El Ofrecimiento Del Apostolado de La Oracion A La Luz de La Teologia Actual de La Redencion
El Ofrecimiento Del Apostolado de La Oracion A La Luz de La Teologia Actual de La Redencion
El Ofrecimiento Del Apostolado de La Oracion A La Luz de La Teologia Actual de La Redencion
2." edición
1990
EDITORIAL EDAPOR
MADRID
TEMAS
@ Editorial EDAPOR
El Apostolado de la Oración es una Asociación eclesial formada por personas que han
sentido con especial viveza esa realidad cristiana. Y sus cuadros activos los forman
personas que han juzgado digno el dedicar su vida a la promoción y ayuda de esta
dimensión fundamental del cristianismo.
Así como el espíritu misionero está en la naturaleza del ser cristiano y las Obras Pontificias
Misionales son el instrumento eclesial por excelencia para mantener vivo ese espíritu, de
manera análoga ser redentor con Cristo por la oblación de la vida es connatural al ser
cristiano; y el Apostolado de la Oración como organización es el instrumento eclesial por
excelencia para mantenerlo vivo.
Conviene, por tanto, en lo que se refiere al Aposto-lado de la Oración, distinguir siempre tres
niveles: a) el espíritu; b) las prácticas que formulan y expresan, en el tiempo y
circunstancias concretas, los matices y aspectos diversos que integran el espíritu; c) la
organización asociativa eclesial, que surge del espíritu y tiene como finalidad vivir mejor el
espíritu, promoverlo y extenderlo.
Para designar este misterio hay diversos nombres: redención, reconciliación, salvación,
reino de Cristo, nueva creación. Cada nombre tiene su significación matizada. Pero en el
uso común se intercambian designando todo el misterio. Con cada uno de ellos se pue-den
designar dos etapas de la realidad que expresan: el acto originario y el estado resultante.
Así la redención puede designar el acto redentor o la redención hecha. Puede designar, por
tanto, el acto salvador, instaurador del reino, neo-creador o la salvación realizada, el reino
de Cristo establecido, la nueva creación en su ser permanente.
La redención de hecho se realiza en dos etapas diversas, pero relacionadas entre sí.
Primera etapa: en los días de la carne de Cristo, que comienza bajo el corazón de la
Virgen, en su "fiat"; continúa a lo largo de toda su vida mortal; y se consuma en el sacrificio
cruento de la cruz; pero la redención no queda totalmente concluida. Segunda etapa:
comienza con la glorificación de Cristo y se desarrolla a lo largo de la historia, especialmente
por el ministerio de la Iglesia. La terminación suprema se realizará en la Parusía. Sin forzar
las cosas se puede decir que el Apostolado de la Oración es la obra eclesial de la
colaboración universal a la redención. Es, por tanto, deber del Apostolado penetrar y
asimilar asiduamente este misterio y transmitir gozosamente a todos los fieles su anuncio y
la llamada a dejarse interpelar por él hasta el fondo, asumiendo la responsabilidad de
prestar su propia persona a la colaboración en los planes portentosos de Dios.
Todos los hombres somos verdaderamente uno. Como miembros de una familia. No somos
una agregación de personas procedentes de orígenes diversos; sino "una carne", como los
hijos que vienen de los padres. La historia de cada uno de nosotros no empieza con nuestra
vida personal, sino que nuestro cuerpo, -que no ha sido creado de la nada-, tiene su historia
que arranca desde la primera existencia del hombre sobre la tierra. Está tejido por nuestros
antepasados. Si alguien fuera creado enteramente de la nada no tendría pecado original,
porque no tendría conexión alguna con la humanidad, sino sólo semejanza.
"Ser uno de nosotros" implica no sólo una unión ontológica, de raza, sino también una
unidad de solidaridad y de amor, que hace vivir cordialmente dicha unidad. Tal es el orden
de las cosas. Y tal será la actitud redentora de Jesucristo.
Jn 10,14-15: «Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen, como me
conoce mi Padre y yo conozco a mi Padre; y doy mi vida por mis ovejas.»
Mt 20,28: «El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar su vida en
redención por muchos.»
1
(1) Cfr. W. KASPER, Jesus der Christus, Mainz 1974, p. 256.
meditación de la Iglesia en la Oración del Huerto para entender que la redención fue obra de
la voluntad humana de Jesucristo. Cuando el Concilio Constantinopolitano III definió la
voluntad humana de Jesucristo, no lo hizo por el prurito de dirimir una cuestión bizantina,
sino movido por la firme persuasión de que negar la voluntad humana libre de Jesucristo era
negar la redención verdadera. La redención es obra de la voluntad humana de una persona
divina2.
Pero hay un paso más. Podemos matizar aún que la redención es la obra del corazón
humano de una persona divina. Con esta formulación en primer lugar se matiza lo que es la
“voluntad". Pero además se penetra más hondamente en el concepto de solidaridad vital y
de redención.
En efecto, la meditación contemplativa del Huerto nos lleva a ver allí no sólo un acto de
voluntad sino un amor solidario humano, heroico, de una persona divina. Jesucristo no sólo
ha aceptado con la voluntad la muerte y ha ofrecido con la voluntad su cuerpo mortal, sino
que lo ha ofrecido "por nosotros", en sentido de amor verdadero: .Me amó y se entregó a la
muerte por mí». Sólo el amor asume verdaderamente la vida de otra persona y su actitud
ante Dios. No es sólo una compasión desde fuera, sino el lugar del pecador, su actitud
misma ante Dios, porque por amor se identifica con él3. De ahí la tristeza, temor y tedio del
Huerto.
Para el valor redentor en favor de otros es necesario el amor humano de una persona divina
que asume la vida y los pecados del mundo en la grandeza de su oblación amorosa
solidaria. Cuando decimos que Jesús sufrió por amor, no queremos decir únicamente que
sufrió con paciencia y con voluntad fuerte, sino que sufrió por amor personal a mí, a cada
hombre, asumiendo mi vida y mis pecados en su corazón. Ofrece su vida y su muerte con
corazón redentor por cada hombre.
Pero Jesús no sólo ha ofrecido su muerte con amor redentor, sino que ha ofrecido "su
cuerpo" (Hb 10,10), es decir, todo su ser mortal; recalcando la corporeidad, la mortalidad.
Juan Pablo II comentaba: «Esta oblación ha dado unidad y sentido a toda la vida de Jesús.
Los mismos dolores y muerte en la cruz no son redentores por sí mismos, sino por la
oblación redentora con que Jesús los ofreció»4.
Esa misma oblación de corazón redentor, -añade el Papa-, la mantiene Jesús en el cielo y
en el altar. Continúa ofreciéndose con el mismo amor de su corazón humano redentor. Y a
esa oblación de Cristo -concluye Juan Pablo II- debe unirse nuestra pequeña oblación
2
Cf. M. J. LE GUILLOU, La teología del Corazón de Cristo, plenitud de la Cristología, en "Cor Christi", Bogotá 1980, pp. 386-392; M. LETHEL,
La Théologie de I'Agonie du Christ, París 1979.
3
Cf. HOFFMANN, El misterio de la "sustitución" como centro del cristianismo, en "Cor Christi", Bogotá 1980, pp. 393-439.
4
Cf. JUANPABLO II, Homilía en el Nou Camp, sobre la identidad del cristiano, en Mensaje de Juan Pablo II a España, Madrid 1982, pp. 204-
205.
cristiana. Es lo que enseña el A.O., que aprende de la oblación redentora de Cristo el estilo
de su propia oblación corredentora.
En concreto, podemos decir que el fruto de la redención ya obtenido (la Iglesia) es asumido
como instrumento unido a Cristo para llevar a término la misma redención, tanto en su
dimensión individual o santificación plena, como en su dimensión social y colectiva o nueva
humanidad.
De ninguna manera se puede pretender aportar desde fuera una riqueza o energía distinta
de la de Cristo que complete lo que a la de Cristo le falta en su entidad. No se trata de algo
complementario; sino de la realización de sus efectos en la línea de unión con él y de
actuación plena de lo que de él deriva a nosotros. Se trata de «llevar a cumplimiento», de
dejar que en nosotros «se realice plenamente el fruto de la redención».
Jesucristo ha padecido, no simplemente sustituyéndonos a nosotros, sino en solidaridad con
nosotros; y no para que nosotros no padezcamos, sino para enseñarnos a padecer y para
potenciar nuestro padecimiento; de manera que éste sea redentor unido al suyo, en el
misterio de su vida en la Iglesia, hasta la Parusía5.
Jesucristo terminó la obra que le confió su Padre. Por ella mereció su glorificación. Esa
glorificación no es el simple «estar sentado a la diestra del Padre» en una contemplación
beatífica y alienante. Significa haber sido constituido Kyrios, Cabeza de la Iglesia, con todo
poder en el cielo y en la tierra para llevar a término la plenitud de la salvación por el
instrumento de su Cuerpo, que es la Iglesia, asumida como esposa suya. Es la segunda
etapa de la redención. Precisamente la última y suprema obra de Cristo en su vida mortal
fue la institución de la Iglesia como instrumento que quedara sobre la tierra, a través del cual
él, glorioso, continuará su obra de redención. Es el tema teológico que vamos a desarrollar.
Falta algo a la pasión de Cristo, en cuanto la pasión de Cristo requiere, por su misma
energía interior, que nosotros, en fuerza de la pasión que nos hace participar, colaboremos
en la obra redentora. Ninguna riqueza tenemos que no haya sido merecida y obtenida por la
pasión de Cristo. Es la tensión que caracteriza la vida cristiana: es verdadera acción
colaboradora; pero cuya eficacia viene toda de la pasión de Cristo que nos lleva a
asociarnos a él.
En efecto, dice san Juan que «después de esto último, viendo Jesús que estaba cumplido
cuanto tenía que hacerse según las Escrituras, dijo: "Tengo sed"». María y Juan al pie de la
cruz representan la Iglesia constituida en la sangre de Cristo.
5
Cf. Juan Pablo II, “Salvifici doloris”
6
Sobre estos puntos, cf. 1. DE LA POTTERIE, La maternitá spirituale di Maria e la fondazione della Chiesa (Gv 19,25-271, en "Gesú Veritá,
Torino 1973, pp. 158-164; La sete di Gesú morente, en "La Sapienza della Croce oggi", I, Leumann (Torino) 1976, pp. 33-49.
1. Reino universal y social
Lo característico de este reinado de amor es que no puede imponerse por la fuerza. Invita
los corazones a que se abran y acepten el amor sin límites. Y a través del corazón humano
impregna todo lo que es humano.
No hay que olvidarlo nunca, ni en la vida pastoral ni en la vida espiritual personal. No es que
Jesucristo ha fundado la Iglesia y ahora va ella por su cuenta tratando de hacer lo que
puede, mientras Jesucristo desde arriba contempla, a lo más, con benignidad. Cristo
resucitado en persona lleva la batalla de la redención en cada corazón humano, sirviéndose
de su instrumento, que es la Iglesia llena para ello del Espíritu Santo. La Iglesia es reino de
Jesucristo, en sentido pregnante, aunque en su condición peregrinante y crucificada. Es la
parte de humanidad unida a Cristo glorioso, que, llena del Espíritu Santo, se deja conducir
por Cristo en orden a la plena realización de su reino.
En ella Jesucristo resucitado vivo está presente de muchas maneras: con sus inspiraciones,
cuando nos reunimos en su nombre, en su palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía con
presencia real y sustancial.
Estamos envueltos en el misterio de Cristo vivo. Nos acorrala con su amor. Muy
particularmente el misterio de la redención se hace presente sacramentalmente en la
celebración del sacrificio Eucarístico, relacionado con la liturgia celeste, que es el
sacramento de Cristo inmolado, de su caridad entregada hasta la muerte
3. La Iglesia colaboradora de Cristo glorioso
La actitud misma con que Cristo vivió su vida y mantiene ahora en su vida celeste la infunde
en la Iglesia por el Espíritu Santo, moviéndola a vivir de esa manera. Se unen las dos cosas:
la asistencia actual de Cristo y la imitación de su vida. La colaboración de la Iglesia a la
redención se hace perpetuando en sí los misterios de la vida de Cristo sobre la tierra,
renovando sus actitudes interiores.
Pero la Iglesia tiene una forma de colaboración fundamental que se actúa bajo todas estas
actividades, y que podemos llamar más específicamente corredención con Jesucristo. Es
la entrega de sí misma en el Espíritu Santo por la salvación del mundo. Jesucristo la asume
consigo y la entrega consigo poniendo en ella el fuego del Espíritu Santo, para que cumpla
lo que falta a la redención del mundo, que es la oblación total de sí misma, reviviendo el
ofrecimiento de Jesús al entrar en este mundo (Cf. Hb 10,5-10).
La Iglesia vive la inmolación de su vida por amor personal a Cristo y a los hombres, de los
cuales se siente solidaria; es decir, con corazón redentor. De esta manera la Iglesia está
capacitada para vivir los sacrificios espirituales, o sea: para dar a su existencia el mismo
carácter sacrificial de la vida de Cristo. Teniendo presente que sacrificial no es lo mismo que
doloroso, sino que significa entrega total de sí mismo en holocausto gozosamente vivido.
7
Cf. FULGENCIO RUSPENSE, Libri ad Monimum 2,12 (CCL 91,48): «Dios, al custodiar en ella (la Iglesia) su caridad difundida por el Espíritu
Santo, hace a la Iglesia sacrificio agradable a sí mismo, que pueda recibir siempre la gracia misma de la caridad espiritual, por la que pueda
presentarse a sí misma continuamente como hostia viva, santa, agradable a Dios..
De manera semejante, dirigiéndose a los fieles de Roma les exhorta a que «ofrezcan sus
cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios- (Rom 12, 1-3; cf. Hb 10).
El Concilio Vaticano II presenta también así a la Iglesia (Lumen Gentium, ns. 10 y 34).
Exhorta a los sacerdotes a que, con ocasión de la Eucaristía, enseñen diligentemente a los
fieles a ofrecerse a sí mismos con la víctima del altar (P.O., ns. 2 y 5).
Pero es oblación no sólo como estadio previo para conocer la propia vocación o voluntad
divina sobre nosotros (oblación del Rey Temporal), sino como actitud oblativa mantenida
como alma del cumplimiento de la voluntad de Dios ya conocida o de la propia vocación
(EJERCICIOS ESPIRITUALES, Contemplación para alcanzar amor: "a sí mismo con ellas").
Así da unidad y sentido a toda la vida cristiana, constituyendo el corazón redentor con que
se vive a semejanza de la vida de Cristo sobre la tierra y participando de la oblación actual
de Cristo glorioso y sacramentado.
Por tanto, en fuerza de esa unción sacerdotal el fiel se hace capaz de ofrecer la Eucaristía y
de ofrecer el sacrificio de sí mismo unido a la Eucaristía, cosa que no podría hacer si no
tuviera el sacerdocio.
Sentirse uno con Dios y con los hombres por amor. Conciencia de la sociedad entre
nosotros y con el Padre y el hijo.
Una verdadera amistad con él, que nos identifica con sus sentimientos, proyectos,
ansias redentoras y nos introduce en su corazón actual.
Amor redentor, como el de Cristo, que nos mueve a ofrecer el Sacrificio de Cristo y a
ofrecer nuestra vida, hasta la muerte misma, en unión con él por la redención del
mundo.
Cultivar la ofrenda espiritual permanente (Canon III) manteniendo vivo el corazón sacerdotal,
es el objetivo primario del Apostolado de la Oración. A esta luz aparece claramente la
estrecha vinculación del Apostolado de la Oración con la vivencia y culto del Misterio del
Corazón de Cristo, vinculación que, en el orden de los hechos, la historia atestigua
ampliamente.