas de chicha.
Practicaban los enterramientos colectivos e
individuales como los registró Lucía Rojas de
Perdomo (1975:259) en el municipio de
Guaduas, a orillas del río Magdalena. También

7
Reichel-Dolmatoff G. Op. cit.:121, Fig. 82.

36
los primarios directamente en tierra y secando apenas el cadáver; los secundarios,
estos últimos en urnas funerarias, con el cuerpo completamente seco. Los
esqueletos yacen en pozos rectangulares, en posición de decúbito dorsal
extendido, orientados 40° NW, aunque también se encuentran con la cabeza hacia
el sur. En la vereda El Porvenir, municipio de Guataquí se han localizado urnas
funerarias en una terraza cercana al río, con los restos óseos dentro de una vasija y
ésta a su vez dentro de la urna. En el Museo de Honda se exhibe una vasija que
contiene los restos de un mono. En Nariño se encuentran ambos tipos de
enterramientos, primario y secundario.
En otros contextos como el registrado por Maritza Avellaneda (1988) en la
vereda La Balsita, municipio de Agua de Dios, yacen 7 cráneos sin mandíbula sobre
un esqueleto completo extendido, como si se confirmase la versión de los cronistas
sobre la práctica de las cabezas trofeo que colocaban a las entradas de sus casas
y que después enterraban con su propietario. En Pasca, Cundinamarca, Luisa
Fernanda Herrera (1972) encontró un enterramiento sin cráneo ni huesos largos
completos, desarticulados, asociados a material lítico, cerámico y restos animales,
que la autora interpreta como posible práctica antropofágica, en donde el cráneo se
habría tomado como trofeo.
El mayor signo de valor entre ellos, como anotaban los cronistas españoles,
era exhibir “las cabezas de las personas que habían matado en guerra, así de indios
como de españoles, las cuales adornaban con cierto betún preparado, y después
de comida la carne, hinchaban los huecos y vacíos que en ellas quedaban de aquél
betún, dejándolas así como si estuviesen vivas y sanas. Por ojos les ponían unas
semillas que los españoles llaman 0armesas, muy resplandecientes, con las cuales
quedaban como si estuviesen vivas, y por ser las casas o santuarios oscuros donde
estas cabezas estaban, infundían gran temor a las personas que a ellos entraban”
(Aguado, 1956:456). Este tétrico cuadro buscaba alentar el valor de sus propios
guerreros para que no se dejasen capturar pues podían correr la misma suerte, y
por otra parte buscaba amedrentar y ahuyentar a sus enemigos. Vale la pena anotar
que si los cuerpos eran consumidos sería muy difícil rellenarlos de betún como
presume el cronista, o de ceniza como se ha señalado para el valle del Cauca, pues
no quedaría tejido para retener su contenido. Es más probable que los cuerpos
fuesen cremados para poderlos secar y conservar con resinas en los habituales
rituales fúnebres, mismo procedimiento que utilizaban con el pescado y animales
de monte, por lo que los españoles pensaron que eran devorados.

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CAPITULO 8
JEFES, MATRIMONIO Y ALIANZAS

El cacicazgo ha sido considerado como una unidad política autóctona, de categoría


intermedia entre comunidad local y estado, cuyo poder central permanente se
extendía a varias aldeas o comunidades; sus miembros ocupaban diferentes rangos
(caciques mayores, caciques menores, el común del pueblo); también existían
grupos de artesanos especializados sustentados con parte de los excedentes
económicos acumulados mediante tributos, y que servían también para sostener las
guerras, el comercio y la construcción de obras públicas (Reichel-Dolmatoff,
1986:133).
Según esta definición los panches no constituían cacicazgos sino
comunidades locales igualitarias pues no existía un cacique mayor como se estilaba
en el Nuevo Reino de Granada entre los muiscas, que agrupase a todas sus
poblaciones, sino que cada pueblo o parcialidad tenía su capitanejo o señor
principal, y muchas veces se asignaba a quien más los prodigara de chicha en las
festividades, aunque comúnmente era el más valiente. También eran seleccionados
por su corpulencia, como sucedió con los capitanes Ibicora, Chires, Tupa, Tartapo,
Imibi y Antar, que eran hombres de gran estatura, miembros y fuerzas como anotó
Simón. No obstante, la organización militar era tan impresionante que los españoles
señalaban que parecían soldados de Toledo, subrayando el poder de mando de sus
jefes, o caciques como le llamaban los cronistas.
Algunos jefes gozaban de mayor prestigio, por ejemplo el Guacaná cacique
de Tocaima, pues la población allí era más numerosa que en otros territorios. En
menor medida lo fueron Lutaima, Lachimí, Calandaima y Conchima. Dentro de los
amaníes había señores a quienes respetaban, temían y obedecían. La obligación
de los supeditados con su capitán o jefe era la de proporcionarle un poco de maíz
–no hay mención de tributos como mantas y otros productos como en muiscas- para
atender las ceremonias y las necesidades de guerra. Con una agricultura rotativa
era difícil intensificar la producción que permitiera por un lado generar excedentes,
y por otro incrementar la densidad poblacional para sustentar jerarcas y artesanos.
Posiblemente Tocaima se encontraba en proceso de centralización del poder y de
convertirse en cacique mayor.
El matrimonio era exogámico, pues guardaban tanto el parentesco, que no
solamente no se casaban los parientes conocidos unos con otros, ni siquiera se
casaban con los naturales de aquella misma provincia, porque decían que eran
hermanos, como se señala en la Relación de Tocaima (Patiño, 1983:274). Entre sus
vecinos colimas, como se anota en la Relación de La Palma de los Colimas de
Gutierre de Ovalle (Patiño, 1983:252) se dice que “creen ser culpa sin remisión
abominable, juntarse por ninguna vía hombre ni mujer de un apellido, y así el indio
o india que tropieza en aquella bestial ceguedad, es tenido por enemigo común y
aborrecido y perseguido de todos …”. Podían tener varias mujeres en su casa,
incluyendo parientes de su mujer, según documentos del Fondo de Visitas de
Cundinamarca comentados por Carmenza Diez (1982). La causa de poseer tantas
mujeres cuanto podía era que una vez se embarazaba alguna de ellas, el hombre
no podía tener contacto carnal con ella, por lo cual debía compartir el tiempo con

38
otras (Aguado, 1956, II:88). Una vez que la criatura se curaba de la herida causada
por la clitorotomía, a los 8 o 10 días el indio que la quería daba a su madre una sarta
de cuentas o una pampanilla, con lo cual se sellaba el acuerdo matrimonial como
anotaba el cronista Aguado (Op. Cit.:458).

La regulación demográfica

Según fray Pedro Simón (Op. Cit.:208) en la provincia de Tierra Caliente que
abarcaba a los naturales de Ibagué, Santa Agueda, Mariquita, Victoria y Villeta
ubicada en el valle del río Grande de la Magdalena, había aproximadamente 30.000
nativos a la llegada de los españoles. Otros documentos mencionan la cifra de
50.000 nativos (Friede, 1975). En la Descripción de la ciudad de Tocaima se afirma
que eran más de 20.000, y en la de los panches más de 8.000 indios, habiéndose
reducido hacia el siglo XVI a tan solo 1.300 (Patiño, Op. Cit.:274). Por su parte
Simón señala que de más de 6.000 que había a la entrada de los conquistadores
en Tocaima quedaron reducidos a escasos 300 hacia 1621 cuando escribió las
Noticias Historiales.
El mismo cronista mencionaba que el cacique Lutaima podía colocar 6.000
combatientes y Lachimí unos 4.000. Para la provincia de Ibagué señala que había
18.000 a la llegada de los conquistadores reduciéndose a 600 para el siglo XVII.
Según estas cifras, que suelen ser muy inexactas por la imposibilidad de conteo
directo de la población y por la exageración de los españoles que querían demostrar
su valor al ampliar el número de los enemigos que enfrentaban; la población panche
se podría aproximar a 20.000-30.000, de los cuales 6.000-8.000 en la provincia de
Tocaima.
El historiador Hermes Tovar (1995:17) trae a colación el censo de 1559 de
los naturales de la Provincia de Mariquita, distribuidos por estado civil. De los 1.997
censados 492 (24.6%) eran hombres casados, 492 (24.6%) mujeres casadas, 383
(19.2%) solteros, 365 (18.3%) muchachos, 89 (4.5%) muchachas, 10 (0.5%) viudas,
73 (3.6%) solteros con padre, 50 (2.5%) solteros con padre y madre, 86 (4.3%)
solteros con madre y 201 (10.1%) huérfanos. Si se acepta como tributario a los
casados, se desprende que a cada tributario le correspondería en promedio 4,06
personas. Llama la atención la elevada proporción de 4,1 hombres por mujer, lo que
podría reflejar la actitud sexista de la sociedad hacia la mujer, o simplemente un
sesgo de la muestra. El número de hijos por familia si se asume que los solteros
son hijos dependientes, es de 1,28. Aunque este censo se realizó durante la crisis
de la sociedad nativa, refleja, no obstante el complejo mundo demográfico de la
decreciente población indígena en donde se procuraba tener menos hijos para que
no cayeran en manos de españoles.
La ausencia de grandes mamíferos que proveyesen de suficiente y
permanente proteína animal, además de servir de animales de carga; la fragilidad
del hábitat tropical que se puede deteriorar si se le explota intensamente; la
necesidad de regular los productos del bosque para no consumirlo
desmesuradamente; la escasez de pescado que se puede presentar en algunas
temporadas; y en general la actitud ante la naturaleza dentro del ámbito de la
homeostasis, constituían las bases de la regulación del crecimiento demográfico,

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mediante mecanismos que afectasen directa o indirectamente los procesos
reproductivos, entre ellos las tasas de fecundidad y mortalidad.
Como consecuencia de las actividades reguladoras y el impacto de las
enfermedades infecciosas, en la mayoría de comunidades prehispánicas la
proporción entre mujeres y varones era de 1:1.5, la mortalidad infantil alcanzaba el
30-60%, la esperanza de vida cerca de los 20 años de edad, y las expectativas de
muerte más altas después de los 30 años, especialmente entre las mujeres.
Aplicaban varios mecanismos reguladores del crecimiento demográfico, entre ellos
los más mencionados (Harris, Ross, 1991.15): 1. La atención y el trato brindado a
los fetos, recién nacidos y a los niños; 2. La actitud hacia las jóvenes y mujeres; 3.
La frecuencia y el calendario de la lactancia; 4. La frecuencia de la actividad sexual.
Habitualmente, las sociedades preindustriales promovían la fecundidad y la
crianza de hijos, siempre y cuando produjera beneficios a la generación de los
padres en la renovación de la mano de obra necesaria para las labores agrícolas,
recolección y caza, y en los intercambios matrimoniales. Pero cuando nacían hijos
que sobrepasaban las posibilidades de sustento, especialmente niñas, eran
eliminadas mediante ceremonias, sacrificios y ofrendas, antes que el niño
participara en los ritos de paso que lo acogían como miembro activo de la
comunidad, es decir el nacimiento se definía como un evento social y no biológico,
y, por consiguiente, no constituía un asesinato como es la norma vigente
actualmente. Por esa razón, frecuentemente las madres abortaban o daban a luz a
solas en el bosque cerca de los ríos, y ellas decidían si traían a la nueva criatura o
la arrojaban al río, especialmente cuando nacían gemelos, o niños con defectos
hereditarios. Es muy probable que para los panches –al igual que para otras
comunidades indígenas- el nacimiento fuese considerado un acto social y, por
consiguiente, el infanticidio era aceptado normalmente por la sociedad; de esta
manera se buscaba el beneficio de toda la comunidad y de la misma familia que lo
engendraba, y no el individual.
Tenían la costumbre de practicar una particular forma de infanticidio contra
las niñas, mediante su muerte directa o por medio de la práctica de la clitorotomía -
el corte del clítoris con piedras o cañas afiladas -, interpretado religiosamente por
los españoles como una forma de disminuir las pasiones sexuales, pero que en
realidad lo que buscaba era controlar el crecimiento demográfico como lo afirma
acertadamente el propio fray Pedro Aguado (Op. Cit.:456), cuando escribía que
“tenían esos bárbaros una ceremonia o costumbre muy perjudicial y dañosa para
ellos, aunque no hacían mucho caso del daño que de ella se les hacía; y es que a
las criaturas hembras que nacían, a los ocho días a diez, les cortaban con unas
cañas o piedras cierta parte de carne que en el miembro o vaso mujeril tienen, y lo
que le cortaban lo secaban y hacían polvos con los cuales después refregaban la
herida para que se consumiera y secara la otra parte que quedaba para que no
creciera y quedara igual; y el daño es que muchas criaturas morían de estas heridas,
y así entre ellos había muy pocas hembras. Algunos españoles, que no han
entendido ni sabido esta ceremonia que estos nativos tenían, viendo la penuria de
hembras que entre ellos había, manifestaron que de intento las mataban estos
indios para que se acabara su generación, por no ser sujetos ni servir a los
españoles; pero lo más cierto para los españoles era lo ya referido”.

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En la Descripción de la ciudad de Tocaima se afirma que las mujeres solían
abortar con hierbas o dándose golpes en el abdomen cuando sabían que iban a
engendrar niñas: “Las hembras por la mayor parte, en sintiéndose preñadas, matan
las criaturas dándoles golpes con piedras y bañándose la barriga en un cocimiento
de ciertas yerbas que tienen virtud de hacer abortar, porque no salgan a luz; lo cual
dicen que hacen por no hacerse viejas, y otras por entender que es hija lo que han
de parir, lo cual ellas aborrecen mucho y en tanto grado, que algunas las entierran
después de nacidas, lo cual hacen, demás de la ilusión diabólica que les mueve,
porque desean que se acabe su generación” (Patiño, Ibíd.:274). Lucas Fernández
de Piedrahita (1973) anotaba que si el primer nacimiento era hija la mataban en una
fiesta pública con reunión de toda su parentela, pero si era varón, a las niñas que
seguían después no les hacían daño alguno.
También se les ha acusado de solemnizar el nacimiento de su primer hijo en
banquetes canibalescos. Allí mismo se narra un evento en donde dos tocaimas
intercambian a un hijo pequeño por una madeja de chaquira. De acuerdo a la
descripción española “aun era costumbre entre ellos solemnizar el nacimiento triste
del primer hijo o hija que tenían, haciendo plato a los parientes que convidaban de
sus mismas carnes el día que le quitaban el pecho, mataban para comer sus propios
hijos y aun para darles de comer con ellos a otros” (Simón, IV:175).
Aunque esta descripción es espeluznante a los ojos del occidental judeo-
cristiano, hay que tener en cuenta, no obstante, que en el mundo prehispánico el
sacrificio infantil constituía una ofrenda a los dioses benefactores que les
suministraban lo necesario para la supervivencia, por lo cual le agradecían y le
pedían compasión en los momentos difíciles. La posición sexista contra la mujer se
refleja también en la utilización de ancianas en la preparación de los venenos para
las puntas de sus flechas, que arrojan gases tóxicos, y en la experimentación del
grado de potencia del mismo; si ella moría se tenía como bueno.

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CAPITULO 9
NACUCA: DIOS DE LOS PANCHES

No existen en las fuentes escritas muchas evidencias sobre la cosmovisión de los


panches. Algunas referencias permiten suponer que el astro que regía sus destinos
era la luna, a la cual tenían gran afición. Al respecto Luis Duque Gómez 81967:382)
anotaba, que los panches tenían una religión que parece se orientaba por el culto
lunar, una deidad muy importante para ellos, puesto que el ataque contra pueblos
enemigos lo hacían precisamente por la noche en épocas de luna llena.
Para Aguado la idolatría de los panches se representaba en la veneración de
ciertos ídolos de forma de personas que elaboraban en maderos huecos, los que
servían para pedir los nativos a su dios comida y auxilios. La manera consistía en
que el mohán golpeaba la cintura del ídolo y los sonidos producidos en la madera
eran interpretados de acuerdo a las necesidades; si la población solicitaba agua el
santero interpretaba los golpes como las palabras del ídolo en tal sentido. Por la
región de Castilla, Tolima, en tierra de pijaos, los españoles encontraron en un sitio
descubierto 12 idolillos de madera, embijados y pintadas las caras de amarillo y
colorado, al modo como solían los indios salir a la guerra. Debajo de la cintura le
colocaban trapillos. También encontraron un ídolo del tamaño de un muchacho de
8 años, de madera de helecho grueso, tan desproporcionado como los
anteriormente descritos, con un dardo en la mano y en la otra una lanza, y junto a
él, en el suelo un guizque y una flecha, mirando al enemigo para luchar contra ellos
y apoyar a los indígenas en su guerra. Cabe recordar que en otras regiones de las
Antillas las construcciones en madera que esquematizaban los dioses se construían
en maderos y se denominaban cemíes y a los cuales los mohanes solicitaban
riquezas o triunfos en las guerras como lo anotó fray Ramón Pané.
En la Relación de Tocaima se señala que eran monoteístas y a su Dios lo
llamaban Nacuca, El historiador Juan Friede (1963), en su monografía sobre los
quimbayas, describe que en las alianzas efectuadas por los carrapas, indios
localizados hacia la vertiente de la cordillera Central al valle del río Cauca, con los
panches y otros grupos comarcanos en la guerra contra los españoles, estos
panches invitaban a los nativos a que fueran a visitar un dios de oro el cual los venía
a ayudar en esta guerra. El texto a que alude Friede y que es considerado por el
investigador como importante en la comprensión del monoteísmo por parte de
grupos guerreros describe al héroe de oro como un dios liberador.
Esta deidad era un indio pequeño que trajeron a cuestas, les habló a los
quimbayas en su misma lengua preguntando dónde estaban los indios carrapas, que
los llamasen y que no hablasen con los indios ansermas para que no lo supiesen los
españoles. Esta deidad no peleaba como los guerreros indígenas sino que organizaba
las acciones y pronosticaba cómo al paso de los caballos de los españoles sacaría
fuego debajo de la tierra para quemarlos; también afirmaba que descendió de los
cielos y era hijo de otro que se encontraba entre los panches, quien era muy viejo y
estaba sentado y dispuesto a venir a la tierra de los quimbayas con muchos indios de
guerra en caso de que lo necesitasen.
También les sugería a los quimbayas que se comieran los puercos y no los
dieran a los españoles, dejando sólo dos para que se procreasen; que mataran a las

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gallinas, gallos y conejos así como a los patos y sólo criasen curíes, que eran propios.
Igualmente les aconsejó que apagaran las lumbres y sólo dejaran una, aquella que él
les había enviado, y que quitasen las piedras sobre las cuales ponían las canellas o
platos de arcilla y las ollas en las que hacían mochuahas y mazamorras.
Luego les aconsejó que quemaran las estancias de los españoles y que no
viviesen en ellas, que construyeran otras casas y que quemaran las casas de los
pueblos de todos los indios.
El hombrecillo de oro igualmente afirmaba que él era el padre de todos los
indios y que como eran sus hijos le dolía en el corazón al verlos maltratados por los
cristianos, quienes sólo sabían pedir oro, mantas e indios para las minas, adoctrinarlos
y usarlos para llevarlos cargados; no soportaba que los maltrataran y cortaran sus
narices y sus manos, los ahorcaran y los ataran a los cepos.
La expresión de dolor y de furia de la deidad ante el maltrato de los españoles
era permanente, y por ello les instaba a que no creyeran en el bautismo de agua y a
que no tuvieran miedo a los arcabuces, puesto que él mismo se los había dado.
También les explicaba que había enviado a los cristianos o españoles para que
ayudaran a los nativos en sus labores y que al ver lo contrario en sus maltratos había
decidido regresar esta vez a castigar a los conquistadores.
Igualmente les prometió que puesto que él era su padre, les había dado el sol
y la luna y el los había creado y dado el agua, el maíz y los frutos de los árboles,
cuando pasaran las guerras contra los españoles, se holgarían y sentarían en sus
casas bebiendo y comiendo como en el principio. Advirtió que las cabezas de los
españoles serían enviadas a los panches y que de tanto observar la llegada de los
españoles, tenía cansadas las vistas y quería convertir el día en noche y que no saliera
más el sol.
En este testimonio, tomado a los indígenas yanacones, quienes venían con los
ejércitos españoles del sur, se destacan un cúmulo de informes relacionados con el
modo de vivir de los quimbayas, carrapas y otros pueblos; la simbología del fuego y la
callana o budar, la cría de animales nativos como el curí, así como la relevancia del
mito de la “tierra sin males”, generalizado en Sudamérica. Los héroes civilizadores de
los indígenas americanos, en su vasta imaginería surgieron rápidamente como
protectores de los grupos nativos en el momento del choque de las culturas.
Aquí se alude a héroes míticos, probablemente chamanes que tenían la
capacidad de aglutinar guerreros, para emprender las batallas en favor de aliados
localizados en las márgenes del río Cauca. Al respecto sobresale uno en especial a
cual llamaban Acaima. El relato de Acaima, que en lengua panche significaba
“guerrero”, fue escrito por el cronista de Indias Pedro Simón, quien contó cómo a
los doce años de haberse fundado la antigua ciudad de Cartago (hoy Pereira) se
rebelaron los indígenas quimbayas sujetos a los españoles por persuasión de un
indio extranjero a la provincia, quien llegó del pueblo de Panchí del otro lado de la
cordillera, y a quien llamaban Acaima por sus dotes como guerrero, mohán y
hechicero. Sus discursos alzaron la provincia, cayendo todos los indios nativos
sobre Cartago; el Acaima era el capitán de los sublevados y venía con sus guerreros
debajo de un palio o cubierta de estera, vestido con una camisa de mujer y por capa
portaba un faldellín colorado, prendas que había tomado de una mujer española. La
batalla contra los españoles fue violenta, el Acaima y sus soldados pelearon
violentamente contra los conquistadores, pero su líder fue reducido y muerto, así

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como los quimbayas, quienes además fueron perseguidos por los putimaes, aliados
de los españoles.
Finalmente, se conoce que los panches construían templos o casas donde
depositaban los cráneos de sus enemigos a manera de recipientes en las boticas y
sus entierros se conocen como de forma primaria (entierro directo sobre la fosa
cavada en la tierra) dirigiendo la cabeza del difunto hacia su pueblo de origen. Se
supone de acuerdo con el hallazgo de urnas funerarias en su territorio, que el
entierro era secundario en recipientes de forma de colmena con apliques sobre el
cuerpo de la pieza de figuras a manera de serpientes, lagartijas y batracios; la tapa
de estas urnas era a manera de casquete o plato. Las piezas se encuentran en
montículos agrupadas en seis o más, con huesos correspondientes a diferentes
difuntos en edades y sexo.

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CAPITULO 10
CULTIVOS, PESCA Y CAZA

Los vestigios arqueológicos nos ayudan a complementar la información dada por


los españoles en cuanto a las actividades propias a la agricultura. En las
excavaciones son usuales las evidencias de manos de moler, metates o piedras
cóncavas, hachuelas, trituradores de semilla, morteros, budares o platos planos en
arcilla, entre otros elementos, que nos dan una idea acerca de ciertas actividades
agrícolas que efectuaban los indígenas. Generalmente la presencia de los metates
nos permite inferir el consumo de maíz entre otros cultivos propios a la molienda,
así como los trituradores de semillas utilizados para la extracción de la nuez del
cuesco de la palma real entre otras; de éstas se han encontrado algunas en forma
carbonizada en la excavaciones, cuya fruta es útil en la elaboración de bebidas
fermentadas y de su cuesco triturado se obtiene una almendra.
Estos trituradores de semilla son de forma redondeada como una mano de
moler y en una de sus caras presentan una perforación que permite insertar la
semilla. Estos se han encontrado en Mayacas, Calzón de Oro y otros sitios del valle
del Magdalena (Castaño, Dávila, 1984). Los budares y platos planos muchas veces
se asocian a los cultivos de yuca aunque en su medida pueden ser útiles para
cocinar las arepas de maíz, una diferencia en cuanto a la utilización de estos
elementos cerámicos para el tostado del cazabe en la región de Tamalameque, nos
la dejó escrita Bartolomé Briones de Pedraza, quien anotaba que los platos o
budares eran utilizados solamente para tostar el pan que resulta del rayado y
cocción de la yuca, y que el maíz lo preparaban de manera diferente.
En la descripción se menciona que había una piedra a manera de pilas
pequeñas y con otra piedra que traen en las manos rolliza, molían el maíz,
mojándolo con agua, moliendo y mojando haciendo su masa y la tornan a pasar y
moler otra vez, y luego hacen unos bollos redondos y los ponen a cocer. Este es el
pan que comen y para hacer la chicha que beben, dejan avinagrar la masa un día o
dos para luego preparar bollos, ni más ni menos como está dicho, y después de
cocidos.
La yuca como cultivo independiente al maíz, se encuentra en varias
informaciones de la región. En las Visitas de Cundinamarca de 1595, se alude por
parte de los indígenas a los dos cultivos, tanto como trabajo de obligación de los
indios a sus caciques, así como de tradicional forma de alimento. Anotaba el
escribano que había oído decir a los indígenas viejos que antes de su llegada hacían
a sus caciques y capitanes las rozas de maíz y de yuca (Diez, 1982).
Los vinos o bebidas de los panches, frecuentemente utilizados en sus fiestas
eran preparados de maíz, yuca, batata y piña. Esta fruta que atrajo en varias partes
la curiosidad española, fue descrita entre otros por Pérez de Vargas en la Relación
de Tocaima de una manera pintoresca: "Y la piña es cierta fruta tan grande como
un mediano melón y de color verde y amarillo; están figuradas por toda ella una
manera de cabezas de cáscaras de piña de piñones de España, no obstante que
toda ella tiene una sola cáscara, la cual mondan y la carne de dentro es muy blanca,
y en el gusto agrada dulce y de muy buen sabor. Destila en cortándola nueva agria.

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Tiene a lo alto una manera de coronilla; nace de unos cardones; es excelente fruta
y de muy buen olor y de ésta hacen los indios un vino fuerte" (Patiño, 1983:274).
Otros productos del campo que nos describen los españoles (Simón,
Aguado, Pérez de Vargas entre otros), como parte del consumo de los indígenas
del valle en la región son: fríjol, calabaza, palmitos, batatas, piñas y frutos como el
aguacate, guamas, anones, guayabas, las cuales ofrecieron al conquistador como
presente. Además cultivaron las abejas de las cuales obtenían la miel y cera. Sus
rozas describe el visitador Manrique las hacían hacia Tocaima, ante la aridez y la
presencia de piedras en la parte de Honda.

Pesca y caza

Los panches al momento del arribo español, se encontraban dominando un gran


tramo del valle del río Magdalena en el occidente de Cundinamarca; por su situación
y posesión de este sector que tradicionalmente es el punto de represamiento de la
pesca en la época de subienda, por los saltos que forma el río en Honda, lograron
controlar en buena medida el recurso pesquero en la región.
Esta fuente de subsistencia se describe en la información etnohistórica y se
encuentra en vestigios arqueológicos. Los habitantes de las orillas del río
Magdalena, en los tiempos anteriores a la conquista española dedicaban gran parte
de su quehacer a la pesca y captura de animales propios del río; en varios sitios
arqueológicos se han recolectado restos de vértebras de pescados propios de la
subienda como bocachico, bagre y nicuro, lo mismo que fragmentos de caparazón
de tortuga y conchas de crustáceos, además de vértebras y fragmentos óseos de
venado.
En la Relación de Tocaima, comenta Gonzalo Pérez e Vargas, que estos
indios panches de la región, eran grandes pescadores y cazadores, anotación
igualmente referenciada por fray Pedro Simón, quien escribía que para la época de
subienda, los indígenas acudían al río desde las montañas para pescar, creando
rancherías durante la época.
La ubicación de Honda y de los yacimientos arqueológicos entre los raudales
del río, demuestra cómo en los tiempos pasados el oficio fue de orden primario, ya
que como lo anotan varios españoles, entre los raudales de Honda y el puerto de
Purnio se capturaban más de 20.000 arrobas castellanas de bagre al año, para surtir
al Nuevo Reino de carne de pescado en los tiempos de la Cuaresma
El utillaje lítico excavado en la vereda El Perico en el municipio de Honda
muestra en gran medida la presencia de elementos hechos en chert, para el
descame y cortado de los pescados, los cuales en la época de subienda eran
capturados de muchas formas incluyendo los canastos, que se colocaban cerca a
los chorros para lograr la caída de los peces sin mayor esfuerzo.
La pesca del bagre, según Simón, se efectuaba en un lugar distante diez
leguas de la ciudad de Honda en el puerto del Purnio y en el cual se capturaban
bagres blancos y rayados de negro. Esta misma descripción es dada por Francisco
Guillen Chaparro, quien en las memorias sobre Popayán escritas en 1583, anotaba
que había en el dicho puerto de Onda, se mataban cada año más de cuatro mil

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arrobas de pescado que llaman bagre, de donde se proveía el Reino en tiempos de
cuaresma (Simón, IV:543).
Asociada a la pesca de bagre, bocachico, nicuro y otras especies como la
doncella, se encuentra la recolección de huevos de tortuga y la captura de ellas.
Fueron tantas las tortugas que mantenían las aguas del río Magdalena que en un
momento dado molestaban la navegación de los bogas. Simón (Ibíd.) narra cómo
gran parte del sustento de indios y negros barqueros del río, consistía en la
recolección, consumo y mercadeo de los huevos de estas: "Críanse en las partes
de más sosegadas aguas innumerables tortugas, bien crecidas. Y fueran tan
infinitas más y que pudieran ser estorbaran la boga, si no les destruyeran los indios
y negros de ella los huevos que paren en la arena de sus playas, que son el principal
sustento de esta gente al subir y bajar el río. Es tan grande el número de huevos
que les quitan, que el año pasado, subiendo yo el río por el mes de julio (que es el
de verano) en flotilla de diez canoas, haciendo por curioso entretenimiento número
por mayor de los huevos que se sacarían y comercian todos los bogas, pareció
serían de doscientos y cincuenta mil, porque buscando contar solos los de mi canoa,
los más de las noches, que fueron trece, pasaban de setecientos cada noche".
También la caza mantuvo un importante papel, ya de venados y animales
propios de las llanuras cercanas al río así como de las propias a la montería. Los
pantágoras en su mitología mostraban el deseo de vivir después de muertos cerca
al río Magdalena ante la abundancia de pesca y animales para la cacería. El cacique
de Tocaima ofrece a los españoles como presente, entre otras cosas, carne de
baquiras (zainos), venados, conejos, curies, perdices, palomas, tórtolas y otras
aves, de acuerdo al cronista Simón.

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CAPITULO 11
GUERRAS, CANIBALISMO Y CABEZAS TROFEO

La guerra en las sociedades preindustriales no era el producto de los caprichos de


las comunidades, sino que obedecía a la búsqueda de mecanismos adaptativos que
permitieran mantener las poblaciones en equilibrio con su hábitat, y ante todo para
mantener una distancia entre grupos vecinos para que los animales y productos del
monte ubicado en áreas limítrofes no se acabasen como despensa importante
dentro de la ración dietética. Su principal efecto no estribaba en las muertes en
combate, pues éstas se recuperan fácilmente al cabo de unos pocos años; si no en
el favorecimiento de la crianza de varones en detrimento de las niñas -futuras
procreadoras-, las cuales eran sacrificadas en ceremonias especiales. Esta actitud
sexista conducía a que la proporción de muchachos y muchachas fuera cercana a
150:100, o más si se computaba en época de conflictos. La guerra como apunta el
antropólogo Marvin Harris (1986, 1991) es el precio pagado por las sociedades
primitivas por criar varones cuando no pueden permitirse el lujo de criar niñas.
Otro de los efectos de las guerras, es que los grupos perdedores se ven
forzados a abandonar los cotos de caza y las huertas de primera calidad cuando
aún no han alcanzado la capacidad de sustentación. Por esta razón, la guerra se
emprendía cuando se incrementaba la presión demográfica y por ende, la
competencia por las mejores tierras, y por otro lado cuando, se carecía de
soluciones alternativas a esos problemas.
Al arribo de los peninsulares al valle del Magdalena, se encontraban algunos
grupos humanos localizados en sus márgenes y serranías cercanas, en un proceso
de rivalidades permanentes por la búsqueda de hegemonías o posesión de tierras
y ciénagas que constituían la riqueza económica de los habitantes de la región. De
esta manera uno de los señores más importantes llamado Tamalameque por
sometimiento regional, controlaba sitios tan distantes del río Magdalena como las
estribaciones de la cordillera Oriental hasta la actual población de Ocaña.
Probablemente algunos grupos localizados en el valle Medio del río (muzos,
opones, carares, colimas, panches) como anotaron los cronistas, desalojaron
grupos chibchas (guanes, muiscas) del entorno que dominaban inicialmente y que
fue defendido y disputado arduamente entre ellos a punta de lanzas, ardides de
guerra y la visión canibalesca que las mismas comunidades caribes se encargaban
de propagar para infundir temor entre sus enemigos.
Los panches al igual que otras etnias ubicadas en este valle, presentaban
generalmente una contienda permanente con sus vecinos territoriales colimas y
muiscas, además de mantener sus enfrentamientos internos, los que se agudizaron
con el arribo de los españoles ante la supremacía de las armas de hierro,
notándose, de acuerdo a las fuentes españolas, una diferencia territorial entre estos
indígenas panches de la montaña o sierra con los del valle del río. En las sociedades
tribales, anota el antropólogo Marshall Sahlins, mientras no se disponga de una
autoridad común que los atemorice a todos, son objeto de permanentes hostilidades
de todos contra todos (Harris, 1991).
La provincia de los panches comprendía según el cronista fray Pedro Simón
(IV:301) “dilatadísimas tierras a una y otra margen del río Grande y dentro de sí

48
muchas y variadas provincias debajo de este nombre de panches; si bien en estos
tiempos más se extiende toda su grandeza con el nombre de provincia de Tierra
Caliente, a diferencia de las tierras frías que con las que propiamente se llama y se
les puso de primera intención el Nuevo Reino de Granada, que con el nombre
universal de panches”.
En la conquista de los territorios panches los españoles utilizaron muchas
veces las rivalidades existentes entre estos indígenas como mecanismos de
dominación de las tierras; los panches de la montaña, iqueimas, lachimíes,
calandoimas, se enfrentaron a las tropas españolas de una forma diferente a la del
Guacaná en la región de Tocaima, el cual ofreció sus guerreros para atacar los
lachimíes y calandoimas a quienes consideraba sus enemigos y entre los que según
sus quejas se acometían actos de antropofagia, como si fueran guerreros distantes
de su etnia.
Los colimas, uno de los principales grupos contrarios se encontraban hacia
el nordeste del territorio panche, acechando de forma continua los poblados y
caminos por los que los panches de las etnias o parcialidades de Pinzaima,
Nocaima, Nimaima, Tobia, Calamoima, se encontraban y transitaban con sus
productos.
En la Relación de la Palma de los Colimas, escrita en 1581, describe el
español Gutierre de Ovalle, que la forma más usual de guerrear de los colimas
contra los panches, consistía en que estos se "apellidaran" o pusieran de acuerdo
el día o momento del enfrentamiento, con el fin, decía el español en su relación, de
proveer de carnes sus apetitos.
Tenían guerra estos indios colimas
como se ha dicho con los panches
vecinos provinciales, y esta era
común como contra enemigos
capitales, y así generalmente se
juntaban para ella, apellidándose o
dándose noticias del día en que se
había de hacer la caza. Y según la
Relación estos indígenas “en la
guerra contra los panches y aun en
algunas que tenían entre sí mismos,
de apellido contra apellido a manera
de bandos, la cosa que principalmente pretendían era la carne de que se había de
hartar, y así cuando de las borracheras que para este fin se hacían, donde se
determinaba la dicha caza de guerra, salía la noticia a volar, los colimas del bando
contrario de aquellos que la ordenaban y querían hallarse en ella, trataban partido
de lo que habían de interesar para irles a ayudar contra los panches, de sus carnes
para comer” (Patiño, 1983:259).
La emboscada se efectuaba en las horas de la noche, salteando los pueblos
y caminos. Los panches en igual medida preferían la noche para sus ataques contra
muiscas y grupos vecinos. Las grandes batallas como las generadas contra los
españoles, se efectuaban en el día. Los panches antes de salir a sus habituales
combates, se adornaban la cabeza con penachos de vistosas plumas, lo que daba
al conjunto de guerreros un aspecto imponente y pintoresco. En las manos llevaban

49
el arco y la flecha, lo mismo que la macana de dura madera. Para la pelea se
disponían en escuadrones bien alineados con gran orden y disciplina, lo cual
sorprendió a los españoles que hasta allí llegaron. Detrás de los guerreros venían
los grupos de aprovisionamiento, con gran cantidad de pertrechos de guerra, como
largas y gruesas mazas, hondas, zurronadas o mochilas de piedra lisas, saetas
emplumadas y cerbatanas con las que disparaban, además de buena provisión de
veneno para las armas arrojadizas.
El triunfo para unos y para otros consistía en la
acumulación de cabezas que indiscutiblemente
daban el estatus al guerrero, por eso el que más
cabezas cortaba y más heridas producía en sus
cuerpos, volvía a su casa cargado de peso y
alegría. Y más chicha bebía donde llegaba. Por otra
parte si el guerrero colima “mataba en los asaltos
diurnos o nocturnos o en los lugares de mercado
una india pancha o de otra nación a quienes
llamaban vicas, quedaba el matador con título de
apipa vica, que es “matador de mujer” y si mataba
niño o muchacho, se llamaba apipa ivichipi, que es
"matador del hombre-niño” (Patiño, Op. Cit.:260).
Maritza Avellaneda (1988) excavó en la vereda
Manuel Norte, municipio de Agua de Dios,
Cundinamarca, una tumba que contenía un
esqueleto completo sobre el cual reposaban 7 cráneos sin mandíbula, de ellos tres
muy deformados. Posiblemente corresponda al enterramiento de un personaje
panche con el ajuar integrado por 7 cabezas trofeo desolladas a juzgar por la
ausencia de mandíbulas y otras estructuras óseas, de víctimas que podían ser tanto
panches (los deformados) como muiscas (los no deformados).
Un análisis sobre el aspecto de las cabezas trofeos nos es referenciado por
Raphael Girard (1986), quien en calidad de etnólogo, analizando el hecho de la
guerra entre indígenas y grupos humanos en tierras suramericanas, considerados
como plantadores o agricultores-antropófagos y retomando la experiencia del
alemán Hans Staden (1945) -quien vivió como prisionero durante nueve meses
entre los tupí-guaraní, a mediados del siglo XVI-, considera, que sólo un tupí o
algunos guerreros de comunidades similares a estos como los caribes, adquieren
el nombre y la categoría de hombre al sacrificar un enemigo en la guerra. Cuando
el indio cambia de nombre se convertía en Aua (hombre completo), capaz de ser
considerado como guerrero, de perpetuar la genealogía de los antepasados
masculinos y de desempeñar satisfactoriamente las funciones atribuidas a los
padres, en los ritos de nacimiento. Para los grupos en mención la guerra es
primordial para seguir siendo hombre o mejor para ser considerado hombre-
guerrero, de acuerdo a la tradición cultural establecida desde tiempos antiguos.
Para muchos grupos sudamericanos los vecinos fueron considerados gente de
monte y como tales se atacaba al contrario.
En las guerras de los colimas contra panches y de estos contra muiscas, la
jerarquía y el valor personal se ven demostrados en la capacidad de muerte sobre
el enemigo. La personalidad entre los tupí y caribes se expresaba con símbolos

50
exteriores de acuerdo a Girard; éstos pueden corresponder en el caso de los
colimas y panches a la presencia de cabezas trofeos localizadas en las empalizadas
de las casas o en los lugares considerados como templos.
La defensa de las tierras, de los bosques y arcabucos de los cultivadores en
muchos casos pueden coincidir con el análisis efectuado por el antropólogo Reichel-
Dolmatoff (1986), quien consideró que cuando es alto el rendimiento agrícola de
una región, o de otros recursos importantes como en el caso de panches y colimas
la pesca y el arcabuco, conduce a la institución de guerras endémicas, con los
fenómenos concomitantes de alianzas militares, la construcción de fortificaciones, y
la movilidad social vertical por valentía.
Fray Pedro Aguado (1956:452), describiendo la marcha del capitán Yáñez
Tafur, hacia la tierra de los panches, cuenta cómo el intérprete indígena que
llevaban les traducía a los españoles el gesto de los indios con sus canastos y
sogas, las cuales mostraban diciéndoles que en ellos meterían sus cuerpos para
solemnizar sus fiestas y poner sus cabezas en sus santuarios. Pero estos
españoles, anota el antropólogo Roberto Pineda (1987), con mejores armas y una
posición dominante, también estaban atrapados en su propia "trampa". Ciertamente
“podían morir durante las expediciones por causa de los indios y de la naturaleza
hostil, agresiva y salvaje y ser igualmente presa humana de la ritualidad indígena
en los actos de antropofagia y por consiguiente de cabezas trofeo” (Ibíd.).
Pero la guerra se preparaba con anterioridad y se efectuaban actos rituales.
Los panches actuaban en sus contiendas de forma parecida a los colimas y grupos
localizados en las riberas del río Magdalena, de acuerdo a las Relaciones
Geográficas de Tenerife II y en la que se describe la ritualidad y la jerarquía de los
participantes, así como de los elementos utilizados, la manera de ser servidos por
las mujeres y los súbditos, y los espacios destinados para tal fin. Retomando los
preparativos inicialmente expuestos, hacían los panches grandes y continuas
borracheras, en las que urdían los combates de venganza contra sus enemigos, y
el mejor ornato que en sus santuarios tenían eran las cabezas de las personas que
en guerra mataban, así de indios como de españoles, cabezas que como ya se
anotó eran adornadas con betún.
Este betún puede corresponder al neme o brea que además se utilizó por
parte de los nativos para escalafatear las canoas. En un entierro secundario
localizado en el sitio Neme en el municipio de Coello se encontró como ofrenda
funeraria fragmentos de brea o neme, entierro que se fechó en 1640 d.C. En la
región de Guataquí existen dos pozos de petróleo conocidos como Neme y Chicha
(Cifuentes, 1991).
Las cabezas trofeo simbólicamente corresponderían a los triunfos de guerra,
simulando el botín y el saqueo; en la cabeza como anota Aguado, al ser reconstruida
y depositada en lugares especiales, el panche perdía el temor y se enorgullecía ante
el enemigo que se encontraba recluido en sus aposentos. Las cabezas se
encuentran igualmente referenciadas en la etnografía y en la etnohistoria de muchos
grupos indígenas de Sudamérica. En Colombia entre los quimbayas y armas, como
anota Cieza de León y entre los panches como lo escribió fray Pedro de Simón, se
practicaba el empalamiento de los cráneos, que eran colocados y colgados en las
entradas de los pueblos como gesto de intimidación. En el valle del Cauca los

51
indígenas de Lili embalsamaban los guerreros contrarios para mostrarlos en las
incursiones armadas infundando temor en el enemigo (Pineda, 1987).
Entre los panches el temor al enemigo ya muerto era manifiesto, puesto que,
como anotaba Aguado, en sus santuarios colocaban las cabezas en orden, de
manera que a los pobladores originarios del levante, las ponían mirando hacia el
poniente, y los originarios del poniente eran colocadas vueltas al levante, y así por
esta orden a los demás. Así lo practicaban porque decían que si las colocaban
mirando a sus tierras y pueblos, despertarían la ira y venganza de los parientes de
sus enemigos que podrían venir a matarlos en venganza por sus muertes. Las
ponían en los santuarios en la parte alta, sobre unos andenes que tenían alrededor,
como el boticario pone sus redomas.
Por otra parte, los guechas, guerreros establecidos por los muiscas en las
fronteras de los panches, perforaban sus labios e insertaban canutillos de oro por
cada enemigo muerto, pero a diferencia de los panches no ingerían las carnes del
guerrero caído. Estos guerreros muiscas eran seleccionados entre la población por
su corpulencia y valentía pues eran hombres de grandes cuerpos, sueltos,
determinados y vigilantes, a quienes les pagaban sueldos –de acuerdo a Pedro
Simón- y les otorgaban plazas aventajadas por ser mejores soldados. Andaban
siempre trasquilados, horadadas las narices y labios y a la redonda de todo el
circuito de las orejas atravesadas por otros agujeros que tenían muchos canutillos
de fino oro, y los agujeros de los labios, y narices que eran también para poner de
los mismos, pero aquí no se los ponían hasta que iban matando indios panches, de
manera que cuantos indios mataban, tantos canutillos de fino oro se colgaban de
las narices y labios, anotaba Simón (1981).
El cabello lo llevaban trasquilado para no
dejarse prender de ellos en los
enfrentamientos cuerpo a cuerpo.
Igualmente los caciques principales como el
Bogotá, ofrecían en algunas oportunidades
por la valentía al guerrero, el mando sobre
algún pueblo donde faltara el legítimo
heredero.
Para el guerrero en general el triunfo sobre
el contrario consistía en capturar muchos
enemigos, es así como entre otros grupos de
Sudamérica se aprecian elementos
similares. El alemán Hans Staden (1945), en
su cautiverio, escribía sobre el
comportamiento de los tupí entre los cuales "su mayor honra es prender y matar
muchos enemigos; es costumbre entre ellos que cuantos más enemigos haya
matado uno, tantos nombres puede tener. Y el más noble entre ellos es el que tiene
más nombres de esta especie”.
El guerrero según Girard (Op. Cit.:157), en muchos grupos indígenas
suramericanos y en el caso de los tupí, es comparado con el buscador de "comida"
y la víctima, como "su comida" palabra que como anota se puede interpretar en
doble sentido: "el propio, que se refiere a la carne humana del banquete ritual y el

52
figurado alusivo a la comida vegetal que había de abundar en virtud del sacrificio
humano. Hay constante iteración entre ritos, economía y sociedad”.
Los sacrificios humanos entre los indígenas de la región del valle Medio del
río Magdalena y del sector sur del Alto, de acuerdo a las descripciones de los
cronistas eran usuales. Entre otros grupos como los muiscas, los sacrificios se
presentaban en empalamientos, pero sin el consumo ritual del sacrificado. Entre
caribes y grupos como los quimbayas, las cabezas trofeo eran comunes como
emblema de jerarquía y belicosidad.
Otro aspecto que se observa de acuerdo a las descripciones españolas en
las contiendas entre indígenas es el capturar prisioneros. Gutierre de Ovalle (Patiño,
Op. Cit.:260), escribía que en “estas guerras también había prisioneros y se tomaba
gente a vida, especialmente mujeres mozas y muchachos, de los cuales se servían
a sus apetitos como de personas deslibertadas.
La captura de prisioneros se generalizaba en muchas partes de América de
acuerdo a las crónicas de Indias, y la cual no se presentaba como un sacrificio
inmediato sobre el prisionero; este era cuidado con esmero y era presa de mofa y
juego por los niños y ancianos; los niños jugaban con el preso, el cual sería
sacrificado muchas veces para la época de cosecha. Para el investigador Víctor
Manuel Patiño 81983), en la mayoría de los casos, los asaltos hechos por los
pueblos guerreros a sus vecinos tenían por objeto la captura de esclavos, de
cabezas trofeos o de víctimas para satisfacer el canibalismo ritual, a que algunos
de tales pueblos eran dados; no por apremio famélico o por falta de abastos;
además anota el investigador, se intensificaba en la época de cosechas y de
siembra. Por lo general los grupos guerreros, sostenían y mantenían una especie
de tregua, incluso presentada a los mismos españoles como fue entre los muzos.
Una de las razones por las que se producen los enfrentamientos entre grupos
localizados en un aparente entorno natural y rico en recursos, es el agotamiento de
los suelos y la escasez progresiva de la fauna; el antropólogo Marvin Harris (1991),
anota cómo en bandas y aldeas localizadas en las regiones de selva tropical, el
crecimiento demográfico obliga a ciertos grupos a guerrear contra sus vecinos en
busca de aumentar el territorio de caza, así como en adquirir mejores tierras en las
vegas de los ríos.
Este autor, analizando el caso de los yanomamos, en cuanto a sus
incursiones bélicas, anota algunos elementos que pueden ser aplicados a los
grupos indígenas en el pasado. Escribe que a medida que las aldeas crecen la caza
intensiva disminuye la posibilidad de presas en el entorno. La carne de los grandes
animales escasea y la gente se ve obligada a consumir más animales pequeños,
insectos y larvas. Se alcanza el punto de los rendimientos decrecientes. Aumentan
las tensiones dentro y entre las aldeas, y esto las lleva a escindirse antes de agotar
de modo permanente los recursos animales. Esto provoca, asimismo, la escalada
de incursiones que dispersa las aldeas yanomamo sobre un extenso territorio, a la
vez que protege los recursos vitales al crear tierra de nadie que funciona como
reserva de caza.
Los colimas mantenían en permanente hostigamiento a los panches en las
regiones cercanas al río Negro; esta provocación puede corresponder al afán de
conquistar las tierras cercanas al río Magdalena en las cuales la pesca era un
elemento de gran importancia en la dieta y la economía. Los panches se

53
encontraban allí asentados y dominaban prácticamente el raudal del río Magdalena
desde el sitio de Purnio hasta los altos de Honda; en tiempo de la conquista,
describieron los españoles incursiones de los colimas hacia tierras de Honda y
Mariquita.
Por otra parte el rapto de mujeres en varios grupos tiene que ver en alguna
medida con la escasez de estas; los panches mediante su costumbre de circuncidar
a las niñas, carecían de ellas casi siempre, y más ante el control que ejercían las
mujeres con relación al primogénito que debería ser hombre, característica propia
de las sociedades de estructura patrilineal y de connotación guerrera. La mujer en
estas sociedades al no ser partícipe permanente en las contiendas fue considerada
muchas veces como una carga en la crianza a la cual se dedicaba con mayor
esfuerzo el cuidado del varón que sería guerrero primordialmente sobre otros
aspectos.
Los grupos guerreros como los colimas y panches, incursionaban a su vez
sobre comunidades de mayor economía agrícola como la muisca y algunas
parcialidades muzos en las cuales el papel de la mujer era prioritario en cuanto a
las actividades de siembra y cosechas y de donde raptaban mujeres. Por otra parte,
la carencia de mujeres en estos grupos, forzaba a mantener internamente ciertas
relaciones especiales entre ellos internamente como sucedía entre los panches,
obligando a adquirir la mujer por compromiso desde tiempos de la infancia. A su vez
el intercambio de mujeres entre las parcialidades creaba reciprocidad y alianza, a la
que se recurría en caso de confrontación con fuerzas foráneas y numéricamente
mayores.
Pero así como raptaban
mujeres de grupos vecinos,
también las podían perder,
como se evidenció en el
enterramiento No. 110 de
Portabelo, Soacha,
Cundinamarca, cementerio
excavado por Alvaro Botiva
en 19878. El entierro
observa una mujer
inhumada en posición
diferente al resto de la
población, con los miembros
superiores recogidos, en
tumba intrusa, sin ajuar, con deformación fronto-occipital como la de los panches, y
caracteres morfométricos diferentes a los muiscas. Probablemente corresponda a
una mujer capturada de algún grupo similar al panche, convertida en sierva y
enterrada sin miramientos.

Las disputas internas por los valles y las vertientes.


8
Botiva A. 1987. Pérdida y rescate del patrimonio arqueológico nacional. Bogotá, Arqueología, Revista
Estudiantes de Antropología Carrera de Antropología Univ. Nal. Col. 5(1):3-35; Foto Portada.

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El caso del valle de Melgar.

El valle del río Magdalena, en sus cuencas hidrográficas, permite la movilidad de


grupos humanos hacia valles menores, que por su situación de proximidad a las
grandes cordilleras presentan las características de hoyas geográficas con pisos
térmicos diferentes y por consiguiente, variedad de cultivos en una extensión más
reducida topográficamente.
La cercanía de los pisos térmicos templado y frío al cálido valle del
Magdalena, con la variedad de productos que se ubican, ha planteado varias
preguntas a los investigadores acerca de los modos de controlarlos durante la época
prehispánica. Algunas de estas se relacionan con el tipo de control pacífico o militar
de etnias emparentadas o contrarias, las cuales tratan de obtener un dominio parcial
o total de determinado sector.
El antropólogo Reichel-Dolmatoff (1986), considera por ejemplo que el último
milenio a.C. se caracterizó ante todo por el poblamiento gradual de las faldas de los
valles intermedios. El desarrollo del cultivo del maíz permitió a los pobladores - hasta
entonces ribereños y dependiente de una combinación de recursos acuáticos y de
su agricultura de raíces - retirarse de los ríos y extenderse sobre las laderas del
sistema andino. Al ocupar tierras tan accidentadas, siempre en búsqueda de
regiones propicias para sus cultivos, los grupos que antes habían vivido en buena
parte en aldeas nucleadas, se dividieron en unidades sociales más pequeñas. La
penetración y colonización de las cordilleras llevó a una manifiesta
descentralización y por consiguiente a nuevas formas de adaptación que se
caracterizan por su diversidad, su notable regionalismo y su elaboración de
instituciones económicas, sociales y religiosas.
El valle de Melgar, como se denominó el área analizada desde la Colonia,
presentó de acuerdo a los escritos españoles una situación de contacto y lucha por
el dominio de la vertiente occidental de la cordillera Oriental (muiscas, sutagaos y
panches) y de grupos que se ubicaban en el valle del Magdalena (pijaos, y
parcialidades de estos como los yaporoges o los coyaimas). Al nordeste del valle
de Melgar se encontraba el cacique panche Guacaná, quien era el principal de
Tocaima, y era aliado de los españoles después de su sometimiento y enemigo de
los caciques panches Conchima, Iqueima y Calandaima entre otros, quienes eran
además sus vecinos y parientes étnicos.
El Conchima se localizaba en las estribaciones de la cordillera Oriental
cercano a la frontera muisca; el Iqueima, tenía sus aposentos en las pendientes y
vegas del río Sumapaz y el cacique Calandaima estaba centrado en las partes
montañosas de la cordillera, parapetados estos panches en los altos riscos y
mesetas que le permitían defenderse de enemigos y fraternales. Estos jefes
realmente no alcanzaron el nivel de los muiscas en cuanto al concepto de cacicazgo
propiamente dicho, y correspondían mejor a comunidades locales, a jefes guerreros
que pretendían tener un pequeño dominio.
Los asentamientos en la región del valle de Melgar y en sus regiones
montañosas vecinas, presentan dos pautas claras de ocupación. Una de ellas
podría considerarse como de valle intermedio o vega, ocupada por capitanes que
dominaban las riberas de los ríos y explotaban la montaña o arcabuco

55
inmediatamente aledaño en el cual se obtenía cacería, además de abundante pesca
en la época de subienda por los ríos. Es así como el cacique Guacaná, al sellar la
amistad con los españoles, ofrece entre otras cosas de la tierra, cacería que si bien
es usual en los pisos medios, era abundante en las sabanas por las gramíneas. El
ofrecimiento consistía según el cronista Simón en gran suma de maíz, frutas,
baquiras (que son puercos de monte), venados, conejos, curies, perdices, palomas
tórtolas y otras aves.

56
CAPÍTULO 12
LA ANTROPOFAGIA: CAPTURA DE ENERGÍA

La población panche se redujo


casi totalmente por varias
causas. Los cronistas
señalaban que los principales
motivos fueron, según ellos,
las costumbres abominables
que tenían, pues si la mayoría
de los pueblos prehispánicos
adelantaban guerras como
mecanismo para proveerse de
territorio de caza, expandir su
territorio y señorío; los
panches, por su parte, las
llevaban a cabo para obtener
carne humana que comer, de
la que estaban cebados hasta
el punto que a la guerra les
acompañaban las mujeres con cataures o canastos para recoger los cuerpos
abandonados en los campos de batalla. Resaltan los cronistas que todos su vecinos
eran enemigos y con ellos practicaban frecuentes guerras sin reparar que los
cuerpos devorados fuesen de los contrarios o de los suyos, padres e hijos. Simón
les llamaba los “tigres y lobos” de los muiscas, quienes le temían considerablemente
a pesar de aventajarles numéricamente, pues se adentraban intrépidamente a su
territorio en continuos asaltos para cazarlos como a liebres y venados. Como
veremos más adelante, esta interpretación está viciada por la imaginación medieval
de los cronistas y la actitud negativa hacia el otro, diferente a sí mismo que no
permitía entender los referentes culturales aborígenes.
Por su feroz resistencia a los españoles salvaguardando sus tierras, familias
y costumbres, los famosos y temidos panches y los habitantes de la provincia de
Tierra Caliente del Nuevo Reino de Granada, constituyen uno de los grupos
indígenas más vilipendiados y denostados de nuestra historia. Su reputación se
inició con las frecuentes incursiones que realizaban en territorio muisca, y los
continuos asaltos. Así, a pesar de ser más numerosos los muiscas le temían, como
se teme a un tigre o un lobo cebado, por no tener hora segura de sus garras,
anotaba Simón (1981, III:210). Los muiscas con sus comentarios etnocentristas e
injuriosos contra los panches no solamente alentaron el interés de Gonzalo Jiménez
de Quesada de movilizar sus tropas contra ellos, sino que guiaron y acompañaron
con guerreros a las huestes españolas para tomar venganza por sus derrotas. Para
justificar la arremetida contra los panches los peninsulares se basaron en la
necesidad de convertir a esos paganos y antropófagos indios.
En general, los cronistas españoles de los siglos XVI-XVII (Gonzalo
Fernández de Oviedo, Pedro Aguado, Juan de Castellanos, Pedro Simón, Lucas
Fernández de Piedrahita) en su mayoría clérigos coloniales, no se sustrajeron a los

57
enfoques tendenciosos de la administración española que justificaba el
sometimiento a sangre y fuego de la población indígena, la catequización, la
ocupación de sus tierras y la utilización de su mano de obra, mediante versiones
canibalescas, despiadadas e impías de las culturas nativas. Inclusive se les llegó a
negar su esencia humana al considerarlos pueblos impíos sin alma ni corazón por
lo cual se les podía excluir de la faz de la tierra para ocuparla por los conquistadores
(Bolaños, 1994). A los indígenas se les consideraba “traidores, crueles y vengativos,
enemiguísimos de religión y que nunca perdonaban; haraganes, ladrones,
mentirosos, de juicios bajos y apocados; no guardaban fe, ni orden, ni guardaban
lealtad maridos a mujeres ni mujeres a maridos; eran hechiceros, agoreros y
nigrománticos; cobardes como liebres, sucios como puercos”, anotaba fray Pedro
Simón en 1627.
El desconocimiento del “otro” como interlocutor válido
en la retórica de la conquista del Nuevo Mundo, se
manifiesta a través de la dicotomía bueno-malo, donde
por un lado está el conquistador europeo, guerrero
justo, pacificador y creyente devoto, y por el otro el
indio como un ser anómalo, bárbaro, monstruoso,
pagano, y, por supuesto caníbal que era la máxima
expresión de lo peor de la mentalidad medieval
(Todorov, 1989). Para los siglos XV-XVI la
antropofagia era parte imprescindible de la imagen de
las tierras exóticas y los habitantes de los confines del
mundo. La identificación de estos habitantes con un
monstruo deforme física y moralmente hallaba en la
antropofagia su más clara manifestación, como lo fue
Polifermo en la Odisea un bárbaro gigante,
monstruoso, salvaje y además comedor de gente
(Bolaños, 1994).

Por esta razón los llamados caribes o


caníbales (pijaos, panches, colimas,
muzos, carares) dadas sus estructuras
socio-políticas independientes, no
solamente no se sometían a un cacique
permanente, sino que opusieron una
feroz resistencia al yugo europeo y se les
conoce en las crónicas como “carniceros
de carne humana”. Las descripciones
como la dada por Simón son patéticas,
exageradas y sin fundamento pues no
presenció directamente su
comportamiento, considerando que
estos panches eran unos hombres
abominables, indómitos, fieros, tan
aficionados a la carne humana y su sangre, que hasta se la bebían cruda, y la carne
se la comían sin llegar al fuego, que no sabían estar sin continuas guerras con sus

58
vecinos, no por dilatar sus tierras y señoríos, que suelen ser el ordinario fin por que
se mueven las guerras, sino por tener carne humana que comer de la que se mataba
en la guerra, en que se cebaban tanto que cuando no había oportunidad de guerra
con los enemigos vecinos, que eran todos, se las movían unos a otros en su propia
tierra por leves ocasiones para comer los cuerpos que en ellas morían, sin reparar
en que fuesen de los contrarios o de los suyos, padres e hijos (Simón, Op. cit.,
III:209-213).
No obstante, al detallar las imputaciones de canibalismo se nota, que si el
móvil de las guerras caribes fuese el consumo de carne humana, existiría entonces
una aguda contradicción entre este planteamiento y la misma información
etnohistórica (Patiño, 1983), arqueológica (Cifuentes, 1992) y bioantropológica
(Rodríguez, 1999) que evidencia la existencia de una amplia fuente de alimentos y
materia prima que obtenían de los ríos, quebradas, bosques y montañas, reflejados
en una envidiable salud. Los relatos que existen sobre los supuestos banquetes
canibalescos no brindan detalles sobre la manera como se procesaban los cuerpos
de las víctimas pero se pueden desprender algunos interesantes planteamientos
que nos pueden dar luces sobre la manipulación de los cuerpos de los enemigos.
En primer lugar, se dice que se consumían guerreros valientes que se
destacaban en la guerra, y no a cobardes. El mismo fray Pedro Simón anotaba
correctamente para los pijaos que “en señalándose uno con valentía en la guerra o
en otra ocasión, lo mataban con grande gusto del valiente y lo hacían pedazos y
daban uno a comer a cada uno de los demás indios, conque decían se hacían
valientes como aquél lo era. Esta costumbre estaba tan introducida entre ellos, que
para motejar a uno de flojo y de poco valor, le baldoneaban diciendo: que nunca a
él lo matarían para que comieran otros sus carnes y se hicieran con ellas valientes”9
Es decir, se buscaba absorber el valor y la buena energía de los enemigos con el
fin de fortalecer las propias. Para la víctima era un honor el ser seleccionado y
brindar vigor. Los prisioneros eran sacrificados en ceremonias acompañadas de
comidas y bebidas de gran valor social para la comunidad, como se desprende de
las relaciones de los muiscas, quienes cuando capturaban un guerrero panche lo
inmolaban en rituales al Sol, pues para ellos se alimentaba de la sangre de los
sacrificados. En conclusión, no se buscaba saciar el hambre ya que un cuerpo era
repartido entre varias decenas de guerreros, correspondiéndole a cada uno una
pequeña porción del sacrificado que no servía para ”hartarse”.
El viajero francés Jean-Baptiste Labat (1663-1738) en sus Viajes a las Islas
de la América (1979) subrayaba que era un error considerar que los nativos iban a
la guerra expresamente para hacer prisioneros para hartarse con ellos, o que
habiéndolos apresado sin esa intención se sirvieran de la ocasión para devorarlos.
Quizás así procedían con los españoles a quienes les tenían mucha rabia por no
poderlos vencer, y ante el exceso de las injusticias cometidas durante la conquista
con el fin de infundirles miedo y ahuyentarlos de sus tierras, pues los sometían a
crueldades que no les eran comunes ya que después de la conquista trataron con
respeto a los europeos. Si bien era cierto que cuando apresaban a alguien en la
guerra lo preparaban y llenaban los canastos con su grasa, era en calidad de trofeo
y en señal de su victoria y valor para conservar más tiempo la memoria de sus

9
Simón, Op. cit. I:114.

59
combates y animarse a la venganza y a la destrucción de sus enemigos, y nunca
para hartarse; así como hacían los aborígenes que coleccionaban escalpelos de
sus víctimas en Norteamérica.
Cuando se capturaba una mujer de cualquier color o nación, anotaba Labat,
lejos de hacerles daño, las trataban con dulzura, y si ellas querían, las desposaban
y las miraban como propias. Cuando eran niños, los criaban como suyos sin pensar
matarlos y lo peor que les podía suceder era ser vendidos a los europeos. Con
relación a los adultos sorprendidos con las armas en las manos, no los tomaban
prisioneros sino que los mataban al calor del combate.
Fray José de Aucheieta narraba en 1544 (Harris, 1989) que para los
tupinambas de Brasil, la captura y posterior sacrificio de los prisioneros de guerra
era considerado como un trato noble y excelente, y una muerte noble y gloriosa a
su modo de ver las cosas, pues decían que “sólo los cobardes y los débiles mueren
y son enterrados y deben soportar el peso de la tierra, que ellos creen pesada en
extremo”. Dentro de los mexicas, la muerte en el campo de batalla o en la piedra de
sacrificio era honorífica y tenía como premio ocupar un espacio en el paraíso solar
(González, 1994). Como ya se anotó la peor ofensa entre los pijaos era la cobardía,
pues decían que los cobardes no servían ni para que se los comiesen los enemigos.
En segundo lugar, no se consumían las mujeres que podían ser presa más
fácil que los hombres combatientes, y que podían justificar incursiones para
eliminarlas, exceptuando cuando se obtenía un nombre de pila como se vio entre
los colimas, que lo diferenciaba o distinguía entre los propios nativos. Al contrario,
se las robaban para ser adoptadas por la escasez de las mismas. Hay varias
referencias sobre este punto que aluden las incursiones de los colimas y los
panches sobre poblados muzos y muiscas únicamente para capturar mujeres. Estas
sociedades conocidas como horticultoras-antropófagas eran sexistas como se vio
entre los panches donde se resaltaba el valor de la fuerza masculina, nervio y vigor
de las armas manuales.
En tercer lugar, el mito del canibalismo como lo hemos analizado se
empleaba para amedrentar a los enemigos, y templar el valor de sus propios
guerreros, mostrando las cabezas trofeos de las víctimas a las entradas de sus
casas y en los templos donde se dirigían hacia lugares diferentes a los poblados
ante el temor del espíritu del contrario y de su accionar en los futuros combates; los
dientes ensartados en las chaquiras resaltaban al guerrero entre los propios y
ajenos, de forma similar como lo hacían los grupos horticultores sobre las fieras
cazadas en los montes; no es usual encontrar collares con dientes de venado, pero
sí de jaguares y pecaríes. A los locales se les advertía sobre la suerte que podían
correr si se dejaban capturar.
Los españoles encontraron en el valle del Cauca, como anota Pedro Cieza
de León, casas en cuyas vigas pendían muchos cuerpos de hombres muertos, de
los que habían vencido y preso en las guerras, cuyo cadáveres eran abiertos con
cuchillos de pedernal para desollarlos y rellenarlos de ceniza, haciéndoles rostros
de cera sobre sus cráneos y para posteriormente exponer como si fueran hombres
vivos. También exhibían cabezas y osamenta, cuya costumbre la habían aprendido
de sus padres y mayores de lo que ellos se gloriaban y lo tenían por gran valentía.
Estos trofeos eran símbolo de grandeza, valentía, memoria de padres y mayores,
así para ahuyentar a los enemigos.

60
Las víctimas representaban enemigos que por su calidad de extraños o por
su sexo o edad podían ser sacrificados sin que nadie reclamara por su muerte ni
reacciones de violencia, sino al contrario de catalizador. En la concepción indígena
del cosmos, los dioses creaban al hombre y este los alimentaba a través de energía.
Los dioses eran a su vez personificados por el sol, la luna y otros aspectos de la
naturaleza que les suministraban agua, frutos y bienestar. El hombre recuperaba la
energía mediante el consumo de los cuerpos de las víctimas y la ofrenda de su
sangre a los dioses. Estos rituales, en los que el sacrificio cumplía un papel
predominante buscaban mantener la armonía de la naturaleza, equilibrando la
circulación de la energía para evitar las crisis periódicas, cíclicas o estacionales
como anotan varios investigadores para los mexicas (González 1994:30).
Hay referencias sobre el consumo de sus propios primogénitos en convites,
donde eran invitados los familiares en ceremonias que podrían corresponder al
reforzamiento de las alianzas familiares (Avellaneda, 1988). Sin embargo las raíces
de este ritual no están muy claras pues no se conocen detalles del relato del cronista
Zamora.
En cuarto lugar, la antropofagia se menciona generalmente en comunidades
que no habían alcanzado el nivel de jefaturas, sin poder centralizador y acosadas
por frecuentes incursiones bélicas por el acceso a recursos del monte. Su
agricultura era itinerante y a sus caciques solamente se les tributaba maíz, para ser
utilizado en celebraciones y convites comunitarios. Por otro lado, el Nuevo Mundo y
algunas partes de Asia confinadas no desarrollaron la domesticación de grandes
mamíferos. Este vacío generó una deficiencia tecnológica en los procesos de
acarreo, molienda y mantenimiento de reservas de proteínas animales. La selva
tropical, a pesar de la diversidad y riqueza de biomasa, no ofrece condiciones
favorables para una permanente provisión de animales de monte pues estos
escasean y se dispersan durante el invierno y se pueden extinguir por su caza
excesiva. Por estas razones las comunidades selváticas tienen que mantener la
relación entre el consumo y reproducción humana y la reproducción de los animales,
mediante la dispersión de las poblaciones, vedas de caza y la creación de “tierras
de nadie” en zonas que suministran animales de caza frutas silvestres y materia
prima.
Por esta razón los grupos selváticos sostenían permanentes hostilidades,
incursiones, expulsiones de aldeas vecinas con el fin de dispersar las poblaciones
aumentando la distancia media entre ellos y en general la separación poblacional
local. De esta manera mantenían las “tierras de nadie” en arcabucos
ecológicamente vitales a pesar de los costos de guerra.
En quinto lugar, las comunidades acusadas de canibalismo, curiosamente
eran las que tenían el pescado, cangrejos y tortugas como mayor fuente de proteína
animal, abundante en los ríos Cauca y Magdalena y en las ciénagas del litoral
Caribe. Para algunas comunidades se ha señalado que consumían muy poca carne,
aunque aparentemente abundaba en el monte. El pescado es relativamente fácil de
obtener solamente en ciertas épocas, pues durante las crecientes se dispersa y se
dificulta la boga en el río en frágiles canoas. Por otro lado, los animales de monte
también se dispersan monte adentro y los cazadores regresan con frecuencia con
las manos vacías. Precisamente en ésta época la explotación de los recursos del

61
monte era muy competida, por la cual se desataban frecuentes conflictos bélicos,
en donde los llamados caníbales llevaban la mayor parte por el temor que infundían.
En sexto lugar, se reporta en comunidades que cremaban los cuerpos de los
difuntos en parihuelas, con el fin de secarlos y poderlos mantener en las viviendas
mientras se celebraban los ritos de muerte, el cabo de año y otras ceremonias. Este
mismo procedimiento de ahumado o moqueado en barbacoas era utilizado para
preparar el pescado y la carne cecina, de ahí que los españoles pensaran que los
cuerpos eran consumidos al igual que los animales.
En séptimo lugar, los caníbales o caribes fueron considerados lo peor de la
sociedad medieval, inhumanos, salvajes y por consiguiente, se justificaba su
dominación y eliminación, aún con perros cebados en carne indígena, que eran
costosos y se preparaban previamente engalanándolos como guerreros; en caso de
perder uno de los canes los españoles lo enterraban secretamente para que el
nativo no descubriera su fuerza o mejor no portaran los destructores colmillos en
sus collares de guerra y absorbiera la energía de uno de sus más temidos enemigos
y carniceros.
De aquí se colige que el canibalismo descrito en los textos europeos pudo
existir como un ritual de homeostasis, es decir de equilibrio ecológico con el fin de
alimentar a los dioses proveedores de lluvias y huertos, transmitiéndoles la energía
de los enemigos. También existía en la imaginería europea medieval como símbolo
de barbarie y atraso. El ritual del canibalismo fue utilizado, por un lado, para
amedrentar a los enemigos en condiciones de extrema competencia por los
recursos del monte, infundiendo temor con los cuerpos conservados y las cabezas
trofeo, y los cataures o canastos en donde supuestamente iban a parar las víctimas.
Por otro lado, justificó la arremetida contra panches, pijaos y toda la “caterva de
caribes” que amenazaban la tranquilidad de los conquistadores que dieron guerras
tan prolongadas como la de los pijaos que duró más de 70 años y puso en jaque las
arcas del Virreinato.
La manera más precisa para demostrar la existencia de canibalismo en este
grupo indígena, es mediante el análisis de las huellas de corte en huesos humanos,
que deben seguir un patrón similar al de los animales consumidos, en el tipo de
fracturas, huellas de calcinación y de agitado en vasijas de barro, tal como se ha
evidenciado en México, Estados Unidos y en yacimientos arqueológicos de hace
cerca de 800.000 años de antigüedad de España10. De aquí surge la necesidad de
adelantar estudios bioarqueológicos en la región de los panches.
En otros contextos como el registrado por Maritza Avellaneda (1988) en la
vereda La Balsita, municipio de Agua de Dios, yacen 7 cráneos sin mandíbula sobre
un esqueleto completo extendido, como si se confirmase la versión de los cronistas
sobre la práctica de las cabezas trofeo que colocaban a las entradas de sus casas
y que después enterraban con su propietario. En Pasca, Cundinamarca, Luisa
Fernanda Herrera (1972) encontró un enterramiento sin cráneo ni huesos largos
completos, desarticulados, asociados a material lítico, cerámico y restos animales,
que la autora interpreta como posible práctica antropofágica, en donde el cráneo se
habría tomado como trofeo.

International Journal of Osteoarchaeology, 2000, vol. 10, Issue No. 1. Special Issue:
10

Cannibalism and Violence.

62
El mayor signo de valor entre ellos, como anotaban los cronistas españoles,
era exhibir “las cabezas de las personas que habían matado en guerra, así de indios
como de españoles, las cuales adornaban con cierto betún preparado, y después
de comida la carne, hinchaban los huecos y vacíos que en ellas quedaban de aquél
betún, dejándolas así como si estuviesen vivas y sanas. Por ojos les ponían unas
semillas que los españoles llaman 0armesas, muy resplandecientes, con las cuales
quedaban como si estuviesen vivas, y por ser las casas o santuarios oscuros donde
estas cabezas estaban, infundían gran temor a las personas que a ellos entraban”
(Aguado, 1956:456). Este tétrico cuadro buscaba alentar el valor de sus propios
guerreros para que no se dejasen capturar pues podían correr la misma suerte, y
por otra parte buscaba amedrentar y ahuyentar a sus enemigos. Vale la pena anotar
que si los cuerpos eran consumidos sería muy difícil rellenarlos de betún como
presume el cronista, o de ceniza como se ha señalado para el valle del Cauca, pues
no quedaría tejido para retener su contenido. Es más probable que los cuerpos
fuesen cremados para poderlos secar y conservar con resinas en las habituales
rituales fúnebres, mismo procedimiento que utilizaban con el pescado y animales
de monte, por lo cual los españoles pensaron que eran devorados.
La osadía de los panches era tal, que la sola presencia de unos cuantos
gandules era suficiente para ahuyentar a sus enemigos, numéricamente mayores,
más pequeños y menos belicosos; situación que no se presentó con los españoles
pues eran más acuerpados y estaban acompañados de temibles mastines cebados
en carne indígena, armas de fuego y de acero, caballos que permitían el transporte
de pertrechos y daban agilidad al guerrero español en los combates de infantería.

63
CAPITULO 13
El CONTACTO EUROPEO: LA EXTINCIÓN DE LA ETNIA

Después de la fundación de Santafé de Bogotá y del encuentro de los


conquistadores Gonzalo Jiménez de Quesada, Nicolás de Federmán y Sebastián
de Belalcázar en 1538, emprenden estos conquistadores su regreso a España, con
miras a aclarar los territorios conquistados ante la Corona, tomando el descenso del
altiplano con rumbo a Guataquí, lugar de paso de los indígenas panches a la margen
occidental del río Magdalena.
Posteriormente corresponde al capitán Baltasar Maldonado, por orden del
hermano de Jiménez de Quesada, incursionar por los territorios de los panches con
fines de reconocer las tierras próximas a los nevados, que consideraban los
españoles de gran riqueza; Hernán Pérez de Quesada comisiona a este capitán, de
acuerdo al historiador Roberto Velandia (1971), por cuanto conocía ya los panches.
La empresa se produjo a mediados de 1540 y contaba con 150 hombres de a caballo
y a pie bien armados: estos se dirigieron por el camino de Tena, Tocaima, Guataquí,
sitio este que ya se había convertido en puerto para pasar de una a otra orilla y para
embarcarse río abajo, librando a su paso fieros combates, uno de ellos en el lugar
llamado "Puerto de las canoas”, que posiblemente era el mismo Guataquí, de donde
siguió por la margen derecha del río hacia abajo, que cruzaron por un punto cercano
a la comunidad de los hondamas, a cuyo pueblo entraron sin resistencia alguna de
los indios, pues se asustaron ante la presencia de los extraños.
Estos indios, de acuerdo a la referencia de Aguado, posteriormente pusieron
a los españoles en aprietos al presentarse a sus casas con los arcos, flechas y
lanzas. Los españoles los desbarataron matando algunos y tomaron las guías que
pretendían y se fueron siguiendo la demás gente, la cual hallaron alojados ribera e
un río llamado Guarinó, cuyos naturales vinieron a guerrear con los españoles, y
como la tierra donde acometieron era rasa y llana, fueron derrotados con mucha
presteza.
El historiador Velandia (1971), analizando la suma de documentos referentes
a las incursiones españolas a la región de Honda, considera sobre la problemática
histórica de la fundación del sitio que fue Baltasar Maldonado el conquistador de los
hondamas, quienes desde 1540 hasta 1551 no volvieron a ser presa de españoles,
toda vez que sus expediciones durante estos 11 años se dirigieron hacia los
panches del cacique Tocaima, en cuyo territorio el capitán Hernán Venegas Carrillo
fundó la ciudad de este nombre el 20 de marzo de 1544, y hacia los pijaos de la
Cordillera Central, donde el capitán Andrés López de Galarza fundó la de Ibagué el
14 de octubre de 1550, trasladada al sitio actual el 7 de febrero de 1551.
Con la llegada de los conquistadores se inició un ciclo de devastación y
arrasamiento de las tierras americanas, y de extinción de las comunidades
indígenas. Mientras que las guerras nativas estaban orientadas a la sujeción, más
que al exterminio del enemigo y por esa razón terminaban con frecuencia mediante
el duelo de sus hombres más fuertes; al sucumbir uno de ellos los perdedores se
retiraban sin más incursiones. Los españoles, por su parte, adelantaban una guerra
de exterminio contra los indígenas, ensañándose con sus armas y perros. En estos
primeros enfrentamientos perecieron los jefes y representantes más fuertes de las

64
comunidades nativas, generando desaliento, y resquebrajamiento de las estructuras
políticas y militares que sustentaban el poder aborigen.
Al no contar con sus jefes las tropas americanas se retiraban dando lugar a
una nueva forma de sometimiento al yugo español. El conquistador aplicó la guerra
de tierra arrasada, destruyendo los poblados, las sementeras y los núcleos
familiares. El nativo no quiso rendirse ante las autoridades españolas pues no
reconocían jefe supremo ni pago de tributos, por lo cual opuso una feroz resistencia,
siendo finalmente dominados a sangre y fuego. Más que las mismas armas, los
perros cebados en carne indígena infringieron grandes pérdidas y, ante todo, un
gran pavor entre los guerreros nativos, “que les hizo perder el ánimo y concierto,
volviendo en desconcierto y confusiones” (Simón, Op. cit., IV:203).

Fray Pedro Simón, anotaba


patéticamente la acción de tala y
quema de los soldados españoles y
los desastrosos resultados sobre la
población nativa; es así como
describe que al dejar la provincia de
Amoyá en buen estado de
sometimiento, tomaron los
españoles la vuelta del fuerte del
Chaparral, dejando taladas su tropa
y la del capitán Poveda más de
novecientas y setenta labranzas de
maíz y otras legumbres y quemadas ciento y ochenta y cuatro casas de buenos
edificios, quedando la tierra tan desolada que ya no hallaban las tropas indio con
quien pelear, casas donde ranchearse, “raíz ni grano que comer”.
Hastiados de la barbarie española, en 1557 los indígenas del Nuevo Reino
de Granada se sublevaron, siendo cruelmente aplastados por los conquistadores
Gonzalo Pizarro, Alonso de Fuenlabrada, Luis de Guevara, Hernández Girón,
Alvaro de Oyón y otros, consolidando la dominación española, estableciéndose el
régimen de encomienda, que a su vez apaciguó el ánimo de los colonos que lo
reclamaban como principal recompensa por sus servicios en América. Los panches,
pijaos y paeces en el valle del Magdalena, los sutagaos en el sur del Reino y los
guanes al norte, los gorrones y bugas en el valle del Cauca; en general los indios
de Ibagué, Mariquita y Cartago se sublevaron. Los panches eran esperados como
redentores al otro lado de la cordillera Central y declaraban: “Muramos todos que
mejor es que no cargar las petacas y dar muchachos para la doctrina, ni indios para
la mina, ni indias para servir a los cristianos”. Llegaron a Carrapa a apoyar a los
quimbayas con la ayuda de un mesías –dios de oro- que iba a matar a todos los
cristianos, como comenta Juan Friede en su texto “Los quimbayas bajo la
dominación española” (1963). Lo cierto es que los colonos españoles exageraron
la magnitud de la sublevación para justificar la ayuda y nuevas mercedes solicitadas
al Consejo de Indias.

65
Los maltratos infringidos en las minas, en
la boga del río, y en el transporte de
mercancía por agrestes caminos,
contribuyeron significativamente con
este proceso de destrucción. En 1572 en
la relación de las minas de oro en tierra
caliente, en las que se mencionaban las
de Mariquita, Victoria, Remedios,
Tocaima, Ibagué, Pamplona y Vélez, los
mismos españoles advertían sobre el
exceso de trabajo y la consecuente
pérdida de naturales que llegaban a
50.000 como lo destacan los
documentos transcritos por Juan Friede (1975, VI:160): “Ha habido gran desorden
en el echar indios a minas y en tanto grado que un encomendero ocupaba todo su
repartimiento en esta granjería: a unos lavando y sacando oro, otros en hacer
comida para ellos, otros en acarrearla para los que trabajaban. De modo que con
este trabajo que ha sido excesivo, han faltado un número que sería lástima decirlo,
pues pasan de cincuenta mil”.
Las bogas del río Magdalena
padecían otro tanto. El 1º de junio
de 1564 el presidente de la
Audiencia, Venero de Leiva ponía
en conocimiento los problemas con
la boga en el río destacando cómo
en la subida del Río Grande de la
Magdalena a este Reino, había más
de 12.000 indios, y en la época de
su viaje halló 1.500, entendiendo
que los restantes habían fallecido
por el pesado trabajo, la mala
alimentación y el permanente trabajo del canalete.
El trabajo de los bogas era tan pesado que hasta los mismos frailes
dominicos se dirigieron el 16 de abril de 1566 al Rey, alertando sobre la necesidad
de suspenderla o de lo contrario acabaría con los pocos sobrevivientes: “Ya vuestra
señoría tiene noticia de un Río Grande de La Magdalena o, por mejor decir, río y
lago de sangre y dolor y angustia, que sube desde Santa Marta a este Reino. Pues
en él se vieron vivir y morar de una banda y de otra más de cincuenta mil ánimas,
que una invención de boga, inventada por el demonio, ha destruido y asolado hasta
que han quedado 500 o 600 indios no más. Y estos todavía entienden en este
género de trabajo que es el mayor que naturalmente hombres humanos pueden
pasar [...] Si Su Majestad quiere de veras poner remedio de ello, y que los que han
quedado en el dicho río se conserven y aumenten, no es menester más de
rasamente prohibir, con pena de vida, la dicha boga, y que anden barcos o se
descubra otra parte (de) donde se provea este dicho Reino, que mil hay por donde.
Y si no, doy en los años de vuestra señoría por despoblado el dicho río. Y después,

66
así que así, se ha de buscar otro remedio, que ahora valdría más que se buscase”
(Friede, Op. cit., V:369).
Un año después, en 1567 se repetía la misma queja y la petición de eliminar
la boga en el río y buscar otros caminos para no acabar con los 500 indios restantes.
Pero si los frailes solicitaban eliminar la boga en el río para desplazar las mercancías
por caminos, los indios cargueros sufrían la peor suerte de todas, pues tenían que
transportar las pesadas mercancías a sus hombros desde Tocaima a Bogotá o
Ibagué. Cuando se fundó en 1544 la ciudad de Tocaima había 6.000-7.000 indios,
una parte murió en la pestilencia de 1559 y otra gran parte por los trabajos pesados
hasta quedar solamente 3.201 en 1560, según la Relación de Popayán y del Nuevo
Reino de 1559-1560. Fue tal el despoblamiento que la ciudad empezó a deteriorarse
por la falta de mano de obra indígena que le hiciera mantenimiento a las casas de
los españoles (Patiño, 1983:64).
El mismo fray Pedro Simón narra la conmovedora e
inhumana situación de los peones a quienes
alquilaban los encomenderos de ciento en ciento
como recuas de mulas, dándoles un tratamiento
inhumano a quienes mandaban a que se ganasen el
alquiler, sin alimentos y cuidados. Los nativos
escasamente se sustentaban de lo poco que tenían en
sus casas para la ida y vuelta. El nativo no tenía ni
alma ni valor para el encomendero, como sí lo tenían
las bestias de carga a las cuales se les daba los
mayores cuidados de alimentarlas y bañarlas después
de cada jornada.
Veinte años después del primer contacto con los
indígenas de tierra caliente, se preveía el desastre de
la población indígena por las pesadas cargas que
transportaban sobre sus hombros, sin que ninguna
autoridad prestase atención. En los documentos se anotaba que había crueldad
por parte del español, cargando a los naturales de manera continua con pesadas
cargas, pudiendo utilizar bestias y carretas. “Morían en cantidad los indios en aquel
trabajo, porque les hacían cargar tres arrobas y aún más, muchos de los cuales son
muchachos y mujeres y viejos”.
La pestilencia producida por la viruela,
el sarampión y la gripe, “nueva para los
naturales y nunca vista entre ellos”
remató este cuadro de desolación. Los
panches fueron las mayores víctimas.
De 20.000 “caribes panches” según
Pedro Simón o de los 8.000 calculados
inicialmente en la Descripción de
Tocaima, en 1544 se contabilizaban
solamente 1.300, repartidos entre 22
vecinos encomenderos. Los españoles
calculaban en 50.000 el número de
indígenas en el valle del río Magdalena,

67
de los cuales perecieron según ellos, casi 40.000 por causa de la pestilencia de la
viruela y los restantes quizás por los malos tratos, hasta quedar solamente 500 en
el siglo XVI (Friede, Op. cit., III:355-359).
Sobre la viruela se alude que fue introducida en el Reino por ciertos esclavos
del obispo de Juan de Barrios quien envió a comprar a la isla Española y la pegaron
a los naturales. Fue esta pestilencia tan grande que vinieron los naturales en tanto
trabajo y angustia, que los “padres desamparaban los hijos y los hijos a los padres”
sin poderse valer unos a otros por el gran hedor que entre ellos andaban.
Antes de la llegada de los españoles los asentamientos indígenas eran
dispersos y poco nucleados, con lo cual se evitaban las enfermedades infecciosas,
sobre todo las de transmisión aérea. La concentración de las comunidades
indígenas en torno a poblados españoles con el fin de facilitar su dominación y
control de los tributos, además para evangelizarlos, contribuyó aún más a diseminar
las epidemias. Hasta el mismo domingo cuando asistían a misa, a los mismos
bautismos y confesiones, tenían que cargar al pueblo, pasto para el ganado, leña y
otras cosas para las casas de los encomenderos y frailes, “muchas veces más de
una legua y dos por asperezas y por ríos a este modo de doctrina [...] y si no la traen
son gravemente azotados” (Friede, 1975, VI: 267).
Igualmente la movilización de los nativos a alejadas regiones con clima
diferente al habitual para las labores de minería, la mala alimentación, pues no les
dejaban cazar ni consumir ganado vacuno, contribuyeron al debilitamiento de los
organismos nativos, a la pérdida de sus defensas y a la fácil exposición a las
enfermedades infecciosas anteriormente desconocidas. Si los indígenas se
quejaban ante las audiencias y justicias eran castigados y sometidos a insolencias,
crueldades y rigores, matándolos y amenazando a los demás, forzadas sus mujeres
e hijas con cargas excesivas. Viendo esta situación las indígenas embarazadas
preferían abortar con yerbas antes que ver a sus hijos esclavizados y miserables
con tanta explotación. El desgano ante los trabajos forzados condujo a que los
españoles emplearan la fuerza y las armas para obligarlos a laborar.
La desintegración de los núcleos familiares, base de la economía nativa, se
produjo al separar a las mujeres de sus hogares para que prestaran su servicio
doméstico en casa de los encomenderos, donde solían morir por los trabajos
pesados. En 1573 Juan de Avendaño se quejaba ante el Consejo pues consideraba
injusto que el encomendero además de recibir los tributos que quiere y como quiere,
en la parte que se le antoja trae sus ganados, toma, y elige lo mejor de sus tierras
para poner en ellas sus granjerías, y muchas veces quita al padre la hija y al marido
la mujer para su servicio, diciendo que son para amas de sus hijos y hacer edificios
donde los consumen y matan sin escrúpulo alguno.
Por otra parte es importante destacar otra arma usada por los españoles, al
atacar moralmente a los nativos que fueron igualmente abatidos cuando se les
prohibió la práctica de su propia religión, sus santuarios e ídolos irrespetuosamente
quemados y sus dioses relegados a la clandestinidad cuando habían predominado
durante milenios, mucho antes del nacimiento de su inspirador Jesucristo, y servían
de base del sustento de la homeostasis o equilibrio ecológico (Wachtel, 1976). Así
manifestaban ellos mismos: “Los españoles consideraron que una de las cosas
principales y de más importancia que hay para la conversión de los naturales a
nuestra Santa Fe es desarraigarles de sus entendimientos los ritos y ceremonias e

68
idolatrías en que están ciegos y engañados del demonio, se ordena y manda que
los dichos indios no puedan tener ni tengan santuarios ni ofrecimientos, ni ídolos, y
para que cesen, se les manda a los encomenderos y encarga a religiosos y
sacerdotes los quemen y no les permitan tenerlos dándoles a entender su ceguedad
y amenazándoles con riguroso castigo si los tuvieren” (Friede, Op. cit., VI:459).
Se les impuso un nuevo dios y una nueva religión que fue acogida no tanto
por el poder de convencimiento y las cruces de los frailes, ni por las espadas de los
soldados, sino por la desmoralización producida por los nuevos agentes patógenos
que los amilanaron y dejaron inermes. Era tal la indefensión de los indígenas que
solicitaban el bautismo de la iglesia católica al ver que ni sus curanderos ni dioses
podían aliviarles. Mientras que el dios cristiano favorecía a los blancos, la ira divina
caía mediante la viruela con toda su fuerza sobre los indígenas con una crueldad
implacable que intrigaba incluso a los mismos misioneros cristianos (Todorov,
1989). Esta es una de las razones por la que las poblaciones indígenas resultaron
más creyentes que los mismos españoles, pues buscaban refugio en la iglesia
católica contra las enfermedades desconocidas completamente para ellos, y contra
las que eran impotentes sus mismos curacas y hechiceros, ya que por su
aislamiento América se había convertido en una isla cuyos habitantes habían
perdido la memoria genética, es decir, la inmunoresistencia contra la viruela,
sarampión, catarro, tifus, malaria, etc.
Fray Pedro Simón comentaba asombrado que fue tan grande la mortandad
de este contagio pestilente, que no se daban manos los sacerdotes, clérigos y de
otras Ordenes, en especial entonces, que eran pocos a enterrar, pues solían en una
fosa meter ciento y aun doscientos cuerpos y era cosa maravillosa los que de los
infieles pedían el santo bautismo, buscando la vida eterna, incitados por los temores
de la muerte. En la Relación del Nuevo Reino se señalaba de una manera patética
la falta de indios que antes había, especialmente de los panches, a causa de
enfermedades que se expandieron por el Reino, de viruelas y ahora de un
sarampión. Un simple catarro, inofensivo para los españoles, mataba más indígenas
que la misma guerra como sucede actualmente con los nukak-makú de la selva
amazónica.
En 1546 llegó al territorio de la Nueva Granada una gran pestilencia que
azotó especialmente la región andina, según relata Herrera en las Décadas; se
calcula que entre 1587 y 1600 desaparece casi del 90 al 99% de la población nativa
de la Nueva Granada. Durante el levantamiento de la población nativa del valle del
Magdalena en 1557, y especialmente en 1559, según la Relación de Popayán y el
Nuevo Reino se desató una pestilencia de viruela y sarampión que acabó con
mucho indígena, “dicen haber sido mucha la cantidad de los muertos, que ha de ser
provecho a los vivos” En 1588 igualmente se supone que una negra proveniente de
Guinea trajo la viruela, cuya epidemia se inició en la ciudad de Mariquita,
extendiéndose por el Nuevo Reino de Granada produciendo la extinción de la
tercera parte de la gente (Melguizo, 1992:35).
Hacia 1590 en inmediaciones del río Coello en el Tolima, en las huestes del
Capitán Bocanegra se desató otra epidemia de viruela que picó en todas las tierras
y les gastó toda la gente que tenía de servicio. En 1617 se extendió una epidemia
de sarampión que acabó con buena parte de los naturales supervivientes donde
murieron más de la quinta parte de los naturales en todo este Nuevo Reino y de los

69
españoles criollos algunos, pero ninguno de los nacidos de España. Por otra parte,
las fiestas donde se socializaban, enriquecían su tradición oral y arreglaban alianzas
matrimoniales al calor de la chicha y el acompañamiento de comidas y música,
símbolo de la reciprocidad y del poder de los señores, fueron igualmente prohibidas,
contribuyendo también a la disgregación social, económica y moral.
Finalmente, la destrucción del medio ambiente nativo, construido
laboriosamente en el transcurso de milenios, dejó la economía y la cultura sin bases
para su reproducción. Como señala el palinólogo T. van der Hammen (1992:54) la
llegada de los conquistadores españoles cambió drásticamente las condiciones
ambientales, pues los métodos europeos y el ganado, junto con la desaparición de
zonas forestales protectoras intermedias o cercas verdes, causaron un rápido
incremento de la erosión del suelo, evidente especialmente en las áreas más secas,
y registrado en los sedimentos lacustres por un aumento fuerte de contenido de
arcilla y el incremento del pequeño arbusto pionero Dodonaea.
Ya en los siglos XVII-XVIII, como señala el historiador Alejandro Carranza
(1942:178) “agotada la riqueza del indio, mermada la población por el duro vasallaje
a que fue sometido el pueblo conquistado, pasada la fugaz prosperidad minera,
teniendo apenas una rudimentaria e incipiente agricultura, careciéndose de fuentes
estables de prosperidad, sin empresas de ninguna clase…”, sobrevino la
decadencia de la provincia de Tocaima. De ser una ciudad bulliciosa y concurrida
poco a poco fue despoblándose, cayendo las casas una por una y la maleza
invadiendo las calles (Ibíd.).
Actualmente la zona sudoeste de Cundinamarca está cubierta de vegetación
tipo Bosque Seco Tropical, donde predomina el algarrobo -“tan malo como el
algarrobo” suelen decir los habitantes de la región-, con suelos incipientes,
básicamente inceptisoles, clima cálido semiárido, particularmente en los suelos de
la formación Guaduas y Guadalupe, los cuales son medianamente aptos para el
asentamiento humano, agravado por la permanente sequía y la erosión legada del
pastoreo de las cabras que consumen los retoños de otras plantas dejando
solamente las espinosas. El deterioro ambiental es aún mayor en la desembocadura
de la quebrada Apauta al río Seco, en inmediaciones de Jerusalén, pues no se
evidencia actividad biológica ni crecimiento de raíces, por lo cual el suelo es
incipiente, denominado entisol. Los materiales del nivel más bajo del valle aluvial
del río Seco, están conformados por depósitos recientes no consolidados,
compuestos de arena, gravilla y cascajo.
En cuanto a la fauna, el venado que constituía un importante soporte
proteínico para los naturales, ante la ausencia de ganado vacuno procedente del
Viejo Mundo, se convirtió en materia prima importante para proveer la industria
española de cuero para forrar las petacas, elaborar botijas, calzado y vestuario,
arrasando con un importante recurso alimenticio. Los arcabucos, fuente de animales
de monte, frutos silvestres, miel y madera, celosamente custodiados por los nativos,
fueron igualmente objeto de asedio ante la demanda de viviendas, cercas y
combustible de los colonizadores europeos. Como señala el historiador Hermes
Tovar (1995) los españoles los conquistarían, no para preservar su fauna y sus
recursos, sino para exterminarlos buscando abrir más tierras para los pastos de sus
ganados, para obtener madera para sus viviendas y como fuente de energía.

70
Por otro lado, se rompió la cadena
alimenticia natural; al extinguirse los
venados, presa preferida de los
tigres, estos últimos asediaron al
ganado recién introducido; siendo a
su vez exterminados por los nuevos
colonos. De esta manera la
ganadería para atender la creciente
población colonizadora, que exigía de
pastos y del exterminio de
depredadores, inició el proceso de
destrucción del frágil bosque tropical
con el consecuente impacto sobre las vertientes de los ríos, el clima y las fuentes
de subsistencia de la población.
Finalmente la introducción de ganado, sobre todo caprino, modificó
sustancialmente la vegetación, “pues metiendo allí cabras comían de una frutilla de
espinos que había algo apartados, y viniendo al pueblo, de su estiércol vinieron a
nacer tantos y tan fuertes que entretejían las casas y ahogaban el pueblo con
espesa montaña”, anotaba Simón.
Así, el hambre y las enfermedades, la expropiación de sus tierras, el
resquebrajamiento de las instituciones religiosas, familiares, políticas y militares
nativas y el descalabro psicológico ante la indefensión de sus curanderos y dioses
y la degradación del medio ambiente, condujo a que hacia finales del siglo XVII casi
el 90% de la población indígena se hubiera extinguido. Solamente sobrevivieron los
individuos cuyos organismos desarrollaron inmunidad genética a las enfermedades
europeas y resistencia física y moral al hambre, a la miseria y a la humillación. El
despoblamiento y el empobrecimiento de las tierras nativas antes ricas y pródigas
ya eran angustiosos en el mismo siglo XVI, unos años después de la conquista.
Como bien lo subraya el historiador Hermes Tovar (1995:42) “el sacrificio humano
fue mucho más allá de una simple matanza”.
De la altivez de este pueblo sólo queda el recuerdo cruento de su historia y un
paraíso de veraniego solícitamente resguardado por la población prehispánica para
los turistas del presente. Sin embargo, si continúa la funesta depredación por estos
últimos no dirán lo mismo los veraneadores del futuro y los amantes del pescado de
cuaresma. Este problema de violencia, cruenta y despiadada contra los nativos del
valle del Magdalena, la expropiación total de sus tierras, el sojuzgamiento, y, como
respuesta, la feroz resistencia de los aborígenes por defender su familia y terruño,
contra conquistadores, encomenderos y sus descendientes latifundistas,
constituyen las raíces de la violencia contemporánea, que ha reproducido las formas
coloniales de aplastar la resistencia, mediante la “guerra de tierra arrasada” para
amedrentar y desplazar a las voces del otro, del diferente.
La violencia en esta región no se debe a los supuestos “genes caribes,
antropófagos y bélicos”, pues ellos casi se extinguieron, sino a la cruel historia del
“río y lago de sangre, dolor y angustia” como le llamaron en 1566 los mismos frailes
dominicos al Río Grande de la Magdalena, por los atropellos cometidos contra los
verdaderos propietarios de la tierra, forjadores de riqueza y de un hábitat abundante
de plantas y animales útiles para la supervivencia de los nuevos americanos.

71
La reconstrucción de la verdadera historia de los panches, la apropiación del
principio de homeostasis para las condiciones actuales y la recuperación del medio
ambiente, mediante un programa de educación cultural y ecológica, y de
reforestación con árboles nativos de las cuencas de los ríos Magdalena, Bogotá,
Sumapaz, Seco y Negro, y de los cerros que dan origen a centenares de quebradas,
entre ellos el Cotoma, Guacaná, Cerro Negro, Piringallo y Quininí que debieron ser
asiento de importantes comunidades prehispánicas por su estratégica situación
geográfica; permitirá mejorar las condiciones de vida de sus actuales habitantes y
sentar las bases de la convivencia pacífica y el desarrollo sostenible mediante el
rescate de tecnologías limpias.
Los árboles frutales y maderables que otrora fueron el atractivo de estas
tierras con sus vistosas aves, monos y otros animales, pueden enriquecer los suelos
y servir de base a la industria despulpadora. En un ambiente actual de bosque seco
tropical, con suelos arenosos y empobrecidos, los cultivos multiestrata, la rotación
de las tierras y el empleo de abonos orgánicos, más que los monocultivos intensivos
que contaminan las aguas con los residuos de insecticidas y fertilizantes químicos
pueden servir de alternativa para su recuperación. Finalmente, el tan odiado
ganado, cuya introducción justificó la tala del arcabuco y la eliminación de
depredadores, puede ajustarse a una explotación intensiva, alimentado con los
desechos del maíz, frutas y pastos cultivados a propósito.
La conformación de centros culturales en estas poblaciones enriquecidos con
los descubrimientos paleontológicos, arqueológicos y coloniales, particularmente de
cementerios prehispánicos, puede servir de base para los programas de educación
cultural y ambiental que concientice a la población sobre la necesidad del rescate
del patrimonio cultural y biológico de la región.

72
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76
Glosario

a. C . : Referencia cronológica, a antes de Cristo.


d. C. : Referencia cronológica a después de Cristo.
Agroalfareros: Referencia a los grupos humanos que practicaban la agricultura y
elaboraban cerámica.
A. P. : Antes del presente.
Apellidarse: Llamarse, reunirse con un fin específico.
Arcabuco: Nombre genérico para determinar cierta parte del bosque o de la selva.
Arcabuz: Arma de fuego antigua semejante al fusil.
Baldonear: Injuriar.
Bioma: Masa vegetal y animal que proporciona el nicho ecológico.
Bubas: Término con que los españoles designaron las treponematosis por
frambesia o sífilis.
Canellas: Platos grandes hechos en arcilla.
Cemíes: Esculturas elaboradas en madera.
Clitorotomía: Práctica cultural panche de extirpación del clítoris.
Colodrillo: Parte posterior de la cabeza.
Chagualas: Adornos elaborados en oro o aleación de oro y cobre.
Chapa: Hondonada.
Chert: Tipo de roca utilizado para la manufacturación de elementos de corte o
raspado en los grupos indígenas.
Deformación cefálica: Práctica cultural de deformación intencional de la cabeza
para demostrar nobleza.
Desgrasante: Elementos que se agregan a la arcilla para la manufacturación. Los
desgrasantes permiten moldear y dar contextura a las piezas de la alfarería. Pueden
ser arenas o cenizas, también cortezas vegetales.
Ecotono: Efecto de borde por hallarse entre dos ecosistemas (andes y valle).
Escalafatear: Acción de impermeabilizar las canoas, de cerrar las hendiduras
mediante brea y algodón.
Escalpelos: Navajas cortantes para cirugía.
Estado y medio: Medida antigua utilizada por los españoles
Estilar: Usar, acostumbrar.
Entisol: Suelo incipiente, donde no hay actividad biológica representativa,
impidiendo el desarrollo de las raíces.
Exogamia: Se alude a la práctica de los grupos humanos en cuanto a la manera de
seleccionar las parejas. Así, muchos grupos buscan preferentemente las mujeres
fuera del grupo étnico y de la aldea. Los miembros del grupo doméstico deben
“casarse fuera”.
Formativo: Período arqueológico en el cual se desarrolla la alfarería y otras
características entre los indígenas. Se ubica entre el I milenio a.C. y el I milenio d.C.
En la arqueología colombiana se conocen en la literatura tres: Inferior, Medio y
Superior.
Guechas: Nombre dado a los guerreros muiscas que salvaguardaban las fronteras
de los panches.
Hipoproteínica: Dieta alimenticia con poca proteína.

77
Homeostasis: Equilibrio energético, relación del hombre con su medio en el que se
trata de no agotar los recursos naturales.
Mastines: Perros feroces empleados contra los indígenas.
Megafauna: Fauna de gran tamaño extinta hace cerca de 10.000 años.
Metate: Pieza elaborada en piedra, cóncava, en la cual se molía el maíz y raíces
mediante otra piedra o mano de moler.
Mondar: Pelar la fruta.
Molledo: Parte más gruesa de un miembro, músculo.
Motejar: Censurar, apodar.
Multiestrata: Sistema agrícola que emplea el policultivo de varias plantas al tiempo
y que conserva muy bien la fertilidad del suelo.
Omolga: Aplanada.
Palio: Cubierta para protegerse del sol.
Pampanillas: Especie de taparrabo, faldilla o mantilla que servía como cubre sexo
entre las mujeres panches.
Parcialidad: Sección de un grupo étnico.
Parihuelas: Mueble o andamiaje de varas para transportar entre dos personas.
Paleoclimático: Estudio de los climas antiguos.
Patrilineal: Una de las dos variedades de la filiación unilineal. El ego sigue las
líneas genealógicas ascendiente y descendiente sólo a través de los varones. En
el paso de una generación a otra sólo son pertinentes los lazos masculinos; los hijos
de las mujeres se pasan por alto en el cómputo de la filiación.
Período Herrera: Referencia arqueológica a un tiempo determinado en la sabana
de Bogotá. Los arqueólogos (as) en su clasificación cerámica determinaron por
primera vez un grupo de cerámica en cercanías a la laguna de la Herrera que se
remonta al I milenio a.C. y I milenio d.C.
Pliopleistoceno: Período entre el Plioceno (5 millones de años) y Pleistoceno (2
millones de años).
Prosapia: Ascendencia o linaje.
Quiteros: Cuentas elaboradas de concha de caracol utilizados por los panches.
Rancherías: Construcciones esporádicas de viviendas o campamentos.
Reciprocidad: Otorgar, dar, compartir para generar lazos de amistad o parentesco,
frecuente entre los panches y diferente a la actitud individualista de la sociedad
actual.
Resuello: Respiración, aliento.
Relaciones Geográficas: Documentos escritos requeridos por los
monarcas españoles a sus súbditos en América. En ellos debía anotar el español
que adelantaba conquista variada información sobre las provincias y gentes.
Tabular oblicua: Tipo de deformación de la cabeza que aplanaba la frente de forma
inclinada, al igual que el occipital, por la acción de las dos tablas que se ataban a
las cabezas de los recién nacidos.
Tardiglacial: Período glacial tardío.
Tiestos: Nombre como se designan popularmente los fragmentos cerámicos.
Tipo cerámico: Referencia arqueológica a un fragmento o pieza cerámica
específica, que se diferencia en el conjunto o grupo alfarero por el color, forma,
técnica y tamaño.
Tiro de Arcabuz: Forma de calcular la distancia mediante un tiro con arma antigua.

78
Tiro de Ballesta: Manera de calcular las distancias mediante el disparo de una
flecha.
Tiesto molido: Se refiere en el vocabulario arqueológico a la utilización de piezas
rotas como desgrasante para fabricar otras. Las piezas quedan con mayor
consistencia. Hay palabras en la arqueología como Zipaquirá desgrasante tiesto
Que alude a una cerámica en particular para hervir el agua sal y obtener el mineral.
Venedizos: Acción de venir, llegar.

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