Canarias en La Mitología
Canarias en La Mitología
Canarias en La Mitología
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Bienaventurados, Islas Afortunadas, Jardín de las Delicias y
Jardín de las Hespérides y por último a la Atlántida:
a) Campos Elíseos
Los Campos Elíseos y las Islas de los Bienaventurados
aluden a un mismo concepto: al lugar de residencia de
determinados héroes y almas después de la muerte. Este es
uno de los tópicos que más relación van a tener con
nuestras islas. El Elíseo como lugar de retiro confortable
en el que se suponía que gozaba de absoluta felicidad todo
aquel que lo habitase, que no llegaba la muerte y que no
estaría situado ni en el Hades ni en el Olimpo, sino en una
región de la superficie de la tierra, hace su aparición en
la literatura occidental con Homero (en la Odisea). Se ha
utilizado esta expresión como morada de héroes (Menelao,
Aquiles…),como residencia de almas piadosas y justas, como
"locus amoenus" o pasaje ideal (de ahí la conexión con
nuestras islas). En el primer texto griego en que aparecen
citados, los Campos Elíseos se ubican de forma vaga e
indefinida “en el extremo de la tierra", en medio de las
aguas del Océano. Esta vaguedad del texto homérico motivó
desde el principio toda clase de elucubraciones sobre su
localización. Los principales emplazamientos en los que se
situaron fueron en Grecia, Egipto, Occidente, la Luna y en
las islas atlánticas. Algunos ven en este texto no sólo las
Canarias, sino también Madeira y Porto Santo.
b) Islas de los Bienaventurados
Este es el otro concepto paralelo al anterior, entendido
como lugar de residencia de unos determinados héroes o
almas justas. El concepto de Islas de los Bienaventurados
es uno de los temas escatológicos que más conexión han
tenido con nuestro Archipiélago, ya que la denominación de
Islas Afortunadas, aún vigente, procede de él. La primera
aparición en la literatura occidental de la idea de unas
”islas dichosas, felices o afortunadas”, en las que residen
héroes o almas, tiene lugar hacia la segunda mitad del
siglo VIII a. C., en “ Los Trabajos y los Días” de Hesíodo.
Ese pasaje está en el contexto de uno de los mitos más
conocidos en relación con el género humano: mito de las
edades o mito de la Edad de Oro. La mayoría de los
elementos característicos de esta primera edad feliz de la
Humanidad los veremos transferidos al tema de las Islas de
los Bienaventurados. Después de Hesíodo son numerosísimos
los autores que nos hablan de personajes que residen en
estas islas: Platón, Apolodoro, Eurípides, etc. Hacia el
siglo V a.C. se opera en Grecia un cambio de perspectiva en
relación con el tema: tiene lugar una nueva concepción
sobre la vida en el Más Allá. Se introduce como novedad la
idea de que después de muerte hay premios y castigos: éstos
por transgredir las leyes divinas, aquellos basados en la
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idea de la transmigración de almas y sus sucesivas
purificaciones, lo que podría llevar a vivir en unas Islas
de los Bienaventurados. Ahora no se trata de héroes vivos,
sino de personas después de su muerte. Al igual que el mito
de los Campos Elíseos, el de las Islas de los
Bienaventurados desarrolla también el motivo del “locus
amoenus”, como puede apreciarse en Hesiodo. Precisamente la
descripción física de estas islas, con insistencia en los
aspectos naturales será una de las notas distintivas de las
Islas de los Bienaventurados frente a Campos Elíseos. Las
características de este tipo de islas son: clima de eterna
primavera, extraordinaria riqueza forestal, gran fertilidad
natural, enorme riqueza animal, superabundancia de aguas,
gran cantidad de minerales, una vida sin fatigas ni
trabajos, exenta de enfermedades y de la vejez a veces con
elementos extraordinarios como ríos de leche, cosechas de
pan…
c) Islas Afortunadas
Hay algunos autores, en especial latinos, que citan unas
islas atlánticas, geográficamente situadas frente a la
actual Mauritania, o a largo de la costa occidental
africana, que con cierta probabilidad puede referirse a
cualquiera de los archipiélagos atlánticos, como las
Azores, Madeira, Canarias, Salvajes o Cabo Verde.
Cualquiera de ellas, y algunas no citadas, podría
corresponder a las antiguas Islas Afortunadas citadas de
las fuentes antiguas. El primer texto antiguo, y el más
importante, y que con toda seguridad habla de nuestras
islas con la denominación de Afortunadas, es el de Plinio,
(Historia Natural. VI, 199- 205). Aquí tenemos la mención
de algunas de ellas, como Junonía, Pluvialia, Capraria,
Ninguaria, Canaria, Ombrios, Convallis, etc. A partir de
entonces, muchos autores citan las islas y la
característica de todos ellos es la desfiguración que van
sufriendo los nombres de cada una de las islas hasta el
punto de multiplicarse en relación con la primera serie
ofrecida por Plinio. También es necesario incluir la
posibilidad de que personajes de la historia hayan podido
venir por estos parajes. En general son tres las figuras
que se suponen han venido a estos lugares:
- el almirante cartaginés Hannón, que hacia el 460 a.C.
habría realizado un periplo por la costa atlántica africana
- el romano Sertorio, que quiso retirarse a un lugar donde
pudiera vivir en paz, lejos de las guerras civiles
- las expediciones de Juba, rey de Mauritania.
d) Jardín de las Hespérides y Jardín de las Delicias
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Se conoce con el nombre de Hespérides a las descendientes
de Héspero, el lucero vespertino, por lo que su nombre
viene a significar “las Occidentales”. En la mitología
griega aparecen sobre todo como cuidadoras del famoso
“Jardín de las Hespérides”. En definitiva se trata de uno
de tantos jardines míticos que podemos encontrar en la
literatura antigua, y sobre todo, el llamado Jardín de las
Delicias. Desde los poemas de Homero encontramos en Grecia
una tradición ininterrumpida referida a este tipo de
jardines: hay toda una larga tradición de jardines de
dioses, de musas, etc., en el que hay que enmarcar el
Jardín de las Hespérides. Se trata de un jardín de los
dioses, muy ligado a las bodas de Zeus y Hera, donde se
encuentran las manzanas de oro, custodiadas por unas ninfas
y un dragón, y donde se localiza también un árbol de la
vida. Este jardín aparece en uno de los Doce Trabajos de
Hércules, a quien se le encomendó ir a buscar las manzanas
del Jardín de las Hespérides. Asociado con este mito suele
aparecer el de Atlas (hermano de Héspero). Los griegos y
romanos siempre conocieron mal la montaña africana que hoy
conocernos corno Atlas. Se suele relacionar a Atlas con
Occidente. Lo único que se puede decir de la localización
de las Hespérides es que se trata de una de las islas del
Océano Atlántico ,situadas frente a la costa Occidental de
África, pero de difícil identificación, ya que pueden
referirse a cualquiera de las islas de esta parte atlántica
que se conoce hoy como Macaronesia (Azores, Madeira,
Canarias, Salvajes, Cabo Verde, etc.). Este tema junto con
el de la Atlántida, es uno de los que más se han puesto en
conexión con Canarias. Los argumentos que se esgrimen son
siempre los mismos: identificación del Atlas con el Teide,
equiparación de las Hespérides con unas supuestas islas,
así llamadas, en el Océano Atlántico; localización del
famoso jardín en alguno de los valles canarios, casi
siempre en la Orotava; identificación de las míticas
manzanas con algún fruto de estas tierras, como los
nísperos.
e) La Atlántida
Es un tema muy discutido y popular, ya que tiene como
contenido la ancestral aspiración de la humanidad a una
tierra más feliz. Posiblemente no haya una leyenda más
misteriosa y romántica a la vez ,que haya seducido la
imaginación de tantas generaciones de hombres como la
Atlántida. Es una leyenda que cuenta con casi veinticuatro
siglos de existencia porque las primeras noticias de ella
nos las ofrece Platón que nos habla de una gran isla
llamada Atlántida, más grande que Asia y Libia juntas,
situada al otro lado de las Columnas de Hércules, habitada
por un pueblo poderoso y guerrero, que en un momento dado
invadió Europa y fue derrotado por los griegos al mando de
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los atenienses. Luego la isla desapareció como consecuencia
de un gran seísmo y fue tragada por el mar. La teoría de la
localización en el Atlántico ha sido sustentada con
geólogos eminentes, quienes han dado el nombre de la
Atlántida a un hipotético continente que en sus tiempos
habría ocupado el Atlántico Norte del que quedarían como
testigos las islas Azores, Madeira, Canarias y Cabo Verde.
Esta teoría se apoya en la naturaleza de los sedimentos
paleozoicos y en la distribución geográfica de los animales
y plantas actuales y extinguidas. Han sido también muchos
historiadores canarios que han creído en una Atlántida
canaria. Pero la verdad que sólo es un mito.
2. ¿Qué otros mitos relacionados con Canarias conoces? Justifica
tu respuesta. [contamos los restantes mitos relacionados con
Canarias]
3. ¿Qué características reúnen las Islas Canarias para tener esa
predisposición al mito?
La especial naturaleza de las Islas Canarias ha propiciado
que sean aptas para engendrar mitos. Todo en ellas parece
estar bajo los efectos del mito; su raza aborigen, sus
montañas, su flora y fauna, incluso hasta su propio nombre.
Por otro lado, prácticamente no hay Historia de Canarias que
no contenga uno o varios capítulos referidos al mundo
antiguo. En ellos es frecuente encontrarse con una serie de
tópicos, repetidos una y otra vez, sin apoyo documental serio
que suelen iniciarse con el conocimiento homérico de estas
islas y terminar con la leyenda de San Brandan y su búsqueda
del ansiado Paraíso, pasando por la referencia a los
fenicios, cartagineses, griegos y romanos que, según las
noticias tuvieron contacto con ellas desde el siglo V a. C.,
por lo menos. Entre estos tópicos, está una serie de temas
míticos grecolatinos que no suelen faltar en las
introducciones históricas a nuestro pasado: Campos Elíseos,
Islas de los Bienaventurados, Islas Afortunadas, y Jardín de
las Hespérides, Atlántida, etc. Alguno de ellos sigue todavía
con absoluta vigencia. Cabría preguntarse por qué tantos
mitos en nuestro suelo. Quienes han estudiado el fenómeno
coinciden en señalar que hay tres lugares muy propicios para
situar en ellos lo extraordinario y mítico: las islas, las
montañas y los "extremos” de la Tierra:
a) La isla es un universo cerrado donde lo mítico existe por
sí mismo fuera de las leyes habituales. Por eso no es de
extrañar que un pueblo tan rico en islas como el griego
haya creado una mitología insular tan abundante y que no se
encuentra en ninguna otra zona terrestre. La isla es
siempre un lugar privilegiado para el acontecer de
fenómenos naturales, para el nacimiento de situaciones
humanas inusuales o para el desarrollo de lo exótico y
milagroso. Y Canarias es un conjunto de islas.
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b) También las montañas son proclives a desarrollar en su
entorno misterios y fenómenos insólitos. La mayoría de las
Islas Canarias son montañosas.
c) Los “finis terrae" o “extremos del mundo” son considerados
siempre lugares extraordinarios y míticos por lo que de
desconocido encierran. Hasta el descubrimiento de América
en el siglo XV, Canarias era el extremo occidental del
mundo conocido.
Canarias por tanto, participa de estos tres aspectos: es
terreno insular, es montañoso y fue en su momento extremo del
mundo; de ahí, pues, su predisposición al mito.
TEXTOS:
TEXTO 1
De otra parte, cuanto a ti, Menelao, retoño de Zeus, tu destino no
es morir allá en Argos, criadora de potros: los dioses
te enviarán a los campos elisios, al fin de las tierras “finis terrae”
donde está Radamantis, de blondo cabello y la vida se les hace a
los hombres más dulce y feliz, pues no hay allá nieve ni es largo
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el invierno ni mucha la lluvia y el océano les manda sin pausa los
soplos sonoros de un poniente suave que anima y recrea. “locus amoenus”
(Homero, La Odisea, IV, 561-568, trad. de José Manuel Pabón)
TEXTO 2
Tal hablé y al momento repuso la diosa entre diosas: ¡Oh
Laertíada, retoño de Zeus, Ulises mañero!
No te tome ninguna ansiedad por el guía de tu ruta: cuando erijas
el mástil y tiendas el blanco velamen, en el barco sentado
confíate a los soplos del cierzo. En el punto donde ellos te dejen
cruzado el océano, una extensa ribera hallarás con los bosques
sagrados de Perséfona, chopos ingentes y sauces que dejan frutos
muertos. Allí atracarás el bajel a la orilla
del océano profundo y tú marcha a las casas del Hades...
(Homero, La Odisea X, 503- 512, trad. de José Manuel Pabón)
TEXTO 3
..A los otros el padre Zeus Crónida determinó concederles vida y
residencia lejos de los hombres, hacia los confines de la tierra.
“beatus ille” Éstos viven con un corazón exento de dolores en las Islas de los
Afortunados, junto al Océano de profundas corrientes, héroes
felices a los que el campo fértil les produce frutos que germinan
tres veces al año, dulces como la miel, lejos de los Inmortales;
entre ellos reina Cronos.
(Hesíodo, Trabajos y Días 168-173a, trad. de Aurelio Pérez Jiménez
y Alfonso Martínez Díez)
TEXTO 4
Parió la Noche al maldito Moros, a la negra Ker ya Tánato; parió
también a Hipnos
y engendró la tribu de los Sueños. Luego además la diosa, la
oscura Noche, dio a luz sin acostarse con nadie a la Burla, al
doloroso Lamento y a las Hespérides que, al otro lado del ilustre
Océano, cuidan las bellas manzanas de oro y los árboles que
producen el fruto.
(Hesíodo, Teogonía 211-217, trad. de Aurelio Pérez Jiménez y
Alfonso Martínez Díez)
TEXTO 5
Estrofa IV
En iguales noches siempre,
y en iguales días gozando del sol, los justos reciben
menos dolorosa existencia, no removiendo la tierra
con la fuerza de su brazo
ni las aguas del mar
por vana ganancia, sino que junto a los honrados
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por los dioses, los que se complacían en guardar los juramentos
participan de una vida
sin lágrimas, al par que los otros arrastran un tormento
que no puede sufrir la mirada.
Antístrofa
Cuantos osaron, en cambio, morando tres veces
en uno y otro lado, mantener por entero su alma
alejada de injusticia, recorren el camino de Zeus
hasta la torre de Crono. Allí con sus soplos
las brisas oceánicas envuelven la Isla
de los Bienaventurados; y flores de oro relucen,
unas de la tierra, nacidas de fúlgidos árboles,
y otras el agua las cría,
cuyas guirnaldas enlazan sus manos y trenzan coronas
Épodo
según la justa decisión de Radamanto,
a quien tiene como asesor suyo dispuesto el Gran Padre,
el esposo de Rea que ocupa
el trono más alto entre todos.
(Píndaro, Olímpicas II, 61-77, trad. de Alfonso Ortega)
TEXTO 6
"Tras haber hablado de las islas sitas en la parte de acá de las
Columnas de Hércules, describiremos ahora las que se hallan en el
Océano. Por el lado de Libia y en alta mar hay una isla de gran
extensión sita en pleno océano. Está separada de Libia por varias
jornadas de navegación siguiendo la ruta del Occidente. Su suelo
es fértil, siendo la mayor parte montañosa, aunque hay una llanura
no pequeña de extraordinaria belleza. Hállase cruzada por ríos
navegables, aprovechados para el riego, y tiene muchos parques
plantados con toda clase de árboles y jardines cruzados por
corrientes de agua dulce. Hay en ella soberbias villas campestres
magníficamente construidas, cuyos jardines están adornados con
templetes cubiertos de flores, donde sus habitantes pasan el
verano, mientras en el país les proporciona en abundancia todo lo
que contribuye a su disfrute y placer. La parte montañosa está
cubierta de grandes y espesos bosques de toda clase de árboles
frutales y para la estancia en las montañas hay valles y numerosas
fuentes. En una palabra, la isla entera está regada de aguas
manantiales y dulces que contribuyen no sólo al disfrute de sus
habitantes, sino también a su salud y fuerza. Hay abundante caza
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de animales y fieras de todas clases, por lo que sus pobladores,
al estar bien surtidos de éstos para los festines no tienen
ninguna escasez de lo necesario para el regocijo y despilfarro. El
mar que baña con sus olas esta isla contiene cantidad de peces,
dado que el Océano, por su propia naturaleza, es abundante en
ellos por doquier. En general, la misma isla tiene en su contorno
un aire tan templado que la mayor parte del año produce en
abundancia frutos de los árboles frutales y de otros propios de
cada estación, de suerte que, por este exceso de felicidad, la
isla parece más residencia de algún dios que morada de los
hombres."
TEXTO 7
Vivíais, pues, bajo estas leyes y, lo que es más importante aún,
las respetabais y superabais en virtud a todos los hombres, como
es lógico, ya que erais hijos y alumnos de dioses. Admiramos
muchas y grandes hazañas de vuestra ciudad registradas aquí, pero
una de entre todas se destaca por importancia y excelencia. En
efecto, nuestros escritos refieren cómo vuestra ciudad detuvo en
una ocasión la marcha insolente de un gran imperio, que avanzaba
del exterior, desde el Océano Atlántico, sobre toda Europa y Asia.
En aquella época, se podía atravesar aquel océano dado que había
una isla delante de la desembocadura que vosotros, así decís,
llamáis columnas de Heracles. Esta isla era mayor que Libia y Asia
juntas y de ella los de entonces podían pasar a las otras islas y
de las islas a toda la tierra firme que se encontraba frente a
ellas y rodeaba el océano auténtico, puesto que lo que quedaba
dentro de la desembocadura que mencionamos parecía una bahía con
un ingreso estrecho. En realidad, era mar y la región que lo
rodeaba totalmente podría ser llamada con absoluta corrección
tierra firme. En dicha isla, Atlántida, había surgido una
confederación de reyes grande y maravillosa que gobernaba sobre
ella y muchas otras islas, así como partes de la tierra firme. En
este continente, dominaban también los pueblos de Libia, hasta
Egipto, y Europa hasta Tirrenia. Toda esta potencia unida intentó
una vez esclavizar en un ataque a toda vuestra región, la nuestra
y el interior de la desembocadura. Entonces, Solón, el poderío de
vuestra ciudad se hizo famoso por su excelencia y fuerza, pues
superó a todos en valentía y en artes guerreras, condujo en un
momento de la lucha a los griegos, luego se vio obligada a
combatir sola cuando los otros se separaron, corrió los peligros
más extremos y dominó a los que nos atacaban. Alcanzó así una gran
victoria e impidió que los que todavía no habían sido esclavizados
lo fueran y al resto, cuantos habitábamos más acá de los confines
heráclidas, nos liberó generosamente. Posteriormente, tras un
violento terremoto y un diluvio extraordinario, en un día y una
noche terribles, la clase guerrera vuestra se hundió toda a a vez
bajo la tierra y la isla de Atlántida desapareció de la misma
manera, hundiéndose en el mar. Por ello, aún ahora el océano es
allí intransitable e inescrutable, porque lo impide la arcilla que
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produjo la isla asentada en ese lugar y que se encuentra a muy
poca profundidad.
(Platón, Timeo, 24d-24e, trad. de Francisco Lisi)
TEXTO 8
Ante todo recordemos que el total de años transcurridos desde que
se dice que estalló la guerra entre los que habitaban más allá de
las columnas de Hércules y todos los que poblaban las zonas
interiores, es de nueve mil. (...) Se decía que esta ciudad
mandaba a estos últimos y que luchó toda la guerra. A la cabeza de
los otros estaban los reyes de la isla de Atlántida, de la que
dijimos que era en un tiempo mayor que Libia y Asia, pero que
ahora, hundida por terremotos, impide el paso, como una ciénaga
intransitable, a los que navegan de allí al océano, de modo que ya
no la pueden atravesar. En su desarrollo, la exposición del relato
mostrará singularmente en cada caso lo que corresponde a los
muchos pueblos bárbaros y a las razas helenas de entonces. Pero es
necesario exponer al principio, en primer lugar, lo concerniente a
los atenienses de aquel entonces y a los enemigos con los que
lucharon, las fuerzas de guerra de cada uno y sus formas de
organización política. De éstas, hay que preferir hablar antes de
las de esta ciudad.
(Platón, Critias, 108e – 121c, trad. De Ma Angeles Durán y
Francisco Lisi)
TEXTO 9
De los pueblos occidentales pone de relieve lo afortunado y lo
bien temperado de su atmósfera ambiente ya que, según parece
probable, estaba enterado de la riqueza de Iberia, a cuya busca
marchó Heracles y, posteriormente, los fenicios, que dominaron la
mayor parte del país y, después de éstos, los romanos. Allí se
hallan, en efecto, los soplos del Céfiro y allí también sitúa el
Poeta el Campo Eliseo, al cual afirma que iba a ser enviado
Menelao por los dioses.
...pero al Campo Eliseo y a los confines de la Tierra te enviarán
los inmortales, adonde el rubio Radamantis, allí donde
precisamente más fácil es la vida; no hay nieve, ni invierno
largo, sino que constantemente brisas del Céfiro, de dulce soplo,
exhala el Océano...
También las Islas de los Bienaventurados están situadas ante la
costa de Maurusia, frente a su extremo más hacia Poniente, es
decir, en la parte de esta región con la que linda asimismo el
límite occidental de Iberia; y por su nombre resulta claro que
también a estas islas se las consideraba felices por el hecho de
estar próximas a territorios que, a su vez, lo eran.
(Estrabón, Geografia I, 4-5, trad. de J.L. García Remón y J.
García Blanco)
TEXTO 10
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Al salir de aquel punto (de unas islas donde la tempestad le había
arrojado) pasó el estrecho de Cádiz, y volviendo hacia la derecha,
abordó a las costas de España, algo más arriba del río Betis, que,
desaguando en el mar Atlántico, da su nombre a aquella parte de
España que riega el mismo. Allí encontró unos capitanes de buques,
que habían llegado hacía poco tiempo de las islas Atlánticas.
Hállanse éstas en número de dos, separadas la una de la otra por
un brazo de mar muy estrecho, y distantes diez mil estadios
(quinientas leguas), y se les denomina islas Afortunadas. Las
lluvias son muy raras y suaves en aquel país; por lo común no
soplan sino vientos agradables que conducen bienhechores rocíos,
los que, humedeciendo el terreno, le hacen producir, no sólo
cuanto se quiera sembrar o plantar, sino que espontáneamente
regala con excelentes frutos, tan abundantes que bastan por sí
para alimentar sin trabajo y sin fatiga a un pueblo dichoso que
pasa su vida en el seno de la más dulce holganza. El cambio de las
estaciones es insensible, y en todas ellas circula un aire puro y
saludable. Las brisas del Norte y Este, que soplan desde nuestro
continente, al atravesar aquel vasto mar y recorrer un espacio
inmenso, se han disipado y perdido su fuerza al llegar a aquellas
islas. Los aires marítimos que se sienten a la mitad del día y a
la caída de la tarde conducen a ellas, algunas veces, lluvias muy
serenas, y casi siempre vapores refrigerantes que bastan para
fecundar las tierras. Tales beneficios han generalizado la opinión
recibida entre los bárbaros, de que aquellas islas son los Campos
Elíseos, mansión de las almas bienaventuradas, celebrados por
Homero. Sertorio concibió, al oír la relación de semejantes
maravillas, el deseo más vivo de habitarlas, morar en ellas
tranquilamente, libre de la tiranía y de la guerra; pero los
corsarios, que adivinaron su intención, y que, antes que la paz y
el reposo, preferían el botín y las riquezas, hicieron rumbo hacia
el África.
(Plutarco, Vidas Paralelas. Sertorio, según Gregorio Chil y
Naranjo, Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las
Islas Canarias. Tomo I, pgs. 84-85 )
TEXTO 11
Ya estábamos cerca, y una brisa encantadora soplaba en nuestro
entorno, dulce y fragante cual aquella que, al decir del
historiador Heródoto, exhala la Arabia feliz. La dulzura que
llegaba hasta nosotros asemejábase a la de las rosas, narcisos,
jacintos, azucenas y lirios, e incluso al mirto, el laurel y la
flor de la vid. Deleitados por el aroma y con buenas esperanzas
tras nuestras largas penalidades, arribamos poco después junto a
la isla. En ella divisábamos muchos puertos en todo su derredor,
amplios y al abrigo de las olas, y ríos cristalinos que vertían
suavemente en el mar, y también praderas, bosques y pájaros
canoros, cantando unos desde el litoral y muchos desde las ramas.
Una atmósfera suave y agradable de respirar se extendía por la
región, y dulces brisas de soplo suave agitaban el bosque, de
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suerte que el movimiento de las ramas silbaba una música deleitosa
e incesante, cual las tonadas de flautas pastoriles en la soledad.
Al tiempo, percibíase un rumor de voces confusas e incesantes, no
perturbador, sino parecido al de una fiesta, en que unos tocan la
flauta, otros cantan, y algunos marcan el compás. Cautivados por
todo ello nos detuvimos y, tras anclar la nave, descendimos,
dejando en ella a Escíntaro y dos compañeros. Mientras avanzábamos
a través de una pradera florida, nos encontramos con los
guardianes y patrullas, que nos ataron con coronas de rosas - ésta
es, en su país, la más fuerte ligadura - y nos condujeron ante el
soberano; de ellos supimos durante el trayecto que la isla se
llamaba “de los Dichosos”, y gobernaba en ella el cretense
Radamantis. Conducidos ya a su presencia, ocupamos el cuarto lugar
entre quienes aguardaban juicio. (...)
En cuarto lugar fuimos conducidos nosotros. Él nos preguntó por
qué motivo, aún en vida, habíamos penetrado en un recinto sagrado,
y nosotros le contamos toda la historia en detalle; nos hizo
salir, reflexionó largo rato y consultó con sus consejeros acerca
de nosotros (le aconsejaba, entre otros muchos, Arístides el Justo
de Atenas). Cuando formó un juicio, sentenció que de nuestra
intromisión y vagabundeo rendiríamos cuentas después de muertos,
mas que al presente permaneciéramos en la isla por un tiempo
determinado y que, tras convivir con los héroes, nos marcháramos.
Establecieron como plazo de nuestra estancia no más de siete
meses.
A partir de aquel instante se desprendieron por sí solas nuestras
coronas, con la que quedamos en libertad, y fuimos introducidos en
la ciudad y en el festín de los Dichosos. La ciudad propiamente
dicha es toda de oro, y el muro que la circunda de esmeralda. Hay
siete puertas, todas de una sola pieza de madera de cinamomo. Los
cimientos de la ciudad y el suelo de intramuros es de marfil. Hay
templos de todos los dioses, edificados con berilo, y enormes
altares en ellos, de una sola piedra de amatista, sobre los cuales
realizan sus hecatombes. En torno a la ciudad corre un río de la
mirra más excelente, de cien codos regios de ancho y cinco de
profundidad, de suerte que puede nadarse en él cómodamente. Por
baños tienen grandes casas de cristal, caldeadas con brasas de
cinamomo; en vez de agua hay rocío caliente en las bañeras.
Por traje usan tejidos de araña suaves y purpúreos: en realidad,
no tienen cuerpos, sino que son intangibles y carentes de carne, y
sólo muestran forma y aspecto. Pese a carecer de cuerpo, tienen,
sin embargo, consistencia, se mueven, piensan y hablan: en una
palabra, parece que sus almas desnudas vagan envueltas en la
semejanza de sus cuerpos; por eso, de no tocarlos, nadie afirmaría
no ser un cuerpo lo que ve, pues son cual sombras erguidas, no
negras. Nadie envejece, sino que permanece en la edad en que
llega. Además, no existe la noche entre ellos, ni tampoco el día
muy brillante: como la penumbra que precede a la aurora cuando aún
no ha salido el sol, así es la luz que se extiende sobre el país.
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Asimismo, sólo conocen una estación del año, ya que siempre es
primavera, y un único viento sopla allí, el céfiro.
El país posee toda especie de flores y plantas cultivadas y
silvestres. Las vides dan doce cosechas al año y vendimian cada
mes; en cuanto a los granados, manzanos y otros árboles frutales,
decían que producían trece cosechas, ya que durante un mes - el
«minoico» de su calendario - dan fruto dos veces. En vez de granos
de trigo, las espigas producen pan apto para el consumo en sus
ápices, como setas. En los alrededores de la ciudad hay
trescientas sesenta y cinco fuentes de agua y otras tantas de
miel, quinientas de mirra - si bien éstas son más pequeñas -,
siete ríos de leche y ocho de vino.
El festín lo celebran fuera de la ciudad, en la llanura llamada
Elisio, un prado bellísimo, rodeado de un espeso bosque de
variadas especies, que brinda su sombra a quienes en él se
recuestan. Sus lechos están formados de flores, y les sirven y
asisten en todo los vientos, excepto en escanciar vino: ello no es
necesario, ya que hay en torno a las mesas grandes árboles del más
transparente cristal, cuyo fruto son copas de todas las formas y
dimensiones; cuando uno llega al festín, arranca una o dos copas y
las pone a su lado, y éstas se llenan al punto de vino. Así beben
y, en vez de coronas, los ruiseñores y demás pájaros canoros
recogen en sus picos flores de los prados vecinos, que expanden
cual una nevada sobre ellos mientras revolotean cantando. Y éste
es su modo de perfumarse: espesas nubes extraen mirra de las
fuentes y el río, se posan sobre el festín bajo una suave presión
de los vientos, y desprenden lluvia suave como rocío.
Durante la comida se deleitan con poesía y cantos. Suelen cantar
los versos épicos de Homero, que asiste en persona y se suma con
ellos a la fiesta, reclinado en lugar superior al de Ulises. Los
coros son de jóvenes y doncellas, dirigidos y acompañados en el
canto por Éunomo de Lócride, Arión de Lesbos, Anacreonte y
Estesícoro. También a este último vi entre ellos, pues Helena ya
se había reconciliado con él. Cuando éstos cesan de cantar,
aparece un segundo coro de cisnes, golondrinas y ruiseñores, y
cuando canta todo el bosque lo acompaña, dirigido por los vientos.
Pero el mayor goce lo obtienen de las dos fuentes que hay junto a
las mesas, la de la risa y la del placer. De ambas beben todos al
comienzo de la fiesta, y a partir de ese momento permanecen
gozosos y risueños.
(Luciano, Relatos Verídicos, trad. de Andrés Espinosa Alarcón)
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