Marco Martos, Poeta Amado Por Las Hijas de Mnemosyne: A Xviii, N.° 37, 2015, - 231-237

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Marco Martos, poeta amado por las hijas de mnemosyne 231

Escritura y Pensamiento
Año XVIII, N.° 37, 2015, pp. 231-237

Fernando Muñoz C.

Marco MartoS, Poeta amado por las


hijas de Mnemosyne*1

A Marco lo conocí y empecé a tratarlo en las aulas de la Univer-


sidad de San Marcos. Fue con ocasión de un examen de admisión,
a mediados de la década de los noventa del siglo pasado, que tuve
la oportunidad de compartir trabajo académico con respecto a
preguntas de comprensión de lectura. Él era ya por esos años un
renombrado docente de Literatura y poeta consagrado, y yo un
joven profesor de Filosofía y por ende admirador de los auténticos
poetas.
Nuestros temperamentos norteños y su sencillez y amabili-
dad facilitaron nuestro acercamiento, que no se ha interrumpido
hasta la fecha. Así se desarrolló una amistad en torno a la magia
de las palabras y las respuestas ante las preocupaciones más pro-
fundas que se formulan los seres humanos como son el sentido
de nuestra existencia, el amor, la muerte, la inspiración poética,
entre otros. Inquietudes que él ha sabido responder en diversos
poemas.
Por esta razón, quisiera compartir con ustedes una sucinta
revisión de su obra poética, además de no haber mejor homenaje

* Este texto fue leído en la “Mesa Redonda en homenaje a Marco Martos”, que se realizó
en la edición 20 de la Feria Internacional del Libro de Lima, el 28 de julio de 2015.
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para un poeta o escritor que acercarse a su obra, escuchar lo que


ha dicho y pensar lo que nos comunica en metáforas o símbolos
arrebatados en el momento de la inspiración. Ese momento de la
/locura, la llamaban los griegos, el estar fuera-de-sí en el
que las palabras fluyen a borbotones y donde todo se ofrece como
la expresión más cercana, más exacta, más sencilla.
Desde la aparición de Casa nuestra en 1965 hasta las más re-
cientes publicaciones tituladas Laberinto de amor, Caligrafía china,
aparecidas en el 2014 (y en esta feria dentro de un momento nos
regalará su última publicación que ha titulado Máscaras de Roma),
ha sumado más de veinte manuscritos, que reunió y publicó en el
año 2012 como Poesía Junta, en dos volúmenes. Han sido, no cabe
duda, años de fructífera labor en los que Marco ha cumplido lo
que prometiera en memoria de su madre, realizar sus propósitos
con trabajo y dedicación, haciendo de la palabra el instrumento
de expresión de sus sentimientos y especulaciones más variados,
particularmente sobre el sentido de la vida. Palabra que gracias
al ajedrez que practicó con dedicación sólo hasta los veinticinco
años ha cuidado de manejar con mucha exactitud, puesto que
“ajedrez y poesía —reconoce el poeta— son porciones de una
divina matemática y una divina gramática: la exactitud del orden
de las jugadas y la exactitud del orden de las palabras” [Vid. Poesía
Junta. II, p. 15].
La poesía de Marco Martos desde el principio ha sido espon-
tánea. Desde su mismo ser y no siguiendo las teorías o tendencias
literarias vigentes del momento, ha dicho lo que sentía y pensaba.
En «Contra Critias» de Casa nuestra, su primer poemario dice:
«Cojo la pluma y digo / lo que me viene a la lengua / lo que siento
de adentro / lo que nadie me dicta [...] Cojo la pluma y digo /
y me río de los que piensan / que debí decir otras palabras [...]
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De mi también se ríen / pero algo hay que hacer / para evitar el


suicidio / la muerte de mi mesa / mi pluma colgada» [Vid. Ob.
cit. I, p.35]. Y lo que quiere decir lo dirá en poemas, pues «La
poesía dice lo que dice / y no dice cosa diversa en sentido / que
aquello que lees en su esencia / en la entrelínea donde hallas / lo
verdadero. / La poesía no es moneda vocinglera / que se vende
en los mercados y las plazas, / tiene algo de jeroglífico, verdad, /
sobre piedra eterna / para que la descifren / los que la aman [...]
La poesía es la verdad de a puño / o esa misteriosa y a veces men-
tirosa / que apenas se dice con palabras. / Es caverna oscurísima /
y la luz radiante de la mañana» [En «Imágenes de la poesía» de
Vespertilio. Vid. Ob. cit. II, p. 462].
Sus palabras, espontáneas —como buen norteño— e inspi-
radas —como poeta poseído— fluirán en la soledad propicia y
necesaria para la creación, aunque a muchos esto incomode acos-
tumbrados al bullicio y la naturaleza gregaria que tenemos; así
desde joven reconoce en «Torre de marfil» de Casa nuestra que
«Torre de marfil. / Me encierro en el silencio / o en los amores
primaverales. / Soy un egoísta / y me da vergüenza confesarlo.
/ No puedo cantar al pueblo. / Los domingos siento náuseas /
en la plaza. /Me repelen / las faldas de colorines, / las butifa-
rras, los anticuchos, / las glorias nacionales. / Soy un egoísta / y
puedo suicidarme. / No he leído a Sartre» [Vid. Ob. cit. I, p. 37].
«No he leído a Sartre», confiesa el joven poeta, como si fuese una
gran falta que alguien de su edad y que frecuenta los ambientes
universitarios en la década de los sesenta, no esté informado de
las teorías que expone el célebre existencialista-marxista francés,
guía espiritual de la rebelde juventud europea y particularmente
francesa de aquellos años.
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Con el transcurrir del tiempo y ya más jugado y «fecundo


en ardides» —como alguna vez lo llamara el poeta Hildebrando
Pérez— reiterará este sentimiento pero sin mayor remordimien-
to, comprendiendo que la verdadera sabiduría se hace en soledad
y más aún cuando la sociedad es caótica y enfermiza. En «Zona
de neblina» de Bibiloteca del mar escribe: «Vivo mejor en zona de
neblina, / lejos de los contornos definidos, / de las calles con flujo
de la gente, / de los cafés colmados de humaredas. / Ahí adivino
la estructura de toda sombra [...] / Ahí amo más a la gente, en los
sueños» [Ob. cit. II, p. 561].
Así el poeta, a lo largo de estos años, a pesar de sus múltiples
ocupaciones como profesor o autoridad universitaria y académi-
ca, se ha hecho un lugar especial —en medio del bullicio—, su
torre de marfil, para permitir que sus palabras fluyan como un
torrente sobre el torrente de la vida, en palabras ordenadas en
poesía que, sin embargo nunca superarán al vivir mismo. Por eso,
en «En las arenas de Homero», se remonta al mundo antiguo de
los griegos, para remarcar la importancia y vigencia del poeta /
que al igual que la palabra trasciende a la terrible muerte,
en la búsqueda de la «poesía más escondida / y si acaso la encon-
tramos/ no cesemos de buscar / Porque cambia con el tiempo /
y es la misma en lo secreto. / Ésta es la sabiduría: / la palabra se
semeja al hombre, / es el hombre en el tiempo [...] No acaba con
la muerte, / la sucede y queda en el aire, / como quedó Homero»
[Ob. cit. II, p. 422].
Y como toda buena poesía —y la que ha escrito Marco
Martos es muy buena y quedará como la de Homero—, gira en
torno a nuestra efímera existencia. En «Lo perdido» de Bibiloteca
del mar, el poeta dice: «Para sufrir y meditar hemos nacido, / lo
otro es baile y bostezo / o carcajada o pleito / o lumbre que nace
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de la risa de los niños. / Queremos olvidar lo sombrío / que lleva-


mos en la médula / de los huesos, mantener / ondeando las bande-
ras de la existencia / en el crepúsculo del hombre / y de sus dioses
desconocidos [...] ¿Mata la poesía o da vida? Los valetudinarios /
juegan como niños, están en sus vísperas / y anhelan lo perdido»
[Ob. cit. II, p.548]. Sin embargo, el poeta es consciente de los
límites de su oficio y quehacer; y así lo reconoce en «Un grito»
de Biblioteca del mar cuando verso a verso, calculadamente como
buen ajedrecista, puntualmente señala: «Te atrae la Poesía, / pero
es la vida / la que te arrastra / en su torrente. / En ese vacío, / en
el centro del remolino/ nadan y vuelan / las palabras / agónicas. /
En ese trance, / tasajeada de horror, / gritas, / y tal vez / ese ruido
/ sea lo último / que quede / y lo llamarán Poesía / los estudiosos /
sentados en las bibliotecas, / ¡tan cómodos!» [Ob. cit. II, p. 497].
Los libros jamás superarán a la vida y sus propias vivencias;
de éstas no hay más hermosas, profundas e inexplicables como las
amorosas, y Marco no en vano sobre este sentimiento misterioso e
indescifrable ha escrito bellos poemas que ha reunido con el título
de Laberinto de amor (2014). En uno de ellos, que se titula «Viejo
poeta», el inspirado mortal reconoce que, «Consultado el poeta, /
cabalmente elusivo, / declara con voz cansina / que todo amor es
apócrifo / y cualquier verso que lo celebre, / vano esfuerzo / que
no conmueve / a los dioses» [Vid. Ob. cit. pp. 38-39].
Quizá, por es razón, los libros se redactan de día, «en las
noches / dejas tu uniforme de poeta, / [admite Marco Martos]
te transformas en murciélago, / vuelas, ciego/ orientado por la
risa cantarina / de una muchacha, / vas directo al cuello / o a su
corazón» [En «Vespertilio» de Vespertilio. Vid. Ob. cit. II, p. 473].
Y más explícito aún, exige «¡Que no llegue el alba!, / ¡que no
llegue! / Que el vigía la detenga, / que la noche / entre tus brazos /
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sea eterna / ¡Oh adorada!» [En «Canción Provenzal» de Vespertilio.


Vid. Ob. cit. II, p. 491].
Permanecer junto a la amada es lo más delicioso, real y
sensato que podamos hacer los efímeros mortales, así lo acon-
sejan los más sabios como el poeta Li Po de la legendaria China,
a quien el poeta peruano descifra su mensaje perennizado en la
encantadora caligrafía de sus ancestros y nos dice: «¡Qué delicia!
/ La acompasada respiración de tus pechos / en la cálida noche
del verano, / el fulgor de la luna solitaria en la bóveda celeste,
/ el rápido subir de las nubes / a las cumbres de la montaña, / y
tus ojos negros, dama Lu, rasmillones de luz / en la oscuridad de
los árboles, / y tu risa de pájaro anunciando los comienzos / de la
eternidad en la tierra, / ¡qué delicia!» [En «Li Po, anonadado» de
Caligrafía China. Vid. Laberinto de amor. p. 94].
A su vez, los libros que recogen y perennizan las palabras
dichas, nunca podrán aprehender a la vida en su total misterio, de
ahí que «infinitos libros tiene la biblioteca del mar, / manuscritos
por la mano de Dios / el día de su mayor bondad, /…¿Quiénes
pueden leer / la biblioteca del mar? / No muchos, ciertamente. /
Demasiados la han mirado / sin verla. /…Dios mismo / escribió
en etrusco / la biblioteca del mar / y dijo en hebreo / que era muy
bella, / lo más hermoso de su invención. / Nos queda un lenguaje
líquido / que nos inunda de luz / y de perplejidad» [En «Biblio-
teca del mar» de Biblioteca del mar. Vid. Ob. cit. II, p. 580-582],
sentencia el poeta, el auténtico £oidÒj, amado por las hijas de
Mnemosyne.
Además, la vida es breve nos recuerda en “Carpe diem,
escribe Horacio”, que pertenece a su último poemario Máscaras de
Roma, «Nunca pretendas saber / lo que el destino tiene para ti / en
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el futuro, / ni el número de inviernos / que los dioses te asignaron


/ en el momento que viste por primera vez / la luz del día /…Vive
el día de hoy. Hazlo tuyo / No te fíes del mañana desconocido».
Disfrutemos el presente, pues no solo es efímero, sino que, «[…]
¿de qué sirve la vida si nunca acabamos lo que queremos?» [Vid.
Ob. cit. p. 109].
Después de leer sus poemas y citar algunos de ellos, podemos
afirmar que Marco Martos se equivoca cuando señala que es poeta
“porque eso creen los lectores…y que alguna voz de aliento de
alguno que me da luces sobre mi propia poesía, que me transfor-
ma y me impulsa a seguir escribiendo” [Vid. Ob. cit. II, p.457];
lo es por derecho propio y divino a quien le reconoce su especial
lugar y con quien guarda especial vínculo como se deja ver en sus
versos, que esperamos no sean los últimos.
 
Correspondencia:
Fernando Muñoz C.
Docente del Departamento Académico de Filosofía de la Facultad de Letras y
Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Correo electrónico: [email protected]

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