El Humanismo Renacentista y La Ciencia Moderna. Jesus Parad
El Humanismo Renacentista y La Ciencia Moderna. Jesus Parad
El Humanismo Renacentista y La Ciencia Moderna. Jesus Parad
1. Introducción
2. Origen y naturaleza del humanismo
3. Desarrollo y evolución del Humanismo en Italia
4. Desarrollo y evolución del Humanismo en España
5. Conclusión
1. INTRODUCCIÓN
La tesis que quiere proponer este trabajo es que una de las razones por las que
España estuvo prácticamente ausente de la llamada "revolución científica" fue el débil
desarrollo y la peculiar evolución del Humanismo español. En efecto, pensamos que el
desarrollo del movimiento humanístico, al incorporar a su campo de trabajo la lengua y
la cultura griega, promovió la recuperación de las tradiciones filosóficas y científicas de
dicha cultura, lo que hizo evolucionar el Humanismo renacentista hasta el punto de
convertirlo en un movimiento de renovación no sólo literario y educativo, sino también
filosófico y científico. Esta evolución se produjo sobre todo en Italia, mientras que en
España, por las razones que después indicaremos, el Humanismo, al interesarse
principalmente por la recuperación de las tradiciones religiosas de la cultura
judeocristiana, evolucionó en otra dirección, configurándose, sobre todo, como un
movimiento de renovación religiosa.
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tanto por el resurgimiento de la corriente neoplatónica de la filosofía, que posibilitó la
destrucción de la visión aristotélica del cosmos y su sustitución por una concepción
matemática del universo, como por la recuperación de algunas teorías físicas y
matemáticas griegas desconocidas u olvidadas hasta entonces. Como los humanistas
intervinieron decisivamente en ambos hechos, el Humanismo no fue un factor negativo
para el progreso de la ciencia, sino positivo.
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2. ORIGEN Y NATURALEZA DEL HUMANISMO
Durante los siglos XII y XIII se produjeron en Europa importantes cambios que
modificaron la vida y la mentalidad de los seres humanos. Los avances de la técnica, el
desarrollo de la economía monetaria, el desplazamiento del centro económico a las
ciudades, el florecimiento del comercio, de la industria y de la artesanía, fomentaron el
aumento de la población y la mejoría de su nivel de vida. Se produjo entonces el
ascenso económico y social de las profesiones burguesas, las que más habían
contribuido a crear la nueva situación y las que más se habían beneficiado de ella:
mercaderes, ingenieros, artesanos, etc., que reclamaron su participación en la vida
política de las ciudades. Consecuentemente, a partir del siglo XIV, se revalorizaron los
saberes prácticos y productivos, dado que eran los que habían conseguido aumentar la
riqueza, el nivel de vida y la comodidad de los seres humanos y disminuyó la
importancia de los especulativos. Apareció un nuevo ideal del sabio, que no es ya el
hombre que contempla sino el que es capaz de transformar la naturaleza, como el
artesano y el ingeniero, y un nuevo ideal del saber que es ahora el práctico y el
productivo. Triunfaron nuevos valores, distintos de los medievales que habían
favorecido a la nobleza y al clero, que justificaban no sólo la nueva posición
socioeconómica de la burguesía ascendente, sino también sus pretensiones políticas y su
nueva forma de entender la vida.
La nueva situación vital de los seres humanos y la nueva mentalidad nacida de ella
dieron origen a un movimiento de renovación, que conocemos con el nombre de
Humanismo, cuando en la segunda mitad del siglo XIII, en algunas ciudades italianas en
las que había triunfado la nueva economía basada en las actividades artesanales y
mercantiles, la nueva organización social burguesa y el orden político republicano,
algunos intelectuales comenzaron a interesarse por la antigua cultura romana como
fuente de esos nuevos saberes y valores. Así, en Padua, por ejemplo, algunos
profesionales del derecho, como Lovato Lovati (1241-1309) y Albertino Mussato
(1262-1329), comenzaron a buscar y a coleccionar textos procedentes de la antigua
Roma.
Pues bien, el Humanismo, como dicen sus mejores estudiosos, ha estado de tal forma
marcado por el que es considerado con unánime consenso como el primero de los
humanistas, es decir, por Francisco Petrarca (1304-1374), que se puede afirmar que el
movimiento humanista es el desarrollo y la revisión de sus enseñanzas. Conocer, por lo
tanto, sus presupuestos y sus ideas es fundamental para comprenderlo debidamente.
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Ahora bien, dado que el fin que buscaba Petrarca era de naturaleza moral, no erudita,
se volvió en un principio a las obras literarias e históricas de la antigüedad clásica,
aunque después, convencido de los límites de las mismas, se interesó también por la
filosofía moral y por la religión cristiana. Por lo tanto, podemos distinguir en el
Humanismo de Petrarca tres momentos en los que predominan, respectivamente, lo
literario e histórico, lo filosófico y lo religioso; aunque en todas ellas lo que busca es
encontrar los conocimientos, las normas y los modelos de comportamiento que
conducirán a la mejoría moral del hombre y de la sociedad, es decir, lo práctico,
prescindiendo de las teorías especulativas de la filosofía y de las doctrinas dogmáticas
de la religión cristiana.
El objetivo moral de Petrarca explica, como hemos dicho, el hecho de que los
humanistas, ya desde la primera generación, se interesaran no sólo por la tradición
clásica pagana, sino también por la cristiana. Pero, como hemos dicho, es un interés
limitado en un principio a los saberes productivos y a los prácticos. Propusieron, por lo
tanto, una nueva valoración de los saberes, contraria al paradigma científico medieval
que dependía de la clasificación aristotélica de las ciencias. Para Aristóteles, los saberes
productivos y los saberes prácticos ocupaban los lugares inferiores en dicha
clasificación, que estaba encabezada por los saberes teoréticos. En cambio, para los
primeros humanistas, dichos saberes, sobre todo los que se ocupan de la naturaleza, son
menos valiosos, pues se quedan en simples nociones y distinciones, mientras que los
productivos (gramatical, retórico, pictórico, edificatorio, etc.) y los prácticos (político,
económico, ético) mueven al hombre a la acción, enseñan a hacer las cosas bien y a
hacer el bien, no simplemente a conocer lo que es el bien y a distinguirlo del mal.
Por la misma razón concedieron un gran valor a un "saber nuevo", recuperado por los
humanistas, y que no estaba presente en la clasificación aristotélica de las ciencias: el
saber histórico. La historia servía para descubrir modelos de comportamiento individual
y social al narrar la vida y los hechos de los grandes hombres y de los grandes imperios
de la Antigüedad.
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Los humanistas recuperaron los textos en los que se habían conservado los saberes de
la Antigüedad, los restauraron, los tradujeron y los interpretaron de nuevo. Fueron, por
lo tanto, ante todo y sobre todo, filólogos. El Humanismo, por lo tanto, no se reduce a la
docencia de las letras humanas (gramática, retórica, poética, historia y filosofía moral),
saberes que, según los humanistas, son los que humanizan al hombre, ni al cultivo de las
lenguas clásicas, sino que es un programa de renovación intelectual que pretende
conseguir la renovación moral del hombre y la sociedad rescatando todos los saberes de
la Antigüedad, acudiendo para ello a todos sus textos y a todas sus lenguas.
Pues bien, será la labor filológica del Humanismo, al recuperar, restaurar, traducir y
comentar los textos filosóficos y científicos de la Antigüedad la que contribuirá al
nacimiento de la ciencia moderna cuando los humanistas extiendan su campo de trabajo
a la lengua griega y a los saberes teoréticos de la cultura griega. La extensión a la lengua
griega es un desarrollo del Humanismo que buscaron sus propios fundadores, pero la
extensión a los saberes teoréticos más que un desarrollo debe entenderse como una
auténtica evolución del movimiento humanista, evolución que, en nuestra opinión,
estaba implícita en los presupuestos constitutivos del Humanismo: el auténtico saber se
creó en la Antigüedad y se puede recuperar si acudimos a los textos en los que está
depositado.
Hay que tener en cuenta que esa vuelta a la Antigüedad no significó lo mismo en todos
los lugares en los que se desarrolló el movimiento humanístico. Los italianos, por
evidentes razones nacionalistas, estaban interesados en recuperar ante todo y sobre todo
la lengua y la cultura latina, dado que en la antigua Roma habían alcanzado el momento
más glorioso de su historia y, en segundo lugar, la lengua y la cultura griega, pues éstas
también habían formado parte de su cultura. Los españoles, en cambio, no estaban tan
interesados en recuperar las lenguas y las culturas clásicas, sino en exaltar su propia
lengua y su propia cultura, pues para ellos los tiempos modernos eran claramente
superiores a los antiguos.
Eso quiere decir que el desarrollo y evolución del Humanismo fue diferente en cada
nación, dependiendo de las tradiciones culturales y de las circunstancias históricas de
cada una. La revolución científica moderna siguió el camino que había abierto la
evolución del Humanismo italiano y no la del español. Una razón que explica, entre
otras, el que España apenas participara en la creación de la ciencia moderna.
El desarrollo más decisivo del Humanismo tuvo lugar también en Italia, en el siglo
XV, cuando los humanistas italianos, de acuerdo con su tradición cultural, incorporaron
realmente la lengua y los saberes griegos a su campo de trabajo, algo que había sido el
deseo no cumplido de los humanistas anteriores. Este renacer de la cultura griega en
Italia se vio favorecido por una serie de circunstancias históricas. El primer lugar, los
frecuentes contactos de Italia con Bizancio despertaron el interés por la lengua griega,
por lo que, ya en 1397, se le ofreció a Manuel Crisoloras una cátedra de griego en
Florencia, por iniciativa del canciller y humanista Salutati. Después, a partir de 1439,
con motivo de la celebración del concilio de Ferrara-Florencia, se trasladaron a Italia un
buen número de sabios bizantinos, como el filósofo griego Gemisto Pletón (1389-1464),
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el cual enseñaba una forma de filosofía neoplatónica según la cual algunos profetas de
la Antigüedad, como Hermes, Zoroastro y Orfeo, eran los fundadores del pensamiento
filosófico y teológico. Y, por último, en 1453, la caída de Constantinopla en poder de
los turcos, movió a multitud de sabios bizantinos a huir a Italia, llevando consigo una
gran cantidad de textos griegos. Estas circunstancias históricas permitieron un gran
desarrollo del Humanismo de raíz griega en Italia.
A partir de Valla, los humanistas se ocupan también de someter a crítica filológica los
textos fundacionales del cristianismo, textos que formaban parte de la Sagrada
Escritura. Pero es, todavía, una extensión limitada a una lengua: el griego, y a una parte
de la misma: el Nuevo Testamento. Valla, que no sabía hebreo, ni siquiera dominaba el
griego con la perfección del latín, a pesar de reconocer la necesidad del conocimiento de
la lengua hebrea para entender la Biblia, no pudo desarrollar por completo lo que estaba
implícito en los presupuestos del Humanismo: la extensión del campo de trabajo de los
humanistas a la lengua hebrea y al Antiguo Testamento.
Los humanistas italianos se interesaron más por la cultura griega que por la hebrea y,
consecuentemente, incorporaron a su campo de trabajo los saberes teoréticos de dicha
cultura. Por lo tanto, si el Humanismo italiano del siglo XIV era un Humanismo latino
que privilegiaba los saberes productivos y los prácticos, el del siglo XV, sin olvidar lo
anterior, es también un Humanismo griego que se interesa por las tradiciones filosóficas
y científicas de la Antigüedad
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una versión de la filosofía neoplatónica, que recibirá más adelante el nombre de
neoplatonismo renacentista o florentino, en la cual se integraban una serie de tradiciones
sapienciales de origen oriental. Ficino comenzó traduciendo al latín, antes que las obras
del propio Platón, los Escritos herméticos , los Oráculos caldeos y los Himnos órficos ,
escritos atribuidos, respectivamente, al egipcio Hermes Trismegisto, al persa Zoroastro
y al tracio Orfeo, a los que se tenía por fundadores del pensamiento filosófico y
teológico. En dichas obras se incluían una serie de enseñanzas mágicas, astrológicas y
alquímicas que son la base de las llamadas "ciencias ocultas" del Renacimiento. Toda
esa sabiduría de origen oriental, sobre todo egipcio, era para los humanistas más antigua
y, por lo tanto, superior a la griega. Después de ello, tradujo Ficino las obras completas
de Platón, muchas de las cuales eran desconocidas en la Edad Media, y algunos escritos
de Plotino, del Pseudo-Dionisio, de Porfirio, de Jámblico y de Proclo.
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de leer dichas obras en su lengua original. Esta nueva situación despertará en muchos
humanistas el interés por el estudio de la naturaleza. Se recuperó entonces la tradición
científica jonia, traduciéndose las obras de Epicuro y de Lucrecio, lo que permitió el
conocimiento de la física atomista de Demócrito, tan diferente de la aristotélica.
Con el paso del tiempo, lo que fue en sus inicios una simple recuperación y
traducción de los antiguos textos científicos griegos por parte de los "humanistas
científicos", se convertirá en una nueva producción científica a cargo de los que
podemos llamar ya "científicos humanistas". Estos nuevos intelectuales, que son ya más
científicos que filólogos, no se conforman con recuperar, restaurar y traducir los
antiguos saberes científicos, sino que pretenden superarlos cuando se dan cuenta de sus
errores y limitaciones. Para ellos, por lo tanto, la gramática, el método filológico, no es
ya el medio adecuado para recuperar el saber, sencillamente porque piensan que éste no
se halla depositado en los textos de la Antigüedad. Ya no participan de la concepción
tradicional del saber, ni éste tiene para ellos una finalidad moral. Los saberes de la
Antigüedad son para ellos fuente de inspiración, pero pretenden ir más allá de los
mismos.
Con el paso del tiempo, las matemáticas pasaron a ser consideradas como una
auténtica ciencia, incluso como alternativa a la demostración silogística aristotélica e
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incluso a la argumentación retórica humanística. El método de análisis geométrico se
convirtió en el verdadero método científico.
Los inicios del Humanismo en España se remontan a siglo XIV, y se debieron a los
contactos de la Corona de Aragón con Bizancio, por lo que fue un Humanismo helenista
antes que latino. En este sentido algunos consideran que Juan Fernández de Heredia
(1310/15-1398), Gran Maestre de la Orden Hospitalaria de San Juan de Oriente, autor
de versiones al dialecto aragonés de algunos clásicos griegos, sería el primer humanista
español y Bernat Metge (1340/46-1413), secretario de Juan I de Aragón, el primer
filósofo humanista español. En cualquier caso, el Humanismo aragonés tuvo una vida
efímera y fue rápidamente sustituido por el modelo castellano, desarrollado en la corte
de Juan II de Castilla (1419-1454), que fue el que se impuso en toda España.
Consecuencia del poco interés mostrado por los españoles por la lengua griega y por
las traducciones de las obras escritas en esta lengua, fue que en España la filosofía
aristotélica siguió siendo la predominante, no sólo entre los escolásticos sino también
entre los humanistas. Así pues, apenas se produjo la recuperación de la tradición
platónica, partidaria de una comprensión matemática de la naturaleza, ni de la tradición
científica jonia, defensora de la física atomista, tan importantes en la gestación de la
llamada "revolución científica". Nada tiene de particular, por lo tanto, que la mayoría de
los humanistas españoles que se dedicaron al estudio de la filosofía natural y de las
matemáticas, incluso en el siglo XVI, sean aristotélicos que tratan de renovar dichas
disciplinas con los planteamientos de las escuelas de Paris (Buridano y Oresme) y de
Oxford (Bradwardine y Swineshead).
Lo que sí existía en España era una importante tradición cultural interesada por la
lengua y la cultura hebrea. En efecto, en España, a diferencia de lo que ocurrió en otras
partes de Europa, debido a la presencia de una importante comunidad judía, nunca se
abandonó el estudio del Antiguo Testamento en su lengua original. Durante la Edad
Media los judíos estudiosos de la Biblia que vivieron en España emplearon los avances
de la filología para analizar el texto hebreo del Antiguo Testamento. En el siglo X el
célebre Hasday ibn Saprut, cuya familia era originaria de Jaén, estudió lingüísticamente
la Biblia, algo que también hicieron, en el siglo XI, ibn Chiquitilla y Yonah ibn Yanih,
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naturales de Córdoba. En los siglos siguientes, podemos citar a Abraham ibn Ezra
(1092-1167), nacido en Tudela (Navarra), comentador de la Biblia, defensor de la
primacía del sentido literal y del estudio filológico del texto hebreo, a quien se
considera el fundador de la exégesis crítica e histórica del Antiguo Testamento, y a
David Quimhi (1160-1232), nacido en Narbona, pero de origen andaluz, famoso
intérprete del Antiguo Testamento de acuerdo con el método filológico.
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para continuar la expansión de la religión cristiana, primero por toda la península ibérica
y, después, por todo el mundo.
Esta alianza político-religiosa llevará a los Reyes Católicos a expulsar a los judíos, a
Carlos I a guerrear continuamente contra los protestantes, a Felipe II a prohibir a los
españoles salir a estudiar a las universidades extranjeras para evitar la introducción en
España de ideas peligrosa, a Felipe III a decretar la expulsión de los moriscos, etc.
Medidas todas que tuvieron nefastas consecuencias y contribuyeron a aislar a España
del movimiento europeo de renovación filosófica y científica.
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anteriormente indicado, también las necesidades del Imperio español orientaron a
nuestros científicos hacia las ciencias prácticas. Es curioso que una de las mayores
aportaciones españolas a la ciencia moderna, el descubrimiento de la circulación de la
sangre por Miguel Servet (1511-1553), se exponga en un libro de teología, que lleva por
título Restitución del cristianismo, y en un capítulo que trata del Espíritu Santo.
Menos interés aún demostraron los españoles en recuperar, traducir y comentar las
obras de los matemáticos griegos, ni en desarrollar sus teorías, lo que será decisivo, en
nuestra opinión, para explicar la poca contribución de los españoles a la revolución
científica desarrollada a partir del siglo XVII que consistió, como es sabido, en la
matematización de las ciencias. Los matemáticos españoles más importantes del siglo
XVI fueron Pedro Sánchez Ciruelo (1465-1548) y Juan Martínez Silíceo (1485-1557).
Pues bien, ambos fueron educados en Paris donde, a diferencia de lo que ocurría en
Italia, se enseñaban dos escuelas matemáticas bajo-medievales: la parisina de los
nominalistas y la de Oxford de los mertonianos o calculadores. Por si esto fuera poco,
cuando nuestros matemáticos se propusieron traducir y editar obras de su especialidad,
eligieron las obras medievales de Suisseth, Bradwardine y Sacrobosco, en lugar de
dirigirse a las grandes obras de los matemáticos griegos, como estaban haciendo los
humanistas italianos. Es más, a finales del siglo XVI, cuando era evidente la necesidad
de matemáticos en España, Felipe II se decidió a promover la creación de una Academia
de Matemáticas (1583), pero no con la intención de promover el desarrollo de las
matemáticas teóricas sino de las prácticas, que eran las que necesitaba el Imperio
español para su mantenimiento. Nada tiene de particular, por lo tanto, que se eligiera
para dirigirla a un arquitecto, Juan de Herrera, y que cuando hubo que sustituirlo, se
pensara en un cosmógrafo, el portugués Juan Bautista de Lavaña.
5. CONCUSIÓN
La mayor parte de los humanistas españoles, tal vez incluso podíamos decir los
mejores, dedicaron sus esfuerzos a la recuperación y estudio de la tradición religiosa
judeocristiana. Por lo tanto, el saber que más se cultivó en España fue la teología, tanto
la especulativa o escolástica como la positiva o bíblica. Pero incluso el desarrollo del
Humanismo bíblico se vio frenado en España por la intervención de la Inquisición. Los
humanistas españoles sintieron pronto los peligros de dedicarse al estudio filológico de
la Biblia, por lo que muchos de ellos decidieron, finalmente, abandonar el estudio del
hebreo y de la Sagrada Escritura. En consecuencia, Baltasar de Céspedes, al publicar en
el año 1600 su conocida obra Discurso de las letras humanas, excluye del campo de los
estudios de humanidad tanto a la Biblia como a la lengua hebrea. Ambas cosas quedan
reservadas para los teólogos.
Más decisiva aún fue la intervención de la Inquisición para acabar con el débil
desarrollo del Humanismo científico en España. Al llegar el siglo XVII la Inquisición,
que hasta entonces había condenado sólo a algunos científicos y por razones religiosas,
lo hizo ahora de forma masiva y por razones científicas. En efecto, el Índice de
Bernardo de Sandoval (1612) y, sobre todo el Nuevo Índice de Antonio Zapata (1632),
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incluyen entre los autores condenados, de una u otra forma, a la mayoría de los
científicos importantes del momento y lo hacen en cuanto tales.
En cualquier caso, con el paso del tiempo todo el movimiento humanista será atacado en
sus fundamentos por aquellos que buscan un nuevo saber y se sirven de un método
nuevo para alcanzarlo. Este nuevo saber, que no tiene ya una finalidad moral, no se
buscará en la Antigüedad, ni en los libros, ni en el lenguaje literario. Galileo, tal vez el
primer hombre moderno, busca ese nuevo saber en el presente, en el universo y en el
lenguaje matemático. El Humanismo, por lo tanto, tenía los días contados, pero con su
desarrollo y evolución había promovido el nacimiento de la ciencia moderna.
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